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Pupis en la Boca del Riachuelo

https://www.youtube.com/watch?v=dsJ0pn5cGho

Un viejo bodegón, gente ruda bebe alcohol y espera. Se abre el telón. El viejo titiritero saca a
escena un caballero de gruesos bigotes y armadura reluciente. El público chifla y hace bromas.
Reclama a la princesa que aparece y logra silencio. Todos, extasiados, la escuchan cantar. Le da
voz y mueve los hilos la hija del titiritero. “Madreselva” (1938, película de Luis César Amadori,
Ivo Pelay, y Hugo del Carril y Libertad Lamarque en los protágonicos) da cuenta de un hecho
real desde principios de siglo en la Boca: la existencia de teatros estables de títeres, genuinos
representantes de la tradición del “pupi siciliano”, llegados con las primeras migraciones
europeas. Son varios: algunas fuentes hablan del teatro Agrippino que llegó primero a
Argentina, volvió a Italia durante la Primera Guerra para ir luego a Nueva York donde creó una
fecunda tradición de pupis. Sí sabemos con certeza de Vito Cantone y su Teatro Sicilia; de
Bastián Terranova y Carolina Ligatti y su Teatro San Carlino. Maravillaron no sólo a nostálgicos
inmigrantes, sino también a una bohemia de futuros reconocidos artistas: Juan de Dios
Filiberto, Benito Quinquela Martín, Enrique Wernicke, Raúl González Tuñón, Javier Villafañe,
entre tantos. Hoy resulta extraño imaginar ese mundo grotesco de altos contrastes: pobres
italianos –marineros, estibadores, calafates- que seguían noche a noche la peripecias de sus
nobles héroes, siempre en pugna, por el honor, con villanos traidores. Ya no hay pupis en la
Argentina. A pesar de su importancia fundacional, la tradición no tuvo descendientes; los
“pupari” no sobrevivieron más allá de la década del 40. ¿Por qué?: pobreza, molestas
ordenanzas municipales, feroces inundaciones. Pero su mística romántica fue –junto a la visita
de Federico García Lorca-, una de las semillas más importantes para el desarrollo del arte de
los títeres en la Argentina. Pronto los pesados pupis de madera maciza reencarnarían en ágiles
títeres de guante para sembrar cientos de retablos por todos los caminos.

Por Pablo Sáez. Publicado en revista Fardom, número 20.

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