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Voces: ACCION CONTRA EL ASEGURADOR ~ ASEGURADOR ~ CAUSA DE LA OBLIGACION ~

COBERTURA DEL SEGURO ~ CONSUMIDOR ~ ENFERMEDAD CARDIOVASCULAR ~


ENRIQUECIMIENTO SIN CAUSA ~ EXCLUSION DE COBERTURA ~ LEY APLICABLE ~ LEY DE
DEFENSA DEL CONSUMIDOR ~ LEY DE SEGUROS ~ MUERTE DEL ASEGURADO ~ OBLIGACIONES
DEL ASEGURADOR ~ PLAZO DE CADUCIDAD ~ POLIZA DE SEGURO ~ PRESUNCION ~ RECHAZO
DE LA ACCION ~ RIESGO ASEGURABLE ~ RIESGO ASEGURADO ~ SEGURO ~ SEGURO DE
ACCIDENTES ~ SEGURO DE VIDA
Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, sala A(CNCom)(SalaA)
Fecha: 20/09/2013
Partes: Murúa, Santiago Alonso c. La Meridional Cía. Arg. de Seguros s/ ordinario
Publicado en: RCyS2013-XI, 227 - LA LEY 24/01/2013, 24/01/2013, 2 - LA LEY2014-A, 86 - LA
LEY24/01/2014, 2 - DJ30/04/2014, 18 - DJ28/05/2014, 70
Cita Online: AR/JUR/59316/2013

Texto Completo: 2ª Instancia.— Buenos Aires, septiembre 20 de 2013.


¿Es arreglada a derecho la sentencia apelada?
La doctora Míguez dijo:
I. Antecedentes del caso.
1) En la sentencia de fs. 306/313, el Sr. Juez a quo : a) rechazó las excepciones de "no seguro" y "falta de
legitimación pasiva" interpuestas por la demandada, b) en consecuencia, acogió la acción entablada por Santiago
Alonso Murúa contra 'La Meridional Compañía Argentina de Seguros S.A.', a quien condenó a abonar al
primero el importe de pesos doscientos treinta mil ($230.000), correspondiente a la cobertura por "muerte
accidental", contenida de las pólizas de seguro de vida n° 748051 y 390942, contratadas por quien fuera su
madre, Sra. M. C. V. R. , con más intereses, calculados a la tasa activa que cobra el BNA para sus operaciones
ordinarias de descuento a treinta (30) días, sin capitalizar, desde el 11/12/2010 y hasta el efectivo pago, y c) en
razón de lo decidido, impuso las costas a la compañía aseguradora accionada, en su condición de vencida (art.
68, CPCCN).
Los hechos del sub examine han sido sintetizados en el fallo indicado en lo que el Sr. Magistrado de grado
estimó razonable consignar y a esa referencia cabe remitirse, brevitatis causae. 2) La sentencia de la anterior
instancia fue apelada tanto por el accionante, como por la compañía de seguros, cuyos recursos fueron
introducidos en fs. 320 y 316, y fundamentados en fs. 338/348 y en fs. 332/334, respectivamente.
El actor se quejó porque: i) El Sr. Juez de grado fijó como dies a quo de los intereses el décimo día posterior
a la fecha de notificación de la carta documento enviada por su parte a la demandada el 01/12/2010, cuando en
realidad —a entender del apelante— debió haberse tenido presente como punto de partida de los accesorios, la
fecha de las presentaciones administrativas efectuadas por su parte el 30/11/2009 —en cuanto a la póliza n°
748051— y el 23/12/2009 — respecto de la póliza 390942—. ii) Si bien se receptó la demanda incoada por su
persona, se omitieron tratar una serie de planteos formulados en el escrito de inicio, en particular los atinentes a
la aplicación del art. 56, LS —revelador de la tácita aceptación del siniestro por la aseguradora— y del art. 37 de
la LDC —en tanto prevé la presunción a favor de consumidor para supuestos de oscuridad del contrato—.
De su lado, 'La Meridional Compañía Argentina de Seguros S.A.' se agravió porque: i) El sentenciante
desestimó las excepciones de "falta de legitimación pasiva" y de "no seguro" opuestas por su parte, al realizar
una errónea e incorrecta valoración de la prueba y aplicación del derecho y al no considerar —por ende— que el

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riesgo cubierto como "accidente personal" de modo alguno comprende el fallecimiento por causas naturales,
padecido por la tomadora de las pólizas. ii) Subsidiariamente, el Sr. Magistrado de grado cuantificó la condena
por un importe mayor a la suma asegurada en las pólizas, razón por la cual —en la hipótesis de confirmarse la
sentencia apelada— el monto a pagar debería ser reducido a los valores consignados en tales instrumentos.
II. La solución.
I. El tema a decidir. Trazado del modo expuesto el cuadro de situación de la controversia, entiendo que el
tema a decidir por ante esta Alzada finca en determinar —en primer lugar— si el hecho "siniestral" denunciado
por Murúa (la muerte de su madre, Sra. M. C. V. R., tomadora de los seguros) se corresponde, o no, con el
riesgo "muerte accidental" —o "pérdida accidental de la vida"—, amparado en las dos (2) pólizas contratadas y,
en consecuencia, si resultó acertada la decisión del Sr. Magistrado de grado, consistente en rechazar las
excepciones de "falta de legitimación pasiva" y de "no seguro" opuestas por la accionada, y por ende, en
condenar a esta última a pagar al actor las sumas fijadas en los seguros de referencia.
Definido ello, cabrá examinar la suerte de las argumentaciones vertidas por el accionante en su demanda en
punto a la aplicación del art. 56, LS (revelador en la especie, supuestamente, de la tácita aceptación del siniestro
por la aseguradora) y del art. 37 de la LDC (en tanto prevé la presunción a favor de consumidor para supuestos
de oscuridad de alguna de las cláusulas del contrato), toda vez que —tal como señaló el actor apelante— tales
fundamentos no recibieron debido tratamiento en la anterior instancia, quedando habilitado este Tribunal —en
virtud de lo prescripto por el art. 278, CPCCN— a decidir sobre su incidencia en el pleito.
Finalmente, y sólo en la hipótesis de confirmarse lo decidido por el Sr. Juez de grado respecto de la cuestión
de fondo, restará analizar lo atinente al quantum de condena (considerado exorbitante por la aseguradora) así
como al dies a quo de los intereses especificados por dicho sentenciante. Al esclarecimiento de tales planteos
corresponde pasar a abocarse seguidamente.
2) En torno a la noción de riesgo asegurado y su alcance en las pólizas de seguros de marras. 2.1) Sabido es
que el objeto del contrato de seguro se halla constituido por la operación jurídico-económica que las partes
entienden realizar, que no es otro que el intercambio de una prima —cuyo pago se halla a cargo del asegurado
—, por el resarcimiento de un daño o el cumplimiento de la prestación convenida —a cargo del asegurador—, si
se verifica un evento susceptible de provocar daño al patrimonio o persona del asegurado, o se cumple el
presupuesto al que se halla subordinado el cumplimiento de la prestación (cfr. esta CNCom., Sala B,
12/06/1998, in re: "Superintendencia de Seguros de la Nación", LA LEY, 1998-F, 743). Lo expuesto es lo que
caracteriza al seguro como contrato aleatorio, pues las ventajas o pérdidas dependen —en resumidas cuentas—
de la verificación de un acontecimiento incierto (art. 2051, Cód. Civil).
La asegurabilidad del riesgo se encuentra, pues, condicionada por la incertidumbre de verificación del
evento. Lo manifestado revela que la materia del seguro es —y debe ser— la cobertura de un riesgo asegurable,
al ser evidente que lo que el tomador del seguro y el asegurado (en caso de tratarse de personas diferentes)
consideran al tiempo del perfeccionamiento del contrato es la hipótesis de realización de dicho riesgo, traducida
—al efectivizarse a través de un daño concreto— en la noción de siniestro. Es por ello que, con motivo del
aludido riesgo, las partes tienen en vista que a través del pago de la prima o cotización a cargo del asegurado, el
asegurador elimine las consecuencias derivadas de la eventualidad de su realización (siniestro o riesgo
materializado), comprometiéndose, en ese caso, a resarcirle al beneficiario el daño o a cumplir la prestación
acordada. Esa es la materia (u objeto) del contrato de seguro (cfr. STIGLITZ, Rubén, "Derecho de Seguros", t. I,
Ed. La Ley, Buenos Aires, 2005, ps. 216/217).
De allí que se sostenga que el riesgo asegurado se realiza con la verificación del evento, una vez
comprobado que las circunstancias en las cuales se ha producido coincidan con las expuestas por la ley o la
póliza como riesgos asumidos, o no coincidan con dichas previsiones, en cuyo caso se tratará de riesgos
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excluidos (cfr. FANELLI, Giuseppe, "Considerazioni sull concetto giuridico di rischio nell' assicurazione" en
Saggi di Diritto delle Assicurazioni, Ed. Giuffré, Milano, 1971, p. 171).
En síntesis, la extensión de la garantía del asegurador se halla subordinada a la comprobación del siniestro
que el riesgo ampara, y no otro (esta CNCom., esta Sala A, en una anterior composición, 23/10/1979, in re:
"Abieri y Cía. c. La Defensa Cía. arg. de Seguros", ED, 86-353).
2.2) A lo precedente se debe adicionar que el interés asegurado no es factible de hallarse amparado bajo
cualquier circunstancia o causa (en todos los casos), sin límites temporales, o en cualquier lugar en que se halle
o ubique. Por el contrario: se hace necesario delimitar el riesgo causal, temporal y espacialmente (esta CNCom.,
esta Sala A en una anterior composición, 16/12/1992, in re: "Steimbrecher, R. c. La Buenos Aires Cía. Arg. de
Seguros").
Ello tiene su razón de ser en tanto y en cuanto no resulta factible el amparo de todos los eventos susceptibles
de provocar daño, ni que un mismo contrato garantice indeterminadamente la totalidad de los riesgos a que se
halla sometido un interés económico lícito. Lo mencionado pone de manifiesto la necesidad de que se
individualice el riesgo asegurado. Pero ¿con qué fin? Nada más, ni nada menos, que con el de determinar dicho
riesgo. En efecto: una vez individualizado, el riesgo debe ser delimitado, lo que significa que al momento del
perfeccionamiento del contrato, deben identificarse los antecedentes que puedan realizar o materializar el riesgo
y, con ello, generar la obligación principal a cargo del asegurador (cfr. Stiglitz, ob. cit., p. 222). Repárese en que
—desde esa perspectiva— el asegurador se halla obligado a resarcir un daño o a cumplir la prestación si ocurre
el evento previsto (art. 1, LS) en el marco del riesgo específico, debidamente determinado en la póliza.
De lo contrario, no. En esa inteligencia, comparto la opinión que sostiene que la enumeración de los riesgos
y la extensión de la cobertura debe apreciarse literal, restrictiva y limitativamente, por lo que no es admisible la
interpretación analógica ni extensiva de la póliza para determinar (ampliar o restringir) el riesgo asegurado,
dado que ampliar la garantía asegurativa ocasionaría un grave desequilibrio en el conjunto de sus obligaciones,
específicamente en la necesaria relación de equivalencia que debe existir entre riesgo y prima (esta CNCom.,
esta Sala A en una anterior composición, 27/03/1981, in re: "Petruzzi, R. c. Suiza Argentina Cía. de Seguros";
idem, Sala C, 03/12/1969, in re. "Pelolio R., c. Cosmos Cía. de Seg.", LA LEY, 138-864; idem, Sala D,
14/05/1986, in re: "Franco Monges, G. c. Ruta Coop. de Seg."; idem, Sala E, 05/09/1986, in re: "Transporte San
Eduardo c. Ruta Coop. de Seg"; idem, Sala B, 24/04/1992, in re: "Larocca, R. c. Auxilio Familiar Coop. de
Seguros"; SC de Mendoza, 21/12/1995, in re: "Triunfo Coop. de Seg. C. Interguglielmo, Víctor", LA LEY,
1992-D, 182; CSJN, 06/12/1994, in re: "Berlani N. c. Omega Coop. de Seg.").
La individualización del riesgo —que si bien comienza siendo genérica (v.gr., muerte, incendio, robo,
accidente), se torna específica a través de la individualización del interés asegurable— tiene, entonces, por
objeto, limitar la extensión de la cobertura. 2.3) Llegado a este punto, he de manifestar que no se halla
controvertido en el sub lite que M. C. R.  —madre del actor— contrató dos (2) seguros de accidentes personales,
bajo las pólizas nros. 390942 y 748051 (véase fs. 2 y 5).
Tampoco está en tela de juicio, a esta altura del proceso, que los seguros en cuestión cubrían, entre otros, el
riesgo de "pérdida accidental de la vida", invocado por el actor —en su condición de beneficiario—, para
reclamar a la compañía de seguros el cobro de las respectivas coberturas asegurativas, luego de que se produjese
el deceso de la asegurada. La causa de dicho fallecimiento fue —según textuales palabras del accionante— "un
infarto de miocardio, mientras dormía" (véase denuncia de siniestro anejada por el propio actor en fs. 6), lo que
resulta coincidente con la información suministrada por el Jefe de Sección de la morgue judicial, conforme
surge de fs. 11 de la causa penal caratulada "NN s/ muerte dudosa. Damnificado: R., M. C. V. ", traída ad
effectum videndi et probandi (y que tengo ante mí).
El Sr. Juez de grado, de su lado, entendió —al rechazar la defensa de no seguro y falta de legitimación
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deducida por la accionada— que "la rigurosa interpretación técnica que la aseguradora demandada dio al
término accidente" infringía la previsión del art. 1198, Cód. Civil, por cuanto "lógico e(ra) entender que la
tomadora de los seguros, en ocasión de celebrar los contratos, tuvo en miras beneficiar con una suma dineraria a
los destinatarios del mismo (en el sub lite, su hijo)" (véase fs. 309, último párrafo y 310, primer párrafo). He de
disentir, sin embargo, con el criterio volcado por el anterior sentenciante para fundar su decisión. Y explico por
qué.
Según surge de la peritación contable, en el texto de las pólizas en cuestión se indica expresamente, en
relación al "riesgo cubierto" que: "el asegurador se compromete al pago de las prestaciones estipuladas en la
presente póliza, en el caso de que la persona designada en la misma como asegurado sufriera durante la vigencia
del seguro algún accidente que fuera la causa originaria de su muerte o invalidez permanente o temporaria, total
o parcial, y siempre que las consecuencias del accidente se manifiesten a más tardar dentro de un año a contar de
la fecha del mismo, de acuerdo con lo establecido en las Condiciones Particulares"; aclarando seguidamente que
"a los efectos de este seguro se entiende por accidente toda lesión corporal que pueda ser determinada por los
médicos, de una manera cierta, sufrida por el asegurado independientemente de su voluntad, por la acción
repentina y violenta de, o con, un agente externo", individualizándose, además, distintos supuestos específicos
de padecimientos como configurativos de accidentes amparados por la póliza —asfixia o intoxicación por
vapores o gases; la asfixia por inmersión u obstrucción en el aparato respiratorio que no provenga de
enfermedad; la intoxicación o envenenamiento por ingestión de sustancias tóxicas o alimentos en mal estado
consumidos en lugares públicos o adquiridos en tal estado, las quemaduras de todo tipo producidas por
cualquier agente (salvo excepciones mencionadas en la cláusula 5.b), el carbunclo, tétanos u otras infecciones
microbianas o intoxicaciones cuando sean de origen traumático; rabia, luxaciones articulares y distensiones,
dilaceraciones y rupturas musculares, tendinosas y viscerales (excepto lumbalgias, várices y hernias) causadas
por esfuerzo repentino y evidentes al diagnóstico— (véase peritación contable, fs. 271yvta., consentida por
ambos litigantes). Aclárase que dicho enunciado se corresponde a la cláusula 2 de las "Condiciones Generales
para los Seguros de Accidentes Personales" de la póliza n° 390.942 (véase fs. 77/89), más allá que el perito
contador de oficio lo atribuyó —erróneamente, aunque sin que ello representase gravedad sustancial en el plano
interpretativo— al texto de la póliza n° 748.051 (que prevé la definición de accidente en la Cláusula 2, inciso
2.1.7; véase fs. 64vta.).
Como fuere, es nítido que si en ambos seguros contratados por R. se estableció que debía entenderse por
"accidente" —de acuerdo a lo señalado supra— a "toda lesión corporal que pueda ser determinada por los
médicos, de una manera cierta, sufrida por el asegurado independientemente de su voluntad, por la acción
repentina y violenta de, o con, un agente externo", lógico es sostener que la causa del deceso de la asegurada (un
"infarto de miocardio, mientras dormía") muy lejos estuvo de caber en la definición de accidente en cuestión. Es
más: en sentido coincidente a lo aquí afirmado, del expediente penal traido ad effectum videndi et probandi
surge, no sólo que la causa del deceso fue un "infarto agudo de miocardio - hemopericardio", sino también que
la padecida por la asegurada fue una "muerte no violenta" (véase informe suministrado por el médico legisla, así
como dictamen del cuerpo médico forense de la CSJN, anejados en fs. 25/27 y 28/33 de esa causa,
respectivamente).
Bajo ese encuadre, un atisbo de sentido común obliga a concluir en que el infarto de miocardio padecido por
R. en el lecho de muerte, ninguna relación tuvo con una acción repentina y violenta de un agente externo, que
pudiese ser enrostrada como causa el deceso. Sabido es que el término infarto agudo de miocardio ('agudo'
significa, en este caso, súbito, 'mio' músculo y 'cardio' corazón), conocido en el lenguaje coloquial como 'ataque
al corazón', 'ataque cardíaco' o 'infarto', hace referencia a un riego sanguíneo insuficiente, con daño tisular, en
una parte del corazón (situada entre el pericardio y el endocardio), producido por una obstrucción en una de las
arterias coronarias. El suministro deficiente de oxígeno (o isquemia) que resulta de tal obstrucción produce la
angina de pecho, que si no es detectada a tiempo y ocasiona la lesión del miocardio y finalmente la necrosis, es
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decir, el infarto. Trátase el infarto de miocardio, pues, de un producto endógeno, es decir, de agente interno del
organismo damnificado, que —no está de más especificarlo— se erige en la principal causa de muerte de
hombres y mujeres en todo el mundo (véase "The World Health Report 2004 - Changing History", Organización
Mundial de la Salud, 2004, ps. 120/124).
A lo precedente se suma el dato, no menos relevante, de que según declaraciones del propio actor, su madre
padeció el infarto en cuestión, "mientras dormía", lo que despeja toda duda —o al menos el interesado no
acreditó lo contrario, cfr. art. 377, CPCCN— de que se hubiese producido "por la acción repentina y violenta de,
o con, un agente externo". Colijo entonces en que la prueba producida de modo alguno permite tener por
configurado el riesgo cubierto en los seguros bajo estudio, es decir, el de pérdida de la vida a causa de un
accidente originado en agente externo. Lo manifestado resulta dirimente para la solución que cabe propiciar en
la especie, en tanto y en cuanto —tal como se afirmara— el 'riesgo asegurado' se erige en punto nuclear del
contrato de seguro (art. 1, LS), el 'evento previsto' alrededor del cual giran todos los demás aspectos de la
relación asegurativa (cfr. esta CNCom., Sala B, 22/11/2007, in re: "Capuzzi, María Inés y otro c. Caja de
Seguros de Vida S.A. y otro").
En efecto: repárese en que la causal de fallecimiento de la asegurada (infarto de miocardio no originado en
un accidente), da lugar a un supuesto de exclusión indirecta de cobertura, toda vez que la hipótesis causal no
integra el marco conceptual que define el riesgo asegurado. La exclusión indirecta tiene lugar cuando eventos
como el aquí evidenciado (muerte por infarto no causado por un agente externo) no forma parte del riesgo
amparado, ya que al precisar el asegurador el riesgo tomado a su cargo, queda acotada la frontera de la garantía,
de modo tal que fuera de sus límites el siniestro no halla cobertura (cfr. CNCiv., Sala M, 10/05/1995, in re
"Berlari, N. c. Omega Cop. de Seg.", JA, 1998-I-síntesis).
O dicho en otras palabras, trátase el del sub lite de un supuesto de riesgo no cubierto que surge implícita o
indirectamente, en razón de haber indicado la aseguradora en la póliza, con precisión, la índole, magnitud y
extensión del riesgo que se comprometía a cumplir, de modo tal que de la propia fórmula empleada resulta la
exclusión de todos los riesgos —tal como el padecido por la asegurada R.— que no se ajusten a las
determinaciones allí indicadas (cfr. Stiglitz, ob. cit., p. 227).
Lo hasta aquí expuesto obliga, consiguientemente, a receptar el agravio central deducido por la compañía
demandada, al encontrarnos —se reitera— frente a un caso de riesgo no cubierto, lo que, en términos prácticos,
resulta equivalente a un supuesto de 'no seguro' respecto del riesgo en cuestión.
Si bien ello sería suficiente para receptar las defensas deducidas por la aseguradora y, por ende, definir la
revocación del fallo atacado, resta aún —a los fines de confirmar la justicia de tal solución— examinar la suerte
de las argumentaciones vertidas por el accionante en su demanda en punto a la aplicación del art. 56, LS
(revelador, supuestamente, de la tácita aceptación del siniestro por la aseguradora) y del art. 37 de la LDC (en
tanto prevé la presunción a favor de consumidor para supuestos de oscuridad de alguna de las cláusulas del
contrato).
Veamos. 3) Excepciones al deber de pronunciarse de la compañía de seguros. Inaplicabilidad al sub lite de
los arts. 56, LS y 37, LDC. 3.1) No existe controversia a esta altura del litigio respecto de que la compañía de
seguros procuró —sin éxito— notificar a Murúa el rechazo de la cobertura del siniestro, invocando, a tal fin, que
no hubo un "accidente" en los términos descriptos en las pólizas.
Lo hizo a través de una carta documento enviada a los herederos legales de la asegurada en fecha 11/01/2010
(véase fs. 150), mas sin lograr cumplir su cometido, al haberla dirigido a un domicilio distinto al consignado por
el actor en oportunidad de concretar las pertinentes denuncias (en fecha 30/11/2009 respecto de la póliza n°
748051 y 23/12/2009, en cuanto a la póliza n° 390942), circunstancia que derivó en que la carta documento
terminase siendo reexpedida al remitente (véase contestación de oficio del Correo Argentino, en fs. 151).
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Con base en tal antecedente, el accionante arguyó que, luego de transcurridos los treinta (30) días del art. 56,
LS, sin que la aseguradora se expidiera en punto a la suerte de tales denuncias, se produjo la presunta
"aceptación tácita del siniestro" por parte de la esta última, y con ello, la caducidad del derecho a rechazar el
siniestro, con la consecuente obligación de ésta a pagar las coberturas demandadas.
Pues bien: tanto doctrinaria como jurisprudencialmente, se ha incluido, entre las excepciones a dicho deber
de pronunciarse, la circunstancia de que —tal como acaeciera en el caso de marras— el siniestro denunciado no
guardase racional ni lógicamente correspondencia con el riesgo objeto del contrato celebrado, al ser notorio o
manifiestamente extraño al mismo (esta CNCom., esta Sala A, del voto de la Dra. Uzal, 28/06/2013, in re:
"Aguirre, José Luis c. la Caja de Ahorro y Seguro"; cfr. SC Mendoza, Sala I, 21/12/1995, del voto de la Dra.
Kemelmajer de Carlucci, in re "Triunfo Coop. de Seguros c. Intraguglielmo, V.", LA LEY, 1996-D, 181/93; en
igual sentido, Stiglitz, ob. cit., ps. 280/281).
Según opinión doctrinal mayoritaria, la caducidad de referencia es una especie, dentro del género de las
sanciones, que consiste en la pérdida de un derecho subjetivo, potestad jurídica o facultad, como consecuencia
de no haber sido ejercido en el plazo prefijado por la ley, por la voluntad de las partes o por decisión judicial. El
transcurso del tiempo opera, entonces, como causal extintiva del derecho no ejercido y obsta a su ejercicio
ulterior (cfr. SC Mendoza, Sala I, 21/12/1995, in re "Triunfo Coop. de Seguros c. Intraguglielmo, V.", cit. supra,
LA LEY, 1996-D, 185; en igual sentido, Stiglitz, Rubén S., "Naturaleza sancionatoria de la caducidad. Efectos.
La cuestión en la ley de seguros"; LA LEY, 1987-C, 155; STIGLITZ-STIGLITZ, "Contrato de seguros", Ed. La
Rocca, Bs. As., 1988, p. 55; Meilij, Gustavo Raúl, "La caducidad en el contrato de seguro", JA, 1991-III-750 y
en Revista del Derecho Comercial y de las obligaciones año 25, 1992, p. 97 y ss.; Halperín, Isaac, "El régimen
de sanciones al asegurado en la nueva ley argentina de seguros", Revista del Derecho Comercial y de las
Obligaciones, año 1969, t. II, p. 719).
Sin embargo, debe repararse en que si bien las cláusulas de caducidad poseen carácter sancionatorio, pues
imponen una pena ante la omisión de cumplir una obligación (por lo que suponen una situación originariamente
cubierta por el contrato), lo concreto es que los casos de exclusión de la cobertura, en cambio, colocan los
supuestos que describen fuera del amparo del contrato desde el inicio de éste (esta CNCom., esta Sala A, del
voto de la Dra. Uzal, 28/06/2013, in re: "Aguirre...", cit. supra).
En tal sentido, ha dicho el Supremo Tribunal español que "las cláusulas delimitadoras del riesgo no ‘limitan’
los derechos de la aseguradora, sino que delimitan el riesgo asumido en el contrato, su contenido, el ámbito al
que el mismo se extiende, de manera que no constituyen una excepción que asegurador pueda oponer al
asegurado sino que, por constituir el objeto contractual excluye la acción del asegurado, que no ha nacido,
puesto que el perjudicado no puede alegar un derecho al margen del propio contrato" (SC España, 09/02/1994.
Cuadernos Cívitas de Jurisprudencia Civil, n° 35, abril-agosto de 1994, p. 526, con nota de María Angeles
Calzada Conde, citado por SC Mendoza, Sala I, 21/12/1995, in re: "Triunfo Coop. de Seguros...", cit. más
arriba; esta CNCom., esta Sala A, del voto de la Dra. Uzal, 28/06/2013, in re: "Aguirre...", cit. supra).
Desde esa perspectiva, el beneficiario del seguro es quien debió acreditar en el sub lite que el siniestro se
ubicaba entre los riesgos tomados por la aseguradora para que se aplicase la garantía, lo que, sin embargo, tal
como se adelantó, no acaeció en la especie (cfr. SC Mendoza, Sala I, 21/12/1995, in re: "Triunfo Coop. de
Seguros...").. No paso por alto que para algunos autores, la omisión del asegurador de pronunciarse en el plazo
previsto en el art. 56 implica aceptar la veracidad de los hechos y de los datos invocados, la extensión atribuida
a estos daños y la existencia de la cobertura pretendida por el peticionante. Mas esta interpretación irrestricta,
sin embargo, ha merecido la crítica de otro sector que afirma que con esos alcances la "presunción legal podría
llevar a prestar cobertura a supuestos en los que ni siquiera existe seguro" (cfr. Soto, Héctor Miguel,
"Finalización de la liquidación del siniestro. Pronunciamiento del asegurador sobre el derecho del asegurado",
LA LEY, 1990-A, 328).
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Es más: otros doctrinarios afirman que el art. 56 es impreciso por lo que proponen una reforma según la cual
se impusiera al asegurado demostrar verosímilmente la cobertura y los daños pretendidos, sin perjuicio de
castigar la mora de la aseguradora cuando, en el plazo razonable que se fije, no cumpla con su obligación de
reconocer, rechazar o estimar el tríptico (evento, cobertura, daños invocados). Dichos autores justifican la
reforma afirmando que de tal manera "la determinación normativa del derecho del asegurado evitaría que el usus
fori reconociera un no seguro o una falta de cobertura, como ha ocurrido ante la imprecisión e incompletividad
del actual art. 56" (cfr. esta CNCom., esta Sala A, del voto de la Dra. Uzal, 28/06/2013, in re: "Aguirre...", cit.
supra; SC Mendoza, Sala I, 21/12/1995, in re "Triunfo Coop. de Seguros..."; cit. precedentemente; en igual
sentido, Simone, Osvaldo Blas, "El derecho del asegurado del artículo 56 de la ley de seguros"; LA LEY, 1981-
D, 935).
Repárese en que si el silencio del art. 56 bastara, se pondría a cargo de la aseguradora una obligación que
nunca asumió, configurándose un supuesto de obligación sin causa fuente y, por eso, un enriquecimiento sin
causa del asegurado. En suma, reconocer que otro tiene un derecho, no es más que admitir su preexistencia, pero
resultaría una inadmisible incongruencia reconocer lo hasta entonces inexistente (esta CNCom., esta Sala A, del
voto de la Dra. Uzal, 28/06/2013, in re: "Aguirre...", cit. supra). En consecuencia, por tratarse el aquí planteado
de un supuesto de riesgo no cubierto, es claro que, en lo que respecta a las pólizas contratadas por la asegurada,
la compañía de seguros se hallaba exceptuada de su deber de pronunciarse en relación al siniestro denunciado.
Ergo, la fundamentación —y queja— del accionante en lo tocante a la cuestión analizada, no habrá de tener
formal acogida.
3.2) Definido lo precedente, resta acotar que la pretensión formulada por el actor en lo concerniente a la
supuesta aplicación del art. 37, LDC —en tanto prevé la presunción a favor de consumidor para supuestos de
oscuridad de alguna de las cláusulas del contrato—, no correrá mejor suerte que la examinada con prelación. En
efecto: el caso se dirime ante el acontecimiento de una situación fáctica y legal objetiva (no ocurrencia del
riesgo asegurado) lo que, nítidamente, no amerita un conflicto interpretativo por un supuesto de duda, sino la
aplicación de los parámetros normativos contenidos en la ley 17.418, específica sobre el particular. Ergo,
también este argumento de Murúa habrá de ser desestimado.
4) Conclusiones Si lo que expongo es compartido por mis distinguidos Colegas —y luego de valorar que el
tratamiento de los restantes agravios formulados por los litigantes devino abstracto— habré de proponer,
entonces, la desestimación del recurso del actor, el acogimiento del deducido por 'La Meridional Compañía
Argentina de Seguros S.A.', y, por ende, el rechazo de la demanda y consiguiente revocación de la sentencia
apelada.
5) Las costas del proceso. Como lo hasta aquí expuesto determina la revocación de la sentencia de grado, tal
circunstancia conlleva la pérdida de virtualidad de la imposición efectuada por el a quo en la materia, debiendo
este Tribunal —en orden a lo previsto por el art. 279 CPCCN— expedirse nuevamente sobre este particular.
Sabido es que en nuestro sistema procesal, los gastos del juicio deben ser satisfechos —como regla— por la
parte que ha resultado vencida en aquél. Ello así, en la medida que las costas son en nuestro régimen procesal
corolario del vencimiento (arts. 68, 69 y 558 CPCCN) y se imponen no como una sanción sino como
resarcimiento de los gastos provocados por el litigio, gastos que deben ser reembolsados por el vencido.
Es cierto que esa es la regla general y que la ley también faculta al Juez a eximir de las costas al vencido, en
todo o en parte, siempre que encuentre mérito para ello (arts. 68 y ss. CPCCN).
Pero ello, esto es la imposición de las costas en el orden causado o su eximición —en su caso—, sólo
procede en los casos en que por la naturaleza de la acción deducida, la forma como se trabó la litis, su resultado
o en atención a la conducta de las partes, su regulación requiere un apartamiento de la regla general (cfr.
COLOMBO, Carlos - KIPER, Claudio, "Cód. Procesal Civil y Comercial de la Nación", T° I, p. 491).

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A su vez, en los supuestos en que el resultado del proceso fuere parcial y mutuamente favorable a ambas
partes en litigio, la ley consagra la solución de que en esos casos las costas deben distribuirse entre los litigantes
en proporción al éxito obtenido por cada uno de ellos (art. 71 CPCC). Pues bien, ponderando tales parámetros,
entiendo que al haber resultado vencido el actor en el pleito, no existen motivos —ni menos aún dudas
interpretativas acerca de lo establecido en los contratos de seguros de marras— para efectuar un apartamiento de
la regla general. Ergo, tanto las costas de primera, como de segunda instancia, serán puestas a cargo de Santiago
Alonso Murúa (art. 68 y 279 CPCCN).
III. Veredicto. Por lo hasta aquí expresado, propongo a este Acuerdo: a) Rechazar el recurso interpuesto por
la parte actora. b) Receptar el recurso deducido por la demandada. c) En consecuencia, revocar la sentencia de la
anterior instancia, acoger las defensas opuestas por 'La Meridional Compañía Argentina de Seguros S.A.' y, por
ende, rechazar la demanda incoada, disponiéndose la absolución de la compañía de seguros. d) Imponer las
costas generadas en ambas instancias a cargo del accionante, en su condición de vencido (art. 68 y 279
CPCCN). Así expido mi voto.
Por análogas razones los doctores Kölliker Frers y Uzal adhieren al voto precedente.
Por los fundamentos del acuerdo precedente, se resuelve: a) Rechazar el recurso interpuesto por la parte
actora. b) Receptar el recurso deducido por la demandada. c) En consecuencia, revocar la sentencia de la
anterior instancia, acoger las defensas opuestas por 'La Meridional Compañía Argentina de Seguros S.A.' y, por
ende, rechazar la demanda incoada, disponiéndose la absolución de la compañía de seguros. d) Imponer las
costas generadas en ambas instancias a cargo del accionante, en su condición de vencido (art. 68 y 279
CPCCN). e) Notifíquese a las partes y al C.I.J.— María E. Uzal.— Isabel Míguez.— Alfredo A. Kölliker Frers.

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