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Ili

Cómo acrecer la vida en virtud de los astros

Proemio

Marsilio Ficino, florentino1, al serenísimo rey de Panonia2, siempre


invicto. Los filósofos antiguos, oh rey y el más feliz de todos ellos, tras ha­
ber considerado con grandísima diligencia las fuerzas de los seres celestes
y las naturalezas de los inferiores, concluyeron que es vano el saber de
quien no sabe encauzarlo a su provecho. Parece, pues, que hayan dirigido
todas sus especulaciones justamente al modo de alcanzar para sí la vida de)
cielo.
Consideraban, en efecto (según creo), que de nada les habría servido
conocer los elementos y sus compuestos y que habrían observado como a
ciegas los movimientos y estudiado las influencias de los cuerpos celestes,
si todos aquellos conocimientos, una vez agrupados, no hubieran podido
contribuir de alguna manera a su vida y felicidad. Este razonamiento les
proporcionó, al parecer, ayuda, en primer lugar, para la vida presente. Y
así, Pitágoras, Democrito' y Apolonio de Tiana4 y todos cuantos se dedi­
caron intensamente a estas cosas, aplicándose a sí mismos los conoci­
mientos adquiridos, gozaron de buena salud y consiguieron larga vida. To­
do esto les ayudó además para su vida futura, ya sea porque su fama se
difundió entre las siguientes generaciones o por la gloria de que pueden
gozar junto a Dios en la eternidad, dado que a partir del orden admirable
de todo el universo llegaron al conocimiento de su regidor y, una vez co­
nocido, lo amaron por encima de todas las cosas. A ti, por lo demás, te pro­
meten gloria por todos los siglos tu magnanimidad, tu magnificencia y tus
continuas victorias. La divina clemencia promete también a tu gran piedad
y a tu justicia la vida bienaventurada junto a Dios. Y, en fin, a cuanto me
está permitido conjeturar por ciertos indicios, las estrellas han fijado para
ti, en feliz conjunción, una vida feliz y muy longeva entre los mortales. Y
que puedan éstas mantener con absoluta fidelidad lo que prometen e in­
cluso acrecentarlo con un superávit es algo que sin duda podrán conseguir

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tu diligencia y los cuidados de los médicos y de los astrólogos. Que tal co­
sa pueda ocurrir gracias a la ciencia y a la prudencia lo afirman los más
doctos astrólogos y médicos. Habiendo, pues, compuesto, entre los libros
de Plotino dedicados al gran Lorenzo de Médicis5, un comentario al escri­
to que trata de cómo conseguir el favor del cielo, enumerado entre nues­
tros otros comentarios a este filósofo, he decidido ahora, con la aprobación
del propio Lorenzo, ponerlo aparte y dedicarlo de modo especial a tu ma­
jestad, confiando en que, al contribuir a tu vida y tu prosperidad, contri­
buya también al mismo tiempo a la vida y al esplendor de nuestro siglo y
del género humano. Y para que estas cosas nuestras ayuden con mayor efi­
cacia a la salud y la prosperidad del rey, he considerado un deber hacerlo
llegar por medio del valor en persona. Acoge, pues, oh rey clementísimo,
te ruego, a este Valori nuestro. Son en verdad tan excelsos tu naturaleza, tu
valor, tu autoridad, que sin ti no tiene valor ni Valori mismo. En Florencia,
a diez de julio de 1489.

Palabras al lector del siguiente libro

Salve, huésped ingenioso. Salve, una vez más, quien quiera que seas,
que te diriges ávido de salud a nuestra morada. Observa, te ruego, huésped
deseoso, en primer lugar mi gran hospitalidad. Es. sin duda, deber del que
entra apresurarse a saludar al momento a quien le acoge, pero yo me he an­
ticipado y apenas te he visto te he deseado buena salud. Te he recibido con
muy buena voluntad cuando has entrado, incluso sin conocerte todavía. Y si
te quedas a mi lado, te daré, con la ayuda divina, la salud prometida. Has en­
contrado, pues, una hospitalidad benévola hacia todos y ahora en concreto
llena de amor hacia ti. Si por acaso traes contigo algo contrario al amor, si
albergas algún odio, deponlo. te ruego, antes de acercarte aquí a estas medi­
cinas vitales. Pues a través del amor y del placer de los padres ha sido do­
nada la vida que es, por el contrario, arrebatada por el odio y el dolor. No
hay, pues, espacio alguno para una medicina vivificadora en quien está ator­
mentado por los sufrimientos del odio. Por esta razón me dirijo a ti a conti­
nuación no ya tan sólo como a huésped sino, más aún, como a amigo.
El taller6 de tu Marsilio es bastante más amplio que este espacio en­
cerrado entre verjas que estás viendo aquí. De hecho, está compendiado
no sólo en el libro que ahora sigue, sino también en los dos precedentes.
Se trata en verdad de una medicina que, aunque resumida, proporciona
cuanto es útil para la vida, a fin de que puedas tú tenerla sana y dilatada.
Intenta, por tu parte, alcanzar esta meta con el trabajo de los médicos y el
amparo del cielo. Nuestro taller ofrece antídotos, fármacos, fomentos, un­
güentos y remedios varios para los diversos caracteres y las diferentes

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constituciones de las personas. Si por acaso algunos no te placen, pres­
cinde de ellos, pero no rechaces los restantes. Y si. en fin. no apruebas las
imágenes astronómicas, inventadas, por lo demás, para la salud de los
mortales, que, en lo que a mí respecta, más describo que apruebo, no las
sigas: No sólo te lo permito sino que (si así te place) te lo aconsejo. Pero
no descuides al menos las medicinas reforzadas con un cierto apoyo ce­
leste, salvo que acaso te propongas descuidar también la vida. Por mi par­
te, sé de cierto, gracias a una repetida experiencia, que entre las medici­
nas de este género y las otras, preparadas sin tener en cuenta los astros,
hay tanta diferencia como la del agua al vino. Por citar un caso, un niño
nacido medio muerto en Florencia, en el octavo mes de su concepción, en
el mes de marzo, al anochecer, y con Saturno retrógrado, gracias a este
género de remedios parece haber sido no digo ya mantenido sino restitui­
do a la vida por nosotros y, sobre todo, por Dios. Y para este tiempo ha
cumplido ya, con buena salud, casi tres años. Cuando a estas curaciones
añada otras de la misma especie, no lo haré ciertamente para gloriarme
(cosa del todo ajena a un filósofo) sino para estimular y aconsejar. Pero
ya nos hemos dirigido a ti más que bastante, en parte para ganarme tu be­
nevolencia y en parte también para aconsejarte. De aquí en adelante ha­
blaremos con Plotino y así, al final, te proveeremos con mayor diligencia.
En todas las cosas por mí tratadas, aquí y en otros lugares, es mi intención
afirmar únicamente lo que la Iglesia aprueba.

La vida y los cuerpos celestes

Si en el mundo hubiera tan sólo estas dos cosas, por un lado el enten­
dimiento y por otro el cuerpo, pero faltara el alma, entonces ni el entendi­
miento sería atraído hacia el cuerpo -d e hecho el entendimiento es total­
mente inmóvil y privado de afecto, es el principio del movimiento y está
además muy alejado del cuerpo- ni el cuerpo sería atraído hacia el en­
tendimiento, porque está muy alejado de él y es, además, inepto e inca­
paz de moverse por sí mismo. Pero si se pone en medio el alma7, que tie­
ne conformidad con ambos, brotará fácilmente una atracción recíproca
entre la una y la otra parte. En primer lugar, el alma se mueve con mayor
facilidad que todas las demás cosas, porque es el primer móvil y lo es por
sí y espontáneamente. Además, siendo (como he dicho), intermedia entre
las cosas, contiene a su modo en sí la realidad total y está cercana, según
una proporción [es decir, como medio proporcional, en una proporción]
a ambas partes. Por eso concuerda con todas las cosas, incluidas aquellas
que distan entre sí, pero no de ella. Aparte el hecho cierto de que por un
lado es conforme con las realidades divinas y por otro con las caducas y

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que se dirige a ambas con afecto, está además, y al mismo tiempo, toda
entera en todas y cada una de las partes.
A esto se añade que el alma del mundo tiene en sí, por poder divino,
las razones seminales de las cosas8, al menos cuantas son las ideas en la
mente divina, y por medio de estas razones fabrica otras tantas especies en
la materia. Por eso todas y cada una de las especies se corresponden - a tra­
vés de su razón seminal- con su idea propia y pueden asimismo, por me­
dio de dicha razón seminal, recibir fácilmente algo de la idea, puesto que
ha sido realizada por medio de la razón seminal justamente a partir de la
idea. Por consiguiente, si alguna vez degenera y se aleja de su forma pro­
pia, puede adquirirla de nuevo por medio de la razón, que es el interme­
diario cercano a ella, y así, también por medio de este mismo intermedia­
rio puede adquirir de nuevo y sin dificultad su forma originaria. Y,
ciertamente, si a una especie de cosas o a un individuo de esta especie se
les acercan del modo debido muchas cosas dispersas, pero conformes con
la misma idea, al punto se transfiere de la idea a esta materia así adecua­
damente preparada un don singular, justamente por medio de la razón se­
minal del alma. En realidad, el que es llevado no es el entendimiento en sí,
sino el alma. Nadie crea, pues, que con unas determinadas materias del
mundo pueden atraerse unas determinadas divinidades (numina) entera­
mente separadas de la materia; se atraen, más bien, los demonios y los do­
nes del mundo animado y de las estrellas vivientes. Ni tampoco se mara­
ville nadie de que el alma pueda ser como seducida por las realidades
materiales, dado que ha sido ella la que ha hecho conformes a sí misma los
alicientes por los que se siente atraída y en los que se encuentra a gusto.
Ni hay en todo el universo viviente nada tan deforme que no tenga cerca
de sí un alma y no encierre en sí también el don del alma. A las corres­
pondencias de formas de este tipo con las razones del alma del mundo les
aplica Zoroastro el nombre de seductoras divinas, y Sinesio confirmó que
se trataba de alicientes mágicos9.
Nadie, en fin, crea que puede sacar y reunir en una concreta y parti­
cular especie de materia y en un tiempo determinado todos los dones que
proceden del alma sino tan sólo -y solamente en el momento oportuno-
íos de la razón seminal a partir de la cual se ha desarrollado aquella espe­
cie y los de las razones seminales parecidas. Vemos así que el hombre, sir­
viéndose únicamente de medios humanos, no intenta recabar para sí las ca­
racterísticas propias de los peces o de las aves, sino tan sólo las humanas
y las parecidas a éstas. Y pasando a las cosas que se refieren a un astro o a
un demonio particulares, padece la influencia propia de este astro o de es­
te demonio al modo como la leña empapada de azufre acoge en sí la lla­
ma, dondequiera se encuentre. Y este influjo lo padece no sólo a través de
los rayos de la estrella y del demonio, sino también a través del alma mis-

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ma del mundo, presente por doquier, en la que vive y tiene fuerza la razón
de todo astro y de todo demonio, razón por una parte seminal, vertida ha­
cia la generación, y por otra parte ejemplar, vertida hacia el conocimiento.
Fue, en efecto, este alma, según los platónicos más antiguos, la que cons­
truyó con sus razones en el cielo, además de todas las estrellas, figuras y
partes de éstas, de tal modo que también ellas fueran, en cierto modo, fi­
guras, y la que imprimió en todas estas figuras unas determinadas propie­
dades10. Y así, en las estrellas -es decir, en sus figuras, sus partes y sus pro­
piedades- están contenidas todas las especies de las cosas inferiores, junto
con sus propiedades.
Puso, pues, cuarenta y ocho figuras universales", a saber, doce en el
zodiaco y treinta y seis fuera; puso también treinta y seis en el zodiaco de
acuerdo con el número de sus caras. Puso además, en este mismo lugar,
trescientas sesenta, en concordancia con el número de los grados, pues en
cada uno de estos grados hay. en efecto, algunas estrellas a partir de la cua­
les se componen allí las imágenes. Dividió asimismo las imágenes exte­
riores al zodiaco en varias figuras, según el número de las caras y de los
grados. Estableció, en fin, a partir de estas imágenes universales, relacio­
nes y proporciones con otras imágenes asimismo universales, y también
estas relaciones y estas proporciones resultan ser en realidad imágenes.
Cada una de las figuras de este género tiene su propia continuidad a partir
de los rayos de sus respectivas estrellas, rayos que están conectados entre
sí en virtud de una cierta propiedad específica.
De estas formas ordenadísimas dependen las formas de las realidades
inferiores, que toman de allí, como es obvio, su orden propio. Pero tam­
bién las formas celestes, que están casi separadas entre sí, se derivan de ra­
yos mutuamente unidos del alma12y son en cierto modo mudables, aunque
proceden de razones estables. Ahora bien, dado que estas formas no se
comprenden a sí mismas, tienen que remitirse a las formas que sí se com­
prenden, presentes en una mente o en un animal o en formas más excelsas
que, en cuanto múltiples, son reconducidas a lo que es perfectamente uno
y bueno, como las figuras celestes al polo.
Pero volvamos al alma. Cuando el alma genera las formas y las po­
tencias específicas de las realidades inferiores, las produce por medio de
sus propias razones con la asistencia de las estrellas y de las formas celes­
tes. De hecho, también proporcionan, de modo similar, las dotes caracte­
rísticas de los individuos, que a menudo son en algunos tan admirables
cuanto suelen serlo en las especies, por medio de las razones seminales, no
tanto con la asistencia de las formas y de las figuras celestes cuanto más
bien a partir de la posición de las estrellas y de la condición momentánea
de los movimientos y de los aspectos de los planetas, ya sea entre sí o sea
respecto de las estrellas situadas por encima de los planetas. Pues nuestra

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alma, además de todas las capacidades propias de los miembros, desplie­
ga por doquier en nosotros la virtud común de la vida, sobre todo a través
del corazón como fuente del fuego cercano al alma. De modo parecido, el
alma del mundo, presente por doquier, difunde desde todas partes, y de
manera especial por medio del Sol, su poder de dar vida a todos los seres.
Y por esto algunos ponen, tanto en nosotros como en el mundo, toda el al­
ma en cada miembro, pero sobre todo en el Sol y en el corazón.
Pero recuerda siempre que así como la virtud de nuestra alma se apli­
ca a los miembros por medio del espíritu, así también la virtud del alma
del mundo se distiende bajo el alma del mundo, por entre todas las cosas,
a través de la quintaesencia, que está presente y activa por doquier como
espíritu dentro del cuerpo del mundo, e infunde esta virtud sobre todo en
las realidades que han absorbido de forma ubérrima las características del
espíritu de este género. Esta quintaesencia puede ser luego cada vez más
absorbida dentro de nosotros si se ha sabido separarla de los otros ele­
mentos con los que se encuentra mezclada o si al menos se han utilizado
con frecuencia las cosas en las que ella se encuentra de forma abundante y
más pura, como el vino selecto, el azúcar, el bálsamo, el oro, las piedras
preciosas, los mirobálanos y las cosas que poseen una fragancia muy sua­
ve y son resplandecientes, pero de una manera singular en aquellas que, en
una naturaleza sutil, tienen una calidad cálida, húmeda y clara, como es,
además del vino, el azúcar blanquísimo, sobre todo si Ies has añadido oro
y la fragancia de la canela y de las rosas. Además, así como los alimentos
que tomamos, aun no siendo en sí mismos vivientes, si son consumidos del
modo adecuado, son reconducidos por medio de nuestro espíritu a la for­
ma de nuestra vida, así también nuestros cuerpos, adaptados de forma con­
veniente al cuerpo y al espíritu del inundo, extraen naturalmente, por me­
dio de las cosas del mundo y de nuestro espíritu, el máximo posible de la
vida del mundo.
Si deseas que un alimento adquiera la forma de tu cerebro, de tu hí­
gado o de tu estómago más que de otros miembros, toma y come, hasta
donde te sea posible, un alimento parecido, es decir, sesos, hígado y estó­
mago de animales no muy alejados de nuestra complexión humana'5. Si
deseas que tu cueipo y tu espíritu adquieran la virtud de un miembro cual­
quiera del mundo, por ejemplo del Sol, busca cosas que sean más solares
que las otras en los minerales y las piedras, pero sobre todo en las plantas,
mucho más aún en el reino animal y, de forma máxima, entre los seres hu­
manos, pues es indudable que te ayudarán más las cosas que son más pa­
recidas. Estas cosas han de aplicarse desde el exterior y asumirse también,
en la medida de lo posible, por vía interna, sobre todo en el día y las horas
del Sol y cuando el Sol reina en la figura del cielo. Son solares, entre las
piedras y las flores, las llamadas heliotrópicas, porque se orientan al Sol.

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De igual manera, el oro y el oropimente, los colores áureos, el crisólito, el
carbunclo, la mirra, el incienso, el almizcle, el ámbar, el bálsamo, la miel
amarilla, el cálamo aromático, el azafrán, el espicanardo, la canela, la ma­
dera de áloe y todos los restantes aromas; el carnero, el halcón, el gallo, el
cisne, el león, la cantárida, el cocodrilo, los hombres rubios, ricos, a me­
nudo calvos y magnánimos. Todas estas cosas pueden ser utilizadas unas
veces como alimento, otras como ungüentos o fumigaciones y otras para
familiarizarse con ellas. Todas ellas deben ser sentidas y pensadas con fre­
cuencia, pero sobre todo amadas. Es, además, indispensable buscar la ma­
yor cantidad posible de luz.
Si te entra la duda de si tu vientre carece de la cálida nutrición del hí­
gado, lleva al vientre la fuerza del hígado bien con fricciones o bien con
fomentos mediante cosas adecuadas al hígado: la achicoria, la endivia, el
espodio, la agrimonia, la anémona hepática y los hígados. Y de igual mo­
do, para que tu cuerpo no sea abandonado por Júpiter, ejercítalo en el día,
la hora y el reino de Júpiter y utiliza, al mismo tiempo, cosas jupiteriales:
plata, jacinto, topacio, coral, cristal, berilio, espodio, zafiro, colores ver­
deantes y aéreos, vino, azúcar, miel blanca, pensamientos y afectos asi­
mismo jupiteriales, es decir, constantes, justos, religiosos y acordes con las
leyes, y de entre los hombres ten trato frecuente con los sanguíneos, her­
mosos y venerables. Pero recuerda que las cosas frías antes reseñadas de­
ben mezclarse con oro. vino, menta, azafrán, canela y dorónica. Son asi­
mismo jupiteriales el cordero, el pavo, el águila y el temero.
El pudor no permite describir de qué modo el poder de Venus se ve
atraído por las tórtolas, las palomas, las nevatillas y por otras cosas.
Nadie debe poner en duda que nosotros y todas las cosas de nuestro en­
torno podemos, con determinados preparativos, intentar conseguir por noso­
tros mismos dones celestes. Las realidades de este mundo han sido hechas y
están siendo constantemente regidas desde el cielo y están por el cielo pre­
paradas para dar acogida, antes que a ninguna otra cosa, a los dones celestes.
Y -situación que reviste la máxima importancia- en el mundo que es, como
sabemos, un animal14y el más perfecto de todos ellos, hay más unidad que
en ningún otro ser animado. Por tanto, del mismo modo que en nosotros la
calidad y el movimiento de un miembro cualquiera, sobre todo si es impor­
tante, afectan a los miembros restantes, así también las acciones de los miem­
bros principales del mundo ponen en movimiento todas las cosas y los miem­
bros inferiores aceptan sin dificultad lo que los más altos están dispuestos a
dar de forma espontánea. Cuanto más poderosa, en efecto, es una causa, tan­
to más pronta está para actuar y tanto más propensa e inclinada, por lo mis­
mo, a dar. A nosotros, pues, nos basta con añadir una pequeña preparación
para recibir los dones del cielo. Lo único que hace falta es que cada cual se
dirija al miembro celeste a quien está sometido de manera especial.

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Pero antes de pasar a considerar las propiedades de cada uno de no­
sotros como individuos concretos, debemos analizar las propiedades de la
especie humana. Pues bien, los astrólogos árabes concuerdan en afirmar
que esta naturaleza es solar. Entiendo, por mi parte, que así es en verdad
si se repara en la estatura erguida y bella del hombre, en los humores su­
tiles, en la limpidez del espíritu, la agudeza de la imaginación y el amor
a la verdad y a la gloria. Y añado a todo esto una gran propiedad mercu­
rial si se tiene en cuenta la agilidad del movimiento de su ingenio versá­
til y el hecho de que la especie humana, que nace desnuda, inerme, nece­
sitada de todo, se procura todo cuanto le es necesario con su actividad
industriosa, característica propia de Mercurio. Menciono además una pro­
piedad jupiterial15 en razón del equilibrio de la complexión (complexio
temperata) del cuerpo y de las leyes, y porque recibimos la vida en el se­
gundo mes de la gestación que está dominado por Júpiter, y nacemos el
noveno, del que tiene de nuevo el señorío. Por consiguiente, la especie
humana podrá solicitar siempre y obtener, especialmente de estos tres
planetas, dones cada vez más ricos si por medio de cosas solares, mercu­
riales o jupiteriales procura adaptarse más cada día a ellos. ¿Y qué decir
de los restantes? No es fácil que Saturno indique un tipo y un destino co­
munes del género humano sino que anuncia más bien un hombre separa­
do de los demás, divino o bestial, feliz u oprimido por una miseria extre­
ma. Marte, la Luna y Venus se refieren a afectos y actos comunes a los
hombres y a los seres animados.
Retomemos, pues, al Sol, a Júpiter y a Mercurio. Ya hemos mencio­
nado algunas cosas solares y jupiteriales, pero no sé por qué hemos pasa­
do por alto las mercuriales. Son del siguiente género: el estaño, la plata,
sobre todo la plata viva, la marcasita argéntea, el ágata, el vidrio de color
rojo púrpura y los objetos que mezclan el amarillo-oro con el verde, la es­
meralda y la laca, los animales astutos, sagaces y al mismo tiempo intré­
pidos: los monos, los perros, los hombres elocuentes, agudos, versátiles,
de rostro alargado y manos delgadas.
Es, además, necesario buscar y utilizar las cosas que se refieren a un
planeta, al que es, por supuesto, el dominante (como ya hemos dicho), si es
posible en su día y en su hora, también cuando el planeta se encuentra en
su casa o en la exaltación o al menos en su triplicidad y en el confín y en
un ángulo del cielo, dirigido fuera por la combustión y más a menudo orien­
tal, si el Sol está en su apogeo y en auge y la Luna lo mira. Tiempos pare­
cidos deberá observar quien busque el influjo benéfico de la Luna misma o
de Venus. Pedirá el favor de Venus por medio de sus animales, ya antes
mencionados, y a través de la comizola, del zafiro y del lapislázuli, del co­
bre amarillo y rojo, del coral y de todos los colores bellos, variados o ver­
deantes, por medio de las flores y de los cantos armoniosos, de los olores y

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los sabores suaves. El favor de la Luna por medio de cosas blancas, húme­
das y verdeantes, por medio de la plata y del cristal y de perlas gruesas y de
la marcasita argéntea. Y puesto que Saturno ejerce la soberanía sobre la es­
tabilidad y la perseverancia y Marte, por su pane, sobre la eficacia del mo­
vimiento. para obtener estas cosas nos veremos forzados a veces a suplicar
también su patrocinio, pero respetando obviamente los tiempos, como en
los otros casos. Nos dirigiremos a Saturno por medio de algunas sustancias
en cierto modo térreas, oscuras y plúmbeas, el jaspe oscuro, el imán, el ca-
moino, la calcedonia y en parte por medio del oro y de la marcasita áurea.
A Marte, en cambio, por medio de cosas ígneas y rusientes, del cobre rojo,
de todas las sustancias sulfurosas, del hierro y del heliotropo. Es indudable
que Saturno tiene alguna relación con el oro. Se considera, en efecto, que
la tiene en razón de su peso. Ni tampoco se duda de que el oro, parecido al
Sol, está presente en todos los metales como el Sol está presente en todos
los planetas y en todas las estrellas. Pero incluso en el caso de que alguien
demuestre que Saturno y Marte son, en virtud de su propia naturaleza, no­
civos, cosa que me resisto a creer, también a ellos debemos recurrir, del
mismo modo que los médicos recurren a veces al uso de venenos, costum­
bre que Ptolomeo aprueba en su Centiloquiol6. Ayudará, pues, a veces, la
fuerza de Saturno, asumida con cautela, como en los médicos las sustancias
astringentes y continentes, e incluso las estupefacientes, como el opio o la
mandràgora. Y lo mismo cabe decir respecto del poder y de la influencia de
Marte, como entre los médicos respecto del euforbio y el eléboro. En todas
estas cosas fueron, al parecer, muy cautos los magos, los brahmanes y los
pitagóricos que, recelando, por su asidua consagración al estudio de la filo­
sofía, de la tiranía de Saturno, llevaban vestiduras blancas, se dedicaban to­
dos los días a los sonidos y tos cantos jupiteriales y febeos y pasaban una
gran parte del tiempo al aire libre.
Pero recuerda siempre que a través de las inclinaciones y los deseos
del alma y también a través de la calidad misma del espíritu estamos ex­
puestos muy fácil y muy directamente a los planetas que representan estas
mismas inclinaciones y deseos y una calidad del mismo género. A través,
pues, del distanciamiento respecto de las cosas humanas, a través del ocio,
la soledad, la constancia, a través de la teología y la filosofía más secreta,
de la superstición, la magia, la agricultura, a través de la tristeza, finaliza­
mos bajo el dominio de Saturno. Si nos dedicamos a los negocios civiles
y, movidos por la ambición, a los personales, a la filosofía natural que pue­
de ser común a muchas personas, a través de la religión civil y de las leyes
quedamos sometidos a Júpiter. Sujetos, en cambio, a Maite si somos arre­
batados por la ira y por las contiendas; al Sol y a Mercurio si tenemos la
pasión y la práctica de la elocuencia, del canto y del deseo de la verdad y
de la gloria. Nos hallamos bajo el dominio de Venus con la alegría, la mú-

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sica y las cosas graciosas; bajo el de la Luna si llevamos un género de vi­
da parecido al de las plantas. Pero ten bien presente la diferencia entre es­
tos planetas: que el ejercicio del ingenio más público y amplio está rela­
cionado con el Sol, mientras que el privado y con artificios se relaciona
más bien con Mercurio. La música, si es grave, pertenece a Júpiter y al Sol,
si ligera a Venus, la intermedia a Mercurio. Y parecido razonamiento se si­
gue en lo que respecta a las estrellas fijas. Se trata, pues, de una regla co­
mún de la especie humana.
Que cada uno se imponga, además, como regla personal conocer qué
estrella le ha prometido algún bien en la genitura, suplicar el favor de esta
estrella más que el de otras o esperar de cada una de ellas no un bien cual­
quier o el que es propio de otras estrellas, sino el que es propio de ella, sal­
vo que no traigas, por un lado, muchos dones comunes procedentes del Sol,
que es la gufa común de las cosas celestes, y de parecida manera de Júpiter,
y. por otro lado, hagas derivai' de igual modo del alma y del espíritu del
mundo todas las cosas del universo. Que este universo es como un animal
y que está animado de una manera mucho más intensa es algo que de­
muestran no sólo los razonamientos platónicos17sino también el testimonio
de los astrólogos árabes. Y en estas páginas demuestran asimismo que co­
mo consecuencia de una cierta aplicación de nuestro espíritu al espíritu del
mundo, hecha por medio de un arte que sigue a la naturaleza y por medio
del afecto, se transfieren a nuestra alma y a nuestro cuerpo los bienes ce­
lestes. Esta transferencia se produce, por un lado, a través de nuestro espí­
ritu, que es en nosotros medio y ha sido revigorizado por el espíritu del
mundo y, por otro lado, a través de los rayos de las estrellas que actúan fa­
vorablemente sobre nuestro espíritu, cuya naturaleza es parecida a la de los
rayos y tiene, además, la capacidad de adaptarse a los rayos celestes.
Es indudable que el cuerpo del mundo, a cuanto se percibe por el mo­
vimiento y la generación, está vivo por doquier18, cosa que los filósofos de
los indios demuestran a partir del hecho de que por todas partes genera por
sí seres vivientes. Vive, por tanto, por medio de un alma que está por do­
quier presente a sí misma y perfectamente proporcionada a este cuerpo. Por
consiguiente, entre el cuerpo del mundo palpable y en parte caduco y su
propia alma, cuya naturaleza está demasiado alejada de la de un cuerpo de
esta guisa, está presente por doquier el espíritu, como en nosotros entre el
alma y el cuerpo, si es verdad que por doquier la vida se comunica siempre
desde el alma al cuerpo, que es más pesado. Se requiere necesariamente es­
te espíritu como medio, de suerte que así como el alma divina está presen­
te en el cuerpo, más denso, así también le comunica íntimamente la vida.
Las realidades corpóreas, en cambio, que tus sentidos pueden percibir con
suma facilidad en cuanto que están adaptadas a ellos, son más bien densas
y de una naturaleza muy alejada de la del alma, que es divinísima.

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Es, pues, imprescindible el concurso de un cuerpo más excelente, ca­
si de un no-cuerpo. Sabemos asimismo que todos los seres vivientes, tan­
to del reino vegetal como del animal, viven y generan por medio de un es­
píritu similar a éste y que, entre los elementos, el que es espiritual en grado
máximo genera con mucha rapidez y se mueve incesantemente, como si
estuviera dotado de vida. Pero tú, por tu parte, pregúntate por qué, si los
elementos y los seres animados generan cosas parecidas a ellos por medio
de un cierto espíritu peculiar suyo, no generan, en cambio, las piedras y los
metales, que ocupan un puesto intermedio entre los elementos y los seres
animados. La respuesta es que, evidentemente, en ellos el espíritu está re­
tenido por una materia más densa. Si alguna vez este espíritu quedara se­
parado de una manera correcta, y, upa vez separado, se mantuviera y con­
servara en este estado, podría, como virtud seminal, generar alguna cosa
parecida a él mismo, con la única condición de que fuera aplicado a una
materia del mismo género. Algunos diligentes filósofos de la naturaleza
han conseguido, con la sublimación junto al fuego, separar este espíritu del
oro y, aplicándolo a cualquier metal, transformarlo en oro. A este espíritu
del oro. o de cualquier otro metal, extraído según un método correcto y
luego conservado, le aplican los astrólogos árabes el nombre de elixir'9.
Pero volvamos al espíritu del mundo, por cuyo medio genera el mun­
do todas las cosas. De hecho, todas ellas generan por medio de su propio
espíritu; un espíritu al que podemos llamar bien cielo o bien quintaesen­
cia20. Este espíritu está en el cuerpo del mundo casi de la misma manera
que está en nuestro cuerpo nuestro espíritu, pero con esta diferencia fun­
damental: que el alma del mundo no lo trae de los cuatro elementos como
de humores suyos, al modo como nuestra alma lo trae de nuestros humo­
res o incluso, para emplear palabras de Platón y de Plotino21, lo genera in­
mediatamente en su virtud genital, casi hinchándose, y genera a la vez las
estrellas y a) instante, y justamente por medio del espíritu, genera asimis­
mo los cuatro elementos, como si todas las cosas estuvieran en la virtud de
este espíritu. En sí, dicho espíritu es un cuerpo sutilísimo, casi un no-cuer­
po, y casi ya-alma, y de igual modo casi no-alma y casi ya-cuerpo. En su
virtud no hay casi nada de la naturaleza tèrrea, hay algo más de la natura­
leza ácuea, más aún de la aérea y muchísimo más, en fin, de la ígnea y es­
telar. Contribuyeron a determinar las diversas medidas de esta gradación
las cantidades mismas de las estrellas y de los elementos. Este espíritu es­
tá presente y activo por doquier en todas y cada una de las cosas, es el au­
tor inmediato de toda generación y de todo movimiento, y a esto se refie­
re el poeta en aquel verso famoso: «El espíritu desde dentro alimenta»22.
En virtud de su naturaleza es totalmente esplendente y cálido y húmedo y
vivificante; ha adquirido estas cualidades a partir de las dotes superiores
del alma. De este espíritu bebió abundantemente Apolonio de Tiana, según

97
testimonio del indio Yarcas, que dice. «Nadie ha de maravillarse, oh Apo-
lonio, de que hayas alcanzado la ciencia de la adivinación, pues llevas tan­
to éter en tu alma»23.
Ahora, pues, tú procurarás ante todo que este espíritu penetre en ti,
pues con este medio obtendrás algunos beneficios naturales, procedentes
ya del cuerpo o ya del alma del mundo, y también de las estrellas y de los
demonios. De hecho, este espíritu media entre el denso cuerpo del mundo
y el alma, y en él y por él son las estrellas y los demonios. Pues en efecto,
ya sea que el cuerpo y las cosas del mundo estén cercanas al alma del mun­
do, como les place a Plotino y a Porfirio, o bien que el cuerpo del mundo,
al igual que el alma, estén cercanos a Dios, como les place a los nuestros
y tal vez también al pitagórico Timeo24, en cualquier caso el mundo vive y
respira y nos es posible absorber su espíritu. El hombre puede absorberlo
por medio de su propio espíritu, que es, en virtud de su misma naturaleza,
conforme a aquél, sobre todo si con industria humana ha conseguido lle­
gar a ser aún más afín, es decir, si consigue ser celeste. Y llega de hecho a
serlo si se purifica de las suciedades y de todas las cosas que se le han pe­
gado y que son diferentes del cielo. Estas suciedades no están solamente
en las visceras sino también en el alma, en la piel, en los vestidos, en la ha­
bitación y en el aire y contaminan a menudo el espíritu.
Llegará, en fin, a ser celeste si ante el movimiento orbital del alma
y del cuerpo también él completa las órbitas25; si enfrentado a la vista y
a la más frecuente reflexión de la luz, también él se torna más claro y
bermejeante; si se le aplican de ordinario cosas semejantes al cielo con
aquella diligencia con que se cuida del espíritu Avicena en el libro Sobre
las fuerzas del corazón26 y con la que también nosotros hemos intentado
curarlo en el libro Sobre los cuidados de la salud de quienes se dedican
al estudio de las letras. Y así, aléjense del espíritu, en primer lugar, los
vapores que ofuscan, con medicinas que purifican en este mismo senti­
do; sea, en segundo lugar, iluminado con cosas resplandecientes; sea, en
tercer lugar, sanado de tal modo que se tome más sutil y, al mismo tiem­
po, más sólido.
Llegará, al fin, a ser celeste en sumo grado, en los límites impuestos
en la presente exposición, si se le acercan lo más posible los rayos y las in­
fluencias del Sol, que domina entre las cosas del cielo. Y así, a partir de es­
te espíritu, que está en nosotros como medio, se difundirán en nuestro
cuerpo y en nuestra alma los bienes celestes, puestos ante todo y sobre to­
do en este mismo espíritu: todos los bienes celestes, digo, pues en el Sol
están contenidos, en efecto, todos los bienes. Y el Sol contribuirá luego a
convertir al espíritu en solar, de manera especial cuando se encuentra bajo
el Camero o el León y lo mira la Luna, pero más en especial cuando se en­
cuentra en el León, pues entonces reaviva nuestro espíritu hasta tal punto

98
que lo hace capaz de resistir al veneno de la epidemia. Así se muestra de
manera evidente en Babilonia y Egipto y en las regiones que están orien­
tadas hacia el León, pues allí, en efecto, al entrar el Sol en el León, pone
fin a las epidemias del modo que acabamos de decir.
Busca, pues, tú también, acá y acullá y reúne y pon juntas las cosas
solares. Comienza a utilizar ya realidades solares, pero procurando evitar
con diligencia la sequedad en el verano. Ahora bien, el espíritu no podrá
convertirse fácilmente en solar si no se torna lo más grande que le sea po­
sible, pues le cuadra bien al Sol, más que ninguna otra cosa, la cualidad de
la grandeza. Contribuirá a conseguir que el espíritu se haga lo más grande
.posible por un lado la diligencia, sustentando interna y externamente al co­
razón con cosas cordiales y, por otro lado, una dieta compuesta de alimen­
tos sutiles, pero que nutran mucho y de manera fácil y saludable. Ayuda­
rán también los movimientos frecuentes y ligeros, un descanso oportuno y
un aire suave y sereno, por un igual alejado del calor excesivo y del exce­
sivo frío y, por encima de cualquier otra cosa, un ánimo alegre. Más aún:
no será solar si no es cálido, sutil y luminoso. Lo harás sutil y luminoso si
evitas las cosas tristes, densas y oscuras, si utilizas intema y externamen­
te cosas luminosas y alegres, si consigues tomar sobre ti mucha luz tanto
de día como de noche, si alejas la suciedad, el ocio y el torpor y, sobre to­
do, evitas las tinieblas. Si abrigas la intención de conducir al espíritu al ca­
lor natural del Sol, procura no llevarlo al tercer grado del calor ni a la se­
quedad. De hecho y de por sí, el calor del Sol no seca -pues en tal caso no
sería el Sol el señor de la vida y de la generación ni el autor del creci­
miento- pero puede ocurrir que sus rayos resequen si están encerrados en
cavidades de materia seca. Por consiguiente, si quieres convertirlo en so­
lar, unirás al calor un humor sutil, como es el solar, y más especialmente
el jupiterial, y lo conservarás en el espíritu mediante el uso de cosas de es-*
te mismo género, pues en caso contrario podrías tal vez tornarlo marcial
más que solar.
Se nos enseña que en muy pocas cosas es Marte similar al Sol y aun
estas pocas son palpables y de escasa importancia y que, en todo lo demás,
es enemigo. Sabemos, en cambio, que Júpiter es muy parecido al Sol en
muchísimos y excelentes dones, aunque más ocultos, y que le es totalmen­
te amistoso. Por eso Ptolomeo, cuando habla de la consonancia27, dice que
la sintonía de Júpiter con el Sol es más perfecta que la tiene con los restan­
tes cuerpos celestes, y lo mismo la de Venus con la Luna. Todos los astró­
logos atribuyen una misma influencia benéfica universal al Sol y a Júpiter,
si bien, aunque los efectos son los mismos, el Sol los produce con mayor
eficiencia, mientras que Júpiter sólo los alcanza bajo el influjo del Sol. En
entrambos está presente el calor, que supera al humor, pero en Júpiter por
poco y en el Sol por mucho, si bien en los dos con efectos beneficiosos. Da-

99
do. pues, que concuerdan tanto entre sí, podrás conseguir fácilmente que tu
espíritu sea solar y jupiterial28a un mismo tiempo y podrás mezclar correc­
tamente las cosas solares con las jupiteriales, muy en especial si las pones
juntas y se las suministras al espíritu cuando Júpiter mira al Sol en aspecto
trígono o sextil o al menos cuando la Luna, en su avance, pasa del aspecto
del uno al del otro, sobre todo si el aspecto del Sol se encamina hacia la con­
junción con Júpiter. Harás, por separado, tu espíritu o solar o jupiterial
cuando observas el aspecto de la Luna bien con respecto al Sol o bien con
respecto a Júpiter. Pero una vez conseguida la naturaleza del uno, alcanza­
rás con facilidad la del otro. Debes entender por aspecto sextil el que se da
cuando dos planetas distan entre sí el espacio de dos signos. Es trígono
cuando media entre ambos el intervalo de cuatro signos. Medimos la con­
junción o el aspecto de la Luna con respecto a los otros planetas en doce
grados más acá o más allá.
Encontrarás las composiciones y los cuidados jupiteriales y solares en
nuestro libro Sobre la larga vida y en el otro Sobre los cuidados de la sa­
lud de quienes se dedican a las letras, donde hemos añadido algunos de ti­
po venusiano, pues también nosotros tememos, en el caso de los estudio­
sos, la aridez, a la que se opone Venus. Esta misma Venus es, además,
sumamente amiga de Júpiter, del mismo modo que Júpiter lo es del Sol, y
como las Gracias concuerdan y están unidas entre sí. De estas tres Gracias
del cielo y de las estrellas de este género esperan los astrólogos y buscan
con diligencia obtener favores, y opinan y procuran que les sean transmi­
tidos por medio de Mercurio y de la Luna como mensajeros, pero más fá­
cil y más habitualmente por medio de esta segunda. Afirman, en efecto,
que la Luna es más benéfica cuando está en conjunción con Júpiter o con
Venus que cuando los mira en modo sextil o trígono. No obstante, si Júpi­
ter o Venus la miran en aspecto trígono y la tienen encima de sí mismos,
los astrólogos entienden que está casi en conjunción con dichos planetas.
Y lo mismo si el Sol la mira y la tiene al mismo tiempo encima de sí.
Si quisiéramos, por nuestra parte, considerar por separado las capa­
cidades y los efectos de estos tres astros y de otras estrellas parecidas, nos
enfrentaríamos a una empresa prolija, que exige una búsqueda difícil y
observaciones aún más difíciles. Si nos acercamos a Venus, no será fá­
cil que gocemos del favor del Sol; y si nos acercamos al Sol, no será
fácil que gocemos del de Venus. Para abrazar, pues, a todas las Gracias
juntas, nos refugiaremos al final en Júpiter, que está, por naturaleza y
por efectos, a mitad de camino entre el Sol y Venus, posee una calidad
templada y transmite en cierto modo todos los beneficios que se esperan
de Venus y del Sol, de manera más generosa y honesta de Venus, aunque
de modo más equilibrado (temperatius) del Sol y concuerda, en fin, en
grado máximo, bajo todos los aspectos, con la naturaleza humana. Utili­

100
zaremos, pues, cosas jupiteriales cuando ya sea el propio Júpiter o sea la
Luna tienen su dignidad natural y accidental y están juntos o se miran
favorablemente. Si alguna vez no puede suceder así, mezcla juntas las
cosas solares y las venusianas y obtendrás de entrambas un compuesto
con características jupiteriales cuando la Luna pasa naturalmente de la
conjunción con Venus al aspecto sextil con el Sol,*o viceversa. Pero al
preparar los compuestos que sustentan y refuerzan el corazón y el espí­
ritu, recuerda que la Luna ayuda muy mucho si junto a estos dones ha
tenido también el de pasar a través de los signos aéreos -sobre todo de
Acuario, del que opinan que es más aéreo que todos los restantes- y si
en su casa o en su exaltación o en la casa de Júpiter o del Sol o donde­
quiera que sea, de entre las veintiocho estaciones tiene la que se adapta
tanto a ella como a sus obras.
Es una disciplina de gran importancia entender bien qué espíritu, qué
fuerza, qué realidad significan más en concreto estos planetas. La Luna y
Venus significan la fuerza y el espíritu natural y genital y las cosas que los
acrecientan. Estas mismas cosas significa Júpiter, pero de manera más efi­
caz el hígado y el estómago, y tiene también no pequeña parte en el cora­
zón, en el espíritu y en la capacidad vital, en la medida en que, justamen­
te en virtud de su propia naturaleza, concuerda con el Sol -aunque también
en razón de sí mismo, pues de otra suerte el corazón no recibiría el espíri­
tu vital precisamente en el mes de Júpiter-, Según el testimonio de los as­
trólogos, Júpiter tiene poder también sobre el espíritu animal, pues afirman
que ayuda en el campo de la filosofía y en lo relacionado con la búsqueda
de la verdad y con la religión. Y así también Platón, en el pasaje donde di­
ce que los filósofos proceden de Júpiter39. Y esto mismo entendía Homero
cuando, expresando la opinión de los antiguos, afirmaba: «La mente de los
hombres es tal como día tras día la dispone el padre de los hombres y de
los dioses»39. Y en ningún otro pasaje llama de este modo a ningún numen,
sino sólo a Júpiter. El Sol significa el espíritu vital y, sobre todo, el cora­
zón, y tiene algo -y no poco- en la cabeza para la sensibilidad y para el
movimiento del que propiamente él es el señor. Ni tampoco descuida la
fuerza natural. Mercurio significa el cerebro y los órganos de los sentidos
y, por tanto, el espíritu animal.
Será, por tanto, la vía más segura aquella que no emprende nada sin
el favor de la Luna, dado que hace descender generalmente, y con fre­
cuencia y facilidad, las cosas celestes a las inferiores. Es llamada segundo
Sol, porque recorre cada mes las cuatro estaciones del año. Los pitagóri­
cos opinan, en efecto, que en el primer cuarto es cálida y húmeda, en el se­
gundo cálida y seca, en el tercero fría y seca y en el cuarto fría y húmeda.
Y afirman que su luz es, sin ninguna duda, la luz del Sol, que rige los hu­
mores y las generaciones, que con sus revoluciones regula todos los cam-

101
hios del feto en el vientre, que cuantas veces entra en conjunción con el
Sol recibe de él poder vivificador que luego ella infunde en el humor y que
de este mismo modo recibe de Mercurio la fuerza que mezcla los humo­
res. Esta fuerza la produce Mercurio bien cuando se transforma en todos
los planetas o bien con sus múltiples giros31. En el mismo tiempo y lugar
toma la Luna de Venus la fuerza que conduce a formas adecuadas para la
generación.
Merecerá la pena recordar que el curso cotidiano de la Luna se divi­
de en cuatro partes. En la primera, sube desde oriente hacia la mitad del
cielo y en el ínterin acrecienta el humor y el espíritu natural. En la segun­
da, desde la mitad del cielo tiende al poniente y produce en nosotros el
efecto opuesto. En la tercera, del poniente se encamina hacia la mitad del
cielo situado debajo y hace crecer de nuevo aquel espíritu y aquel humor.
En la cuarta tiende desde allí hacia oriente y de nuevo los hace disminuir.
Todo ello se advierte de modo patente en las orillas del Océano, donde el
nivel del mar asciende y desciende del modo más manifiesto siguiendo es­
te curso. Y lo mismo acontece en lo que respecta al vigor de los enfermos.
Es asimismo probable que el Sol, durante los cuartos de su movimiento,
haga aumentar o disminuir el calor natural y el espíritu vital y también el
animal, mientras tenga a Mercurio por compañero. Una vez conocidas es­
tas cosas, un médico podrá elegir los momentos más adecuados para revi­
gorizar el humor y el calor natural y cualquier otro espíritu. Pero ya hemos
hablado bastante de la Luna.
No conviene abandonar a Júpiter, porque en uno de sus meses hemos
recibido la vida y en otro hemos sencilla y felizmente nacido. Y dado que
es un planeta que está, en razón de sus cualidades y de sus efectos, a me­
dio camino entre el Sol y Venus, y también entre el Sol y la Luna, abarca
todas las cosas. Por nuestra parte, consideramos cosa impía y peligrosa ig­
norar precisamente al Sol, señor del cielo, salvo que haya quien diga que
quien tiene a Júpiter tiene ya, en Júpiter, también al Sol, y que es allí don­
de está mejor adaptado (temperatus) a los hombres. Que en el Sol se en­
cuentran ciertamente todas las virtudes celestes es algo que afirman no só­
lo Jámblico y Juliano32 sino todos33. Proclo declara que frente al Sol se
reúnen y recogen en un solo punto todas las virtudes de todos los cuerpos
celestes34. Nadie negará que en cierto sentido Júpiter es el Sol dispuesto de
un modo conveniente (temperatus) para nosotros. No se debe ignorar tam­
poco a la Luna convenientemente dispuesta (temperata) respecto a Venus.
Es, en efecto, de gran ayuda para una vida sana y próspera, dado que es
Venus quien otorga a los hombres la fertilidad y la felicidad. La tendrás,
pues, muy presente. Si consigues mezclar del modo debido a la Luna, que
es parecida a Venus, es decir, casi igual cuanto al humor y tan sólo un po­
co menos cálida, con Júpiter y con el Sol, tienes ya casi a Venus.

102
¿Qué pues? Para que camines por la vía más segura y al mismo
tiempo la más cómoda de todas, considera la Luna cuando mira al Sol y
entra en conjunción con Júpiter o mira, al menos, a Júpiter y al Sol o
cuando, en fin, tras haber mirado al Sol, avanza con rapidez hacia la
conjunción con Júpiter o a mirarlo. Tú, por tu parte, prepara o utiliza,
justo en este momento, cosas solares y jupiteriales junto con venusianas.
Y si la necesidad o las dificultades te empujan a refugiarte junto a uno
de los grandes cuerpos celestes, busca amparo al lado de Júpiter o más
bien de la Luna y Júpiter juntos. No hay ninguna estrella que sustente y
consolide nuestras fuerzas naturales -más aún, todas nuestras fuerzas-
tanto como Júpiter, ni ninguna promete dones más bellos y a la vez más
abundantes. Pues, en efecto, mientras que acoger las influencias de Jú­
piter es siempre un evento fausto, acoger las del Sol tal vez no sea siem­
pre tan seguro. Júpiter ayuda siempre, mientras que el Sol parece ser con
frecuencia nocivo. Por otra parte, Venus es casi débil. Por tanto, sólo a
Júpiter [GioveJiS se le llama «padre que ayuda [giova]*6». Y lo confirma
Ptolomeo37 cuando dice que a duras penas surte efecto cualquier fárma­
co sobre la naturaleza si la Luna no se une con Júpiter, porque tiene la
firme convicción de que con esta conjunción se refuerza la naturaleza
del cuerpo del universo. Yo mismo he experimentado que cuando la Lu­
na está en conjunción con Venus las medicinas son poco eficaces. Si te­
memos mucho la pituita, debemos tener en cuenta sobre todo la posición
de la Luna con respecto al Sol. Pero si lo que tememos es la bilis y una
desecación de esta índole, debemos estar atentos a su posición respecto
de Venus, si bien la alineación de la Luna con Júpiter ayuda en cierto
modo a todas estas cosas y sobre todo a expulsar la bilis negra y tam­
bién, al mismo tiempo, a disponer y consolidar la complexión de los
hombres en general.
Del mismo modo que el regaliz y el aceite de rosas calientan las co­
sas más bien frías y refrescan las más bien cálidas, y de parecida manera
el vino, que, además, humedece las secas y seca las demasiado húmedas,
así Júpiter tiene conformidad con el calor humano, al igual que el vino, el
aceite de rosas, la manzanilla y el regaliz. Cuando, pues, oímos decir a Al-
bumasar que: «A excepción de Dios, no hay para los vivientes otra vida si­
no a través del Sol y de la Luna»38, has de entender esta afirmación como
referida al influjo común sobre todas las cosas. El influjo especial y más
adecuado al ser humano es el que se deriva de Júpiter.
Hay, además, en la naturaleza del cuerpo fuerzas capaces de atraer, de
retener, de digerir, de expeler. A todas ellas les presta ayuda la influencia
de Júpiter, pero de manera especial a la capacidad de digerir y a la de ge­
nerar y nutrir a un mismo tiempo, así como a la de crecer mediante su hu­
mor aéreo y abundante y su mucho calor, hasta el punto de que domina

103
moderadamente sobre el humor. Por medio de los rayos de Júpiter, difun­
didos siempre por doquier, la luz propia del Sol se templa y se adapta al
máximo a la salud de los humanos, mientras que los rayos de Venus con­
tribuyen de continuo a este mismo efecto, y de manera parecida contribu­
ye la Luna al transmitirlos. Los rayos de la Luna y de Venus, más bien hú­
medos, necesitan algo que los temple, del mismo modo que los rayos del
Sol, en cuanto que son más bien cálidos, requieren ser templados con al­
guna cosa más húmeda. Los rayos de Júpiter, en cambio, no tienen necesi­
dad de ser templados. Pues, ¿qué otra cosa es Júpiter sino un Sol desde el
primer instante conveniente y especialmente dispuesto (temperatus) en be­
neficio de la salud de las realidades humanas?
Y ¿qué otra cosa es asimismo sino una Luna y Venus, pero más cáli­
das y más poderosds? Por eso los astrólogos auguran de Júpiter un año fér­
til, sereno y salubre, y esperan de él remedios para las enfermedades que
nos amenazan. Cuando Empedocles, imitando a Orfeo39, atribuye a cada
planeta sus funciones específicas, llama a Júpiter señor único de la gene­
ración.
Además de a Júpiter recomiendan tener diligentemente en cuenta en
todas las tareas a la Luna, en cuanto intermediaria de la justa posición en­
tre las cosas celestes y las terrestres. Que esté, pues, la Luna en el grado,
la posición y el aspecto adecuado para la obra deseada. Que no se encuen­
tre ni en la eclíptica ni bajo los rayos del Sol por doce grados más acá o
más allá, salvo que esté en el mismo minuto que el Sol. La mayoría en­
tiende que todos los planetas son más fuertes cuando se encuentran en
unión con el Sol y miden la unidad de treinta y dos minutos de modo que
se cuenten dieciséis antes y otros tanto después. Que no se vea estorbada
por Saturno o por Marte. Que no se encuentre en fase descendente en lati­
tud meridional cuando sobrepasa los doce grados que hemos dicho. Que
no esté en oposición al Sol ni con luz disminuida ni con curso tan lento que
no alcance a recorrer doce grados en un día. Que no se halle en el curso re­
quemado desde el vigésimo octavo grado de la Balanza al tercero de Es­
corpión ni en el de la octava región, ni en ascendente, ni en los confines de
Marte o de Saturno. Hay quienes tampoco quieren a la Luna en la región
sexta, ni en la duodécima, ni en la nona, ni en la cuarta. Admiten que es fa­
vorable cuando se encuentra en las otras regiones del cielo. Cuando no
puedas contar con todas estas condiciones, espera al menos a que Júpiter o
Venus estén en ascendente o en la región décima, porque así pondrás re­
medios a los daños de la Luna. Convendría recordarte a este propósito que
mientras aumente la luz de la Luna, aumenta también en nosotros no sólo
el humor sino también el espíritu y la virtud y que estas cosas se dilatan
con relación a la circunferencia lunar, sobre todo en su segundo cuarto.
Cuando disminuye ocurre lo contrario, sobre todo en el último cuarto. Su

104
primer aspecto trígono con respecto al Sol tiene más fuerza que el segun­
do, y éste más que el primer aspecto sextil, que tiene, a su vez, más fuer­
za que el segundo aspecto sextil- Mientras está llena de luz, la Luna está
asimismo llena de calor. Parece, pues, que algunos no consideran tanto en
qué modo mira al Luna al Sol (de hecho lo mira siempre) sino que tenga
muchísima luz. sobre todo cuando va en aumento. Pero que mientras tan­
to esté, con respecto a Júpiter o a Venus, en aspecto trigono o sextil.
Así pues, las cosas ígneas ayudan a la virtud atractiva, las térreas a la
retentiva, las aéreas a la digestiva, las ácueas a la expulsiva. Si deseas,
pues, ayudar en ti a todas estas virtudes, reforzarás la virtud atractiva so­
bre todo por medio de cosas ígneas, cuando la Luna, situada en los signos
o en las estaciones ígneas, es decir, en el Camero, el León o en Sagitario,
mira a Júpiter. Afianzarás la virtud retentiva por medio de cosas térreas,
sobre todo cuando la Luna mira a Júpiter situado en los signos o en las es­
taciones térreas, esto es, en el Toro, la Virgen o Capricornio. Sustentarás
tus virtudes digestiva y generativa por medio de los signos de aire, a saber,
los Gemelos, la Balanza y Acuario, cuando la Luna mira a Júpiter o se
aproxima a él bajo estos signos de aire. Y ayudarás, en fin, a tu virtud ex­
pulsiva por medio de los signos de agua, a saber, el Cangrejo, los Peces y
Escorpión, cuando la Luna, puesta bajo signos de agua, está iluminada por
los rayos de Júpiter. Y se cumplirán, sin duda, en grado máximo, tus de­
seos en todos estos casos si Júpiter ocupa signos o estaciones idénticas o
parecidas o al menos no diferentes. Si abrigas la intención de poner en mo­
vimiento el bajo vientre con medicinas sólidas, debes recibir la influencia
de los Peces; si pretendes hacerlo con medicinas líquidas, recibe la de Es­
corpión; si lo haces, en fin, con medicinas semilíquidas, acepta la del Can­
grejo. Si te propones purgarte por medio de las partes inferiores de tu cuer­
po, considera a los Peces y a Escorpión, si a través de las superiores, al
Cangrejo. Evitarás el infausto aspecto de Saturno o de Marte hacia la Lu­
na, al primero porque daña al estómago y al segundo porque perturba el in­
testino. Evitarás a Capricornio y al Toro, porque producen náuseas. Has de
saber que hay una parte del cuerpo que no debe ser irritada, sino más bien
sostenida, cuando la Luna se encuentra en el signo que gobierna esta par­
te (pues de hecho irrita los humores)40.
Baste con lo dicho a propósito de la virtud y del espíritu natural que
dominan sobre todo en el hígado y se dividen en las cuatro funciones que
hemos descrito. ¿Deberíamos dar algún consejo acerca de la virtud y del
espíritu vital que residen en el corazón? Ya se ha hablado lo suficiente de
este tema. Esta virtud y este espíritu reciben de hecho ayuda por medio de
cosas en primer lugar ígneas y en cierto modo y al mismo tiempo aéreas,
cuando la Luna, puesta en casas o estaciones parecidas, mira a Júpiter, es­
pecialmente si bordea a Júpiter y al Sol. Puedes reforzar también la virtud

105
animal que domina en la cabeza a través de la sensibilidad y del movi­
miento recurriendo a cosas en primer lugar aéreas, con el añadido de co­
sas ígneas, cuando la Luna mira a Júpiter y está en casas o sedes pareci­
das, sobre todo si bordea a Júpiter y casi del mismo modo a Mercurio.
Te recuerdo en este punto que no debes entender que Mercurio sea
ácueo o tèrreo (cosa que yo mismo a veces he imaginado), pues en tal ca­
so no podría prestar ayuda a los movimientos ni a la rapidez del ingenio,
sino que has de saber que es más bien aéreo. También por este motivo go­
za de tanta movilidad, puede mudarse con tanta facilidad y ayuda tanto al
ingenio, sobre todo cuando se encuentra en Acuario, que es el signo más
aéreo. En Mercurio, en cambio, el humor es templado y el calor escaso. Se
dice que, puesto bajo el Sol, seca; más alejado del Sol, se cree que hume­
dece. En el primer caso, el hecho de que caliente mucho se deriva de la na­
turaleza del Sol, en el segundo, calentar muy poco y humedecer, forman
parte de su propia naturaleza. En lo que se refiere al calor, tal vez no sea
inferior a Venus y supera a la Luna; en lo referente al humor, tanto la Lu­
na como Venus le superan. Haly demuestra que Mercurio mezcla las cua­
lidades de los cuerpos celestes, porque asume con facilidad extrema ya las
propiedades de las regiones celestes por las que avanza ya la naturaleza de
las estrellas que mira1" . Opino, pues, que este planeta muda con tanta faci­
lidad porque no tiene un poder tan excelente como el de Júpiter ni una cua­
lidad preeminente como la de los otros cuerpos celestes en virtud de la cual
pudiera ofrecer resistencia a las alteraciones. Es, en fin, probable que Mer­
curio, Acates42 fiel del Sol, posea muchas de las fuerzas de este último, por
donde cabe esperar que puedan recibirse de Mercurio dones solares.
También enseñan, por lo demás, que a veces Marte imita al Sol en
ciertos beneficios y que Venus distribuye con abundancia los dones pro­
pios de la Luna. Ten. pues, presente todo esto en tus acciones. Y no des­
cuides nunca los confines. Dicen, en efecto, que los planetas tienen efec­
tos contrarios en los diversos confines, luminosos u oscuros. En resumen,
cuando temas a Marte, oponle Venus. Cuando temas a Saturno, vuélvete a
Júpiter. Y actúa de tal modo que estés siempre en movimiento, según tus
fuerzas, pero sin llegar al cansancio, para oponer tu movimiento a los mo­
vimientos externos que podrían dañarte ocultamente y para imitar, en la
medida de tus posibilidades, lo que acontece en el cielo. Si pudieras reco­
rrer con tus movimientos espacios más amplios, más imitarías, al hacerlo,
al cielo y podrías entrar en contacto con más fuerzas celestes, difundidas
un poco por doquier.
Podrás sostener, como acabamos de decir, todo tu cuerpo, y más en
concreto la cabeza, si prestas atención a los planetas cuando están en el
Camero o cuando cada uno de ellos se encuentra en su domicilio primero.
Ampararás las zonas cercanas al corazón si las tienes presentes cuando es­

106
tán en el León; el estómago y el hígado cuando están en el Cangrejo o en
Sagitario o al menos en la Virgen. Conseguirás obtener así las influencias
requeridas por aquella parte de tu cuerpo concernida. Es asimismo útil sa­
ber cuáles son las partes del cuerpo relacionadas con cada uno de los pla­
netas en cualquiera de los signos. Puedes asimismo, reflexionando sobre
las diversas edades del hombre, acudir en ayuda específica de cada parte
del cuerpo en relación con las cuatro edades de la Luna. Es joven desde el
novilunio hasta el primer cuarto. Desde aquí al plenilunio es joven y viril.
Desde aquí al otro cuarto es a un mismo tiempo viril y senil. Y desde aquí
hasta la conjunción es senil. Relacionarás, pues, con excelentes resultados
la edad de la Luna con la edad del cuerpo que se ha de curar si acoges su
aspecto con una de las tres Gracias. Este aspecto de la Luna otorga siem­
pre y de inmediato favores, aunque debe admitirse que no es fácil que
sean muy durables ni de gran importancia, salvo que, sin contar con la mi­
rada de la Luna, también las tres Gracias se miren entre sí o estén a punto
de reunirse o las tres o dos ellas. En primer lugar, los favores duraderos los
ofrecen las estrellas fijas, es decir, el León, Acuario, el Toro, Escorpión. Si
ocurriera que no te es posible esperar a que la Luna se acerque a una dis­
tancia oportuna de los planetas ‘graciosos’, elige las estrellas fijas que tie­
nen la naturaleza de las Gracias, es decir, de Júpiter, Venus o el Sol, y es­
pera a que la Luna esté dirigida hacia ellos. Y es aún más seguro que,
mientras tanto, la Luna se acerque en cierto modo a Júpiter o a Venus.
Pues, en efecto, si las estrellas fijas miran por sí solas a la Luna, están des­
proporcionadas por exceso con respecto a la naturaleza humana, es decir,
a la medida de un hombre solo, mientras que están más proporcionadas
con respecto a las ciudades.
Enseñan los astrólogos que algunas de las estrellas mayores, descu­
biertas por Mercurio, tienen grandísimo poder43. Una de ellas es el Ombli­
go de Andrómeda, mercurial y venusiana, en el grado duodécimo del Car­
nero. También, en el grado decimoctavo del Toro, la Cabeza de Algol, que
posee la naturaleza de Saturno y de Júpiter, y afirman que de él dependen
el diamante y la artemisa y que garantiza audacia y victoria. En el grado
vigésimo segundo de la misma constelación, es decir, en el Toro, las Plé­
yades, constelación lunar y marcial, de la que dependen el cristal, el dia-
cedón y la semilla del hinojo. De ella se dice que ayuda a tener una vista
aguda. Hay también quienes opinan que sirve para invocar a los demonios,
pero a mi entender esto es una fábula. Aldebarán, en el primero y el tercer
grado de los Gemelos, marcial y venusiano. Capricornio, en el grado deci­
motercero de los Gemelos, jupiterial y saturnal. De éste dependen el zafi­
ro, el marrubio, el poleo la artemisa y la mandràgora. Se tiene la firme con­
vicción de que proporcionan ayuda para la gracia y la dignidad de los
príncipes, salvo tal vez que esta opinión les lleve a engaño. De esta cons-

107
(elación quieren hacer depender el rubí, el titímalo y la madreselva, y ase­
guran que aumenta las riquezas y la gloria. En el sexto y el séptimo grado
del Cangrejo el Can Mayor, venusiano, que preside al berilo, a la sabina, a
la artemisa y a la yerba del dragón y otorga gracia. También en el grado
decimoséptimo de la misma constelación el Can Menor, mercurial y mar­
cial, y quieren que de él dependan el ágata, el girasol y el poleo y que con­
cede abundantes gracias. En el grado vigésimo primero del León, el Cora­
zón del León, estrella real, jupiterial y marcial. De ella entienden que
dependen el granate, la celidonia y la almáciga, que aleja la melancolía y
hace a las personas equilibradas y graciosas.
En el grado decimoctavo de la Virgen la Cola de la Osa Mayor, venu­
siana y lunar. Afirman que su piedra es el imán y sus hierbas la achicoria
y la artemisa, y que protege contra los ladrones y los hechizos. El Ala de­
recha del Cuervo, en el séptimo grado de la Balanza, y de igual modo el
Ala izquierda en el duodécimo y tal vez en el decimotercero de la misma
constelación, saturnales y a la vez marciales. Dicen que sus hierbas son la
romaza y el beleño, junto con la lengua de rana, que aumenta la audacia y
que puede llegar a ser dañosa. En los grados decimoquinto o decimosexto
de la misma constelación la Espiga, venusiana y mercurial; está asociada
a la esmeralda, la salvia, el trébol, la prímula, la artemisa y la mandràgo­
ra, aumenta las riquezas, concede la victoria y protege frente a la penuria.
Y, finalmente, en el grado decimoséptimo o decimoctavo de la misma
constelación Alchamet44. Le están sometidos el jaspe y el llantén y de él
esperan que refuerce la sangre y que aleje toda clase de fiebres. En el gra­
do cuarto de Escorpión Elfeia, venusiana y marcial. Pero según otro cóm­
puto. en el quinto grado de la misma constelación se encuentra Córnea,
que tal vez es la misma estrella y preside al topacio, al romero, al trébol y
a la hiedra. Opinan que aumenta la gracia, la castidad y la gloria. En el ter­
cer grado de Sagitario, el Corazón de Escorpión, marcial y jupiterial, pre­
side a la sardónica, la amatista, la aristoloquia y el azafrán. Entienden que
proporciona un buen colorido, que toma al ánimo alegre y sabio y que ex­
pulsa los demonios. En el séptimo grado de Capricornio el Buitre Descen­
dente. De él dependen el crisólito, la ajedrea y la fumaria. Esta estrella es
mercurial, venusiana y templada. Es propicia en ascendente y en medio del
cielo. No doy crédito a quienes dicen que capacita para hacer encanta­
mientos. En el decimosexto grado de Acuario la Cola de Capricornio, sa­
turnal y mercurial. De ella dependen la calcedonia, la mejorana, la cala­
minta, la artemisa y la mandràgora. Creen que ayuda en los procesos, que
aumenta las riquezas y que protege a los hombres y los edificios. En el gra­
do tercero de los Peces la Espalda del Caballo, jupiterial y marcial
El filósofo Thebit45enseña que para capturar el poder de una de las es­
trellas mencionadas ha de tomarse su piedra y su hierba y hacer un anillo

108
de oro o de plata en el que se engasta la piedra tras habernos puesto bajo
la hierba, y que debe llevarse el anillo en contacto con la piel. Podrás rea­
lizar todo esto cuando la Luna entra bajo la estrella y la mira en aspecto
trígono o sextil y la estrella avanza hacia la mitad del cielo o en ascenden­
te. Yo me inclino por poner todas estas cosas juntas, es decir, las piedras y
las hierbas relacionadas con una misma estrella, y en forma de medicina
más que de anillo, y utilizarlo interna y externamente tras haber observa­
do, como es obvio, el momento propio ya descrito en las líneas preceden­
tes. De todas formas, los antiguos han magnificado la importancia de los
anillos. Dami y Filóstrato narran, en efecto, que Yarcas, príncipe de los sa­
bios indios, preparó de esta manera siete anillos, a los que aplicó los nom­
bres de las siete estrellas, y que se los dio a Apolonio de TianaJf>, que se po­
nía uno de ellos cada día de la semana, distinguiéndolos según los nombres
de los días. Y cuentan también que este mismo Yarcas dijo a Apolonio que
un antepasado suyo, filósofo, vivió ciento treinta años, tal vez con la ayu­
da de un don celeste de este género. Y que habiendo utilizado el propio
Apolonio este mismo don47, incluso cuando contaba ya cien años de edad
tenía el aspecto de un joven. En fin, si estos anillos poseen algún poder de
lo alto, opino que esto no afecta tanto al alma o al cuerpo cuanto más bien
al espíritu que, calentado poco a poco por el anillo, se ve influenciado de
modo que se toma más firme y más luminoso, más impetuoso y más be­
nigno, más severo y más alegre. Y estas afecciones pasan enteramente al
cuerpo y en cierto modo también al alma sensible, que generalmente se­
cunda al cuerpo. El hecho de que prometan anillos que pueden ayudar con­
tra los demonios y contra los enemigos y para conquistar el favor de los
príncipes o bien es una fábula o ha sido deducido de la circunstancia de
que hacen al espíritu impávido y firme, o también apacible, amable en el
servicio y complaciente.
Pero si dijeras que los cuerpos celestes, además de prestar ayuda a la
salud del cuerpo, la prestan también en pane al ingenio, al arte y a la for­
tuna, no estarías en contradicción con nuestro Tomás de Aquino, que en el
libro tercero de la Suma contra los gentiles demuestra que los cuerpos ce­
lestes imprimen en nuestro cuerpo algo en vinud de lo cual estamos incli­
nados a elegir lo que es mejor, incluso en el caso de que no conozcamos ni
la razón ni la finalidad48. Y, en este sentido, llama a los hombres «favori­
tos de la fortuna» y, de acuerdo con Aristóteles, «bien nacidos». Y añade
asimismo que, merced a los poderes celestes, algunos consiguen singular
capacidad y felices resultados en algunas artes, como por ejemplo (para
utilizar sus mismas palabras), un soldado en la victoria, un agricultor en la
siembra, un médico en el ámbito de las curaciones. Dice, en efecto, que así
como las piedras y las hierbas poseen, por virtud celeste, algunas capaci­
dades admirables que van más allá de su naturaleza elemental, así les ocu-

109
ire también a algunas personas en sus artes y sus actividades. Cuanto a mí,
me bastará con que los cuerpos celestes, de la manera que sea, ayuden, co­
mo por medio de medicinas, tanto internas como externas, para tener una
buena salud, no sea que mientras buscamos la salud del cuerpo causemos
alguna desventura a la del alma. No intentamos nada prohibido por la san­
ta religión. Además, al llevar a cabo cualquier obra, debemos esperar y su­
plicar el fruto en primer lugar a Aquel que hizo las cosas celestes y las que
están contenidas en el cielo, les otorgó su virtud y las mueve siempre y las
conserva.
La casa de Saturno es Acuario y Capricornio; su exaltación la Ba­
lanza. La casa de Júpiter es Sagitario y los Peces; su exaltación o reino
el Cangrejo. El domicilio de Marte es Escorpión y el Carnero, su exalta­
ción Capricornio. La sede del Sol es el León y su reino el Carnero. La
habitación de Venus es el Toro y la Balanza, su exaltación los Peces. La
sede de Mercurio es la Virgen y los Gemelos, su reino la Virgen. La ca­
sa de la Luna es el Cangrejo, su exaltación el Toro. Saturno y Júpiter tie­
ne triplicidad en los signos del fuego y del aire; el Sol tan sólo en los del
fuego. Mercurio sólo en los del aire, Marte, Venus y la Luna en los sig­
nos de agua y de tierra.
Todos los planetas, a excepción del Sol y de la Luna, poseen en cual­
quier signo ciertos confínes propios, a los que también denominamos tér­
minos. Así, en el Camero, Júpiter posee como términos los seis primeros
grados; Venus, los seis siguientes; Mercurio, los ocho que vienen a conti­
nuación; Marte, los cinco que siguen y los últimos cinco Saturno. En el To­
ro, en un orden parecido. Venus tiene como confines suyos ocho grados.
Mercurio seis, Júpiter ocho. Saturno cinco. Marte, en fin, tres. En los Ge­
melos, Mercurio seis, Júpiter seis. Venus cinco. Marte siete, Saturno seis.
En el Cangrejo, Marte siete, Venus seis, otros tantos Mercurio, Júpiter sie­
te, Saturno cuatro. En el León, Júpiter seis, Venus cinco. Saturno siete,
Mercurio seis, y otros tantos Marte. En la Virgen, Mercurio siete. Venus
diez, Júpiter cuatro, Marte siete. Saturno dos. En la Balanza, Saturno seis.
Mercurio ocho, Júpiter siete, otros tantos Venus, Marte dos. En Escorpión,
Marte siete. Venus cuatro, Mercurio ocho, Júpiter cinco, Saturno seis. En
Sagitario, Júpiter doce, Venus cinco. Mercurio cuatro. Saturno cinco. Mar­
te cuatro. En Capricornio, Mercurio siete, Júpiter siete, Venus ocho. Satur­
no cuatro y otros tantos Marte. En Acuario, Mercurio siete. Venus seis, Jú­
piter siete, Marte cinco y otros tantos Saturno. En los Peces, Venus doce,
Júpiter cuatro, Mercurio tres. Marte nueve, Saturno, en fin, dos. Los con­
fines del Sol y de la Luna se marcan siguiendo otro criterio. De hecho, el
Sol tiene como confines seis signos: el León, la Virgen, la Balanza, Escor­
pión, Sagitario y Capricornio. La Luna los restantes: Acuario, los Peces, el
Camero, el Toro, los Gemelos y el Cangrejo. Piensan, pues, que el Sol y la

110
Luna tienen en estos signos su principado y el efecto que los restantes pla­
netas tienen en sus confínes respectivos.
En los signos tienen los planetas, además de confines, sus caras, que
los griegos llaman decanos, porque cada uno de ellos ocupa diez grados de
un signo. En el Camero, la primera cara es la de Marte, la segunda la del
Sol, que en el cielo sigue a Marte. Según el orden de los caldeos49, la ter­
cera cara es la de Venus, que viene en el cielo a continuación del Sol. En
el Toro, la primera cara es la de Mercurio, que sigue a Venus; la segunda
es la de la Luna, que viene después de Mercurio; la tercera de Saturno. Una
vez completado el número de los planetas, hay que volver a este último.
En los Gemelos, la primera cara es la de Júpiter, a, quien sigue natural­
mente Saturno; la segunda es la de Marte, la tercera la del Sol, siguiendo
este mismo orden, y así en todo lo restante.
Hemos recordado la dignidad que tienen en los signos zodiacales ca­
da uno de los planetas para que cuantas veces tengamos la intención de
hacer o de componer cosas relacionadas con un planeta sepamos «colo­
carle» en su dignidad, sobre todo en el caso de que haya tenido el pre­
dominio en el aniversario de nuestro nacimiento, de tal suerte que tam­
bién Saturno o Marte, que de otra suerte tendríamos que «colocar» abajo,
deban «ponerse» en alto si aportan los presagios de nuestra genitura. Ob­
tendremos la máxima ventaja del recuerdo de estas cosas si, al preparar
medicinas recurriendo a la benéfica influencia de la Luna, de Venus y de
Júpiter, nos preocupamos de que estos planetas no estén en los confines
de Saturno o de Marte, salvo tal vez cuando nos veamos forzados bien a
impedir la disolución y a reprimir el ardor por medio de Saturno o bien
a calentar cosas frígidísimas y a sacudir las entumecidas por medio de
Marte; pues en todos los demás casos elegiremos los confines de Júpiter
y de Venus. Aceptaremos también los confines de Mercurio, que podrán
ayudar en primer término a las personas mercuriales. Ni debemos olvi­
dar que personas muy mercuriales, como son los que sobresalen en in­
genio, en su vida profesional o en la elocuencia, son moderadamente so­
lares. Mercurio está siempre, de hecho, lleno de Apolo.
Pero para que todos y cada uno comprendan de qué modo describimos
las figuras del cielo en las diversas zonas, llamamos primera zona y casa
de la vida al signo que surge de oriente. Al que aparece a continuación lo
denominamos segunda y tercera zona, y así las restantes, de modo que la
séptima casa es el signo que, descendiendo ya a occidente, se opone al as­
cendente. Tras éste viene la octava zona. La novena cae en medio del cie­
lo, que resulta ser la décima casa. Tras esta viene la undécima, pero la duo­
décima cae del ascendente. Para que los planetas sean poderosos es
necesario tenerlos en los ángulos o de oriente o de occidente o en medio
respecto de las dos partes del cielo, pero sobre todo en el ángulo del as­

ili
cendente o de la décima casa, que está en medio del cielo, sobre la cabe­
za, o al menos en las zonas que vienen inmediatamente a continuación de
los ángulos. Afirman, sin embargo, que el Sol goza de la zona nona, que
cae desde la mitad del cielo, y la Luna también en la zona tercera, aunque
sea ya descendente. A este propósito, los astrólogos quieren que se tengan
en la mente dos reglas: la una con-relación al enfermo y la otra al médico.
Cuando la séptima casa de un enfermo es desafortunada a causa de Satur­
no o de Marte, o su señor [es decir, el planeta dominante] es infausto, ale­
ja, si confías en Ptolomeo50, al médico del enfermo. Además, si estás a
punto de elegir un médico, prescriben que se rechace el tipo saturnal y el
marcial y que se busque aquel en cuya genitura la sexta casa ha sido de al­
guna manera afortunada por el aspecto del Sol o a causa de Venus o de Jú­
piter. Decimos, pues, que un signo o un planeta es desafortunado a causa
de Saturno o de Marte si no son sus propios domicilios o reinos cuando na­
turalmente o están allí o miran allí en oposición o en cuadratura. Y deci­
mos que se miran en oposición aquellos planetas -o aquellos astros- entre
los que discurre el intervalo máximo y en cuadratura cuando distan el uno
del otro una cuarta parte del cielo, esto es, el espacio de tres signos. De to­
das formas. Saturno y Marte perjudican menos a los restantes planetas por
la conjunción, la oposición y la cuadratura cuando los acogen como hués­
pedes en su domicilio o reino o término. Del mismo modo, los planetas
propicios ayudan con mayor eficacia cuando además del aspecto sextil o
trígono y de la conjunción, los acogen como hemos dicho. En cualquier ca­
so, los planetas temen la conjunción con el Sol y disfrutan en su aspecto
trígono o sextil.
Resulta, por tanto, necesario recordar que el Carnero preside la ca­
beza y la cara, el Toro el cuello, los Gemelos los brazos y la espalda, el
Cangrejo el pecho, los pulmones, el estómago y los músculos, el León el
corazón, el estómago y el hígado, el dorso y las costillas posteriores, la
Virgen los intestinos y el fondo del estómago, la Balanza los riñones [el
fémur] y las nalgas. Escorpión los genitales, la vulva y el útero, Sagita­
rio el fémur y la región bajo la ingle, Capricornio las rodillas, Acuario las
piernas y las tibias, los Peces los pies. Teniendo bien presente este orden,
te guardarás de tocar con un hierro o con fuego o con ventosas una par­
te del cuerpo cuando la Luna pasa bajo el reino correspondiente a la
misma. Entonces, en efecto, la Luna hace aumentar los humores en dicha
parte del cuerpo y esta afluencia impide la consolidación del miembro en
cuestión y debilita la fuerza de esta zona. Procurarás, por tanto, reforzar
este miembro de modo pertinente y propicio, aplicando externa o inter­
namente algunos remedios adecuados. Ayuda también conocer qué signo
ha sido ascendente en el momento de tu nacimiento. En efecto, también
este signo señala para ti, junto con el Camero, la cabeza y en él mira tu

112
cabeza la Luna. Además, cuando la Luna pasa al Carnero es el momento
oportuno para los baños y los lavados. Cuando pasa al Cangrejo, se pue­
de extraer sangre y tomar medicinas, sobre todo en forma de electuario,
con buenos resultados. No provocar vómitos cuando está en el León.
Cuando está en la Balanza resulta adecuado para las lavativas. No ba­
ñarse cuando está en el Escorpión. Hay quienes ni prohíben ni prescriben
administrar una medicina que suelta el vientre. Cuando está en Capri­
cornio, es malo tomar medicinas, y lo mismo cuando está en Acuario; es
útil, en cambio, cuando está en los Peces. Aunque es necesario saberlo,
resulta muy prolijo reseñar qué parte del cuerpo está presidida por uno
de los planetas en cada uno de los signos.
A la hora de purgar el bajo vientre no debes ignorar el precepto de
Ptolomeo51. Aprobamos tomar una medicina purgante cuando la Luna es­
tá en el Cangrejo, en los Peces o en Escorpión, sobre todo si el señor del
signo que asciende en aquel momento se aproxima a un planeta que corre
por debajo de la tierra. Si, en cambio, el señor del ascendente está en con­
junción sobre la cabeza con el planeta que ocupa la mitad del cielo, se pro­
vocarán al punto náuseas y vómitos. Concluyamos, en fin, con Galeno52
que la astrologia le es necesaria al médico. Refiriéndose, en efecto, a los
días críticos, dice que es cierto lo que piensan los egipcios, a saber, que la
Luna indica día tras día la condición tanto del enfermo como del sano, has­
ta tal punto que si los rayos de Júpiter o Venus se mezclan con la Luna,
ambos reciben benéficas influencias; pero si se unen los de Saturno o Mar­
te, sucede lo contrario. Pero como ya hemos divagado con excesiva proli­
jidad, retomaremos al espíritu, a la vida y a las Gracias.
A esto es a lo que tienden, en realidad, todas nuestras observaciones,
a que nuestro espíritu, preparado y purificado según las reglas con me­
dios naturales, acoja en sí, a través de los rayos de las estrellas oportu­
namente recibidos, el máximo posible del espíritu mismo de la vida del
mundo. Esta vida del mundo, inserta en todas las cosas, se propaga de
manera evidente en las hierbas y en los árboles, que son como a modo de
los pelos y los cabellos de su cuerpo. Está oculta en las piedras y en los
metales, en los dientes y en los huesos. Se halla asimismo difundida en
las conchas vivas adheridas a la tierra y a las piedras. Todos estos seres
viven, en efecto, no tanto de una vida propia cuanto más bien de la mis­
ma vida común del todo. Esta vida común tiene un vigor mucho mayor
sobre la tierra en los cuerpos más sutiles, en cuanto que están más cerca
del alma. En virtud de este vigor íntimo poseen el agua, el aire y el fue­
go sus seres vivientes y tienen movimiento. Esta vida sostiene y agita
con un movimiento incesante al aire y al fuego, más aún que a la tierra y
al agua. Y vivifica, en fin, todo lo más posible, los cuerpos celestes, que
son como la cabeza o el corazón o los ojos del mundo. Y así, por medio

113
de las estrellas, como por medio de ojos, difunde por doquier rayos no
sólo visibles sino también capaces de ver. Con ellos ve, como el avestruz,
al modo que ya hemos indicado en otro lugar, las cosas inferiores y, al
verlas, las sostiene y, más aún, al tocarlas, genera y forma y mueve des­
de todas partes. Por tanto, junto al movimiento del agua esplendente o
también del aire sereno y del fuego un poco distante y del cielo, recoge­
rás también el movimiento de la vida del mundo si también tú mismo te
mueves levemente y casi de un modo parecido, trazando, en la medida
de tus fuerzas, algunos giros, evitando el vértigo, recorriendo con la mi­
rada las cosas celestes y dirigiendo a ellas la mente.
Puedes de igual modo absorber una gran parte del espíritu del mundo
si recurres a menudo a las plantas y a cosas vivientes, sobre todo si te nu­
tres y te sustentas con alimentos todavía vivos y frescos y como aún adhe­
ridos a la madre tierra. Te moverás con la mayor frecuencia posible entre
plantas suavemente aromáticas o al menos no malolientes. De hecho, to­
das las hierbas, las flores, los árboles, los frutos exhalan un aroma, aunque
a veces apenas lo advertimos. Con este aroma como soplo y espíritu de la
vida del mundo recrean y transmiten vigor. Tu espíritu, añado, muy pare­
cido por su misma naturaleza a las fragancias de este género, que a través
del espíritu, intermedio entre el cuerpo y el alma, fácilmente restablecen
también el cuerpo y ayudan de admirable manera al alma. Entre estas plan­
tas al aire libre deambularás largo tiempo durante el día, siempre que pue­
das hacerlo con seguridad y comodidad, en regiones altas, serenas y tem­
pladas. De este modo te alcanzan por doquier, sin dificultad, y más puros,
ios rayos del Sol y de las estrellas e inundan tu espíritu con el espíritu del
mundo que brota con ímpetu y resplandece con abundancia a través de los
rayos. Pero es que, además, el movimiento mismo del aire, que es conti­
nuo sobre la tierra, aunque a veces es tan ligero y constante que hay quie­
nes a duras penas lo perciben, te acaricia libremente mientras paseas de día
bajo el cielo y te demoras en lugares abiertos y elevados, penetra puro en
ti y comunica a tu espíritu de maravillosa manera el movimiento y el vigor
del mundo. He dicho exactamente que «de día», porque sabemos con cer­
teza que el aire nocturno es enemigo de los espíritus. Ayudará asimismo
disfrutar del aire diurno sobre todo si, paseando muy a menudo a cielo
abierto, evitas ante todo las excesivas turbulencias atmosféricas. Procura­
rás, pues, moverte en este ambiente con mayor frecuencia cuando, además
del aire templado y sereno, sea más saludable para los hombres la posición
de las estrellas. Elegirás los lugares más fragantes, donde puedas cambiar
de puesto todos los días y moverte casi de continuo y despacio. Aconsejo
cambiar de lugar porque -aparte el placer que proporciona el hacerlo- los
bienes celestes y de toda la naturaleza están distribuidos para nosotros en
cosas y lugares dispersos y diversos y es necesario disfrutar de todos ellos.

114
Prescindo aquí del hecho de que la variedad mantiene alejado el hastío,
que es enemigo de los espíritus y propio de Saturno y causa placer y, a tra­
vés de ella, la misma Venus, amiga del placer, entra, por así decirlo, en el
espíritu y, tal como compete a su misión, apenas entrada, lo difunde. En re­
sumen, y para decirlo brevemente, si se considera el paraíso y el disfrute
del fruto de la vida descrito por Moisés53 e igualmente la vida descrita por
Platón en Fedón5a, así como lo que dice Plinio acerca de los pueblos que
viven a base de fragancias55, llegarás a comprender que las cosas que de­
cimos son verdaderas.
Pero pasemos a la naturaleza del espíritu. La calidad del espíritu es,
sin duda, jupiterial, porque se nos infunde en el tiempo de Júpiter. Es tam­
bién solar, porque Júpiter lo infunde de hecho cuando templa en sí el gran
poder del Sol. Y es jupiterial por una razón ulterior, a saber, porque es cá­
lida y húmeda y más sobreabunda en calor que en humor y porque nace de
la sangre y se la define como vapor sanguíneo. Además, dado que está en
fermento, que es muy sutil y resplandeciente y que nace del corazón, se la
considera como sin lugar a dudas solar. Posee también en sí, en cierto mo­
do. la virtud de Venus, pues de hecho ya la misma palabra “venéreo’ se des­
borda, se expande, se transporta y se difunde en la prole, se abre al placer
de todos los sentidos y huye del dolor. En suma, puesto que el espíritu ayu­
da al cuerpo para la vida y el movimiento y la propagación, es tenido por
jupiterial, venusiano y solar. Y como sirve al alma mediante la sensibilidad
y la imaginación, se le considera solar y mercurial y se muestra por do­
quier mercurial, por ser tan móvil y por mudar y adquirir nuevas formas
con tanta facilidad. De ordinario, un espíritu sano no tiene mucho de Sa­
turno, de Marte y de la Luna, pues en caso contrario sería, a menudo, es­
túpido por efecto de Saturno, furioso por efecto de Marte y obtuso por
efecto de la Luna. Por este motivo, las cosas lunares, en cuanto que son
más densas y más húmedas, están muy alejadas de la naturaleza, sutil y vo­
látil del espíritu. Las cosas muy saturnales y demasiado marciales son ya
por su propia naturaleza enemigas del espíritu, poco menos que venenos:
las saturnales por su extremada frialdad y sequedad, las marciales por su
sequedad y por el calor que consume. Así pues, la naturaleza del espíritu
es considerada en primer lugar como jupiterial y solar, luego como mer­
curial y también, en cierto modo, como venusiana. Pero de acuerdo con
una importante distinción, el espíritu natural está asignado propiamente a
Júpiter, el vital al Sol y el animal a Mercurio. Cuando, pues, la situación
pide que se ayude a uno de los tres espíritus, si su patrón se encuentra en
aquel momento en posición desafortunada o débil, no te será fácil ser útil
a tu mísero cliente. Así acontece, sobre todo, cuando se trata del espíritu
animal y está en posición desfavorable Mercurio, que tiene tanta autoridad
sobre dicho espíritu que se dice que con su caduceo ora despierta ora ador­

115
mece a los animales, es decir, que mostrando ya un aspecto o ya otro, pue­
de en cierto modo embotar o agudizar el ingenio, debilitarlo o reforzarlo,
agitarlo o calmarlo. Tú, pues, siempre que quieras curar a uno de estos tres
espíritus, no sólo procurarás que su patrón sea favorable y poderoso sino
que, además, elegirás el momento en que la Luna esté dispuesta hacia él
de modo oportuno. Hablando con propiedad, la sustancia del espíritu no se
crea ni se recrea por la sola influencia de Saturno, sino que siente siempre
la llamada desde lo exterior a lo interior y a menudo desde lo ínfimo a lo
sublime y conduce, por tanto, a la contemplación de las cosas más secre­
tas y más elevadas. Puede ocurrir, con todo, aunque en contadas ocasiones,
que la fuerza de Marte o de Saturno ayude al espíritu como una medicina,
bien calentándolo cuando hay necesidad, o excitándolo y dilatándolo o, a
la inversa, reteniéndolo si es demasiado volátil.
En realidad, la naturaleza del espíritu se crea y se recrea sobre todo
a partir de las cosas que muestran conformidad con estos cuatro planetas.
Pero si te vuelves intensamente y sin distinciones a cualquier realidad so­
lar, adelgazarás el espíritu y al final lo secarás hasta el punto de disolver­
lo. Si te diriges con este mismo talante a cualquier cosa venusiana, poco
a poco lo disolverás y le harás obtuso. Si confías tan sólo en las cosas
mercuriales, obtendrás poco provecho. Merecerá, pues, la pena procurar
hacer gran uso de cosas jupiteriales, mezclarles las otras con moderación
y recurrir con mayor frecuencia a las realidades que o bien son comparti­
das por todos estos planetas o son propias y específicas de Júpiter. De he­
cho, éstas últimas son en cierto sentido comunes a todos. Todos estos pla­
netas sienten un aprecio común por las cosas que tienen una sustancia ni
demasiado ígnea ni del todo tèrrea ni simplemente ácuea, una cualidad ni
del todo aguda ni del todo obtusa, sino intermedia, delicada al tacto y en
cierto sentido blanda o a al menos no dura ni rugosa y también, y de ma­
nera parecida, dulce al gusto, suave al olfato, agradable a la vista, pla­
centera, que acaricia el oído y alegra el pensamiento.
Es, pues, común a todas estas cosas una cierta dulzura en el sabor y
una cierta gracia. Si esta dulzura es casi ácuea y al mismo tiempo pingüe,
se relaciona más con Venus. Si es insípida o un tanto austera, mira más a
Mercurio. Tales cosas no ayudan mucho al espíritu, aunque a veces son ne­
cesarias para amortiguar su excesiva sutileza. Sí la dulzura es manifiesta y
sutil y tiene un poco de sabor áspero y penetrante, se la considera jupite-
rial. Se aviene bien con esta dulzura la sustancia de las almendras dulces,
del piñón, de la avellana, del pistacho, del almidón, del regaliz, de las uvas
pasas, de la yema de huevo, de las carnes de pollo, de faisán o de pavo, de
perdices y similares y asimismo las raíces del ben y del helenio, el vino
fragante, claro, un tanto dulce y áspero, el azúcar blanquísimo y el trigo
igualmente blanquísimo. Pertenece asimismo a Júpiter la hierba del maná,

116
a condición de reforzarla infundiéndole el poder del mirobálano, pues en
caso contrario pertenece por un igual a Venus y a Júpiter. Ésta es, sin du­
da, la sustancia y la dulzura propia de Júpiter, que ayuda ciertamente, más
que ninguna otra cosa, a crear y recrear el espíritu. Son jupiteriales en gra­
do máximo todas las cosas de las que en el libro Sobre la larga vida he­
mos dicho que conservan la juventud y son saludables para los viejos. Pe­
ro si la dulzura es poca y tiene mucho de ácido o de áspero o también algo
de amargo, se considera que es solar.
Parecido criterio se sigue para distinguir los olores, pues son de hecho
hermanos de los sabores. Y lo mismo puede afirmarse de los colores. Los
colores acuosos, blancos, verdes, un tanto de amarillo áureo, tales como
los de las violetas, las rosas, los lirios y de igual modo los olores de este
género, se refieren a Venus, la Luna y Mercurio. Los colores del zafiro, en
cambio, a los que también se les llama aéreos, y lo mismo los purpúreos y
áureos mezclados con plata y madreselva, están relacionados con Júpiter.
Los amarillos esplendentes, los de oro puro, los purpúreos y luminosos
aluden al Sol. Todos los colores, si son vivos o al menos sedosos, depen­
den más de las estrellas. Son poderosos también en los metales, en las pie­
dras y en los vidrios por su semejanza con las realidades celestes.
Pero retornando a Júpiter, su sabor y su olor es casi como el del me­
locotón áureo o el de la pera o de la naranja y el de un ligero y leve vi­
no malvasia; como el del jengibre fresco o el de la canela o del hinojo
dulce o el de la dorónica, cuando se saborean estas cosas sazonadas con
mucho azúcar. De hecho, estas cuatro cosas, así como la nuez moscada
fresca, cuanto están solas, son más bien solares. Son solares las especias
y el almizcle, pero para el olfato, no para el gusto ni para la vista. El ám­
bar es solar y jupiterial en grado máximo. El azafrán es solar bajo todos
sus aspectos, incluso aunque en razón de su color y de su olor los astró­
logos lo dedican a todas las Gracias; por el sabor, en cambio, se relacio­
na propiamente con el Sol. Todas las cosas fragantes y aromáticas, en fin,
en cuanto que son portadoras de olores agradables, corresponden tanto a
Júpiter, a Venus y a Mercurio como al Sol, si bien las más agudas de en­
tre ellas pertenecen más al Sol, las más obtusas más bien a Venus y a
Mercurio, y a Júpiter más propiamente las cosas templadas para el olfa­
to, el gusto, la vista y el tacto. Todos los sonidos y los cantos agradables
y ligeros se relacionan con las Gracias y con Mercurio, mientras que los
más amenazantes y lacrimosos prefieren a Marte y Saturno.
No debes maravillarte por el hecho de que atribuyamos mucha im­
portancia a los colores, a los olores y a las voces. Los sabores se relacio­
nan de hecho sobre todo con el espíritu natural, los olores más con el vi­
tal y el animal, los colores, las figuras, las voces con el animal. También
el movimiento alegre o melancólico o constante del ánimo hace que el es­

117
píritu se mueva a su semejanza: en primer lugar el espíritu animal, por
medio de éste el vital y por medio de este último, en fin, el natural. En de­
finitiva, dado que todos los espíritus son por su propia naturaleza en cier­
to modo ígneos y aéreos y luminosos y móviles, parecidos a la luz y, por
consiguiente, a los colores y a las voces del aire y a los olores y los mo­
vimientos del alma, son movidos por medio de estas cosas e inmedia­
tamente formados en ambas partes. Y tal como son ellos mismos, así ha­
cen que sea también a su vez y en cierto modo la condición del alma y del
todo, incluida la calidad del cuerpo. Y, en fin, puesto que por medio de las
cosas que son propias de las Gracias ha quedado el espíritu oportuna­
mente expuesto a sus influencias y tiene, en virtud de su misma naturale­
za, conformidad con ellas, recibe al instante, a través de sus rayos, ya
sean los que están difundidos por doquier o los que son hermanos de di­
cho espíritu, los maravillosos dones de las Gracias.
Cuando decimos que el espíritu está expuesto a las Gracias por medio
de cosas propias de éstas, entendemos que se adapta a ellas no sólo por me­
dio de las cualidades que se ven, se oyen, se huelen, se gustan, sino tam­
bién por medio de las que se tocan. Recordad que el calor en el primer gra­
do es de Júpiter, en el segundo del Sol con Júpiter, en el tercero de Marte
con el Sol, en el cuarto de Marte. El frío es en el primer grado de Venus,
en el segundo de la Luna, en el tercero de la Luna con Saturno, en el cuar­
to de Saturno. La humedad en el primer grado es de Mercurio con Júpiter,
en el segundo de Venus con la Luna, en el tercero de la Luna con Venus,
en el cuarto de la Luna cuando entra en conjunción con Venus y con Mer­
curio. La sequedad es en el primer grado de Júpiter, en el segundo de Mer­
curio con el Sol, en el tercero del Sol con Marte, en el cuarto de Marte con
Saturno. En suma, a partir de las cualidades de los planetas que Ptolomeo
describe en su Cuatripartito5b, deducimos que la armonía que se forma con
todas ellas juntas se dirige a lo cálido y húmedo. El gran calor de Marte y
del Sol y el moderado de Júpiter superan la intensa frialdad de Saturno y
de Venus y la escasa de la Luna, de modo que allí el calor predomina so­
bre el frío. De parecida manera, la humedad de la Luna y de Venus, gran­
dísima y cercana a nosotros, y la templada de Júpiter, superan la gran se­
quedad de Saturno y de Marte y la templada del Sol. Por consiguiente, el
calor y el humor prevalecen sobre el frío y la sequedad, e igualmente el ca­
lor predomina sobre el humor. Como ocurre en el cuerpo sano de un indi­
viduo acorde (temperatus) con la armonía de los cuerpos celestes, también
del calor y de la sequedad del corazón, y lo mismo del calor y del humor
del hígado, así como del frió y del humor del cerebro, se deriva una com­
plexión que inclina hacia el calor y el humor, con un moderado predomi­
nio del calor. De hecho, el calor del corazón y del hígado supera el frío del
cerebro, y de igual modo el humor del hígado y del cerebro supera la se­

118
quedad del corazón. No quisiera yo que pasáramos por alto el hecho de que
de las estrellas fijas se deriva una armonía común a todos los seres, pare­
cida a aquella de la que hemos dicho que se deriva de los planetas. En
realidad, los astrólogos entienden que éstos son parecidos a aquéllas57.
¿Para qué todo esto? Para que recuerdes que nuestro espíritu y nuestro
cuerpo, a través de un cierto temperamento inclinado al calor y al humor,
ya sea estable por naturaleza o buscado con arte, pueden adaptarse a las re­
alidades celestes y pretender beneficios para sí.
No estamos diciendo, con todo, que nuestro espíritu se prepara para
las realidades celestes solamente a través de las cualidades de las cosas co­
nocidas por medio de los sentidos, sino también, y mucho más, en virtud
de ciertas propiedades infusas en las cosas por el cielo que permanecen
ocultas a nuestros sentidos y son incluso a duras penas percibidas por la ra­
zón. Como estas propiedades y sus efectos no pueden encontrarse de he­
cho en la virtud de los elementos, se sigue que se derivan específicamente
de la vida y del espíritu del mundo a través de los rayos de las estrellas y
que, por tanto, también por medio de las estrellas es alcanzado el espíritu
de la manera más abundante y más inmediata que es posible y está ex­
puesto con intensidad a las influencias celestes. Ésta es, sin duda, la razón
de que la esmeralda, el jacinto, el zafiro, el topacio, el rubí, el cuemo del
unicornio, pero sobre todo la piedra que los árabes llaman bezoar, están
ocultamente adornados de las propiedades de las Gracias. Y también por
este mismo motivo, emanan sus poderes no solo cuando se les consume
por vía interna sino también cuando se calientan al contacto con la carne e
infunden de este modo en los espíritus la fuerza celeste con que se de­
fienden contra la peste y los venenos. Que estas cosas y otras parecidas
produzcan estos efectos por virtud celeste lo prueba el hecho de que in­
cluso tomadas en cantidades muy pequeñas poseen no pequeña eficacia. Y
esto es algo que casi nunca se le concede a una cualidad elemental, salvo
al fuego que, por lo demás, es evidentemente muy celeste. Para que la vir­
tud propia de la materia consiga un buen efecto necesita mucha materia,
mientras que la inserta en la forma es muy eficaz incluso con una cantidad
de materia muy pequeña.
Gracias a una virtud de este género la peonía de Febo, al tocar la car­
ne. arma a los espíritus contra el mal caduco con un vapor infuso dentro de
ellos. De igual modo, el coral y la calcedonia son eficaces contra las ase­
chanzas de la bilis negra por el poder de Júpiter y, sobre todo, de Venus. Y
de parecida manera las otras piedras. Por una cierta propiedad de este gé­
nero conservan los mirobálanos la juventud, agudizan los sentidos y ayudan
al ingenio y a la memoria, gracias en primer lugar a Júpiter, que templa a
Saturno, y a Mercurio, amigo de los sentidos. Y, en verdad, no faltará quien
piense que éste era el árbol del paraíso capaz de prolongar la vida. Consa-

119
gran a Mercurio el ágata, y por esta razón los estudiosos de la naturaleza
concuerdan en afirmar que ayuda a la facundia y a la vista y es remedio con­
tra los venenos. Escribe Serapión58que quien lleva un jacinto o un sello he­
cho con esta piedra está protegido contra el rayo, y añade que este poder es
muy conocido. Si lo posee, entendemos que lo ha recibido de Júpiter. La eti-
tes y la piedra de águila poseen, otorgado por Lucina, es decir, por Venus y
la Luna, el poder de que, colocadas cerca de la vulva, aceleran y facilitan
los partos. Rhazés afirma y Serapión59confirma que han sido muchas veces
testigos de esta experiencia. Tal vez también el díctamo de Creta posea,
concedida por Febo, el que traspasó a Pitón60, la virtud de contrarrestar los
venenos y de extraer el hierro de las heridas. Por virtud del Sol, el jengibre
añadido a los alimentos mantiene alejados los síncopes. La genciana apla­
ca la rabia de los perros y pone en fuga a las serpientes. Se dice que la ver­
bena favorece la profecía, la alegría, las expiaciones y la vista. La ruda y la
zedoaria actúan a modo de triaca contra los venenos. El incienso refuerza
el espíritu vital y el animal contra el torpor, la pérdida de memoria y el te­
mor. La salvia y la menta, por su parte, tienen, por virtud de Júpiter, estos
poderes: la primera mantiene alejada la parálisis, la segunda refuerza con su
fragancia el ánimo. Por esta misma virtud, el cincoenrama resiste los vene­
nos y, bebiendo todos los días vino con una hoja, cura la fiebre de un día,
con tres hojas las tercianas, con cuatro las cuartanas. Debido a su pureza,
los sacerdotes en la Antigüedad utilizaban esta hierba para sus abluciones.
Por el poder de Júpiter, el sauzgatillo reprime los movimientos venéreos,
mientras que el jaspe detiene la sangre. Suelen ser admirables los efectos
cuando la propiedad de un elemento es afín y viene, por consiguiente, re­
forzada por la propiedad oculta, como ocurre con el mirobálano, en el que,
para consolidar el cuerpo y el espíritu, no actúa solamente la virtud celeste,
sino también una virtud muy astringente y un tanto aromática, que de ma­
ravillosa manera impide la putrefacción y la disolución y corrobora el espí­
ritu. Y, en verdad, que el azafrán se dirija hacia el corazón, dilate el espíri­
tu y suscite la risa, no son tan sólo efectos admirables del poder oculto del
Sol, sino que a esta misma finalidad tiende la naturaleza misma del azafrán,
sutil, difusiva, aromática y clara.
Pero lo que digo de las sustancias simples quiero que se aplique igual­
mente a las compuestas. Dime, si no. de qué modo acude la triaca en ayu­
da contra el veneno. No expulsa el veneno, pues de hecho restringe el bajo
vientre. Ni tampoco muda del todo y al instante la naturaleza del veneno,
que no es tan débil y mudable que pueda conseguirse. Lo que hace es re­
forzar el espíritu vital, que es muy sutil y mudable y afín, según una cierta
proporción, al propio veneno, de tal suerte que tras haber adquirido la ca­
pacidad de actuar junto con la triaca como con un instrumento, se alza en
parte con la victoria sobre el veneno, en parte lo transforma y en parte lo

120
mantiene alejado de las visceras precordiales. Pero ¿en qué proporción o
por qué virtud produce la triaca estos efectos? Por una virtud y una propor­
ción jupiterial y al mismo tiempo solar que la triaca reivindica, al parecer,
como suya propia a partir de la mezcla de muchas cosas mezcladas entre sí
según una proporción muy precisa. Hay en ella, de hecho, una triple virtud.
La celeste, a la que acabo de referirme. Luego otra propiedad, también ce­
leste. que se encuentra en primer lugar en las hierbas y en los aromas se­
lectos de que está compuesta según la regla, una propiedad que ayuda a la
predicha virtud a alcanzar el mismo efecto. Hay, además, en algunas de sus
partes, otra virtud, más propia de los elementos que celeste, pero también
de tal naturaleza que ayuda a fortificar el espíritu. Me refiero a la cualidad
astringente y a la aromática. La primera reconforta el espíritu, la segunda lo
sostiene. Es. por tanto, evidente que la triaca adquiere un admirable poder
contra la vejez que se acerca y contra el veneno porque en ella las tres vir­
tudes tienden juntas al mismo efecto. De estas tres, una es celeste y adqui­
rida a través de la mezcla artificiosa, la otra es también celeste pero natu­
ralmente inserta en sus componentes constitutivos y la tercera, en fin, es, sin
duda, propia de los elementos.
La virtud de la que acabo de decir que es adquirida del cielo sería mu­
cho más maravillosa aún si no sólo se derivara de una proporción jupite­
rial o solar y de cosas asimismo solares y jupiteriales, sino que se eligiera,
además, el momento oportuno para prepararla a partir de la observación de
las cosas celestes. Pues, en efecto, del mismo modo que un cuerpo está re­
ferido a un lugar y a un tiempo, así también están referidos al tiempo el
movimiento y la acción. Y así como ciertos cuerpos y sus formas se cons­
tituyen y se conservan en determinados lugares y tiempos, así también al­
gunas acciones obtienen eficacia de ciertos tiempos que les son propios.
Esto es lo que da a entender Sócrates en Alcibiades61 y lo que explica Pro-
cío62. Y Pitágoras, considerando todo esto, aplica justamente al bien mis­
mo y a la perfección el término “oportunidad’53. Pues, en efecto, tanto pa­
ra Pitágoras como para Platón64 el primer principio es la medida de todas
las cosas, de tal modo que distribuye de forma conveniente a cada cuerpo
y a cada acción el lugar y el tiempo adecuados. Y así como hay cosas que
de hecho no nacen felizmente, sino que se forman y se conservan sólo en
lugares y tiempos bien precisos, así también una acción natural, un movi­
miento, un evento muy concretos sólo son eficaces y alcanzan plenamen­
te su objetivo cuando la armonía de los cuerpos celestes concuerda por do­
quier para alcanzar aquel mismo objetivo. Se considera que esta armonía
posee tal poder que extiende a menudo su maravillosa virtud no sólo a las
fatigas de los agricultores y a los fármacos preparados por los médicos con
hierbas y aromas, sino también a las imágenes fabricadas por los astrólo­
gos a partir de piedras y metales.

121
Las imágenes requieren un capítulo aparte. Todo lo concerniente a la
elección de las horas para las acciones y las obras está plenamente confir­
mado por las palabras de Ptolomeo cuando dice en el Centiloquio: «Quien
elige lo mejor no parece diferenciarse en nada de quien posee por natura­
leza esta misma cosa»65. Y con esta sentencia parece corroborar tanto el
poder de los cuerpos celestes como el del arbitrio de nuestra elección.
También Alberto Magno dice en el Espejo: «La libertad del arbitrio no es­
tá forzada por la elección de las horas mejores sino que lo que ocurre es
que descuidar la elección de la hora en que se inician las grandes empre­
sas es más precipitación del arbitrio que libertad»66.
Ptolomeo dice en el Centiloquio que las imágenes de las cosas infe­
riores están sujetas a las figuras celestes y que los sabios antiguos solían
fabricar ciertas imágenes cuando los planetas entraban en el cielo en figu­
ras parecidas, como ejemplares de las realidades inferiores67. Y lo confir­
ma Haly cuando dice que puede fabricarse la imagen útil de una serpiente
cuando la Luna entre en el signo de la Serpiente celeste o lo mira con as­
pecto propicio. Y de parecida manera la imagen eficaz de un escorpión
cuando la Luna entra en el signo de Escorpión y dicho signo ocupa uno de
los cuatro ángulos. Y testifica que así se hacía en su tiempo en Egipto y
que él mismo presenció cómo con un sello con la imagen de un escorpión
hecha en una piedra bezoar se imprimió la figura en el incienso que luego
fue administrado como bebida a un hombre que había sido picado por un
escorpión, y al instante quedó curado. Que tales cosas puedan hacerse con
provecho lo afirma el médico Hahamed y lo confirma Serapión68. Haly
cuenta también que conoció allí a un hombre sabio que, con un procedi­
miento parecido, había hecho imágenes dotadas de movimiento, como la
que leemos que fue confeccionada, no sé de qué modo, por Arquitas69. Y
de igual modo aquéllas de las que dice Trismegisto70 que solían hacer los
egipcios con determinadas materias mundanas, insertando en ellas, en los
momentos propicios, las almas de los demonios y el alma de su antepasa­
do Mercurio. Y de esta misma manera descendieron a aquellas estatuas
también las almas de un cierto Febo y de Isis y Osiris, para ayudar, pero
también para dañar a los hombres.
Tiene parecido con este relato aquel de Prometeo, que robó la vida y
la luz celeste con una imagen de barro71. E incluso los magos, seguidores
de Zoroastro, para evocar el espíritu de Hécate, se servían de una esfera de
oro decorada con los caracteres de las cosas celestes, en la que se había en­
gastado también un zafiro; la hacían girar con una correa hecha de cuero
de toro, mientras pronunciaban encantamientos72. Pero dejo de lado, y con
sumo gusto, las fórmulas mágicas, porque también el platónico Pselo las
condena y se burla de ellas. Hasta los hebreos educados en Egipto apren­
dieron a construir un becerro de oro, siguiendo las ideas de sus propios as-

122
trólogos. para buscar el favor de Venus y de la Luna contra la influencia de
Escorpión y de Marte, infausto para los judíos73. El propio Porfirio, en su
carta a Anebo74, afirma que las imágenes son eficaces, y añade que los de­
monios aéreos acostumbran insinuarse a través de ciertos vapores especí­
ficos que exhalan a partir de fumigaciones apropiadas. Jámblico75 confir­
ma que en las materias naturalmente conformes con los seres superiores,
cuando han sido recogidas de varios lugares y compuestas de forma opor­
tuna y conveniente, pueden conseguirse no sólo poderes y efectos celestes,
sino también demoníacos y divinos. Y estas mismas cosas confirman en
términos categóricos Proclo y Sinesio76.
La verdad es que las operaciones maravillosas para la salud que pue­
den llevar a cabo los médicos con conocimientos astrológicos a través de
preparados compuestos de muchos elementos, a saber, polvos, líquidos,
ungüentos, electuarios, parecen tener una explicación más convincente y
conocida que la de las imágenes, ya sea porque los polvos, los líquidos, los
ungüentos y los electuarios preparados de modo y en tiempo oportunos re­
ciben las influencias celestes con mayor facilidad y rapidez que las mate­
rias más duras con las que se hacen de ordinario las imágenes o bien por­
que son asumidos por vía interna cuando han recibido ya las influencias
celestes y se transforman en nosotros o, al menos, acercados desde el ex­
terior, se adhieren más y al fin penetran, o también porque las imágenes
son fabricadas con una o con muy pocas sustancias, mientras que los di­
versos preparados pueden estar constituidos por numerosísimos elemen­
tos, según el juicio de quien los prepara. Como si, por así decirlo, los cien
dones del Sol y de Júpiter estuvieran esparcidos por cien plantas y anima­
les y cosas parecidas y tú pudieras reunir estas cien cosas por ti conocidas
y componerlas en una forma única en la que te parecerá que tienes casi to­
do el Sol y todo Júpiter. Sabes con certeza que una naturaleza inferior no
puede captar en un solo ser todas las energías de una naturaleza superior,
y por esto dichas energías están en nuestro mundo dispersas en varias na­
turalezas y pueden ser reagrupadas con mayor facilidad por medio de las
operaciones de los médicos y con prácticas parecidas que no por medio de
las imágenes. ui
Por lo demás, las imágenes de madera poseen escasa fuerza. La ma­
dera, en efecto, por un lado es más bien dura y no recibe fácilmente la in­
fluencia celeste y, por otro, si la recibe, no tiene capacidad suficiente para
retenerla. Es, además, indudable que, una vez que ha sido arrancada de las
entrañas de la madre tierra, pierde al cabo de poco todo el vigor de la vida
del mundo y asume sin dificultades otra calidad. Las piedras y los metales,
en cambio, aunque parecen ser más bien duros a la hora de recibir el don
del cielo, una vez que lo han recibido lo retienen durante lapsos más lar­
gos (como confirma Jámblico)77. Es precisamente su dureza la que les per-

123
mite conservar durante mucho tiempo, incluso después de su extracción,
aquellas huellas y aquellos dones de la vida del mundo que poseían antes,
cuando estaban adheridos a la tierra. Y así, al menos por esta razón, se les
considera materias aptas para recibir y conservar las propiedades celestes.
Debe asimismo contarse con la posibilidad, que ya he mencionado
en el libro anterior, de que objetos tan bellos no pueden formarse bajo
tierra sin un grandísimo esfuerzo del cielo y que la virtud impresa en
ellos tras este esfuerzo ha de ser duradera. Ha sido prolongada la fatiga
del cielo para amalgamar y consolidar estas cosas. Ahora bien, puesto
que no te resulta tarea fácil poner juntas muchas cosas de este género, te
ves obligado a averiguar con diligencia qué metal, entre varios, es el más
poderoso en el orden de una estrella y qué piedra es la más alta en dicho
orden, de modo que consigas al menos compendiar, hasta donde es posi­
ble, en una única cosa, que está en el vértice de todo un género y un or­
den, todas las demás. Pueden así captarse en un receptáculo de esta gui­
sa las influencias celestes y las afines a ellas. Por citar un ejemplo, en el
orden solar, bajo el hombre febeo, el puesto más elevado entre los ani­
males lo ocupan el azor o el gallo; entre las plantas, el bálsamo y el lau­
rel; entre los metales, el oro; entre las piedras, el carbunclo o la pantau-
ra; entre los elementos, el aire cálido (de hecho se considera que el fuego
es en sí mismo marcial). A nuestro parecer, lo que hemos dicho antes a
propósito del aumento de la influencia del Sol o de Júpiter o de Venus
tiene validez general, aunque no para aquel en cuya genitura aparece uno
de estos planetas como anunciador de muerte.
Ya he dicho más arriba, en otro lugar, que de cada estrella (para em­
plear el lenguaje de los platónicos)78depende una serie de cosas propias de
ella, incluidas las más inferiores. Justamente bajo el corazón de Escorpión
podemos poner, a continuación de los demonios, a los hombre de este gé­
nero y a los escorpiones, la hierba de amelo, también llamada asterion, es
decir, estelar, que tiene una figura en forma de estrella, resplandeciente de
noche, y que, según cuentan los médicos, posee la cualidad de la rosa y una
fuerza y una eficacia admirables contra las enfermedades genitales. Bajo
la Serpiente o bajo la constelación de este nombre sitúan a Saturno y en un
cierto modo a Júpiter, luego a los demonios, que a menudo asumen formas
serpentiformes, a hombres de este parecido, a las serpientes, a la hierba
serpentaria, a la piedra draconita, que procede de la cabeza de un dragón y
a la piedra comúnmente llamada serpentina, aparte las que diré a conti­
nuación. Bajo la estrella solar, es decir, bajo Sirio, en primer lugar el Sol,
luego los demonios también febeos que, según el testimonio de Proclo, a
veces salen al encuentro de los hombres bajo la forma de leones o de ga­
llos, a continuación los hombres de formas parecidas y las bestias solares,
luego las plantas febeas, así como los metales y las piedras, el vapor y el

124
aire ardiente. Consideran, de parecida manera, que de cualquier estrella del
firmamento desciende, a través de un planeta, un serie graduada de cosas
que son algo así como de la propiedad de esta estrella. Si, pues, como he
dicho antes, has recogido de la debida forma, por medio de algo que ocu­
pa un escalón cualquiera en aquel orden, todas las cosas solares, es a sa­
ber, los hombres de naturaleza precisamente solar, o algo de un hombre de
esta índole, y lo mismo los brutos, las plantas, los metales y todo cuanto
está relacionado con estas cosas, absorberás con gran abundancia la virtud
del Sol y, en cierto modo, el poder natural de los demonios solares. Y ten
por seguro que lo mismo puede afirmarse de los restantes cuerpos celestes.
Ya se han descrito antes las características propias de los hombres sola­
res. Se trata de las personas nacidas cuando el León es ascendente y el Sol
está en el signo del León o lo mira. Dígase lo mismo de los nacidos bajo el
Camero. Es solar la sangre que brota del brazo izquierdo de estas personas
cuando gozan de buena salud. Son febeos el cocodrilo, el halcón, el león, el
gallo, el cisne y el cuervo. Y por ningún otro motivo tiene el león miedo al
gallo sino porque en el orden febeo el gallo le supera. Esta misma razón adu­
ce Proclo cuando informa que un demonio apolíneo, que se aparecía a veces
bajo el aspecto de un león, desapareció al momento cuando le pusieron de­
lante un gallo. En estos animales la parte más solar es el corazón.
Entiendo también que la foca está sometida al corazón del León ce­
leste y que precisamente por eso su piel libra del dolor de riñones a quie­
nes se la ciñen directamente sobre el cuerpo desnudo y la sujetan con una
hebilla hecha del hueso del mismo animal. De hecho, los astrólogos sue­
len recurrir a la influencia de esta estrella como remedio contra este tipo
de dolores. Y tal vez por esta misma razón se cuenta que esta piel protege
del rayo. Entre las plantas, es febea la palma y sobre todo el laurel, que jus­
tamente con su virtud solar aleja las cosas venenosas y los rayos. Gracias
a una facultad parecida mantiene el fresno a raya las sustancias venenosas.
También es febeo el loto, como testifican, a una con su forma redonda, tan­
to las hojas como los frutos, además del hecho de que sus flores se abren
de día y se cierran de noche. Que la peonía es febea lo da a entender no só­
lo su virtud sino también su nombre. Al mismo género pertenecen las flo­
res y las hierbas que se cierran cuando el Sol se pone y se abren al instan­
te cuando retorna y están constantemente orientadas hacia él. Lo son
también el oro y el heliotropo que con sus rayos dorados imita al Sol. Lo
es asimismo la piedra llamada ojo de sol, porque tiene la forma de una pu­
pila de la que brota luz. Igualmente el carbunclo, que por la noche rojea, y
la pantaura, que encierra en sí todas las propiedades de las piedras al mo­
do como el oro contiene en sí las de los metales y el Sol las de las estre­
llas. Se nos dan, pues, a conocer muchas cosas a través de cuanto hemos
venido diciendo hasta ahora.

125
Conseguirás preparar, por tanto, hasta donde es posible, bajo el domi­
nio del Sol, con aquella sangre, con los corazones de aquellos animales y
con las hojas y los frutos de los árboles antes mencionados, además de con
las flores y las hierbas y hojas de oro, con los polvos de piedras, a los que
se añade azafrán, bálsamo, caña aromática, incienso, almizcle, ámbar, ma­
dera de áloe, jengibre, almáciga, espicanardo, canela, dorónica, corteza de
cidro, cedoaria, nuez moscada, macis, clavo, además de miel amarilla o
aceite balsámico o de almáciga, de laurel y de nardo, un electuario o un un­
güento para sustentar por vía interna o externa el corazón, el estómago y
la cabeza y convertir así al espíritu en solar.
Digo, pues, que debe prepararse un compuesto con todas estas cosas,
o cuando menos parecidas a ellas, mientras el Sol es dominante. Y debes
comenzar a utilizarlo bajo el dominio de este mismo astro, al tiempo que
te pones ropas solares y miras y escuchas y olfateas e imaginas y piensas
y deseas cosas asimismo solares. Intentarás de igual modo imitar en tu es­
tilo de vida la dignidad y las cualidades del Sol. Te moverás entre perso­
nas y plantas de naturaleza solar y tocarás con frecuencia el laurel.
Pero será más seguro para tu salud mezclar con las cosas solares otras
jupiteriales e incluso venusianas; y de entre éstas últimas de manera espe­
cial las húmedas, como el agua y el zumo de rosas y de violetas, que mo­
deran el calor solar. Pero ya he tratado de esta clase de medicinas en el li­
bro Sobre los cuidados de la salud de quienes se dedican a! estudio de las
letras y también después, en el de la Vida larga. Varias de ellas las he com­
puesto yo mismo y de las compuestas por otros algunas las he descrito tal
como eran y otras las he adaptado (temperavi). También hemos hablado
ya, en el libro Contra la peste, de qué hierbas extraen del Sol y de cuáles
otras de Júpiter maravillosas propiedades contra las epidemias y los vene­
nos. Figura entre ellas el hipérico llamado «fuga de los demonios», del que
se piensa que mantiene alejados los vapores nocivos de los demonios ma­
lignos gracias exclusivamente al poder que ha recibido de las Gracias ce­
lestes. Y si parece que hay algunas otras hierbas o piedras, que, como el
coral, tienen el mismo efecto, «ya sólo por eso se las debe considerar so­
lares». Es indudable que la hierba lunar de que habla Mercurio, con hojas
cerúleas y redondas, de las que la Luna produce una hoja por día cuando
está en creciente y la pierde cuando mengua, promete años lunares a quien
la usa. Pero retornemos ya a las imágenes, en cierto sentido con un segun­
do exordio.
Si has conseguido hacerte con las piedras que hace poco hemos defi­
nido como febeas, no habrá ninguna necesidad de imprimir imágenes en
ellas. Llévalas, engarzadas en oro, colgadas del cuello con hilos de seda
amarilla cuando el Sol recorre la constelación del Camero o del León o as­
ciende por ellas o bien está en mitad del cielo y mira a la Luna. Pero Pro­

126
cío informa que en esta serie son mucho más potentes las piedras de la Lu­
na. Se cuenta entre ellas, en primer lugar, la selenita, que imita a la Luna no
sólo en la figura sino también en el movimiento y gira como ella. Si por
acaso consigues encontrarla y, enmarcada en plata, la cuelgas al cuello con
un hilo argénteo cuando la Luna entra en el Cangrejo o en el Toro y ocupa
los ángulos que le son convenientes, lograrás al fin que tu espíritu sea lu­
nar, en tanto que, como es obvio, esta piedra lunar, calentada por ti, comu­
nica sin cesar su virtud a tus espíritus. Proclo79recuerda además otra piedra,
llamada helioselino, que lleva en sí misma la imagen del Sol y de la Luna
en conjunción con el Sol. Por consiguiente, quien lleve al cuello esta piedra
enmarcada en plata dorada con hilos igualmente de plata dorada, cuando la
Luna, en su domicilio o en el del Sol, se encuentra con el Sol en el mismo
minuto y ocupa sus ángulos, hará a su espíritu solar y a la vez lunar, o al
menos tal como resulta la Luna en conjunción en el centro con el Sol. Ves
aquí cómo las cualidades dispersas de Febo son agrupadas por su hermana
Febe del mismo modo que los miembros de Osiris por Isis.
Pluguiera al cielo que pudiéramos encontrar fácilmente, en el lugar
que fuere, una piedra solar o lunar tan potente en el orden de estos astros
como la que tienen en la serie del polo septentrional el imán y el hierro. Se
cuenta que Apolonio de Tiana descubrió en la India una piedra solar lla­
mada pantaura, que emite resplandores como el fuego80. Se encuentra a
cuatro pasos bajo tierra y está en ella presente el espíritu con tal abundan­
cia que donde esta piedra se genera la tierra se hincha y acaba casi siem­
pre por salir al exterior y atraer hacia sí a las otras piedras al modo como
el imán atrae al hierro81. Es esta piedra tan hercúlea que nos arrastra con
fuerza a su contemplación. Vemos que en la bitácora de los marineros, pa­
ra señalar el polo, mientras la aguja se mantiene en equilibrio, cuando en­
tra en contacto, en una extremidad, con el imán, se mueve hacia la Osa,
porque es evidente que hacia allí la dirige el imán, debido a que en esta
piedra predomina la virtud de la Osa, y de la piedra pasa al hierro y atrae
a los dos hacia la Osa. Pero una virtud de esta índole está infundida desde
el principio y es a la vez continuamente reavivada por los rayos de la Osa.
Tal vez el ámbar se comporte de una manera parecida en lo que respecta al
otro polo y a la paja.
Pero dime ahora por qué el imán atrae por doquier al hierro; y no lo
hace porque sea semejante, porque en tal caso el imán atraería al imán mu­
cho más que al hierro, ni porque sea superior en el orden de los cuerpos
pues, por el contrario, los metales superan a las piedras. ¿Por qué, pues?
Ambos están comprendidos en la serie ordenada que depende de la Osa,
pero justamente en la propiedad de la Osa el imán ocupa un grado superior
y el hierro un grado inferior. Ahora bien, en una misma serie concatenada
de cosas lo que es superior arrastra a lo que es inferior y lo vuelve hacia sí

127
o, en caso contrario, lo agita de algún modo o influye en él mediante una
precedente virtud infusa. Lo que es inferior se vuelve, a su vez, a causa de
esta misma virtud infusa, a lo que es superior o de algún modo se agita o
en todo caso está sujeto a la influencia superior. Así, en la serie solar, un
hombre inferior contempla con admiración al superior, en la serie jupite-
rial lo venera, en la marcial le teme, en la venusiana el inferior se siente
arrebatado hacia el superior por el ardor del amor y se abandona a sí mis­
mo, en el orden mercurial el inferior aprende siempre del superior y se de­
ja persuadir por él, en el orden lunar el inferior recibe a menudo del supe­
rior el movimiento, en el saturnal el descanso.
Tras haber indagado, pues, todas estas cosa hasta este punto, me sen­
tía yo muy contento y, en mi juventud, pensé esculpir, lo mejor que me fue­
ra posible, la figura de la Osa celeste en un imán cuando la Luna está en el
mejor aspecto respecto de aquella constelación, y llevarla colgada al cue­
llo con un hilo de hierro. Y confiaba plenamente en que al fin llegaría a ser
dueño total de la virtud de aquella estrella. Pero tras más prolijas averi­
guaciones, acabé por descubrir que las influencias de aquella estrella eran
muy saturnales y también muy marciales. Aprendí de los platónicos82 que
los demonios malvados son casi siempre septentrionales. Así lo admiten
también los astrónomos hebreos, que sitúan a los demonios muy nefastos
y marciales en el septentrión y a los propicios y jupiteriales, por el contra­
rio, en el mediodía. Aprendí asimismo de los teólogos y de Jámblico83 que
los que fabrican imágenes están poseídos y engañados por los demonios
malvados con mucha mayor frecuencia que el resto de las personas.
Declaro haber visto una piedra, traída a Florencia desde la India, ex­
traída de la cabeza de un dragón, redonda a semejanza de una moneda, na­
turalmente adornada de muchísimos puntos siguiendo un cierto orden, co­
mo de estrellas; si se la bañaba en vinagre, se desplazaba un poco hacia la
derecha con un movimiento oblicuo y luego giraba sobre sí misma, hasta
que el vinagre se evaporaba. Entendí que una piedra de esta índole tenía la
naturaleza y casi como la figura del Dragón celeste y que recibía también
de é! su movimiento en la medida en que por medio del espíritu del vina­
gre o de un vino lo bastante fuerte conseguía una mayor familiaridad con
aquel Dragón o con el firmamento. Por tanto, quien la portaba y la rocia­
ba a menudo con vinagre, adquiría tal vez un cierto poder de aquel Dragón
que con sus giros gemelos bordea por un lado a la Osa Mayor y por el otro
a la Menor. Junto a Escorpión se encuentra Serpentario, a modo de un
hombre ceñido por los anillos de una serpiente, que sujeta con la mano de­
recha la cabeza del reptil y con la izquierda la cola, con las rodillas casi do­
bladas y la cabeza un poco inclinada. He leído que los magos aconsejaron
al rey de los persas imprimir esta imagen en una hematites y engastarla
luego en un anillo de oro de tal modo que se pudiera insertar entre la pie­

128
dra y el oro la raíz de la serpentaria. Llevando este anillo estaría protegido
contra los venenos y las enfermedades, a condición de que el anillo fuera
fabricado cuando la Luna mira a Serpentario. Pietro de Abano aprobó esta
imagen84. Por mi parte, si es verdad que el anillo posee tal poder, opino que
lo obtiene del cielo no tanto por medio de la figura, sino porque ha sido fa­
bricado con aquellas materias, de aquel modo y en aquel tiempo.
Recuerda que las piedras que se forman en los animales sin que éstos
sufran, como en el dragón, el gallo, la golondrina y otros, son casi tan efi­
caces como las piedras que se forman en la tierra y que se refieren a aque­
llas mismas estrellas de las que estos animales dependen. Por esta razón,
la alectoría que se extrae del buche de los gallos viejos goza del poder so­
lar, y así Dioscórides dice que a menudo se sabe con certeza que quien tie­
ne esta piedra en la boca se alza con la victoria en los combates85. Y el mis­
mo Dioscórides afirma que la celidonia roja, que se extrae de las
golondrinas, cura a los melancólicos y hace a las personas amables y fuer­
tes86. Este poder lo ha recibido de Júpiter, por la razón que antes hemos di­
cho, a saber, que las cosas que se encuentran por doquier bajo la Luna es­
tán sujetas a las influencias de las estrellas. Se confirma, pues, aquella
sentencia platónica: que esta máquina del mundo está conectada en sí mis­
ma de tal modo que por una parte las cosas celestes tienen en la tierra una
condición terrestre y que, por otra parte, las cosas terrenas tienen en el cie­
lo una dignidad celeste, y que en la vida oculta del mundo y en la mente
reina de mundo están presentes las realidades celestes con propiedades y
excelencias vitales e intelectuales. Por esto mismo, hay, además, quienes
confirman aquella creencia mágica, a saber, que por medio de las cosas in­
feriores, conformes, ya se entiende, con las superiores, las cosas celestes
pueden ser traídas de un modo y en un tiempo adecuados hasta los hom­
bres y que por medio de las cosas celestes pueden tal vez penetrar en no­
sotros incluso las supercelestes. Pero que sean ellos quienes juzguen esta
última afirmación.
Parece ser, como hemos dicho, bastante probable que todo esto puede
conseguirse con un cierto arte que, ateniéndose a una regla bien precisa y
observando los tiempos oportunos, sea capaz de reunir muchísimas cosas
en una sola. Surge esta probabilidad bien por las razones que hemos apun­
tado más arriba, o bien porque cuando los médicos o los astrólogos reco­
gen. machacan, mezclan y cuecen muchas cosas de este género bajo una
estrella determinada, mientras todas las sustancias mencionadas van asu­
miendo poco a poco y por sí mismas una nueva forma debido precisamen­
te a la cocción y a la fermentación, adquieren también esta misma forma
como consecuencia de una influencia divina muy precisa, en virtud de la
acción intema de los rayos, por donde se concluye que esta forma es tam­
bién celeste. No parece, en cambio, que cuando se esculpe la piedra o el

129
metal adquieran una nueva calidad, sino sólo una nueva figura; ni esta
transformación acontece a través de los grados adecuados a la maceración
o la cocción que de ordinario se registran en las transformaciones natura­
les y en la generación. Pero dado que la naturaleza celeste, que es en cier­
to sentido la regla de la naturaleza inferior, suele progresar de acuerdo con
un curso natural y favorecer las cosas que avanzan de este mismo modo,
justamente por eso, la mayoría se muestra desconfiada frente a la creencia
de que las imágenes de esta clase posean alguna virtud celeste. Yo mismo
lo pongo en duda muchas veces y si no fuese porque toda la Antigüedad y
todos los astrólogos admiten que tales imágenes poseen un poder admira­
ble, diría que no lo tienen. No les negaría, por supuesto, tal poder en tér­
minos categóricos, pues mientras alguien no me demuestre lo contrario
creo que poseen un cierto poder en el ámbito de la salud, sobre todo en ra­
zón de la materia elegida. Pero aun así entiendo que hay una virtud mucho
mayor en los fármacos y en los ungüentos preparados con el favor de las
estrellas. Explicaré a continuación que he querido afirmar exactamente
cuando he dicho que «en razón de la materia elegida».
Reseñaré aquí brevemente los argumentos que, tomados del pensa­
miento de los magos y de los astrólogos, pueden aducirse, interpretando a
Plotino, a favor de las imágenes87. Pero antes quiero advertirte que no de­
bes creer que yo apruebe el uso de las imágenes, sino que me limito sim­
plemente a exponer el tema. De hecho, utilizo las medicinas preparadas de
manera adecuada teniendo en cuenta el cielo, no las imágenes. Y en este
mismo sentido aconsejo todos los días a los demás. Pero si tú, por tu par­
te, admites que Dios ha depositado poderes maravillosos en las cosas del
mundo sublunar, debes admitir también que las ha puesto igualmente, y
más maravillosas aún, en las cosas celestes. Si consideras, además, que le
es lícito a un hombre servirse de las cosas que son inferiores a él para man­
tener o recuperar la salud, debes admitir que le es igualmente lícito servir­
se de las que son superiores y regular, siguiente el arte de la medicina, las
inferiores según la norma de las superiores, tal como han sido reguladas
por Dios desde el principio.
Es indudable que la inmensa grandeza, el poder y el movimiento de los
cuerpos celestes hacen que todos los rayos de todas las estrellas penetren
derechos y en un instante y con la máxima facilidad hasta su centro, la ma­
sa de la tierra, que es apenas un punto comparada con el cielo. Así lo ad­
miten, como algo evidente e incontestable, todos los astrónomos. Allí, co­
mo afirman los pitagóricos y los platónicos, estos rayos son fortísimos, ya
sea porque llegan desde todas partes en derechura al centro, ya sea porque
se hallan todos juntos en un espacio reducido. Debido a su elevada intensi­
dad, la materia de la tierra, seca y alejada de todo humor, se enciende allí y,
una vez encendida, se reduce y se dispersa por doquier a través de los ca­

130
nales y hace brotar llamas y azufre, todo a la vez. Pero entienden que este
fuego es demasiado oscuro y a modo de una llama carente de luz, del mis­
mo modo que hay en el cielo una luz sin llama, mientras que el fuego que
existe entre la luz celeste y la de los espacios inferiores tiene a un mismo
tiempo luz y ardor. Admiten asimismo que el fuego que sopla desde el cen­
tro de la tierra es un fuego vestal, dado que consideran que Vesta es la vida
y el numen de la tierra. Y por eso los antiguos construían el templo de Ves­
ta en el centro de las ciudades y colocaban en medio un fuego perpetuo.
Pero, para poner ya fin a las divagaciones, concluyamos que si los
rayos de las estrellas penetran inmediatamente toda la tierra, no es cosa
fácil negar que penetran al instante un metal y una piedra cuando se es­
culpen en ellos imágenes, y que imprimen en ellos dotes admirables o al
menos de cualquier género, dado que también en las profundidades de la
tierra generan cosas preciosísimas. Y ¿quién podrá negar que los rayos
penetran a través de todas estas cosas? Pues el aire y su cualidad y el so­
nido, aun siendo menos potentes, atraviesan de inmediato los cuerpos só­
lidos y en cierto modo los modifican con sus cualidades. Si fuera cierto
que la dureza del medio constituye un obstáculo para la penetración de
los rayos, entonces la luz atravesaría el aire mucho más velozmente que
el agua, y a ésta mucho más rápidamente que al vidrio y, por la misma
razón, al vidrio mucho más rápidamente que al cristal. Ahora bien, dado
que tarda el mismo tiempo en atravesar todos los cuerpos, sean líquidos
o sólidos, resulta evidente que la dureza no opone ninguna resistencia a
los rayos. Y por esto afirman que no se debe negar que los metales reci­
ben los rayos y los influjos de los cuerpos celestes y que los conservan
durante el tiempo que el cielo ha determinado para ellos -que conservan,
digo, un cierto poder que se deriva del contacto con los rayos que con­
vergen en ellos-. ¿Qué ocurre en realidad si la materia, más dura preci­
samente por el hecho de que parece ofrecer resistencia a la causa que se
le opone, se expone a ser alcanzada más todavía por los rayos y los in­
flujos celestes? Así, una espada corta una madera colocada bajo la lana
sin cortar la lana. De este mismo modo disuelve, a veces, el rayo un me­
tal sin dañar el cuero que lo envuelve.
Ahora bien, teniendo en cuenta que la naturaleza celeste es incompa­
rablemente más poderosa y eficaz que nuestro fuego, debe rechazarse la
creencia de que la función de un rayo celeste se limite a la de un rayo del
fuego terrestre que vemos de manera palpable -a saber, iluminar, calentar,
secar, penetrar, reducir, disolver: operaciones todas ellas perfectamente co­
nocidas por nuestros sentidos-, sino que posee capacidades y efectos mu­
cho más numerosos y mucho más maravillosos. De no ser así, tanto la ma­
teria inferior como nuestros sentidos caducos estarían al mismo nivel que
la divinidad del cielo. Pero ¿quién ignora que las virtudes ocultas de las co-

131
sas que los médicos llaman «especiales» no se derivan de la naturaleza de
los elementos sino de la celeste?
Por tamo, los rayos pueden (como dicen) imprimir en las imágenes,
como en otros objetos, poderes ocultos y admirables, además de los cono­
cidos por nosotros. No son, en efecto, inanimados, al modo de los rayos de
una linterna, sino vivos y sensibles, como los que brotan a través de los ojos
de los cuerpos vivos, y encierran en sí dones maravillosos procedentes de
las imaginaciones y de las mentes de los cuerpos celestes, así como una
grandísima fuerza que se deriva del afecto potente y del movimiento rapi­
dísimo de estos cuerpos. Actúan de manera singular y con la máxima efi­
cacia sobre el espíritu, que es muy parecido a los rayos celestes. Dejan sen­
tir también esta eficacia sobre los cuerpos, incluso sobre los más duros,
pues todos ellos son muy débiles con respecto al cielo. Hay, además, en las
diversas estrellas, fuerzas diversas, de suerte que difieren también entre sí
en lo que respecta a sus rayos. Son asimismo diversos los poderes que se
derivan de los rayos, según el modo como alcanzan a los cuerpos. Y del he­
cho, en fin, de que los rayos se encuentran y se suman entre sí unas veces
de una manera y otras de otra, en lugares diversos, con efectos de una vez
para otra diferentes, se derivan al instante diversas fuerzas, en mucho ma­
yor número y con mucha mayor rapidez que en las restantes mezclas de ele­
mentos y de cualidades elementales, y asimismo con mucha mayor rapidez
de cuanto ocurre en los tonos y los ritmos que resuenan juntos unas veces
de un modo y otras de otro. Si meditas diligentemente todas estas circuns­
tancias, no tendrás duda -te dirán- de que a consecuencia de una emisión
de rayos se imprimen al instante unas fuerzas en las imágenes, y fuerzas di­
ferentes a consecuencia una emisión distinta.
Pero ¿por qué con tal rapidez? Dejo aquí de lado los encantamientos
hechos con un mirada de improviso y los amores violentísimos encendidos
en un instante por los rayos de los ojos88y que son también, y en cierto mo­
do, encantamientos, como hemos demostrado en el libro Sobre el amor. No
mencionaré con qué enorme celeridad un ojo enrojecido inficiona a aquel
en quien se fija, ni una mujer menstruante el espejo en que se mira89.
¿No cuentan que entre los ilirios y los tribalios algunas familias, aira­
das, matan con la mirada a los hombres y que había en Escitia algunas mu­
jeres que solían hacer lo mismo? Los catablepos y los basiliscos aniquilan
a los hombres tan sólo con mirarlos. El pez torpedo90paraliza al instante la
mano, incluso aunque el contacto se produzca a través de un bastón. Se
cuenta también que la remora, aun siendo un pez tan pequeño, es capaz de
frenar una nave, incluso grande, con solo tocarla. En la Puglia, las tarán­
tulas, con una mordedura, aunque sea oculta, alteran el alma y el espíritu
con un estupor repentino. ¿Qué hace un perro rabioso, incluso sin una mor­
dedura evidente? ¿Qué hace la èrica? ¿Y qué, insisto, el madroño? ¿Acaso

132
no es verdad que incluso ajados provocan veneno y rabia? ¿Negarás en­
tonces que los cuerpos celestes, con los rayos de sus ojos, con los que mi­
ran y al mismo tiempo tocan nuestras cosas, puedan producir de inmedia­
to efectos maravillosos? Ya la mujer embarazada marca de inmediato, tan
sólo con tocarse, un miembro del niño nascituro con la señal de una cosa
deseada. ¿Y dudarás de que los rayos que tocan ora aquí ora allá producen
diversos efectos? Tú mismo, cuando recoges eléboro, según que cojas la
hoja de la parte superior o de la inferior, con este contacto imprevisto ha­
ces que el eléboro lleve los humores hacia arriba o hacia abajo. ¿No es aca­
so verdad que en el inicio de la generación de cualquier cosa las influen­
cias celestes, una vez ya fundida y amalgamada la materia, otorgan dones
maravillosos no ya en el curso del tiempo, sino al instante? ¿No es acaso
verdad que cuando el rostro del cielo es favorable, a menudo en un mo­
mento brincan fuera de la arena incontables ranas y otros animales pareci­
dos? Así de grande es el poder del cielo en las materias preparadas, así de
grande es su rapidez para producir efectos. Y, en fin, si el fuego posee la
propiedad de hacer en brevísimo espacio de tiempo lo que otras cosas lle­
van a cabo en lapsos más prolongados, precisamente porque es muy pare­
cido al cielo, ¿quién pondrá en duda que el cielo puede realizar grandes co­
sas casi en un instante, incluso en una materia menos preparada, tal como
suele hacer una llama poderosa? ¿Por qué, pues, dicen ellos, dudas de que
el cielo se comporte de una manera más o menos parecida cuando cons­
truyes una imagen?
Objetarás, creo, como yo mismo objetaba, que en esta caso faltan los
grados naturales de la alteración. Y ciertamente esta ausencia disminuye el
don celeste, aunque sin rechazarlo del todo. Los filósofos de la naturaleza
no quieren, en efecto, que una imagen sea fabricada con un metal o una
piedra cualquiera, sino con una muy concreta y muy precisa, en la que la
naturaleza celeste haya depositado ya de antemano y de forma natural los
gérmenes de la virtud que sirve justamente para la finalidad que se busca
y que la haya ya casi llevado a cumplimiento, como la llama en el azufre.
Y quieren que el cielo lleve, en fin, hasta su perfección a esta virtud cuan­
do esta materia es violentamente agitada por medio del arte bajo una ade­
cuada influencia celeste, y así agitada se calienta. Así es como el arte sus­
cita una virtud que está ya germinalmente presente, remitiendo esta
materia a una figura parecida a la figura celeste que le es apropiada, la ex­
pone a su idea y, así expuesta, el cielo la perfecciona en aquella virtud cu­
yos gérmenes había depositado al principio, como ocurre cuando el azufre
es expuesto a la llama. Por citar un ejemplo, una cierta capacidad de a-
traer la paja, concedida por el cielo al ámbar amarillo, aun siendo bastan­
te débil, produce este efecto de forma súbita cuando aumenta su poder me­
diante frotamiento y calentamiento. Una virtud similar, escribe Serapión,

133
se la ha concedido al albugedo, parecido al jacinto, que no atrae la paja si
antes no es restregado con los cabellos91.
También la piedra jupiterial llamada bezoar, es decir, «que libra de la
muerte», a la que ya nos hemos referido en el libro Contra la peste, ha re­
cibido desde el principio, de parte de Júpiter, poder contra el veneno, aun­
que no tan fuerte que lo pueda comunicar a otras materias. Pero cuando ba­
jo la influencia del Escorpión celeste ha recibido la figura de este
escorpión superior, se admite que adquiere al instante un poder perfecto
contra los escorpiones y que lo puede comunicar a la almáciga y al in­
cienso. Otro tanto cabe afirmar del jacinto, el topacio, la esmeralda y las
otras piedras, es decir, que la fabricación de las figuras sólo es eficaz cuan­
do éstas concuerdan, tanto en la materia como en el efecto, con la estrella
de la que desea recibir este poder el fabricante de imágenes y cuando, ade­
más, esta misma materia está ya desde el inicio como intentando comuni­
cárselo. por así decirlo, a través de la figura. Aconsejamos, pues, utilizar
para las imágenes sólo los materiales de los que sabes que poseen ya al me­
nos un poco del poder que tú deseas.
Prescriben, por consiguiente, que se procure conocer del modo más
profundo y diligente posible, los poderes de las piedras y de los metales y
recordar, a la vez, que de entre las piedras, el carbunclo, que resplandece
en la oscuridad, y la pantaura están sometidos sobre todo al Sol, el zafiro
a Júpiter, la esmeralda a Venus, a Mercurio y a la Luna. Y también que los
metales, con la única excepción del oro y la plata, no poseen casi ningún
poder para estas cosas. En estas operaciones andarás más sobre seguro si
refieres el oro puro al Sol y a Júpiter; al primero por el color y al segundo
por la mezcla equilibrada (temperata), pues nada hay más equilibrado
(temperatius) que Júpiter y el oro. Referirás luego la plata pura a la Luna,
pero el oro mezclado con plata a la vez a Júpiter y a Venus. La imagen se­
rá, además, más eficaz si la virtud elemental presente en la materia con­
cuerda con la virtud especial inserta naturalmente en esta misma materia y
ésta, a su vez, con aquella otra virtud especial que debe ser captada del cie­
lo por medio de la figura. Y afirman, en fin, que las figuras y las formas
inferiores tienen formas parecidas a las celestes. Por eso comprenderás
bien que Perseo, que cortó (como dicen) la cabeza de Medusa, preanuncia
de ordinario a algunos una mutilación futura y muchas cosas parecidas, y
no dudan de que la Luna y otros planetas, cuando se encuentran en deter­
minados signos, mueven determinadas partes de nuestro cuerpo.
Pero para que no seas tú, por un acaso, demasiado desconfiado en lo
concerniente a las figuras, los astrólogos te exhortarán a que recuerdes que
en esta región sublunar, en la que se encuentran los elementos más diver­
sos, también las cualidades de los elementos poseen un grandísimo poder,
en la transmutación que, como es obvio, tiende hacia alguna de las pecu-

134
liaridades de un elemento, es decir, al calor o al frío, a la humedad o a la
sequedad. En cambio, las cualidades menos vinculadas a los elementos y
a la materia, como son las luces, es decir, los colores, los números y las fi­
guras, tienen tal vez menos poder en estas transmutaciones, pero son de
gran valor (o así lo creen) con respecto a los dones celestes. De hecho,
también en el cielo las luces, los números y las figuras son tal vez las más
poderosas realidades, sobre todo si no hay allí ninguna materia, como opi­
na la mayor parte de los peripatéticos. En tal caso, en efecto, las figuras,
los números, los rayos, al no estar sostenidos por otra materia, parecen ser
cuasi-sustanciales.
Y puesto que en el orden de las realidades las formas matemáticas
preceden a las físicas, en cuanto que son más simples y menos defectuo­
sas. es justamente en los grados más elevados del mundo, es decir, en los
celestes, donde reivindican para sí la autoridad máxima, de modo que lo
que se obtiene desde allí a través del número, de la figura y de la luz de
ningún modo es inferior a lo que se alcanza por una propiedad de los ele­
mentos. Se tiene un signo de esta autoridad también bajo la Luna. De he­
cho, las cualidades muy vinculadas a la materia son comunes a muchísi­
mas especies de cosas, e incluso cuando se mezclan de una determinada
manera no siempre mudan de especie. En cambio, las figuras y los núme­
ros de las partes naturales poseen una propiedad peculiar de una determi­
nada especie, de la que es inseparable, en cuanto que estas figuras y estos
números han sido fijados por el cielo junto con las diversas especies. Más
aún, están estrechamente conexionados con las ideas en la mente reina del
mundo. Y porque precisamente estas figuras y los números son, en cierto
sentido, especies señaladas allí, en la mente divina, con ideas propias, no
tiene nada de extraño que de aquí se deriven poderes específicos y parti­
culares. Por tanto, las especies de las cosas naturales están vinculadas a fi­
guras fijas y precisas y los movimientos, las generaciones y las mutacio­
nes a números bien determinados.
¿Qué podré decir de la luz? Es el acto de la inteligencia o su imagen92.
En cierto sentido, los colores son luz. Por lo mismo, cuando los astrólogos
dicen que las luces, esto es, los colores, las figuras y los números, tienen
grandísimo poder para predisponer nuestras sustancias materiales a las in­
fluencias celestes, no debes negar temerariamente, como ellos dicen, esta
afirmación93.
No ignores, por tu parte, que las armonías musicales poseen, a través de
sus números y de sus proporciones, una fuerza admirable para calmar, mo­
ver e influenciar el alma y el cuerpo. Las proporciones constituidas por nú­
meros son casi como figuras, como hechas de puntos y de líneas, sólo que
en movimiento. De parecida manera se comportan con su movimiento las fi­
guras celestes cuando actúan. Estas figuras, en efecto, ya sea con sus rayos

135
armoniosos o con sus movimientos, que penetran en todas las cosas, influ­
yen día a día y ocultamente en el espíritu, al modo como suele influenciar­
lo, de manera patente, la música con su fuerza. Sabes bien, por otra parte,
con qué facilidad la figura de alguien que llora suscita sentimientos de com­
pasión y hasta qué punto la figura de una persona amable golpea al instante
y mueve los ojos y la imaginación, el espíritu y los humores. No son menos
vivas y eficaces las figuras celestes.
¿No es acaso verdad que el rostro clemente y sonriente del príncipe
hace que todos los ciudadanos se sientan contentos? Mientras que si es fe­
roz y triste, al instante produce pavor. ¿Qué efectos crees entonces que
pueden tener, frente a estas cosas, los rostros de la cosas celestes, señores
de todas las cosas terrestres1*1? Y en verdad, puesto que también cuando se
unen dos personas para generar la prole, suelen imprimir casi siempre en
los hijos, que nacerán mucho después, no sólo los rasgos faciales que tie­
nen ellos en aquel momento sino también los que se imaginan, de este mis­
mo modo los rostros celestes imprimen sin tardanza en las realidades ma­
teriales sus notas características en las que, aunque parezca a veces que se
mantienen largo tiempo ocultas, luego, llegado el momento, acaban por
hacerse patentes.
Las figuras celestes son los rostros del cielo. En el cielo puedes lla­
mar caras a las figuras que son más estables que las otras y rostros a las fi­
guras que cambian con más facilidad. De manera análoga, también puedes
llamar rostros y figuras a los aspectos que resultan de la posición respecti­
va que asumen las estrellas de día en día a consecuencia de su movimien­
to. Y así es como de hecho se denominan, es decir, hexágonos, pentágonos
y cuadrados.
Que sea así, dirán algunos. Que tengan, si os place, las figuras celes­
tes un grandísimo poder para producir efectos. Pero, en puridad, ¿qué re­
lación tiene todo esto con las figuras de las imágenes artificialmente pro­
ducidas? Los astrólogos responderán que ellos no defienden como el punto
más importante que nuestras figuras tengan de por sí una potentísima ca­
pacidad de acción sino que están prontísimas para recibir las acciones y las
fuerzas de las figuras celestes, en la medida en que están hechas según los
modos y los tiempos oportunos, es decir, cuando las figuras celestes son
dominantes y las figuras artificiales presentan una plena conformidad con
ellas. La figura celeste perfecciona la figura artificial. ¿No es acaso verdad
que cuando suena una cítara resuena otra? Pero esto sólo sucede a condi­
ción de que también la segunda tenga una figura similar, esté colocada
frente a la primera y las cuerdas de ambas estén puestas y tensadas de ma­
nera parecida. ¿Qué es lo que provoca este efecto, a saber, que una cítara
sea influenciada por otra, sino una cierta posición y una cierta conformi­
dad de figuras? La figura de un espejo, lisa, cóncava, resplandeciente, con-

136
forme al cielo, recibe de este mismo cielo en particular, precisamente en
virtud de esta conformación, el gran don de recoger en sí con generosa
abundancia los rayos de Febo y de incendiar al instante cualquier cosa, in­
cluso la más sólida, colocada frente a su centro95. No debes dudar, por tan­
to, te dirán, de que una cierta materia adecuada para fabricar una imagen,
por lo demás muy conforme al cielo, reciba, por un lado, en sí misma, por
medio de una figura parecida a una figura celeste puesta artificialmente en
ella, el don celeste y que, por otro lado, lo entregue a alguien que esté cer­
ca o que lo lleva. En realidad, no es sólo la figura sino también la disposi­
ción abierta, a la recepción de influjos, que llamamos diáfana, tienen algo
de ineficaz y de pasivo en razón de su propia naturaleza. No obstante, da­
do que una disposición de esta índole en el cielo es el receptáculo propio
de la luz, por esto, dondequiera exista bajo el cielo una tal disposición, ya
sea natural o de alguna manera conseguida, al instante se obtiene la luz ce­
leste y asimismo se conserva allí donde hay junto a ella o el calor del fue­
go, como en una llama, o algo aéreo o ácueo y tal vez graso, como en las
linternas, las lámparas, los carbones y acaso, en cierto modo, en el alcan­
for. Considera tú mismo qué es lo de aquí puede derivarse para las imáge-.
nes.
Habrá quien se pregunte cuáles son las figuras celestes que han soli-f
do imprimir preferentemente los astrólogos en las imágenes. Hay, de he­
cho, en el cielo, ciertas formas perfectamente perceptibles a simple vistai
Algunas de ellas son tal como las han pintado muchos, por ejemplo el Car­
nero, el Toro y figuras parecidas del zodiaco y hay incluso algunas visibles
también fuera del zodiaco. Hay, además, un gran número de formas, na
tanto visibles cuanto más bien imaginables, en las caras de los signos, que
han sido atentamente observadas o cuando menos atisbadas por los indios,,
los egipcios y los caldeos. Así, por ejemplo, en la primera cara de la Vir­
gen, una bella doncella, sentada, que sostiene en la mano dos espigas y da
de comer a un niño. Y varias más, descritas por Albumasar y algunos otros.'
Se distinguen además ciertos caracteres en los signos y en los planetas se­
ñalados por los egipcios. Todas estas figuras desean los astrólogos escul­
pir en las imágenes. Si alguien anhela ardientemente, por ejemplo, un fa­
vor especial de Mercurio, debe «poner» a Mercurio en la Virgen o afe
menos poner a la Luna en aspecto con Mercurio y preparar a continuacióa'
una imagen de estaño o de plata en la que esté todo ei signo de la Virgen,
además de los caracteres de la Virgen y de Mercurio. Y si tienes la inten­
ción de usar la primera cara [es decir, el primer decano] de la Virgen, aña­
de también la figura que antes hemos dicho que se observa en esta prime­
ra cara. Y de modo parecido para todo lo demás.
Los autores de imágenes más recientes han pensado utilizar, de ma­
nera generalizada, la forma redonda, a semejanza del cielo. Los más anti-

137
guos, en cambio, según hemos leído en una recopilación de textos árabes,
anteponían a todas las imágenes la figura de la cruz, porque los cuerpos
actúan mediante un poder que está difundido en relación con la superfi­
cie. Ahora bien, la primera superficie viene descrita por una cruz, pues
posee, ante todo, longitud y anchura. Esta es la primer figura y la más rec­
ta de todas ellas, en cuanto que contiene cuatro ángulos rectos. Los efec­
tos de los cuerpos celestes se dejan sentir, sobre todo, cuando los rayos y
los ángulos son rectos. De hecho, las estrellas son poderosas fundamen­
talmente cuando ocupan los cuatro ángulos del cielo, mejor aún, los cua­
tro puntos cardinales, es decir, el de oriente, el de occidente y los dos del
medio. Y así dispuestas, dichas estrellas dirigen recíprocamente sus rayos
de tal modo que surge una cruz. Y por eso decían los antiguos que la cruz
es una forma derivada del poder de las estrellas y receptáculo de dicho po­
der y que posee, por consiguiente, un grandísimo poder sobre las imáge­
nes y recoge las energías y los espíritus de los planetas.
Esta opinión fue más tarde introducida y confirmada por los egipcios.
Entre sus jeroglíficos, en efecto, uno de los más notables era la cruz que,
a tenor de sus costumbres, simbolizaba la vida futura, y esculpían esta fi­
gura en el pecho de Serapis. Yo entiendo que esta opinión sobre la exce­
lencia de la cruz entre los egipcios anteriores a Cristo no es tanto un testi­
monio del don de las estrellas cuanto más bien un presagio del poder que
la cruz estaba destinada a recibir de Cristo. Y creo que los astrólogos que
vivieron inmediatamente después de Cristo, al ver que por medio de la
cruz llevaban a cabo los cristianos cosas prodigiosas, no sabiendo o no
queriendo referir a Jesús cosas tan admirables, las atribuyeron a los cuer­
pos celestes, aunque deberían haber advertido que, sin la invocación del
nombre de Cristo, la cruz era incapaz de producir ningún milagro. Tal vez
pueda admitirse como probable que la figura de la cruz es adecuada para
las imágenes porque alcanza la fuerza de los planetas y de todas las estre­
llas, pero no es ésta la razón última de su gran potencia. Unida a todas las
demás cosas que son necesarias, tiene tal vez un cierto poder para la bue­
na salud del cuerpo.
Pero retomemos a la exposición de las opiniones de los otros con que
iniciamos este apartado. Para alcanzar larga vida, los antiguos hacían la ima­
gen de Saturno en la piedra feyrizech, es decir, en el zafiro, a la hora de Sa­
turno, cuando era ascendente y estaba en posición favorable. Su forma era la
de un anciano sentado en una elevada cátedra o sobre un dragón, con la ca­
beza cubierta por un lienzo de lino oscuro, en el acto de alzar las manos so­
bre la cabeza, sosteniendo con una mano una hoz o bien peces, y vestido con
ropa oscura.
Para conseguir una vida larga y feliz96 fabricaban una imagen de Júpi­
ter en una piedra clara y blanca. Representaba a un hombre sentado sobre

138
un águila o un dragón, con corona en la cabeza, en la hora de Júpiter, cuan­
do el mismo Júpiter asciende favorablemente en su exaltación, vestido con
ropaje amarillo-oro. Contra la timidez fabricaban imágenes en la hora de
Marte, cuando surgía la primera cara de Escorpión: Marte armado y coro­
nado. Para curar las enfermedades foijaban en oro la imagen del Sol en la
hora del Sol, cuando la primera cara del León es ascendente con el Sol: un
rey en el trono, vestido con ropaje de color amarillo-oro y un cuervo y la
forma del Sol. Para la alegría y el vigor del cuerpo construían la imagen de
Venus jovencita, con frutos y flores en la mano, vestida con ropas blancas
y de color amarillo-oro, en la hora de Venus, cuando la cara de la Balanza
o de los Peces o del Toro es ascendente con Venus. Para el ingenio y la me­
moria fabricaban la imagen de Mercurio en la primera cara de los Gemelos.
De parecida manera, contra las fiebres se esculpía la imagen de Mercurio:
un hombre que tiene flechas en la mano, en la hora de Mercurio, cuando
Mercurio surge. Esta imagen se esculpía en mármol, y de vez en cuando la
imprimían en las sustancias que debían consumir los enfermos. Y afirma­
ban que con esto se curaba todas clase de fiebres. Para favorecer el creci­
miento, la imagen de la Luna cuando la primera cara del Cangrejo es as­
cendente. La forma de Mercurio: un hombre sentado en un trono con el
petaso, con penacho, con pies de águila, alado, a veces sobre un pavo; tie­
ne en la mano izquierda un gallo o fuego y en la derecha una caña, con ves­
tido variopinto. La Luna: una bella joven que tiene la cabeza adornada con
cuernos, sobre un dragón o un toro, con serpientes sobre la cabeza y deba­
jo de los pies. Para curar los cálculos y los dolores de los genitales y con­
solidar la sangre se hace una imagen en la hora de Saturno, cuando surge la
tercera cara de Acuario con Saturno. Imprimían asimismo en oro un león,
que revolvía con las patas una piedra en forma solar, en la hora del Sol,
cuando surge el primer grado de la segunda cara del León. Entendían que
esta imagen servía de ayuda para alejar las enfermedades. Para las dolen­
cias renales hacían una imagen parecida, cuando estaba en la mitad del cie­
lo, en el Corazón del León. Esta imagen fue aprobada por Pietro de Abano97
y confirmada por la costumbre, pero con esta condición: que Júpiter o Ve­
nus miren a la mitad del cielo, mientras que los planetas nocivos caen y es­
tán en posición desfavorable. He sabido por Mengo, médico ilustre98, que
una imagen de este tipo, hecha cuando Júpiter estaba en conjunción con el
Sol, liberó a Giovanni Marliani, famoso matemático de nuestro tiempo99,
del temor que de ordinario le acometía cuanto retumbaban los truenos.
Confeccionaban también, para reforzar la salud y evitar los envene­
namientos, una imagen de plata en la hora de Venus, cuando la Luna ocu­
pa los ángulos y mira favorablemente a Venus, a condición de que el señor
de la sexta casa mire a Venus o a Júpiter en aspecto trigono o en oposición
y no esté Mercurio en posición desfavorable. Hacían esta imagen en la ho­

139
ra última del día del Sol, de modo que el señor de la hora ocupara la deci­
ma zona del cielo. Pietro de Abano100dice que un medico puede curar a un
enfermo por medio de una imagen siempre que al fabricarla procure que
los ángulos del ascendente, de la mitad del cielo y del descendente sean fa­
vorables y sean asimismo favorables el señor del ascendente y la segunda
zona, y sean, por el contrario, desfavorables la sexta zona y su señor. Dice
también que la salud será más firme y la vida más dilatada de lo que había
sido establecido al principio si, observada la posición de los astros en el
momento del nacimiento, se hace una imagen en la que se coloquen las si­
guientes cosas portadoras de fortuna: el significador de aquella vida, los
dadores de la vida, los signos, los señores, sobre todo el ascendente y su
señor, también la mitad del cielo, el lugar del Sol, la parte de la fortuna, el
señor de la conjunción o sigicia hecha antes del nacimiento. Debe elegir­
se, además, el momento en el que los planetas desfavorables y en posición
no propicia son descendentes. Pietro de Abano concluye declarando que
ningún astrólogo duda de que tales cosas ayudan a prolongar la vida.
Sería demasiado prolijo pretender señalar cuáles eran las caras en ca­
da signo y cuales las estaciones de la Luna que los antiguos consideraban
necesarias para imprimir las imágenes. Aprovechaban la estación de la Lu­
na a partir del grado decimoséptimo de la Virgen hasta el final para hacer
imágenes contra las enfermedades y las malquerencias y para un viaje fe­
liz. La estación desde el inicio de Capricornio hasta el grado duodécimo
contra las enfermedades y las discordias y contra los encarcelamientos. La
estación desde el grado duodécimo al vigésimo quinto de Capricornio con­
tra la debilidad y la cárcel. La estación del cuarto grado de ios Peces has­
ta el decimoséptimo del mismo signo para curar las enfermedades, conse­
guir ganancias, para las compañías convenientes y el aumento de las
cosechas. Y de igual manera preparaban ingeniosamente en las restantes
estaciones imágenes con afectación a menudo demasiado vana. De hecho,
sólo he tenido en cuenta y mencionado las imágenes que no se remontan a
la magia sino a la medicina. Sospecho incluso que hasta una medicina pre­
parada según estos procedimientos podría resultar absolutamente inútil.
Para la preparación de otros medicamentos, pero más legítimos,
creo que se deben elegir estas posiciones de la Luna y también, en el Car­
nero, el sexto grado y de nuevo el decimonono y el minuto vigésimo sex­
to; de igual modo, en los Gemelos, el grado décimo y cincuenta y un mi­
nutos; en el Cangrejo, el grado decimonono y veintiséis minutos; en la
Balanza, el sexto grado y treinta y cuatro minutos; en Capricornio, el
grado decimonono y veintiséis minutos; en Acuario el grado segundo y
diecisiete minutos; en el mismo, el grado decimoquinto y ocho minutos.
Es además preciso tener en cuenta la opinión de Haly101: cualquier signo,
mientras esté en él el Sol, está vivo, domina sobre los restantes y tiene

140
un efecto superior a ellos, de modo que has de dirigir hacia allí a la Lu­
na, para recibir como medicina el don específico de este lugar. Cuando
digo de este lugar me refiero al signo y a la cara y, sobre todo, al grado,
para que, si intentas obtener los bienes de Júpiter, vuelvas a la Luna en
dirección o en conjunción con estos signos, caras o grados, hasta que el
Sol ilumine un lugar en el que sea fuerte la cualidad jupiterial. Y lo mis­
mo para los restantes bienes celestes.
Sería en verdad curioso, y tal vez incluso nocivo, exponer qué imáge­
nes fabricaban y con qué procedimientos para conciliar o para separar los
ánimos entre sí, para llevar la felicidad o atraer la malaventura sobre una
persona, una casa o una ciudad. Yo, por mi parte, no afirmo que puedan ha­
cerse tales cosas. Los astrólogos aseguran que es perfectamente posible y
enseñan el modo, pero no me atrevo a consignarlo. En la biografía de su
maestro Plotino, informa Porfirio102que pueden intentarse cosas de esta ín­
dole. Cuenta, en efecto, que Olimpio, mago y astrólogo de los egipcios, in­
tentó hacerlas en Roma contra Plotino, procurando, por medio de imáge­
nes y artificios de este género, hacer caer sobre Plotino algún influjo astral
maléfico, pero que aquellas tentativas se volvieron contra su artífice a cau­
sa de la excelencia del alma de Plotino. También Alberto Magno103, que
además de teología enseñó astrologia, en su libro el Espejo, en el pasaje en
el que dice que debe distinguirse entre las cosas lícitas y las ilícitas, afir­
ma que las imágenes hechas por los astrólogos de acuerdo con las normas
adquieren el poder y la eficacia de la configuración del cielo. Y enumera a
continuación sus maravillosos efectos, de acuerdo con las promesas de
Thebit Benthorad104, de Ptolomeo y de otros astrólogos. Describe las imá­
genes para atraer la desgracia o la prosperidad sobre alguien que delibera­
damente omito. Confirma, al mismo tiempo, que estas imágenes pueden
producir algún efecto aunque, como hombre honesto, rechaza estos abusos
y, en cuanto teólogo respetuoso con la ortodoxia, condena las plegarias y
las fumigaciones a que algunos impíos recurrían para invocar a los demo­
nios a la hora de fabricar las imágenes. Pero no condena, con todo, las fi­
guras y las letras y los movimientos impresos en las imágenes con el ob­
jetivo preciso de recibir un don de una figura celeste. Pietro de Abano
confirmó, por su parte, que es posible conseguir tales cosas por medio de
Jas imágenes105. Más aún, llegó incluso a afirmar que no sé qué región fue
destruida por medio de una imagen que, según informa Thebit, fue fabri­
cada por el astrólogo Pedice.
Tomás de Aquino, nuestro guía en teología, es mucho más cauto en
lo referente a estas prácticas y atribuye menos poderes a las imágenes106.
Admite que por medio de las figuras puede conseguirse tanto poder del
cielo como es preciso para producir los efectos que el cielo suele obte­
ner por medio de las plantas y de otras causas naturales. Pero no porque

141
la figura que hay en la materia concuerde con el cielo, sino porque un
compuesto parecido [es decir, en concordancia con el cielo] está ya pues­
to en una determinada especie de objetos artificiales. Hace estas afirma­
ciones en el libro tercero Contra los gentiles, donde se burla de los ca­
racteres y las letras añadidos a las figuras, aunque no tanto de las figuras
mismas, salvo el caso de que hubieran sido añadidos como signos por los
propios demonios. Dice también, en el libro Sobre la suertel"7, que las
constelaciones dan el orden de ser y de perdurar no sólo a las realidades
materiales sino también a las artificiales y que por esta razón las imáge­
nes son fabricadas bajo unas concretas constelaciones. Pero rechaza que
por su medio pueda acontecemos algo admirable situado más allá de los
efectos normales de las realidades naturales y, si alguna vez esto ocurre,
lo atribuye a los demonios que seducen a los hombres. Afirma estas mis­
mas ideas con mucha claridad en el libro Contra los gentiles, pero sobre
todo en el opúsculo Sobre las operaciones ocultas de la naturaleza, don­
de, al parecer, apenas presta atención a las imágenes, cualquiera que sea
el método seguido para su fabricación. Por tanto, dado que él lo ha dis­
puesto así, también yo, por mi parte, opino que no se les debe conceder
ninguna importancia.
Por lo demás, tampoco a los platónicos les es ajena la idea de atribuir
a los engaños de los demonios algunos de los efectos admirables de las
imágenes. De hecho, también Jámblico,uí dice que quienes, dejando de la­
do la suma religión y la conducta piadosa, y confiando únicamente en las
imágenes, esperan recibir de ellas dones divinos, son con mucha frecuen­
cia engañados por los demonios, que se presentan bajo la apariencia de di­
vinidades benéficas. Pero no niega, con todo, que de las imágenes cons­
truidas según los rectos dictámenes de la astrologia puedan proceder
algunos bienes naturales.
Entiendo, en fin, que será más seguro confiar en las medicinas que no
en las imágenes y creo igualmente que las razones que hemos aducido acer­
ca del poder celeste de las imágenes pueden demostrar que la eficacia radi­
ca en las medicinas mismas, más que en las figuras. Es, en efecto, probable
que si las imágenes poseen alguna fuerza, no la han adquirido recientemen­
te y por medio de la figura, sino que la poseen en razón de la materia mis­
ma, que tiene esta disposición natural. Y si alguna imagen adquiere alguna
buena cualidad nueva mientras es esculpida, esto no se deriva de la figura
misma sino del calentamiento provocado por la incisión. Esta incisión y es­
te calentamiento, hechos bajo una armonía celeste parecida a aquella armo­
nía que en el pasado había infundido un cierto poder en la materia, suscitan
y refuerzan este mismo poder, como hace el viento con la llama, y ponen de
este modo al descubierto lo que hasta entonces permanecía oculto, de la mis­
ma manera que el poder del fuego permite ver las letras invisibles escritas

142
conjugo de cebolla. También las letras, totalmente invisibles, escritas en pie­
dra con grasa de cabra, si se sumerge la piedra en vinagre, se toman tan vi­
sibles como si estuvieran esculpidas. Y así como el contacto con la erica109
o con el madroño suscita la rabia adormecida, así tal vez también una cierta
incisión y el simple calentamiento, hechos de modo natural según las nor­
mas debidas y en el momento oportuno, hacen salir al exterior los poderes
latentes de la materia. Es útil aprovechar esta oportunidad celeste en la pre­
paración de las medicinas. O si por acaso alguien quisiera tratar los metales
y las piedras, es mejor limitarse a golpearlos y calentarlos que no laminarlos
en figuras. En efecto, aparte el hecho de que sospecho que las figuras son
inútiles, no debemos admitir temerariamente ni la más mínima sombra de
idolatría. Ni debemos tampoco, y de igual modo, recurrir temerariamente a
las estrellas, ni siquiera a las favorables y aportadoras de salud, para alejar
las enfermedades afines a ellas. La verdad es que a menudo las acrecientan,
del mismo modo que a veces las estrellas nocivas disminuyen las enferme­
dades no afines a ellas, como enseñan claramente Ptolomeo y Haly110.
Pero ¿cómo hemos pasado por alto precisamente la imagen universal,
es decir, la que propia del universo? Pues los astrólogos confían, al pare­
cer, en poder obtener beneficios del universo. Quien los siga, esculpirá, por
tanto, en la medida de lo posible, una como forma arquetípica de todo el
mundo, en cobre si así le place, que luego, en el momento oportuno, im­
primirá en una lámina de plata dorada. ¿Cuál es el momento oportuno pa­
ra esta impresión? Cuando el Sol toque el primer minuto del Camero. A
partir de este punto, en efecto, toman los astrólogos año tras año, como si
se tratara del retomo de su día natal, los auspicios para la suerte del mun­
do. Así pues, este seguidor de los astrólogos imprimirá la figura de todo el
mundo justo en el natalicio del mundo. ¿Acaso no adviertes con qué ex­
quisita elegancia se nos ha presentado, a lo largo de nuestra exposición, el
argumento del nacimiento del mundo en un determinado momento? Preci--
samente porque cada año renace. ¿No es acaso cierto que también en el na­
cimiento de un hombre miden los astrólogos en qué signo, en qué grado y
en qué minuto ha salido el Sol? Es aquí donde ponen el fundamento de to­
da la figura. Y luego, en cualquiera de los años sucesivos, apenas llega el
Sol a encontrarse en aquel mismo minuto, afirman que esa persona por así
decirlo renace, y extraen de aquí presagios para la suerte del año. Así pues,
del mismo modo que no tendría sentido recurrir a estas prácticas en los
hombres si, por así decirlo, no renacen -y no podrían renacer si no hubie­
ran nacido una vez primera- así se puede suponer que también el mundo
ha nacido una vez, cuando el Sol se encontraba en el primer minuto del
Camero, dado que año tras año, a través del mismo lugar, gira la fortuna
del mundo, como que renace. Éste es, pues, el momento en que aquél fa­
bricará la figura del mundo.

143
Se guardará, por tanto, de esculpir e imprimir la figura en sábado, que
es el día de Saturno. Se nos dice, en efecto, que este día Dios, artífice del
mundo, descansó del trabajo que había iniciado en un ideal día del Sol.
Cuanto, pues, está el Sol adaptado para la generación, está inadaptado Sa­
turno. Había completado su obra el viernes, día de Venus, que simboliza la
belleza absoluta de la obra misma. No quiero añadir nada más acerca del
tema de los modos de la creación del mundo, pues ya ha descrito magnífi­
camente los misterios de Moisés nuestro Pico della Mirandola1", a propó­
sito de Ia genesis divina dei mundo en aquellos días. Por tanto, para vol­
ver a nuestro propósito, este artífice tampoco esculpirá su mundo en el día
y la hora de Saturno, sino más bien en el día y la hora del Sol. La impri­
mirá luego en el día natalicio del año, sobre todo si en aquel momento es­
tán presentes y son propicios Júpiter y Diana"2.
Será también óptimo, a su entender, añadir a la imagen, aparte las lí­
neas, algunos colores. Hay en el mundo tres colores universales y al mis­
mo tiempo singulares: el verde, el oro y el azul zafiro, consagrados a las
tres Gracias del cielo. El verde es el color de Venus y a la vez de la Luna:
húmedo para las complexiones húmedas, cercano a las cosas que nacen,
adecuado para las madres. Que el oro sea el color del Sol es cosa que na­
die pone en duda, aunque por lo demás tampoco es ajeno a Júpiter y a Ve­
nus. El azul zafiro, en fin, se lo dedicamos sobre todo a Júpiter, a quien se
dice que le está consagrado el zafiro. Por esta razón eligen los médicos el
lapislázuli, que es de este color y que, por su virtud jupiterial. resulta efi­
caz contra la bilis negra que se deriva de Saturno; nace con el oro, está jas­
peado con signos de oro y es compañero del oro, del mismo modo que Jú­
piter lo es del Sol. Un poder parecido posee la piedra de Armenia, que tiene
un color en cierto modo similar, junto también con el verde. Así pues, pa­
ra recibir los dones de las Gracias celestes es útil, según el parecer de los
astrólogos, mirar con mucha frecuencia estos tres colores en particular, e
insertar en el modelo del mundo que estás fabricando el color azul zafiro
de las esferas del universo.
Pensarán que merece la pena, en la tarea de imitar lo mejor posible al
cielo, añadir a las esferas estrellas de oro y revestir con ropaje verde tam­
bién a Vesta, o Ceres, es decir, la Tierra. El seguidor de los astrólogos o
bien llevará consigo un modelo de esta índole o bien lo mirará, poniéndo­
lo delante de sí. Será también útil contemplar una esfera dotado de sus mis­
mos movimientos, como aquella construida por Arquímedes y hace poco
también por un conciudadano nuestro de Florencia, llamado Lorenzo"3. Y
no solo mirarla, sino meditarla en el alma. Construirá, por tanto, en la par­
te más privada de su casa, una cámara abovedada, pintada con las figuras
y los colores que hemos dicho, permanecerá en ella mucho tiempo cuando
esté despierto y pondrá allí su dormitorio. Y, cuando salga de casa, con­

144
templará el espectáculo de las realidades concretas con menor atención
que la que pondrá en observar la figura y los colores del universo. Pero que
estudien estas cosas quienes modelan las imágenes. Tú. por tu parte, mo­
delarás dentro de ti una imagen más excelente. Una vez que hayas com­
prendido que no hay nada más ordenado que el cielo ni cabe imaginar na­
da más equilibrado (temperatius) que Júpiter, confiarás en alcanzar los
beneficios del cielo o de Júpiter si tú mismo te haces ordenadísimo y equi­
libradísimo (temperatissimus) en los pensamientos, los afectos, las accio­
nes y el estilo de vida.
Pero ya que hemos pasado a hablar de la armonía (temperantia) ce­
leste, tal vez sea oportuno recordar que en el cielo, dicho en lenguaje pe­
ripatético, no se da ningún exceso de cualidades elementales; de lo con­
trario, esto es. si estuviera compuesto de esta manera, habría ya
desaparecido al cabo de tantos siglos. Y si, en la hipótesis opuesta, fue­
ra simple, con una grandeza, una potencia y un movimiento tan grandes,
habría perdido las otras cualidades. Pero es indudable que, en cuanto que
es muy moderado, modera todas las cosas y mezcla, hasta formar una
unidad, realidades dispares. Además, ya sea a causa de su equilibrio
(temperantia) o debido a la excelencia de la forma, ha merecido que Dios
le dé vida. Vemos, en efecto, que también viven las cosas compuestas
cuando, como en las plantas, parece que una mezcla perfecta de las cua­
lidades consigue superar el contraste que había al principio. La vida de
los animales es más perfecta que la de las plantas, porque en ellos se da
una complexión más alejada de la lucha entre los contrarios. Y por esta
misma razón, es aún más perfecta, y en cierto modo casi celeste, en los
seres humanos. Precisamente porque la complexión humana se acerca ya
al equilibrio (temperantia) celeste, sobre todo en el espíritu, que, además
de la sutileza de su sustancia y del equilibrio (temperantia) de sus cuali­
dades, por las que concuerda con el cielo, ha recibido también la luz ce­
leste. Y cuando el espíritu consigue esta calidad en un grado máximo, ha
alcanzado ya a la vez el sumo grado celeste y ha obtenido de Dios la vi­
da celestial con mucha mayor plenitud que ningún otro ser. Y mientras
alcance y mantenga esta conducta y norma de vida, conseguirá conquis­
tar asimismo dones de los celestes.
De hecho, cuando decimos que en el cielo no hay exceso de las cua­
lidades elementales, entendemos o bien que no hay allí ninguna cualidad
de este género, pero existen, equilibradas (temperatae), las virtudes que
producen estas cualidades o bien que hay allí cualidades hasta cierto pun­
to parecidas, pero de una naturaleza cuasi aérea. Y cuando calificamos a
algunas de las cosas de allí de frías y secas, entendemos estas cualidades
en sentido platónico, esto es, que se llama frío a lo que es causa de poquí­
simo calor y se denomina seco lo que produce en nosotros humor escasí­

145
simo. Por eso el astrólogo Abraham114 afirma que Saturno deja nuestro
cuerpo en cierto modo frío y seco, porque le aporta poco calor y poco hu­
mor. Por la misma razón, la carne de buey y de liebre, en sí misma cálida
y húmeda, es para nosotros fría y seca. De este razonamiento extrae dos
corolarios: el primero, que si los cuerpos más equilibrados (temperati) vi­
ven más, el cielo, que es equilibrado (temperatum) en grado sumo, vive el
máximo posible; y también, recíprocamente, que del hecho de que el cie­
lo, que es equilibrado (temperatum) de la manera más perfecta que cabe
imaginar, posee en sí una vida del todo incondicionada, puede concluirse
que los restantes seres alcanzan una vida más elevada en la exacta medida
en que se aproximan al equilibrio (temperies) y a la vida celestes. El se­
gundo corolario reza que la vida es una forma perfecta en sí, que perfec­
ciona al cuerpo y proporciona el principio del movimiento -quiero decir el
principio íntimo del movimiento, que se desarrolla tanto interna como
externamente por doquier. Si, pues, la vida es justamente esto, ten por in­
sensato a quien no haya comprendido que donde se encuentra una forma
de tal índole es en el cielo, cuerpo excelentísimo que se mueve siempre
perfectamente con un movimiento circular, que vivifica todas las cosas,
pero más, y gradualmente, aquellas que o han llegado de manera natural a
una mayor semejanza con él o se exponen día tras día a sus influencias.
Sabemos con certeza, por propia experiencia, que cuando alguien uti­
liza de manera correcta el eléboro y lo soporta bien, cambia en cierta me­
dida, a consecuencia de la especial purificación y de sus propiedades
ocultas, la calidad del espíritu y la naturaleza del cuerpo y también, en
parte, los movimientos del alma y como que rejuvenece, hasta el punto de
que parece haber renacido. Por eso cuentan que Medea y los magos so­
lían restituir, con ciertas hierbas, aquella juventud que los mirobálanos no
restituyen, pero sí conservan. Lo astrólogos entienden que las imágenes
propicias tienen un poder análogo, en virtud del cual cambian en cierto
modo la naturaleza y las costumbres de quien las lleva, guiándolo hacia
una condición mejor, y ello de tal modo que pasa casi a convertirse en otra
persona, o conserva cuando menos, durante mucho tiempo, una excelen­
te salud. Opinan también que las imágenes nocivas poseen, contra quie­
nes las llevan, el poder del eléboro cuando se le consume sin tener en
cuenta el arte de la medicina y la capacidad individual para soportarlo, es
decir, que tienen un efecto nocivo y venenoso. Si, además, han sido fa­
bricadas y dirigidas expresamente para causar daño a un tercero, las imá­
genes tienen un poder semejante al de un espejo de bronce cóncavo que,
al reunir y dirigir en direcciones opuestas los rayos, hace que éstos de cer­
ca quemen y de lejos ofusquen la visión. Aquí han tenido su origen y na­
cimiento aquella historia y aquella creencia según las cuales con los arti­
ficios de la astrologia y los envenenamientos de los hechiceros, hombres,

146
animales y plantas puede ser alcanzados y llegar a consumirse por el in­
flujo nefasto de los astros. La verdad es que, por lo que a mí respecta, no
acabo de entender bien cómo puedan tener las imágenes algún poder
sobre una cosa tan distante. Sí barrunto, en cambio, que lo puedan tener
sobre el que las lleva. Pero no tal como se lo imagina la mayoría -y esta
mayoría más en razón de la materia que de la figura- y, como ya he di­
cho, prefiero con mucho las medicinas a las imágenes.
Por otra parte, los árabes y los egipcios atribuyen tal poder a las esta­
tuas y a las imágenes construidas según las artes astronómicas y mágicas
que casi se llegaría a pensar que están encerrados en ellas los espíritus de
las estrellas. Por espíritus de las estrellas entienden algunos las fuerzas ma­
ravillosas de los cuerpos celestes, mientras que según otros se trata de los
demonios que acompañan a esta o aquella estrella. Pero fuera cual fuere el
género de los espíritus de las estrellas, opinan que se introducen en las es­
tatuas y en las imágenes no de modo diferente a como los demonios sue­
len ocupar a veces los cuerpos de los hombres y hablar, moverse, mover y
llevar a cabo por su medio cosas sorprendentes. Entienden que los espíri­
tus de las estrellas hacen cosas parecidas por medio de las imágenes.
Creen que los demonios que habitan en el fuego cósmico penetran en nues­
tros cuerpos a través de los humores ígneos o ardientes y, de manera simi­
lar, por medio de los espíritus asimismo ígneos y de las pasiones ardientes.
También, y de este mismo modo, es posible conseguir que los espíritus de
las estrellas, oportunamente captados por medio de rayos, de fumigacio­
nes, de luces y de sonidos violentos, entren en las materias adecuadas de
las imágenes y produzcan efectos asombrosos en quien las lleva consigo o
está cerca de ellas. Nosotros creemos que tales fenómenos pueden aconte­
cer por obra de los demonios, pero no ya porque estén encerrados en una
determinada materia, sino porque les complace ser venerados. Pero ya he
tratado estas cuestiones con mayor diligencia en otro lugar.
Enseñan los árabes que cuando fabricamos como es debido estas imá­
genes, si mantenemos nuestra imaginación y nuestros afectos sumamente
concentrados en esta operación y en la estrella, nuestro espíritu se une al1
espíritu mismo del mundo y a los rayos de las estrellas por medio de los
cuales actúa el espíritu del mundo. Y añaden que está hasta tal punto uni­
do también en la causa que, partiendo del espíritu del mundo, se infunde
en la imaginación, por medio de los rayos, el espíritu de cualquier estrella,
es decir, un cierto poder vivificante muy conforme con el espíritu de la per­
sona que en aquel momento está fabricando la imagen. Enseñan asimismo
que a una obra de esta índole le sirven de ayuda las fumigaciones adecua­
das dirigidas a las estrellas en la medida en que tales fumigaciones influ­
yen en el aire, en los rayos, en el espíritu del artífice y en la materia de las
imágenes. Entiendo, por mi parte, que los perfumes, en cuanto que son

147
bastante parecidos por su propia naturaleza al espíritu y al aire y que, cuan­
do se queman, adquieren una forma parecida a la de los rayos de las estre­
llas, si son solares o jupiteriales influyen con eficacia en el aire y en el es­
píritu para acoger oportunamente, bajo los rayos, las cualidades del Sol o
de Júpiter, dominantes en aquel momento. Y el espíritu, así influenciado,
así lleno de dones, no sólo puede actuar con mayor intensidad y eficacia
sobre el propio cuerpo sino transmitir además una cualidad similar tam­
bién a un cuerpo vecino, sobre todo si es conforme por naturaleza y más
débil. Yo entiendo, por el contrario, que la materia de la imagen, más bien
dura, no puede recibir prácticamente casi nada de los olores o de la imagi­
nación de quien la fabrica. No obstante, el espíritu acusa tan profunda­
mente la influencia de los aromas que de dos cosas se deriva una sola. Es­
to resulta evidente por el hecho de que un aroma, cuando ha actuado
bastante, ya no influye en el olfato. El olfato, en efecto, como cualquier
otra cosa, no recibe impresiones de sí mismo o de algo que le es muy pa­
recido. Pero volveremos sobre estas cuestiones en otro lugar.
Me atengo, pues, al parecer de que la concentración de la imagina­
ción tiene importancia y es eficaz, pero no cuando se fabrican las imá­
genes o se preparan las medicinas sino cuando se aplican y consumen, de
modo que si alguien que lleva una imagen hecha de acuerdo con las nor­
mas o, con toda seguridad (según dicen), si cuando usa una medicina de­
sea ardientemente recibir ayuda de ella y cree sin la menor vacilación y
espera con firmeza recibirla, de esta disposición se derivará ciertamente
el mayor acrecentamiento posible de la ayuda misma. Pues en efecto,
cuando ya sea el poder de una imagen, si alguno tiene, o ya sea al menos
la virtud natural de la materia elegida para fabricarla, penetra en la car­
ne de quien la lleva y la calienta, o, con certeza, el vigor de la medicina
consumida penetra internamente en las venas y en la médula, aportando
consigo las propiedades jupiteriales, entonces el espíritu del hombre se
traslada a este espíritu jupiterial mediante el afecto, es decir, mediante el
amor, pues éste es justamente el poder del amor, el de transportar.
La confianza y la esperanza refuerzan sin duda íntimamente y conso­
lidan en el espíritu jupiterial el espíritu del individuo así ya estimulado.
Pues si, como enseñan Hipócrates115y Galeno116, el amor y la confianza del
enfermo hacia el médico, que es respecto del cielo inferior y respecto del
enfermo exterior, ayudan mucho a la salud (más aún, Avicena117afirma in­
cluso que esta confianza es más eficaz que la medicina misma), ¿cuánto
más no ha de creerse que favorecen la ayuda divina, el afecto y la con­
fianza frente a la influencia celeste, que está ya puesta en nosotros, que ac­
túa dentro de nosotros, que penetra en las visceras? De hecho, ya el amor
mismo y la confianza hacia el don celeste son con frecuencia la causa de
una ayuda celeste, y a la inversa, el amor y la confianza proceden acaso a

148
veces de allí, porque es en esto precisamente en lo nos favorece ya la ele-*
mencia del cielo.
Pensamos además que algunas palabras, pronunciadas con intensidad
y henchidas de sentimiento, tienen ya en sí gran poder para encauzar las
imágenes con mayor precisión hacia su efecto, que es justo aquel hacia el
que se dirigen los sentimientos y las palabras. Y así, para unir a dos per­
sonas con un amor ardentísimo, fabrican una imagen cuando la Luna se
une con Venus en los Peces o en el Toro, tras haber observado en el ínte­
rin, con respecto a las estrellas y a las palabras, muchas cosas que no vie­
ne al caso referir, porque nosotros no enseñamos filtros sino medicinas.
Pero es más probable que se pueda conseguir un efecto de esta índole o
bien por medio de los demonios venéreos que gozan con estas obras y pa­
labras o bien, simplemente, por medio de los demonios seductores. Cuem
tan, por ejemplo, que Apolonio de Tiana sorprendió y desenmascaró a me­
nudo a las lamias118, es a saber, a ciertos demonios lascivos y venéreos que
tiene el aspecto de hermosas jovencitas que seducen con halagos y enre­
dos a hombres bellos y como una serpiente chupa con la boca al elefante,
así estos demonios con la boca de la vulva los succionan hasta la extenua­
ción total. Pero que sea Apolonio quien responda de estas cosas.
Que determinadas palabras posean un poder grande y muy preciso
lo afirman Orígenes119 en el Contra Celso y también Sinesio120 y al-Kin-
di121 cuando discurren acerca de la magia. Lo mismo, Zoroastro, que
prohibió cambiar las palabras bárbaras. Y, otro tanto, Jámblico122. De
igual modo los pitagóricos, siguiendo la costumbre de Febo y de Orfeo,
solían llevar a cabo ciertas cosas maravillosas con sus palabras, con los
cantos y los sonidos123. Asimismo los antiguos doctores hebreos dedica­
ron una particular atención a estas cosas y todos los poetas cantan que
con los versos se consiguen admirables efectos. Incluso un hombre tan
severo como Catón, en su obra Sobre la agricultura recurre a veces a en­
cantamientos bárbaros para curar las enfermedades de los animales124.
Pero mejor será dejar de lado los encantamientos. Ya aquel canto con el
que el joven David curó la locura de Saúll2S, si no fuera porque el texto
sacro prescribe atribuir este efecto a la divinidad, podría tal vez alguno
atribuirlo a la naturaleza.
Así como hay siete planetas, así son también siete los grados a través
de los cuales se ejerce la atracción de las cosas superiores sobre las infe­
riores. Aquí, las voces y los sonidos ocupan el grado intermedio y están
consagrados a Apolo. El grado más bajo lo ocupan las materias más duras,
las piedras y los metales, y parecen referirse a la Luna. En el segundo gra­
do en línea ascendente se encuentran los compuestos de hierbas, de los fru­
tos de los árboles, de las gomas y de miembros de animales, y responden
a Mercurio si seguimos en el cielo el orden de los caldeos. En el tercer gra­

149
do encontramos los polvos más sutiles y sus vapores escogidos entre los
materiales que ya hemos mencionado antes, o simplemente los aromas de
las hierbas, de las flores y de los ungüentos que pertenecen a Venus. El
cuarto grado está ocupado por las palabras, los cantos, los sonidos, cosas
todas ellas dedicados justamente a Apolo, que aventaja a los demás como
protector de la música. El quinto grado es el lugar de los firmes conceptos
de la imaginación, de las formas, los movimientos, los afectos relaciona­
dos con el poder de Marte. En el sexto escalón se encuentran los discursos
de la razón humana y las deliberaciones ponderadas, que pertenecen a Jú­
piter. El grado séptimo está constituido por las inteligencias más secretas
y simples, ya casi separadas del movimiento, vinculadas a las cosas divi­
nas, destinadas a Saturno, a quien justamente los hebreos llaman Sabath,
que es el nombre de la «quietud».
¿Para qué todas estas cosas? Para que comprendas de qué modo de
una determinada composición de hierbas y vapores, preparada siguiendo
las normas de un arte, ya sea el de la medicina o el astronómico, se deriva
una cierta forma común, a modo de armonía dotada de los dones de las es­
trellas. Y así, de los tonos, elegidos ante todo y sobre todo según la norma
que regula las estrellas, compuestos, por tanto, entre sí, para ponerlos en
acorde con la armonía de aquéllas, se deriva una forma casi común en la
que surge una cierta virtud celeste. Es tarea dificilísima juzgar qué tonos
en concreto concuerdan con las diferentes estrellas y qué composiciones
de tonos se corresponden de manera específica con las diversas constela­
ciones y los varios aspectos. Pero en parte con nuestra diligencia y en par­
te merced a una cierta suerte divina podemos alcanzar los mismos resulta­
dos a que llegó Andrómaco126, que tras haberse dedicado durante muy
largo tiempo a la composición de la triaca, al fin, como premio a sus de­
nodados esfuerzos, consiguió, con suerte divina, descubrir sus poderes.
Que aconteció así por voluntad divina lo confirman Galeno y Avicena127.
Más aún: Jámblico y Apolonio de Tíana128testifican el hecho de que todas
las medicinas han tenido su origen en vaticinios. Y por esta razón, ponen
a la cabeza de la medicina a Febo, poeta y cantor.
Para alcanzar el éxito en esta empresa, expondremos tres reglas prin­
cipales, no sin antes exhortarte a creer que en este momento no estamos
hablando de adorar a las estrellas, sino de imitarlas y, a través de la imita­
ción, de intentar captarlas. Debes también creer que se trata de dones que
las estrellas concederán no por su elección, sino en virtud más bien de una
influencia natural. Para recibir esta influencia múltiple y oculta, procura­
remos predisponemos y adaptamos con la máxima diligencia, del mismo
modo con que todos los días nos preparamos para recibir, para nuestra sa­
lud, la luz visible del Sol y su calor. Adaptarse a los dones ocultos y ma­
ravilloso de este astro es tarea exclusivamente reservada a los sabios. Pe­

150

?
ro pasemos ya a las reglas que podrán establecer la armonía entre el canto
a las estrellas. La primera es averiguar qué fuerzas tiene en sí y qué efec-i
tos provienen de cualquier estrella, constelación o aspecto -qué cosas qui­
tan y cuáles aportan- insertarlas en los signos de nuestras palabras, alejar
aquellas estrellas que quitan y aceptar las que aportan. La segunda es con-?
siderar qué estrella en particular domina en un lugar y un hombre concre­
tos, observar qué tonos y cantos se usan por lo común en aquella región y
por aquella persona, para emplear tú también algunos parecidos, junto con
los signos que acabamos de mencionar y con las palabras que intentas di­
rigir a la dicha estrella. La tercera es prestar atención a las posiciones y a
los aspectos cotidianos de las estrellas e intentar descubrir a qué discursos,
cantos, movimientos, bailes, costumbres y acciones en concreto es induci­
da, de ordinario, la mayoría de las personas que viven bajo esas circuns­
tancias estelares, de suerte que tú, según la medida de tus fuerzas, puedas
imitar todo esto a través de cantos que sean placenteros a un cielo que tie­
ne una disposición parecida y que estén, a su vez, capacitados para recibir
un influjo de este mismo género.
Recuerda que el canto es el más poderoso imitador de todas las cosasi
Imita, en efecto, las intenciones y las pasiones del espíritu y de las pala­
bras, reproduce los gestos, los movimientos, las acciones y los hábitos de
los humanos, imita y ejecuta todas las cosas con tal fuerza que induce de
inmediato, ya sea al que canta o a los que escuchan, a imitar y poner en
práctica estas mismas cosas. Y por este mismo poder, cuando imita las
realidades celestes, lleva, por un lado, de maravillosa manera, a nuestro es­
píritu hacia la influencia celeste y, por otro lado, la influencia celeste ha­
cia nuestro espíritu. Ya, de hecho, la materia misma del canto es más pura
y mucho más parecida al cielo que la materia de una medicina. Es, en efec­
to, aérea, cálida o tibia, espira y en cierto modo vive, está compuesta en
sus partes y miembros como un animal y no sólo tiene en sí el movimien­
to y manifiesta el afecto sino que trae además consigo un significado, po­
co menos que como el de una mente, hasta tal punto que podría en cierto
modo ser definida como animal aéreo. El canto, pues, lleno de espíritu y
de sentido, si por acaso o de acuerdo con sus significados, o según sus ar­
ticulaciones y la forma que resulta de éstas, o también según el afecto de
la imaginación, se corresponde con esta o con aquella estrella, obtiene un
poder en nada inferior al de cualquier otra composición y lo transfiere al
cantante, y de éste a quien lo escucha de cerca, mientras el canto conserve
su vigor y el espíritu del que canta, sobre todo si el cantor es de naturale­
za febea y posee intensamente el espíritu vital del corazón y, además de és­
te, tiene también el animal.
Del mismo modo que la virtud y el espíritu natural, allí donde poseen
una potencia especial, convierten al punto en blandos y líquidos los ali-

151
mentos más duros y en dulces los amargos y, al producir el espíritu semi­
nal, generan descendencia también fuera de ellos, así la virtud vital y ani­
mal, allí donde es más eficaz, al recoger por un lado y agitar con mucha
intensidad a su espíritu, actúa poderosamente, por medio del canto, en su
propio cuerpo y, por otro lado, al efundirse129, mueve inmediatamente des­
pués al cuerpo vecino e influye de este modo tanto en su cuerpo como en
el otro con una cierta propiedad sideral que ha asumido bien de su propia
forma o bien de la oportuna elección del tiempo. Por esta razón se cuenta
que muchos habitantes de las regiones orientales y meridionales, sobre to­
do de la India, poseen un maravillosa poder en las palabras, porque son en
gran parte solares. Y tienen una fuerza no digo natural, sino vital y animal,
mayor que la de todos los demás. Y de esta misma manera son todos los
que se encuentran en las otras regiones, en especial los febeos.
El canto, en fin, entendido con esta potencialidad, oportunidad, inten­
cionalidad, no es casi otra cosa sino otro espíritu concebido poco ha en ti
junto al tuyo y convertido en solar, ora sobre ti ora sobre quien está a tu la­
do, en virtud del poder solar. Si el vapor y el espíritu emitidos por medio de
los rayos de los ojos o de otro modo puede a veces encantar, contaminar e
influenciar de diversas maneras a la persona que se halla cerca, en ésta es
mucho más eficaz el espíritu que fluye con abundancia de la imaginación a
la vez que del corazón, es más ardiente y tiene más vigor en sus movi­
mientos. No es, pues, nada sorprendente que se puedan a veces alejar o
acercar algunas dolencias del alma y también del cuerpo, sobre todo porque
un espíritu musical de esta índole toca de cerca y actúa sobre el espíritu in­
termedio entre el cuerpo y el alma y transmite a entrambos su influencia sin
necesidad de intermediarios. Admitirás, sin duda, que se advierte la presen­
cia de una fuerza admirable en un espíritu que canta y está excitado, y con­
cederás a los pitagóricos y a los platónicos que el cielo es un espíritu que
dispone todas las cosas con sus movimientos y sus tonos.
Recuerda que toda la música procede de Apolo y que Júpiter es músi­
co en la medida en que concuerda con Apolo. Y también que Venus y Mer­
curio llevan la música consigo a causa de su vecindad con Apolo [es decir,
el Sol], Recuerda asimismo que los cantos sólo pertenecen a estos cuatro
planetas, pues los otros tres poseen, sí, voces, pero no cantos. Atribuimos
a Saturno una voz lenta y grave, ronca y quejosa; a Marte una voz de ca­
racterísticas opuestas: veloz, aguda, áspera y amenazadora; y con cualida­
des intermedias a la Luna. A Júpiter cantos graves, severos, dulces y per­
manentemente alegres. A Venus, por el contrario, le atribuimos cantos
voluptuosos, llenos de lascivia y morbidez. Atribuimos al Sol y a Mercu­
rio cantos con cualidades intermedias. Si los cantos están llenos de gracia
y suavidad y al mismo tiempo de majestad y son sencillos y severos, los
consideramos apolíneos. Si son al mismo tiempo festivos y en cierto mo­

152
do más dulces y menos impetuosos, pero siempre animosos y variados, son
de Mercurio. Tú, pues, te concillarás con cada uno de estos cuatro plane­
tas recurriendo a los cantos que les son propios, sobre todo si a los cantos
añades sonidos adecuados, de suerte que cuando los invoques, con cantos
y sones acordes con su costumbre, en el modo y el tiempo oportunos, es­
tarán, al parecer, dispuestos a responder al instante o como un eco, como
la cuerda de una cítara, que vibra cuantas veces vibra otra en una cítara
tensada de la misma manera. Y como quieren Plotino y Jámblico130, esto te
vendrá naturalmente del cielo, del mismo modo que una resonancia o una
vibración provienen de una cítara o, de una pared opuesta, un eco. Todas
las veces que, a consecuencia del uso frecuente de una armonía jupiterial
o mercurial o venusiana, producida naturalmente cuando reinan estos pla­
netas, tu espíritu, cantando con gran concentración, se configura de acuer­
do con la armonía y se convierte en jupiterial o mercurial o venusiano, se
convierte también en febeo, precisamente porque el poder de Febo, guía de
la música, está presente en toda armonía. Y viceversa, cuando gracias a un
canto y a un sonido febeo tú te haces febeo, puedes reclamar para ti el po­
der de Júpiter, de Venus y de Mercurio. Y, una vez más. cuando un espíri­
tu adquiere esta actitud interior, también la adquieren, de modo análogo, tu
alma y tu cuerpo.
Recuerda, en fin, que una plegaria compuesta de un modo adecuado
y oportuno, henchida de afecto y de sensibilidad e intensa, tiene una fuer­
za no inferior a la de los cantos. No sirve aquí de ayuda traer a la memo­
ria el gran poder que tienen, según el relato de Dami y de Filóstrato, algu­
nos sacerdotes de la India en sus plegarias, ni con qué palabras ha
invocado Apolonio a los manes de Aquiles131. Aquí no hablamos, en efec­
to, de númenes que haya que adorar sino de una cierta potencia natural del
discurso, del canto y de las palabras. Es evidente que en ciertos sonidos se
halla presente una fuerza febea y médica, como se desprende del hecho de
que los que en la Puglia son tocados por una tarántula quedan aturdidos y
yacen medio muertos y así permanecen hasta que no oyen aquel determi­
nado sonido suyo. Pues entonces los desventurados bailan siguiendo aquel
sonido, sudan y a continuación comienzan a recuperarse. Y si diez años
después vuelven a oír un sonido parecido, al punto se sienten impulsados
a bailar. Por una serie de indicios me inclino a pensar que se trata de un so­
nido febeo y jupiterial.
Puesto que el cielo está compuesto según un orden armonioso, se
mueve de armoniosa manera y lleva a cabo todas las obras con movimien­
tos suaves y armónicos, justamente por eso, no sólo los seres humanos si­
no todas las realidades inferiores están preparadas para recibir a través de
la armonía influencias celestes. En el capítulo anterior hemos distribuido
la armonía capaz de recibir los influjos superiores en siete grados de

153
realidad: en las imágenes (según creen) fabricadas de modo armonioso, en
las medicinas equilibradas según una consonancia que les es propia, en los
aromas y los vapores preparados con una cierta composición igualmente
equilibrada, en los cantos y los sonidos musicales a cuyo orden y a cuya
fuerza queremos que sean referidos los gestos corporales, las danzas y los
tripudios132, en los conceptos y en los movimientos regulares de la imagi­
nación, en los discursos adecuados de la razón, en las tranquilas contem­
placiones de la mente. Del mismo modo que exponemos diaria y conve­
nientemente a la luz y al calor del Sol nuestro cuerpo mediante su armonía,
es decir, mediante el lugar, la actitud y el aspecto, así exponemos también
al espíritu para recibir las fuerzas ocultas de las estrellas por medio de una
cierta armonía similar, adquirida (a su parecer) con la imaginación y, con
certeza, con las medicinas y con las fragancias armónicamente compues­
tas. Y, en fin, por medio del espíritu así preparado para las influencias su­
periores, como hemos dicho repetidas veces, exponemos a estas mismas
influencias al alma y al cuerpo-alma, como digo, ya que con el afecto se
vuelve tanto al espíritu como al cuerpo.
Nosotros situamos en el alma la imaginación, la razón y la mente133.
Está fuera de duda que nuestra imaginación puede, ya sea por la cualidad
y el movimiento del espíritu o en virtud de una elección nuestra, o también
por estos dos factores, disponerse, componerse, conformarse a Marte y al
Sol de tal modo que sea al instante capaz de recibir los influjos de Febo y
Marte. De manera parecida, la razón, ya sea por medio de la imaginación
y del espíritu juntos, o por nuestra deliberación, o por entrambos, puede,
imitándolo en cierto modo, situarse en armoniosa relación con Júpiter pa­
ra asumir, gracias a su dignidad y su cercanía, al propio Júpiter y sus do­
nes mucho mejor que la imaginación y el espíritu, del mismo modo que es­
tos últimos, por idéntica razón, reciben los influjos celestes mucho mejor
que los objetos y cualquier tipo de materias inferiores. Y, en fin, la mente
contemplativa, en la medida en que se separa no sólo de las cosas que sen­
timos. sino también de aquellas otras que, de ordinario, y a tenor de los há­
bitos humanos, imaginamos y razonamos, y se retira con el afecto, la con­
centración y la vida a las cosas separadas, se expone en cierto modo a
Saturno. Sólo a esto es Saturno propicio. Así como el Sol es enemigo de
los animales nocturnos y amigo de los diurnos, así Saturno es adverso a los
hombres que llevan un género de vida abiertamente vulgar y que, aunque
evitan el contacto con el vulgo, siguen alimentando sentimientos vulgares.
Saturno entregó a Júpiter la vida social y reivindicó para sí una vida apar­
te y divina. Es, pues, amigo de las mentes de los hombres que, en la me­
dida de sus posibilidades, están ya en verdad separados en cuanto que se
encuentran de alguna manera unidos a él. En realidad, también Saturno de­
sempeña (para emplear un lenguaje platónico) las funciones de Júpiter en

154
relación con los espíritus que habitan en las regiones más altas del aire, del
mismo modo que Júpiter las desempeña, como padre diligente, en relación
con los hombres que llevan un activa vida social. De nadie es tan enemi­
go Saturno como de las personas que fingen una vida contemplativa, pero
no la viven de verdad. A estos tales, ni Saturno los reconoce como suyos,
ni Júpiter, que templa a Saturno, les ayuda, en cuanto que rehúsan las le­
yes comunes, las costumbres y las relaciones humanas. Estas últimas co­
sas Júpiter, vinculado (según dicen) a Saturno, las quiere para sí, mientras
que Saturno se reserva las cosas separadas.
Por eso, aquellos pueblos lunares descritos por Sócrates en Fedón,
que habitan en la región más elevada de la Tierra134, por encima de las nu­
bes, que llevan una vida sobria, se contentan con los frutos de la tierra y se
dedican al estudio de la sabiduría más recóndita y de la religión, saborean
la felicidad de Saturno y tienen una existencia tan dichosa y tan longeva
que más que hombres mortales se Ies considera demonios inmortales, y
muchos los llaman héroes y estirpe áurea que disfruta de una especie de
edad y de reino de Saturno.
Tal vez a esto, a mi entender, han querido referirse los astrólogos ára­
bes cuando dicen que más allá de la línea equinoccial, hacia el Mediodía,
habitan ciertos demonios de naturaleza extremadamente sutil, que no pa­
recen ni nacer ni morir, y que en esta región dominan Saturno y la Cola del
Dragón. Así parece confirmarlo135, sin lugar a dudas, Albumasar en el li­
bro Sadar, donde dice que algunas regiones de la India están sometidas a
Saturno y que hay allí hombres muy longevos que mueren tras haber al­
canzado una vejez extrema. Y aduce como razón la circunstancia de que
Saturno no daña a los de su casa, sino a los extraños.
Tú, por tu parte, no pases por alto e) poder de Saturno. Es de hecho (a
tenor de lo que afirman los árabes) el más poderoso de todos lo planetas.
Los planetas sufren las influencias de los cuerpos celestes a los que se
aproximan. Ahora bien, ocurre que todos se aproximan a Saturno, más que
a la inversa, y los planetas que están en conjunción con él actúan según la
naturaleza saturnal. De entre los planetas. Saturno es la cabeza de la esfe­
ra más extensa. Cada planeta es cabeza, corazón y ojos de su propia órbi­
ta. También, pues. Saturno, parecido en sumo grado al primer móvil, se en­
cuentra cerca de innumerables estrellas fijas y recorre una extensa órbita.
Es el más alto de los planetas, y por eso llaman feliz al hombre que goza
de su favor. Y aunque es verdad que la mayoría de los hombres le temen
muchísimo porque es ajeno a la vida social humana, creen, sin embargo
que es benévolo incluso con este estilo de vida si, cuando está dotado de
muchísimo poder y autoridad en el ascendente, mira favorablemente a su
Júpiter o lo acoge benévolo en sus confines. En caso contrario, su influjo,
recibido en un momento inoportuno, se convierte, sobre todo en una ma-

155
tena densa, poco menos que en veneno -al modo como es venenoso el
huevo cuando se corrompe o se quema- y por esa razón hay algunos que
nacen o se hacen inmundos, perezosos, tristes, envidiosos, expuestos a los
demonios impuros.
Guárdate, pues, de entablar relaciones con este tipo de personas. El
veneno de Saturno en otros lugares está oculto y adormecido, como el
azufre lejos de la llama, pero en los cuerpos vivientes a menudo arde y,
como el azufre encendido, no sólo arde sino que llena con un vapor noci­
vo todas las cosas del entorno y contamina las que están cerca. Contra su
influencia, extraña de ordinario a los hombres y en cierto sentido diso­
nante, nos arma Júpiter, ya sea con su cualidad natural, con alimentos y
medicinas con toda seguridad suyos y (según creen) también con imáge­
nes, así como con costumbres, negocios, intereses y cosas que son de su
estricta pertenencia. Rehuyen el influjo nocivo de Saturno y se exponen
al propicio no sólo quienes buscan refugio junto a Júpiter, sino también
quienes se vuelven con toda la mente a la contemplación divina, simboli­
zada precisamente por Saturno. De esta manera, según opinión de los cal­
deos, los egipcios y los platónicos, puede evitarse la malignidad del hado.
Afirman, en efecto, que los cuerpos celestes no son cuerpos vacuos sino
que están divinamente animados y guiados, además, por inteligencias di­
vinas. No tiene, pues, nada de sorprendente que sostengan que es de allí
de donde les advienen a los hombres no sólo un grandísimo número de in­
fluencias concernientes al espíritu y al cuerpo sino también muchísimos
bienes que de alguna manera redundan en el alma: no a partir de los cuer­
pos, sino a partir de las almas en el alma. Fluyen así, desde las inteligen­
cias superiores al cielo, cosas de este género con más abundancia y con
mayor intensidad.
Si, en medio de todas estas reflexiones, quieres averiguar todas las ra­
zones que indujeron a Moisés a prescribir a los hebreos el descanso del sá­
bado1'*', tal vez descubras, dejando aparte una alegoría más sublime y más
secreta, que el día de Saturno no es apto ni para los negocios civiles ni pa­
ra las acciones bélicas, sino para la contemplación, y que ese día debe in­
vocarse el patrocinio divino contra los peligros. Abraham, Samuel y otros
astrólogos hebreos afirman, confirmando aquel precepto de los caldeos de
que si eres capaz de elevar la mente ardiente a obras de piedad salvarás
también el cuerpo caduco, que puede conseguirse esta protección contra
las amenazas de Marte y de Saturno elevando la mente a Dios y con votos
y plegarias. Merece asimismo ser tomada en consideración aquella sen­
tencia de Jámblico1” según la cual los números celestes y mundanos en­
cierran en sí ciertas fuerzas superiores y algunas inferiores. Por medio de
éstas últimas nos sujetan con efectos fatales, por medio de aquéllas, al con­
trario, nos liberan del hado, como si tuvieran, como dice Orfeo, llaves pa-

156
ra abrir y para cerrar138. Mucho más, pues, nos redime de la necesidad del
hado la divinidad superior al mundo. Es digna también de profundo análi­
sis aquella convicción de los hebreos según la cual mediante la inmolación
de animales y la destrucción, por medio de un sacrificio, de nuestros bie­
nes, se apartan de nosotros y de nuestras pertenencias los males que nos
amenazan desde el cielo. Pero dejemos que sea nuestro Pico quien explo­
re estas cuestiones139.
Cuando decimos, finalmente, que descienden hasta nosotros los dones
de los seres celestes, debes entender o bien que los dones de los cuerpos
celestes vienen a nuestros cuerpos a través de nuestro espíritu adecuada­
mente preparado, o bien que estos mismos cuerpos celestes influyen ya de
antemano, por medio de sus rayos, en el espíritu que está expuesto a ellos
de forma natural o de cualquier otra manera, o bien que los bienes de las
almas celestes en parte brotan al exterior por medio de los rayos sobre
nuestro espíritu y desde aquí se vierten en nuestras almas, y en parte lle­
gan desde sus almas o desde sus ángulos hasta las personas expuestas a
ellos, expuestas, digo, no tanto de una manera en cierto sentido natural, si­
no más bien por elección del libre albedrío o del afecto. En síntesis, debes
creer sin más que todo aquel que con la plegaria, con el estudio, con la vi­
da, con las costumbres, imita la magnificencia, la actividad, el orden de los
celestes y alcanza de este modo mayor parecido con los dioses, recibe de
ellos dones más abundantes. Y al contrario, los hombres que con artificios
se toman desemejantes y disformes con respecto a la disposición de los ce­
lestes son secretamente míseros y, al final, resultan ser también abierta­
mente desdichados.
Todo el que ha nacido sano de mente y dueño de sí, está naturalmen­
te encauzado por el cielo a una actividad y a un género de vida honrado y
honorable. Quien desee, pues, tener al cielo propicio, debe dedicarse espe­
cíficamente a esta actividad y asumir este estilo de vida y llevarlo adelan­
te con celo, pues el cielo se mostrará favorable a sus empresas. En reali­
dad, para esto exactamente te ha hecho la naturaleza, para aquello para lo
que desde tus más tiernos años haces, hablas, imaginas, deseas, sueñas,
imitas. Para aquello que con mayor frecuencia intentas, con mayor facili­
tad ejecutas, aquello en lo que consigues grandísimos progresos, con lo
que, por encima de cualquier otra cosa, te deleitas, a lo que de peor mala
renuncias o abandonas. Esto es sin duda aquello para lo que el cielo y el
regidor del cielo te han engendrado. Apoyará, pues, todo cuanto empren­
das y se mostrará favorable a tu vida mientras tú sigas los auspicios del se­
ñor de tu genitura, sobre todo si resulta ser verdadera aquella doctrina pla­
tónica en la que está de acuerdo toda la Antigüedad, a saber, que a cada
hombre que nace le está destinado, por su propia estrella, un demonio cus­
todio de su vida, que le ayuda en el cumplimiento de las tareas a que los

157
celestes le han destinado en el momento de nacer. Así pues, todo el que se
proponga conocer su ingenio a través de los indicios que hemos señalado
ahora, descubrirá cuál es su actividad natural y habrá encontrado a la vez
a su estrella y su demonio. Siguiendo sus designios, actuará con buena for­
tuna y tendrá un existencia feliz. En caso contrario, experimentará una
suerte adversa y sentirá al cielo como enemigo.
Hay, pues, dos clases de personas más desdichadas que las restantes:
la primera es la de quienes no tienen una profesión ni desarrollan ninguna
actividad; la segunda es la de quienes ejercen una profesión ajena a su in­
clinación natural y contraria a su genio. Las del primer grupo se estancan
insensibles en su pereza, mientras que el cielo, que es siempre activo, los
incita a la acción. Las del segundo se fatigan en vano llevando a cabo ac­
ciones ajenas a sus patronos celestes, abandonados del favor del cielo. La
primera condición está confirmada por un antiguo proverbio: «Los dioses
ayudan a quienes trabajan y son hostiles a los perezosos»110. También la se­
gunda cuenta con un proverbio parecido: «No hacer nada contra la volun­
tad de Minerva»111. Ésta es, a mi parecer, la razón de que en los cármenes
pitagóricos se suplique Júpiter que sea él mismo quien asuma la tarea de
aligerar de tantos males al género humano o indique, al menos, qué demo­
nio debemos tomar por guía.
Será, pues, oportuno intentar averiguar qué región te han asignado
desde el principio tu estrella y tu demonio para que habites en ella y la
cultives, pues allí te son más favorables. Ésa es la región en la que tu es­
píritu. que ha salido precisamente de allí, toma en cierto modo a re­
crearse, donde más viva se mantiene tu sensibilidad, donde más fuerte es
la condición de tu cuerpo, donde mayor es el número de personas que te
son favorables, donde tus deseos se convierten en realidad. Bus.ca. pues,
estas cosas, elige esta región, habita feliz en ella. Fuera de sus límites te
sentirás desdichado ni no abrigas la intención de tornar a ella o de diri­
gir tus pasos a regiones parecidas. Pero mientras permanezcas en esta re­
gión, ejercita tu cuerpo con movimientos frecuentes y ejecuta giros a se­
mejanza de los cuerpos celestes, pues con movimientos y giros de este
género has sido engendrado y con movimientos y giros parecidos te con­
servarás.
En lo que respecta a la habitación, te será útil recordar que así como
la campiña proporciona a la ciudad los alimentos necesarios para la vida
y la ciudad los consume, así también será de grandísima ayuda para tu
propia vida residir con frecuencia en el campo, donde no te atacará el
hastío que consume en el ocio y en los negocios de la ciudad. En lo que
respecta, por lo demás, tanto a la residencia como a la profesión, no se
debe menospreciar aquel consejo de los astrólogos orientales, a saber,
que con el cambio de nombre, de profesión, de hábitos, de estilo de vi­

158
da, puede cambiar también la influencia celeste sobre nosotros para me­
jor o para peor. Los platónicos142 pensarán o bien que también cambian
nuestros demonios o bien que los demonios son los mismos, pero nos re­
lacionamos con ellos de modos diferentes según los diferente lugares.
Astrólogos y platónicos están de acuerdo en el hecho de que el demonio
custodio de cada individuo puede ser doble: el uno propio de la genitu­
ra, el otro de la profesión. Cuando la profesión concuerda con la natura­
leza, nos asisten dos demonios casi idénticos o, en todo caso, muy pare­
cidos, y entonces nuestra existencia es más conforme consigo misma y
más tranquila. Si, por el contrario, hay divergencia entre la profesión y
el ingenio, el demonio adquirido con el arte está en desacuerdo con el ge­
nio natural y la existencia se torna fatigosa e inquieta.
A quienes deseen descubrir qué demonio preside desde la genera­
ción a cada persona, Porfirio les sugiere una regla a partir del planeta se­
ñor de la genitura143. Julio Firmico144 dice que es señor de la genitura o
bien el planeta que posee en aquel momento el mayor número de digni­
dad o bien, según una opinión más creíble, aquel hacia cuyo dominio se
encamina la Luna inmediatamente después del signo que ocupa en el mo­
mento mismo del nacimiento. Pero ten presente que para conocer al de­
monio no debe seguirse esta misma regla sino que, según la opinión de
los caldeos, debe tomarse como punto de partida el Sol o la Luna: del Sol
a la Luna si el nacimiento ha ocurrido de día, y al contrario, de la Luna
al Sol si ha acontecido por la noche, de modo que, computado el inter­
valo entre estos astros, tú midas un espacio igual descendiendo a partir
del grado del ascendente y sepas en qué término te detienes. Afirman, en
efecto, que la estrella de este término es también la estrella del demonio.
En suma, del señor de la genitura y al mismo tiempo del demonio suelen
hacer depender el curso de la vida y la fortuna. He añadido la fortuna,
porque algunos computan de esta misma manera una parte de la fortuna.
Lo antiguos deseaban que su demonio personal descendiera de uno de
los puntos cardinales del cielo: de oriente, de occidente o de la mitad del
cielo o, al menos, de la región undécima o de la quinta. La región undéci­
ma viene inmediatamente después de la mitad del cielo, sobre nuestra ca­
beza: se la llama «demonio bueno» y mira al ascendente desde oriente en
aspecto sextil. La quinta región sigue a la mitad del cielo de los antípodas,
se la denomina «buena fortuna» y mira al ascendente en aspecto trígono.
Deseaban también, en tercer lugar, que si el demonio procedía de una re­
gión descendente del cielo, viniera o de la región nona o de la tercera. A la
nona se la llama dios; a la tercera, diosa. La nona mira al grado ascenden­
te en aspecto trígono, la tercera en aspecto sextil. Pero sentían horror por
la región décima y por la sexta, a las que llamaban respectivamente demo­
nio malo y mala fortuna.

159
Por nuestra parte, considerando que es superfluo desear cosas que
pertenecen ya al pasado, aconsejamos tomar en consideración las mis­
mas regiones que aquéllos deseaban para los demonios y las fortunas, pa­
ra «poner en ellas» a los planetas y a las estrellas que pueden ayudar a
llevar a cabo una empresa, de modo que estemos o en los ángulos o en
las dos regiones que hemos dicho que vienen a continuación, o al menos
en las dos descendentes que hemos mencionado con anterioridad. No an­
dan descaminados quienes dicen que el Sol disfruta en la novena región,
la Luna en la tercera, Júpiter en la undécima, Venus en la quinta, pues to­
das ellas miran al ascendente.
Pero volvamos a nuestro tema. A partir ya sea de la diligente expe­
riencia que hemos mencionado en las líneas anteriores o del arte que acabo
de describir ahora, lo primero que debemos procurar es conocer el impulso
de la naturaleza y del demonio y consideraremos desafortunada a la perso­
na que no tiene una profesión decorosa. No tiene, en efecto, guía en su pro­
fesión quien no emprende una tarea honrosa. Y puede decirse que no tiene
una guía natural porque es misión de las estrellas y de los demonios o de
los ángeles-guía, dispuestos por voluntad divina para nuestra custodia, ac­
tuar siempre, de modo excelente y por doquier. Es asimismo desafortunado
quien, como hemos dicho más arriba, al ejercer una profesión contraria a su
naturaleza, está sometido a un demonio que no congenia con él. Pero ten
presente que, de acuerdo con la dignidad de las diversas profesiones, se re­
ciben demonios, o si lo prefieres ángeles, que se van adecuando cada vez
más a la diversa y siempre más alta dignidad y que quienes trabajan en el
ámbito del gobierno de la cosa pública gozan de una dignidad aún mayor.
Recuerda asimismo que se puede recibir de hecho un arte o un tenor de vi­
da no contrario ni muy diferente respecto al genio o al ingenio, también
cuando te dirijas y avances hacia las funciones más excelentes.
Ten igualmente presente que debes trabar relaciones de familiaridad
con las personas a quienes les son propicias las Gracias celestes. Lo averi­
guarás a partir de los bienes del alma, del cuerpo, de la fortuna, pues co­
mo el almizcle exhala una fragancia, así de quien es bueno se difunde al­
go bueno sobre el que está cerca de él y, a menudo, una vez que ha
penetrado, permanece. Seria asimismo excelente el encuentro de dos o tres
afortunados que derraman con abundancia bienes entre sí. Procura, por el
contrario, alejarte de las personas desenfrenadas, desvergonzadas, malig­
nas e infelices. Estos tales, repletos de demonios o de rayos malvados, son
maléficos y, al modo de los leprosos o de los apestados, dañan no sólo con
el contacto sino con la simple proximidad y la vista. De hecho, ya la sim­
ple vecindad de los cuerpos animados es considerada un contacto por la
exhalación de vapores eficaces procedentes del calor, del espíritu y de los
afectos. Será nociva en extremo la familiaridad con individuos torpes y

160
crueles, si es verdad que después de la vida vegetativa infundida en noso­
tros en el mes de Júpiter, es decir, en el segundo después de la concepción,
en el mes tercero, esto es, el mes de Marte, se nos infunde el alma sensiti­
va, esclava de las agitaciones. De este modo, quienes son presa de pertur­
baciones, henchidos de Marte, contaminan de contagio marcial a los que
se encuentran cerca. Por la razón opuesta, la frecuente familiaridad y las
relaciones continuas con personas felices y excelentes ayudan de ordina­
rio, como ya hemos dicho, de maravillosa manera. Cuentan que Apolonio
de Tiana desenmascaró en Éfeso a un viejo bajo cuya figura se ocultaba un
demonio que con su sola presencia infectaba con la peste a toda la ciudad.
Y Jenofonte y Platón testifican la gran ayuda que Sócrates prestaba a mu­
chas personas con su sola presencia145.
Dado que me dirijo a los estudiosos de las letras, quiero recordar que
quien cae en la redes del amor a ellas es, en primer lugar, mercurial y, en
segundo lugar, solar, en la medida en que es también solar el propio Mer­
curio. Se trata de una condición común a todos los literatos. A nivel indi­
vidual, cada uno de ellos debe reconocer, aparte la naturaleza mercurial, la
presencia en sí de Apolo y Venus, en la medida en que abunda en él la gra­
cia, la afabilidad, la dignidad, la elegancia del lenguaje. Quien se sienta
más inclinado a las leyes o a la filosofía natural y civil, no ignore que tie­
ne a Júpiter como patrono. Quien se sienta impulsado a indagar a fondo y
con curiosidad todas las cosas más recónditas y secretas, sepa que no per­
tenece solamente a Mercurio, sino también a Saturno, bajo cuyo principa­
do se encuentran todos cuantos perseveran hasta el fin en un estudio, so­
bre todo si dejan de lado las restantes cosas. Y para concluir, si es verdad
lo que cuentan algunos filósofos de la naturaleza y algunos astrónomos, a
saber, que el alma dotada de entendimiento desciende al feto humano en el
mes del Sol, es decir, en el cuarto, los que llevan un estilo de vida sobre
todo intelectual son, desde el principio, básicamente solares y así lo son to­
dos los días. Cada una de estas clases de personas debe buscar el favor de
sus respectivos planetas; bajo su influjo deben prepararse la medicinas, en
sus regiones se debe fijar la morada.
Pero junto a Apolo, cultivador de las Musas, os convoco en primer lu­
gar a vosotros, hombres de letras que cultiváis las Musas. Todos aquellos
de entre vosotros, hermanos dilectísimos en el amor a las Musas, que so­
bresalen mucho más y por más tiempo en ingenio que en cualidades cor­
porales, sepan con certeza que en el momento de su genitura ha aportado
poquísima materia Febe, mientras que ha infundido muchísimo espíritu
Febo146, y que casi todos los días resuelven en espíritu la mayor parte de
los humores y de los alimentos presentes en el cuerpo. Afirmo, pues, que
cada uno de vosotros es casi enteramente hombre-espíritu espiritual, en­
mascarado bajo este corpezuelo terreno que cansa, más que en otras per­

là i
sonas, al espíritu con una fatiga continua, de suerte que tiene que restable­
cer los espíritus sin cesar, y en mayor medida que los demás, y devolver­
lo, además, en la vejez, cuando de ordinario es más denso, a la sutileza pro­
pia de su naturaleza. Sabed, pues, también que el cuerpo espiritual se nutre
de cuatro elementos sutiles. Para este cuerpo, en efecto, el vino ocupa el
lugar de la tierra, el aroma mismo del vino hace las veces de agua, los can­
tos y sonidos las veces del aire y la luz les ofrece el elemento ígneo. De es­
tos cuatro elementos sobre todo se alimente el espíritu: del vino, de su aro­
ma, del canto y de la luz.
Pero no sé cómo, habiendo iniciado el discurso hablando de Apolo, he­
mos venido a parar en Baco. Así, justamente, pasamos de la luz al calor, de
la ambrosía al néctar, de la intuición de la verdad al amor ardiente a ella. Fe­
bo y Baco son hermanos y camaradas inseparables. El primero os aporta dos
bienes sobre todo: la luz y la lira. Y son asimismo dos principalmente los que
os aporta el segundo: el vino y el aroma del vino para restablecer el espíritu.
Con el uso cotidiano de estas cosas, el espíritu acaba por convertirse, al fin,
en febeo y libre. Preparaos, pues, todos los días para recibir la luz del Sol y
procurad vivir con la mayor frecuencia (pero evitando en lo posible el sudor
y la deshidratación) bajo la luz solar o al menos en presencia de la luz, ya
sea de lejos o de cerca, ya a cubierto o a cielo abierto, moderando la fuerza
del Sol según la medida en que puede seros útil para vuestra vida, y llevan­
do, mediante el fuego, el Sol a la noche, sin olvidar mientras tanto la cítara
y el canto. Respirad constantemente, tanto despiertos como dormidos, aire
vivo, aire que vive de luz. Y comportaos de parecida manera en lo que res­
pecta al vino, don de Baco, producido con la benevolencia de Apolo. Tomad,
pues, el vino en la misma exacta medida que tomáis la luz, en una cantidad
tal que no os provoque ni sudor, ni deshidratación, ni embriaguez. Y, aparte
la sustancia del vino, tomada dos veces al día, aspirad con mayor frecuencia
su aroma, sea enjuagando con vino la boca cuando se trata de restablecer el
espíritu, o sea lavándoos las manos a menudo con vino, o bien sea, en fin,
acercándolo a la nariz y a las sienes.
Pero ya hemos platicado bastante, hermanos, y hemos bebido bastan­
te juntos. Que disfrutéis de buena salud.
Quema conversar ahora un poco con un severo prelado de la religión.
Dime pues, por favor, prelado, ¿qué es exactamente lo que condenas en el
recurso a los astros? Algo -me dirás- que limita nuestro arbitrio; algo que
reduce el culto al Dios único. Pero estas cosas, de acuerdo contigo, yo no
sólo las condeno sino que las rechazo, además, con total energía.
Detestas, lo sé bien, y yo mismo contemplo con horror, a ciertos indi­
viduos que, mientras quieren que Dios sea adorado, buscan refugio, míse­
ros y a la vez necios, en Júpiter que, en medio del cielo, se acerca a la des­
mesurada Cabeza del Dragón, destinados en fin a ser devorados por aquel

162
Dragón que se precipitó una vez desde el cielo, arrastrando en su caída a
la tercera parte de las estrellas. Pero ¿no concederás que se elijan las horas
más adecuadas para cerrar contratos, contraer matrimonio, entablar colo­
quios, iniciar viajes y tareas parecidas? Advierto que no das fácilmente tu
asentimiento a estas cosas, temeroso de no sé qué peligro para el libre ar­
bitrio. En lo que a mí respecta, aunque el gran teólogo Alberto Magno ad­
mitió esta práctica147, y creo incluso que un cierto razonamiento tal vez nos
llevaría a defender la teoría de que es precisamente la elección a través del
libre arbitrio la que sujeta las cosas celestes a nuestra prudencia, al modo
como las plantas están sujetas a la medicina, me atendré, por el momento,
a tu parecer. Y cuanto más difícilmente toleras tú estas cosas, tanto más fá­
cilmente las dejaré yo de lado. Has permitido, desde hace ya mucho tiem­
po, la observación de la Luna y, por lo mismo, también de las otras estre­
llas, para curar las enfermedades y, por consiguiente, para preparar los
remedios. Has concedido también, más aún, has aprobado que se esparza
la semilla en los campos y se planten las vides y los olivos cuando la Lu­
na es creciente o llena y no sea desfavorable por algún otro motivo. *
¿Por qué, pues, no habríamos de recurrir al beneficio de la Luna, de
Júpiter y de Febo para (dicho con el lenguaje de los cínicos) plantar un
hombre? De hecho, en este ámbito nos servimos siempre del favor de Ve­
nus, aunque hablando con mayor propiedad debería decir que se sirven,
porque mi Venus es Diana.
¿Y qué decir de los alimentos? ¿No será lícito y no servirá de ayuda
preparar bajo una buena estrella sea en el otoño el vino, sea cada día el pan
y las viandas? Y si para la preparación de estos víveres no podemos tener
en cuenta los aspectos de las estrellas, ayudará al menos «tomar» al Sol,
Júpiter, Venus, la Luna ascendentes o, al menos angulares. Y de esta suer­
te, todas las cosas de que nos servimos, favorablemente influenciadas por
el cielo, nos influyen felizmente. Veo que hasta aquí estás dispuesto a asen­
tir sin poner reparos, salvo que acaso digas que siguiendo este camino
nuestra vida no será sino una esclavitud perpetua. A esto podré responder
que en vano se afanan los mortales en acumular riquezas y honores, de los
que son esclavos permanentes, si mientras tanto no añaden más días a su
vida mediante la observación diligente de la naturaleza. Sirvan, pues, a
Dios únicamente y si tienen la intención de servir a algún otro o a alguna
otra cosa, preocúpense más por una vida sana y dilatada que no por el di­
nero o los honores vanos. Estamos, pues, de acuerdo.
Pero ¿por qué han de poner los cimientos de las casas a ciegas o por
qué han de vivir en casas desdichadas? La contagiosa calamidad de un edi­
ficio contamina a quien lo habita, del mismo modo que el vapor venenoso
de una pestilencia, conservado en las paredes o también oculto en un ves­
tido como consecuencia de una epidemia, contagia, incluso transcurridos

163
más de dos años, y provoca la muerte de quien lo usa incautamente. Y ya
que hemos mencionado los vestidos, ¿prohibirás, padre piadoso, que en la
confección de un vestido o a la hora de estrenarlo, se busque diligente­
mente la espiración de Venus, de suerte que el traje resulte como confec­
cionado por la propia Venus y comunique a nuestro cuerpo y a nuestro es­
píritu una benéfica influencia? ¿No prohíben acaso las pieles de zorro y
aconsejan, por e) contrario, las de cordero? Tal vez una estrella influya en
los vestidos que, se puede decir, nacen día tras día, del mismo modo que
los influyó al principio. Tomás de Aquino, en su libro Sobre el hado, con­
firma que los vestidos y las restantes producciones de la industria humana
reciben de las estrellas una calidad determinada148. También, pues, lo afir­
marás tú. Y que los vestidos infectados infectan a quien los lleva lo prue­
ban la lepra y la sama. Si, por último, estás interesado (como bien creo)
por la vida de pueblo, permitirás estas cosas y yo, con tu permiso, procu­
raré que se cumplan. Si es verdad que, aunque no desapruebas los cuida­
dos de la vida mortal, aconsejas dejarlos de lado, yo, por mi parte, con­
fiando en una vida mejor, también me despreocupo y me preocupo de que
los demás hagan lo mismo. Que goces de buena salud.
Pero, para no alejamos demasiado de nuestro propósito inicial, lo re­
sumiremos brevemente, interpretando a Plotino, en los siguientes térmi­
nos: el mundo ha sido hecho por el bien en sí (como enseñan Platón y el
pitagórico Timeo)149del mejor modo posible. No es, por consiguiente, só­
lo corpóreo, sino que participa también de la vida y de la inteligencia. De
donde se sigue que además de este cuerpo mundano que los sentidos per­
ciben de forma natural, hay oculto en él un cierto cuerpo espiritual que
excede la capacidad de los sentidos caducos. En el espíritu vive el alma,
en el alma resplandece la inteligencia. Y como bajo la Luna el aire no se
mezcla con la tierra si no es por medio del agua, ni el fuego con el agua
sino por medio del aire, así en el universo, justamente lo que nosotros lla­
mamos espíritu es, en cierto modo, como el incentivo o el estímulo para
unir el alma al cuerpo. También el alma es, en cierto sentido, incentivo en
el espíritu y en el cuerpo del mundo para conquistar del cielo la inteli­
gencia, como la sequedad extrema en la madera la predispone en cierta
manera para absorber el aceite. Una vez absorbido, el aceite es alimento
para el fuego e inmediatamente después, añado, para el calor. El calor es
en sí mismo vehículo de la luz, como hemos visto en algunos casos, si la
madera es de tal índole que en presencia del fuego resplandece sin que­
marse. Ya con este ejemplo podemos ver si el hombre, o algún otro ser del
mundo sublunar, puede recibir de lo alto, como consecuencia de algunos
determinados preparativos, en parte naturales y en parte buscados con ar­
tificio en un cierto modo y en el momento oportuno, algunos bienes vita­
les o también, tal vez, intelectuales.

164
Analizaremos en otro lugar -en el pasaje en que Plotino trata explíci­
tamente de estas cuestiones150- lo que concierne a la religión. En lo que
respecta a las influencias naturales que proceden de lo alto, has de saber
que pueden ser recogidas con arte en nosotros y en nuestras materias, cual­
quiera que sea su género, justo cuando la naturaleza nos proporcione, a no­
sotros y a nuestras materias, los estímulos para dichas influencias y el cie­
lo tienda oportunamente a este mismo fin. ¿No es acaso cierto que incluso
en el feto, la naturaleza, artífice del mismo, tras haber dispuesto y forma­
do el cuerpecillo de una cierta y determinada manera, en el momento mis­
mo en que lo preparaba, justamente mediante esta preparación, que actúa
a modo de aliciente, atrae hacia abajo al espíritu del universo? ¿Y que por
medio de este espíritu, como de un estímulo, absorbe la vida y el alma? Fi­
nalmente el cuerpo, que vive así mediante una determinada especie y dis­
posición del alma, es digno de la presencia de la mente, don divino final.
La naturaleza es por doquier hechicera, como dicen Plotino y Si-
nesio151, y seduce a unas determinadas cosas con halagos bien determina­
dos, derramados por todas partes, del mismo modo que atrae a los cuerpos
pesados con el centro de la Tierra, a los ligeros con la cavidad de la Luna,
a las hojas con el calor, a las raíces con la humedad, y de manera parecida
a las restantes cosas. Que el mundo está estrechamente unido a sí mismo
por esta atracción lo afirman los sabios indios cuando dicen que el mundo
es un animal totalmente masculino y a la vez totalmente femenino y que
está por doquier unido consigo mismo mediante el amor recíproco de sus
miembros y así es como se mantiene seguro y estable152. El vínculo de los
miembros está en el mundo en virtud de la mente presente en él que, pe­
netrando por las articulaciones, mueve toda la masa y se mezcla al gran
cuerpo153. De ahí que Orfeo denomine a la naturaleza misma del mundo y
a Júpiter hembra y macho mundanos154. Hasta tal punto está el mundo de­
seoso en todas partes de la mutua unión de sus componentes. Ya el orden
mismo de los signos, donde constantemente lo que precede es lo masculi­
no y sigue lo femenino, da a conocer que el sexo masculino está por do­
quier mezclado con el femenino. Aquí mismo, en la Tierra, también los ár­
boles y las hierbas tienen, igual que los animales, los dos sexos. Dejo aquí
aparte el hecho de que el fuego desempeña el papel masculino respecto del
aire, que es femenino, y lo mismo el agua respecto de la tierra. No tiene,
pues, nada de sorprendente que los miembros del mundo deseen la unión
recíproca entre sí en todas sus partes. Esta tendencia está favorecida por
los planetas, que son en parte masculinos y en parte femeninos, y de ma­
nera especial por Mercurio, varón y hembra, padre de Hermafrodito.
Teniendo en cuenta todas esta cosas es como la agricultura prepara el
campo y las semillas mediante los dones celestes, propaga con algunos in­
jertos la vida de las plantas y las conduce a una especie distinta y superior.

165
De parecida manera actúan sobre nuestro cuerpo el médico, el filósofo de
la naturaleza y el cirujano, bien para fortalecer nuestra naturaleza o bien
para hacer más fértil y rica la naturaleza del universo. Y de esta misma ma­
nera se comportan los filósofos expertos en las realidades naturales y en
los astros a los que de ordinario llamamos magos o hechiceros, que con
ciertos encantamientos concretos insertan las cosas celestes en las terres­
tres, del modo y en el momento oportuno, no de manera diferente a como
un agricultor entendido injerta un vástago joven en un tronco viejo. Tam­
bién Ptolomeo aprueba este proceder cuando afirma que un sabio de esta
estirpe puede ayudar a la obra de los astros del mismo modo que un agri­
cultor a la potencialidad de la tierra155. El hechicero somete la cosas terre­
nas a las celestes como en general y por doquier las cosas inferiores están
sometidas a las superiores. Así las hembras son fecundadas por sus ma­
chos, el hierro es atraído por el imán, el alcanfor es absorbido por el aire
encendido, el cristal es iluminado por el Sol, el azufre y el licor sublima­
do son encendidos por la llama, la cáscara de huevo, vaciada y rellenada
de rocío, se eleva al Sol y el huevo mismo es incubado por la gallina.
Además, al igual que algunos, calentando los huevos, incluso sin que
haya animales, llevan hasta ellos la vida del universo y a menudo, con la
adecuada preparación de ciertas materias, incluso sin huevos y sin semillas
visibles, generan animales, como del trébol el escorpión, del buey la abe­
ja, de la salvia un pájaro parecido al mirlo156, llevando así manifiestamen­
te la vida del mundo a las diversas materias en los momentos precisos y
oportunos, así también aquel hombre docto, una vez que ha conocido cuá­
les o qué genero de materias, preparadas en parte primero por la naturale­
za y en parte después por el arte, aunque estén dispersas, una vez reunidas,
pueden recibir del cielo un influjo y de qué índole, procura recogerlas
cuando el influjo es más poderoso, las prepara, las dispone y reivindica pa­
ra sí por medio de ellas los dones celestes. Pues en efecto, dondequiera una
cierta materia está expuesta a las influencias celestes, al modo como un es­
pejo de cristal se opone a tu cara y una pared a tu voz, al instante experi­
menta una impresión de lo alto, evidentemente procedente de un agente
potentísimo, a través de una fuerza y una vida admirables presentes por do­
quier, y de esta impresión obtiene una virtud y un poder, no de modo dife­
rente a como también el espejo representa la imagen a partir del rostro y la
pared el eco a partir de la voz.
Poco más o menos de estos mismos ejemplos se sirve Plotino en el
pasaje donde, siguiendo a Mercurio, dice que los antiguos sacerdotes o
hechiceros acostumbraban hacer entrar en las estatuas y en las víctimas
de los sacrificios una cierta cualidad prodigiosa y divina157. Afirma con
Trismegisto que mediante estos objetos materiales son capturados no
propiamente los númenes completamente separados de la materia sino

166
tan sólo los mundanos, como vengo explicando desde el principio, con la
aprobación también de Sinesio158; digo los mundanos, es decir, una cier­
ta vida o algo vital que proviene del alma del mundo y del alma de las
esferas y de las estrellas, o también un cierto movimiento y casi como
una presencia vital que procede de los demonios. Más aún, el propio
Mercurio, a quien sigue en este punto Plotino, dice que a veces en las
materias de esta índole están presentes incluso algunos demonios -de­
monios aéreos, no celestes y mucho menos, por tanto, los que son aún
más elevados-. Y el citado Mercurio fabrica estatuas con hierbas, árbo­
les, piedras y aromas que tienen en sí (como él mismo afirma) la fuerza
natural de la divinidad. Añade a lo anterior cantos parecidos a los celes­
tes, de los que dice que a los seres celestes les deleitan y permanecen así
durante más largo tiempo en las estatuas y ayudan y dañan a los hombres.
Dice también que hubo un tiempo en que los sacerdotes egipcios, al no
poder persuadir al pueblo con razonamientos de la existencia de divini­
dades. es decir, de algunos espíritus superiores a los seres humanos, ima­
ginaron un procedimiento mágico mediante el cual atrajeron a los demo­
nios a las estatuas, demostrando así que los númenes existen. Pero
Jámblico159condena a los egipcios, porque no se limitaron a acoger a los
demonios como peldaños por los que ascender al conocimiento de divi­
nidades más altas, sino que les rindieron múltiples adoraciones. Más que
a los egipcios prefiere a los caldeos, que no centran sus afanes en los de­
monios: me refiero a los sacerdotes de la religión, porque sospechamos,
por nuestra parte, que los astrólogos, tanto los de los caldeos como los
de los egipcios, han intentado de alguna manera atraer a los demonios a
las estatuas de arcilla mediante la armonía celeste.
Así parece entenderlo el astrólogo hebreo Samuel, basándose en la
autoridad del astrólogo David Bil, a saber, que los antiguos fabricantes de
imágenes hacían estatuas que predecían el futuro. Enseña, en efecto, que
se daba una conformidad entre la armonía de los cuerpos celestes y las
imágenes. Explica que se debe fundir el metal en forma de un hombre her­
moso, el día de Mercurio, en la hora tercia, es decir, la de Saturno, cuan­
do Mercurio se acerca a Saturno en Acuario, en la región nona del cielo,
que designa predicción, cuando la constelación de los Gemelos, que re­
presenta (según dicen) a los profetas, es ascendente, Marte está abrasado
por el Sol y no mira a Mercurio y el Sol mira al lugar de aquella conjun­
ción, mientras Venus ocupa un ángulo y es occidental y poderosa y la Lu­
na está en aspecto trígono con el ascendente y así también Saturno. Esto
es lo que ellos dicen.
Por mi parte, teniendo en cuenta el parecer de santo Tomás160, entien­
do, en primer lugar, que aunque hayan fabricado estatuas parlantes, no for­
mulaban las palabras por el simple influjo de las estrellas sino mediante in-

167
tervención de los demonios. Así pues, si por acaso ha acontecido que los
demonios han entrado en las estatuas de esta índole, no creo que hayan si­
do forzados a permanecer allí en virtud de una influencia celeste, sino más
bien por su propia voluntad y para complacer a sus adoradores y arrastrar­
los, en definitiva, al engaño. Puede ocurrir a veces, en efecto, que una na­
turaleza superior se muestre propicia a una naturaleza inferior, pero jamás
podrá ser forzada por ésta. Y es probable que si siquiera pueda darse aque­
lla disposición de las estrellas descrita hace un momento. Aunque los de­
monios no están encerrados en las estatuas forzados por algún tipo de mé­
todo astronómico, no obstante, allí donde están presentes en virtud del
culto que se les tributa, Porfirio161 dice que han emitido oráculos de acuer­
do con reglas astronómicas y, por tanto, a menudo ambiguas. Y con ente­
ra razón, pues Jámblico162afirma que no se puede atribuir una profecía ver­
dadera y segura ni a los demonios malvados ni a las artes o a la naturaleza
humanas, sino que viene tan sólo a las mentes puras y sólo por inspiración
divina.
Pero volvamos Mercurio o, mejor, a Plotino. Afirma Mercurio que los
sacerdotes tomaron de la naturaleza del mundo virtudes apropiadas y las
mezclaron. Siguiendo esta opinión, Plotino163 entiende que todo esto pue­
de conseguirse con la meditación y el favor del alma del mundo, puesto
que es ésta la que genera y mueve las formas de las cosas materiales por
medio de ciertas razones seminales divinamente insertas en ella. De hecho,
a estas razones las llama también divinidades, porque nunca son abando­
nadas por las ideas de la mente suprema. Así pues, el alma del mundo se
une fácilmente, mediante las razones de esta índole, a las materias que for­
mó al principio a través de estas mismas razones cuando el hechicero o el
sacerdote, en circunstancias oportunas, se sirve de las formas de cosas re­
cogidas como es debido y que se relacionan propiamente con esta o con
aquella razón, como el imán con el hierro, el ruibarbo con la bilis, el aza­
frán con el corazón, el eupatorio y el espondio con el hígado, el espica-
nardo y el almizcle con el cerebro. Pero puede a veces ocurrir que tras ha­
berse dirigido así las razones a las formas, descienden también dones más
altos, dado que en el alma del mundo las razones están unidas a las formas
intelectuales del alma misma y, por medio ellas, a las ideas de la mente di­
vina. Y así lo entiende también Jámblico cuando trata de los sacrificios164.
Pero analizaremos con mayor detenimiento todas estas cuestiones en
otro lugar, donde podrá advertirse con toda claridad hasta qué punto ha si­
do impura la superstición del pueblo de los gentiles y cuáin pura ha sido,
por el contrario, la piedad evangélica, tarea que de hecho ya hemos lleva­
do a cabo en muy buena parte en el libro Sobre la religión cristiana.

168
N o ta s

T res libros so b r e l a v id a principales, hígado, corazón y cerebro. Según


Galeno, serían los naturales, elaborados por el
1. «Sobre los cuidados de la salud de quienes hígado, que circulan por las venas; los vitales,
se dedican al estudio de las letras». sublimados por el corazón, que lo hacen por las
arterias; y los animales, aireados y que circulan
1 Son sus compañeros de la Academia flo­ por los nervios tras pasar por el cerebro.
rentina G.A. Vespucci (1434-1514) y G. B. B Platón. Timeo, 88a.
Boninsegni ( 1453-c. 1515). Ambos tenían rela­ ’ Problemas, XXX, I.
ción con Lorenzo el Magnífico, al que Reino 8 Platón, Teeteto, 144a: por propensos a
dedicaba su libro. Se traduce de la versión de dejarse llevar por las pasiones.
Alessandra Tarabochia: Marsilio Ficino, Sulla 8 Fr. 68 B 18 = BCG 846.
viia, Milán, Rusconi, 1995. 10 Platón. Fedro. 244d.
2 Dedica, finalmente, los tres libros al inte­ 11 La melancolía era como la hez de nues­
ligente y prestigioso Lorenzo el Magnífico tra sangre (Hipócrates), su parte terrestre, tosca
(1449-1492). Era éste hijo de Cosme y a su vez o gruesa, era un residuo negro: viscoso, amar­
gran mecenas de las artes, adquiriendo popula­ go, corrosivo, un fuego sombrío, móvil, y tóxi­
ridad en Florencia así como prestigio en toda co. Si se comporta de un modo natural puede
Europa. Ficino, constantemente juega en su de­ eliminarse ide ahí la preocupación por las eva­
dicatoria con el nacer y con el renacer, que só­ cuaciones), pero que si es patológica se enlaza
lo es posible gracias a ciertos ritos de ini­ con nuestras potencias más nefastas.
ciación de los antiguos. Se apoya en la 12 «Aterrada por sus hados, la infeliz Dido
mitología clásica, pues, para hacer una alaban­ invoca al fin la muerte. / le inspira tedio hasta
za de los Médicis. Ficino "el más pequeño de mirar al cielo», Virgilio. Eneida. IV, 450-451.
los sacerdortes» se reconoce ahí, además, co­ «Sienten los Árcades parárseles, helada,
mo hijo de dos padres, Ficino, médico, y Cosi­ la sangre en tomo al corazón», Virgilio. Enei­
mo de Médicis: del primero ha nacido, y él da. X. 451.
además le ha situado al lado de Galeno, médi­ 14 Heráclito. Fr. 22 B 118 = BCG 701 («El
co de cuerpos; del segundo ha renacido, pues le alma seca es la más sabia y la mejor», tr. C. Eg-
ha formado en la escuela de Platón, médico de gers, V. Juliá).
almas. Recuerda el papel de ambos en los dis­ 15 Es el más alejado de todos.
tintos libros que componen su trabajo, que ha­ 16 Avicena, Liber de philosophia prima. I.
blan del cuerpo y que no olvidan al alma. Fi­ X, c. 3; Líber de anima, IV. c. 2 y V, c. 6.
nalmente se reconoce como un verdadero 17 La clara (‘blanca’).
médico de las almas, algo poeta y amante de la 18 No aparece esa afirmación.
música también, y deudor indudable de sus dos 18 Avicena. Liber canonicis. I, 1 ,4,1 y III,
grandes mecenas de esa familia. De ánimo 1.4, 19.
siempre inquieto, dice, está sobre todo preocu­ “ Ya Rufo de Éfeso. de los tiempos de
pado por ayudar con medios naturales a quie­ Trajano, atribuía al coito poder curativo en la
nes se encuentran debilitados o enfermos. tristeza. La física del amor se consideró eficaz,
' Mateo, 11,28. hasta en Hildegarda de Bingen. Ficino (como,
4 Las cárites o tres gracias de la Roma an­ luego. Brighi) se muestra muy reticente ante
tigua (cf. Apolodoro, Biblioteca, I, 8, 13). esa recomendación tan médica, en la tradición
5 Espíritu humano o vital. Los médicos de monástica antigua.
entonces señalaban tres tipos de espíritus 21 Lo dice Demócrito. Parece confusión
errantes por el cuerpo, de acuerdo con la partes con Sobre la enfermedad sagrada.

203
22 Avicena, De animalibus, HI, 3. den de Nerón, y lo hizo a partir de una fórmu­
23 Diógenes Laercio. Vidas, «Platón», III, la de Mitrídates. Citado por Galeno en un es­
33. crito sobre antidotarios (texto dudoso), se usó
24 EI vino es una bebida esencialmente al­ asimismo contra los males contagiosos.
teradora desde la tradición antigua. Véase Pla­ 37 Electuario de opiáceos hecho de varia­
tón. Banquete. 213a; Pseudo-Aristóteles, Pro­ dos ingredientes; se usa contra las fiebres ma­
blemas, 111, 871 y ss.; XXX, 1.953a-b. 955a; o lignas y otras afecciones. Se usó también como
en Galeno. Las facultades del alma, 3. antídoto. Hace homenaje a Mitrídates (132-
25 Es cita de Jerónimo. Contra Joviniano. 63). famoso por su enorme biblioteca, por su
2 11
, . presunta inmunidad y especialmente por sus
26 Pseudo-Aristóteles, Económicos, 1345a compuestos médicos.
(pero también puede levantarse por la noche, 3* Fruto de un árbol de la India, del tama­
dice). ño de ciruela o de aceituna (prunus mirabola-
25 Salmos. LVI, 9. ñus, es árbol y fruto). De efectos terapéuticos.
28 El ejercicio físico ocupaba un segundó 39 El médico sirio-cristiano Mesué o ibn
lugar en la medicina antigua, al lado del régi­ Masawaih afirmó que la constitución física ex­
men alimenticio: Sobre la dieta. 61 -62. presa asimismo la psíquica: la necesidad del
29 Lo negruzco, seco, viejo, que han de ser consejo médico dimana de que la tristeza exige
evitados. Según la tradición antigua, la alimen­ medicación por la palabra o por la droga. Su
tación puede proporcionar al cuerpo sustancias Antidotarium, aparecido en Venecia. 1562. fue
convertibles en sangre, carne o hueso, pero da­ muy manejado (habla de ese producto en la
ría lugar a productos no digeribles, de las cua­ distinctio 10). Su libro fue muy citado en el si­
les saldrían humores sobrantes. glo XVI (así. Valles y Brighi).
M En los hipocráticos se defiende la comi­ 40 Juicio interesante de Ftcino, no compar­
da fresca como algo vivo, frente al alimento ya tido por muchos otros médicos.
pasado o vetusto: Sobre ¡a dieta. 55-56. Los 41 Diumbra. electuario con ámbar. El dia­
médicos prohibían siempre las carnes negras: coro, del akoron, griego, es un rizoma: a veces
cabra, buey, macho cabrío; y a menudo el ve­ la llaman en castellano galanga.
nado. La col es la hortaliza que produce sangre 42 Sobre la fumaria, Dioscórides, Plantas,
melancólica: Galeno, Sobre la localización de IV, 109.
las enfermedades. III. 10. 184. 43 También aparece como Trifera de Per­
31 Hildegarda de Bingen ya defendía, para sia. Es un electuario amargo; Burlón habla de
este caso, el consumo de carne de aves. Véase la magna y de la menor en Anatomía, 2, 1166,
asimismo Dioscórides, Plantas. II. 49. muy rápidamente, y no dice lo que es.
32 Véase David. Salmos, XVIII, con su cri­ 44 La eufrasia es hierba vellosa de flores
sis angustiosa y la superación de ésta. con mancha amarilla, considerada como buena
Aquí se reconoce Ftcino hijo de Saturno. para la vista.
34 Empédocles establecía cierta correlación 45 Otros se refieren al «Hieralogodion»,
entre los cuatro elementos clásicos y los colores; hiera era confección o electuario.
fuego y blanco, agua y negro se emparejarían 44 Muere en Perugia en 1348. Famoso mé­
básicamente. Aparte de tal oposición, sólo había dico cercano a Arnau de Vilanova y a R. Llull.
dos colores, el rojo (de ahí nuestro ‘colorado", 47 Es la confectio Hamech, de origen ára­
por tener color) y en otro plano ya un impreciso be, un preparado variable, pero con purgantes:
ocre lochron). que iría del rojo al verde y al sen, ruibarbo. Se dice que fue creado por un
amarillo (el verde y el rojo no se enfrentan, de­ médico que se llamaría Hamech.
cía ya Teofrasto). El significado del color tenue 44 Platón en el Tuneo, 89b-c, donde habla
parece indicar equilibrio, mezcla bien tempera­ de ios problemas de la medicación.
da y tranquilizadora, como la música. 49 Se le llamaba electuarium laetificans
35 Aspecto muy neoplatónico del paisaje. Caleni et Rhasis. electuario o preparado eufo-
34 Triaca es remedio plural y clásico contra rízante. Así lo califica Rhazés (al-Razi. 865-
mordeduras de animales venenosos. Sobre su 935), en el Liber ad Almansorem. IX, 16 ('Me­
composición, Plinio. Historia, XX. 100. An- lancolía'), traducido ya por Gerardo de
drómaco de Creta preparó ese fármaco por or­ Cremona (Venecia, 1557, p. 31).

204
30 Pietro d’Abano (c. 1250-1311), viajó por 12 El huevo es alimento esencialmente ori­
oriente y estudió en Paris. Fue médico impor­ ginario, y por tanto sano (ya en la medicina
tante de Padua desde 1306: es una de las figu­ clásica).
ras de referencia de Ficino. Autor de un Conci­ 13 Avicena, De viribus cordis, II, c. 3.
liator muy famoso, sobre filosofía y medicina, 14 Como reflejo de los cuatro elementos
y de un De venenis. universales -fuego, tierra, aire y agua-, habría
51 La lechuga, contra la hidropesía y de cuatro cualidades primeras -caliente, frío, seco
uso oftálmico: Dioscórides, Plantas. II, 36. y húmedo-, de modo que sus combinaciones
32 Se cuidaba el ambiente con cuencos lle­ caracterizarían los humores verdaderamente
nos de agua caliente, azahar, limón: y se espar­ naturales según el sistema galénico: la sangre
cían olores de rosas, violetas o nenúfares. (cálida y húmeda), la bilis amarilla (cálida y se­
53 Sobre la música, véase el libro III. ca), la bilis negra (fría y seca) y la flema (fría y
34 Se defiende abiertamente porque la le­ húmeda).
che está en los inicios de la vida. Cf„ en la tra­ 13 A quien sigue en esta parte, de un modo
dición hipocrática. Sobre la dieta, 50-51. manifiesto: Arnau de Vilanova, Speculum me­
" Arquígenes. de los siglos I-II. dicinale.
54 Andrómaco fue médico en Roma bajo "• El eléboro (helleboros), cuya raíz se
Nerón, ya citado. consideró secularmente un gran remedio contra
37 Médico helenístico, está citado por el la locura (tiene efectos diuréticos y cardiotóni-
enciclopedista Celso, en De medicina, VI, 6,5- cos, así como facilita las diarreas y los vómi­
6. tos). Plinio. Historia natural, XXV. 21-22;
31 Es Isaac Israelí, autor de un Liber deci­ Dioscórides, Plantas, IV, 162, habla del elébo­
mus praciiee pantegni (en su Opera omnia. ro negro, útil par? lo epilépticos, melancólicos,
Lyon, 1515). maníacos.
w Platón. Apología de Sócrates, 20 y ss. 11 Aristóteles, Política, 1330a.
Así se veía Ficino él mismo. 18 Platón, Fedón, 11 la-b.
“ Platón. Fedón, 6Sd-67<L 151 Pero es Varrón. De re rustica, 1,23.
61 Salmos. XXXVI, 10. 30 Ficino escribió un tratadillo en italiano so­
62 Platón. Ibidem y Ttmeo, 90b-c. bre la peste y sus remedios; se tradujo al latín co­
mo Epidarium antiditus. Luego vuelve a citarlo.
21 El áloe tiene virtudes desecativas, sopo­
II. «Sobre la larga vida» ríferas, laxantes, purgativas del estómago,
Dioscórides. Plantas. III. 22.
1 Era discípulo de Ficino, adinerado, y le 22 Una vez más la referencia al vino, bien
ayudó materialmente a publicar esta obra. detallada por Dioscórides, Plantas, V, 6.
: Platón, República, 406a-b; Aristóteles, 23 Isaac Judío. Liber dietarum particula­
Retórica, 1361b. rium (ed. en 1515).
3 Aelius pituitam, quia petit vitam, en 24 Avicena, Liber canonicis, IV, Vil, 1. 17.
Quintiliano. Institutio oratoria, l, 6, 36. 23 Diógenes Laercio, Vidas, IX, 43.
4 ‘Crasa’, pues. Cf. Cicerón. Lelio. V, 19: 26 Citados en libro I.
Agamus igitur pingui, ut aiunt, Minerva («pro­ 27 La curcuma zedoaria, de la India. Sus
cedamos pues con nuestra pingüe Minerva»). raíces se usaban como estiumulante.
3 Salmos, CXIX, 105. 21 Isaac Judío, Liberfebrium.
* Avicena, Liber canonicis, IV. VII, 1,16. 29 La palabra ¿etica significa, de acuerdo
I Referencia siempre de su hijo Ficino: es con el griego, ‘habitual’.
uno de sus dioses, con Platón. 30 Está en la vieja tradición; lo cuenta asi­
* Celso, De medicina. II, 19-20. mismo Dioscórides.
“ Rhazés, Liber divisionum, 108. 31 Domnicum pardalianches, parecida al
10 Avicena, ibidem. acónito.
II Porfirio, Sobre la abstinencia, I, 2. Este 32 El eupatorio es nombre botánico para
neoplatónico (234-270), dedica su obra a un designar plantas terapéuticas.
condiscípulo de Plotino, Firmo Castricio, que 33 También bálsamo de la Meca, se obtiene
había abandonado su anterior abstinencia a co­ de árboles resinosos de oriente próximo (bur-
mer carne. seráceos).

205
34 Es betún que se extrajo de una vieja gru­ 3 Diógenes Laercio, Vidas, IX, 39.
ta de Persia. Citada por Avicena. 4 Se remitirá de continuo en esta parte a
35 No olvidemos el interésdel joven Ficino Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, Madrid,
por la óptica, y sus referencias a las teorías pla­ Gredos, 1979, tr. A. Bernabé.
tónicas de la luz, que él difundió a su modo. 3 Se remite a su coetánea traducción de
34 Véanse sus juicios sobre los colores del Plotino, dedicada a Lorenzo.
libro I. 4 Officina, en el original, palabra que ten­
” Platón, Timeo, 45b, sobre los ojos porta­ drá resonancias eruditas en el siglo XVI.
dores de luz. y el choque con los objetos. Idea ’ Es la doctrina sobre el alma de Ficino.
fundamental que difunde el influyente Plotino, 5 Aecio de Amida, Placita, I, 7, 33; luego
Enéadas, IV, 6.1. La visión sería «un brazo lu­ Plotino. Enéadas, II, 3, 16; y Agustín, De
minoso que, a partir de los ojos, se extiende co­ diversis quaestionibus. 83, q. 46.
mo un tentáculo y se prolonga fuera de nuestro 4 Sinesio. Sobre los sueños, 132c; cf.
organismo», J.-P. Vernant, El hombre griego. 131a-132a, es el más humano porque todos
Madrid, Alianza, 1994, p. 25. pueden practicarlo, es tenido por particular­
36 Aquí la imaginación ficiniana pesa so­ mente digno de los filósofos por su sencillez y
bre su argumentación. eficacia suma; y 153a, sobre la importancia de
w Frase pitagórica recogida por Diógenes los 'diarios de por la noche'. En Himnos.
Laercio. Vidas. VIII, 9 y 23. Tratados. Madrid, Gredos, 1993, IV, pp, 249-
40 Terencio. Eunuco, IV, 5. 299, tr. F. A. García Romero.
41 Salmos, Cil, 5: qui replet in bonis desi­ 10 Véase Plotino, Enéadas, IV, 3, 10; pero
derium tuum: renovabitur ut aquilae iuventus también al final del Ttmeo platónico.
tua. 11 Ptolomeo en el Almagesto.
42 Son las palabras de este «Hermes cris­ 12 Rayos unidos al alma, energía caída a
tiano», mensajero y medico, protector de todo modo de rayo: expresiones que aparecen en
tipo de intercambio humano.
delirios contemporáneos.
43 Cf. Ovidio, Metamorfosis, VII, 159.
13 Alimentación por simpatía, que aparece
44 Pasaje de Platón. Fedón. 11 la-c.
ya en los hipocráticos.
45 Avicena. De viribus cordis. 1. 9.
14 Es la idea del mundo como un todo ani­
46 Galeno. De usu respirationis, c. 5.
47 Acentúa mucho ahí el spiritus. mal, Platón. Ttmeo, 30c-d. repelida por Plotino,
** Aristóteles. Investigación sobre los ani­ Enéadas, IV, 4,32.
males, 584b; Avicena, De animalibus, IX, 5. 13 De nuevo se emplea esta palabra, pari
49 Pasaje sobre Demócrito ya citado, de evitar resonancias contemporáneas no desea­
Diógenes Laercio. das (tanto en Júpiter, como luego en Venus).
50 Avicena, Uber canonicis, IV, VII, 1.16. 16 Pseudo Ptolomeo. Centiloquio, af. 10.
51 P Abano, Conciliator, dif. 1Í 3. ” Platón, Ttmeo, 30b: Plotino, Enéadas, U,
52 Es el astrónomo Abenrudian (c. 998- 9.5; III. 2. 3; IV, 3, 7, etc.
1065). 14 La idea del mundo viviente se hace más
53 La repetida teoría galénica acerca de los visible ahora: y esta idea se repetirá en el siglo
espíritus -natural, vital y animal-, se conservó XVI: toda la naturaleza animada donde los
hasta la Ilustración. hombres participan de otras almas, según
54 Pseudo Ptolomeo, Centiloquio, af. 9. Plotino.
” Tibulo, Carmina, 1,4,37-38. 19 Elixir, nombre que, derivado del griego,
viene del árabe aliksir.
20 Quintaesencia: más allá de tos cuatro
III. «Cómo acrecer la vida en virtud elementos, lo más puro y acendrado.
de los astros» 21 Es el remontarse y las procesiones de
Plotino.
1 Añade Ficino en este título: «Compuesto 22 Virgilio, Eneida, VI, 726: spiritus imus
por él entre sus comentarios a Plotino». alit.
1 Ese rey de Panonia, protector de las 23 Filóstrato, Vida de Apolonio de 7I<jb<2.
letras, es Matías Corvino rey de Hungría III, 42.
(1458-1490). Ficino le dedicó asimismo su 24 Timeo de Locri, pitagórico, conocido
epistolario. gracias a Platón.

206
33 Platón. Timeo, 36b-d, 43-44. 38 Serapión. Liber aggregatus in medicinis
39 Avicena. De vinbus cordis. I. I -2. simplicibus, c. 388 (Venecia. 1550. f. 187).
27 Ptolomeo. Harmonicorum sive de musi- 39 Serapión. Liber aggregatus, c. 392
ca. Vereda, 1562, III, 15. (Venecia, 1550, f. 187).
28 La mejor mezcla. 99 Pilón (en gr. pythón) era un dragón mor­
29 Platon, Sofista, 216c. tífero, hijo de la Tierra.
“ Homero. Odisea, XVIII, 136-137. 91 Alcibiades I, 104c-d.
31 Por ser el más cercano a la Tierra, y estar 93 Comentario de Proclo, In Alcibiadem I,
en una serie de esferas solidarias, de movi­ 120-121.
mientos combinados, según la visión que 93 Jámblico, Vida de Pitágoras, 30. 182.
empezará a renovarse desde Copémico. 94 Platón. República, 546-547, discurso
33 Jámblico, Sobre los misterios egipcios, numerístico de las Musas.
VII, 3; Juliano de Laodicea, astrólogo, o acaso
95 Pseudo Ptolomeo. Centiloquio, af. 2.
el emperador Juliano. Al rey Helios (Discursos, 99 Pseudo Alberto Magno. Speculum astro­
XI, esp. 133-134).
nomiae, XV
33 Macrobio, Sueño de Escipión, I. 20,
llama al Sol regulador, mente o corazón del 97 Pseudo Ptolomeo. Centiloquio, af. 9.
mundo. 98 Serapión. Liber aggregatus, c. 386.
34 Proclo, In rempubUcam, Il y IH 99 Abenrudian, Commentarium in Centilo-
(Leipzig, 1901-1906, resp. p. 220 y p. 63). quium, 9. Arquitas de Tarento, el pitagórico,
33 O bien, el genitivo de luppiter es lovis. amigo y posible salvador de Platón, se interesó
39 O mejor, del latin lavare del que sale por todas las artes matemáticas, la física y la
giovare, 'ser útil, deleitar'. política. Se le considera el inventor del tomillo,
37 Pseudo Ptolomeo, Centiloquio, af. 19. la polea y de una paloma voladora de madera:
38 Albumasar, ìntroductorium in astrono­ Diógenes Laercio, Vidas, «Arquitas», 3.
miam, IV, 3 (Venecia, 1489). 79 Asclepius, 23-24, 37-38.
39 Orfeo, fr. 168. 5. 71 Ficino retomará a esa imagen de barro
40 Pseudo Ptolomeo, Centiloquio, af. 20. luego.
41 Abenrudian, De iudicis astronum, 1.2-4. 73 En Pselo, Expositio in oracula caldaica,
43 Acate, compañero de Eneas (cf. Virgilio, 1133a.
Eneida). 73 Exodo, XXXIl, 4.
43 Se remite Ficino a varios textos hermé­ 74 Porfirio. Carta a Anebo, 24 y 29. Que
ticos. está reconstruida gracias a lo que responde
44 O bien. Arturo. Jámblico en su escrito. Sobre los misterios
43 Thebit es el famoso científico árabe ibn egipcios, 111. 23-29; libro, aquí tan citado, que
Qurra del siglo IX es conocido hoy sólo por este título por influjo
46 Filóstrato, Vida de Apolonio de liana. de Ficino.
III, 42. Vareas le dio siete anillos, por los pla­ 73 Jámblico, Sobre los misterios egipcios,
netas. V, 12 y 23.
47 Filóstrato, Vida de Apolonio de Ttana, 79 Proclo, De sacrificio el magia (libro asi­
VIH, 29: osciló su vida ente ochenta y cien mismo traducido por Ficino, Opera omnia,
años.
1928-1929); Sinesio, Sobre los sueños, 132-
48 Tomás de Aquino, Suma contra los gen­
tiles. III, 92. 133.
49 Es precisamente el orden de los caldeos 77 Jámblico, Sobre los misterios egipcios,
el que sigue Ficino. III, ibidem.
w Pseudo Ptolomeo. Centiloquio, af. 57. 78 Proclo, De sacrificio et magia (en
31 Pseudo Ptolomeo, Centiloquio, af. 21. Ficino, Opera omnia, 1928-1929).
33 Galeno, De diebus decretoriis. III, 1-7. 79 Proclo, De sacrificio et magia (en
53 Desde el paso del Génesis, II, 8 en ade­ Ficino, Opera omnia. 1928).
lante. 80 Pantaura, que seria de etimología clara.
34 Platón. Fedón, llO b-llIc. Pero la piedra se llama pantarbe en Filóstrato,
35 Plinio, Historia. VII, 2. 25. Vida de Apolonio de Ttana, III, 46.
36 Ptolomeo, Tetrabiblos, 1.4-5. 81 El imán, que atrajo en el siglo XVI tanto
37 Cf. Ptolomeo. Tetrabiblos. 1,9. a Agrippa como a Cardano y Della Porta. Ya

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Plinio indicó remedios procedentes de la piedra 109 Del latín erice, las ericecáceas son
magnética (Historia. XXXVI). plantas parecidas al brezo y tajara.
82 Pselo, De daemonibus. 6. 110 Pseudo Ptolomeo. Centiloquio, af. 10.
85 Jámblico, Sobre los misterios egipcios. i" Pico della Mirándola, Hectaplus. 1489.
III, 29. 112 Debería de ser Venus, sin embargo.
84 Abano. De venenis, c. 4. 113 El ciudadano del que habla es Lorenzo
83 Plinio, Historia, XXXVII, 54. Viene de della Volpaia, autor de un reloj astronómico
alektor. 'gallo'; y su adivinación es la alecto- destinado a Lorenzo el Magnífico para el cual
mancia. Attavante había didujado los siete planetas. Lo
86 Dioscórides, Plantas. II, 180. recuerda Vasari en sus Vidas. Lo describió por
87 Véase la larga discusión de infra. entonces Poliziano, en una carta de 1484. diri­
“ Es la idea de los rayos de los ojos, que gida a Francesco Casa. Era un gran reloj cuya
destaca en el libro I y en su De amore. invención se atribuía a Arquímedes.
114 Abraham ibn Ezra, del siglo XII, Liber
89 Esa vieja metáfora y superstición está
rationum, traducido por Abano, a quien sigue.
relacionada incluso con las manchas lunares, Cf. Platón, República, 335d, sobre esas defini­
discutidas por los antiguos como imagen de la ciones de frío.
Tierra que reluce en ese espejo sidéreo. En R. 113 Hipócrates. Epidemias. 1. VI.
Mirami, Compendiosa introduzione alla prima 119 Galeno, Commentarius. IV, IV, c. 9.
pane della especularía. Ferrara, 1582. cap. I, Aviceoa, Liber canonis, 1, II, 3, 1.
que trata de la utilidad de la ciencia de los 118 Así en Filóstrato, Vida de Apolonio de
espejos para la filosofía natural y la astrono­ Dana. IV. 25.
mía: fue la época de oro de tales especulacio­ 119 Orígenes. Contra Celso, I, 25.
nes. 120 Sinesio, Sobre los sueños, I32c.
w Galeno destacó la víbora y al torpedo '-1 Al-Kindí. De radiis, VI.
en Sobre la localización de las enfermedades, 122 Jámblico, Sobre los misterios egipcios.
V, 8. Sobre la tarántula hubo discusión en Italia VII. 4-5.
desde Alberti, Ficino y Castiglione hasta 123 Jámblico. Vida de Pilágoras. 15,64-65.
Pomponazzi, Cardano. Porta y Campanella. 124 Catón, Sobre ¡a agricultura. 160.
91 Serapión, Liber aggregatus, c. 389. 123 Ya citado, como lo anterior, en libro I.
92 Plotino, Enéadas. IV, 4, 35. 126 Andrómaco, médico ya citado, que des­
95 Plotino, Enéadas, IV, 4, 35. cubre la triaca ya citada en libro 1.
98 Plotino, Enéadas. IV, 4. 35 y 40. 127 Galeno, Antídotos, 1,1; Avicena, Liber
93 Plotino, Enéadas, IV,3, 11 ;4 ,4 1 . canonis. V. I, 1, I.
96 Todo sacado del Picalrix. 128 Jámblico, Sobre los misterios egipcios,
97 Abano, Conciliator, dif. IO. III, I; Filóstrato. Vida de Apolonio de Vana,
98 Mengo Buanchelli de Feanza. hombre III, 44.
de su tiempo. Participó en una cena con el cír­ 129 ‘Derramarse’, de effundere.
culo platònico florentino, en 1489. 130 Plotino, Enéadas. IV, 4, 12; Jámblico,
Sobre los misterios egipcios. III, 9.
99 Marliani, médico de Pavia.
131 Filóstrato, Vida de Apolonio de Tuina,
100 Abano. Conciliator, dif. 113. IV, 16.
101 Abenrudian. De iudicis astrorum, 1,4. 132 Danza ritmica.
102 Porfirio, Vidade Plotino, 10-11. 133 Es la tripartición ficiniana, alejada de la
101 Pseudo Alberto Magno. Speculum topografía mental ya conocida que se difundió
astronomiae, c. Il y e. 16. luego, al remodelarse por los modernos.
Thebit Benthorad. ya citado: ibn Quira. ,34 Fedón, HOb-llIc.
De imaginibus, 5-10.21 y 36. 135 Es error de Ficino; se trata de
103 Abano, Conciliator, dif. 113. Albumasar in Sadan, y no Sadar, resumen de
106 Tomás de Aquino, Contra los gentiles, un tratado árabe.
III, 104-107; asimismo para lo que sigue. 139 Levítico, XXIII, 26-32.
De sortibus, o el anterior. De judicis 137 Jámblico, Sobre los misterios egipcios,
astrorum, citado por él. VIO. 6-7.
,c* Así en Jámblico, Sobre los misterios 138 Orfeo. Himnos a Eros.
egipcios, II, 10. donde se refiere a la presencia 139 Pico della Mirándola, Hectaplus,
de seres fantasmales. exp, 2, 7

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140 Varrón, De re rustica, I. 4.
141 Cicerón, Sobre los deberes, 1, 31, 110,
esco es, nada ha de hacerse con la oposición y
la resistencia de la propia naturaleza.
142 Proclo. In rempublicam. 627d-e.
I4> Porfirio. Carta a Anebo. 39.
144 Julio Firmico. Mathesis, IV, 19.2.
145 Filóstrato. Vida de Apoloniv de liana,
IV, 10; Jenofonte, Recuerdos, 1,2-3; y el dudo­
so Platón. Teage. 128b-c.
144 Variantes de los juegos verbales que
utiliza en su dedicatoria a Lorenzo el
Magnífico.
147 Pseudo Alberto Magno, Speculum
astronomiae, XV.
I4< Pseudo Tomás de Aquino. De fato, 4.
'« Platón, Timeo. 29d-30a.
IM Reconoce de nuevo fuente plotiniana,
que es dominante junto con otros textos neo-
platónicos y herméticos.
151 Plotino, Enéadas, IV, 4, 40; Sinesio,
Sobre ios sueños. 132d.
152 Filóstrato, Vida de Apolonio de Vana,
III, 24.
'» Virgilio, Eneida. VI. 725-727. «un
mismo espíritu da vida a los llanos marinos, a
la Luna, luciente globo, al Sol, astro titánico».
154 Orfeo.fr. 168.
155 Pseudo Ptolomeo. Centiloquio, af. 8.
154 Inspirado en Virgilio, Plinio y Varrón,
en sus textos campestres.
157 Plotino, Enéadas, IV 3. II.
154 Sinesio. Sobre ios sueños. 133a-c.
1.0 Jámblico, Sobre los misterios egipcios,
que es una respuesta al escriba egipcio Anebo,
con sus dudas sobre la religión que ofrecen.
160 Tomás de Aquino, Contra gentiles, III,
104,6.
1.1 Porfirio, Carta a Anebo. 25.
162 Jámblico, Sobre tos misterios egipcios,
VI, 7, no literalmente.
163 Plotino. Enéadas. IV, 3. 11.
164 Jámblico, Sobre los misterios egipcios,
V pues es éste el apartado sobre los sacrificios.

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