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Introducción
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y con su título realizó unos intentos de ejercicio profesional de la psicología en
el Hospital de Sainte-Anne.1 Es pertinente también señalar que es una conquista
mucho más cercana a nuestros días el reconocimiento del psicólogo como un
profesional autónomo. En la época a la que me refiero el psicólogo intervenía
aún como auxiliar del médico psiquiatra, y de ese modo incursionó Foucault en
la profesión. La afinidad con la psicología tuvo como resultado también la
publicación de un primer libro, en 1954, titulado Enfermedad mental y
personalidad (y a cuya reedición siempre se opuso).2 Su temática y sus
propósitos se diferencian muy claramente de los trabajos del Foucault filósofo
más conocido; en ese primer texto elaboraba una teoría de la personalidad
fundada en la reflexología de Pavlov y la determinación material de la conducta.
El derrotero de la obra de Foucault nos permite apreciar un giro
significativo. En el tránsito del principiante en psicología al filósofo incidió
fuertemente –incluso según un testimonio del mismo Foucault– el encuentro con
los textos de Nietzsche (Eribon, 1992). Y su trabajo comenzó a inscribirse en una
línea que considera: una fuerte crítica del sujeto en tanto se lo concibe
constituido a priori, una impronta significativa –en el sujeto mismo– del lenguaje
y el discurso, una consideración especial otorgada a las relaciones sociales en
tanto prácticas constitutivas, históricamente determinadas y una objeción a las
concepciones “modernas” de la historia.
Ya adentrándome en sus textos, propongo considerar hito fundacional
(aunque no se trate de su primera obra publicada) la aparición de Historia de la
locura en la época clásica (1998) –Locura y sinrazón fue su título original– en
1961. Esta obra, tesis principal con la que obtuvo el grado académico de Doctor,
es fruto de un exhaustivo trabajo de revisión documental de una colección
ubicada en Uppsala (Suecia), que contiene unos 21.000 archivos con las
publicaciones en medicina previas a 1800. Pero no se trata, exclusivamente, de
un trabajo bibliotecológico. Ya da cuenta de una metodología de abordaje del
dato que surge del documento: Foucault bucea en ellos como un arqueólogo,
1
Esta institución de internación psiquiátrica es conocida en nuestro medio por haber sido el
hospital en el cual el psicoanalista Jacques Lacan realizó su formación clínica, donde dictó los
primeros años de su seminario y en el cual llevó a cabo “presentaciones de enfermos” (un
dispositivo que consiste en entrevistas a pacientes realizadas ante un público) a lo largo de toda
su vida.
2
No obstante, en 1991 fue editado nuevamente por Paidós (Barcelona).
2
buscando caracterizar el que denomina suelo común en el que surgieron, así
como las relaciones entre los discursos y las prácticas que muestran –aunque
estas sean de dominios diferentes– y, todo ello, fundamentalmente, sin una
referencia al sujeto pre existente. Podría decirlo también en estos términos: lo
que estudia la historia de la locura es un campo de transformaciones en cuanto
a la experiencia que el hombre hace de lo que es ajeno para sí mismo y, sin
embargo, se vincula con él; transformaciones que dan lugar a la constitución de
nuevas formas de la subjetividad que, al mismo tiempo, se conformarán como
objetos de conocimiento y tratamiento. La razón (moderna) se constituye
también con la expulsión de sí misma de la considerada “sinrazón”, expulsión
localizable en diferentes dominios que confluyen: político, institucional, literario,
prácticas religiosas, discursos filosóficos.
En buena parte de su tesis, Foucault se involucra en la descripción de las
experiencias de la locura en la época clásica3 (entre el Renacimiento y la
modernidad), las que ya se dirigen a un apartamiento tajante entre la razón y su
“revés”, el cual se consolida con la configuración de la enfermedad mental. No
me interesa aquí su consideración psicopatológica, sino la problematización que
introduce al historizar el surgimiento de un tipo de subjetividad4 –el enfermo
mental–, cuyas condiciones no encuentra en un supuesto avance de la ciencia
(según el cual la enfermedad mental sería un campo que estaba sin descubrir
hasta que se “iluminó” por el avance de la razón científica), sino en prácticas
sociales que involucran el ejercicio de un poder. Y éstas muestran una razón
(moderna) que no tolera en su seno o no se reconoce a sí misma también como
sinrazón.
Entonces Historia de la locura…, sin tratarse de una obra de “historia de
las ciencias”, es de gran valor para las disciplinas que efectivamente se vinculan
con el campo de la locura o, en los términos de nuestra contemporaneidad, la
3
Sostengo aquí la distinción entre épocas utilizada por Foucault, pero me interesa recordar el
aspecto polémico de estas categorizaciones de las edades de la historia, tal como se plantea en
el trabajo preparado por Catalina Barrio que forma parte de esta compilación.
4
En rigor no se trata de un tipo de subjetividad, lo que podría connotar que se produce como
efecto de prácticas pero aisladas, separadas. El sujeto-enfermo-mental se produce en íntima
solidaridad con el sujeto-médico, que lo objetiva al tratarlo, cuidarlo y estudiarlo. Tomando un
término que Foucault utiliza en desarrollos posteriores, es un nuevo juego de subjetividades-
efecto-de-prácticas-discursivas el que toma cuerpo. Claro que este juego no implica posiciones
ni suertes simétricas y tampoco forma parte de una dialéctica de reconocimiento mutuo (como la
tensión entre señor y siervo que estudiamos en Hegel).
3
salud mental. Esto implica que no es una historia de la psiquiatría (su desarrollo
culmina en lo que se considera la fundación misma de esta rama de la medicina,
la liberación de los enfermos por parte de Ph. Pinel,5 en 1799); tampoco lo es de
la psicología (fechamos su nacimiento como ciencia en 1879, en el laboratorio
de W. Wundt en Leipzig, Alemania), pero sí es una descripción de sus
condiciones de posibilidad. Esta idea, la de que es posible determinar las
condiciones que hacen posible el acceso o aprehensión de un concepto, ya la
hemos encontrado en nuestro programa en el contexto de la filosofía
trascendental kantiana. Según ésta, el conocimiento es posible de acuerdo a
condiciones determinadas que dan forma a la experiencia. Para Kant, en tanto
“condiciones”, no pueden residir en la experiencia (aquello condicionado) o tener
un carácter dependiente de la experiencia, sino que son independientes de ella,
a priori, lo que involucra su universalidad y necesariedad. Ahora bien, a las
condiciones de posibilidad del surgimiento de nuevos objetos de conocimiento
Foucault las considera determinadas y por lo tanto mudables, en la historia.
Incorpora así un rasgo que en alguna medida se torna paradojal respecto de la
universalidad y necesariedad involucradas en la noción clásica de a priori. O sea,
Foucault esbozará la idea de la episteme funcionando como a priori histórico
(condiciones históricas de emergencia y coexistencia de los enunciados) y
explotará sus consecuencias sobre todo en una de sus obras más conocidas,
publicada en 1966: Las palabras y las cosas (1997).
5
Acontecimiento relacionado cronológica e ideológicamente con la Revolución Francesa, que
funciona como condensación de transformaciones de la modernidad: el médico, con la luz de la
razón, ingresa en el asilo donde los locos permanecían encadenados y los libera humanizando
su trato, considerándolos objeto de atención de la salud. La estatua de un Pinel con rotas
cadenas en sus manos preside actualmente el ingreso al Hospital de la Salpetrière, con la
leyenda “al benefactor de los alienados”.
4
de ningún modo una certeza, sino una creencia muy pronunciada (cf. Nietzsche,
1973), introduce una contingencia en una aparente evidencia necesaria.
Foucault se vale de estos trabajos y los toma como modelo para sus
investigaciones (cf. Foucault, 1980). A la vez, su posicionamiento es consistente
con los debates que se producían en Francia en la década de 1960 (cf. Eribon,
1995).
Podríamos describir a esos debates, un poco esquemáticamente, como
una discusión entre las posiciones humanistas y las posturas estructuralistas.
Me refiero aquí al estructuralismo en sus rasgos generales, advirtiendo a partir
de Abbagnano, que “la eventual unidad del estructuralismo no se ha de buscar
acríticamente en el plano inmediato de las soluciones y tampoco en el mediato
de los problemas y las heurísticas, sino en el terreno aún más general de aquello
que los historiadores de las ideas llaman “atmósfera o clima cultural” (1996: p.
313).
El estructuralismo se constituía como una corriente de pensamiento que,
en sus rasgos generales, consideraba a la realidad como un sistema de
relaciones (en oposición a los atomismos), cuyos elementos toman sentido en
función de su relación con los otros elementos, en un orden y un tipo de
transformaciones propio del sistema. O sea, una estructura es una totalidad que
se autorregula. En oposición a la preeminencia del yo humano autoevidente, el
estructuralismo plantea una preeminencia de las estructuras, por sobre el sujeto,
quien resulta determinado por tales estructuras. Además:
5
Introduzco esta breve reconstrucción de algunos rasgos del
estructuralismo ya que nos permite ubicar en su contexto los planteos de
Foucault en los que objeta a las ciencias humanas al afirmar que “el hombre es
una invención moderna, pronta a desaparecer como en los límites del mar un
rostro de arena” (Foucault, 1997: p. 375). Así creo que es notorio que el hombre
como sujeto, como unidad antropológica es fuertemente cuestionado a través
del análisis que Foucault denomina específicamente arqueología. Esta,
considerada método, implica un análisis de la episteme, a la que considera
“conjunto de relaciones que pueden unir en una época determinada las prácticas
discursivas que dan lugar a unas figuras epistemológicas, a unas ciencias,
eventualmente a unos sistemas formalizados” (ibid.: pp. 322-323). La episteme
es el modo en que se define el horizonte de lo que puede ser pensado o conocido
para una época dada ya que “no se puede hablar en cualquier época de cualquier
cosa” (ibid.: p. 73). Ahora bien ¿cómo se estudia la episteme? Como intenté
mostrar sucintamente al referirme a Historia de la locura…, Foucault propone un
trabajo de descripción sobre el archivo6 que indica el conjunto de las reglas que
en un tiempo y lugar definen sobre qué se puede hablar, cuáles discursos
circulan y cuáles se excluyen, por qué canales circulan, cuáles se consideran
válidos. En consecuencia, el análisis arqueológico procura abstenerse de todo
recurso al sujeto como principio explicativo (por ejemplo, al sujeto como
enunciador de los discursos), buscando en los documentos no su veracidad, sino
las condiciones de su aparición.
3. Interpretación y hermenéutica
6
Castro (2004) señala que “el término ‘archivo’ no refiere en Foucault, como en el lenguaje
corriente, ni al conjunto de documentos que una cultura guarda como memoria y testimonio de
su pasado ni a la institución encargada de conservarlos […] el archivo es, en otras palabras, el
sistema de las condiciones históricas de posibilidad de los enunciados” (p. 35).
6
la preocupación por tematizar el lenguaje y por introducir en el análisis del mismo
una dimensión de “violencia” en relación con la categoría interpretación.
Foucault reúne bajo la rúbrica de una nueva consideración del signo y de
la tarea de interpretar a un trío de pensadores que están re-leyéndose, re-
considerándose desde el contexto de pensamiento que situaba en el apartado
anterior. Y no sólo por parte del clima estructuralista; en 1966 un importante
filósofo de la tradición fenomenológica- hermenéutica, Paul Ricoeur, publicaba
su obra Freud, una interpretación de la cultura (1992) en cuyas páginas
encontramos al mismo trío bautizado como “los maestros de la sospecha”. Allí
Ricoeur aunaba las empresas de Marx, Nietzsche y Freud por cuanto encontraba
en los tres un cuestionamiento del alcance de la conciencia, de su carácter
evidente, a través de la sospecha respecto de sus sentidos (en la acepción
semántica del término, no respecto a la sensibilidad). Y, al tiempo, ubicaba como
rasgo común la propuesta de una ampliación de la conciencia, posible a partir
de este cuestionamiento. Sin embargo, la perspectiva de Foucault es otra.
Líneas más arriba citaba a Sáez Rueda, quien ubica un contrapunto entre
estructuralismo y fenomenología-hermenéutica y su indicación puede sernos de
utilidad a la hora de abordar el modo en que Foucault se refiere al término
interpretación, conocido para nosotros a partir de la presentación de algunas
ideas de Heidegger. Ha sido estudiada con detalle la transformación
hermenéutica de la fenomenología llevada a cabo por Heidegger, así como el
sentido que este término cobraba en su filosofía: “La hermenéutica filosófica es
la prolongación de la ‘naturaleza’ expresiva y comprensiva que tiene la vida; con
otras palabras: lo que es hermenéutico en primera instancia es el ser de la vida
fáctica, no nuestro discurso sobre él”. O bien, dicho por el mismo Heidegger en
un fragmento de Ontología. Hermenéutica de la facticidad:
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y el objeto aprehendido, al cual aquella solamente tendría que ajustarse, sino
que el interpretar mismo es un como [Wie] posible distintivo del carácter de ser
de la facticidad (2000: § 3).
7
Encontramos aquí enunciado con claridad que no es la vida misma en su facticidad el suelo y
el referente de la hermenéutica. Foucault se refiere a la interpretación como una serie de
procedimientos de desciframiento-desenmascaramiento-desocultamiento que recaen sobre el o
los signos.
8
no logra liberarse jamás de ese estado interpretativo cotidiano en el que
primeramente ha crecido. En él, desde él y contra él se lleva acabo toda genuina
comprensión, interpretación y comunicación, todo redescubrimiento y toda
reapropiación” (Heidegger, 2006: p. 192). El ser en su estado interpretativo
constitutivo se las ve con conflictividades, limitaciones, afectos.
Ahora bien, Foucault también se refiere a este carácter de la interpretación
al que denomina inacabamiento como un pilar de la hermenéutica moderna
(recuerdo, situada históricamente). Dice: “No hay nada de absolutamente
primario que interpretar pues, en el fondo, todo es ya interpretación: cada signo
es en sí mismo no la cosa que se ofrece a la interpretación, sino interpretación
de otros signos” (1970: p. 43). Se podría encontrar aquí una cercanía con lo
argumentado por Heidegger: no hay “fuera de” la interpretación, el estado
interpretativo cotidiano está tramado por su conflictividad. Pero, al carácter
conflictivo del estado interpretativo, Foucault añade su marca particular a la
lectura y es la siguiente: la violencia, la lucha como el conflicto que supone esta
omnipresencia de la interpretación. “La interpretación no aclara una materia que
es necesario interpretar y que se ofrece a ella pasivamente; ella no puede sino
apoderarse, y violentamente, de una interpretación ya hecha, que debe invertir,
resolver, despedazar a golpes de martillo” (ibid.: pp. 43-44). Para Heidegger,
entiendo, la vida misma en su fluir interpretante no es subsumida en el ejercicio
de un poder. En tanto para Foucault, con toda la resonancia nietzscheana (¿qué
es sino la familiar metáfora del martillo?), la interpretación es violenta, es
apoderamiento, es perspectiva (siempre parcial, dirá en la primera de las
conferencias de 1972 sobre “La verdad y las formas jurídicas” (1980)). Es in-
escindible (inseparable) del juego de poder, agrego teniendo en cuenta la deriva
que tomará la investigación de Foucault. Y, en tanto tal, es política.
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de poder. Considerar a las prácticas sociales en estrecha vinculación con el
poder, en su concepción relacional, fue el nuevo énfasis de los estudios de
Foucault. Por una parte, se comenzarán a abocar a otros ámbitos, si bien
siempre bajo la premisa de que su investigación se dirige a describir y
problematizar el carácter histórico y por ello mismo contingente de las cuestiones
que parecen naturales: ¿cómo empezamos a asumir el procedimiento de
examen?, por ejemplo: ¿desde cuándo separamos bajo la forma del encierro al
delincuente? Y: ¿cómo forjamos la noción de un “individuo peligroso”? El
principio metodológico es llamado ahora genealogía, a través del cual se
explicarían las configuraciones discursivas históricamente determinadas a través
de las relaciones poder-saber.8 Estos trabajos, bajo el signo de una “microfísica
del poder”9 alcanzaron gran difusión; sin embargo, recordemos que
enfáticamente Foucault ha sostenido: “no es el poder sino el sujeto lo que
constituye el tema general de mi investigación” (1995: p. 166).
Y este tema, abordado desde una arqueología o bien desde la perspectiva
de la genealogía, deja interrogantes abiertos. Si el sujeto no es principio
explicativo ni originario, si el sujeto es efecto –contingente– de prácticas y
discursos que lo preceden, podemos aún preguntarnos ¿quiénes somos?;
¿estamos tan fuertemente determinados que somos sujetos a través de
prácticas que nos objetivan?; ¿cómo somos o podemos llegar a ser algo más
que autómatas? Preguntas que no quedan en Foucault subsumidas, antes bien
podría decir que son recuperadas al redefinir su trabajo bajo el signo de una
ontología histórica de nosotros mismos.
Es desde esta perspectiva, adoptada por Foucault desde mitad de la
década del 70, que puedo sintetizar ahora las líneas de su trabajo.10 Se trata de
8
Como bien me ha señalado Paula Bedin, esta serie de prácticas e investigaciones de Foucault
han tenido y siguen teniendo un fuerte impacto en organizaciones y movimientos políticos y
sociales, entre los cuales menciono al menos los movimientos de la antipsiquiatría, los que
cuestionan el orden carcelario, los feminismos y los movimientos de reivindicación y/o defensa
de la diversidad sexual y de género.
9
Se trata de un análisis del poder desde una perspectiva relacional, no sustancial (no es éste un
bien que se detenta por parte del poderoso) y ascendente, ya que se focaliza en la formación de
las relaciones de poder en la trama social (en oposición a los análisis “descendentes” que
privilegian el modo en que el Estado o las instituciones condicionan a los individuos). Un ejemplo
de estudio “microfísico” es el que despliega en La verdad y las formas jurídicas (1980), cuando
investiga la formación de las policías a partir de los mecanismos de vigilancia y control ejercidos
por los comerciantes cuidando sus mercancías en los albores de la Revolución Industrial.
10
Plantearlo como líneas de trabajo ayuda a no acomodarse en reducciones muy esquemáticas,
que harían suponer que cada momento de los que caracterizamos se produce con independencia
10
establecer cómo llegamos a ser lo que somos, horizonte al que se aproxima
apelando a estrategias diferenciables aunque complementarias: arqueología,
genealogía y ética. Por medio de la primera Foucault explicita que somos-en-
relación al saber y la verdad que nos constituye como “sujeto de conocimiento”;
a través de la segunda muestra que somos-en-relación a las prácticas coercitivas
que nos constituyen como “sujetos que actúan sobre los demás”; de acuerdo a
la tercera da cuenta de que somos-en-relación a las prácticas de sí que nos
constituyen como “sujetos de acción moral”.
La estrategia ética lleva al estudio de un conjunto de prácticas que no eran
compatibles con el mero “egoísmo” ni con una moral de renuncia: se trataba de
ejercicios de uno sobre sí para elaborar, transformar o acceder a un modo de
ser. Estas emergen bajo la denominación “cuidado de sí” y son particularmente
estudiadas en referencia a la cultura helénica y grecorromana. Foucault
encuentra en ellas una dimensión ética por cuanto estas prácticas involucran
modos de actuar consigo mismo y con los otros; y también una dimensión
estética, consideradas como el arte de hacer bella una vida. Sin embargo, su
análisis no deja de estar situado históricamente: Foucault no se erige en un
predicador de las prácticas de la antigüedad a las que deberíamos retornar. En
la entrevista realizada en 1984 (pocos meses antes de su muerte) él se encarga
de distinguir este dominio de técnicas de sí respecto de la proliferación de un
culto al yo “californiano”, dice él; de autoayuda, podría decir yo para nuestro
contexto. Lejos de la inmediatez de un acceso a la interioridad, Foucault destaca
el carácter de trabajo y de mediación que requiere la elaboración de un modo de
ser. El sujeto, desde la perspectiva ética, sigue siendo algo no presupuesto, sino
efecto de una práctica sobre sí: el cuidado de uno mismo.
Conclusión
y abandono del anterior. En el caso de Foucault (como en tantas obras), hay modificaciones,
enriquecimientos y cambios de perspectivas que no son necesariamente pulcros y prolijos.
Llevan las marcas de las vacilaciones, las preguntas y las discusiones propias de quien se
encuentra trabajando. Foucault también proponía que la filosofía era un modo de “pensar contra
uno mismo”.
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psicólogo es uno de los efectos que tiene su lectura, ya sea por el énfasis en la
importancia de historizar la constitución del sujeto en diferentes tipos de
relaciones, como por ubicar los efectos de las prácticas propias de nuestras
sociedades en relación a los sujetos con quienes nos relacionamos. Hay pasajes
de su obra que nos interpelan fuertemente, por ejemplo aquellos que equiparan
el surgimiento y ejercicio de la psicología a una acción moral, mucho más que
científica (en 1961, cf. 1998); a un ejercicio del poder que se dirige a la
normalización (en 1974, cf.1993); o a una práctica heredera del dispositivo de la
confesión religiosa (en 1976, cf. 1996). Si bien no profundizamos en cada uno
de ellos en nuestra asignatura, me interesa señalarlos como un aporte para
futuras lecturas o una incitación para el surgimiento de problematizaciones
prácticas.
Bibliografía
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sí, México: Siglo XXI, 15a. ed.
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Michel Foucault, Buenos Aires: Paidós.
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