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William Morris
Posible Prólogo
A William Morris podríamos hacerle hoy varias objeciones desde una
lectura radical, entre estas su completa anulación de la mujer como
entidad siquiera. Podríamos decir que la recurrencia a hablar del hombre
en mayúsculas es un rasgo del estilo de finales del siglo XIX, o traducir
estas expresiones siempre por “humanidad” o “persona”, aunque esto
sería más bien un desvío innecesario, un detournement que en vez de
revelar, ocultase en su pequeña subversión. Entre los y las pensadoras
radicales de finales de siglo son pocas las excepciones a este machismo
(afortunadamente lxs anarquistxs de nuestros afectos se posicionaron al
respecto), y Morris no hacía parte de ellas. Bax, el citado amigo de Morris
y socialista inglés, incluso escribió varios panfletos y libros contra el
naciente feminismo. Tengámoslo en cuenta. Lo del macho de izquierda,
en fin, no es ninguna novedad, es más bien una constante histórica.
También podríamos objetarle, a partir de uno o dos comentarios en esta
conferencia, cierto racismo, ciertas caricaturizaciones de la vida no
europea. Tampoco haremos apología de estas posiciones, tengamos en
cuenta solamente que vivir y pensar en el siglo diecinueve europeo,
incluso desde la radicalidad, seguía estando cargado de posiciones de este
tipo. Proponemos entonces leer desde allí, desde las posibles
confrontaciones con el autor.
Por otro lado, entre los aportes más interesantes de William Morris están
sus concepciones acerca de cierta posibilidad de un trabajo libre y
placentero, en oposición tanto a las concepciones marxistas que
anhelaban la industrialización total de la producción para, eventualmente,
superar la explotación, así como al moralismo de herencia cristiana del
trabajo en sí como libertad (más adelante en la historia rezaría sobre la
entrada de campos de concentración “Arbeit macht frei”). Para Morris la
clave a la posibilidad de un trabajo no alienado se encuentra en los modos
de producción cooperativos de la Edad Media, en el trabajo conjunto de
personas libres por un mismo fin. Los talleres artesanales reunían no sólo
a personas libres, sino que además implicaba que conocían un oficio
específico. Lo que creo vale la pena resaltar es que este saber del oficio
permite una valoración individual y social del trabajo realizado, hay una
satisfacción en el ejercicio del mismo.
Si bien esto puede ser problemático a la luz del siglo XXI, en los tiempos
de la auto-explotación y el trabajo cognitivo, siguiendo a Bifo Berardi,
ante la imposibilidad de una revolución
Esta valoración del trabajo artístico o artesanal se desarrolla
políticamente a través de un pensamiento estético. La belleza como
enriquecimiento de la vida cotidiana, para el usuario de un bien, al mismo
tiempo que como posibilidad de expresión del artesano plenamente dueño
de su saber en el oficio. El trabajo alienado para Morris no depende
únicamente de la expoliación al trabajador del fruto de su trabajo por parte
del capitalista, sino del hecho mucho más sutil de encontrarse enfrentado
en el mundo industrial a la imposibilidad de expresar su saber y sus
deseos en la elaboración de objetos que cumplen un papel social. La
crítica se dirige al orden del trabajo industrial en cuanto despoja de su
humanidad al trabajador para convertirlo en una máquina. La forma que
el producto manufacturado toma no depende en ningún sentido de la
humanidad del trabajador. Por otro lado, incluso a fines del siglo XIX se
vislumbran las consecuencias de la incipiente automatización, escenario
al que nos enfrentamos hoy en una escala muy distinta sin que las
implicaciones sean muy distintas. El desarrollo tecnológico y la
automatización (posibilidad de la cual se han desprendido variadas
utopías radicales hacia la abolición, o al menos la reducción del trabajo)
no han transformado las condiciones de vida de los trabajadores, la
jornadas laborales siguen siendo extensivas y la máquina, sin
transformaciones sociales profundas, ha demostrado ser otra de las
formas de sujeción del capitalismo.
Muy probablemente para Morris la toma de los medios de producción
resultaría insuficiente si reprodujese la naturaleza de las acciones que
componen el trabajo. No se trata únicamente de la cuestión de quién
obtiene las ganancias de la producción, sino de cómo es gestionada la
labor de cada individuo en una colectividad de trabajo. Hay en ello una
pregunta intrínseca por el disfrute del tiempo, por la erotización del
trabajo. No digo que no haya utopía sino, más bien, que la utopía de
Morris representa la renuncia a otra, la del desarrollo unidireccional
capitalista (y por cierto, también marxista) con sus posibilidades de la
automatización del trabajo.
En contraste con la práctica luddita, la revuelta contra la máquina no se
expresa en los términos puramente negativos (bellos y quizá necesarios)
de la destrucción de las fábricas o los telares mecánicos, sino en el gesto
positivo de la proposición de otras formas de trabajo. Se han objetado las
posiciones de Morris como puramente románticas al recurrir a la Edad
Media como inspiración, pero lo
En la actualidad