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4.

El drama del pecado

Dios, separarse de ti es caer (…) darte a ti la espalda es morir


(…) dejarte a ti es ir a la muerte.1

La Buena Noticia cristiana, el Evangelio, es Jesús mismo, la salvación de Dios, como


su mismo nombre lo indica. Por eso, según san Marcos, las primeras palabras que Jesús
pronuncia incluyen un llamado a la conversión. En este apartado abordaremos el drama del
pecado, como trastrocamiento del designio original de Dios. El hombre no sólo es capax
Dei sino también capax peccati. El don de la libertad humana es un riesgo que Dios elige
correr.2

SOBRE LA FORMA DE GÉNESIS 3


La Iglesia lee la Biblia con fe pero eso no excluye, sino que supone, entender la
dimensión humana del texto (DV 12). Por eso resulta fundamental reconocer el género
literario correspondiente en cada caso. Génesis 3 no es una crónica histórica sino un mito.
Con ello se significa un relato que expresa de manera simbólica verdades hondas, tan
hondas que no existe otro lenguaje mejor que el poético.

“La inspiración no dispensa jamás a los historiadores sagrados de investigar acerca del
pasado y reunir los materiales que les sean accesibles. En efecto, la iluminación
carismática que reciben en calidad de hagiógrafos no tiene por objeto la representación
externa de los acontecimientos pasados, sino su sentido y significación en el designio de
Dios: cuestión de interpretación religiosa, que no prejuzga acerca de los medios
utilizables para evocar tal o cual período de tiempo. A pesar de esa dificultad, inherente al
sujeto tratado, hay que reconocer que Gn 3 forma parte de una obra de conjunto cuya
intención general es histórica, en un sentido distinto de la historiografía moderna:
cualesquiera que sean las etapas diversas que hay que tener en cuenta en la redacción de
ese texto, pertenece sin duda alguna a una síntesis de historia sagrada, que nos pone de
manifiesto cómo el plan de Dios se realizó en el devenir del mundo y de la humanidad
(…) Por consiguiente, no podemos buscar en nuestro texto una descripción realista
de los orígenes de la especie humana y del drama que pudo haber tenido lugar en
ellos, como si el escritor hubiera podido observarlo todo desde fuera. Basta con que
nos dé una evocación suficiente para responder a las necesidades prácticas de la
revelación del designio de salvación, tal como el autor la concibe”. 3

En otras palabras, Génesis 3 es todo lo contrario de un relato ingenuo. Se trata de


una delicada reflexión sapiencial en lenguaje mítico. 4 El término mito suele usarse con
diversos sentidos. Puede significar una cosmovisión o un género literario. Lo sorprendente
de Israel es que rechaza la metafísica inmanente–dualista de los mitos orientales pero sin
renunciar a la riqueza expresiva de sus narraciones. Luis Alonso Schökel lo explica así: “El
Génesis no es mito, aunque utilice expresiones y referencias míticas, desmitificándolas”. 5 El
libro del Génesis en general y el relato de la caída en particular se distinguen de otros

1
S. Agustín, Soliloquios I,1,3.
2
Ratzinger, Einführung in das Christentum, 147-148, Id., El fin del tiempo, 31-32; Id., Kirche, Ökumene
und Politik, 220; Id., Dogma und Verkündigung, 153; Id., Eucharistie, Mitte der Kirche, 17; Id., Iglesia y
Modernidad, 118; Id., Sal de la Tierra 237; Id., Dios y el mundo, 47, 89, 112.
3
P. Grelot, El problema del pecado original, Barcelona, Herder, 1970, 47-48. Cf. Flick, El pecado
original, 35-36: relato seguramente conocido que “recibe del autor inspirado su última redacción
definitiva”.
4
Cf. Grelot, El problema del pecado original, 50-60.
5
Alonso Schökel, BP I, 69.

1
relatos semejantes por la libertad, por el poder de decisión que corresponde al hombre de
cara al bien y al mal, y, en último término, de cara a Dios.

“El libro [del Gn] intenta dar respuesta a grandes enigmas del hombre: el cosmos, la vida
y la muerte, el bien y el mal, el individuo y la sociedad, la cultura y la religión… Tales
problemas reciben una respuesta no teórica o doctrinal, sino histórica, de
acontecimientos. De la humanidad no decide una teoría, sino una historia, y de esa
historia es responsable la humanidad. Pero esa historia está soberanamente dirigida por
Dios, para salvación de toda la humanidad”.6

“Ahora bien, en Gn 3 ese elemento constituye precisamente el centro del drama; por
consiguiente, podemos tomarlo como clave para la lectura de todo el capítulo. No se trata
ya de un elemento mítico, sino que nos introduce en el corazón mismo de los problemas
existenciales”.7

SOBRE EL FONDO DE GÉNESIS 3


Todos tenemos experiencia del pecado pero la revelación nos ofrece una luz que
viene de lo alto para comprender algo más este misterio de iniquidad que nos atraviesa.
Sólo una mirada superficial toma a risa el relato de Génesis 3. Por medio de imágenes
sencillas la Biblia nos regala una verdad que sobrepasa nuestro entender. El jardín nos habla
del mundo como el espacio de una belleza serena en que el hombre puede vivir en paz, sin
temor. Pero en medio de esa armonía original se hace presente la serpiente. ¿Cómo se
“filtra” este ser en el jardín de Dios? El texto no lo explica sino que narra el hecho. La
serpiente es un símbolo de las religiones orientales centradas en la fertilidad. Esas
religiones confunden a Israel sugiriéndole que no siga el mandato de Dios.

“No sigas a ese dios lejano, que no tiene nada que darte. No mantengas la alianza, que es
un largo camino y que tantas limitaciones te impone. Entra en la corriente de la vida, en
su embriaguez y en su éxtasis; sólo así podrás participar de la vida y de su inmortalidad”. 8

La serpiente es además símbolo de una sabiduría distinta de la de Dios: “era el más


astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho” (Gn 3,1). La propuesta
indecente no se muestra abiertamente, sino que el engaño avanza poco a poco,
torciendo palabras, sembrando la desconfianza, confundiendo al hombre de manera
sutil. La idea de fondo es que no existen más límites que el poder humano, como si
propiamente no hubiera bien o mal. Todo parece permitido. Pero eso no es verdad. Quien se
extra-limita se ex-termina.

La serpiente hace creer al hombre que la prohibición de Dios nace de una


mentira. La imagen divina que ella delinea es la de un ser celoso, inseguro, temeroso del
potencial humano. Y así convence al hombre de que en verdad puede llegar a ser dios
mediante la desobediencia. La tradición dirá que lo malo no es el deseo de divinización
sino el camino elegido. “El hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado
a ser plenamente «divinizado» por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso «ser
como Dios» (cf.  Gn  3,5), pero «sin Dios, antes que Dios y no según Dios» (San Máximo
el Confesor)” (CCE 398).

6
Alonso Schökel, BP I, 69. Léase la descripción global que el autor hace de Gn 2-3 en: BP I, 72-73.
7
Grelot, El problema del pecado original, 60.
8
Ratzinger, En el principio creó Dios, 87. Cf. J. Daniélou, Trilogía de la salvación, 54. Este autor dice
que la clave de Génesis 3 está en tres imágenes: la serpiente, el árbol y la mujer.

2
“… el contenido más profundo del pecado es que el hombre quiere negar su ser
creatura, porque no le agrada aceptar ni la medida ni los límites inherentes a ello. No
quiere ser creatura, no quiere ser medido, ni quiere ser medido, ni quiere ser dependiente.
Su dependencia del amor creativo de Dios la interpreta como heteronomía; pero
heteronomía es esclavización y de ésta hay que liberarse. Y así el hombre quiere llegar a
ser Dios (…) El hombre, que considera su dependencia del más alto amor como
esclavitud, queriendo negar su verdad y su ser creatura, no consigue la libertad; destroza
la verdad y el amor. No se hace Dios –pues no puede–, sino caricatura, pseudo-dios; se
hace esclavo de un pode, que llega a pisotearlo”. 9

“El árbol del conocimiento del bien y del mal evoca simbólicamente el límite
infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar
con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la
Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad” (CCE 396).

En Edén había dos árboles, uno de la vida y otro de la ciencia del bien y el mal
(Gn 2,9). Entre ambos existe una relación directa ya que la vida buena depende de la
sabiduría, de la capacidad de discernimiento entre lo bueno y lo malo. 10 La prohibición
de comer del árbol de la ciencia (Gn 2,17) marca un límite al hombre, el límite propio de
su ser creatura: la moralidad ya está dada, es intocable, no es él quien establece lo bueno
y lo malo.11 El hombre debe elegir entre la obediencia y la desobediencia, entre la vida y la
muerte, entre la bendición y la maldición. La prueba del paraíso es esencialmente una
prueba de confianza, y de humildad. “El pecado consiste en que la «ciencia» se busca por
un medio extraño al precepto divino, a la palabra que revela al hombre su verdadero ser (…)
También Israel, y en último término todo hombre, se halla a cada momento en la
encrucijada: la elección determina su situación delante de Dios y decide su suerte”. 12 El
antiguo escrito A Diogneto lo dice con claridad:

“Porque en este lugar fue plantado el árbol de la ciencia y el árbol de la vida; pero no es
la ciencia la que mata, sino la desobediencia es la que mata. En efecto, no sin misterio
está escrito que Dios plantó en el principio el árbol de la ciencia y el árbol de la vida en
medio del paraíso, dándonos a entender la vida por medio de la ciencia; mas, por no haber
usado de ella de manera pura los primeros hombres, quedaron desnudos por seducción de
la serpiente. Porque no hay vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera; de ahí
que los dos árboles fueron plantados uno cerca de otro. Comprendiendo el Apóstol este
sentido y reprendiendo la ciencia que se ejercita sin el mandamiento de la verdad en
orden a la vida, dice: La ciencia hincha, mas la caridad edifica. Porque el que piensa saber
algo sin la ciencia verdadera y atestiguada por la vida, nada sabe, sino que es seducido
por la serpiente por no haber amado la vida. Mas el que con temor ha alcanzado la ciencia
y busca además la vida, ése planta en esperanza y aguarda el fruto. Sea para ti la ciencia
corazón; la vida, empero, el Verbo verdadero comprendido. Si su árbol llevas y produces
en abundancia su fruto, cosecharás siempre lo que ante Dios es deseable, fruto que la
serpiente no toca y al que no se mezcla engaño; ni Eva es corrompida, sino que es creída
virgen; la salvación es mostrada, los Apóstoles se vuelven sabios, y la Pascua del Señor
se adelanta, y con el mundo se desposa y, a par que instruye a los santos, se regocija el
Verbo, por quien el Padre es glorificado”.13

9
Ratzinger, En el principio creó Dios, 93-94. Cf. Grelot, El problema del pecado original, 68-74.
10
Dt 30,15.19; 2 Sam 14,17; 1 Sam 14,20; 1 Re 3,9-12.
11
La prohibición está precedida de un permiso extraordinariamente grande, que es como su telón de
fondo. Se percibe entonces un juego, puedes – no puedes, propio de los códigos israelitas. “El hombre no
puede procurarse una tal «ciencia» del bien y del mal que le permita dominarlos a su antojo, sólo puede
«discernirlos» bajo la dirección de la Sabiduría divina”; Grelot, El problema del pecado original, 67.
12
Grelot, El problema del pecado original, 63.
13
A Diogneto 12.

3
La historia de Israel es la historia de su obediencia o desobediencia a Dios, de su
fidelidad o infidelidad. La Ley es un don por el cual se siente privilegiado, pero ante el
cual se alzan otros caminos, falsos atajos que seducen (Am 5,14-15; Is 5,20-24). En medio
de tantos extravíos la profecía de Isaías 7,14-15 anuncia el nacimiento de un niño que
sabrá “rechazar lo malo y elegir lo bueno”.14 El Mesías será entonces la contracara de
Adán. Y no sólo de Adán sino de toda su descendencia. Porque la desmesura primera sigue
replicándose, aunque en grados diversos. El profeta Ezequiel, por ejemplo, debe cargar
contra el rey de Tiro en un largo oráculo estrechamente relacionado con Génesis 3: Ez 28,2-
19.

Génesis 3 describe la esencia de todo pecado: ignorar la condición creada, buscar


la plenitud al margen de Dios. Pero no lo hace de modo abstracto sino dando cuenta de
un hecho que está al principio de la humanidad. El narrador inserta esa desobediencia en
la historia, como el primer pecado de una larga cadena que nos envuelve hoy. Esto es lo
que la teología ha dado en llamar “pecado original”.

EL PECADO ORIGINAL
El pecado original es un dato revelado. Es importante tenerlo en cuenta para evitar
confrontaciones inútiles. La Biblia nos habla aquí de verdades que escapan a nuestra
experiencia. Pero eso no significa que sean absurdas sino todo lo contrario. La revelación
echa luz sobre el misterio del pecado en la misma medida en que echa luz sobre el amor de
Dios. ¡Cuánto más oscura sería nuestra condición herida sin esta luz que nos regala la fe!

“Esta norma no solamente nos parece imposible; nos parece igualmente muy injusta,
pues, ¿qué hay más contrario a las normas de nuestra miserable justicia que condenar a un
incapaz de voluntad propia a causa de un pecado cometido seis mil años antes de que él
llegara a existir? Ciertamente, nada nos choca tan profundamente que esta doctrina. Y sin
embargo, sin este misterio, el más incomprensible de todos somos incomprensibles para
nosotros mismos. El nudo de nuestra condición se repliega y se retuerce en el seno de
este abismo. De suerte que el hombre es más inconcebible sin este misterio que lo que
este misterio resulta inconcebible para el hombre”. 15

“La doctrina sobre el pecado original proporciona una mirada de discernimiento


lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo” (CCE 407).

“La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se
esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de
Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de
explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad
psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada,
etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el
pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan
amarle y amarse mutuamente” (CCE 387; cf. 386-389).

La fe cristiana se mueve entre dos falsos extremos. El episodio de Génesis no es


ni una detallada crónica histórica ni una pura fábula. Como dice el Catecismo: “El
relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un
acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del

14
El niño se alimentará de manteca y miel, lo cual parece remitir al paraíso ya que. ésa era la comida de
los dioses de la cultura mesopotámica; Grelot, El problema del pecado original, 66.
15
Pascal, Pensamientos 131 (Lafuma), ver antes y después; cf. 149, 278, 695.

4
hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia
humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros
primeros padres (cf. Concilio de Trento: DS 1513; Pío XII, enc. Humani generis: ibíd,
3897; Pablo VI, discurso 11 de julio de 1966)” (CCE 390). El autor sagrado, dice Maurizio
Flick, respalda su enseñanza “en hechos realmente acaecidos”. Si no fuera así, si la
humanidad habría sufrido de cualquier modo, o sea independientemente de su libertad, la
santidad de Dios no sería más que una farsa.

“He aquí por que la Iglesia no ha caído en la tentación de hacer más fácil la aceptación de
la fe renunciando a la defensa de la historicidad del pecado de Adán y Eva. Exactamente
igual que en los tiempos de la herejía pelagiana, de la reforma y de los errores
modernistas, enseña también hoy que el estado de felicidad de los primeros hombres y su
pecado, que acabo con él, pertenecen a la historia”. 16

Ya se ha dicho que se trata de una “historicidad sustancial”. Los detalles no


cuentan sino el hecho como tal con sus trazos gruesos. Corresponde tener presente la
respuesta de la Pontificia Comisión Bíblica (30 de junio de 1909):

“Pregunta 3. Si puede especialmente ponerse en duda el sentido literal histórico


donde se trata de hechos narrados en los mismos capítulos que tocan a los
fundamentos de la religión cristiana, como son, entre otros, la creación de todas las
cosas hechas por Dios al principio del tiempo; la peculiar creación del hombre; la
formación de la primera mujer del primer hombre; la unidad del linaje humano; la
felicidad original de los primeros padres en el estado de justicia, integridad e
inmortalidad; el mandamiento, impuesto por Dios al hombre, para probar su obediencia;
la transgresión, por persuasión del diablo, bajo especie de serpiente, del mandamiento
divino; la pérdida por nuestros primeros padres del primitivo estado de inocencia, así
como la promesa del Redentor futuro.
 Respuesta: No” (DH 3514 [DS 2123]).

La historicidad del pecado original es un dato fundamental de la fe, no sólo porque


allí se juega la bondad original de la creación (y del Creador), sino porque se trata de la
seriedad misma de la historia. Ha de recordarse que la economía de la salvación constituye
el corazón del cristianismo. ¿Qué sentido tendría la encarnación y la pascua de Cristo si
el pecado de Adán no fuera más que una fábula? El realismo de la encarnación, con toda
su implicancia dramática, sólo se entiende como respuesta al realismo de la desgracia
original. Eso es lo que san Pablo enseña con una claridad que no se puede sofocar sin a la
vez tergiversar la entraña misma del cristianismo. “Por tanto, como por un hombre entró
el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte alcanzó a todos los
hombres, ya que todos pecaron (…) Si por el delito de uno murieron todos, ¡cuánto
más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un hombre, Jesucristo, se han
desbordado sobre todos! (…) En efecto, si por el delito de uno reinó la muerte por un
hombre, ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la
justicia, reinarán en la vida por uno, por Jesucristo!” (Rm 5,12-17). El paralelo con
Jesús obliga a tomar en serio la historicidad de la falta de Adán, tan seriamente como el
nacimiento de mujer, la muerte en cruz y la resurrección carnal.

16
M. Flick, El pecado original, Barcelona, Herder, 1961, 17-18; cf. 16. “Por consiguiente, el pecado de
Adán y Eva es un hecho histórico”; Ibíd. 19. “Es indudable, según lo que de antes tenemos advertido, que
aquí se trata de un verdadero pecado cometido por Adán y Eva, por el cual ha perdido la humanidad la
felicidad paradisíaca. No es fácil, sin embargo, separar el ropaje literario popular de la sustancia de la
narración”; Ibíd., 36. Cf. Grelot, El problema del pecado original, 74-76, 92-93: no es un mero arquetipo
sin tiempo definido (tiempo primordial) sino un “acontecimiento” que pertenece a “nuestro tiempo”.

5
Habiendo dejado sentado que efectivamente existió una falta primera, un pecado
original, un abuso por parte del hombre de su libertad, tenemos que considerar cómo es
que ese acontecimiento remoto condiciona mi presente. Ocurre que nuestro tiempo, sobre
todo en Occidente, se ha vuelto tan consciente de su individualidad que ya no logra
entenderse en relación con los demás hombres. Registra, por supuesto, la importancia de las
relaciones pero casi exclusivamente en sentido psicológico-consciente. En otras palabras, el
gran discurso de la fraternidad humano no es llevado a sus últimas consecuencias. Porque
en una familia, lo que pasa a uno le pasa a todos. “¿Un miembro sufre? Todos los demás
sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría” (1 Co
12,26).

“Tenemos que tener bien claro que no hay ningún hombre encerrado en sí mismo,
que nadie puede vivir por sí y para sí mismo. No recibimos nuestra vida sólo en el
momento del nacimiento, sino desde fuera, de otro, que no soy yo, y a quien, sin
embrago, le pertenezco. El hombre no tiene su yo sólo en sí mismo, sino también fuera
de sí mismo. Vive en aquellos a quien ama; en aquellos de los que vive y para los que
está ahí. El hombre es relación y sólo en la relación y sólo en la forma de esta relación
tiene su vida y su propio yo (…) Ahora bien, pecado significa romper y destrozar esa
relación. Pecado es negación de la relación porque quiere hacer del hombre un dios.
Pecado es pérdida de referencia, trastorno de relación, y, por ello, no se manifiesta
cerrado en el yo individual. Si trastorno la relación, entonces este proceso –el pecado–
afecta a los demás portadores de relación, a la totalidad. Por ello, el pecado es siempre un
empecaminarse que afecta a los otros, que pervierte al mundo y lo destroza. Y si es así,
podemos decir: Si el conjunto relacional del ser hombre está trastocado ñ desde el
principio, cada hombre ingresa desde entonces en un mundo afectado oír el pecado. Cada
uno de nosotros entra en una trama en la que las relaciones están falseadas. Cada uno, por
tanto, está, por eso mismo, perturbado desde el principio en sus relaciones, al no
recibirlas como deberían ser. El pecado o agarra y él lo realiza. Con esto se verá con
claridad que el hombre solo no se puede redimir a sí mismo”. 17

Esta es la manera en que la Biblia entiende al hombre: ciertamente como individuo


original, pero individuo personal, es decir, no aislado sino relacional, inserto en una
trama más amplia. El hombre es hijo amado pero no hijo único, sino hermano de muchos
otros hermanos que, en el bautismo, llegan a ser hijos en el Hijo. 18 Más adelante podremos
ahondar en la dimensión social del hombre pero corresponde realizar aquí una primera
aproximación para comprender mejor la doctrina del pecado original. El hombre no sólo es
social en el sentido de necesitar y gustar de los demás, sino en un sentido mucho más
radical. En correspondencia con el dato bíblico, los Padres entendieron la humanidad no de
manera abstracta sino concreta, como una “naturaleza humana única” que nace y crece al
modo de “un ser único”. Por eso, escribe de Lubac, “en el primer pecado era este ser entero
el que caía, el que era expulsado del paraíso y condenado al exilio en espera de su
redención”.19

“«Hagamos, dice Dios, al hombre a nuestra imagen y semejanza». Hay que entender
aquí que la imagen de Dios tiene su cumplimiento en el conjunto de la naturaleza
humana (…) Por tanto, el hombre hecho a imagen de Dios, es la naturaleza
comprendida como un todo. Es lo que lleva la semejanza divina. Y el hombre fue hecho

17
Ratzinger, En el principio creó Dios, 95-96. “ todos llevamos dentro de nosotros una gota del veneno
de ese modo de pensar reflejado en las imágenes del libro del Génesis. Esta gota de veneno la llamamos
pecado original”, Benedicto XVI, 8 de diciembre de 2005.
18
Pueden consultarse aquí las valiosas reflexiones de E. Stein, Ser finito y ser eterno, 525-542.
19
H. de Lubac, Catolicismo, 20; cf. 19-35, 241-253.

6
por la sabiduría todopoderosa de Dios de tal suerte, que no es solamente una parte del
Todo, sino la naturaleza total que existió de una vez”. 20

PECADO ORIGINAL ORIGINANTE Y ORIGINADO


La definición misma de pecado supone la libertad. Por eso la desobediencia de Adán y Eva
no se me imputa personalmente. Es verdad, yo no cometí el pecado original, pero nazco
afectado por él, inmerso en la desconfianza, la vergüenza y el temor. La falta es de
nuestros padres pero las consecuencias recaen sobre todos. El pecado hiere la
naturaleza humana, que es común. Según la enseñanza de san Pablo, “todos los
hombres están implicados en el pecado de Adán” (CCE 402). El Catecismo cita en este
sentido a santo Tomás: todo el género humano es en Adán “como el cuerpo de un único
hombre” (De malo 4,1).

“Porque igualmente la comunidad de los hombres se reputa como un único hombre,


del mismo modo que diversos hombres se constituyen en diversos oficios como diversos
miembros de un único cuerpo natural, según dice el apóstol de los miembros de la Iglesia
en 1 Cor 12,12. Así pues toda la multitud de hombres que recibieron de los padres la
naturaleza humana, puede ser considerada como una comunidad, o como el cuerpo
de un único hombre. Cada hombre en esa multitud, incluso el mismo Adán, puede ser
considerado como una persona singular, o como un miembro cualquiera de esa multitud,
la cual por su origen natural deriva de uno. Sin embargo, si consideramos al primer
hombre, en su institución le fue dado divinamente un cierto don sobrenatural, o sea
la justicia original por la cual la razón se somete a Dios y las fuerzas inferiores a la
razón y el cuerpo al alma. Pero este don no le fue dado al primer hombre como mera
persona singular, sino como cierto principio de la naturaleza humana, o sea para
que desde él, por origen, se transmita a la posteridad.
Ese don recibido lo perdió el primer hombre al pecar por libre elección, y así perdió
lo que le había sido dado, es decir, para sí mismo y para toda su descendencia. Por
tanto, el defecto de este don se extiende a todos sus descendientes; se transmite a su
posteridad como se transmite la naturaleza humana; no según la totalidad sino
según alguna parte suya, es decir, según la carne a la que Dios infunde el alma, y así
según el alma divinamente infundida que pertenece a la naturaleza humana derivada
de Adán, por la carne a la que está unida. Y el mencionado defecto pertenece al alma
por causa de la carne, que se propaga desde Adán no sólo por la sustancia corporal
sino también por su poder seminal, es decir, no sólo materialmente sino también de
acuerdo con un principio activo: porque así es como el hijo recibe del padre la naturaleza
humana.
Si se considera este defecto transmitido a este hombre por modo de origen, en tanto
este hombre es una cierta persona singular, entonces este defecto no puede ser
culpable (habet rationem culpae), porque la esencia de la culpa requiere
voluntariedad (ad cuius rationem requiritur quod sit voluntaria). Pero si se considera
al hombre engendrado como miembro de toda la naturaleza humana comunicada
por su primer padre, como si todos los hombres fueran un solo hombre, entonces es
culpable por la voluntariedad de su principio (habet rationem culpae propter
voluntarium eius principium), que es el pecado actual de sus primeros padres. Lo mismo
decimos del movimiento de las manos que cometen un homicidio, ya que las manos en sí
mismas no son culpables porque las manos son movidas necesariamente por otro
Sin embargo, si lo consideramos como parte de la totalidad de los hombres que obra
voluntariamente, entonces sí es culpable porque en ese sentido es voluntario. Por lo
tanto, así como no decimos que las manos sean culpables del homicidio, sino todo el
20
S. Gregorio de Nisa, De hominis opificio 22 (PG 44, 204). Cf. PG 44,1316 (de Lubac, Catolicismo,
274); Gregorio de Nisa, No son tres dioses; J. Ratzinger, OC VIII/1, 196, 250.

7
hombre, tampoco decimos que este defecto sea un pecado personal sino pecado de toda la
naturaleza: no pertenece a la persona sino en la medida que la naturaleza infecta a la
persona. Y así la realización de un solo pecado se extiende a las diversas partes del
hombre, a saber, la voluntad, la razón, las manos y demás, pero es un solo pecado en
razón de la unidad de principio, o sea de la voluntad, de la cual deriva la razón de pecado
al acto de todas las partes. Y así se considera como un pecado original en razón del
principio de toda la naturaleza humana, según lo que dice el apóstol en Rm 5,12: «en
quien todos pecaron», que según Agustín puede entenderse de este modo: en el primer
hombre, o en el pecado del primer hombre; pues el pecado del primer hombre es como un
pecado común a todos. (S. Tomás, De malo q.4, a.1).21

La teología distingue entre el pecado original originante y pecado original


originado. La primera expresión designa el pecado puntual de nuestros padres y la
segunda designa el pecado que heredamos. El primero es un hecho personal y el
segundo es una condición natural. El Catecismo dice al respecto que, en este segundo
caso, “el pecado original es llamado «pecado» de manera análoga: es un pecado
«contraído», «no cometido», un estado y no un acto” (CCE 404). En efecto, “aunque
propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un
carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales,
pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida” (CCE 405).

PROFUNDIZACIÓN
Ya se dijo que pecado original no es sólo un pecado, sino el primer pecado, el que
arrastra consigo la caída de todo el género humano. Pero no sólo nos interesa por sus
consecuencias sino por su carácter arquetípico. Génesis 3 describe la raíz, la esencia misma
del pecado como acto de soberbia, de hybris, de desmesura, que se realiza de cara a Dios,
contra Dios. Es un acto irreligioso, impiadoso, con una enorme carga dramática.

Para empezar, el pecado engendra la muerte. Terrible paradoja. Luego está el temor
que se traduce en ocultamiento. Y la vergüenza de sí mismo, la pérdida de la inocencia ante
la propia desnudez. El hombre y la mujer quedan confundidos, turbados, sumergidos en un
modo de contemplar la realidad hasta entonces desconocido. Y ese modo no es más lúcido
sino más opaco. No conocen más, sino menos. El fruto prohibido no los hizo subir sino
caer.

Otro elemento importante es que no se trata de una falta individual. Es la pareja


la que peca, y “el drama de los orígenes adquiere de este modo una dimensión social que le
es esencial”.22 El relato está hábilmente trabado: el varón recibe la orden de no comer
(Gn 2,16), él tiene la última responsabilidad, pero a su vez necesita de la mujer, puesta
a su lado como “ayuda adecuada” (Gn 2,18). El varón no sólo se siente comprendido por
ella sino también atraído. El varón confía en la mujer y establece con ella una relación de
alianza: son uno en el amor. Pero la serpiente pervierte el designio original. La mujer no
ayuda al hombre sino que lo induce a pecar. Ella no lo sigue a él sino que toma la
iniciativa en el camino del mal. Por el pecado ya no se miran desde la verdad de Dios sino
desde el engaño, desde un lugar de falsedad. Dios pone en palabras la degeneración a la que

21
“Adviértase que en Gn 3, sólo se habla del Hombre (ha-Adam, con artículo) y de la Mujer. Únicamente
a partir de Gn 4,25 se halla Adam (sin artículo) como nombre propio. Es evidente que el autor bíblico era
plenamente consciente de utilizar el procedimiento de los epónimos”; Grelot, El problema del pecado
original, 74 (nota 26).
22
Grelot, El problema del pecado original, 77. Cf. Daniélou, Trilogía de la salvación, 57-58.

8
ellos mismos se sometieron. En adelante su relación estará atravesada por un deseo torcido,
no basado en la donación sino en la posesión utilitarista.

“El puesto de jefe atribuido al hombre se ha trocado, pues, en dominación,


introduciendo en las relaciones entre el hombre y la mujer la dialéctica: amo-
esclava; por el contrario, el deseo ardoroso de la mujer, que la inducirá a
convertirse en seductora, no corresponde mucho a su condición de ayuda semejante
a él”.23

Jean Daniélou distingue entre el hecho y sus consecuencias. En este contexto es


preciso dar un paso más e identificar el contenido propio de la revelación sin confundirlo
con representaciones secundarias.

“Este es el pecado original: el de una creación que, en vez de abrirse a la gracia se ha


cerrado y replegado sobre sí misma. El pecado original presenta dos aspectos. Por una
parte, se refiere a un acontecimiento histórico por el cual, en los orígenes de la
humanidad, se rebeló contra Dios la libertad del hombre; y por otra, a la situación
en que quedó el hombre caracterizada por la muerte espiritual y la mortalidad
corporal, que es la consecuencia de esta rebeldía”. 24

El castigo del sufrimiento y la muerte no deben entenderse en un sentido


meramente físico. El efecto es siempre corporal y espiritual (cf. Gn 2,17; 3,19; Rm
6,23). No obstante, “sería un absurdo imaginar una humanidad en todo semejante a la
nuestra, pero que no conociera en absoluto el sufrimiento ni la muerte. Estos son, en
realidad, constitutivos del ser biológico, como tal. Y desde el punto de vista fisiológico, no
son malos en absoluto”.25 La consecuencia del pecado tiene que ver con la vivencia de ese
proceso físico. La vida y la muerte no designan aquí realidades biológicas sino estados
de vida: con o sin Dios, elevado por la gracia o librado a la propia naturaleza.

“Dios había invitado al hombre a vivir con Él, en una familiaridad confiada. Es la libertad
de los hijos de Dios, de la que dirá san Pablo que nos ha sido restituida por el mismo
Cristo. Expresa la libre comunicación entre Dios y el hombre, a través de la cual Dios se
entrega al hombre y el hombre a Dios. Ese intercambio representa un verdadero don de
Dios al hombre, al que Dios levanta por encima de su condición de creatura,
introduciéndole e su Paraíso. Esto es lo que llamamos gracia. Y mientras el hombre viva
en esta gracia puede mantener con Dios relaciones de libertad filial (…). La vida y la
muerte, a las cuales nos referimos, no son aquellas cuya frontera se encuentra
determinada por la separación del alma y el cuerpo. Representan dos estados diferentes
del hombre: o bien vivificado por la misma vida de Dios, que le eleva sobre su condición
natural, o abandonado a esta condición, que es mortal. Por consiguiente, lo que las
Escrituras quieren decir, al afirmar que Adán y Eva habían sido condenados a
sufrir y morir, es que su vida corporal seguirá su curso normal, sin ser elevada
sobre su condición natural humana por la participación en una vida sobrenatural
gloriosa, sin comparación posible con la vida presente (…).
De este modo, el hecho de tener que someterse a las leyes de la existencia biológica es un
castigo, en cuanto Dios destinaba al hombre a una condición que trascendía la vida
fisiológica (…) No se trata aquí de una diferencia en más o en menos, sino de una
diferencia de orden”.26

23
Grelot, El problema del pecado original, 81; cf. 82-83.
24
Daniélou, Trilogía de la salvación, 59.
25
Daniélou, Trilogía de la salvación, 61.
26
Daniélou, Trilogía de la salvación, 60-62.

9
Estas reflexiones invitan a considerar lo que en la teología del siglo XX se ha dado en
llamar la cuestión del sobrenatural. Por ahora digamos que la Biblia conoce el efecto
devastador de este primer pecado: “Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre”
(Sal 51,7; cf. Jb 14,4). “Por tanto, como por un hombre entró el pecad en el mundo, y por el
pecado la muerte, y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron… Si
por un delito murieron todos…” (Rm 5,12.15b).

La consecuencia del pecado original, suele decir santo Tomás, es que la


naturaleza queda librada a sí misma. Pero qué significa. El pecado original, ¿sólo
resiente la vida sobrenatural, o además hiere la naturaleza? Evidentemente, aquí
notamos el límite de las categorías. Si el hombre está constitutivamente orientado a
Dios, eso forma parte de su naturaleza. ¿Puede uno delimitar con precisión la frontera
entre el orden natural y el sobrenatural? Transcribimos la conclusión de un valioso
artículo de Juan Francisco Franck:

“Puede decirse que la respuesta de Santo Tomás a la pregunta planteada en el título del
artículo es que el peccatum naturae no consiste únicamente en la privación de la
gracia, sino también en que en cada individuo de la naturaleza humana hay un
desorden intrínseco, previo a todo acto libre suyo. Por consiguiente, se puede hablar
de un estado moral debilitado de la voluntad, que no implica una corrupción total de la
misma naturaleza, pero sí disminuye las fuerzas morales e incrementa la dificultad
para obrar bien. Plantear la existencia de ese desorden no equivale tampoco a suprimir
toda ley o finalidad naturales, sino que, por el contrario, las confirma, ya que ambas son
condición para hablar de desorden”.27

“Que la naturaleza no se haya corrompido totalmente no excluye una debilidad


moral congénita (…) En materia moral, el desorden, la desobediencia y el pecado son la
condición presente de la naturaleza.

En el fondo, la idea misma de una corrupción total de la naturaleza es incomprensible, ya


que equivaldría a su aniquilación o a su transformación en otra. Pero que el hombre no
haya perdido nada de lo que corresponde a su esencia no implica eo ipso la normalidad
del estado postlapsario. Tampoco en la más profunda corrupción moral se pierde nada de
la propia esencia. Si así fuera, tal condición dejaría de ser algo lamentable. Lo
característico de un estado moral es precisamente la determinada relación que una
naturaleza racional tiene respecto de su fin. Así, ni un hombre redimido ni un hombre
condenado dejan de ser individuos pertenecientes a la naturaleza humana, pero su
estado moral es diametralmente opuesto. Una inclinación al mal no implica tampoco
necesariamente una facultad o hábito de realizar determinado tipo de actos malos; basta
el desorden de las potencias para generar esa inclinación.

De la posición de Santo Tomás se sigue que el dato revelado arroja luz sobre la
condición del hombre no solamente en relación a su destino trascendente, sino a
todo su obrar en el ámbito de lo moral. La finalidad natural de las pasiones es
obedecer a la razón, pero eso mismo, que podríamos llamar el orden natural, resulta
sumamente dificultoso y hasta imposible sin el auxilio de la gracia. La posición
clásica de la fe cristiana y de la teología es que existe una razón histórica de tal situación,
un hecho contingente en los comienzos de la humanidad fruto de un acto libre de
desobediencia al creador. Y que no solo es necesaria la gracia para alcanzar la visión
divina, sino también para restaurar el orden de la misma naturaleza, de modo que
aunque ambos aspectos puedan distinguirse, tampoco se podría alcanzar el orden
natural propio de las potencias humanas sin la gracia. Por otra parte, no es suficiente
27
J. F. Franck, “Peccatum naturae y privación de la gracia en Tomás de Aquino”, Studium. Filosofía y
Teología XXII/43 (2019) 33.

10
con aceptar un origen histórico de la condición actual, ya que así no se despejan las
dudas sobre esa condición. Si se entendiera el acontecimiento histórico de la caída
únicamente respecto de un estado elevado, pero que dejaría intactas todas las fuerzas
naturales, se debería atribuir la proclividad al mal a la misma naturaleza. Aun si el
hombre hubiera sido creado sin la gracia, su naturaleza tendría entonces de por sí una
deformidad, que no podría ser suprimida ni siquiera por el bautismo sin violentar la
misma naturaleza.

Pero si se entendiera que la debilidad moral del hombre es fruto de un pecado en los
comienzos, pero contraria a su misma constitución, entonces la naturaleza podría ser
reparada y restaurada, no solo elevada. En otras palabras, que el hombre sea
pecador por naturaleza no significaría que la naturaleza sea necesariamente
pecadora, sino que lo es de manera contingente, en razón de un estado que tiene una
explicación histórica. Podrá parecer una sutileza filosófica, pero la diferencia entre
ambos escenarios es abismal”.28

 J. F. Franck, “Peccatum naturae y privación de la gracia en Tomás de Aquino”, Studium.


Filosofía y Teología XXII/43 (2019) 13-36.
 AA.VV. “El pecado original”, Communio arg. 1994/4.

La cuestión del orden sobrenatural


El pecado original supone, literalmente, una des-gracia. La desobediencia
primera es una caída. No obstante, la naturaleza queda herida pero no corrompida. Se
pierde el trato filial pero no la condición de hijos. Como dice Daniélou: el pecado “no
destruye la naturaleza humana en el aspecto que le es propio. La teología católica ha
afirmado siempre que la inteligencia y la libertad humanas continuaban ejercitándose, pero
que habían sido lesionadas y debilitadas. Por otra parte, el destino sobrenatural del
hombre subsiste todavía. Lo que el pecado original suspende es el acceso a este orden
sobrenatural”.29

La expulsión del paraíso simboliza el exilio interior del hombre que ya no goza de la
familiaridad de Dios. Seguirá tratando con Él pero vidriosamente, tanto en el conocimiento
como en el amor. La Buena Noticia es que Cristo nos devuelve la vivencia filial. Él nos
permite regresar a casa. “Cuando nosotros estábamos perdidos y éramos incapaces de
volver a ti, nos amaste hasta el extremo”. 30

La naturaleza humana herida es la naturaleza librada a su sola fuerza. Una


existencia de ese tipo no es una existencia absurda, no carece totalmente de sentido, pero
será incapaz de encontrar su plenitud. Porque, como enseña el concilio Vaticano II, “la
vocación última del hombre en realidad es una sola, es decir, divina” (GS 22). Nótese el
calificativo última: el horizonte es Dios mismo, pero eso no impide que la vocación admita
estadios intermedios. Lo mismo se desprende de GS 10, donde se haba de su “máxima
vocación” (summae suae vocationi).

[El concilio proclama “la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste
se oculta: altissimam vocationem hominis profitens et divinum quoddam semen in eo
insertum asseverans” (GS 3) 

28
Franck, Peccatum naturae y privación de la gracia en Tomás de Aquino, 34-35.
29
Daniélou, Trilogía de la salvación, 62.
30
Plegaria de la Reconciliación I.

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“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la
unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con
Dios: no existe sino creado por el amor de Dios, y conservado por el amor de Dios. Y
sólo vive plenamente en la verdad (nec plene secundum veritatem vivit) cuando
reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador (GS 19).

Es curioso, por decirlo de algún modo, que muchas personas, incluso filósofos, crean
que el hombre sea capaz de remediar por sí solo los males que lo aquejan. Como si el
progreso humano no tuviera límite. Frente a esta pretensión desmedida, Balthasar nos
recuerda una vez más que el hombre está llamado a una felicidad que no se puede procurar
a sí mismo.

“Es cierto que debemos colaborar con todas nuestras fuerzas en el saneamiento de
todos los campos pantanosos, físicos y espirituales, de la humanidad; pero, visto
fríamente, ¿podremos hacer jamás otra cosa que coser parches nuevos en un roto
viejo?

A partir de aquí –tenemos muy poco tiempo– voy a dar un salto al centro mismo de la
tesis de Henri de Lubac, como la defendió en su obra Sobrenatural, publicada en 1946;
primero se rechazó con indignación y, luego, se revisó sin declinar de sus ideas y se
reeditó en 1965 en dos tomos. La documentación histórica es, sin duda, la de la gran
tradición cristiana, la de san Agustín o santo Tomás y también la de los mejores teólogos
del Barroco. Esa idea no es destronada hasta el racionalismo filosófico, que comienza con
el averroísmo de Padua. Fue introducida por Cayetano en la teología escolástica y en los
siglos XIX y XX se convirtió en un requisito casi indispensable de la enseñanza. Y es que
sólo aquí aparece la idea de que el hombre, como todos los demás seres naturales del
cosmos, está ordenado a un fin último natural, en el que debe encontrar su
realización y su felicidad; de lo contrario, sería una construcción fallida de la
naturaleza o de la providencia. La llamada libre de la gracia divina a un fin
superior, sobrenatural, sólo es pensable, en último término, como libre y gratuita, si
ese posible fin último natural, ese «finis naturalis», es pensado, al mismo tiempo,
dentro del «ordo naturalis» de una naturaleza pura y, en consecuencia, si se realiza
también a la vez de un modo real en el orden sobrenatural trascendente. Pero en tal
caso la gracia, se quiera o no, se convierte en una supraestructura sobre algo que en
sí mismo puede ser perfecto. Y entonces ninguna teología del mundo le quitará hoy a los
no cristianos la idea de que el fin natural del hombre se puede conocer con la razón
natural y que con el esfuerzo necesario –en sentido budista o marxista– se puede también
alcanzar, se hable de pecado original o de estado caído.

Que los Padres y san Agustín no tuvieron conocimiento de tal construcción, es claro por
estas palabras: «Inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti… En esto consiste
el bien: en contemplar al que contempla» (Conf. 1,1; S. de verb. Dni. 10). Y tampoco el
aristotélico Tomás de Aquino nunca pensó de otra manera, sino que, por el contrario,
respaldó la paradoja cristiana –porque lo es– con un principio que suena a aristotélico y
que en la Summa Theologica dice así: «Un ser es tanto más noble cuanto más alto es el
fin último que persigue de acuerdo con su esencia, aunque no pueda alcanzar este fin por
las propias fuerzas» (I/II, q. 5 a. 5 ad 2). Dejemos al orgulloso su inevitable objeción de
que el hombre que se esfuerza de un modo natural por lograr, por encima de toda la
naturaleza, la cercanía a Dios, adquiere en tal caso el derecho a la gracia. Esta objeción se
resuelve con la idea bíblica de que Dios, antes de la creación del mundo, fue el primero
que con su libertad libérrima decretó ordenar al hombre para sí y a la naturaleza para la
gracia sobrenatural. Nosotros preferimos sacar la conclusión de que, abandonando
esta hipótesis inútil y peligrosa de una naturaleza pura, sencillamente se elimina la
idea obsesiva de una perfectibilidad del hombre (individual y social) dentro del

12
mundo y de que, como liberados de una molesta camisa de fuerza, podemos de
pronto exclamar de nuevo: ¡Algo sigue abierto ante nosotros!

Naturalmente, Tomás admite también un relativo «estado de bienaventuranza en el


más acá», lo describa como sea en su contenido. Según él, nosotros, en nuestra
condición actual, en lugar de centrarnos sólo en la antigua contemplación de las
cosas divinas, podemos también implantar un orden social y político relativamente
liberado, una felicidad relativamente mayor del mayor número, o alguna otra cosa
similar. Tomás puede pensar esto, porque el hombre tiene, desde luego, algo así como
una naturaleza o un ser, p. ej., una humanidad común, la reciprocidad de los sexos o la
salud, en un equilibrio completamente precario entre cuerpo, corazón y espíritu. Pero
nada de todo esto es un orden definitivo; todo es un algo provisorium, orientado a una
perfección inimaginable en Dios. Pues bien, uno de sus componentes es justamente la
«resurrección de la carne», porque un hombre sin cuerpo no es un hombre; y ninguna
persona sensata se atreverá a decir que la resurrección, como comenzó básicamente en la
Pascua, es un fenómeno intracósmico natural. Precisamente para algo humanamente
imposible e inimaginable es para lo que el hombre ha sido ideado y configurado
junto con su subestructura cósmica, pero también con todo su esfuerzo en el mundo, su
cultura y el proceso de su trabajo.

Debe buscar, tantear, por si encuentra algo. Alguien le coge la mano, que tantea
aparentemente en el vacío. También el Adán del mito tantea inútilmente cuando busca
entre los animales la relación desconocida. El cristianismo es, en este sentido,
evidentemente utópico; pero, como se basa en una promesa de Dios, e incluso ve el
principio de su realización en la resurrección aparentemente imposible, es, por así decirlo,
una utopía realista. La esperanza en algo no perceptible recibe un impulso especial
precisamente aunque el paso directo por el agujero de la muerte siga siendo totalmente
oscuro”.31

31
Balthasar, Escritos teológicos IV: Pneuma e Institución, 22-24.

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