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( 1888 - 1919 )
Yerba Santa
I
Oye, Manuel —le preguntamos un día—, ¿dónde está tu papá..?
—En Lima…
—Y tú ¿por qué no estás con él?
Enrojeció, inclinó la cabeza morena y echóse a sollozar dolorosamente. Corrimos donde mi madre:
—Mamá, Manuel está llorando…
—¿Por qué?
—Estábamos en el jardín. Jesús le preguntó por su papá y se ha echado a llorar…
Mi madre nos dijo que no debíamos preguntarle nada sino quererlo mucho porque Manuel “era un ni
desgraciado”. Desde entonces cuando alguno de mis hermanos le molestaba, nosotros le decíamos en
—Oye; no le molestes. Dice mamá que debemos quererlo mucho porque Manuel es un niño “muy de
Los domingos, todos cuatro hermanos, íbamos con Manuel a cazar con hondas de jebe, en el bosqu
toñuces y pájarobobos que se extendía tras de la factoría calaminada, en aquel camino sombreado y fre
abovedado y sinuoso que conducía al abrevadero, donde al atardecer iban a saciarse las yuntas de los
los jumentos lanudos de los pescadores y los transidos caballos de los caminantes. En las espesas cop
sauces que bordeaban el remanso se detenían bandadas de aves confiadas, que se espiojaban al sol; c
alegremente, extrañas del todo a la acechanza de la honda cuyo proyectil las sorprendía en plena felicid
intentaban volar, pero al fin, desplomábanse y caían a tierra redondas, inanimadas, perpendiculares y g
frutos maduros.
Volvimos a casa, al atardecer, cuando el sol hundía enorme y rojo en el horizonte, con algunas tórtol
gorriones y una que otra ave marina que por curiosidad se aventuraba hasta aquellas arboledas tranqui
cuyas frondas acechaba la muerte.
III
Manuel era bueno como el pan de semana santa. Ensortijado cabello, amplia frente de marfil, dulce m
ojos morenos de pupilas húmedas y sombreadas bajo las pródigas cejas. Sobre sus labios carnosos ap
sombra difuminada y azul. Perenne sonrisa, al par alegre y melancólica, vagaba entre sus párpados y la
de sus labios bien dibujados. Una melancolía fresca, jovial, sin amargura, pensativa y dulce, envolvía to
esbelto y magro, flexible y de gratos movimientos. Gustaba del mar, del campo, de las noches de luna a
consteladas, y de los cuentos de las abuelas. Alborozado en la alegría, mudo en el dolor, pródigo en sus
sus afectos tierno, fuerte en su voluntad, terrible en su cólera, definitivo en sus resoluciones, y en su por
y franco.
IV
Una tarde llegó Manuel a casa muy preocupado. Así llegó el segundo y lo mismo fue el tercero día. N
conocer el motivo de su tristeza. Por la noche, fuimos al muelle a ver la luna sobre el mar. En un carrito
por los sirvientes, llegamos a la explanada sobre la cual eleva el faro su ojo ciclópeo y amarillo, cuyas m
quebraban en las aguas agitadas y sollozantes. Mientras conversaban las personas mayores, Manuel d
la escala del embarcadero y sobre el último descanso se puso a cantar con la guitarra.
En la paz de la noche, bajo la luna clara, en el frescor marino, la música tenía notas extrañas que yo
medrosamente. Manuel cantaba un yaraví que se deshacía en la brisa y se mezclaba al rumor de las ol
guardado un trozo de esa inolvidable canción, toda mi vida, en la memoria:
En su ventana moría el sol
y abajo, lento, cantaba el mar;
y ella reía llena de amor
rubia de oro crepuscular…
Los versos eran de Manuel. Enmudecieron todos. Y aquella noche oí desde mi cuarto sus sollozos de angustia
V
Manuel estaba muy enfermo y mi padre quiso mandarlo a Ica, a casa de la señora Eufemia, su madre. El tren s
ocho. Mis hermanos se levantaron temprano y en la casa había la agitación confusa de un día de viaje. Una criada
maleta de Manuel mientras se servía el desayuno. Ponía mi madre carne fría en las hogazas y humeaba el té en la
Terminado el desayuno, durante el cual Manuel no habló una palabra, mi padre le dijo:
El criado había marchado ya con las liadas ropas. Manuel se puso de pie, acercóse a mi madre y al abrazarla e
Apenas se le oían palabras inconexas. Se despidió de todos y salió rodeado de nosotros.
A poco el convoy se perdía, sobre los rieles, en las curvas brillantes, hacia el desierto amarillo y radiante, camin
VI
Llegó el lunes de “Semana Santa” y nosotros, según la vieja costumbre, fuimos llevados a Ica por mi madre. No
casa de “la abuelita”. El tren había llegado de noche y después de cenar nos acostamos. Jamás olvidaré el amane
“lunes santo”. Al abrir los ojos, en el estrecho cuarto, vi, iluminando la extensión, sobre una vieja puerta cerrada, p
rendijas la luz de la mañana entraba a chorros, una ventana de barrotes de madera tallados, entre los cuales jugue
extendido brazo de una vid alegre, fresca e inquieta. Un vocerío de gorriones poblaba el jardín cercano, y vibraban
familiares, y el mugir de las vacas y el sonar de baldes y cacharros…
Y uno traía uvas “pintas”; y otro en el regazo, mangos, y otro rosquitas mantecadas. ¡Qué olor de monturas, de
de trabajo! ¡Qué ropas tan buenas las de aquella cama tibia y amorosa! ¡Qué mañana tan hermosa donde todo era
dulce y tranquilo! Vestidos de prisa, salimos todos. El cuarto daba a una enramada cubierta de parrales, entre cuy
pendían maduros los racimos ubérrimos. Los sarmientos acariciaban los muros con sus retorcidos tentáculos. Al fo
corral, un floripondio con sus invertidas ánforas, perfumaba; y junto al pozo de enladrillado broquel, sobre el guano
blando, atada por una pata, la vaca, enorme y panzuda, de grandes ubres henchidas, se dejaba ordeñar tranquila.
chorro caía al compás de la mano experta de un mocetón en un balde de zinc produciendo un ruido característico
espuma. Y un vapor de cosa caliente, de leche pura, que tenía algo de la vida aún cálida, salía del balde y acaricia
como una nube de incienso. Me ofrecieron un jarro, harto de espuma. ¡Oh, el exquisito beber la dulce leche con ca
con sabor de cosa sublime! Después mi abuela nos llevó al jardín, al pequeño jardín obra de sus manos sarmento
restos de botellas que antes sirvieran para guardar el agua y las lejías y los ponches de agraz de navidad, ella hab
tierra nueva e improvisado macetas. Tenía allí violetas, la flor más rara en la aldea; ñorbos, que sobre el enrejado
nacían, crecían y morían; raquíticos y elegantes chirimoyos de perfumadas hojas; aristocráticos mangos, de finos
y transparentes, y paltos verdes que conservaban aún la roja enorme semilla, pegada al tronco incipiente; y agua d
romero florecido y balsámico; y albahacas verdes, coposas y enanas; y, ya liberado del tiesto, en plena tierra, en u
jardín, un jazminillo de la India… Tantas cosas, tan bellas que están muertas como la buena abuelita y como el po
como mis ilusiones de esos días y como estas mañanas de sol, que yo no he vuelto a ver nunca y como todo lo qu
juvenil; y que pasa, y que no vuelve más…
VII
Recuerdo vagamente, como se recuerda un sueño, el día de “Jueves Santo”. Era el día del Señor de Luren, el
pueblo. Durante muchas semanas antes, empezaban a llegar a Ica las ofrendas de todos los pueblos comarcanos
hacendados espléndidos de ése y de otros valles. Los ricos hombres de Cañete solían llevar, en persona, haciend
caminatas, el presente de sus corazones agradecidos al Señor. Caballeros en potros briosos, brillantes, ricamente
llegaban los señores dueños de grandes haciendas; y desfilaban por las calles montados en caballos “de paso” de
femenino: larga y peinada crin, vibrantes ijares, ceñida cincha, negro y lustroso pellón, riendas lujosas de plata; e i
sendos sombreros de ala curva y extensa; y ponchos de finos pliegues y pañuelo al cuello con anillo de oro, y esp
de argentino sonar; y cabriolaban las caballerías levantando nubes de polvo con gran asombro y desconcierto de l
chiquillería, mientras los fieles enlutados, cruzaban la caldeada acera, llevando flores, o zahumadores de filigrana,
gruesos y decorados o ramos grandes de albahaca. Sonaban a muerto las campanas, chirriaban a ratos las matra
singular sonsonete de los vendedores que ayuntados, de dos en dos, cargaban balaes tejidos con ca-rrizo, forrado
cabritillo, y anunciaban su apetitosa mercancía en tono musical:
Ayunaba aquel día la gente del pueblo. Encerrábamos a los chiquillos en los jardines o corralones y a todos se
La iglesia del Señor de Luren era pequeña como albergue de pobre, pero blanca, tranquila y soleada. Un techó
bajo, una sola nave, unas pocas ringleras de banquillos para los orantes; una vetusta, de granito, pila; sobre las co
altura del techo, la fila de cuadros con los “pasos” del Calvario, viejos cromos con sendos marcos antiguos; pobres
desmantelados altares provistos en toda hora de margaritas y albahacas, entre las cuales agonizaban las amarille
de los cirios, y aquí y acullá, en dispersión y desorden, todo linaje de “reclinatorio” con sus respaldares de totora, y
rústica de sauce, las iniciales de sus poseedoras.
Pegada a la iglesia como si en ella se cobijara, estaba la casa del señor cura. Grandes salas destartaladas por
los huecos y rendijones, dejaban pasar a chorros la alegría de los rayos del sol, alborotados y jocundos cual coleg
aroma de albahacas y de zahumerio aleteaba en el pequeño templo. Aquel día los fieles iban todos a llorar la mue
Redentor y había de verse el rostro apenado, manso, dulce, triste, hermoso, radiante de ternura de aquel Cristo ge
quien jamás se demandara favor que fuese defraudada la petición.
El día de la procesión, las gentes más distinguidas del lugar la presidían. A las nueve de la noche, con extraord
salía el cortejo de la Iglesia, en cuya plaza y alrededores esperaba el pueblo, para acompañarlo. Salían las andas
santos y santas; pomposos sus trajes de oro y plata relumbraban a las luces amarillas de los cirios. Las señoritas
rodeando a “la cruz alta”; hacía calle el pueblo en dos hileras; cada persona llevaba en la mano un cirio encendido
cuello se ataba una especie de abanico, para protegerle del viento. Grandes ramos de albahacas olorosas y flores
traídas muchas de ellas desde comarcas lejanas, eran arrojadas al paso del Señor de Luren, que pasaba en homb
creyentes y distinguidas, envuelto en las nubes aromáticas de sahumerio que hacían en sus sahumadores de plat
las damas que iban delante; las luces, el sahumerio, el perfume suave y exquisito de las albahacas, el singular olo
que ardían, la marcha cadenciosa y lamentable de la música, que desde la capital era enviada especialmente y el
silencio de las gentes, daban a ese desfile religioso, admirable, amado y único, un aspecto imponente y majestuos
VIII
Faltaban pocos días para que mi madre nos llevase, de vuelta, a Pisco. Nosotros deseábamos quedarnos. Ica
tierra, allí habíamos nacido, allí teníamos parientes y amigos, chacras donde pasear, haciendas lejanas a donde h
caballo. Por fin allí estaba “San Miguel”, la antigua hacienda de nuestro abuelo, que aunque nosotros jamás poseí
amada, como un cofre antiguo, en el cual hubiera puesto sus manos alguna anciana querida.
Consiguieron, de mamá, mis hermanos, que aceptara la invitación de ir a conocer una hacienda de gentes amig
ir, pasaríamos por “San Miguel”, la antigua hacienda de los abuelos, hoy en extrañas manos. A los ruegos, accedi
dos días antes de volver a Pisco, en una mañana muy fresca y alegre, salimos a caballo para la excursión. Tomam
de San Juan de Dios, pasando por la Iglesia y el Hospital, y llegamos hasta la “Acequia grande” dejando a la izqui
la Hacienda “Palazuelos”, y nos internamos en el valle. Caminamos largo, y por fin, llegamos a un callejón, entre s
pedregoso, que terminaba en una acequia de cal y canto, destruida y salida de lecho. Mamá nos dijo:
—Aquí es “San Miguel”, ésa es la antigua casa de la Hacienda y eso que está al frente, era el galpón donde se
los negros esclavos. Bajamos, recibiónos tío José de la Rosa, poseedor de ella, aquel buen viejo, gastador y alegr
tía Joaquina, de los Fernández Prada, viejita dulce y más buena que el pan blanco y que muchos años después se
tristeza.
—Mira, muchacho, esta es la casa de tu abuelo, mi padre, don Diego y de mamá María, tu abuela. Aquí pasaro
pobrecitos, aquí crecimos todos los hermanos, aquí pasó su niñez y su juventud tu padre, aquí vivió Gertrudis, mi
ciega, la preferida…
Llevóme a otro salón donde se conservaba todavía algo de aquellos tiempos, en la pintura de las paredes, en lo
casi todos apolillados, en las grandes mesas de centro, en las cómodas de fina madera.
“Este era el comedor”, me dijo luego, enseñándome un cuarto. “Aquí estaba la despensa, donde se guardan to
plátanos, las pasas y los higos secos, las sandías, los melones y los zapallos”.
Volvimos al corredor. Desde cuyo [ventanillo], que estaba sobre un pequeño montículo, se veía todo el campo.
cerco verde, en el cual columbrábase el gañán, guiando la pareja de bueyes que araba la tierra; por otro lado dos
cerraban una compuerta; venía camino abajo, en su burro, una india, envuelta en su pañolón a cuadros; y, por tod
el caliente sol, laboraban las sencillas gentes, cantando, solos, bajo el cielo, mientras que en mí se filtraba una ind
que a cada recuerdo de los parientes, crecía. Hablóse de mi abuelo, aquel viejo caballeresco y añoso: don Diego,
querido por todo el mundo; de la buena abuela María, a quien los peones y colonos solamente decían Doña Maco
relucir hechos y nombres de Muñoces y Fajardos, y Antoñetes y Quintanas, Elías y Quevedos, Olacheas y Lujane
contaban cosas del tiempo del Virrey, y de los Libertadores y de los abuelos y de los tiempos idos.
Ya por la tarde, bajado un poco el sol, tomamos nuevamente las bestias, para ir a la Hacienda cuyo nombre ah
recuerdo, que tantos años dello hace; y no me recuerdo tampoco qué camino hicimos para llegar. Sólo está fija en
visión de esa rara hacienda.. Era fresca y fecunda la tierra; crecían en los cercos, en medio de los maizales, camp
moradas y azules y blancas; y la tierra siempre estaba húmeda. Y había árboles muy altos, muy altos; de cuyos pe
arracimadas, esféricas, las amarillas peras.
Fue necesario salir del rancho y de la Hacienda y caminar a pie un gran trecho; caminamos, y por fin alguien di
Sentíase un rumor caricioso y lejano, como si fuera rumor de olas. Efectivamente, llegamos a un lugar amplio, llen
en donde enormes y gruesos crecían los perales. A pocos metros extendíase ya el arenal estéril e infecundo, y de
ratos ráfagas de viento que hacían sonar con ruido extraño las hojas de los perales, que siendo como de papel, al
viento, hacen ruido seco, especial e inquietante. Penden, entre las hojas, las peras en grandes racimos, que el air
hace vibrar.
No dijo más el muchacho, y como fue necesario volver a la Hacienda, cogidas las peras, volvimos todos. En la noc
del suculento yantar, salimos al corredor y entonces, en las tinieblas, en la oscuridad del campo, donde sólo se oía
lejano de algún perro, el silbido de los arrieros que pasaban camino abajo, y el perenne violín de los grillos, todos
Manuel que cantase. Cogió él la vihuela y bajo la luz del farol de kerosene, amarillenta y menguada, cantó su yara
¿Qué cosa extraña tienen los que van a morirse? Parece que los acompañara algo misterioso; algo que se ve e
que los torna más dulces y más buenos; que los hace sonreír, piadosamente, por todos los que se van a quedar! M
cantando y terminó por fin su canción:
No volvió nunca mi pobre amor
jamás su mano volví a besar;
todas las tardes moría el sol
y su ventana no se abrió más…
¡Y su ventana no se abrió más!
Cesó de cantar y pidió su caballo. Nosotros debíamos quedarnos en la Hacienda hasta el día siguiente, y él ins
se le dejó partir. Tomó su caballo, cabalgó ágilmente, cruzóse el poncho, dio un sonoro pencazo en las pródigas a
perdió en el camino cubierto de sombras, penetró en el cerrado misterio tenebroso. Sintióse unos instantes el galo
isócrono del potro pujante, y luego, en el silencio campesino, en la noche profunda, en el espacio mudo, un búho,
fosforescentes y redondos, pasó por el comedor, como si viniera de muy lejos; aleteó torpemente y, antes de perd
gritó con un grito pavoroso:
IX
Al día siguiente volvimos a la ciudad, llegamos a las seis de la tarde. Dejamos los caballos y notó mi madre que
los parientes sonreía siquiera y si lo hacía era venciendo un gesto sombrío.
—¿Qué ha pasado? —preguntaba mi madre— Algo ha pasado que ustedes no me quieren decir.
— ¡Nada, nada ha pasado!
A poco salió una de mis tías con los ojos enrojecidos. Sobresaltados interrogaban todos y nadie se atrevía a decir
yo a buscar a mis primos, los muchachos; y me dijeron todos con una crueldad infantil:
—¡Manuel se ha matado!
Solté a llorar y fui en busca de mi madre. Manuel se había matado, la víspera, después de volver de la Haciend
Por la noche fueron a verle mis hermanos, a nosotros no nos permitieron siquiera saber los detalles de su mue
siguiente fuimos a dejarlo en el Cementerio. ¡Ah, pobre amigo nuestro! En el Cementerio no querían dar permiso p
¡Cuántas cosas hicieron para que la piedad cristiana abriera las puertas de la última morada a aquel infeliz que ha
dolor, y que había sido tan bueno en la vida!
Muy temprano, salió de Ica un pequeño convoy y en él pusieron el cajón de nuestro querido muerto, subimos n
tren se puso en marcha. Un cuarto de hora después se detenía frente al Cementerio; llegamos a él; iba cargado po
hermanos y tres parientes, y nosotros, con el sombrero en la mano, seguimos el triste cortejo. En la puerta, formad
pilastras, Adán y Eva, en sus estatuas rotas, miraban impasibles. Entramos en el enarenado cementerio, un homb
con un badilejo en una mano y una caja de cemento en otra, nos precedía. No hubo sacerdote, para el pobre Man
la caja negra en el nicho, cubrióla indiferente el sepulturero y pusieron en la pared húmeda, su nombre y la fecha.
hicieron una cruz de caña y la colocaron al pie del nicho, y terminó todo.
Volvimos por los cuarteles, llenos de arena del cementerio, sin decir palabra, llorando los del cortejo, que eran
todos, atravesamos el arenal para tomar el tren, que ya volvía sin Manuel, a quien nunca más volveríamos a ver e
Al día siguiente llegamos a Pisco y por mucho tiempo, la tristeza tendió sus alas sobre nuestra casa.
Quien llegue a Pisco, y vea el faro del muelle, quien lo vea de noche, alumbrando pobremente con su luz, guía
perdidos y de botes desorientados y de náufragos, cuya luz se quiebra en las aguas, recuerde a ese espíritu triste
infinita, de aldeano amor, poeta de sus dolores íntimos; recuerde a Manuel, perdónele, y trate de oír, en el murmu
aguas que se debaten bajo el muelle en las tinieblas de la noche, aquel sencillo verso del amigo sepulto:
En su ventana moría el sol
y abajo, lento, cantaba el mar;
y ella reía llena de amor
rubia del oro crepuscular…
Índice
Historia de su publicación[editar]
Desde agosto de 1913, Valdelomar ejercía como diplomático en Italia, cargo que le había
concedido el gobierno de Guillermo Billinghurst, en cuya campaña presidencial había
colaborado. Es posible que empezara a escribir «El caballero Carmelo» mucho antes de
embarcarse a Europa; lo cierto es que lo concluyó en la ciudad de Roma para luego
presentarlo al concurso literario convocado por el diario La Nación de Lima, ocultándose
bajo el seudónimo de «Paracas». A manera de adelanto de los trabajos presentados por
los concursantes, el cuento de Valdelomar fue publicado en la edición de dicho periódico
del día 13 de noviembre de 1913.
El jurado encargado de dirimir en el concurso estaba conformado por el historiador Carlos
Wiesse Portocarrero, el crítico y narrador Emilio Gutiérrez de Quintanilla, y el
poeta Enrique Bustamante y Ballivián, este último era además el director del diario La
Nación y gran amigo de Valdelomar, con quien mantuvo por entonces correspondencia. De
este carteo se desprende que el escritor quería ganar el concurso para demostrar su valía
a sus compañeros de la Universidad de San Marcos, pues todavía estaba con el mal sabor
de la derrota de su candidatura a la presidencia del Centro Universitario (ver más detalles
en la biografía de Abraham Valdelomar). Transcribimos parte de una de las cartas que el
escritor envío por entonces a Bustamante y Ballivián:
He leído en el primer número de La Nación, que es el único que he recibido, las bases de un
concurso literario. Usted sabe, Enrique, cuánto necesito triunfar donde se me presente un honrado
campo. Teniendo esto en consideración, y sabiendo que usted es miembro del jurado, sin voto (que
de otra manera no le confiaría esto) porque no deseo bajo ningún punto que se me favorezca sin
derecho y sin justicia, le digo lo siguiente: he sacado de mi libro de novelas cortas ese cuento que le
envío, para entrar al concurso. Como usted sabe que me jodería completamente sacar un segundo
o tercer premio, el favor que usted me va a hacer consiste en que entregue el cuento, al cual le
pongo yo un seudónimo; para en caso de no sacar el premio, no se sepa mi nombre. Esto lo hago
yo, su intervención es esta otra: Si me dieran por chiripa el primer premio, entonces usted explica al
jurado la razón que tuve para dar mi seudónimo y la carta que envío para garantizar la propiedad de
mi cuento. Esto sólo en el caso de que se trate del primer premio, pues si no, usted se quedará tan
calladito y no se sabrá que el cuento ése es escrito por este pobre diablo. Otra cosa aún. Como yo
no quiero que hablen y critiquen mi actitud al ir a ese concurso, ni que digan que es cojudo 2y que, yo
desde Europa, les vaya a arrebatar triunfos a los de allí, le incluyo un pliego en el cual renuncio al
premio y cedo el dinero al que me suceda y, si éste no lo quisiera, al Centro Universitario o a
cualquier sociedad.3
Como era de esperar, el jurado otorgó a «El caballero Carmelo» el primer lugar en el
concurso de cuentos: el galardón venía acompañado de cien soles de premio (27 de
diciembre de 1913). Tal vez nadie entonces imaginó que con ese episodio simbólico se
inauguraba una nueva etapa en las letras peruanas. En el número del 3 de
enero de 1914 La Nación publicó los resultados del concurso. Valdelomar quedó más que
feliz con la noticia, pero poco después ocurrió el golpe de estado del coronel Oscar R.
Benavides que derrocó al presidente Guillermo Billinghurst: en protesta, el escritor
renunció a su cargo de diplomático. Por entonces se hallaba en tratos con una editorial
de París para dar a luz su libro de cuentos criollos, que encabezaría El caballero Carmelo,
pero este proyecto no se concretó, y Valdelomar retornó al Perú, en abril de 1914.
El cuento fue incluido después en el libro del mismo nombre, de carácter misceláneo: El
caballero Carmelo (Lima, 1918). Ello es una prueba de la resonancia que entonces tuvo el
cuento, al punto que el autor lo tomó para dar título a su primera colección cuentística.
Contexto[editar]
El ambiente de popularismo y democracia creado alrededor del corto período presidencial
de Guillermo Billinghurst (1912-1914), político provinciano al igual que Valdelomar, tal vez
tuvo algún influjo en el surgimiento del cuento criollo valdelomariano, tarea que debe
entenderse como un cambio de perspectiva en lo que toca a la valorización de los
espacios de la nación peruana.4Ámbitos provincianos, considerados hasta entonces
menores y normalmente relegados de la representación literaria, aparecieron entonces en
primera fila, recreados por una de las mayores plumas, sino la mayor, de la narrativa
peruana del siglo XX.
Argumento[editar]
Época[editar]
Hay que distinguir la época en que fue esbozado y escrito el cuento (entre los años 1912-
13) y la época en que está ambientado el relato, lo cual podemos fechar, teniendo en
cuenta su carácter autobiográfico, entre los años 1896-97, es decir cuando el protagonista-
narrador tenía entre 8 a 9 años de edad. Prueba del talento del escritor es que, siendo un
hombre mayor, se retrotrae a la época de su lejana infancia y con la sensibilidad de un
niño relata esta historia sencilla pero que bajo su pluma se convierte en maravillosa.
Resumen[editar]
Los hechos relatados transcurren en Pisco, en torno a la familia del narrador, quien
recuerda en primera persona un episodio imborrable que vivió en su niñez, a fines del siglo
XIX. Un día, después de un largo viaje, Roberto, el hermano mayor de la familia, llegó
cabalgando cargado de regalos para sus padres y hermanos. A cada uno entregó un
regalo; pero el que más impacto causó fue el que entregó a su padre: un gallo de pelea de
impresionante color y porte. Le pusieron por nombre el «Caballero Carmelo» y pronto se
convirtió en un gran peleador, ganador en múltiples duelos gallísticos. Ya viejo, el gallo fue
retirado del oficio y todos esperaban que
culminaría sus días de muerte natural. Pero
cierto día el padre, herido en su amor
propio cuando alguien se atrevió a decirle que
su «Carmelo» no era un gallo de raza, para
demostrar lo contrario pactó una pelea con
otro gallo de fama, el «Ajiseco», que
aunque no se igualaba en experiencia con
el «Carmelo», tenía sin embargo la
ventaja de ser más joven. Hubo
sentimiento de pena en toda la familia, pues
sabían que el «Carmelo» ya no estaba para
esas lides. Pero no hubo marcha atrás, la
pelea estaba pactada y se efectuaría en el día de la Patria, el 28 de julio, en el vecino
pueblo de San Andrés. Llegado el día, los niños varones de la familia acudieron a observar
el espectáculo, acompañando al padre. Encontraron al pueblo engalanado, con sus
habitantes vestidos con sus mejores trajes. Las peleas de gallos se realizaban en una
pequeña cancha adecuada para la ocasión. Luego de una interesante pelea gallística les
tocó el turno al «Ajiseco» y al «Carmelo». Las apuestas vinieron y como era de esperar,
hasta en las tribunas llevaba la ventaja el «Ajiseco». El «Carmelo» intentaba poner su
filuda cuchilla en el pecho del contrincante y no picaba jamás al adversario. En cambio, el
«Ajiseco» pretendía imponerse a base de fuerza y aletazos. Repentinamente, vino una
confrontación en el aire, los dos contrincantes saltaron. El «Carmelo» salió en desventaja:
un hilillo de sangre corrió por su pierna. Las apuestas aumentaron a favor del «Ajiseco».
Pero el «Carmelo» no se dio por vencido; herido en carne propia pareció acordarse de sus
viejos tiempos y arremetió con furia. La lucha fue cruel e indecisa y llegó un momento en
que pareció que sucumbía el «Carmelo». Los partidarios del «Ajiseco» creyeron ganada la
pelea, pero el juez, quien estaba atento, se dio cuenta que aún estaba vivo y entonces
gritó. «¡Todavía no ha enterrado el pico señores!». Y, efectivamente, el «Carmelo» sacó el
coraje que sólo los gallos de alcurnia poseen: cual soldado herido, arremetió con toda su
fuerza y de una sola estocada hirió mortalmente al «Ajiseco», quien terminó por «enterrar
el pico». El «Carmelo» había ganado la pelea pero quedó gravemente herido. Todos
felicitaron a su dueño por la victoria y se retiraron del circo contentos de haber visto una
pelea tan reñida. El «Carmelo» fue conducido por Abraham hacia la casa, y aunque toda la
familia se prodigó en su atención, no lograron reanimarlo. Tras sobrevivir dos días, el
«Carmelo» se levantó al atardecer mirando el horizonte, batió las alas y cantó por última
vez, para luego desplomarse y morir apaciblemente, mirando amorosamente a sus amos.
Toda la familia quedó apesadumbrada y cenó en silencio aquella noche. Según palabras
del autor, esa fue la historia de un gallo de raza, último vástago de aquellos gallos de pelea
que fueron orgullo por mucho tiempo del valle del Caucato, fértil región de Ica donde se
forjaban dichos paladines.
Escenarios[editar]
La casa donde convivía la numerosa familia del narrador, personajes de esta historia, se
hallaba en la ciudad de Pisco, situada frente al mar, con tres plazuelas (una de ellas la
principal) y su muelle, ciudad que entonces más parecía una aldea grande.
Inmediata a dicho puerto, yendo por el camino de la playa hacia el sur, estaba la caleta
de San Andrés de los pescadores, «aldea de gentes sencillas, que eleva sus casuchas
entre la rumorosa orilla y el estéril desierto». Esa es la «aldea encantada» que el autor
evoca constantemente en sus cuentos criollos, la misma donde se realizaban peleas de
gallos en el marco de la celebración del aniversario patrio del 28 de julio.
En las cercanías de Pisco y en la ruta hacia Ica, se extendía la Hacienda Caucato, que
ocupaba un verde y fértil valle, copioso de árboles frutales, explotado antaño por
los jesuitas. Era la tierra del Carmelo y de otros gallos de pelea de la región.
Personajes[editar]
Caso insólito en la literatura peruana hasta ese entonces (aunque no en la
hispanoamericana), que los personajes principales sean animales, en este caso dos gallos
de pelea:
El Carmelo
El Ajiseco
Estos apelativos no son nombres propios, como se podría pensar, sino que aluden al color
del plumaje de ese tipo de aves, tal como era costumbre clasificarlos entre la afición
gallística peruana desde el siglo XVII.
Habría que mencionar también al gallo «Pelado», el protagonista de la sección II del
cuento. Este es otro gallo de estirpe, que fue suplantado por el Carmelo en las
preferencias de la familia.
El otro personaje principal es el narrador y testigo de la historia, es decir el
mismo Abraham Valdelomar, que cuando aquella transcurre debía tener entre 8 y 9 años
de edad, no más (algunas versiones dicen que tenía entonces 12 años, pero esto es
improbable, ya que cerca de cumplir 11 años abandonó Pisco con toda su familia y se fue
a vivir a Chincha).
Luego están los integrantes de la familia del narrador:
Análisis estructural[editar]
El cuento está dividido en seis secciones o capítulos cortos. Cronológicamente el relato es
lineal, con la clásica secuencia: inicio – desarrollo – clímax – desenlace.
Análisis estilístico[editar]
En «El caballero Carmelo» Valdelomar evoca con ternura y sencillez la vida de la infancia,
del hogar, del puerto y de la provincia. Su lenguaje es claro, expresivo y breve, todo lo cual
supone una admirable destreza técnica.4
En este cuento encontramos también descripciones de fino impresionismo y una prosa que
pone en relieve detalles llenos de colorido, en una estrategia cuya pretensión es dar
vitalidad a los hechos comunes, a las cosas sencillas,6como por ejemplo, la enumeración
de las viandas que el hermano mayor distribuye a los miembros de la familia:
Quesos frescos y blancos envueltos por la cintura con paja de cebada, de la quebrada de Humay;
chancacas hechas con cocos, nueces, maní y almendras; frijoles colados, en sus redondas
calabacitas, pintadas encima con un rectángulo de su propio dulce, que indicaba la tapa, de Chincha
Baja; bizcochuelos, en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de papas, leves, esponjosos,
amarillos y dulces…7
Ingenuas y encantadoras son también algunas descripciones, como la de los animales del
corral:
Venía hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en nuestras piernas; piaban los pollitos;
tímidamente ese acercaban los conejos blancos con sus largas orejas, sus redondos ojos brillantes
y su boca de niña presumida; los patitos, recién «sacados», amarillos como yema de huevo,
trepaban en un panto de agua; cantaba desde su rincón, entrabado, el «Carmelo», y el pavo,
siempre orgulloso, alharaquero y antipático, hacía por desdeñarnos, mientras los patos,
balanceándose como dueñas gordas, hacían por lo bajo comentarios sobre la actitud poco gentil del
petulante.7
Al mismo tiempo, con este relato la subjetividad entró de lleno en la narrativa peruana. Los
acontecimientos importan más por las impresiones que producen en la conciencia de los
protagonistas. El creador tiene una conciencia que valora y modula la realidad.8
Por su lenguaje, materia y referencia, «El caballero Carmelo» y los demás cuentos criollos
representaron una saludable superación del artificio y cultismo extremo de la
prosa modernista, todavía en boga.4
Análisis temático[editar]
En este relato, Valdelomar maneja la animización, por la cual los seres o entidades de la
naturaleza son caracterizados con atributos humanos. El «Carmelo» ha sido dotado con
las virtudes humanas como la caballerosidad y la nobleza, añadidas al arrojo y la valentía.
El narrador le endilga de epítetos como «hidalgo», «amigo íntimo», «héroe», «paladín» y
«caballero medieval». El gallo es el paradigma o emblema de un tipo de conducta
deseable, al mismo tiempo que símbolo evocador de todo lo que es sano y hermoso en el
mundo: hogar, campo, cielo, mar, ruralidad laboriosa. Frente a él se alza la arrogancia y la
ruindad de su joven rival, el «Ajiseco» quien «no parecía ser un gallo fino de distinguida
alcurnia»y que «hacía cosas tan petulantes cuan humanas: miraba con desprecio a
nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha». Cuando el «Carmelo» lo vence,
simboliza también el triunfo de la nobleza sobre la vileza, la caballerosidad sobre la
villanía, la autenticidad sobre la vanidad.9
Pelea de gallos.
Importancia[editar]
Jorge Basadre Grohmann, quien además de historiador es también uno de los más lúcidos
críticos literarios, considera que con «El caballero Carmelo» se inicia el cuento criollo en el
Perú, en forma de cuento costeño que retrata la vida del hogar provinciano. Aunque la más
correcta definición sería «neocriollo», para diferenciarlo del antiguo criollismo, festivo y a
menudo satírico, que contrasta con la nota de melancolía con que están teñidos los
cuentos criollos valdelomarianos. Habría que agregar que estos cuentos son los que han
marcado con mayor intensidad y duración el proceso de la literatura peruana. Con ellos
prácticamente la narrativa peruana ingresa a la modernidad. Basadre señala también que
con Valdelomar aparece por primera vez el niño como protagonista en la narrativa
peruana.
«Con el Caballero Carmelo puede decirse que comienza en el Perú el cuento criollo.
Las Tradiciones de Palma algo de eso habían tenido en cuanto pintaban algunas características de
nuestro ambiente pero fugazmente u opacadas por el paramento de la evocación. Las Tradiciones,
tenían, además, predominante sabor limeño. Valdelomar supo perennizar en los cuentos que inician
aquel libro la vida de la provincia y, al mismo tiempo, la vida del hogar. Como López Albújar hizo el
cuento de la sierra, él hizo el cuento costeño. Además, es aquí donde recién aparece el niño como
protagonista de la literatura peruana, que había sido tan adulta en el gimoteo romántico como en las
risas de los epigramáticos. Y al mismo tiempo, nuestra literatura donde escasea el sentimiento del
paisaje, se enriquece con estas visiones límpidas del puerto y del mar. La sensibilidad de
Valdelomar, un poco femenina en su dulzura y en su delicadeza, se prestaba para miniar estas
páginas autobiografiadas donde el recuerdo detallaba lo pintoresco»11
Mensajes[editar]
Desde un punto de vista ideológico, la pelea del Carmelo y el Ajiseco puede interpretarse
como un símbolo de la lucha entre dos prototipos de personalidades: el Carmelo
representa la nobleza (es de buena estirpe), la caballerosidad (no usa malas tretas y se
limita a atacar con sus patas armadas) y la autenticidad (no presume lo que no es),
mientras que el Ajiseco representa la villanía (no parecía ser de alcurnia), la vileza (trata
de imponerse a aletazos y picotazos) y la vanidad (era presuntuoso). El Carmelo triunfa y
con él todas sus cualidades buenas y ejemplares, pero a costa de su propia vida. Pero su
recuerdo perdura imborrablemente y sin duda allí es donde radica su mayor victoria.
Algunos intentan «dilucidar» en el cuento un mensaje contrario a las peleas de gallos; sin
embargo no es esa la intención del escritor. Lo que entristece al niño Abraham y a sus
hermanos es que se haga pelear a un animal ya viejo, con el grave riesgo de que sucumba
frente a un rival más joven. De acuerdo al contexto cultural de entonces (y aun de ahora)
se considera que el gallo de pelea nace y vive para pelear (lo mismo se diría de un toro de
lidia), al menos hasta donde las fuerzas lo permitan; no hay ninguna objeción al respecto,
incluso el autor idealiza la lucha gallística y la compara con los duelos de caballeros
medievales. Si se quiere entresacar mensajes del relato, estos serían:
El amor filial y fraternal. La unidad familiar. El hermano mayor que retorna al hogar
luego de recorrer el país (en busca de trabajo) y trae regalos para cada uno de los
miembros de su familia (padres y hermanos).
El entorno hogareño armónico. La madre, abnegada y cariñosa, que cumple
devotamente sus tareas conyugales y vela por su numerosa familia. El padre que sale
temprano a trabajar y que regresa al atardecer al hogar.
El respeto a la autoridad paterna; a pesar de que la decisión del padre causa pesar a
la madre y a los hijos, ninguno de ellos se rebela de manera desaprensiva contra tal
decisión.
El sentimiento de sincero respeto y admiración hacia la raza nativa, «los hijos del sol»;
y en general hacia todas las personas sencillas dedicadas a tareas como la pesca y la
artesanía.
La sensibilidad por el sufrimiento de un animal; cuando el Carmelo es llevado a casa
gravemente herido es «sometido a todo tipo de atenciones»; cuando muere, toda la
familia queda apesadumbrada.
Referencias
Abraham Valdelomar
Minibiografía[editar]
Nació en Ica, como el sexto hijo de Anfiloquio Valdelomar y de María Pinto. A temprana
edad se trasladó con su familia al puerto de Pisco, donde cursó parte de su educación
primaria (1892-1898), culminándola en Chincha (1899). Se trasladó a Lima para cursar
su educación secundaria en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe (1900-1904). Luego
ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. Interrumpió sus estudios
para incursionar en el periodismo, así como en la política, como partidario de Guillermo
Billinghurst. Fue nombrado director del diario oficial El Peruano y pasó a Italia como
secretario de la legación peruana (1913). Tras la caída de Billinghurst retornó al Perú
(1914). Se consagró al periodismo y pronto se hizo conocido por su calidad de literato, lo
que se vislumbraba en sus primeros relatos y poesías publicados en diarios y revistas.
Fundó la revista literaria Colónida (1916) y publicó su libro de cuentos El caballero
Carmelo (1918), que marcó el inicio de la modernidad en la narrativa peruana. Viajó a
diversas ciudades del Perú e incursionó una vez más en la política, siendo elegido
diputado al Congreso Regional del Centro (1919). Estando en Ayacucho, sufrió una caída
accidental que le provocó la fractura de la columna vertebral, a consecuencia de lo cual
falleció, cuando apenas contaba con 31 años de edad.
Biografía ampliada[editar]
Fue el sexto hijo de Anfiloquio Valdelomar Fajardo y de María Carolina de la Asunción
Pinto Bardales. Hasta los cuatro años de edad vivió en una pequeña casa en la Calle
Arequipa # 286 de su ciudad natal, Ica.3 Hasta el año 2007 podía apreciarse una placa
recordatoria en dicha casa señalando el hecho; lamentablemente, el terremoto de aquel
añoprovocó el derrumbe completo de esta primera casa de Valdelomar.
En 1892 se trasladó con su familia al puerto de Pisco, donde su padre encontró trabajo
como empleado de la aduana. Allí empezó sus estudios primarios. Las experiencias de su
infancia, vinculada al mar y al campo, influyeron decisivamente en su obra. En 1899 se
trasladó a Chincha donde concluyó su educación primaria.
En 1900 viajó a Lima donde estudió la secundaria en el Colegio Guadalupe; allí fundó y
dirigió un periódico escolar: La Idea Guadalupana (1903). En 1904 concluyó sus estudios
secundarios y durante unos meses desempeñó el puesto de archivero en la Inspección
Municipal de Educación de Chincha.
En 1905 ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. Sin embargo,
dejó las clases al año siguiente para trabajar como dibujante de revistas como Aplausos y
silbidos, Monos y Monadas, Fray KBzón, Actualidades, Cinema y Gil Blas. Luego desplegó
su talento literario que fue acogido por diarios y revistas. Sus primeros versos, de estilo
modernista, los publicó la revista Contemporáneos (1909); sus primeros cuentos
aparecieron en 1910 en Variedades y Balnearios.
En 1910 reanudó sus estudios en la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San
Marcos; ese mismo año se incorporó al ejército cuando hubo el peligro de una
conflagración con el Ecuador. A raíz de ello empezó a escribir crónicas para El
Diario de Lima, que envió desde la Escuela Militar de Chorrillos bajo el título de Con la
argelina al viento.
En septiembre de 1910 viajó a Arequipa, Cuzco y Puno. Su fama literaria se consolidó al
año siguiente con dos novelas cortas que salieron a la luz: La ciudad muerta (1911) y La
ciudad de los tísicos (1911), publicadas por entregas en Ilustración Peruana y
en Variedades, respectivamente.
Esta obra temprana (poemas, crónicas periodísticas y cuentos) está marcada por la
influencia del modernismo y de don Manuel González Prada; en sus novelas cortas es más
patente su devoción por Gabriele D'Annunzio.
En 1912 participó fervorosamente en la campaña presidencial de Guillermo Billinghurst.
Tras la victoria electoral de éste, los estudiantes billinghuristas lanzaron la candidatura de
Valdelomar a la presidencia del Centro Universitario de San Marcos. Pero la elección la
ganó otro estudiante, adversario de Billinghurst. En respuesta, Valdelomar fundó el Centro
Universitario Billinghurista.
El gobierno de Billinghurst le otorgó la dirección del diario oficial El Peruano (que ejerció
del 1º de octubre de 1912 al 30 de mayo de 1913), y por R.S. Nº 484 del 12 de
mayo de 1913, un puesto diplomático, como Secretario de Segunda Clase de la Legación
peruana en Italia. Antes de partir hacia Europa, Valdelomar se batió a duelo de espada
con Alberto Ulloa Sotomayor, representante de los estudiantes limeños que se oponían a
la politización de la Universidad y que había publicado un artículo de protesta en La
Prensa, que Valdelomar consideró difamatorio. El duelo finalizó sin mayores
consecuencias y sin que ambos rivales lograran reconciliarse (tiempo después Ulloa se
amistó con Valdelomar y prologó su libro de cuentos El caballero Carmelo).
Valdelomar se embarcó el 1º de julio de 1913 en el vapor Ucayali, con destino a Roma.
Una vez más debió truncar sus estudios universitarios pero viajó con la intención de
retomarlos en Italia (lo que no se concretaría). Desde Roma escribió para el diario La
Nación de Lima sus Crónicas de Roma. Allí también escribe su obra más importante, El
caballero Carmelo, cuento con el que ganó un concurso literario convocado por el diario La
Nación (27 de diciembre de 1913).
Producción literaria[editar]
Novelas destacadas[editar]
1911 — La ciudad muerta
1911 — La ciudad de los tísicos
1911 — Yerba Santa
Cuentos[editar]
Valdelomar reunió sus cuentos criollos en un libro titulado La aldea encantada (1914) el
cual no llegó a publicarse. Luego dichos cuentos formaron parte de su libro antológico El
caballero Carmelo (Lima, 1918). Un segundo libro suyo de cuentos, Los hijos del Sol,
inspirado en el pasado incaico, fue publicado después de su muerte (Lima, 1921).
Todos los cuentos reunidos en dichos libros, sumados a otros recopilados de periódicos y
revistas, se pueden organizar, siguiendo las denominaciones dadas por el mismo autor, de
la siguiente manera:
Cuentos criollos: Cuentos humorísticos:
El caballero Carmelo (primer premio La tragedia en una redoma
del concurso literario del diario "La La historia de una vida documentada y
Nación" de Lima (1913)). trunca
Los ojos de Judas La ciudad sentimental. Un cuento, un
El vuelo de los cóndores perro y un salto
El buque negro Breve historia veraz de un pericote
Yerba santa Mi amigo tenía frío y yo tenía un abrigo
La paraca cáscara de nuez
Hebaristo, el sauce que murió de amor Almas prestadas. Heliodoro, el reloj, mi
Cuentos exóticos: nuevo amigo.
El palacio de hielo
La virgen de cera Cuentos incaicos:
Los hermanos Ayar
Cuento cinematográfico: El alma de la quena
El beso de Evans El alfarero (Sañu-Camayok)
El camino hacia el Sol
Cuentos yanquis: El pastor y el rebaño de nieve
El círculo de la muerte (cuya primera Los ojos de los reyes, cuya primera
versión se titulaba El suicidio de versión se titulaba Chaymanta Huayñuy
Richard Tennyson) (Más allá de la muerte).
Tres senas, dos ases Chaymanta Huayñuy, cuya primera
versión se titulaba El hombre maldito
Cuentos chinos: El cantor errante
Las vísceras del superior o sea La
historia de la poca vergüenza Cuentos fantásticos:
El hediondo pozo siniestro o sea La El hipocampo de oro
historia del Gran Consejo de Siké” Finis desolatrix veritae
El peligro sentimental o La causa de la
ruina de Siké
Los Chin-Fu-Ton o sea La historia de
los hambrientos desalmados
Whong-Fau-Sang o sea La torva
enfermedad tenebrosa
Poesía[editar]
Su poesía, diseminada entre su prosa publicada en diarios y revistas, ha sido recogida en
recopilaciones hechas después de su fallecimiento. En vida el autor publicó diez de sus
composiciones poéticas en el libro antológico Las voces múltiples (Lima, 1916).
A continuación, una lista de sus composiciones poéticas en orden cronológico:
1909 — Ha vivido mi alma... 1916 — Crepúsculo
1909 — Los pensadores vencidos… 1916 — Tristitia
1910 — La ofrenda de Odhar… 1916 — Fugaz
1910 — Los violines húngaros 1916 — Confiteor
1910 — La tribu de Korsabad ¿1916? — Abre el pozo…
1910 — Brindis 1916 — La casa familiar
1910 — La gran hora 1916 — Ritornello
1910 — Las últimas tardes ¿1916? — Cobardía
1911 — La torre de marfil ¿1916? — En la Quinta del virrey Amat
1911 — Tríptico: ¿1916? — ¡Vosotros sois felices!...
La evocación de las abuelas 1916 — [Tu cuerpo en once módulos…]
Evocación de la ciudad muerta 1916 — Loa máxima a Andrés Dalmau
Evocación de las granadas 1916 — A Tórtola Valencia (en colaboración con
¿1913? — Íntima José Carlos Mariátegui y Alberto Hidalgo)
1913 — In memoriam (a Rosa Gamarra 1917 — Epistolae Liricae ad electum poetam
Hernández) juvenem
¿1913? — Diario íntimo 1917 — Ofertorio
1913 — La viajera desconocida 1917 — La ciudad de los tísicos
1913 — El hermano ausente en la cena 1917 — Ofrenda
de pascua 1918 — L’enfant
¿1913? — El conjuro 1918 — Yo, pecador
1913 — Luna Park ¿1918? — Con inseguro paso
¿1914? — Corazón… 1918 — Ángelus
1914 — Desolatrix (La cruz abre sus 1918 — Angustia
brazos sobre el pecho del muerto…) 1918 — [Mientras tanto, caminemos por la
¿1915? — El árbol del cementerio escapada senda…]
1915 — De regreso 1918 — [Vengo hacia ti…]
1915 — El Ministro de Gobernación 1918 — La danza de las horas
1915 — Liquidación nacional 1919 — Blanca la novia
1915 — El de Huaraz ¿1919? — Vamos al campo…
1915 — Desolatrix (Un álbum… Una 1919 — En mi dolor pusistéis
dama que entre los folios tersos…) 1919 — Elegía
1916 — Nocturno
¿1916? — Optimismo
Prosa poética[editar]
1918 — Tríptico heroico:
Oración a la bandera
Invocación a la patria
Oración a San Martín
Teatro[editar]
1911 — El vuelo (drama en dos actos inspirado en el vuelo fatídico de Carlos Tenaud,
pionero de la aviación peruana. Se conservan solo fragmentos)
1916 — La mariscala (drama en verso, en 6 jornadas, escrita en colaboración
con José Carlos Mariátegui)
1917 — Verdolaga (tragedia pastoril en 3 actos de la que solo se conservan
fragmentos)
¿? — Palabras (tragedia modernista y alegórica en 1 acto)
Ensayos[editar]
1915 — La psicología de las tortugas
1916 — Ensayo sobre la caricatura
1916 — El estómago de la Ciudad de los Reyes
1916 — Psicología del cerdo agonizante
1917 — Literatura de manicomio
1917 — Valores fundamentales de la danza. Primer Premio del Ateneo de Lima —
Concurso del Círculo de Periodistas, 1917.
1917 — Ensayo sobre la psicología del gallinazo. Primer Premio, Presidente de la
República — Concurso del Círculo de Periodistas, 1917.
1918 — Belmonte, el trágico. Ensayo de una estética futura a través del arte
nuevo (libro de ensayos).
Crónicas y reportajes[editar]
1910 — Hacia el trono del sol
1910 — Con la argelina al viento (Medalla de la Municipalidad de Lima, 1911).
1913 — Crónicas de Roma
1915 — Reportaje al Señor de los Milagros
Narraciones y crónicas históricas[editar]
1917 — El sueño de San Martín
1918 — Los amores de Pizarro
Biografía[editar]
1915 — La mariscala (biografía de Francisca Zubiaga de Gamarra)
A todas ellas habría que agregar otras obras que Valdelomar anunció publicar pero que no
salieron a la luz o quedaron inconclusas:
Neuronas, un libro de aforismos filosóficos, del cual solo se ha rescatado una parte.
Decoraciones de ánfora, libro de crónicas.
Fuegos fatuos, libro de ensayos de humor.
El extraño caso del señor Huamán, novela corta o cuento largo, inconclusa.
Si bien Valdelomar empieza circunscrito en el modernismo, tal como se vislumbra en sus
primeros poemas, su elitismo y su inquietud por abrirse a nuevos temas lo hacen un
modernista terminal o un postmodernista. Aquí es necesario precisar que tradicionalmente
el modernismo ha sido dividido en tres etapas:
Premodernismo
Apogeo o Modernismo propiamente dicho, y
Postmodernismo.
El Postmodernismo vendría a ser pues la última fase del Modernismo.
Las características del Postmodernismo son:
Me preguntan en el correo por alguna anécdota literaria mía. Bueno, hay varias,
pero la más bochornosa fue aquella en la que, sin saber que era su hijo, le decía
a un joven de las carencias de un escritor. Nadie en aquella reunión me lo
presentó como tal. El retoño del artista reía y hasta opinaba en mi favor.
“Correa”, llaman a veces a la cortesía.
1. Verano, ya me voy
César Vallejo, aquel ser apasionado, luego de dispararse una bala en la sien,
que felizmente no se activó, tuvo luego un rapto de exultación, como si hubiera
vuelto a nacer. Su decisión inmediata, ante sus amigos del Grupo Norte, entre
los cuales estaba presente Antenor Orrego, quien refiere estos hechos, entre
otros amigos que también han dado testimonio de estos acontecimientos,
expresó:
“Entonces, me voy”. “Me voy”.
Al siguiente día, se embarcaba en el Puerto de Salaverry hacia Lima, en el
vapor Ucayali. Este viaje lo hacía de manera abrupta, casi sin dinero. Era el 27
de enero del año 1917. Antes de partir escribió:
3. Siento a Dios
5. Estupefacto de admiración
Más bien lo cierto es que Víctor Raúl Haya de la Torre, con quien César Vallejo
compartió días de compañerismo en Trujillo, le instó a visitar a Abraham
Valdelomar, personaje sobresaliente e intelectualmente más controvertido del
Perú de ese momento y quien dirigía la revista Mundo Limeño.
Se dice que el mismo Haya de la Torre pasó a máquina los poemas de Vallejo
para que éste los presentara ante la figura más relumbrante de esos días,
quien al echarle un vistazo a los poemas que Vallejo le extendió se quedó
mudo, paralizado de asombro, estupefacto de admiración.
6. El genio de la tierra
Paseaban por las calles coloniales de la Lima vieja. Se acercaban a los parajes
de la Plaza San Martín, que recién se construía para conmemorar el centenario
de la independencia del Perú. Avanzaban por la avenida Colmena que recién
se diseñaba hasta la avenida Tacna.
Ante César Vallejo Valdelomar era serio, sincero, cordial e íntimo. Ante los
otros que se acercaban inmediatamente asumía poses de gran señor, de icono,
de un dandy.
Esto fue debido a la virtud o al defecto que tenía de estar corrigiendo todo texto
que cayera en sus manos o que se presentara ante sus ojos, así fuera una
cartilla de instrucciones, recogida al paso en un establecimiento público, o un
letrero colocado en lo alto de una avenida.
Con El Corregidor, Vallejo estableció una amistad cálida, franca y directa, pese
a ser de temperamentos diferentes y hasta contrapuestos: Vallejo era callado,
sensible y meditabundo. El Corregidor apabullante, sensual, proclamativo.
8. Sí, existía
“César: asumiría cualquier reto y la proeza más difícil con tal de complacerte, y
mucho más si de escribir se trata. Pero yo, yo, anteponer un prólogo mío a un
libro tuyo de poemas es un pedido que está más allá de todas mis fuerzas, que
son únicamente terrenales. Tendría que existir un ser divino para prologar un
libro tuyo. Y que no creo que exista sobre la faz de la tierra”.
Sí, existía.
9. La chispa divina
Él supo desde el primer momento ante quién estaba realmente parado, no solo
un genio sino un hombre honesto, profundo en sus sentimientos e incólume en
sus valores. Ante un redentor.
Y prosigue:
“Tú podrás sufrir todos los dolores del mundo, herirán tus carnes los caninos de
la envidia, te asaltarán los dardos de la incomprensión; verás, quizás,
desvanecerse tus sueños, podrán los hombres no creer en ti; serán capaces de
no arrodillarse a tu paso los esclavos; pero, sin embargo, tu espíritu, donde
anida la chispa de Dios, será inmortal, fecundará otras almas y vivirá radiante
en la gloria, por los siglos de los siglos. Amén”.
Pero pocas veces también se pueden decir con tanto afecto las expresiones
que César Vallejo expresara a la muerte de Abraham Valdelomar.
Llorando, sin embargo, atravieso el jirón por donde caminé tantas veces con
Abraham, y sobrecogido de angustia y desesperación llego a mi casa y me
echo a escribir precipitadamente y como loco estas líneas.
Sí, nada más estás ausente desde la mañana lluviosa en que partiste en un
tren que volverá a traerte. Sí, estás viajando, hermano, nada más.
Por eso volverás, hermano, grande amigo. Así lo siento y lo quiero en este
crepúsculo de primavera con cuya tinta rosada y triste escribo ahora.
Y volveré a verte y a estrecharte, como siempre, con toda mi alma, con todo mi
corazón.
¿No es cierto?
En la cena de esta noche, en la mesa familiar, cuando tu madre que acaso algo
quiere decir, vea el lugar del ausente y se ponga a llorar...
en la cena de esta noche, diremos que volverás pronto, muy pronto, a los
brazos maternales, que te cantarán el tierno a-rro-rró de tus versos antiguos.
¿Pero, qué me pasa? ¿Estoy llorando? ¿Por qué se me aprieta el pecho? Ah,
detestable pizarra noticiera:
Abraham Valderomar a los 31 años llevado por las cumbres de los cerros
nevados cargado en los hombros de los indígenas que lo trasladaron de
Huamanga donde él cayera a Huancayo donde murió después de tres días de
agonía.