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Miguel ambrosio, el penúltimo de los hermanos vallejo y por consiguiente de no mucha

más edad que césar, murió el 22 de agosto de 1915. Al año siguiente, el poeta compuso

el soneto “a mi hermano muerto”, que fue publicado en agosto de 1917 en “cultura

infantil”. En agosto de 1918 escribe “a mi hermano miguel” antes de que falleciera su

madre.

El poema está precedido de un acápite: “in memoriam”

El poema es un diálogo que intenta el hablante con un interlocutor que está ausente, y

que el texto mismo (el discurso poético) revela, en el vocativo inicial “hermano”, y en el

nombre de aquel, “miguel”.

En la última estrofa, de sólo dos versos, agrega la expresión “oye”, que funciona sólo

para establecer un contacto (función fática) y que no encuentra respuesta. En el verso

siguiente, después de la segunda cesura, ¿el hablante formula un “bueno?” Que convoca

a la misma voz, para agregar, en oposición a los versos 3 y 4, “puede inquietarse

mamá”.

Asistimos así a un texto que es un discurso (recrea el habla coloquial, con las

desarticulaciones propias de la misma, en la que se mezclan tiempos y evocaciones) y

queda enmarcado por una apelación inicial que abre la expectativa, y se cierra con una

nueva apelación más urgente, que se vuelve dolorosa por el silencio que a ella continúa,

y porque remite al acápite del poema, que aunque es anticipo del texto poético, adquiere

su dimensión trágica en el silencio de ese hermano ausente: silencio de la voz, página en

blanco.

El tono coloquial mantiene, en tanto poema, un ritmo que lo identifica como tal, y que

en el juego de rimas consonantes y asonantes, enlaza sonoridades que se ubican

estratégicamente en las estrofas para establecer, así, una cadencia de sonidos que, como
ecos, se van sucediendo, y que enfatizan, en los diecinueve versos del texto,

determinadas sonoridades y significaciones.

La primera estrofa, apoyada en la asonancia –aa, versos 1 y 3, se verbaliza en un

presente que alude a la situación concreta del hablante: “hoy estoy en el poyo de la

casa / donde nos haces una falta sin fondo!”. La expresión “sin fondo” visualiza la

abstracción “falta” (ausencia), dando así la dimensión de la carencia que para todos

(“nos”) significa aquella. En ese presente emerge (“me acuerdo”) un hecho que entra en

la categoría del pasado, porque, alude, sin duda, a la infancia, con toda la emoción que

comporta la figura materna, la caricia, la expresión entrecortada por los puntos

suspensivos y que actualiza en el estilo directo la presencia de la madre. El recuerdo en

esta estrofa es una posibilidad de actualizar lo vivido. La construcción sintáctica evoca

el lenguaje coloquial en la supresión del término de enlace “a”: “jugábamos (a) esta

hora”.

Toda evocación de la infancia provoca en el sujeto evocador un sentimiento de nostalgia

cuando va acompañado de felicidad perimida, en este caso connotada por el juego; en la

estrofa hay elementos que acumulan un tono inquietante: “nos haces una falta sin

fondo”, cuyo sentido de ausencia se acentúa por la presencia del acápite.

La segunda estrofa introduce el juego en el presente (aquel que en lo versos 3 y 4 era

pasado), y se construye la mayor parte de la misma (versos 5 a 9) en esa realidad que la

expresión “ahora” hace contemporánea del “hoy”, o, precisando aun más la

temporalidad, el “ahora” como parte de ese “hoy”.

El hecho realizado por el sujeto del poema tiene su paralelo en el pasado con el que se

coteja (“como antes” v. 6).


La esperanzada inocencia infantil (“espero que tú no des conmigo”) tiene su

contrapartida trágica en la tercera estrofa, donde aflora una situación también evocada:

es un juego en el que hace falta la alegría. En el juego de la segunda estrofa se

reconstruye toda la casa: “por la sala, el zaguán, los corredores”, espacio que puede

verse como lugar mítico, ya que es el espacio – escondite del hermano, anticipando así

su permanencia a pesar de la partida. El juego fluctúa en ese esconderse uno y otro, y en

el final de la estrofa, vv. 10 y 11, el llanto que se evoca (“me acuerdo”) remite al pasado

por el uso de un tiempo verbal, pretérito imperfecto, que prolonga la acción en el tiempo

y que involucra a ambos hermanos: “nos hacíamos llorar / en aquel juego”.

La segunda estrofa se enlaza por la consonancia del verso 5 con el 2 de la primera; esta

consonancia se impone a la sonoridad asonante de los versos 1 y 3, que encuentra,

paralelamente, su “espejo” en los versos 17 y 19.

Las expresiones enlazadas por esa coincidencia rímea son significativas: casa, mamá (1

y 3); alma, mamá (17 y 19). Esa asonancia, si bien es menos notoria en el espacio de la

primera estrofa, perdura al reaparecer en los versos que concluyen el poema,

enfatizando así la alusión a la figura materna que es la intermediaria en el llamado final

que hace el yo lírico al interlocutor ausente. Y enfatiza también la relación “alma” –

“casa”, expresiones que son , para el estructurador del discurso, puntos en los que se

asienta el recuerdo del hermano muerto; para el poeta césar vallejo la casa será

esencialmente el lugar evocado como espacio de amor, y el alma (corazón, pensamiento

o recuerdo) el espacio corporal de los afectos.

La distancia entre el juego presente de la segunda estrofa y la realidad, se introduce a

partir de las expresiones “como antes” y “aquel juego” que establece la fluctuación

temporal en tanto el presente “ahora” ubica en el hoy, pero remite a un pasado que es el

que quedará relegado a un segundo plano en la tercera estrofa. La rima consonante se


produce entre versos de la misma estrofa (7 y 9), y enlaza por la consonancia con la

estrofa siguiente (11 y 13).

En la tercera estrofa el vocativo “miguel” indica a quién se habla. Aunque se mantiene

el carácter dialogal, se ha producido un distanciamiento en tanto aquella adquiere tono

informativo que trasciende al interlocutor nombrado porque provee de datos al lector del

poema. Nos enteramos así del hacho concreto: “tú te escondiste / una noche de agosto,

al alborear”, estableciéndose la primera diferencia con el presente que también ocurre

en el tiempo similar, “esta hora”.

La alegría del juego da paso a la evocación, “pero, en vez de ocultarte riendo, estabas

triste”. Los versos finales de la estrofa acercan el dolor del yo lírico, señalado en ese

“gemelo corazón de esas tardes / extintas se ha aburrido de no encontrarte”. La

referencia temporal aporta el elemento clave para establecer la distancia entre pasado y

presente; pero también, en un nivel personal, subjetivo, deslinda en el yo lirico lo

deseado, que se funde con la evocación, y la realidad, que devuelve una momentánea

ilusión temporal: “oraciones vespertinas” sustituidas en el discurso literario por “noche

de agosto al alborear”. En su dolorosa realidad remite a “estas oraciones vespertinas”, se

vuelve a ellas y se toma conciencia de la falta, se torna al “hoy”. Se produce entonces

otro hiato entre el “hoy” y el “ahora”, este último, un espacio temporal inmediato,

ilusorio: deseo, ensoñación en una realidad mayor. La ilusión libera al hablante de la

realidad (“nos haces una falta sin fondo”) momentánea.

El discurrir del pensamiento verbalizado transita tiempos y fluctúa entre el pasado y el

presente, y en éste, crea un espacio para liberar al yo lírico por imágenes que vienen del

tiempo lejano: una zona de felicidad que es la del juego. En el juego con el hermano,

aquel deriva a un momento concreto, aun esconderse en otra hora (la del alba), con una

actitud distinta; de allí la palabra (el pensamiento) vuelve a la realidad actual: “y ya /


cae sombra en el alma” la presencia del adverbio temporal se vincula con la vuelta al

“hoy”: la noche imponiéndose a la tarde.

“y tu gemelo corazón de esas tardes / extintas se ha aburrido de no encontrarte”, si el

aburrimiento es un hecho lógico en el juego, en el texto, es, por su nimiedad, contraste

violento con la imagen que le sigue, verso 17.

La estrofa final, en la que se apela al hermano y se le ruega que no tarde, cierra el

poema con la expectativa de lo que espera respuesta y queda ahí, en la página y en la

voz, en un silencio definitivo que es el que se presiente desde el acápite.

En el poema, la sucesión y superposición de tiempos distintos es un juego que mezcla

alegría y pesar, presencia y ausencia, y que en los versos finales (18 y 19) vuelve al

juego como una necesidad del soñar liberador. Queda sólo la función fática del

lenguaje. Al no encontrar respuesta, devendrá, lo sabemos, sombra que cae sobre el

alma, y adquirirá todo su sentido doloroso, el acápite.

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