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LOS RIOS PROFUNDOS OBRA COMPLETA RESUMEN POR CAPITULOS

I. EL VIEJO.

El Viejo y mi padre se odiaban a pesar de ser parientes, pero tenía un proyecto para él, por ello
fuimos en su búsqueda al Cuzco, por fin llegamos y nos hospedamos en su casa, a la llamada de
mi padre aparecieron un indio y un mestizo, el primero llevaba nuestro equipaje, mientras el
segundo nos guía con una lámpara escondida a lo que sería nuestro cuarto de hospedaje, nos
llevó al tercer patio con olor a muladar, mi padre se enfadó porque el cuarto era una cocina,
¡estamos en el patio de las bestias! Exclamó. Conversó con el Viejo, pero sus palabras terminaron
por ofender a mi padre, por ello nos iríamos en la madrugada, mientras tanto presuroso observaba
el muro, los palacios, templos y las plazas, ¡era el Cuzco! La ciudad natal de mi padre.
Posteriormente el Viejo le pide perdón a mi padre por ello nos iríamos a la mañana siguiente,
después de oír misa junto con el Viejo, antes de ello fuimos a la catedral, a la plaza, a los arcos, a
los muros del palacio incaico, etc., y escuchamos un canto ¡era la María Angola!, la voz de la
campana, llegaba a cinco leguas de distancia. Luego nos dirigimos a dormir, nos llevó el indio al
tercer patio, hicimos nuestra cama en el suelo, sobre la tierra, para ello yo ya contaba con catorce
años de edad.
A la mañana siguiente empacamos pasamos por la vivienda del Viejo, y en esa imponente casa
tuve la oportunidad de conocerlo, su rostro era ceniciento de piel dura, aparentemente descarnado
de los huesos, era muy bajo casi un enano, y sobre todo avaro, llegamos a la plaza de armas, el
Viejo se puso de rodillas y se persignó, mi padre lo observaba, luego ingresamos al templo y se
arrodilló sobre las baldosas, rezó apresuradamente, su voz metálica, las arrugas de su frente
resaltaban a la luz de las velas, eran surcos y daban la impresión de que su piel se había
descarnado de sus huesos, no oímos misa y volvimos para emprender viaje, en señal de
despedida el Viejo me dio la mano, nos veremos me dijo, subí al camión con mi padre, luego
viajamos en tren, y llegamos a Apurímac cuyo significado en quechua es: “Dios que habla”.
II. LOS VIAJES.
No teníamos una residencia fija mi padre fue un abogado, viajábamos por valles cálidos, siempre
junto a un rio pequeño, permanecíamos en un lugar por tiempo corto, decidía irse de un pueblo a
otro cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los pájaros,
cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria. Un día llegamos a un
pueblo, cuyos vecinos principales odiaban a los forasteros, los niños odiaban a los pájaros los
mataban, Yo abandoné ese pueblo cuando los indios velaban su cruz en medio de la plaza, salí a
pie hacia Huancayo, en ese pueblo nos quisieron matar de hambre, apostaron un celador en cada
esquina de nuestra casa para amenazar a los litigantes que acudían al estudio. Mi padre viajaría
en camión al amanecer, yo salí a pie en la noche. Un día Llegamos Yauyos, una quebrada pequeña
sobre un afluente del rio Cañete, allí los pobladores mataban a los loros que se posaban en los
árboles, pasamos por Huancapi, donde estuvimos solo unos días, era una quebrada ancha y fría
cerca de la cordillera, sobre los techos de paja de las casas tenían nieve, las cruces de las de los
techos también tenían hielo. Nos dirigimos a Cangallo bajamos hacia el fondo del valle, íbamos
buscando al gran rio, era el Pampas, extenso que pasaba por las regiones templadas. De Cangallo
viajamos a Huamanga, allí encontramos a los indios morochucos, jinetes de rostro europeo,
cuatreros legendarios son descendientes de los almagristas excomulgados que se refugiaron en
esa pampa, fría, inhospitalaria y estéril.

III. LA DESPEDIDA.
Nos enrumbamos para Abancay, llegamos, al llegar repicaban las campanas todas las mujeres y
una parte de los hombres rezaban en las calles de rodillas. Mi padre preguntó a una mujer la razón,
y contestó: “están operando en el Colegio al padre Linares, santo predicador de Abancay y Director
del Colegio”, entonces nos arrodillamos y rezamos también.

Nos alojamos en la casa de un Notario ex compañero de colegio de mi padre, al día siguiente y


viendo la incomodidad que causábamos, alquilamos una tienda en la calle central.

Me matriculó en el Colegio y dormía en el internado, mi padre colocó su placa de abogado en la


tienda y espero clientes, presentía que mi padre se iba ir, y me dejaría por ello se presentó una
tarde en el colegio en compañía de un forastero, era de Chalhuanca, estaba pleiteando un asunto
contra un hacendado, por ello mi padre ya no podía ocultarme que se iría, se recostó sobre la
mesa y lloró, y nos separamos casi con alegría, con la misma esperanza que después del
cansancio de un pueblo, nos ilumine al empezar otro viaje.

IV. LA HACIENDA.

El hacendado: canta y baila en la fiesta del pueblo, visten de casimir, montan en su caballo y cruza
la plaza a galope, se emborrachan y vigilan a los indios cara a cara. La casa del hacendado tiene
un patio y un corral, un corredor, una dispensa, un troje, una sala amueblada con bancas y sillones
antiguos de madera. El hacendado es siempre el mayordomo de las fiestas. El patrón y su familia
vivían como extraviados en la inmensa villa. Los indios y las mujeres no hablaban con los
forasteros, un día quise hablarles, pero me rechazaron por ello el Padre Director del Colegio me
llamaba: “loco” y “tonto vagabundo”. Me angustiaba no ver a mi padre, por eso a veces quería
alcanzarlo, en donde estaba, pero respetaba la decisión y espere contemplándolo todo. Recordaba
el canto de despedida del último ayllu que me acogió, por lo cruel que me trataban mis parientes,
mientras mi papá viajaba perseguido, cuando volvió no dejamos de viajar juntos. Los hacendados
solo venían al colegio a visitar al padre director, las mujeres, jóvenes y hombres los consideran un
santo.

V. PUENTE SOBRE EL MUNDO.

“¡Pachachaca! Puente sobre el mundo significa este nombre.” Y Huanupata era el único barrio
donde había chicherías, los sábados y domingos tocaban arpa y violín, en las de mayor clientela
tocaban huaynos y marinera y la fama se fundaba muchas veces en la hermosura de las mestizas
que servía con su alegría y condescendencia, venían gente de los Andes, y pedían su música al
que tocaba el violín, yo iba a las chicherías a oír cantar y a buscar a los indios de la hacienda.
Había muchos descampados, en esos campos jugaban los alumnos del colegio, jugábamos a los
“peruanos” y “chilenos”, justamente un chileno era “Añuco” un alumno pobre que era hijo de un
hacendado que por juegos lo perdió todo, y a pesar de su absoluta pobreza, era distinguido en el
colegio tenía su protector otro alumno apellidado Lleras, este era altanero, hosco, abusivo, y
caprichoso. El “Añuco” contaba ya con catorce años de edad. En las noches algunos internos
tocaban armónica, pero nadie tocaba mejor que Romero, el alto y aindiado rondinista de
Andahuaylas.
Ciertas noches entraba a la alcoba del padre una mujer demente, que servía de ayudante de
cocina, los alumnos mayores también lo tumbaban al suelo para abusarla. Palacios era el interno
más pequeño y humilde había venido de la aldea de la cordillera. Hubo un día en que el Lleras
había desnudado a la demente y exigía que el humilde Palacios se echara en su encima, todos
lo defendimos.

Debía tener 19 o 20 años, su cuerpo era ancho, su nuca fuerte, como la de un toro, sus manos
eran grandes, era el “Peluca”, se había enamorado de la demente, por ella lloraba y se ponía
melancólico, no había venido ya varias semanas por ello se encontraba impaciente, todos los
internos le fastidiaban.

Los ríos fueron siempre míos, recordaba el valle de los Molinos, ahí había cinco molinos que eran
movidos por el agua de un rio pequeño, en esa quebrada viví abandonado durante varios meses
por ello los días domingos salía precipitadamente del colegio a recorrer los campos y aturdirme
con el fuego del valle.

Yo no sabía si amaba más al puente o al rio. Pero ambos despejaban mi alma. Debía ser como el
gran rio, cruzar las tierra cortar las rocas, pasar indetenible y tranquilo, entre los bosques y
montañas y entrar al mar.

VI. ZUMBAYLLU.

Yllu representa en una de sus formas la música que producen las pequeñas alas en el vuelo. Illa
nombra a cierta especie de luz, y a los monstros que nacieron heridos por los rayos de la Luna.

Tankayllu es el nombre del tábano zumbador que vuela en el campo libando flores, por ello llevan
la miel en su cuerpo.

Pinkuyllu es el nombre la quena gigante, que tocan los indios del sur en las fiestas comunales. El
wak´rapuku es una corneta hecha de cuernos de toro, de los cuernos más gruesos y torcidos le
ponen la boquilla de plata o de bronce.

¡Zumbayllu! En el mes de mayo lo trajo Antero, el primer Zumbayllu al colegio, todos miraban la
mano de Antero, el mismo “Añuco” lo miraba era un pequeño trompo con un cordel, bajo el sol
denso el canto del Zumbayllu se propagó con una claridad extraña parecía tener agudo filo, era el
zumbido del trompo. Antero tenía cabellos rubios, su cabeza parecía arder en los días de gran sol,
regalo varios zumbayllus, todos hicimos bailar el trompo pero lo hacía como él. La base de su
cabello era casi negro entre el color de la raíz de sus cabellos y sus lunares, había una especie
de indefinible pero clara identidad y su ojos parecía de color negro a causa del misterio de su
sangre, lo apodaron el “Markask´a” que en quechua significa el marcado. Me encargó que le
escribiera una carta para Salvinia la niña de sus sueños, su reina, se había fijado en ella y quería
conquistarla.

Rondinel un interno de contextura delgada, hueso puro, sus ojos hundidos muy pequeños,
causaban lastima estaban rodeadas de pestañas gruesas, me desafío a una pelea, Tú crees ya
leer mucho me dijo, crees también que eres un gran maestro del zumbayllu, ¡Eres un indiecito,
aunque pareces blanco! ¡Un indiecito no más! Lo apoyaba Lleras. Valle un alumno del que había
sentido respeto porque era el único lector del colegio, habló con Rondinel, y le dijo que dado a las
características de ambos él tenía las probabilidades de derrotarme, lo mío solamente era una
situación honrosa, entonces me recordé y me encomendé al “Apu K´arwarasu”. Y le hablé a él
como se encomendaban los escolares de mi aldea nativa, cuando tenían que luchar o competir en
carreras y en pruebas de valor.
El Lleras había hablado con la demente, y tenía que venir, y me dirigí al patio interior porque estaba
seguro que algo ocurriría, cuando estábamos hablando de un momento a otro apareció la demente
pegada a la pared, rechoncha, bajita entró a la vereda de los excusados, no había caminado ni
dos metros cuando el “Peluca” salto sobre ella y la derribó, en ese momento aparecieron el Lleras
y el “Añuco”, y le amarraron algo en la espalda del “Peluca”, y se fueron, posteriormente nos dimos
cuenta que en la espalda el peluca tenía un montón de arañas que con tranquilidad los mató a
pisotones.

A la mañana siguiente ya en la madrugada, me dirigí al patio de tierra, me lavé la cabeza con el


agua del pozo e hice bailar mi zumbayllu, el trompo dio un salto armonioso, bajó casi lentamente,
cantando por todos sus ojos. Una gran felicidad fresca y pura iluminó mi vida.
VII. EL MOTIN.

Antero busco al Flaco Rondinel y le explicó, que tampoco yo quería pelear entonces amistamos e
hicimos bailar el zumbayllu, ante la sorpresa de todos. A las doce una multitud de mujeres
protestan contra el robo de la sal, el que la guía es una chichera famosa, gorda, la multitud de
mujeres coreaban en quechua: ¡Manan! ¡Kunankamallam suark´aku…! Decía. (¡No! ¡Solo hasta
hoy robaron la sal!), hace su aparición el padre director, escoltado por dos frailes y se abren paso
entre la multitud. El padre trata de calmarlas pero no se puede protestan porque se había vendido
la sal para las vacas de la hacienda, y el pueblo estaba primero, entonces toda la multitud se dirige
a la oficina del estanco de la sal, Antero y yo lo seguimos, sacan instantáneamente cuarenta
costales de sal al patio y empiezan a repartirlo con suma tranquilidad y orden, “para los pobres de
Patibamba tres sacos” dijeron. En el patio encontraron también cuarenta mulas cargados con
costales de sal, las mujeres cantaban de alegría. Entonces nos dirigimos a Patibamba y entramos
a la Hacienda donde estaban los colonos y repartieron la sal a las mujeres y niños todas las
mujeres se acercaron al sitio de reparto.

Yo no pude ver estaba sumergido en un sopor tenaz e invencible, eso era a causa del cansancio,
me despertó una señora de hermosos ojos azules peló una naranja y me hizo comer, me trató con
amabilidad. De regreso ya en el barrio de Huanupata, estaban mestizos e indios tomando chicha,
celebraba el asalto a la salinera, por las mujeres especialmente Doña Felipa, y empezaron a
cantar.

Antero me encontró y me dijo que el padre, reprimió a todos en el Colegio, pero antes me presentó
a Salvinia, la niña la reina de sus ojos y su pensamiento, llegamos a la puerta del Colegio me
abrazó y me dijo: no sé por qué contigo se abre mi pensamiento, se desata mi lengua, es que no
eres de acá, los anaquinos no son de confiar, mañana de busco, ¡te llevo tu zumbayllu! ¡Del winco,
hermano del winco brujo! ¡Ahora mismo lo hago!

VIII. QUEBRADA HONDA.


El Padre Director me llevó a la capilla y me azotó por seguir a la indiada, dijo, al día siguiente me
llevó rumbo a Patibamba, allí dio un sermón y los indios y las indias, de la hacienda se arrodillaron
y lloraron yo también hice lo mismo, luego me envió de regreso al Colegio en el anca de un caballo,
lo guiaba un mayordomo, me comento que venía la tropa, para dar un escarmiento a todas las que
habían asaltado la Salinera.

Me dejó en la puerta del Colegio y me recibió el hermano Miguel lo abracé y me dijo que cuando
volviera el Padre Director, también lo abrace, Antero llego, y lo dejo pasar, y trajo el zumbayllu
¡winku y layk´a! nunca antes visto de color gris oscuro, con resplandores rojos, lo hicimos bailar,
el hermano Miguel estaba sorprendido, Antero me regalo el zumbayllu y me dijo que lo guardara
que lo haríamos llorar en el campo o sobre una piedra grande del rio.

Lleras había ofendido al Hermano Miguel, ¡negro de mierdas! Le dijo, entonces el Hermano no se
contuvo y le dio un puñetazo en la cara, y salió sangre por lo que le ordenó que se pusiera de
rodillas a Lleras y al Añuco, y los hizo avanzar rumbo a la Capilla de sus rodilla manaba abundante
sangre. Entró entonces el Padre Director y ordeno que el Hermano entrara en su celda y se llevó
al Lleras a la dirección, luego nos reunió en la capilla a todos los internos, y nos hizo reflexionar,
sin lugar a dudas el sermón que dio frente a los indios de Patibamba era diferente como más
condescendiente con los internos.

Escuchamos noticias que el ejército estaba entrando por el puente de Pachachaca, las tiendas
estaban cerradas y las indias habían huido, y se ocultaban en sus casas. Apareció el Padre
Director y nos hizo formar como para ir a Misa por orden de estatura con mirada a la Dirección,
entonces llamo al Lleras y le dijo que se pida perdón del Hermano Miguel que estaba en su frente,
salió corriendo ¡ese es un negro! ¡Un negro! Diciendo estas palabras se ocultó en uno de los
cuartos.

Mientras el “Añuco” se arrodilló frente al Hermano, y le pidió perdón lo siguió Palacitos, también
de rodillas besándole las manos, entre sollozos el Hermano lo levantó, lo abrazo contra su pecho,
lo beso en la cara y en los ojos. El Añuco saltaba de alegría.

Yo le mostré el winku layk´a al Añuco, y todos lo hicimos bailar, todos en una alegría desbordante,
entonces el Añuco: ¿me dijo me lo regalas?, ¿me lo regalas? Es tuyo Añuco le dije alegremente.

IX. CAL Y CANTO.


¡Mueran las chicheras! ¡La machorra doña Felipa! ¡Viva el Coronel! ¡El glorioso regimiento!,
escuchamos.

El Padre abrió la puerta avanzó rápidamente hacia donde estábamos los internos, le pregunte por
doña Felipa, y me dijo. “la prenderán esta noche”, conversamos y me dio a conocer que mi padre
ya no se encontraba en Chalhuanca, si no se había ido a Coracora, a cien leguas más allá. Me
hizo saber que mi padre había mandado dinero, y que me daría permiso el sábado en la tarde más
una buena propina. Sonaron los cohetes de arranque nuevamente el mismo vocerío, ¡mueran las
chicheras! ¡Mueran! Gritaron en la calle.

El “Añuco” no vino más, los Padres se reunieron. Romerito tocó el rondín, se unió a nosotros
Palacitos, mientras tocábamos apareció la opa, enseguida el “Peluca” que la quiso meter a los
excusados para abusarla, y ella se resistía, Romero lo amenazo, ¡te vas “Peluca” o te rompo la
crisma! La mujer desapareció en el pasadizo.

El “Añuco” no bajó al patio, en la mañana se llevaron su catre, su baúl y un pequeño cajón donde
guardaba insectos secos. Llegó un amigo del “Iño” Villegas y dijo que estaban zurrando a las
chicheras en la cárcel, han chillado duro, como alborotando, dice que les fuetearon el trasero
delante de sus maridos. ¿Y doña Felipa? Pregunte, dice que ha huido de noche, luego el amigo
del “Iño” se fue.

Pero supimos que los persecutores de la Felipa, encontraron una de las mulas tumbada en medio
del puente de Pachachaca, la habían matado, degollado y habían tendido sus entrañas a lo ancho
del puente, posteriormente encontraron los dos fusiles colgados sobre un árbol de molle. El rebozo
de doña Felipa, sigue colgado en la cruz del puente, dicen que el rio y el puente asustan a quienes
intenten sacarlo.
Con el Markask´a fuimos siempre a la alameda y nos encontramos con Salvinia y Alcira, me
despedí y volví, pase por el cuartel, luego entré a las chicherías, pregunte a un soldado borracho
por doña Felipa, y me dijo que la habían matado, poco después una mestiza los desmintió, luego
fui por el camino hacia el rio, vi al Padre Augusto que bajaba la cuesta por la otra banda montado
sobre una mula muy cerca al rio, me oculte tras de un árbol, el Padre cruzó el puente, al paso
lento de la bestia, luego descubrí a la demente que corría ente los arbustos, divise en ese
instante, el rebozo de doña Felipa, sobre la cruz de piedra del puente, el viento la sacudió era de
color anaranjado, desde la cima de una piedra vi que el Padre Augusto se detenía en el camino y
llamaba con la mano a la demente, ella también lo llamaba. El Padre espoleo a la mula y abandono
a la opa, enseguida subió al releje trepo la cruz, y sacó el rebozo, mugiendo siempre bajita y
rechoncha. Me acerque al puente en donde varias golondrinas se divertían cruzando, volando
sobre las aguas y encima del releje, de cal y canto, alejándose y volviendo. Regresé al Colegio,
incluso antes que el Padre y la opa, vi que el ejército se retiraba, regresé al internado, el portero
dijo: mañana temprano se va el Hermano al Cuzco, con el niño “Añuco” ya están los caballos listos.

X. YAWAR MAYU.

Palacitos pregunto al Padre Carpena: ¿se va el Hermano?, ¿se va el “Añuco”? No sé nada le


contesto secamente el Padre. La luna menguante alumbraba el patio. Dos caballos ensillados
esperaban en la escalera. Un hombre le toma de la brida. Salió de su cuarto el Hermano y la luna
iluminó el hábito blanco, salió después el “Añuco”. El Hermano me tocó la cabeza con las manos
y me besó, cuando llegó el “Añuco” y la claridad de la luna iluminó sus ojos hundidos, no pude
contener el llanto “adiós” me dijo, y me dio la mano. Bajó las gradas, montaron. El “Añuco” partió
primero, se volvió y nos hizo una señal de adiós. Palacitos lloró.

La retreta cambió a la ciudad. En la misa el Padre pronunció un sermón largo y felicito al Coronel
Prefecto. A la salida del templo, bajo el sol radiante, la banda de músicos, tocó una marcha. Vi a
Valle paseando muy orondo, escoltando una fila de señoritas. Entretanto dos jóvenes que no había
visto nunca, se acercaron al grupo de muchachas donde se encontraba Salvinia. “Soy hijo del
Comandante” llegué ayer lo escuche decir. Y tomó del brazo a Salvinia. Antero montó en cólera
enfrentó al joven quien huyó hacia el parque.

Palacios reconoce a Prudencio un paisano suyo que hace muchos años se fue a ser soldado y
ahora tocaba en la banda de músicos del ejército. Luego me dirigí a las chicherías, entre a la de
doña Felipa, una de la mozas me trajo un vaso grande de chicha, el arpista era el Oblitas el
“papacha” que afinaba su instrumento para tocar, de pronto ingresan cuatro soldados y uno de
ellos que era cabo fastidia a la moza. El arpista Oblitas comienza a tocar y cantar una canción
triste y melodiosa que solamente sale de lo profundo de sus sentimientos relacionado a los ríos y
al vivir cotidiano de los indios. ¿Por qué en los ríos profundos en estos abismos de rocas, de
arbustos, y sol, el tono de las canciones era dulce, siendo bravo, el torrente poderoso de las aguas
teniendo los precipicios ese semblante aterrador?
El maestro Oblitas tocaba dulces huaynos de Abancay. El cabo y el soldado bailaban entre sí, una
mestiza comienza a cantar y las letras hacen alusión a doña Felipa favoreciendo todas las
acciones anteriormente hechas. El rostro de los soldados parecía enfriarse, a pesar de su
abatimiento, vi que en sus ojos bullía un sentimiento confuso. Un guardia civil entro a la chichería
hizo callar la música y cesar la danza. Llevó preso al maestro Oblitas, todos huyeron yo también
me fui, encontré a la banda militar marchando hacia la plaza, seguida por una parvada de chicos,
“señoritos” y mestizos, marché a un costado de la banda, cerca de los grandes, reconocí a
Palacitos, iba casi junto al Prudencio. Y descubrí a Antero que venía con el hijo del Comandante
al cual me presento, “mucho gusto” le dije. Su nombre era Gerardo. Lugo se fueron rápidamente
alcanzaron a una fila de muchachas y aquietaron el paso. Me retiré a la plaza y tomé una decisión
que parecía alocada y que sin embargo me cautivó, ir a la cárcel y preguntar por el papacha
Oblitas. Le pregunte al guardia haciéndome pasar como su ahijado, “no se nada me contesto”.
Luego me fui al colegio y me encontré con el “Peluca”, luego miré a la opa que estaba en lo alto
de la torre observando a la banda de músicos y a toda la gente atiborrada.

XI. LOS COLONOS.


A doña Felipa no la pudieron encontrar los guardias que la buscaban se extraviaron, con datos
falsos que daba la gente. Se marchó el regimiento de la ciudad. Yo no pude comprender como
muchas de las señoritas que vi en el parque durante la retreta lloraban por los militares. No lo
comprendía, me causaba sufrimiento. Recordé a la opa trepando a la cruz sacando el rebozo de
doña Felipa, en el puente de Pachachaca. ¿Para que servían los militares? Reflexioné. Palacios
se alegró porque venía su papá a visitarlo. Antero se alejó de mí. Se hizo amigo de Gerardo hijo
del comandante se convirtió en su héroe recién llegado. Pablo el hermano de Gerardo se hizo
amigo de Valle. En el extremo del patio oscuro cave con mis dedos un hueco, con un vidrio fino
me ayude para ahondarlo, y allí enterré el zumbayllu que fue regalo de Antero. Lo tire al fondo,
palpándolo con mis dedos y lo sepulté. Apisone bien la tierra. Me sentí aliviado.
El “Chipro” dijo con voz temblorosa que en la banda de enfrente en la hacienda Ninabamba, están
muriendo, ¡algo sucede! Preguntamos al padre pero nos negó la respuesta. Sabíamos que era el
tifus, que se propagó rápidamente matando a los pobres indios. Descubrí que sobre unos pellejos
descansaba el cuerpo de la opa. Me acerque. La opa agonizaba, la cocinera rezó el padrenuestro,
en quechua yo me arrodillé. Me fui a avisar al Padre. La opa Marcelina ha muerto, ¡de tifus Padre!
¡Hágala sacar del colegio!, salí corriendo volví a la opa palideció y murió. Le pedí perdón en
nombre de todos los alumnos. Llegó el Padre me llevó me sacó a empujones, el portero me limpió
el cuerpo y me llevó a la celda deshabitada del Hermano Miguel. El Padre me interrogó: ¿entraste
a su cama?, me cubrí el rostro con la frazada, ¡Padrecito! Le dije, no me ensucie. Los ríos lo
pueden arrastrar están conmigo. Me cubrí la cabeza con las frazadas y no pude contener el llanto.
Un llanto feliz como si había escapado de un riesgo de contaminación con el demonio. Salté de la
cama, me vi desnudo y me cubrí con una frazada. Como probando mis fuerzas. “¡yo no tengo
fiebre!” voy a escapar. El portero vino a mi cuarto y me confesó que tenía fiebre y que se había
metido a la cama de la opa Marcelina. Y que se iba a su tierra para morir. El Padre me despertó
al amanecer y me dijo que el “Peluca” había perdido la razón y había sido sacado del Internado.
No me dejaron salir del dormitorio pensaban que tenía la fiebre. Palacitos se despidió mediante
una nota y cerca de mi celda me dijo: ¡Adiós! Y salió corriendo me dejo dos monedas de oro de
una libra. El martes a mediodía el Padre Director abrió la puerta del dormitorio se acercó a mi cama
apresuradamente. Te vas a la hacienda de tu tío Manuel Jesús. Tengo la autorización de tu padre.
Está a dos días de camino. ¡Iras a pie! “¡el reloj despertador sonará a las cuatro de la mañana y
hace hora te iras!”. Le he prometido a tu padre. Al día siguiente corrí rumbo al camino de Patibamba
unos guardias lo custodiaban y no me permitieron pasar, entonces regresé y vi que las puertas de
las chicherías se encontraban cerradas. Los colonos estaban pasando por las oroyas pues se
estaban muriendo de la peste, venían a solicitar una misa grande al padre, pues decían que sin
Localiza información explícita de los textos que leí para responder adecuadamente las preguntas formuladas.
Infiere e interpreta la información implícita de los textos leídos, para lo cual deduje las relaciones lógicas que me
ayudaron a comprender globalmente.

Reflexiona y evalúa el contenido, la organización textual, las estrategias discursivas y la intención del autor

misa se iban a condenar. Los colonos subían como una mancha de carneros, todos se dirigían a
Abancay. Luego fui al encuentro del padre y me encomendó para tocar las campanas anunciando
la misa. A la media noche repicaron tres veces las campanas. Fue una misa corta de media hora
los colonos rezaban y cantaban. Al día siguiente salí del colegio fui por la quebrada para llegar a
la cordillera. Por el puente colgante de Auquibamba, pasaría el rio, en la tarde la fiebre tal vez
había sido aniquilado por los colonos y puestos sobre una rama de chachacomo o de retama o
flotando sobre los montes de flores del pisonay, que estos ríos profundos cargan siempre.

José María A r g u e d a s

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