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GALAXIA ZOOM

por Pablo Sáez 11/8/20

Luego de dar clase para doce personas de México, España, Perú y Argentina, salgo a la calle para
hacer compras y tomar aire, a pesar del tapabocas. En un jardín de una casa vecina veo una niña
con un palo de jockey y una pelota. Me da pena verla tan sola y le digo: “Hace mucho que no jugás
con tus amigas…”. Me replica: “Estamos entrenando”. Me muestra entonces una notebook a su
lado, donde en la pantalla y en ventanitas, decenas de niñas como ella están con su palo de jockey
y una pelota…

No vamos a hablar aquí de los excluidos, los bárbaros más allá de los muros virtuales, los que no
percibimos o no queremos percibir. Esa sería otra extensa nota. Pero quiero reflexionar sobre algo
que, intuyo, aun no dimensionamos: el zoom ha entrado en nuestras vidas. Casi todos estamos
trabajando, estudiando, haciendo reuniones de todo tipo por esa plataforma o similares: talleres
de marketing, tango, yoga, bioenergética, teatro, cocina, bitcoins, todo lo que se nos ocurra lo
podemos encontrar allí. Ya usábamos el whatsapp, ya usaban sistemas algunos docentes para dar
clase y mucha gente para trabajar, pero sin dudas carecía de esta enorme popularidad.

No es la primera vez en que la irrupción masiva de una nueva tecnología provoca vertiginosos
cambios culturales en la sociedad. Hace ya décadas la revolución tecnológica nos ha lanzado en
una carrera de incorporación de nuevos hábitos, y olvidamos que hace muy poco era novedad el
contestador telefónico o el grabador a casete. Pero si lo pensamos bien, hay muchos hábitos, ya
naturalizados, que alguna vez no existieron, tan comunes como usar un alfabeto y leer y escribir.
La humanidad vivió muchos siglos sin estas tecnologías.

En los años sesenta, Herbert Marshall McLuhan se convirtió en uno de los teóricos de la
comunicación más celebres del mundo por un libro provocador: “La Galaxia Gutenberg”. En él
estudia el impacto que tiene la invención de la imprenta y el profundo cambio que provoca la
masificación de los impresos y de la alfabetización. Se trata del salto cultural entre una sociedad
dominada por la oralidad a una donde la palabra impresa y la lectura son las rectoras, una cultura
dominada por el código visual. En un extenso y erudito trabajo explica lo diferente que eran las
costumbres de la Edad Media donde, por ejemplo, los libros eran manuscritos y escasos, se leían
sólo en voz alta y en grupo, y curiosamente, se consideraban publicados al leerlos. En esos tiempos
la memoria humana media tenía una capacidad que hoy sería considerada un prodigio. Para
McLuhan el pasaje a una cultura marcada por la organización de la palabra impresa y la lectura
lineal tiene enormes consecuencias, que incluyen desde la lectura en silencio, el pensamiento
lógico, la perspectiva, el individualismo... Pero eso no es todo, también habla de la alteración que
produce en nuestros sentidos la incorporación masiva de nuevas tecnologías:

“Si se introduce una tecnología, sea desde dentro o desde fuera, en una cultura, y da nueva
importancia o ascendencia a uno u otro de nuestros sentidos, el equilibrio o proporción entre
todos ellos queda alterado. Ya no sentimos del mismo modo, ni continúan siendo los mismos
nuestros ojos, nuestros oídos, nuestros restantes sentidos. La interacción entre nuestros sentidos
es perpetua, salvo en condiciones de anestesia. Pero cuando se eleva la tensión de cualquiera de
los sentidos a una alta intensidad, éste puede actuar como anestésico de los otros.”

McLuhan ya estaba viendo los cambios que comenzaba a producir lo que llamaba en el libro “la
era eléctrica” y que permitían pensar en la futura muerte de la cultura de la “Galaxia Gutenberg”
y, de alguna forma, volver a formas de relación semejantes a las culturas tribales donde
predominaba la oralidad. Pero lo que estamos viviendo es infinitamente más complejo. Esta vez, la
pandemia y el confinamiento han disparado el uso de plataformas –que ya estaban, pero no así,
como ahora- y en pocos meses casi todos incorporamos esas tecnologías y con ellas, nuevas
relaciones sociales virtuales. Son hábitos que se pronostica, llegaron para quedarse postpandemia.

No discutimos las maravillosas posibilidades de encuentro y formación que brindan estas


herramientas, las redes que están tejiendo y la circulación de información que multiplican.

Pero, vale la pena reflexionar: ¿están abonando una “nueva realidad” con su compost
multicultural para inaugurar relaciones virtuales que están ocupando el lugar imposible de las
relaciones presenciales?, ¿y/o pueden considerarse una forma de potenciarnos para un futuro
mediato donde nos reencontraremos en el cuerpo a cuerpo? Y volviendo a McLuhan, ¿qué está
pasando con nuestros sentidos? ¿Qué está pasando con el caleidoscopio sensorial al desaparecer
el tacto social relajado, el percibir de cerca los otros y las cosas sin tanto gel protector? Hoy –salvo
entorno inmediato- hay una ausencia general de abrazos, besos y caricias, utopías soñadas y
temidas. Los que venimos de las artes escénicas a veces sentimos un ahogo parecido a un ataque
de pánico. Falta el aire, falta el aliento que llegaba desde el público, esa energía que a veces una
función bien hecha, nos dejaba tan cargados que costaba dormir. Falta el contacto en
entrenamientos y escenarios, tactos y olores que ya no están, indagaciones sensoriales que
estamos olvidando. Es verdad, en las pantallas del zoom a veces aparece la emoción y el sincero
aprecio por quienes están en las ventanitas. Pero, ¿cuáles sentidos corren riesgo de atrofiarse y
necesitan terapia intensiva? Es cierto: con barbijos nos miramos más a los ojos, y en las pantallas
escuchamos a la fuerza con mayor atención.

Estoy fascinado con este mundo virtual que se abre en la soledad real de mi escritorio. Pero
también estoy alerta ante cierto impulso que estoy sintiendo crecer día a día: salir a la calle y en
las puertas de los supermercados, tocar la corneta para convocar al público, y reinventar el teatro
necesario de estar aquí y ahora, muy cerca, con los demás.

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