Nos encontramos ante un texto que pertenece a La Política de Aristóteles, una gran obra
formada por ocho libros, siendo este extraído del quinto libro, capítulo IV. Este tratado se
localiza en el s. IV a.C. y se traduce literalmente como “las cosas de la polis”. Aristóteles
manifiesta en los diferentes libros su percepción de la política, que es una forma de entender la
sociedad ordenada con normas y reglas.
Aristóteles comienza este texto tratando de discernir los límites de la práctica musical,
debiendo realizarse siempre desde un punto de vista educativo, con el objetivo de enriquecer y
favorecer la creación de un hombre libre de pensamiento. Asimismo, refleja que esta práctica
debe detenerse cuando la misma se tuerce en ocio, ya que este es un estado que se puede
alcanzar únicamente al final la instrucción del ciudadano. A pesar de ello, Aristóteles acepta
también la música en su ejecución por el placer pero concluye que los ciudadanos libres se
tienen que detener a debatir y filosofar en torno a esta, nunca ejecutándola por si mismos; esta
quedará relegada a los hombres prácticos que se han consagrado a la música como profesión.
Otra idea que nos transmite de forma periódica a lo largo del texto alude directamente
a lo que hoy hemos conjugado en la teoría del ethos, cuya esencia es la relación que se establece
entre un modo o característica musical y una determinada emoción, que a su vez nos conduce
al proceso de la catarsis. Gracias a este concepto la música se torna en algo político, ensalzando
su valor educativo: la escucha consciente de una música determinada fue fundamental en la
educación de la polis.
Finalmente, cabe destacar la distinción que Aristóteles crea entre los instrumentos
válidos o no para este fin educativo. Proscribe la flauta y los instrumentos de viento porque
sólo son buenos para excitar pasiones, además de limitar la función educativa ya que impide el
habla mientras se ejecuta. Otros instrumentos propios de los artistas, como la cítara, también
se rechazaron en la instrucción musical.
Para poder entender la obra de Aristóteles debemos situarnos en la Grecia del s. IV a.C.,
el auge de esta gran civilización que ocupaba las islas del mar Egeo, la península de los
Balcanes, la costa de Asia Menor y Creta. Más tarde se fue extendiendo al sur de Italia, la costa
del Levante español y el sur de Francia. El s. IV a.C. en Grecia corresponde con su Época
clásica: las personas se agrupaban en ciudades estado, es decir, una polis. Estas eran muy
complejas, ya que representaban el centro político y cultural en la sociedad griega, donde
convivían diferentes ideas políticas y hombres libres con esclavos.
En este contexto, la primera persona que dejó una evidencia en su obra sobre la música
fue Platón, aunque fue recogiendo especulaciones anteriores y carente de originalidad. Es
fundamental el valor que fue adquiriendo la música, que pasó de ser algo más que objeto de
nuestros sentidos: se consideró como ciencia, siendo digna de ser objeto de estudio y
catalogándose como sophia (sabiduría). El desarrollo de la música en la polis griega, como
Fubini refleja en su libro, fue perpetuado por Aristóteles, quien retomó las ideas platónicas con
diversas instancias sobre el pensamiento hedonista.
A pesar de que el texto objeto de este análisis pertenece al quinto libro, el discurso
principal sobre la música en el pensamiento aristotélico se recoge en su séptimo libro.
Aristóteles consideraba la música como un placer, opuesto al trabajo, pero a lo largo del texto
diferencia esta práctica vulgar de su uso en el ámbito educativo. El filósofo relacionaba la
música y el mundo ético de forma directa; la relación de la música con el alma porque esta es
armonía. Por ello, cuando el alma se desvía, ciertas melodías y ritmos pueden reconducirla, así
como otros pueden desvirtuarla. En definitiva, la música tiene un gran poder educativo si se
trata desde la moderación y la prudencia, conociendo sus efectos sobre el espíritu humano.