Está en la página 1de 31

Abraham Valdelomar

( 1888 - 1919 )

Yerba Santa

I
Oye, Manuel —le preguntamos un día—, ¿dónde está tu papá..?
—En Lima…
—Y tú ¿por qué no estás con él?

Enrojeció, inclinó la cabeza morena y echóse a sollozar dolorosamente. Corrimos donde mi madre:
—Mamá, Manuel está llorando…
—¿Por qué?
—Estábamos en el jardín. Jesús le preguntó por su papá y se ha echado a llorar…

Mi madre nos dijo que no debíamos preguntarle nada sino quererlo mucho porque Manuel “era un ni
desgraciado”. Desde entonces cuando alguno de mis hermanos le molestaba, nosotros le decíamos en

—Oye; no le molestes. Dice mamá que debemos quererlo mucho porque Manuel es un niño “muy de

Y seguíamos haciendo surcos en el jardín.


II
Se crió a nuestro lado como un hermano mayor. Le queríamos porque nos hacía buquecitos, gallos d
balsas con los viejos maderos que arrojaba el mar, y hondas de cáñamo. Por las tardes íbamos juntos a
la caída del sol volvíamos con las cestas de las cuales pendían por las agallas rojas, las plateadas moja
chitas de vientres blancos, y a veces ciertos peces raros, deformes y babosos.

Los domingos, todos cuatro hermanos, íbamos con Manuel a cazar con hondas de jebe, en el bosqu
toñuces y pájarobobos que se extendía tras de la factoría calaminada, en aquel camino sombreado y fre
abovedado y sinuoso que conducía al abrevadero, donde al atardecer iban a saciarse las yuntas de los
los jumentos lanudos de los pescadores y los transidos caballos de los caminantes. En las espesas cop
sauces que bordeaban el remanso se detenían bandadas de aves confiadas, que se espiojaban al sol; c
alegremente, extrañas del todo a la acechanza de la honda cuyo proyectil las sorprendía en plena felicid
intentaban volar, pero al fin, desplomábanse y caían a tierra redondas, inanimadas, perpendiculares y g
frutos maduros.

Volvimos a casa, al atardecer, cuando el sol hundía enorme y rojo en el horizonte, con algunas tórtol
gorriones y una que otra ave marina que por curiosidad se aventuraba hasta aquellas arboledas tranqui
cuyas frondas acechaba la muerte.

III
Manuel era bueno como el pan de semana santa. Ensortijado cabello, amplia frente de marfil, dulce m
ojos morenos de pupilas húmedas y sombreadas bajo las pródigas cejas. Sobre sus labios carnosos ap
sombra difuminada y azul. Perenne sonrisa, al par alegre y melancólica, vagaba entre sus párpados y la
de sus labios bien dibujados. Una melancolía fresca, jovial, sin amargura, pensativa y dulce, envolvía to
esbelto y magro, flexible y de gratos movimientos. Gustaba del mar, del campo, de las noches de luna a
consteladas, y de los cuentos de las abuelas. Alborozado en la alegría, mudo en el dolor, pródigo en sus
sus afectos tierno, fuerte en su voluntad, terrible en su cólera, definitivo en sus resoluciones, y en su por
y franco.

IV
Una tarde llegó Manuel a casa muy preocupado. Así llegó el segundo y lo mismo fue el tercero día. N
conocer el motivo de su tristeza. Por la noche, fuimos al muelle a ver la luna sobre el mar. En un carrito
por los sirvientes, llegamos a la explanada sobre la cual eleva el faro su ojo ciclópeo y amarillo, cuyas m
quebraban en las aguas agitadas y sollozantes. Mientras conversaban las personas mayores, Manuel d
la escala del embarcadero y sobre el último descanso se puso a cantar con la guitarra.

En la paz de la noche, bajo la luna clara, en el frescor marino, la música tenía notas extrañas que yo
medrosamente. Manuel cantaba un yaraví que se deshacía en la brisa y se mezclaba al rumor de las ol
guardado un trozo de esa inolvidable canción, toda mi vida, en la memoria:
En su ventana moría el sol
y abajo, lento, cantaba el mar;
y ella reía llena de amor
rubia de oro crepuscular…

No volvió nunca mi pobre amor


yo desde lejos la vi pasar;
todas las tardes moría el sol
y su ventana no se abrió más...
¡y su ventana no se abrió más!

Los versos eran de Manuel. Enmudecieron todos. Y aquella noche oí desde mi cuarto sus sollozos de angustia

V
Manuel estaba muy enfermo y mi padre quiso mandarlo a Ica, a casa de la señora Eufemia, su madre. El tren s
ocho. Mis hermanos se levantaron temprano y en la casa había la agitación confusa de un día de viaje. Una criada
maleta de Manuel mientras se servía el desayuno. Ponía mi madre carne fría en las hogazas y humeaba el té en la
Terminado el desayuno, durante el cual Manuel no habló una palabra, mi padre le dijo:

—Todo está listo. ¡Anda, Manuel, hijo mío, despídete!

El criado había marchado ya con las liadas ropas. Manuel se puso de pie, acercóse a mi madre y al abrazarla e
Apenas se le oían palabras inconexas. Se despidió de todos y salió rodeado de nosotros.

A poco el convoy se perdía, sobre los rieles, en las curvas brillantes, hacia el desierto amarillo y radiante, camin

VI
Llegó el lunes de “Semana Santa” y nosotros, según la vieja costumbre, fuimos llevados a Ica por mi madre. No
casa de “la abuelita”. El tren había llegado de noche y después de cenar nos acostamos. Jamás olvidaré el amane
“lunes santo”. Al abrir los ojos, en el estrecho cuarto, vi, iluminando la extensión, sobre una vieja puerta cerrada, p
rendijas la luz de la mañana entraba a chorros, una ventana de barrotes de madera tallados, entre los cuales jugue
extendido brazo de una vid alegre, fresca e inquieta. Un vocerío de gorriones poblaba el jardín cercano, y vibraban
familiares, y el mugir de las vacas y el sonar de baldes y cacharros…

—¡Niño, niño, vamos a tomar la leche cruda..!

Y uno traía uvas “pintas”; y otro en el regazo, mangos, y otro rosquitas mantecadas. ¡Qué olor de monturas, de
de trabajo! ¡Qué ropas tan buenas las de aquella cama tibia y amorosa! ¡Qué mañana tan hermosa donde todo era
dulce y tranquilo! Vestidos de prisa, salimos todos. El cuarto daba a una enramada cubierta de parrales, entre cuy
pendían maduros los racimos ubérrimos. Los sarmientos acariciaban los muros con sus retorcidos tentáculos. Al fo
corral, un floripondio con sus invertidas ánforas, perfumaba; y junto al pozo de enladrillado broquel, sobre el guano
blando, atada por una pata, la vaca, enorme y panzuda, de grandes ubres henchidas, se dejaba ordeñar tranquila.
chorro caía al compás de la mano experta de un mocetón en un balde de zinc produciendo un ruido característico
espuma. Y un vapor de cosa caliente, de leche pura, que tenía algo de la vida aún cálida, salía del balde y acaricia
como una nube de incienso. Me ofrecieron un jarro, harto de espuma. ¡Oh, el exquisito beber la dulce leche con ca
con sabor de cosa sublime! Después mi abuela nos llevó al jardín, al pequeño jardín obra de sus manos sarmento
restos de botellas que antes sirvieran para guardar el agua y las lejías y los ponches de agraz de navidad, ella hab
tierra nueva e improvisado macetas. Tenía allí violetas, la flor más rara en la aldea; ñorbos, que sobre el enrejado
nacían, crecían y morían; raquíticos y elegantes chirimoyos de perfumadas hojas; aristocráticos mangos, de finos
y transparentes, y paltos verdes que conservaban aún la roja enorme semilla, pegada al tronco incipiente; y agua d
romero florecido y balsámico; y albahacas verdes, coposas y enanas; y, ya liberado del tiesto, en plena tierra, en u
jardín, un jazminillo de la India… Tantas cosas, tan bellas que están muertas como la buena abuelita y como el po
como mis ilusiones de esos días y como estas mañanas de sol, que yo no he vuelto a ver nunca y como todo lo qu
juvenil; y que pasa, y que no vuelve más…

VII
Recuerdo vagamente, como se recuerda un sueño, el día de “Jueves Santo”. Era el día del Señor de Luren, el
pueblo. Durante muchas semanas antes, empezaban a llegar a Ica las ofrendas de todos los pueblos comarcanos
hacendados espléndidos de ése y de otros valles. Los ricos hombres de Cañete solían llevar, en persona, haciend
caminatas, el presente de sus corazones agradecidos al Señor. Caballeros en potros briosos, brillantes, ricamente
llegaban los señores dueños de grandes haciendas; y desfilaban por las calles montados en caballos “de paso” de
femenino: larga y peinada crin, vibrantes ijares, ceñida cincha, negro y lustroso pellón, riendas lujosas de plata; e i
sendos sombreros de ala curva y extensa; y ponchos de finos pliegues y pañuelo al cuello con anillo de oro, y esp
de argentino sonar; y cabriolaban las caballerías levantando nubes de polvo con gran asombro y desconcierto de l
chiquillería, mientras los fieles enlutados, cruzaban la caldeada acera, llevando flores, o zahumadores de filigrana,
gruesos y decorados o ramos grandes de albahaca. Sonaban a muerto las campanas, chirriaban a ratos las matra
singular sonsonete de los vendedores que ayuntados, de dos en dos, cargaban balaes tejidos con ca-rrizo, forrado
cabritillo, y anunciaban su apetitosa mercancía en tono musical:

—¡Pan de dulce, pan de dulce! ¡A la regala! ¡Pan de dulce!


Y lo balaes rebosaban con los bizcochos, que los había de todo tamaño; y ora llevaban dibujos los de a diez re
eran bañados con azúcar los de a cuartillo; y aquestos tenían almendras y esotros llevaban canelones y todos era
imprescindible en el duelo aldeano de la Cristiandad.

Ayunaba aquel día la gente del pueblo. Encerrábamos a los chiquillos en los jardines o corralones y a todos se

—¡Hoy no se ríe, ni se canta, ni se juega, ni se habla fuerte, porque se ha muerto el Señor!


Por la tarde las gentes con sus mejores trajes de luto, dirigiéndose a la Iglesia de Luren, donde estaba el Cristo
víspera, con grandes ceremonias, habían bajado de su altar, en presencia de miles de peregrinos y gentes de luga
grandes cantidades de algodón en rama, esponjoso y blanco, limpiaban con sus madejas el llagado cuerpo del Ra
guardábanlas luego como panacea para todas las enfermedades. Ora servía para el “mal de ojos”, ora para quitar
cuerpo de los poseídos, ora para recuperar un potro robado, ora, en fin, para curar las mil y una dolencias a que e
nuestro frágil natural.

La iglesia del Señor de Luren era pequeña como albergue de pobre, pero blanca, tranquila y soleada. Un techó
bajo, una sola nave, unas pocas ringleras de banquillos para los orantes; una vetusta, de granito, pila; sobre las co
altura del techo, la fila de cuadros con los “pasos” del Calvario, viejos cromos con sendos marcos antiguos; pobres
desmantelados altares provistos en toda hora de margaritas y albahacas, entre las cuales agonizaban las amarille
de los cirios, y aquí y acullá, en dispersión y desorden, todo linaje de “reclinatorio” con sus respaldares de totora, y
rústica de sauce, las iniciales de sus poseedoras.

Pegada a la iglesia como si en ella se cobijara, estaba la casa del señor cura. Grandes salas destartaladas por
los huecos y rendijones, dejaban pasar a chorros la alegría de los rayos del sol, alborotados y jocundos cual coleg
aroma de albahacas y de zahumerio aleteaba en el pequeño templo. Aquel día los fieles iban todos a llorar la mue
Redentor y había de verse el rostro apenado, manso, dulce, triste, hermoso, radiante de ternura de aquel Cristo ge
quien jamás se demandara favor que fuese defraudada la petición.

El día de la procesión, las gentes más distinguidas del lugar la presidían. A las nueve de la noche, con extraord
salía el cortejo de la Iglesia, en cuya plaza y alrededores esperaba el pueblo, para acompañarlo. Salían las andas
santos y santas; pomposos sus trajes de oro y plata relumbraban a las luces amarillas de los cirios. Las señoritas
rodeando a “la cruz alta”; hacía calle el pueblo en dos hileras; cada persona llevaba en la mano un cirio encendido
cuello se ataba una especie de abanico, para protegerle del viento. Grandes ramos de albahacas olorosas y flores
traídas muchas de ellas desde comarcas lejanas, eran arrojadas al paso del Señor de Luren, que pasaba en homb
creyentes y distinguidas, envuelto en las nubes aromáticas de sahumerio que hacían en sus sahumadores de plat
las damas que iban delante; las luces, el sahumerio, el perfume suave y exquisito de las albahacas, el singular olo
que ardían, la marcha cadenciosa y lamentable de la música, que desde la capital era enviada especialmente y el
silencio de las gentes, daban a ese desfile religioso, admirable, amado y único, un aspecto imponente y majestuos

VIII
Faltaban pocos días para que mi madre nos llevase, de vuelta, a Pisco. Nosotros deseábamos quedarnos. Ica
tierra, allí habíamos nacido, allí teníamos parientes y amigos, chacras donde pasear, haciendas lejanas a donde h
caballo. Por fin allí estaba “San Miguel”, la antigua hacienda de nuestro abuelo, que aunque nosotros jamás poseí
amada, como un cofre antiguo, en el cual hubiera puesto sus manos alguna anciana querida.

Consiguieron, de mamá, mis hermanos, que aceptara la invitación de ir a conocer una hacienda de gentes amig
ir, pasaríamos por “San Miguel”, la antigua hacienda de los abuelos, hoy en extrañas manos. A los ruegos, accedi
dos días antes de volver a Pisco, en una mañana muy fresca y alegre, salimos a caballo para la excursión. Tomam
de San Juan de Dios, pasando por la Iglesia y el Hospital, y llegamos hasta la “Acequia grande” dejando a la izqui
la Hacienda “Palazuelos”, y nos internamos en el valle. Caminamos largo, y por fin, llegamos a un callejón, entre s
pedregoso, que terminaba en una acequia de cal y canto, destruida y salida de lecho. Mamá nos dijo:

—Aquí es “San Miguel”, ésa es la antigua casa de la Hacienda y eso que está al frente, era el galpón donde se
los negros esclavos. Bajamos, recibiónos tío José de la Rosa, poseedor de ella, aquel buen viejo, gastador y alegr
tía Joaquina, de los Fernández Prada, viejita dulce y más buena que el pan blanco y que muchos años después se
tristeza.

Todavía paréceme oír al tío José de la Rosa, decirme:

—Mira, muchacho, esta es la casa de tu abuelo, mi padre, don Diego y de mamá María, tu abuela. Aquí pasaro
pobrecitos, aquí crecimos todos los hermanos, aquí pasó su niñez y su juventud tu padre, aquí vivió Gertrudis, mi
ciega, la preferida…

Llevóme a otro salón donde se conservaba todavía algo de aquellos tiempos, en la pintura de las paredes, en lo
casi todos apolillados, en las grandes mesas de centro, en las cómodas de fina madera.

“Este era el comedor”, me dijo luego, enseñándome un cuarto. “Aquí estaba la despensa, donde se guardan to
plátanos, las pasas y los higos secos, las sandías, los melones y los zapallos”.

Volvimos al corredor. Desde cuyo [ventanillo], que estaba sobre un pequeño montículo, se veía todo el campo.
cerco verde, en el cual columbrábase el gañán, guiando la pareja de bueyes que araba la tierra; por otro lado dos
cerraban una compuerta; venía camino abajo, en su burro, una india, envuelta en su pañolón a cuadros; y, por tod
el caliente sol, laboraban las sencillas gentes, cantando, solos, bajo el cielo, mientras que en mí se filtraba una ind
que a cada recuerdo de los parientes, crecía. Hablóse de mi abuelo, aquel viejo caballeresco y añoso: don Diego,
querido por todo el mundo; de la buena abuela María, a quien los peones y colonos solamente decían Doña Maco
relucir hechos y nombres de Muñoces y Fajardos, y Antoñetes y Quintanas, Elías y Quevedos, Olacheas y Lujane
contaban cosas del tiempo del Virrey, y de los Libertadores y de los abuelos y de los tiempos idos.

Ya por la tarde, bajado un poco el sol, tomamos nuevamente las bestias, para ir a la Hacienda cuyo nombre ah
recuerdo, que tantos años dello hace; y no me recuerdo tampoco qué camino hicimos para llegar. Sólo está fija en
visión de esa rara hacienda.. Era fresca y fecunda la tierra; crecían en los cercos, en medio de los maizales, camp
moradas y azules y blancas; y la tierra siempre estaba húmeda. Y había árboles muy altos, muy altos; de cuyos pe
arracimadas, esféricas, las amarillas peras.

Fue necesario salir del rancho y de la Hacienda y caminar a pie un gran trecho; caminamos, y por fin alguien di

—¡Escuchen, es el ruido de las peras!

Sentíase un rumor caricioso y lejano, como si fuera rumor de olas. Efectivamente, llegamos a un lugar amplio, llen
en donde enormes y gruesos crecían los perales. A pocos metros extendíase ya el arenal estéril e infecundo, y de
ratos ráfagas de viento que hacían sonar con ruido extraño las hojas de los perales, que siendo como de papel, al
viento, hacen ruido seco, especial e inquietante. Penden, entre las hojas, las peras en grandes racimos, que el air
hace vibrar.

Manuel, que seguía silencioso, preguntó:


—¿Y este desierto dónde termina?
—¡En el mar! —le respondieron.

No dijo más el muchacho, y como fue necesario volver a la Hacienda, cogidas las peras, volvimos todos. En la noc
del suculento yantar, salimos al corredor y entonces, en las tinieblas, en la oscuridad del campo, donde sólo se oía
lejano de algún perro, el silbido de los arrieros que pasaban camino abajo, y el perenne violín de los grillos, todos
Manuel que cantase. Cogió él la vihuela y bajo la luz del farol de kerosene, amarillenta y menguada, cantó su yara

En tu ventana moría el sol,


y abajo, lento, cantaba el mar;
y ella reía llena de amor,
rubia del oro crepuscular…
¡rubia del oro crepuscular!
¡Ah, la tristeza infinita de su voz! ¡Cómo iba entrando en el espíritu toda la melancolía de ese muchacho, al son
y en las tinieblas de la noche; bajo la cual extendíase el campo, oscuro, siniestro; donde, de vez en cuando, parpa
lucecilla amarillenta!

¿Qué cosa extraña tienen los que van a morirse? Parece que los acompañara algo misterioso; algo que se ve e
que los torna más dulces y más buenos; que los hace sonreír, piadosamente, por todos los que se van a quedar! M
cantando y terminó por fin su canción:
No volvió nunca mi pobre amor
jamás su mano volví a besar;
todas las tardes moría el sol
y su ventana no se abrió más…
¡Y su ventana no se abrió más!
Cesó de cantar y pidió su caballo. Nosotros debíamos quedarnos en la Hacienda hasta el día siguiente, y él ins
se le dejó partir. Tomó su caballo, cabalgó ágilmente, cruzóse el poncho, dio un sonoro pencazo en las pródigas a
perdió en el camino cubierto de sombras, penetró en el cerrado misterio tenebroso. Sintióse unos instantes el galo
isócrono del potro pujante, y luego, en el silencio campesino, en la noche profunda, en el espacio mudo, un búho,
fosforescentes y redondos, pasó por el comedor, como si viniera de muy lejos; aleteó torpemente y, antes de perd
gritó con un grito pavoroso:

—¡Crac! ¡Crac! ¡Crac!…


Yo me quedé dormido en el regazo tibio de mi buena madre.

IX
Al día siguiente volvimos a la ciudad, llegamos a las seis de la tarde. Dejamos los caballos y notó mi madre que
los parientes sonreía siquiera y si lo hacía era venciendo un gesto sombrío.

—¿Qué ha pasado? —preguntaba mi madre— Algo ha pasado que ustedes no me quieren decir.
— ¡Nada, nada ha pasado!

A poco salió una de mis tías con los ojos enrojecidos. Sobresaltados interrogaban todos y nadie se atrevía a decir
yo a buscar a mis primos, los muchachos; y me dijeron todos con una crueldad infantil:

—¡Manuel se ha matado!

Solté a llorar y fui en busca de mi madre. Manuel se había matado, la víspera, después de volver de la Haciend

Por la noche fueron a verle mis hermanos, a nosotros no nos permitieron siquiera saber los detalles de su mue
siguiente fuimos a dejarlo en el Cementerio. ¡Ah, pobre amigo nuestro! En el Cementerio no querían dar permiso p
¡Cuántas cosas hicieron para que la piedad cristiana abriera las puertas de la última morada a aquel infeliz que ha
dolor, y que había sido tan bueno en la vida!

Muy temprano, salió de Ica un pequeño convoy y en él pusieron el cajón de nuestro querido muerto, subimos n
tren se puso en marcha. Un cuarto de hora después se detenía frente al Cementerio; llegamos a él; iba cargado po
hermanos y tres parientes, y nosotros, con el sombrero en la mano, seguimos el triste cortejo. En la puerta, formad
pilastras, Adán y Eva, en sus estatuas rotas, miraban impasibles. Entramos en el enarenado cementerio, un homb
con un badilejo en una mano y una caja de cemento en otra, nos precedía. No hubo sacerdote, para el pobre Man
la caja negra en el nicho, cubrióla indiferente el sepulturero y pusieron en la pared húmeda, su nombre y la fecha.
hicieron una cruz de caña y la colocaron al pie del nicho, y terminó todo.

Volvimos por los cuarteles, llenos de arena del cementerio, sin decir palabra, llorando los del cortejo, que eran
todos, atravesamos el arenal para tomar el tren, que ya volvía sin Manuel, a quien nunca más volveríamos a ver e

Al día siguiente llegamos a Pisco y por mucho tiempo, la tristeza tendió sus alas sobre nuestra casa.

Quien llegue a Pisco, y vea el faro del muelle, quien lo vea de noche, alumbrando pobremente con su luz, guía
perdidos y de botes desorientados y de náufragos, cuya luz se quiebra en las aguas, recuerde a ese espíritu triste
infinita, de aldeano amor, poeta de sus dolores íntimos; recuerde a Manuel, perdónele, y trate de oír, en el murmu
aguas que se debaten bajo el muelle en las tinieblas de la noche, aquel sencillo verso del amigo sepulto:
En su ventana moría el sol
y abajo, lento, cantaba el mar;
y ella reía llena de amor
rubia del oro crepuscular…

No volvió nunca mi pobre amor


yo desde lejos la vi pasar;
todas las tardes moría el sol
y su ventana no se abrió más…
¡y su ventana no se abrió más!
El caballero Carmelo es un cuento del escritor peruano Abraham Valdelomar,
considerado por la crítica como lo mejor de toda su creación ficticia y uno de los cuentos
más perfectos de la literatura peruana.1 Publicado el 13 de noviembre de 1913 en el
diario La Nación de Lima, encabeza el conjunto de los cuentos denominados «criollos» o
«criollistas», ambientadas durante la niñez del autor transcurrida en Pisco, una ciudad de
la costa peruana, en medio del desierto.

Índice

Historia de su publicación[editar]

Abraham Valdelomar en Roma, 1914.

Desde agosto de 1913, Valdelomar ejercía como diplomático en Italia, cargo que le había
concedido el gobierno de Guillermo Billinghurst, en cuya campaña presidencial había
colaborado. Es posible que empezara a escribir «El caballero Carmelo» mucho antes de
embarcarse a Europa; lo cierto es que lo concluyó en la ciudad de Roma para luego
presentarlo al concurso literario convocado por el diario La Nación de Lima, ocultándose
bajo el seudónimo de «Paracas». A manera de adelanto de los trabajos presentados por
los concursantes, el cuento de Valdelomar fue publicado en la edición de dicho periódico
del día 13 de noviembre de 1913.
El jurado encargado de dirimir en el concurso estaba conformado por el historiador Carlos
Wiesse Portocarrero, el crítico y narrador Emilio Gutiérrez de Quintanilla, y el
poeta Enrique Bustamante y Ballivián, este último era además el director del diario La
Nación y gran amigo de Valdelomar, con quien mantuvo por entonces correspondencia. De
este carteo se desprende que el escritor quería ganar el concurso para demostrar su valía
a sus compañeros de la Universidad de San Marcos, pues todavía estaba con el mal sabor
de la derrota de su candidatura a la presidencia del Centro Universitario (ver más detalles
en la biografía de Abraham Valdelomar). Transcribimos parte de una de las cartas que el
escritor envío por entonces a Bustamante y Ballivián:
He leído en el primer número de La Nación, que es el único que he recibido, las bases de un
concurso literario. Usted sabe, Enrique, cuánto necesito triunfar donde se me presente un honrado
campo. Teniendo esto en consideración, y sabiendo que usted es miembro del jurado, sin voto (que
de otra manera no le confiaría esto) porque no deseo bajo ningún punto que se me favorezca sin
derecho y sin justicia, le digo lo siguiente: he sacado de mi libro de novelas cortas ese cuento que le
envío, para entrar al concurso. Como usted sabe que me jodería completamente sacar un segundo
o tercer premio, el favor que usted me va a hacer consiste en que entregue el cuento, al cual le
pongo yo un seudónimo; para en caso de no sacar el premio, no se sepa mi nombre. Esto lo hago
yo, su intervención es esta otra: Si me dieran por chiripa el primer premio, entonces usted explica al
jurado la razón que tuve para dar mi seudónimo y la carta que envío para garantizar la propiedad de
mi cuento. Esto sólo en el caso de que se trate del primer premio, pues si no, usted se quedará tan
calladito y no se sabrá que el cuento ése es escrito por este pobre diablo. Otra cosa aún. Como yo
no quiero que hablen y critiquen mi actitud al ir a ese concurso, ni que digan que es cojudo 2y que, yo
desde Europa, les vaya a arrebatar triunfos a los de allí, le incluyo un pliego en el cual renuncio al
premio y cedo el dinero al que me suceda y, si éste no lo quisiera, al Centro Universitario o a
cualquier sociedad.3

Como era de esperar, el jurado otorgó a «El caballero Carmelo» el primer lugar en el
concurso de cuentos: el galardón venía acompañado de cien soles de premio (27 de
diciembre de 1913). Tal vez nadie entonces imaginó que con ese episodio simbólico se
inauguraba una nueva etapa en las letras peruanas. En el número del 3 de
enero de 1914 La Nación publicó los resultados del concurso. Valdelomar quedó más que
feliz con la noticia, pero poco después ocurrió el golpe de estado del coronel Oscar R.
Benavides que derrocó al presidente Guillermo Billinghurst: en protesta, el escritor
renunció a su cargo de diplomático. Por entonces se hallaba en tratos con una editorial
de París para dar a luz su libro de cuentos criollos, que encabezaría El caballero Carmelo,
pero este proyecto no se concretó, y Valdelomar retornó al Perú, en abril de 1914.
El cuento fue incluido después en el libro del mismo nombre, de carácter misceláneo: El
caballero Carmelo (Lima, 1918). Ello es una prueba de la resonancia que entonces tuvo el
cuento, al punto que el autor lo tomó para dar título a su primera colección cuentística.

Contexto[editar]
El ambiente de popularismo y democracia creado alrededor del corto período presidencial
de Guillermo Billinghurst (1912-1914), político provinciano al igual que Valdelomar, tal vez
tuvo algún influjo en el surgimiento del cuento criollo valdelomariano, tarea que debe
entenderse como un cambio de perspectiva en lo que toca a la valorización de los
espacios de la nación peruana.4Ámbitos provincianos, considerados hasta entonces
menores y normalmente relegados de la representación literaria, aparecieron entonces en
primera fila, recreados por una de las mayores plumas, sino la mayor, de la narrativa
peruana del siglo XX.

Argumento[editar]

"Convite al coliseo de gallos" (Pancho Fierro, 1830)


Contado en primera persona con un lenguaje tierno, conmovedor y ambientado en un
entorno provinciano y rural, este cuento nos narra la historia de un viejo gallo de pelea
llamado el Caballero Carmelo, que debe enfrentar a otro más joven, el Ajiseco. El Carmelo,
sacando fuerzas de flaqueza, gana, pero queda gravemente herido y poco después muere,
ante la consternación de sus dueños. Este es el tema central.
Como temas secundarios podemos mencionar la vida familiar en el hogar del protagonista-
narrador (incluida las peripecias del gallo «Pelado») y la vida de los pescadores de la
aldea San Andrés, cercana a Pisco.

Época[editar]
Hay que distinguir la época en que fue esbozado y escrito el cuento (entre los años 1912-
13) y la época en que está ambientado el relato, lo cual podemos fechar, teniendo en
cuenta su carácter autobiográfico, entre los años 1896-97, es decir cuando el protagonista-
narrador tenía entre 8 a 9 años de edad. Prueba del talento del escritor es que, siendo un
hombre mayor, se retrotrae a la época de su lejana infancia y con la sensibilidad de un
niño relata esta historia sencilla pero que bajo su pluma se convierte en maravillosa.

Resumen[editar]

Representación ficticia del duelo entre el Carmelo y el Ajiseco.

Los hechos relatados transcurren en Pisco, en torno a la familia del narrador, quien
recuerda en primera persona un episodio imborrable que vivió en su niñez, a fines del siglo
XIX. Un día, después de un largo viaje, Roberto, el hermano mayor de la familia, llegó
cabalgando cargado de regalos para sus padres y hermanos. A cada uno entregó un
regalo; pero el que más impacto causó fue el que entregó a su padre: un gallo de pelea de
impresionante color y porte. Le pusieron por nombre el «Caballero Carmelo» y pronto se
convirtió en un gran peleador, ganador en múltiples duelos gallísticos. Ya viejo, el gallo fue
retirado del oficio y todos esperaban que
culminaría sus días de muerte natural. Pero
cierto día el padre, herido en su amor
propio cuando alguien se atrevió a decirle que
su «Carmelo» no era un gallo de raza, para
demostrar lo contrario pactó una pelea con
otro gallo de fama, el «Ajiseco», que
aunque no se igualaba en experiencia con
el «Carmelo», tenía sin embargo la
ventaja de ser más joven. Hubo
sentimiento de pena en toda la familia, pues
sabían que el «Carmelo» ya no estaba para
esas lides. Pero no hubo marcha atrás, la
pelea estaba pactada y se efectuaría en el día de la Patria, el 28 de julio, en el vecino
pueblo de San Andrés. Llegado el día, los niños varones de la familia acudieron a observar
el espectáculo, acompañando al padre. Encontraron al pueblo engalanado, con sus
habitantes vestidos con sus mejores trajes. Las peleas de gallos se realizaban en una
pequeña cancha adecuada para la ocasión. Luego de una interesante pelea gallística les
tocó el turno al «Ajiseco» y al «Carmelo». Las apuestas vinieron y como era de esperar,
hasta en las tribunas llevaba la ventaja el «Ajiseco». El «Carmelo» intentaba poner su
filuda cuchilla en el pecho del contrincante y no picaba jamás al adversario. En cambio, el
«Ajiseco» pretendía imponerse a base de fuerza y aletazos. Repentinamente, vino una
confrontación en el aire, los dos contrincantes saltaron. El «Carmelo» salió en desventaja:
un hilillo de sangre corrió por su pierna. Las apuestas aumentaron a favor del «Ajiseco».
Pero el «Carmelo» no se dio por vencido; herido en carne propia pareció acordarse de sus
viejos tiempos y arremetió con furia. La lucha fue cruel e indecisa y llegó un momento en
que pareció que sucumbía el «Carmelo». Los partidarios del «Ajiseco» creyeron ganada la
pelea, pero el juez, quien estaba atento, se dio cuenta que aún estaba vivo y entonces
gritó. «¡Todavía no ha enterrado el pico señores!». Y, efectivamente, el «Carmelo» sacó el
coraje que sólo los gallos de alcurnia poseen: cual soldado herido, arremetió con toda su
fuerza y de una sola estocada hirió mortalmente al «Ajiseco», quien terminó por «enterrar
el pico». El «Carmelo» había ganado la pelea pero quedó gravemente herido. Todos
felicitaron a su dueño por la victoria y se retiraron del circo contentos de haber visto una
pelea tan reñida. El «Carmelo» fue conducido por Abraham hacia la casa, y aunque toda la
familia se prodigó en su atención, no lograron reanimarlo. Tras sobrevivir dos días, el
«Carmelo» se levantó al atardecer mirando el horizonte, batió las alas y cantó por última
vez, para luego desplomarse y morir apaciblemente, mirando amorosamente a sus amos.
Toda la familia quedó apesadumbrada y cenó en silencio aquella noche. Según palabras
del autor, esa fue la historia de un gallo de raza, último vástago de aquellos gallos de pelea
que fueron orgullo por mucho tiempo del valle del Caucato, fértil región de Ica donde se
forjaban dichos paladines.

Escenarios[editar]
La casa donde convivía la numerosa familia del narrador, personajes de esta historia, se
hallaba en la ciudad de Pisco, situada frente al mar, con tres plazuelas (una de ellas la
principal) y su muelle, ciudad que entonces más parecía una aldea grande.
Inmediata a dicho puerto, yendo por el camino de la playa hacia el sur, estaba la caleta
de San Andrés de los pescadores, «aldea de gentes sencillas, que eleva sus casuchas
entre la rumorosa orilla y el estéril desierto». Esa es la «aldea encantada» que el autor
evoca constantemente en sus cuentos criollos, la misma donde se realizaban peleas de
gallos en el marco de la celebración del aniversario patrio del 28 de julio.
En las cercanías de Pisco y en la ruta hacia Ica, se extendía la Hacienda Caucato, que
ocupaba un verde y fértil valle, copioso de árboles frutales, explotado antaño por
los jesuitas. Era la tierra del Carmelo y de otros gallos de pelea de la región.

Personajes[editar]
Caso insólito en la literatura peruana hasta ese entonces (aunque no en la
hispanoamericana), que los personajes principales sean animales, en este caso dos gallos
de pelea:

 El Carmelo
 El Ajiseco
Estos apelativos no son nombres propios, como se podría pensar, sino que aluden al color
del plumaje de ese tipo de aves, tal como era costumbre clasificarlos entre la afición
gallística peruana desde el siglo XVII.
Habría que mencionar también al gallo «Pelado», el protagonista de la sección II del
cuento. Este es otro gallo de estirpe, que fue suplantado por el Carmelo en las
preferencias de la familia.
El otro personaje principal es el narrador y testigo de la historia, es decir el
mismo Abraham Valdelomar, que cuando aquella transcurre debía tener entre 8 y 9 años
de edad, no más (algunas versiones dicen que tenía entonces 12 años, pero esto es
improbable, ya que cerca de cumplir 11 años abandonó Pisco con toda su familia y se fue
a vivir a Chincha).
Luego están los integrantes de la familia del narrador:

 Los padres (cuyos nombres no se mencionan). El padre, el aficionado de la gallística,


se levantaba temprano para ir a trabajar. La madre se dedicaba a las tareas del hogar
y al cuidado de sus 6 hijos menores todavía.
 Los hermanos:
 Roberto, el mayor, quien retorna al hogar luego de un largo viaje trayendo
regalos.
 Anfiloquio, el protector del gallo «Pelado».
 Rosa, la hermana mayor.
 Jesús, una niña muy inquieta y sensible, de menor edad de Abraham.
 Héctor, sin duda muy pequeño aún, pues no participa en la historia y solo se le
menciona como uno de los receptores de los regalos del hermano mayor.5
Finalmente, son mencionados también el panadero («un viejo dulce y bueno»), el
entrenador del Carmelo, el juez de las jugadas de gallos, el dueño del Ajiseco, los
espectadores y apostadores de las peleas de gallos, los pescadores de la caleta de San
Andrés.

Análisis estructural[editar]
El cuento está dividido en seis secciones o capítulos cortos. Cronológicamente el relato es
lineal, con la clásica secuencia: inicio – desarrollo – clímax – desenlace.

 Inicio (la llegada del Carmelo).


 Desarrollo (la descripción del entorno y los preparativos de la pelea entre el Carmelo y
el Ajiseco).
 Clímax (la pelea entre el Carmelo y el Ajiseco, y el triunfo del primero).
 Desenlace (la muerte del Carmelo en el seno del hogar).
En el inicio el autor sabe capturar a sus lectores, utilizando la llamada «técnica del
anzuelo»: en el relato irrumpe un jinete desconocido, lo que motiva a que el lector sea
picado en su curiosidad y se adentre en la lectura, hasta llegar al nudo del relato. El final
se puede interpretar técnicamente como un anti-clímax pues el verdadero desenlace es
cuando el Carmelo gana a su rival dos días antes.
A continuación, un resumen del cuento por capítulos, para tener una visión global de su
estructura.
I.- El relato se inicia con la llegada de Roberto, hermano mayor del narrador, quien trae
regalos para la familia. A su padre le obsequia un gallo carmelo, que será conocido como
el «Caballero Carmelo» y llegará a ser el preferido de todos.
II.- Empieza describiendo el amanecer en Pisco, la partida del padre hacía su trabajo, la
llegada del panadero. Los niños se encargan de alimentar a los animales del corral, cuya
descripción detallada se hace. Entre estos destaca un gallo llamado el «Pelado», quien,
pendenciero y escandaloso, se escapa y se mete en el comedor causando destrozos.
Enterado el padre, sentencia que el «Pelado» sería sacrificado para el almuerzo del
domingo. El dueño del gallo, Anfiloquio (uno de los hermanos de Abraham), protesta por
esta decisión y trata de argüir razones para salvarlo. Pero la decisión ya estaba tomada. El
muchacho entonces llora impotente, ante lo cual interviene la madre, quien le promete que
no matarían a su gallo.
III.- El narrador hace una descripción de Pisco, frente al mar, con sus tres plazuelas y su
puerto. Mas al sur, yendo por el camino de la costa, se llegaba a la aldea de San Andrés
de los Pescadores, poblada de gentes sencillas, dedicadas a la pesca y el comercio,
descendientes de las poblaciones nativas o «hijos del sol». De estos aldeanos el narrador
hace una descripción idílica (en algunas versiones del cuento, sobre toda en aquellas
destinadas a los escolares, se mutila inexplicablemente esta sección).
IV.- Comienza con la descripción del gallo Carmelo, a quien el narrador pinta con trazos de
caballero medieval. Habían pasado ya tres años de que llegara el gallo a casa y había
envejecido, luego de ser ganador en varios duelos con otros gallos de la región. Pero
entonces la familia recibe una noticia aterradora: el padre, molesto porque alguien había
dicho que su gallo no era de raza, lo volvería a hacer pelear, esta vez con otro gallo más
joven, el Ajiseco. El duelo se pacta para el día 28 de julio, día de la patria, en la aldea de
San Andrés. Un hombre viene seis días consecutivos para entrenar al Carmelo.
Finalmente llega el día esperado y se llevan al Carmelo, ante las protestas de la madre y el
llanto de las niñas. Una de ellas, Jesús, ruega a Abraham que lo siga y lo cuide.
V.- El pueblo de San Andrés se halla engalanado para la fiesta. La pelea de los gallos se
realiza en una pequeña cancha, a la que asiste mucha gente, entre apostadores y
espectadores. Al frente se halla el juez, es decir, el dirimente de la pelea. Luego de una
pelea preliminar, empieza el duelo entre el Carmelo y el Ajiseco. El favorito de los
apostadores era este último, y todos creían que sería el ganador. Pero luego de una reñida
pelea, el Carmelo se alza con el triunfo, aunque queda gravemente herido. Todos felicitan
al padre de Abraham por la victoria de su gallo de pelea. Abraham carga al Carmelo y se lo
lleva a casa.
VI.- Dos días estuvo el Carmelo sometido a toda clase de cuidados. Pero todo es en vano
y expira, luego de dar su último canto, ante la consternación de toda la familia.

Análisis estilístico[editar]
En «El caballero Carmelo» Valdelomar evoca con ternura y sencillez la vida de la infancia,
del hogar, del puerto y de la provincia. Su lenguaje es claro, expresivo y breve, todo lo cual
supone una admirable destreza técnica.4
En este cuento encontramos también descripciones de fino impresionismo y una prosa que
pone en relieve detalles llenos de colorido, en una estrategia cuya pretensión es dar
vitalidad a los hechos comunes, a las cosas sencillas,6como por ejemplo, la enumeración
de las viandas que el hermano mayor distribuye a los miembros de la familia:
Quesos frescos y blancos envueltos por la cintura con paja de cebada, de la quebrada de Humay;
chancacas hechas con cocos, nueces, maní y almendras; frijoles colados, en sus redondas
calabacitas, pintadas encima con un rectángulo de su propio dulce, que indicaba la tapa, de Chincha
Baja; bizcochuelos, en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de papas, leves, esponjosos,
amarillos y dulces…7

Ingenuas y encantadoras son también algunas descripciones, como la de los animales del
corral:
Venía hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en nuestras piernas; piaban los pollitos;
tímidamente ese acercaban los conejos blancos con sus largas orejas, sus redondos ojos brillantes
y su boca de niña presumida; los patitos, recién «sacados», amarillos como yema de huevo,
trepaban en un panto de agua; cantaba desde su rincón, entrabado, el «Carmelo», y el pavo,
siempre orgulloso, alharaquero y antipático, hacía por desdeñarnos, mientras los patos,
balanceándose como dueñas gordas, hacían por lo bajo comentarios sobre la actitud poco gentil del
petulante.7

Al mismo tiempo, con este relato la subjetividad entró de lleno en la narrativa peruana. Los
acontecimientos importan más por las impresiones que producen en la conciencia de los
protagonistas. El creador tiene una conciencia que valora y modula la realidad.8
Por su lenguaje, materia y referencia, «El caballero Carmelo» y los demás cuentos criollos
representaron una saludable superación del artificio y cultismo extremo de la
prosa modernista, todavía en boga.4

Análisis temático[editar]
En este relato, Valdelomar maneja la animización, por la cual los seres o entidades de la
naturaleza son caracterizados con atributos humanos. El «Carmelo» ha sido dotado con
las virtudes humanas como la caballerosidad y la nobleza, añadidas al arrojo y la valentía.
El narrador le endilga de epítetos como «hidalgo», «amigo íntimo», «héroe», «paladín» y
«caballero medieval». El gallo es el paradigma o emblema de un tipo de conducta
deseable, al mismo tiempo que símbolo evocador de todo lo que es sano y hermoso en el
mundo: hogar, campo, cielo, mar, ruralidad laboriosa. Frente a él se alza la arrogancia y la
ruindad de su joven rival, el «Ajiseco» quien «no parecía ser un gallo fino de distinguida
alcurnia»y que «hacía cosas tan petulantes cuan humanas: miraba con desprecio a
nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha». Cuando el «Carmelo» lo vence,
simboliza también el triunfo de la nobleza sobre la vileza, la caballerosidad sobre la
villanía, la autenticidad sobre la vanidad.9

Entre la ficción y la realidad[editar]

Pelea de gallos.

Si bien hemos remarcado el carácter autobiográfico del cuento, ello no necesariamente es


una regla estricta, ya que el autor, como todo creador literario, sin duda ha debido recrear
la historia, agregando muchos detalles ficticios o inventados. El mismo lo explicaba en una
carta a su madre, al referirse a una colección de cuentos criollos, ambientados también en
Pisco en los años de su niñez: «Naturalmente, hay mucho de fantasía, pero mucho de
verdad, sobre todo en la descripción de ciertas cosas».10
Tampoco Valdelomar se preocupó de reconstruir con fidelidad los detalles referentes a
las peleas de gallos y a las características de estos animales, tal como lo ha
demostrado Marco Aurelio Denegri en su libro Arte y Ciencia de la Gallística (Kavia
Cobaya editores, Lima, 1999), citada por el biógrafo del escritor, Manuel Miguel del Priego:
«… tanto en la descripción del gallo Carmelo, como en la descripción de la riña en que éste participa
y su secuela, Valdelomar cae en errores de nomenclatura y de comprensión de lo que
verdaderamente ocurre durante una pelea de gallos y aún después. Así lo demuestra el polígrafo y
experto en gallística Marco Aurelio Denegri en su libro acerca del tema, quien, implacablemente,
deja en cueros, con las «plumas al viento», y privado hasta de su nombre al gallo de la narración,
porque, como lo pinta Valdelomar, tiene características distintas a las que distinguen a un carmelo.
El carmelo que lo es de verdad «tiene el dorso, los hombros y el arco del ala, de color pardo rojizo,
acanelado; la golilla y la silla, de color anaranjado o rojo acastañado; el resto del cuerpo, blanco, y
también la cola». El Carmelo del cuento, en cambio, adolece de «imprecisión cromática» –por
ejemplo, no se llega a saber de qué color era su cola– y deviene «un remedo, un gallo de varios
colores mal combinados, vale decir, un gallo de plumaje abigarrado», acaso «un carmeloide». Pero
las inexactitudes enumeradas por Denegri con relación a muchos otros aspectos, y contenidas en el
cuento, son tantas, que no nos animamos a reproducirlas, limitándonos a señalar que, en efecto –al
menos, según nos parece– Valdelomar de gallística lo ignoraba todo, de pico a patas, y que,
probablemente, no tuvo cómo documentarse acerca del tema estando en Roma, donde escribió su
famoso relato sólo con la memoria del corazón, a muchas millas de Pisco o Lima, y en 1913, y con
apenas los datos del niño de ocho o nueve años que era cuando probablemente tuvo lugar la
anécdota que lo inspiró.9

Importancia[editar]
Jorge Basadre Grohmann, quien además de historiador es también uno de los más lúcidos
críticos literarios, considera que con «El caballero Carmelo» se inicia el cuento criollo en el
Perú, en forma de cuento costeño que retrata la vida del hogar provinciano. Aunque la más
correcta definición sería «neocriollo», para diferenciarlo del antiguo criollismo, festivo y a
menudo satírico, que contrasta con la nota de melancolía con que están teñidos los
cuentos criollos valdelomarianos. Habría que agregar que estos cuentos son los que han
marcado con mayor intensidad y duración el proceso de la literatura peruana. Con ellos
prácticamente la narrativa peruana ingresa a la modernidad. Basadre señala también que
con Valdelomar aparece por primera vez el niño como protagonista en la narrativa
peruana.
«Con el Caballero Carmelo puede decirse que comienza en el Perú el cuento criollo.
Las Tradiciones de Palma algo de eso habían tenido en cuanto pintaban algunas características de
nuestro ambiente pero fugazmente u opacadas por el paramento de la evocación. Las Tradiciones,
tenían, además, predominante sabor limeño. Valdelomar supo perennizar en los cuentos que inician
aquel libro la vida de la provincia y, al mismo tiempo, la vida del hogar. Como López Albújar hizo el
cuento de la sierra, él hizo el cuento costeño. Además, es aquí donde recién aparece el niño como
protagonista de la literatura peruana, que había sido tan adulta en el gimoteo romántico como en las
risas de los epigramáticos. Y al mismo tiempo, nuestra literatura donde escasea el sentimiento del
paisaje, se enriquece con estas visiones límpidas del puerto y del mar. La sensibilidad de
Valdelomar, un poco femenina en su dulzura y en su delicadeza, se prestaba para miniar estas
páginas autobiografiadas donde el recuerdo detallaba lo pintoresco»11

Mensajes[editar]
Desde un punto de vista ideológico, la pelea del Carmelo y el Ajiseco puede interpretarse
como un símbolo de la lucha entre dos prototipos de personalidades: el Carmelo
representa la nobleza (es de buena estirpe), la caballerosidad (no usa malas tretas y se
limita a atacar con sus patas armadas) y la autenticidad (no presume lo que no es),
mientras que el Ajiseco representa la villanía (no parecía ser de alcurnia), la vileza (trata
de imponerse a aletazos y picotazos) y la vanidad (era presuntuoso). El Carmelo triunfa y
con él todas sus cualidades buenas y ejemplares, pero a costa de su propia vida. Pero su
recuerdo perdura imborrablemente y sin duda allí es donde radica su mayor victoria.
Algunos intentan «dilucidar» en el cuento un mensaje contrario a las peleas de gallos; sin
embargo no es esa la intención del escritor. Lo que entristece al niño Abraham y a sus
hermanos es que se haga pelear a un animal ya viejo, con el grave riesgo de que sucumba
frente a un rival más joven. De acuerdo al contexto cultural de entonces (y aun de ahora)
se considera que el gallo de pelea nace y vive para pelear (lo mismo se diría de un toro de
lidia), al menos hasta donde las fuerzas lo permitan; no hay ninguna objeción al respecto,
incluso el autor idealiza la lucha gallística y la compara con los duelos de caballeros
medievales. Si se quiere entresacar mensajes del relato, estos serían:

 El amor filial y fraternal. La unidad familiar. El hermano mayor que retorna al hogar
luego de recorrer el país (en busca de trabajo) y trae regalos para cada uno de los
miembros de su familia (padres y hermanos).
 El entorno hogareño armónico. La madre, abnegada y cariñosa, que cumple
devotamente sus tareas conyugales y vela por su numerosa familia. El padre que sale
temprano a trabajar y que regresa al atardecer al hogar.
 El respeto a la autoridad paterna; a pesar de que la decisión del padre causa pesar a
la madre y a los hijos, ninguno de ellos se rebela de manera desaprensiva contra tal
decisión.
 El sentimiento de sincero respeto y admiración hacia la raza nativa, «los hijos del sol»;
y en general hacia todas las personas sencillas dedicadas a tareas como la pesca y la
artesanía.
 La sensibilidad por el sufrimiento de un animal; cuando el Carmelo es llevado a casa
gravemente herido es «sometido a todo tipo de atenciones»; cuando muere, toda la
familia queda apesadumbrada.
Referencias

“Yo soy aldeano. Nací y me crié en la aldea, a orillas del mar,


viendo mis infantiles ojos de cerca y perennemente la Naturaleza.
No me eduqué con libros, sino con crepúsculos. Mi profesor de
Religión fue mi madre y lo fue después el firmamento. Mis
maestros de estética fueron el paisaje y el mar; mi libro de Moral
fue la aldehuela de San Andrés de los Pescadores, y mi única
filosofía la que me enseñara el cementerio de mi pueblo”

Abraham Valdelomar

Perú ha legado a las letras de habla hispana figuras totémicas de


la literatura universal. Sólo dos de ellas bastarían para argumentar
con base de acero inoxidable el argumento: el poeta César Vallejo,
autor de Los heraldos negros (1919), uno de los libros más tristes
de la historia; y el sempiterno narrador Julio Ramón Ribeyro,
entre los cuentistas latinoamericanos más importantes. Sin
embargo, hay otra figura emblemática cuya poética resalta y en la
que es preciso detenerse para entender mejor el panorama de la
poesía peruana.

A pesar de su breve tránsito por la vida , por la genialidad saturada


de añoranza que plasmó en sus poemas, Abraham Valdelomar
(1888-1919) es uno de los escritores más notables de Perú. Incluso
podría decirse que es uno de los más completos: publicó cuentos,
poemas, crónicas, novelas breves, ensayos y obras de teatro.
Incursionó, además, en el campo de la política y el periodismo. Sin
embargo, lo que más resalta de su estampa como autor y
esgrimidor de la palabra es que azuzó la flama innovadora en el
pecho de los jóvenes escritores peruanos.

Valdelomar nadó, sobre todo, contra la agitada corriente cultural


de la sociedad conservadora de su tiempo. Cerca de 1915 empezó
a llamar la atención de la vida pública, a menudo por sus
improvisaciones poéticas, que realizaba en salones de té y cafés
de sociedad, habitualmente acartonados. Además, se vestía como
un dandy extraño, por lo que muchos repudiaron sus
extravagancias y lo tildaban de ser sólo una mala copia de Oscar
Wilde y del poeta futurista italiano Gabriele D'Annunzio. En
general, su irreverencia era interpretada por sus contemporáneos
como petulancia, aunque en el fondo el poeta era un auténtico
humanista. Como lo indica el escritor Luis Alberto Sánchez: “Fue,
de raíz, un niño terrible. Se nos fue terrible y niño y desde su niñez
sin ocaso continúa alumbrando hasta ahora la Letras del Perú”.
La muerte le dio alcance a los 31 años de edad: durante una
madrugada, en la azotea de una casona en la Provincia de
Ayacucho, intentó bajar completamente a oscuras, pero cayó de
unos seis metros de altura y se fracturó la espina dorsal. Tres días
de intensa agonía después, falleció. Admiradores y difamadores no
se reservaron comentarios. Los de estos últimos, en un intento de
ridiculizar su figura, derivaron en el inefable rumor de que había
caído sobre una pila de excrementos. Lo cierto es que cayó sobre
un montículo de grava que estaba cerca de la escalera. ¿El motivo
de la caída? Su prisa por bajar a inyectarse una dosis de morfina.
En fin, datos mórbidos aparte, su obra merece ser conocida y
reconocida. Es por eso que a continuación te presentamos 3
poemas de la pluma eterna y nostálgica del escritor más excéntrico
de Perú, Abraham Valdelomar:

Pedro Abraham Valdelomar Pinto (Ica, 27 de abril1de 1888-Ayacucho, 3 de


noviembre de 1919) fue un narrador, poeta, periodista, ensayista y dramaturgo peruano.
Es considerado uno de los principales cuentistas del Perú, junto con Julio Ramón Ribeyro.
Abraham Valdelomar fue un escritor completo pues «abarcó prácticamente todos los
géneros literarios conocidos».[cita requerida] Sin embargo, lo mejor de su creación ficticia se
concentra en el campo de la narrativa cuentística. Sus cuentos se publicaron en revistas y
periódicos de la época, y él mismo los organizó en dos libros: El caballero
Carmelo (Lima, 1918) y Los hijos del Sol (póstumo, Lima,1921). En ellos se encuentran los
primeros testimonios del cuento neocriollo peruano, de rasgos postmodernistas, que
marcaron el punto de partida de la narrativa moderna del Perú. En el cuento El caballero
Carmelo, que da nombre a su primer libro de cuentos, se utiliza un vocabulario arcaico y
una retórica propia de las novelas de caballerías para narrar la triste historia de un gallo de
pelea, relato nostálgico ambientado en Pisco, durante la infancia del autor. En Los hijos del
Sol, busca su inspiración en el pasado histórico del Perú, remontándose a la época de
los incas.
Su poesía también es notable por su evolución singular del modernismo al
postmodernismo, teniendo incluso atisbos geniales de vanguardismo. Aquella es de una
sensibilidad lírica extraordinaria que tiene como máxima expresión la de ser un vuelco
hacia su interioridad. Pero esta interioridad debe entenderse como una expresión directa e
íntima (por tanto, creativa) de la realidad. Esta poesía tiene como ejemplos fulgurantes
a Tristitia2y El hermano ausente en la cena de Pascua, los cuales presentan a su autor
como un poeta dulce, tierno y profundo, saturado de paisaje, de hogar y de tristeza. Es
imposible no relacionar su poesía con la de su compatriota César Vallejo, sobre todo con
el primer poemario de éste, Los Heraldos Negros, y en especial la sección "Las canciones
del hogar", en que el tema familiar, asumido con amorosa filiación a la vez de hijo y
hermano, emparentan estrechamente sus poéticas. De hecho Vallejo admiraba vivamente
a Valdelomar, que era mayor que él, al punto de que lo entrevistó cuando llegó a Lima e
incluso le pidió que prologara Los Heraldos Negros, lo que nunca llegó a concretarse.
8Enlaces externos

Minibiografía[editar]
Nació en Ica, como el sexto hijo de Anfiloquio Valdelomar y de María Pinto. A temprana
edad se trasladó con su familia al puerto de Pisco, donde cursó parte de su educación
primaria (1892-1898), culminándola en Chincha (1899). Se trasladó a Lima para cursar
su educación secundaria en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe (1900-1904). Luego
ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. Interrumpió sus estudios
para incursionar en el periodismo, así como en la política, como partidario de Guillermo
Billinghurst. Fue nombrado director del diario oficial El Peruano y pasó a Italia como
secretario de la legación peruana (1913). Tras la caída de Billinghurst retornó al Perú
(1914). Se consagró al periodismo y pronto se hizo conocido por su calidad de literato, lo
que se vislumbraba en sus primeros relatos y poesías publicados en diarios y revistas.
Fundó la revista literaria Colónida (1916) y publicó su libro de cuentos El caballero
Carmelo (1918), que marcó el inicio de la modernidad en la narrativa peruana. Viajó a
diversas ciudades del Perú e incursionó una vez más en la política, siendo elegido
diputado al Congreso Regional del Centro (1919). Estando en Ayacucho, sufrió una caída
accidental que le provocó la fractura de la columna vertebral, a consecuencia de lo cual
falleció, cuando apenas contaba con 31 años de edad.

Biografía ampliada[editar]
Fue el sexto hijo de Anfiloquio Valdelomar Fajardo y de María Carolina de la Asunción
Pinto Bardales. Hasta los cuatro años de edad vivió en una pequeña casa en la Calle
Arequipa # 286 de su ciudad natal, Ica.3 Hasta el año 2007 podía apreciarse una placa
recordatoria en dicha casa señalando el hecho; lamentablemente, el terremoto de aquel
añoprovocó el derrumbe completo de esta primera casa de Valdelomar.
En 1892 se trasladó con su familia al puerto de Pisco, donde su padre encontró trabajo
como empleado de la aduana. Allí empezó sus estudios primarios. Las experiencias de su
infancia, vinculada al mar y al campo, influyeron decisivamente en su obra. En 1899 se
trasladó a Chincha donde concluyó su educación primaria.
En 1900 viajó a Lima donde estudió la secundaria en el Colegio Guadalupe; allí fundó y
dirigió un periódico escolar: La Idea Guadalupana (1903). En 1904 concluyó sus estudios
secundarios y durante unos meses desempeñó el puesto de archivero en la Inspección
Municipal de Educación de Chincha.
En 1905 ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. Sin embargo,
dejó las clases al año siguiente para trabajar como dibujante de revistas como Aplausos y
silbidos, Monos y Monadas, Fray KBzón, Actualidades, Cinema y Gil Blas. Luego desplegó
su talento literario que fue acogido por diarios y revistas. Sus primeros versos, de estilo
modernista, los publicó la revista Contemporáneos (1909); sus primeros cuentos
aparecieron en 1910 en Variedades y Balnearios.
En 1910 reanudó sus estudios en la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San
Marcos; ese mismo año se incorporó al ejército cuando hubo el peligro de una
conflagración con el Ecuador. A raíz de ello empezó a escribir crónicas para El
Diario de Lima, que envió desde la Escuela Militar de Chorrillos bajo el título de Con la
argelina al viento.
En septiembre de 1910 viajó a Arequipa, Cuzco y Puno. Su fama literaria se consolidó al
año siguiente con dos novelas cortas que salieron a la luz: La ciudad muerta (1911) y La
ciudad de los tísicos (1911), publicadas por entregas en Ilustración Peruana y
en Variedades, respectivamente.
Esta obra temprana (poemas, crónicas periodísticas y cuentos) está marcada por la
influencia del modernismo y de don Manuel González Prada; en sus novelas cortas es más
patente su devoción por Gabriele D'Annunzio.
En 1912 participó fervorosamente en la campaña presidencial de Guillermo Billinghurst.
Tras la victoria electoral de éste, los estudiantes billinghuristas lanzaron la candidatura de
Valdelomar a la presidencia del Centro Universitario de San Marcos. Pero la elección la
ganó otro estudiante, adversario de Billinghurst. En respuesta, Valdelomar fundó el Centro
Universitario Billinghurista.
El gobierno de Billinghurst le otorgó la dirección del diario oficial El Peruano (que ejerció
del 1º de octubre de 1912 al 30 de mayo de 1913), y por R.S. Nº 484 del 12 de
mayo de 1913, un puesto diplomático, como Secretario de Segunda Clase de la Legación
peruana en Italia. Antes de partir hacia Europa, Valdelomar se batió a duelo de espada
con Alberto Ulloa Sotomayor, representante de los estudiantes limeños que se oponían a
la politización de la Universidad y que había publicado un artículo de protesta en La
Prensa, que Valdelomar consideró difamatorio. El duelo finalizó sin mayores
consecuencias y sin que ambos rivales lograran reconciliarse (tiempo después Ulloa se
amistó con Valdelomar y prologó su libro de cuentos El caballero Carmelo).
Valdelomar se embarcó el 1º de julio de 1913 en el vapor Ucayali, con destino a Roma.
Una vez más debió truncar sus estudios universitarios pero viajó con la intención de
retomarlos en Italia (lo que no se concretaría). Desde Roma escribió para el diario La
Nación de Lima sus Crónicas de Roma. Allí también escribe su obra más importante, El
caballero Carmelo, cuento con el que ganó un concurso literario convocado por el diario La
Nación (27 de diciembre de 1913).

En 1914, tras el derrocamiento de Billinghurst por el coronel Oscar R. Benavides, renunció


a su empleo diplomático y retornó al Perú. De nuevo en la capital peruana, sufrió una
fugaz detención acusado de conspirar contra el nuevo gobierno (junio de 1914).
Trabajó luego como secretario personal del polígrafo peruano José de la Riva-Agüero y
Osma, bajo cuya influencia escribió La mariscala, biografía novelada de Francisca Zubiaga
y Bernales (1803-1835), esposa del presidente Agustín Gamarra y figura destacada de la
política del Perú de inicios de la República. De dicha obra hizo luego una versión teatral,
con el mismo nombre, y en colaboración con José Carlos Mariátegui (1916).
Planeó también editar un libro de Cuentos criollos bajo el título de La aldea encantada,
pero no llegó a concretarlo. Dos de dichos cuentos criollos aparecieron publicados en La
Opinión Nacional: El vuelo de los cóndores y Los ojos de Judas (en julio y octubre
de 1914, respectivamente).
En 1915 empezó a trabajar como secretario del Presidente del Consejo de Ministros del
gobierno de José Pardo y Barreda. Se dedicó de lleno al periodismo y la literatura. Se
erigió como un influyente líder de opinión y un portavoz de la modernidad intelectual.
Colaboró sobre todo con el diario La Prensa, donde tuvo a cargo la sección Palabras,
dedicada a la política, desde julio de 1915 hasta su alejamiento del diario en 1918. Se hizo
popular por sus burlas hacia los políticos (entre parlamentarios y ministros) de entonces.
También publicó en La Prensa sus Crónicas frágiles, donde hizo conocido su seudónimo
de "El Conde de Lemos";4 y los Diálogos máximos, que transmitía conversaciones líricas
entre él y su amigo José Carlos Mariátegui representados bajo los nombres de Manlio y
Aristipo. También publicó en el mismo diario sus crónicas tituladas Impresiones; la
columna Fuegos fatuos, donde desplegó todo su humorismo e ironía; y finalmente sus
comentarios sobre la guerra mundial, aparecidos en 1917 bajo el rótulo de Al margen del
cable.5 Compuso también sus Cuentos chinos una suerte de crítica hacia la dictadura
de Óscar R. Benavides en forma de apólogos ambientados en China, que fueron
publicados igualmente en La Prensa(1915).
Ya por entonces llamaba la atención de la gente con su atildada indumentaria,6 sus
públicas improvisaciones poéticas y sus galanterías en confiterías y salones de té, como
en el famoso Palais Concert, situado en el jirón de la Unión, cerca a Palacio de Gobierno,
lugar que cobijó a la juventud intelectual de la época. Por lo general formaba dúo con su
gran amigo José Carlos Mariátegui, seis años menor que él. Algunos le negaron
originalidad y lo acusaron de ser imitador del británico Óscar Wilde y del italiano
D’annunzio, pero lo que nadie podía hacer era ignorarlo.
Pese a esas poses petulantes y escandalosas, Valdelomar seguía siendo en el fondo un
hombre humilde, que miraba al mundo con dulzura y gran capacidad de emoción, tal como
se denota en varias de sus creaciones literarias. La razón de su actitud arrogante y
provocadora, según el mismo lo explicaba, era para que todos, en especial la encopetada
alta sociedad limeña, prestaran atención a un escritor provinciano como él, en una época
en que hasta entonces los escritores (y menos aun los provincianos) no habían tenido
espacio propio ni un lugar de respeto en la sociedad.
En 1916 fundó la efímera pero influyente Revista Literaria Colónida y encabezó el
movimiento intelectual del mismo nombre, Movimiento Colónida, que cohesionó a una
generación de artistas y escritores en torno a la ruptura con el academicismo hispano y la
libre renovación de temas y estilos, convocando a las juventudes provincianas a compartir
su empeño y atisbando con simpatía las nuevas tendencias literarias italianas y francesas.
Ese mismo año se publicó Las voces múltiples, libro que reunió poemas suyos y de otros
autores del movimiento: Pablo Abril de Vivero, Federico More, Alfredo González
Prada, Alberto Ulloa Sotomayor, Félix del Valle, Antonio Garland y Hernán Bellido. En él
aparecieron los poemas más conocidos de Valdelomar: "Tristitia" y "El hermano ausente
en la cena pascual".
En 1917 empezó a publicar en la revista Mundo Limeño la serie de artículos Decoraciones
de ánfora. Obtuvo el premio del concurso de Círculo de Periodistas con su ensayo La
psicología de gallinazo. En Mundo Limeño apareció en dos entregas su novela corta o
cuento largo: Yerba santa, así como el cuento: Hebaristo, el sauce que murió de amor.
Escribió también su tragedia Verdolaga, de la que solo conservamos fragmentos.
En enero de 1918 renunció a La Prensa tras un conato de duelo con su director, Glicerio
Tassara, a raíz de una suplantación que hicieron en su columna de Palabras. Ese mismo
año salió a la luz su colección de cuentos El caballero Carmelo (encabezada por el cuento
del mismo nombre con que ganó el concurso de 1913) y su ensayo sobre estética con
meditaciones taurinas: Belmonte, el trágico7.
Luego realizó giras y dictó conferencias a lo largo y ancho del país. Viajó a las provincias
del norte del país (Trujillo, Cajamarca, Chiclayo, Piura y otras ciudades) y se dirige luego al
sur, recorriendo los departamentos de Arequipa, Puno, Cuzco y Moquegua.
De regreso a su tierra natal fue aclamado unánimemente por la población iqueña. Por ello,
el 24 de septiembre de 1919, resultó electo diputado por Ica ante el Congreso Regional del
Centro. En una reunión de dicho Congreso realizada en la ciudad de Ayacucho, en los
altos de una casona, cuando Abraham se disponía de noche y a oscuras a bajar por una
empinada escalera de piedra, resbaló (o perdió el equilibrio), cayendo desde una altura de
seis metros hasta dar de espalda sobre un montículo de piedras. Como consecuencia de
ello sufrió una fractura de la espina dorsal, cerca de las vértebras lumbares, la cual, luego
de dos días de penosa agonía, le causaron la muerte el 3 de noviembre de 1919, a las dos
y media de la tarde. Apenas contaba con 31 años de edad.
Su ataúd conteniendo su cadáver fue trasladado desde Ayacucho hasta Huancayo sobre
los hombros de 16 cargadores indígenas ayacuchanos. De Huancayo los restos del
escritor fueron llevados en tren hasta Lima, donde fueron inhumados en el Cementerio
Presbítero Matías Maestro, no en un nicho, sino en la tierra misma, tal como había sido su
deseo. Ilustres personalidades, familiares, amigos y discípulos del escritor le despidieron
dedicándole discursos y composiciones (16 de diciembre del mismo año).

Una leyenda sobre su muerte[editar]


Antiguo billete de cincuenta nuevos soles donde aparece la imagen del escritor.

Una versión escandalosa sobre la muerte de Valdelomar circuló poco después,


asegurando que el escritor había fallecido al caer dentro de un profundo silo u hoyo de
excrementos humanos. Tal patraña, cuyo origen no se ha podido precisar, posiblemente
fue difundida por los enemigos del escritor, los mismos que habían sido víctimas de sus
críticas. Dicha versión tuvo tanta acogida que hasta un escritor del nivel de Alberto
Hidalgo lo asumió como verdadera.8 Hasta hoy día muchos educadores difunden dicha
versión en el Perú, lo cual es un error grave, pues diversos testimonios de personas que
estuvieron cerca del fatídico suceso concuerdan unánimemente que el escritor cayó desde
una altura de unos seis metros sobre un montículo de piedras que se elevaba a un metro
de altura cerca de la escalera, lo que le produjo la fatal rotura de la columna vertebral.9
Asimismo, se sabe que la razón por la que Valdelomar bajó apresuradamente por la
escalera en medio de la oscuridad, fue su deseo urgente de aplicarse una inyección
de morfina, según los testimonios recogidos por Luis Alberto Sánchez.10

Producción literaria[editar]
Novelas destacadas[editar]
 1911 — La ciudad muerta
 1911 — La ciudad de los tísicos
 1911 — Yerba Santa
Cuentos[editar]
Valdelomar reunió sus cuentos criollos en un libro titulado La aldea encantada (1914) el
cual no llegó a publicarse. Luego dichos cuentos formaron parte de su libro antológico El
caballero Carmelo (Lima, 1918). Un segundo libro suyo de cuentos, Los hijos del Sol,
inspirado en el pasado incaico, fue publicado después de su muerte (Lima, 1921).
Todos los cuentos reunidos en dichos libros, sumados a otros recopilados de periódicos y
revistas, se pueden organizar, siguiendo las denominaciones dadas por el mismo autor, de
la siguiente manera:
 Cuentos criollos:  Cuentos humorísticos:
 El caballero Carmelo (primer premio  La tragedia en una redoma
del concurso literario del diario "La  La historia de una vida documentada y
Nación" de Lima (1913)). trunca
 Los ojos de Judas  La ciudad sentimental. Un cuento, un
 El vuelo de los cóndores perro y un salto
 El buque negro  Breve historia veraz de un pericote
 Yerba santa  Mi amigo tenía frío y yo tenía un abrigo
 La paraca cáscara de nuez
 Hebaristo, el sauce que murió de amor  Almas prestadas. Heliodoro, el reloj, mi
 Cuentos exóticos: nuevo amigo.
 El palacio de hielo
 La virgen de cera  Cuentos incaicos:
 Los hermanos Ayar
 Cuento cinematográfico:  El alma de la quena
 El beso de Evans  El alfarero (Sañu-Camayok)
 El camino hacia el Sol
 Cuentos yanquis:  El pastor y el rebaño de nieve
 El círculo de la muerte (cuya primera  Los ojos de los reyes, cuya primera
versión se titulaba El suicidio de versión se titulaba Chaymanta Huayñuy
Richard Tennyson) (Más allá de la muerte).
 Tres senas, dos ases  Chaymanta Huayñuy, cuya primera
versión se titulaba El hombre maldito
 Cuentos chinos:  El cantor errante
 Las vísceras del superior o sea La
historia de la poca vergüenza  Cuentos fantásticos:
 El hediondo pozo siniestro o sea La  El hipocampo de oro
historia del Gran Consejo de Siké”  Finis desolatrix veritae
 El peligro sentimental o La causa de la
ruina de Siké
 Los Chin-Fu-Ton o sea La historia de
los hambrientos desalmados
 Whong-Fau-Sang o sea La torva
enfermedad tenebrosa
Poesía[editar]
Su poesía, diseminada entre su prosa publicada en diarios y revistas, ha sido recogida en
recopilaciones hechas después de su fallecimiento. En vida el autor publicó diez de sus
composiciones poéticas en el libro antológico Las voces múltiples (Lima, 1916).
A continuación, una lista de sus composiciones poéticas en orden cronológico:
 1909 — Ha vivido mi alma...  1916 — Crepúsculo
 1909 — Los pensadores vencidos…  1916 — Tristitia
 1910 — La ofrenda de Odhar…  1916 — Fugaz
 1910 — Los violines húngaros  1916 — Confiteor
 1910 — La tribu de Korsabad  ¿1916? — Abre el pozo…
 1910 — Brindis  1916 — La casa familiar
 1910 — La gran hora  1916 — Ritornello
 1910 — Las últimas tardes  ¿1916? — Cobardía
 1911 — La torre de marfil  ¿1916? — En la Quinta del virrey Amat
 1911 — Tríptico:  ¿1916? — ¡Vosotros sois felices!...
 La evocación de las abuelas  1916 — [Tu cuerpo en once módulos…]
 Evocación de la ciudad muerta  1916 — Loa máxima a Andrés Dalmau
 Evocación de las granadas  1916 — A Tórtola Valencia (en colaboración con
 ¿1913? — Íntima José Carlos Mariátegui y Alberto Hidalgo)
 1913 — In memoriam (a Rosa Gamarra  1917 — Epistolae Liricae ad electum poetam
Hernández) juvenem
 ¿1913? — Diario íntimo  1917 — Ofertorio
 1913 — La viajera desconocida  1917 — La ciudad de los tísicos
 1913 — El hermano ausente en la cena  1917 — Ofrenda
de pascua  1918 — L’enfant
 ¿1913? — El conjuro  1918 — Yo, pecador
 1913 — Luna Park  ¿1918? — Con inseguro paso
 ¿1914? — Corazón…  1918 — Ángelus
 1914 — Desolatrix (La cruz abre sus  1918 — Angustia
brazos sobre el pecho del muerto…)  1918 — [Mientras tanto, caminemos por la
 ¿1915? — El árbol del cementerio escapada senda…]
 1915 — De regreso  1918 — [Vengo hacia ti…]
 1915 — El Ministro de Gobernación  1918 — La danza de las horas
 1915 — Liquidación nacional  1919 — Blanca la novia
 1915 — El de Huaraz  ¿1919? — Vamos al campo…
 1915 — Desolatrix (Un álbum… Una  1919 — En mi dolor pusistéis
dama que entre los folios tersos…)  1919 — Elegía
 1916 — Nocturno
 ¿1916? — Optimismo
Prosa poética[editar]
 1918 — Tríptico heroico:
 Oración a la bandera
 Invocación a la patria
 Oración a San Martín
Teatro[editar]
 1911 — El vuelo (drama en dos actos inspirado en el vuelo fatídico de Carlos Tenaud,
pionero de la aviación peruana. Se conservan solo fragmentos)
 1916 — La mariscala (drama en verso, en 6 jornadas, escrita en colaboración
con José Carlos Mariátegui)
 1917 — Verdolaga (tragedia pastoril en 3 actos de la que solo se conservan
fragmentos)
 ¿? — Palabras (tragedia modernista y alegórica en 1 acto)
Ensayos[editar]
 1915 — La psicología de las tortugas
 1916 — Ensayo sobre la caricatura
 1916 — El estómago de la Ciudad de los Reyes
 1916 — Psicología del cerdo agonizante
 1917 — Literatura de manicomio
 1917 — Valores fundamentales de la danza. Primer Premio del Ateneo de Lima —
Concurso del Círculo de Periodistas, 1917.
 1917 — Ensayo sobre la psicología del gallinazo. Primer Premio, Presidente de la
República — Concurso del Círculo de Periodistas, 1917.
 1918 — Belmonte, el trágico. Ensayo de una estética futura a través del arte
nuevo (libro de ensayos).
Crónicas y reportajes[editar]
 1910 — Hacia el trono del sol
 1910 — Con la argelina al viento (Medalla de la Municipalidad de Lima, 1911).
 1913 — Crónicas de Roma
 1915 — Reportaje al Señor de los Milagros
Narraciones y crónicas históricas[editar]
 1917 — El sueño de San Martín
 1918 — Los amores de Pizarro
Biografía[editar]
 1915 — La mariscala (biografía de Francisca Zubiaga de Gamarra)
A todas ellas habría que agregar otras obras que Valdelomar anunció publicar pero que no
salieron a la luz o quedaron inconclusas:

 Neuronas, un libro de aforismos filosóficos, del cual solo se ha rescatado una parte.
 Decoraciones de ánfora, libro de crónicas.
 Fuegos fatuos, libro de ensayos de humor.
 El extraño caso del señor Huamán, novela corta o cuento largo, inconclusa.
Si bien Valdelomar empieza circunscrito en el modernismo, tal como se vislumbra en sus
primeros poemas, su elitismo y su inquietud por abrirse a nuevos temas lo hacen un
modernista terminal o un postmodernista. Aquí es necesario precisar que tradicionalmente
el modernismo ha sido dividido en tres etapas:

 Premodernismo
 Apogeo o Modernismo propiamente dicho, y
 Postmodernismo.
El Postmodernismo vendría a ser pues la última fase del Modernismo.
Las características del Postmodernismo son:

 El retorno a la realidad inmediata. Los escritores postmodernistas renegaron del


exotismo y los temas fantásticos propios de la literatura modernista. Buscaron
recuperar la emoción por las cosas humildes y simples de la vida cotidiana y
retornaron, en muchos casos, a la literatura confidencial e intimista.

 El sencillismo y la depuración de las formas de la expresión artística. Frente al


refinamiento del lenguaje modernista, los escritores postmodernistas depuran el
lenguaje poético de los elementos decorativos y optan por una forma de expresión
cada vez más clara y sencilla. Sin embargo se conservó por largo tiempo el gusto por
la musicalidad en el verso y la utilización de imágenes sensoriales.
Los innegables rasgos postmodernistas de los cuentos “criollos” (como El caballero
Carmelo) y los poemas familiares de Valdelomar (“Tristitia”, El hermano ausente de la cena
de Pascua”), favorecen incluir al escritor dentro del postmodernismo. Aunque hay que
señalar que el movimiento o grupo que lideró, llamado Colónida, presenta facetas que
tanto lo acercan como lo separan del modernismo, por la misma razón de la
heterogeneidad de las posiciones asumidas por sus miembros. "Colónida" representa en
realidad una etapa de transición de la literatura peruana donde convergieron las fuerzas
tradicionales y las de renovación.

Me preguntan en el correo por alguna anécdota literaria mía. Bueno, hay varias,
pero la más bochornosa fue aquella en la que, sin saber que era su hijo, le decía
a un joven de las carencias de un escritor. Nadie en aquella reunión me lo
presentó como tal. El retoño del artista reía y hasta opinaba en mi favor.
“Correa”, llaman a veces a la cortesía.

Pero si de anécdotas se trata mejor es la que Alfredo Bryce Echenique cuenta.


Un día, una señora amiga de su madre le rogó que por favor le pidiera a un
profesor de la Universidad de San Marcos que le enseñara a escribir cuentos y
novelas. Y con temor reverencial al profesor, se acercó y le dijo: “Dr. Zavaleta -
era Carlos Eduardo Zavaleta-, por favor, hay una amiga de mi mamá que tiene
mucha plata, que paga muy bien porque le enseñen a escribir cuentos. Tiene
unos sesenta años y se aburre un poco”. Entonces el doctor Zavaleta se rió a
carcajadas de Bryce y lo mandó literalmente al diablo… Después de eso resulta
que la señora consiguió que Ciro Alegría le diera clases de escribir cuentos y
novelas; y después de eso, la cerveza Cristal organizó el Festival Cristal del
Cuento Peruano. El primer premio: la amiga de la mamá de Bryce. Segundo
premio: el Dr. Zavaleta”.
Si hay una anécdota que es irónica es la de Abraham Valdelomar cuando
conoció a César Vallejo. Sin restarle mérito al primero, el segundo lo supera hoy
en alcances y es nuestro poeta universal. En 1918, sin embargo, Vallejo era un
aspirante desconocido, mientras Valdelomar ya tenía fama y se paseaba como
un pavo real. Ambos fueron presentados por un amigo en común en aquel
temprano año. Al termino de dicha reunión, Valdelomar, con ceremonia,
despidió a Vallejo con estas palabras:”Ahora usted puede ir a su pueblo y decir
con orgullo que ha estrechado la mano de Abraham Valdelomar”. El destino
suele ser mordaz con las palabras.

Por Danilo Sánchez Lihón

1. Verano, ya me voy

César Vallejo, aquel ser apasionado, luego de dispararse una bala en la sien,
que felizmente no se activó, tuvo luego un rapto de exultación, como si hubiera
vuelto a nacer. Su decisión inmediata, ante sus amigos del Grupo Norte, entre
los cuales estaba presente Antenor Orrego, quien refiere estos hechos, entre
otros amigos que también han dado testimonio de estos acontecimientos,
expresó:
“Entonces, me voy”. “Me voy”.
Al siguiente día, se embarcaba en el Puerto de Salaverry hacia Lima, en el
vapor Ucayali. Este viaje lo hacía de manera abrupta, casi sin dinero. Era el 27
de enero del año 1917. Antes de partir escribió:

Verano, ya me voy. Y me dan pena


las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.

2. Muere una rosa

Y luego el poema prosigue:

Verano! y pasarás por mis balcones


con gran rosario de amatistas y oros,
como un obispo triste que llegara
de lejos a buscar y bendecir
los rotos aros de unos muertos novios.

Verano, ya me voy. Allá, en setiembre


tengo una rosa que te encargo mucho;
la regarás de agua bendita todos
los días de pecado y de sepulcro.

Si a fuerza de llorar el mausoleo,


con luz de fe su mármol aletea,
levanta en alto tu responso, y pide
a Dios que siga para siempre muerta.
Todo ha de ser ya tarde;
y tú no encontrarás en mi alma a nadie.

Ya no llores, Verano! En aquel surco


muere una rosa que renace mucho...

3. Siento a Dios

De este modo se despedía de Zoila Rosa Cuadra quien motivara el intento


fallido de suicidio. Lo dice en el poema: En aquel surco muere una rosa…

Ya en el barco que lo conducía a Lima, y que duró cuatro días en la travesía,


del 27 al 30 de diciembre, escribió el poema Dios:

Siento a Dios que camina


tan en mí, con la tarde y con el mar.
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos, Orfandad...

Pero yo siento a Dios. Y hasta parece


que él me dicta no sé qué buen color.
Como un hospitalario, es bueno y triste;
mustia un dulce desdén de enamorado:
debe dolerle mucho el corazón.

Oh, Dios mío, recién a ti me llego


hoy que amo tanto en esta tarde; hoy
que en la falsa balanza de unos senos,
mido y lloro una frágil Creación.

Y tú, cuál llorarás..., tú, enamorado


de tanto enorme seno girador...
Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre .
debe dolerte mucho el corazón.

4. Vaya usted y cuente

En Lima conoció a Abraham Valdelomar. ¿Cómo?

Antes se contaba una escena que después ha desaparecido de toda boca y de


todo escrito. En los últimos años yo no me he topado con aquella versión en
ninguna parte, posiblemente porque se sabe mejor cual fue el trato que le dio
Valdelomar a César Vallejo, que rayó en una admiración total.

Dicha versión circulaba antes porque la figura de Valdelomar estaba casi a la


par de la de Vallejo. En la actualidad la efigie de Vallejo ha desbordado y ahora
la suya es de proyección universal.

¿Qué se contaba en aquel entonces? El anecdotario oral refería que Vallejo


acercándose adonde él estaba le dijo titubeante: vengo de Trujillo y le traigo el
saludo de toda la intelectualidad joven del norte del Perú.

Y que Valdelomar entonces displicente, extendiéndole la mano hacia la calle le


dijo así: “Vaya usted y cuente a sus amigos de Trujillo que ha adorado la mano
del Conde de Lemos”, que era como él se hacía llamar.

5. Estupefacto de admiración

Pero ahora se sabe que no fue así.

Más bien lo cierto es que Víctor Raúl Haya de la Torre, con quien César Vallejo
compartió días de compañerismo en Trujillo, le instó a visitar a Abraham
Valdelomar, personaje sobresaliente e intelectualmente más controvertido del
Perú de ese momento y quien dirigía la revista Mundo Limeño.

Se dice que el mismo Haya de la Torre pasó a máquina los poemas de Vallejo
para que éste los presentara ante la figura más relumbrante de esos días,
quien al echarle un vistazo a los poemas que Vallejo le extendió se quedó
mudo, paralizado de asombro, estupefacto de admiración.

No se movía, se había quedado anonadado, pidiéndole que no se vaya, que lo


espere un instante, que quería conversar con él. Y dejó todo para salir a las
calles a caminar, preguntándole de dónde era, cuáles eran sus planes, como
era su vida, qué pensaba de esto y lo otro.

Y lo invitó lógicamente a colaborar en la revista Mundo Limeño en donde


apareció publicado el poema Los heraldos negros.

6. El genio de la tierra

Abraham Valdelomar había regresado hacía cinco años de Europa, había


vivido en Roma, se había llenado de mundo, se había empapado de todas las
nuevas corrientes artísticas, tan febriles de aquella época en Europa.

Paseaban por las calles coloniales de la Lima vieja. Se acercaban a los parajes
de la Plaza San Martín, que recién se construía para conmemorar el centenario
de la independencia del Perú. Avanzaban por la avenida Colmena que recién
se diseñaba hasta la avenida Tacna.
Ante César Vallejo Valdelomar era serio, sincero, cordial e íntimo. Ante los
otros que se acercaban inmediatamente asumía poses de gran señor, de icono,
de un dandy.

Pasaban los extraños y él se preguntaba, pensando en Vallejo quien iba


silencioso a su lado: cómo es que el genio de la tierra aflora por boca de
alguien, cómo es que las manos que escriben pueden exorcizar mundos, cómo
es que la fuerza telúrica de una realidad asombrosa y abismal, como son los
andes americanos, pueden tener sus voceros, atalayas y demiurgos.

7. Amistad cálida, franca y directa

Valdelomar lo llevó un día a visitar la casa de El Corregidor, el periodista más


sobresaliente, chispeante y superlativo de la época, quien vivía en una esquina
del distrito de San Miguel, cerca de la huaca Tres Palos, y no lejos del océano
Pacífico, con quien César Vallejo estableció inmediatamente una cordial y
mutua simpatía.

Era El Corregidor, seudónimo a apelativo de Adán Felipe Mejía, quien se ganó


ese nombre no por hacer referencia a los potentados dueños de tierras del
Perú colonial, sino que lo asumió como un seudónimo que primero fue un
apodo.

Esto fue debido a la virtud o al defecto que tenía de estar corrigiendo todo texto
que cayera en sus manos o que se presentara ante sus ojos, así fuera una
cartilla de instrucciones, recogida al paso en un establecimiento público, o un
letrero colocado en lo alto de una avenida.

Con El Corregidor, Vallejo estableció una amistad cálida, franca y directa, pese
a ser de temperamentos diferentes y hasta contrapuestos: Vallejo era callado,
sensible y meditabundo. El Corregidor apabullante, sensual, proclamativo.

8. Sí, existía

César Vallejo, en un rapto de entusiasmo le pidió a El Corregidor que le


escribiera el prólogo para su libro aún inédito. El Corregidor le dijo:

“César: asumiría cualquier reto y la proeza más difícil con tal de complacerte, y
mucho más si de escribir se trata. Pero yo, yo, anteponer un prólogo mío a un
libro tuyo de poemas es un pedido que está más allá de todas mis fuerzas, que
son únicamente terrenales. Tendría que existir un ser divino para prologar un
libro tuyo. Y que no creo que exista sobre la faz de la tierra”.

Sí, existía.

Con esa indicación Vallejo encargó el prólogo a Abraham Valdelomar, quien


como era de esperar aceptó halagado pero por cuya espera, que no llegó
nunca dada la agitada vida del Conde de Lemos, quien había entrado en
campaña política y había sido elegido luego diputado por Ica, el libro demoró
un año, de 1917 a 1918, esperando el prólogo en la imprenta y sin editarse.

9. La chispa divina

Pero pocas veces se pueden encontrar expresiones más intensas en lo


afectivo, y de admiración y reconocimiento incondicional en lo intelectual, que
las dichas por Abraham Valdelomar en relación a César Vallejo.

Lo dijo cuando éste apenas había publicado algunos poemas y no se podía


vislumbrar cabalmente –salvo para un hombre de la sensibilidad e intuición de
Valdelomar– hasta dónde llegaría.

Él supo desde el primer momento ante quién estaba realmente parado, no solo
un genio sino un hombre honesto, profundo en sus sentimientos e incólume en
sus valores. Ante un redentor.

Y quien desbordando completamente el vaso o la copa de la emoción escribió


un artículo publicado en Sudamericana, titulado “La génesis de un gran poeta.
César A. Vallejo, el poeta de la ternura”, expresando en él lo siguiente:

“...En breve publicaré sobre su obra, un estudio detenido. Basado en el


conocimiento de su obra y de su alma, le digo, con la mano puesta en el
corazón alborozado:

“Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en Dios: hay en tu espíritu la


chispa divina de los elegidos.”

10. No era común

Y prosigue:

“Eres un gran artista, un hombre sincero y bueno, un niño lleno de dolor, de


tristeza, de inquietud, de sombra y de esperanza.

“Tú podrás sufrir todos los dolores del mundo, herirán tus carnes los caninos de
la envidia, te asaltarán los dardos de la incomprensión; verás, quizás,
desvanecerse tus sueños, podrán los hombres no creer en ti; serán capaces de
no arrodillarse a tu paso los esclavos; pero, sin embargo, tu espíritu, donde
anida la chispa de Dios, será inmortal, fecundará otras almas y vivirá radiante
en la gloria, por los siglos de los siglos. Amén”.

No era común en Abraham Valdelomar este tipo de elogios. Al contrario, él se


creía centro del mundo, porque era egocéntrico, engreído y hasta soberbio y
mesiánico en muchos aspectos.

11. Caminaron muchas veces juntos


Sin embargo ¡cómo deja todas sus poses y su talante presumido para expresar
lo que hemos leído y que a la luz de las décadas transcurridas resulta
premonitorio y hasta profético.

Sus palabras, a la luz de lo que fue el vuelo de águila posterior de César


Vallejo, que sigue además conquistando altura y la conquistará más todavía en
el futuro, pese a los rencorosos de siempre, son sencillamente rayos certeros.

Iluminan las tinieblas al punto de adivinar lo que ocurrió cuando él vivía e


incluso sigue ocurriendo en estos días en que “los caninos de la envidia” siguen
mordiendo y abalanzándose a dentelladas a quererlo devorar a pedazos.

No se conoce lo suficiente de cuanto se frecuentaron pero por la nota que


escribió luego Vallejo se sabe que caminaron muchas veces juntos en el breve
lapso que pudieron conocerse.

Pero pocas veces también se pueden decir con tanto afecto las expresiones
que César Vallejo expresara a la muerte de Abraham Valdelomar.

12. Abraham Valdelomar ha muerto

Este hecho se transparenta cuando enterado de la dramática y lamentable


muerte de Abraham Valdelomar, ocurrida cuando se encontraba en campaña
política y a la temprana edad de 31 años, el 4 de noviembre de 1919, la
reacción de Vallejo ante esta noticia fue de una profunda consternación.

Lo expresa en un artículo que escribió con urgencia y que se publicó en la


edición vespertina de un diario local. Vallejo correspondía así, con enorme
cariño, al autor de “El caballero Carmelo”.

“Abraham Valdelomar ha muerto”, dice la pizarra de un diario:

A las cuatro de la tarde he leído estas líneas incomprensibles, y hasta este


momento no quieren quedarse en mi corazón.

Gastón Róger también me lo ha dicho, y tampoco me resigno a aceptar


semejante noticia.

Llorando, sin embargo, atravieso el jirón por donde caminé tantas veces con
Abraham, y sobrecogido de angustia y desesperación llego a mi casa y me
echo a escribir precipitadamente y como loco estas líneas.

13. Y volveré a verte y a estrecharte

Abraham Valdelomar ha muerto. A esta hora vuela la noticia. Pero, es posible?

¡Oh, esto es horrible!


“Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en Dios”, Abraham, tú no
puedes haberte ido para siempre; es imposible. Sólo, como cuando viajabas,
hermano estás ausente.

Sí, nada más estás ausente desde la mañana lluviosa en que partiste en un
tren que volverá a traerte. Sí, estás viajando, hermano, nada más.

Y volverás Abraham, pronto. Te espera tu madre; te esperamos nosotros, tus


hermanos todos.

Volverás para realizar todos tus sueños de amor, de belleza y de bondad en la


vida, y porque tienes y has recogido en tus últimas romerías muchos dolores de
la tierra que vas a inmortalizar por obra y gracia de tu corazón inmenso de
creador y artista genial.

Por eso volverás, hermano, grande amigo. Así lo siento y lo quiero en este
crepúsculo de primavera con cuya tinta rosada y triste escribo ahora.

Y volveré a verte y a estrecharte, como siempre, con toda mi alma, con todo mi
corazón.

14. Vencedor de la muerte y del olvido

¿No es cierto?

En la cena de esta noche, en la mesa familiar, cuando tu madre que acaso algo
quiere decir, vea el lugar del ausente y se ponga a llorar...

en la cena de esta noche, diremos que volverás pronto, muy pronto, a los
brazos maternales, que te cantarán el tierno a-rro-rró de tus versos antiguos.

¿Pero, qué me pasa? ¿Estoy llorando? ¿Por qué se me aprieta el pecho? Ah,
detestable pizarra noticiera:

Abraham Valdelomar ha muerto.

El hombre bueno e incomprendido; el niño engreído, con noble y suave


engreimiento; el mozo luchador, el efebo discutido del arte; el vencedor de la
muerte y del olvido.

Abraham Valdelomar ha muerto; el cuentista más autóctono de América; el


nombre más sonoro de la última década de la literatura peruana.

La campana de la basílica lírica está tocando vacante...»

15. La edad del mundo


Ambos, Valdelomar y Vallejo, representaban la emergencia y son esos
legítimos frutos de las tierras del Perú de adentro, el Perú de las provincias
frente a una metrópoli dominante, indolente y palaciega.

Ambos cantaron lo humilde, lo pueblerino y lo familiar.

Ambos estuvieron imbuidos de un espíritu de infancia, tierno y sensible y


ambos murieron relativamente jóvenes.

Abraham Valderomar a los 31 años llevado por las cumbres de los cerros
nevados cargado en los hombros de los indígenas que lo trasladaron de
Huamanga donde él cayera a Huancayo donde murió después de tres días de
agonía.

César Vallejo a los 46 años, después de varias semanas de intensa fiebre,


consumido por el holocausto de la Guerra Civil Española, habiendo alcanzado
ambos por su madurez y estado visionario la edad del mundo.

También podría gustarte