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III. LA DESPEDIDA.

Nos enrumbamos para Abancay, llegamos, al llegar repicaban las campanas todas las mujeres y una parte de los hombres rezaban
en las calles de rodillas. Mi padre preguntó a una mujer la razón, y contestó: “están operando en el Colegio al padre Linares, santo
predicador de Abancay y Director del Colegio”, entonces nos arrodillamos y rezamos también.

Nos alojamos en la casa de un Notario ex compañero de colegio de mi padre, al día siguiente y viendo la incomodidad que
causábamos, alquilamos una tienda en la calle central.

Me matriculó en el Colegio y dormía en el internado, mi padre colocó su placa de abogado en la tienda y espero clientes, presentía
que mi padre se iba ir, y me dejaría por ello se presentó una tarde en el colegio en compañía de un forastero, era de Chalhuanca,
estaba pleiteando un asunto contra un hacendado, por ello mi padre ya no podía ocultarme que se iría, se recostó sobre la mesa y
lloró, y nos separamos casi con alegría, con la misma esperanza que después del cansancio de un pueblo, nos ilumine al empezar
otro viaje.

IV. LA HACIENDA.

El hacendado: canta y baila en la fiesta del pueblo, visten de casimir, montan en su caballo y cruza la plaza a galope, se
emborrachan y vigilan a los indios cara a cara. La casa del hacendado tiene un patio y un corral, un corredor, una dispensa, un
troje, una sala amueblada con bancas y sillones antiguos de madera. El hacendado es siempre el mayordomo de las fiestas. El
patrón y su familia vivían como extraviados en la inmensa villa. Los indios y las mujeres no hablaban con los forasteros, un día
quise hablarles, pero me rechazaron por ello el Padre Director del Colegio me llamaba: “loco” y “tonto vagabundo”. Me angustiaba
no ver a mi padre, por eso a veces quería alcanzarlo, en donde estaba, pero respetaba la decisión y espere contemplándolo todo.
Recordaba el canto de despedida del último ayllu que me acogió, por lo cruel que me trataban mis parientes, mientras mi papá
viajaba perseguido, cuando volvió no dejamos de viajar juntos. Los hacendados solo venían al colegio a visitar al padre director, las
mujeres, jóvenes y hombres los consideran un santo.

V. PUENTE SOBRE EL MUNDO

“¡Pachachaca! Puente sobre el mundo significa este nombre.” Y Huanupata era el único barrio donde había chicherías, los sábados
y domingos tocaban arpa y violín, en las de mayor clientela tocaban huaynos y marinera y la fama se fundaba muchas veces en la
hermosura de las mestizas que servía con su alegría y condescendencia, venían gente de los Andes, y pedían su música al que
tocaba el violín, yo iba a las chicherías a oír cantar y a buscar a los indios de la hacienda. Había muchos descampados, en esos
campos jugaban los alumnos del colegio, jugábamos a los “peruanos” y “chilenos”, justamente un chileno era “Añuco” un alumno
pobre que era hijo de un hacendado que por juegos lo perdió todo, y a pesar de su absoluta pobreza, era distinguido en el colegio
tenía su protector otro alumno apellidado Lleras, este era altanero, hosco, abusivo, y caprichoso. El “Añuco” contaba ya con catorce
años de edad. En las noches algunos internos tocaban armónica, pero nadie tocaba mejor que Romero, el alto y aindiado
rondinista de Andahuaylas.

Ciertas noches entraba a la alcoba del padre una mujer demente, que servía de ayudante de cocina, los alumnos mayores también
lo tumbaban al suelo para abusarla. Palacios era el interno más pequeño y humilde había venido de la aldea de la cordillera. Hubo
un día en que el Lleras había desnudado a la demente y exigía que el humilde Palacios se echara en su encima, todos lo
defendimos.

Debía tener 19 o 20 años, su cuerpo era ancho, su nuca fuerte, como la de un toro, sus manos eran grandes, era el “Peluca”, se
había enamorado de la demente, por ella lloraba y se ponía melancólico, no había venido ya varias semanas por ello se encontraba
impaciente, todos los internos le fastidiaban.

Los ríos fueron siempre míos, recordaba el valle de los Molinos, ahí había cinco molinos que eran movidos por el agua de un rio
pequeño, en esa quebrada viví abandonado durante varios meses por ello los días domingos salía precipitadamente del colegio a
recorrer los campos y aturdirme con el fuego del valle.

Yo no sabía si amaba más al puente o al rio. Pero ambos despejaban mi alma. Debía ser como el gran rio, cruzar las tierra cortar las
rocas, pasar indetenible y tranquilo, entre los bosques y montañas y entrar al mar.

VI. ZUMBAYLLU.

Yllu representa en una de sus formas la música que producen las pequeñas alas en el vuelo. Illa nombra a cierta especie de luz, y a
los monstros que nacieron heridos por los rayos de la Luna.

Tankayllu es el nombre del tábano zumbador que vuela en el campo libando flores, por ello llevan la miel en su cuerpo.

Pinkuyllu es el nombre la quena gigante, que tocan los indios del sur en las fiestas comunales. El wak´rapuku es una corneta hecha
de cuernos de toro, de los cuernos más gruesos y torcidos le ponen la boquilla de plata o de bronce.
¡Zumbayllu! En el mes de mayo lo trajo Antero, el primer Zumbayllu al colegio, todos miraban la mano de Antero, el mismo
“Añuco” lo miraba era un pequeño trompo con un cordel, bajo el sol denso el canto del Zumbayllu se propagó con una claridad
extraña parecía tener agudo filo, era el zumbido del trompo. Antero tenia cabellos rubios, su cabeza parecía arder en los días de
gran sol, regalo varios zumbayllus, todos hicimos bailar el trompo pero lo hacía como él. La base de su cabello era casi negro entre
el color de la raíz de sus cabellos y sus lunares, había una especie de indefinible pero clara identidad y su ojos parecía de color
negro a causa del misterio de su sangre, lo apodaron el “Markask´a” que en quechua significa el marcado. Me encargó que le
escribiera una carta para Salvinia la niña de sus sueños, su reina, se había fijado en ella y quería conquistarla.

Rondinel un interno de contextura delgada, hueso puro, sus ojos hundidos muy pequeños, causaban lastima estaban rodeadas de
pestañas gruesas, me desafío a una pelea, Tú crees ya leer mucho me dijo, crees también que eres un gran maestro del zumbayllu,
¡Eres un indiecito, aunque pareces blanco! ¡Un indiecito no más! Lo apoyaba Lleras. Valle un alumno del que había sentido respeto
porque era el único lector del colegio, habló con Rondinel, y le dijo que dado a las características de ambos el tenia las
probabilidades de derrotarme, lo mío solamente era una situación honrosa, entonces me recordé y me encomendé al “Apu
K´arwarasu”. Y le hablé a él como se encomendaban los escolares de mi aldea nativa, cuando tenían que luchar o competir en
carreras y en prueba de valor.

El Lleras había hablado con la demente, y tenía que venir, y me dirigí al patio interior porque estaba seguro que algo ocurriría,
cuando estábamos hablando de un momento a otro apareció la demente pegada a la pared, rechoncha, bajita entró a la vereda de
los excusados, no había caminado ni dos metros cuando el “Peluca” salto sobre ella y la derribó, en ese momento aparecieron el
Lleras y el “Añuco”, y le amarraron algo en la espalda del “Peluca”, y se fueron, posteriormente nos dimos cuenta que en la espalda
el peluca tenía un montón de arañas que con tranquilidad los mató a pisotones.

A la mañana siguiente ya en la madrugada, me dirigí al patio de tierra, me lavé la cabeza con el agua del pozo e hice bailar mi
zumbayllu, el trompo dio un salto armonioso, bajó casi lentamente, cantando por todos sus ojos. Una gran felicidad fresca y pura
iluminó mi vida.

VII. EL MOTIN.

Antero busco al Flaco Rondinel y le explicó, que tampoco yo quería pelear entonces amistamos e hicimos bailar el zumbayllu, ante
la sorpresa de todos. A las doce una multitud de mujeres protestan contra el robo de la sal, el que la guía es una chichera famosa,
gorda, la multitud de mujeres coreaban en quechua: ¡Manan! ¡Kunankamallam suark´aku…! Decía. (¡No! ¡Solo hasta hoy robaron la
sal!), hace su aparición el padre director, escoltado por dos frailes y se abren paso entre la multitud. El padre trata de calmarlas
pero no se puede protestan porque se había vendido la sal para las vacas de la hacienda, y el pueblo estaba primero, entonces
toda la multitud se dirige a la oficina del estanco de la sal, Antero y yo lo seguimos, sacan instantáneamente cuarenta costales de
sal al patio y empiezan a repartirlo con suma tranquilidad y orden, “para los pobres de Patibamba tres sacos” dijeron. En el patio
encontraron también cuarenta mulas cargados con costales de sal, las mujeres cantaban de alegría. Entonces nos dirigimos a
Patibamba y entramos a la Hacienda donde estaban los colonos y repartieron la sal a las mujeres y niños todas las mujeres se
acercaron al sitio de reparto.

Yo no pude ver estaba sumergido en un sopor tenaz e invencible, eso era a causa del cansancio, me despertó una señora de
hermosos ojos azules peló una naranja y me hizo comer, me trató con amabilidad. De regreso ya en el barrio de Huanupata,
estaban mestizos e indios tomando chicha, celebraba el asalto a la salinera, por las mujeres especialmente Doña Felipa, y
empezaron a cantar.

Antero me encontró y me dijo que el padre, reprimió a todos en el Colegio, pero antes me presentó a Salvinia, la niña la reina de
sus ojos y su pensamiento, llegamos a la puerta del Colegio me abrazó y me dijo: no sé por qué contigo se abre mi pensamiento, se
desata mi lengua, es que no eres de acá, los anaquinos no son de confiar, mañana de busco, ¡te llevo tu zumbayllu! ¡Del winco,
hermano del winco brujo! ¡Ahora mismo lo hago!

VIII. QUEBRADA HONDA.

El Padre Director me llevó a la capilla y me azotó por seguir a la indiada, dijo, al día siguiente me llevó rumbo a Patibamba, allí dio
un sermón y los indios y las indias, de la hacienda se arrodillaron y lloraron yo también hice lo mismo, luego me envió de regreso al
Colegio en el anca de un caballo, lo guiaba un mayordomo, me comento que venía la tropa, para dar un escarmiento a todas las
que habían asaltado la Salinera.

Me dejó en la puerta del Colegio y me recibió el hermano Miguel lo abracé y me dijo que cuando volviera el Padre Director,
también lo abrace, Antero llego, y lo dejo pasar, y trajo el zumbayllu ¡winku y layk´a! nunca antes visto de color gris oscuro, con
resplandores rojos, lo hicimos bailar, el hermano Miguel estaba sorprendido, Antero me regalo el zumbayllu y me dijo que lo
guardara que lo haríamos llorar en el campo o sobre una piedra grande del rio.

Lleras había ofendido al Hermano Miguel, ¡negro de mierdas! Le dijo, entonces el Hermano no se contuvo y le dio un puñetazo en
la cara, y salió sangre por lo que le ordenó que se pusiera de rodillas a Lleras y al Añuco, y los hizo avanzar rumbo a la Capilla de sus
rodilla manaba abundante sangre. Entró entonces el Padre Director y ordeno que el Hermano entrara en su celda y se llevó al
Lleras a la dirección, luego nos reunió en la capilla a todos los internos, y nos hizo reflexionar, sin lugar a dudas el sermón que dio
frente a los indios de Patibamba era diferente como más condescendiente con los internos.
Escuchamos noticias que el ejército estaba entrando por el puente de Pachachaca, las tiendas estaban cerradas y las indias habían
huido, y se ocultaban en sus casas. Apareció el Padre Director y nos hizo formar como para ir a Misa por orden de estatura con
mirada a la Dirección, entonces llamo al Lleras y le dijo que se pida perdón del Hermano Miguel que estaba en su frente, salió
corriendo ¡ese es un negro! ¡Un negro! Diciendo estas palabras se ocultó en uno de los cuartos.

Mientras el “Añuco” se arrodilló frente al Hermano, y le pidió perdón lo siguió Palacitos, también de rodillas besándole las manos,
entre sollozos el Hermano lo levantó, lo abrazo contra su pecho, lo beso en la cara y en los ojos. El Añuco saltaba de alegría.

Yo le mostré el winku layk´a al Añuco, y todos lo hicimos bailar, todos en una alegría desbordante, entonces el Añuco: ¿me dijo me
lo regalas?, ¿me lo regalas? Es tuyo Añuco le dije alegremente.

IX. CAL Y CANTO.

¡Mueran las chicheras! ¡La machorra doña Felipa! ¡Viva el Coronel! ¡El glorioso regimiento!, escuchamos.

El Padre abrió la puerta avanzó rápidamente hacia donde estábamos los internos, le pregunte por doña Felipa, y me dijo. “la
prenderán esta noche”, conversamos y me dio a conocer que mi padre ya no se encontraba en Chalhuanca, si no se había ido a
Coracora, a cien leguas más allá. Me hizo saber que mi padre había mandado dinero, y que me daría permiso el sábado en la tarde
más una buena propina. Sonaron los cohetes de arranque nuevamente el mismo vocerío, ¡mueran las chicheras! ¡Mueran!
Gritaron en la calle.

El “Añuco” no vino más, los Padres se reunieron. Romerito tocó el rondín, se unió a nosotros Palacitos, mientras tocábamos
apareció la opa, enseguida el “Peluca” que la quiso meter a los excusados para abusarla, y ella se resistía, Romero lo amenazo, ¡te
vas “Peluca” o te rompo la crisma! La mujer desapareció en el pasadizo.

El “Añuco” no bajó al patio, en la mañana se llevaron su catre, su baúl y un pequeño cajón donde guardaba insectos secos. Llegó un
amigo del “Iño” Villegas y dijo que estaban zurrando a las chicheras en la cárcel, han chillado duro, como alborotando, dice que les
fuetearon el trasero delante de sus maridos. ¿Y doña Felipa? Pregunte, dice que ha huido de noche, luego el amigo del “Iño” se
fue.

Pero supimos que los persecutores de la Felipa, encontraron una de las mulas tumbada en medio del puente de Pachachaca, la
habían matado, degollado y habían tendido sus entrañas a lo ancho del puente, posteriormente encontraron los dos fusiles
colgados sobre un árbol de molle. El rebozo de doña Felipa, sigue colgado en la cruz del puente, dicen que el rio y el puente
asustan a quienes intenten sacarlo.

Con el Markask´a fuimos siempre a la alameda y nos encontramos con Salvinia y Alcira, me despedí y volví, pase por el cuartel,
luego entré a las chicherías, pregunte a un soldado borracho por doña Felipa, y me dijo que la habían matado, poco después una
mestiza los desmintió, luego fui por el camino hacia el rio, vi al Padre Augusto que bajaba la cuesta por la otra banda montado
sobre una mula muy cerca al rio, me oculte tras de un árbol, el Padre cruzó el puente, al paso lento de la bestia, luego descubrí a la
demente que corría ente los arbustos, divise en ese instante, el rebozo de doña Felipa, sobre la cruz de piedra del puente, el
viento la sacudió era de color anaranjado, desde la cima de una piedra vi que el Padre Augusto se detenía en el camino y llamaba
con la mano a la demente, ella también lo llamaba. El Padre espoleo a la mula y abandono a la opa, enseguida subió al releje trepo
la cruz, y sacó el rebozo, mugiendo siempre bajita y rechoncha. Me acerque al puente en donde varias golondrinas se divertían
cruzando, volando sobre las aguas y encima del releje, de cal y canto, alejándose y volviendo. Regresé al Colegio, incluso antes que
el Padre y la opa, vi que el ejército se retiraba, regresé al internado, el portero dijo: mañana temprano se va el Hermano al Cuzco,
con el niño “Añuco” ya están los caballos listos.

X. YAWAR MAYU.
Palacitos pregunto al Padre Carpena: ¿se va el Hermano?, ¿se va el “Añuco”? No sé nada le contesto secamente el Padre. La luna
menguante alumbraba el patio. Dos caballos ensillados esperaban en la escalera. Un hombre le toma de la brida. Salió de su cuarto
el Hermano y la luna iluminó el hábito blanco, salió después el “Añuco”. El Hermano me tocó la cabeza con las manos y me besó,
cuando llegó el “Añuco” y la claridad de la luna iluminó sus ojos hundidos, no pude contener el llanto “adiós” me dijo, y me dio la
mano. Bajó las gradas, montaron. El “Añuco” partió primero, se volvió y nos hizo una señal de adiós. Palacitos lloró.

La retreta cambió a la ciudad. En la misa el Padre pronunció un sermón largo y felicito al Coronel Prefecto. A la salida del templo,
bajo el sol radiante, la banda de músicos, tocó una marcha. Vi a Valle paseando muy orondo, escoltando una fila de señoritas.
Entretanto dos jóvenes que no había visto nunca, se acercaron al grupo de muchachas donde se encontraba Salvinia. “Soy hijo del
Comandante” llegué ayer lo escuche decir. Y tomó del brazo a Salvinia. Antero montó en cólera enfrentó al joven quien huyó hacia
el parque.

Palacios reconoce a Prudencio un paisano suyo que hace muchos años se fue a ser soldado y ahora tocaba en la banda de músicos
del ejército. Luego me dirigí a las chicherías, entre a la de doña Felipa, una de la mozas me trajo un vaso grande de chicha, el
arpista era el Oblitas el “papacha” que afinaba su instrumento para tocar, de pronto ingresan cuatro soldados y uno de ellos que
era cabo fastidia a la moza. El arpista Oblitas comienza a tocar y cantar una canción triste y melodiosa que solamente sale de lo
profundo de sus sentimientos relacionado a los ríos y al vivir cotidiano de los indios. ¿Por qué en los ríos profundos en estos
abismos de rocas, de arbustos, y sol, el tono de las canciones era dulce, siendo bravo, el torrente poderoso de las aguas teniendo
los precipicios ese semblante aterrador?

El maestro Oblitas tocaba dulces huaynos de Abancay. El cabo y el soldado bailaban entre sí, una mestiza comienza a cantar y las
letras hacen alusión a doña Felipa favoreciendo todas las acciones anteriormente hechas. El rostro de los soldados parecía
enfriarse, a pesar de su abatimiento, vi que en sus ojos bullía un sentimiento confuso. Un guardia civil entro a la chichería hizo
callar la música y cesar la danza. Llevó preso al maestro Oblitas, todos huyeron yo también me fui, encontré a la banda militar
marchando hacia la plaza, seguida por una parvada de chicos, “señoritos” y mestizos, marché a un costado de la banda, cerca de
los grandes, reconocí a Palacitos, iba casi junto al Prudencio. Y descubrí a Antero que venía con el hijo del Comandante al cual me
presento, “mucho gusto” le dije. Su nombre era Gerardo. Lugo se fueron rápidamente alcanzaron a una fila de muchachas y
aquietaron el paso. Me retiré a la plaza y tomé una decisión que parecía alocada y que sin embargo me cautivó, ir a la cárcel y
preguntar por el papacha Oblitas. Le pregunte al guardia haciéndome pasar como su ahijado, “no se nada me contesto”. Luego me
fui al colegio y me encontré con el “Peluca”, luego miré a la opa que estaba en lo alto de la torre observando a la banda de músicos
y a toda la gente atiborrada.

XI. LOS COLONOS.

A doña Felipa no la pudieron encontrar los guardias que la buscaban se extraviaron, con datos falsos que daba la gente. Se marchó
el regimiento de la ciudad. Yo no pude comprender como muchas de las señoritas que vi en el parque durante la retreta lloraban
por los militares. No lo comprendía, me causaba sufrimiento. Recordé a la opa trepando a la cruz sacando el rebozo de doña
Felipa, en el puente de Pachachaca. ¿Para que servían los militares? Reflexioné. Palacios se alegró porque venía su papá a visitarlo.
Antero se alejó de mí. Se hizo amigo de Gerardo hijo del comandante se convirtió en su héroe recién llegado. Pablo el hermano de
Gerardo se hizo amigo de Valle. En el extremo del patio oscuro cave con mis dedos un hueco, con un vidrio fino me ayude para
ahondarlo, y allí enterré el zumbayllu que fue regalo de Antero. Lo tire al fondo, palpándolo con mis dedos y lo sepulté. Apisone
bien la tierra. Me sentí aliviado.

El “Chipro” dijo con voz temblorosa que en la banda de enfrente en la hacienda Ninabamba, están muriendo, ¡algo sucede!
Preguntamos al padre pero nos negó la respuesta. Sabíamos que era el tifus, que se propagó rápidamente matando a los pobres
indios. Descubrí que sobre unos pellejos descansaba el cuerpo de la opa. Me acerque. La opa agonizaba, la cocinera rezó el
padrenuestro, en quechua yo me arrodillé. Me fui a avisar al Padre. La opa Marcelina ha muerto, ¡de tifus Padre! ¡Hágala sacar del
colegio!, salí corriendo volví a la opa palideció y murió. Le pedí perdón en nombre de todos los alumnos. Llegó el Padre me llevó
me sacó a empujones, el portero me limpió el cuerpo y me llevó a la celda deshabitada del Hermano Miguel. El Padre me
interrogó: ¿entraste a su cama?, me cubrí el rostro con la frazada, ¡Padrecito! Le dije, no me ensucie. Los ríos lo pueden arrastrar
están conmigo. Me cubrí la cabeza con las frazadas y no pude contener el llanto. Un llanto feliz como si había escapado de un
riesgo de contaminación con el demonio. Salté de la cama, me vi desnudo y me cubrí con una frazada. Como probando mis fuerzas.
“¡yo no tengo fiebre!” voy a escapar. El portero vino a mi cuarto y me confesó que tenía fiebre y que se había metido a la cama de
la opa Marcelina. Y que se iba a su tierra para morir. El Padre me despertó al amanecer y me dijo que el “Peluca” había perdido la
razón y había sido sacado del Internado. No me dejaron salir del dormitorio pensaban que tenía la fiebre. Palacitos se despidió
mediante una nota y cerca de mi celda me dijo: ¡Adiós! Y salió corriendo me dejo dos monedas de oro de una libra. El martes a
mediodía el Padre Director abrió la puerta del dormitorio se acercó a mi cama apresuradamente. Te vas a la hacienda de tu tío
Manuel Jesús. Tengo la autorización de tu padre. Está a dos días de camino. ¡Iras a pie! “¡el reloj despertador sonará a las cuatro de
la mañana y hace hora te iras!”. Le he prometido a tu padre. Al día siguiente corrí rumbo al camino de Patibamba unos guardias lo
custodiaban y no me permitieron pasar, entonces regresé y vi que las puertas de las chicherías se encontraban cerradas. Los
colonos estaban pasando por las oroyas pues se estaban muriendo de la peste, venían a solicitar una misa grande al padre, pues
decían que sin misa se iban a condenar. Los colonos subían como una mancha de carneros, todos se dirigían a Abancay. Luego fui al
encuentro del padre y me encomendó para tocar las campanas anunciando la misa. A la media noche repicaron tres veces las
campanas. Fue una misa corta de media hora los colonos rezaban y cantaban. Al día siguiente salí del colegio fui por la quebrada
para llegar a la cordillera. Por el puente colgante de Auquibamba, pasaría el rio, en la tarde la fiebre tal vez había sido aniquilado
por los colonos y puestos sobre una rama de chachacomo o de retama o flotando sobre los montes de flores del pisonay, que estos
ríos profundos cargan para siempre

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