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Desde la antigüedad, el cuerpo humano siempre ha sido un tema de belleza, de poder, de ser el
más fuerte, de llegar más allá, de llegar más lejos, etc. Todo esto para ser impreso en un dibujo,
figuras, pinturas y hasta en esculturas. Estos artistas buscaban la perfección y los detalles en sus
obras, ya que esto significaba su sello auténtico.
El cuerpo de muchos hombres llegaba a ser inmortalizados en estas obras. Muchos de ellos
fueron gladiadores y hasta algunos los consideraron como dioses por sus espectaculares cuerpos y
por ser vencedores de múltiples guerras.
Según López et al. (2010), se remonta a la época de la Antigua Grecia y Roma donde los atletas
entrenaban con peso y resistencia, para después competir en los Juegos Olímpicos o batirse en la
arena como gladiadores del gran coliseo romano.
Al igual que un escultura, el fisicoculturista debe ser: preparado, moldeado, esculpido, pulido,
perfeccionado, detallado, etc. En gran medida, debe ser una obra diferente y única para tener una
autenticidad.
Aunque el cuerpo humano conlleva las mismas extremidades, músculos, articulaciones, etc.; la
diferencia será el escultor que está detrás del cuerpo moldeado, que lo haya hecho con sus detalles
únicos, marcando así su “firma” en el cuerpo del atleta.
El culturismo busca más allá que un buen físico; busca perfección. Al igual que el artista en su
debida obra; los entrenadores y competidores lo hacen trabajando con: el tamaño muscular
(hipertrofia), definición muscular, simetría de los músculos, detalles musculares, entre otras cosas.
Estos atletas personificaban el equilibrio físico según los artistas y filósofos de la época, quienes
afirmaban que la perfección física era lo más semejante a un dios.
Primero, cabe destacar a Eugen Sandow (1867-1925), quien fue el primero en realizar
exhibiciones en las que mostraba su musculatura.