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Historia de la criminología en España

Tema 5.- Origen y evolución de la criminología

Índice de Contenidos

1. Origen de la criminología
2. La escuela clásica
2.1. Origen de la escuela clásica
2.2. Principales características de la escuela clásica
3. La criminología positiva
3.1. Origen de la escuela social
3.2. Principales características de la escuela social
3.3. Origen de la escuela positiva italiana
3.4. Principales características de la escuela positiva italiana
4. La escuela de Chicago
4.1. Origen de la escuela de Chicago
4.2. Principales características de la escuela de Chicago
5. Referencias bibliográficas
6. Prácticas

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Historia de la criminología en España
1. Origen de la criminología

Cómo vimos en los temas anteriores, en concreto en el tema 1, podemos establecer su origen en
1879 a manos del antropólogo francés Paul Topinard (1879), que acuñó su término, criminologie;
aunque fue el jurista italiano de la escuela positiva Rafael Garófalo quien universalizó el concepto al
utilizarlo para el título de su libro Criminología, escrito en 1885. Por tanto, podemos datar con una
fecha bastante exacta la procedencia del término que caracteriza y define a su objeto de estudio,
premisas ambas imprescindibles para acotar una parcela de la realidad que posibilite el desarrollo
de una ciencia y sus instrumentos con el objetivo empírico de explicar, predecir y controlar su
objeto de estudio.

Como en toda área científica es necesario recorrer un camino histórico hasta la actualidad que
facilite un desarrollo conceptual de la disciplina en cuestión. Ese camino nos dará las respuestas a
cuándo, cómo y por qué la criminología ha podido determinar su estatus de ciencia al
servicio de la sociedad, pues el crimen es, sin lugar a dudas, uno de los problemas sociales más
importantes para el devenir de la sociedad, así como para el presente más inmediato.

A continuación se describirá en orden cronológico el desarrollo de las características más notorias


de las principales escuelas, cuya aportación teórica y práctica ha posibilitado que la criminología
tenga un cuerpo de estudio. Estas escuelas son las denominadas clásica, positiva y de Chicago, ya
que sobre los paradigmas que establecieron en torno al crimen y al delito se han construido el resto
de aportaciones teóricas que en la actualidad comprenden el cuerpo de conocimiento de la
criminología.

2. La Escuela clásica
2.1. Origen de la escuela clásica

La escuela clásica surge a finales del siglo XVIII y sus máximos representantes fueron el italiano
Cesare Beccaria y el británico John Bentham. Sin duda, fue el libro y obra clásica de la
criminología De los delitos y las penas, escrito por Beccaria en 1764, el que propulsó una concepción
del castigo asociado a un hecho delictivo distinta a todo lo que se había planteado hasta la fecha.

Beccaria cambió la forma de concebir el derecho, la alejó del castigo divino (por lo que tuvo ciertos
problemas con la Iglesia), y esto pronto arraigó en Alemania, Gran Bretaña o Francia, países en que
los jueces aplicaban con total convencimiento los presupuestos indicados por Beccaria e impulsaron
a esta obra como uno de los grandes pilares del derecho, que hoy sigue teniendo una vigencia sin

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igual, pues sigue siendo una obra de consulta utilizada ampliamente por juristas y legisladores para
elaborar tanto sus tesis, como para la creación de leyes.

2.2. Principales Características de la Escuela Clásica

Beccaria, o mejor dicho Cesare Bonesa, marqués de Beccaria (1738-1794), nacido en Milán, es
considerado por méritos propios el impulsor de la reforma penal, un adelantado a su tiempo, cuyas
propuestas se ponen de relieve en la mayoría de códigos penales de los denominados Estados de
derecho. Beccaria introdujo el garantismo para el reo, la proporcionalidad en la justicia, fue el
promotor de una reforma profunda, cimiento de la justicia penal del porvenir. Todo ello en una
época en la que la justicia era impartida de manera parcial ante cualquier acto que transgrediese
valores inespecíficos asentados sobre una base moral y religiosa que señalaba el umbral de lo
correcto e incorrecto, donde las ejecuciones públicas eran más lo cotidiano que lo inusual.

Esta época que le tocó vivir a Beccaria fue determinante para elaborar su ideario, que sentaría las
bases para pasar de las ideas a los hechos, del discurso a las leyes y del anhelo a la costumbre. Todo
acabó el 14 de julio de 1789, cuando el pueblo francés tomó La Bastilla y aplicaron a sus monarcas
lo que fue promulgada como la Declaración de los derechos de los hombres y los ciudadanos.

Los vientos de cambio llegaron y la justicia penal pasó de ser un mero capricho de los poderosos a
un derecho de todos aquellos que vivían en sociedad. Así, en este clima y contexto en el que
Beccaria observó la injusticia, forjó su manuscrito, retando a dioses y monarcas, para dejar la
libertad de los hombres suscrito a un contrato social, inspirado por su admirado Rousseau, y
propuesto para y por los mismos hombres. Para ello se valió del libre albedrío, concepto fundamental
sobre el que giran los derechos y obligaciones de un hombre para con la sociedad. El hombre,
como ser racional, es consciente de que determinadas acciones le procurarán un placer, a pesar de
que estas dañen a una tercera persona implicada. Por tanto, la única forma de anular este placer era
combatirlo con su alter ego, el sufrimiento.

El concepto sobre la polaridad placer versus sufrimiento, basándose en el libre albedrío del
delincuente, es la piedra angular sobre la que se estructura la ideología de esta escuela, y la certeza,
prontitud y severidad son los tres argumentos básicos con los que la escuela clásica pretende
equilibrar con sufrimiento la decisión placentera de delinquir.

Cada uno de ellos se centra en un aspecto concreto para que la decisión del delincuente se incline
hacia la no acción. 1) La certeza indica que todo delito será castigado, es decir, habrá un
sufrimiento seguro por una conducta delictiva. 2) Con la prontitud se pretende transmitir que, tan

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rápido como los recursos lo permitan, el delincuente será castigado, así el placer obtenido por el
crimen será lo más rápidamente anulado por la celeridad en apresarle, por lo que el sufrimiento que
conlleva la incertidumbre de cuándo será apresado, será un importante acicate para evitar el delito.
3) La severidad augura el sufrimiento que conllevará la ejecución del delito, es decir, dictamina el
grado y tipo de sufrimiento que una persona obtendrá por su delito.

Además, estos tres conceptos clásicos permiten a su vez un garantismo legal del que hasta la fecha
carecían los hombres, ya que la certeza establece que una conducta no puede ser castigada si antes
no ha sido descrita. La prontitud hace referencia a que una persona merece un juicio lo antes
posible para determinar su inocencia, sin que tenga que pasar encerrado más tiempo del
estrictamente necesario esperando ese juicio que le devuelva a la sociedad o, en caso contrario, le
imponga el castigo que se merezca, ya sea en prisión o de cualquier otra manera. Por último, la
severidad garantiza, por una parte, la proporcionalidad entre castigo y delito y, por otra parte, que
los derechos fundamentales (lo que hoy serían bienes jurídicos) sean valorados en su justa medida,
sin depender de quién haya sido la persona afectada.

Con Beccaria, el garantismo y la proporcionalidad pusieron límites a la irracionalidad y los


convencionalismos, que solo apuntaban en una dirección (los menos afortunados, que solamente en
su desgracia encontraban consuelo al infortunio, y capricho de acaudalados y nobles cuya
proporción de justicia estaba asociada a la cantidad de dinero y prestigio que poseían). Ante este
panorama del que Beccaria –sin olvidar que era marqués– era un privilegiado observador, las
palabras que erigió a favor de la igualdad en la justicia, apelando a la razón de aquellos más sabios
para encontrar la belleza de la justicia en los brazos de la sabiduría, animaron a sus coetáneos a
trabajar no por los intereses de unos pocos, sino por los intereses de la propia justicia, ante la cual
todos tienen que rendir cuentas. Así, Beccaria propuso una serie de criterios que ayudarían a que
este objetivo fuera más preciso, y que son los siguientes:

1. Que se hicieran leyes claras y simples.


2. Que las leyes favorecieran menos a las clases de los hombres que a los hombres mismos.
3. Que las leyes fueran temidas por los hombres y que no teman más que a ellas.
4. Aumentar el número de ejecutores de leyes.
5. Recompensar la virtud. La moneda del honor es siempre inagotable y fructífera en las
manos del sabio distribuidor.
6. Perfeccionar la educación, seguramente, el más seguro pero el más difícil medio para evitar
los delitos. Con el conocimiento, el hombre es apartado del mal y guiado por la senda de la
virtud, preferible a todas luces, a hacerlo por el incierto del mando y de la fuerza, por cuyo
medio se obtiene solo una ficticia y momentánea obediencia.

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7. La gravedad de las penas debe ser relativa al estado de la nación misma.

Además, Beccaria abogaba que para conseguir esa igualdad en la justicia, la nación debía ser
valerosa y fuerte, tanto que pudiera hacer frente de manera racional a la incertidumbre, que se
pudiera desprender de las leyes. Igualmente, sostenía que una nación tiene que acercarse a la ciencia.
Es decir, Beccaria hablaba del contrato social en el que tanto creía Rousseau, decisivo en el espíritu
de la Revolución francesa y que se plasmó definitivamente en la redacción de la Declaración de los
derechos de los hombres y los ciudadanos, momento en el que el hombre, por fin, encontró la
coraza (los derechos humanos) que le salvaguardaría de sí mismo.

En este sentido, los autores clásicos preveían un abanico de penas que estuviesen íntimamente
vinculadas al delito realizado. Ello era necesario para poder calcular la severidad del castigo en
función de cada delito y para mostrar que la pena eliminaba el beneficio del delito. Esta analogía es
visible en Beccaria cuando sugiere las penas corporales para los delitos violentos, las penas
pecuniarias para los hurtos sin violencia, la infamia o el destierro y las confiscaciones para los
delitos contra el honor, mientras que solo se refiere a la prisión para describirla como sitio en espera
de juicio.

La misma tendencia es visible en Bentham, quien destaca la necesidad de que la pena sea análoga al
delito para calcular la severidad de esta. Según este autor, la pena tiene que ser ejemplar y debe
servir para que el delincuente reflexione sobre el motivo que le llevó a delinquir. En este sentido, en
su obra An introduction to the principles of morals and legislation, escrita en 1789, indica una serie de penas
tales como el trabajo, la inhabilitación o el encierro, que servirían de inspiración para el Código
Penal inglés, aunque, en esencia, seguiría el aforismo «hombre racional en base al libre albedrío»
postulado por Beccaria. Bentham dejó estas palabras para la posteridad: «todo castigo es un daño;
todo castigo es un mal», adelantó el principio de utilidad de la pena, en el que el castigo solo
puede ser admitido en el caso de que con él se anule un mal mayor.

En la obra de Bentham destaca el utilitarismo de una medida penal, destacan los cuatro siguientes:

1. Cuando el castigo es infundado, ya sea porque el comportamiento no es socialmente lesivo


o porque a pesar de haberse producido un mal, este se ha visto superado por el bien social
global.
2. Cuando el castigo es ineficaz, porque no puede prevenir el daño.
3. Cuando el castigo es improductivo o demasiado costoso, por ocasionar un mal mayor que
el que evita.

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4. Cuando el castigo es innecesario, porque el daño puede ser prevenido o cesar por sí solo,
esto es, ser prevenido con medios menos lesivos.

Finalmente, comentar cómo también Bentham se erigiría en el principal arquitecto de las prisiones
de la época y de algunas que hoy en día aún se puede encontrar en activo.

Así, sería el artífice del diseño circular de las prisiones, en las que a través de una torre central se
puede supervisar todo el recinto, el llamado panóptico. Su diseño y utilidad fueron totalmente
novedosos ya que en dicho recinto se podrían ejecutar las principales herramientas del garantismo
hacia el delincuente (proporcionalidad, severidad e igualdad), así como hacia los afectados, privando
al delincuente del mayor bien que se le otorga a un ser humano, a saber, la libertad. Sin olvidar las
distintas medidas que habría que llevar a cabo dentro de las prisiones, como la separación por
sexos, en clases y compañías, trabajo interior, alimento, aseo, vestimenta, asistencia religiosa,
castigos por las faltas realizadas en el interior y la ayuda que requiere el preso cuando sale de la
cárcel.

En resumen, según la escuela clásica, el derecho es el arma con el que combatir al crimen y al
criminal. Pero como el crimen es un acto racional, este solo puede tener lugar si con su realización
el individuo obtiene diversas recompensas. Así, para combatir eficazmente la decisión placentera, la
escuela clásica propone que hay que actuar de acuerdo con unas premisas, a saber: certeza,
prontitud y severidad. En torno a ellas, se elabora toda una dogmática de razonamiento lógico-
deductivo, que es la que ha creado el derecho penal, siempre amparado por el concepto metafísico
que otorga el sentido común de lo que es el bien y el mal, y el poder de elección de un hombre para
distinguir entre ambos. Desde luego, hoy en día, no se puede abordar la criminalidad, al delincuente
o el origen del delito únicamente desde esta perspectiva, ya que solo puede explicar una parte de
por qué una acción anticívica, reprochable y/o repudiable es puesta en marcha, pero deja otros
motivos, tanto psicológicos como sociales fuera de esa explicación delitos que castigarlos. Debe ser
por ello por lo que esta escuela no estableció cómo llevar a cabo un programa preventivo. Si bien,
daba a entender que la evitación del castigo sería el mejor modo de prevenir.

3. La Criminología positiva
3.1. Origen de la escuela social

La enorme influencia que había adquirido la escuela clásica, sobre todo respecto a la forma de penar
y castigar los delitos, relegó, prácticamente al olvido, el estudio del individuo hacia el que iban
encaminadas tales penas y castigos. Tanto es así que la ciencia médica basaba el estudio del
delincuente en diagnósticos fisonómicos que se hacían manifiestos a través de una charlatanería

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«pseudocientífica», más cercana a un espectáculo circense que a la aplicación estricta de un método
científico.

En este contexto pseudocientífico, aparecen los primeros sociólogos que formaron parte de la
llamada escuela social francesa, quienes a través de sus trabajos sobre los grandes cambios que la
Revolución Industrial estaba planteando sobre el orden social y los conflictos que de ello se
derivaban, aportan los pilares y argumentos matemáticos que cambiarán el panorama científico de
las ciencias sociales.

Entre aquellos pioneros que recurrieron a esta forma de describir aspectos prioritarios de la
conducta criminal y completamente distintos a los conocidos hasta entonces, para centrarse en la
influencia del medio social, destacan el francés André-Michel Guerry y el belga Adolphe Quetelet,
cuyas obras Essai sur la statistique morale de la France y Sur l’homme et le developpement de las facultés ou essai
de physique sociales, de 1833 y 1836 respectivamente, de corte ambientalista y bases sociológicas
catapultaron la importancia de la estadística como medio para elaborar modelos teóricos con una
base argumentada y contrastable.

3.2. Principales características de la escuela social

La principal aportación de la perspectiva se centraba en un interés primordial por clasificar las


regularidades sociales que dan razón del crimen y establecer leyes que permitieran explicar el
fenómeno. Hasta entonces, las ciencias médicas y jurídicas habían intentado por los medios
disponibles explicar el crimen a través de argumentaciones poco sólidas aunque con un intento de
revestirlas científicamente al ser aprobadas por consenso más que por investigación. A este marco
de actuación acuden Guerry y Quetelet, quienes aplican el método estadístico para reunir el
conocimiento social, convencidos de que esta solución era la mejor para la sociedad.

Con la obra de Guerry da comienzo la era empírica de la ciencia social, más conocida como
estadística moral, que se utiliza para analizar una serie de fenómenos sociales, tales como el
crimen, los suicidios o el índice de analfabetismo entre otros. Entre los métodos más destacados se
encuentra el uso de tablas y mapas para analizar y, lo que es más importante, relacionar la variedad
de hechos y situaciones sociales que se desarrollaban en la Francia de aquella época.

Guerry demostró que los índices porcentuales que mostraban ciertos fenómenos sociales como la
criminalidad y suicidio permanecían estables en el tiempo y estaban especialmente marcados por la
edad y el sexo, la región geográfica e incluso por la estación del año. Así, estos números variaban
sistemáticamente por las distintas regiones que componen Francia. Esta regularidad, presentada en

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forma de números, creaba la posibilidad de concebir, por primera vez, que las acciones humanas en
un mundo social estaban gobernadas por leyes sociales, tal y como los objetos inanimados eran
gobernados por leyes del mundo físico.

De paso, echó atrás algunas viejas concepciones sobre la naturaleza y causas de la delincuencia, tales
como las relacionadas con la pobreza y la educación, que eran subsumidas por hechos sociales
como la distribución geográfica. En esta misma línea de corte estadístico, el belga Adolphe
Quetelet se apoya firmemente en el concepto de media. Así, a través de estudios sobre el sexo, la
edad, la ocupación y la región geográfica, esperaba encontrar un «hombre medio» sobre el cual se
diferenciaran el resto de una manera cuantitativa. Además, este «hombre medio», al ser
representativo de una nación, podría representar también al tipo medio de esa nación, lo que podría
aplicar para distinguir a los distintos tipos de especímenes humanos.

Esta metodología para hallar este tipo medio, además, podría ser usada por otras disciplinas que
tengan que crear un juicio sobre individuos, algo que así ocurrió, ya que doctores, criminólogos y
antropólogos se adentraron en la medida del individuo a través de ciertas propiedades sobre las que
identificar alguna diferencia. De esta manera, Quetelet proporcionó los fundamentos para una
criminología determinista que fue subsecuentemente adoptada por Lombroso, que utilizó como
«media» la heredabilidad mental y biológica del ser humano.

En definitiva, a partir de Guerry y Quetelet, todos los estadistas morales accederían a este tipo de
datos para ayudar al estudio inductivo de la vida social, con el objetivo de descubrir esas leyes
sociales que gobiernan al ser humano.

Es interesante destacar también cómo Quetelet advirtió que la variación alrededor de la media no
ocurría aleatoriamente sino de una manera firme que daba forma a una distribución o campana de
Gauss, como ocurre en geometría. Así realizó el primer intento serio de aplicar la distribución de
normalidad estadística a una materia social. En este sentido, al igual que Guerry, encontró que el
número de suicidios y crímenes mostraban una tendencia que se repetía año tras año, con lo que se
daba una contrastación de datos que verificaba el método de estudio y posibilitaba la comparación
de fenómenos sociales a través de datos matemáticos entre distintas poblaciones, algo que no había
ocurrido hasta entonces. De estas regularidades pudieron extraerse las denominadas leyes
sociológicas, que siguen las siguientes características:

1. Si los eventos tienen causas que persisten en el tiempo, se puede esperar que los mismos
eventos ocurran de nuevo.

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2. El estudio de un gran número de individuos, sugiere que las causas generales dominan las
numerosas influencias sobre aquellas triviales.
3. Cuanto mayor es el número de individuos más se anula la individualidad y se puede estudiar
el predominio de una serie de hechos que dependen de causas generales, según las cuales
las sociedades existen y se mantienen.
4. Las condiciones sociales actúan sobre el hombre de una manera abrumadora por lo que
esta sociedad, como una totalidad, debiera ser la responsable, y no el individuo.
5. El crimen es el resultado de las circunstancias en que es colocado el ser humano por la
sociedad.
6. La libertad del individuo es escasa.
7. Ningún acto individual contrariará a las reglas generales o leyes de organización social.
8. La corrección de los efectos de una sociedad debe empezar con la corrección de sus causas,
por tanto, la mejora de las condiciones sociales comenzará con la reforma de las
instituciones sociales.
9. El libre albedrío es confinado a un modelo científico determinado por sus causas.
10. Ningún individuo puede ser libre ante las masas y las leyes sociales que le gobiernan.
11. Las tendencias de los crímenes tienden a reflejar la condición social de la comunidad y la
comparación de estas condiciones puede hacerse respecto a diferentes momentos y lugares.
12. Los índices de criminalidad tienden a ser altos en áreas que han demostrado grandes
desigualdades en riqueza. En tales áreas, la observación continua del lujo y de la
distribución desigual de la riqueza puede alentar y animar a ciertos individuos hacia el
crimen.
13. Las estadísticas criminales también mostraron que los índices criminales se relacionaban
con el tipo de educación disponible y la presencia o ausencia de «instrucción moral». Sin
embargo, los factores más influyentes eran la edad y el sexo.

En definitiva, nos queda con Guerry y Quetelet que a través de los datos estadísticos se puede
predecir que habrá una alta probabilidad de que un cierto grupo muestre aproximadamente el
mismo número de conductas (e. g., suicidios) en los siguientes años. Aunque por desgracia, es
imposible decir qué individuos serán los responsables de estas acciones. Quetelet sobre las
regularidades estadísticas fallan a la hora de probar la existencia de cualquier ley de conducta
humana, ya que carecían de un marco teórico apropiado que diera cuenta de cómo se formaban
estas leyes sociales y cómo afectan no solo al ser humano, sino a cualquier ente que sea capaz de
formar un grupo social.

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3.3. Origen de la Escuela Positiva italiana

Cessare Lombroso, considerado el padre de la criminología, estableció junto a Ferri y Garófalo a


mediados del siglo XIX las bases de la escuela positiva. El denominado periodo criminológico
lombrosiano se perfila entre 1876 (fecha de publicación de su famoso libro Tratado antropológico
experimental del hombre delincuente) y 1900.

En este libro se describían una serie de características fundamentadas en investigaciones


sistemáticas llevadas a cabo en más de ochocientos delincuentes, en las que se concluía que había
un ser humano de origen atávico cuya respuesta natural era de tipo violento. A este ser humano se
le podía reconocer por una serie de rasgos antropométricos, reflejo de su evolución estancada.

Además de esta visión evolutiva, la escuela positiva estableció una serie de cambios postulados
por los otros dos fundadores de esta escuela, Enrique Ferri y Rafael Garófalo, tales como los
factores sociales asociados al criminal y los sustitutivos penales a la prisión. Así, esta escuela daría
un giro radical al concepto de crimen y de delito que hasta entonces había sostenido la escuela
clásica, otorgando al hombre un papel preponderante en una conducta que solo podía tener sentido
en la medida en que es realizada por él, lejos de la visión metafísica de la escuela clásica en la que el
hombre es apartado del delito como si no tuviera nada que ver con él.

A pesar del breve lapso de tiempo que permanecieron de manera hegemónica las tesis de la escuela
positiva, tales ideas germinaron y se propagaron rápidamente por países europeos como Holanda y
Alemania, por otros continentes como el americano, llegando las ideas a Estados Unidos, así como
por países latinoamericanos como Argentina, Chile y Venezuela. Este periodo de vigencia se vio
interrumpido por la aparición de la escuela de Chicago, de corte sociológico, que con sus estudios
sobre la ciudad de Chicago en los años veinte estableció un nuevo paradigma en el estudio del
crimen. Pero hasta entonces, la idea de la escuela positiva caló profundamente y aún hoy en día
podemos observar cómo la peligrosidad del delincuente o la función de reeducación con un
objetivo de reinserción siguen formando parte de la política penal de los llamados Estados de
derecho.

3.4. Principales Características de la Escuela Positiva Italiana

La escuela positiva se encuadra en el movimiento cultural del positivismo filosófico, promovido


por Auguste Comte o John Locke como máximos representantes, a través del cual tratan de
aplicar los métodos de las ciencias naturales para explicar la delincuencia. Los autores de la
escuela positiva no mantienen, como erróneamente se sostiene, que la criminalidad se deba

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únicamente a factores biológicos, pero sí postulan que en caso de que la persona carezca de
predisposición biológica en ningún caso delinquiría. Es por ello por lo que una idea clave de la
escuela positiva es la defensa de la anormalidad biológica del delincuente.

Esta escuela sostenía que existía un hombre predestinado a hacer el mal, matando, violando e
incluso practicando el canibalismo. A ese hombre delincuente le denominó «atávico», es decir, un
individuo no evolucionado en la acepción darwiniana, que aún poseía caracteres propios de los
ancestros primitivos y salvajes, que le conferían una ferocidad y agresividad propias de este estado
evolutivo.

La piedra angular sobre la que Lombroso sostenía su hipótesis atávica proviene de la autopsia que
realizó en 1866, en la cárcel de Pavía, a uno de los más famosos bandidos italianos de la época, el
calabrés Vilella, y en la que encontró una cavidad que solo se halla en las razas primitivas y en
ciertos mamíferos, la foseta occipital media, destinada a recibir una tercera parte del lóbulo
mediano, y que posteriormente verificó en otros delincuentes como Verzeni, un estrangulador que
mordía la carne y bebía la sangre de sus víctimas.

Después del estudio exhaustivo de todo tipo de delincuentes, Lombroso elaboró y describió toda
una serie de rasgos antropomórficos, por lo que concluyó que al ser atávico responsable del
«criminal nato» se le puede reconocer por las siguientes características, distribuidas a través de una
expresión fenotípica, diversas aptitudes, así como rasgos de personalidad.

Una vez constituida la fenomenología de este criminal nato, Lombroso estuvo en disposición de
estimar la prevalencia del delincuente nato, indicando que su fenomenología se encontraría en el 65
o 70% de los delincuentes. Aunque a medida que pasaba el tiempo e iba sacando nuevas reediciones
de su libro, tal porcentaje iba descendiendo, hasta que finalmente en su último libro, El crimen, sus
causas y su remedio (1897), reconoce que solo un tercio de los delincuentes son delincuentes natos.

Es en la cuarta edición de su famoso libro cuando Lombroso establece la clasificación final de


delincuentes que divide en dos grandes grupos:
1. Criminales por defecto orgánico.
2. Criminales por causas exteriores al organismo.

A su vez, al primer grupo lo subdivide en otros dos:


1.1. Por defecto orgánico innato.
1.2. Por defecto orgánico adquirido.

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Mientras que al segundo grupo lo divide, asimismo, en otros dos:

2.1. Delincuentes por ocasión.


2.2. Delincuentes por impulso.

Principales características del delincuente nato


Expresión fenotípica Aptitudes Personalidad
Frente huidiza y baja. Insensibilidad al dolor a Inestabilidad emocional
Grandes arcos cigomáticos veces delirante. Tendencias suicidas
Pómulos pronunciados Lenguaje especial, Vanidoso
Orejas en forma de asa difuso, a Amoral
Gran pilosidad Agudeza visual. Vengativo y cruel
Zurdera Colérico
Mentiroso
Ocioso
Promiscuo, ludópata y alcohólico
Tendencia a los tatuajes

Clasificación lombrosiana del delincuente


por defecto orgánico por causas exteriores al organismo
Por defecto orgánico innato Delincuentes por ocasión
• Criminales natos. • Pseudocriminales.
• Loco moral. • Criminaloides.
• Epilépticos. • Habituales.
• Mattoide.

Por defecto orgánico adquirido Delincuentes por impulso


• Alcohólico. • Pasionales.
• Histérico.

Lombroso, aparte de esta descripción tan detallada que podríamos considerar una de las primeras
tipologías delictivas, también estudió las causas de la delincuencia juvenil, perversos que surgen
en la infancia, pero que la evolución natural los redirige hacia el bien. También se interesó por el
significado de los tatuajes, la escritura y el arte de los delincuentes, así como por las mujeres
criminales, e incluso analizó en su libro El hombre delincuente a dos figuras históricas, Nerón y
Mesalina, desde su vertiente criminal. Por tanto, como podemos observar, los estudios de
Lombroso abarcaron un amplio espectro de toda la conducta criminal. Todo ello, con el máximo
rigor que permitían los instrumentos de la época, lo que otorga un gran valor que desde la
perspectiva tecnológica de hoy en día no se valora en su justa medida.

Aunque la tesis del delincuente nato fue la principal propuesta de la escuela positiva, no hay que
olvidar que esta escuela también propuso una serie de factores de riesgo para delinquir, así como
varias propuestas innovadoras sobre el proceso y medidas sancionadoras.

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En el análisis de aquellos factores de riesgo, la escuela positiva propuso la denominada teoría


multifactorial o plurifactorial, la cual es desarrollada principalmente por Ferri. Este, como
discípulo de Lombroso, sostenía que el punto de partida es que en todo delincuente existe una
persona biológicamente anormal, pero añade que esta anormalidad biológica es solo una
predisposición contingente con factores de carácter ambiental que en determinados casos son
decisivos. Esta teoría pasa a ser un sello de la escuela positiva, que afirma que el delito es resultado
de tres órdenes de factores:

1. Antropológicos o individuales. Son los que derivan de la herencia biológica y entre ellos
se señalan la raza, la edad, el sexo, la constitución física y la personalidad. La idea
fundamental de tales factores es que existen personas (o grupos de personas) que tienen
predisposición biológica a la delincuencia, mientras que otras personas carecen de tal
predisposición. Si predominan estos factores, se tiene la clase de los criminales locos y
natos o instintivos.

2. Físicos. Los más importantes son el clima, la estación del año, el periodo del día, las
condiciones atmosféricas y la producción agrícola. Así se destacan, entre otros aspectos,
que los climas cálidos van vinculados a mayor criminalidad pasional, que en los periodos de
mayor escasez agrícola, como la estación invernal, se producen más delitos contra la
propiedad, y que la oscuridad de la noche genera más delincuentes que la luz del día.

3. Sociales. Estos hacen referencia principalmente a la familia, la educación, el alcoholismo,


las condiciones económicas y la organización política. Se indica que las mejoras de las
condiciones de vida de la clase obrera llevan a una disminución de los delitos contra la
propiedad, que el progreso cultural de un pueblo va vinculado a la disminución de delitos
violentos o que la delincuencia es mayor entre la población analfabeta que entre la
población instruida. Si prevalecen los factores físicos y/o sociales, se tiene la clase de los
criminales habituales, ocasionales o pasionales.

Respecto a las medidas innovadoras que esta escuela propuso para tratar de combatir la
peligrosidad del delincuente, los autores positivistas se centran en la persona y defienden que la
pena tenga un contenido reeducativo pero de duración solo determinada por los progresos del
delincuente hacia su resocialización. La escuela positiva sostenía que los medios para lograr la
reeducación debían centrarse en el trabajo, la educación, la moralización y la disciplina. Para que el
recluso se sienta parte activa en este proceso reeducador, se debe instaurar un sistema de
disminución gradual de las penas (sistema progresivo), cuya última fase consista en un tratamiento

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en libertad (libertad condicional). En coherencia con la filosofía de pena indeterminada, la
progresión del recluso hacia la atenuación de la pena solo debe producirse en la medida en que el
tratamiento reeducador haya servido para ir disminuyendo su peligrosidad.

4. La Escuela de chicago
4.1. Origen de la escuela de chicago

Una corriente de cambio recorre la ciudad de Chicago, que nada tiene que ver con lo que ocurre en
la vieja Europa. La estructura social se construye rápidamente posibilitando la observación, en un
breve periodo de tiempo, del crecimiento de una sociedad que se expandía siguiendo unas reglas
naturales de crecimiento demográfico y urbanístico que producía unos efectos emergentes y visibles
de esta nueva entidad. Más de treinta y cinco nacionalidades se asientan y buscan un lugar en esta
ciudad, posibilitando el estudio sociológico de los individuos y los grupos que la conforman. El
crecimiento desorbitado de Chicago trae consigo problemas raciales y todo tipo de violencia
asociada al contrabando, robo y extorsión. Asimismo, los jóvenes desprotegidos se agrupan en
bandas, y la mujer, en clara inferioridad para competir en labores industriales, acaba
prostituyéndose.

Así, este momento sin igual es aprovechado por la denominada escuela de Chicago, cuyos
principales fundadores –de origen católico– ven en esta ciudad una oportunidad para aplicar un
pragmatismo ideológico a las calles, con la firme creencia de que la ciencia y la técnica eran los
elementos fundamentales que posibilitarían, por una parte, un estudio pormenorizado que explicara
los cambios acaecidos en la ciudad de Chicago en los primeros decenios del siglo XX y, por otra,
la aplicación de los resultados de tales estudios para el correcto progreso y desarrollo de la ciudad y
sus habitantes emergentes.

El nacimiento de la escuela de Chicago, en octubre de 1892, surge gracias a la ayuda de la


filantropía privada americana, en este caso, caracterizada por un fuerte carácter religioso,
principalmente relacionada con la comunidad baptista. Entre ellos, destaca el multimillonario
Rockefeller, cuyas millonarias aportaciones sufragaron e incentivaron la investigación sociológica
llevada a cabo en esta ciudad.

Así, este respaldo económico facilitó la creación de un entramado investigador que sustentaba los
siempre caros estudios de investigación y que, posteriormente, había que difundir, lo que no fue
problema, pues para ello fue creada ex profeso, en 1895, la revista American Journal of Sociology, que se
convertiría no solo en el órgano de expresión de esta escuela, sino también de la sociología
americana. Esta dinámica, en clara línea ascendente, de la sociología americana obtiene su
culminación con la creación, diez años después, de la American Sociological Society, cuya oficina se

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Historia de la criminología en España
encontraba en el campus de Chicago, y da fe del estatus y fama que alcanzó esta escuela en los tres
primeros decenios del siglo XX.

Por tanto, hablar de la escuela de Chicago es referirse al departamento de sociología de la


Universidad de Chicago y a su producción intelectual e investigadora, que promulgó otra visión
de la delincuencia que enriquecería la ya ofrecida por la clásica y la positiva, estableciendo el tercer
gran paradigma sobre el origen y causas del crimen y la delincuencia. Su influencia se dejó sentir
hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y hasta ese momento produjo debates intensos
sobre la evolución del hombre en una sociedad y la mejor forma de medir y explicar este hecho.
Autores como Peirce, James, Mead o Dewey fueron traídos a primera escena, ya que sus
postulados sobre el Estado, el individuo, la justicia y la ética se tornaban imprescindibles para
entender y dar sentido a este desarrollo que se estaba produciendo en la ciudad de Chicago.

4.2. Principales características de La Escuela de Chicago

La escuela de Chicago se caracteriza porque no proponía un método uniforme de estudio. Es más,


esta escuela es considerada como tal mucho después de su puesta en marcha. Ha sido con el paso
de los años cuando se han encontrado las similitudes necesarias que posibilitan hablar de una
escuela, pues aquellos primeros autores que sentaron las bases de esta nueva sociología pragmática
nunca se autodenominaron como tal.

De ahí que podamos encontrar una gran heterogeneidad de estudios y teorías que se han que
obtuvieron los primeros investigadores de la Universidad de Chicago, y más concretamente del
departamento de sociología. La escuela de Chicago, a diferencia del movimiento político que se
estaba instaurando en Europa, el llamado darwinismo social, origen del más extremo fascismo y
que aludía a su veracidad basándose en los estudios psicológicos de Galton y Pearson, sociológicos
de Spencer y, por supuesto, biológicos de Darwin, impuso al estudio de la conducta de los seres
humanos el llamado neolamarckismo, según el cual dicha conducta estaría determinada por el
medio social. Según esta escuela, no se puede concebir una conducta humana fuera del contexto
social, lo que la lleva a alejarse del innatismo y la heredabilidad instaurada en Europa. Esta escuela
también está fuertemente influenciada por una corriente filosófica denominada pragmatismo
propuesta por Dewey y Mead.

Estos autores sostenían que más allá de encontrar verdades filosóficas, una teoría debe orientarse
hacia los resultados, ya que la aplicabilidad de tales resultados es el objetivo último hacia el que
encaminar los esfuerzos y estudios. Asimismo, desde esta escuela se acuña y consolida el concepto
de interaccionismo simbólico en el estudio del comportamiento humano, el cual se desarrolla en

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Historia de la criminología en España
función del significado que el individuo otorgue a sus comportamientos y que se produce en la
interacción de la vida en sociedad y en respuesta a las actividades de los otros miembros con los que
se relaciona.

Dentro de esta escuela podemos diferenciar claramente tres periodos que se desarrollan a la par que
la ciudad va evolucionando:

1. Transcurre desde la fundación de esta hasta el final de la Primera Guerra Mundial, donde
destacan los estudios realizados por Small, Henderson y Thomas, que pusieron el énfasis en la
institucionalización de la disciplina y el estudio de los impactos de la inmigración, tanto en el
ámbito de la organización de los grupos como en la psicología social que afecta al cambio de
valores y actitudes. Este periodo también se caracteriza por ser una fase estrechamente vinculada al
evangelismo cristiano de sus fundadores, que intentan ofrecer una respuesta a las filosofías que
defienden el capitalismo más liberal, como el darwinismo y el evolucionismo, así como a luchar
contra sus consecuencias sociales más duras, que se plasman en la ciudad de Chicago.

Los sociólogos americanos dirigieron el desarrollo de sus investigaciones a comprender las formas
de comportamiento de los grupos que se asentaban en la ciudad, al análisis de las comunidades
urbanas, hacia los problemas que causaban la inmigración y la asimilación cultural y étnica, los
procesos de marginación y el cambio de la estructura familiar.

Un concepto que se torna de vital importancia, en este primer periodo de la escuela de Chicago, es
el conflicto de los todas las formas y niveles, tales como las que se dan en el trabajo, las relaciones
étnicas, la marginación o la delincuencia. Sostenía Thomas que el comportamiento y el cambio
social debían ser entendidos como el resultado de la interacción continua entre la conciencia
individual y la realidad social objetiva; por tanto, la interpretación del comportamiento social
requería necesariamente el conocimiento del significado subjetivo que los individuos aplican a su
acción, es decir, al conflicto que surge.

2. Discurre desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta aproximadamente 1935 bajo el
liderazgo de Robert Park y Ernest Burgess, que centraron su atención en el desarrollo urbano y el
control social, insistiendo en la importancia de la metodología y los programas de investigación
como línea empírica a seguir, intentando con ello alejarse del enfoque moralista del periodo
anterior. Sintomático del crecimiento acaecido en Chicago durante la década de los años veinte a
treinta, se puede observar que su población alcanzó los cinco millones en 1930, cuando apenas
contaba con un millón en 1920. En 1921, con la publicación del libro de Park y Burgess Introduction
to the sciences of sociology, se marca uno de los puntos álgidos de esta segunda época, ya que en él se

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Historia de la criminología en España
sistematiza y describe la denominada teoría ecológica, en la que se recopilaba y formalizaba la
producción científica de los estudios sociales alrededor de la ciudad de Chicago.

Con este nombre de teoría ecológica pretendían identificar a la ciudad como la jungla en la que se
desenvuelve y socializa el ser humano, aplicando conceptos tales como competición, invasión,
dominio o segregación, que Park y sus colegas adoptaron para expresar los cambios físicos y
sociales que afectaban a la ciudad. Según estos autores, el hombre, a diferencia de los animales, no
era presa de instintos y estímulos que guiaban su conducta, sino que podía crear un entorno en el
que vivir, creado a su imagen y semejanza, por lo que este entorno sería el hábitat natural en el que
se desarrollaría el individuo.

Basándose en esta nueva dimensión social, la escuela de Chicago realizó un estudio de la estructura
social como consecuencia de la actividad humana que dio origen al nacimiento de la sociología
urbana, donde la ciudad se concebía como unidad y diversidad ecológica. En este orden de cosas, la
visión de Park y Burgess suscitó que la delincuencia tiene la distribución del espacio, así como la
localización de áreas urbanas con características identificativas que eran inmutables
independientemente de los individuos que albergaran o se ubicaran en estas localizaciones. Pero,
finalmente, sería Burgess quien elaborase la teoría de los círculos concéntricos, en la cual se sostenía
que la expansión del espacio urbano puede representarse a través de cinco zonas que siguen una
forma concéntrica y en la que se pueden distinguir distintas problemáticas sociales asociadas a cada
zona y que reúnen las siguientes características:

Zona I: centro financiero. Se ubica en el centro de la ciudad y es el foco donde se reúne el


comercio, la banca, las oficinas, clubs, hoteles, teatros y la vida social. En definitiva, el cuartel
general de la vida política, cívica, social y económica.

Zona II: de transición. Esta zona está ubicada alrededor del centro financiero y destaca porque es
el área más peligrosa, caracterizada por el alto nivel de inmigración que recibía, lo que facilitaba que
las familias no arraigaran ni establecieran vínculos sociales importantes, debilitándose con ello el
control social comunitario, en el que el anonimato, la desesperación y la falta de autoridad
disparaban los delitos. Es de transición porque en cuanto los individuos o familias prosperaban,
escapaban de esta área, principalmente hacia la tercera.

Zona III: domicilio de los trabajadores. Esta área está principalmente poblada y constituida en
su mayoría por vecindarios de inmigrantes de «segundo ajuste», es decir, que ya han conseguido la
suficiente independencia económica para establecerse en estos lugares de la ciudad y albergan ya
cierto grado de ajuste a la cultura norteamericana.

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Historia de la criminología en España
Zona IV: zona residencial. Principalmente habitada por familias de clase media de nacionalidad
autóctona, dedicadas a pequeños negocios y profesiones especializadas, aunque también
caracterizada por ser una especie de pequeño satélite de la zona I en la que se encontraban
ramificaciones de estos negocios y lugares de ocio de la gran ciudad.

Zona V: extrarradio. La mayoría de los hombres que residen allí pasan el día trabajando en el
distrito comercial, retornando a casa solo por la noche. Así, en el extrarradio son las madres y
esposas las que soportan el peso de la familia, por lo que no hay duda de que se trata de una zona
en la que predomina un estilo familiar matriarcal. También se caracteriza por ser la que más
segregación exhibe de todas las áreas metropolitanas y en la que se llevan a cabo y promueven
iniciativas financiadas por dinero conseguido con el crimen.

3. Se sitúa en la década de los años treinta y presencia la decadencia de la escuela, no


solamente a causa de la muerte o jubilación de sus representantes más significativos, sino debido
también a un cambio en el panorama político y social americano y, por tanto, de los intereses y
preocupaciones de las ciencias sociales.

La orientación de los mapas urbanos, esencia de la teoría ecológica a pesar de su carácter


pragmático, no pudo ser sustentada por una gran teoría que diera variables de estudio, lo que
dificultó su continuidad, como así pasó tras la salida de Park de la Universidad de Chicago en 1938,
quien se llevó con él su metodología y hasta entonces buque insignia de la escuela de Chicago. A
esta lenta desaparición del modelo ecológico también ayudó la consolidación de la estadística
cuantitativa como método de análisis, en la que la percepción subjetiva de los actores sociales cedía
el protagonismo que había tenido en el modelo ecológico.

En este sentido, no hay que olvidar la tremenda y devastadora crisis económica que sufrió Estados
Unidos, la Gran Depresión, que obligó a un cambio de estudio, desde la microsociología, que
caracterizó a los dos primeros periodos de la escuela de Chicago, centrados en los problemas locales
de la ciudad, hacia la macrosociología, orientada hacia el estudio de los problemas sociales generales
de un país que reclamaba la ayuda de los mejores profesiones en esta disciplina.

Como principales críticas que se realizan al enfoque ecológico y contribuyen a la decadencia del
mismo destacan las siguientes:
1. La contradicción entre su adhesión al positivismo y su cuadro conceptual.
2. El concepto de sistema ecológico, ya que a nivel teórico se refería a aspectos de la vida
social en los que la experiencia subjetiva era intrascendente.

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Historia de la criminología en España
3. No clarificó las diferencias conceptuales entre el espacio físico y el sociopatológico, ni el
equilibrio entre los aspectos activo y reactivo de la personalidad.
4. Falta de claridad en sus postulados teórico-metodológicos, ya que hasta la década de los
treinta sus publicaciones no incluyeron apéndices metodológicos que explicaran la
elaboración de sus investigaciones.
5. Un excesivo etnocentrismo sobre la ciudad de Chicago.
6. Pasar por alto y obviar atributos fundamentales del ser humano, como los sentimientos,
valores y deseos.
7. Sus modelos de organización y cambio social autodenominados «naturales» eran
excesivamente conservadores y, paradójicamente, resistentes al cambio en una ciudad en
constante crecimiento.

En resumen, la escuela de Chicago ha desempeñado un papel fundamental en la instauración de


una metodología y un objeto de estudio que acercó la conducta criminal a los problemas sociales y
personales con los que una persona se encuentra en su convivencia en sociedad. Para ello, se valió
de los grandes cambios que se estaban produciendo en Chicago y que hacían de dicha ciudad el
lugar ideal para experimentar una sociología activa y comprometida con el crecimiento de una
población que originaba conflictos y grandes desigualdades sociales. Todo ello facilitaba la ruptura
de una cultura que en su mezcla con muchas otras, provenientes sobre todo de Europa, originaba
periodos de transición que podían ser observados y analizados para comprender la adaptación
individual y grupal a un entorno social que se asemejaba a la adaptación natural de cualquier especie
a un nuevo hábitat. Así, esta escuela, a través de una metodología principalmente cualitativa
(etnográfica, ecológica y biográfica), aunque también cuantitativa (datos sociodemográficos), nos
deja grandes resultados de investigación sobre los problemas que generan la inmigración, la
marginación, las relaciones interétnicas, la delincuencia juvenil y criminal, la familia, los procesos de
socialización en la desviación, la asimilación y el control social.

5. Referencias bibliográficas

Clemente Díaz, M. (2013): Introducción a la Criminología. Ed. Centro Estudios Financieros.

6. Prácticas
Se entregarán a lo largo del desarrollo del tema.

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