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Una cálida respuesta a las angustias
más comunes de los niños

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guías para padres paidóc


G u ía s para padres

1. D. Hickman y V. Tetiríay • 101 magníficas ¡deas


para entretener a tu h ijo mientras haces otra cosa
2. E. Weinhaus y K. Friedman - Una relación más dulce
3. F, Dolto - ¿Niños agresivos o niños agredidos^
4. F. Dolto - ¿Tiene el niño derecho a saberlo lodo i
5. F. Dolto - Niño deseado, niño feliz
6. D. VV. W ínn iro tt • Conozca a su niño
7. P. Flucha! re - El sueño do tu hijo
8. M. Herbert - Entre la tolerancia y la disciplina
9. E. De Bono - Cómo enseñar a pensar a tu hijo
10. E. Gihertf y otros - Adoptar hoy
12. C M uller - La infancia entre perros y gatos
14. L Kumín - Cunto favorecer las habilidades comunicativas de los niños
con síndrome de Down
17. M. Viel Temperley - En e¡ nombre dei hijo
[ 8. K. A. Devoníer y A. P. Devonier - Adolescencia. Desafío para padres
19. C. Cunningham - El síndrome de Down
22. B. M. Spock - Un mundo mejor para nuestros hijos
2 3 .|. Potter - La naturaleza explicada a los niños en pocas palabras
25, F. Dolto - ta causa de los niños
26. D. Fleming - Cómo dejar de pelearse con su hijo adolescente
28. S. Círeenspan y N. T. Creenspan - Las primeras emociones
29. F. Dolto - Cuando ¡os padres se separan
30. F. Dolto - Transtornos en la infancia
31. R. Woolfson - El lenguaje corporal de tu hijo
32. T. B. Brazelton - 67 saber de! bebé
33. 3. Zukunft-Huber - El desarrollo sano durante ei prim er ano de vida
34. F. Dolto - El niño y la familia
35. S. Siegel - Su h ijo adoptado
36. T .C randln - Etiquetada como autisto
17. C. S. Kranowltz - 101 actividades para entretener a. tu h ijo en lugares
cerrados

SERIE
D r. John Pearce
1. Comer: manías y caprichos
2. Ansiedades y miedos
3. Berrinches, enfados y pataletas
4. Parientes y amigos
5. Peleas y provocaciones
(>. Buenos luífyitos y malos hábitos
Frangoise Dolto

¿Niños agresivos
o niños agredidos?

Una cálida respuesta


las angustias más comunes
de los niños

PA Í D O S
RftTCHkUlft
B uofM l Atrwi
Título original: Lorsque l'enfant paraít, tome 7
Publicado en francés por Éditíons du Senil, París

Traducción de Alfredo Báez


Supervisión de Melba Martínez de Nasio

7.a edición, 1981


6 / reimpresión, 1998

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<D f 977 by Éditíons du Seuíl, París


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ISBN: 84-7509-549-6
Depósito legal: B-48.906/1998

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Pulgtenli'i, 127 - 0 8 0 19 Barcelona

Impitfht) en * ITinled ín Spain


)

Indice

Prefacio ...................................................................................... 9
1. Siempre hay una razón ...................................................... 20
2. El hombre lo sabe todo desde pequeñito......................... 26
3. Ya ves, te esperábamos ...................................................... 31
4. Cuando el padre se ausenta .............................................. 39
5. ¿Qué es lo justo? ................................................................ 42
6. Retener y hacer .................................................................. 50
7. ¿Quién abandona a q u ié n ? ............................................... 53
8. Cada niño es diferente para d o rm ir................................. 61
9. Querer “bien” y am ar “ con deseo” ................................. 68
10. G ritar para hacerse oír ...................................................... 74
11. Separación, angustias ........................................................ 80
12. Preguntas indirectas .......................................................... 84
13. ¿Hay madres fatigadas? .................................................... 94
14. El mayor es un poquito la cabeza, y el
menor, las p ie rn a s.................................................... 99
15. ¿Qué es una cosa verdadera? ........................................... 106
16. Morimos porque vivim os.................................................... 109
17. El bebé hace a la mamá .................................................... 115
18. Un poco más de tiempo en la c a s a ................................... 119
19. Algo sobre: “ debe hablar a esta edad” ........................... 123
20. Será a r lis ia .......................................................................... 128
21. Preguntas mudas ................................................................ 134
22. A lo hecho pecho ................................................................ 139
23. Comprender otra lengua. Adoptar nuevos p a d r e s ........ 143
8

24. Los niños tienen necesidad de vida ................................. 149


25. Cuando se toca el cuerpo del n i ñ o ................................... 155
26. Un bebé debe ser alzado de su cuna ............................... 160
27. Bebés pegados, mellizos celosos....................................... 166
28. Decir “no” para hacer “ sí” ............................................. 170
29. ¿Desnudos ante q u ié n ? ...................................................... 179
30. “Uno diría que está muerta” ........................................... 186
31. ¿Quién es "uno” ? .................................................................... 191
32. Jugar al Edípo... ................................................................ 198
33. Cuestiones que vuelven a ap arec er................................... 205
34. ¿Niños agresivos o agredidos? ......................................... 211
Indice analítico .......................................................................... 215
Prefacio

En el mes de agosto de 1976, encontrándome de vacacio­


nes, recibí una llam ada telefónica. El director de France-Inter,
Pierre Wiehn, a quien no conocía, me proponía que a mi re­
greso participara en una transmisión que trataría de los pro­
blemas que tienen los padres frente a sus hijos. ¡En vacaciones
y pensar en volver! ¡No! Un no categórico pensando en las di­
ficultades de semejante transmisión cuando entran en juego
tantos factores inconscientes en los problemas de educación.
Unos pocos días después, el adjunto del director de France-
Inter, Jean Chouquet, procuraba por teléfono ser más convin­
cente. Hay una gran demanda, me decía; desde que la radio
se convirtió en la compañera sonora del hogar, muchos padres
buscan en ella respuesta a sus problemas psicológicos. Se
impone crear un programa sobre las dificultades que se refie­
ren a la educación de los niños. Tal vez. Pero, ¿por qué diri­
girse a mí, que estoy ya demasiado ocupada en mi profesión
de psicoanalista? Ese es un papel que corresponde a los edu­
cadores de profesión, a los psicólogos, a las madres y padres
de familias jóvenes. Muchas son las personas que se ocupan
de estas cuestiones. No, no intervendré... y ya no pensé más
en aquel nsunlo.
9
10

Pero al term inar mis vacaciones, Pierre Wiehn tornaba


a telefonearme. Venga sólo para que conversemos: estamos
estudiando el asunto y nos gustaría que usted reflexionara con
nosotros. Quisiéramos discutir con usted nuestras ideas. Es un
proyecto que nos interesa mucho. Yo acababa de term inar mis
vacaciones y estaba bien descansada, no urgida todavía por
la presión de los horarios de consulta. Acepté.
Y una tarde de principios de septiembre, me llegué al gran
edificio de Radio-France para ver a esos señores, para reflexio­
nar con ellos y para dejarme ganar a su causa poco a poco.
Sí, era cierto, se imponía hacer algo por la infancia. El
público hacía muchas preguntas. ¿Cómo podría responderse
de m anera eficaz sin dañar, sin adoctrinar y utilizar esa trans­
misión para hacer algo por quienes son el futuro de una socie­
dad que nunca'Ies presta oídos? Todos los responsables de las
consultas medicopsicológicas comprueban que los trastornos
de adaptación, por los cuales les llevan los niños, se remontan
a menudo a la primera infancia. Junto a las recientes pertur­
baciones de reacción debidas a incidentes escolares o familia­
res se registran verdaderas neurosis infantiles y psicosis que
comenzaron con trastornos que habrían podido ser reversi­
bles si padres e hijos hubieran sido ayudados a comprenderse
sin experimentar angustias ni sentimientos de culpabilidad.
Semejantes trastornos determinaron un estado patológico cró­
nico, hecho a la vez de dependencia, rechazo y desarrollo disar­
mónico del niño. Los niños muy pequeños expresan su sufri­
miento moral con disfuncionamientos viscerales, digestivos, pér­
dida del apetito y del sueño, agitaciones o apatías, si no es me­
diante una indiferencia general a todo y la pérdida del gusto
por jugar y alborotar; el retraso en el desarrollo del lenguaje,
los trastornos de la motricidad, las perturbaciones de carácter
son signos más tardíos de la pérdida de comunicación lin­
güística con el ambiente. Esos fenómenos precoces forman
legión en la primera infancia y son completamente ignorados
por la mayor parte de los padres, que se contentan con es­
perar a que llegue la edad escolar aplicando castigos o dando
11

calmantes a los niños molestos porque un día un médico les


indicó ese medicamento del que se valen desde entonces coti­
dianamente. Puede afirmarse que, hasta la edad de la esco­
laridad obligatoria, las dificultades de relación de la niñez
escapan a la conciencia de los adultos. Ahora bien, son esas
dificultades las que preparan un futuro psicosocial pertur­
bado. Y esto no se debe a que los padres no amen a sus
hijos; lo que ocurre es que no los comprenden, que no saben
o no quieren, en medio de las dificultades de su propia vida,
pensar en las dificultades psíquicas de los primeros años de
la vida de sus hijos e hijas quienes, desde las primeras horas
de vida, son seres de comunicación y de deseos, seres que
tienen necesidad de seguridad, de amor, de alegría y de pala­
bras antes que de cuidados materiales o de higiene alimen­
taria y física. Hoy se da una nueva situación: la medicina
y la cirugía hicieron progresos tales que ahora se salvan m u­
chos niños que antes, a causa de enfermedades infecciosas
o de trastornos funcionales y de desarreglos fisiológicos, mo­
rían en tierna edad; otros son salvados después de una vida
fetal difícil y un nacimiento prem aturo seguido de largas per­
manencias en la incubadora; pero es cierto que esos niños
tan bien atendidos desde el punto de vista médico y física­
mente restablecidos presentan con frecuencia síntomas de
regresión y dificultades en el desarrollo del lenguaje, en el
sentido amplio del término, perturbaciones en la salud psico­
social, tanto en su medio familiar como en la sociedad y con
los niños de su edad. Sólo demasiado tardíam ente se hacen
sentir a la edad de frecuentar la escuela los efectos de una in­
fancia perturbada en su desarrollo antes de los 3 ó 5 años,
pues esos niños se encuentran en la imposibilidad de tomar
parle con seguridad y alegría en las actividades de los chicos
de su edad. Y sólo bastante después, cuando se presentan
perturbaciones de carácter, descompensaciones psicosomáti-
ous on cadena, síntomas diversos de angustia o cuando el
grupo de su edad los rechaza o los rechazan los adultos de
su medio, son llevados a los consultorios de especialistas. Y fe­
12

lices son aún éstos comparados con los que quedan segrega­
dos, separados de sus padres para ser objeto de curas sani­
tarias o para pasar largas temporadas en instituciones que, en
definitiva, casi siempre los convierten en ciudadanos aparte.
Lo cierto es que habría que hacer algo mucho antes, desde
el momento en que el niño plantea problemas a la madre en
la vida de relación o durante su crianza. Pero, ¿qué hacer?
En numerosos casos, los padres son lúcidos y quisieran
comprender el fracaso de sus esfuerzos de crianza; pero aquí
se trata de problemas de educación general y los padres lo
intentan “todo” , como dicen, y se angustian al no obtener
resultados, en tanto que el niño pierde la alegría de vivir a
causa de que no logra hacerse entender, pues sus trastornos
de desarrollo son llamadas de ayuda dirigidas a aquellos de
quienes por naturaleza el hijo lo espera todo. Al provocar
la angustia de los padres, el propio niño se angustia aún más.
¿No será posible ayudar a los padres que se encuentran
en dificultades a expresarse, a reflexionar acerca del sentido
de las dificultades de sus hijos? ¿No será posible ayudarlos
a comprender a sus hijos y a socorrerlos en lugar de hacerlos
callar o ignorar los signos de sufrimiento infantil? Habría que
informar sobre la m anera en que es posible devolver la segu­
ridad a un niño, permitirle que se desarrolle, hacer que re­
cobre su confianza en sí mismo, después de haber pasado
pruebas o adversidades como, por ejemplo, una enfermedad
grave, una deficiencia física, mental o afectiva. Para los
padres no hay mayor prueba que la de comprobar su propia
impotencia frente a los sufrimientos físicos o morales de su
hijo, ni hay mayor prueba para un niño que la de perder el
sentimiento de seguridad existencial, el sentimiento de con­
fianza natural que le inspira el adulto. Se impone pues infor­
m ar a los padres, responder a sus demandas de ayuda. Hay
que quitar el elemento dramático de las situaciones bloqueadas.
Hay que eliminar el sentimiento de culpa de unos y otros a fin
de despertar las facultades de reflexión; es preciso prestar
13
apoyo a padres y madres para que conciban de m anera dife­
rente sus papeles de auxiliares en el desarrollo perturbado de
su hijo; ayudarlos a veces a comprenderse ellos mismos, a tra­
vés de las dificultades que exhibe ese único hijo perturbado,
causa-aparente—a veces real— del desasosiego de los padres,
de dificultades que a menudo, sin ellos saberlo, son una
reacción a sus propias torpezas que traban la evolución del
hijo hacia la adquisición de autonomía, hijo al que dan, según
la edad y la naturaleza, demasiada libertad o no la suficiente
libertad. ¿Era posible hacer esto? ¿No habría por lo menos
que intentarlo?
¿No existía aquí el peligro de que la gente creyera en la
existencia de soluciones ya hechas, en fórmulas educativas efi­
caces, siendo que a menudo se trata de problemas emocio­
nales complejos que reconocen sus raíces en los adultos, con­
vertidos en padres, quienes repiten comportamientos de sus
propios padres... o, por el contrario, se oponen al hecho de
ser genitores, comprometidos demasiado jóvenes con las car­
gas familiares que no consiguen afrontar cuando al mismo
tiempo continúan su propia adolescencia prolongada, com­
prometidos demasiado pronto en una vida responsable? Desde
luego, no cabía esperar gran cosa de este tipo de transmisión,
pero, ¿era ésa una razón para desentenderse? Por supuesto
que el programa suscitaría multitud de objeciones; pero ¿era
ésa una razón para no intentarlo? Por cierto que muchas
situaciones familiares son demasiado delicadas, entran en
juego demasiados procesos inconscientes en las pérdidas de
comunicación dentro de una familia, para que los padres pue­
dan volver a encontrar la serenidad necesaria para este tipo de
reflexión; tanto más cuanto que los padres en dificultades es­
peran de sus hijos y de sus éxitos el consuelo a sus propios fra­
casos personales. [Cuántos padres hay que, heridos en su in­
fancia, decepcionados en su vida afectiva de pareja y decep­
cionados de sus semejantes, desalentados profesionalmente,
cifran todas sus esperanzas en sus hijos, cuyo menor fracaso
los desespera y a los que abruman con una responsabilidad
M

paralizante para los jóvenes, en lugar de ayudarlos en un


clima de seguridad y de tranquilidad a tener confianza en sí
mismos... y esperanza!
¿Cómo habría que proceder? En primer lugar, no respon­
der a toda pregunta de manera directa, ni siquiera cuando se
tratara de preguntas anónimas. Era preciso alentar a los oyen­
tes para que escribieran cartas detalladas asegurándoles que
todas ellas serían leídas atentamente, aunque pocas podrían
ser respondidas atendiendo a la brevedad del tiempo acordado
a la audición. Formular por escrito las dificultades experi­
mentadas ya es un medio de ayudarse a sí mismo. Esa fue
mi primera idea.
Después de (a lectura de las cartas, sería menester elegir
aquellas preguntas que, a través de un caso particular, plan­
tean un problema que puede interesar a un gran número de
padres, por más que cada niño sea un caso diferente. El modo
de vida familiar, el número de hijos, la edad y el sexo, el
lugar del hijo en la Fratría, son factores importantes que hay
que conocer, pues de ellos dependen reacciones emocionales
y la visión que día a día se va forjando del mundo el niño en
el curso de su desarrollo, cuando busca su identidad a través
de procesos de incitación, de rivalidad, de identificaciones
sucesivas. Había que informar a los padres que nos escucha­
ran sobre los períodos importantes por los que pasan todos
los niños, cada cual a su manera, durante el crecimiento, pe­
ríodos que les presentan problemas a resolver y en los que la
incompresión y el desconcierto de los adultos frente a los fra­
casos del niño son más dolorosos para éste que en otros pe­
ríodos y constituyen fuentes de malentendidos, de descono­
cimientos, de interferencias reactivas que perjudican el feliz
desenlace de esas etapas evolutivas. Habría pues que hablar,
a través de casos particulares, de esas dificultades más fre­
cuentes a fin de que la transmisión prestara servicios reales
y contribuyera a hacer comprender la infancia a los adultos
quienes, en muchos casos, no tienen la menor idea de esas
pruebas específicas de l^t niñez, ni de las modalidades reac-
tivus que acompañan obligatoriamente, según la nnluralez»
de cada niño, una salida favorable.
Lo que los padres, los adultos, no saben es que desde su
nacimiento un bebé humano es un ser de lenguaje y que
muchas de sus dificultades, una vez explicadas, se resuelven del
mejor modo en el desarrollo de ese niño. Por pequeño que
sea, un niño al que el padre o la madre le hablan de las
razones que conocen o que suponen de su sufrimiento, es
capaz de superar la prueba conservando la confianza en sí
mismo y en sus padres. ¿Comprende el niño el sentido de las
palabras o comprende la intención cariñosa de que las pala­
bras son prueba? Por mi parte, apostaría a que desde muy
tem prano el niño está abierto al sentido del lenguaje mater­
nal, así como al sentido humanizante de la palabra que se
le dirige con compasión y verdad a su persona. En esa pa­
labra el niño encuentra una sensación de seguridad y de paci­
ficación coherente más que en los gritos, las reprimendas, los
golpes, destinados a hacerlo callar, que a veces logran su ob­
jeto. Todo esto les da más una condición de animal domes­
ticado, sometido y atemorizado por su amo, que un estatuto
de ser humano socorrido por aquellos que lo aman en su
dificultad existencial, para expresar la cual no dispondría sino
de gritos, de dolencias, de no mediar las palabras tranquiliza­
doras, porque son explicativas, de los padres. Precisamente
esta comunicación humanizada me parecía lo que con más
frecuencia se olvida en nuestros días cuando se trata de los
niños, testigos constantes de la vida de la pareja parental y
privados de la palabra dirigida a su persona. Esta falta de
palabras ocurre especialmente en la vida de la ciudad, donde
la madre suele estar ausente o donde el niño queda al cuidado
de una nodriza o en la guardería, siendo así que antes, en
la vida tribal, había siempre un adulto auxiliar que, en ausen­
cia de los progenitores, sabía hablar, cantar, acunar, recon­
ciliar al niño consigo mismo, en la tolerancia que aquél mos­
traba a sus manifestaciones de sufrimiento. Luego, en todo
el proceso educativo, sabía responder con sinceridad a todas
16
las preguntas de un niño, despertar su inteligencia a la obser­
vación, al razonamiento, al sentido crítico. Precisamente ese
lenguaje era lo que me parecía necesario hacer descubrir o
redescubrir a los padres. ¿No son todas esas verdades de sen­
tido común las que hay que recordar a tantos padres que las
olvidan?
Pero, ¿incumbía a un psicoanalista cumplir este trabajo,
este servicio social, podría decirse? Un psicoanalista está for­
mado en la escucha silenciosa de los que acuden a él, hablán­
dole, para recuperar su orden interior perturbado por pruebas
pasadas que los pacientes, al evocarlas, procuran descifrar
y descubrirles su sentido perturbador, aprisionados como
están en procesos de repetición que traban su evolución hu­
mana. ¿Correspondía a uno de esos psicoanalistas, que es lo
que yo soy, hablar por radio y responder a cuestiones de edu­
cación? En aquella oportunidad me hice esta pregunta y aún
continúo haciéndomela. Desde luego que hablo como persona
bien informada en cuanto al psicoanálisis e informada tam ­
bién de muchísimas crisis, no resueltas durante la educación,
de personas que conocí en el ejercicio de mi profesión, jóvenes
y también menos jóvenes y no podría hablar de otra manera.
Sin embargo, si la evolución de cada ser humano pasa por
las mismas etapas de desarrollo, cada cual experimenta de
manera diferente las dificultades, siempre relacionadas con
las de los padres, con frecuencia de los padres mejor inten­
cionados. Este conocimiento siempre particular e individual
del sufrimiento humano, ¿puede contribuir a ayudar a los
demás? No lo sé. La experiencia lo mostrará. ¿No hay sufri­
mientos evitables que experimentan padres e hijos en su vida
común, metidos en la tram pa, como lo están y como lo esta­
mos todos, de deseos inconscientes, marcados, entre padres
e hijos nacidos de ellos, por la prohibición del incesto y por
la difícil salida creadora de esos deseos bloqueados los unos
por los otros en una familia? Pero, si yo soy psicoanalista, soy
también mujer, esposa, madre, y también viví los problemas
de esos diferentes papeles; conozco pues los escollos con que
17 i
iropiczu lu buena voluntad. Y ahora hablo como mujer que,
aunque psicoanalista, está en edad de ser abuela y aun algo
más que abuela, hablo como una mujer cuyas respuestas son
discutibles, cuyas ideas directrices son objetables en un
mundo en movimiento, en ei que los niños de hoy serán los
adolescentes y los adultos de mañana, en una civilización en
proceso de cambio. Procuro tan sólo echar alguna luz a la
pregunta que se formula. Sería necesario que los oyentes,
aquellos que me escriben, aquellos que sólo me escuchan
y aquellos que van a leer aquí mis respuestas, no se imaginen
que soy depositaría de un verdadero saber, un saber que no
deba ponerse en tela de juicio. Aquí se trata de una indaga­
ción, la mía, frente a problemas actuales relativos a los niños
de hoy, problemas que en muchos puntos están sometidos
a las experiencias y a un clima psicosocial en transformación
que determina situaciones nuevas para todos. En las respues­
tas que doy, persigo la finalidad de incitar a los padres en
dificultad a que consideren su problema desde un punto
de vista un poco diferente del que sustentan, la finalidad de
suscitar en el espíritu de los oyentes que no están directamente
afectados la reflexión sobre la condición de la infancia que
nos rodea, esa niñez que todos nosotros, los adultos, debemos
acoger y sostener para que los niños advengan en seguridad
al sentido de su responsabilidad.
¿Es la niñez de hoy una duplicación de la nuestra? ¿De­
bemos repetir en nuestra conducta a quienes lograron educar
a las generaciones pasadas? Ciertamente no. Las condiciones
de la realidad cambiaron y cambian todos los días; con ellas
deben habérselas los niños de hoy para desarrollarse. Lo que
no cambia es la avidez de comunicación con los adultos que
sienten los niños. Esa avidez de comunicación siempre existió
y continúa existiendo, porque lo propio del ser humano estriba
en expresarse y en buscar, a través de las barreras de la edad
y de la lengua una comunicación con los demás, y también
es propio del ser humano sufrir por su impotencia si no puede
hacerlo y por la impropiedad de sus medios.
18

Quienes lean las respuestas que doy a las cartas de padres


y a las más raras de personas jóvenes se sentirán impulsados,
así lo espero, a reflexionar por su cuenta en estos problemas,
en su sentido, en las respuestas diferentes que habrían podido
dárseles. Esto supone también reflexionar en ese extraordi­
nario medio de comunicación y de ayuda recíproca que es la
radiofonía, la cual permite que se comuniquen gentes que no
se conocen y que traten de problemas que antes permanecían
en el secreto de las familias.
Algunos encontrarán en las cuestiones planteadas recuer­
dos de su propia educación, de las dificultades que experi­
mentaron cuando eran niños o de las dificultades experimen­
tadas por sus padres con ellos, así como de las dificultades
que experimentaron o experimentan con sus propios hijos y
que saben resolver sin ayuda. Espero que todos, al considerar
a familias que no son las suyas propias, miren de manera
diferente a los padres y a los hijos que se encuentran en crisis,
que observen con nuevos ojos las reacciones de los pequeños
que juegan en plazas y jardines, de los que sufren en clase,
de los que los perturban en su quietud. Tal vez entonces se
sentirán movidos a hablar a esos niños de m anera diferente
de lo que lo hacen ahora, a no juzgarlos con demasiada ra­
pidez, a encontrar, mediante la reflexión, respuestas a las di­
ficultades cotidianas que le son confiadas y de las que damos
aquí tantos ejemplos. Tal vez esos oyentes sabrán encontrar
mejor que yo las palabras de auxilio para la difícil condición
hum ana parental y para la no menos difícil condición humana
infantil, con los que se relacionan y los cuestionan.

En este libro se consignan las transmisiones de los prime­


ros meses de France-Inter: Cuando el niño aparece.
Agradezco a todos los miembros del pequeño equipo que
formamos: A Bernard Grand, el productor con el ojo siempre
puesto en el cronómetro. A Jacques Pradel, que dialoga con­
migo en la audición; a Catherine Dolto que resume todas las
19

cartas que yo elijo, lo cual nos permite optar por los temas
dominantes del día; a los sacrificados técnicos y secretarios
de la cabina 5348,116, avenida Président-Kennedy, París XVI*.
1. Siempre hay u n a razón
(Cuando el niño aparece)

Franfoise Dolto, usted es psicoanalista; sin embargo no se


trata aquí de ofrecer una consulta personal. ¿Está de acuerdo?

Completamente de acuerdo. Si bien soy psicoanalista, como


usted dice, espero poseer también sentido común y poder ayudar
a los padres en sus dificultades, esas dificultades que preceden a
anomalías más graves en sus hijos y por las cuales después se los
lleva a los médicos, a los psicos. Hay muchas cosas, así, que los
padres al principio no toman en serio y los médicos tampoco.
Los padres sólo saben que tienen una preocupación: su hijo ha
cambiado. Quisieran saber cómo proceder, y muy a menudo
podrían ellos mismos encontrar el medio apropiado si reflexio­
naran un poco. Lo que yo quisiera es ayudarlos a reflexionar.

E n efecto, vale más prevenir que curar. Por otro lado, no


hay dramas solamente, y el nacimiento de un hijo es también
una fu en te de alegría y de felicidad. Pero, claro está ¡hay que
comprender a esos niños! Y no siempre ocurre eso.

Los padres generalmente los reciben con alegría. Pero ocurre


20
21

que esperan a un bebé y luego es un varón o una ñifla. Habrían


preferido a una ñifla y es un varón; o habrían preferido a un
varón y es una ñifla... Agregue a esto que los padres no son
los únicos de la familia. Están también los abuelos y sobre
todo los hijos mayores. Semejante acontecimiento —el naci­
miento de un nuevo hijo— es un pequeño dram a para muchos
de los chicos mayores. Diré que si un hijo mayor, digamos
entre los dieciocho meses y los cuatro años, no siente celos,
ésa es una señal muy mala: el hijo anterior debe manifestar
celos porque para él es un problema ver por primera vez que
todo el mundo admira a alguien menor que él:“ ¿De manera
que hay que ‘hacerse el bebé’ para ser admirado?”. Hasta en­
tonces, él creía que sería bien mirado haciéndose grande, lle­
gando a ser un muchacho o una señorita.
Creo que debe ayudarse a los padres en el momento mismo
en que llega su bebé, pues en los meses siguientes todo se hace
más complicado.

Hablaba usted de sensatez. Y es cierto que a veces un poco


de sentido común permite desembrollar una situación que al
principio parecía extremadamente confusa y dramática. Tal
vez podríamos aclarar esto con un ejemplo concreto.

Hay que tener en cuenta que el niño que reacciona de manera


insólita siempre tiene una razón para hacerlo. Se habla mucho
de los caprichos de los niños: ésos son caprichos porque se los
llama caprichos. En realidad, cuando un niño muestra de pronto
una reacción insólita que molesta a todo el mundo, nuestra
obligación es tratar de comprender lo que le ocurre. Un niño
no quiere continuar avanzando por la calle: tal vez no quiere
los zapatos que lleva; tal vez no le guste ir por ese lugar; tal vez
se lo hace caminar con demasiada rapidez y tal vez sería nece­
sario llevarlo todavía en el cochecito, cuando se lo creía ya
bastante grande para poder prescindir de él. ‘‘Tuvo buenas
vacaciones y se ve que sus piernas son fuertes...” ¡Pero no!
Lo que ocurre ch que, después de las vacaciones, al volver
22

ti encontrarse en el mismo lugar de antes, el niño quiere que lo


vuelvan a llevar en cochecito, como solían hacerlo. De todas
maneras eso no durará mucho. Para mí, los caprichos proceden
de una incomprensión del niño: él ya no se comprende porque el
adulto no lo comprende. ¡Ahí tiene usted una cuestión de sentido
común! He tenido oportunidad de ver a muchos de esos niños
que comenzaban a tener caprichos. Eso le ocurre a todo niño
vivaz e inteligente que quiere explicar lo que experimentay desea
y que no sabe cómo hacerlo; entonces protesta, asume una
actitud negativa, chilla y... los mayores se ponen a gritarle.
No hay que proceder de esa manera. Lo que corresponde es
tratar de comprenderlo y decirse: “Tiene que haber una razón.
No lo comprendo, ¡pero reflexionemos!” Y, sobre todo, nada
de hacer dramas desde el primer momento.

Otro acontecimiento que interesa a todas las familias que


tienen hijos en edad de ir a la escuela: la iniciación de las
clases. A menudo para un niño pequeño, salir del seno de la
fam ilia e ir a un lugar desconocido, tratar a gente nueva es todo
un acontecimiento.

¿Se refiere usted al niño que va por primera vez a la escuela


o al niño que reinicia las clases después de las vacaciones?

A los dos casos. Consideremos primero al pequeño que va


por primera vez a la escuela.

El verano pasado, me encontraba trabajando tranquila­


mente en el jardín cuando oí a una niflita que recibía a su
padrino en medio de aplausos; la llegada del padrino era para
ella una fiesta. ¡Muy bien! Aquel señor sale de su automóvil,
ve a la pequeña y exclama: “ ¡Oh, cómo has crecido! ¡Pronto
tendrás que ir a la escuela!” . Entonces la niña, encantada
e imbuida de su importancia, dice: “Sí, sí, iré a la escuela.
Comienzo las clases al term inar las vacaciones” . Es decir, dos
meses después. “ ¡Ah! ya verás, ya verás que no es divertido.
i
23

Tendrás que estarte quieta, no podrás correr. Mira, ahora te


estás metiendo un dedo en la nariz; no podrás hacer eso.
Y además estarán tus compafleritos, ¿sabes?, tendrás que de­
fenderte de ellos. Te tirarán de las trenzas. ¿Cómo? ¿Quieres
conservar las trenzas? Pero no; tendrás que cortarte ese pelo” .
Verdaderamente le estaba pintando un cuadro horroroso. La
pequeña estaba en ánimo festivo antes de la llegada del padrino
y lo había recibido con fiestas... Después, ya no le oí decir nada.
Aquella niña había quedado completamente desmoronada por
las palabras de un adulto, que probablemente sólo quería hacer­
la rabiar por broma. No es más que un ejemplo, pero ¡cuántas
veces los adultos anuncian al hijo su ingreso en la escuela
como si se tratara del fin de la buena vida!

No hay que asombrarse entonces de ver a niños que lloran y a


los que hay que arrastrar prácticamente por la calle porque no
quieren entrar en la escuela.

También hay niños que esperan ese acontecimiento con


impaciencia, porque tendrán una cartera, etc. Llegan a la escue­
la: allí se los trata como un rebaño; no era eso lo que ellos
esperaban. Cuando esos niños vuelven a la casa o cuando la
mamá va a buscarlos a la escuela están muy ansiosos, sobre
todo el segundo día. Y al tercer día ya no quieren acudir a
clase. Creo que, felizmente, hay escuelas que reciben a los niños
de otra manera... Hay que seguir cierta progresión: no es posible
atacar de frente a un niño que manifiesta cierta fobia de ir a la
escuela. El padre podría tal vez distraer alguna hora de su
trabajo para ir a buscarlo o para conducirlo a la escuela, pol­
la mañana. Muchos niños, para ir a la escuela, tienen que
pasar antes por la casa de una cuidadora que los lleva al estable­
cimiento; y esta circunstancia es una novedad para ellos; tam ­
bién tienen que levantarse muy temprano, cuando antes, para
ellos, la escuela significaba ir con otros niños y jugar: las
cosas no ocurren en modo alguno como lo esperaban. La mamá
no les había avisado que irían a casa de la cuidadora y de
2-1

allí a la escuela, ni que la cuidadora los iría a recoger y que


la mamá sólo volvería a verlos al anochecer. Creo que lo mejor­
es decir a los niños lo que va a ocurrir, sin asustarlos pero
haciéndoles sentir que uno está con ellos: “Pensaré en ti” . Los
niños tienen necesidad de eso o bien puede uno decirles: “Toma,
te he traído una figurita, o un boleto de metro. Cuando te
aburras en la escuela, la tendrás en el bolsillo. Papá te lo ha
traído. Así tendrás más confianza”. Cosas como éstas son im­
portantes, pues los niños tienen necesidad de la presencia de los
padres. La escuela es un medio insólito. Es menester que los
padres se hagan representar por algo que hayan dado al niño
para que éste se sienta seguro.
Y aquí debo decir algo más: el niño no puede hablar de lo que
ocurrió en la escuela. Cuando un chico está en su medio familiar,
sólo puede hablar de lo que pasa en ese medio, de lo que él
piensa en ese momento. E l niño está presente en el presente.
Sin embargo se le pregunta: “¿Que ocurrió hoy en la escuela?”
y se lo regaña porque no puede contestar nada.

Consideremos ahora el caso de un niño que reinicia las clases


después de haber ido a la escuela dos o tres años. Ahora ya
no se trata de miedo, pero en cambio ese niño puede sentirse
turbado por un nuevo maestro o por nuevos camaradas o por el
cambio de ambiente, de clase, etc.

Aquí es importante establecer si el chico fue feliz en la escue­


la el año anterior. Si se mostró algún tanto indiferente o si
tuvo disgustos con la maestra, el año que inicia será, en cambio,11
feliz, porque no quería encontrarse con la misma maestra.
Muchos niños eran llevados al hospital por sus padres que
decían: “Está enfermo todos los días cuando tiene que ir a la
escuela y el domingo está sano” . Entonces yo me ponía a hablar
con el niño y lo que ocurría era que no quería a esa maestra,
quería tener a la otra maestra, la del año anterior. Desgraciada­
mente la nueva m aestra les había dicho: “Los que no sigan
mis lecciones volverán con los pequeños” y en realidad eso
25 i

era lo que él quería. Yu les explicaba entonces que tenía muchí­


sima suerte: “Tienes mucha suerte de no querer a tu maestra,
pues cuando uno la quiere no trata de aprenderlo todo bien
para pasar al grado siguiente” .
Si los niños no quieren a su maestra, la pregunta que hay
que hacerles es ésta: “ ¿Y explica bien tu m aestra?” Muy fre­
cuentemente los niños responden: “No me gusta mi maestra,
pero, sí, explica muy bien” . “Y bueno eso es lo principal,
una m aestra está para explicar, para todo lo demás está tu
m am á.”
2. El hom bre lo sabe todo desde pequcíiilo
(Cuando aparece un hermanito)

Volvamos a la llegada de un bebé en una fam ilia en la


que ya hay varoncitos o niñitas de tres o cuatro años. ¿Hay que
avisar a esos niños con anticipación, explicarles el embarazo de
la madre?

Hay que explicar, a los mayorcitos, que va a llegar un bebé


y que no se sabe si será un varón o una niña; así los chicos
comprenden por qué la madre prepara una cuna. Y las madres
no deben sorprenderse de que todo lo que ellas hagan en ese
momento encuentre la oposición de los chicos; por ejemplo,
si la mamá está trabajando en la cuna, el niño da un puntapié
por casualidad a la cuna... La madre no ha de decirle nunca
que es malo. Su hijo se encuentra ante una situación insólita.
Se está preparando la llegada de un bebé, y, para él, ser un bebé
es ser algo menos importante que ser un chico ya crecido.
Las mamás dicen a veces: “Vamos a comprar un bebé” .
Eso significa burlarse de un ser humano que sabe muy bien
que él mismo fue bebé antes. En el inconsciente, el ser humano
lo sabe todo desde pequeño. La “inteligencia” del inconsciente
es la misma que la de nosotros, los adultos. De m anera que
26
27

cada vez que tenemos ocasión de hablar a los niños de las


cosas de la vida, hay que decírselas sencillamente tales como
son.
En lo que se refiere al bebé que habrá de nacer, el chico
mayor podrá decir: “ ¿Por qué?, yo no lo quiero”. “ ¡Pero si ese
bebé no es para ti\ ” Sin embargo, en muchas familias los padres
anuncian: “Tendrás una hermanita o un hermanito para ti”.
Y entonces, el niño se imagina que inmediatamente tendrá un
cam arada de su edad, porque conoce a niños que tienen her­
manos y hermanas y se dice: “ Bueno, que venga en seguida”.
“ Pero tú sabes muy bien que cuando naciste eras un bebé muy
pequeño.” Se le muestran fotografías y se le dice: “Mira cómo
eras cuando chiquito. Y, bueno, el bebé será así” . Y si el chico
decide de antemano: “Oh, si es un varón no lo quiero! o “Si es
una niña no la quiero” , se le puede responder: “Pues el bebé no
tiene ninguna necesidad de que tú lo quieras; tendrá padres
así como tú tienes padres”. Y ocurre que el niño a quien se le
dice que no necesita querer a su hermanito o a su hermanita será
el que más los quiera, sencillamente porque esa es la cosa más
natural del mundo. Cuando un niño afirma que no quiere a su
hermanito o a su hermanita, lo hace sólo para decir una tontería
a su madre y para tratar de pincharla, como suele decirse.

Hace un rato, hablaba usted de los puntapiés dados a la


cuna. Eso no es muy grave. Pero creo que a veces esa actitud
tiene consecuencias peores. H e oído hablar del caso de un chico
de cuatro o cinco años que había mordido bastante violenta­
mente a un bebé. ¿Es eso corriente?

Relativamente corriente, y en esos casos la madre debe tener


enorme presencia de espíritu; sobre todo no hay que regañar
brutalmente al mayor que ya está bastante avergonzado de lo
que hizo. Habría que tomarlo aparte y decirle: “Bien ves que
eres muy fuerte. Pero tu hermanito es en cambio muy débil
y chiquito como tú lo eras antes. Ahora él sabe que tiene un
hermano mayor y tendrá confianza en ti. Pero, ya ves, no es
28
a él a quien hay que morder. No sirve para nada. No lo puedes
comer” . Porque, figúrese usted, que los niños pequeños cada
vez que encuentran algo que les parece bueno se lo llevan a la
boca y se lo comen; Para ellos el canibalismo no está tan lejos.
Además, ven con frecuencia cómo el bebé m ama de la madre y,
desde su punto de vista, un bebé que mama de su madre es un
caníbal. No comprenden nada de este extraño mundo. Pero
esa actitud, pasa muy pronto, cuando la madre se da cuenta
de que la reacción del niño no obedece sólo a maldad, sino que
se trata sobre todo de una reacción de angustia.

Pero cuando las reacciones de celos —o hasta de rechazo


(unpuntapié en la cuna, una mordedura, etcJ— continúan, ¿no
asume esta actitud cierto carácter de gravedad? ¿Qué hay que
hacer en esos casos?

La cuestión se hace grave sólo si los padres son ansiosos.


En segundo lugar, el niño sufre mucho al sentirse abando­
nado, descuidado. Puede que, en efecto, no lo sea, pero ocurre
que tal vez no se lo ayude como sería menester. ¿Y cómo puede
ayudarse a un niño celoso que sufre? El padre es quien puede
remediar mejor esa situación. El padre o una hermana de la
madre, una tía, una abuela... Si se trata de un varón, tiene que
ayudarlo un hombre. Por ejemplo, el domingo el padre le dice:
‘‘Vamos, nosotros los hombres daremos un paseo...” . Y dejan
a la mamá con su bebé. ‘‘Ella piensa sólo en su bebé.” Es
preciso que el padre diga cositas como éstas: “Tú ya eres grande
y puedes venir conmigo”. De esta manera promociona, si puedo
decirlo así, al mayor y contrarresta sus reacciones de celos,
que se manifiestan en hechos como el de volver a mojar la cama
por la noche, no querer alimentarse sino de productos lácteos,
gimotear por cualquier cosa o no querer caminar. ¿Qué signi­
fica todo eso? Aquí hay un problema de identidad: un niño
procura imitar a los que admira y admira lo que admiran papá
y mamá. Entonces si parece que admiran al bebé, la situación
no tiene salida: hay que sostener al mayor en su desarrollo, hay
que Invitarlo a salir, a alternar con niños de su edad y no
mantenerlo continuamente alrededor de la cuna con la madre
y el bebé.

Consideremos ahora el caso de una fam ilia en la que ya hay


niños un poco mayores que los que consideramos antes, es decir
niños de seis o siete años. Estos ya no tienen reacciones de re­
chazo cuando llega un bebé, pero de todas maneras tienen
a veces reacciones también sorprendentes.

A partir de los cinco o seis años, un niño quiere apropiarse


del bebé. Desea ocuparse de él mejor de lo que puedan hacerlo
el padre y la madre. Y aquí, hay que poner mucha atención,
porque el niño puede desviarse así de su propio destino, de
varón o de niña, que debe crecer en medio de sus camaradas,
para convertirse en una verdadera madrecita o en un verdadero
padrecito. Esto es muy malo para él y muy malo también para
el pequeño, quien sentirá que la mamá tiene ahora dos cabezas
y dos voces. En la medida de lo posible, conviene que la madre y
el padre se comporten con cada hijo que nace como padres de
un hijo único. Y, en efecto, el recién nacido es único en cuanto
a su edad y en cuanto a sus necesidades. Desde luego, está bien
que los otros presten su ayuda, que contribuyan a los cuidados,
que cooperen, Pero no hay que cargarlos con esa obligación.
¿Qué, quieren ocuparse del bebé? La mejor manera de encarar
la cuestión es decirles: “Muy bien, te doy permiso por hoy
para que lo hagas” . Pero tampoco es cosa de que esto se con­
vierta en una excusa para la madre: “Puesto que él lo hace,
yo ya no me ocupo más” . Esto sería muy perjudicial para el
pequeño. Le diré además que, a mi juicio, hay un peligro
en designar como padrino o como madrina a un hermano
mayor. Los niños no pueden comprender lo que es un vínculo
espiritual. Para ellos, es una relación de autoridad. Es malo
por dos razones: primero, porque claramente es mejor elegir
padrinos o madrinas adultos, que puedan ayudar verdadera­
mente al niño en el caso de que la madre o el padre, por una
30

razón u otra, se vean impedidos de ocuparse de 61; y en segundo


lugar, creo que es mucho más interesante designar padrinos
y madrinas que no pertenezcan a la familia..., y que no sean
tampoco abuelos y abuelas. Bien sé que, en este sentido, hay
tradiciones...; y bien, tanto peor.
3. Ya ves, te esperábamos
(La llegada del hijo)

Por fin ha llegado el hijo. Los padres se hacen multitud de


preguntas: ¿Habrá que hablarle al niño en un lenguaje de bebé?
o ¿habrá que considerarlo como un adulto pequeño? ¿Habrá
que aislar al niño? ¿Deberá guardárselo en una especie de ca­
pullo, sin ruido ni música, etc.? ¿Habrá que retirar al niño
cuando llegan amigos?

Usted dice “retirar al niño” . ¡Como si se tratara de un objeto!

Y no debo estar muy lejos de la verdad, cuando digo que


algunos padres consideran a su bebé como una especie de pe­
queño objeto.

Como usted sabe, antes todo el mundo vivía en la sala común,


la única que estaba bien caldeada, y allí se ponía la cuna.
Aquellos niños se hacían mucho más sociables que los de hoy,
demasiado protegidos del ruido de la vida familiar. No hay que
olvidar que in útero está mezclado con la vida de la madre
y que también oye la voz del padre. In útero el niño oye, y su
audición es perfecta; especialmente en las últimas fases, lo oye
31
lodo. Y al nacer, de pronto, lo rodean ruidos violentos. El tiene
necesidad de oír en seguida la voz modulada de su madre, que
reconoce, así como la voz del padre. Creo que el primer co­
loquio del bebé en los brazos de la madre es muy importante:
"Ya ves, te esperábamos. Eres un niño. Tal vez nos hayas oído
decir que esperábamos a una niña. Pero estamos muy contentos
de que seas un varoncito”.

¿Qué efecto pueden tener esas palabras en un bebé de sólo


algunas horas o días? ¿Es realmente tan importante?

Sí, es muy importante. Puedo asegurarle que hay niños que


recuerdan las primeras cosas que se dijeron alrededor de ellos.
Le sorprende, ¿no es así? Un niño es como una cinta magneto­
fónica registrada. Lo digo, no sólo para que se le hagan largos
discursos, sino para que se sepa que uno puede dirigirse a un
niño desde el momento de su nacimiento y que él lo necesita.
Es así como lo introducimos en nuestro mundo, en su condición
de futuro hombre o futura mujer, y no como una cosita, un bebé,
un osito. Se trata de un ser humano; y si bien es menester
también mimarlo, hay que respetar, ante todo, al futuro hombre
o a la futura mujer.

D e manera que desde los primeros meses hay que hacer


participar un poco al niño en la vida de la familia, en los hechos
del día...

Sobre todo aquellos que le conciernen. Cuando hay mucho


ruido, por ejemplo: “Ves, ése es tu hermano que está empujando
una silla” . O, si el niño llora, no siempre es cuestión de tomarlo
en brazos, sino hablarle: “¿No estás contento? ¡Qué lástima que
te sientas desgraciado!” Hay que disponer de frases y de tonos
de voz que acompañen los sufrimientos del bebé; el sufrimiento
se hace así humano (también para él), porque es hablado. Todo
lo hablado se hace humano. Todo lo que no es hablado, es para
33

el niño un es ludo insólito y no se integra en la relación que él


licué con su madre.

Y creo que. los que tienen un primer hijo se plantean siempre


la cuestión de saber si habrá que dejarlo llorar o tomarlo en
brazos. A menudo se teme que el niño tome malas costumbres.
Pero ante todo, ¿hay que dar “costumbres” al niño?

¿Qué llama usted costumbres? Si, por el lado de los padres,


eso significa cambiar por completo su manera de vivir porque
lia nacido un hijo, ello no es posible. Desde luego que el bebé
debe m am ar regularmente y tiene necesidad de que se ocupen
de él, que se lo cambie, etc. Y, por supuesto, la m amá ya no tiene
la misma libertad de antes y el padre ya no tiene a su mujercita
únicamente para él. Es verdad, hay un cambio en el sentimiento
que los padres tienen de su propia libertad; ¡pero es tan agra­
dable también inclinarse sobre una cuna y hablarle al niño!
Creo que el hijo debe permanecer mezclado en la vida familiar
como lo estaba en el vientre de la madre. ¿Hay que dejarlo
llorar? No demasiado tiempo. Se lo puede acunar, devolverle el
ritmo. ¿Por qué se calma si lo mecen? Porque ese es el ritmo
del cuerpo de la madre cuando ésta deambula por todas partes
llevándolo en el vientre. Pero mientras se le acuna, es impor­
tante que se le hable: “ ¿Ves? Aquí está mamá, y papá también
está aquí. Pero sí, aquí estamos los dos”. Cosas como ésas.
Entonces cuando el niño sienta deseos de llorar, las modu­
laciones de las voces de los padres serán oídas de nuevo en su
memoria y se calmará.

Cuando digo costumbres, me refiero a reglas de vida; por


ejemplo, p o r las mañanas, se lleva a pasear al niño, luego se le
da de comer y después, se lo acuesta. Los padres deciden,
por ejemplo, que esa siesta debe durar una hora y media,
dos horas o dos horas y media. S i al cabo de una media hora
advierten que el bebé llora en su cuarto, ¿hay que obligarlo
a que tome ese descanso que él no desea?
34

Cada uno debe tomar su propio ritmo. Pero, ¿por qué “en
su cuarto” ? Un niño se duerme donde estamos todos. Cuando
tiene sueño, se duerme en cualquier parte, y eso es mucho
mejor. Cuando oye hablar alrededor de él, se dormirá más
fácilmente. El bebé tiene necesidad de dormir mucho, pero
para eso, no es necesario ponerlo aparte y dejarlo en un desierto.
Cuando dormía en el vientre de la madre, el ruido no lo moles­
taba; luego, se despertaba, pues en el vientre de su madre, el
bebé ya duerme y se despierta.

E l bebé debe integrarse a la fam ilia y vivir lo más posible en


la sala común. Pero de todas maneras y por razones de descanso,
¿no tendrá necesidad de estar aislado en ciertos momentos,
de tener un mundo propio?

He conocido familias que habían hecho construir un “cuarto


para el niño” , y que lo han conservado tal cual hasta que el
niño tuvo catorce años, simplemente porque se habían hecho los
gastos de su construcción. Creo que un bebé no tiene necesidad
de otra cosa que de su cuna y de una especie de cajón para que
no cunda el desorden: una vez acostado el niño, se guardan
todos los juguetes en ese cajón. Cuando comienza a andar
gateando, es bueno colocar una alfombrilla junto a ese cajón
para que no se lastime; en realidad, está así integrado a la vida
de los padres, pero tiene también su propio rincón.
Es deseable que el niño duerma en un rincón separado.
Hay familias que sólo disponen de una habitación en su depar­
tamento; en ese caso, se puede instalar una cortina para que los
padres continúen haciendo su vida mientras el niño posee su
rinconcito. Cuando la familia dispone de dos habitaciones, es
mejor que el niño duerm a solo, para que los padres estén
tranquilos; muebles muy sencillos hechos por el padre son casi
mejores que los muebles nuevos, bien lustrados, que el niño no
deja de arruinar hasta los cuatro o cinco años. Pues es bueno
saber que un niño debe romper cosas, debe hacerlo. Los juegos
de los niños no entrañan respeto por las cosas. Si se le inculca
35

demasiado temprano el respeto por lo que se compró y costó


caro, como los muebles, el empapelado de la pared, etc., eso le
Impedirá estar “lleno de vida” : está sano cuando se muestra
alegre y cuando los padres no están en un estado de alerta
constante preguntándose: “ ¿Qué se le ocurrirá romper ahora?”
Por las noches, si los padres quieren acostarse, esa no es una
razón para acostar también al niño; va a su cuarto: “Ahora
nos dejarás solos (el padre debe decirlo); dejarás a tu mamá
tranquila, tenemos necesidad de estar juntos”. El niño se habi­
tuará bien pronto a esa situación, sobre todo si se le habla
con afabilidad. También están los amigos de la familia y el niño
quiere conocerlos. ¿Y por qué no? Se lo viste bien y se lo pre­
senta a los amigos. ¿Que se duerme en ese momento? Se lo
lleva entonces a su cuarto. Hay que tener sentido común y saber
que respetar a un niño es integrarlo en la vida de los padres
y enseñarle a respetarlos a su vez; por otra parte, el niño debe
sentir también que se respeta su propia tranquilidad y que
nadie va contra su propio ritmo.

Dijo usted que una mamá no debería alejarse nunca de su


bebé. Pero, desgraciadamente, esa situación no es más que un
ideal, pues la vida de todos los días es muy diferente. Hay muchas
madres que por su trabajo o por otras razones deben confiar
los cuidados de su hijo, aun siendo pequeñito, a otras personas.
¿Hay verdaderamente que tratar de evitar lo más posible esta
situación? ¿Cómo debe procederse?

Supongamos que los padres hayan elegido la solución de la


guardería infantil o de una persona que cuide al niño en su
propia casa o de una persona que lo cuide fuera de la casa.
Lo mejor sería, ciertamente, una persona en la propia casa. La
solución de la guardería no está mal, siempre que el reglamento
sea bastante elástico y permita que la mamá pueda llevarse al
niño en cualquier momento en que dispone de tiempo. Pero
siempre es menester hablar al niño y decirle, por ejemplo:
“Te llevo a la guardería y luego iré a buscarte. Allí verás a todos
tus amiguitos y amiguitas” . Im porta que la mamá hable y avíse
al bebé y que cuando vuelva a verlo no se lance sobre él para
besarlo y abrazarlo. Si la madre se pone a mimarlo inmedia­
tamente, el nifío sentirá miedo. Tiene que hablarle, alzarlo,
hacerle sentir su olor, porque el niño reconoce a la madre por
la voz y el olor. Y sobre todo cuando regresa a la casa, vuelve
a encontrar a su madre, no durante el camino, ni en la calle,
ni en la guardería. Esto podrá parecer sorprendente a la mamá,
pues ella sí reencuentra inmediatamente a su hijo. Pero éste
no la reconoce verdaderamente sino en el marco de su propio
espacio, con las voces conocidas del papá y la mamá, espacio
donde está él mismo y su cuna. Por supuesto que estoy hablando
de los bebés pequeñitos, digamos de cuatro, cinco o seis meses.
Al cabo de cierto tiempo, el bebé conoce sus propios ritmos
y se siente feliz de volver a la casa. Sin embargo, hay que abste­
nerse de ponerse a besar al niño, si éste no da el primer paso.
Es mucho mejor que la mamá le lleve un caramelo y se abstenga
de besarlo.

Decía usted que la presencia de la madre es sumamente


importante en el desarrollo del niño. ¿Habrá que considerar que
eso, en el caso ideal, es válido durante un año, dos años, o
tres años?

¿Lo ideal? Bueno, como usted dice, eso sería válido hasta la
edad en que el niño anda definitivamente; según los niños, la
m archa confirmada, que es el comienzo de las acrobacias, se
sitúa alrededor de los dieciocho meses, pues un niño comienza
a andar entre los doce y los catorce meses. Lo ideal sería —a fin
de que las madres tengan momentos de descanso— que se arre­
glaran entre dos o tres que tuvieran hijos de más o menos
la misma edad para que se turnaran en el cuidado de los niños,
por las tardes... De esa manera, cada tres días, por ejemplo, la
misma señora cuidaría a los niños. Al cabo de cierto tiempo
éstos se acostumbrarían a ese ritmo. Como se sabe, los niños
se crían mejor con otros de su misma edad que solos.
37

llanta ahora hemos hablado mucho de parejas que esperan


la llegada de un hijo. Sin embargo, deberíamos decir algunas
palabras sobre las abuelas... Figúrese usted, que hay muchas
abuelas que nos escriben...

La abuela es un personaje muy importante. Conviene que


desde muy tem prano el niño sepa su nombre, que no se llama
“abuelita” a cualquier persona anciana, que se distinga por su
nombre de familia y no se confunda a la abuela m aterna con
la abuela paterna: “Ya sabes, la abuelita que viene hoy es la
mamá de tu papá o es la mamá de tu mamá” . A veces hay
tensiones entre la mamá del niño y su madre o su suegra.
El niño se da bien pronto cuenta de esta situación, y no hay que
ocultársela; conviene que se la tome con buen humor. Importa
que la madre y la abuela no disputen nunca en presencia del
niño por la sencilla razón de que una quiere lo contrario de la
otra. También conviene que las abuelas no hagan como que
el niño les pertenece y digan por ejemplo: “ ¡Ah! ¡Este es mi
nene! ¡Esta es mi nena!” . Deben decirles “Eres mi nietito,
eres mi nietita; tu papá es mi hijo o tu mamá es mi hija”.
Cosas como esas deben decirles. El sentido genético, el sentido
de la descendencia, de los antepasados, nace muy pronto en el
niño cuando se lo expresa con palabras. El niño comprende
rápidamente con quién tiene que vérselas, si uno se lo dice.
A veces se aprovecha, pero no importa.
Por otro lado, es bueno que las abuelas no tengan miedo
y digan: “ ¡Ah, no sé si mi hija (o mi nuera) estará contenta
con esto que hago!”. Que hagan con el niño lo que tengan ganas
de hacer y que luego den sus explicaciones; el niño comprende
muy rápidamente. Además, una abuela puede mostrar foto­
grafías, puede hablar del pasado de papá y del pasado de mamá,
locual interesa muchísimo al niño desde la edad de tres o cuatro
años. Para él, es como una revelación enterarse de que el padre
y la madre también fueron niños. Y sólo la abuela puede hablar
de estas cosas.
Ya que estamos hablando de abuelas, una madre nos escribe
que su hija, de cinco años, va este año a la escuela por primera
vez; todo anduvo bien al principio; por lo demás, la madre había
hecho un esfuerzo particular para llevarla ella misma por las
mañanas y hacer que el papá fuera a buscarla al mediodía,
a fin de que la niña se sintiera realmente segura. Todo anduvo
bien durante los quince primeros días; pero de pronto, después
de una visita que hizo a la suegra, la niña se puso a llorar
y se negó a acudir a la escuela. ¿Por qué? La madre trata de
analizar la situación y dice: “M i suegra dijo a m i hija: ‘Trata
de trabajar bien en la escuela porque a la abuelita no le gustan
los niños perezosos que trabajan m al"’. S i la negativa termi­
nante de acudir a la escuela se debe a esta escena, la madre se
pregunta lo que debe hacer para que la niña recobre el gusto de
asistir a ¡as clases...

Es difícil responder a esta cuestión; pero consideremos que


la abuela habló de trabajar, y aquí se trata justamente de un
jardín de infantes; la niña tiene conciencia de que allí no
se trabaja, los niños acuden al jardín de infantes para jugar
y cantar juntos. La chica debe decirse: “ Pero abuelita no com­
prende que es un jardín de infantes”. Tal vez haya que hablar
de esto a la niña y explicarle que la abuelita no lo sabía porque
cuando ella misma era pequeña no había jardines de infantes
como hoy; o bien decirle que para la abuela trabajar quería
decir hacer cosas con las manos, o bailar o cantar. También
habría que prometerle que mamá o papá explicarán a la abuelita
lo que es un jardín de infantes...
4. Cuando el padre se ausenta

Cuando nace un niño, se tiene la tendencia a considerar que


se establecen primero relaciones privilegiadas con la madre
y que el niño se identifica más con la madre que con el padre.
A menudo ocurre que cuando el padre se ausenta por algunos
días o semanas, al regresar el niño no lo acepta o le pone
mala cara.

Y entonces el padre se siente despechado... Sí. Ante todo


hay que comprender que el tiempo no es el mismo para el niño
y para un adulto. Para un niño dos días, tres días son dos se­
manas, tres semanas... Dos días es mucho tiempo para él.
Cuando el padre se marcha debe avisárselo al niño y sobre
todo decirle: “Pensaré en ti’’. También conviene que la madre
le hable del padre ausente a fin de que éste continúe exis­
tiendo en la palabra de la madre. Y cuando los padres regresan
no deben asombrarse de que el hijo les haga mala cara o pa­
rezca indiferente. No deben manifestar su sentimiento de des­
pecho, sino que han de comportarse con toda naturalidad:
“ ¡Hola, como estás hija mía!’’ Al poco tiempo, el niño tornará
a reconocer al padre y dará vueltas alrededor de él.
39
•10

Tampoco debe el padre que regresa precipitarse sobre su


hijo para besarlo. Los padres no lo saben, pero hasta los tres
años, el niño no siente esos abrazos y besos como algo bueno,
pues no sabe adónde irán a parar. (Sobre todo porque el niño
am a mucho y para él, cuando es pequeño, amar significa lle­
varse a la boca lo que ama. Devorar, signo de amor, es algo
que está muy cerca del canibalismo que es reemplazado por
algún tabú en el momento del destete.) Los padres creen que
besando al niño le manifiestan su amor y que el niño al besarlos
les manifiesta el suyo. Eso no es cierto, o mejor dicho es un
ritual que se le impone al niño, que éste soporta y que no
manifiesta nada. El niño manifiesta su amor llevándole sus
juguetes al padre, trepando a sus rodillas, dándole su muñeca.
En ese momento, el padre que ha estado ausente debe decirle:
“Estoy contento de volver a verte” . Y refiriéndose al objeto
que el niño acaba de traerle: “ ¡Ah, pero qué bonito esl Me
alegra que me lo hayas traído”. Y asi todo se arreglará, porque
el objeto que interesa al niño interesa también al papá.

E n lo que se refiere a separaciones temporales, hemos reci­


bido muchas cartas de padres que deben viajar por obligación:
camioneros, representantes de firm as comerciales, periodistas
de radio y de televisión; todos se preguntan si su ausencia no
representa un gran drama en la vida del hijo, que se ve casi
constantemente separado del padre. Algunos hasta contemplan
la posibilidad de cambiar de profesión. ¿Cómo experimenta el
niño esa separación?

Todo depende de la manera en que se le hable. Si el padre


le explica lo que hace cuando está ausente, si le cuenta a su hijo
(aun cuando éste parezca no comprenderlo) que conduce un
camión, que trabaja en la televisión o que es representante
comercialocualquier otra actividad profesional, de una manera
viva, con palabras sencillas, éstas permanecerán en el oído
del niño. Y cuando el padre no está presente, la madre debe
también recordárselo a los niños y decirles que el padre trabaja,
41

que pienso en ellos y que pronto regresará. Sí los niños son


bastante grandes, se les puede mostrar el calendario: ‘‘¿Ves?
liste día regresará tu padre. ¿Qué harás para tu papá? ¿Un
lindo dibujo? A él le gustará mucho” . La madre debe hablar
del padre cuando está ausente; después de la tercera o cuarta
ausencia el niño consciente —un niño es “consciente” ya a los
doce, catorce o dieciocho meses— sabrá muy bien que cuando
el padre se marcha regresará y que durante su ausencia, todos
piensan en él, puesto que hablan de él.
O tra cosa importante: no hay que hacer creer ai niño, sobre
todo cuando éste se hace un poco molesto, difícil, colérico,
desobediente—loque ocurre generalmente entre los dieciocho
y los veintidós meses— , que el padre, al regresar, hará las veces
de gendarme. Que la madre no diga: “Se lo diré a tu padre” .
Eso sería muy, pero muy torpe, porque de esta manera el niño
acumulará una multitud de pequeños sentimientos de culpa­
bilidad que asociará con la idea del regreso del padre. Y ese
sentimiento de malestar empañará la alegría del retorno. Tam­
poco se trata de excluir al padre por estar ausente. A veces,
niños ya mayores piden a la madre que no cuente al padre
algo que han hecho y de lo que están poco orgullosos. Si se
trata de tonterías de poca importancia, la madre deberá res­
ponder con buen criterio: “ Por supuesto que no le diré nada;
tú sabes que has obrado mal y no habrías hecho eso si tu padre
hubiera estado aquí; no voy a molestarlo con estas cosas de
niños”. Si, en cambio, se trata de algo serio que la madre
siente la necesidad de referir al padre, no debe mentirle al hijo,
pero tampoco debe amenazarlo con decírselo al padre, como
si se tratara de apelar a una fuerza punitiva. La madre debe
acostumbrar al hijo a considerar al padre como un auxiliar
inteligente que ella tiene y como el responsable, junto con ella,
en cuanto a tom ar medidas que ayuden al niño a superar sus
dificultades. En suma, cuando el padre está ausente, es im por­
tante mantener en todos los niños, cualquiera sea su edad,
el pensamiento de su presencia y de la confianza que en él tiene.
5. ¿Qué es lo justo?
(Nerviosismos y caprichos)

Una madre nos dice que, desde el nacimiento de su primer


hijo, está persuadida de la necesidad de escuchar, de compren-
der, de dialogar. Sin embargo, escribe lo siguiente: "La vida
no es sencilla. Sobreviene el cansancio, el nerviosismo y a
veces se dan situaciones en las que tiendo a perder el dominio
de m í misma delante de m i hijo". Y nos pregunta: "¿Creen
ustedes que esos momentos de falta de control, propios de
toda madre, sean perjudiciales para el hijo?"

Aquí se trata sobre todo del carácter de la madre, y ésta


no va a cambiar su carácter por la presencia del hijo. Si un niño
pone a veces nerviosa a su madre, hay que decirle: “Ya ves,
hoy estoy nerviosa” . El niño comprenderá muy rápidamente;
tiene la intuición de lo que pasa. Después de un momento de
cólera, habría que decirle: “No es nada; estaba nerviosa” .
Pero lo que en modo alguno hay que hacer, pasado ese momento,
es ponerse a besar al niño, tratando de borrar su mala im­
presión; hay que hablarle y hacerlo con voz suave y reír con él.
En todo caso, no hay que hacerlo sentir el único responsable
de una nerviosidad que procede de la madre. Abrazarlo y besarlo
42
43

no serviría ele nada; el niño no comprenderá un acto brusco


seguido de besos o abrazos. Hablar es siempre preferible a un
transporte, ya sea de cólera, ya sea de ternura; los transportes
son más animales que humanos.

L a misma madre nos hace otra pregunta: “¿Cree usted que


una madre que acaba de cometer un error y que lo reconoce
ante su hijo sale enaltecida a los ojos del niño?” La señora
se interroga, pues, sobre el juicio que podrá hacer el niño
sobre ella.

A priori, para el hijo, lo que hace la madre está siempre


bien. Sin embargo, ésta no debe sorprenderse si, a la edad de
dos o tres años, el hijo tiene también algunos saltos de humor
y pronuncia palabras desagradables. En tal caso la madre
deberá reír y decirle: “ ¡Ah, tú también te pones nervioso, de
vez en cuando, lo mismo que yo!”

D e manera que, según usted, no es un error por parte del


adulto reconocer su nerviosismo pasajero ante el niño.

De ninguna manera. La madre no debe decir a su hijo:


“Me he equivocado” , sino que debe decirle: “estaba nerviosa” ;
la madre puede agregar “excúsame” , pues el niño quiere,
siempre, excusar a sus padres.

A q u í traigo, también, un testimonio que es a la vez hum o­


rístico y profundo. Una señora le escribe a usted: “Tengo un
hijo de trece años: cuando tenía cinco o seis años cuando yo lo
regañaba o lo corregía por alguna tontería, él rompía a reír
a carcajadas. E n una ocasión, yo desde luego alcancé el paroxis­
mo de la cólera. L e habría arrancado los pelos. Luego me calmé,
pasado un rato. Nos sentamos y le pregunté por qué se había
puesto areír a carcajadas. Entonces me dijo: ‘Mamá, si pudieras
verte cuando estás encolerizada, tú misma serías la primera
en reírte . Verdaderamente creo que no debo tener un aspecto
44

muy bonito en esas exhibiciones. Y ahora que el chico tiene


trece años, cuando quiero corregirlo le digo: ‘Ven conmigo,
m e parece que es hora de que vayamos ante un espejo’. Y así
la cólera disminuye y los dos nos reímos...”.

Bueno, lograron poner cierto humorismo en sus tensiones,


y eso está muy bien.
En suma, aquí hay un hijo que ayudó a su madre a superar
sus momentos de cólera.

Otra carta presenta el caso contrario del que usted nos


explicó antes: ‘‘¿Cómo proceder con un niño que siente celos
de un hermano mayor?... Tengo tres hijos, dos niñas de doce
y nueve años y un varón de tres. Ahora bien, la chica de nueve
años está siempre celosa de todo cuanto hace, dice o recibe su
hermana mayor. L e aseguro que hago lo imposible para ser siem­
pre equitativa. Con todo, esa chica nunca está contenta: como es
hipersensible, la menor contrariedad es todo un drama, con
gritos, lágrimas, rabietas. Pretende entonces que no la quieren
lo bastante, y quiere marcharse de casa y, como es muy inde­
pendiente, obedecer supone para ella una gran dificultad.
¿Cómo hacer?”

Ciertamente esa pequeña se encuentra en una situación


difícil: es la hija segunda y del mismo sexo que la mayor.
Lo que desea es, pues, igualar siempre a la mayor. Cuando
nació el hermanito, el primer varón, los padres sintieron verda­
deramente, como si se tratara de un nuevo hijo, pues un se­
gundo, del mismo sexo, sólo es de alguna manera una repetición
de lo ya conocido. Creo que, sobre todo después del nacimiento
del hermanito, los celos se hicieron dolorosos para esa chica.
La madre se engaña cuando trata de establecer una perfecta
equidad: para el niño, no hay ‘justicia”. A sus ojos, todo es
injusto cuando no lo tiene todo. La madre haría mucho mejor
en decirle: “Es verdad, tienes razón, soy injusta, muy injusta.
Tal vez te sientes desgraciada de pertenecer a esta familia”.
45

lis ¡mpnrínnlu que la madre le hable a solas, no en presencia


de la hermana mayor o en presencia del hermanito. Tal vez
podrían hucerlo el padre y la madre juntos y decirle por ejemplo:
“Si realmente te sientes muy desdichada... tu padre y yo ve­
ríamos si nos es posible hacer el sacrificio de colocarte en un
internado. Eso supondrá un gran sacrificio pecuniario para
nosotros, pero realmente, si te sintieras allí más feliz..., bueno,
contemplaríamos esa posibilidad”. Que la madre no trate de
ser justa, pues el mundo mismo no es justo. También podría
darse a la niña otro ejemplo: “Como sabes, hay países en los
que siempre se ve el sol y otros donde llueve continuamente.
Tal vez tú quisieras estar en otro lugar, porque aquí no estás
contenta”. Y sobre todo, habría que hacerle resaltar las dife­
rencias entre ella y su hermana. Señalando bien esas diferencias
entre los niños, se les ayuda a identificarse con ellos mismos
y no con otra persona. También es preciso poner de mani­
fiesto todas sus cualidades. Por ejemplo, cuando deben comprar
un vestido, una cinta o cualquier otra cosa, es bueno que la
madre hable en voz baja y por separado a cada una de las
niñas y que les pregunte al oído qué color preferirían..., que
aliente a cada una a reflexionar en su propio gusto y a elegir
por su cuenta. Si no se procede así, la niña (la segunda) cree
que lo que elige la mayor está bien o es lo mejor que existe.
Se trata de tina niña demasiado dependiente que sufre mucho
por esa circunstancia; finge ser independiente, pero en realidad
eso no es cierto. La dependencia, así como los celos, procede del
sentimiento (imaginario) de valer menos que los demás. Corres­
ponde a la madre dar valor personal a cada uno de los hijos.
És doloroso envidiar a otro y siempre inimitable.

¿Es ésa una situación corriente en los niños?

Sí, pero aquí, sobre todo, la niña siente que su situación


apena a la madre. Esta dice que los celos son un defecto, y eso
no es cierto. Los celos son un sufrimiento que pide compasión
4b

y amor por parte de la madre. Se trata de una etapa normal e


inevitable del desarrollo entre niños de edades aproximadas.

¿ Y es eso grave?

No sé si es grave o no lo es. No creo que lo sea; todo debe


proceder de que la madre sufre con el sufrimiento de su hija, en
tanto que si la ayudara con palabras a expresar ese sufrimiento,
la niña se sentiría comprendida. Pero repito que no hay que
hablar a esa niña en presencia de su hermanito o de su hermana
mayor... No estoy segura de que todo esto no sea el resultado de
ciertos celos que siente la mayor por la pequeña.
Mi consejo es no tratar de “ser justo” ; lo que hay que hacer
es sencillamente ayudar a la segunda hablándole con franqueza.
La niña se quejará de cualquier cosa.

Una señora nos dice: “Tengo una niña de cinco años cuyas
reacciones me dejan a veces perpleja. ¿Qué actitud asumir con
una pequeña que me pega o hace ademán de darme un golpe
cuando le ordeno hacer algo o m e niego a darle algo? Claro está
que estas cosas sólo ocurren cuando está de mal hum or”.
Esta señora agrega que lo ha “intentado todo”: la indiferencia,
la ironía, el furor...

¿Cree usted que se trata de una abuela o de la madre?

Precisamente era la pregunta que m e estaba haciendo...

Bueno, supongamos que sea la madre... ¿Se dan esas escenas


cuando están solas o cuando hay otras personas?

La corresponsal no lo dice.

Examinemos de todas maneras la cuestión: “Lo intenté


todo: la indiferencia, el furor...”. ¿Y qué otra cosa?
47

l,d ironía,
La ironía... Me parece que, en última instancia, esas dos
personas han entrado en una especie de juego: ¿Quién será la
que mande a la otra? Debe tratarse de una chiquilla muy inte­
ligente, pues no es lo mismo pegar realmente, que hacer ademán
de pegar. Hacer ese ademán significa: “ ¡Cuidado! ¡Cuidado!
¡La que m anda soy yo, no tú!” Cuando la niña pega de veras,
lo hace sin duda porque está nerviosa. Creo que, cuando procede
de esta manera, la madre debe decirle: “Oye, te digo cosas
que no te gustan, pero hago lo que puedo; si no estás contenta,
no tienes que venir a verme. Puedes permanecer en tu rincón, en
tu cuarto. Pero si te acercas a mí, te diré lo que pienso” .
Creo que hay que hablar con esa niña y no fingir que está uno
enojado o ofendido con ella o cualquier otra cosa. También
creo que hay que bromear y reír con la chica: “ ¡Ah! ¿Tu
mano quiere pegarme? ¿Y tú qué dices?...” . Porque la niña
puede tener reacciones de sus manos y pies, que a ella misma
se le escapan. Esto parecerá curioso, pero hay que decirle:
“Vaya, ¿por qué quiere pegarme esa mano? ¿Porque te dije
algo que no te gustó? Pero tú, también me dices cosas que a mí
no me gustan. ¿Y acaso te pego yo?” O si tienes un osito:
“Aquí tienes el chirlo que me diste, se la devuelvo a tu osito,
¿y qué dice el osito?...” . Hay que convertirlo todo en una especie
de juego: tengo la impresión de que esa chiquilla quiere, sobre
todo que su abuela (o su madre) se ocupe de ella y sólo de ella.
Desgraciadamente, en la carta no se nos dice si esas escenas
ocurren en público o en la intimidad.

Tengo la impresión de que todo ocurre también en público,


puesto que la mamá (o la abuela) escribe: “L o intenté todo,
teniendo en cuenta también a los que estaban presentes".
Quiere decir entonces que o bien la señora pidió consejo entre
sus vecinas o que las escenas se desarrollaron ante testigos.
E sto plantea otro problema, pues nuestra corresponsal no nos
dice tampoco si tiene la costumbre de pegar a menudo a la
niña ni si, cuando ésta era pequeñita, tenía una nodriza o cui­
dadora que le pegara.

Los niños toman las costumbres de los mayores, sobre todo


cuando son muy pequeños. Esta chica ha tomado probable­
mente el lenguaje de los mayores. La gente siempre se asombra
de esto y a menudo oímos a los padres que hablan con voz
violenta a sus hijos pequeños y les dicen: “ ¡Cállate! ¡No toques
eso!... etc.” . Y luego, se sorprenden cuando el niño comienza
a hacer lo mismo en el momento en que se siente ya una per-
sonita...

¿ Y las palizas?
Depende...
¿Piensa usted, de una manera general, que kay actitudes
que merecen un par de bofetadas?
Las madres, cuando eran pequeñas, recibieron a veces al­
gunos azotes que les parecieron bien... ¿Por qué entonces abste­
nerse de dárselas a los hijos? De esta manera hacen lo que
hicieron por ellas. Hay chicos que son muy sensibles a los azotes:
si de vez en cuando no se les da una paliza, creen que no se
los quiere. Todo depende del modo de ser de la mamá. No se
puede decir de una manera absoluta si los azotes son buenos
o malos. Las palizas suponen un conjunto de cosas...

Pero, ¿no le choca a usted eso?

No. Pero creo que, si se puede, hay que evitar todo lo que
entraña humillación para el niño. No hay que humillarlo nunca.
La humillación, ya se infiera por burla, ya se lo haga por enojo,
es destructora. Además, aunque en el momento calme al adulto
y a veces también al niño, la paliza puede ser perjudicial a
la larga (y la educación tiene miras de largo plazo). En todo
caso, si el padre o la madre quieren obrar con rigor, que nunca
i
49
castiguen a su hijo en público. Será conveniente que lo lleven
a su habitación y que allí le den la reprimenda del caso. Si la
mamá es presa de cierto nerviosismo y se le van las manos...
¿qué quiere usted? no se le puede impedir. Eso no quiere decir
que sea una mala madre. Hay madres que jamás tocan a sus
hijos y que sin embargo en sus palabras y en su comportamiento
son mucho más agresivas y sádicas que las madres que dan
paliza.
Lo que se nos escribe precisamente aquí revela un signo de
debilidad de parte de ios mayores, debilidad y falta de control
de uno mismo. De manera que aquí el adulto da un mal ejemplo.
Un adulto que habla con violencia y agresividad, que obra de
manera irascible y se abandona a explosiones de cólera ante su
hijo, no debe asombrarse de que a los pocos meses o años
ese hijo hable y obre de la misma manera con los que son
más débiles que él. Repito que un niño pequeño ve “bien” todo
lo que hace el adulto; .diría yo que hay aquí cierto encegue-
cimiento. Y tarde o temprano, el niño lo imitará, tanto en su
conducta frente al propio adulto como en su conducta con los
demás niños.
En todo caso, y para volver a referirnos a los azotes, cuando,
por falta de dominio de sí mismo, el adulto no puede abste­
nerse de dar unos azotes, que no se dé la excusa fácil de que
obra así con un fin educativo, porque eso es falso. Y por lo
menos, que la paliza nunca sea una cosa pospuesta: esta noche
o el sábado te daré “la” paliza. Porque aquí, puede darse
una actitud perversa, gozosa del adulto, que pervierte también
al niño y que resulta humillante para los dos, además de ser
antieducativa; si el niño teme al adulto, pierde su estimación
por él en seguida y lo juzga como lo que es: un ser débil, incapaz
de dominarse, o aún algo peor, un ser sádico en frío.
6. Retener y hacer

Esta vez, tengo ante m í todo un testimonio. Resumo la larga


carta que escribió una madre de cinco hijos. E l mayor tiene
diez años y la última hija veinticinco meses. E n realidad, se trata
del problema de enseñarle a los niños a pedir para ir al baño.
Esta madre hizo cinco experiencias diferentes con sus cinco
hijos, es decir, en el caso del primer hijo le presentaba con gran
frecuencia el bacín, lo regañaba cuando el niño mojaba los
pañales o no hacía sus necesidades en el orinal. E n el caso
del segundo hijo...

Sí, muy bien, pero, ¿a partir de qué edad? ¿No lo dice


la madre?

Creo que lo dice; pero entonces habría que leer la carta


con todos sus detalles.

Lo que importa es ante todo el mayor, pues los otros se


educan por identificación.

¡Aquí está! “Soy madre de cinco hijos que tuve bastante


seguidos, pues el mayor tiene diez años y el último venticinco

50
51

meses. Entre mis Jas primeras hijos hay un afío de diferencia.


Cama muchas madres, tenía prisa por ver a m i primer hijo
habituado a pedir para ir al baño, sobre todo porque la herma-
nita lo seguía de cerca. Por eso me empeñé tenazmente en
presentarle el orinal con la mayor jrecuencia posible, a veces
a cada hora, y lo reprendía severamente cuando no obtenía
resultados o cuando ensuciaba los pañales. A l cabo de un
año de esfuerzos, el chico se había habituado a pedir a tiempo:
a los dos años de edad, durante el día y a los dos años y medio
durante la noche. No eran, pues, resultados muy brillantes",
dice la madre. Eso en el caso del primer hijo. Con el segundo
modificó un poco el procedimiento; le presentaba el bacín sin
regañar a la niña o la regañaba sin presentarlo, etc., y así
fu e variando hasta llegar al quinto hijo, a quien le otorgó
libertad total: nunca le presentó el orinal. La conclusión de la
madre es la siguiente: todos sus hijos llegaron a controlar sus
necesidades a los dos años durante el día y a los dos años y
medio durante la noche.

Todo esto es muy divertido e instructivo; agradecemos a la


madre su testimonio.

Y la señora agrega: “Creo que es inútil .querer a toda costa


que el hijo pequeño adquiera hábitos de limpieza".

Creo que todo esto va a consolar a muchas madres que se


amargan porque el hijo no tiene hábitos de limpieza. Debo
decir también que tuvo suerte de que el mayor no continuara
mojando la cama, pues comenzó a instruirlo demasiado tem­
prano. Sólo alrededor de los dos años, a partir del momento
en que un niño es capaz de subir y bajar solo por una esca­
lerilla, una de esas escalerillas portátiles de cuyo último peldaño
puede colgarse con las manos, a partir de ese momento, pues,
el sistema nervioso del niño está constituido y sólo así puede
adquirir hábitos de limpieza si pone atención. Antes no está
en condiciones de hacerlo. Esta madre tuvo otro hijo al cabo de
52

un año; creo que el mayor debe haber considerado como cosa


muy agradable el interés que mostraba su madre por su trasero;
gracias a eso la madre se ocupaba de él de una manera ente­
ramente especial.
Creo que es muy acertado lo que hizo esa señora, aún sin
saberlo, por su hijo mayor que de esa manera continuó acapa­
rando la atención maternal después del nacimiento del segundo
hijo. Los otros se educan por identificación con el mayor. Todos
ellos quieren portarse tan bien como el mayor, apenas pueden
hacerlo. Claro está que no pueden imitarlo antes de alrededor
de los ventiún meses, en el caso de las niñas, y ventitrés meses,
en el caso de los varones; los varones tardan más que las niñas
en adquirir ese control. Pero puede uno formularse esta pregun­
ta: ¿Ese hijo mayor no es un poco perfeccionista, un poco menos
libre, menos suelto, que los otros en sus movimientos? Porque
de no ser así, su caso sería perfecto. De cualquier manera, es
una lástima perder tanto tiempo con el orinal cuando hay que
hacer tantas otras cosas para fomentar el desarrollo de las
manos, de la boca, de la palabra, de todo el cuerpo... Cuando el
niño es capaz de valerse de sus manos, cuando goza con libertad
y soltura de una buena coordinación de movimientos y de un
tono muscular dominado, cuando ya habla bien, experimenta
placer en controlar él mismo sus necesidades, en hacer lo mismo
que hacen los adultos, es decir, ir a los cuartos de baño. Apro­
vecho este momento para aconsejar que las madres no pongan
nunca el orinal en la cocina o en la habitación de los niños;
que lo coloquen siempre en el cuarto de baño, salvo por la
noche —y sólo durante el invierno en el caso de que haga mucho
frío— ; es recomendable que el niño haga siempre sus necesi­
dades en el baño y nunca en las habitaciones en que se vive
y se come.
7. ¿Quien abandona a quién?

A q u í hay una carta de una mamá que tiene un bebé de tres


meses; le explica a usted que ese bebé ingresará en la guardería
cuando cumpla seis meses y le pregunta cómo podría facilitar
ese paso de la vida en fam ilia a la entrada en la guardería.
También dice que todos sus allegados se ingenian para explicarle
cuán perjudiciales son las guarderías para los niños; pero la
madre no quiere ceder. L e pregunta si debe ocuparse menos de
su hijo, p o r ejemplo, durante la semana que preceda a su partida
o si debe confiar lo más posible al hijo a personas de la familia,
como los abuelos, por ejemplo.

De ninguna manera. Que la madre se ocupe de su bebé...


Creo que lo importante es que vaya a ver a otras personas
junto con el bebé y no que se lo confíe a ellas y luego se
marche. Para el bebé no es lo mismo ser confiado a otras perso­
nas y en medio de otros, como será la situación que vivirá en
la guardería dentro de tres meses, que ser abandonado en casa
de gente grande. Pero si ese nene ve siempre que la madre habla
con otros adultos, en lugar de estar a solas con él, ciertamente
esta circunstancia lo ayudará. Por lo demás, todos los bebés

53
54

deberían ir a menudo a visitar a otras personas junto con la


madre. Cada vez que la madre hace una visita debería llevarlo
—siempre que sea posible— para que el niño conozca a todos
sus tíos, tías, abuelos, etc. Pero en esos casos la madre no debe
marcharse. De cualquier manera, seis meses es una edad moles­
ta para llevar a un niño a la guardería.

¿Es un poco prematuro?

No, no es eso; por el contrario se los puede llevar desde muy


temprano. El niño toma en seguida el nuevo ritmo. Pero es
una edad en que sentirá mucho la falta de la madre. Por eso,
es necesario prepararlo.
¿No dice esa señora qué clase de trabajo va a realizar y si
estará ocupada todo el tiempo?

Aparentemente no quiere abandonar la actividad que ejerce


en este momento. Creo que ahora se encuentra con licencia de
maternidad y que desea con firm eza reemprender su trabajo.

El niño se acostumbrará al nuevo régimen en unas pocas se­


manas, pero será necesario que se le explique: “Me veo obligada
a ir a trabajar. Me apena mucho dejarte en la guardería, pero
allí encontrarás otros amiguitos, encontrarás a otros bebés” .
Que le hable con frecuencia de los otros bebés y que lo lleve
a la plaza para mostrarle a los nenes con sus mamás. Entonces
debe decirle: “Esos son otros bebés, amiguitos, camaradas,
niñas y varoncitos” , etc. Que no le digan nunca que ese bebé o
aquel bebé es más bueno que él; porque es preciso que el niño
sepa muy bien que para la madre él es el que más le interesa, aun
cuando, hallándose con otra madre, la suya hable a otro niño.

E n todo caso no debe desinteresarse de su hijo ni ocuparse


menos de él...
55

Así es. En la guardería, las mujeres se ocupan muchísimo de


los bebés, ¿por qué entonces no habría de ocuparse la propia
madre? La madre, evidentemente, también debe ocuparse de
los quehaceres de la casa, como hacen todas las mujeres, y enton­
ces debe hablar a su hijo; en general las mujeres se ocupan de
muchas otras cosas mientras atienden a sus bebés.

Estas cuestiones tienen a menudo que ver con el problema


de la separación de un bebé.
Sobre este asunto tengo aquí dos cartas. Una es de una
abuela que dice; “Deberé cuidar de m i nieta a partir de enero
próximo. ¿Podría usted indicarme las precauciones que debo
tomar atendiendo a este cambio de vida?" L a niña tendrá
para entonces apenas tres meses.

¿No dice esa señora si la niña mientras tanto verá o no


a sus padres?

Aparentemente sí. Sin embargo no da muchos detalles: “La


cuidaré desde las ocho de la mañana hasta las siete y media de la
tarde, salvo ¡os miércoles, sábados y domingos; de manera que
la niña tendrá diferentes personas que la cuiden, diferente cama
y ambiente diferente”.

Entonces, todo esto confirma lo que ya dije: sería conveniente


que este bebé desde ahora fuera a pasar algunas horas en com­
pañía de la madre o del padre a la casa de la abuela. Es
recomendable que conozca el ambiente y que su mamá le diga:
“Ya ves, ésta es la casa de tu abuela”. Según lo que dice esta
señora, cuidará a la niña sólo durante el día y ni siquiera lo
hará todos los días. La situación es perfecta, sólo que hay que
advertir a la niña. Es menester que conozca el nuevo marco con
la presencia y la voz del padre, con la presencia maternal
y la voz de la madre. Además conviene que tenga consigo algunas
cosas de la madre, para que sienta el olor de ésta, y también
juguetes que tiene en su casa; es bueno que los lleven cada vez a
5 (.

la casa de la abuela; y además otros objetos que podrá encontrar


siempre en la casa de la abuela y que al cabo de algún tiempo la
niña se llevará a la casa de sus padres y viceversa. Es conve­
niente que haya un objeto preferido que acompañe siempre a la
niña y que ésta lleve de una casa a la otra. De esta manera
tendrá sencillamente dos lugares en los que se encontrará igual­
mente bien. Es importante que sienta la continuidad de su
persona en esos dos lugares. En esas condiciones, todo marchará
perfectamente. También sería bueno que la abuela la llevara
a pasear durante la semana y los padres los días en que se
hacen cargo de la niña.

D e manera que, aquí. ningún drama. Esta otra carta es de


un padre que va un poquito más allá que la abuela de la carta
anterior: pero se trata siempre del mismo tema de la separación:
"¿Cuáles podrían ser las consecuencias inmediatas, y sobre
todo a largo plazo, de una separación de tres meses y medio,
para un niño que tiene ahora veinte meses?"

Veinte meses... ya debe caminar, correr y hablar. De manera


que en todo caso resultará fácil comprender el lenguaje del niño
aunque éste todavía no hable muy bien. Hay que prepararlo
para la separación, hablarle del cambio. Que el padre o la madre
lo lleven al lugar en el que habrá de vivir y se despidan, aun
cuando el chico llore. Que no se marchen cuando el niño está
durmiendo o sin que él los vea partir. Luego, será necesario
que le escriban postales, carlitas en las que figuren pequeños
dibujos, que le envíen paquetes de galletitas o de caramelos, por
lo menos una vez por semana y de una m anera regular; es
importante que el niño reciba señales de que los padres piensan
en él. Veinte meses es una buena edad para separarse... Pero,
es necesario que los padres le demuestren que se acuerdan de él.
Estos no deben luego dar señales de asombro si el niño no se
muestra contento, pues ésa es su m anera de reaccionar. Es mejor
que un niño reaccione a una separación. Y cuando torne a ver
57

tt sus padres, si se muestra huraflo, es necesario que éstos lo


comprendan, le hablen cariñosamente y no se lo reprochen.
Entonces todo ocurrirá del mejor modo. Como esa separación
es indispensable, representará sencillamente una prueba por la
que el niño debe pasar. La pena que experimente la abuela
o la persona encargada de cuidarlo durante esas semanas será
tal vez mayor cuando el niño se separe de ella. Y no hay que
separarlos bruscamente. En cuanto a los padres, después de la
separación, deberán hablarle de la alegría que sintieron al volver
a verlo, sin hacer la menor alusión a la presunta indiferencia
que el niño mostró en ese momento.

Otra mujer nos escribe lo siguiente: “Tengo un niño de dos


años y medio. Cuando estaba en la edad crítica de siete meses,
lo abandonaba tres días por semana".

Ya se ve que la madre se siente culpable, puesto que dice


“abandonaba” en lugar de decir “lo confiaba” a otras personas
de la m añana a la noche.

Por razones profesionales, esta madre dejó a su hijo a cargo


de una cuidadora: "He de agregar que gozo de ciertas ventajas,
puesto que soy docente. D e manera que tengo largas vacaciones
que puedo pasar con m i hijo". Durante el segundo año esta
señora trabajó casi todos los días y dejó al niño en casa de la
cuidadora. Todo transcurrió bien. Pero este año. dice (el niño
tiene dos años y medio): "He cesado en mis actividades, pero
decidí enviar a m i hijo a un jardín de infantes, para que tenga
así contacto con otros niños".

¿Ahora que ha dejado de trabajar?

Justamente.

¡Vaya! Es curioso.
58

Esta señora explicó muy bien a su hijo que el jardín de


infantes era un lugar donde, se iba a divertir mucho y donde iba
a encontrar a otros compañeritos; luego dice: “Desgraciada­
mente, después del primer día de clase, el chico se niega siste­
máticamente a ir a la escuela y llora mucho”. L a madre se
plantea la cuestión de saber si convendría insistir o esperar
algunos meses antes de volver a enviar al niño al jardín de
infantes.

Creo que esta madre comprende muy bien su problema.


Su hijo estaba a cargo de una nodriza..., ya vimos que tiene el
sentimiento de haberlo abandonado. Sin embargo, el niño pa­
recía feliz en casa de la nodriza, la madre no nos dice si había
allí otros niños o si estaba solo. Desde luego que ir al jardín de
infantes a los dos años y medio, cuando la madre que acaba
de reencontrar permanece todos los días en la casa, es una
situación un poco insólita para ese niño, puesto que precisa­
mente la madre podría hacer por él todo lo que puede hacerse
en un jardín de infantes y además lo que no puede hacerse
allí, es decir, la'posibilidad de hablar con la madre y de parti­
cipar en todo lo que ella hace: las compras, la comida, la
limpieza de la casa.

Tengo la impresión de que esta señora procedió así para que


su hijo tuviera contactos con otros niños. Se trata de un hijo
único.

Precisamente, puesto que es una madre que sabe instruir


a los niños... ahora podría tal vez pasar a otro estilo de mater­
nidad, un estilo que la nodriza no podía tener. Como ahora la
m adre permanece en la casa, no digo que no sería necesario
enviarlo a lo de la nodriza, pero tal vez sería conveniente no
suprim ir a ésta del todo y confiárselo, por ejemplo, una o dos
tardes por semana. De esta manera, la madre tendría un poco
de tiempo para descansar. ¿Por qué dejó de trabajar? Proba­
blemente para descansar o por alguna otra razón que no nos
dice. Entonces tul vez podría arreglar las cosas de manera de
cuidar ella misma a su hijo y al mismo tiempo, ahora que el
chico sabe lo que es el jardín de infantes, prepararlo, practicar
juegos, dibujo, canto, a fin de que el niño fije la atención en
esas ocupaciones. También he de decir que dos años y medio es
realmente edad muy tem prana para frecuentar el jardín de
infantes.
En realidad, sólo hay que enviar a un niño de dos años y
medio al jardín de infantes cuando ya está acostumbrado a en­
contrarse con otros chicos para jugar fuera de la casa o en la
casa misma, o cuando es atraído por la compañía de un pequeño
que ya conoce o de uno mayor al que quiere imitar. Dos años
y medio... es demasiado pronto.

Según usted y de una manera general, ¿cuál es la edad ideal


que debe tener un niño para acudir al jardín de infantes?

¿Un niño en general? Eso no existe. Cada niño es diferente.


Hay niños que se entretienen muy bien en su casa cuando se les
enseñan ciertas ocupaciones y sobre todo cuando hacen las
mismas cosas que hace la madre en la casa. Es conveniente que
el niño sea hábil en la casa, que sepa ocuparse solo, jugar solo,
comentar sus propios actos, jugar y fantasear con su oso, con su
muñeca, con sus pequeños automóviles; jugar solo o con otra
persona que mientras trabaja lo esté acompañando. Entonces
el niño coopera, limpia las legumbres con la madre, hace com­
pras, observa las cosas de la calle. Sólo después de esto, le
interesará la escuela y cuando ya haya jugado, libre, con sufi­
ciente frecuencia en la plaza con otros niños, después, podrá
retornar al lado de la madre para contarle pequeños incidentes
de rivalidad, de los que la madre lo consolará explicándole la
experiencia que acaba de vivir.

¿Qué edad entonces?

A los tres años, en el caso de un niño muy despabilado;


sí, a los tres años está bien. A los dos años y medio me parece
muy prematuro, sobre todo para un hijo único que primero
tiene necesidad de habituarse a frecuentar otros niños.

Por otro lado, ¿hay una edad límite que no habría que sobre­
pasar? No hay que conservar demasiado tiempo a un niño en
la casa, ¿no es cierto?

No, pero eso depende también de la manera en que el niño


esté ocupado en la casa y de su conocimiento del mundo
exterior, los vecinos, la calle, la plaza pública, etc. Antes, los
niños ingresaban en la escuela primaria a los seis años, porque
ya, en la casa y en familia y con las personas amigas, habían
hecho todo lo que se hace en el jardín de infantes. Para el niño
la familia no estaba reducida al padre y a la madre. Había
abuelos, tíos, tías, primos, vecinos. Y el niño participaba tam ­
bién en el trabajo de la casa. De manera que cuando llegaba
el momento oportuno le encantaba ir a aprender a leer y a es­
cribir, ahora que ya sabía cantar canciones, bailar, jugar solo
y ser útil... En fin, todo lo que puede hacer un niño con su
cuerpo, con su inteligencia manual y corporal: ser verdadera­
mente un compañerito de la vida de todos los días. En todo
caso, a los dos años y medio, el jardín de infantes —salvo en
el caso de ciertos niños extremadamente despiertos y deseosos
de estar continuamente en contacto con otros camaradas— es
muy temprano.
8. Cada nlfto es diferente p ara dorm ir

A q u í tenemos una impugnación de lo que usted dijo antes


al hablar del sueño del niño; usted había afirmado que el
niño se dormía en cualquier parte en el momento en que sentía
la necesidad de hacerlo y que acostarlo en su cuarto, “obli­
garlo” a encerrarse en su habitación para “dorm ir” equivalía
casi a condenarlo a un desierto. Ahora bien, una madre nos
escribe: “Tengo un varoncito de dieciséis meses; este niño no se
duerme si no está en su propia cama, es decir, en su cuarto,
salvo en los casos de largos viajes en automóvil. Pero cuando se
encuentra en compañía de alguien, quiere absolutamente parti­
cipar en la animación general y se esfuerza por permanecer
despierto”. Esta señora piensa, pues, que la compañía de los
adultos perjudica el sueño de su hijo; y el sueño es uno de los
aspectos esenciales del desarrollo de un niño de esa edad.

Esta madre tiene toda la razón del mundo. Nosotros gene­


ralizamos demasiado; hay niños que desde el nacimiento se
duermen cuando tienen necesidad de dormir y lo hacen en cual­
quier parte, según su propio ritmo. En este caso, no ocurre lo
mismo. Este niño probablemente depende mucho de la relación
61
(>2

con los adultos. Ningún chico es semejante a otro. La madre,


desde que era pequeñito, debe de haberle hecho tomar la
costumbre de dormirse solo en su propia cama. Pues bien,
esa madre tiene razón. Ya habituó a su hijo a un determinado
ritmo de vida. ¿Por qué no? Ya que comprobó que en su cuarto
el niño se duerme, que continúe procediendo así y que no se
plantee ningún problema. A m f me complace mucho que la
gente ponga objeciones a lo que digo. Hablo un poco en
general: sé que en el campo, por ejemplo, los niños duermen en
la sala común desde que son bebés porque esa es la única
habitación que se calienta. Cuando mis hijos mayores eran
chicos, durante la guerra, se calentaba una sola habitación,
y ahí estábamos todos. Hoy, ya no reinan esas condiciones
en general. Además hay niños que son particularmente exci­
tables y otros más plácidos, que pueden dormir en cualquier
parte cuando tienen necesidad de hacerlo. A juzgar por lo que
se nos dice, este niño también duerme durante viajes en auto­
móvil, siendo así que hay otros que desde el momento en que
se ven en un automóvil no quieren dormirse.

Por otro lado, hay que repetirlo, tampoco es perjudicial


dejar que un niño se duerma en una habitación en la que hay
muchas otras personas.

Este pequeño se acostumbró a dormirse en su cama. Es un


poquito maniático de su cama o del automóvil. ¿Y por qué no?
Parece que el chico conservó ritmos que se le dieron desde que
era muy pequeño. Pero tal vez se produzca en él un importante
cambio. Por el momento permanece en su cama, pero es posible
que cualquier día salga de su cuarto y vaya a la habitación
común. Creo que si lo hace no habría que asombrarse ni eno­
jarse. También es necesario que este chico tenga sus iniciativas
personales con los adultos, que éstos le dejarán tomar siempre
que no los molesten. Cuando un niño tiene costumbres, se adap­
ta con menos facilidad a los cambios que cualquier otro niño.
En todas las situaciones no se siente seguro de sí mismo.
ilion, osa soría la n^pnosta a o.sta carta. Pero tal vez se
podría ampliar un poco la cuestión y hablar algo más del sueño
on el niño, de su importancia, de la duración que debe tener...
Esos puntos son muy difíciles de precisar. Personalmente
tuve tres hijos y cada uno fue diferente en lo que se refiere
al sueño. Claro está que a partir de determinada hora, los chicos
oslaban en su cuarto, pero no todos en la cama. Creo que hay
que evitar que los niños se vayan a dormir antes de que llegue
el padre. Se los puede dejar en cambio en paños menores
mientras no tengan ganas de acostarse. Si están muy cansados,
bueno, que duerman. Niños a los que no se obliga a acostarse
lo hacen de buen grado apenas pueden trepar ellos solos al
lecho. Por eso, son interesantes esa camas sin barrotes y no
muy altas, y conviene que junto a ellas haya una silla para poner
juguetes y libros de láminas a fin de que el niño pueda mirarlas
antes de dormirse y al despertarse.

¿ Y habrá que despertarlos cuando llega el padre?

Si realmente están dormidos, ciertamente no. El padre


puede decirles: “Vendré siempre a daros las buenas noches
cuando regreso a casa”. Entonces si el niño está en la cama,
si se despierta y recibe al padre, creo que es bueno dejarlo hacer
y permitir que con sus ropas de cama acuda a la habitación
donde están los adultos, porque un niño tiene gran necesidad
de ver a su padre. ¿No es cierto? Hay que dejarlo, cinco,
diez minutos... y todo puede term inar con un poquito de leche
que se le ofrece al niño antes de que vuelva a la cama. Un
niño duerme mucho mejor cuando tuvo un pequeño despertar
feliz como éste y cuando tomó un poco de alimento antes de
volver a la cama: una rebanada de pan, una galletita seca,
medio vaso de leche. Con una lámpara tam izada y con juguetes
alrededor de él, el pequeño se duerme con mayor facilidad.
Pero también es necesario que sepa respetar la velada de sus
padres. Las personas mayores tienen necesidad de descanso
y de estar juntas fuera de la presencia de los niños.
E n otra carta le preguntan a usted si el hecho de dormir en
la habitación de los padres puede tener repercusiones en la
“salud m ental" de un niño de cinco a seis años.

En primer lugar, la carta no dice si esa familia tiene lugar


suficiente o si todos viven en una sola habitación. En efecto,
es preferible que el niño durante la noche no esté mezclado
en la intimidad ni en el sueño de los padres. Si es imposible
proceder de otra manera, hay que evitar que el niño vaya al
lecho de los padres; pero no hay que regañarlo si manifiesta
el deseo de estar con ellos; conviene hablarle y decirle, por
ejemplo, que cuando el papá era pequeño —si se trata de un
varón— tenía también su propia cama; y si se trata de una
niña, es necesario que acepte ser una pequeña y no juegue al
papá y a la mamá como si fuera una persona adulta.

Nos preguntan con bastante frecuencia otras cosas. Una


niña — que tiene ahora diez años y medio— compartía la habi­
tación con su hermano que tiene seis. D e pronto un día, los
padres le dispusieron un cuarto para ella sola. Y ahora ocurre
que la niña quiere volver con su hermano porque se siente
angustiada cuando está en su cuarto. ¿Qué hacer?

En primer lugar, los padres parecen haber dispuesto esa


habitación separada sin que la niña la hubiera pedido. Creo que
sería mucho más sensato que los niños continuaran durmiendo
todavía juntos hasta la nubilidad de la chica. En cuanto al
varón, eso no tiene todavía ninguna importancia...

¿La nubilidad? ¿Qué quiere decir eso?

La nubilidad quiere decir simplemente las reglas: o sea, el


momento en que la niña se hace muchacha. En ese momento
(quizás aún antes), la chica estará contenta de tener su propia
habitación y el varón también. Pero por ahora, ¿por qué la
madre no convierte ese otro dormitorio en un lugar de juegos?
65

Uno duerme en una habitación y en la otra se divierte. Sería


mucho más inteligente; por el momento no conviene separar
o los niños que sólo son dos en esa familia. Si hubiera varias
niñas y un solo varón habría un dormitorio para el varón
v el dormitorio de las niñas.

Por lo demás, tenemos muchas cartas que se refieren al


problema de las angustias nocturnas. M e parece que este pro­
blema está siempre relacionado con algún problema particular
del niño; en el caso que acabamos de considerar de esa niña
de diez años y medio, para usted la situación era clara; la niña
sentía angustia a causa del cambio de ambiente.

Desde luego, y sobre todo porque ella todavía no deseaba


ese cambio...

¿Hay otras explicaciones de las angustias nocturnas?

Evidentemente. Las pesadillas son un hecho trivial alre­


dedor de los siete años y hasta son necesarias. Pienso que en
este caso se trata de todas maneras de una chiquilla que se ha
“achicado” un poco demasiado para acercarse a la edad del
hermano, en tanto que éste debió “agrandarse” para estar a la
altura de su hermana. Creo que aún antes de que se los separe
sería necesario que los dos niños tuvieran amigos diferentes,
en lugar de formar así una especie de falsa pareja, como la
forman desde la tierna infancia. No puede apresurarse la sepa­
ración cuando la cohabitación fue durante mucho tiempo su
modo de vida. Hay que proceder lentamente, tratando de modi­
ficar la psicología del niño, modificación que en gran parte
puede proceder del trato con amigos: todo niño tiene siempre
necesidad de un amigo con el cual pueda entenderse bien;
es lo que en nuesfra jerga llamamos “el yo auxiliar” . Los niños
tienen necesidad de compañía. En nuestro caso, se sienten muy
felices de dormir en la misma habitación. Hasta ahora, cada
uno es el yo auxiliar privilegiado del otro. No se los ayudará
si se los separa bruscamente por las noches. Hay que enseñarles
a vivir separados durante el día, por ejemplo, con motivo de
excursiones de fines de semana o durante las vacaciones: que
cada cual se haga sus propios amigos y compañeros de juego
diferentes.

Cuando se trata de dos varones, por ejemplo, ¿hasta qué


edad es conveniente que dos hermanos compartan la misma
habitación?

Durante todá la niñez y hasta la adolescencia. Por ejemplo,


se pueden disponer las cosas de manera tal que haya una cierta
separación en el cuarto para que la luz del lugar donde trabaja
uno no moleste al otro, que bien puede tener un ritmo de acti­
vidad y de sueño diferente. No me parece mal que niños del
mismo sexo duerman juntos. Las dificultades podrían comenzar
a partir de la pubertad. Lo importante es aislar a los niños
para que duerman. No me parece buena idea la de las camas
superpuestas, por más que esta disposición divierta mucho
a los chicos cuando son pequeños. Con esas camas superpuestas,
durante el sueño se transmiten todos los movimientos de una
a la otra, a no ser que estén bien fijadas a la pared. Cuando
dormimos, todos llevamos a cabo una regresión, y los niños
que duermen en ese tipo de camas que se comunican entre si
se encuentran en una especie de dependencia el uno respecto
del otro, una dependencia que les es impuesta por las condi­
ciones del mobiliario. Cuando se dispone de poco lugar, son
preferibles esos lechos encajados el uno en el otro, pero sepa­
rables; son mucho más cómodos de hacer y mucho más có­
modos también cuando uno de los niños está enfermo y debe
guardar cama.
No es bueno que los niños, aun siendo del mismo sexo, o
gemelos o de edad diferente, duerman en la misma cama. Lo
que antes tenía menos inconvenientes en el campo los tiene
ahora en las ciudades, donde la promiscuidad es continua
(o casi) durante el día. Conviene que cada cual tenga su propio
67

espado durante la noche, sin contactos con el cuerpo de otros.


Hn cambio, dormir en la misma habitación no es lo mismo y no
resulta perjudicial, a menos que el mayor sea ya un adulto
cuando el hermano menor es todavía un nifío.
9. Querer “bien” y am ar “ con deseo”
(Los que se despiertan por la noche)

Volvamos a los despertares nocturnos, a esos niños que se


despiertan en medio de la noche y comienzan a llorar.

¿De qué edad?


Una niña de tres años que, según dice su madre, es en
general muy equilibrada. No obstante, desde hace tres meses
se despierta todas las noches. Entonces la madre ha hecho
una pequeña indagación personal entre sus amigas que tienen
también hijos aproximadamente de esa edad y que se despiertan
hasta tres o cuatro veces por la noche: “F ui a ver al pediatra
para explicarle que no estaba contenta en modo alguno por
verme despertada de esta manera todas las noches y que no
podría resistir durante mucho tiempo ese ritmo. L e pedí cal­
mantes para la niña, pero el médico se negó a dármelos. Sin
embargo, soy partidaria de los calmantes y de volver a los
pañales por la noche”.

¿Por qué volver a los pañales?, ¿qué relación tiene eso con
lo demás?
68
69

Confieso que en efecto eso de los pañales no viene muy


a! caso.

Ya es una niña grande, de tres años; no es como en el caso


de los pequeños que se despiertan por las noches... y hace sólo
(res meses que ocurre esto... Los tres años es la edad en que el
niño se interesa por la diferencia de los sexos; es la edad en
que la pequeña concibe un amor incendiario por su papá.
F.sta madre no habla de su marido, pero sin duda debe acos­
tarse con él. Creo que la niñita quisiera tener un compañero
o compañera para dormir lo mismo que su mamá.

Por lo demás, dice la madre que cuando la pequeña se


despierta grita, “¡Mamá! ¡M amá!” o “¡Agua!” o “¡Papá!” y si
nadie acude, todo se convierte en un drama con gran llanto.

Ciertamente ayudaría algo a la pequeña el hecho de que


de vez en cuando el padre mismo fuera a calmarla diciéndole:
“ ¡Silencio! Mamá duerme, es necesario que todos durmamos.
Duérmete”. En el dormitorio de la niña podrían disponerse
ciertas cosas a fm de que la pequeña tuviera siempre cerca de
ella un vaso de agua sobre la mesita de luz. Es curioso pero
muchos de esos “pipis en la cama” (y lo digo por los pañales
de que habla la madre) desaparecen cuando el niño tiene a su
alcance agua. ¡Hecho completamente paradójico para los pa­
dres! Pero esto se debe a que el niño, un poco inquieto o angus­
tiado, tiene necesidad de agua. Ahora bien, la manera inmediata
de “hacer” agua es orinar en la cama; la segunda es beber.
Pues bien, si el niño que suele hacer pipí en la cama tiene
cerca de él un vaso de agua, lo beberá. Este es quizás un
niño que experimente miedos nocturnos y a los tres años eso
es normal. Y vuelve a ocurrir otra vez a los siete años, princi­
palmente en forma de pesadillas. A los tres años lo normal es
que el niño se despierte, busque a su madre, quiera retornar
a ser de nuevo pequeño y estar junto a ella, porque esa es la
edad en que el niño crece y adquiere conciencia de ser niña
70

o varón. Durante el día puede jugarse con el niño a la gallina


ciega, oscurecer la habitación, vendarle los ojos y hacer como si
hiera de noche; juega uno a que se levanta para hacer algo,
para encender la luz o para apagarla, etc., pero lo que no se
hace en modo alguno es ir a despertar al padre o a la madre.
Creo que después de ciertas explicaciones a través del juego
el niño comprenderá muy bien que debe dejar a sus padres
tranquilos; esta niña comprenderá que cuando sea grande
también tendrá un marido, pero que en este momento es toda­
vía pequeña, aunque ya no sea un bebé.
Creo que se trata de una chica que todavía no ha cobrado
suficiente autonomía respecto de la madre. Por ejemplo, sería
bueno que ella misma eligiera el vestido que va a llevar du­
rante el día, la manera en que va a estar peinada, es decir,
un montón de pequeñas cosas que puede hacer por sí misma.
Esa es la edad en que comienza la coquetería. Las mamás
pueden ayudar mucho a sus hijos para que no sientan esos
deseos nocturnos de retornar al “nido” tratando de que se
comporten de manera independiente durante el día. ¿Que más
puedo decirle? Lo que no comprendo en modo alguno es ese
asunto de los pañales. Si se habla de ellos es porque la niña
todavía moja la cama. ¿No?

Aparentemente sí.

Pero en realidad, ¿se preocupa la niña por tener esa nece­


sidad de hacer pipí durante la noche?

Creo que la madre habla de los pañales por la noche para


que la niña no tenga un pretexto para despertarse...

Precisamente,"esta chica habla de pipí porque cree que la


diferencia sexual es una diferencia de pipí; me parece absolu­
tam ente necesario que la madre le explique que los varones
y las niñas tienen sexos diferentes, que pronuncie la palabra
“sexo” y que no se trata de una cuestión de pipí; que le diga
71

c]uc es una niña muy bonita y que con el tiempo llegará a ser
una hermosa muchacha y luego una mujer como su madre.
Pero también puede ocurrir que esta niña de tres años duerma
todavía encerrada en una cuna de barrotes y no pueda salir
de ella sola para hacer pipí. Habría que quitar esos barrotes
o cambiar de cama.
Diré también unas palabras sobre los calmantes.
El médico tiene toda la razón del mundo: los calmantes
sólo arreglan la situación de la madre. Pero lo que también
arreglaría la situación de la madre sin perjudicar a la hija sería
que ésta fuera de vez en cuando a dormir a otra parte, por
ejemplo, en casa de una amiguita. Si la chica fuera a dormir
a la casa de una prima o de una amiga, en ocho días termi­
naría este problema. Lo que ocurre es que esta niña está sola
y que, según pienso, a los tres años siente celos de las dos
personas que se acuestan juntas en la misma cama.
En todo caso, no se trata aquí de regañar ni de aplicar
calmantes; lo que hay que hacer es tratar de que la niña com­
prenda lo que pasa en ella en ese momento de mutación de los
lies años: el crecimiento del cuerpo en un lecho estrecho que
la infantiliza y con el cual choca a cada momento y el desarrollo
de su inteligencia que le hace observar los “pipis” , es decir,
la ditérencia sexual sobre la cual no recibió tranquilizadoras
palabras de información por parte de la madre. Drogar a una
niña que no duerme no es una solución. Hay que comprender
que la pequeña crece en cuanto al tamaño y en cuanto al
conocimiento. De manera que hay que obrar de conformidad
con estos hechos y hablar con la niña.

A q u í hay dos cartas más. Una es de una abuela y la otra


de una madre. Hablan de niños un poco mayores que plantean
problemas más específicos. A q u í está la carta de la abuela
preocupada por su nieto que tiene once años. Ese chico con­
tinúa haciendo pipí en la cama desde hace mucho tiempo, a
pesar de las repetidas visitas al consultorio médico: "¿Qué nos
72

aconseja usted a nosotros que lo vemos crecer con semejante


desventaja? ¿Qué podemos hacer todavía?"

Diré lo siguiente a esta abuela: es inteligente y tierno de


su parte que haga estas preguntas. El chico ya es grande;
él mismo tendría que hacerse cargo de su desarrollo sexual.
Porque hay que decir la verdad: en los varones, el problema
de mojar la cama es siempre un problema relacionado con el de
la sexualidad. No sé si todos los miembros de la familia, sobre
todo el padre, se preocupan por lo que le ocurre a este chico.
En la carta no se habla del padre, pero creo que se dice algo de
un hermano mayor.

La que escribe es la abuela.

Esa abuela debe brindar todo el afecto que pueda al mu­


chacho sin que ella misma se obsesione por el fenómeno de
hacer o no hacer pipí. En cuanto al chico, sería aconsejable
que consultara a un médico especializado; seguramente los hay
en la región en que vive esa señora. Debe acudir a lo que se
llama las CMPP (consultas medicopsicopedagógicas). Son lu­
gares en los que hay psicoterapeutas. Los servicios de seguridad
social reembolsan los gastos de las curas psicoterapéuticas. Ese
muchacho, si está preocupado él mismo debería hablar con
algún terapeuta, pues todavía no ha llegado a la pubertad.
Pero también habrá que abstenerse de echarle la culpa por una
falta de dominio dé los esfínteres, falta que es un signo de una
inmadurez psicológica de la que la familia y la abuela son
quizá cómplices.

L a otra carta se rejiere a un adolescente de catorce años.


Este muchacho experimenta, según se dice, angustias noctur­
nas, un miedo morboso de la oscuridad desde la edad de siete
años. Se duerme y cuando a veces se despierta en medio de la
noche, siente miedo.
73

lisio comenzó entonces u los siete años. He de decir que los


nidos que no tienen pesadillas alrededor de los siete años no son
nidos normales; en realidad, a los siete años todo niño padece
de pesadillas dos o tres veces por semana por lo menos. ¿Por
qué? Porque esa es la edad en que deben diferenciar entre
querer bien y amar con deseo. El padre y la madre se quieren
bien a los ojos del hijo, pero además tienen el deseo y la inti­
midad de su dormitorio que deben preservar. Ese niño en la
oscuridad se siente presa de la angustia... Desde los siete años
arrastra esta angustia; ahora que tiene catorce es hora de que
bable con un psicoterapeuta, con preferencia un hombre, para
que pueda expresar libremente sus pesadillas y comprender su
sentido. A los siete años —y esto se puede decir a todo el
mundo— el niño tiene pesadillas relacionadas con la muerte de
sus padres, lo cual es excelente, normal e inevitable. Es preciso
que su infancia muera en él, esto quiere decir: “morir a la
mamá de leche” y al “papá de los dientes de leche”. Proba­
blemente en este muchacho todavía no se cumplió ese proceso.
Se ha hecho muy tarde para ampliar mi respuesta a través de
la radiofonía pero diré otra vez que ese chico necesita hablar
con un psicoterapeuta.
10. G ritar p ara hacerse oír

Tengo aquí una carta enviada por una docente: su hijo,


de tres años y medio, tiene actualmente ciertas dificultades.
La madre traza primero un cuadro de la familia: el marido
trabaja y con frecuencia vuelve tarde, pero asíy todo, encuentra
tiempo, durante la noche o el fin de semana, para jugar con los
hijos y hablar con ellos (porque también hay un hermanito,
que pronto cumplirá un año, y que es muy bien aceptado por
el niño de tres años y medio). E l niño que nos ocupa frecuenta
desde los dos años y medio el jardín de infantes donde se
comporta bien; al principio hubo algunas dificultades, pues en
el jardín de infantes era considerado el “chiquito”; la maestra
jardinera lo trataba un poco como un bebé, lo cual lo ofendía;
luego las cosas se arreglaron. “Durante el último tiempo se su­
cedieron varias cuidadoras de niños en m i casa, hubo tres du­
rante el año escolar. E ste año —y, aquí está el problema— otra
señora se ocupa de cuidar a mis dos hijos, y parece que no
puede dominar la situación... ”

¿Qué edad tiene esa señora?

74
75

Cincuenta y dos años y es madre de una hija de dieciocho.


Se queja de que el pequeño le desobedezca, sea grosero con ella
y hasta le dé a veces puntapiés. La madre interrogó al niño
que confesó su mal comportamiento; con todo eso la cuidadora
encuentra siempre m uy difícil hacerse obedecer. Cada día hay
un nuevo conflicto. Ahora, durante la noche, el pequeño se
muestra cada vez más nervioso e irritable. Se pone a gritar sin
razón aparente, aun tratándose de detalles nimios de la vida
familiar.

Verdaderamente el chico está hecho un manojo de nervios.

Sí, eso es. Cuando la madre le pide tan sólo que vaya a la­
varse las manos antes de sentarse a la mesa, el chico se niega
a hacerlo. Cuando la madre quiere continuar hablando, el hijo
vocifera: “Basta, basta, deja de hablar... ". E n la carta leemos:
“Y esos gritos escapan a todo intento de explicación'. Para que
el cuadro sea completo, digamos algo sobre el carácter del niño:
es sensible, afectuoso, mimoso; juega a menudo con el herma-
nito a quien visiblemente quiere. La carta termina con una
especie de autocrítica: “M e parece que a veces pedimos dema­
siado a este chico. L e pedimos que sea muy juicioso, muy bien
educado, que nos preste pequeños servicios. Quisiéramos en­
contrar el justo equilibrio entre nuestro deseo de tener un hijo
feliz y nuestros propios problemas de enervamiento; cuando
nos enojamos no lo hacemos en el momento oportuno; no
estamos a la altura de nuestros principios". Esta madre, le pide
a usted algunos consejos sobre la actitud que convendría adop­
tar para que ese chico no se encierre tanto en sí mismo y sea
menos agresivo.

Parecería que aquí hay un fenómeno de rechazo de la actual


cuidadora. Ciertamente, es difícil encontrar a alguien que sea
capaz de cuidar a un varoncito; y, por lo que dice la mamá, la
actual cuidadora no parece haber criado a ningún varón. Ahora
bien, un varón es muy diferente de una niña. Si no es un poco
Ib

violento cuando pequeño —digamos entre los dos años y medio


y los tres años y medio— ésa no es buena señal, pues el chico
tiene necesidad de decir “no” a lo que dice una mujer, la mamá
o la cuidadora. Pero la madre no debe enojarse por eso, porque
en general cuando el niño dice “no” obrará como si hubiera
dicho “sí” dos o tres minutos después. Es menester que diga
no a la identificación con una mujer para que ese “no” sea
un “sí” en lo que se refiere a su desarrollo de varón. Este es
un hecho bastante importante que hay que comprender. La
carta no dice lo que hace el padre, si se ocupa de su hijo mayor,
si lo lleva a pasear, por ejemplo, para sacarlo así del mundo de
las mujeres y del bebé.

A l principio de la carta, se nos dice que el padre regresa


tarde por la noche, pero que así y todo, a menudo dedica un
momento al hijo, por lo menos elJin de semana...

Perolam adre dice que el padre se ocupa de los niños y no de


este primogénito en particular, que por su edad es muy dife­
rente de su hermanito. Se diría que el chico está un poco
demasiado atado a ese hermanito. La situación es ésta: él quiere
hacerse grande, puesto que fue “promocionado”, demasiado
pronto, cuando se lo envió al jardín de infantes a los dos años
y medio. Seguramente tiene necesidad de jugar fuera de la
escuela con niños de su edad. Un bebé no puede bastarle como
compañero de juegos.
Parece sensible e inteligente y se ofendió cuando lo tra ­
taron de "chiquito” . Pero efectivamente era muy pequeño cuan­
do comenzó a acudir al jardín de infantes. Pienso que la madre
podría ayudar a que su hijo se calmara. Por ejemplo, no man­
dándole a que se lave las manos él solo; no es difícil decirle:
“Vamos a lavarnos las manos” ; es decir, que la madre acom­
pañará, ayudará al niño y lo asistirá en esa operación. También,
es bueno que tenga con él algo de intimidad, por ejemplo,
cuando le pide que haga algo. Creo que el niño se sentirá
contento. Hay otra cosa que calma mucho a los niños ner­
77
i

viosos: jugar con agua. Las madres no lo saben suficientemente.


Un cualquier casa hay un fregadero, una palangana o una
bañera con los que el niño puede divertirse cuando regresa
de la escuela o cuando está nervioso por las noches. Se le
puede decir: “Mira, tu padre te ha traído un barquito” . En un
cuarto de baño, donde pueda jugar con agua, el niño se di­
vierte mucho y se calma. También se le enseña cómo reparar
involuntarias inundaciones con un trapo de piso y un secador.

Esa parece una receta de abuela... ¿No hay una explicación


más científica?

En los apartamentos, los niños no tienen gran cosa que hacer


con los elementos naturales. La vida es el agua, la tierra, los
árboles, las hojas, es poder arrojar guijarros, etc. Los pequeños
sienten la necesidad de ser agresivos de una manera indiferen­
ciada. Yo diría que, en este caso, la cuidadora sirve de árbol,
de guijarro, de pared, de todo; y naturalmente esa mujer no
puede dominar la situación, como dice la madre. ¿No podría
la madre m andar el chico a la casa de un amigo al que quiera?
Creo que este niño no es educado como un “grande” ; y el chico
se defiende contra eso. Por otro lado, los padres quisieran que
fuera un “grande”, pero sólo desde el punto de vista de la buena
educación. Cuando la madre habla de las exigencias que tienen
con el niño, se diría que éste tiene ya cinco o seis años; en esa
carta hay cosas verdaderamente contradictorias sobre el niño.
El caso es difícil. Ante todo, hay que evitar que el chico se sienta
culpable. La madre dice que “confesó” su mal comportamiento.
Pero, ¿qué quiere decir confesar? ¿que dio puntapiés? Al niño
le hormiguean ios pies impacientes y éstos se descargan. Tiene
la boca llena de gritos y de sufrimiento y entonces dice tonterías
a la cuidadora. Creo que ese chico no está lo bastante ocupado,
como correspondería a su edad, y que no tiene suficiente de­
sahogo para su necesidad de movimientos. En esa familia parece
que no hay espació para la alegría de vivir.
7H

Volvamos a considerar algunos punios de esta misma curta...


pues si bien usted ya aportó muchos elementos de respuesta,
yo quisiera plantear un problema más general: lo que dice
esta docente interesa a muchas familias. Recordemos esto:
"Me parece que a veces pedimos demasiado a este niño". Se
le pide que sea juicioso y bien educado, se le piden pequeños
servicios y también que sea equilibrado. ¿No es excesivo pedir
a un niño tantas cosas?

Desde luego, y sobre todo que a él se le pide que se con­


forme a los deseos de los padres. ¿Y les gusta a los padres
prestar servicios a su hijo? ¿Son siempre amables y corteses
con él? ¿Les gusta jugar con él? ¿Saben hacerlo? ¿Saben, por
ejemplo, jugar con figuras o láminas, como las de un juego de
naipes — jes tan fácil el juego de la guerrilla!— o con tarjetas
postales? Cuando se le pide al niño que sea juicioso, él no
comprende en modo alguno lo que eso quiere decir como no
sea permanecer inmóvil o prestar algún pequeño servicio; eso
significa que no debe tener iniciativas propias, ¿no es así?
Creo que ese chico “está pagando el precio’’, como todos los
hermanos mayores, de ser el primogénito y que su madre tal
vez no tenga razón al hacerse tantos reproches; quizá tenga
razón en preguntarse cómo debe proceder con ese niño, porque
éste me parece encontrarse en el límite de su resistencia ner­
viosa. Hablé de juegos con agua; pero hay otros juegos: los
rompecabezas, el juego del escondite o juegos en los que el niño
pueda correr y reír. Un chico necesita alegría. Es juicioso
cuando está alegre, cuando está ocupado y habla de lo que le
interesa, cuando juega con su osito, etc. Es bueno que la mamá
le diga: “¿A qué quieres que juguemos hoy?”, en lugar de
jugar a pedirle que haga algún trabajito. Y también es bueno
que de vez en cuando ella también le preste algún pequeño
servicio. Por ejemplo, es corriente que se pida a los niños de
tres años y medio que ordenen sus cosas. Es demasiado tem­
prano para pedirle eso; hay que ayudarlos y decirles: “ |Vamos!
¿Quieres ayudarme? Ordenaremos todo esto juntos”. En coope­
ración.
79

En ¡a carta la mmíre también dice: 4‘Quisiéramos tener un


hijo feliz y equilibrado". ¿Puede corresponder la imagen de
felicidad y de equilibrio de un adulto al mundo de un niño
pequeño?

Difícilmente. Aquí se trata de una madre que es docente.


Habría que creer que, sin ella saberlo, es un poco perfeccio­
nista e “intelectualizante” porque está acostumbrada a ocu­
parse de niños que, por otro lado, tienen a “su” mamá para
jugar, para reír, para divertirse. Tal vez aquí esté el nudo de la
cuestión.
11. Separación, angustias

Tengo aquí la carta de un padre — lo que es bastante


raro en nuestro correo— que form ula el problema de los
/lijos de una pareja separada o que se encuentra, digamos,
en situación ilegal (concubinato). Le pregunta a usted si este
tipo de situación — el adulterio o la paternidad ilegal—
puede acarrear males neuróticos a los hijos. ¿Sufrirá auto­
máticamente un niño en semejante situación? "¿No depende
todo en última instancia de la manera en que los niños se
representen el problema en su cabeza, en su nivel, en su es­
cala propia? ¿No podría evitarse que el niño se sintiera lasti­
mado, explicándole sencillamente la situación?"

¿Lastimar? ¿Sufrir? Cada ser humano tiene sus dificul­


tades. Creo que Jo importante es que los padres asuman su
situación, ya legal, ya ilegal; que los padres puedan decir al
hijo quién lo concibió y que la vida de ese hijo tiene un sen­
tido para la madre que lo echó al mundo y para el padre
carnal... A veces los niños tienen muchos papás, pero sólo
tienen un padre; tienen una madre que los llevó en su seno y hay
que decírselo, pues a veces también tienen muchas mamás, des­
de la cuidadora hasta la abuela. Mamá y papá no quieren decir
QA
81

para un nido pacha y madre carnales. Creo que los niños muy pe­
queños tienen necesidad de saber quiénes son sus progenitores
y también si este hombre, el compañero elegido ahora por la
madre, es decir, su “papá” actual, es o no es su padre. Ahora
son comunes esas situaciones ilegales, de concubinato. Si los
padres asumen la situación deben explicar al niño el sentido
que tiene su vida, el sentido que tuvo para ellos su concepción
y la vida misma del niño; si ahora los padres viven separados,
cada cual lo ama y los dos se sienten responsables del hijo
hasta el momento en que él sea capaz de ser responsable
de sí mismo. Creo que un niño necesita saber que aquel otro
chico es su hermanastro por parte de padre y aquella chica
su herm anastra por parte de madre, etc. Debe explicársele el
apellido que lleva y mostrarle que ése es el punto que lo re­
laciona con la ley, que rige el estado civil para todos; esto
no siempre ocurre de conformidad con los sentimientos de
filiación o de conformidad con la concepción misma.

D e manera que tienen necesidad de saberlo desde que


son muy pequeños...

Por pequeños que sean, nunca debe ocultárseles su situa­


ción. Algún día la respuesta tendrá que ser más explícita
porque el niño hará directamente la pregunta por sí mismo
o por algo que ha oído. Pero lo importante es que los padres
nunca se lo oculten. “ ¿Por qué fulano ha dicho que no es
mi papá, cuando es mi papá?” Entonces, inmediatamente la
madre o el padre deben responder y decir la verdad. Cuando
los padres han aceptado su situación no deben fingir que no
han oído la pregunta, sino que es necesario que respondan
y digan la verdad. De esto depende la confianza que el niño
tenga en sí mismo y en sus padres. Que lo comprenda o no
lo comprenda, ésta ya es otra cuestión. Algún día, hará la
pregunta de manera más precisa. “Juanito me dijo que no
estás casada con papá” o “Que no estás casado con m amá” .
Hay que responder: “Es completamente cierto. Esperaba a que
82

fueras bastante grande para que comprendieses estas cosas. Soy


tu padre carnal, aunque tú lleves el nombre de soltera de tu
madre” o bien “No soy tu padre carnal, pero te considero
como a mi hijo, vivo con tu madre porque nos amamos y ella
está separada de tu padre” o “Has nacido de un hombre que
ella amó, pero no se casaron” , etc. La verdad, sencillamente
como es.

E n lu carta de este señor hay una parte de testimonio:


“M e separé de m i mujer y entre los dos ajustamos, bien o
mal, un sistema por el cual nuestros dos hijos — que ahora tienen
siete años y tres años y medio— debían vivir tanto tiempo
con el padre como con la madre, pasando prácticamente con
cada uno la misma cantidad de días y teniendo la misma
cantidad de comidas, según ritmos variables, a lo que hay
que agregar también dos estadas anuales de ocho días, en
que estamos juntos los dos con los niños, en casas de los
abuelos. Todo el mundo me ha dicho, incluso los psicólogos,
que este sistema es malo y que los hijos deberían quedar a
cargo de uno solo de los miembros de la antigua pareja y
ver sólo ocasionalmente al otro". Este señor agrega: “Contra
viento y marea, pensé que todas esas personas estaban senci­
llamente locas, que no sabían lo que podía ser el amor de
un hombre o de una mujer por sus hijos". Luego pasa a re­
latar los resultados: “A l cabo de tres años, los chicos no
parecen más anormales que los demás; se desempeñan bien
en clase. M is relaciones con ellos han mejorado mucho, han
quedado desprovistas de toda agresividad, siendo así que en
otro tiempo había agresividad en ellas. Hago notar también
que el tartamudeo de m i hijo ha desaparecido mientras
tanto".

Este es un testimonio muy interesante.

¿Le sorprende a usted?


No; en general los padres no se entienden entre sí, en
lanío que parece que éstos, aunque separados se entienden
muy bien. Y se entienden tan bien que hasta pasan ocho días
con los niños. Es raro que padres separados puedan pasar
juntos ocho días con los hijos. La carta no nos dice si se
trata de varones o de un varón y una niña, ni tampoco si
alguno de los padres ha vuelto a casarse. El problema se hace
mucho más complejo cuando uno de los cónyuges vuelve a
casarse, tiene un nuevo bebé y el otro por su parte también
tiene hijos. Creo que no hay soluciones hechas. La verdadera
solución está en que los padres, responsables de la vida de un
hijo, continúan entendiéndose para que esc niño viva mo­
mentos entre sus dos padres y si es posible que se le aclare
su situación, que sepa que los padres, aunque divorciados,
se sienten los dos responsables de él. Lo que logró realizar
este señor es algo por lo que lo felicito. Podría decirse que los
hijos que van ora a la casa de uno, ora a la casa del otro
terminan por no saber ya dónde está la “casa propia”.
El chico de siete años, por ejemplo, está todavía en la casa
del padre o en la de la madre; por el momento no tiene
deberes difíciles que hacer. Es cierto que un niño trabaja
mejor y hace mejor sus deberes cuando está en su rincón
y en un mismo lugar y cuando ve a su padre y a su madre
todo lo posible. Pero, si este señor, pudo arreglar (as cosas
de otra manera, ¿por qué no? Lo importante es que el niño
sienta que los dos padres están de acuerdo para que él mismo
viva en el mejor de los ritmos su propia vida, según la edad,
su asistencia a la escuela, sus camaradas, etc.; es menester
que no haya tapujos o secretitos, cosas que se digan a uno
y no al otro. Pero esto, desgraciadamente, es raro a causa
de la susceptibilidad y la rivalidad de los padres separados,
obsesionados con el tiempo en que cada cual “posee” a los
hijos, y a causa también del modo diferente de vida del padre
y de la madre divorciados.
12. Preguntas indirectas
(Paternidad, nacimiento, sexualidad)

A q u í tengo una carta que llega de Suiza; es de una mujer


que adoptó a una niña. L a pequeña vivía antes en un medio
de lengua alemana. L a madre adoptiva es de lengua francesa.
Le preocupa saber si el hecho de haber ingresado en un
medio de lengua francesa habrá chocado a la niña. Preciso
que la adoptó a la edad de dos meses y que ahora la niñita
tiene cinco o seis meses. Esta mujer ha escuchado, con mucha
atención, lo que usted dijo sobre el lenguaje del niño. Creo
que usted comparó la memoria del niño con una especie de
cinta magnetofónica que lo registra todo.

Es cierto.

L a pregunta precisa de esta señora es la siguiente:


“¿Podrá resurgir algún día lo que esta niña vivió in útero
y durante los dos primeros meses de su vida? ¿Cómo decír­
selo y, sobre todo, cuándo decirle que es una niña adoptada?”

¿No se nos dice qué edad tiene ahora la ñifla?

Seis meses.
84
i
85

Entonces aquí hay varias preguntas. En primer lugar:


¿A qué edad debe decirse a un niño que es adoptado? Me
parece que no corresponde hacer esta pregunta, puesto que
nunca debe ocultarse al niño su condición. Cuando la madre
habla con amigos, éstos saben que se trata de un niño adop­
tado y el padre también lo sabe desde luego, porque supongo
que hay, asimismo, un padre adoptivo. Creo que en este caso
lo importante es que la madre diga a menudo y como al
acaso o a sus amigos: “ ¡Qué alegría nos da tener a esta nena!
Nosotros no podíamos tener hijos” o decir también ‘‘yo no
podía engendrar un hijo” . La pequeña oirá siempre esas
cosas y cuando pregunte como hace todo niño: “ ¿Dónde
estaba yo antes de nacer?” —pregunta que hacen todos los
niños alrededor de los tres años'—, será muy fácil responderle:
“Pero, si tú lo sabes muy bien. Siempre digo que yo misma
no te he llevado en mi vientre. Tuviste una mamá que te
concibió con un señor a quien ella amaba; has crecido en su
vientre y ella te echó al mundo. Esa es tu madre carnal. Te
ha hecho muy linda, pero no podía conservarte. Y, como no
podía conservarte, buscó a un papá y a una mamá que pu­
dieran criarte y educarte. Y nos ha elegido a nosotros” . O bien
se le puede decir: “Nosotros buscábamos a un bebé que su
papá y su mamá carnales no pudieran conservar con ellos”.
Hay que repetir siempre estas palabras: “Papá y mamá car­
nales...” . “Nosotros queríamos adoptar una niña y nos dije­
ron que tú no tenías padres; por eso fuimos a buscarte.”
Entonces la niña dirá: “Pero, ¿adónde?” Se le dirá entonces
la región o la ciudad a la que se la fue a buscar y la niña
volverá a hacer esta pregunta muchas veces en su vida y cada
vez esta verdad será dicha progresivamente con palabras
cada vez más conscientes para la niña; hay que decirle
siempre que "su mamá carnal” la quería mucho. A un niño
hay que decírselo siempre y sobre todo a una niña, pues esta
circunstancia tiene consecuencias bastante graves, cuando la
niña crece junto a una madre a la que presiente estéril, si es
que ya no lo sabe. Estas niñas se desarrollan con un futuro
86

(inconsciente) de esterilidad, De manera que la respuesta se


presenta por sí misma: nunca hay que ocultar la verdad.
“ ¿Entonces yo no soy como los demás?”, podrá decir un niño.
“Eres como nosotros, que somos tus padres adoptivos y tú
eres nuestro hijo adoptivo. Eso quiere decir elegido.”

La preocupación de esta madre estriba en que “cuando


la niña llegó de una provincia alemana, todos los vecinos es­
taban al corriente de la situación. Los chicos que pronto
serán los camaradas de juegos...”.

Sí, todo el mundo lo sabe.

Todo el mundo lo sabe y esta señora quiere ser la primera


en decírselo. D e modo que, según usted, puede decírselo en
edad muy temprana.

Sí. Sin duda, la niña oirá decir “adoptada” o “adoptiva” .


¿Adoptiva? Y preguntará lo que quiere decir esa palabra;
los padres pueden prevenir esta “revelación” hablándole,
con motivo del embarazo de una mujer que conozcan, del
nacimiento de un bebé. Hay que explicárselo. Otro medio
por el cual puede hacerse comprender a la niña lo que sig­
nifica la adopción es referirse a lo que ocurre con las aves:
el huevo y la gallina. Una gallina pone huevos que son incu­
bados por otra. ¿Cuál es la verdadera mamá? Puede haber
muchas verdaderas mamás. Hay una mamá carnal y una
mamá educadora, por ejemplo.
Consideremos ahora la otra cuestión, la de la lengua ale­
mana. Como esta niña, mientras estaba en el vientre de la
madre se encontraba en medio de habla alemana y vivió
hasta los dos meses en ese medio, oyó desde luego fonemas
alemanes, que permanecerán en su inconsciente profundo,
pero esto no tiene ninguna importancia, no es nocivo para
la niña. Lo que podrá ocurrir es que, posteriormente, muestre
afinidad con la lengua alemana y entonces se le dirá: “No es
K7

sorprendente, puesto que tu mamá carnal y tal vez tu padre


carnal, eran suizos alemanes. En el vientre de tu madre y
luego durante dos meses después de tu nacimiento has oído
hablar en alemán” .

Veamos ahora, una carta que se refiere al mismo pro­


blema, a las preguntas que hacen los chicos sobre su origen
mediante un rodeo. L a carta plantea una doble cuestión. La
primera es ésta: “Tengo un bebé, una niñita de dos meses,
que se pone a llorar regularmente al atardecer". Pregunta
esta señora si los bebés tienen necesidad de llorar o de gritar
en determinados momentos, así como las personas adultas
tienen necesidad de hablar.

No creo que los bebés tengan esa necesidad de gritar, en


todo caso, de gritar de desesperación. Las madres se dan
muy bien cuenta de qué tipo de llanto se trata. Hay llantos
que se extinguen muy rápidamente y que son como un sueñe-
cito; pero, si un niño se pone a llorar siempre a la misma
hora, quiere decir que a esa hora algo debe de haberle
pasado en su vida. Ya no se sabe qué es, se le ha olvidado.
Hay que tranquilizar al niño, tomarlo en los brazos, mecerlo...
el movimiento de mecer, como ya dije, recuerda la marcha
de la madre, la seguridad de que el niño gozaba cuando se
encontraba en el vientre de la mamá.

Ahora, una pregunta que yo le hago por m i cuenta. ¿Tiene


un bebé (aun a los dos meses) "estados de ánimo”?

Por supuesto. Un bebé tiene estados anímicos. Cada niño


es diferente; cada persona es diferente desde su nacimiento.
Es posible que sea la caída del día lo que angustia a esta
niña; podría iluminarse la habitación donde está, explicársele
el fenómeno; creo que la madre podría tranquilizarla si en
ese momento la lleva en un portabebés o la envuelve en una
m anta bien apretada contra ella mientras le habla. No es
88

bueno que un bebé llore y se le deje a solas, contrariamente


a lo que se oye decir sobre las buenas costumbres que hay
que inculcarles. Por lo demás, a veces hay niños que sienten
más hambre en una comida que en otra. Siempre hay que
buscar la razón y ayudarlos.

L a carta agrega: “Cuando tuve esta niña, m i marido apro­


vechó aquella ocasión para film a r su nacimiento...”.

Bonita idea...

...y la mamá le pregunta si se puede mostrar esa película


a la niña. ¿ Y a qué edad?

¿Por qué no? Es decir, cuando los padres pasen esa pe­
lícula... bueno, la niña puede estar presente, sin que por ello
se la obligue tampoco a mirarla.

Continúo leyendo: “¿Debemos esperar a que nazca otro


hijo o se le podrá mostrar este film ahora?... ”

¿Y si no llega otro hijo? ¿Entonces la niña no vería la


película? No, pienso que el niño puede estar presente cuando
los padres vean la película, si éstos lo hacen de cuando en
cuando (sólo que me pregunto qué los impulsa a m irar con
frecuencia ese recuerdo de un día). Además, cuando la niña
hable de su nacimiento (y esto también llegará): “ ¿Cómo era
yo de pequeña?’’, seguramente se le mostrarán fotografías de
un álbum y la m adre agregará: “cuando naciste, tu padre
hizo una película. El día que quieras, podemos m irarla” .
También es muy posible (y la madre no debe sentirse ofen­
dida por esto) que la niña se limite a responder “ ¿Ah, sí?”
y que se marche o diga: “Eso no me interesa” . No me sor­
prendería que ocurriera algo de este estilo. Sin embargo, lle­
gará el día en que la niña estará muy interesada en ver la
película. Creo que al ser humano, adolescente o adulto, le
i
«9

complace ver escenas tic su inlaucia y -¿por qué no de su


propio nacimiento?
Pero en general, los niños sólo asisten a exhibiciones de
tules películas para acomodar Sus deseos a los deseos de los
padres. Los niños están interesados en su presente y en su
mañana, pero no en su pasado.

Le pediré también que responda usted a una carta que


tiene relación con la anterior aunque se refiere a otro tema:
el de la sexualidad de los niños. Se nos pregunta sobre el
diálogo con los niños, es decir, las preguntas que podría hacer
esta niña sobre su nacimiento o su adopción y que otro niño
puede hacer a propósito de la sexualidad. E s una carta que
se refiere a niños de ocho a doce años. La madre pregunta
cómo debe hablarles, a esa edad, de la vida sexual y dónde
detenerse para no chocarlos. ¿Debe esperar uno a que el niño
pregunte o debe provocar las preguntas a fin de que el tema
no sea tratado entre los compañeros de clase de una manera
malsana? ¿Qué hay que hacer si el niño no pregunta?

En general, los niños, después de los tres o cuatro años,


edad de las preguntas directas, no hacen preguntas, si se en­
tiende por “pregunta” la interrogación directa. Pero un niño
siempre hace preguntas indirectas, casi desde el día que em­
pieza a hablar y a formar frases. Un tipo de pregunta indi­
recta es éste: “ ¿Cómo serán mis hijos?” “Dependerá (supon­
gamos que se trate de un varón) de la mujer que elijas.”
“ ¡Ah! ¿Sí?” y eso es todo. No se dice nada más. Pero el niño
vuelve a la carga: “Por qué me dijiste que todo depende de
la mujer que elija?” “Como sabes, tienes un papá, lo mismo
que todos. A veces oyes decir que te pareces a tu padre por
esto o por aquello y que no te pareces a tu padre por esto
o por aquello. ¿Por qué un hijo se parece a su padre? Porque
el padre tiene tanta intervención como la madre en la vida
de un hijo.” “ |Ah!” Y con eso basta. Si el niño no hace
una pregunta más precisa, uno se queda allí. Se ha dicho
algo en el camino de la verdad y llegará un día en que habrá
que decirla toda.
En cuanto a la cuestión de engendrar un hijo y a la pre­
gunta: “¿Dónde estaba yo antes de nacer?” , hay que respon­
der: “Antes de nacer estabas en mi vientre”. Siempre se en­
cuentra ocasión de ver a una mujer embarazada y de explicar
la situación al niño que dice: “ ¡Qué gruesa está esa señora!” .
“ ¿No sabías que las mamás llevan a sus bebés dentro de
ellas mismas antes del nacimiento? Dentro de algunas se­
manas o de algunos meses, verás en esa casa un cochecito
de niño y comprobarás que la mamá ya no tiene el vientre
tan grueso: pero habrá un bebé en el cochecito.” Esta es
una manera sencilla de explicar que la madre llevó a su hijo
en su seno, manera que, por lo demás, no presenta dificul­
tades para las madres en general. Más difícil es responder
a la pregunta: “¿Y cómo salió?” “ Por abajo, entre las
piernas de la madre, a través del sexo de la madre. Tú sabes
que las mujeres tienen un agujero ahí. Y ese agujero se abre
para dejar salir al bebé.” Lo que a los padres les resulta
aún más difícil es hacer comprender al hijo el papel que
desempeña el padre. Por eso, ante una pregunta indirecta,
encubierta, hay que explicarlo todo, sin vacilaciones. Un niño
podrá decir: "Aquel amiguito mío, no tiene papá” . "Te en­
gañas, eso no es posible.” “ ¡Sí, el mismo me lo dijo!” “Pues
se engaña; no conoce al padre, pero tuvo un padre carnal
(hay que emplear siempre esta expresión 'padre carnal’); tal
vez haya muerto. No sé. Pero, de todas maneras, si su madre
no hubiera conocido a un hombre, el chico no habría nacido.
Hubo un padre carnal; te lo aseguro y podrás decírselo a él
mismo. La madre amó a un hombre, ese señor le dio una
semilla de hijo.” Entonces el niño dirá: “¿Pero cómo?” “Se
lo preguntarás a tu padre.” Creo que es preferible que la
madre remita al hijo siempre al padre o que padre y madre
le hablen juntos para explicarle que las pepitas de hijo se
encuentran en los sexos, tanto del varón como de la mujer.
“Es necesario que una mitad de grano de vida de mujer y
91

tilín mitad de grano do vida del hombre so encuentren en el


vientre de una mujer para dar vida a un ser humano, varón
o ñifla. Ni tu padre ni yo decidimos sobre tu sexo.”

La madre cuya carta leimos hace un instante agrega que


no está de acuerdo con su marido: “M i marido sostiene que
de cualquier manera es menester que el niño lo sepa todo
y hasta que lo vea todo, y que dehemos instruirlo sobre el
placer sexual. No comparto semejante opinión".

El placer es algo que el niño ya conoce. No conoce el


placer que brinda el contacto con otro, pero conoce el placer
de la zona genital. El padre tiene razón. En efecto, hay que
enseñar al niño que el deseo sexual da placer a los adultos
en la unión. Al hablar de hombres y mujeres que engendran
un hijo y que son padres y madres, hay que pronunciar la
palabra "deseo” : “Es algo que conocerás cuando seas grande,
con una chica a la que ames mucho y a la que desees”.
Eso es todo lo que hay que decir. Así puede hablarse del
amor que implica una relación sexual de un cuerpo con otro.
En cuanto al placer que el sexo procura al niño, aun siendo
muy pequeño, hay que decirle que eso es natural, pero que
no hay que tratar de buscarlo, asi como tampoco hay que sus­
citar su voyeurismo.

Habló usted de un problema planteado por un varoncito


y aconseja que se lo remita al padre. Pero,' ¿qué se hace
cuando no hay padre?

Si no hay padre, es decir, si en la casa no hay un hombre,


y cuando se trata de un varón, creo que la madre debe de­
cirle: "U n hombre te lo explicará, porque yo nunca fui
hombre y, por lo tanto, nunca fui un varoncito. Sólo
un hombre puede explicar los problemas que se plantea un
chico” . O bien, debe buscarse un médico y decirle: “Mi hijo
me ha hecho esta pregunta, ahora me retiro, hablen ustedes
dos solos, como hombres”. Así debe darse la explicación. No
soy partidaria de que las mujeres expliquen estas cosas a los
varones. Claro está que si el médico de la familia es una
mujer, ésta sabrá hablar bien, pero sería mejor que un
hombre explicara las cosas. Si es un hombre quien inicia a
un varón en el amor acompañado de deseo sexual por una
muchacha o una mujer, es necesario que aquél hable no sólo
del placer sino también del respeto por la falta de deseo del
otro. Y debe agregar: ‘‘Esto no es posible con tu madre o tus
hermanas. Tendrá que ser con una muchacha que no sea
de tu familia”. Y si el muchacho pregunta por qué, hay que
responderle: “Cuando seas grande escribirás un libro sobre
el tema. Es muy complicado. No sé darte una respuesta con­
veniente, pero esa es la ley de todos los humanos” . Y los
niños aceptan muy bien esta explicación, cuando saben que
sus padres están también sometidos a la misma ley, en rela­
ción con ellos. Se les puede decir: “No sé cómo responderte,
pues la prohibición del incesto no es un problema sencillo;
pero en el ser humano es así, esa es la ley, no ocurre lo
mismo con los animales” . Por mi parte, creo que con los
niños hay que reservar siempre el término “matrimonio” o
“ casamiento” , para designar la unión sexual de los hombres
y de las mujeres comprometidos ante la ley, y no dejar que
se emplee este término cuando se habla del coito de los ani­
males, que debe designarse con la palabra acoplamiento.
También puede hablarse a los niños de la procreación, que
exige la unión sexual de dos seres de sexo diferente, sin que
esa unión sexual vaya acompañada siempre de la procreación.

Mientras la escuchaba volví a leer la carta que dice: “M i


marido sostiene que de cualquier manera es menester que el
niño sepa todo y hasta que lo vea todo".

Creo que ese señor en modo alguno se da cuenta del


peligro que representa, para un niño, asistir al coito de sus
propios padres a requerimiento de éstos. Si un día los sor­
93

prende, tanto peor para 61. Pero sí los padres advierten que
el hijo asistió a su coito, tendrán que decirle: ‘‘Bueno, eso
es lo que yo te habla explicado. Eso es lo que acabas de
ver” . A mi juicio ese señor se engaña pensando que su hijo
debe asistir a las relaciones sexuales de sus padres. La expe­
riencia sería traumatizante, pues la genitalidad de un ser
humano está construida en el pudor, en el respeto de los
demás y en la castidad de los adultos ante los niños; es más
aún, hay que tener en cuenta las sensaciones de los niños
en relación con una sensibilidad en vías de desarrollo. No,
no, nada de trabajos prácticos incestuosos con la complicidad
de los padres. Es una experiencia que pervierte al niño.
13. ¿Hay m adres fatigadas?

Ahora le mostraré algunas cartas en que se objeta lo que


usted dice...

Encantada, eso siempre es interesante.

...de personas que no están de acuerdo con lo que us­


ted dice.

¡Y yo acepto gustosa las objeciones!

Una madre le reprocha el hecho de que usted pase por


alto las realidades sociales. “Cuando usted habla de las m u­
jeres. se olvida de las madres y de sus hijos pequeños, de
todas esas madres que al cabo de dos o tres meses gritan:
'¡Ah, los crios! ¡Estoy harta de ellos!’ " Y esta madre con­
tinua diciendo que la maternidad puede ser también un in­
fierno, que hay que renunciar a l mundo, si uno sigue los
consejos que usted da y se queda el máximo de tiempo en
la casa para criar al niño. Luego, le pregunta a usted por qué
habla tan poco de los padres.

94
95

Ya ve usted, no se puede complacer a todo el mundo.


1'sUi mujer tuvo hijos y no descubrió las alegrías de la ma­
ternidad cuando sus hijos eran pequeños..., pues bien, hay
mujeres de esta clase, es cierto. Tal vez habrá menos ahora
cuando la maternidad puede evitarse. Antes eso no era po­
sible sin que las mujeres arruinaran su salud. ¿Qué puedo
decirle a esta mujer? En primer lugar, que no escuche nuestra
transmisión. Luego, que reconozco las dificultades sociales;
las viviendas demasiado estrechas determinan que las madres
se pongan nerviosas. Sin embargo, muchas mujeres, que
están nerviosas y viven en pequeños alojamientos, quieren a
sus hijitos y tratan de criarlos —de acuerdo con todos los
testimonios que recibimos por carta— y de ayudarlos lo mejor
que pueden. Y eso es lo que por nuestra parte tratamos de
hacer nosotros aquí. Por supuesto, no podemos transformar
las viviendas ni la salud de las madres sobrecargadas de
trabajo y nerviosas. Los hijos... Vaya... me parece, y ésta es
una pequeña idea mía, que los hijos eligen a sus padres y que
saben muy bien que su mamá es como es. Como están cons­
tituidos por los mismos elementos hereditarios que la mamá,
comprenden perfectamente el nerviosismo de ésta. De cual­
quier manera me parece que es un problema falso el de plan­
tear la cuestión social cuando se trata del amor de los padres
por sus hijos. Ya me he retérido a la separación de las madres
que trabajan; lo importante es que les hablen a sus hijos.
Por otra parte, si puede permanecer con el niño, que no haga
de sus cuidados una carga pesada, que no se encierre en la
casa; por el contrario, debe salir todos los días, frecuentar
a otras mujeres con sus hijos en la plaza pública, llevar al
niño a ver amigos y mejor si se trata de amigos que también
tienen hijos. Conozco algunas madres a quienes les pesa
atender a sus bebés, se aburren; es menester que se orga­
nicen con otras madres y que se agrupen para cuidar a los
niños; dispondrán asi de algunos días de descanso; es prefe­
rible que una madre, que no soporta la idea de permanecer
en su casa, salga a trabajar y pague a una cuidadora, para
evitar caer en la depresión.

D e todas maneras me parece que hay que responder a la


segunda pregunta. La carta dice: “Usted habla poco de los
padres. Sin embargo, los padres podrían ayudar a las madres
y ocuparse de los hijos en un cincuenta por ciento. No sería
mala idea".

Esta mujer tiene razón. Aquí nos encontramos con cos­


tumbres relativamente recientes. Hay muchos padres cuyos
trabajos no les permiten ocuparse diariamente de los hijos.
Pero, hay otros, que no se atreven a hacerlo; hay que ense­
ñarles. Cuando lo hacen descubren grandes alegrías de las
que antes se privaban; creo que corresponde a las madres
ayudarlos a descubrir esas alegrías. Pues si nunca es dema­
siado temprano para hacer que un niño se sienta en segu­
ridad física tanto con el padre como con la madre, es
menester que el padre también se sienta seguro con su hijo.

Otra madre nos escribe animada más o menos por el


mismo espíritu: “/Háblenos de amor!" Primero nos ofrece
un testimonio: “Cuando uno se conduce con un niño de ma­
nera extremadamente amable, cuando se le mima y se le
hacen zalamerías, cuando se le cubre de besos, rara vez se
consulta la opinión del niño. Frecuentemente más lo hacemos
para satisfacer una necesidad personal de ternura que por
alguna otra cosa".

Por supuesto.

La señora. agrega: “Yo misma m e pregunto —por duro


que sea confesarlo— si frente a mis hijos tuve alguna vez
un verdadero gesto de amor. Por momentos, hasta creo que
los detesto, pues me resulta m uy difícil esbozar un ademán
amable, una mirada de complicidad y de comprensión”. Y le
97

pide a usted esto: "lláblenos, entonces, de amor". Y lo cierto


es que, hay padres que a veces exclaman: “¡Ah, mis hijos!
¡Los estrangularía!... "

Es cierto. Pero esos padres deberían comprender que el


hijo es como ellos mismos. El amor humano es ambivalente.
Para la madre, es una felicidad besar a sus hijos, desde
luego... pero, ¿qué le gusta al niño? Sentirse en seguridad,
junto a su madre. Por lo tanto, hay que hablar al niño sin
temer a contradecirse: “ Sabes, yo, yo no te quiero, no quiero
verte más”. En realidad, eso no es cierto. Entonces, hay que
explicarle: “En verdad, te quiero siempre, pero me irritas,
me pones nerviosa, me hartas” . El niño se dirá: “ ¡Ah!, yo
también soy asi, a veces, con mi m amá”. Además, muchos
niños le dicen francamente a la madre: “No te quiero” . De
esta manera, las relaciones entre ellos se harán muy humanas.
Eso es amar, que nada tiene que ver con caramelos rosados
ni con falsas sonrisas imperturbablemente “amables”. Amar,
significa ser natural y asum ir'sus propias contradicciones.

Entonces, ¿decir al niño que no se lo ama más, puede ser


una manera de hablar de amor?

Exactamente.

E n la misma carta se considera otra cuestión: la de los


besos que los adultos dan a los niños... Usted no recomendó
dar besos a los niños en la boca...

No. Y menos si ellos no lo piden. Esos besos pueden crear


una excitación sensual tramposa.

Esa misma señora nos escribe: "Pero, ¿cómo hacen los


rusos?”, porque los rusos, los adultos — como es bien sa­
bido— se besan en la boca... Bueno, la señora pregunta si
eso no crea problemas a los hijos rusos...
No, precisamente porque se trata de un hecho social. No
son intimidades sensuales. Todo hecho social está desero-
tizado. Entre nosotros nos damos la mano; pero hay países,
la India, por ejemplo, en los que darse la mano es un ademán
muy inconveniente, países en los que ese movimiento implica
una intimidad táctil, precisamente porque ese ademán no
está “socializado” . Todo depende deí medio y del país. En el
trato con los niños, conviene evitar intimidades que asuman
una dimensión erótica dentro del marco de nuestra sociedad;
pero si en otra sociedad es común dar besos en la boca, esos
besos ya no quieren decir nada; en cambio alguna otra cosa
implicará erotismo... Lo cierto es que los padres deben evitar
con sus hijos esa otra cosa, en nuestro caso, contactos cuerpo
a cuerpo.
14. El mayor es un poquito la cabeza,
y el menor, las piernas
(Hermanos entre sí)

Hablemos de un problema que concierne a casi todas las


familias: la coexistencia de los niños y también las relaciones
de ciertos diablillos con sus padres. E n la primera carta que
se le plantea a usted esta cuestión, se trata de una mamá
que tiene dos hijos, uno de siete años y medio y otro de cuatro.
Son varones, la madre dice: "El mayor es un poquito la
cabeza y el pequeño, las piernas. He escuchado muchas de
sus transmisiones. Dijo usted que era casi anormal que el
niño no tuviera celos de un hermanito. Pues bien, el chico
de siete años nunca manifestó celos. E s un niño que parece
casi demasiado maduro para su edad". L a cuestión que fo r­
mula esta madre, es la de saber en qué momento el lenguaje
de los adultos, que se está utilizando con este niño, se hace
para él demasiado complicado para entenderlo.

Cuando hablé de celos, me referí a niños de una edad


entre dieciocho meses y cinco años. Ahora bien, precisamente
este chico tenia alrededor de cinco años cuando nació su
hermano menor. Dije que el problema de los celos provenia
de la vacilación que experimentaba, el hijo mayor, entre dos
99
100

posibilidades: ¿Vale más (considerando toda la admiración


de la familia) identificarse con un bebé, es decir, pasar por
un proceso de regresión, para retomar las costumbres que
tenía uno cuando era pequeño, o, por el contrario, progresar
e identificarse con los adultos? Parece que este hijo mayor
optó por la segunda solución. Experimentó cierta resistencia,
cierto temor a sufrir un proceso de regresión viendo a su
hermanito; al mismo tiempo ya era capaz —puesto que acu­
día a la escuela y frecuentaba a otros niños de su edad— de
identificarse con su padre o con otros muchachos mayores.
Eligió esa posibilidad, acaso demasiado temprano, ya que,
según lo que dice la madre, se conduce y habla como un
adulto pequeño. Cuando los dos niños están juntos, quizá se
advierta entre ellos una gran diferencia. Y es así como el
mayor muestra sus celos, de una manera indirecta. Asumir
el aire de estar en el nivel de los adultos, siendo que todavía
no lo está, para que no se lo confunda con el pequeño quien
por cierto no puede hacer otro tanto. Creo que de todas ma­
neras no hay que preocuparse por este hijo mayor demasiado
razonable, tal vez un poco inhibido, que no juega lo suficiente.
La mamá debería disponer las cosas de manera tal que reci­
biera en su casa a camaradas de su edad y un poco mayores
y recibiera al mismo tiempo a niños pequeños entre dieciocho
meses y tres años para que jugaran con el hijo menor. Los
niños siempre tienen interés en estar con chicos un poco
menores y un poco mayores que ellos mismos, no sólo con
chicos de su misma edad.

Y en cuanto a la otra parte de la cuestión...

¿Hablarle como a un adulto?

Sí. "¿Cómo saber cuando ya no comprende las explica­


ciones...?” Lo cierto es que no tiene mucha edad, sólo siete
años y medio.
101

Croo que a los siole años y medio, el niño comprende


(odas las explicaciones. El único peligro que podría haber
nqui, es el de que se ponga exclusivamente a hablar, que
no haga ninguna otra cosa ni con sus manos ni con su cuerpo,
que sea presa de la palabra, que quede divorciado de los
sentimientos, de las sensaciones y de los deseos de su edad.
Si no tuviera también manos, brazos y piernas, se encontraría
separado de sus camaradas. Por lo demás, la madre misma
lo dice: “El pequeño es como las piernas” . Será bueno que
el mayor juegue al fútbol, que practique deportes, que su
padre lo lleve a nadar a la piscina. Evidentemente, hay un
peligro en el hecho de que el niño quiera ser el compañero
de los adultos, valiéndose de las palabras, y se aparte com­
pletamente de los chicos de su edad, de sus juegos, de sus
intereses para desempeñar el papel de una persona mayor.

Otra carta plantea el problema de la actitud que habría


que asumir frente a chicos de catorce, doce y ocho años, que
se pelean mucho entre ellos, no cesan nunca de reñir. La
madre dice que es víctima de crisis nerviosas a causa de tales
incidentes; el padre, que ha analizado los hechos, llegó a la
conclusión de que los niños lo hacen a propósito para sacarla
de las casillas. L a pregunta es ésta; “¿Es posible que los
chicos puedan ser bastante perversos para divertirse con las
crisis nerviosas de su madre?"

Aquí no hay, en modo alguno, perversión. Esos niños no


son perversos. ¡Pero es tan divertido tirar de una cuerda y
hacer sonar la campana o manipular a los adultos como si
fueran títeres! Tengo la impresión de que esa señora sirve
de muñeco a sus hijos. Estoy segura de que si cuando los
chicos se disputan tomara el partido de cerrar la puerta de la
habitación en la que se encuentra — claro está que debe
haber por lo menos dos habitaciones— , de taparse los oídos
con algodón y no ocuparse de lo que ocurre, diciendo al
mismo tiempo: “Bueno, si os hacéis trizas, os llevaré al hos­
102

pital, pero no quiero ocuparme más de vuestras riñas” , todo


se calmaría muy pronto. Por otro lado, puede salir á d ar una
vuelta y todo se calmará durante su ausencia; en todo caso,
no se agravará y ella misma se sentirá mejor. Pero sobre
lodo que no se mezcle en las peleas. Con tres varones, la si­
tuación es difícil; sería conveniente que el mayor saliera 3o
más posible del medio familiar para frecuentar a muchachos,
de su edad. Catorce años... realmente, ya debería tener su
vida propia, sus camaradas y, por supuesto, regresar a las
horas de las comidas para estar con sus padres y para hacer
sus deberes. Si esta familia poseyera un cuarto en el que los
niños pudieran trabajar tranquilos o aislarse uno de los demás
cuando lo deseara, estaría bien. Pienso en esos medios de
‘‘defensa pasiva", como por ejemplo, poner en la puerta un
cerrojo que pueda correr el que se encuentra en la habitación.
Si éste deja la puerta abierta, eso quiere decir que le divierte
disputar con los otros. Ahí está toda la complicación. Pero,
por lo menos, se habrá dado al que quiera estar tranquilo
la posibilidad de aislarse.

Por otro lado, hay padres preocupados por ¡o que llaman


"rabietas". A q u í tengo la carta de una madre de tres varones,
uno de siete años y medio, el otro de cuatro y medio y el
tercero de dos años. E l menor, desde el momento en que
aprendió a andar, se hizo según parece muy colérico y muy
exigente; no deja de irritar a sus hermanos durante todo el
día. Esta madre le pregunta a usted cuál es la actitud que
debe adoptar ante ataques de cólera que asumen proporciones
bastante considerables: "¿Qué hay que hacer para calmar la
cólera de un niño? ¿Pueden evitarse semejantes escenas siendo
uno muy conciliador? ¿No podrá serlo uno en exceso?"
Hay que agregar que ese niño goza de excelente salud.
Y para completar el cuadro, tengamos en cuenta que la mamá
no se preocupaba demasiado de esos accesos, pero que fueron
los vecinos los que le llamaron la atención sobre ellos; al oír
cómo aquel niño de dos años montaba en cólera, fueron a ver
103

a la madre para decirle: "Debería tener cuidado. Este niño


debe estar enfermo. Tendrá convulsiones".

Respondamos primero a este último punto: las convul­


siones no se producen durante los ataques de cólera. Esos
accesos pueden ser dramáticos en un niño, pero nunca ter­
minan en convulsiones. De cualquier manera, me parece que,
en esta familia, sin que se den cuenta, debe ser el hijo segundo
el que pone nervioso al pequeño y que se las compone para desen­
cadenar esos accesos de cólera porque él mismo debe de estar
celoso del pequeño... El lugar de hijo segundo es difícil. El
hijo segundo querría ciertamente conservar un entendimiento
especial con el mayor y aislar al pequeño de ellos dos o del
mayor. La situación con tres varones es muy difícil. El se­
gundo debe imponer, sin que nadie se dé cuenta de ello, al
tercero un lugar de niño verdaderamente pequeño, Y este pe­
queño es puesto en todo momento en posición de inferioridad
por los otros, porque no puede jugar con ellos. La madre
podría mejorar mucho la situación si se interesara más por
el pequeño y lo ayudara a desarrollarse, pero no siendo “con­
ciliadora” . Además hay otra cosa: es perfectamente corriente
que los niños sean coléricos. Que busque entre los miembros
de la familia si no hay algún miembro que sea también co­
lérico.

Esta señora dice en su carta: "M i marido, cuando niño,


era extremadamente colérico”.

Entonces hay que decírselo a este niño. El padre debe decír­


selo: “Cuando era pequeño, era como tú; m ontaba fácilmente
en cólera, y con el tiempo comprendí que ese modo de ser
no me hacía amigos; tuve que esforzarme mucho para domi­
narme. Tú también lo lograrás”. Sería conveniente que el
padre se ocupara más de ese hijo sin echarle culpa alguna,
puesto que él mismo se reconoce en él. Pero, naturalmente,
esos ataques de cólera molestan a los vecinos.
KM

De manera que, si la comprendí bien, lo que hay que


hacer ante un acceso de cólera infantil es dialogar con el
niño y no ponerse a dar alaridos más fuertes, no reprenderlo.

Y menos aún burlarse de él. El diálogo es casi imposible


durante el acceso de cólera, cuando el niño ya está emba­
lado,.. pero no hay que reprenderlo ni tampoco reprender
a los niños mayores por haber suscitado el ataque. Hay que
proceder como director de orquesta: calmar un poco a los
grandes y luego hacer que todo el mundo se calle. Y si el
padre está presente, sería bueno que llevara al niño a otra
habitación y que allí lo calmara a solas. Luego, volverían
juntos adonde están los demás y el padre diría: “Bueno, ya
pasó. Cuando sea grande, sabrá dominar él solo su cólera,
pero todavía es pequeño. No es agradable ni cómodo poseer
semejante naturaleza; lo sé muy bien, pues yo era como él”.

Precisamente, ¿hasta qué edad, según usted, ese niño


puede sentirse impulsado a dar alaridos?

En primer lugar, un niño no puede dominarse sin una


ayuda afectuosa antes de los cuatro años y medio o cinco
años. El niño colérico es como una pila eléctrica, tiene nece­
sidad de calmarse. Como ya dije, el agua calma mucho a los
niños. Jugar con agua los divierte y también los calma. Cuan­
do un niño acaba de sufrir un acceso de cólera o cuando
se presiente que se va a producir uno de esos accesos es con­
veniente hacerle tom ar un largo baño o que el adulto le pase
suavemente una esponja fresca y húmeda por el rostro y las
manos. Los niños tienen necesidad de baños y los coléricos
más todavía, baños prolongados que los distiendan, o duchas
agradables. No duchas frías, que excitan, sino duchas de agua
tibia, calmantes.
/ Tampoco es cuestión de que los baños se conviertan en
un instrumento de tortura! ¡Que se amenace al niño con un
baño o una ducha cada vez que refunfuña!
105

Es necesario que el bailo produzca placer. También con­


viene llevar al niño a la piscina; éste no es demasiado pe­
queño. Los niños tienen necesidad de agua. Conviene que vea
a oíros de su edad; éste irrita a sus hermanos porque no tiene
oíros compañeros.
15. ¿Qué es una cosa verdadera?
(Papá Noel)

A q u í tengo una pregunta sobre Papá Noel; así como


suena. Se trata de un padre que pide la opinión de usted
sobre ese mito: "¿Debe uno dejar que el niño crea en Papá
Noel, en los ratoncitos cuando pierde los dientes de leche o
en los huevos de Pascua? Cuando los compañeros de la es­
cuela lo enteren de la verdad, ¿bastará la explicación de los
padres sobre el simbolismo de Papá Noel para compensar
la decepción del niño, quien de manera brutal se dará cuenta
de que sus padres le mintieron?"

Creo que esta es una pregunta que no tiene razón de ser.


Los niños tienen gran necesidad de poesía y los adultos tam ­
bién, puesto que ellos mismos continúan deseándose felices
fiestas, ¿no es así? ¿Qué es una cosa verdadera? Algo que
hace ganar mucho dinero parece una cosa verdadera, ¿no?
y Papá Nocí hace ganar mucho dinero. Creo que ese señor
se preocupa de que el hijo crea en Papá Noel como si hablar
de él fuera mentir. Pero un mito es poesía y la poesía tiene
también su verdad. Por supuesto que no habrá que continuar
demasiado tiempo, ni decir que Papá Noel no traerá regalos
si el niño no obedece a los padres, etc.
107

Si los padres cargan las Unías y parecen tomar demasiado


en serio esta creencia, más que el propio hijo, éste ya no
podrá decirles: ‘‘Bueno, mis compañeros me han dicho que
Papá Noel no existía” . Cuando llega ese día, hay que expli­
carle la diferencia que hay entre un mito y una persona viva,
que nació, que tuvo padres, que tuvo una nacionalidad, que
creció, que morirá y que, fogosamente, como todos los seres
humanos, vive en una casa de esta tierra y no en las nubes.

Le diré a usted que el oyente en cuestión es enemigo


acérrimo de los Papas Noel, especialmente de los que se
pasean por las calles.

Probablemente piensan, con razón, que esos hombres dis­


frazados quitan poesía al verdadero Papá Noel, aquel en
quien él mismo creyó y que no encontraba uno por la calle
todos los meses de diciembre y que solo existía esa noche,
la noche de Papá Noel. Esta novedad lo irrita. O tal vez se
trate, por el contrario, de un ..señor que ya no tiene mucha
poesía en el corazón. No sé si usted mismo cree todavía en
Papá Noel, pero en todo caso yo sigo creyendo en él. Puedo con­
tarle —puesto que todo el mundo sabe que soy la madre de Car­
los, el cantante— que cuando Jean (pues éste es su verdadero
nombre) estaba en el jardín de infantes me dijo un día: ‘‘Pero,
¿cómo se explica que haya tantos Papás Noel? Los hay ves­
tidos de azul... de violeta... de rojo” . Nos paseábamos por la
calle y por todas partes aparecían Papás Noel; entonces le
dije: ‘‘Ese Papá Noel que ves allí, yo lo conozco, es Untal” ,
en efecto era un empleado de una juguetería que se había
disfrazado de Papá Noel* “Ya ves se disfrazó de Papá Noel
y aquel otro que es un vendedor del negocio, también es
un Papá Noel.” Entonces Jean me preguntó: “Pero, ¿y el ver­
dadero?” “El verdadero, sólo está en nuestro corazón. Es
como uno de esos duendes gigantes que uno imagina. Cuando
somos pequeños, nos complace pensar que puedan existir
duendes, gnomos o gigantes. Pero tú sabes muy bien que esos
108

duendes no existen. Y los gigantes de los cuentos tampoco.


Papá Noel no es alguien que haya nacido, que haya tenido
un papá y una mamá, no es un ser vivo; sólo vive un mo­
mento en el corazón de todos aquellos que quieren dar una
sorpresa a sus hijos pequeños durante las fiestas. Y todas las
personas mayores lamentan el hecho de no ser ya niños pe­
queños; y les gusta continuar d¡ciándoles a sus hijos: ‘Papá
Noel te trajo este regalo'. Cuando uno es pequeño no sabe
diferenciar entre las cosas realmente vivas y las cosas verda­
deras que se encuentran sólo en el corazón.” Jean escuchó
todo esto y me dijo: “Entonces, al día siguiente de la fiesta
de Papá Noel, éste no se va en su trineo con sus renos. No
sube a las nubes". “No, puesto que está en nuestro corazón.”
“ Entonces, si pongo los zapatos, ¿no me pondrá nada en
ellos? ¿No habrá nada en mis zapatos?” “ Pero sí.” “¿Y quién
habrá puesto los regalos?” Me sonreí. “¿Tú y papá ponen
entonces los regalos?” “Sí, por supuesto.” “De manera que
yo también puedo ser Papá Noel.” “Claro está que tú puedes
ser Papá Noel. Tu padre, Marie y yo pondremos nuestros
zapatos y tú colocarás en ellos algo. Entonces sabrás que eres
el Papá Noel para los otros y yo diré: ‘Gracias, Papá Noel’,
sabiendo que eres tú, pero yo haré como si no lo supiera.
En cuanto a tu padre, no le diré que fuiste tú; ¡será también
una sorpresa!” El chico estaba realmente encantado, y cuando
volvimos del paseo, me dijo: “Ahora que sé que no existe
de verdad... creo realmente en Papá Noel”.
La imaginación y la poesía de los niños no son ni credu­
lidad ni puerilidad, sino que suponen inteligencia en otra di­
mensión,
16. Morimos porque vivimos

No respondemos a todas las cartas, porque recibimos mu­


chísimas; por otro lado, hay cartas que se refieren a los
mismos problemas y nosotros respondemos a aquellas que
mejor los exponen. Espero que de esta manera las otras
tengan también una respuesta. Como lo decía al comienzo
de este programa, mi respuesta no da por terminada la cues­
tión ni es la única posible; yo misma, a veces sólo tengo opi­
niones de cómo debe uno comportarse con los niños. Por eso
me gustan las cartas “con objeciones” ; muchas madres nos
escriben: “Yo procedo de otra manera y todo marcha muy
bien”.. Eso es siempre muy interesante porque indica que
existe otro tipo de madre que vence las mismas dificultades
de manera diferente de la que yo había pensado; pues debo
decir que los niños nos plantean profundas cuestiones sobre
nosotros mismos. En general, tenemos la tendencia a buscar
la solución sencillamente en lo que nuestros padres han
hecho con nosotros o en lo contrario. Generalmente comen­
zamos por allí, cuando en realidad lo que hay que hacer es
estudiar a cada niño, descubrir su naturaleza propia y tratar
de ayudarlo a superar sus dificultades.
109
110

A q u í hay una carta cuyo tema interesa a todo el mundo:


¡a muerte. ¿Cómo hablar a los niños de la muerte? Nuestra
corresponsal vive en el campo: "Estos niños ven morir ani­
males y eso los lleva a hacer muchas preguntas".

En esta caita hay una bonita fórmula: “Cómo decirles


el porqué de la m uerte”. Morimos, sencillamente, porque vi­
vimos y porque todo lo que vive muere. Desde el día de su
nacimiento, toda criatura viva marcha hacia la muerte. Por
lo demás, no tenemos otra manera de definir la vida que por
la muerte, ni de definir la muerte que por la vida. De ma­
nera que la vida es parte integrante de un ser vivo, así como
lo es la muerte, pues la muerte forma parte del destino mismo
de todo ser vivo. Y los chicos lo saben muy bien.
“Ven morir animales...” ¡pero la muerte de los animales
es algo completamente diferente! Y esto es algo que hay que
decir pronto a los niños, porque los animales no pueden
hablar ni tienen historia. La historia de los animales domés­
ticos se mezcla con la vida de la familia. Pero los animales,
al no tener historia, no tienen descendientes que puedan re­
cordar su vida, así como los pequeños humanos recuerdan
la vida de sus padres. Sabemos que las personas de edad
avanzada, antes de morir, vuelven a sus recuerdos de la in­
fancia y llaman todavía a su mamá. Nosotros, los humanos,
tenemos una historia. Nuestro cuerpo está estrechamente li­
gado a las palabras que recibimos de nuestros padres. Por
lo tanto, es muy importante responder a los niños que pre­
guntan sobre la muerte y no echar un velo de silencio sobre
el tema.
¿A qué edad comienzan los niños a considerar este pro­
blema?

Lo hacen en el mismo momento en que comienzan a abor­


dar la diferencia de los sexos y lo abordan haciendo preguntas
indirectas: “¿Morirás vieja?”, por ejemplo, o: “ ¿Eres ya muy
vieja?” “¿Muy vieja? ¡Nol No tanto como fulano o zutano,
111

pero, es cierto soy bastante vieja.” ‘‘¿Entonces, te morirás


pronto?” “ No lo sé... Nunca sabemos cuándo hemos de
morir." Además se les puede decir, por ejemplo — los niños
suelen oír hablar de accidentes en las rutas— : “Sí, esa gente,
cuando salió de vacaciones, no sabía que iba a morir una
hora después. Ya ves, nadie sabe cuándo habrá de m orir”.
La finalidad de estas palabras es la de llegar a la conclusión:
“Vivamos bien todos los momentos de nuestra vida”.
Existe además la cuestión de las familias creyentes. Hay
creencias en otra vida, hay creencias en la metempsícosis.
Nada sabemos de todo eso. Son respuestas de la imaginación
de ios hombres que no pueden “pensar” la muerte. Un ser
vivo no puede pensar su propia muerte, sabe que morirá, pero
su muerte le parece algo absurdo, algo que no puede pensarse.
En cuanto al nacimiento..., no asistimos a nuestro nacimiento;
otros asisten a él. Y con nuestra muerte ocurre los mismo:
otros asisten a ella. Si me atrevo a decirlo así, vivimos nuestra
muerte pero no asistimos a ella, la cumplimos.
Los niños preguntan sin angustia sobre la muerte hasta
alrededor de los siete años. Comienzan a hacerse preguntas
sobre esta cuestión alrededor de los tres años y, lo repito, sin
sentir angustia. Precisamente, hay que hablarles de la muerte;
por lo demás la ven con frecuencia. Alrededor de los niños
mueren personas que ellos conocieron, hasta otros niños. Creo
que siempre se le puede responder a un chico: “Morimos
cuando hemos terminado de vivir” . Parece absurdo decir esto,
pero es la verdad. Generalmente no se tiene idea de lo que
pueden tranquilizar estas palabras a un niño, hay que decirle:
“Quédate tranquilo; sólo morirás cuando hayas terminado
de vivir”. “ ¡Pero si yo no he terminado de vivir!” “ Pues bien,
como no has terminado de vivir, ya ves que estás bien vivo.”
Mi hijito había oído hablar de la bomba atómica. Un día
vuelve de la escuela y me pregunta: “¿Es cierto eso de la
bomba atómica? ¿Es cierto que todo París puede desapa­
recer?” . “Sí, todo eso es cierto.” “ Pero entonces, ¿puede
ocurrir eso antes del almuerzo? ¿Después del almuerzo? (el
112

niño tenía tres años).” "Claro está, eso podría ocurrir... si


estuviésemos en guerra, pero ahora ya no estamos en guerra.”
“¿Y si esto ocurriera aunque no estuviéramos en guerra?”
"Pues entonces, ya lo ves, no existiríamos más.” “ |Ah! En ese
caso, prefiero que ocurra después de almorzar.” Y yo le res­
pondí: "Tienes razón”. Y eso fue todo. Como usted ve, hubo
sólo un instante de angustia, cuando me preguntó: “¿Puede
ocurrir antes de almorzar?” Mi hijo precisamente tenía
mucho apetito y nos disponíamos a comer. El niño vive con­
tinuamente en el momento actual. Todo lo que se dice se refiere
al instante. Si muere algún miembro de la familia, no hay que
ocultar nunca al niño la noticia de esa muerte. En seguida
percibe la expresión cambiada de los rostros familiares. Y se­
ría grave que el niño no se atreviera siquiera a hacer una
pregunta, en el caso de que amara a la persona muerta y estu­
viera inquieto por su ausencia. Por otro lado, no decírselo,
es tratarlo como a un gato o a un perro, excluirlo de la
comunidad de los seres parlantes.

Con frecuencia se miente a los niños sobre ese tema. Se


habla de un viaje a un lugar lejano, de una enfermedad que
resulta interminable y de la que ya nadie da ninguna noticia.
La situación se hace insostenible, sojbcante.

Cuando me traían niños al consultorio, tuve ocasión de ver


algunos que habían disminuido considerablemente su ren­
dimiento escolar a partir de una determinada fecha... Buscá­
bamos entonces lo que había ocurrido en aquel momento y
comprobábamos que el fenómeno se había iniciado a partir
de la muerte del abuelo o de la abuela, persona de las que
ya nadie hablaba. Cuando el niño pedía ver a la abuela se le
respondía: “Bien lo sabes, ha ido al hospital, pues está muy
enferma” y eso era todo, se rehuía el tema, se cambiaba de
conversación. En realidad, habría que haberle explicado a ese
chico que la abuela había muerto y habría que llevarlo al
cementerio para que viera a dónde van los cuerpos de la gente
113

que mucre. May que hablarle del corazón que ama y decirle
que él no mucre mientras hay personas que se acuerdan de él
y que lo aman. Esa es la única manera de responder a
un niño.
Sería conveniente que en noviembre, en el día de todos
los difuntos, las familias hicieran un paseo por los cemente­
rios, tan hermosos en ese momento, y que allí se respondiera
a todas las preguntas de los niños que se pondrían a descifrar
los nombres y las fechas sobre las lápidas de las tumbas.
Todo eso les parecerá muy remoto y dará motivo a muchas
reflexiones, pero después todo debe ser muy alegre; que se
les dé luego una buena merienda mientras se les dice: “Bueno,
por el momento estamos bien vivos” .

Dijo usted poco antes que la muerte de un animal no


es lo mismo que la muerte de un ser humano.

Me refería a la muerte de un animal al que se mata para


la carnicería.

Yo misma, en lo que se refiere a recuerdos de m i infancia,


nunca pude remontarme más allá de la edad de dos o tres
años, cuando viví un pequeño drama. Tenía yo un patito que
alguien había ganado en una rifa y que me había regalado.
Jugaba con el animalito todos los días en un patio. Además
había decidido que la casa del pato era un cajón que estaba
apoyado contra la pared. Un día, el patito debió pasar dema­
siado cerca del cajón, que se le cayó encima y lo mató. Aquello
me afligió enormemente. Ese es el recuerdo de m i niñez más
lejano a que puedo remontarme. Por eso pienso que la muerte
de un animal puede ser muy importante para un chico.

Ese es el problema de la muerte de todos aquellos a los


que amamos. Cuando un ser querido muere, perdemos toda
una parte de nuestra vida, de nuestra sensibilidad, que ya
no volveremos a recuperar. Usted sufrió por la muerte de ese
114

patito, primero porque podía creerse culpable del incidente,


por negligencia; la muerte nos hace sentir culpables. Y esto
es curioso, en realidad, porque no hay nada malo en morir,
ya que todos debemos morir. Pero cuando creemos que hemos
intervenido de alguna manera en la muerte de alguien, nos
hacemos reproches de haber atentado de algún modo contra
algo que era tan bueno y dulce, agradable y vivaz; atentado
contra el vínculo que teníamos con ese ser, vinculo ahora roto.
En efecto, creo que nunca hay que burlarse de un nifío que
llora a su gato, a su perro, a su patito. Y tampoco hay que
burlarse del niño que guarda trozos de una muñeca o de un
osito descalabrado... El niño no ve la diferencia, todo lo que
ama está vivo, desde luego con una vida diferente. Por eso
no hay que tirar los trozos de un objeto que un niño amó.
Cuando muere un patito, un gatito o un perrito, los niños
quieren enterrarlos, es decir, dar a esa criatura un rito de
duelo. Todos los seres humanos aceptan la muerte a través
de un rito de duelo. ¿Y por qué no? Hay que respetar esta
manera que tiene el niño de superar el misterio, pues es un
misterio para nosotros, tanto la vida como la muerte.
17. El bebé hace a la mama
(Los alimentos)

Una carta trata el problema de la lactancia. Esta mujer


está actualmente embarazada y le pide a usted que hable
de las ventajas y de los inconvenientes de la lactancia ma­
terna. Am pliando la cuestión, hay que decir que en ciertas
clínicas de maternidad se ejerce casi una especie de terrorismo
de la lactancia: ¡Hay que am am antar al niño! Hay muchas
mujeres que se preocupan enormemente, porque se dan cuen­
ta de que no podrán hacerlo.

También se da el caso contrario: ciertas clínicas y ciertos


hospitales comunican una especie de angustia a las mujeres
que quieren am am antar a sus hijos: “ ¡Ah! Pero usted nunca
estará libre, si da de m am ar a su hijo!” . Creo que cada mujer
habrá de reaccionar según la manera en que ella misma fue
criada: si la amamantó su propia madre o si ésta lamentó
no haber podido alimentarla con sus propios senos... Vi a
madres que no tenían leche y que querían am am antar a toda
costa a su hijo, siendo empero visible que el niño no obtenía
el alimento que necesitaba. Será bueno que las madres eviten
ideas preconcebidas sobre este particular. Que esperen la lle­
gada del bebé. Es el bebé quien hará a la mamá. Antes del
115
lio

alumbramiento, ésta podrá decir todo lo que se le antoje:


Haré esto, haré aquello”. Pero cuando aparece el bebé, la
madre cambia completamente de opinión. De m anera que...
no debe hacerse problemas antes de la llegada del hijo. Vi­
vamos día a día las alegrías y tristezas de la vida sin forjar
programas.

Pero hace un instante, dijo usted que eso puede proceder


de problemas que la madre tuvo con su madre en la infan­
cia... M e dijeron que usted misma fu e protagonista de una
pequeña anécdota sobre esta cuestión...

Sería una historia muy larga... ¿Se refiere usted a aquella


mamá que había dado a luz durante la guerra? Sí, es un his­
toria extraordinaria. En aquella época yo estaba en formación
psicoanalítica, y no lo podía creer. Todo ocurrió en el hos­
pital cuando yo era residente. En la sala de guardia de los
internos nos dijeron: “Tenemos una mujer espléndida que
acaba de dar a luz y que tiene una cantidad soberbia de
leche; podremos alim entar con ella a tres niños...”. Durante
la guerra escaseaba mucho la leche; pero al día siguiente me
dijeron: “¿Sabe lo que ocurrió? Pues dio de m am ar a su hijo
una vez y luego la leche se le retiró por completo...”. Nadie
comprendía lo que había pasado. Yo dije: “Hay que hablar
con esa mujer, tal vez su madre no la amamantó y ahora
al sentir al bebé en su seno puede haberla sobrecogido una
sensación de culpabilidad profunda” . Naturalmente en la sala
de guardia todos rompieron a reír... “ ¡Claro está, esas son las
ideas de los psicoanalistas!” Pasaron algunos días —yo acudía
al hospital dos veces por semana— y de pronto me reciben
con gritos de felicitación. Me dijeron: “¿No sabes lo que
ocurrió?” “No, no lo sé.” “A esa mujer le ha vuelto la leche.
Le expuse a la enfermera jefa toda la historia y la idea que
usted había tenido” , dijo el médico interno de la maternidad.
Aquella enfermera había hablado con la mamá en cuestión,
que entre sollozos le confió que cuando niña había sido aban-
í
117

(.Intuida y no había conocido nunca a su madre. La enfermera


tuvo la presencia de espíritu que no tuvieron los otros; con
tono dulce y afectuoso se puso a ser maternal con la joven
mamá diciéndole: “Usted está hecha para ser una bue­
na mamá y conservará a su bebé”. Y luego agregó: “Yo
misma voy a darle el biberón que su mamá no le dio” . Y des­
pués de haber colocado al lactante entre los brazos de la
madre, la enfermera dio a ésta un biberón mientras la estre­
chaba con ternura entre sus brazos. La leche volvió poco
tiempo después. Esta es una historia verdadera.

Consideremos ahora una cuestión precisa sobre la ali­


mentación de los niños; la madre que nos escribe es de origen
vietnamita: "M i hijo es un chico muy difícil' tiene casi siete
años y se alimenta sólo de arroz, pastas, carne de vaca, pa­
tatas y ninguna otra legumbre. Rechaza todas las legumbres
verdes. E n cuanto a las frutas, sólo acepta las naranjas, las
bananas o las manzanas. Procuro que las comidas sean muy
variadas, pero mi hijo se niega a comer lo que él mismo no
eligió. ¿No pondrá en peligro su crecimiento esta rareza?"
La madre agrega que prácticamente no prepara ningún plato
vietnamita y que de todas maneras el chico rechaza su co­
mida. Cuando iba a la cantina, comía casi de todo, pero ahora
él mismo pidió comer en casa de los padres.

Lo que este niño come lo alimenta de manera suficiente.


No come legumbres verdes, pero come manzanas, naranjas,
bananas... creo que en esta historia no hay nada por lo que
uno deba preocuparse. Lo más inquietante, es el hecho de
que la madre se inquieta.

Entonces, ¿que se tranquilice?

Que se tranquilice. Creo que el chico se comporta de esa


manera para tom ar el pelo a la madre. Que ésta no se so­
foque más. Que haga, para ella y su marido, platos de su
IIH

#u»ln que comerán los dos. Y que al chico, le hagan lo que


pide* siempre lo mismo. Cuando éste vea que los padres se
complacen en un plato diferente, al cabo de cierto tiempo
laminen él lo comerá, sobre todo si la madre no muestra
preocupación alguna y lo deja realmente elegir y comer lo que
61 quiera. M
18. Un poco m ás de tiem po en la casa

No hay que olvidar a todas aquellas o a todos aquellos


— muy numerosos— que nos escriben sim plem ente'para ha­
cemos llegar una palabrita de aliento y decimos: “Todo
marcha bien en nuestra casa".

Justamente, tenemos aquí, la carta de una mujer con dos


hijos de seis y tres años, que nos agradece por no hacer un
dram a de situaciones bastante corrientes; al propio tiempo,
nos comunica cuántas alegrías aporta la vida de familia, a
pesar de los mil y un problemas que suponen los niños; esos
problemas llegan a resolverse, porque forman una familia
sólida y unida. También nos escribe que, según ella, los psi­
cólogos complican la vida de familia.

Nosotros procuramos no complicar demasiado las cosas;


pretendemos más bien desembrollarlas.
A q u í hay una carta que es una especie de alegato y que
se refiere a la escuela y a la casa. Maestra jardinera, la madre
se encuentra actualmente en disponibilidad; tiene dos mellizos
de diecinueve meses. E n la carta nos dice: “Cuando los niños
estuvieron entre los quince y los dieciocho meses, todo el
119
120

mundo se puso u decir: 'Será menester que pronto vayan a la


escuela: no deben quedarse demasiado tiempo en la casa'.
y°' Prefisro tenerlos todavía un tiempo más conmigo.
¿Y st yo misma les hiciera aquí un jardín de infantes? ¿Sería
grave? E n general, la gente vive más o menos setenta años.
Entonces ¿porqué no probar de conservara sus hijos cinco o seis
años en la casa?” Adem ás esta madre le pregunta a usted:
¿Cómo organizar ese jardín de infantes en la casa?"

Esta mujer tiene toda la razón del mundo, si los padres


pueden cuidar a sus hijos hasta la edad de lo que se llama
actualmente la escuela primaria y si los niños llegan a esa
escuela primaria verdaderamente “socializados” , es decir si
conocen a otros com pañeros, si saben jugar solos y con otros
niños, si se han acostumbrado a estar lejos de los padres y
sobre todo si saben valerse de las manos, del cuerpo y de la
palabra, si saben divertirse y a la vez ser estables, pues eso
es lo que se supone que debe dar el jardín de infantes. Sólo
que aquí hay un pequeño problema, los niños son mellizos.
Usted dijo “dos” mellizos, los mellizos son siempre dos. Son me­
llizos y son muy chicos. Por cierto que tienen necesidad, a esa
edad bastante tem prana, de vida social. Cuando los padres no
pueden brindar a sus hijos una vida social de dos o tres horas por
día, en un plaza pública o entre madres que se arreglan para cui­
d ar por turno a sus propios hijos y a los de otras, creo que con-
senjar a los niños en la casa no es bueno. Precisamente, el
jardrn de infantes remedia esa falta de vida social entre niños.
Si se da la posibilidad de reunir a muchos niños, no hay
que vacilar en agruparlos en “pseudoclases jardineras” de
tres o cuatro pequeños.

La misma madre hace otra pregunta: “E n el caso de que


esa solución convenga a mis hijos, ¿qué debo hacer? ¿Habrá
que organizar horarios como en el jardín de infantes, es decir,
darles hábitos, como en el jardín de infantes, o habrá que
121

(h’ju r que se dediquen a las ocupaciones que les dicte su


humor?"

A partir de los tres o cuatro años, según los niños, es


conveniente acostumbrarlos a que se estabilicen en una deter­
minada tarea. Veinte minutos en una cosa, veinte minutos
en otra, durante toda la mañana. Hay que elegir objetos que
el propio niño luego agrupará: “Tratarás de pintarlos o de
hacer un picado o collages...” Creo que conviene que el niño
no haga estos trabajos de una manera exclusivamente lúdica;
que haga algo que le interese, pero regido por una disciplina
de horario y de lugar. No en cualquier lugar; no en la cocina
un día y en el dormitorio al otro día. ¡No! Un mismo lugar,
en el que estén todos los pequeños elementos de juego y de
trabajo y en el que el niño se acostumbre a guardarlos en
una caja, la llam ada caja “de la escuela” .

A l terminar la carta, esta madre dice: "A pesar de este


alegato, si sintiera que m i proyecto podría trabar de alguna
manera el buen desarrollo de mis hijos, no vacilaría un solo
instante en renunciar a él”. Entonces, ¿podemos tranqui­
lizarla?

Por completo.

¿Que no renuncie a su proyecto?

Que no renuncie a él, a pesar de las pequeñas dificultades


pecuniarias que entraña su realización.

A q u í tenemos otra carta, bastante breve: ‘‘Tenemos un


varón de tres meses. E s un niño muy vivaz, muy alegre.
Y hasta parece que está adelantado para su edad. M i marido
y yo decidimos que yo dejara de trabajar hasta que nuestro
hijo tuviera alrededor de dos años, lo cual m e permitirá ocu­
parme directamente de él y continuar amamantándolo. Sin
122

embargo, esta decisión nos acarreará pequeños problemas f i ­


nancieros, ya que dejo de trabajar. Pensamos, entonces, en
resolver esos problemas financieros, por lo menos en parte,
haciendo posar al bebé para fotografías p u b lic ita r ia s L a
madre le pregunta qué piensa usted de esa idea y sobre todo,
si puede ser perjudicial para el bebé el hecho, digamos, de
ser “utilizado” a edad tan temprana para ganarse su pan.
Pero si usted está de acuerdo, le pregunto hasta qué edad
conviene que un niño haga este tipo de trabajo sin que se
corra el riesgo de encontrarse en la casa con un pequeño
histrión.

Hay que considerar primero una cuestión: si el niño “sus­


tenta” a la familia y se sustenta a sí mismo tan pequeño
como es, creo que el inconveniente podría atenuarse deposi­
tando una parte de lo ganado — pero una buena parte, pon­
gamos un diez, un quince por ciento y hasta un cincuenta
por ciento— en una caja de ahorros a nombre del niño. De
manera, que cuando éste sea grande y lo sepa, se sienta orgu­
lloso de haber ayudado a su familia y de haber permitido
que su mamá permaneciera con él. Si no se hace así, puede
sentir que de alguna m anera fue un poquito “explotado” .
¿Hasta qué edad es conveniente que realice este trabajo? Por
cierto que no conviene pasar de los tres años en la realización
de un trabajo de maniquí, en el que el niño practica una
especie de exhibicionismo pasivo: que pongan los padres cui­
dado en esta circunstancia. Hacer tomar una fotografía de
vez en cuando, pero no crear un sistema de rentabilidad más
allá de los dos años o de los dos años y medio.
19. Algo sobre: “ debe hablar a esta edad”
(Palabras y besos)

A q u í está la carta de una madre cuya hija de dieciocho


meses fu e siempre un bebé fácil de criar, un bebé que dormía
bien, comía bien, se sonreía mucho, en fin... una niña per­
fectamente feliz; pero, después de las vacaciones, cambió por
completo. La madre y la hija emprendieron un viaje de tres
semanas por Francia, e hicieron una especie de gira familiar,
con etapas de un día o de dos días; recorrieron así muchos
kilómetros, casi cuatro mil, en muy poco tiempo. A l regresar
de esas vacaciones, la niña no soporta que la tomen en brazos
otras personas que no sean el padre o la madre. Llora por
cualquier cosa. Si, cuando la madre está pasando el aspi­
rador por la casa, le pide que aparte una silla o un escri­
torio, la niña se niega a hacerlo y se pone a dar gritos. La
madre se pregunta sobre el significado de este cambio de
actitud. A l terminar la carta, precisa que pronto (en el mes
de febrero) su hija tendrá un hermanito...

Ese último dato es muy importante porque, si ese bebé


debe nacer en febrero, quiere decir que ya estaba en camino
en el mes de julio. Ahora bien, el cambio de la niña comenzó
123
124

precisamente en julio. En aquel momento, la niña pasaba por


dos pruebas importantes al mismo tiempo: el cambio de am­
biente en el que veía a muchas personas nuevas y sobre todo
sentir —pues los niños pequeños lo sienten— que su madre
estaba embarazada. Conocí a una mujer que tenía muchos
hijos y que me decía: “Cada vez que quedaba embarazada
me daba cuenta de que lo estaba —porque esta mujer ama­
m antaba a sus hijos y no contaba con otros signos de su
embarazo— por las reacciones de mi último hijo. Este pa­
saba por un proceso de regresión, quería estar siempre entre
mis brazos, berreaba por cualquier cosa que yo le pedía...
Ya estoy otra vez embarazada, pensaba, y en efecto así era”.
Esto es lo que debe de haber sentido nuestra pequeña. Por
otro lado, a los dieciocho meses un niño acapara enorme­
mente a la madre. Sería menester que la madre pasara mucho
tiempo con la niña, que manipulara muchos objetos conver­
sando con su hija, que practicara con ella toda clase de juegos.
También debería explicarle que sufre porque su mamá va a
tener un bebé y que ese bebé no vendrá para complacerla,
sino que nacerá porque su padre y su madre han decidido
tener otro hijo; hay que explicarle que en ese momento tal
posibilidad la hace sufrir, pero que más adelante estará muy
contenta de tener un hermanito.

Otra carta se refiere a un varoncito de diecisiete meses,


hijo único, que presenta dificultades de retención, especial­
m ente en lo tocante al pipí: "Nosotras, las madres jóvenes,
nos vemos a menudo desorientadas por los manuales, los
consejos e ideas hechas para criar a un bebé. M i hijo, que
tiene diecisiete meses, todavía no habla. ¿A qué edad debe
hablar un niño?"
Es falso eso de “debe hablar” a una determinada edad.
Pero, para que un niño hable a la edad en que habrá de
hablar es necesario que el adulto sienta que cuando le habla,
el niño es un ser vivo que lo mira, que hace movimientos de
mímica y que, por su parte, busca los contactos, quiere
I
125

hacerse comprender. Por lo demás, el nifio no habla con faci­


lidad cuando es el único interlocutor de la madre o del padre.
Un niño aprende el lenguaje hablado viendo cómo la madre
habla de él o por él, al padre y cuando lo introduce en la
conversación hablando de cualquier cosa. El niño debe hablar
también a otras personas, y para un niño hablar es llevarles
sus juguetes u otras cosas. No hay que decirles, “nos moles­
tas” , sino “Puedes escuchar lo que decimos” .

Creo que, cuando esta señora dice lenguaje, se tejiere a las


palabras del lenguaje hablado.

Naturalmente, pero el lenguaje de las palabras sólo nace


cuando el niño tiene algo que decir. Ahora bien, el niño dice
muchas cosas, da a entender muchos deseos aun antes de
hablar, f e a mamá no debe inquietarse porque el niño todavía
no hable. En general, un varón tarda más en hablar que una
niña. Es sabido. Las niñas suelen tener la lengua más suelta
porque precisamente no tienen “pajarito” . Tienen que hacerse
notar por otra cosa.

Nunca se me habría ocurrido semejante idea.

Sin embargo es así. Los varones tardan más en hablar.


A veces, los primogénitos hablan antes, porque tienen gran­
des deseos de introducirse como una tercera persona en la
conversación del padre y de la madre. Pero el hijo segundo,
no tiene urgencia alguna; el primero habla por él cada vez
que tiene necesidad de decir algo. A los diecisiete meses no
es sorprendente que un varón todavía no hable. En lugar de
preocuparse, la madre debería tratar de establecer inter­
cambios con el hijo, labores manuales, observaciones sobre
objetos manipulados, iniciar juegos hablados con el osito del
niño en lugar de decirle: “ ¡Cuidado con el pipil ¡cuidado con
la caca!” A los diecisiete meses el niño no puede todavía
ejercer el control de esas funciones. En cambio, no es dema­
126

siado temprano para el adiestramiento manual, para apilar,


por ejemplo, cubos, para jugar con pelotas o practicar juegos
con la boca, como por ejemplo, hacer burbujas y cantar con
cierto ritmo para producir ciertos efectos sonoros, como “ta-
ralalalá” . Que la mamá practique esos juegos sonoros y cante
canciones; esa es la mejor manera de enseñar a hablar a
un hijo.

La madre agrega que su bebé es muy afectuoso, que ella


misma y su marido lo cubren de cariño y que. habiéndose
acostumbrado a estas manifestaciones de afecto en la familia,
cuando el niño está en presencia de otros chicos y hasta en
presencia de animales, tiene la tendencia a ser muy, pero
muy afectuoso con ellos. La madre dice: “Una de mis amigas,
madre de un bebé de catorce meses y medio a quien m i hijo
besa, abraza, mima, etc., sostiene que m i hijo es molesto,
demasiado pegajoso. ¿Puede hacerse algo para remediar
esto?"

No sé, tal vez sea cierto, pero esto estaría de acuerdo con el
hecho de que todavía no hable. Cuando los niños no hablan
tienen tendencia a hacer con los brazos y la boca contacto
con los demás, es decir, abrazarlos y besarlos. Es probable
que este niño haya sido un poco demasiado mimado, mano­
seado, besado... Hago notar a las mamás, que si bien para
ellas puede ser muy agradable abrazar y besar la carne del
bebé — jes tan dulcel—, los pequeños antes de los dos años
o de los dos años y medio, confunden el beso, un poco, con
el canibalismo. Y, en lugar de am ar hablando y cooperando
en los actos de los padres, en el juego con objetos, aman
mediante el contacto corporal. Creo que este pequeño se en­
cuentra en este momento en tal situación. Me parece que,
cuando se encuentre en presencia del otro pequeño hay que
decirle: “Ya ves que es muy chiquito; creerá que quieres co­
merlo. Tal vez tú mismo creas que tu abuela, tu tía y yo
misma vamos a comerte cuando te abrazamos y besamos...
127
i

pues bien... debes defenderte. Ya ves que este chiquito quiere


defenderse, y que su mamá también lo defiende, porque a el
no le gustan esas cosas” . Debe cesar en esas prácticas; no
es bueno, para él, ni para el más pequeño, jugar de esta
manera a los abrazos y besuqueos continuamente. A los die­
cisiete meses está en la edad de moverse, de hacer acrobacias
y trasladarse de un lado a otro, está en la edad de jugar
a la pelota, en la edad de tocarlo todo, y cualquier cosa es
más interesante para él que las personas.
En suma, sin duda este pequeño hace al otro, más pe­
queño que él, lo que le han hecho a él y todavía le hacen.
Ha sido un objeto para quienes lo rodeaban, un objeto ma­
nipulado, besuqueado, mimado, cuando debería haber sido
asociado a la vida de los adultos mediante el lenguaje y la
acción cooperativa. El niño que es criado como un osito o un
cachorro, term ina por creer que en efecto lo es, y al crecer
se hace agresivo.
20. Será artista

Cuando se tiene un hijo, uno desea naturalmente que vaya


“lo más lejos posible'', como suele decirse y, ¿por qué no?,
que llegue a ser artista, por ejemplo. Una madre que tiene
tres hijas (de nueve, siete y seis años), nos escribe sobre la
mayor y la más pequeña que manifiestan disposiciones bas­
tante notables para el dibujo. Dice la madre que a la mayor,
desde muy pequeñita (a los dieciocho meses) le gustaba mucho
dibujar. Por lo demás, el dibujo y los juegos con sus muñecas
se convirtieron casi en su única ocupación. Sus dibujos re­
presentan siempre temas análogos: princesas, hadas con ves­
tidos muy largos, cubiertos de encajes, con motivos extrema­
damente geométricos y muy precisos, bastante sorprendentes
para una niña de esa edad. E n cambio, en la escuela es una
alumna mediocre que tropieza con algunas dificultades. La
más pequeña — que tiene seis años, es m uy reposada y se entien­
de muy bien con las otras dos— hace dibujos de colores muy
vivos que a veces, según dice la madre, no guardan relación
con la realidad; la chica parece ver los objetos según colores
propios de ella: "Por ejemplo, un sol enorme con hermosos
rayos rojos o anaranjados, muy vivos”. La pregunta es ésta:
128
12‘)

"¿Qué hay que deducir de esos dibujos?" Dicho de otra


manera, ¿hay que explicar o interpretar los dibujos de los
niños?

De ningún modo. En cambio, creo que lo que puede in­


teresar al niño es hablar de sus dibujos. Si no los muestra,
no hay que hacer caso. Pero si el niño muestra a su madre
los dibujos, que ésta no se limite sencillamente a decir “son
muy bonitos” y nada más. Debe hacer hablar al niño de lo
que cada dibujo representa, de la historia que pretende des­
cribir y preguntar: “¿Y esto?... ¿Y aquello?... ¿Y qué significa
esto otro? ¡Ah, sil ¡Pues yo no me habría dado cuenta de
que era eso!” Los padres deben hablarle de los dibujos. Para
el niño, eso es lo interesante, y no que se lo admire. El niño
cuyos dibujos se admiran puede sentirse impulsado a repe­
tirse, como parece ser el caso de esta niña mayor. Tal vez
quiso interesar a su m amá cuando nacieron las otras dos her­
manas y tal vez sea esta la razón por la que no se adapte
bien en la escuela. Su situación es difícil, pues tiene que in­
teresar siempre a la mamá mediante su actividad. Creo que
sería conveniente que ahora la madre la ayudara; podría, por
ejemplo, inventar un juego en el que se recortaran los dibujos
de la niña, siempre que ésta quisiera hacerlo, por supuesto;
sus hadas, sus princesas y sus castillos podrían colocarse en
un ambiente determinado; el juego podría prolongarse, inven­
tando historias con cada uno de ellos. A la niña le gustará
todo esto, que será una ayuda para activar su trabajo en la
escuela.
En cuanto a la más pequeña, que tiene el sentido de los
colores..., liaré notar que cada vez hay más niños con agudo
sentido de los colores. Me pregunto si esto no se debe a la
televisión en colores o a todas esas revistas polícromas de hoy
en día; cuando éramos niños no había nada de todo eso.
Todos los niños pasan por un período “artístico” de di­
bujo; todos pasan, también, por un período “artístico” mu­
sical. Conviene desarrollar ese gusto artístico en el momento
130

en que tal actividad interesa al niño. Esto no significa que


el adulto deba tratar de explicar el dibujo; lo que debe hacer
es hacer hablar de los dibujos al niño.

Pienso que se ha formulado esta pregunta porque se sabe


que usted es psicoanalista; los psicoanalistas tienen fa m a de
encontrar a veces explicaciones bastante sorprendentes.

Aquí no se trata de “explicaciones” . Sencillamente el niño


se expresa por el dibujo. Y, cuando llega el momento ade­
cuado, el niño traduce en palabras ese dibujo.

E n todo caso no es cuestión de disecar los dibujos...

En modo alguno. Por lo demás, esa es la razón por la


cual nunca escribí nada sobre los dibujos de los niños ni su
interpretación. Un niño que no puede expresarse en palabras,
puede expresarse en dibujos. Además, hay que tener en cuenta
que muchos niños dejan de dibujar precisamente porque se
dan cuenta de que los padres están al acecho de lo que
quieren decir en los dibujos. Pues los niños, cuando se expre­
san sólo mediante un dibujo con un psicoanalista, lo hacen
precisamente porque ese dibujo es su secreto y todavía quieren
conservarlo. Existen, asimismo otros modos de expresión: el
niño puede confeccionar títeres, puede jugar con la palabra,
con los sonidos, puede modelar figuras. Un niño que sólo
hace dibujos termina muy frecuentemente por ver el mundo
en dos dimensiones; es, en nuestro caso, lo que hace ahora
la hija mayor. En cambio, el trabajo de modelar figuras, aun­
que estén mal hechas —porque representan personajes que
juegan entre ellos— es una actividad muy viva. Y ésta es una
actividad que no se puede realizar en la escuela. A partir
del momento en que el niño aprende los signos, en que apren­
de a escribir y a hacer dibujos para la escuela, toda esa acti­
vidad se hace “escolar”, en tanto que todo lo que se hace
en la casa es expresión que puede convertirse (si la m adre
131

está alenta y dispone de tiempo) en el comienzo de los inter­


cambios entre el hijo y la madre; y esto es imposible con
una maestra jardinera que tiene que cuidar a muchos niños.
O tra cosa podría también hacer la madre: ayudar a sus hijas
(también a la segunda, de la que no nos habla mucho) a
modelar o a dibujar al son de la música; comprobará enton­
ces que las niñas hacen corresponder ambientes de colores
a ciertas músicas. A los niños dotados les gusta mucho este
juego; también les gusta dibujar sueños, dibujar historias,
escuchar cuentos leídos e inventados por la madre, para luego
ilustrarlos. No hay que olvidar tampoco que niños que ahora
no dibujan pueden muy bien llegar a ser buenos artistas dibu­
jantes o pintores después de la pubertad, y que los niños do­
tados en la infancia pueden dejar de serlo después de la
pubertad.

A q u í hay otra carta de una madre de cuatro hijas: una


de cinco años y medio, dos mellizas que tienen casi cuatro
años y luego una pequeñita de un año. La pregunta de esta
madre se refiere a una de las mellizas que se llama Claire,
que es muy mimosa, muy sensible y que, como suele decirse,
parece tener un temperamento de artista. Le recuerdo su
edad: más o menos cuatro años. “L a música ejerce una fuerte
atracción sobre ella. A veces, se pone un poco triste y hasta
llora cuando deja de sonar una música que le parece agra­
dable, Por otro lado, es con frecuencia distraída. M i marido
y yo estamos de acuerdo en no asignar demasiada impor­
tancia a todo esto a fin de no influir en la niña hasta el punto
de crearle problemas. “L a madre le pregunta, así y todo, cuáles
serían las actividades que pudieran hacerle desarrollar un
poco ese don natural: “¿Puede discenirse en una niña tan
pequeña si algún día llegará a ser artista?”

Si la niña tiene oído y si ama la música, ¿por qué no co­


menzar desde ahora la enseñanza musical, desde luego con
un profesor que se interese por el carácter especificó de cada
132

niño y no con uno que le haga hacer escalas y ejercicios quo


la aburrirán? También hay discos —no esos discos de canti­
lenas— , discos muy bien hechos que pondrán en contacto
a la niña con las obras de los grandes compositores. También
sería interesante hacerle oír música verdadera, directa, no
grabada y no sólo la música de variedades o la música regis­
trada en discos. Por ejemplo, si lá iglesia del lugar tiene un
armonio o un órgano, que la madre lleve a su hija a escuchar
esa música, si le interesa.
La música es una expresión muy útil en el caso de muchos
niños sensibles. Además, está la danza, pues no basta con
amar la música y permanecer en actitud pasiva: la música
habla a los sentimientos, pero también a los músculos, y es
importante que esta pequeña sepa expresar con todo su
cuerpo lo que siente. Los niños tienen sentido musical desde
edad muy temprana. Si esta niña es música, no hay que
perder tiempo para instruirla en la música. Quisiera decir
también que deploro que existan esos pianos pequeños de
juguete que dan siempre notas falsas. El oído es tan impor­
tante que no hay que deformarlo. Es preferible carecer de
instrumentos y no tener en la casa uno de esos pianos de
juguetes que dan notas falsas: tocar en él es realmente bur­
larse del oído, un órgano tan sensible en el niño. U na guía
de canto sería mucho mejor o también esos aparatltos a los
que llaman melodías que dan notas justas y con los cuales
en Alemania se lleva a cabo la educación musical de los niños
a partir de los dos años. Hay voces de bajo, de barítono, de
soprano, etc., y el niño podrá elegir el instrumento que pre­
fiera. SÍ hay un piano en la casa, debe cuidarse de que esté
bien afinado. Es importante que los niños no se pongan a
tocar en “cacharros” y que aprendan a designar cada sonido
por el nombre que le corresponde: las notas son como las
personas; hay que conocerlas por su nombre y así recono­
cerlas.
¿Tienen estos niños "artistas” más necesidad de ayuda
que los otros precisamente porque son más sensibles?
133

|J,o que necesitan es respeto! Todo niño debe ser respe­


tado, pero un niño “artista” tiene antenas especiales, siente
las cosas más agudamente. Si reacciona de manera insólita,
no hay que decirle: “ ¡Qué tonto eres!” , como suelen decir
padres que no comprenden una reacción de repliegue o de
alegría. Creo que es muy importante que los niños “ artistas”
tengan medios de expresarse y que sean respetados en su ex­
presión, que sean educados por maestros artistas en la disci­
plina que les atrae. Escuchar música, pero no durante de­
masiado tiempo por vez, visitar los museos, contemplar cua­
dros y hacer todas estas cosas, desde pequeños, me parece
muy importante.
21. Preguntas mudas
(Todavía la sexualidad)

Una joven de veintitrés años, está casada desde hace tres


y es una ”futura” mamá, futura en el sentido preciso del
término: todavía no tiene hijos y n i siquiera está embarazada.

¡Me parece que se adelanta un poco!

Pregunta si los padres pueden permanecer desnudos en


presencia del hijo, sin que eso represente una experiencia
traumatizante para el bebé.

Ese espectáculo es siempre traum atizante para el niño.


Los padres deben respetar siempre al hijo como si fuera un
huésped de honor en [a casa. ¡Ante un huésped de honor
no se pasearían desnudos! Para un niño, la desnudez de sus
padres es tan hermosa, tan seductora, que se siente poca cosa
comparado con ellos. Esos niños desarrollan sentimientos de
inferioridad o, lo que es peor, ya no se ven a sí mismos y ni
siquiera sienten el derecho de poseer un cuerpo propio. De
manera que el padre y la madre deben presentarse siempre
decorosos, como los adultos lo son, por ejemplo, en las playas,
no desnudos.
134
i
135

Otra soñara nos pregunta si hay que explicar a un niño


de tres o cuatro años por qué sus padres se besan en la boca
V no hacen lo mismo con él. Y también hay aquí otra
pregunta que tiene relación con la anterior: "¿Debe besarse
a un niño en la boca cuando uno está en casa y evitar hacerlo
en público?"

jNi en casa ni en públicol Esa práctica es aún más seduc­


tora si se realiza en la intimidad. Creo que los niños com­
prenden desde muy pequeños que los padres tienen intimi­
dades entre sí, intimidades que ellos mismos no tienen de­
recho a experimentar. Eso es precisamente lo que hace que un
niño sea un niño y que los padres sean adultos. Hay que
decirles: “Cuando tengas una mujer (o un marido) lo harás
también tú” . Por supuesto que no tiene sentido alguno ex­
poner al niño a semejante espectáculo. Algunos padres ju­
gando pretenden d ar celos al hijo. No tiene ningún sentido
hacerlo. El niño no está hecho para convertirse en un voyeur.

Cuando un niño o una niña ve que sus padres se besan


en la boca al despedirse y se acerca también para que lo
besen, ¿hay que negarse a hacerlo?

Hay que besarlo en las mejillas y decirle: “Eso no, a ti


te quiero mucho. A él, que es mi marido, o mi mujer, lo amo.
Una mamá no besa a su hijo en la boca” . Si el niño tiene
una. abuela o un abuelo puede agregarse: “No beso a mi
madre ni a mi padre como beso a tu padre. Y tampoco lo
hace él con sus padres” .

Una madre la oyó a usted hablar un día de las zurras.


Recuerdo que usted dijo en aquella ocasión que no era bueno
dar una paliza a un niño en público.

No hay que humillarlo nunca...


Esta señora escribe lo siguiente: “Tengo veintisiete años
y un hijo de seis. Soy secretaria en una administración a cuya
oficina lo llevo alguna vez. Hace algunas semanas, m i hijo
había descubierto en la escuela un juego muy inteligente, que
consistía en levantar las faldas de las c h i c a s L a madre no
juzgó aquello demasiado grave, se limitó a decirle que no
había de hacer tal cosa, que eso no estaba bien. Pero, un día,
aquel juego asumió ciertas proporciones, pues el chico, a
quien la madre había llevado al trabajo, levantó las faldas,
en presencia de todas las secretarias, de una joven que, según
parece, se puso como la grana a causa de la confusión. La
madre se enojó y le bajó los pantalones y le dio al chico
una paliza “como nunca se la había dado antes y como creo
que nunca se la daré en adelante. Se sintió humillado; pero
por lo menos comprendió".

¡Es una lástima!

Pero, ¿qué es lo más importante? ¿Humillar o corregir?

Como siempre, lo más importante es comprender lo que


pasa. Ese niño, con su acto, no h a d a sino formular una pre­
gunta muda sobre el sexo de las mujeres. No se le respondió
a tiempo. Por eso el chico continuó su juego. Cuando un niño
obra de esta m anera quiere decir que necesita explicaciones
de un hombre o de una mujer, es decir, de su padre o de
su madre que deben declararle: “Ya viste que las niñas no
tenían el mismo ‘pajarito’ que los chicos y tú no quieres creer
que tu madre y las mujeres en general no lo tienen. Y sin
embargo, es así. Entonces tú te sorprendes y te preguntas
¿cómo mi padre puede encontrar bien a una mujer que no
está hecha como él? Pues, así es la vida”. Si se le hubiera
respondido de esta suerte, el niño no habría obrado de esa
manera en público. Por cierto, que lamento que la mamá
se haya ofendido, molestado y dejado dominar por la cólera,
137

lo cual la hizo reaccionar violentamente... El niño se compor­


tará ahora bien, pero en cuanto a la pregunta sobre el sexo
y al deseo de saber qué siente sobre este punto, los ha re­
primido antes de haberlos aclarado. Lo lamento.

La madre también lo lamenta.

Como dije, es una lástima... Bueno es saber que un niño


que realiza este tipo de actos es un niño que necesita expli­
caciones; los varones —sobre todo cuando no tienen herma-
nitas— no pueden creer lo que ven sus ojos, la primera vez
que se dan cuenta, especialmente en la escuela, de que las
niñas no tienen el mismo “pajarito” que los varones. Durante
mucho tiempo creen que su madre y las mujeres adultas en
general poseen un pene como los hombres. Y ése es el momento
en que hay que instruirlos, explicarles. Actos como el que
estamos comentando son sencillamente preguntas mudas.

Otra cuestión: “¿Es bueno hacer asistir a una niña de


cuatro años al parto de su mamá?" Esa señora está encinta
y pronto dará a luz.

Si la madre da a luz en su propia casa, si está en el


campo, por ejemplo, no es necesario alejar a la niña, pero
tampoco es necesario hacerla asistir al parto. Que entre en
la habitación o que salga de ella si quiere hacerlo. En todo
caso, será mejor abstenerse, sobre todo si el parto no se rea­
liza en la misma casa. La experiencia podría resultar traum a­
tizante. Ya sé que hoy esto se ha puesto de moda; pero no
creo que sea realmente educativo, y hasta probablemente sea
una experiencia de frustración para una pequeña incapaz de
hacer otro tanto durante mucho tiempo. Esa experiencia es
seguramente inútil y tal vez nociva. Y en la duda vale más
abstenerse.
En cuanto al bebé que va a nacer, la asistencia de su
hermana mayor al parto es perfectamente inútil. El nuevo
138

bebé tiene necesidad de la presencia del padre como do la


madre desde el momento en que nace. Para muchas mujeres
y hombres, resulta perfectamente natural estar juntos en el
momento de recibir al recién nacido que simboliza en el pre­
sente su deseo y su amor conjuntos.
22. A lo hecho pecho
(Ansiedades)

A q u í tenemos una carta que se refiere a ciertos comen­


tarios que usted hizo. Una madre nos escribe: “E s muy cierto
lo que usted dijo. Siempre es el hijo mayor el que paga la
novatada en una fam ilia'’. Esta señora tiene una hija de tres
años y medio y un varoncito de dos años y medio. Sólo se
sintió verdaderamente madre con el nacimiento de este úl­
timo; cuando nació la primera hija, esta señora y el marido
acababan de desprenderse del medio familiar y en esas cir­
cunstancias la madre vio a su hijita un poco desde el exterior:
“Debo de haber acumulado situaciones traumatizantes para
m i hijita durante los tres primeros años. ¿Pueden repararse
los cacharros rotos?" Porque esta madre oyó decir que a los
tres años estaba ya todo resuelto y que no se puede dar
marcha atrás. ¿Es cierto? S i lo es. ¿se pueden, como dice esta
señora, reparar los cacharros rotos?

No nos dice si realmente hubo cacharros rotos. Se siente


culpable, eso es todo, lo cual no significa que la niña no se
haya desenvuelto bien en tales circunstancias. No sabemos...

Debo decir que sufrió algunas crisis graves.


139
140

¿Qué crisis?... Hay que tener en cuenta que en cierto sen­


tido la madre tiene razón en que todo está resuelto a cierta
edad, aunque esa edad es la de los seis años y no la de los
tres. A los seis años, el niño ya se ha formado un carácter
según las experiencias que vivió hasta ese momento. ¿Por qué?
Porque al comienzo de la vida, el niño se encuentra aún sin
referencias. Si se hubiera criado entre los chinos, hablaría
chino. Pero ocurre que habla francés y no sólo la lengua
francesa; ‘‘habla" también el comportamiento de los padres;
aprendió que, para llegar a ser una persona grande, hay que
ser como el padre y la madre. El niño tendrá un carácter
que exhibirá la marca del tipo de relaciones que mantuvo,
pero en modo alguno significa que tendrá un carácter catas­
trófico o neurótico.
A lo hecho pecho: ahora, lo importante, es hablar a la
niña y cuando llegue el día en que ésta díga: “ ¡Ah, pero tú
no me quieres!” , replicarle: "Sí, te quiero mucho, pero figú­
rate que cuando naciste, yo no sabía lo que era ser una mamá
y tal vez tú me lo hayas enseñado... Gracias a ti supe serlo
para tu hermano”. Para esta niña será extraordinario oír con­
fesar a su mamá que fue torpe, oírle decir que gracias a ella
ahora lo es menos con el segundo hijo y con los futuros hijos.
Importa decírselo, importa no ocultarle que, en efecto, fue
difícil y que por esa razón ella padece a menudo crisis de
cólera. Entre padres e hijos las cosas deben ser claras y no
hay que intentar “recuperar” lo perdido. No porque a un
niño de tres a dieciocho meses no se le dieron suficientes
biberones y esté raquítico, se le van a dar a los nueve años
los biberones que le faltaron cuando era bebé. Esta niña se
ha formado tal como es: con un carácter, quizá, más difícil
que el de su hermanito y ni siquiera esto es seguro; quizá
también tenga "más defensas que el hermanito..., no sé.
Con todo, es cierto que la estructura de la personalidad,
a partir de la cual se desarrollará luego todo, ya está
resuelta a esa edad, y aún antes de los tres años... En ese
momento es menester comprender el carácter del .niño,
141

puesto que éste ya tiene su pequeño carácter, ¿no? Y hay


que querer ese carácter; además es necesario que él mis­
mo quiera su propio carácter, es decir, hay que ayudarlo
a que se comprenda, hay que hablar con él, por ejemplo, de
lo que le gustaría hacer... El propio niño debe decir lo que
le gustaría hacer. Si se trata de un varón, el papel del padre
es capital... o del abuelo, o de un tío, en suma, de un hombre.
La madre sola no puede arreglarlo todo, si el niño ya se ha
replegado un poco sobre sí mismo. Se abrirá de nuevo ante
un hombre. Y aquí debe estar presente el padre. A los tres
años, el niño quiere comportarse como el padre del mismo
sexo para interesar al otro. Además tiene necesidad de com­
pañeros de la misma edad.

Otra madre nos escribe algo divertido: “A l escucharla a


usted, comprendí que si no fu i una madre perfecta, seré por
¡o menos una abuela ejemplar con los hijos de mis hijos’’.
Los hijos de esta señora tienen ahora once, doce y trece años;
ella cree que incurrió en algunos pequeños errores de edu­
cación cuando sus hijos eran pequeños. "Tengo la impresión
de que los problemas que debía afrontar se deben a la sensi­
bilidad de mis hijos. Creo que. en última instancia, los niños
son más equilibrados y serenos cuando son menos sensibles. ”

Es cierto.

Pero entonces, en el caso de niños sensibles, ¿hay que


tratarlos, digamos, con guantes, de manera diferente?

No. En primer lugar hay que reconocerles esa sensibilidad.


Por supuesto, un niño sensible siente alegrías más intensas
que otro y también penas más intensas. Tal vez, sea bueno
compartir con él sus alegrías. El niño tiene necesidad de que
se hable de su sensibilidad, pero no como de un bien o como
de un mal, sino como de un hecho dado que le pertenece
142

y que se 1c reconoce, un hecho que implica por parte del niño


aceptación y dominio, pero no vergüenza.

Una carta se refiere a un niño de cuatro años, muy agi­


tado y agresivo; también presenta signos evidentes de ina­
daptación en la escuela, en la que tropieza con dificultades;
exhibe gran agitación verbal y motriz y falta de concentración,
todo lo cual le impide participar en las actividades de su clase.
E n la casa, es muy agresivo. “Está constantemente en rebelión
contra lo que se le pide. No se alimenta bien y moja todavía
la cama. Es un niño ansioso.”

Este ya parece un caso serio. Creo que la mamá debería


llevar al hijo a una consulta mcdicopedagógica...; se trata de
lo que se llama un niño inestable y, por lo tanto, un niño
ansioso. En lo que se refiere a los “ medios caseros” de que
se dispone en familia: cuando el chico se ponga nervioso, que
la madre evite también ponerse ella nerviosa; por el contrario,
debe mantenerse serena y tratar de hacer beber algo al niño,
hacerle beber agua y hacerlo jugar con agua. Ya lo he dicho.
Jugar con agua y d ar baños todos los días, ayuda mucho a los
niños nerviosos. También la música suele calmarlos, pero no
esa música de malos discos, sino la de Mozart, la de Bach...;
de todas maneras, creo que en este caso, se impone una con­
sulta medicopedagógica.
Por lo demás, la madre escribe: “No se alimenta bien” ,
Eso no es cierto. Si lo deja comer tranquilamente, lo que
él quiera y sin molestarlo con las comidas se habrá adelan­
tado mucho; es malo hacerlo comer cuando no tiene hambre:
en esas condiciones el niño sólo se alimenta de angustia.
23. Comprender o tra lengua. A doptar nuevos padres

Hablemos un poco de los niños adoptados y de los padres


adoptivos. Una mujer adoptó dos niños: uno de ellos tiene
ahora nueve años; el otro, que constituye el motivo de las
preguntas formuladas, es un pequeño vietnamita, que llegó
a Francia a la edad de seis meses y medio, a fines de abril
de 1975. Sorprendió un poco a su madre adoptiva por ciertos
espasmos y hasta síncopes que se declaraban cuando el pe­
queño tenía alguna contrariedad. E sto ocurría entre los seis
meses y medio y los nueve; por ejemplo, cuando terminaba
su biberón el niño era presa de violentos espasmos. ¿Tiene
usted una explicación a esto?

Sí. Se trata de un niño traumatizado por el hecho mismo


que motivó su adopción. Se vio separado bruscamente de la
madre cuando todavía tomaba el pecho; su país se encon­
traba en plena guerra. Alrededor de ól se combatía con vio­
lencia y el pequeño conservó todo eso en la memoria. No
me sorprende en modo alguno su comportamiento: a los seis
meses, un niño es ya un bebé grande, que conoce el olor
de su madre, el sonido de su voz, las palabras vietnamitas.
143
Todo eso quedó roto, quizá por la muerte de la madre y en
todo caso, por su viaje a Francia, Evidentemente, el niño en­
contró aquí una seguridad existencia! para su cuerpo; pero
toda su personalidad simbólica estaba formada de una ma­
nera diferente y de acuerdo con un proceso que se detuvo de
golpe. "Experimentó” un segundo nacimiento al llegar aquí
en avión; esto le dejó como un recuerdo de “vida fetal pro­
longada”, podría decirse, y experimentó una ruptura que fue
un segundo nacimiento muy traumático. No me sorprendería
tampoco que el chico fuera algo retrasado. Fue trasplantado,
como se diría de un vegetal, a otra tierra. Ahora es necesario
que pase por esos estados de cólera. E s absolutamente nece­
sario. Esos accesos de cólera, esos espasmos son manera de
revivir, para agotarlos, para extinguirlos, los rastros de los
dramáticos acontecimientos que vivió.

Ahora, tiene dos años y no quiere adquirir hábitos de lim­


pieza personal. Cuando la madre lo cambia, el chico no quiere
que se aparten de él los pañales sucios, como si se diera
cuenta de que le pertenecen y como si no quisiera perderlos;
es como si eso le recordara la convivencia con sus padres
vietnamitas antes de que lo separaran de ellos.

Precisamente, entre sus necesidades persiste el recuerdo


de su deseo por la primera mamá de antes de los seis meses.
Y siente esa necesidad en su cuerpo. En cuanto a su vida
simbólica en francés, el niño todavía no tiene dos años, y
podría decirse que ni siquiera tiene dieciocho meses, puesto
que necesitó tiempo para comprender otra lengua, para adap­
tarse al nuevo medio y para adoptar a sus nuevos padres:
necesitó por lo menos tres o cuatro o cinco meses para eso.
De manera que este niño de dos años, debe considerarse como
un niño que tiene nueve meses menos, si no ya un año menos,
aunque su cuerpo tenga ‘‘más edad”... Desde el punto de
vista del lenguaje —y cuando digo lenguaje no me refiero
sólo a las "palabras” sino que me refiero a la manera de reac-
145

ciutiar ulectivanicuU.— , este niño tiene nueve meses cuando


mucho.
Consideremos ahora la cuestión de los accesos de cólera.
Este niño fue llevado en el vientre de su madre y vivió luego
los primeros meses de su vida en un país agitado por el rui­
doso drama de la guerra y la angustia; tal vez pasaron días
enteros en que no fue alimentado. Lleva dentro de ól la
guerra, y sus accesos de cólera son una manera de reencon­
trarse él mismo en la época en que se hallaba con su mamá
carnal. ¿Qué puede hacer la madre adoptiva para ayudarlo?
Explicarle, ahora que es lo bastante crecido para comprender
el francés, que cuando era pequeño, su mamá y su papá car­
nales estaban en la guerra, que murieron o desaparecieron,
que él mismo estaba solo y que por eso lo recogieron y lo
enviaron a Francia donde encontró otra familia. Aunque pa­
rezca no comprender estas razones, si se las repite muchas
veces, terminará por comprenderlas y esa comprensión dará
por lo menos un sentido a sus accesos que son signos de
sufrimiento moral. Sobre todo no hay que enojarse cuando
lo acometen los accesos de cólera, sino que hay que decirle:
“Sí, comprendo, cuando eras pequeño estuviste en la guerra
y todavía llevas en ti la guerra. Es necesario que la expreses”.

Cuando la mamá adoptiva se enoja con él y quiere darle


una zurra, el pequeño asume una actitud bastante sorpren­
dente: rompe a reír. Uno tiene la “impresión de que los cas­
tigos le resbalan '.

Eso no es cierto. Los padres interpretan esa risa como si


“todo le resbalara”. No es eso. El chico vive en una fuerte
tensión nerviosa: la risa y el llanto pueden ser simplemente
la misma cosa. Son sólo expresiones de esa tensión. Ese niño
está sometido a presiones y él lo expresa de esta manera, pro­
bablemente porque es muy orgulloso. Ante todo no hay que
humillarlo. Cuando sufre un acceso de cólera, creo que lo
mejor sería llevarlo aparte, a otra habitación, y hablarle en
14<*

voz baja, con calma. Y una vez pasado el acceso de cólera,


decirle lo que acabo de indicar.

¿Qué hay que hacer, pues, en esos casos? ¿Hablar a los


niños? ¿Explicarles siempre su situación anterior?

Sí, siempre, y repetirles expresiones como “padre y madre


carnales", “otro país” , “otro lugar”, “otra casa". Cuando se
trata de niños que ya han estado en casa-cuna y que vivieron
en una pequeña comunidad de chicos con algunas personas
adultas encargadas de cuidarlos, las familias adoptivas se
asombran mucho al ver que esos niños ya no buscan la com­
pañía de los adultos y que son perfectamente felices cuando
están con cinco o seis niños que arman jaleo, que saltan, etc.
Y no tienen necesidad de zalamerías. Eso es lo que podemos
asegurar: tal vez se trate de una cuestión de costumbre o,
en última instancia, de que lo vivido en los primeros meses
permanece grabado en la psique del niño, es decir, una ma­
nera conocida y tranquilizadora de vivir; esas experiencias
quedan registradas en la memoria como una cinta magneto­
fónica. Esto se expresa en comportamientos agradables o
desagradables, en comportamientos de alguna manera insó­
litos. Creo que los niños encuentran con mayor facilidad la
explicación, si los padres se la dan con palabras. Posterior­
mente todo se arregla, porque un hijo adoptivo adopta a sus
padres así como éstos lo adoptan a él.

Hay también muchas parejas mixtas — quiero decir de


nacionalidades diferentes—, por ejemplo, alemanes que están
casados con francesas, J'rancese.s que están casados con ale­
manas, etc. A q u í tenemos la carta de una madre alemana
cuyo marido es francés. Esta mamá le pregunta a usted si
existe un riesgo para el equilibrio psíquico de un niño por
el hecho de ser criado en el seno de una fam ilia bilingüe,
si debe utilizarse con preferencia la lengua materna o la
lengua paterna, aunque actualmente viven en Francia.
I
147

También le pregunta si hay penados particulares en el de­


sarrollo del niño en los cuales sería preferible utilizar sólo
la lengua materna o sólo la lengua paterna. Desgraciada­
mente no nos indica la edad del niño. Supongo que será
muy pequeño.

¿Ni tampoco indica el sexo?

No... Sin embargo, pienso que debe de tratarse de un


varón porque en toda la carta la madre habla de un hijo.

Sabemos que el feto oye las sonoridades de las palabras,


la voz de los padres; sin duda estos padres hablaban y con­
tinúan hablando entre sí alternativamente en francés y en
alemán; pues que continúen haciéndolo así. De todas mane­
ras, será mejor que el niño curse toda la escuela primaria
en la misma lengua hasta que sepa leerla y escribirla bien.
En ese período la madre o el padre lo ayudará a afianzar la
lengua de la escuela, el francés o el alemán. Pero, como la
madre es alemana, es imposible que se comporte de manera
verdaderamente maternal sin utilizar su propia lengua; si
debe disfrazar su habla natural empleando una lengua que no
es la suya, ya no podrá expresar los sentimientos directos e
intuitivos que una madre experimenta naturalmente por
su hijo.

De manera que, en este caso, no hay riesgo alguno de. que


se produzcan traumatismos. ¿No? Mientras la estaba escu­
chando, pensaba yo en una pareja de amigos míos que son
de nacionalidades diferentes. Su hijita se expresa perfecta­
mente en las dos lenguas. A l principio, hablaba en una espe­
cie de algarabía bastante sorprendente, pero con el tiempo
la niña se construyó dos mundos distintos, es decir, que para
ella había gentes que formaban parte del mundo alemán y
otras gentes del mundo francés; nunca respondía a una per­
sona en la lengua de la otra.
148

¿Y por qué no? Era una chica inuy despierta. Eso es per­
fectamente natural. De todas maneras debo agregar algo más:
si un niño de alrededor de dos años —cuando está apren­
diendo bien una lengua— es trasladado a otro país, hay que
ayudarlo; generalmente, cuando deja de hablar su primera
lengua hay que tratar de volver a hablarle en ella, volver a
cantarle las canciones de cuando era pequeño e introducirlo
poco a poco, apelando a medios muy sencillos (los nombres
de los objetos, por ejemplo), en la nueva lengua: “Aquí esto
se dice así” . Conviene que continúe hablando con sus padres
como lo hacía antes. Aprenderá la nueva lengua con los otros
niños, con sus amiguitos.
24. Los niños tienen necesidad de vida
(Esparcimientos)

Hablemos ahora un poco de los esparcimientos de los niños.


Una carta plantea el problema con referencia a uno muy pe­
queño. La madre escribe: ‘'Tengo un varoncito de quince
meses. A unque permanezco bastante tiempo en casa m e es
un poco difícil ocuparme de m i hijo porque tengo mucho tra­
bajo doméstico y también trabajo u n iv e rsita rio D e sd e hace
algunas semanas, la madre tiene la impresión de que el pe­
queño de quince meses se aburre: “Anda chupándose el dedo.
Viene a pedirme siempre que lo suba sobre las rodillas". Le
pregunta si. en realidad, es posible imaginar juegos para niños
de esa edad o si puede usted aconsejar algunos libros.

No. Quince meses... todavía es demasiado pequeño para


libros o cosas de ese género. A los quince meses los esparci­
mientos deben realizarse siempre en compañía de alguna otra
persona. El pequeño tiene necesidad de frecuentar otros
niños. Creo que si está muy ocupada, debería emplear a una
cuidadora que lleve a su hijo dos veces por semana, por ejem­
plo, a frecuentar el trato de otros niños. Y de todas mane­
ras ella misma podría jugar con el hijo dos veces por día
149
150

durante media hora. Que juegue con cubos de madera, que


corra tras él, que juegue a trepar por una escalerilla, que
practique juegos con agua. Puede mostrarle cuán divertido
es jugar con el agua que corre por un grifo o con barquitos
o con una esponja, o con juguetes de agua... La madre tiene
razón: el pequeño se aburre. También es preciso que la madre
le hable de vez en cuando: si no lo hace, el niño puede en­
cerrarse en su aislamiento interior. Creo que tiene razón en
preocuparse y en buscar una solución.

Otra madre — que tiene cinco hijas y un varón— tuvo su


última hija a los cuarenta y un años: la niña tiene ahora
cuatro años. Acudió al jardín de. infantes y. como todos los
niños, experimentó pequeños problemas de rechazo. A l prin­
cipio la experiencia no la divertía mucho; ahora parece haber
aceptado la escuela. Sin embargo, desde que ingresó en el
jardín de infantes, la madre comprueba que la chica se niega
a dibujar, actividad que antes le gustaba mucho. ¿Qué acti­
tud hay que adoptar? ¿Habrá que esperar, como le aconsejó
la maestra jardinera, a que algún día se le pase?

No creo que haya razones para preocuparse. ¿De los cinco


hijos esta niña es la última que nació?

Sí, es la última; los hermanos son ya grandes: venticinco,


ventitres, diecisiete, quince y catorce años.

De manera que es como una hija única, puesto que hay


diez años de diferencia entre ella y el hermano que la precede.
Creo que aquí está la razón de su comportamiento: vivió en
una condición especial, rodeada de muchas personas adultas.
Hay que explicarle que le resulta difícil asistir a la escuela
porque antes estaba siempre rodeada de personas mayores,
pero que en la escuela tratará a niños, que son mucho más
divertidos que los adultos.
151

Esta pequeña consiente en dibujar sólo para una primita


(¡ue es su amiga.

Al hacerlo, la niña se identifica con las personas mayores


que se ocupaban de ella. Pienso que el padre debería prestar
mayor atención a esta niña; él tiene la clave para facilitarle el
paso del estado de bebé al estado de niña crecida... Tengo
en cierto modo la impresión de que en esta familia todos
asumen el papel de padres, todos son padre y madre.
En cuanto al dibujo, parece que es sobre todo la madre
quien se siente frustrada. Antes la pequeña dibujaba, ahora
ya no dibuja. ¡No lo hace, porque ahora tiene otras cosas
en que ocuparse! ¡Ahora la solicitan otras cosas! Un niño que
no está acostumbrado a vivir con otros niños de su edad nece­
sita por lo menos tres meses de observaciones para sentirse
cómodo en el jardín de infantes. Ya llegará también eso; que
la madre no se preocupe.

A q u í hay una carta bastante risueña que plantea el pro­


blema de la llegada de un perrito al hogar. Esta señora tiene
dos hijas de once y siete años. Las niñas no presentan grandes
problemas. Durante el día, las cuida una señora que acude
a la casa desde hace cinco años y medio; desde hace varios
meses, la mayorcita pide de manera prácticamente perma­
nente que le compren un perrito. L a mamá escribe: " Vivimos
en un pequeño departamento, lo cual nos crea problemas.
Honestamente, también he pensado en todas las incomodi­
dades que podría entrañar un perrito en casa. Pero la petición
de nuestra hijita se hace cada vez más acuciante. ¿Qué piensa
usted? ¿Cree que para Navidad debemos hacer este esfuerzo,
que no nos divierte nada, o que podría tratarse tan sólo de
un deseo pasajero de nuestra hija?"

Es difícil responder porque, según lo que dice esta señora,


hay poco lugar en el departamento. Allí el perro sena desdi­
chado. Verdad es que los niños-necesitan tener vida alrededor
152

de ellos y que en las casas modernas no hay mucha vida,


Tal vez podrían encontrar un animal menos molesto, al que
no sea menester llevarlo tanto a pasear o hacerlo bajar para
que haga pipí, etc., un Hámster, por ejemplo.
A propósito no le leí la posdata de la carta. Dice así;
“Ahora tenemos en la cocina un pollito de cuatro semanas
que ganamos en una rifa. Pertenece a m i hijita menor que se
ocupa muy poco de él. E n cambio, la mayor — la que pide el
perro— se ocupa del pollito y juega mucho con él; pero, por
más apegada que esté al animalito, fu e necesario hacerle com­
prender que dentro de dos meses deberemos enviar el pollo
al campo". Pero m e parece que aquí hay un problema:
¿puede uno negarse siempre a satisfacer una petición en la
que un niño insiste tanto?

Por supuesto, cuando la negativa tiene sus motivos; aquí


el motivo es el bienestar del pollito que llegará a ser gallo
o gallina o bien el bienestar del posible perro: un animal debe
ser tan feliz como su amo. Ahora bien, si el amo se siente feliz
de tener un perro y en cambio éste se siente desdichado, ésta
es una situación que hay que tratar de evitar y el niño debe
conocer la razón de la negativa de los padres.

¿ Y en el caso de otras negativas? Por ejemplo, un paseo,


la compra de un libro, una función de cinematógrafo...
Los deseos son principalmente imaginarios y encuentran
sus límites en lo posible, en la “realidad”.
No veo por qué haya de negarse a un niño algo que no
molesta a los padres, que no es nocivo para él y que tam ­
poco lo es para el animalito que se compra. En el caso de
esta chica..., tal vez se contentara con tener un Hámster. Un
Hámster es muy bonito y no huele demasiado mal; es divertido
y exige algunos cuidados. Eso es lo importante: que la niña
se encargue de cuidarlo; la mayor es capaz de cuidar al po­
llito, la pequeña todavía no lo es. ¿Y qué dirán de los peces
153

de colores? ¿O de una tortuga? O cualquier otro animalito...


lin todo caso, conviene hablar mucho antes de decidirse a
comprar un animalito del que el niño será responsable...

Sobre todo hay que tener imaginación.

Eso es. A los niños les gusta también ver crecer plantas.
En realidad, tienen necesidad de vida.
Creo que la niña de la que estamos hablando compren­
derá que no puede tener en su casa un perro. Quizá tenga
ganas de hacer como alguna amiguita que posee un jardín.
Puede mencionársele el ejemplo de un perro desgraciado por­
que vive en una casa estrecha que la niña conoce; hay que
hablar con ella. No debe creer que los padres le niegan el
perro porque quieren contrariarla.

Una madre nos escribe: ‘‘Cuando se tiene una hija peque­


ña, ¿debe uno afianzarla en su papel de niña y ofrecerle úni­
camente cosas fem eninas?”

Desde el comienzo de nuestras audiciones, siempre hemos


hablado de respetar el deseo de los niños. Cuando en una
familia hay sólo un hijo generalmente éste se identifica con
los niños que ve, ya varones, ya niñas; si un varoncito, hijo
único, va por ejemplo a visitar a una vecinita, a una niña,
se identificará con ella, en tanto que la vecinita se identificará
con él. De m anera que puede haber juegos de "muñecas”
para el varón y juegos de "autitos” para la niña. Pero cuando
un chico se cría solo, imita a su padre si se trata de un varón
o a su madre si se trata de una niña... Sin embargo, es seguro
que los varones necesitan tener muñecas, preparar una co-
midita...

Usted quiere decir las niñas... ¿No?

¡No, me refiero a los varones! Los varones y las niñas.


154

Pero ocurre que cuando los varones y las niñas están juntos,
ellos mismos quieren distinguirse los unos de las oirás, quie­
ren diferenciarse. Eso ocurre cuando los niños son pequeños.
Les gusta diferenciarse los unos de los otros, hasta el punto
de que los varones se sienten atraídos por los juegos de movi­
miento y las niñas por los juegos sedentarios y conservadores.
Esto forma parte del genio natural de cada sexo. A partir
de los tres o cuatro años, a los niños les gusta jugar entre sí;
si hay uno de carácter dominante, ya sea una niña, ya sea un
varón, que elige los juegos, pues el otro jugará a lo que él
disponga porque le gusta su compañía. Ello no impide que
los varones jueguen con muñecas, sólo que juegan de manera
diferente de como lo hacen las niñas; ni que las niñas jueguen
con autitos, aunque lo hagan de una manera diferente de la
de los varones.
25. Cuando se toca el cuerpo del niño
(Las operaciones)

Tengo algunas cartas que hablan de niños que van a ser


objeto de una pequeña operación quirúrgica o que deben in­
ternarse en un hospital por algo más grave. Una niña de dos
años y medio, hija única, debe internarse próximamente en
un hospital para ser objeto de una operación a corazón
abierto. Será necesaria una hospitalización de dos meses y
algunos días de recuperación que suponen visitas muy limi­
tadas. Por lo demás, los padres dicen que durante medio día
la niña es cuidada por una nodriza, en casa de la cual se
siente muy bien, que a la chica le gustan mucho los contactos
con otros niños, que ya está acostumbrada al ambiente del
hospital, a cuyo consultorio acudía con jrecuencia, Preguntan
¡os padres sobre la manera de preparar a su hijita para este
acontecimiento.

Lo más importante es que los padres no estén ansiosos.


Ese tipo de operación es ahora corriente y no entraña peli­
gro. De manera que lo que hay que cuidar aquí es el aspecto
“psicológico” . Si se ha decidido hacer esa operación, ello
significa que la niña que ya vive bastante bien se sentirá
155
156

mucho mejor después. Hay que pensar sobre todo en eso;


una operación es siempre algo penoso, pero su finalidad es
eliminar las perturbaciones que presenta ahora la niña y que
pueden agravarse si no se realizara en seguida la operación.
¿Cómo ayudarla? Primero, no es seguro que la madre no
pueda acudir con frecuencia junto al lecho de su hija; que
trate esta cuestión con la jefa de enfermeras y que le pida
permiso para acompañar con más frecuencia a su hija. Eso
sería lo mejor. En el caso de que no obtuviera ese “favor”,
puede preparar de antemano muñecas para la niña; que com­
pre cuatro y que vista a dos, una como enfermera y la otra
como médico; se las dará a la niña cuando esté en el hospital.
Uno no puede llevarse del hospital los juguetes con los que
jugaba allí, entonces la madre deberá preparar los.mismos
vestidos para las dos muñecas que guardará en su casa y que
la niña encontrará a su regreso. De esta manera, facilitará
el vínculo entre el hospital y la casa, porque justam ente esto
es lo difícil: el regreso del hospital, contrariamente a lo que la
madre pueda creer. La niña vivirá durante dos meses en el
hospital. Dos meses es mucho a esa edad, es casi como ocho
meses o un año para nosotros. La niña tendrá necesidad de
encontrar en su casa los mismos objetos que le sirvieron de
compañeros durante su estada en el hospital.
Creo que la angustia de los padres proviene también de
otra cosa, es decir, de ciertas expresiones: “operación a cora­
zón abierto” . Eso de hablar de “corazón abierto” es algo que
asusta a la gente, siendo así, que en realidad no se trata
de una operación peligrosa. El corazón indica simbólicamente
el lugar del amor; pero conviene que la madre sepa que en
este sentido nadie va a cambiar el “corazón” de su hija.
Y conviene que se lo explique a la niña: “ El corazón que el
doctor va a operarte es el corazón de tu cuerpo, pero el co­
razón que ama nadie podrá tocártelo ni abrirlo”.
Una cuestión que se presenta con mucha frecuencia es la
de los niños de dos, tres y cuatro años y hasta de algunos
meses... Se trata del problema de las Jimosis o de los hipos-
157

padias. Estos términos son tecnicismos. Habría que expli­


carlos muy rápidamente.

Se trata de pequeñas anomalías en la verga de los chicos;


la fimosis consiste en que el prepucio es demasiado estrecho
lo cual puede impedir al niño orinar como corresponde, pero
sobre todo lo molesta cada vez que se producen erecciones.
En esos casos las erecciones son dolorosas; y en invierno hasta
pueden producirse grietas. Muchos niños son afectados por
esta anomalía. Conviene pues eliminar una fimosis. Pero
quien debe decidirlo es el pediatra. Evidentemente la opera­
ción de fimosis asusta a los niños; hay que explicarles que la
operación es necesaria para que tenga una buena verga, como
la de papá, una verga que pueda tener erecciones sin dolores.
Ha de tenerse en cuenta, además, que esta operación no es
muy dolorosa.

Tengo aquí la carta de una mamá cuyo hijo padece de


fimosis y que debe ser operado dentro de un año o un año
y medio: “¿Se da usted cuenta? Como supondrá, esta ope­
ración nada tiene de agradable; puede ser muy traumatizante
para un niño de cuatro años. Confieso que la perspectiva me
espanta. No me atrevo a hablarle a m i hijo de la operación
porque temo comunicarle m i propia angustia. M i marido y yo
nunca hablamos de ese tema, como si quisiéramos exorcizar
nuestra angustia”. A veces estas cosas asumen grandes pro­
porciones.

Sí, pero, ¿se trata de una fimosis?...

¡Ah! Perdón... m e había equivocado; se trata de un hipos-


padias bastante pronunciado, dice la mamá.

Eso es algo completamente diferente. En el hipospadias,


el orificio de la verga, en lugar de estar situado en el centro
del glande, se encuentra en la parte inferior de la verga, a
158

veces muy cerca del glande, a veces bastante cerca de la base


de la verga. Por lo demás, Luis XVI sufría de esta anomalía;
lo operaron siendo ya adulto porque sin esa operación no
podía ser padre. Un niño que padece de hipospadias, moja
sus calzones y no puede evitarlo. Es muy molesto para un
varón. No veo por qué los padres se sienten tan angustiados,
ya que después de la operación el niño estará mucho más
satisfecho. Es, en efecto, una operación desagradable, pero
esos momentos de disgusto no son nada comparados con la
satisfacción de poseer un miembro normal, como los otros
muchachos. Eso es lo que hay que decirle. Los padres son
presa de ansiedad cuando se toca el cuerpo de su hijo. Pero
en este caso no tienen por qué preocuparse, pues el chico
—y también hay que explicárselo a él— será mucho más feliz
después de la operación.

Todo esto plantea en general el problema de internar a


niños en un hospital. La conclusión es la de que no hay por
qué dramatizar este hecho ¿no es así?

No; por lo demás, en el hospital los niños se sienten en


general contentos; cuando están mejor de salud, tienen cierta
compañía. Cuando el niño ingresa en un hospital es menester
no faltar nunca a la visita prometida; eso es muy importante.
Si la madre prevé que un determinado día no podrá visitar
al niño, que no le haga creer lo contrario. En los hospitales
a menudo el niño sólo puede ver a sus padres a través de
vidrio. Y los padres se ponen a llorar porque su hijito llora;
se angustian. Sin embargo, es normal que el niño llore: en ese
momento es preciso que los padres tengan el valor de soportar
el llanto del niño. Que no se marchen diciéndose: “Puesto
que llora cuando me ve, no volveré más”. Vale más que el
niño llore, grite y sienta la pena de haber visto a la mamá
sin haber podido estar entre sus brazos, que evitarle esa pena
con el pretexto de que la experiencia los conmueve dema­
siado, tanto a la madre como al hijo. Pero es menester que
159

la madre tenga el coraje de estar conmovida sin mostrarlo


demasiado. Para el niño es bueno (aun cuando llore) ver a
su mamá, por más que ésta también llore. Mucho peor sería
para él no verla y creerse olvidado por la mamá.
26. Un bebé debe ser alzado de su cuna
(Apaciguar al niño)

A q u í está la carta de una madre cuyo hijo (dieciocho me­


ses) prácticamente desde el nacimiento tuvo vómitos bastante
repetidos, ju n to con los síntomas nerviosos “habituales" del
recién nacido. Cuando tería alrededor de once meses, fu e
confiado durante unos diez días a los abuelos; a partir de
aquel momento el chico se puso a golpearse la cabeza contra
la cuna. Y esto adquirió proporciones importantes, puesto que
tal comportamiento llegó a convertirse para el niño en un
medio de ejercer presión: sabe que, cuando se golpea la
cabeza contra la cuna, los padres acuden en seguida. La
madre nos informa, asimismo, que el niño fu e circuncidado
a los nueve meses (a causa de una fimosis) y que seguramente
conservó un recuerdo un poco doloroso de aquella operación:
"Quisiera comprender lo que significa el comportamiento de
m i hijo. ¿Es un niño que busca una respuesta a una pregunta?
¿Cómo pueden explicarse esas perturbaciones?" Por lo de­
más, se trata de un niño feliz, un niño que juega mucho...

De manera que las dificultades comenzaron después de


la estada en la casa de los abuelos, estada que siguió a

160
101

una operación de fimosis... Creo que se trata de un niño al


que no habían preparado para la operación mediante claras
explicaciones. Ya sabe usted que a menudo he sostenido que
nunca es demasiado temprano para decirle la verdad a
un bebé.
No lo han preparado para esa operación, ni tampoco para
su permanencia en la casa de los abuelos. Ahora, cuando
se golpea la cabeza (es decir cuando está a medias adorme­
cido o aun dormido) el padre, más que la madre, debería
acariciarle la cabeza de atrás hacia adelante y decirle: “Cuan­
do eras pequeño te dejamos en casa de tus abuelos y no sabías
que volveríamos a buscarte. No te lo habíamos explicado y tú
te creiste en una prisión. Te creiste preso. Y ahora te golpeas
la cabeza contra los barrotes como un preso. Pero no lo eres.
Nosotros te queremos mucho. Y además, papá y mamá están
a tu lado en este cuarto. Aquí estoy muy cerca de ti” . Pues
se trata de un niño precoz; lo que la madre nos cuenta sobre
los vómitos de cuando el niño era un bebé es ya una señal
de que necesitaba compañía, una compañía particular, y no
la de cualquiera.
Ya que hablamos de este asunto aprovecho la ocasión para
decir que los niños que sufren de vómitos tienen necesidad de
ser alzados en brazos. En la educación de los pequeños hay
un sistema (al cual se adhieren ciertos pediatras) que esta­
blece que no hay que permitir que el niño adquiera “malos
hábitos” ; se sostiene que no hay que mecerlos, se sostiene
que no hay que alzarlos en brazos y estrecharlos contra el
cuerpo. Pues esto no es así; es necesario hacerlo. Evidente­
mente no durará toda la vida. Poco a poco se irá cambiando
el modo de obrar con el niño. Pero es absolutamente necesario
que el pequeño se sienta beneficiado con una seguridad total.
Ahora bien, el niño sólo siente esa seguridad, podría decirse,
cuando se pega a su madre. En la cuna trata de pegarse
al cuerpo de la madre, pero sólo encuentra los barrotes. De
modo que lo primero que hay que hacer es acolchar la cuna
con muchos almohadones...
1(>2

Ya lo han hecho. Además, dicen que desde entonces el


asunto va perdiendo importancia.
¡Claro está! Tal vez habría que quitar los barrotes de la
cuna... y también hablarle al niño de su operación de fimosis
y explicarle la razón de que lo operaran. Debe ser el padre
quien le explique todas estas cosas, cosas relativas a su viri­
lidad; este niño ha sido herido desde el comienzo. No hay
que olvidar que, durante meses, este chico sufrió cada vez que
orinaba, cada vez que tenía una erección, es decir, de siete
a diez veces por día. Por eso se sentía tan mal y por eso
la operación era necesaria. Hay que hablarle de ella, y a
los dieciocho meses no es demasiado temprano para hacerlo.
Ni siquiera a los dos meses, ni siquiera a los seis días es de­
masiado temprano para hablarle al niño de su sensibilidad,
de las pruebas que le esperan; hay que decirle que todos
harán lo más posible para ayudarlo, pero que no se le pueden
evitar ciertas pruebas.

Hace un instante hablaba usted de los pediatras. Figúrese


usted que aquí tenemos la carta de una pediatra. Quisiera que
usted hablase de lo que se llaman “cólicos del lactante”; los
niños que los padecen y que en todo lo demás son muy sanos
lloran de manera prolongada, a veces seis u ocho horas
por día.

Opino que un bebé que llora de esa manera tuvo un


nacimiento un poco traumático o que es un niño más sensible
que los demás a la brusca separación de la madre; o bien
puede haber ocurrido, que cuando se encontraba in útero su
madre estaba ansiosa. Hay que alentar a las madres a alzar
lo más frecuentemente posible a su hijo y estrecharlo contra su
pecho. Cuando no pueden hacerlo, que le hablen, que lo acer­
quen lo más posible al lugar donde están trabajando, que lo
acunen cuando llora. No tiene objeto alguno dejar llorar a un
niño con la excusa de que tiene cólicos y de que ya se le
pasará. El niño siente el mundo, y su mundo es la mamá,
163

¿no es así? Desde luego que llorar es mejor, que no llorar


y sufrir. De todas maneras, tampoco hay que dejar que llore
a solas. Es necesario que el niño oiga una voz que lo com­
prende. Sí, un bebé debe ser alzado. Son las costumbres ac­
tuales las que hacen que el niño no se vea rodeado como
antes por los abuelos o por una familia numerosa; el bebé
debería estar en brazos de alguien cuando no duerme. Hay
muchos niños que lloran y que tienen necesidad de que los
tomen en brazos, de que los acunen; a estos niños basta con
hablarles y que la mamá no se preocupe. También hay algu­
nos que tienen dificultades para digerir la leche y que nece­
sitan ayuda. Había antes muchos remedios caseros muy sen­
cillos; yo misma administré uno a mi hijo que lloraba; se
trata de un producto que favorecía la coagulación de la leche
de vaca de la misma manera en que se cuaja la leche de
mujer. Estábamos en guerra y no había leche; yo misma no
tenía la suficiente para alimentar a mi primer hijo: el jarabe
de papaína lo alivió. Ahora hay toda clase de leches que se
adaptan muy bien a los niños.
También puede hacerse otra cosa en la que las mamás
piensan muy rara vez: dar suaves masajes, por encima de las
mantillas, en el vientre del niño; eso contribuye también a
que el chico no sienta frío en el vientre: si éste aparece mo­
jado, conviene aplicarle una bolsa de agua caliente. Todas
estas cosas son importantes.
No hay que olvidar que ciertos bebés sienten verdadera­
mente dolores en el vientre porque se está preparando algo
más grave.
Y, vuelvo a repetirlo, es preciso hablar al bebé en tono
muy amable, muy sereno y no decirle nunca vociferando:
“ ¡Cállate!” , pues entonces el niño .se callará, pero se sentirá
aún más angustiado al no poder manifestar su angustia para
someterse al deseo de la madre.

Quedará atemorizado, pero ya no manifestará más nada.


164

Así es, y eso es lo peor. Vale más en cambio decirle: "¡Olió


mala suerte, te duele la pancita, mi chiquito!” Cosas como
éstas, muy sencillas mientras se guisa, mientras se ordena la
casa... Y apenas la mamá pueda hacerlo, que lo acune un
poco, le dé masajes en el vientre, le hable. Eso es lo que se
puede hacer. Vaya, en este mismo orden de ideas tenemos
aquí una carta que me interesó mucho; es de una madre
de mellizos..., vea si puede encontrarla.

Sí, aquí está. Cathy _y David son mellizos nacidos prema­


turamente — a los siete meses y medio— y por eso, según
cuenta la madre, debieron permanecer durante un mes y me­
dio en los servicios para prematuros: “Alrededor de los cinco
o seis meses, tuve necesidad de confiar a mis hijos muchas
veces a una guardería, y hacerlo... ”

La señora dice que se trataba de ‘‘una guardería de paso” .


Es muy interesante que haya lugares como ése, en el que los
niños no permanecen obligatoriamente todo el día.

"... tres o cuatro horas por día cada vez. Las condiciones
de recepción eran excelentes. Pero a la hora de la comida
y de cambiar a los bebés ocurría lo siguiente: en ese momento
las puericultoras se ponían un guardapolvo blanco y tomaban
a los niños; ¡os míos se ponían inmediatamente a llorar a
gritos; comenzaban a hacerlo apenas se les acercaban los
guardapolvos blancos y continuaban llorando mientras du­
raban los cuidados... Pensé entonces que mis hijos asimilaban
las puericultoras de guardapolvo blanco con las enfermeras
que habían conocido en los servicios para niños nacidos pre­
maturamente; de manera que para infundir confianza a los
mellizos, para mostrarles que los guardapolvos blancos no
significaban una separación de la mamá, yo misma m e puse
un guardapolvo blanco para bañarlos o darles el biberón en
casa. A partir de aquel momento ya no se registró ninguna
reacción de miedo o d e s a g r a d o A l cabo de varios días.
cuando esta madre volvió a llevar a sus hijos a la guardería,
tampoco se produjo ninguna reacción ante los guardapolvos
blancos de las puericulturas.

Lo cual muestra hasta qué punto los niños necesitan la


mediación maternal en todo lo que sea nuevo para ellos. Aquí
no se trata de algo nuevo, sino que el pasado fue angustioso
y los niños no querían retornar a ese pasado; verdaderamente
esta mamá ha dado prueba de una intuición y de una inte­
ligencia maternales de las que la felicito.
27. Bebes pegados, mellizos celosos

Volvamos a considerar la misma carta para abordar la


cuestión que la madre planteaba. E l varoncito y la niña, que
tienen ahora cinco años y medio, progresaron juntos sin que
pueda afirmarse que uno dominara al otro. Eran muy dife­
rentes, tenían focos de interés netamente distintos; siempre
hubo entre ellos una gran emulación y una gran rivalidad,
hasta la edad de cinco años cuando comenzaron a ir a la
escuela. E n ese momento se tenía la impresión de que la niña
estaba más adelantada que su hermano: “Se sentía que domi­
naba al varón, sobre todo por su desenvoltura". Alrededor
de los cinco años, el varón dio un salto hacia adelante, un
salto muy decidido, sobre todo en el nivel de la escuela. Los
dos niños estaban en la misma clase y parece que la maestra
felicitó mucho al chico por sus progresos. La madre precisa
que en la familia, ni el marido ni ella misma hacían compa­
raciones entre los dos niños ni hacían comentarios sobre ellos:
“A partir de ese momento, tuve la impresión de que la pe­
queña se dejaba aplastar por su hermano. Hasta mostraba
tendencia regresivas: lenguaje menos bueno, fallas de memo­
ria, etc.". Esta situación dura desde hace seis buenos meses.
166
1(>7

¡.a madre ha solicitado que sus hijos acudieran a dos clases


diferentes, lo que los niños aceptaron con mucho placer. La
pregunta es ésta: “¿Cómo ayudara la pequeña para que salga
de ese punto muerto? ¿Cómo hacer para que recobre la con­
fianza en sí misma?"

Tengo la impresión de que esta chica acaba de descubrir


su feminidad, es decir, lo que la diferencia del hermano. Como
eran mellizos, durante mucho tiempo la cuestión ni siquiera
se planteaba; es posible que los padres no les hayan hablado
lo suficiente de la diferencia que había entre ellos, ni les hayan
dicho nunca cosas muy sencillas como ésta: “Tú serás un
hombre y tú serás una mujer". Creo también que esta niña
tuvo la mala suerte de tener en su clase a una maestra. Si
hubiera sido un maestro, como la chica tiene la lengua bien
suelta —lo cual es normal en las pequeñas— , habría desple­
gado todos sus recursos para exhibirlos ante él. En ese mo­
mento, el varón se habría dicho: “ ¡Bueno! También aquí, ella
se destaca” . Pero en la escuela el varón conoció a otros mu­
chachos y se dijo: “Son como yo y en cambio ella no es como
yo” , Acaso los padres no hayan hablado lo suficiente de la
diferencia sexual. Por eso ahora los niños se sienten aliviados
ante la perspectiva de que se los separe. Pues los mellizos
de sexo diferente, como estos dos, no pueden enamorarse el
uno clel otro, como ocurre normalmente entre chicos y niñas
a partir de los tres años: todos los niños que van a la escuela
a esa edad, varoncitos y mujercitas —lo digan o no— tienen
un noviecito o una noviecita entre sus camaradas. Y una niña
vigila a su hermano; hasta ese momento ella era su preferida.
Pero ahora el chico tiene como compañeros a otros mucha­
chos y además tal vez lo atrae una chica. Esta niña se sintió
desplazada de su lugar de compañera única y de única amiga
del hermano, es normal. Es necesario que los padres le expli­
quen esto. Hay 'que decirle también que siempre tendrán
amistad entre sí, pero que en su condición de hermana y
hermano tendrán que separarse alguna vez, puesto que cada
168

cual está hecho para tener luego otro compañero: ella, un


muchacho que será su novio y luego su marido, y él otra
muchacha que llegará a ser su mujer.

¿ Y cuando se trata de “verdaderos" mellizos, dos varones


o dos niñas?...

En ese caso, la situación es por completo diferente, porque


siempre es muy grande la rivalidad entre dos gemelos. En
general, esa rivalidad está disimulada hasta la pubertad; hasta
ese momento los dos suelen ser como un binomio, no se los
puede separar, Y eso es una lástima. Los padres que com­
prenden esa situación, deberían vestirlos de manera diferente
desde muy pequeños, darles juguetes diferentes, aun cuando
los chicos los intercambien luego entre ellos..., hacerlos invitar
por separado a casa de amigos diferentes cuando eso sea po­
sible, colocarlos en clases diferentes. Pero es cierto que hay
gemelos inseparables. Si se desarrollan bien, sin dañarse el
uno al otro en la clase por obra de una excesiva dependencia,
y si los dos realmente lo desean, se los puede dejar juntos.
Pero siempre es malo educar paralelamente a dos niños
de edad aproximada y, por supuesto, lo es también en el caso
de los gemelos.

Pues entonces hay que decirlo claram enteporque éste no


es un hecho conocido; se ven tantos hermanitos o hermanitas
vestidos de la misma manera...

Justamente. Ahora bien, los gemelos deberían individuali­


zarse muy bien desde pequeños porque de otra m anera se
pegan el uno al otro y uno de ellos domina mientras el otro
es dominado; esto es malo para los dos. Tal vez sea peor
para el dominado que para el dominador. Lo mejor sería se­
pararlos desde el momento en que sea posible. En cuanto a
las clases, es aconsejable enviarlos a dos jardines de infantes
diferentes, si ello es factible... Y esto hay que hacerlo lo antes
169

posible, porque, una vez que ya tomaron la costumbre de


estar siempre juntos, ya no se los puede separar y, en el mo­
mento de la pubertad, sobreviene una guerra terrible: ninguno
de los dos admite el advenimiento de una tercera persona
elegida por el otro. Uno de ellos siempre se sitúa como rival
del otro, si este presta atención a un camarada. Es, pues,
mejor que no estén continuamente juntos. Que sean gemelos
o no lo sean, los padres deben considerarlos siempre como
personas enteramente diferentes. Esto es muy importante, aun
cuando los niños se parezcan mucho.
Muchas veces he oído decir: “No se puede separar a los
gemelos”. Pero no porque antes de nacer hayan estado juntos
hay que continuar viéndolos como el reflejo de uno en el otro.
Así, es como si se los “cosificara” : se los refiere siempre a su
pasado... Pero corresponde juzgarlos hoy, y hoy son diferen­
tes. Por lo general, tienen un padrino y una madrina dife­
rentes; será bueno que éstos los lleven a pasear por separado.
Ya ve usted, lo importante es distinguirlos permanentemente
el uno del otro y permitirles que desarrollen personalidades
tan diferentes como sea posible.
Y además, no vacilar tampoco en hablarles, en explicarles, t

Naturalmente.
28. Decir “no” p ara hacer “ sí”
(La obediencia)

Esta carta plantea el problema de la autoridad en la fa ­


milia: “M e gustaría saber u partir de qué edad se puede exigir
obediencia a un niño: recoger y ordenar sus juguetes, perma­
necer sentado a la mesa, ir a la cama, dejar de jugar, cerrar
una puerta'. Esta mujer tiene un hijo de dos años y agrega:
“Debo valerme de ardides durante todo el día para hacerme
obedecer, pues desde hace algunos meses m i hijo se encuentra
en un período de un 'no' sistemático, que se afianza cada
vez más”.

Ese niño está cambiando su psicología de bebé que no


podía dejar de hacer lo que la madre le pedía; antes era
siempre como su madre quería que fuera, porque la mamá y él
mismo no eran más que una persona. Pero ahora, el niño
llega a distinguir el “yo-yo” del “yo-tú” : se siente tan “yo”
como su mamá. Ese es el período del “no” , que es un período
muy positivo, si la madre lo comprende. El niño dice “ no”
para hacer “sí”. Esto quiere decir: “no, porque tú rnc lo
pides sino p o rq u ero mismo quiero hacerlo” .
La mamá podría ayudar mucho a su hijo dldówlnlc:
171

‘‘Mira, si tu padre estuviera aquí, creo que él también te lo


diría”, pero no debe insistir demasiado, Y algunos minutos
después el niño lo hará. Lo hará para convertirse en un
“hombre” y para no permanecer siendo un "niño” mandado,
como un perrito, como un "chiquito”, que tiene necesidad de un
amo. Ahora bien, este niño ha entrado en la posibilidad de
decir: "Yo... lo quiero” . Naturalmente este momento no es
muy cómodo para la mamá, pero es muy importante.
La madre habla también de "ordenar los juguetes” . Pues
bien, un niño no puede poner orden sin riesgos, antes de los
tres años y medio o de los cuatro. Un niño que ordena sus
cosas demasiado temprano puede convertirse en un obsesivo...

¿Cómo es eso?

Puede convertirse en alguien que más adelante haga las


cosas por hacerlas, pero no porque éstas tengan un sentido:
obrará de acuerdo con una especie de rito. Ese niño ya no
estará entre las cosas vivas sino que estará sometido como una
cosa a las otras cosas. Mientras que los padres conocen muy
bien la utilidad de poner orden, el niño no la conoce en modo
alguno. Cuanto más desorden haya, más se sentirá con dere­
cho a vivir. Cuando un niño juega, lo desordena todo y eso
debe ser así. El niño todavía no tiene su orden; ese orden
llegará a los siete años. De todas maneras puede comenzar
a arreglar sus cosas a los cuatro años, sobre todo si cada vez
que se trata de poner orden la madre le dice: "¡Bueno! antes
de hacer cualquier otra cosa, vamos ahora a arreglar esto.
¡Vamos, ayúdame!” Entonces la madre hace las tres cuartas
partes del trabajo y el chico hace a regañadientes la otra cuar­
ta parte, pero la hace. Al cabo de cierto tiempo, cumple el
trabajo también, porque ve que su padre pone orden en las
cosas. ¡Pero cuidado! Los niños cuyo padre no ordena nunca
las cosas tienen muchas dificultades para hacerse ordenados.
El padre debe ayudarle y decirle por ejemplo al hijo: "Ya ves,
yo no aprendí a poner orden en mis cosas cuando era peque­
172

ño, y ahora eso me fastidia mucho. No puedo encontrar lo


que necesito. Tu madre tiene razón. Trata de ser más orde­
nado que yo” . Y, como bien se sabe, los niños no llegan a
hacerse “ordenados” precisamente porque era su madre la
que quería que ellos pusieran orden cuando pequeños y
porque no fueron ayudados por los padres, ya por el ejemplo,
ya por las palabras que les hicieran comprender las molestias
que acarrea el desorden a la vida cotidiana.

■En cuanto a los otros problemas: permanecer sentado a la


mesa o irse a dormir, ¿qué se hace si el niño dice simple­
mente “no” y no va a acostarse?

¡Pero si no está “bien” irse a la cama cuando uno no tiene


sueño! Para los padres lo importante es que los dejen en paz
a partir de determinada hora de la noche; en ese momento
hay que decir al niño: “Ya es hora de que nos dejes tranqui­
los, queremos estar tranquilos. Ve a tu habitación y acuéstate
cuando tengas sueño”. Eso es todo. El chico se acostará, no
porque lo obliguen a hacerlo, sino porque tiene sueño o bien
se adormecerá sobre una alfombra en un lugar en que sienta
menos frío; un par de horas depués los padres lo m eterán en
la cama. Es menester que el niño aprenda por sí mismo los
ritmos de la vida. Si la madre lo m anda y lo decide todo,
en última instancia el niño term inará por no tener su propio
cuerpo: su cuerpo pertenecerá todavía al adulto. Y éste es un
peligro en la adquisición de la autonomía.

Otra carta trata igualmente sobre problemitas nocturnos


en las familias. Una madre nos escribe: “Tengo un diablillo
de catorce meses. Pero ya a los ocho meses, había roto los
barrotes de la cuna para poder bajar y golpear a la puerta
cuando ya no quería dormir. Ahora que tiene catorce meses,
ha encontrado otro sistema. Con frecuencia se queda dormido
ante la puerta ventana del departamento. Termina por dor­
mirse en el suelo. Como no quisimos pertuharlo, sencilla­
173

mente, instalamos una alfombra más o menos gruesa para


que no tuviera frío. L o curioso es que desde que instalamos
esa alfombra, m i hijo acude cada vez menos a ese lugar".
Las preguntas son éstas: "¿Qué puede atraer a un niño al
rincón de un departamento? ¿El espectáculo que se ve a tra­
vés de la puerta ventana o las luces de la calle? ¿No será
también el fresco, porque es un niño a quien no le gustan
nada las sábanas ni las mantas, que rechaza de continuo?
¿Por qué va menos a ese lugar desde que hay allí una al­
fom bra?"

Esto parece un poco complicado; creo que, aún cuando


la madre no hubiera instalado esa alfombra, al cabo de un
tiempo el niño se comportaría como lo hace ahora. Al prin­
cipio, el chico se dirige hacia algo que le parece una salida:
le gustaría, por ejemplo, salir a pasear por la calle. ¿Y por
qué no, después de todo, puesto que no tiene sueño? Entonces
se llega a ese lugar en el que acaso pueda ver algo. Se distrae.
Todavía no sabe leer ni m irar las láminas él solo. Entonces va
a m irar lo que está en movimiento, la vida...
Cuando los niños van a acostarse, no hay que ordenar
sus juguetes antes de que se duerman. Hay que acostarlos
primero y arreglar los juguetes después. Porque los juguetes
forman parte de los mismos niños... y los juguetes se van a
dormir, porque los niños ya lo han hecho. En cuanto a este
niño, ve que la vida continúa y poco a poco se habituará
a su propio ritmo y a sus necesidades de descanso y de sueño.
Dentro de poco, subirá solo a su cama. Por ahora, ya ha roto
los barrotes de la cuna, y está bien, pues ya no tiene nece­
sidad de ellos.

¡A los ocho meses es ya una verdadera hazaña!

Sí, el chico es muy fuerte. Desde el momento en que un


niño se convierte un poco en acróbata, conviene poner junto'
a su cuma, para que no caiga al suelo, o una silla o un pe­
174

queño taburete de manera que el pequeño pueda descender


con facilidad de la cuna después de haber pasado sobre los
barrotes; nada hay más desdichado para un niño que no
duerme que sentirse encerrado en una jaula. Sobre todo es
difícil para el hijo único... Cuando hay dos o tres en la misma
habitación todo marcha bien, porque los chicos se divierten
hasta el momento en que se duerme el primero,

Sobre el período del “no" en los niños...

Ese período se sitúa alrededor de los dieciocho meses en


el caso de los varones muy precoces, en otros, a los veintiún
meses... Ese es un momento que hay que respetar y no con­
trariar... No responder nada. Este hará poco después lo que
su madre le ha pedido.

A quí tenemos el tema de las comidas en familia. Nos es­


cribe una madre que tiene una hija de cinco años, la mayor;
hay otros dos niños. E l marido y esta señora no están de
acuerdo en cuanto a la manera de enseñar a esta niña a com­
portarse correctamente en la mesa: “A mi juicio, m i marido
le pide demasiado para su edad, pues exige que esta niñita
se mantenga derecha, con los codos pegados al cuerpo, que
coma con la boca bien cerrada y sin hacer ruido. E n cambio,
yo pienso que sería mejor progresar por etapas, esperar a
que la niña haga alguna adquisición para ir luego más lejos
>’ exigir más. Durante la semana los niños comen en la cocina,
pero los domingos las comidas representan realmente malos
ratos para todos a causa de las constantes observaciones que
m i marido hace a nuestra hija. ¿Cómo llegar, en realidad,
a un equilibrio entre comida educativa, por una parte, y co­
mida agradable, por otra parte? ¿Qué se le puede realmente
exigir a una niña de cinco años? ¿No habrá que esperar un
poco más?" Hay que tener en cuenta otro aspecto que es
bastante importante: “M i marido hasta da a nuestra hija
pinchazos con el tenedor, ligeros, por supuesto". Esta señora
175

se apresura por lo demás a aclarar que el papá es ejemplar,


que juega mucho con sus hijos, que los quiere enormemente,
que sigue sus estudios, que les lee libros... Pero, en fin, cuando
están a la mesa, su comportamiento casi raya un poco en la
histeria...

Es algún tanto molesto que nos escriba la madre sin que


el padre nos dé su opinión. Diré que esta pequeña de cinco
años y medio debería ya comer con toda corrección como
una persona mayor. Es posible que al hacer comer a los niños
solos en la cocina, la madre no les haya enseñado a hacerlo
convenientemente. Un niño puede aprender a comer perfec­
tamente a los tres años, lo mismo que un adulto. Creo que
de alguna manera el padre quisiera que su hija fuera como
para comérsela con los ojos; y hasta la trata como si fuera
un artículo de consumo. ¡La pincha con un tenedor! Quisiera
que su hija fuera verdaderamente perfecta —porque con se­
guridad, la adora—, y ella debe sentir ese deseo del padre.
Me pregunto si toda su actitud no se debe sobre todo a las
angustias de la madre, con las que la pequeña juega un poco.
En efecto, siente que la madre y el padre riñen a causa de
ella, por su manera de comer. En lugar de perder la paciencia
durante las comidas, la madre debería decirle a la niña, un
día en que el padre no estuviera presente: “Oye, dispondre­
mos entre nosotras las cosas para que tú comas conveniente­
mente; tu padre tiene razón, debes aprender a comer bien.
Tal ves te divierte el hecho de que tu padre se ocupe sólo
de ti cuando estamos sentados a la mesa. Bueno, a mí no me
gusta eso. Las comidas serían mucho más agradables si se
hablara de cualquier otra cosa”.
Se diría que en el momento de las comidas estalla la
guerra. Esto es malo para la madre, y para la pequeña no es
ni bueno ni malo, no tiene ninguna importancia, puesto que
se trata de intimidades del papá con ella, obtenidas como
rival triunfante de su madre. Lo enojoso es que, de esta ma­
nera, no hay comidas agradables en familia. Que la madre
176

haga entonces este esfuerzo con su hija. Creo que puede


aprender a comer convenientemente en menos de una semana.

Permítame una observación personal; de todas maneras


hay una gran diferencia entre comer correctamente y ser un
soldado... ¿Se le puede exigir realmente a una niña de cinco
años, no sólo que coma con corrección, sino también que per­
manezca callada y que coma con la boca cerrada? ¿Es eso
realmente importante para su educación?

Es importante únicamente porque el padre lo exige...

¿Tendría razón el padre en no darle importancia?

Si se le diera sólo la importancia necesaria, estoy segura


de que la pequeña comería ya correctamente, La niña provoca
a su padre para interesarlo; a los cinco años resulta cómico
ver cómo papá y mamá disputan a causa de uno. Y aunque
la madre no lo diga, la niña siente en el fondo que durante
las comidas ella es la reina, puesto que el padre sólo se ocupa
de ella. Me pregunto si la madre no podría hablar a solas con
su marido —desde luego fuera de las horas de la comida y en
ausencia de los niños— y decirle: “¿Y si los niños continuaran
comiendo antes que nosotros, incluso el fin de semana, hasta
que la pequeña aprenda a comer perfectamente bien?” Es
posible que todo esto también divierta al marido. No sé, Aquí
ya se trata de otro problema: es el problema del padre que
no nos escribió ninguna carta ni se queja de nada; lo cierto
es que en todas las comidas vuelve a representarse la misma
función, como si él y la chica fueran dos payasos que repre­
sentan, para eüos mismos, un sketch de éxito.

Iba a hacerle a usted otra pregunta: ¿Hay un período de


palabrotas? Voy a explicarme: una madre de tres hijos — dos
varones de siete y cuatro años y una niña de tres— nos <\f-
cribe esto: “Personalmente, no soy demasiado sensible a las
177

palabrotas. Pero de todas maneras es un asunto un poco de­


licado en sociedad, cuando están presentes otras personas, oír
cómo los chicos se mandan a paseó blasfemando como carre­
ros. E n nuestra fam ilia no tenemos costumbre de decir malas
palabras. D e manera que ese hábito proviene de la escuela".
Esta señora agrega: "La última palabrota de adquisición re­
ciente es ‘p u ta ’: los chicos dicen: ‘¡ Puta! ¡Puta! ¡Puta!'; poco
antes estaba de moda la palabra ‘caca que ahora parece
haber caído en desuso y que, por lo tanto, es un buen augurio
en lo que respecta a las siguientes adquisiciones... ¿Qué debo
hacer? ¿Hacerme la sorda?”

Para un niño proferir palabrotas es darse tono. Se siente


importante, se siente realmente una persona mayor. Y tam ­
bién es para él una gran experiencia la de escribirlas sobre
las paredes, apenas sabe escribir. Lo que hay que decir a los
niños es: "¿Qué palabrotas sabéis?” La enumeración termi­
nará bien pronto. El niño dirá cuatro o cinco... y el padre
le preguntará: "¿Cómo? ¿no sabes más que cuatro o cinco?
¡Pues, escucha! Debes aprender más, porque en la escuela
tendrás necesidad de otras nuevas.” Y el padre podrá in­
ventar aquí cualquier palabreja que se le ocurra y decir:
“Estas son para la escuela, aquí debes hablar como tus pa­
dres; pero, claro está, hay que saber todas esas palabrotas.
Y si no sabes escribirlas, yo te enseñaré a hacerlo”. Y el niño
quedará muy contento: cuando está con sus camaradas es
lícito que emplee palabrotas y eso le da tono-, en cambio en la
casa se vive de otra manera; cada casa, cada familia tiene su
propio estilo.
Cuando los chicos están en su habitación, con la puerta
cerrada, la madre no debe ponerse a escuchar a hurtadillas.
Aquel es el mundo que les pertenece a ellos, y cuando por
casualidad los niños pronuncian una palabra grosera ante
toda la gente, hay que decirles: "Aquí estamos en sociedad;
haz como las personas mayores... pues de otra manera, pare­
cerás un bebé” . Cuando se trata de niños que tienen realmen­
178

te necesidad de proferir palabras fuertes la madre le dirá:


“Ve a hacerlo al cuarto de baño; todas estas cosas se hacen
en el cuarto de baño. Ve, pues, allí, desahógate en el
baño". Y las madres se asombrarán de oír cómo los chi­
cos descargan en los baños todas esas palabrotas y de
verlos contentos, después. Porque esos niños tienen nece­
sidad de desembarazarse de ellas. También están los que se
llaman niños “respondones” . La réplica de la madre debe
ser más o menos de este tipo: “Yo no oí nada, es como si
me hubiera puesto filtros en los oídos” . El niño no se dejará
engañar: comprenderá que la respuesta de la madre significa
que no está bien decir tales cosas. Y como la madre se lo dio
a entender con sutileza, el niño le estará reconocido.
29. ¿Desnudos ante quién?

Ya nos hemos ocupado de los problemas de la desnudez


de los padres ante sus hijos y usted dio a ellos unas cuantas
respuestas bastante rápidas, porque no parecía tratarse de
un problema muy importante... Pues bien, aquí tenemos un
alud de cartas de objeciones y sobre todo muchos naturistas
nos escriben...

Entonces sería interesante decir algunas palabras más so­


bre el tema.

Consideremos primero a los naturistas: “Regularmente lle­


vamos a nuestros hijos a centros de naturistas. Los niños
nunca tienen vergüenza de su cuerpo ni del cuerpo de sus
padres". Por lo demás, esa experiencia les parece un exce­
lente punto de partida para la educación sexual de su hijos.
Tenemos también la carta de una madre, que no está de
acuerdo con lo que usted dijo: ”Tenemos que ser naturales
en todo". Le reprocha, pues, el juicio demasiado categórico
que usted pronunció sobre la desnudez. E n fin , otros no com­
prendieron muy bien lo que usted había dicho; entienden que,
|7 ‘)
180

a juicio de usted, los padres no deberían mostrar ternura ante


sus hijos. Bueno, me parece que aquí se trata de otro pro­
blema; no hay que mezclar las cosas.

En primer lugar, yo nunca hablé de vergüenza. Es justa­


mente todo lo contrario. Los niños se sienten muy orgullosos
del cuerpo de sus padres; para ellos, los padres son siempre
perfectos en su desnudez, así como lo son en todo lo demás.
Pero, en la vida del niño hay períodos en que éste no ve
todas las cosas. Cuando es pequeño, no ve, por ejemplo, los
órganos sexuales. Sólo a partir del momento en que el niño
advierte la diferencia sexual (y no solamente sexual), la dife­
rencia entre todas las formas, comienza verdaderamente a
“ver” , a observar los cuerpos. Los adultos deben saber que
entre los dieciocho meses y los dos años y medio el niño no
posee el sentido del volumen y de la diferencia. El momento
en que el niño se da cuenta de las diferencias es sumamente
importante, puesto que en él se estructura la realidad. De
suerte que a esa edad, la diferencia de tamaño es para el niño
diferencia de belleza; el grande es mejor que el pequeño; se
siente inferior a los adultos, por más que, en ese momento,
el niño ya sea capaz de una palabra tan bien formulada como
la palabra de un adulto. Sin embargo, en el plano sexual
y en el plano corporal no es capaz de valorarse como su
“maravilloso” papá y su “maravillosa” mamá. Eso es lo que
yo decía.
En cuanto a los adultos que se desnudan en las playas,
pues bien, ése es un hecho social que a los niños no les inte­
resa ni más ni menos que todo lo que descubren en el mundo.
¿Que sepan que sus padres están hechos como todos los
demás adultos? ¿Por qué no? Pero los padres en sí mismos
son sumamente importantes: el hecho de tener cotidianamen­
te su desnudez ante sus ojos hace que los niños continúen
no queriéndolos ver. Se meten — ¿cómo decirlo?— on una es­
pecie de escondite imaginario, porque lu desnudez, de los
181

padres, la belleza de los padres los hiere. Y esto es algo que


los padres no comprenden.
En cambio, a partir de los cinco años y medio, de los seis
o los siete años, según los casos, los niños sólo prestan aten­
ción a sí mismos y a sus compañeros. De m anera que, a partir
de ese momento, los padres pueden hacer lo que quieran, con
la condición de no obligar a los hijos a hacer lo mismo. Los
niños vuelven a encontrarse en un estado de inferioridad en
el momento de la prepubertad. Yo misma fui testigo de no
pocos incidentes psicológicos en niñas que debían pasar unas
vacaciones o ya las habían pasado en campamentos de nudis­
tas; los padres pensaban que la hija era “bastante grande’’
y a ella misma le complacía la idea de acudir al campamento.
Pero luego, al regreso, los padres no comprenden por qué
esas niñas —porque por lo menos vi seis casos— se vuelven
apagadas, muy tímidas. Cuando, en el hospital, en psicote­
rapia, tuve ocasión de verlas, me hacían la impresión de que
se ocultaban la realidad: ya no querían ver absolutamente
más nada. Además, se ocultaban a sí mismas y exclamaban:
“ ¡Soy tan fea! ¡Las otras chicas son tan bonitas!’’ En reali­
dad, estaban perfectamente bien constituidas. Estas cosas
dan motivo de reflexión. Es también muy curioso, el hecho
de que cuanto más hermosos son los chicos y las niñas, más
feos se creen. ¿Por qué? Porque si todo lo que tienen se ve...
¿qué ocurre con su valor de persona? En el momento de la
pubertad, lo que resulta inquietante, es que se sienten devo­
rados por los ojos de los demás.
Por eso dije que la desnudez de los padres no deja de en­
trañar cierto peligro para los hijos; no porque la desnudez
me parezca inconveniente. En la evolución de la sensibilidad
de los niños hay momentos muy particulares. Si se tratara de
la desnudez entre niños de más o menos la misma edad, éstos
no experimentarían ningún sentimiento de inferioridad. Digo
todas estas cosas a quienes pidieron mi opinión... Aquellos
que ya saben lo que deben hacer, que continúen haciéndolo.
No hay por qué preocuparlos.
182

¿Sería lógico, por ejemplo, que los que practican el natu­


rismo vayan a pasar las vacaciones a un campamento nudista
y una vez de vuelta en la casa, ya no se muestren desnudos
ante sus hijos?

¿Por qué no? Pero, de cualquier manera, creo que habría


que preguntar primero a los niños su opinión y no imponerles
cualquier cosa. Cada vez que hay dificultades entre padres e
hijos, la razón de ellas está en que el niño no tuvo 3a libertad
de decir “no” a lo que se le proponía o en que su negativa
no fue aceptada en el caso de haber primero prestado su
consentimiento y luego haber cambiado de opinión por la
experiencia.

Algunas cartas hablan de una especie de “retorno a lo


n a tu ra l’. Una madre nos dice: “Uno no se esconde para
comer, ni se esconde para dormir. ¿Por qué habría de escon­
derse cuando se baña o cuando se desviste, por ejemplo?”
Otros padres opinan también que el hecho de pasearse des­
nudo ante sus hijos podría ser un excelente comienzo de edu­
cación sexual.

Por mi parte, no lo creo. Los padres que se muestran


desnudos en toda ocasión no permiten, sin embargo, que los
hijos les toquen el cuerpo o el sexo. En realidad, ¿adónde
iríamos a parar por ese camino? Para un ser humano es en
extremo pertubador no ser iniciado en la prohibición del in­
cesto. Pues el valor de un sujeto se construye sobre la prohi­
bición del incesto: desde el punto de vista de la energía de su
libido (es decir de la riqueza de su energía sexual) el sujeto
n o puede volverse hacia su madre (si es un varón) o hacia su
p ad re (si es una niña).
La energía sexual —para valernos de una imagen— es un
poco como un río que nace de su fuente y se dirige hacia el
océano. Pues bien, si un río se detiene en su curso, se con­
vierte en un lago, que carece de todo dinamismo. Y, si el río

*
I
183

se remonta a su fuente, ¿dónde volcará sus aguas? Las aguas


se acumularán cada vez más y esa acumulación de energía
crea tensiones en el niño.
El niño no asimila la prohibición del incesto antes de los
siete, ocho o nueve años, según los casos. Antes de ese mo­
mento, el niño que tiene una excitación sexual quiere tocar lo
que lo excita, y en ese momento entra en un estado de tensión
sexual que, en los varones es visible en la erección; en las
niñas ese estado no se ve, pero es tan real como el del varón
y se siente precisamente como el deseo de un cuerpo a cuerpo.
En lo que se refiere a la educación sexual, ésta casi nada
tiene que ver con la apariencia y la forma de los órganos
sexuales. Se trata sobre todo de una educación de la sensi­
bilidad, que comienza precisamente por la prohibición de
continuar mamando de la madre indefinidamente, la prohi­
bición de continuar haciéndose limpiar por la madre indefi­
nidamente, la prohibición de tener intimidades sexuales con
la madre. La señora que nos escribe nos dice: “Comemos
delante de todo el mundo...” . ¡Bueno! ¡tal vez esa señora
satisfaga todas sus necesidades en público, delante de su fa­
milia! Pero me sorprendería que llegara hasta el punto de
pedir a sus hijos que asistan a las relaciones sexuales que
mantiene con su marido...

No. Por lo demás, esta señora aclara que no es cuestión


de hacer exhibicionismo. No va a buscar a su hijo cuando se
desviste; pero también dice: “No cerramos ninguna puerta
a nuestros hijos”. Ya ve usted.

Pero entonces, tendrá que permitir que sus hijos cierren


su puerta, si así lo quieren. Pues, a los siete u ocho años,
ciertos niños no quieren que sus padres los vean desnudos.
Es curioso, pero es así. Y hay padres que los reprenden por
eso: “Debes dejar la puerta abierta cuando te lavas” , siendo
que el niño quiere precisamente cerrarla. Siempre hay que
respetar lo que el niño desea cuando no es perjudicial. Cuando
184

los adultos se le imponen demasiado, el niño termina por


querer defenderse y sufre porque no puede hacerlo. Por lo
demás, creo que la mayor parte de eses padres que aspiran
a la “ naturaleza”, que desean la desnudez, tuvieron, ellos
mismos, padres demasiado rígidos. Quienes tuvieron padres
naturistas saben muy bien que pasaron por un período de su
vida en que la desnudez les molestaba y que en lugar de es­
timular su sexualidad a través de la sensibilidad, la desnudez
sólo estimuló una reacción sexual que hacía vibrar única­
mente el cuerpo. Ahora bien, el cuerpo y los sentimientos
deben m archar parejos. Supone todo un dominio de sí mismo
llegar a la edad adulta, poseyendo a la vez el deseo y el
dominio del deseo, lo cual entraña responsabilidad de sus
propios actos. ¿Por qué los seres humanos ocultan con pudor
su sensibilidad sexual? Precisamente porque no quieren en­
contrarse a merced de cualquiera que, viendo en su cuerpo
el signo del deseo — un deseo físico que no correspondería a su
sensibilidad, a su ética o a su inteligencia— , podría aprove­
charse de ellos. Mostrando al desnudo su deseo, se encon­
trarían desarmados ante cualquiera que podría decir: “ ¡Ah!
¿Me deseas? ¡Pues, entonces, vamos!” En el plano sexual, lo
que distingue a los seres humanos de los animales, es el amor
asociado al deseo; aquí se trata de la ética humana que re­
prueba la violación como atentado a la libertad de otra per­
sona y como deseo no acordado por el lenguaje entre dos
personas.
En el momento de las pulsiones incestuosas de la situa­
ción edípica, en el momento de la pubertad, las pulsiones
sexuales pueden desbordar las barreras de la moral consciente
y crear en los individuos conflictos existenciales. Estos son
períodos críticos, en los que el papel de los adultos frente
a los jóvenes es el de ayudarlos a conocer y dominar sus deseos
y no el de aprovechar la turbación de la sexualidad sin expe­
riencia de los jóvenes. En el corto plazo, esto provoca seduc­
ción y dependencia, es decir, lo contrario de la autonomía y
del sentido de las responsabilidades. Y a largo plazo, entraña
185

represión o desarreglo de la sexualidad, con consecuencias no


sólo en la genitalidad adulta, sino también en el equilibrio
de la personalidad y en la confianza en uno mismo, a causa
de los fracasos culturales que se siguen de ello.
Estas son las razones por las cuales la posición nudista
de ciertos padres me parece tan peligrosa, en educación, como
la posición del silencio total en lo tocante al cuerpo y de la
falta de toda información. Digo estas cosas en nombre de la
profilaxis de las neurosis.
30. “ Uno diría que está m uerta”
(La agresividad)

A q u í tenem os a otra mamá desorientada. Escuchó con


mucha atención lo que usted dijo sobre el problema de la
muerte... “D e todas maneras, tengo que hacerle una pregunta
sobre un aspecto del problema que usted no tocó. M e refiero
al deseo d e l hijo de dar muerte al padre o a la madre, según
su sexo. Especialm ente, el deseo que tiene m i hija de verme
muerta. T ra to de comprender este problema, confieso que me
resulta un p o c o difícil. A la niña le gusta jugar al papá y a
la mamá c o n nosotros. Entonces dice cosas como ésta: ‘Tú
serías el p a p á — se lo dice al padre—, tú serías el bebé —se
lo dice a la m adre— y yo sería la mam á...'. A menudo parti­
cipamos de su juego, pero a veces no tenemos ganas de ha­
cerlo. La chica dice entonces: ‘¡Bueno! Yo soy el papá y vo­
sotros sois lo s hijos’. Y si se le pregunta dónde está la mamá,
responde: 'E siá muerta’. E l otro día estaba mi hija con una
de sus am igas de seis años; ninguna de las dos quería ser la
mamá. Pues bien, uno diría que está muerta... ”

Ya ve u ste d , esas niñas utilizan el modo poleuciiil; eso


potencial es m uy importante para enlrar en d mundo de lo»
f Mí»
187

fantasmas, en el mundo de lo imaginario. Porque todo eso


ocurre en un mundo imaginario, un mundo enteramente dife­
rente de la realidad. Por ejemplo, vemos a niños que juegan
con un fusil o un revólver y “dan m uerte” a todo el mundo...
Y están encantados cuando uno Ies dice: “ ¡Ya está! ¡Estoy
muerto!” , aun cuando continuemos dedicados a nuestras ocu­
paciones. Los niños tienen necesidad de fantasmas que les
permitan evadirse de esa terrible dependencia en que se en­
cuentran respecto de los padres en la realidad. Se imaginan
entonces que están en otro mundo en el que podrían ser
adultos: si uno estuviera en ese mundo... pero no lo estamos.
Tampoco vale la pena que los padres intervengan en los
juegos de los niños; es mejor que no se mezclen en ellos. Esta
señora de la carta nos dice además: “Sí, lo sé, está el com­
plejo de Edipo...” Es cierto. Así se experimenta ese complejo,
y aquí se impone que los padres no asuman un aire cons­
ternado. Por el contrario, deben aceptar verbalmente que
están muertos, pero no es necesario que imiten la posición de
estar muertos o jueguen a estar muertos, puesto que estarían
muertos, si estuvieran en otro mundo. Todo esto es muy posi­
tivo para el niño.

Acaba usted de hablar de niños que juegan con fusiles o


revólveres. Precisamente, hay muchos padres que se rebelan
contra esta industria del juguete un poco asesina. ¿Le choca
a usted? ¿Hay que impedir que los niños tengan semejante
clase de juguetes?

Si no se los regalan, ellos mismos se los hacen con cartón


o cualquier otro material. Los niños tienen necesidad de esos
fantasmas de dominio de la vida y de la muerte. Un ser
humano es así. Tiene, si es lícito decirlo así... no encuentro
las palabras exactas..., pero es algo asi como llegar a “do­
m eñar" los misterios de la vida. Para lograrlo el niño se in­
troduce en un mundo imaginario. Gracias a esos juegos so­
porta la realidad, la restricción a la libertad que nos es im­
188

puesta a todos por la naturaleza de las cosas, por el sufri­


miento, por las leyes sociales, por la muerte. Si los niños no
pudieran jugar, se encontrarían sin defensa ante esta horrible
m atanza que se desarrolla en el mundo. Lo imaginario les
sirve para defenderse del dram a de la realidad. Pero es con­
veniente que los padres no entren en este juego; tampoco vale
la pena gastar mucho dinero en esos juguetes de guerra. Basta
con que sepan que los niños tienen necesidad de jugar a esas
cosas...

Aprovechemos para decir algo sobre la agresividad... Una


madre tiene cuatro hijos: una niña de siete años, un varón
de cinco, otra niña de veintidós meses y, por último, un va-
roncito que tiene ahora dos meses. E l varón de cinco años
es muy agresivo. También con frecuencia está “en las nubes ”
v se pone arisco cuando tratan de sacarlo de sus sueños...

Se trata de un segundo hijo, que vino al mundo después


de una niña, posición difícil para un varón: es probable que
en lo tocante a la conquista de la realidad sienta deseos de
tener la edad de su hermana. El niño todavía no es capaz
de establecer bien la diferencia entre crecer a la imagen de
otra persona y ocupar su lugar. Para él, es una situación de
peligro. Querría hacer todo lo que hace la hermana; querría
ser su hermana para ser grande, pero no para ser sexuado
como una niña; en realidad, querría hacerse como su padre,
pero la hermana, mayor que él, parece obstruirle el camino.
Creo que en esta familia, el padre debería ocuparse más de
su hijo, tener momentos de juego y de conversación a solas
con él: un varón debe ser educado por el padre mucho antes
que una niña. Cuando el padre está con su hijo puede decirle:
“Sí, las mujeres no piensan como nosotros. Tú eres el mayor
de los varones; tu hermana es la mayor de las niñas. Eres
el segundo en edad, pero el mayor de los varones”. De esta
manera el padre permitirá que la niña y el varón se desarro­
llen de m anera diferente. A partir de los tres años y medio,
189

tienen que desarrollarse de manera muy diferente en lo que


se refiere a la imagen de sus cuerpos de diferente sexo: la
niña se identifica con la madre y el varón con el padre, hasta
alcanzar la completa autonomía, que se sitúa, cuando mucho,
a la edad llamada de la razón, es decir, la edad en que se
adquiere la dentición definitiva, aún incompleta, entre los
ocho y los nueve años.

Este niño es agresivo. E n la escuela, por ejemplo, esto se


traduce en memorables peleas...

El chico quiere “m ostrar” que es un varón.

L a madre agrega: “Ya no sé qué hacer. Quisiera que mi


hijo controlara esa agresividad espontánea”. Y, entre parén­
tesis, también dice: “E n casa, vemos poca televisión”. Creo,
pues, que esta señora piensa en la influencia nociva de ciertas
películas...

Tal vez... Pero aquí, se trata más bien de la influencia


insuficiente de un hombre en la vida de sus hijos, sobre todo
en la vida de este chico. Sería conveniente que la madre lo
hiciera frecuentar a otros varones y que le dijese: “Eres un
varón; tu hermana es una niña. Eres el primero de los varones
y por eso eres así. Tu padre te ayudará; no es posible que
continúes siempre tan agresivo. Está muy bien que tengas
toda esa fuerza, pero podrías utilizarla de otra m anera”. El
padre le enseñará juegos de muchachos, juegos sociales, jue­
gos de fuerza y de destreza... La madre se ocupará más de
la hija. La combatividad es una cualidad social, una señal
de virilidad (aunque también de femineidad) educada.

¿Existen casos de agresividad en general?

Este niño se encuentra en la edad más agresiva; entre los


tres años y medio y los siete años los varones son más agre­
IW

sivos que nunca, hasta que llega el momento en que descubren


que la virilidad no es la agresividad en sí misma, ni la iiierza
espectacular, sino que es el uso que hacen de la fuerza según
las leyes de la sociedad, la inteligencia de conducta y de fines,
el respeto y la tolerancia por los demás, el espíritu de parti­
cipación, la amistad, el amor, la responsabilidad. Todas estas
cosas, en un pequeño fogoso, exigen el amor y la atención
de un padre que reconozca en su hijo tales cualidades y lo
incite a desarrollarlas inspirándole confianza. Y todo esto no
se hace en unas pocas semanas. Me parece que la madre se
preocupa demasiado y que al niño le faltan los cuidados del
padre. Tal vez la madre misma no haya tenido un hermano.
Las madres que son hijas únicas se encuentran desvalidas
ante la educación de los varones, así como se encuentran los
padres, que fueron hijos únicos, ante la educación de sus hijas.

«
31. ¿Quién es “uno” ?
(Papá y mamá)

Una madre le plantea a usted una doble cuestión. Tiene


una hijita de tres años, adorable en todo, pero que llora cuan­
do uno le pide hacer algo, no dice nunca por qué llora...

¿Quién es “uno” ? ¿Es la madre la que pide que haga


algo? ¿O quién es?

Bueno, es la madre o el padre...

...porque esta niñita, tal vez, se encuentre en el estadio al


que ya antes me referí, el estadio de la oposición. En esa
fase quiere oponerse a la madre, si es ésta la que desea im­
poner su voluntad... O bien, oponerse al padre o a la hermana
mayor... Para un niño no existe nunca un “uno” impersonal.
Nunca. Siempre es ésta o aquella persona determinada. Acaso
se trate de una niña que tiene miedo, que se siente inferior
a la tarea que los padres le proponen hacer (sería una niña
“inhibida” , como decimos en nuestra jerga, una niña que no
se atreve a obrar). Tal vez se mostró torpe dos o tres veces
y ahora cree que es realmente muy torpe. No puedo responder
a una pregunta tan vaga.
191
192

E n la misma carta hay una pregunta más precisa. Esta


señora leyó en un artículo las teorías de un psicólogo nortea'
mericano, el doctor Gordon, que parte de lo que la mayoría
de los manuales recomienda a los padres que no están de
acuerdo con su hijo, es decir, presentarle un frente unido,

Aquí hay un error fundamental. Dos individuos diferentes


no pueden tener siempre la misma opinión...

Por supuesto... ¿y el niño se da cuenta enseguida de eso?

Esto plantea sobre todo la cuestión de la opinión que cada


uno tiene el derecho de adoptar y sostener. Se discute y no se
comparte la misma opinión: el padre y la madre o la abuela
y la madre, en fin, dos personas adultas no comparten la
misma opinión. El niño oye que esas personas están en li­
tigio. Creo que cuando los padres llegan a discutir y el hijo
se halla presente, hay que hacerle notar: “Tú ves que nos
entendemos muy bien en casi todo y, sin embargo, tenemos
ideas diferentes. Así son las cosas” . Cuando se trata de tomar
una decisión sobre el hijo —uno de los padres es partidario
de reprenderlo severamente mientras el otro opina que
eso es exagerado— , lo mejor es que los padres consideren
juntos el problema en ausencia del hijo. Pues a veces se trata
de padres que estarían de acuerdo en hacer al niño la misma
observación, siempre que el otro no la haga; desde el mo­
mento en que es el otro quien la hace, se sienten tentados a
decir lo contrario, como si le dirigieran un reproche indirecto:
“ Educas mal a tu hijo...” . Esto es lo que se llama espíritu de
contradicción: un modo de discusión en el que el niño paga
los platos rotos cuando los padres discuten sobre él.

¿Se refiere usted a los adultos que ajustan sus cuentas...?

Eso es. Se trata de una controversia detrás de la cual está


a menudo la insatisfacción sexual. Esa circunstancia es lasti-
193

inosa, pero ¿quién puede impedirlo? Me parece que es mejor


comportarse de un modo natural y decir al niño: “Aun cuan­
do nosotros nos entendemos muy bien y te queremos mucho,
no estamos de acuerdo en ciertas cosas” . De todas maneras,
hay niños —sobre todo desde los cuatro hasta los siete años—
que utilizan las desavenencias que se registran entre sus pa­
dres. Por ejemplo, un niño va a pedir un permiso a la madre,
la cual se lo da, siendo que el padre a quien había pedido
el mismo permiso se lo había negado. “ jPero mamá dijo que
sí!” De esta manera, ponen en constante oposición a los
padres. Estos, conscientes de los manejos del niño, deberían
estudiar el asunto y convenir en que el hijo se divierte en
hacerlos reñir. En el momento de darse el complejo de Edipo,
los niños se entregan a este juego de tres. Y si uno no presta
la debida atención, el juego puede hacerse perverso: el niño se
pone de parte de uno contra el otro, a fin de no ser él mismo
el tercero excluido, que resulta ser uno de los padres. Esto
es un período difícil para cualquier niño.

¿ Y si, p o r ejemplo, un padre explica algo al hijo emplean­


do no las palabras “m i mujer", sino “tu madre"? ¿Es eso impor­
tante? Se lo oí decir a usted alguna vez; ¿es cierto que el
niño comprende la diferencia de esas expresiones?

¿Si las comprende? ¡Por supuesto que sí! Y esta circuns­


tancia es muy importante sobre todo a partir del momento en
que el niño cumple siete u ocho años. Cuando la niña o el
varón, por ejemplo se muestran odiosos o impertinentes con
la madre, corresponde que el padre diga: “No permitiré que
nadie en mi casa sea irrespetuoso e impertinente con mi mu­
jer” . Lo mismo debe hacer la madre, cuando el hijo dice en
su presencia cosas desagradables sobre el padre. Suele ocurrir
que hallándose ausente el padre o la madre, un niño refi­
riéndose al otro padre diga cosas desagradables de él o lo
ataque. Generalmente, elige motivos de queja que en su fuero
interno sabe que serán bien acogidos. Es menester que el
194

padre que oye tales cosas tenga el valor de ponerles fin dicien­
do: “Oye, es mi marido (y no tu padre) o es mi mujer (y no
tu madre). Si no te gusta, vete a otra parte. Pero no será
a mí a quien vengas a decir semejante cosa. Si tienes algo
que decir a tu madre (o a tu padre), díselo a él directamente.
No tengo ninguna necesidad de saber lo que pasa entre us­
tedes” .
Es importante que los padres sepan hablar así, aunque
tan sólo fuera para que el hijo sienta que se respetan el uno
al otro y no se vigilan recíprocamente.
Pero hay que tener en cuenta también que a ycccs un niño
trata de entablar conversación con su padre o su madre to­
mando la excusa de hablar del otro; pero después de una res­
puesta como la que acabo de indicar, todo puede arreglarse
de manera satisfactoria: “Vaya, no^ tenemos con frecuencia
ocasión de hablar los dos solos; ¿qué te parece si me hablaras
de ti?”, etc. O bien “ Hablemos un rato los dos” . Digo esto,
porque a menudo, los niños no saben cómo entablar la con­
versación y creen que el padre o la madre los escuchará si se
queja de alguno de ellos, cuando lo que buscan en realidad
es un coloquio con uno de los padres.

¿Cómo hablar a un niño de Dios? ¿ Y en qué momento


conviene hacerlo? La pregunta nos es formulada en una form a
muy personal, que nos remite a los desacuerdos entre padres.
E n este caso se trata de una madre que tiene una hija de ocho
años; está divorciada y volvió a casarse hace dos años. E n el
nuevo matrimonio, ha tenido un bebé, que ahora cuenta cua­
tro meses. E l marido anterior era testigo de Jeková y la pe­
queña de ocho años comparte las ideas del padre. La madre
le pregunta a usted qué debe replicar a la niña cuando ésta
considera todas las cosas desde el punto de vista del bien
y del mal: “Esto es bueno; esto es malo” o cuando le dice
a ella misma: “Serás destruida, si no te conviertes en testigo
d ejeh o vá ”. La madre nos escribe: “M e siento un poco cons­
ternada, porque he dedicado mucho tiempo al intento de abrir
195

el espíritu de mi hija, a hablarle de los problemas de la libertad


de pensamiento, a educarla en el equilibrio y a no inculcarle
ideas según las cuales todo es o blanco o negro".

Primero responderé a la pregunta: “ ¿Cómo hablar de Dios


a un niño?”
Pues bien, con toda sencillez, aun cuando el niño sea muy
pequeño. Si los padres son creyentes, conviene que le hablen
de Dios como hablarían de Dios a sus amigos, con toda sen­
cillez, según sus pensamientos y sin afectaciones. Y deben
hacerlo sin “tratar de ponerse al alcance” del niño, como
suele decirse. Que hablen con toda simplicidad y que el niño
oiga hablar de Dios. Luego, un buen día, tendrá la intuición
de lo que es Dios para sus padres. Y esto vendrá natural­
mente... En todas las cuestiones importantes debería proce­
derse de este modo: hablar en presencia del niño, sin hacerlo
para éste, porque a los adultos les gusta hablar de lo que
les importa.

Pero, en el caso de los niños, se habla simpre de la edad


de la razón o del juicio...

La cuestión de Dios se plantea implícitamente mucho


antes de la edad del juicio, pues no es una cuestión de razón
o de lógica. Hablar de Dios es una cuestión de amor. Los
padres que son creyentes no pueden dar a sus hijos mayor
prueba de amor que hablarles de Dios. Cosa importante es la
de no relacionar nunca a Dios con el castigo: el Dios que cas­
tiga no puede existir, puesto que, para los creyentes, Dios es
todo bondad y todo comprensión del ser humano. Esta es una
respuesta general a una pregunta general.

¿ Y en qué momento? ¿Cuando uno quiera? ¿Como uno


quiera?

Como uno quiera, sí. Y siempre de la manera en que la


196
madre habla habitualmente de Dios. Cuando se siente dicho­
sa, habla de Dios de una determinada manera. Cuando es
desdichada habla de Dios de otra m anera diferente: lo alaba
o le dirige súplicas. Que hable, pues, como suele hacerlo, y su
hijo lo aceptará o no lo aceptará. Eso no tiene importancia.
Lo importante es que la madre continúe siendo ella misma.

Entonces, para referimos precisamente a la carta de esta


madre un poco consternada porque la hija juzga todo desde
el punto de vista del bien o del mal...

Esta madre puede decir a la niña: ‘‘Me desconciertas. Pero


comprendo que estés de acuerdo con tu padre que sustenta
esta creencia. Eres su hija y puedes pensar como él” . Y cuando
la niña le replique: “ Serás destruida” , la madre no debe
amargarse demasiado, porque a esa edad, una hija, siempre
se complace en decir algunas pequeñas “maldades” a la madre.
A los siete u ocho años, las niñas tienen necesidad de decir: “En
la vida tú eres menos que yo” . Y eso es normal. La madre
debe responder: “Comprendo que esto te moleste, pero yo
tengo confianza en mí porque hago lo que puedo. Espero que
ruegues por mí a tu Jehová” . Que le hable de esta manera,
con mucha calma y sin criticar las creencias del padre. La
niña sentirá que posee todo el derecho de sustentar la creencia
de su padre y luego, poco a poco, respetará a su madre preci­
samente porque ésta se muestra tolerante.

Le recuerdo que la madre volvió a casarse hace dos años.


L a hija tiene ahora ocho años y tenía seis cuando ios padres
se separaron. ¿No será un resultado de esto, la actitud de
la niña?

Naturalmente. La niña se complace mucho en aportar a


este hogar —sobre todo ahora que en él hay otro hijo— la
sombra o la luz de su papá y se dice: “Yo tengo a m i papá” . De
esta manera, emplea las creencias del padre en apoyo de sus de­
197

seos de rivalidad frente al pequeño que tiene un padre diferente


del suyo. Tantea el terreno, si me es lícito decirlo así, para
expresar la ambivalencia de su amor a su madre (y a su pa­
drastro). ¿Por qué no?
32. Jugar al Edipo

¡Bueno, aquí llegamos al fam oso complejo de Edipo! La


cuestión concierne a todos los padres: ¿qué va a ocurrirlé?
¿Vive un complejo de Edipo m i hijo o m i hija? Quisiera consi­
derar dos cartas: una, pertenece a una madre, separada de su
marido desde hace seis años; tiene un varón de seis años que
nació un mes después de la separación. L a madre escribe:
“H e oído hablar del complejo de Edipo y se me dice que para
superarlo el niño necesita la presencia del padre. Ahora bien,
m i hijo, nunca vio a su padre. ¿Cómo ayudarlo entonces a
resolver su problema?“ Yo agregaría “presunto” problema,
porque no es seguro que ese niño tenga realmente algún pro­
blema.

Esa señora nada dice del comportamiento del chico, si


tiene carácter posesivo y celoso respecto de la madre, si ella
m isma frecuenta otras personas...

Precisamente nos aclara que vive en casa de sus padres,


que tiene 28 años y que nunca sale. No tiene amante. Antes
de que responda usted a la pregunta, consideremos la otnt
IW
199
cana: pertenece a la madre de dos hijos, una niña de cuatro
años y un varón de un año. Desde que nació el varoncito,
la niña muestra una oposición constante, especialmente frente
al padre. Con la madre se muestra exigente, muy tiránica. Aca­
para enormemente al hermanito, lo cubre de mimos. A cude a
la escuela con placer y asiduidad. Pero la madre tiene un
poco la impresión de que en la casa la niña se desquita. La
madre observa: “Según me han dicho, en el caso de una niña,
la situación edípica debería provocar el apego al padre y
celos de la madre. ¿No estaría m i hija dentro de las normas?"

Me parece que esta niflita está precisamente en pleno


complejo de Edipo, es decir, que está muy celosa de que el
padre haya dado un hijo a su madre y no a ella misma. En­
tonces acapara al niño, como dice la madre, para hacer de
cuenta que ella es la mamá del bebé. Juega a hacerse cargo
del bebé porque su padre no le dio a ella, que lo ama, la ale­
gría de ser madre.

D e manera que podemos tranquilizar a esta madre... ¡Su


hija está dentro de las normas! Para volver a la otra carta...

Esa joven, al vivir en casa de los padres, parece haber de­


tenido un poco su evolución, en el momento del nacimiento
del hijo. Está enteramente dedicada a criarlo en la casa de sus
propios padres: parece, pues, que hay un hombre, — el abue­
lo— , de suerte que el niño puede desarrollarse como varón
identificándose con ese hombre. Pero tal vez el niño sea dema­
siado posesivo; o tal vez considere a la madre como una
especie de hermana mayor, puesto que vive con los padres.
No puedo decir nada más preciso. Por lo demás, no nos co­
munica si su hijo tiene problemas. De todas maneras el niño
debe llevar el nombre del padre, puesto que, según la carta,
la joven estaba casada con un hombre. El chico sabe pues que
tiene un padre y que en cierto modo el abuelo lo relevó.
ha situación de este niño es compleja. De todos modos,
os seguro que posee su identidad de varón. En cuanto a la
madre, seguramente posee una identidad de niña; pero no
estoy segura de que en la actualidad tenga una libertad y una
identidad de mujer. Tal vez el día en que esta joven se permi­
ta vivir una vida de mujer, el hijo se muestre celoso del hom­
bre que posea más derechos sobre ella que su propio padre y
su hijo. En todo caso, hay un elemento de entrada en el com­
plejo de Edipo; me refiero a esa relación en la que el niño
se identifica con el adulto y ve en ese adulto la imagen aca­
bada de sí mismo; el niño tiene ciertamente, en la figura de su
abuelo, el modelo para hacerse él mismo adulto. Por el mo­
mento debe permanecer un poco “ignorante” en lo que se
refiere a la sexualidad...

¿Como deben reaccionar los padres cuando se manifiesta


el complejo?

Pues bien, según los propios deseos de ellos mismos. En


primer lugar, deben saber que el complejo es algo normal y
decir al hijo: “Cuando seas grande harás lo que quieras. Por
el momento, no puedes aún tener una mujer propia (si se trata
de un varón) o un hombre propio (si se trata de una niña).
Tienes ganas de ser ya una persona mayor y quisieras hacer
como los adultos. Acaso, como muchos varoncitos, querrías
convertirte en el marido de tu madre (o en la mujer de tu
padre). Pues eso no es en modo alguno posible. Asi es la
vida” .

Tampoco sobre este tema hay que vacilar en dialogar con


el niño.

Desde luego. Además, hay que decir al niño que, cuando


el padre era pequeño, sufrió las mismas cosas que él y que,
cuando la madre era pequeña, estaba sometida a las mismas
condiciones que la hija, etc.
El complejo de Edipo, ahora que ha entrado en el dominio
*0 1

público, es un asunto sobre el cual la gente se hace mil p*e.


guntas; pero el complejo existió siempre, antes de que se ha-
blara de él. Y aquellos que lo temen no se dan cuenta <je
que el complejo se manifiesta de manera diferente de lo q>je
suele creerse. Por ejemplo, en una familia en la que había tfes
hijos (los dos mayores eran varones), ocurrió que dos o tfes
noches seguidas la madre salió con el padre. Los varones q¡.
jeron a la madre: “Pero, ¿por qué sales siempre con é] y
nunca con nosotros?” ; nosotros, era la banda de varon^.
Entonces la madre respondió un poco desconcertada: “ ¡Pet0)
es mi marido! ¡Tengo derecho a salir con él!” Uno de |os
niños replicó: “ ¡Pero nosotros también queremos ser tu ma_
rido!” La mamá no sabía cómo responder. Entonces el otro
niño comentó: “Y bien, tú comprendes, él es su marido pata
hacer hijos y nosotros seríamos maridos así no más” , ha
madre concluyó: “ Sí, tienes razón, es cierto” . Y los nifios
se callaron, un poco mollinos de que la madre tuviera (,n
marido.
El complejo puede manifestarse de otra manera: el vatyn
que am a a su padre, que quiere identificarse con él, que qu¡e_
re que el padre siempre tenga razón y que, al propio tiem¡)0>
ama a su madre y quisiera que ésta tuviera intimidades CiJn
él... podría decir: “Ya sabes, tal vez él (el padre) no vue|va
esta noche. Entonces si no regresa esta noche o si regida
tarde, ¿puedo yo, mientras tanto, ocupar su lugar? Porque es
tonto dejar un vacío de esta m anera”. Desde luego que, a $g_
mejantes palabras, la madre debe tener la presencia de
ritu de responder: “Este lugar nunca está vacío; es el lugar
de tu padre, esté o no esté él en casa. Y tu padre está siempre
aquí, aun cuando se halle ausente, pues yo pienso en él” , ^
muy malo que, con la excusa de que el padre está ausen^
la madre deje ocupar al hijo su lugar; éste, en su imaginar^
se atribuye el derecho de creerse el marido de la madre. Y pí0r
aún es cuando se trata de la cama, sencillamente porque ¡a
madre quiere estar calentita: “ ¿Por qué no, puesto que
202

marido no está? Que me haga compañía mi hijo?” Esto sería


muy perjudicial para los niños.
Ya ve usted, cómo se manifiesta el complejo de Edipo en
la vida de todos los días. Que la mamá ponga atención, que
no permita nunca ciertos deslices, que no perm ita que un
hijo (o una hija) tome prerrogativas que son del marido res­
pecto de ella, y del padre respecto de los hijos menores, por­
que esas pequeñas prerrogativas son, para los niños, en su
vida imaginaria, como el derecho otorgado por la madre (el
que calla otorga) de desear reemplazar al padre. Y esta cir­
cunstancia los hace sentir culpables y traba su desarrollo
normal. En el caso de las niñas ocurre lo mismo. Recuerdo
a una pequeña, a quien el padre había saludado alegremente
con sonora voz al partir una m añana de la casa; ella tenía
en ese momento tres años y se encontraba en pleno período
de amor incendiario por el padre, a quien había acompañado
hasta la puerta. Luego la niña se precipitó a refugiarse junto
a la madre y exclamó: ‘‘¡Oh, papá, lo detesto!” “ ¿Sí? ¿Y por
qué lo detestas?” , preguntó la madre. Al cabo de un momento
de silencio, se acurrucó contra la madre y exclamó con tono
desesperado: “ ¡Porque es demasiado guapo!”

Consideremos ahora otro tipo de cuestión, diferente, en


apariencia: “¿Cómo hacer comprender a un chico de cinco
años, que está lleno de vida y tiene sed de aprender, que
hay momentos en que hay que dejar la palabra a las personas
mayores y que él debe callarse siquiera algunos minutos en el
día? E s un niño m uy inteligente, m uy sensible, pero también
m uy charlatán. D e todas maneras, me reservo el derecho de
tratar de hablar un poco con m i marido o de escuchar la radio
sin verme constantemente interrumpida. ¿Qué piensa usted
de esto?"

Este niño procura conservar un amor posesivo y celoso;


quiere acaparar a la madre. Sin duda se trata de un h(jo
íinico o en todo caso muy separado de otro hermano.
203

Tiene un hermanito de diez meses, es decir, muy pequeño.

Sí, es eso; el primero fue durante mucho tiempo un hijo


único y todavía no encuentra en el hermanito un interlocutor
válido, de modo que quiere identificarse con las personas ma­
yores, con su padre. Este niño se encuentra en pleno complejo
de Edipo. Quiere conservar a la madre para sí, impedirle que
hable con su marido. Pero no corresponde que la madre lo
rechace sino que conviene que el padre le diga: “Ahora quiero
hablar con tu madre. Si no quieres escuchar nuestra conver­
sación, vete” . Y si el padre quiere realmente mantener una
conversación con su mujer y el pequeño charlatán se lo im­
pide, el padre le dará con toda amabilidad, por ejemplo, una
goma de mascar o un caramelo. El chico lo tomará y el padre
podrá decirle: “¿Ves? No porque estemos hablando te deja­
mos de lado. Vamos, tienes que acostumbrarte...” Esta es
una situación que conviene tomar con cierto humorismo. Visi­
blemente, este niño defiende su posición de hermano mayor,
acaso el padre, cuando tiene momentos libres no se ocupa
lo bastante de él y no lo incita lo bastante a hacerse grande.
Por cierto que no es cómoda la situación que se da cuando
un hermanito comienza a adquirir importancia, un pequeño
que todavía no habla y cuando se tiene un padre que se mani­
fiesta como rival triunfante en toda la línea. ¡Mía, para mí,
yo la quiero!
El niño que vive el complejo de Edipo sufre y merece com­
pasión. Tiene necesidad del amor casto de sus padres y de
palabras verdaderas sobre el deseo prohibido entre genitores
y engendrados, así como entre los hijos de una misma familia.
Los padres deben abstenerse de pincharlo para hacerlo rabiar
y también de censurarlo; deben abstenerse asimismo de diri­
girle palabras amorosas equívocas, de brindarles intimidades
ambiguas encubiertas por mimos incendiarios, de entablar
luchas de rivalidad aparentemente lúdicas en las que el niño
puede todavía abrigar la esperanza de triunfar en su deseo
204

incestuoso. Todas estas cosas no harían sino retrasar el de­


sarrollo psicosexual del niño.
Si la prohibición del incesto no queda claramente signi­
ficada y aceptada entre los siete y los nueve años a más tardar,
(os conflictos edípicos vuelven a despertar durante la pubertad
y agravan los problemas de la adolescencia; esos conflictos
plantean problemas al joven, a sus padres y hasta a los her­
manos menores, quienes ven en el mayor al promotor de los
disturbios y desaveniencias del hogar y de los dramas que se
suscitan entre los padres. ¡Cuántas familias sufren así las con­
secuencias de que los padres se hayan dejado prender en la
tram pa del complejo de Edipo del hijo mayor! Muchos padres
conservan para sí a su hijo preferido sin permitirle, entre los
siete y los nueve años, que tenga amigos personales fuera de
la familia y sin haber desalentado a tiempo una amistad in­
conscientemente amorosa, homosexual o heterosexual, con uno
de los padres o con un hermano o con una hermana. Du­
rante la pubertad de los primogénitos, todo esto culmina en
la violencia o en la depresión, cuando no en la delincuencia
de los jóvenes y la disolución de la pareja parental... Esas
son las consecuencias de los deseos incestuosos y de sus tram ­
pas, cuando éstas no son desarmadas en el momento opor­
tuno. Y en ese momento, no hay que vacilar en recurrir a la
psicoterapia psicoanalítica, que felizmente es muy eficaz.
33. Cuestiones que vuelven a aparecer
(La separación, los mellizos)

Hay ciertas cuestiones que decididamente reaparecen: ante


todo el problema de la presencia prolongada de las madres
ju n to a sus hijos.
Una madre tiene tres hijos: un varón de catorce años, una
niña de siete y otra niñita de cuatro años; es esta última la
que plantea no pocos problemas: “Dejé de trabajar cuando
esperaba a esta pequeña. D e manera que fu e criada en las
mejores condiciones posibles, puesto que yo me encontraba
siempre presente para ocuparme de ella. Sin embargo, la
chica se hace cada vez más fastidiosa y atormenta a todo
el mundo. Trato de comprenderla y de tener paciencia, pero
m e deprime y m e hace salir de las casillas, m e agota... Desde
hace algún tiempo, golpea a su hermana y luego se muerde
ella misma para castigarse. S i está sola conmigo o con la her­
mana, es encantadora. Y esta situación puede durar días y
días, pero apenas llega otra persona, se convierte en una cria­
tura infernal Presumo que lo hace para que se ocupen de
ella. No m e atrevo a invitar a sus amiguitas a casa, porque
cada vez que esto ocurre hay accesos de cólera y de llanto.
Cuando trato de explicarle con calma su comportamiento, me
responde: 'Bueno, una va a tratar de ser amable’. Desgra­
205
20(i
ciadamente, ese propósito no dura nunca mucho tiempo. M e
desespera un poco comprobar que he tenido tan poco éxito
en su educación".

Creo que esa señora debería haber vuelto a su trabajo


hace por lo menos un año; no comprendo por qué no lo ha
hecho todavía. Cuando la niña dice: “Vamos a tratar de ser
juiciosos” es como si sintiera que no se tratase de ella misma,
sino de un trío, que es el que va a tratar de ser juicioso.
Sólo se encuentra cómoda cuando son dos... Además, en esta
carta no se habla en modo alguno del padre. Tampoco se nos
dice si, cuando pega a la hermana o está encolerizada con la
hermana, ésta es agresiva o no con la chica. No comprendo
muy bien la situación. Si la niña de siete años es golpeada
por la menor, ¿por qué no se defiende? La pequeña se ve
obligada a morderse después, porque se encuentra con una
madre deprimida y una hermana mayor que parece un fel­
pudo. Creo que en esta familia la más afectada no es la pe­
queña. Tengo la impresión de que la madre quiso hacer de­
masiado por ella... y durante demasiado tiempo. Es la única
hija a la que crió y educó ella misma. En el caso de los otros
hijos, no había dejado de trabajar. Y ésta es una niña “con­
sentida, m imada”. Sin duda la hermana mayor cree que tiene
menos derecho al amor de su madre. Acaso se deje pegar
por la pequeña para conquistar ese amor.

L o que comienza por un buen sentimiento...

¡Sí, pero también se dice que el infierno está pavimen­


tado de buenas intencionesl Ahora esta madre debería entre­
garse a su propia vida, reasumir su trabajo tal vez, romper
la dependencia de su pequeña. Además... ¿el hijo varón y
sobre todo el padre? Cuando una madre está deprimida,
siempre un hijo de la familia, el que posee mayor vitalidad,
se pone insoportable, es como el electrochoque del pobre. Esa
207

es una manera de impedir que la madre caiga en la depresión,


Parecería que la niña no quiere ver nada depresivo en la casa
y arma alborotos para que la casa se anime; de otra manera
todo parecería falto de vida.
También sería conveniente que la madre consultara ella
misma a un psicoanalista. Debe tratar de aclarar el sentido
de su depresión. Sí, opino que el problema procede ante todo
de la madre y también de la hermana mayor; ninguna de las
dos tiene suficientes defensas frente a la pequeña que parece
bastante virulenta: fue criada con muchas consideraciones y
ahora está harta de ellas. Se ha hecho demasiado por ella.
Y frente a sí, no encuentra personas que estén a la altura
de su agresividad. La madre debería dar marcha atrás y luego
volver a trabajar. Debería exhortar a la hija mayor para que
no ceda ante la pequeña ni sea demasiado maternal con ella.
Todo volverá a estar en orden, sobre todo si el padre o el
abuelo se ocupan de la pequeña poniéndole límites: esta niña
dice “uno” en lugar de decir “yo”, porque está dominada por
un deseo que no es ni de niña ni de varón. Sufre y hace sufrir.
Se siente culpable. ¡Pide auxilio y uno se lamenta!

Precisamente hablando de retomar al trabajo, hay una


cuestión que se nos presenta a menudo: la del “salario ma­
ternal''. M uchas mujeres no pueden permanecer en su casa
y ocuparse de sus hijos lisa y llanamente por razones de sub­
sistencia. Según usted, el período de los cuidados directos del
niño es bastante limitado, ¿no es así?

Sí, si se entiende por períodos de cuidados la necesidad


de que haya permanentemente una persona en la casa; ese
período podrá extenderse hasta que el niño adquiera la facul­
tad de desempeñarse con soltura, de hablar bien y de desen­
volverse físicamente bien, es decir, a los veinticuatro o treinta
meses o a más tardar a los tres años. Yo estaría completa­
mente de acuerdo en que se instituyera un salario, una asig­
nación, para la madre que permanece en la casa hasta que el
208

niño cumpla esa edad; ¿y por qué no una asignación al pudre?


Podría haber excepciones en el caso de niños que fueran un
poco más frágiles que otros. A partir de cierta edad, que debe
determinarse en cada caso, el niño puede ser enviado a una
guardería y pasar allí la m añana y la tarde; en ese momento
ya no tiene necesidad de estar con su madre pues ya sabe
desenvolverse solo y estar con otros niños. Educar a un hijo
no significa consagrarse enteramente a él, descuidándose uno
mismo, menos aún descuidando al marido, a los otros hijos
y la vida social.
Veamos ahora dos objeciones relacionadas con los melli­
zos... Tengo aquí dos cartas muy diferentes: una es de una
mellizo verdadera que escribe lo siguiente: “M e pregunto por
qué todos los médicos, todos los psiquiatras, todos los soció­
logos se obstinan en afirmar que hay que separar absoluta­
mente a los gemelos. E n modo alguno comparto esta opinión’’.
La corresponsal tiene buen derecho a decirlo pues ella misma
es una verdadera gemela: habla del amor fraternal: “Le digo
todas estas cosas para mostrar que, a m i juicio, no hay nada
más hermoso ni más agradable que un profundo amor fra ­
ternal. Creo que ese amor sólo puede darse en verdaderos
gemelos. ¿Por qué quieren separarlos7 ¿Por qué privarlos de
algo tan maravilloso? Por otro lado, tengo ahora dos hijos,
de catorce y de quince años, que disputan durante todo el día.
A veces llegan a desesperarme. Como tienen tan poca dife­
rencia de edad, los he criado casi como mellizos’'. Y esta se­
ñora se asombra de las reacciones de sus hijos...
El amor “sororal” * existe. Que esta mujer haya sido o
no melliza de su hermana, lo mismo la habría amado y la her­
mana lo mismo la habría amado a ella. Hay muchas hermanas
que se quieren. Para eso no es necesario ser mellizos. Pero
tal vez, en este caso, les haya ayudado a quererse el hecho
de ser relamente una la réplica de la otra. De todas maneras,
no conviene educar como mellizos a dos niños cuya diferencia
de edad es sólo de un afío...
* T é r m in o d e r iv a d o d e l l a t í n so ro r ( h e r m a n a ) q u e d a so e u r e n f r a n c é s (T.).
Observe usted, por lo demás, que esta mujer no habla
de su amor conyugal...

Perdone usted... ¿No empleó hace un instante la palabra


“sororal”?

Hablé de amor “sororal”. ¡Pues bien, el amor entre her­


manas! ¿No se dice así? No se puede decir “fraternal” , cuan­
do se trata de hermanas.
A las niñas les gusta mucho ser dos y entenderse en fa­
milia, hasta el momento en que se disputan al mismo hombre
cuando se hacen muchachas... Los varones, de poca diferencia
de edad o mellizos o amigos, se sienten menos ligados que las
niñas. Considere además que el amor entre hermano y her­
mana puede ser un amor auténtico y sin ambigüedades toda
la vida.

Veamos, ahora, la otra carta que es de una madre: “La he


escuchado a usted hablar de los mellizos. Le oí decir que
había que vestirlos de manera diferente. Pues bien, en mi
caso lo contrario dio buenos resultados. Tuve mellizos, un
varón y una niña. Siempre los diferencié. Cuando estaban
en el mismo 'corrálito', m i hija mordía siempre a su her­
mano: entonces los separé y puse a cada uno en su ‘corra-
tito’, pero la pequeña conseguía siempre acercarse al de su
hermano para morderlo”. Esta señora tuvo después otro hijo,
y la niña también mordía continuamente al pequeñito. “Un
día se me ocurrió vestir a todos los chicos de la misma ma­
nera y, en efecto, así lo hice. Comencé a tratarlos como si
fueran mellizos y en seguida todo se calmó y m i hija perdió
su mala costumbre... Sólo los padres saben realmente lo que
hay que hacer en una determinada situación. Uno no debería
tratar de instituir un niño tipo y hacer entrar a su hijo o a sus
hijos en el modelo de un niño ideal. Hoy tenemos tendencia
a guiamos sólo leyendo libros o viendo lo que nos presenta
el cine o...”
210

¡Y hasta escuchando a Francoise Dolto! La persona que


me escribe tiene razón; cada cual debe buscar la respuesta a
sus propias cuestiones. Eso es lo justo. No existe un niño
tipo. En este caso, la niña que mordía a sus hermanitos fue
engañada por el uniforme unisex.

Y aquí tengo todavía dos cartas que contradicen lo que


usted había explicado...

No, esas cartas citan casos particulares en los que otras


soluciones produjeron su fruto.
Ya insistí sobre esto: agradezco mucho a quien se toma el
trabajo de escribirme para poner en tela de juicio mis res­
puestas. Quisiera que los padres y las madres comprendieran
bien el espíritu que anima a esas respuestas. Reflexiono en los
menores detalles de las cartas y con la ayuda de todos esos
elementos trato, después, de reflexionar con los padres, pero
no en lugar de ellos. Si al proceder de manera diferente de
como yo aconsejo los padres obtienen éxito y superan dificul­
tades análogas a las descritas en las cartas, me complace
hacer público su testimonio. Eso puede ayudar a otros padres,
y esa es nuestra única finalidad.
34. ¿Niños agresivos o agredidos?
(El regreso de la escuela)

Consideremos todavía una serie de cuestiones. Se trata


ahora de una madre que tiene una hijita de cinco años y me­
dio, un varón de cuatro y medio y otra pequeña de dos años.
Pronto tendrá otro hijo. Su pregunta se tejiere a la niña de
cinco años y medio, que es la mayor. Va a la escuela, está
bastante desarrollada para su edad y es también un poco re­
dondita, y se parece a la madre. Un día volvió de la escuela
muy triste. Los padres la interrogaron y la chica contó que
unos compañeros de su clase le habían dicho que era una
"gorda batata podrida", lo que pareció desmoralizarla pro­
fundamente. E l problema preciso sería éste: ¿cómo puede
ayudarse a un niño para que adquiera su propio sistema de
defensa, o hasta de autonomía, en un medio que no es el
medio familiar?

Creo que aquí quien se deprimió, cuando la hija le contó


lo ocurrido, fue la propia madre. Hay que hablar con la niña
y decirle, por ejemplo: “ ¿Qué habrías podido responder? Creo
que la nena que te dijo eso, está celosa. No sé de qué, pero
debe de estar celosa” . Porque es muy frecuente que los tüflos
211
212

insulten a otro del cual están celosos. Claro está, que hay
también niños que deben sufrir a causa de un chico “sádico"
en la escuela. En ese caso, las madres y los padres no deben
dirigirse ni a la maestra ni a los padres del niño que insultó
al suyo. Pueden ayudar a su hijo yendo ellos mismos a la es­
cuela y hablando al que injurió al chico: “ ¿Qué le has dicho
a mi hija? Está muy mal eso que has hecho”, etc. Que los
padres den esta lección al niño que lia hecho un mal moral
real a su hija y que lo reprendan. Esta reconvención por parte
de un adulto basta. Y después hay que suavizar las cosas
y decir: “Sin embargo, eres un chico muy mono. ¿Por qué
eres tan malo con mi hija? ¿Qué te hizo ella? ¿Nada? ¿En­
tonces por qué? La has apenado mucho. Vamos, ahora haced
las paces” .
Vea usted, a menudo un niño que injuria a otro lo hace
porque sufre y porque detesta a ese otro, que le parece más
feliz o más querido que él mismo; lo envidia y quisiera ser
su amigo.
También hay muchos chicos que no saben responder a
tonterías triviales y hacen de ellas todo un drama. En ese caso,
los padres podrían reflexionar en la casa e imaginar posibles
respuestas. Hay muchas cosas con las que se puede responder,
por ejemplo, a eso de “batata podrida”. En familia pueden
hallarse réplicas muy divertidas que el niño aprenda y sepa
decir. Aquí se trata de lides verbales y sentido de la broma.
También está el caso de niños a quienes otros castigan
constantemente. Esto ya es diferente. Si las circunstancias pa­
recen serias, el padre debe ir a ver lo que pasa. A menudo,
es un pequeño el que ataca a uno mayor: el grande tiene
miedo de sus propias fuerzas y no quiere golpear al pequeño
porque, por ejemplo, en su familia esas cosas no se hacen.
También está el caso de los niños que — no se sabe por qué—
se dejan pegar y hasta provocan a los demás a que les peguen,
pero esto no ocurre sólo en la escuela. No podemos aquí entrar
en los detalles, sin embargo, en el caso de estos pequeños
masoquistas en germen, de estos niños miedosos de todo, exis-
213

te un medio que puede ayudarlos mucho y es decirles: “Me


parece que no prestas atención a la manera en que los de­
más te golpean. Te refugias en seguida, te escondes... y de ese
modo nunca sabrás defenderte. En cambio, debes prestar
atención y entonces observarás cuáles son los golpes que due­
len y los que duelen mejor’’. Con la autorización de recibir
golpes y de observar la manera en que se los aplican, el niño
generalmente triunfa de su dificultad al cabo de pocos días;
entonces sabrá responder a los ataques y los otros ya no lo
molestarán.
Con mucha frecuencia se trata también de un hijo único
a quien le han inculcado en la casa que no debe ser bata­
llador, pues serlo no es bonito. Cuando vuelve a su casa, el
niño cuenta, por ejemplo: “Mis compañeros me pegan, son
malos; todos ellos me pegan...” Los padres deben responder:
“ Defiéndete” . Pero el caso es que el chico no aprendió a de­
fenderse, pues antes no tuvo ocasión de ser agresivo. Lo digo
una vez más, si se alienta a un niño a que preste atención
a la manera en que es agredido, al cabo de poco tiempo ese
niño sabrá muy bien devolver los golpes y hacerse respetar.
Todo es cuestión de aprendizaje.

E n las escuelas ocurren muchas otras cosas. A menudo


los niños mantienen este clásico diálogo: "M i padre es más
fuerte que el tuyo, m i padre es más inteligente que el tuyo.
M i padre es más rico que el tuyo, etc." ¿Qué hay que hacer
cuando los niños de regreso en su casa cuentan estas cosas?
¿Hay que dejarlos que ellos mismos arreglen el problema o
hay que ayudarlos a responder?

Primero, hay que saber a quién se dirige el niño. Imagi­


nemos que se dirige al padre y le explica: “¿Sabes? Fulano
me dijo que tú ..” Si el padre tiene confianza en si mismo y <
conoce su propio valor, puede responder: “ ¡Pero tu camara­
da es un tonto! Si dice que su padre tiene méritos porque
es rico, no está seguro que su padre lo quiera tanto como
yo le quiero a li. No es el automóvil o la ropa lina lo que
prueba que una persona tiene méritos” . En fin, cosas como
ésas... Todo niño ama a su padre y cuando comunica a ese
padre lo que otro dijo de él lo hace para estar seguro de que
su padre es fuerte, que no puede ser humillado. El padre
puede salir enaltecido de esta prueba cuando sabe responder,
por ejemplo: “Pues yo me encuentro muy bien tal como soy.
No tengo necesidad de que lo digan los demás. Puedes repli­
carle a tu compañero ‘mi padre está muy bien, y yo, que soy
su hijo, también me encuentro muy bien’ Eso es todo.
Es inevitable que los hijos se jacten de su padre. Re­
cuerdo un diálogo que sorprendí —ellos no sabían que yo
estaba escuchando— entre dos chicos de tres o cuatro años.
Uno decía: “Mi papá tiene una motocicleta que corre mu­
cho”. Y el otro: “Mi papá tiene una motocicleta que corre
mucho, pero mucho, muchísimo”. Entonces cada cual comen­
zó a agregar “mucho” y “muchísimo” durante cinco minutos;
por fin uno dijo: “Pues, mi papá tiene una moto que nunca
se para”. Para terminar, el otro le escupió a la cara y así se
separaron. ¿Qué puede uno hacer? Son cosas de chicos.

Vamos a dejar la última palabra a una carta que nos dice:


"Es bien cierto que un hijo cambia radicalmente una vida;
transforma a los seres y les hace dar lo mejor de sí mismos.
Ser padre no es algo innato, sino algo que se aprende".

¡Y hasta podría decirse en dos sentidos que el hijo es el


padre del hombre!
í

Indice analítico

abuelos: 37, 55, 160. complejo de Edipo: 184, 193,


acostarse: 43, 76, 102, 172. 198, 200, 203.
adopción: 84, 153. costumbres: 33.
agresividad: 186-188, 205, 209. cuidadora: 55, 75.
alimentación: 117.
alumbramiento: 31. dejar llorar: 160.
amar: 68, 124, 135, 139, 168, dibujo: 112, 131.
202, 208. Dios: 194.
angustias: 76, 80, 123, 141, divorcio: 81.
162-165.
angustias nocturnas: 68, 72, enuresis: 71.
160. escuela: 22, 38, 57, 119.
animales: 151. esparcimiento: 149.

besos: 126, 135. guardería: 53.


bilingüismo: 143, 147.
burlas: 211. habitación: 34, 64.
hospital: 155, 158.
caprichos: 21, 42, 46, 74. humillar: 135, 211.
celos: 27, 44, 61, 99, 211.
comer convenientemente: 174. imaginación: 152, 187.
216

impertinencia: 177, 193. rivalidad fraternal: 166, 209.


injusticia: 44.

juegos: 76, 153, 186. separaciones: 36, 39, 56, 65,


205.
lactancia materna: 115. sexualidad: 55, 89, 182-183.
limpieza de los esfínteres: 50, situaciones ilegales: 80.
124, 144. sueño: 32, 61, 70, 161.
sufrimiento físico: 155, 162,
212.
madre: 42, 94, 193, 205, 207.
mayor: 26, 139, 211-212.
mellizos: 76, 104, 166-167, trabajo de la madre: 68, 179.
168, 205, 208. tres años: 140.
muerte: 109, 186.
música: 131.

nacimiento: 87, 123, 137.


negarse: 152.
nudismo: 179.

obediencia: 170.
operaciones: 155.
oposición: 170, 174, 191, 198.
ordenar: 171.

padre: 39, 41, 63, 91, 140,


194, 196, 213.
palabra: 31, 124.
palabrotas: 176.
palizas: 48, 135, 145.
papá Noel: 106.
peleas: 44, 101.
pesadillas: 63, 65, 68.

rabietas: 43, 76, 102, 206.


ritmo: 33, 172.
I

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