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El Filósofo Jacques Derrida en 1967 publicó a la vez sus tres libros: La voz y el

fenómeno, De la Gramatología y La escritura y la diferencia, donde introduce la palabra


“deconstrucción”; para hablar de una forma en la que se presentan los textos, al principio la
palabra deconstrucción tiene que ver con el mundo de la palabra y el mundo de los textos,
donde los textos no significan lo que parece que significan, hay que poder leerlos y
buscando en los textos no lo que claramente pueden significar, si no, lo que de algún modo
también ocultan y esta idea de la deconstrucción empieza después como a traspasar el
límite de los textos, además puede ser aplicada a cualquier aspecto de la vida cotidiana, por
eso habla de la deconstrucción de la identidad y de los vínculos, ósea empezamos a
utilizarla para hablar de lo que queremos; deconstruir no es destruir, es como desmontar o
desarmar algo que se nos presenta a la vista, como si no hubiese tenido un origen, algo que
se nos presenta en lo cotidiano, como algo natural y obvio, hecho así desde siempre y para
siempre; lo que deconstruimos y desarmamos a lo que no parece haber sido en su momento
armado, entonces lo que haremos es desenmascarar que detrás de muchos conceptos que
llegan a nosotros hay una historia, un interés y una intención sobre todo lo que se
deconstruye es el sentido común.

¿Y qué es el sentido común? M. Heidegger (1927), explica el sentido común con el


concepto del impersonal “se” , ejemplo: pensamos lo que “se” piensa, sentimos lo que “se”
siente; entonces quién es ese “se”, es nadie y todos, el anónimo y el “uno” (ejemplo: “uno”
piensa) es a quien nos referimos con esa totalidad de la que somos parte, muchas veces
creemos que estamos pensando y sin embargo nos están pensando, y nosotros
reproducimos ideas que creemos propias, pero no son más que la repetición de formatos
previos en los que estamos insertos, el problema es que nos creemos libres y autónomos
cuando no estamos más que reproduciendo lo que otros necesitan que digamos y que
sintamos, por eso la deconstrucción pone el acento al desmontaje del sentido común, como
muchos términos que tenemos a la mano y que utilizamos muy seguros y certeros de su
significado, si empezamos a cuestionarlos y empezamos a realizar preguntas, vamos a ir
deconstruyendo porque se nos presentan de ese modo y no de otro.

Por eso siempre deconstruir es un ejercicio de “desnaturalización” y por eso se


genera tanta controversia, porque nada hay estrictamente natural, si no que todo aquello
que se nos presenta como natural en realidad se esconde en una intención y el orden que
se nos impone no es el único, pero se manifiesta como si fuera definitivo, como si fuera la
única manera de darse, la desnaturalización es la práctica o un ejercicio que nos hace
tambalear nuestro sentido común, sobre todo porque estamos muy arraigados a ideas que
son por naturaleza y que no pueden ser de otro modo, la deconstrucción nos demuestra que
al no haber esa “nada”, es asumir que estamos cambiando todo el tiempo y que entonces
nada puede ser definitivo y presentarse como si no pudiese ser de otro modo.

Por eso la deconstrucción es un ejercicio de “desidentificación” y este concepto es


otro de los que más inquieta, porque no se busca la identidad, no intentamos saber quiénes
somos, si no que intentamos dejar de ser lo que han hecho de nosotros, más que ir en
busca de nuestra identidad, así cuando deconstruimos tratando de desenmascararnos de
esas molduras y etiquetas en las que nos han colocado desde nuestro nacimiento, nacimos
y ya éramos muchas cosas como que ya teníamos un género, una clase social y ya
teníamos una nacionalidad, ese “ya teníamos” es algo predispuesto que en muchos casos
termina presentándose como natural.

La deconstrucción es una práctica de “politización”, es en el sentido amplio del


término porque cuando deconstruimos no nos damos cuenta que “saber es poder”, así
como cuando decía F. Nietzsche (1886) “la verdad tiene que ver directamente como un
impulso de poder” es por qué termina mostrándose o manifestándose como certeza
cotidiana para ir viviendo nuestra vida diaria, cuando nos damos cuenta que todas esas
certezas son en realidad versiones o interpretaciones que algunos se imponen sobre otras
que ya están presente, pero en el fondo también el mundo de la verdad se juega la cuestión
del poder, y es por ello cuando se dice esa famosa frase que arroja el feminismo a los
finales de los sesenta la idea de que “lo personal es político”; la clave de la deconstrucción
es ir a problematizar y a encontrar justamente este tipo de estrategias de imposición detrás
de una verdad, del interés de los privilegiados en buscar en ese lugar las formas concretas
de emancipación.

Finalmente hacer filosofía cuando todo se derrumba es fácil, porque ves la crisis y los
bordes; lo interesante, divergente, discontinuo y lo deconstructivo, es hacer filosofía cuando
todo funciona bien, cuando te crees seguro y estable, cuando sientes que todo funciona y
como tiene que ser, en ese momento cuando menos uno piensa que hace falta
problematizar, es cuando más la filosofía tiene que hacer su trabajo, porque justamente si
hay un lugar donde el poder entreteje su eficacia es en la normalización de nuestra vida
cotidiana, el poder más eficiente es el que no se ve.

Bibliografía:
Morey Miguel. (2015). Foucault y Derrida, pensamiento francés contemporáneo. Barcelona.
Editorial Bonalletra Alcompas, S L.
Heidegger Martin. (2007). Ser y tiempo. Madrid. Editorial Fondo De Cultura Económica

Llácer Toni. (2015). El superhombre y la voluntad de poder. Barcelona. Editorial Bonalletra


Alcompas, S L.

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