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por Pablo Sáez
Allá en Italia, por el 1600, mimos, malabaristas, bufones, titiriteros, artistas
trashumantes de toda clase, se unen en compañías que actúan en plazas y
calles. Estos cómicos populares del Renacimiento recrean viejas tradiciones de
la comedia latina, que mama del Carnaval la fuerza y el misterio de las
máscaras. Sin las pretenciones del teatro erudito de la nobleza, la comedia
popular se ríe de todo. Muy cerca está la memoria de la peste negra que hizo
bailar pobres y ricos sus danzas de la muerte por toda Europa.
A público, siempre a público, y unidos por un simple guión caneva guía de
entradas y salidas en función de una sencilla historia, casi siempre de enredos,
tomada de algún asunto clásico o de la farsa plebeya: historias con cornudos,
malentendidos, disfraces, intervenciones mágicas, apaleamientos, volteretas,
alusiones obscenas y representación de los hechos fisiológicos más bajos. La
fábula es excusa para jugar el arte de comediantes con gran adiestramiento
mímico, vocal y acrobático, que improvisan siempre, sobre un repertorio del
personaje, previamente aprendido y muy probado en escena, en duelo
coreográfico con sus partenaires.
Cada cómico representaba perpetuamente un solo papel: para incorporar su
postura corporal y centros de energía, aprender sus parlamentos y "lazzi"
característicos (juegos de escena y gags), en fin, llevar a la máxima perfección
la máscara que le daba de comer. En cada compañía había una docena de
tipos fijos, divididos en serios y cómicos. Los serios, "los enamorados", el galán y la
bella, los objetos del conflicto. Los cómicos, el plato fuerte.
Por un lado, los amos: Pantaleone, vieja ave de rapiña, avaro, enamoradizo y
libidinoso, representante del poder del dinero; il Dottore, otro viejo, buho
leguleyo que habla y habla, médico o abogado; il Capitano,, gallo cacareador
de sus falsas hazañas, un militar fanfarrón. Por otro lado, los sirvientes, unidos a
sus amos por interés, siempre hambrientos y listos para la traición, el robo o los
cuernos. Son los zanni: Arlequín, cabra grosera, golosa e ingenua, diablote sin
cuernos,el más acróbata y enredador; Briguella, zorro elegante y seductor, el
críado astuto, ; Pierrot, de cara blanca, muerto en vida, flota en las nubes de su
amor desmedido; Colombina, hermosa palomita, mujer deseada, Madre Tierra;
Cornelia, otra hermosa modelito, virginal prometida de Pantaleone a quien
engaña; Richiulina, gallina cómica de buenas pechugas, una de las tantas
"servettas"; Polichinella, (¿pequeño pollito?), su ideal es no hacer nada, suspira
por los macarrones, se embriaga, se deja apalear y hacer cosas peores; es la
confesión cómica del abandono popular ante todos los instintos.
Había tantas máscaras como regiones en Italia. Las más famosas cruzaron
fronteras y durante dos siglos y medio vagabundearon por el mundo, actuando
en plazas, salas arrendadas y palacios. Dicen que sentaron las bases de una
seria disciplina actoral y del teatro moderno ; que fueron maestras de Moliere,
Shakespeare, Lope de Vega y Cervantes; que sobrevivieron en el circo, el
melodrama, el cine burlesco y los títeres; y que hoy, siguen representando la
Comedia Humana, donde a cada quien le toca fatalmente ponerse una
máscara toda la vida.
(publicado en revista Fardón Nro 3 año)