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Las estrategias de aprendizaje vienen a ser los recursos que se deben manejar para aprender
mejor. Conjunto de procedimientos necesarios para llevar a cabo un plan a una tarea.
¿Nisbet y Shucksmith las definen como a las estrategias? Y ¿el componente esencial de la
estrategia que es?
Comprensión de textos
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II
UNIDAD
DESARR
OLLO DE
HABILID
ADES DE
Comprensión de textos
el poema es un diálogo que intenta el hablante con un interlocutor que está ausente, y
que el texto mismo (el discurso poético) revela, en el vocativo inicial “hermano”, y en el
nombre de aquel, “miguel”.
en la última estrofa, de sólo dos versos, agrega la expresión “oye”, que funciona sólo
para establecer un contacto (función fática) y que no encuentra respuesta. en el verso
siguiente, después de la segunda cesura, el hablante formula un “bueno?” que convoca a
la misma voz, para agregar, en oposición a los versos 3 y 4, “puede inquietarse mamá”.
Comprensión de textos
asistimos así a un texto que es un discurso (recrea el habla coloquial, con las
desarticulaciones propias de la misma, en la que se mezclan tiempos y evocaciones) y
queda enmarcado por una apelación inicial que abre la expectativa, y se cierra con una
nueva apelación más urgente, que se vuelve dolorosa por el silencio que a ella continúa,
y porque remite al acápite del poema, que aunque es anticipo del texto poético, adquiere
su dimensión trágica en el silencio de ese hermano ausente: silencio de la voz, página en
blanco.
el tono coloquial mantiene, en tanto poema, un ritmo que lo identifica como tal, y que
en el juego de rimas consonantes y asonantes, enlaza sonoridades que se ubican
estratégicamente en las estrofas para establecer, así, una cadencia de sonidos que, como
ecos, se van sucediendo, y que enfatizan, en los diecinueve versos del texto,
determinadas sonoridades y significaciones.
el hecho realizado por el sujeto del poema tiene su paralelo en el pasado con el que se
coteja (“como antes” v. 6).
la segunda estrofa se enlaza por la consonancia del verso 5 con el 2 de la primera; esta
consonancia se impone a la sonoridad asonante de los versos 1 y 3, que encuentra,
paralelamente, su “espejo” en los versos 17 y 19.
las expresiones enlazadas por esa coincidencia rímea son significativas: casa, mamá (1 y
3); alma, mamá (17 y 19). esa asonancia, si bien es menos notoria en el espacio de la
primera estrofa, perdura al reaparecer en los versos que concluyen el poema,
enfatizando así la alusión a la figura materna que es la intermediaria en el llamado final
que hace el yo lírico al interlocutor ausente. y enfatiza también la relación “alma” –
“casa”, expresiones que son , para el estructurador del discurso, puntos en los que se
asienta el recuerdo del hermano muerto; para el poeta césar vallejo la casa será
esencialmente el lugar evocado como espacio de amor, y el alma (corazón, pensamiento
o recuerdo) el espacio corporal de los afectos.
informativo que trasciende al interlocutor nombrado porque provee de datos al lector del
poema. nos enteramos así del hacho concreto: “tú te escondiste / una noche de agosto, al
alborear”, estableciéndose la primera diferencia con el presente que también ocurre en
el tiempo similar, “esta hora”.
la alegría del juego da paso a la evocación, “pero, en vez de ocultarte riendo, estabas
triste”. Los versos finales de la estrofa acercan el dolor del yo lírico, señalado en ese
“gemelo corazón de esas tardes / extintas se ha aburrido de no encontrarte”. la
referencia temporal aporta el elemento clave para establecer la distancia entre pasado y
presente; pero también, en un nivel personal, subjetivo, deslinda en el yo lirico lo
deseado, que se funde con la evocación, y la realidad, que devuelve una momentánea
ilusión temporal: “oraciones vespertinas” sustituidas en el discurso literario por “noche
de agosto al alborear”. En su dolorosa realidad remite a “estas oraciones vespertinas”, se
vuelve a ellas y se toma conciencia de la falta, se torna al “hoy”. Se produce entonces
otro hiato (Cuando existen dos vocales iguales juntas, pero ninguna de ellas está acentuada) entre
el “hoy” y el “ahora”, este último, un espacio temporal inmediato, ilusorio: deseo,
ensoñación en una realidad mayor. La ilusión libera al hablante de la realidad (“nos
haces una falta sin fondo”) momentánea.
El discurrir del pensamiento verbalizado transita tiempos y fluctúa entre el pasado y el
presente, y en éste, crea un espacio para liberar al yo lirico por imágenes que vienen del
tiempo lejano: una zona de felicidad que es la del juego. en el juego con el hermano,
aquel deriva a un momento concreto, aun esconderse en otra hora (la del alba), con una
actitud distinta; de allí la palabra (el pensamiento) vuelve a la realidad actual: “y ya /
cae sombra en el alma” la presencia del adverbio temporal se vincula con la vuelta al
“hoy”: la noche imponiéndose a la tarde.
la estrofa final, en la que se apela al hermano y se le ruega que no tarde, cierra el poema
con la expectativa de lo que espera respuesta y queda ahí, en la página y en la voz, en un
silencio definitivo que es el que se presiente desde el acápite.
EL TROMPO
El cuento el trompo se basa en las aventuras de un niño apodados chupitos, y el tema
central que sirve como reflexión y alegoría de la existencia humana es un trompo.
El día anterior el zambito había perdido su trompo jugando a la cocina, con su amigo
Glicério Carmona. Él muchacho estaba furioso porque aquel trompo había sido su orgullo y
lo había pulido y cuidado como si se tratara de un arma mortal, y había salido triunfador en
muchas lides con aquel juguete que en la infancia tiene un gran valor para los niños
pobres. su amado compañero fue masacrado y arrebatado por su rival y su desazón no
tenía líneas.
El infortunio había perseguido desde tierna edad a chupitos, el día de su nacimiento, por
ejemplo una vecina olvido la plancha sobre un trapo encima de la tabla de planchar y
desató un incendio, el miserable callejón estuvo a punto de convertirse en cenizas y
milagrosamente se salvó el recién nacido. Su madre una zamba de cascos ligeros,
también había contribuido ensombrecer su vida; pues había abandonado su hogar al ser
descubierta en infidelidad por su esposo y el padre de chupitos. Y el padre de chupitos
estuvo quince días preso por la feroz paliza que les propino a los amantes y luego de
abandonar la prisión le grito tu madre murió.
Hacia aprendió el chiquillo que en la vida no hay medias tinta y que las cosas deben ser
legales y fuertes o sino deben desaparecer .Así fue realizándose el aprendizaje de
chupitos y luego el trompo que era su mejor compañero y lo envanecía, también había sido
mancillado como las mujeres que no saben hacerse respetar. Estaba decidido el pequeño
guerrero a recuperar su prestigio y desde la mañana siguiente empezó a maquinar su
venganza, lo primero que hizo fue pedirle treinta centavos a su padre para comprarle otro
trompo, después se dedicó paciente mente a lo, estaba decidido a recuperar su otrora
victorioso juguete que se hallaba en poder de su vencedor. Hasta que por fin a su gusto y
preparado para la batalla a su nuevo trompo y exclamó: “Ahora va a ver ese cholo
Currupantioso”.
Cuando el cholo mayta propuso la pelea de los trompos, chupitos expresos que con tanta
lluvia, como la que caía en aquel día, no era conveniente jugar, su rival se burló de él y lo
llamo cobarde. Enervado por la provocación de su antagonista, el sambito acepto
inmediatamente el duelo.
Carmona que era el que tenía en su poder el antiguo trompo del sambito tuvo la ventura de
verse obligado a “chantar” su artefacto y todo se enseñaron con la noble madera del
indefenso trompo y el mismo “chupitos” tendría que clavarle la púa y dañarlo mas, decidido
lo lanzo el violento clavo, y los gritos salieron de las gargantas ¡lo rajaste!
El sambito se alejó con la cabeza gacha y la mirada extraviada: Había partido su viejo
trompo victorioso, orgullo de sus diez años y dejo tirado a su nuevo juguete vencedor pero
verdugo de su orgullo.
EL TROMPO
AUTOR: José Diez Canseco (lima1904-1949)
GÉNERO: Narrativo.
ESPECIE LITERARIA: Cuento.
TEMA PRINCIPAL: un trompo que sirve como reflexión y alegoría de la existencia
humana.
El tesoro del protagonista del relato es un trompo, hermoso y pulido, hecho de naranjo al
cual le había adaptado un clavo filoso y brillante como las espuelas de los gallos de pelea
de su criadero.
Aquel trompo era el orgullo de “chupitos”, y los muchachos de la cuadra lo sabían, sobre
todo Carmona el líder de la gallada, quien lo retó taimado a la “cocina”, “un juego que
consiste en ir empujando al trompo contrario hasta meterlo dentro de un círculo, donde el
perdedor tiene que entregar el trompo cocinado a quien tuvo la habilidad rastrera de
saberlo empujar”.
El fuerte de “chupitos” eran los “quiñes”, muchas veces su pulido trompo de naranja y
afilada punta había abierto en dos a su contrario y él nunca se permitió una burla.
Apenas la sonrisa presuntuosa que delataba el orgullo de su sabiduría en el juego.
Ahora retado a ese juego de empujones, quedaba en desventaja ante Glicerio Carmona. El
jefe, quien imponía, a la “cocina” a su contendor porque estaba seguro de ganar en ese
campo infame, sin gallardía de destreza, sin arrogancia de fuerza, como anota el narrador,
que en tercera persona recrea el lance que hirió con certera estocada el orgullo de zambo
en el momento que su tesoro estaba encerrado en el círculo que lo condujo a las manos
codiciosas de Carmona.
La pérdida del trompo sirve al narrador de puente perfecto para retroceder a la vida de
“chupitos” y adentrarse en la intimidad de su casa el día de su nacimiento en el callejón de
Nuestra Señora del Perpetua socorro. En aquella fecha un incendio por poco arrasa las
casuchas, debiendo Aurora su madre, salir en brazos de Demetrio su padre, recién parida
como estaba, para no ser consumida por las llamas. Una hermana del papá había sacado
al chiquillo medio envuelto en una sábana.
Después, ante el temor de lo que el susto hubiese podido causarle la leche depositada en
los senos de Aurora, “chupitos” había sido entregado a una vecina para que lo alimentara.
De este modo se había iniciado la vida del zambo que, no transcurrido mucho tiempo
sufriría un revés todavía peor. Aurora “zamba engreída había salido un poco volantusa y le
era infiel a Demetrio, su marido.
Uno de los días en que regresó tarde del mercado, cae en la cuenca de que no puede
continuar engañando a Demetrio y aprovechando que él sale en busca de una amiga de la
mujer (Juana rosa) con quien ella dijo haber estado hablando, Aurora recoge alguna ropa y
huye dejando a su hijo, aún muy pequeño, sumido en el pánico y el llanto.
Con la certeza de haber sido burlado, Demetrio regresa en busca de Aurora para cobrarle
con violencia su afrenta, pero solo encuentra al lloroso zambo que desde la oscuridad le
responde se fue, papacito.
La venganza de Demetrio Velásquez no ocurrió aquella noche, pero si algunos días
después, y aquel acto de hombre ofendido que apalea una buena ley a quienes lo
burlaron, lo lleva a la cárcel.
Según se desprende del relato, Aurora muere a causa de los golpes recibidos y quien
pago el pato fue el pobre “chupitos” que se quedó sin madre y con el padre preso, mal
consolado por la hospitalidad de la tía, la hermana de Demetrio, que todo el día no hacía si
no hablar de Aurora.
El lance entre “chupitos” y Carmona sirve al narrador para presentar el conflicto paralelo de
la infidelidad de aurora y las funestas consecuencias del engaño.
La marga experiencia de su familia deja en el zambo una enseñanza: “mujeres con quiñes
como si fueran trompos, ¡ni de vainas¡ luego los trompos debían tener quiñes…No , nada
de lo que el hombre posee, mujer o trompo -juguetes- podía estar maculado como nadie ni
nada.
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Esta visión machista del mundo, explica la actitud del niño, que al igual que su padre lo
hiciera con su mujer y el amante, fraguó su vergüenza contra Carmona.
Con tres reales pedidos con vehemencia a Demetrio compro un trompo nuevo, lo pulió
como al perdido y lo armó con un clavo filoso que le hizo sangrar la palma de la mano al
momento de la prueba. Con sagacidad consiguió que Carmona aceptara jugar a los
“quiñes”: “el trompo que ahora tenía Carmona, el trompo que antes había sido de
“chupitos” se chanto ignominiosamente: en sus manos jamás se habría chantado! Y allí
estaba, entupido e inerte, esperando que las púas de los otros trompos se cebaran en su
noble madera de naranjo. Su nuevo juguete se encargó de abrir en dos el vientre de su
antiguo orgullo.
No sería para él ni para nadie: ¡los trompos con quiñes, como las mujeres, ni de vainas! Al
final, el zambo abandona ambos trompos, el nuevo y reluciente instrumento de su
vergüenza que era preciso eliminar. la narración de el trompo esta matizada con giros del
habla local de Lima, que dan al encuentro un sabor y un ritmo particulares. Ambos
conflictos, el del niño y el del padre, se resuelven de modo radical, pero no abrupto. la
solución es premeditada así en principio la ira dominase los actos iniciales: era preferible
perder definitivamente trompo y mujer, que conservarlos llevando el lastre de la vergüenza
sobre las espaldas varoniles.
Cuando “chupitos” abandona los dos trompos sobre la arena en la que en la que había
lavado su honor, deja también atrás la infancia. Comienza a hacerse hombre
entendiéndolo que pare bien o para mal le enseñase su padre con actos, más que con
palabras. Podría decirse que el niño asume una manera de ser hombre, la que le ofrece el
espejo paterno, macho honorable que lava con sangre la burla a su hombría. El zambo
reproduce un modelo , repite la historia y va aprendiendo a luchar solo a enfrentarse a sus
propios conflictos, a resolverlos sin ayuda de nadie , solo por la sutileza de su ingenio
criollo o por la pujanza viril de sus puños palomillas .
El lance del trompo no es más que una metáfora de la vida; una vida regida por una ley
que no es siempre justicia. Así como la zamba Aurora no sería más ya de Demetrio, nunca
sería el suyo (de “chupitos”) ese trompo malamente estropeado ahora por la ley del juego
que tanto se parece a la ley de la vida.
Cabe resaltar en este relato, no solo el valor estético de una escritura definida y depurada,
sino la penetración del espíritu de sus personajes y la perfecta asimilación del alma infantil
encarnada por el protagonista de una historia cuya interpretación el lector debe
desentrañar a partir de sus propios elementos. Diez Canseco es uno de los más criollos
escritores peruanos. En su obra se reúnen vivacidad, malicia e ingenio para mostrar con
sardónicos visos a una sociedad limeña inconsciente y descontextualizada.
Por alguna desconocida razón, Esteban había llegado al lugar exacto, precisamente al
único lugar… Pero ¿no sería, más bien, que “aquello” había venido hacia él? Bajó la
vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies, junto a su
vida.
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¿Por qué, por qué él? Su madre se había encogido de hombros al pedirle, él,
autorización para conocer la ciudad, pero después le advirtió que tuviera cuidado con
los carros y con las gentes. Había descendido desde el cerro hasta la carretera y, a los
pocos pasos, divisó “aquello” junto al sendero que corría paralelamente a la pista.
Vacilante, incrédulo se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era un billete
de diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas, innumerables reales.
¿Cuántos reales, cuántos medios, exactamente? Los conocimientos de Esteban no
abarcaban tales complejidades y, por otra parte, le bastaba con saber que se trataba de
un papel anaranjado que decía “diez” por sus dos lados.
Siguió por el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese cerro cubierto
de casas. Esteban caminaba unos metros, se detenía y sacaba el billete de su bolsillo
para comprobar su indispensable presencia. ¿Había venido el billete hacia él —se
preguntaba— o era él, el que había ido hacia el billete?
Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basura, desperdicios de albañilería
y excrementos; llegó a una calle y desde allí divisó al famoso mercado, el Mayorista,
del que tanto había oído hablar. ¿Eso era Lima, Lima, Lima?… La palabra le sonaba a
hueco. Recordó: su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan grande que
en ella vivían un millón de personas.
¿La bestia con un millón de cabezas? Esteban había soñado hacía unos días, antes del
viaje, en eso: una bestia con un millón de cabezas. Y ahora, él, con cada paso que daba,
iba internándose dentro de la bestia…
Se detuvo, miró y meditó; la ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de tres y cuatro
pisos, los autos, la infinidad de gentes —algunas como él, otras no como él—, y el
billete anaranjado, quieto, dócil, en el bolsillo de su pantalón. El billete llevaba el “diez”
por ambos lados y en eso se parecía a Esteban. El también llevaba el “diez” en su rostro
y en su conciencia. El “diez años” lo hacía sentirse seguro y confiado, pero solo hasta
cierto punto. Antes, cuando comenzaba a tener noción de las cosas y de los hechos, la
meta, el horizonte, había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente
no. Diez años no era todo, Esteban se sentía incompleto aún. Quizá si cuando tuviera
doce, quizá si cuando llegara a los quince. Quizá ahora mismo, con la ayuda del billete
anaranjado.
Estuvo dando vueltas, atisbando dentro de la bestia, hasta que llegó a sentirse parte de
ella. Un millón de cabezas y, ahora, una más. La gente se movía, se agitaba, unos iban
en una dirección, otros en otra, y él, Esteban, con el billete anaranjado, quedaba siempre
en el centro de todo, en el ombligo mismo.
Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban se detuvo a unos metros de
ellos y quedó observando el ir y venir de las bolas; jugaban dos y el resto hacía ruedo.
Bueno, había andado unas cuadras y por fin encontraba seres como él, gente que no se
movía innecesariamente de un lado a otro. Parecía, por lo visto, que también en la
ciudad había seres humanos.
¿Cuánto tiempo estuvo contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media hora? ¿Una hora,
acaso dos? Todos los chicos se habían ido, todos menos uno. Esteban quedó mirándolo,
mientras su mano dentro del bolsillo acariciaba el billete.
¡Hola, hombre! Hola… respondió Esteban, susurrando casi. El chico era más o menos
de su misma edad y vestía pantalón y camisa de un mismo tono, algo que debió ser
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caqui en otros tiempos, pero que ahora pertenecía a esa categoría de colores vagos e
indefinibles. ¿Eres de por acá? le preguntó a Esteban. Sí, este se aturdió y no supo cómo
explicar que vivía en el cerro y que estaba en viaje de exploración a través de la bestia
de un millón de cabezas. ¿De dónde, ah? se había acercado y estaba frente a Esteban.
Era más alto y sus ojos inquietos le recorrían de arriba a abajo. ¿De dónde, ah? volvió a
preguntar. De allá, del cerro y Esteban señaló en la dirección en que había venido. ¿San
Cosme? Esteban meneó la cabeza, negativamente. ¿Del Agustino?
¡Sí, de ahí! exclamó sonriendo. Ese era el nombre y ahora lo recordaba. Desde hacía
meses, cuando se enteró de la decisión de su tío de venir a radicarse a Lima, venía
averiguando cosas de la ciudad. Fue así como supo que Lima era muy grande,
demasiado grande, tal vez; que había un sitio que se llamaba Callao y que ahí llegaban
buques de otros países; que habían lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles
larguísimas… ¡Lima!… Su tío había salido dos meses antes que ellos con el propósito
de conseguir casa. Una casa. ¿En qué sitio será?, le había preguntado a su madre. Ella
tampoco sabía. Los días corrieron y después de muchas semanas llegó la carta que
ordenaba partir… ¡Lima!… ¿El cerro del Agustino, Esteban? Pero él no lo llamaba así.
Ese lugar tenía otro nombre. La choza que su tío había levantado quedaba en el barrio
de Junto al Cielo. Y Esteban era el único que lo sabía.
Yo no tengo casa… dijo el chico después de un rato. Tiró una bola contra la tierra y
exclamó: ¡Caray, no tengo! ¿Dónde vives, entonces? se animó a inquirir Esteban. El
chico recogió la bola, la frotó en su mano y luego respondió: En el mercado, cuido la
fruta, duermo a ratos… amistoso y sonriente, puso una mano sobre el hombro de
Esteban y le preguntó: ¿Cómo te llamas tú? Esteban… Yo me llamo Pedro tiró la bola al
aire y la recibió en la palma de su mano. Te juego, ¿ya, Esteban?
Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose mutuamente. Pasaron los minutos,
pasaron hombres y mujeres junto a ellos, pasaron autos por la calle, siguieron pasando
los minutos. El juego había terminado, Esteban no tenía nada que hacer junto a la
habilidad de Pedro. Las bolas al bolsillo y los pies sobre el cemento gris de la acera. ¿A
dónde, ahora? Empezaron a caminar juntos. Esteban se sentía más a gusto en compañía
de Pedro que estando solo. Dieron algunas vueltas, más y más edificios. Más y más
gentes. Más y más autos en las calles. Y el billete anaranjado seguía en el bolsillo.
Esteban lo recordó. ¡Mira lo que me encontré! —lo tenía entre sus dedos y el viento lo
hacía oscilar levemente. ¡Caray! exclamó Pedro y lo tomó, examinándolo al detalle—.
¡Diez soles, caray! ¿Dónde lo encontraste? Junto a la pista, cerca del cerro —explicó
Esteban. Pedro le devolvió el billete y se concentró un rato. Luego preguntó: ¿Qué
piensas hacer, Esteban? No sé, guardarlo, seguro… y sonrió tímidamente. ¡Caray, yo
con una libra haría negocios, palabra que sí! ¿Cómo? Pedro hizo un gesto impreciso que
podía revelar, a un mismo tiempo, muchísimas cosas. Su gesto podía interpretarse como
una total despreocupación por el asunto los negocios o como una gran abundancia de
posibilidades y perspectiva. Esteban no comprendió. ¿Qué clase de negocios, ah?
¡Cualquier clase, hombre! pateó un cáscara de naranja que rodó desde la vereda hasta la
pista; casi inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó contra el pavimento.
Negocios hay de sobra, palabra que sí. Y en unos dos días cada uno de nosotros podría
tener otra libra en el bolsillo. ¿Una libra más? preguntó Esteban asombrándose.
¡Pero claro, claro que sí!…volvió a examinar a Esteban y le preguntó: ¿Tú eres de
Lima? Esteban se ruborizó. No, él no había crecido al pie de las paredes grises, ni
jugando sobre el cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus diez años, salvo lo de
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ese día. No, no soy de acá, soy de Tarma; llegué ayer… ¡Ah! exclamó Pedro,
observándolo fugazmente. ¿De Tarma, no? Sí, de Tarma…Habían dejado atrás el
mercado y estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de distancia se alzaba el cerro
del Agustino, el barrio de Junto al Cielo, según Esteban. Antes del viaje, en Tarma, se
había preguntado: ¿iremos a vivir a Miraflores, al Callao, a San Isidro, a Chorrillos, en
cuál de esos barrios quedará la casa de mi tío? Habían tomado el ómnibus y después de
varias horas de pesado y fatigante viaje, arribaban a Lima. ¿Miraflores? ¿La Victoria?
¿San Isidro? ¿Callao? ¿A dónde Esteban, adónde? Su tío había mencionado el lugar y
era la primera vez que Esteban lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo, pensó.
Tomaron un auto y cruzaron calles y más calles. Todas diferentes pero, cosa curiosa,
todas parecidas también. El auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casas
en mitad de cerro, casas en la cumbre del cerro.
Habían subido y una vez arriba, junto a la choza que había levantado su tío, Esteban
contempló a la bestia con un millón de cabezas. La “cosa” se extendía y se
desparramaba, cubriendo la tierra de casa, calles, techos, edificios, más allá de lo que su
vista podía alcanzar. Entonces Esteban había levantado los ojos y se había sentido tan
encima de todo o tan abajo, quizá que había pensado que estaba en el barrio de Junto al
Cielo. Oye, ¿quisieras entrar en algún negocio conmigo? Pedro se había detenido y lo
contemplaba, esperando respuesta. ¿Yo?… titubeando, preguntó: ¿Qué clase de
negocio? ¿Tendría otro billete mañana?¡Claro que sí, por supuesto! afirmó
resueltamente. La mano de Esteban acarició el billete y pensó que podría tener otro
billete más, y otro más, y muchos más. Muchísimos billetes más, seguramente.
Entonces el “diez años” sería esa meta que siempre había soñado. ¿Qué clase de
negocios se puede, ah? preguntó Esteban. Pedro sonrió y explicó: Negocios hay
muchos… Podríamos comprar periódicos y venderlos por Lima; podríamos comprar
revistas, chistes… hizo una pausa y escupió con vehemencia. Luego dijo,
entusiasmándose: Mira, compraremos diez soles de revistas y los vendemos ahora
mismo, en la tarde, y tenemos quince soles, palabra. ¿Quince soles? ¡Claro, quince
soles! ¡Dos cincuenta para ti y dos cincuenta para mí! ¿Qué te parece, ah? Convinieron
en reunirse al pie del cerro dentro de una hora; convinieron en que Esteban no diría
nada, ni a su madre ni a su tío: convinieron en que venderían revistas y que de la libra
de Esteban saldrían muchísimas otras.
Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a su madre
para bajar a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo le daban de
comer gratis, completamente gratis, como había recalcado al explicar su situación.
Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo al borde de la
carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la mañana, el
billete de diez soles. Al poco rato apareció Pedro y empezaron a caminar juntos,
internándose dentro de la bestia de un millón de cabezas.
Vas a ver qué fácil es vender revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la gente
las ve y, listo, las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a gritar en la calle
el nombre de las revistas y así vienen más rápido… ¡Ya vas a ver qué bueno es hacer
negocios!…
¿Queda muy lejos el sitio? preguntó Esteban, al ver que las calles seguían alargándose
casi hasta el infinito. Qué lejos había quedado Tarma, que lejos había quedado todo lo
que hasta hacía unos días había sido habitual para él. No, ya no. Ahora estamos cerca
del tranvía y nos vamos gorreando hasta el centro. ¿Cuánto cuesta el tranvía? ¡Nada,
hombre! —y se rió de buena gana. Lo tomamos no más y le decimos al conductor que
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nos deje ir hasta la Plaza San Martín. Más y más cuadras. Y los autos, algunos viejos,
otros increíblemente nuevos y flamantes, pasaban veloces, rumbo sabe Dios dónde.
¿Adónde va toda esa gente en auto? Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero ¿adónde
iban realmente? Pedro no halló ninguna respuesta satisfactoria y se limitó a mover la
cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin terminó la calle y llegaron a una
especie de parque. ¡Corre! le gritó Pedro, de súbito. El tranvía comenzaba a ponerse en
marcha. Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron al estribo.
Una vez arriba se miraron, sonrientes. Esteban empezó a perder el temor y llegó a la
conclusión de que seguía siendo el centro de todo. La bestia de un millón de cabezas no
era tan espantosa como había soñado, y ya no le importaba estar siempre, aquí o allá, en
el centro mismo, en el ombligo mismo de la bestia. Parecía que el tranvía se había
detenido definitivamente esta vez, después de una serie de paradas. Todo el mundo se
había levantado de sus asientos y Pedro lo estaba empujando. Vamos, ¿qué esperas
¿Aquí es? Claro, baja. Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel de cemento de la
bestia. Esteban veía más gente y las veía marchar sabe Dios dónde con más prisa que
antes. ¿Por qué no caminaban tranquilos, suaves, con gusto, como la gente de Tarma?
Después volvemos y por estos mismos sitios vamos a vender las revistas. Bueno asintió
Esteban. El sitio era lo de menos, se dijo, lo importante era vender las revistas, y que la
libra se convirtiera en varias más. Eso era lo importante. ¿Tú tampoco tienes papá? le
preguntó Pedro mientras doblaban hacia una calle por la que pasaban los rieles del
tranvía. No, no tengo… y bajó la cabeza, entristecida. Luego de un momento, Esteban
preguntó: ¿Y tú? Tampoco, ni papá, ni mamá Pedro se encogió de hombros y apresuró
el paso. Después inquirió descuidadamente: ¿Y al que le dices “tío”? Ah… él vive con
mi mamá, ha venido a Lima de chofer…calló, pero enseguida dijo: Mi papá murió
cuando yo era un chico…¡Ah, caray!… ¿Y tu “tío”, qué tal te trata? Bien; no se mete
conmigo para nada ¡Ah! Habían llegado al lugar. Tras un portón se veía un patio más o
menos grande, puertas, ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor.
Ven, entra le ordenó Pedro. Estaban adentro. Desde el piso hasta el techo había revistas,
y algunos chicos como ellos, dos mujeres y un hombre, seleccionaban sus compras.
Pedro se dirigió a uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó
y volvió a revisarlas. Paga. Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete
anaranjado era más desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en
el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario. Paga repitió Pedro,
mostrándole las revistas a un hombre gordo que controlaba la venta. ¿Es justo una libra?
Sí, justo. Diez revistas a un sol cada una. Oprimió el billete con desesperación, pero al
fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo
entregó al hombre. Vamos dijo jalándolo.
Se instalaron en la Plaza San Martín y alinearon las diez revistas en uno de los muros
que circulaban el jardín. “Revistas, revistas, revistas señor, revistas señora, revistas,
revistas.” Cada vez que una de las revistas desaparecía con un comprador, Esteban
suspiraba aliviado. Quedaban seis revistas y pronto, de seguir así las cosas, no habría de
quedar ninguna. ¿Qué te parece, ah? preguntó Pedro, sonriente con orgullo. Está bueno,
está bueno… y se sintió enormemente agradecido a su amigo y socio. Revistas, revistas
¿no quiere un chiste, señor? El hombre se detuvo y examinó las carátulas. ¿Cuánto? Un
sol cincuenta, no más…La mano del hombre quedó indecisa sobre dos revistas. ¿Cuál,
llevará? Al fin se decidió. Cóbrese. Y las monedas cayeron, tintineantes, al bolsillo de
Pedro. Esteban se limitaba a observar, meditaba y sacaba sus conclusiones: una cosa era
Comprensión de textos
soñar, allá en Tarma, con una bestia de un millón de cabezas, y otra era estar en Lima,
en el centro mismo del universo, absorbiendo y paladeando con fruición la vida.
Él era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien. “Revistas,
revistas”, gritaba el socio industrial, y otra revista más que desaparecía en manos
impacientes. “¡Apúrate con el vuelto!”, exclamaba el comprador. Y todo el mundo
caminaba a prisa, rápidamente. “¿Adónde van que se apuran tanto?”, pensaba Esteban.
Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque algo difícil de
comprender. Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era una
magnífica bestia que estaba permitiendo que el billete de diez soles se multiplicara.
Ahora ya no quedaban más que dos revistas sobre el muro. Dos nada más y ocho
desparramándose por desconocidos e ignorados rincones de la bestia. “Revistas,
revistas, chistes a sol cincuenta, chistes”… Listo, ya no quedaba más que una revista y
Pedro anunció que eran las cuatro y media. ¡Caray, me muero de hambre, no he
almorzado!… prorrumpió luego. ¿No has almorzado? No, no he almorzado… observó a
posibles compradores entre las personas que pasaban y después sugirió: ¿Me podrías ir
a comprar un pan o un bizcocho? Bueno aceptó Esteban inmediatamente. Pedro sacó un
sol de su bolsillo y explicó: Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya? Sí, ya sé.
¿Ves ese cine? —preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en la esquina. Esteban
asintió. Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses.
Anda y cómprame un pan con jamón o tráeme un plátano y galletas, cualquier cosa, ¿ya,
Esteban? Ya. Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó
la calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró. Deme un pan con
jamón pidió a la muchacha que atendía. Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un
papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda sobre el mostrador. Vale un sol veinte
advirtió la muchacha. ¡Un sol veinte!… devolvió el pan y quedó indeciso un instante.
Luego se decidió: Dame un sol de galletas, entonces. Tenía el paquete de galletas en la
mano y andaba lentamente. Pasó junto al cine y se detuvo a contemplar los atrayentes
avisos. Miró a su gusto y, luego, prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista
que le quedaba? Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo haría feliz,
absolutamente feliz. Pensó en ello, apresuró el paso, atravesó la calle, esperó que
pasaran unos automóviles y llegó a la vereda. Veinte o treinta metros más allá había
quedado Pedro. ¿O se había confundido? Porque ya Pedro no estaba en ese lugar ni en
ningún otro. Llegó al sitio preciso y nada, ni Pedro, ni revista, ni quince soles, ni…
¿Cómo había podido perderse o desorientarse? Pero, ¿no era ahí donde habían estado
vendiendo las revistas? ¿Era o no era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín de atrás
seguía la envoltura de un chocolate. El papel era amarillo con letras rojas y negras, y él
lo había notado cuando se instalaron, hacía más de dos horas. Entonces, ¿no se había
confundido? ¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista? Bueno, no era necesario
asustarse, pensó. Seguramente se había demorado y Pedro lo estaba buscando. Esto
tenía que haber sucedido, obligadamente. Pasaron los minutos. No, Pedro no había ido a
buscarlo: ya estaría de regreso de ser así. Tal vez había ido con un comprador a
conseguir cambio. Más y más minutos fueron quedando a sus espaladas. No, Pedro no
había ido a buscar sencillo: ya estaría de regreso, de ser así. ¿Entonces?…Señor, ¿tiene
hora? le preguntó a un joven que pasaba. Sí, las cinco en punto. Esteban bajó la vista,
hundiéndola en la piel de la bestia, y prefirió no pensar. Comprendió que, de hacerlo,
terminaría llorando y eso no podía ser. Él ya tenía diez años, y diez años no eran ni
ocho, ni nueve ¡Eran diez años! ¿Tiene hora, señorita? Sí sonrió y dijo con voz linda:
Las seis y diez y se alejó presurosa. ¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?…
Comprensión de textos
ACTIVIDADES:
II.- Vocabulario:
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III.- Cuestionario:
1.- ¿Por qué la madre hizo esa advertencia Esteban, cuando éste pidió permiso para
visitar la ciudad de Lima?
2.- ¿Qué experiencia vive Esteban a partir del hallazgo y posesión del billete?
3.- ¿Qué impresión inicial tiene Esteban de la ciudad? ¿Cuál es su impresión final?
Al portón de la casa
que el tiempo con sus garras torna ojosa,
asoma silenciosa
y al establo cercano luego pasa,
la silueta calmosa
de un buey color de oro,
que añora con sus bíblicas pupilas,
oyendo la oración de las esquilas,
su edad viril de toro!
Lánguido se desgarra
en la vetusta aldea
el dulce yaraví de una guitarra,
en cuya eternidad de hondo quebranto
la triste voz de un indio dondonea,
como un viejo esquilón de camposanto.
De codos yo en el muro,
cuando triunfa en el alma el tinte oscuro
y el viento reza en los ramajes yertos
llantos de quenas, tímidos, inciertos,
suspiro una congoja,
al ver que la penumbra gualda y roja
llora un trágico azul de idilios muertos!
ACTIVIDADES:
II.- Vocabulario:
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III.- Cuestionario:
2.- ¿En qué momento del día y de qué región se ha inspirado el poeta?
- Esta poesía nos demuestra cómo la palabra guiada por una gran sensibilidad, es
capaz de herir nuestra imaginación y deleitarnos como si estuviéramos frente a
una magistral pintura.
Describe una escena cotidiana de la vida del pueblo, la ciudad o el sector en que
vives.
LA HUACHUA Y EL ZORRO, de Adolfo Vienrich
Un zorro muy hermoso, de poblada cola y afiladas uñas, con más astucia que un
gavilán, hurtó quinua y trigo de un tendal, con el que armó una buena trampa, en cuyas
redes cayeron innumerables avecillas. Introdujo a todas dentro de un costal de jerga y se
las llevó vivitas a su prole, para adiestrarla en el arte de la cacería.
Caminaba taciturno y encorvado por tanto peso, hasta que no pudiendo más, a
media jornada, resolvió dejar la carga en casa de su comadre espiritual, una señora alta
y bien parecida, de plumaje blanco y pata colorada, moradora a orillas de una gran
laguna. Entablóse entonces el siguiente diálogo:
—Comadre huachua, te dejo esta carga para que me hagas el favor de guardármela
hasta mi regreso; pero sin tocarla; será un favor que te lo agradeceré en el alma.
—Compadre zorro, no tengo inconveniente en servir a un tan apuesto e inteligente
caballero.
Dio las gracias el zorro y partió alegre, dejando el saco. Sola la huachua, curiosa
como buena mujer, desata el nudo que aseguraba el saco y ¡zas...!
¡Oh, sorpresa! Empluman un gran frailesco, gaviotas, zorzales y gorriones, y toman
vuelo.
Desaforada la huachua, a aletazos pretendía impedir la fuga; pero fue en vano,
porque ninguna quedó. Jamás huachua alguna se vio en trance tan amargo. Daba
graznidos lastimeros y extendiendo sus pesadas alas corría desalentada de un sitio a
otro, lamentando su desgracia y pensando a la vez en la venganza que tomaría el astuto
de su compadre.
Pasado su aturdimiento le vino una feliz inspiración y se decidió a ponerla en
práctica, llenando el saco de espinas, que cuidadosamente cubrió con yerbas y otras
malezas.
Al crepúsculo, cuando el Sol majestuosamente comenzaba su descenso tras las
colinas, regresó el zorro, y como no estuviera presente la comadre, se echa a cuestas su
carga, y marcha en dirección a su cueva.
Mas, siente sumamente pesado el saco y sobre todo que le pinchan los lomos; pero
soporta impasible los hincones, con la ilusión de que poco le falta para llegar a la casa,
donde tomará sucu-lenta cena en unión de la señora y sus cachorritos.
Caminaba corcoveando con su carga y exclamando: ¡Ay!, cómo me hincan las uñas
de los pajaritos. ¡Ay!, cómo me punzan las patas de los pajaritos. Impaciente por su
tardanza, le esperaban en el dintel de la cueva la zorra y sus hijuelos, que al verle, locos
de contento saltan, brincan, se aparragan, se revuelcan y la muy señorona muellemente
recostada lamía y relamía llena de satisfacción su afilado hocico.
El fatigado zorro siempre gruñendo exclamaba: ¡Ay!, cómo me punzan las patas
de los pajaritos. Llegó a la feliz morada, y cual una avalancha se precipitan sobre el
magnífico presente, madre e hijos, para aligerar tamaña carga; pero retroceden
cariacontecidos al contacto de las uñas de los pajaritos.
Comprensión de textos
ACTIVIDADES:
II.- Vocabulario:
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Comprensión de textos
III.- Cuestionario:
2.- ¿Actúo bien la huachua al ocultar el nuevo contenido del saco al zorro?
3.- ¿Supo obrar con tino el zorro al verse engañado por la huachua?
Elabora un relato orientado a trasmitir una enseñanza. Este ejercicio puede ser la
reproducción de un relato originario de tu comunidad.
WARMA KUYAY (1933)
[Amor de niño]
José María Arguedas
(Andahuaylas, Perú 1911 - Lima, 1969
cholos iban a perseguirle, pero don Froilán apareció en la puerta del witron.
¡Largo! ¡A dormir!
Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el Kutu se quedó
solo en el patio.
¡A ése le quiere!
Los indios de don Froilán se perdieron en la puerta del caserío de la
hacienda, y don Froilán entró al patio tras de ellos.
¡Niño Ernesto! llamó el Kutu.
Me bajé al suelo de un salto y corrí hacia él.
Vamos, niño.
Subimos al callejón por el lavadero de metal que iba desmoronándose
en un ángulo del witron; sobre el lavadero había un tubo inmenso de fierro y
varias ruedas enmohecidas, que fueron de las minas del padre de don
Froilán.
Kutu no habló nada hasta llegar a la casa de arriba.
La hacienda era de don Froilán y de mi tío; tenía dos casas. Kutu y yo
estábamos solos en el caserío de arriba; mi tío y el resto de la gente fueron al
escarbe de papas y dormían en la chacra, a dos leguas de la hacienda.
Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera; entramos al corredor, y
tendimos allí nuestras camas para dormir alumbrados por la luna. El Kutu
se echó callado; estaba triste y molesto. Yo me senté al lado del cholo.
¡Kutu! ¿Te ha despachado Justina?
¡Don Froilán la ha abusado, niño Ernesto!
¡Mentira, Kutu, mentira!
¡Ayer no más la ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a bañarse
con los niños!
¡Mentira, Kutullay, mentira!
Me abracé al cuello del cholo. Sentí miedo; mi corazón parecía rajarse,
me golpeaba. Empecé a llorar. Como si hubiera estado solo, abandonado en
esa gran quebrada oscura.
¡Déjate, niño! Yo, pues, soy “endio”, no puedo con el patrón. Otra vez,
cuando seas “abugau”, vas a fregar a don Froilán.
Me levantó como a un becerro tierno y me echó sobre mi catre.
¡Duérmete, niño! Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera. Te
vas a dormir otro día con ella, ¿quieres, niño? ¿Acaso? Justina tiene corazón
para ti, pero eres muchacho todavía, tiene miedo porque eres niño.
Me arrodillé sobre la cama, miré al Chawala que parecía terrible y
fúnebre en el silencio de la noche.
Comprensión de textos
¡Llévame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella. ¡Déjala!
¡Cómo no, niño, para ti voy a dejar, para ti solito! Mira, en Wayrala se
está apagando la luna.
Los cerros ennegrecieron rápidamente, las estrellitas saltaron de todas
partes del cielo; el viento silbaba en la oscuridad, golpeándose sobre los
duraznales y eucaliptos de la huerta; más abajo, en el fondo de la quebrada,
el río grande cantaba con su voz áspera.
ACTIVIDADES:
II.- Vocabulario:
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III.- Cuestionario:
5.- ¿En qué momento acaba la dicha de Ernesto y cómo ve su destino en relación con
el Kutu?
- Los personajes que intervienen están dados por indígenas, blancos y mestizos.
Indios como Kutu, Justina, Celedonia. Blancos como Don Froilán y Mestizo
como Ernesto.
- El lenguaje utilizado determina aquel estilo inconfundible de Arguedas en que
recurre tanto al castellano como a las palabras quechuas. Ejm Justina y, Warma
Kuyay, Anitacha, etc.
- En nuestro sencillo análisis podemos señalar que la temática del narrador abarca
la real presencia del mundo indígena y del mundo de los blancos, impresionado
su alma de niño enamorado. Un mundo quiere, pero no acepta y el otro, quisiera
vivirlo pero lo rechaza.
- Personajes, idioma, escenario, sentimientos, son elementos que confunden y
alientan su mundo interior. Sin embargo, hay que reconocer que el cuento nos
descubre un episodio interesante en la etapa más pura del hombre: La niñez.
1.- Después de la lectura selecta, redacta una composición explicando los hechos más
notables en el cuento leído
2.- Que te parece la manera de ser de Justina, Don Froilán, Kutu y Ernesto. ¿Sus
palabras, sus actos, su conciencia, su carácter?
cadáver de su amada, mientras tocaba día y noche con una flauta, hecha de uno de los
huesos de aquella. La Antuca se siente feliz con la compañía del Pancho, mientras que
él se solaza contemplándola; así son los idilios en la sierra del Perú, nos dice le
narrador. Ya de noche Antuca regresa a su casa con el rebaño, donde le esperan don
Simón Robles, el padre; doña Juana, la madre; Timoteo y Vicenta, los hermanos, y
Shapra, el perro guardián de la casa.
1.- ¿indicar a los personajes principales humanos y perros de este capitulo?
2.- ¿Cuál es el tema secundario en este capítulo?
3.- ¿Quién era pancho y que se dice de él?
4.- ¿De cuánto ganado disponían los robles al inicio del relato?
II.- HISTORIA DE PERROS
Wanka y Zambo provenían de Gansul, de la afamada cría de don Roberto Poma. Los
perros son criados, antes de que abran los ojos, en el rebaño, amamantados por las
ovejas; de esa manera se acostumbran tempranamente con el ganado. A Zambo le
pusieron ese nombre por ser de color prieto; en cambio, nadie pregunta al Simón Robles
por qué puso el nombre de Wanka a la perra (lo cual era una alusión a una tribu guerrera
de la sierra central peruana). La perra se convirtió en madre de muchas camadas, cuyos
miembros fueron repartidos entre los habitantes del pueblo y de otros lugares. Simón les
ofrecía ya sea como perros ovejeros o como guardianes de casa. Muchos de ellos
ganaron fama. Güendiente, el perro del repuntero Manuel Ríos, manejaba
excepcionalmente a las vacas. Máuser, el perro de Gilberto Morán, muere en una
explosión de dinamita, durante una obra de construcción de carretera; Tinto, el perro
guardián de la casa de Simón Robles, es muerto por el feroz Raffles, enorme perro de
don Cipriano Ramírez, el hacendado de Páucar, siendo reemplazado por el ya
mencionado Shapra como guardián del hogar. Quien de alguna manera venga a Tinto es
Chutín, otro hijo de Wanka y Zambo, el cual fue regalado al niño Obdulio, hijo del
hacendado Cipriano, quien se rindió ante la insistencia del niño de tener un perrito de
compañía. Chutín se ganó la preferencia de todos en la casa hacienda, en desmedro del
feroz Raffles. Cuando el rebaño de Simón Robles aumenta y se necesita más ayuda en el
pastoreo, los Robles deciden quedarse con dos perros de la siguiente parición de Wanka.
A ellos les colocan los nombres de Güeso y Pellejo debido a una historia que Simón
narra sobre una viejita que para no ser asaltada disimuladamente se quejaba: “estoy
hecha puro Hueso y Pellejo”, llamando de este modo a sus perros que tenían esos
nombres. Los perros al oír el llamado de su ama ingresan al cuarto de la vieja y se
lanzan contra el ladrón, “haciéndole leña”. Cuando el Timoteo objeta la historia
haciendo notar que cómo podía ser que unos perros guardianes dejaran entrar a un
ladrón en casa y encima necesitaban que su ama los llamara, el Simón Robles se limita a
sentenciar: “cuento es cuento”. Y el narrador pone como ejemplo la historia de un curita
de Patáz quien luego de narrar con mucha emoción y patetismo la pasión y muerte de
Nuestro Señor, vio atónito como todos los feligreses lloraban a moco tendido. El cura
tuvo que finalizar diciendo que como era una historia ocurrida hace mucho tiempo, bien
podía ser solo cuento.
¿Cuántos perros son mencionados en este capítulo?
¿Cuáles son los principales perros personajes?
Comprensión de textos
en aliados valiosísimos de los Celedonios ya que con sus ladridos avisan cuando los
gendarmes se hallan cerca.
¿Gueso se acostumbra desde el primer momento a sus nuevos amos?
¿Qué relación existía entre Julián y el alférez de gendarmes?
¿Quién era la esposa de Julián?
¿Para que tenían perros los hermanos Celedon?
VII.- EL CONSEJO DEL REY SALOMÓN
En aquel año no hubo buenas cosechas. Las lluvias escasearon y las mieses de la
mayoría de las chacras no alcanzaron su plenitud. La comida empezó a escasear. Los
Robles se enteran que las chacras de la Martina se han perdido y que para colmo, recibe
la visita de su cuñada, la cual tenía problemas con su marido y no quería volver donde
él. Aprovechando este percance, don Simón cuenta la historia de un hombre que no era
feliz debido a que su esposa siempre le causaba problemas y lo comparaba con su
anterior marido, el “difuntito”, diciendo que éste había sido más bueno. El hombre,
desesperado, visita al rey Salomón, el cual le aconseja sabiamente que vaya a ver lo que
hacía un arriero con su burro, en un cruce de caminos, y que haga lo mismo. El hombre
observa que el arriero, cada vez que su burro quería ir en la dirección contraria a la que
él quería, le sonaba las orejas con un palo; el animal le obedecía entonces. Entonces el
hombre va a su casa, y cuando su esposa le sale a su encuentro amenazando con irse,
coge un palo y le da duro, tal como vio hacer al arriero con su burro. La mujer le suplica
entonces que no la pegue más, y desde ese día no volvió a molestar al marido.
¿QUIÉN ES EL AUTOR DE EL CUENTO EL DIFUNTITO?-
¿QUÉ PROPÓSITO CUMPLE DICHO RELATO?
¿POR QUÉ LA COMIDA ERA ESCASA EN ESTOS DÍAS?
¿QUÉ OPINIÓN TE MERECE EL CONSEJO DE ESTE REY?
VIII.- UNA CHACRA DE MAÍZ
La casa-hacienda de Páucar, propiedad de don Cipriano, contaba con una represa que
almacenaba el agua de una quebrada. De modo que en torno a ella verdecían
los alfalfares y germinaban los maizales, lo que contrastaba con la desolación del
contorno. A una de esas chacras de maíz ingresan los perros Manolia y Rayo, seguidos
por Shapra y Wanka. Se alimentan de la pulpa jugosa de los choclos aún tiernos.
Guiados por su fino olfato, Zambo y Pellejo los imitan. Pero el hacendado decide frenar
los estragos. Una noche, don Rómulo Méndez, el empleado de la hacienda, coloca una
trampa, donde al día siguiente muere Rayo, aplastado por una piedra enorme. Los
demás perros huyen pero Shapra y Manolia sucumben bajo las balas de los guardianes.
Los sobrevivientes no volvieron más a la chacra de maíz.
¿Don Cipriano sufría de la escasez del agua?
¿Porque los perros ingresaban a la propiedad de don cipriano?
¿Será importante la existencia de represas de agua en los campos de cultivo?-¿por qué?
Comprensión de textos
horizonte. Wanka pare pero sus cachorros son arrojados a una poza. Era la única manera
de librarles de una muerte más penosa por el hambre. Simón guarda las semillas
de trigo, arveja y maíz para el año entrante. Hombres y animales en medio de la tristeza
gris de los campos, vagan languidecientes y descarnados.
¿Cuáles eran las consecuencias de las sequias?
¿Por qué simón robles guarda trigo maíz y arveja?
¿Quiénes sufrían más el hambre los perros o los hombres del campo?
¿Qué comía el ganado en tiempos de sequía?
XIV.- “VELAY EL HAMBRE, ANIMALITO”
El ganado no tenía qué comer y es dejado suelto en los campos. Pero apenas encuentran
alimento con qué calmar el hambre: solo paja seca, chamiza e ichu reseco. Uno tras otro
los animales son sacrificados y comidos por los campesinos. Los perros llevan la peor
parte. Muy flacos, deambulan por el pueblo en busca de sustento que casi nunca
encuentran. Una vez la Juana regresa indignada a su bohío luego de visitar la capilla de
San Lorenzo, en Páucar: habían robado el manojo de espigas que cada año se ofrendaba
al santo. Para ella era un sacrilegio nefando. La Antuca seguía saliendo a pastear a las
ovejas junto con sus perros, pero ya no era como antes. Ella misma había enflaquecido y
para colmo, ya no se encontraba con el Pancho. Viendo el paisaje tan desolador y sus
animales raquíticos, les dice tristemente: “Velay (he aquí) el hambre, animalitos”.
¿Qué hecho sucedió en la capilla de san Lorenzo?
¿Qué hacían los campesinos para calmar el hambre en época de sequias?
¿Por qué Antuca salía a pastear con sus perros?
¿Que comían los animales en esa época?
XV.- UNA EXPULSIÓN Y OTRAS PENALIDADES
En una ocasión la Antuca se percata que sus tres perros (Wanka, Zambo y Pellejo) están
devorando a una oveja. Grita a los perros tratando de alejarlos, pero estos le ladran
agresivamente. Antuca, llorando, regresa a su casa contando lo sucedido. Los perros
vuelven al hogar de los Robles pero son expulsados a garrotazos y hondazos. Por su
parte el indio Mashe levanta su choza cerca a un alisar, en la parcela que le había sido
otorgado por don Cipriano. Pero no tenía cómo dar el sustento a su familia. Su hija, la
Jacinta, sale entonces a buscar algo. Regresa con los restos de la oveja que los perros
habían devorado. Mashe y toda la familia se alegran y preparan la comida con las
piltrafas, que para ellos es un festín.
¿Porque Antuca no pudo evitar la muerte de su oveja?
¿Qué familia recoge las piltrafas restos de la oveja muerta, la del el indio mashe o la
de simón robles?
¿Cómo reacciono Antuca ante lo sucedido?
¿Los perros siguieron viviendo en la casa de los robles?
Comprensión de textos
agonizante. Siente mucha pena por el animal y se queda acariciándole durante un largo
rato, hasta que la voz de su madre lo vuelve a las tareas cotidianas. Los perros llegan a
invadir la casa hacienda de don Cipriano. Raffles y los demás perros enormes de la
hacienda son encerrados para evitar que se pelearan con los callejeros, muy numerosos.
Zambo husmea en busca de comida pero las personas ya no botan ni las cáscaras de los
alimentos. Pellejo recuerda que tiempo atrás una vez una señora muy buena, doña
Chabela, le había dado una semita, y confiadamente se le acerca, pero esta vez aquella
la expulsa cruelmente, hiriéndole con un tizón ardiente. Los perros hambrientos invaden
el comedor de don Cipriano, asustando a su familia. Son expulsados a patadas y
garrotazos. Pero esta vez don Cipriano decide terminar con el problema. Ordena colocar
pedazos de carne envenenada alrededor de la casa. Muchos perros comen el fatal
bocado, entre ellos Zambo, cuyo cuerpo es devorado por Pellejo, el cual muere
igualmente víctima del tósigo. Con la extinción de los perros,
los zorros y pumas aprovechan para atacar al ganado, por lo que los campesinos hacen
guardia de noche. Algunos incluso imitan el ladrido de los perros. Rendidos por tantas
penurias, indios y cholos se reúnen frente a la casa hacienda de don Cipriano, rogándole
que les diera comida, mientras esperaban la lluvia para iniciar las labores. Pero don
Cipriano se niega, aduciendo que ya no tenía más grano para repartir. El Simón
Robles le replica entonces, diciéndole que ellos sabían que alimentaba a su ganado
con cebada, como si un animal valiera más que un cristiano. Don Cipriano y su
mayordomo se retiran amenazantes y la masa de hombres intenta forzar la puerta de la
casa. Se escuchan disparos. Tres indios caen muertos. Los demás huyen. Los tiradores
son los empleados del hacendado; incluso al pequeño Obdulio, el hijo de don Cipriano,
porta un arma que su padre le ha enseñado a usar. La sequía se prolonga por algunos
meses más.
¿Por qué zambo se come a pellejo?
¿Qué reprochaba simón robles a don Cipriano
¿Porque los zorros atacaban más seguido a las ovejas?
¿A qué perro auxilia antúca?
XIX.- LA LLUVIA GUENA
Llega Noviembre. El cielo se cubre de nubes densas. Y las primeras gotas de lluvia
levantan polvo. Es, indudablemente, el fin de la sequía. El júbilo estalla entre los
hombres y animales. Una tarde Simón Robles miraba desde el corredor y una sombra le
hizo volver hacia otro lado. Era la perra Wanka, escuálida, quien retornaba para ocupar
su puesto de guarda de ovejas, de las que solo quedaban dos pares. Simón la llama y la
perra se acerca a restregarse cariñosamente a su amo. Conmovido, Simón la acaricia y le
habla con ternura, llorando de emoción. “Y para Wanka las lágrimas y la voz y las
palmadas del Simón eran también buenas como la lluvia”.
¿Cómo regresa wanka a su casa?
¿Cuál era la señal que revela el fin de las sequias?
¿Por qué simón robles, tenía pocas ovejas?
¿Es cierto que sólo la familia de simón robles se alegraba por el fin de la sequía?
Comprensión de textos
Análisis
La novela relata los trágicos efectos de una sequía en la sierra peruana y subraya el
desquiciamiento del mundo andino al detenerse el ritmo de la producción agrícola.
Aunque el proceso narrado deja ver la radical inhumanidad del sistema social serrano y
pone de relieve el sufrimiento al que están sometidos los indios, lo cierto es que la
novela diluye la energía de su denuncia y oscurece la casualidad real de los sucesos al
remitirlos excluyentemente a una razón sólo natural (la sequía) y al ordenar su
secuencia argumental mediante la formulación de una suerte de círculo que afirma la
permanente reiteración de la historia, su carácter inevitablemente cíclico, su
dependencia del ritmo de la naturaleza. Queda en pie, sin embargo, una imagen
globalmente positiva del hombre, la sociedad y la cultura indígenas. Al contrario de lo
que sucede en otras novelas indigenistas, aquí la miseria no conduce al aniquilamiento
de la condición humana del indio, sino, al contrario, pone de manifiesto su honda e
imperturbable dignidad (Antonio Cornejo Polar).