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I. EL VIEJO.
El Viejo y mi padre se odiaban a pesar de ser parientes, pero tenía un proyecto para él, por
ello fuimos en su búsqueda al Cuzco, por fin llegamos y nos hospedamos en su casa, a la
llamada de mi padre aparecieron un indio y un mestizo, el primero llevaba nuestro equipaje,
mientras el segundo nos guía con una lámpara escondida a lo que sería nuestro cuarto de
hospedaje, nos llevó al tercer patio con olor a muladar, mi padre se enfadó porque el cuarto
era una cocina, ¡estamos en el patio de las bestias! Exclamó. Conversó con el Viejo, pero
sus palabras terminaron por ofender a mi padre, por ello nos iríamos en la madrugada,
mientras tanto presuroso observaba el muro, los palacios, templos y las plazas, ¡era el
Cuzco! La ciudad natal de mi padre. Posteriormente el Viejo le pide perdón a mi padre por
ello nos iríamos a la mañana siguiente, después de oír misa junto con el Viejo, antes de ello
fuimos a la catedral, a la plaza, a los arcos, a los muros del palacio incaico, etc., y
escuchamos un canto ¡era la María Angola!, la voz de la campana, llegaba a cinco leguas de
distancia. Luego nos dirigimos a dormir, nos llevó el indio al tercer patio, hicimos nuestra
cama en el suelo, sobre la tierra, para ello yo ya contaba con catorce años de edad.
A la mañana siguiente empacamos pasamos por la vivienda del Viejo, y en esa imponente
casa tuve la oportunidad de conocerlo, su rostro era ceniciento de piel dura, aparentemente
descarnado de los huesos, era muy bajo casi un enano, y sobre todo avaro, llegamos a la
plaza de armas, el Viejo se puso de rodillas y se persignó, mi padre lo observaba, luego
ingresamos al templo y se arrodilló sobre las baldosas, rezó apresuradamente, su voz
metálica, las arrugas de su frente resaltaban a la luz de las velas, eran surcos y daban la
impresión de que su piel se había descarnado de sus huesos, no oímos misa y volvimos para
emprender viaje, en señal de despedida el Viejo me dio la mano, nos veremos me dijo, subí
al camión con mi padre, luego viajamos en tren, y llegamos a Apurímac cuyo significado
en quechua es: “Dios que habla”.
II. LOS VIAJES.
No teníamos una residencia fija mi padre fue un abogado, viajábamos por valles cálidos,
siempre junto a un rio pequeño, permanecíamos en un lugar por tiempo corto, decidía irse
de un pueblo a otro cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde
duermen los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la
memoria. Un día llegamos a un pueblo, cuyos vecinos principales odiaban a los forasteros,
los niños odiaban a los pájaros los mataban, Yo abandoné ese pueblo cuando los indios
velaban su cruz en medio de la plaza, salí a pie hacia Huancayo, en ese pueblo nos
quisieron matar de hambre, apostaron un celador en cada esquina de nuestra casa para
amenazar a los litigantes que acudían al estudio. Mi padre viajaría en camión al amanecer,
yo salí a pie en la noche. Un día Llegamos Yauyos, una quebrada pequeña sobre un
afluente del rio Cañete, allí los pobladores mataban a los loros que se posaban en los
árboles, pasamos por Huancapi, donde estuvimos solo unos días, era una quebrada ancha y
fría cerca de la cordillera, sobre los techos de paja de las casa tenían nieve, las cruces de las
de los techos también tenían hielo. Nos dirigimos a Cangallo bajamos hacia el fondo del
valle, íbamos buscando al gran rio, era el Pampas, extenso que pasaba por las regiones
templadas. De Cangallo viajamos a Huamanga, allí encontramos a los indios moro chucos,
jinetes de rostro europeo, cuatreros legendarios son descendientes de los almagristas
excomulgados que se refugiaron en esa pampa, fría, inhospitalaria y estéril.
III. LA DESPEDIDA.
Nos enrumbamos para Abancay, llegamos, al llegar repicaban las campanas todas las
mujeres y una parte de los hombres rezaban en las calles de rodillas. Mi padre preguntó a
una mujer la razón, y contestó: “están operando en el Colegio al padre Linares, santo
predicador de Abancay y Director del Colegio”, entonces nos arrodillamos y rezamos
también.
Nos alojamos en la casa de un Notario ex compañero de colegio de mi padre, al día
siguiente y viendo la incomodidad que causábamos, alquilamos una tienda en la calle
central.
Me matriculó en el Colegio y dormía en el internado, mi padre colocó su placa de abogado
en la tienda y espero clientes, presentía que mi padre se iba ir, y me dejaría por ello se
presentó una tarde en el colegio en compañía de un forastero, era de Chal huanca, estaba
pleiteando un asunto contra un hacendado, por ello mi padre ya no podía ocultarme que se
iría, se recostó sobre la mesa y lloró, y nos separamos casi con alegría, con la misma
esperanza que después del cansancio de un pueblo, nos ilumine al empezar otro viaje.
IV. LA HACIENDA.
El hacendado: canta y baila en la fiesta del pueblo, visten de casimir, montan en su caballo
y cruza la plaza a galope, se emborrachan y vigilan a los indios cara a cara. La casa del
hacendado tiene un patio y un corral, un corredor, una dispensa, un troje, una sala
amueblada con bancas y sillones antiguos de madera. El hacendado es siempre el
mayordomo de las fiestas. El patrón y su familia vivían como extraviados en la inmensa
villa. Los indios y las mujeres no hablaban con los forasteros, un día quise hablarles, pero
me rechazaron por ello el Padre Director del Colegio me llamaba: “loco” y “tonto
vagabundo”. Me angustiaba no ver a mi padre, por eso a veces quería alcanzarlo, en donde
estaba, pero respetaba la decisión y espere contemplándolo todo. Recordaba el canto de
despedida del último ayllu que me acogió, por lo cruel que me trataban mis parientes,
mientras mi papá viajaba perseguido, cuando volvió no dejamos de viajar juntos. Los
hacendados solo venían al colegio a visitar al padre director, las mujeres, jóvenes y
hombres los consideran un santo.
V. PUENTE SOBRE EL MUNDO.
“¡Pachachaca! Puente sobre el mundo significa este nombre.” Y Huanupata era el único
barrio donde había chicherías, los sábados y domingos tocaban arpa y violín, en las de
mayor clientela tocaban huaynos y marinera y la fama se fundaba muchas veces en la
hermosura de las mestizas que servía con su alegría y condescendencia, venían gente de los
Andes, y pedían su música al que tocaba el violín, yo iba a las chicherías a oír cantar y a
buscar a los indios de la hacienda. Había muchos descampados, en esos campos jugaban los
alumnos del colegio, jugábamos a los “peruanos” y “chilenos”, justamente un chileno era
“Añuco” un alumno pobre que era hijo de un hacendado que por juegos lo perdió todo, y a
pesar de su absoluta pobreza, era distinguido en el colegio tenía su protector otro alumno
apellidado Lleras, este era altanero, hosco, abusivo, y caprichoso. El “Añuco” contaba ya
con catorce años de edad. En las noches algunos internos tocaban armónica, pero nadie
tocaba mejor que Romero, el alto y aindiado rondinista de Andahuaylas.
Ciertas noches entraba a la alcoba del padre una mujer demente, que servía de ayudante de
cocina, los alumnos mayores también lo tumbaban al suelo para abusarla. Palacios era el
interno más pequeño y humilde había venido de la aldea de la cordillera. Hubo un día en
que el Lleras había desnudado a la demente y exigía que el humilde Palacios se echara en
su encima, todos lo defendimos.
Debía tener 19 o 20 años, su cuerpo era ancho, su nuca fuerte, como la de un toro, sus
manos eran grandes, era el “Peluca”, se había enamorado de la demente, por ella lloraba y
se ponía melancólico, no había venido ya varias semanas por ello se encontraba impaciente,
todos los internos le fastidiaban.
Los ríos fueron siempre míos, recordaba el valle de los Molinos, ahí había cinco molinos
que eran movidos por el agua de un rio pequeño, en esa quebrada viví abandonado durante
varios meses por ello los días domingos salía precipitadamente del colegio a recorrer los
campos y aturdirme con el fuego del valle.
Yo no sabía si amaba más al puente o al rio. Pero ambos despejaban mi alma. Debía ser
como el gran rio, cruzar las tierra cortar las rocas, pasar indetenible y tranquilo, entre los
bosques y montañas y entrar al mar.
VI. ZUMBAYLLU.
Yllu representa en una de sus formas la música que producen las pequeñas alas en el vuelo.
Illa nombra a cierta especie de luz, y a los monstros que nacieron heridos por los rayos de
la Luna.
Tankayllu es el nombre del tábano zumbador que vuela en el campo libando flores, por ello
llevan la miel en su cuerpo.
Pinkuyllu es el nombre la quena gigante, que tocan los indios del sur en las fiestas
comunales. El wak´rapuku es una corneta hecha de cuernos de toro, de los cuernos más
gruesos y torcidos le ponen la boquilla de plata o de bronce.
Antero busco al Flaco Rondinel y le explicó, que tampoco yo quería pelear entonces
amistamos e hicimos bailar el zumbayllu, ante la sorpresa de todos. A las doce una multitud
de mujeres protestan contra el robo de la sal, el que la guía es una chichera famosa, gorda,
la multitud de mujeres coreaban en quechua: ¡Manan! ¡Kunankamallam suark´aku…!
Decía. (¡No! ¡Solo hasta hoy robaron la sal!), hace su aparición el padre director, escoltado
por dos frailes y se abren paso entre la multitud. El padre trata de calmarlas pero no se
puede protestan porque se había vendido la sal para las vacas de la hacienda, y el pueblo
estaba primero, entonces toda la multitud se dirige a la oficina del estanco de la sal, Antero
y yo lo seguimos, sacan instantáneamente cuarenta costales de sal al patio y empiezan a
repartirlo con suma tranquilidad y orden, “para los pobres de Patibamba tres sacos” dijeron.
En el patio encontraron también cuarenta mulas cargados con costales de sal, las mujeres
cantaban de alegría. Entonces nos dirigimos a Patibamba y entramos a la Hacienda donde
estaban los colonos y repartieron la sal a las mujeres y niños todas las mujeres se acercaron
al sitio de reparto.
Yo no pude ver estaba sumergido en un sopor tenaz e invencible, eso era a causa del
cansancio, me despertó una señora de hermosos ojos azules peló una naranja y me hizo
comer, me trató con amabilidad. De regreso ya en el barrio de Huanupata, estaban mestizos
e indios tomando chicha, celebraba el asalto a la salinera, por las mujeres especialmente
Doña Felipa, y empezaron a cantar.
Antero me encontró y me dijo que el padre, reprimió a todos en el Colegio, pero antes me
presentó a Salvinia, la niña la reina de sus ojos y su pensamiento, llegamos a la puerta del
Colegio me abrazó y me dijo: no sé por qué contigo se abre mi pensamiento, se desata mi
lengua, es que no eres de acá, los anaquinos no son de confiar, mañana de busco, ¡te llevo
tu zumbayllu! ¡Del winco, hermano del winco brujo! ¡Ahora mismo lo hago!
El Padre Director me llevó a la capilla y me azotó por seguir a la indiada, dijo, al día
siguiente me llevó rumbo a Patibamba, allí dio un sermón y los indios y las indias, de la
hacienda se arrodillaron y lloraron yo también hice lo mismo, luego me envió de regreso al
Colegio en el anca de un caballo, lo guiaba un mayordomo, me comento que venía la tropa,
para dar un escarmiento a todas las que habían asaltado la Salinera.
Me dejó en la puerta del Colegio y me recibió el hermano Miguel lo abracé y me dijo que
cuando volviera el Padre Director, también lo abrace, Antero llego, y lo dejo pasar, y trajo
el zumbayllu ¡winku y layk´a! nunca antes visto de color gris oscuro, con resplandores
rojos, lo hicimos bailar, el hermano Miguel estaba sorprendido, Antero me regalo el
zumbayllu y me dijo que lo guardara que lo haríamos llorar en el campo o sobre una piedra
grande del rio.
Escuchamos noticias que el ejército estaba entrando por el puente de Pachachaca, las
tiendas estaban cerradas y las indias habían huido, y se ocultaban en sus casas. Apareció el
Padre Director y nos hizo formar como para ir a Misa por orden de estatura con mirada a la
Dirección, entonces llamo al Lleras y le dijo que se pida perdón del Hermano Miguel que
estaba en su frente, salió corriendo ¡ese es un negro! ¡Un negro! Diciendo estas palabras se
ocultó en uno de los cuartos.
Mientras el “Añuco” se arrodilló frente al Hermano, y le pidió perdón lo siguió Palacitos,
también de rodillas besándole las manos, entre sollozos el Hermano lo levantó, lo abrazo
contra su pecho, lo beso en la cara y en los ojos. El Añuco saltaba de alegría.
Yo le mostré el winku layk´a al Añuco, y todos lo hicimos bailar, todos en una alegría
desbordante, entonces el Añuco: ¿me dijo me lo regalas?, ¿me lo regalas? Es tuyo Añuco le
dije alegremente.
¡Mueran las chicheras! ¡La machorra doña Felipa! ¡Viva el Coronel! ¡El glorioso
regimiento!, escuchamos.
El Padre abrió la puerta avanzó rápidamente hacia donde estábamos los internos, le
pregunte por doña Felipa, y me dijo. “la prenderán esta noche”, conversamos y me dio a
conocer que mi padre ya no se encontraba en Chalhuanca, si no se había ido a Coracora, a
cien leguas más allá. Me hizo saber que mi padre había mandado dinero, y que me daría
permiso el sábado en la tarde más una buena propina. Sonaron los cohetes de arranque
nuevamente el mismo vocerío, ¡mueran las chicheras! ¡Mueran! Gritaron en la calle.
El “Añuco” no vino más, los Padres se reunieron. Romerito tocó el rondín, se unió a
nosotros Palacitos, mientras tocábamos apareció la opa, enseguida el “Peluca” que la quiso
meter a los excusados para abusarla, y ella se resistía, Romero lo amenazo, ¡te vas “Peluca”
o te rompo la crisma! La mujer desapareció en el pasadizo.
El “Añuco” no bajó al patio, en la mañana se llevaron su catre, su baúl y un pequeño cajón
donde guardaba insectos secos. Llegó un amigo del “Iño” Villegas y dijo que estaban
zurrando a las chicheras en la cárcel, han chillado duro, como alborotando, dice que les
fuetearon el trasero delante de sus maridos. ¿Y doña Felipa? Pregunte, dice que ha huido de
noche, luego el amigo del “Iño” se fue.
Pero supimos que los persecutores de la Felipa, encontraron una de las mulas tumbada en
medio del puente de Pachachaca, la habían matado, degollado y habían tendido sus entrañas
a lo ancho del puente, posteriormente encontraron los dos fusiles colgados sobre un árbol
de molle. El rebozo de doña Felipa, sigue colgado en la cruz del puente, dicen que el rio y
el puente asustan a quienes intenten sacarlo.
Con el Markask´a fuimos siempre a la alameda y nos encontramos con Salvinia y Alcira,
me despedí y volví, pase por el cuartel, luego entré a las chicherías, pregunte a un soldado
borracho por doña Felipa, y me dijo que la habían matado, poco después una mestiza los
desmintió, luego fui por el camino hacia el rio, vi al Padre Augusto que bajaba la cuesta
por la otra banda montado sobre una mula muy cerca al rio, me oculte tras de un árbol, el
Padre cruzó el puente, al paso lento de la bestia, luego descubrí a la demente que corría ente
los arbustos, divise en ese instante, el rebozo de doña Felipa, sobre la cruz de piedra del
puente, el viento la sacudió era de color anaranjado, desde la cima de una piedra vi que el
Padre Augusto se detenía en el camino y llamaba con la mano a la demente, ella también lo
llamaba. El Padre espoleo a la mula y abandono a la opa, enseguida subió al releje trepo la
cruz, y sacó el rebozo, mugiendo siempre bajita y rechoncha. Me acerque al puente en
donde varias golondrinas se divertían cruzando, volando sobre las aguas y encima del
releje, de cal y canto, alejándose y volviendo. Regresé al Colegio, incluso antes que el
Padre y la opa, vi que el ejército se retiraba, regresé al internado, el portero dijo: mañana
temprano se va el Hermano al Cuzco, con el niño “Añuco” ya están los caballos listos.
X. YAWAR MAYU.
Palacitos pregunto al Padre Carpena: ¿se va el Hermano?, ¿se va el “Añuco”? No sé nada le
contesto secamente el Padre. La luna menguante alumbraba el patio. Dos caballos
ensillados esperaban en la escalera. Un hombre le toma de la brida. Salió de su cuarto el
Hermano y la luna iluminó el hábito blanco, salió después el “Añuco”. El Hermano me tocó
la cabeza con las manos y me besó, cuando llegó el “Añuco” y la claridad de la luna
iluminó sus ojos hundidos, no pude contener el llanto “adiós” me dijo, y me dio la mano.
Bajó las gradas, montaron. El “Añuco” partió primero, se volvió y nos hizo una señal de
adiós. Palacitos lloró.
La retreta cambió a la ciudad. En la misa el Padre pronunció un sermón largo y felicito al
Coronel Prefecto. A la salida del templo, bajo el sol radiante, la banda de músicos, tocó una
marcha. Vi a Valle paseando muy orondo, escoltando una fila de señoritas. Entretanto dos
jóvenes que no había visto nunca, se acercaron al grupo de muchachas donde se encontraba
Salvinia. “Soy hijo del Comandante” llegué ayer lo escuche decir. Y tomó del brazo a
Salvinia. Antero montó en cólera enfrentó al joven quien huyó hacia el parque.
Palacios reconoce a Prudencio un paisano suyo que hace muchos años se fue a ser soldado
y ahora tocaba en la banda de músicos del ejército. Luego me dirigí a las chicherías, entre a
la de doña Felipa, una de la mozas me trajo un vaso grande de chicha, el arpista era el
Oblitas el “papacha” que afinaba su instrumento para tocar, de pronto ingresan cuatro
soldados y uno de ellos que era cabo fastidia a la moza. El arpista Oblitas comienza a tocar
y cantar una canción triste y melodiosa que solamente sale de lo profundo de sus
sentimientos relacionado a los ríos y al vivir cotidiano de los indios. ¿Por qué en los ríos
profundos en estos abismos de rocas, de arbustos, y sol, el tono de las canciones era dulce,
siendo bravo, el torrente poderoso de las aguas teniendo los precipicios ese semblante
aterrador?
El maestro Oblitas tocaba dulces huaynos de Abancay. El cabo y el soldado bailaban entre
sí, una mestiza comienza a cantar y las letras hacen alusión a doña Felipa favoreciendo
todas las acciones anteriormente hechas. El rostro de los soldados parecía enfriarse, a pesar
de su abatimiento, vi que en sus ojos bullía un sentimiento confuso. Un guardia civil entro a
la chichería hizo callar la música y cesar la danza. Llevó preso al maestro Oblitas, todos
huyeron yo también me fui, encontré a la banda militar marchando hacia la plaza, seguida
por una parvada de chicos, “señoritos” y mestizos, marché a un costado de la banda, cerca
de los grandes, reconocí a Palacitos, iba casi junto al Prudencio. Y descubrí a Antero que
venía con el hijo del Comandante al cual me presento, “mucho gusto” le dije. Su nombre
era Gerardo. Lugo se fueron rápidamente alcanzaron a una fila de muchachas y aquietaron
el paso. Me retiré a la plaza y tomé una decisión que parecía alocada y que sin embargo me
cautivó, ir a la cárcel y preguntar por el papacha Oblitas. Le pregunte al guardia
haciéndome pasar como su ahijado, “no se nada me contesto”. Luego me fui al colegio y
me encontré con el “Peluca”, luego miré a la opa que estaba en lo alto de la torre
observando a la banda de músicos y a toda la gente atiborrada.
GRACIAS!!