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De Liliana de la quintana
Rita vivía con su abuela en los Yungas de La Paz. Ella estaba triste porque
nuevamente la molestaron en la escuela. Las chicas se rieron de su cabello y los
chicos se negaron a jugar fútbol con ella, porque decían que era muy débil.
La abuela, que ya conocía su corazón, la llamó a su lado y le dijo qué tendría que
tener el carácter de sus antepasados.
- ¡Deberíamos llamarte Martina!
- Abue, ¡siempre dices lo mismo! Ahora me hablarás de Martina ¡Yo no sé qué pasó
con ella!
La abuela terminó de extender las hojas de coca sobre el piso de piedra y luego,
lentamente, se sentó sobre la banca, que se apoyaba en su casa de adobe. Las flores
trepaban las viejas paredes. Las mariposas y picaflores llegaban con entusiasmo para
lograr su comida.
- Lo que me contó mi abuela Martina, es que ella vivía en la Madre África cuando la
vida florecía allí. Un día vieron señales extrañas en el cielo, en la tierra y en el mar.
Con un fuerte viento llegaron los hombres descoloridos a las costas en grandes
barcos. Estaban sucios y hambrientos. Las abuelas africanas se apresuraron en darles
comida y agua fresca. En pocos días recuperaron sus fuerzas y como relámpagos
encadenaron con fierros a hombres, mujeres jóvenes y hasta niños. Y los arrastraron
hacia sus barcos.
- ¡Se defendieron! Martina era una gran guerrera del reino Bantú. Todos miraban con
espanto y enojo aquella pesadilla. No esperaban que eso pasara... Martina aunque se
defendió, no pudo escapar de la codicia de esos hombres…
Rita sentía que su corazón se aceleraba, mientras su abuela miraba el horizonte verde
de los Yungas.
- ¿Y por qué pasó eso Abue?
Canción: “En el cielo las estrelas, em la tierra las mujeres. Si no te has dado
cuenta, las dos son muy bonitas”
A la mañana siguiente, la abuela se acercó para despertarla. Rita había soñado toda la
noche con
Martina y los barcos, hasta la escuchó cantar. Le dijo a la abuela:
- Es que no he dormido bien pensando en Martina... ¿cómo llegó hasta nuestra tierra?
La abuela se agarró de la cabeza con ambas manos, como queriendo recuperar los
recuerdos y
respondió:
- Los trajeron en los barcos, que salieron desde el África. Parecían ataúdes rumbo al
infierno, con muchas vidas ¡nocentes. Cruzaron muchos mares, muchos cielos y
tantas lunas que perdieron la noción de la vida. Apenas les llegaba alguna comida y
agua sucia. Sus cuerpos y sus almas estaban heridas. Muchos no lograron sobrevivir.
- Fue un tiempo muy largo, Abue... seguro que estaban muy débiles... con sus
corazones rotos...
Las clases eran tan aburridas. Fechas, números, nombres... todo el tiempo sentados.
Rita esperaba con ansiedad las clases de música, de dibujo y, sobre todo, la hora del
recreo.
Ni bien sonaba la campana, niños y niñas salían volando a la canchita de tierra. Los
chicos se sentían dueños, se formaban los equipos, sonaba un silbato rudimentario y
empezaban los partidos de fútbol.
Rita era la más emocionada. Aprendió a patear la pelota desde muy pequeña, pues
estaba rodeada de primos y amigos que jugaban todo el tiempo. Conocía muy bien las
posiciones, los pases y las estrategias para lograr un gol. En la casa aceptaban que
forme parte de algún equipo porque era la que metía los goles. Pero ya oficialmente y
en público, los chicos se sentían con la autoridad de hombres, y le negaban su
participación porque era niña.
Ella les hacía recuerdo de los goles que metió, pero nada conmovía a los rudos
jugadores.
Cuantas veces Rita regresó a su casa muy enojada y triste porque recibía el rechazo
de los chicos. Y a sus dos mejores amigas no les gustaba el fútbol.
Lo primero fue hacer nueva ropa para la Virgencita. Pollera blanca con su cinta roja,
que recordaba la sangre derramada de los que llegaron desde el África. La blusa
blanca con cintas multicolores que significaba la alegría, que. pese a tanto
sufrimiento, nunca se perdió. Su manta en el brazo derecho y el sombrero borsalino
en la izquierda, como símbolos de la alianza con los aymaras ¡Que linda estaba la
Mamita Candelaria!
Cuando llegó el grupo de jovencitas para empezar a bailar en la casa de la abuela, ella
les preguntó mirando a los ojos:
Todas quedaron calladas y bajaron la mirada. La abuela dio un gran suspiro y les dijo
con voz firme:
- Con la saya celebramos la unión y nuestra libertad. Pero, además, contamos nuestra
historia bailando y cantando. ¡La saya es como un himno de nuestro pueblo! ¡Que no
se les olvide nunca!
Ellas poco a poco comprendían que la pasión de Rita no las dejaría en paz por mucho
tiempo. Entonces decidieron apoyarla y entrenar algunos días. Lentamente
empezaron a ganar confianza en sí mismas. Gustaron de este deporte, de cómo sólo
con la mirada podían ponerse de acuerdo y correr hasta alcanzar el gol. Empezaron a
descubrir los talentos de cada una y les gustaba mucho.
Pero alguien avisó a sus padres y les prohibieron ir a los entrenamientos. ¡Las
mujeres no juegan fútbol!
Rita llegó a su casa destruida por la noticia. La abuela la abrazó con miedo.
- ¿Qué paso Rita? ¿Quién te puso así?
Rita no podía hablar, no salía una palabra de su boca, solo abundantes lágrimas de sus
grandes ojos.
- Rita... ¡respira! ¡Respira hondo!
La niña encontró el pecho de su abuela y se fue calmando poco a poco. Contó la
prohibición de los padres para jugar fútbol. La abuela empezó a mover la cabeza
cada vez más fuerte y suspirar profundamente. Ahora Rita estaba preocupada de ver
en esta situación a la abuela.
- Hablaré con todos, ¡ya verán! ¡Ya me escucharán! Pero, ¡qué se han creído! ¡Decir
que las mujeres no podemos! ¡Eso no puede ser!
Canción: “Esta caja que yo toco tiene boca y sabe hablar, solo ojos le faltan para
ayudarme a llorar”
Como todas las tardes, las jóvenes y las niñas empezaron a llegar al patio de la
abuela. Una de ellas tenía una radio donde se escuchaba una morenada.
- Morían tantos en las minas, que los hombres descoloridos, con cada muerte se
agarraban la cabeza, por la pérdida económica que significaba. Decidieron llevarlos a
trabajar a tierras más cálidas.
- Los aymaras compartieron tierra y dolor. Aunque vestían diferente, les gustó su
ropa. La adaptaron y las mujeres se peinaron como ellas, con pequeñas trenzas y se
pusieron los mismos sombreros. Los hombres usaron la faja andina, las abarcas y el
sombrero criollo. Hablaban un idioma diferente pero aprendieron a comunicarse.
La coca les ayudó a calmar el hambre y la sed.
En las haciendas de los Yungas se trabajaban largas horas, cosechando coca, café y
frutas para los dueños de las tierras.
La abuela se sintió cansada y todas entendieron que se acabó aquella confesión. Una
a una fueron saliendo del patio para ir a sus casas. No habían entrenado el baile pero
¡aprendieron tanto!
Días después, la abuela había hablado con firmeza con los padres de las chicas, para
que les permitieran seguir jugando fútbol y armar sus equipos. La respetaban tanto
que su palabra era casi ley. Ellos habían aceptado con la condición de que no
disminuya la cantidad de coca que cosechaban las jóvenes. No hubo otro camino y
ellas aceptaron el doble trabajo.
Como todas las mañanas. Rita y la abuela fueron a los cocales para cosechar la hoja
que les permitía vivir.
Recordó también que en la escuela le habían contado que el presidente Isidoro Belzu
terminó con la esclavitud, aunque no les dio tierra y dijo:
“Toda persona nace libre en Bolivia, toda persona recupera su libertad al pisar
su territorio. La esclavitud no existe ni puede existir en él”.
Canción: “Isidoro Belzu bandera ganó, ganó la bandera del altar mayor”
Ya no se podía parar tanta energía de las mujeres. Rita, además, les contó de la
tatarabuela Martina, de su fuerza y energía. Y decidieron llamarse Las Martinas.
En las tardes cumplían con la doble cosecha de coca y café. Llegaban cansadas, con
hambre y sed. pero con mucha firmeza en lo que aprendían, pues tenían un buen
entrenador. La abuela recibía a Rita con comida y le cantaba canciones con el mayor
afecto. Se fundían en un gran
abrazo que les daba el valor necesario para seguir adelante.
Canción: “Desde muy tempreno nos llevan a trabajar, a veces nos pegan para
cumplir la misión”
Rita les pedía confianza en sí mismas y en las compañeras, pues unas tenían
cualidades para correr y otras para defender. Eso aprendió de su sabia abuela, a mirar
lo positivo en los demás.
Canción: “Quisiera entrar al monte a cazar una paloma, la cola yo necesito para
dibujar tu nombre”
Aunque tuvieron una vida de sufrimiento, los abuelos y abuelas nunca se olvidaron la
música y la danza.
Fueron a los bosques donde se encontraron con los árboles, los reconocieron, les
hablaron e hicieron amistad.
Con los troncos confeccionaron tambores de todos los tamaños, los tambores
mayores que llevaban la voz, los medianos que contestaban, los pequeños que iban
más rápido.
Cada uno hablaba con un tono y así, recordando melodías, salieron los primeros
sonidos musicales con recuerdos del Africa con los nuevos instrumentos.
Y fueron las abuelas las que acariciaron las plantas y de sus hojas, flores y raíces
aprendieron nuevas recetas para curar varias enfermedades. Junto al fogón prepararon
la comida con ricos sabores.
Canción: “De lejanas tierras yo vengo a divertirme cantando, porque em el
barrio em que vivo paso la vida llorando”
Canción: “Bailando la saya en las caderas, se van las penas. Balando con amor,
cantando con amor, se las lelva el sol”
Rita y su abuela celebraron la fiesta, la vida y ¡la libertad! Ella se peinó con alegría.
Estaba orgullosa de su cabello. Ambas sabían que aún había mucho camino por
andar… Pero lo hacían bailando cantando y recordando a Martin. Juntas han escrito
lo que sentían en el corazón: