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(1927) Barcelona
Israel, un error ya consumado. Algunos amamos tanto a los judíos que preferiríamos
tenerlos entre nosotros, diseminados, diluidos, enriquecedores, fértiles, cruzados con
los gentiles, en vez de tenerlos aislados en un Estado nación artificial que sólo ha
generado desgracias desde su nacimiento. Porque nos reconocemos en los grandes -y
pequeños- nombres de la diáspora. Quiere decirse que muchos pensamos que la
creación, en 1947, de un Estado de Israel fue un error histórico, acaso inevitable, pero
un error al fin. Un error que, entre otros males, ha generado el de la perpetua
humillación del pueblo árabe. El propio Arthur Koestler, que era judío, consideraba que
"la resurrección, al cabo de dos mil años, de Israel como nación es un fenómeno
aberrante de la historia". Y lo mismo pensaban muchos otros intelectuales judíos de la
época, entre ellos Hanna Arendt. Cabía pensar, por consiguiente, que una vez
consumada la intrusión, por lo menos Israel se comportaría con humildad y
moderación. Y, desde entonces, la espiral del odio ha seguido creciendo, y la herida se
ha ido infectando cada vez más, y el aislamiento de Israel ha sido creciente.
A mi juicio, y como lo tengo escrito en otro lugar, es ya el radicalismo en el sentimiento
de identidad judío el que pertenece a la patología de la historia. Una patología que
remite a la intransigencia fundacional de las grandes religiones monoteístas. Una idea
utópica y abstracta convertida en realidad a costa del desdichado pueblo (palestino)
que tenía la mala suerte de estar "ocupando" una "tierra prometida" por un viejo dios
celoso a unas viejas tribus errantes, tres mil años atrás. Y así, en 1947, la ONU
acuerda dividir Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. Los árabes rechazan
esta solución, y el resultado ha sido más de medio siglo de sangrienta inestabilidad,
Israel mantenida con la ayuda financiera americana, y la sociedad de los palestinos
brutalmente destruida. Desde 1967, Israel ocupa territorios que bajo ningún concepto
le pertenecen. Una situación injusta y explosiva que es un escándalo que no se haya
resuelto todavía, y que da idea del poder que tiene en América el lobby israelí.
Ahora bien, a pesar de sus múltiples pecados de origen, el Estado de Israel es un
hecho irreversible, un error histórico ya consumado, y hoy procede contar con ello.
Es un tema geográficamente minúsculo, pero simbólicamente muy relevante. Un tema
clave para la relación Occidente-Islam, como ha comprendido muy bien la actual
Administración norteamericana. Un tema, pues, que hay que tocar con exquisito
cuidado, a plena conciencia de toda su compleja y terrible genealogía.