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LEY DE SOCIEDADES COMERCIALES COMENTADA

 
TOMO I
ARTS. 1 A 73
RICARDO A. NISSEN
INTRODUCCIÓN (PRIMERA PARTE)

BREVE HISTORIA DEL RÉGIMEN SOCIETARIO ARGENTINO

§ 1. El Código de Comercio Argentino de 1862

Como todos conocen, nuestro Código de Comercio fue anterior en su sanción al Código Civil, y el motivo de
ello fue la prioridad para estimular la situación económica de la República Argentina a través del desarrollo
del Comercio. Hasta ese entonces, la legislación mercantil vigente en el país lo constituía las Ordenanzas de
Bilbao de 1757 —que abrevaban de las Ordenanzas de Colbert, ministro del Rey de Francia Luis XIV,
dedicadas al derecho comercial terrestre— y que en el año 1794 se pusieron en vigencia al erigirse el
Consulado de Buenos Aires, pero que no dieron satisfacción a los problemas que el tráfico comercial
generaba durante la primera mitad del siglo diecinueve.

Según expone Malagarriga(1), la primera iniciativa de nuestro país para contar con un Código de Comercio,
data del año 1824, a iniciativa de Bernardino Rivadavia y Manuel García, por entonces ministros del
gobernador de la Pcia. de Buenos Aires, Juan Gregorio de Las Heras, redactándose un decreto por el que se
nombró una comisión a los fines de que se ocupe de la redacción del ordenamiento mercantil, bajo la
presidencia del mismo García e integrada por el catedrático de jurisprudencia, Dr. Pedro Somellera, el Dr.
Mateo Vidal, el prior del Consulado, Mariano de Sarratea y el síndico del mismo tribunal, José María Rojas,
proyecto que fue luego elevado a la Junta de Representantes, sin concretarse su promulgación.

Tanta fue preocupación por la carencia, por aquellas épocas, de una legislación comercial en nuestro país,
que en la Provincia de Mendoza, en el año 1845 y de San Juan, en el año 1862, se decidió aplicar las normas
del Código Español de 1829, conocido como el "Código Fernandino", cuya redacción se debió,
fundamentalmente a la labor del jurista Pedro Sainz de Andino, inspirado en el Código Francés de Comercio
de 1807, el Libro del Consulado del Mar y las Ordenanzas de Bilbao. Dicho Código, que fue muy tenido en
cuenta por las legislaciones mercantiles del siglo diecinueve, estuvo vigente en España hasta el año 1885,
oportunidad en que se promulgó un nuevo Código de Comercio.

Las disposiciones del Código de Comercio de España de 1829 fueron inclusive tenidas en cuenta por la
legislatura de Buenos Aires, que en el año 1831 sancionó como ley porteña el referido ordenamiento
español, designándose una comisión para proyectar su reforma, con fines de su adaptación a nuestra
actividad comercial, pero dicha iniciativa no prosperó. El propósito de codificar la materia del comercio
renació en el año 1852, mediante un decreto de Justo José de Urquiza, que designó sendas comisiones para
redactar diferentes códigos (civil, procesal, penal y de comercio), que también se frustró, hasta que,
sancionada la Constitución Nacional, en el año 1853, en la cual la decisión de codificar aparece
imperativamente en sus arts. 24 y 64 inc. 11, le fue encomendada a los juristas Dalmacio Vélez Sarsfield —
por entonces Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores— y Eduardo Acevedo (oriundo de la República
Oriental del Uruguay), la confección de un Código de Comercio, quienes redactaron un ordenamiento que
cobró vigencia en la Provincia de Buenos Aires, en el año 1859 y que luego comenzó a regir en toda la
República Argentina el 10 de septiembre de 1862, como consecuencia de la ley 15, sancionada por el
Congreso de la Nación, una vez reintegrada Buenos Aires al seno de la Nación, como consecuencia del
resultado de la batalla de Pavón. Oportuno es aclarar que dicho Código había sido ya adoptado por la
Provincia de Santa Fe en 1861 y Entre Ríos, en el año 1862, así como en la República Oriental del Uruguay, a
partir del 1º de julio de 1866, derogando las Ordenanzas de Bilbao, que estuvieron en vigor en ese país, con
anterioridad.

En materia societaria, que es lo que aquí interesa, se ha criticado por incompleta la normativa que, sobre
sociedades comerciales incluía el original Código de Comercio de 1859/1862, en su título III, denominado
"De las compañías o sociedades", aunque debe recordarse que, por no haberse sancionado, a la fecha de su
promulgación, un Código Civil, lo cual ocurrió en el año 1870, el referido ordenamiento mercantil no se
refería solo a las sociedades mercantiles sino a las sociedades en general, incluyendo a las sociedades civiles,
dando una definición de la sociedad en el art. 387, que encabezaba la primera legislación societaria nacional.
También incluía normas sobre nulidad de sociedades por objeto ilícito y disposiciones referentes a las
estipulaciones nulas que recogería, más de cien años más tarde, la actual ley 19.550. Debe destacarse que
más allá de sus críticas, el Código de Comercio de 1862 fue considerado por Lisandro Segovia, como el
Código más completo de los que por entonces fueron sancionados.
Resulta interesante destacar que este Código aseguraba, para toda sociedad, sin distinción de tipos, el
derecho de los socios de examinar los libros sociales, correspondencia y demás documentos que
comprueben el estado de la administración social (art. 392).

En materia de constitución de sociedades, el art. 393 admitía la posibilidad de constituir sociedades en


forma escrita —escritura pública o privada—, cuando "recae sobre cosa cuyo valor excede de mil pesos
fuertes", pero disponía la necesaria inscripción del contrato social en el Registro Público de Comercio. Si
dicho contrato no era registrado, y ello valía también para las sociedades estipuladas en países extranjeros
con establecimiento en la República, el contrato social no tendría validez contra terceros, pero daría acción a
éstos contra todos los socios solidariamente (art. 398).

En cuanto a las sociedades inscriptas en el registro mercantil, solo se admitía las acciones entre los socios o
de éstos contra terceros, que funde su intención en la existencia de la sociedad, cuando se hubiese
acompañado en juicio el instrumento probatorio de la existencia de la sociedad y de su registro, pero para el
caso que la sociedad no se haya hecho constar por escrito y cuyo instrumento probatorio no se haya
registrado, ella era nula para el futuro, en el sentido que cualquiera de los socios podrá separarse cuando le
parezca, pero producirá sus efectos, respecto de lo pasado, en cuanto a que los socios se deberán
respectivamente cuenta, según las reglas del derecho común, de las operaciones que hayan hecho y de las
ganancias o pérdidas que hayan resultado (art. 399). Para la acreditación de la existencia de la sociedad,
existían disposiciones específicas, que permitían la utilización de todas las pruebas admitidas en derecho
común, incluso la prueba testimonial, sin límite alguno, siendo una de las normas más afortunadas de ese
antiguo régimen, aquella que enumeraba una serie de presunciones a favor de la existencia de la sociedad
(art. 401), que luego mantuvo el Código de 1889 pero que derogó la ley 19.550.

No existían, en el Código de Comercio de 1862, normas referidas a la contabilidad ni a la reorganización de


sociedades, así como tampoco a las medidas cautelares societarias ni prescripción alguna sobre las
sociedades constituidas en el extranjero con actuación en la República Argentina, salvo la referencia del
segundo párrafo del art. 398 antes señalado, normativa que fue considerada insuficiente, al punto que la
reforma del año 1889, con las soluciones previstas en los arts. 265, 286 y 287 importaron un progreso de
gran significación, al contemplar incluso la hipótesis de sociedades constituidas en el exterior en fraude a la
ley argentina, con mejor redacción que el actual art. 124 de la ley 19.550.

Los tipos sociales previstos por el Código de 1862 fueron los de la sociedad anónima, que eran comerciales,
cualquiera fuere su objeto (art. 403), sociedades cuya existencia dependía de una especial autorización del
Poder Ejecutivo Nacional y que fueron objeto de especial tratamiento antes de los otros tipos sociales, lo
que Halperin consideró como una ubicación ilógica(2), metodología que fue modificada por el Código de
Comercio de 1889. Se previó especialmente que en dichas compañías, que los socios no respondían por las
obligaciones de la entidad, sino hasta el valor de las acciones o del interés que tengan en la sociedad (art.
410), siendo responsable la "masa social", compuesta por el fondo social y de los beneficios acumulados, por
las obligaciones contraídas en su manejo y administración (art. 409). Si los directores o administradores se
hubiesen cerciorado de que el capital social hubiese sufrido una pérdida del 50 por ciento, tenían obligación
de declararlo ante el Tribunal de Comercio respectivo, publicando sus declaraciones en el diario oficial, pero
si dicha pérdida fuera del 75 por ciento, la sociedad se debía considerarse disuelta "ipso iure" y los
directores eran responsables personal y solidariamente, hacia los terceros, de todas las obligaciones que
hayan contraído después que la existencia de ese déficit haya llegado o debido llegar a su noticia (art. 419).

Interesante también es la previsión que, en materia de sociedades anónimas en formación y responsabilidad


de los administradores preveía el art. 408 del Código de Comercio de 1862, cuando establecía que "Los
administradores o directores de una compañía anónima, responder personal y solidariamente a los terceros
que contratasen con la sociedad, hasta el momento en que se verifique la inscripción del instrumento o
título de su institución, pero verificado ese registro, solo responden solo a la compañía del buen desempeño
de sus funciones que según los reglamentos o estatutos estén a su cargo. Sin embargo, en caso de infracción
a los estatutos o reglamentos, responderán personalmente a los terceros con quienes hayan contratado, del
perjuicio que éstos hayan sufrido, con motivo de aquella infracción".

El Código de 1862 preveía la existencia de "cédulas de crédito" para representar materialmente a las
acciones, que podían emitirse al portador o mediante "cédulas endosables", cuya propiedad se establecería
mediante la inscripción en los libros de la sociedad (art. 414).

En materia de órganos sociales en las sociedades anónimas, la normativa prevista por el Código de Comercio
de 1862 fue cuanto menos insuficiente, pues en torno al funcionamiento de las asambleas de accionistas
solo se preveía que los estatutos debían designar la forma en que hayan de votar los socios, previendo, en
materia de representación asamblearia, que una misma persona no podrá representar más de seis votos, si
la sociedad se componía de más de cien acciones, ni más de tres, si se componía de un número inferior (art.
420). Del mismo modo, existía en dicho ordenamiento una norma que puede calificarse como un
antecedente del actual art. 251 de la ley 19.550, que prescribe la impugnación de asambleas o de
determinadas decisiones asamblearias, previendo el art. 417 del Código de Comercio de 1862, que "Después
de instalada la sociedad, con la licencia correspondiente, toda deliberación ulterior de los accionistas contra
los estatutos de la sociedad, o que tenga el efecto de que sean violados o que dé a los fondos sociales otro
destino, o que transforme la sociedad en otro tipo de asociación, es nula y sin ningún valor. El administrador
que obrare en virtud de ella, responde personalmente a los terceros con quien contratare".

Respecto del directorio, y además de las normas sobre responsabilidad de los administradores antes citada,
el Código de Comercio de 1862 solo obligaba a los mismos a presentar a los socios un estado de las
ganancias o pérdidas que haya tenido la sociedad el año precedente (art. 421). Finalmente y en torno a las
sociedades anónimas, dicho cuerpo legal no preveía órgano de fiscalización alguno, confiriendo a todos los
socios —como hemos visto— el derecho de inspección de los libros y de la documentación social.

Otro tipo legal previsto por el original Código de Comercio argentino fueron las sociedades en comandita
(arts. 425 a 434), y solo los arts. 433 y 434 se referían a las sociedades en comandita por acciones, al
disponer que la sociedad comanditaria puede dar acciones a nombres individuales o al portador,
transmisibles en la forma que determinen sus estatutos, aclarando que las acciones solo pueden darse por el
capital de los comanditarios. Por otro lado, se preveía que un socio debía ser comerciante y la sociedad
debía constituirse para desarrollar un objeto comercial. Los socios comanditados respondían ante terceros
como socios solidariamente responsables y los otros —comanditarios— como simples suministradores de
capital, aunque el art. 426 de dicho ordenamiento —uno de los más originales del viejo Código de Comercio
— disponía que no era necesaria la inscripción en el registro de comercio el nombre del socio comanditario,
aunque se requería esencialmente que se declare en el registro la suma cierta del total de los capitales
puestos en comandita. Esta insólita disposición, que implicó la comisión de todo tipo de fraudes, como la
práctica lo demostró en forma permanente, continuó vigente hasta la sanción de la ley 19.550, esto es,
durante ciento quince años, pues insólitamente la reforma de 1889 mantuvo esa discutible solución, que
permitió al socio comanditario permanecer oculto en forma permanente.

Finalmente, la administración de las sociedades en comandita quedó reservada en manos de los socios
comanditados, solidarios u ordinarios, como se los denominaba en el Código de 1857, con prohibición
absoluta para los otros socios de inmiscuirse en la gestión de los negocios sociales, salvo actos de examen,
inspección, vigilancia, verificación o consejo en las deliberaciones de la sociedad, pero le estaba
expresamente prohibido a los socios comanditarios darle ningún tipo de orden a los administradores.

También incluyó el Código de Comercio de 1862 original expresas disposiciones sobre las "habilitaciones" o
sociedades de capital e industria", las sociedades accidentales o en participación y las sociedades colectivas,
muchas de cuyas soluciones fueron receptadas por la actual legislación societaria, siendo entonces cinco los
tipos sociales legalmente previstos por aquellas épocas, en las cuales no había hecho su aparición en el
espectro societario las sociedades de responsabilidad limitada, que se incorporaron a nuestra legislación
mercantil en el año 1932 a través de la ley 11.645, ni tampoco se contemplaron los diferentes subtipos de
sociedades anónimas, como hoy exhibe la ley 19.550. En materia de derechos y obligaciones de los socios, el
legislador de 1862 fue muy cuidadoso en su reglamentación, en especial en materia de aportes y las
consecuencias de su incumplimiento, la distribución de ganancias y pérdidas y también lo fue en lo referido
a la administración social, siendo importante destacar que dicho cuerpo legal adhirió totalmente a las reglas
del mandato para definir al vínculo entre el administrador y la compañía, siendo abundantes las referencias
a dicho contrato y a la existencia del "poder" otorgado al socio encargado de la administración.

Finalmente, los arts. 481 a 482 del referido ordenamiento legal se dedicaron a reglamentar la rescisión
parcial de la sociedad, así como disolución y liquidación de la misma. En cuanto a lo primero, el art. 481 solo
enumeraba dentro del concepto de rescisión parcial, a diversos supuestos de exclusión de socios, pero
siempre dentro del capítulo referido a la disolución, que es figura antagónica de la resolución parcial. El
efecto de la rescisión parcial era concretamente la ineficacia del contrato con respecto al socio culpable que
se considerará excluido del ente, exigiéndole la parte que pueda corresponderle y quedando autorizada la
sociedad a negarle participación en las ganancias y a retener los intereses que puedan tocarle en la masa
social, hasta que estén liquidadas todas las operaciones que se hallen pendientes al tiempo de la rescisión.
Ínterin, y hasta tanto no se inscriba la rescisión en el Registro Público, subsistiría la responsabilidad del socio
cesante en forma solidaria, en todos los actos que se practiquen en nombre y por cuenta de la sociedad.
En cuanto al fallecimiento del socio, este acontecimiento provocaba la disolución de la sociedad, si no
contenía la escritura social pacto expreso para que continúen en la sociedad los herederos del socio difunto
o que ésta subsista con los socios sobrevivientes. El socio —finalmente— estaba autorizado a renunciar a
integrar la sociedad, siempre que dicha renuncia no fuere dolosa o intempestiva, quedando obligado a los
daños y perjuicios que causare la separación efectuada en esta forma (art. 488).

En materia de disolución, el Código de Comercio de 1862 presentó la particularidad de contener causales


disolutorias distintas para todos los tipos sociales, con excepción de las sociedades anónimas, que contaban
con causales específicas de disolución en los arts. 419 y 422 (pérdida del capital social; expiración del plazo
de duración o acabado la empresa que fue objeto especial de su formación; la quiebra de la compañía y la
demostración de que la compañía no puede llenar el fin para el que fue creada). Las causales de disolución,
mencionadas en su capítulo específico (arts. 481 a 496), hacían también referencia a las mismas causales,
adicionándosele el consentimiento de todos los socios; la "pérdida entera" de todo el capital social; la
muerte de uno de los socios —con las excepciones antes señaladas—; la quiebra no solo de la sociedad sino
de cualquiera de los socios; la demencia u otra causa que produzca la inhabilitación de un socio para
administrar sus bienes y la simple voluntad de uno de los socios cuando la sociedad no tenga un plazo o un
objeto determinado. En todos esos casos, se previó expresamente que la disolución de una sociedad de
comercio, siempre que proceda de cualquier otra causa que no sea la expiración del término por el cual se
contrajo, no surtiría efecto, en perjuicio de tercero, hasta que se anote en el registro de comercio y se
publique en el lugar donde tenga la sociedad su domicilio o establecimiento fijo.

Disuelta la sociedad, disponía el Código de Comercio de 1862 que ella solo se consideraría existente a los
efectos de su liquidación (art. 489), pudiendo llevar a cabo la liquidación no solo los socios, sino una persona
de fuera de la sociedad. El art. 499 disponía la expresa obligación de los liquidadores de proceder
inmediatamente a la partición, previa realización del inventario y balance respecto "del caudal común", bajo
apercibimiento de nombrarse judicialmente nuevos liquidadores. Si los fondos sociales no fueran suficientes
para pagar las deudas exigibles, era obligación de los liquidadores pedir a los socios las cantidades necesarias
en los casos en que éstos estuvieran obligados a suministrarlas conforme las reglas establecidas (art. 500).
Además de ello, preveía expresamente el art. 506 del Código de Comercio de 1862, que los bienes
particulares de los socios que no se incluyeron en la formación de la sociedad, no podían ser ejecutados para
el pago de la deuda social, sino después de ejecutados todos los bienes de la compañía, norma que era
aplicable a todos los tipos sociales. Finalmente, se previó la aplicación a la partición de los bienes sociales
durante la etapa liquidatoria de las reglas relativas a la partición de la herencia, en especial, la forma de
partición y las obligaciones que de ellas resultaban a los herederos.

Por último los arts. 511 y 512 se previó, como modo de dirimir las diferencias entre los socios, que ellas
quedarán sometidas —durante toda la existencia del ente— a la decisión de jueces arbitradores, háyase o
no estipulado así en el contrato de sociedad, debiendo las partes interesadas designar a los mismos,
conforme al estatuto o en su defecto, recurrir al Tribunal competente para el nombramiento de los mismos,
el cual podría designar también de oficio a los arbitradores, en caso de desinterés de la sociedad en
designarlos, siempre en personas que a su juicio "sean peritas e imparciales para entender en el negocio que
se disputa".

§ 2. La reforma al Código de Comercial efectuada en el año 1889

En el año 1889, se reformó el Código de Comercio, para eliminar las disposiciones referidas a las
obligaciones y contratos que fueron incluidas con la sanción del Código Civil, en el año 1869 y —además—
para modificar alguna de la soluciones de la versión original del ordenamiento mercantil de 1862. Esta
iniciativa recogía la anterior iniciativa de Sixto Villegas y Vicente G. Quesada, del mes de abril de 1873,
quienes presentaron a la legislatura un proyecto de reformas al Código de Comercio con la aludida finalidad
de suprimir las materias ya legisladas por el ordenamiento común, proyecto que no tuvo tratamiento
legislativo. Del mismo modo y casi con el mismo objetivo, dicha reforma le fue posteriormente
encomendado —año 1886—, a quien fue uno de los mejores juristas de la República Argentina, Leandro
Segovia, que a los 44 años contaba con una sólida trayectoria académica, y quien en muy breve plazo
presentó al Poder Ejecutivo un nuevo Código de Comercio, de 1619artículos, que este Poder lo hizo suyo al
elevarlo al Congreso de la Nación. Destaca Malagarriga, en su Tratado Elemental, que Segovia se recluyó en
la Ciudad de Corrientes y que a los cien días, el 18 de marzo de 1887, envió los dos primeros libros del
proyecto, remitiendo los dos restantes cuarenta y ocho días después, imprimiendo une energía y dedicación
encomiable respecto a la labor que le había sido encomendada.
Sin embargo, y luego de transcurridos tres años de estudio parlamentario, ambas Cámaras presentaron un
nuevo proyecto de reformas que había elaborado una comisión integrada por Wenceslao Escalante,
Estanislao Zeballos, Benjamín Basualdo y Ernesto Columbres, el cual fue promulgado el 9 de octubre de
1889, para comenzar a regir el 1º de mayo de 1990. No se trató de un código nuevo, como el proyecto de
Segovia, sino una modificación del original Código de Comercio de 1862, que receptó los aportes de los
proyectos Villegas y Quesada y de Lisandro Segovia, además de las modificaciones propuestas por la aludida
comisión.

En materia de sociedades comerciales, las reformas introducidas fueron, entre otras, las siguientes:

a) Se limitó la legislación del Código de Comercio a la regulación de las sociedades que tenían a su cargo el
ejercicio de actos de comercio, para reservar las actividades civiles realizadas en sociedad a la legislación
común (arts. 1648 y ss. del Civil).

b) Se declaró la comercialidad de las sociedades anónimas, aunque no tengan por objeto la realización de
actos de comercio, aunque por plenario posterior de las Cámaras Civil y Comercial de la Nación, del año
1920, dictado en los autos "Banco Hipotecario Franco Argentino c/ Castaños José María" se limitó dicha
comercialidad a los actos de constitución, funcionamiento, disolución, liquidación y partición de dichas
sociedades y no a los actos celebrados por terceros, cuando éstos tuvieran naturaleza civil.

c) Se ratificó la solución del Código de Comercio de 1862, en cuanto al derecho de los socios a examinar los
libros, correspondencia y demás documentos que comprueben el estado de la administración social (art.
284), con excepción de las sociedades anónimas, en donde ese control individual se reemplazó por una
sindicatura no profesional, de duración anual.

d) Se estableció en los arts. 285 a 287 un minucioso régimen respecto de las sociedades legalmente
constituidas en el extranjero, tengan o no asiento, sucursal o cualquier especie de representación en la
República Argentina, imponiendo a las mismas su inscripción en el registro mercantil, así como de los
mandatos de sus respectivos representantes, que asumen las mismas responsabilidades de los
administradores de sociedades nacionales. El art. 286 fue, sin embargo, objeto de una posterior reforma en
el año 1897 por la ley 3528,disponiendo que "Las sociedades que se constituyan en país extranjero para
ejercer su comercio principal en la República, con la mayor parte de sus capitales levantados en ésta, o que
tengan en la misma su directorio central y asamblea de socios, serán consideradas, para todos sus efectos,
como sociedades nacionales sujetas a las disposiciones de este Código", norma cuya redacción es superior a
la del actual art. 124 de la actual y vigente ley 19.550, inspirada en la misma filosofía, que tienden a reprimir
la constitución o actuación de sociedades extranjeras constituidas en fraude a la ley.

e) Se previó un régimen más completo para las sociedades irregulares o de hecho, consagrándose para sus
socios y administradores un régimen de responsabilidad personal, ilimitada y solidaria respecto de las
obligaciones sociales contraídas con terceros, así como la prohibición de promover acción entre los socios, o
de éstos contra terceros, que se funde su intención en la existencia de la sociedad. El art. 296 del Código de
Comercio de 1889 consagró, para las sociedades que no se hagan constar por escrito o que no se hayan
inscripto en el registro mercantil, su nulidad para el futuro, en el sentido de que cualquiera de los socios
podrá separarse de la sociedad cuando le parezca, pero producirá sus efectos, respecto de lo pasado, en
cuanto a que los socios se deberán dar respectivamente cuenta, según las reglas del derecho común, de las
operaciones que hayan hecho y de las ganancias o pérdidas que hayan resultado. Finalmente, y en torno a la
prueba de la existencia de esta clase de sociedades, el art. 298 de este ordenamiento legal, enumeró una
serie de presunciones, de carácter enunciativo, disposición cuya omisión en la actual ley 19.550 resulta de
lamentar.

f) Se legisló —mejorando la metodología del Código de 1862— sobre las sociedades colectivas, en
comandita, simple o por acciones y las habilitaciones o sociedades de capital e industria, manteniendo, en lo
fundamental, las prescripciones previstas por aquel ordenamiento para dichas personas jurídicas. En materia
de sociedades accidentales o en participación, la reforma de 1889 introdujo dos variantes: 1) En la definición
del art. 444 del Código de 1862, le agregó el requisito de la transitoriedad (art. 395) y la necesidad de que
dicha sociedad pueda llevar a cabo una "o mas" operaciones determinadas o transitorias.

g) En materia de sociedades anónimas se prescribió la necesidad de contar con diez socios —por lo menos—
para su constitución; la emisión de su capital en series y la suscripción inicial del 10% del capital social al
momento de su formación. Asimismo, se admitió la constitución de estas sociedades en acto único o en
forma simultánea o por suscripción pública, pero en todos los casos, resultaba necesaria la autorización del
Poder Ejecutivo Nacional para funcionar.

h) En cuanto al régimen de las acciones, se admitió su materialización en títulos, representativos de más de


una acción, pudiendo emitirse al portador o en forma nominal, endosables o no, cuya titularidad —en este
último caso— debía ser asentada en un libro de registro de acciones, con las formalidades establecidas para
los tres libros de comercio declarados indispensables y que deberán ser puestos a la libre inspección de
todos los accionistas, en el cual se asentarían todas las operaciones realizadas en torno a las acciones
nominales (art. 329).

i) Tratándose de los órganos sociales, y respecto del directorio, se estableció para sus integrantes un plazo
máximo de actuación de tres años, y respecto de la fiscalización interna, ella se puso en manos de una
sindicatura no profesional, con un plazo de actuación de un año, nombrados, en uno y otro caso, por la
asamblea general ordinaria de accionistas (art. 335), resultando interesante la enumeración que el art. 340
del Código de 1889 hace de las obligaciones de la sindicatura, que constituye el antecedente del actual art.
294 de la ley 19.550. Finalmente, y en cuanto a las asambleas de accionistas, las asambleas ordinarias y las
extraordinarias no se distinguían solamente por su temario, como sucede actualmente, sino por la
periodicidad de su celebración. En tal sentido, las asambleas ordinarias debían ser convocadas una vez por
año, dentro de los primeros cuatro meses posteriores al ejercicio anterioridad, debiendo discutirse en las
mismas, así como aprobar o modificar los inventarios, balances y memorias que los directores deberán
presentar anualmente, lo mismo que los informes de los síndicos y nombrar, en su caso, los directores y
síndicos que deben reemplazar a los cesantes (art. 347), mientras que, por su parte, las asambleas
extraordinarias debían celebrarse cuando los directores o síndicos lo considerasen necesario, o cuando
fuesen requeridos por accionistas que representen la vigésima parte del capital social, si los estatutos no
exigiesen una representación menor (art. 348), norma que recogió la ley 19.550, pero agregando el derecho
del accionista de solicitar judicial o administrativamente dicha convocatoria, para el caso de omisión del
órgano requerido en hacerlo.

j) Se incluyó, dentro de las normas referidas a las asambleas de accionistas, el derecho de los accionistas a
protestar contra las deliberaciones sociales tomadas en oposición a las disposiciones de la ley y de los
estatutos, pudiendo requerir del juez competente la suspensión de su ejecución y declaración de su nulidad,
imponiendo la responsabilidad ilimitada a los accionistas que hubiesen aceptado expresamente los acuerdos
nulos (art. 353). Esta disposición fue objeto de numerosos precedentes jurisprudenciales durante la época
de su vigencia(3)y fue considerada por la doctrina especializada, como una de las más importantes
posibilidades que se concede a las minorías en defensa de sus derechos, al advertir a las sociedades
anónimas que sus resoluciones deberán enfrentar ese control(4).

k) Finalmente, y siempre en lo que respecta al capítulo referido a las sociedades anónimas, los arts. 360 a
365, se referían a las "cuentas" de la sociedad, consagrando la obligación del directorio de presentar
trimestralmente a los síndicos de la sociedad, un balance de la sociedad y publicarlo por tres días, sin
perjuicio de la obligación, por parte de aquellos de la presentación a la sindicatura, de un inventario y
balance detallado del activo y pasivo de la sociedad, la cuenta de ganancias y pérdidas y una memoria de la
marcha y situación de la compañía y la propuesta del dividendo y fondo de reserva, en su caso, documentos
todos ellos que debían ser sometidos a la asamblea anual, junto con el dictamen escrito y fundado a los
accionistas (arts. 360 y 361). Estas normas fueron objeto del posterior dictado del decreto
9795/1954 mediante el cual se aprobó la fórmula del balance y el cuadro demostrativo de ganancias y
pérdidas que debían expresar todas las sociedades anónimas en jurisdicción nacional, normativa que fue el
antecedente directo de los arts. 61 a 66 de la ley 19.550. En materia de dividendos, solo podrían distribuirse
los mismos si no resultasen de beneficios irrevocablemente realizados y líquidos (art. 364).

l) El art. 419 del Código de Comercio de 1889 preveía lo que por entonces se denominaba "rescisión o


disolución parcial" de la sociedad, luego denominada "resolución parcial" por la ley 19.550, con mucha
mayor propiedad, incluyéndose en forma enunciativa algunos supuestos que se referían a supuestos de
exclusión del socio ante el incumplimiento de sus obligaciones; a la muerte del socio o demencia del mismo
u otra causa que produzca la inhabilitación de un socio para administrar sus bienes y, finalmente, se incluyó
dentro del listado de los supuestos de "rescisión parcial" del contrato de sociedad, la simple voluntad de los
socios, pero solo cuando la sociedad no tenga un plazo determinado.

m) A diferencia de esos supuestos, la disolución "total" de las sociedades fue objeto de expresas
prescripciones en los arts. 422 a 433, enumerando una serie de casos en los que se contemplaba, como
causales de disolución, la expiración del plazo fijado en el contrato social o por haberse acabado la empresa
que fue objeto especial de su formación; el consentimiento de todos los socios, la pérdida del capital social
—y en las sociedades anónimas, por la del 75 por ciento— y la quiebra, incluyéndose, dentro de los ejemplos
de disolución, la simple voluntad de uno de los socios, la separación de cualquiera de ellos o la muerte del
socio, siempre y cuando, en todas estas hipótesis, el nombre de los mismos figurase en la razón social,
supuestos éstos últimos que fueron derogadas por la actual ley 19.550.

n) En lo que respecta al procedimiento de liquidación, no existieron mayores diferencias con el régimen de


1862, ratificándose el carácter de mandatario del liquidador y previéndose un minucioso régimen de
obligaciones y de responsabilidad para dichos funcionarios, previéndose expresamente en el art. 441 que las
reclamaciones que pudieren ser efectuadas por los socios, respecto de la actuación de los liquidadores,
debían ser dirimidas por jueces arbitradores, salvo convención en contrario. En materia de liquidación, es
útil recordar que el art. 443 disponía que los bienes particulares de los socios que no se incluyeron en la
formación de la sociedad, no podían ser ejecutados para el pago de la deuda social, sino después de
ejecutados todos los bienes de la sociedad, reiterando el Código de 1889 la solución prevista por el art.
506 del Código de Comercio de 1862, solución derogada completamente por la ley 19.550. Esta norma, que
no distinguía entre ninguno de los tipos sociales, permite concluir que el régimen de responsabilidad
acotada prevista para las sociedades anónimas por el art. 316 del Código de 1889, no era tan absoluto como
se sostuvo en la última mitad del siglo veinte, en donde, según la doctrina imperante por aquellas épocas, la
existencia de ese privilegio no permitía excepción alguna.

o) Al igual que lo dispuesto en el Código de Comercio de 1862, la partición de los bienes sociales entre los
socios, como etapa del proceso de liquidación, estaba sometida a las normas relativas a la partición de
herencia, la forma de la partición y las obligaciones que de ellas resultan a los herederos (art. 447).

p) Finalmente, el art. 448 del Código de Comercio de 1889, estableció que todas las cuestiones sociales que
se suscitaren entre los socios durante la existencia de la sociedad, su liquidación o partición, serían decididas
por los jueces arbitradores, a no ser que se haya establecido lo contrario en el contrato de sociedad,
disposición luego eliminada por la ley 19.550, ante las críticas que suscitó la misma entre la doctrina, ante el
fracaso del procedimiento arbitral, sobre el cual la experiencia había demostrado, por las especiales
características y etapas del mismo, que los procesos arbitrales no duraban menos que el procedimiento
judicial en la solución de los conflictos intrasocietarios.

El Código de Comercio de 1889 no contemplaba otros tipos sociales, que se incorporaron posteriormente a
la legislación societaria argentina durante la vigencia del mismo, como aconteció con la ley 11.645 de
responsabilidad limitada, incorporada a nuestro plexo normativo en el año 1932; las sociedades de
economía mixta, contempladas por el decreto 14.349/1946 y las sociedades cooperativas que fueron
legisladas por primera vez a través de la ley 11.388.

§ 3. La reforma efectuada por la ley 19.550

Los años transcurridos desde el año 1889, y sin perjuicio de algunas reformas puntuales efectuadas desde la
sanción de la última reforma del Código de Comercio, demostraron la urgente necesidad de una completa y
sustancial reforma al ordenamiento societario argentino, iniciativa que encontraba como fundamento no
solo la existencia de la profunda transformación económica y jurídica operada en el curso del siglo veinte o
la existencia, en el derecho extranjero de leyes muy modernas en la materia, con novedosas prescripciones,
sino y fundamentalmente la insatisfacción de determinadas soluciones o inexistencia de normas para regular
adecuadamente ciertas situaciones u operaciones societarias, que se habían desarrollado durante la primera
década del siglo pasado, así como la existencia de jurisprudencia judicial y administrativa, emanada del
Cuerpo de Inspectores de Sociedades Anónimas —hoy Inspección General de Justicia— creada en el año
1892, para evitar los abusos exhibidos por las sociedades anónimas en su funcionamiento, allá por los
últimos años del siglo 19. Cabe destacar que, además de otros anteproyectos, como el de Mario Rivarola o el
proyecto exclusivamente referido a las sociedades anónimas y elaborado por Miguel Bomchil en el año
1959, los juristas Carlos Malagarriga y Enrique Aztiria habían redactado un Anteproyecto, que obtuvo una
enorme difusión y una no menos importante y favorable consideración por la doctrina, que fue luego
revisada por una comisión que trabajó durante dos años, presidida por el distinguido magistrado y profesor
Isaac Halperin, e integrada con delegados de varias entidades vinculadas con el derecho mercantil.

Con tal fin, a fines del año 1966, la Secretaria de Justicia del Ministerio de Justicia, invitó a los principales
universidades nacionales y privadas, a la Federación Argentina de Colegio de Abogados y a diversos
institutos especiales, a designar sus representantes para integrar la Comisión que sería encargada de
proyectar las reformas a la legislación societaria, que no obligaría a la reforma del Código de Comercio, en su
capítulo correspondiente, sino que, como se venía haciendo en los últimos años con otras cuestiones
mercantiles (títulos de crédito), se optaría por el dictado de una ley especial, que se incorporaría al mismo,
aunque no formaría parte, materialmente, del articulado del Código de 1889.

De esta manera, fue creada la "Comisión Redactora del Anteproyecto de Ley de Sociedades Comerciales",
integrada por los abogados y catedráticos Isaac Halperin, Horacio P. Fargosi, Carlos Odriozola, Gervasio
Columbres y Enrique Zaldívar, quienes trabajaron activamente en la elaboración de un anteproyecto que la
Secretaría de Justicia de la Nación, sometió a la opinión pública, recibiéndose todo tipo de inquietudes y
sugerencias, que fueron detenidamente estudiadas por los integrantes de la referida comisión(5).

Además de efectuar profundas reformas al régimen vigente, la ley 19.550 reguló algunas instituciones que
carecían de normativa alguna y que habían generado inseguridad en el tráfico societario, como por ejemplo,
la personalidad jurídica de las sociedades y sus límites; la capacidad de los esposos para constituir
sociedades entre ellos y de las sociedades comerciales para participar en otras; la explotación de las
empresas con indivisión hereditaria impuesta (ley 14.394); el régimen de nulidad de las sociedades, a las
cuales resultaban inaplicables las disposiciones del código civil, previstas para los actos bilaterales; la
transformación, fusión y escisión societaria; la intervención judicial para la solución de conflictos entre los
socios, etc.

Así fue sancionada la ley 19.550, que adquirió vigencia a partir del año 1973 y que fue objeto de muy
favorables comentarios no solo por la doctrina local sino también por autores extranjeros y no existe país,
especialmente en América del Sur, donde esta ley es referente obligada a la hora de debatir cualquier
modificación del régimen societario que en esos países pretende efectuarse. Su acierto radicó —
fundamentalmente y salvo alguna excepción aislada— en la no recepción de soluciones foráneas o criterios
que no estaban fundadas en la experiencia argentina, sino que recogió la práctica societaria, traducida en
numerosa jurisprudencia de nuestros tribunales y de las autoridades de control.

Como se trata de la ley vigente, con las modificaciones de la ley 22.903 y 26.994, ella será objeto de expreso
comentario mediante la presente obra, pero basta destacar, a modo de síntesis, la definición del concepto
de sociedad comercial, la adhesión a la naturaleza del contrato de sociedad al concepto de contrato
plurilateral de organización, con todos los efectos que ello implica, el otorgamiento de la personalidad
jurídica a todas las sociedades comerciales, con excepción de la accidental o en participación, "con los
límites previstos en la ley"; la eliminación del sistema de autorización estatal para las sociedades anónimas,
así como la derogación de la exigencia de un mínimo de diez fundadores para la fundación de estas
sociedades y la previsión de un régimen de control de constitución del acto constitutivo y de sus
modificaciones, que se puso en manos de un Juzgado de Registro —que en la Ciudad de Buenos Aires ya
existía desde el año 1958— a cargo del Registro Público de Comercio, a quien dotó de un exhaustivo control
de legalidad de los documentos sometidos a su inscripción y que hoy se encuentra, como consecuencia de la
sanción de las leyes 22.315 y 22.316, en manos de la Inspección General de Justicia, que depende del
Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.

Pero ello no fue todo, porque el legislador de 1973 sistematizó y concretó, basada en la experiencia judicial,
el régimen legal de las sociedades irregulares de hecho; incorporó expresas normas sobre contabilidad y
documentación —una verdadera novedad en esta materia— recogiendo resoluciones de la Inspección
General de Justicia y de entidades integradas por profesionales de las ciencias económicas. Del mismo
modo, reglamentó minuciosamente los derechos de los socios y accionistas, así como el funcionamiento de
los órganos sociales, en especial los de la sociedad anónima, incorporando el procedimiento del voto
acumulativo y las limitaciones a las remuneraciones del directorio, que constituyeron una verdadera
novedad. Asimismo, se incluyeron en la ley 19.550 diversas normas en materia de procedimiento judicial,
como las acciones sociales e individuales de responsabilidad y las medidas cautelares societarias (suspensión
provisoria de socios, intervención judicial y suspensión provisoria de la ejecución de decisiones
asamblearias), que fueron un verdadero adelanto para la época, poniendo un poco de orden a la dispersión
normativa que ofreció, hasta el año 1973, las normas que, en materia de sociedades comerciales, exhibía el
Código de Comercio, cuya última gran reforma databa del año 1889.

El mérito de la ley 19.550, a pesar de tratarse de una ley que fue elaborada y puesta en vigencia durante un
gobierno no democrático, radicó fundamentalmente en la autoridad intelectual de los cinco integrantes de
la Comisión Redactora, esto es, el Dr. Isaac Halperin, profesor e integrante de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial de la Ciudad de Buenos Aires, quien contaba antes de su integración a ese
tribunal, en el año 1955, con una sólida experiencia en derecho mercantil producto de muchos años de
ejercicio en la profesión de abogado; el Dr. Enrique Zaldívar, con gran experiencia profesional, profesor de la
Facultad de Ciencias Económicas y ejemplar Inspector General de Justicia; el Dr. Horacio Fargosi, también de
vastísima experiencia como profesor de derecho comercial en la facultad de derecho de la Universidad de
Buenos Aires, como legislador en materia mercantil y como abogado dedicado al derecho societario; el Dr.
Gervasio Columbres, destacado profesor de derecho comercial, con sólida formación jurídica en el exterior y
el Dr. Carlos Odriozola, profesor de derecho comercial de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad
de La Plata, también de vasta experiencia en conflictos societarios. Todos ellos eran reconocidos
académicos, con libros y artículos publicados en las revistas jurídicas especializadas, que habían abrevado de
las enseñanzas de Segovia, Siburu, Garo, Satanovsky, Malagarriga, Castillo, Rivarola, Fernández y otros
destacados profesores de derecho mercantil de fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX.

No obstante la recepción favorable que tuvo la ley 19.550, la celebración de congresos nacionales de
Derecho Societario, a partir del año 1977, el primero de los cuales se llevó a cabo en la ciudad de La Cumbre,
Provincia de Córdoba, esto es, a cuatro años de vigencia de la ley 19.550, reveló que, por diversas
circunstancias, era necesario efectuar algunas modificaciones a ciertas soluciones de la referida ley, que por
exceso de dogmatismo, llevaban a situaciones perjudiciales para los propios socios y los terceros que se
vinculaban a la sociedad. Recuerdo, por tratarse de mis primeros años de experiencia en materia profesional
y docente, el enorme entusiasmo que entre abogados, escribanos y contadores, despertó por aquellas
épocas el estudio y la aplicación de la ley 19.550, reuniendo las Segundas Jornadas de Derecho Societario,
organizadas por la Universidad Notarial Argentina, celebradas en la Ciudad de Buenos Aires en el año 1981,
mas de mil asistentes con un innumerable cantidad de ponencias, así como el Tercer Congreso Nacional de
Derecho Societario, organizado en Salta, celebrada en el año 1982, que superó todas las expectativas,
excediendo sus asistentes el número de mil trescientos, aproximadamente.

No fue extraño a ese entusiasmo por el estudio del derecho de las sociedades, la aparición de una serie de
fallos ejemplares y novedosos, ni bien adquirió vigencia la ley 19.550, en el año 1973. Recuerdo
particularmente alguno de ellos, como por ejemplo, el caso "Cerámica Milano SA" del año 1974, de la sala A
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, que declaró la nulidad de una decisión asamblearia
que había reducido el número de directores para frustrar el ejercicio del voto acumulativo, previsto en el
novedoso art. 263 de la ley 19.550. Del mismo modo, la polémica desatada en torno a la interpretación
del art. 123 de la ley 19.550,concretamente, si la inscripción de la sociedad extranjera partícipe en la filial
argentina en los registros mercantiles locales solo debía llevarse a cabo cuando aquella participaba en la
constitución de ésta o si también era requisito requerido cuando adquiría acciones o participaciones sociales
de la compañía local con posterioridad a su constitución, doctrina ésta que fue objeto de contundente
rechazo por la jurisprudencia local por evidentes razones de interpretación de la ley y de transparencia en el
tráfico mercantil argentino. Tampoco puede soslayarse la importancia, en torno al desarrollo del estudio del
derecho societario, los relevantes fallos dictados por aquella época en materia de desestimación de la
personalidad jurídica, en especial los casos "Cía. Swift de la Plata SA s/ quiebra" —dictado por la sala B de la
Cámara Nacional en lo Comercial antes de la sanción de la ley 19.550, pero de lectura imprescindible a los
fines de interpretar lo dispuesto por el art. 2º de dicho ordenamiento legal—, "Artesiano contra Guanina
Sociedad en Comandita por Acciones" y "Morrogh Bernard Juan c/ Grave de Peralta de Morrogh Bernard
Eugenia y otros" en materia de fraude sucesorio a través del uso indebido de sociedades y los ejemplares
pronunciamientos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el caso "Parke Davis of Detroit" y el
Tribunal Fiscal de la Nación en el caso "Mellor Goodwin SACIF". Ello, sin olvidar tampoco la doctrina plenaria
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en el caso "Quilpe SA" del 31 de marzo de 1977, en la
cual se distinguió entre los conceptos de domicilio y sede social, sobre los cuales la versión original de la ley
19.550 no hacía la menor referencia.

La defensa de los derechos esenciales de los accionistas también fue objeto de ejemplares
pronunciamientos por parte de la jurisprudencia de esa época, debiendo al respecto recordarse la sentencia
dictada en los autos "Mihura Luis y otros c/ Mandataria Rural SA s/ sumario", dictado por la sala D de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial del 26 de diciembre de 1979 en materia de dividendos,
sancionando con la nulidad determinadas maniobras tendientes a frustrar ese derecho, como la retención
injustificada de las ganancias a través de la constitución de infundadas reservas libres o facultativas, que era
una viciosa práctica que venía arrastrada desde la épocas de vigencia del Código de Comercio que se conocía
como el traslado de las ganancias "a cuenta nueva" de los balances y en el mismo sentido, la doctrina del
fallo y "Godoy Achar Eulogio c/ La Casa de las Juntas SA s/ sumario", del 15 de julio de 1982, del mismo
tribunal, en el cual se aplicó por primera vez la norma del art. 1071 del Código Civil para sancionar con la
nulidad por abuso de mayorías, un acuerdo asambleario en donde la mayoría había creado un consejo de
vigilancia para tornar ilusorio el derecho al ejercicio del voto acumulativo y no para bonificar el control
interno sobre los restantes órganos sociales. Finalmente, y sin pretender agotar con ello la nómina de los
más trascendentes fallos jurisprudenciales dictados durante la década en que estuvo vigente la versión
original de la ley de sociedades comerciales, cualquier listado estaría incompleto si no se recuerda la
doctrina del fallo de primera instancia, firme, dictado por el por entonces Juez de Primera Instancia en lo
Comercial de Registro, Dr. Enrique Manuel Butty, el día 4 de junio de 1980 en los autos "La Distribuidora
Musical SRL", donde por primera vez se admitió la reactivación del contrato social, solución que, sancionada
la ley 22.903, pasó a denominarse "reconducción del contrato de sociedad".

Un repaso de los trabajos, ponencias y recomendaciones presentados en todos los congresos, jornadas y
eventos celebrados por aquellas épocas, revela que la preocupación de la doctrina estaba centrada en los
siguientes temas:

a) La imperiosa necesidad de distinguir entre sociedades en formación y sociedades irregulares o de hecho,


atento la gravísima responsabilidad que les era impuesta a quienes se encontraban intentando cumplir con
las formas previstas por la ley 19.550 para constituir una sociedad regular.

b) La posibilidad de otorgar una vía de escape a la irregularidad societaria, a través de un procedimiento que
evite la disolución y liquidación de los entes no constituidos regularmente

c) La derogación del art. 30, para posibilitar emprendimientos mercantiles transitorios comunes entre
sociedades de cualquier tipo.

d) La reformulación total del régimen de las sociedades de responsabilidad limitada, que no había
concretado las expectativas de los legisladores de 1972.

e) La necesidad de evitar la violación a los derechos fundamentales de los accionistas a través de


determinados subterfugios amparados en una interpretación literal de la ley 19.550.

f) La determinación de un control interno eficaz en las sociedades anónimas que ponga fin a las corruptelas
que exhibía el funcionamiento de la sindicatura, que la ley 19.550 la había instituido como obligatoria para
este tipo social.

g) La incorporación legislativa del pacto de sindicación de acciones y la consagración legislativa de las


sociedades unipersonales, cuestiones éstas muy controvertidas, sostenidas por una parte de la doctrina y
ciertos operadores de derecho.

§ 4. La ley 22.903 del año 1983

En el año 1983 se sancionó la ley 22.903, publicada en el Boletín Oficial el día 15 de septiembre de 1983, que
importó una parcial aunque trascendente reforma al texto original de la ley 19.550, de sociedades
comerciales. Integraron la Comisión de Reformas los profesores Jaime Anaya, Enrique M. Butty, Raúl Aníbal
Etcheverry, Horacio P. Fargosi, Juan Carlos Palmero y Enrique Zaldívar. Se combinó en su composición la
presencia de abogados y magistrados, todos ellos también profesores universitarios de reconocido prestigio,
debiéndose recordarse que Horacio Fargosi y Enrique Zaldívar habían sido autores del Proyecto de la ley
19.550 en su versión original.

La Comisión de Reformas de 1983 reiteró el acierto de los autores de la ley 19.550, inspirándose, a los fines
de la reforma de la legislación societaria en los antecedentes y prácticas societarias locales antes de reparar
en los modelos extranjeros, como lamentablemente sucedió con todas las iniciativas elaborados durante los
años 90, donde todo lo proveniente del hemisferio norte era visto y considerado como lo ideal para la
República Argentina, a contrapelo total de nuestra idiosincrasia.

La ley 22.903 presenta luces y sombras, pero a mi juicio, la incorporación del art. 54 tercer párrafo de la ley
19.550, que receptó por primera vez en la legislación argentina la doctrina de la inoponibilidad de la
personalidad jurídica, justificó sobradamente la modificación de la ley 19.550, que permitió disimular
algunos desaciertos de esta reforma, como por ejemplo, la de requerir la unanimidad de votos para la
reforma del contrato social de una sociedad de responsabilidad limitada, cuando un solo socio representare
el voto mayoritario (art. 160 LS), y especialmente la incorporación de un nuevo capítulo a la por entonces
denominada ley de sociedades comerciales —el Capítulo III—, dedicado a los contratos de colaboración
empresaria, que curiosamente, los legisladores aclararon expresamente que no los mismos no eran
sociedades ni gozaban de personalidad jurídica, de modo que su inclusión en una ley dedicada a las
sociedades mercantiles fue cuanto menos incoherente.
La ley 22.903 no receptó en la ley 19.550 a las sociedades unipersonales ni a los pactos de sindicación de
acciones, tan reclamados por cierto sector de la doctrina comercialista, mucho más proclive a la defensa de
los intereses de las corporaciones que a los derechos de los socios y terceros vinculados de una manera u
otra con la sociedad. Pero sí reglamentó la regularización de las sociedades no constituidas regularmente;
incorporó importantes soluciones a las sociedades en proceso de formación, alejándolas del régimen de la
irregularidad, así como receptó expresamente el instituto de la reactivación societaria, que pasó a
denominarse "reconducción", modificaciones éstas que fueron muy bien acogidas en el universo societario
nacional, pues aportó soluciones específicas a problemas concretos que afectaban la continuidad de la
empresa o agravaban la responsabilidad de sus integrantes o administradores. También merece destacarse
la incorporación a nuestra legislación societaria de las acciones escriturales —que solo merecieron, en la
práctica, una tibia recepción—, así como la incorporación de ciertas normas tendientes a evitar el uso
abusivo de ciertas figuras incorporadas por la ley 19.550, como las modificaciones efectuadas en los arts.
263 y 280 en materia de voto acumulativo; la eliminación de la sindicatura como órgano de control
obligatorio para las sociedades por acciones, que fue reemplazada —con la excepción de aquellas
sociedades incluidas en el art. 299 de la ley 19.550—, por el control individual del accionista, y —ente otras
reformas sustanciales— la modificación de las pautas para determinar el valor de reembolso de las acciones
de los accionistas recedentes, reforma ésta muy reclamada también por la doctrina, pero que quedó a mitad
de camino, al omitir la inclusión del valor llave dentro del valor de receso (art. 245 de la ley 19.550), etc.

Asimismo, la ley 22.903 incorporó al texto legal de la ley 19.550 la diferencia entre los conceptos de
domicilio y sede social, que había sido consagrada en el plenario "Quilpe SA", de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, en el año 1977 —y que ahora receptó el Código Civil y Comercial de la Nación
para todas las personas jurídicas (art. 152 CCyCN)— modificando con gran acierto el art. 11 inc. 2º de la
versión original de la ley 19.550 y aclarando, lo que resulta lo verdaderamente trascendente de esa
diferencia, que se tendrán por válidas y vinculantes para la sociedad todas las modificaciones efectuadas en
la sede social inscripta, con lo cual se puso fin a la cuestionable práctica de hacer desaparecer a una sociedad
para incumplir con las obligaciones sociales contraídas.

El fuerte impacto de la incorporación de estas soluciones a la ley 19.550 se hizo notar en los años posteriores
a la vigencia de la ley 22.903, aunque lamentablemente, la jurisprudencia de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial no acompañó la filosofía del legislador en cuanto a la necesidad de una real y
verdadera protección de los derechos de los accionistas o terceros, pues dicho tribunal restringió
considerablemente la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad jurídica prevista por el art. 54 tercer
párrafo de la ley 19.550, figura a la cual la jurisprudencia calificó como de "aplicación restringida",
incurriendo en un claro desconocimiento de la realidad de los negocios que exhibió los finales de los años 80
y 90 en el mundo entero, donde se constituyeron cientos de miles de sociedades ficticias para ocultar a los
verdaderos dueños del negocio o del patrimonio escondido tras la máscara de esas entidades, que era,
precisamente, el fenómeno que aquella norma intentaba evitar. Afortunadamente, la justicia civil y en
especial los tribunales laborales dieron una lectura diferente a la solución del art. 54 tercer párrafo de la ley
19.550 —imputación del acto simulado o fraudulento a los verdaderos artífices de la maniobra de
enmascaramiento y responsabilidad por los daños producidos y perjuicios ocasionados— que tornaron
minoritaria a la jurisprudencia restrictiva de los tribunales mercantiles, lo cual provocó en el mundo
empresario, una verdadera revolución cuando, en el año 1997 y fundado precisamente en dicha norma, la
justicia del trabajo extendió a sus administradores y socios la condena dictada contra la sociedad, cuando
ésta había incurrido en la ilegítima práctica de no registrar a sus dependientes, lo que se conoce
vulgarmente como "trabajo en negro", responsabilidad que luego se extendió a otros supuestos de fraude
laboral, como la desaparición y trasvasamiento de sociedades, la infracapitalización societaria, etc.

Verdadero y eficaz acierto entonces la incorporación del art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 por la ley
22.903,que hoy está reproducida en otras legislaciones (ley 16.060 de la República Oriental del Uruguay) y
que el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación ha consagrado para todas las personas jurídicas, como
remedio eficaz para evitar la simulación mediante el enmascaramiento detrás del negocio societario (art.
144 CCyCN).

§ 5. Los proyectos de reformas a la ley 19.550, posteriores a la ley 22.903 que no fueron convertidos en ley

a) El Proyecto de Reformas del año 1991

Ocho años después de la sanción de la ley 22.903, y como consecuencia de los fuertes vientos neoliberales
que soplaron sobre la República Argentina, traducido, entre otras consecuencias, en la extranjerizante
política de privatizaciones de las empresas públicas y una descarada legislación en materia de apertura
económica, para "insertar a la Argentina en un mundo globalizado", el Poder Ejecutivo Nacional, con fecha
26 de setiembre de 1991 remitió al Congreso de la Nación un proyecto de reformas al régimen societario
vigente, modificando parcialmente las leyes 19.550, 17.811 y 20.091, y derogando lisa y llanamente las leyes
22.315, orgánica de la Inspección General de Justicia y 22.169, que asignaba a la Comisión Nacional de
Valores el control administrativo de las sociedades por acciones que efectúen oferta pública de sus títulos
valores. Se aclara que en todo momento, los redactores del Proyecto hicieron expresa referencia a la
influencia que fundamentalmente ejerció sobre ellos el Proyecto de Ley de Unificación de la legislación civil y
comercial del año 1987, que como se recordará, fue luego vetado, en el año 1991, por el Poder Ejecutivo
Nacional.

Dicho proyecto, que tuvo estado legislativo en el año 1991, pero que nunca fue convertido en ley, exhibió
como idea central, la de evitar la intervención estatal en la constitución y funcionamiento de las sociedades
comerciales y al respecto, los redactores del mismo —los Dres. Edgardo Marcelo Alberti, Sergio Lepera,
Horacio Fargosi, Ana Isabel Piaggi y Héctor Mairal— fueron sumamente explícitos cuando manifestaron en la
respectiva Exposición de Motivos, la necesidad de "simplificar" los controles estatales internos societarios y
someter el obrar de los individuos, salvo supuestos excepcionales, al juzgamiento por los jueces de la
Constitución Nacional, a los fines de corregir las desviaciones del orden jurídico, lo cual, como los años
posteriores lo demostraron, constituyó una lectura de la realidad totalmente desacertada, pues mal puede
someterse a los ciudadanos a juicios de extensísima duración, cuando los perjuicios causados pueden ser
evitados por un eficaz control previo del instrumento societario o del sujeto de derecho que se pretende
inscribir.

Con esa discutible filosofía, el proyecto de reformas del año 1991 derogó toda la jurisprudencia de la
Inspección General de Justicia y limitó la fiscalización estatal permanente a las sociedades que hagan oferta
pública de sus acciones, debentures u otros instrumentos de participación o deuda o que, de otra manera,
capten ahorros del público con la promesa de prestaciones futuras, y que no estén sujetas a otra
fiscalización administrativa en razón de su objeto y así !o determine el Poder Ejecutivo Nacional, y con
relación a la fiscalización estatal limitada, el aludido proyecto quitó al Estado el control de legalidad de los
actos societarios cuya registración impone la ley 19.550, poniendo en cabeza del escribano o abogado
interviniente las responsabilidades emergentes por el contenido de los actos a registrar, que convertía al
interesado en juez y parte en torno a la legalidad de los referidos documentos, lo cual constituía un
verdadero disparate.

También incorporó el proyecto de 1991 las sociedades unipersonales y efectuó importantes modificaciones
en materia de capital social, autorizando la realización de aportes en moneda extranjera —lo que a poca
gente llamó la atención, atento la devaluación que en esos tiempos mereció el concepto de soberanía— y en
torno a la valuación de los aportes en especie, se eliminó toda injerencia del Estado sobre el control de los
mismos, delegando en los socios, la mención, en el contrato constitutivo, de los antecedentes justificativos
de su valuación, con excepción de aquellas sociedades sujetas a la fiscalización de la Comisión Nacional de
Valores. Del mismo modo, y con la misma filosofía adversa a cualquier control estatal, se eliminó la
facultades del encargado del Registro Público de Comercio de valuar los aportes en especie por peritos
designados de oficio.

El proyecto modificó asimismo el sistema de publicidad edictal previsto por la ley 19.550, que puso a cargo
del encargado del Registro Público de Comercio, cuando la misma tenga por finalidad informar a los terceros
sobre la celebración de determinados actos societarios y con ese mismo temperamento, eliminó la
publicación en el Boletín Oficial de las convocatorias a asambleas de accionistas en las sociedades anónimas
cuyas acciones no fuesen al portador —todavía vigentes en el año 1991— la cual podía ser sustituida por la
notificación personal y fehaciente a todos los accionistas, e idéntico criterio adoptó con relación a la
publicidad prevista por el art. 194 de la ley 19.550 para invitar a los accionistas a ejercer el derecho de
preferencia en caso de haberse resuelto un aumento del capital social.

El proyecto de 1991 reformó asimismo el art. 15 de la ley 19.550, reemplazando, para los conflictos de
naturaleza societaria, el procedimiento sumario —hoy vigente— por el procedimiento sumarísimo, en aras
de una mayor celeridad. Dicha modificación fue quizás la contrapartida de la eliminación del control de
legalidad del Juez de Registro o del encargado del Registro Público de Comercio —según la jurisdicción de
que se trate—, lo cual fue solución harto discutible, pues la experiencia ha demostrado que el cambio de
procedimientos judiciales no siempre —ni muchísimo menos— abrevia la desmesurada extensión de los
litigios, y mucho más los que tienen origen en el conflicto societario, en los cuales se entremezclan
cuestiones corporativas con problemas familiares, sucesorios, laborales, conyugales, etc.
En materia de disolución y liquidación de las sociedades, las innovaciones efectuadas por el proyecto de
reformas del año 1991 fueron las siguientes: a) Dejó sin efecto, como consecuencia de la incorporación de
las sociedades unipersonales, la disolución por reducción a uno del número de socios, y b) Admitió —con
discutible criterio— como causal disolutoria, la falta de pago durante tres años calendario consecutivo, de la
tasa de mantenimiento de la inscripción que se determine en cada jurisdicción, solución desacertada porque
no resulta convincente un hecho de tan escasa relevancia en la vida de la sociedad, como lo es la falta de
pago de una determinada tasa, pueda ocasionar un efecto de tanta magnitud, como lo es la disolución de la
sociedad que importa la privación a todos los socios del medio jurídico instrumentalmente apto para
desarrollar su actividad económica.

En materia de liquidación, el proyecto eliminó los requisitos previstos para la publicidad del acuerdo de
distribución parcial de la cuota liquidatoria prevista por el art. 107 de la ley 19.550, previendo asimismo una
serie de soluciones para garantizar la sinceridad del proceso de liquidación y partición definitiva, cubriendo
un vacío legal que resulta inexplicable en el actual régimen societario. Al respecto, y para evitar
finalizaciones inexactas en el trámite de distribución final de la cuota liquidatoria, el proyecto prescribía que
las obligaciones subsistentes al reembolso del capital social y a la distribución del excedente del patrimonio
social, que no hayan sido canceladas, podrán reclamarse de los socios con responsabilidad ilimitada y de los
socios con responsabilidad limitada en la medida de las distribuciones habidas para lo cual y tratándose de
titulares de acciones al portador, éstos deben identificarse, y todos los socios constituir domicilio para
percibir la distribución de aquellos rubros, a los efectos de facilitar las reclamaciones de los terceros.
Finalmente, y en lo que respecta al régimen de cancelación de la sociedad en el Registro Público de
Comercio, el proyectado art. 112 incorporó el detalle de la documentación necesaria para acreditar la
efectiva liquidación de la sociedad, previendo la registración de una declaración, suscripta por los
liquidadores, que dé cuenta de haber concluido la liquidación, indicando el nombre y domicilio constituido
de los socios que han recibido alguna distribución durante la liquidación, y el lugar donde serán guardados
los libros y demás documentos de la sociedad durante el plazo legal. Esta inscripción, a tenor de las
disposiciones del Proyecto del año 1991, cancelaba la de la sociedad y no estaba sujeta a la presentación de
otro documento, o al cumplimiento de otro requisito que la autenticidad de las firmas.

Es importante recordar que adquirió asimismo mucha trascendencia las modificaciones efectuadas por el
proyecto de reformas de 1991 al art. 224 de la ley 19.550, para permitir la distribución de utilidades
anticipadas entre los socios, sin distinguir entre sociedades incluidas o no en el art. 299 y sin esperar el
vencimiento del ejercicio en que las mismas se devenguen, aunque estableciendo diferencias en cuanto a la
repetibilidad de ellas.

Finalmente, y ésta fue quizás la modificación más trascendente del aludido proyecto, se permitió la
constitución y funcionamiento de sociedades anónimas y de sociedades de responsabilidad limitada de un
solo socio, tema sobre el cual es necesario detenerse, atento que la ley 26.994 ha adoptado parecida
solución.

Al respecto, y en forma por demás insuficiente, dicho proyecto dedicó tres disposiciones a las sociedades
unipersonales: a) Su art. 1º, que permitió la constitución y funcionamiento de estas sociedades, siempre y
cuando las mismas se constituyan y actúen bajo la forma de sociedades de responsabilidad limitada o
sociedades anónimas; b) El art. 4º, al cual el proyecto en análisis le adicionó el siguiente agregado: "Las
disposiciones de esta ley referidas al contrato constitutivo, de prórroga o modificación de una sociedad se
aplican a las declaraciones del socio único que tengan igual finalidad" y c) El art. 94, inc. 8º, cuando declara
no aplicable la causal disolutoria por reducción a uno del número de socios a la sociedad anónima o de
responsabilidad limitada.

El régimen de publicidad de los actos societarios en estas sociedades unipersonales dejaba mucho que
desear, pues el proyecto sólo se refería a la instrumentación de "las declaraciones" del socio único que
tiendan a la constitución, modificación y extinción de la persona jurídica, y que deberán ser transcriptas en
instrumentos públicos o privados, de acuerdo con el tipo de sociedad adoptado, dejando en la nebulosa la
utilización de libros de actas, que el ordenamiento legal societario sólo impone para las "deliberaciones de
los órganos colegiados" (art. 73 de la ley 19.550). En las sociedades de un solo socio la posibilidad de que se
den los supuestos de exigencia de esos libros se presenta en el caso de directorio pluripersonal, pero no
parece exigible para los casos en que el único socio adopte aquellas decisiones —obviamente unilaterales y
no deliberativas— que se encuentran previstas en el art. 235 de la ley 19.550 y que no se refieren a la
modificación de la declaración original constitutiva.
La instrumentación, pues, de las decisiones del único socio, en materia de designación o cesación de
administradores o síndicos, fijación de sus remuneraciones o eventuales responsabilidades no fueron objeto
de reglamentación en el proyecto del 91, y tampoco lo fueron las formalidades necesarias para la
aprobación de las cuentas de la sociedad, lo cual era imprescindible si se advierte que no necesariamente la
sociedad de un solo socio puede ser administrada por éste en forma exclusiva.

b) El Proyecto de Reformas del año 1993

Tiempo después, y con el objeto de llevar a cabo una reforma más amplia al ordenamiento societario, por
decisión del Ministro de Justicia, se incorporó a la comisión del año 1991 —integrada, como hemos dicho,
por Edgardo Marcelo Alberti, Sergio Lepera, Horacio Fargosi, Ana Isabel Piaggi y Héctor Mairal— los
profesores de las Universidades de Rosario y Córdoba, Miguel C. Araya y Hugo Efraín Richard, quienes
debatieron durante un año y medio, para presentar en sociedad, en el año 1993, un proyecto que, conforme
lo explicó por esas épocas uno de sus autores(6), presentaba las siguientes características:

a) Reconoció la unipersonalidad constitutiva para las sociedades de responsabilidad limitada

b) Receptó de una manera total y concluyente la autonomía de la voluntad para la realización de contratos
asociativos o participativos, ampliándose las formas típicas de los contratos de participación.

c) Modificó el criterio vigente respecto del momento en que se otorga la personalidad jurídica a las
sociedades comerciales, volviéndose al viejo sistema en cuanto reserva este privilegio a la inscripción de la
sociedad típica en el Registro Público de Comercio.

d) Eliminó el régimen sancionatorio exhibido por la ley 19.550 en torno a las sociedades irregularmente
constituidas, a las cuales se les aplica el régimen contractual que las partes hubiesen previsto y que será
oponible a terceros, en cuanto se les haya hecho conocer efectivamente.

e) Derogó la responsabilidad del socio oculto, aplicándose a éste los principios del derecho común.

f) Restringió la prohibición prevista por el art. 30 de la ley 19.550 permitiéndose a las sociedades por
acciones participar en sociedades anónimas, de responsabilidad limitada y como comanditarios en
sociedades en comandita por acciones.

g) Reguló un nuevo tipo de sociedad, denominada "Sociedad Anónima Simplificada", inspirada en el derecho
de Nueva Zelanda, que a juicio de la comisión, "recogía los requerimientos de los agentes económicos y
soluciones de las legislaciones modernas".

h) Permitió a los socios o accionistas minoritarios, siempre a su costo, realizar registros auditivos o
audiovisuales de lo acontecido en las asambleas, para asegurar su contenido acotando el abuso de las
mayorías sobre las minorías.

i) Acotó los problemas de nulidad por atipicidad o por cláusulas esenciales tipificantes o no tipificantes, las
cuales pueden ser subsanadas hasta la sentencia de nulidad.

j) Aceptó, como técnica de financiación interna, los aportes irrevocables de capital o aportes a cuenta de
futuros aumentos de capital, dándole el tratamiento de obligaciones subordinadas.

k) Receptó la doctrina de la responsabilidad de los "directores de facto", así como la responsabilidad directa
de los accionistas electores por la actuación del director elegido por el grupo controlante, cuando éste no
era capaz de dirigir a la sociedad, que se sumaba a la del propio director.

l) Previó la posibilidad de que los socios inicien, prosigan o intervengan en juicios de responsabilidad contra
los controlantes, donde aparezca la voluntad presente de los directores que no prosigan o promuevan la
acción. Asimismo, y siempre en las acciones judiciales contra directores o la sociedad en las cuales podrían
tener interés otros accionistas, se permitió, a pedido de parte o de oficio, citar a los demás accionistas para
hacerles conocer la situación y permitirles que actúe ese accionista en representación de los demás, o en su
caso, genere la acumulación de acciones.
Sin duda alguna, la verdadera novedad de este proyecto, que no tuvo sanción legislativa, pero que originó,
por aquellos años, una verdadera controversia entre la doctrina, que consistió en la regulación de la
"sociedad anónima simplificada", a la cual ya se ha hecho referencia y que constituía un verdadero
galimatías, adoptando sin adaptación alguna soluciones ajenas a nuestro derecho y a nuestras tradiciones
jurídicas. De acuerdo con su regulación en el denominado "Proyecto de 1993", estas novedosas compañías
carecían de capital social como monto, lo cual privaba a sus acciones de valor nominal alguno. Del mismo
modo, se receptó, para estas entidades, la posibilidad de distribuir utilidades entre los accionistas no sujetas
a balance anual, con el único requisito que ello no afecte la solvencia de la sociedad y se admitió la
posibilidad de que los accionistas asuman una responsabilidad solidaria, como prestación adicional al aporte
del capital. También se suprimió para las sociedades anónimas simplificadas el derecho al ejercicio del voto
acumulativo, salvo autorización expresa del estatuto y se permitió la adopción de resoluciones sociales sin
asambleas, comunicando el tema a los accionistas, quienes pueden hacer conocer su opinión por un medio
fehaciente, como lo admitió la ley 22.903 para las sociedades de responsabilidad limitada.

Lo acontecido en los años posteriores a la elaboración de los proyectos de modificación a la ley de


sociedades comerciales de los años 1991 y 1993 ratificó que su sanción legislativa hubiera sido
verdaderamente caótica y hubiera causado mucho más perjuicios que beneficios para los ciudadanos de la
República Argentina. Baste recordar, durante esos años, el auge de la corrupción empresaria, traducido en la
actuación de sociedades off shore; en la existencia de estados contables con cuentas impresentables y todo
tipo de manifestación de la denominada "creatividad contable", exhibiendo aportes irrevocables sin plazo de
capitalización o cuentas en el patrimonio neto sin la menor asignación, donde se depositaban, sin
justificación legal o fáctica parte o la totalidad de las ganancias de todos los años; fundaciones titulares del
paquete de control de sociedades comerciales, creadas a los meros fines de obtener o percibir beneficios
fiscales, sin desarrollar actividad benéfica alguna; licuación de participaciones accionarias mediante la
conocida "operación acordeón": inserción en el contrato social de objetos múltiples, para evitar la aplicación
del principio de la especialidad, inherente a toda persona jurídica etc., todo lo cual fueron hechos de público
y notorio conocimiento, cuyos perjuicios pudieron ser evitados en parte mediante el efectivo control estatal
ejercido sobre las sociedades y sus actos internos, por parte del Organismo de Control, que curiosamente
esos proyectos pretendieron dejar sin efecto.

§ 6. Los proyectos de unificación de la legislación civil y comercial y la modificación de la ley de sociedades

a) El Proyecto de Ley de Unificación de la legislación civil y comercial de la Nación, del año 1987

En la República Argentina, y como consecuencia de la influencia del Código Civil Italiano de 1942 y del
Código Suizo de las Obligaciones, se despertó en nuestra doctrina una corriente unificadora del derecho civil
y comercial, que comenzó legislativamente en el año 1986, oportunidad en que los diputados Osvaldo
Camisar y Carlos Espina propusieron la creación de una comisión especial encargada de proyectar la
unificación de la legislación civil y comercial en materia de obligaciones y contratos, iniciativa que había
recibido respaldo doctrinario fundamentalmente en el Congreso de Derecho Civil de Córdoba de 1961 y en
Congreso de Derecho Comercial de Rosario de 1969. También por aquellos años, el diputado Alberto Natale
propuso al Congreso Nacional la redacción de un Código Único de Obligaciones y Contratos, siguiendo
asimismo el modelo del Código Suizo de las Obligaciones, caracterizado por su "atractiva sencillez y su gran
flexibilidad".

Como consecuencia de ello, la Cámara de Diputados resolvió, el 30 de julio de 1986, la creación de una
comisión especial encargada de proyectar la unificación de la ley civil y comercial. Dicha comisión, asesorada
por los juristas Héctor Alegría, Atilio Aníbal Alterini, Jorge Alterini, Miguel Araya, Francisco de la Vega,
Horacio Fargosi, Sergio Lepera y Ana Isabel Piaggi, presentó un dictamen durante el año 1987, proponiendo
una reforma integral al Código Civil, incorporando normas del Código de Comercio y derogando este último
cuerpo legal. Se recuerda, en torno a la suerte final de este primer proyecto de unificación, que tuvo
aprobación por la Cámara de Diputados el 28 de julio de 1987 y fue también objeto de aprobación por la
Cámara de Senadores, el 27 de noviembre de 1991, dando lugar a la sanción de la ley 24.032, el cual, no
obstante, fue vetada en su totalidad por el Poder Ejecutivo de la Nación, el 23 de diciembre de 1991, en una
de las contadas decisiones del por entonces presidente de la Nación, Carlos S. Menem que mereció nuestra
adhesión.

En lo que respecta al régimen legal de las sociedades, este proyecto se dedicó a las mismas en los arts. 1652
a 1680, mediante normas no comprensivas de aquellas tipificadas en la ley 19.550, pero también aplicables a
las asociaciones civiles, a las sociedades irregulares y de hecho y las sociedades atípicas.
Las características más destacables de ese novedoso régimen legal fueron las siguientes(7):

a) No se requería, como fin de las sociedades contempladas en dichas normas, la obtención por parte de los
socios de una utilidad apreciable en dinero, sino que exige, en términos más amplios, la obtención, por
aquellos, de una finalidad común, adoptando el Proyecto una solución novedosa que lo apartaba de los
Códigos Civil y Comercial.

b) El contrato de sociedad podía celebrarse en forma verbal o escrita y su prueba se regía por las normas
referidas a la acreditación de los actos jurídicos.

c) Exhibió una total ambigüedad en materia de personalidad jurídica, dejando su otorgamiento en manos de
los jueces, sin someterlo a premisas anticipadas, que pudieran resultar incompatibles con el contrato sobre
el cual deberán pronunciarse en decisión judicial. Este fue el aspecto más controvertido del Proyecto y el
que sumó mayor cantidad de críticas por parte de la doctrina, pues constituía, a juicio de la doctrina, un
verdadero retroceso para nuestra legislación, contemplar la existencia de sociedades sin personalidad
jurídica —al menos en principio—; que no constituyan sujetos de derecho diferentes a los miembros
asociados; que no tengan patrimonio propio y carezcan de capacidad para ser titules de derechos y
obligaciones.

d) Previó un incomprensible régimen de responsabilidad de los socios, inspirado, una vez más, en el Código
Suizo de las Obligaciones, que era totalmente incompatible con nuestra tradición jurídica, al prever
diferentes supuestos de responsabilidad interna y externa: a) Si el socio ha contratado con un tercero en
nombre de la sociedad o de todos los socios, éstos no devienen acreedores o deudores respecto del tercero,
sino de conformidad con las disposiciones de la representación; b) Cuando dos o más socios contratan
conjuntamente con terceros, sus derechos y obligaciones serán los de las obligaciones con pluralidad de
sujetos; c) Los socios pueden afianzar o garantizar las obligaciones contraídas por otros en relación con las
operaciones comunes, y si lo hacen, su responsabilidad será la propia de la fianza o del negocio realizado; d)
Los socios pueden convenir que su contribución a las pérdidas se limite a su aporte y este pacto se presume
a favor del socio industrial, salvo prueba en contrario.

e) En cuanto a la administración de esta nueva sociedad, y como consecuencia de la falta de personalidad


jurídica, la administración de la misma, como principio general, se puso en manos de todos los socios, que
gozan de iguales facultades, sin perjuicio de que contractualmente pueda la misma ser conferida a uno o
más socios o puesta en manos de terceros.

f) Se otorgó a los socios un derecho de veto, con el objeto de impedir la celebración de un acto por parte del
socio administrador, antes que el mismo fuera celebrado.

g) En las relaciones de la sociedad con los socios y de éstos entre sí, se previó un principio general,
disponiendo que cada socio tiene, respecto de los demás, en cuestiones vinculadas con la sociedad, las
obligaciones de un fiduciario.

El acertado veto presidencial del año 1991 evitó que los argentinos debiéramos padecer, al menos en
materia societaria, de una normativa tan cuestionable, contraria a nuestra idiosincrasia, que afectaban la
seguridad jurídica en cuestiones donde no existía la menor controversia en doctrina y jurisprudencia.

b) Los proyectos unificatorios del año 1993

Durante los años siguientes, se presentaron una serie de proyectos con el objeto de modificar y unificar el
derecho civil y comercial y finalmente, la Cámara de Diputados de la Nación, en el mes de agosto de 1992,
resolvió crear en el seno de la Comisión de Legislación General, una subcomisión en cargada de proyectar las
reformas y la unificación civil y comercial. El anteproyecto fue elaborado por una comisión de juristas a las
que se dio en llamar "Comisión Federal", integrada por los juristas y/o legisladores Héctor Alegría, Jorge
Alterini, Miguel Araya, María Artieda de Duré, Alberto Azpeitía, Enrique Banchio, Alberto Bueres, Osvaldo
Camisar, Marcos Córdoba, Rafael Manóvil, Luis Moisset de Espanés, Jorge Mosset Iturrapaspe, Juan Carlos
Palmero, Ana Isabel Piaggi, Efraín Hugo Richard, Néstor Solari, Félix Trigo Represas y Ernesto Wayar.

La Comisión de Legislación General emitió un dictamen el 28 de julio de 1993, al que la Cámara de Diputados
dio sanción en el mes de noviembre de 1993 y que el Senado de la Nación nunca trató.
En ese mismo año, agosto de 1993, el Poder Ejecutivo envió un proyecto cuyos autores fueron los juristas
Augusto César Belluscio, Salvador Darío Bergel, Aída Rosa Kemelmajer de Carlucci, Sergio Lepera, Julio César
Rivera, Federico N. Videla Escalada y Eduardo Antonio Zannoni, que ingresó al Senado y tampoco fue objeto
de consideración.

c) El Proyecto de Código Civil de 1998

Este proyecto, que tanta influencia tuvo, según los codificadores del año 2014, en la redacción del actual
Código Civil y Comercial de la Nación, fue producto del arduo trabajo de una comisión de juristas, designada
por el decreto 685/1995 e integrada por los profesores Héctor Alegría, Atilio Aníbal Alterini, Jorge Horacio
Alterini, María Josefa Méndez Costa, julio César Rivera y Horacio Roitman. El denominado "Proyecto de
Unificación del Código Civil y Comercial" fue remitido por el Poder Ejecutivo al Poder Legislativo, ingresando
a la Cámara de Diputados el 8 de julio de 1999, pero nunca tuvo sanción legislativa.

El proyecto contenía un anexo (Anexo II), donde se redactó una legislación complementaria, continente de
determinadas normas que derogaban o mantenían la vigencia de determinadas leyes o decretos, y entre
ellas, su art. 14 se refería expresamente a la ley 19.550, derogando los arts. 361 a 383 de dicho
ordenamiento legal, referidos a las sociedades accidentales o en participación y contratos de colaboración
empresaria, criterio que el Código Civil y Comercial de la Nación siguió al pie de la letra. Del mismo modo,
aquella norma modificó los siguientes artículos de la ley 19.550:

1. Con respecto al art. 1º, eliminó la tipicidad como requisito de la constitución de sociedades regulares y
receptó la sociedad unipersonal para las sociedades anónimas y de responsabilidad limitada.

2. En su art. 17, sometió a las sociedades atípicas o carentes de requisitos esenciales no tipificantes, a las
normas de la sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, referidas al régimen de las sociedades no constituidas
regularmente, que como veremos, sufrió importantes modificaciones.

3. Dentro del concepto de sociedades no constituidas regularmente, la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550 comprendió, como hemos visto a las sociedades carentes de requisitos esenciales tipificantes y no
tipificantes, a aquellas sociedades que incumplan con las formalidades exigidas por la ley (art. 21) y a las
sociedades civiles. Del mismo modo, en el proyectado art. 24, se declaró aplicables a esta clase de
sociedades las normas específicas de la ley 19.550 (Sección IV del Capítulo I: arts. 21 a 26) y en subsidio, las
normas de la sociedad colectiva, con las modificaciones establecidas en esta sección. Las siguientes son las
innovaciones fundamentales exhibidas por el Proyecto de 1998 en torno a estas sociedades, que recogió casi
totalmente la ley 26.994:

a) Se declaró invocable el contrato social entre los socios, siendo oponible a los terceros solo cuando se
prueba que lo conocieron efectivamente al tiempo de la contratación o del nacimiento de la relación
obligatoria y también puede ser invocado por los terceros contra la sociedad, los socios y los
administradores, disponiéndose, en la parte final del proyectado art. 22, que "La registración o publicidad
del contrato no pueden ser invocadas por la sociedad, los socios o los administradores como prueba del
conocimiento del tercero".

b) En materia de representación de las sociedades no constituidas conforme los tipos sociales previstos en el
capítulo II de la ley 19.550, el art. 23 del Proyecto de 1998 dispuso que ella se rige por lo pactado en el
contrato y supletoriamente por las normas de la sociedad colectiva, disponiéndose que los terceros a
quienes es inoponible el contrato, conforme al art. 22, segundo párrafo, pueden invocar contra la sociedad
los actos realizados en representación de ella por cualquiera de los socios. Prescribió asimismo esta norma la
capacidad de estas sociedades para adquirir bienes registrables, y "para tal fin, debe acreditar ante el
registro su existencia y las facultades de su representante por un acto de reconocimiento de todos quienes
afirman ser sus socios. Este acto debe ser instrumentado en escritura pública o en instrumento privado con
firma autenticada por escribano". Finalmente, el art. 23 último párrafo, ratificó la antigua solución de la ley
19.550 en cuanto a que la existencia de la sociedad puede acreditarse por cualquier medio de prueba,
incluso la de presunciones.

c) Siempre refiriéndonos a esta clase de sociedades, el art. 24 del Proyecto de 1998, dispuso que los socios
responden frente a los terceros que contrataron con la sociedad, como obligados simplemente
mancomunados y por partes iguales, salvo que la solidaridad con la sociedad o entre ellos o una distinta
proporción resulten: a) De una estipulación expresa respecto de una relación o un conjunto de relaciones; b)
De una estipulación del contrato social en los términos del art. 22 y c) De las reglas comunes del tipo que
manifestaron adoptar y respecto del cual se dejaron de cumplir requisitos tipificantes o formales.

d) En materia de duración de esta clase de sociedades, el art. 25 previó que a falta de estipulación por
escrito del plazo de duración, cualquiera de los socios podrá pedir su disolución, notificándolo a la sociedad y
a los demás socios. La sociedad se disuelve de pleno derecho, seis meses después de la notificación a la
sociedad. Los demás socios, por lo menos, dos o más de ellos que representen la mayoría de personas o de
capital, pueden optar por continuar con la sociedad, pagándole al saliente o a todos los salientes su
participación de conformidad con lo dispuesto por el art. 92 de la ley 19.550. La transferencia de las partes
sociales y la exclusión o el retiro de socios, deben inscribirse en el Registro de Actividades Especiales, para
producir efectos frente a terceros.

e) En lo que respecta al régimen de subsanación, los últimos párrafos del art. 25 contienen un procedimiento
que la ley 26.994 ha reproducido casi textualmente en el actual art. 25. Se dispuso al respecto y en forma
textual que "Cuando la sociedad hubiera sido constituida por contrato escrito con elección de un tipo, la
omisión de requisitos esenciales tipificantes o no tipificantes, la existencia de elementos incompatibles con
el tipo elegido o la omisión del cumplimiento de requisitos formales, pueden subsanarse en cualquier
tiempo durante el plazo de duración de la sociedad previsto en el contrato. A falta de acuerdo unánime de
los socios, la subsanación puede ser ordenada judicialmente en procedimiento sumarísimo. En caso
necesario, el juez puede suplir la falta de acuerdo con la cláusula adecuada, la que no podrá imponer mayor
responsabilidad a los socios que no lo consientan. El socio disconforme podrá ejercer el derecho de receso
dentro de los diez (10) días de quedar firme la decisión judicial, conforme al art. 92".

f) Finalmente, en lo que respecta a estos entes, se previó en el proyectado art. 26 que las relaciones entre
los acreedores sociales y los acreedores particulares de los socios, incluso en caso de quiebra, se juzgan
como si se tratara de una sociedad de alguno de los tipos previstos en el Capítulo II.

4. Tratándose de sociedades entre cónyuges, la redacción impuesta por el Proyecto 1998 al art. 27 modificó
sustancialmente el régimen de la ley 19.550, permitiéndose a los esposos integrar sociedades por acciones,
de responsabilidad limitada y las reguladas en la Sección IV, sin adquirir en ningún caso responsabilidad
solidaria entre ellas o con la sociedad.

5. En torno a los herederos menores, en caso de muerte del causante y existiendo un estado de indivisión
forzosa, aquellos solo adquieren responsabilidad mancomunada y limitada a los bienes que le pertenezcan
en la explotación económica y si se decide constituir una sociedad, los menores solo pueden ser socios con
responsabilidad limitada.

6. Se incluyó a las sociedades de la Sección IV entre aquellas —como las colectivas, en comandita simple y de
capital e industria— en que la muerte de un socio resuelve parcialmente el contrato de sociedad, aunque se
previó que "En las sociedades colectivas, en comandita simple y en las previstas en la sección IV, es lícito
pactar que la sociedad continúe con los herederos. Dicho pacto obliga a éstos sin necesidad de un nuevo
contrato, pero pueden ellos condicionar su incorporación a la transformación de su parte comanditaria".

7. En materia de disolución de la sociedad, se mantuvieron las causales disolutorias previstas en el art. 94 de


la ley 19.550, incluso la reducción a uno del número de socios, pero como consecuencia de la recepción de la
sociedad unipersonal al universo legal societario, y como segundo párrafo de su inc. 8º se previó
expresamente que "Lo dispuesto precedentemente —esto es, la responsabilidad ilimitada y solidaria del
socio único— no será aplicable cuando el socio único lo sea de una sociedad anónima o de responsabilidad
limitada"

Finalmente, y en este breve panorama de las normas que, en materia societaria, previó el Proyecto de
Código Civil de 1998, sus redactores incluyeron, en los arts. 138 a 164, un Título —el Título II— dedicado a
las personas jurídicas en general, que también, pero con menor intensidad, ha sido fuente directa e
inmediata del actual Código Civil y Comercial de la Nación. También incluyó, aquel proyecto y al igual que
éste, un completo régimen legal en materia de asociaciones civiles y fundaciones (arts. 165 a 213), que
nuestro derecho, al menos en torno a las primeras, exigía imperiosamente.

§ 7. El Proyecto de reforma a la ley 19.550 del año 2004


En el año 2002, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, por resolución 112/2002, creó una comisión
de juristas que fue integrada originalmente por los profesores Salvador Darío Bergel, Raúl Aníbal Etcheverry,
Jaime Anaya y Julio Otaegui —que renunció posteriormente—, quienes redactaron el anteproyecto de
reformas a la ley de sociedades comerciales, destinada a incorporar modificaciones sustanciales al
ordenamiento societario por entonces vigente.

Fue el denominado "Proyecto de 2004", una propuesta de reformas al régimen societario de muy largos
alcances, cuyas principales características fueron las siguientes:

a) Se incorporó a las sociedades unipersonales, bajo el tipo de sociedades anónimas o de responsabilidad


limitada, previéndose que ésta siempre debían constituirse por instrumento público. Sin embargo, se
prohibió a una sociedad unipersonal formar parte de otra sociedad de estas características.

b) Se permitió la constitución de sociedades comerciales para todo tipo de sociedad, "cualquiera fuere su
objeto".

c) A diferencia de los proyectos de 1991 y 1993, ratificó el ejercicio del control de legalidad por parte del
registrador mercantil, respecto a los documentos cuya inscripción se requería.

d) Se previó la aplicación de los arts. 183 y 184 a todos las sociedades en formación y se permitió la
subsanación de las omisiones y de los defectos de cualquier clase que pudiera exhibir el acto inscripto, a
petición de parte, socios o terceros interesados, e incluso por el Juez o la autoridad de control.

e) Se estableció la necesidad de adoptar el procedimiento más breve para la sustanciación de las acciones
judiciales previstas en la ley 19.550, suprimiéndose la etapa de mediación previa obligatoria. Se permitió la
inclusión de cláusulas compromisorias y se dispuso el arbitraje obligatorio para la solución de los conflictos
producidos en las sociedades cotizantes, arbitraje que debía realizarse ante los tribunales arbitrales
permanentes organizadas por las bolsas de comercio o mercado de valores.

f) Se sometió a las sociedades típicas que carecieran de requisitos esenciales tipificantes, a las normas de las
sociedades no constituidas regularmente.

g) En materia de irregularidad, se previó que las sociedades no constituidas con sujeción a los tipos del
Capítulo II de la ley 19.550, "con o sin contrato escrito", se regirán por las normas de los arts. 21 a 26 y
supletoriamente, por las normas de las sociedades colectivas. Asimismo, se permitió la invocación entre los
socios las cláusulas del contrato social referidas a la administración, representación y gobierno de la entidad
y en cuanto a la representación y con respecto a los terceros, el Proyecto puso el uso de la firma social en
manos de todos los socios, pero el contrato social le puede ser opuesto a los referidos terceros, "cuando se
pruebe que lo conocieron efectivamente al tiempo del nacimiento de las relaciones jurídicas disponibles por
la autonomía privada".

h) También en materia de irregularidad societaria, se mantuvo el régimen de responsabilidad ilimitada,


solidaria y no subsidiaria de sus integrantes. Se admitió la capacidad de adquirir bienes registrables y en
materia de disolución y liquidación, se adoptó la solución del Proyecto de Código Civil de 1998, ahora
recogido por la ley 26.994, en cuanto a que cualquiera de los socios puede provocar la disolución de la
sociedad, cuando no media estipulación escrita del pacto de duración, notificándose fehacientemente tal
decisión a todos los socios, pero sus efectos se producirán de pleno derecho entre los socios a los 90 días de
la última notificación, con derecho de los socios que desean permanecer en la sociedad, de pagar a los
salientes su parte social.

i) Tratándose de sociedades entre cónyuges, se permitió la constitución de sociedades por acciones y de


responsabilidad limitada, y si forman parte de sociedades no constituidas regularmente, no existiría
responsabilidad solidaria entre ellos.

j) En materia de participación de sociedades en otras entidades, se adoptó un régimen amplio,


autorizándose aformar parte de sociedades del mismo tipo o de otro, aún cuando difieran los regímenes de
responsabilidad de los socios.

k) Se admitió la responsabilidad por apariencia, así como la responsabilidad de quien difunde o consiente el
empleo de cualquier medio idóneo para generar confianza en la aparente solvencia de la sociedad por el
implícito respaldo patrimonial que se sugiere, induciendo a equívocos conducentes a la concesión de
recursos o de crédito.

l) Se previó la existencia de convenciones parasociales y se reglamentó su existencia y funcionamiento,


estableciéndose plazos máximos de duración (cinco años).

m) Se incorporaron expresas normas en materia de grupos empresarios y de control, imponiéndose


concretas responsabilidades en caso de abuso.

n) Se aceptó que una persona jurídica pueda ser designada administradora o integrante de un órgano de
administración.

o) En materia de sociedades extranjeras, se modificó el art. 123 de la ley 19.550, previéndose la necesaria


inscripción en los registros mercantiles locales de las sociedades constituidas en el extranjero que adquieran
inmuebles en la República Argentina o que participen en sociedades locales con más del diez por ciento del
capital de la compañía local.

p) En torno a las sociedades de responsabilidad limitada, y sin perjuicio de otras reformas de gran
importancia, se estableció que cuando ellas fueran unipersonales, su capital social debe ser integrado
totalmente y en cuanto a los créditos que el socio único tuviera contra la sociedad, su pago se subordinaría a
la previa cancelación de los créditos de los terceros. Idéntica solución se estableció para las sociedades
anónimas unipersonales. Por otro lado, se previó la existencia de una sindicatura obligatoria en las
sociedades de responsabilidad limitada de un solo socio, obligando al síndico a firmar las actas de gerencia
cuando el socio único fuera el gerente de la sociedad. Finalmente, se permitió a los socios que representen
más del veinte por ciento del capital social, la designación judicial o arbitral de un auditor externo, a cargo
de los peticionantes, sin perjuicio del derecho de reintegro por la sociedad en caso de comprobarse
irregularidades.

q) En materia de sociedades anónimas, se previó un régimen especial para los aportes irrevocables a cuenta
de futuras emisiones y de préstamos de los socios, así como la emisión de acciones destinadas al personal.

r) Se prohibió, para estas sociedades, la asistencia financiera, la concesión de créditos o el otorgamiento de


garantías para la adquisición o suscripción de sus propias acciones o de su controlante.

s) Tratándose de asambleas de sociedades anónimas, se amplió la competencia de las asambleas ordinarias,


en especial para tratar todo lo referido a la disposición o gravamen de todo o parte sustancial de los activos
de la sociedad, el otorgamiento de garantías reales o personales respecto de las obligaciones de terceros o la
constitución y participación en sociedades unipersonales, con ciertos límites.

t) En materia de sociedades anónimas unipersonales, se estableció que la existencia de la sindicatura no


podrá ser prescindida.

u) Se reguló la existencia y actuación de un comité de auditoría cuando la sociedad se encuentre


comprendida en el art. 299 inc. 1º, ejerciendo las funciones de fiscalización interna.

Puede afirmarse, sin el menor margen de dudas, que el Anteproyecto de Reformas a la Ley de Sociedades
Comerciales del año 2004, que nunca tuvo tratamiento legislativo, más allá de algunas graves omisiones —
como por ejemplo, la de adecuar el régimen legal en materia de sociedades extranjeras a la ilegítima y
fraudulenta operatoria off shore que por ese entonces era de uso corriente entre la clase dirigente nacional
— fue la mejor y más completa iniciativa de reformas al régimen societario argentino desde la sanción de
la ley 22.903, cuyo método legislativo fue imitado, en tanto el Anteproyecto del 2004 se limitó a recoger las
inquietudes de la doctrina nacional en torno a determinadas cuestiones controvertidas y a cubrir y
reglamentar los vacíos legales que ofrecía la ley 19.550 a los treinta años de su vigencia, recogiendo la
jurisprudencia de nuestros tribunales, sin caer en la tentación de adoptar soluciones previstas en el derecho
extranjero, como había ocurrido con los proyectos de la década del 90, con total olvido que la operatoria
comercial en general y la actuación societaria, en particular, no se inspira en las prescripciones del legislador
sino en concretas necesidades del tráfico mercantil y en la idiosincrasia de aquellos a los cuales las normas
están destinadas.

§ 8. La ley 26.994 de reformas al régimen societario nacional del año 2014


Sobre el contenido de esta ley se referirán con alguna profundidad, los capítulos siguientes de este libro,
donde se hace un análisis exegético de la ley 19.550 o "Ley General de Sociedades", que incluye las reformas
efectuadas por la ley 26.994.

Basta afirmar, al respecto, que la ley 26.994, derogatoria de los Códigos Civil y de Comercio, así como
modificatoria de la legislación complementaria, como lo es la ley 19.550, ahora denominada "Ley General de
Sociedades", ha modificado el régimen societario argentino, y lo ha hecho desde dos puntos de vista
diferentes, esto es, mediante la incorporación en el Código Civil y Comercial de la Nación de un título
especial dedicada a las personas jurídicas en general (Título II del Libro I del nuevo ordenamiento), que
incluye normas de aplicación obligatoria a las sociedades previstas en la ley 19.550, y a través de una
concreta modificación de algunas disposiciones de esta ley, llevando adelante una reforma que a mi juicio
ha sido insatisfactoria e insuficiente.

Coincido y apoyo la necesidad de una actualización al régimen societario argentino, pero considero que con
la incorporación de las sociedades unipersonales o la modificación —contra su propia naturaleza— del
régimen de las sociedades no constituidas regularmente y de las sociedades atípicas, este original
aggiornamiento no ha cumplido ninguna de las expectativas creadas en torno a una adaptación del derecho
de las sociedades a las épocas que vivimos y a las necesidades de las prácticas corporativas actuales, que día
a día crea y origina nuevas actuaciones cuya regulación se torna por lo general necesaria, a los fines de evitar
todo tipo de abusos.

Nadie, salvo los autores de los proyectos de unificación del derecho civil y comercial, exigió la modificación
del régimen de las sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, salvo algunos
retoques en torno a la oponibilidad del contrato entre los socios y la capacidad para adquirir bienes
registrables, no en beneficio de la sociedad irregular y de hecho sino de los terceros que contratan con ella.
Nuestra tradición jurídica había aceptado, con sólidos y lógicos fundamentos, la responsabilidad solidaria e
ilimitada de sus integrantes, sin posibilidad de invocar el beneficio de exclusión, pues ello era la
contrapartida de la infracción a las normas que, en materia de constitución regular de las sociedades, sus
miembros habían incumplido, negando toda transparencia a su acto constitutivo. Pero ahora, transcribiendo
casi textualmente el Proyecto de Código Civil de la República Argentina de 1998, que por algo nunca fue
sancionado, se consagra una responsabilidad mancomunada y por partes iguales de quienes integran esta
especial clase de sociedades, incurriéndose en una de las mayores contradicciones que exhibe nuestro
derecho privado, pues mientras los integrantes de una sociedad en formación —en la cual sus fundadores
están cumpliendo los procedimientos necesarios para obtener la constitución regular— asumen en principio
una responsabilidad rigurosa en materia de actuaciones societarias efectuadas en cumplimiento del objeto
social (arts. 183 y 184 LGS), los integrantes de los entes comprendidos en los arts. 21 a 26 de la ley
19.550, que incumplieron voluntariamente esas claras exigencias de publicidad y oponibilidad, obtienen el
privilegio de gozar con uno de los regímenes más beneficiosos en materia de responsabilidad frente a
terceros por las obligaciones sociales, esto es, la mancomunidad y como si ello fuera poco, por partes iguales
y sin solidaridad en caso de insolvencia de alguno de sus consocios.

Tampoco se entiende la obsesión del legislador del año 2014 por la modificación del régimen de las
sociedades atípicas, aunque debo reconocer que esa preocupación viene desde el proyecto de unificación
del derecho civil y comercial del año 1987, cuando la experiencia demuestra que, en nuestro país, los anales
de jurisprudencia no han registrado, en más de ciento cincuenta años de legislación patria, un solo caso de
sociedades atípicas o carentes de requisitos esenciales tipificantes. Puede sí coincidirse en que el derogado
régimen del art. 17 de la ley 19.550, que condenaba a las sociedades atípicas a la nulidad y a su inmediata
liquidación podía configurar una solución un tanto exagerada, pero de allí a priorizar la inclusión de estas
sociedades en la sección reservada a las sociedades no constituidas regularmente, por sobre otras
cuestiones mucho más trascendentes y tangibles, constituyó un verdadero desacierto.

La necesidad de una reforma a la ley 19.550 no pasaba por la incorporación de las sociedades unipersonales
ni por la bonificación del régimen de las ahora denominadas sociedades de la Sección IV del Capítulo I de
dicha ley. Las primeras, esto es, las sociedades unimembres, y como veremos en el capítulo correspondiente
de este libro, ha sido solo aspiración de cierta doctrina nacional, ferviente admiradora de la legislación
norteamericana y europea y por lo general proclive a la defensa de los intereses corporativos, pues al
abogado de visita diaria a los tribunales, esta cuestión no solo le importa muy poco, sino que, por el
contrario, considera a las sociedades unipersonales como un instrumento de fraude y de simulación, sin
comprender como y de qué manera la inclusión de esta figura en la legislación argentina pueda favorecer la
economía nacional o incentivar el tráfico mercantil. En cuanto a las segundas, era preferible, antes de
reformular el régimen de las sociedades no constituidas regularmente, abocarse a otros temas, como la
bonificación del funcionamiento de los órganos sociales y la protección de los terceros que, de una manera u
otra, se relacionan o vinculan con éstas. Me refiero concretamente a la necesidad de facilitar y simplificar el
funcionamiento de las sociedades, eliminando ciertas exigencias que hoy carecen de todo sentido. A título
de ejemplo, nadie puede hoy negar que la publicación de edictos para anoticiar la convocatoria a asamblea
de accionistas en las sociedades no cotizantes pueda ser perfectamente reemplazada por una notificación
fehaciente dirigida al último domicilio constituido por los accionistas. Del mismo modo, la exigencia de
unanimidad para adoptar acuerdos sociales en las denominadas asambleas unánimes también constituye un
requisito excesivo de validez de esta clase de asambleas. Afortunadamente, parte de estas deficiencias que
exhibe hoy nuestra ley general de sociedades han sido solucionadas mediante expresas normas que el
Código Civil y Comercial de la Nación ha previsto en el título dedicado a las personas jurídicas, mediante
normas imperativas que las tornan obligatorias a las sociedades (art. 150 CCyCN) y me refiero
concretamente a la posibilidad de celebrar reuniones de socios o asambleas a distancia o de llevar a cabo las
mismas mediante el sistema de autoconvocatoria (art. 158 del CCyCN), solución que la doctrina nacional ha
reclamado en forma insistente.

Pero es en materia de protección de los terceros vinculados con la sociedad donde se nota una gran
orfandad normativa, que requiere un inmediato remozamiento de las soluciones previstas en la  ley
19.550, por ejemplo, en materia de responsabilidad de socios, accionistas y administradores por
infracapitalización; la necesidad de legislar sobre aportes irrevocables, imponiendo su capitalización en
forma inmediata y estableciendo un régimen de subordinación en cuanto a la devolución de los fondos a los
aportantes, para el caso no resolverse la aludida capitalización. Asimismo, es notoria la desactualización de
las normas de la ley 19.550 en materia de sociedades constituidas en extranjero, que se han quedado en lo
formal, persistiendo el legislador en ignorar los fraudulentos negocios que se concretan todos los días a
través de sociedades simuladas, generalmente constituidas en el exterior y más concretamente en guaridas
fiscales, negándose a reformular el actual art. 124 de la ley 19.550, que hoy no constituye ningún freno para
evitar este tipo de maniobras, que la realidad nos ha exhibido como actuaciones cotidianas de muchos
empresarios, como lo releva la existencia de los "Panamá Papers", que compromete actualmente a muchas
figuras del actual gobierno y no menor cantidad de prominentes empresarios. Finalmente, la necesidad de
dedicar una normativa especial a las denominadas sociedades de familia constituye un débito normativo que
debe saldarse a la mayor brevedad, para evitar la destrucción de pequeñas y medianas empresas, cuyo
funcionamiento es generalmente afectado por problemas de índole familiar más que societario.

La eliminación del control de legalidad del registrador societario por la ley 26.994, modificando la redacción
original del art. 6º de la ley 19.550, resucitando el viejo anhelo de los autores del anteproyecto de reformas
a la ley 19.550 del año 1991, es el mejor ejemplo de la desprotección que hoy sufren los terceros en esta
materia, entre los cuales quedan también comprendidos los herederos de los integrantes de la sociedad,
quienes eventualmente deberán ingresar a la sociedad en caso de fallecimiento de uno de ellos, adhiriendo
a un contrato que nunca celebraron. El control de legalidad del registrador mercantil, que ya veía impuesto
desde la sanción del Código de Comercio de 1862, mantenido por en el Código de 1889 y que fue ratificado
expresamente por la ley 19.550,constituye la mejor manera de evitar litigios futuros, pues la facultad que
otorga la ley de observar la inclusión de cláusulas de dudosa legitimidad, por parte de un organismo estatal
especializado, constituye un eficaz procedimiento para prevenir todo tipo de nulidades posteriores o la
generación de daños futuros. La adecuación del capital social al objeto, la exigencia de que los fundadores
de la sociedad sean verdaderos interesados en trabajar en sociedad y no meros testaferros de un
empresario individual etc., son manifestaciones de ese control de legalidad, sin el cual la registración
mercantil pierde todo sentido.

Con otras palabras, la relación inescindible que existe entre la inscripción de un documento en el Registro
Público y el control de legalidad que sobre éste deberá efectuar el encargado del aludido registro, impide
siquiera considerar la existencia de un registro buzón, donde se supone que el funcionario que se encuentre
a su cargo debe limitar a sellar el documento y ponerlo a disposición de cualquier interesado, pues mal
puede predicarse, para justificar la existencia de este tipo de registros, la necesidad de someter el obrar de
los individuos al juzgamiento por los jueces de la Constitución Nacional, a los fines de corregir las
desviaciones del orden jurídico, cuando existen mecanismos tendientes a impedir la consumación del
perjuicio y evitar que los ciudadanos pierdan su tiempo, su patrimonio y a veces su salud, esperando una
sentencia judicial que demora años en ser dictada, esto es cuando —como escribió Gonzalo Curiel en el
inolvidable bolero "Vereda Tropical"—, "los ojos mueren de llorar y el alma muere de esperar".

Por otra parte, y sin pretender agotar los errores y las omisiones de la ley 26.994, tampoco ha sido feliz el
legislador con las cientos de sociedades civiles que con motivo de la unificación del derecho civil y comercial
y la concentración de la normativa societaria en la ley 19.550, han quedado sin legislación específica, pues su
certificado de defunción merecía un tratamiento más digno y completo y no su mera inclusión tácita en la
Sección IV del Capítulo I de la ley general de sociedades, con los gravísimos problemas de interpretación que
estas normas generan. No debe olvidarse que nuestro país carece de una normativa específica en materia de
sociedades de profesionales, cuyas especiales características no parece adecuarse a los tipos previstos por
la ley 19.550, habida cuenta la imposibilidad legal de sus integrantes de limitar su responsabilidad por la
mala praxis incurrida, que siempre es individual y que no puede trasladarse, por obviedad, a una persona
jurídica, a quien ninguna reglamentación permite otorgar títulos habilitantes para el ejercicio de una
profesión determinada.

Finalmente, resulta inverosímil y demuestra el apresuramiento en la sanción de las reformas a la ley


19.550, el hecho de que, no obstante haberse derogado por el Código Civil y Comercial de la Nación o por la
propia ley 26.994, algunas figuras incluídas en la ley de sociedades y/o modificado algunas disposiciones
legales contenidas en la misma, no se modificaron determinadas disposiciones de la ley 19.550 que hacen
referencia a las normas derogadas o modificadas del ordenamiento legal societario, lo cual constituye,
cuanto menos, una llamativa desprolijidad. A modo de ejemplo citaremos las siguientes:

1) A pesar de que la denominación del "Registro Público de Comercio", vigente en la República Argentina
desde la sanción del Código de Comercio (1857/1862) fue modificada por la ley 26.994 por "Registro
Público", la actual versión de la Ley General de Sociedades, sigue conteniendo infinidad de referencias al
"Registro Público de Comercio", que debieron ser adaptadas a la nueva legislación.

2) La lógica derogación de los contratos asociativos de la ley 19.550 torna absurdo el nuevo texto del art. 30,
cuando permite a las sociedades anónimas y en comandita por acciones formar parte de sociedades por
acciones y de responsabilidad limitada, aclarando el nuevo texto de la norma que "También podrán ser parte
de cualquier contrato asociativo", los cuales como ya hemos referido, no se encuentran más legislados en
la ley 19.550, sino en el Código Civil y Comercial de la Nación.

3) Si las sociedades accidentales y en participación fueron también derogadas del ordenamiento societario
por la ley 26.994, debió eliminarse la referencia efectuada por el art. 90 de la ley 19.550, que dispone que en
las sociedades colectivas, en comandita simple, de capital e industria "y en participación", la muerte de un
socio resuelve parcialmente el contrato.

4) La eliminación del estatuto del comerciante por el Código Civil y Comercial de la Nación —que a nuestro
juicio es un verdadero desacierto—, obligaba a derogar el art. 264 primer párrafo de la ley 19.550, en
cuando prohíbe ejercer el cargo de directores y gerentes, a "quienes no pueden ejercer el comercio", que
estaban enumerados en el derogado art. 22 del Código de Comercio.

5) La referencia que hace el art. 218 de la ley 19.550 en su tercer párrafo, cuando se refiere al ejercicio de los
derechos de socio por parte del nudo propietario, y que sufre una excepción en materia de "usufructo legal",
constituye una norma que carece hoy de todo fundamento, habida cuenta que el Código Civil y Comercial de
la Nación ha eliminado el régimen de la patria potestad, del cual el "usufructo legal" de los bienes del
menor, era una aplicación concreta de dicha institución.

INTRODUCCIÓN (SEGUNDA PARTE)

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA JURISDICCIÓN MERCANTIL Y EL CONFLICTO SOCIETARIO

§ 1. La jurisdicción mercantil en la Ciudad de Buenos Aires

1.1. Como es conocido por todos, al menos quienes se dedican al derecho mercantil, tanto en las aulas como
en los tribunales, desde el medioevo hasta el siglo XIX, los conflictos mercantiles eran resueltos por
tribunales especiales integrados generalmente solo por comerciantes, cuya integración era objeto de
especial atención en los estatutos medievales. Como ilustra el profesor Isaac Halperin en su célebre Curso de
Derecho Comercial(8), estos tribunales, llamados "consulares" por la designación que recibían sus
integrantes (cónsules), también existieron en España y fueron trasladados a América.

En nuestro país, los litigios entre comerciantes eran resueltos por la Audiencia de Buenos Aires, creada en el
año 1661, que funcionó hasta la erección del Consulado, en 1789, dentro del cual fue creado, en el año
1794, el célebre Tribunal del Consulado, integrado por comerciantes, que resolvían los conflictos sin formas
jurídicas y sentenciaban "a verdad sabida y buena fe guardada"(9). Ello aconteció hasta el año 1882, en
donde se modificó dicho sistema, reemplazándose a los jueces legos por la designación de jueces
mercantiles letrados, aunque desde el año 1857, la alzada del tribunal consular había sido la Cámara de
Apelaciones en lo Criminal, Correccional y Comercial, lo cual duró hasta el año 1910, oportunidad en que se
creó la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, originalmente integrada por cinco miembros, y que
hoy cuenta con 18 miembros, debiendo recordarse que, desde su misma creación, dicho Tribunal ha
contado con muy prestigiosos juristas que han honrado la administración de justicia, como Alfredo Colmo,
Carlos Malagarriga, Isaac Halperin, Carlos Juan Zavala Rodríguez, Alejandro Vásquez, Horacio Duncan Parodi,
Jaime Anaya, Carlos Varangot, Enrique Manuel Butty, etc.

1.2. Actualmente, y al menos en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires, el sistema de resolución judicial de
los conflictos entre comerciantes o referidos a la materia mercantil, resulta totalmente insatisfactorio, y las
razones para llegar a esta conclusión son muchas y de muy distinta naturaleza.

En primer lugar, la justicia impartida por tribunales consulares o integrados por comerciantes, al menos
aseguraba que quienes resolvían el caso conocían de la materia sobre la cual versaba el entuerto. El déficit
que ofrecía el sistema radicaba en el carácter lego de los jueces o árbitros, pues ignoraban el derecho
mercantil, cuyo conocimiento es, a mi juicio, de fundamental relevancia para resolver los conflictos entre
empresarios.

El reemplazo de los jueces legos por jueces letrados, allá por el año 1882 aseguró que la falta de
conocimiento práctico de la actividad mercantil por parte de los jueces letrados, pudiera ser suplida por la
experiencia profesional pues el art. 6º del antiguo decreto-ley 1285/1958, de "Organización de la Justicia
Nacional", en su versión original, requería que para ser juez nacional de primera instancia —entre otros
requisitos— era necesario haberse desempeñado durante cuatro años en el ejercicio de la profesión de
abogado. Sin embargo, la ley 14.480,complementaria de dicho decreto, reemplazó el efectivo ejercicio de la
profesión de abogado por el desempeño de funciones internas en el Poder Judicial(10), lo cual constituyó un
gravísimo error cuyas consecuencias todavía padecemos, en especial en lo que se refiere a la integración de
la justicia mercantil, pues a partir de allí, gran parte de los jueces mercantiles exhibieron y exhiben un doble
déficit: nunca ejercieron el comercio, porque lo tienen expresamente prohibido y tampoco ejercieron la
profesión de abogados, lo que les hubiera permitido adquirir alguna experiencia práctica del tráfico
mercantil en todos sus aspectos, que por lo general se limita a la celebración de contratos para su consumo
particular o de su familia.

La falta de experiencia en una materia que requiere conocimientos especiales, como es la actividad
mercantil, en todos sus aspectos, constituye un grave debito de la actual justicia comercial, que no puede
reemplazarse con el estudio de textos legales ni tampoco apelando exclusivamente a la lectura de la
jurisprudencia del mismo tribunal. Mal puede entenderse —desde los libros— la dinámica de un concurso
de acreedores, si no se ha participado jamás en una negociación colectiva y tampoco puede ser entendido,
en su plenitud, el funcionamiento de una asamblea de accionistas o de una reunión de directorio de una
sociedad comercial si jamás se ha concurrido a ellas, ni se sabe, salvo por las exposiciones hechas en los
escritos de demanda de juicios de impugnación de asambleas, como se manifiesta y cuáles son las
consecuencias que se derivan de un conflicto societario en el seno de una compañía mercantil.

Las consecuencias de este estado de cosas, esto es, jueces que no conocen en la práctica la dinámica del
comercio, ha producido un efecto negativo en la administración de justicia ante la existencia de pleitos
vinculados a la legislación comercial en general y societaria en particular, pues repercute en la calidad de las
sentencias y en la demora que por lo general exhiben los pleitos entre comerciantes.

En cuanto a esto último, mal puede adjudicarse exclusivamente al Poder Judicial la responsabilidad por la
justicia tardía, que —en términos generales y sin perjuicio de otros factores, cuya importancia no cabe
descartar— encuentra su primera explicación en un antiquísimo sistema de organización del proceso y en el
cual la celebración de estériles y permanentes audiencias de conciliación, que por lo general están
condenadas al fracaso, son moneda corriente y que llegan a convocarse incluso cuando el expediente se
encuentra en estado de dictar la sentencia definitiva o incluso por el tribunal de alzada, demorando
indefinidamente la conclusión del litigio. Por mi parte, fui de opinión que la sanción de las sucesivas leyes de
mediación obligatoria, a partir del año 1994, iban a poner fin a la actuación del "juez conciliador", y que todo
propósito de acordar una solución extrajudicial al conflicto iba a ser encarrilada dentro de esta nueva
legislación, pero lamentablemente ello no ha sido así, pues hasta la Cámara de Apelaciones no ha sido ajena
a esta práctica que olvida que la función del juez es fundamentalmente la de resolver conflictos a través de
sentencias definitivas y rápidas y no la de intentar transacciones o conciliaciones en cualquier etapa del
proceso, como hoy lamentablemente sucede, y cada vez con mayor frecuencia.
La mejor prueba de la demora en la conclusión de los pleitos y la responsabilidad del Tribunal la
encontramos —fundamentalmente— cuando se trata de cuestiones de competencia, en la cual el orden de
prioridades entre el justiciable y el magistrado difieren considerablemente, pues mientras que para el
primero le es por lo general indiferente la persona del juez que va a resolver la causa, para el segundo esa
cuestión asume una trascendencia fundamental, de mucho más importancia que brindar al ciudadano el
derecho de obtener la resolución de sus conflictos de una manera rápida y efectiva. Repárese que un
conflicto de competencia, que termina siendo dirimido por el tribunal de alzada, previo conocimiento del
Ministerio Público, insume, cuanto menos, un largo período de tiempo durante el cual el expediente no
tiene otro movimiento que el antes referido, mientras tanto el justiciable, transcribiendo a Scalabrini Ortiz,
está solo y espera.

Vinculado con lo anterior, otro ejemplo de la diferente mirada que existe entre los jueces y los ciudadanos
en torno al proceso judicial y su fundamental objetivo de dictar una rápida sentencia, lo advertimos cuando
se trata de diversos expedientes que pueden englobarse en un mismo conflicto societario, dentro del cual se
suceden ininterrumpidamente medidas preliminares, pedidos de exhibición de libros, requerimientos de
convocatoria judicial a asambleas, acciones impugnatorias de nulidad de actos societarios y acciones de
remoción y responsabilidad de los administradores, etc., y si bien existe una jurisprudencia más o menos
homogénea que predica la necesidad de tramitar todos los expedientes ante un mismo tribunal, lo cierto es
que esa corriente jurisprudencial es por lo general ignorada por los jueces de primera instancia, lo que
provoca una cuestión de competencia que no se resuelve en menos de seis meses, plazo durante el cual,
para desesperación de la parte actora, ni siquiera se adoptan medidas cautelares, a pesar de la clara
disposición del Código Procesal que impone una actuación contraria (art. 196).

En lo se refiere al contenido de las sentencias, la inexperiencia de los jueces mercantiles sobre la realidad del
tráfico mercantil, ha llevado a crear, por el mismo tribunal, una serie de dogmas, clisés o muletillas que, a
pesar de que no se encuentran mencionados por la ley, son utilizados por dichos magistrados en todas sus
resoluciones y sentencias —en especial, aunque no exclusivamente, para denegar medidas cautelares— y
que por lo general van a contrapelo de lo que sucede en un mundo que —se repite— no se conoce desde la
magistratura. Ello es moneda corriente en materia de derecho societario y me refiero concretamente a las
corrientes jurisprudenciales que, en materia societaria tiene, para la magistratura, mucho mayor valor que la
ley y predican, al menos como principio general, la inimpugnabilidad de las decisiones asamblearias que
aprueban los aumentos del capital social y la remoción con causa de los directores o gerentes de sociedades
comerciales o —entre otros tantos casos— la improcedencia de la suspensión provisoria de la ejecución de
los acuerdos sociales que han aprobado los estados contables; del mismo modo, forman parte de esos
incontables dogmas, aquellos que exigen para el dictado de medidas cautelares el cumplimiento de
determinados requisitos que la ley 19.550 tampoco requiere; que aplican criterios restrictivos donde
tampoco existen disposiciones legales que lo consagren, o que priven a un determinado recurso previsto por
el ordenamiento societario vigente, como lo es la acción individual de responsabilidad de los
administradores societarios, de toda posibilidad de aplicación práctica, al exigirle a dicha acción de
determinados requisitos ausentes de la ley vigente. Finalmente, y sin querer agotar el enorme arsenal de
esas "disposiciones generales", a los que el legislador mercantil, ya en el Código de Comercio de 1862, así
como en el hoy el derogado Código de Comercio de 1889, se había pronunciado negativamente en el art. III
del Título Preliminar de este último ordenamiento, pero que —como hemos manifestado— gozan de mucho
más valor, a la hora de fundar las resoluciones judiciales, que el propio texto legal, que ante esos dogmas,
pasa a convertirse en una fuente de derecho de segunda categoría.

Así advertimos también que las elucubraciones de los magistrados mercantiles, cuando se trata de resolver
conflictos societarios, discurren por carriles que son completamente desconocidas por la gente común o por
quienes tienen concreta experiencia en el negocio societario. En tal sentido, las reflexiones sobre el "interés
social", y sus no menos artificiales distinciones —interés social objetivo y subjetivo— o la recurrencia a la
doctrina del "órgano", son cuestiones alejadas de toda realidad, basadas en meras abstracciones a los cuales
los magistrados —salvo aquellos que tienen alguna experiencia en el ejercicio de la profesión de abogado—
que por lo general conducen a resultados injustos y llenan de perplejidad a los destinatarios de las
sentencias.

Como otros ejemplos de lo expuesto, no puede dejar de mencionarse aquellos "principios generales" —
creados por la jurisprudencia— que sostienen, a rajatabla, que el instituto de rendición de cuentas no es
aplicable al negocio societario; que la suspensión provisoria de los derechos del socio que se pretende
excluir solo es medida cautelar a la cual puede recurrir la sociedad pero nunca otro socio a título particular;
que no se puede suspender una asamblea cuya convocatoria adolece de graves irregularidades, o de
decisiones asamblearias que ya fueron ejecutadas y que corresponde ser prudentes y restrictivos a la hora
de aplicar la figura de la inoponibilidad de la personalidad jurídica prevista por el art. 54 de la ley
19.550, cuando nadie ni nada puede imponer al juzgador un determinado estado de ánimo al momento de
resolver.

Todo parece que este recurso de la magistratura mercantil, de suplir con dogmas la falta de experiencia
práctica en una determinada materia, ya viene de lejos en la historia del derecho argentino, pues cuando, a
mediados del siglo diecinueve, en el año 1862 se sancionó el Código de Comercio, que prohibía
expresamente a los jueces que debían aplicar dicho cuerpo normativo, emitir disposiciones o
recomendaciones generales, por ser ello materia propia del Poder Legislativo y no del Poder Judicial, cuyos
integrantes debían limitarse al caso concreto que los ocupaban. Todas estas normas que, reiteradas en la
reforma efectuada en el año 1889 al Código de Comercio han sido lamentablemente ignoradas en el actual
Código Civil y Comercial de la Nación, aunque podrían sostener cualquier recurso de nulidad interpuesto
contra las resoluciones o sentencias que exhiben dichos dogmas o "disposiciones generales" como único
argumento de los veredictos que las incluyen.

La mejor prueba de lo expuesto la encontramos precisamente en materia de inoponibilidad de la


personalidad jurídica de las sociedades comerciales, que es una figura expresamente prevista en la ley
19.550 y ahora por el Código Civil y Comercial de la Nación, pero que los jueces en lo civil y en lo laboral la
aplican con mucho mayor criterio y precisión que los jueces mercantiles, precisamente porque cuando
tienen que resolver casos de desaparición o de trasvasamiento societario, fraude laboral, conyugal o
sucesorio consumado a través de sociedades comerciales, no se detienen interpretaciones exegéticas de la
ley ni en elucubraciones dogmáticas, así como tampoco en absurdos criterios restrictivos o en la tan
mentada prudencia de los jueces, a los cuales recurren permanentemente nuestros magistrados con
competencia en materia mercantil, absolviendo muchas veces a los responsables de claras maniobras de
insolventación o vaciamiento empresario mediante la utilización de argumentos meramente conceptuales.

Al respecto, mientras que a los integrantes de los tribunales del trabajo no les ha temblado la mano para
sancionar con la responsabilidad solidaria e ilimitada a quienes han hecho mal uso de las sociedades
comerciales, a las cuales han recurrido sus integrantes para limitar su responsabilidad y no afrontar con
plenitud los riesgos empresarios, nuestros jueces mercantiles discuten sobre la aplicación del criterio
restrictivo del instituto previsto en el art. 54 de la ley 19.550 o exigen el cumplimiento de ciertos requisitos
—la acabada demostración de la insolvencia de la sociedad deudora, por ejemplo— no previstos por dicha
norma y otro tanto ha sucedido con el flagelo de la operatoria off shore que asoló nuestro país desde la
década del 90 y que nuestros tribunales mercantiles tardaron años en advertir, hasta que la tragedia de
Cromagnon, en el año 1994, les mostró descarnadamente una realidad de la cual nunca se habían percatado
y que, pese a ello aún en estas épocas algún tribunal de alzada mercantil se niega increíblemente a
reconocer(11). Más recientemente, la aparición de los "Panamá Papers" en el mes de Abril de 2016, ha
renovado esta polémica, al encontrarse seriamente comprometidos en delitos de lavado de dinero y evasión
fiscal a través de estos ilegítimos instrumentos societarios, encumbrados funcionarios del actual poder
ejecutivo nacional, para lo cual la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica
constituye el instrumento más eficaz que nos suministra el derecho privado.

c) El desconocimiento de las prácticas mercantiles y fundamentalmente del mal uso de las instituciones
comerciales ha llevado incluso a los tribunales mercantiles a admitir la validez de cuestionables actuaciones,
como sucede con la figura del pacto de sindicación de acciones, cuya validez solo es reclamada por ciertos
sectores de una doctrina, más preocupada en los bolsillos del empresario que en la seguridad jurídica de la
población en general, mediante el cual se pretende suplantar la voluntad de los socios, expresada en un
estatuto o mediante una asamblea de accionistas por un acuerdo privado entre determinados integrantes
de una compañía comercial, celebrado a espaldas de la propia sociedad y de los grupos minoritarios que
integran dicho ente. Del mismo modo, la increíble devoción que —hoy por hoy— los tribunales comerciales
exhiben en torno al instituto del arbitraje, demuestra una posición incomprensible y contradictoria, cuando
es conocido por todos que el arbitraje no institucional es un mecanismo elitista y carísimo de resolución de
conflictos, elegido precisamente por una suerte de "club de amigos" que por lo general denuestan al Poder
Judicial de la Nación, buscando en la justicia privada lo que difícilmente pueden obtener a través de jueces
de la República.

El lenguaje utilizado por los jueces mercantiles en sus resoluciones revela también hasta que punto existe un
enorme abismo entre ellos y los demás ciudadanos de la República Argentina, y lo más extraño de ello es
que quienes utilizan esa extraña manera de expresarse no hablan así en sus relaciones personales. De la
misma manera, resulta incomprensible la permanente utilización del latín en las sentencias judiciales, la cual
es una lengua muerta desde hace mas de dos mil años y que —también por lo general— quienes recurren a
esas citas no hablan ni entienden ese idioma. No desconocemos que con ello algunos magistrados
pretenden dar a sus veredictos un toque de erudición y de cultura, pero ello lo es para el dudoso lucimiento
del magistrado que los redacta, pues a los justiciables poco favor se les hace cuando sus litigios se resuelven
a través de una sentencia de muy difícil o incomprensible lectura. Por otro lado, y si bien ello no importa
desconocer la enorme influencia del derecho romano en las legislaciones de Occidente, fundar hoy un fallo
en instituciones o brocardos utilizados en la antigüedad, parece más una excentricidad que una manera
adecuada de resolver eficazmente los conflictos entre seres humanos.

Precisamente y dentro de esa extraña manera de resolver, se encuentran también las sentencias que se
asemejan más a un artículo de doctrina o a un capítulo de un libro jurídico, y que incluyen disquisiciones
teóricas que hacen interminable la lectura de las resoluciones judiciales, en lugar de entrar a resolver
directamente sobre las diferencias que separan a las partes, olvidándose de supuestas naturalezas jurídicas
que nada tienen que hacer en una resolución judicial. Este extraño estilo en la manera de dirimir conflictos
no es de larga data, sino que comenzó a utilizarse hacia finales de la década del 70 del siglo veinte, pero hoy
es patrimonio de casi todas las sentencias definitivas que ponen fin al pleito, en las cuales, el juez, llamado a
resolver —a título de ejemplo— sobre los daños y perjuicios producidos por una resolución contractual, se
detiene y explaya largamente sobre la naturaleza del contrato que ha ligado a las partes, destacando sus
requisitos y los derechos y obligaciones de las partes, con abundante cita de autores locales y
fundamentalmente extranjeros —por ser ello mucho más sofisticado—, cuando el objeto del pleito estaba
ya determinado y no existía la menor controversia sobre aquellas cuestiones, sobre las cuales el magistrado
interviniente perdió tiempo y esfuerzos.

Del mismo modo, la permanente utilización de citas de doctrina para fundar las resoluciones judiciales es
otra característica de la época que vivimos, en especial cuando se recurre a la doctrina extranjera para
resolver controversias planteadas entre comerciantes locales, en donde esta doctrina —en principio— no
tiene absolutamente nada que hacer. Recuerdo una sentencia dictada en el marco de un conflicto societario,
en donde el Tribunal de Alzada recurrió a 18 citas de obras de autores extranjeros y solo dos citas de
jurisprudencia local, cuando el tema objeto del litigio se refería concretamente a una impugnación
asamblearia de una sociedad anónima cerrada local y algunas cuestiones de derecho contable, que
encuentran expreso tratamiento en la ley 19.550 o en el por entonces vigente Código de Comercio. Yo
pregunto al lector, cual es el sentido de recurrir a doctrinarios españoles, franceses o italianos para dirimir
conflictos entre habitantes de este país, cuando las legislaciones y realidades entre esos países son muy
diferentes. Y qué decir, para terminar con este tópico, con las inveteradas "auto-citas" o "auto-
referencias" que tanto nos tienen acostumbrados algunos magistrados, quienes fundan sus resoluciones,
tanto interlocutorias como definitivas, casi exclusivamente en sus propios trabajos de doctrina o en los
fundamentos de fallos anteriores, exhibiendo una egolatría inadmisible que no se justifica en ningún ámbito
de la vida.

d) Todo lleva a la evidente conclusión que el ejercicio efectivo de la profesión de abogado debe ser requisito
esencial para acceder a la magistratura, que no puede ser suplido de ninguna manera por el desempeño de
funciones internas en el tribunal, como hoy acontece. Esta es una verdad que ningún abogado deja de
reconocer y es muy frecuente escuchar de los propios ex magistrados que se han incorporado a estudios
jurídicos luego de su desvinculación del Poder Judicial, reconocer que con la experiencia adquirida en la
calle, no volverían a impartir justicia tal como lo hicieron durante sus años de Tribunales. Del mismo modo
quienes nos dedicamos al ejercicio efectivo de la profesión de abogados en el fuero mercantil local sabemos,
por el tenor de las resoluciones y el tiempo que insume su redacción y firma, que jueces vienen "de la calle"
y quienes han adquirido sus conocimientos jurídicos exclusivamente detrás de un escritorio en cualquiera de
las sedes de Tribunales, pues —se reitera— mal puede hablar con autoridad del funcionamiento de los
órganos societarios o de la validez de las resoluciones adoptados en los mismos, quien nunca, como
empresario o abogado, concurrió a una asamblea o a una reunión de directorio o quienes, como abogados,
debimos soportar con la mayor paciencia a un cliente justificadamente angustiado por las demoras de un
tribunal.

Todo lo expuesto —y ello es común a todo el Poder Judicial y no determinado fuero— sin olvidarnos del
deficiente sistema de designación de los jueces, en el cual, luego de ser seleccionados por un jurado,
generalmente idóneo y con experiencia, los candidatos elegidos son objeto de manipulación por el Poder
Ejecutivo, quien modifica a su antojo y sin explicaciones, las conclusiones del correspondiente dictamen,
haciendo ingresar por la ventana a quien había quedado relegado en el proceso de selección. Pero además
de ello, el reducido horario de labor de los tribunales, la absurda feria judicial —que implica tanto como
cerrar todos los hospitales por un mes en verano y 15 días en Julio, para que los médicos puedan descansar
—; la consiguiente y absurda reticencia de los denominados "jueces de feria" para habilitar la administración
de justicia durante esos períodos de tiempo, cuando el criterio debería ser exactamente el inverso; la
inexistencia de periódicas evaluaciones de idoneidad en el desempeño del cargo de juez y finalmente, las
jubilaciones de privilegio de que gozan ex integrantes del Poder Judicial, constituyen todo ello razón
suficiente para justificar —salvo algunas excepciones— la impresión general que el ciudadano argentino
medio tiene de la administración de justicia, a la que identifica como una justicia ultra conservadora, morosa
en el cumplimiento de sus obligaciones, acomodaticia a los tiempos políticos y sumamente privilegiada en
sus beneficios económicos. Solo cabe esperar que en un futuro lo más próximo posible se produzcan
cambios fundamentales en la estructuración y funcionamiento del Poder Judicial, para bien de todos los
argentinos.
Capítulo I - Disposiciones generales

Sección I - De la existencia de la sociedad comercial

ART. 1º.—

Concepto. Habrá sociedad comercial cuando una o más personas en forma organizada, conforme a uno de
los tipos previstos en esta ley, se obliguen a realizar aportes para aplicarlos a la producción o intercambio
de bienes o servicios participando de los beneficios y soportando las pérdidas.

La sociedad unipersonal solo se podrá constituir como sociedad anónima.

La sociedad unipersonal no puede constituirse por una sociedad unipersonal.

§ 1. Concepto y características del contrato de sociedad. Comercialidad. Las sociedades de profesionales

La ley 19.550, siguiendo la orientación de antecedentes legislativos nacionales, ha optado por definir la


sociedad en su art. 1º efectuando una enumeración de los elementos necesarios e indispensables para la
existencia de aquella. Estos elementos son organización, tipicidad, aportación, fin empresario, participación
en los beneficios y soportación de las pérdidas.

La trascendencia de la definición que brinda el art. 1º de la ley 19.550 radica en que ella suministra las
pautas requeridas por el ordenamiento vigente para la existencia de una sociedad, pues mal puede ella ser
considerada como tal cuando los socios no hayan realizado aportes, carezca la misma de un objeto
societario incluido dentro de la fórmula de la producción o intercambio de bienes o servicios o finalmente,
no exista ánimo de lucro entre quienes la integran.

El problema de la comercialidad de las sociedades, con la unificación del derecho privado y la sanción del
Código Civil y Comercial de la Nación, así como la consiguiente derogación de los Códigos Civil y de Comercio
por la ley 26.994 del año 2014, con vigencia en la República Argentina a partir del 1º de agosto de 2015, ha
dejado de tener la importancia que antes lo tenía, pues las diferencias entre la actividad civil y comercial
solo adquiere relevancia en lo referente al tribunal interviniente en caso de conflicto intrasocietario, y ello
en las jurisdicciones en donde el juzgamiento de las cuestiones civiles y comerciales no están a cargo del
mismo tribunal, pero aparte de ello, las diferencias entre una y otra sociedad —sociedades civiles y
comerciales— ha desaparecido en términos generales.

Hasta la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, se había sostenido, en forma pacífica(12)—y así lo
entendí también cuando escribí las primeras ediciones de esta obra, hace ya muchos años (1980/1982)—
que conforme la definición que brindaba el art. 1º de la ley 19.550, en su versión original, el carácter de
sociedad comercial se adquiría simplemente adhiriendo a uno de los tipos previstos en la ley
19.550, careciendo de toda trascendencia el objeto o la actividad desarrollada por la sociedad, Sin embargo,
nuevas reflexiones efectuadas sobre el particular, basadas en la experiencia, me persuadieron de lo
contrario, esto es, que la adopción de uno de los tipos previstos por la ley 19.550 somete a las sociedades
mercantiles a dicha legislación, solo si el objeto de las mismas se encontraba incluido dentro de la idea
económica de empresa, la cual, como sostuvieron los Redactores del ordenamiento societario de 1972, en
su Exposición de Motivos, constituye la actividad normal de las sociedades mercantiles. Lo contrario
implicaba un verdadero contrasentido, pues nada justificaba que la aplicación de un derecho especial para la
entidad o quienes la integran dependa exclusivamente de la redacción de un documento o de una
inscripción registral en sede mercantil, pues era obvio que lo verdaderamente trascendente en torno a la
legislación aplicable a la sociedad y a la competencia de los jueces que deban intervenir en caso de conflictos
intrasocietarios, lo constituía la naturaleza de la actividad —esto es, la sustancia y no la forma—, pues las
soluciones previstas por el derecho civil —en épocas de vigencia del Código Civil y el Código de Comercio—,
habían sido pensadas para la generalidad de las personas, a diferencia de la legislación mercantil, que
constituye un sistema normativo de excepción, especialmente pensadas para el empresario o el
comerciante.

Repárese al respecto en el particular caso de una sociedad de hecho de objeto civil, esto es, una sociedad
constituida por profesionales, para advertir la insensatez que implicaba sostener que la mera toma de razón
de la sociedad en los registros mercantiles pueda cambiar la legislación aplicable a dicha entidad. En
definitiva, argumentar que a esa sociedad —y a sus socios— se le debían aplicar las normas del Código Civil
hasta tanto la misma se inscriba, oportunidad que pasará a ser regida por la ley de sociedades comerciales,
la cual forma parte del Código de Comercio (art. 384 de la ley 19.550), era una interpretación que resultaba
insostenible.

Pero como he advertido al lector, estas reflexiones han perdido hoy todo sentido, pues el régimen legal de
las sociedades está expresamente previsto por la ley 19.550, que pasó a denominarse "Ley General de
Sociedades" y que comprende a las personas jurídicas societarias cualquiera fuere su actividad, tema sobre
el cual la reforma del año 2014 no ha sido acertada, pues se esperaba que la derogación del Código Civil y de
las sociedades allí previstas (arts. 1648 a 1788) obligaran a la inclusión de un capítulo específico para
aquellas sociedades integradas por profesionales, con normas modernas y superadoras de algunos vacíos e
incongruencias que exhibía nuestro derogado y querido Código Civil, vigente en la República Argentina,
desde el año 1869, pero ello no sucedió de esta manera, pues con una técnica legislativa realmente
cuestionable, se las incluyó dentro de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, que reemplazó al antiguo y
derogado régimen de las sociedades comerciales irregulares o de hecho (arts. 21 a 26 LGS), lo cual
constituye una solución que no resulta satisfactoria, pues se identifica a las sociedades dedicadas a una
actividad no empresaria, con aquellas entidades que constituyen una anomalía al régimen societario, como
las sociedades no constituidas conforme a los tipos previstos legalmente en el Capítulo II de dicha ley, a las
que omitan los requisitos esenciales o que incumplan con las formalidades exigidas por el ordenamiento
legal societario.

La reforma efectuada por la ley 26.994 a la ley 19.550 permitiría concluir que hoy puede constituirse una
sociedad de abogados, contadores, arquitectos, ingenieros o médicos etc., conforme los molde de las
sociedades previstas por el Capítulo II de la LGS (sociedades colectivas, de capital e industria, en comandita,
de responsabilidad limitada o anónimas), pero no estoy convencido que ello constituya una solución
coherente con el sistema societario vigente, pues no puedo imaginar ni creo posible que ello pueda
acontecer, que en una sociedad de profesionales, con las características que se presentan con más
frecuencia, deban necesariamente confeccionarse y aprobarse estados contables como requisito previo para
la distribución de los dividendos, como lo mandan los arts. 68 y 224 de la ley 19.550. Hablando
concretamente del ejercicio de la abogacía, y según me enseña la experiencia, con excepción de algunos
estudios jurídicos, con numeroso plantel de abogados y por lo general dedicado a la representación de
empresas extranjeras, no creo factible que ello pueda acontecer en pequeños o medianos bufetes de
abogados. Pero además de ello, la responsabilidad personal que consagran las respectivas normativas que
reglamentan las denominadas "profesiones liberales" para el caso de mala praxis en el ejercicio de las
mismas, no se compadece con el régimen de limitación de la responsabilidad que caracteriza a
determinados tipos sociales (sociedades de responsabilidad limitada y sociedades anónimas), pues para los
profesionales responsables de tal ilegítima actuación, el régimen de responsabilidad acotado previsto por
los arts. 146 y 163 de la ley 19.550, no resultará aplicable, lo que se traduce en una grave incoherencia de
nuestro sistema legal y que podría conducir a su invalidez.

Se ha sostenido, para justificar las soluciones previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, luego
de la reforma efectuada por la ley 26.994, que ello obedeció a la necesidad de incluir en la misma a las
sociedades civiles, cuyos socios asumían, de acuerdo a la normativa del derogado Código Civil, una
responsabilidad mancomunada. Ese razonamiento no se ajusta a derecho, pues no se alcanza a entender las
razones por las cuales, quienes no quisieron cumplir —voluntariamente— los requisitos de forma previstas
por la ley general de sociedades, y para quienes la responsabilidad solidaria e ilimitada por las obligaciones
sociales, era la conclusión lógica de ese ilegítimo proceder, quedaron beneficiados con una responsabilidad
mancomunada, a través de un régimen mucho más beneficioso que el previsto por el derogado Código Civil,
pues los socios no asumen automáticamente, en la actual legislación unificada, una responsabilidad solidaria
en lo que respecta a la participación de uno de los socios que no pagase su parte, al incurrir éste en
insolvencia.

Entendemos, en definitiva, que la derogación del régimen de las sociedades civiles imponía un capítulo
específico, encuadrado en un tipo societario independiente y no una asimilación al régimen de las
sociedades no constituidas regularmente, que constituyen una anomalía al sistema societario. Pero el
legislador de 2014 prefirió hacer exactamente lo contrario y perjudicar al tercero acreedor de la sociedad en
beneficio de quienes prefirieron incumplir con la ley, omitiendo las formas e inscripciones en el registro
público, o, en el caso de las sociedades "civiles", permitiendo al socio responder solo por su parte por las
obligaciones sociales, desentendiéndose del tercero acreedor, perjudicado por la insolvencia de uno de
ellos.
Podría plantearse —y de seguro así acontecerá— la competencia de los tribunales en los pleitos en donde se
dirima un conflicto interno en el ámbito de una sociedad que desarrolla actividades civiles, como las
sociedades de profesionales, pudiéndose sostener la intervención de los jueces comerciales, con el
argumento de que todo el régimen societario está previsto en una ley originalmente integrante del hoy
derogado Código de Comercio. Pero el razonamiento no se comparte ni resulta definitivo, pues si la actividad
que desarrolla dicha sociedad es ajena a la idea económica de empresa, y se enmarca en actividades de
naturaleza civil, resulta de aplicación lo dispuesto por el art. 43 de decreto 1285/1958, según texto previsto
por la ley 24.290 y conforme al cual los tribunales civiles de la Capital Federal conocerán en los asuntos
regidos por las leyes civiles, cuyo conocimiento no haya sido expresamente atribuidos a los jueces de otro
fuero. No debemos olvidar, para arribar a idéntica conclusión, que no siendo las sociedades de la sección IV
de la LGS un tipo social de aquellos previstos por el Capítulo II de la ley 19.550, no puede aplicarse tampoco
el difundido criterio de la comercialidad por la forma, que —para los que así sostienen— solo resultaría
aplicable al caso de adoptarse una de las tipologías previstas en la ley general de sociedades.

§ 2. Pluralidad de socios

2.1. Fundamento de la exigencia de la pluralidad de socios. La sociedad como instrumento de concentración


de capitales

Hasta la sanción de la ley 26.994, podía afirmarse que la necesidad de conservar la pluralidad de socios
durante toda la vida de la sociedad constituía un requisito de su misma existencia misma de conformidad
con lo dispuesto por los arts. 1º y 94 inc. 8º de la ley 19.550. Esta última disposición legal preveía la
disolución como sanción por la pérdida de la pluralidad de integrantes, si no se restablecía la misma en el
término de tres meses, lapso durante el cual el único socio eras ilimitadamente responsable por las
obligaciones contraídas, como si se tratara de un comerciante individual.

El fundamento legal del requisito de la pluralidad de socios exigido por la ley 19.550, hasta la reforma del
año 2014, radicaba en la concepción contractual de la sociedad y el régimen del patrimonio. De ahí la
necesidad de dar cumplimiento a la exigencia de dos socios para la constitución de una sociedad, pues ello
viene impuesto por la naturaleza misma del contrato de sociedad, pensado por el legislador, no como un
instrumento para obtener fines personales por parte de su mentor, sino como un mecanismo idóneo para la
concentración de capitales a los fines de desarrollar la actividad empresaria encuadrada en la definición que
de las sociedades comerciales nos brinda el art. 1º de la ley 19.550 ("la producción o intercambio de bienes o
servicios").

2.2. Las denominadas "sociedades de un solo socio". La reforma efectuada por la ley 26.994

Hasta la sanción de la ley 26.994, la ley 19.550 no había admitido a las sociedades de un solo socio, no
obstante la polémica que el tema había despertado en nuestra doctrina, fundamentalmente emanada de la
autoridad de autores como Mauricio Yadarola y Marcos Satanovsky, quienes en la década del 50, ya habían
sugerido la conveniencia de incorporar esta figura en nuestro derecho corporativo, argumentando que, ante
la ausencia de una regulación legal para la empresa individual de responsabilidad limitada, ello obligaba al
empresario a recurrir, a través de un "negocio jurídico indirecto", a la sociedad aparente(13).

Esta polémica se renovó permanentemente ante la existencia de diversos y sucesivos proyectos de


modificación a la ley de sociedades comerciales y de unificación del derecho civil y comercial y que, hasta el
año 2014, no habían tenido sanción legislativa, proyectos que, en homenaje a una supuesta modernidad,
incluyeron expresas normas que han regulado la constitución y/o funcionamiento de sociedades de
responsabilidad limitada o sociedades por acciones de un solo socio.

Los argumentos que por lo general se esgrimen para defender a las sociedades de un solo socio pueden ser
resumidos o esquematizados de la siguiente manera(14):

1. La creación de condiciones más favorables para la proliferación de emprendimientos comerciales y la


canalización del capital ocioso en proyectos productivos.

2. La circunstancia que la ley 24.441 de fideicomisos, ha modificado el principio de la universalidad del


patrimonio previsto por el ordenamiento común.
3. La posibilidad de constituir sociedades sin contrato, como por ejemplo, mediante una escisión o un
acuerdo concursal.

4. La mera comprobación de la realidad negocial cotidiana, que exhibe la existencia de socios o accionistas
con más del 99% del capital social, lo que indica que la pluralidad de socios exigida por la ley 19.550 se
cumple solo en apariencia.

5. La existencia de personas jurídicas en nuestro ordenamiento legal que son unipersonales, como las
fundaciones.

6. La amplia recepción de las sociedades de un solo socio en el derecho comparado.

7. Finalmente, la existencia de sociedades del Estado como ejemplo de que nuestra legislación positiva ha
incorporado ya a las sociedades de un solo socio.

Por nuestra parte, y hasta la sanción de la ley 26.994, sostuvimos exactamente lo contrario, y fundamos
nuestra posición en el hecho de que todos esos argumentos, sumamente artificiales, no implicaban otra cosa
que esconder el verdadero fundamento de la admisión de las sociedades de un solo socio, esto es, evadir la
responsabilidad ilimitada del empresario o el comerciante individual por las obligaciones en el ejercicio de su
actividad mercantil.

El principio de la responsabilidad ilimitada por parte del deudor —sea éste persona de existencia física o
jurídica— constituye pilar básico de nuestro derecho patrimonial sobre el cual se ha construido todo el
sistema obligacional previsto por el Código Civil, a punto tal que es principio general de nuestro derecho
aquel que predica que el patrimonio del deudor es la prenda (garantía) común de sus acreedores. Este
principio ha sido mantenido por los arts. 242 y 743 del Código Civil y Comercial y constituye la lógica
derivación de la obligatoriedad de las convenciones estipuladas por las partes (arts. 1137 y 1197 del Código
Civil), lo cual fue objeto de serias embestidas por quienes parten de una visión meramente economicista de
las relaciones jurídicas, dando prioridad a la necesidad de la proliferación de emprendimientos comerciales
por sobre la conveniencia, para toda la comunidad, que los deudores sean responsables de la palabra
empeñada y los únicos que soporten las consecuencias de su propio accionar.

De esa manera se fue distorsionando con el tiempo el concepto de sociedad comercial, siendo fenómeno
que se advierte de la mera observación de las prácticas negociales patrias, que las sociedades de
responsabilidad limitada y sociedades anónimas, únicos instrumentos que permiten al empresario limitar su
responsabilidad hasta determinado monto de su patrimonio, no fueron utilizadas para agrupar los capitales
necesarios a los fines de llevar a cabo emprendimientos mercantiles superiores a las posibilidades
económicas y financieras del comerciante individual, sino como un mero recurso para esconder al mismo
detrás de la máscara de un ente societario, abusando de los fines previstos por el legislador cuando otorgó a
todos los habitantes de la República Argentina la posibilidad de constituir sociedades que gozan de
personalidad jurídica plena y que otorgan a sus integrantes el excepcional beneficio de la limitación de la
responsabilidad limitada (art. 1071 del Código Civil).

Es un hecho indiscutible que la intención de nuestros codificadores mercantiles, al redactar el Código de


Comercio, allá por el año 1862, fue que la utilización de las sociedades anónimas quede reservada a una
pluralidad de sujetos y con el fin de concentrar capitales para emprendimientos de escala. La mejor prueba
de ello era que, conforme al Código de Comercio de 1889, el número mínimo de integrantes que ellas
podían contar era de diez personas, pues por entonces era impensable una sociedad anónima con pocos
integrantes. Pero ello no era todo, pues además de ese requisito de constitución y existencia, y
precisamente por los excepcionales beneficios que otorgaba el ordenamiento positivo a quienes integraban
una sociedad anónima —recuérdese que las sociedades de responsabilidad limitada se incorporaron a
nuestro ordenamiento positivo casi sesenta años después, en el año 1932— se previó —a diferencia de los
restantes tipos sociales— que toda sociedad anónima necesitaba de una autorización expresa y especial por
parte del Poder Ejecutivo de la Nación, quien debía estudiar todos los antecedentes de la compañía y sus
integrantes antes de expedirse favorablemente al respecto.

De manera que, por más de cien años y hasta el año 1972, en que fue sancionada la ley 19.550, el sistema
que brindaba el ordenamiento positivo en materia de responsabilidad patrimonial del comerciante por los
riesgos propios de su actividad era el siguiente: a) Si se trataba de un comerciante individual, su
responsabilidad patrimonial era ilimitada por las obligaciones contraídas frente a terceros, con excepción de
algunos bienes, que, por razones humanitarias, fueron declarados inembargables por nuestra jurisprudencia;
b) Si el emprendimiento era superior a la capacidad económica del comerciante, o si éste quería compartir
los riesgos del negocio, podía asociarse con otros sujetos, pero tal asociación, en cuanto a la responsabilidad
patrimonial por los riesgos generados por aquella actividad, era inoponible a terceros, pues en todos los
tipos societarios previstos por nuestro Código de Comercio, la responsabilidad frente a terceros era ilimitada
y solidaria entre todos sus integrantes, con la única excepción de los socios comanditarios en las sociedades
en comandita simple y por acciones(15)o en las sociedades anónimas, pero en este caso, el comerciante se
encontraba con serias dificultades para constituirla, pues necesitaba de diez socios, autorización estatal
expresa, una especial teneduría de libros y un complejo y oneroso sistema de funcionamiento interno.

Ese era el panorama legislativo hasta el año 1972, año en que se sancionó la ley 19.550, y por cierto que
lejos estuvieron los legisladores de este ejemplar ordenamiento positivo, de amparar los conocidos fraudes
que se cometían a diario merced al abuso de las formas societarias. En efecto, los magistrados, abogados y
profesores Halperin, Zaldívar, Fargosi, Odriozola y Colombres previeron expresamente en el art. 1º de dicha
ley que toda sociedad comercial, cualquiera fuere su tipo, necesitaba al menos dos personas para
constituirla e integrarla y que toda compañía mercantil debía dedicarse a cualquier actividad comprendida
dentro de la producción o intercambio de bienes o servicios, ratificando con todo ello que solo cumpliendo
la sociedad con los requisitos previstos por la ley 19.550, su carácter de sujeto de derecho sería reconocido.
A ello se refirió el legislador cuando, en el art. 2º de dicho ordenamiento previó que "La sociedad es un
sujeto de derecho con al alcance fijado en esta ley".

Este era también y hasta el año 2014, el derecho de las sociedades comerciales en la República Argentina,
pero ello no ha evitado, como sucede habitualmente con todas las instituciones que nos brinda el derecho,
que los individuos busquen forzar la aplicación de las normas jurídicas, desinterpretando y abusando de las
mismas, en procura de sus intereses particulares, no siempre coincidentes con la finalidad que tuvo el
legislador al consagrar cada una de las normas que contiene la ley 19.550.

Si bien resulta sobreabundante recordar que las sociedades no han sido instrumentos otorgados por el
legislador para limitar la responsabilidad patrimonial de quienes las integran, tan obvia afirmación se
contradice con la observación de nuestra realidad cotidiana, que nos enseña que los tipos sociales se eligen
en base a la exclusiva conveniencia de quienes constituyen la sociedad, sin importar en absoluto si el
esquema societario elegido es oneroso, complicado o inadecuado a la dimensión de la empresa. Es un hecho
concreto, también extraído de la simple observación del diario acontecer de las cosas, que los comerciantes
individuales han desaparecido y que cualquier emprendimiento comercial, por más pequeño que resulte, se
realiza bajo la forma de una sociedad de responsabilidad limitada o de una sociedad anónima, por la
posibilidad que ello brinda de limitar o trasladar a terceros el riesgo empresario. Del mismo modo, tampoco
es posible ignorar que una enorme cantidad de sociedades anónimas que se encuentran registradas en
nuestro país han sido constituidas para ser meras titulares del dominio de bienes inmuebles, acciones,
automóviles, embarcaciones u otros bienes muebles registrales y finalmente, no podríamos sino calificar
como un habitante de una burbuja —según expresión popular— a quien ignora la enorme cantidad de
sociedades anónimas cuyo capital accionario, en un 99,99% está en manos de una sola persona,
desvirtuando en la práctica la expresa previsión de los legisladores societarios de requerir la pluralidad de
socios como requisito de la existencia de la sociedad.

La existencia de estos fenómenos, que por su frecuencia no pudieron pasar desapercibidos para nadie,
fueron tolerados por la comunidad jurídica como patologías del régimen societario vigente, en la medida
que ellas no cobraran víctimas y éstas no recurrieran a los Tribunales en procura de justicia. Pero cuando un
heredero o cónyuge defraudado por la constitución fraudulenta de una sociedad comercial, o cuando un
deudor se disfrazaba de sociedad para esconder tras ella sus bienes, la jurisprudencia reaccionó con
severidad para aplicar al responsable de esa manera de actuar las normas que había pretendido eludir
merced al recurso abusivo de la personalidad jurídica.

Nuestra enérgica oposición a las sociedades de un solo socio no implicaba negarnos a la posibilidad de
admitir la incorporación a nuestra legislación de las empresas individuales de responsabilidad limitada, pero
en procura de la seguridad de los terceros y a los fines de evitar maniobras fraudulentas en perjuicio de los
mismos, ellas deberían, cuanto menos, someterse a los siguientes requisitos: debe estar reservada a las
personas físicas, formalizarse su constitución por instrumento público, con expreso detalle de los datos de su
fundador y el capital afectado, que, además de ajustarse al nivel de actividades que esa empresa pretenda
realizar, debe estar totalmente integrado al tiempo de su constitución. Además de ello, debe imponerse la
registración de tales emprendimientos en el registro público; exigírsele al empresario una contabilidad
regular, con arreglo a lo dispuesto por el Código de Comercio y la necesidad de contratación de una
auditoría anual independiente para certificar sus estados contables. Dicha empresa debe tener personalidad
jurídica y exteriorizarse a terceros bajo un nombre de fantasía, que no deje dudas sobre la actuación de una
empresa individual de responsabilidad limitada, sancionando gravemente al empresario que abuse de dicha
figura, para frustrar la ley o derechos de terceros(16).

Finalmente, ley 26.994 que sancionó del Código Civil y Comercial de la Nación, introdujo a la legislación


societaria argentina a las denominadas sociedades unipersonales, lo cual ha sido justificado en el
anteproyecto con el argumento de que "la idea central no es la limitación de responsabilidad, sino permitir
la organización de patrimonios con empresa —objeto— en beneficio de los acreedores de la empresa
individual de un sujeto con actividad empresarial múltiple", argumento absolutamente abstracto y teórico,
pues el fundamento de la constitución de sociedades no puede ser jamás la "organización de patrimonios
con empresa", sino la posibilidad constituir sujetos de derecho, mediante el aporte de cada uno de sus
integrantes, para emprender determinadas actividades en común, lo cual redunda en beneficio del tráfico
mercantil y constituye una importante fuente de trabajo para los habitantes de la Nación.

Sin embargo, la poca credibilidad que para la gente común suponía la constitución de sociedades de un solo
socio, y la más que previsible posibilidad de que la misma se constituyera en un instrumento de fraude y de
perjuicios a terceros, toda vez que la limitación de la responsabilidad que supone para el socio único la
actuación bajo el molde de una sociedad anónima, permite eludir la responsabilidad ilimitada del ciudadano
en el cumplimiento de sus obligaciones, que en derecho se traduce en el principio de la "universalidad del
patrimonio", consagrado incluso por los arts. 242 y 743 del Código Civil y Comercial de la Nación. El primero
de ellos y bajo el título de "Garantía común", dispone que "Todos los bienes del deudor están afectados al
cumplimiento de sus obligaciones y constituyen la garantía común de sus acreedores, con excepción de
aquellos que en este Código o leyes especiales declaren inembargables", mientras que el segundo de esas
disposiciones legales dispone en su primera parte que "Los bienes presentes y futuros del deudor
constituyen la garantía común de sus acreedores". Ello determinó que la ley 26.994 estableciera una serie de
restricciones a las sociedades unipersonales, esto es, su inclusión dentro del listado de las sociedades
anónimas sometidas al control estatal permanente (art. 299 de la ley 19.550), lo que obligaba a las mismas a
contar con un directorio y una sindicatura plural, en número no inferior a tres, razón por la cual la utilización
de esta nueva figura solo podría utilizarse para la sociedad subsidiaria totalmente integrada de una empresa
extranjera, la cual, al contar con la figura de la sociedad anónima unipersonal, podrá ser la única socia
fundadora de una sociedad local (filial), o también para las empresas nacionales de cierta envergadura o las
que ya están sometidas al art. 299 LS(17).

Ello desató una ola de críticas en la doctrina nacional(18), basadas fundamentalmente en el costo que
suponía la integración de un directorio y sindicatura plural, lo que motivó la sanción, en el mes de
noviembre de 2016, de la ley 27.290, de modificación de la ley 19.550, que modificando los arts.
255 y 284 de la ley 19.550, reforma que si bien mantuvo la inclusión de las sociedades anónimas
unipersonales dentro de la fiscalización estatal permanente, con todo lo que ello supone, las exceptuó de la
conformación del directorio y sindicatura plural, pudiendo en consecuencia constituirse y actuar con un
solo director —cargo que con toda seguridad desempeñará el accionista único— y un solo síndico, que,
como enseña la experiencia argentina desde el año 1889, carecerá de toda independencia de actuación y
exhibirá una total subordinación a la voluntad del socio único, que, también como es de suponer, hará del
patrimonio social lo que le venga en ganas.

Sea como fuere, el hecho de que la nueva versión de la  ley 19.550, conocida ahora como Ley General de
Sociedades —como consecuencia de la eliminación de los conceptos de sociedad comercial y sociedad civil—
incorpore expresamente a la sociedad unipersonal, no mejora mi pésima opinión de esta figura, un
verdadero adefesio jurídico, que está en contradicción con el concepto mismo de sociedad, que supone, por
propia definición, la existencia de dos o más personas. Hablar de sociedad de un solo socio es hablar de
condominio con un solo propietario o de una sociedad conyugal integrada por una persona soltera (19), pues
encierra una contradicción tal en sus términos (20)que no puede ser disimulado ni siquiera sosteniendo —
como se hizo— que el sentido de las palabras utilizado por los ciudadanos no debe necesariamente coincidir
con el concepto que de las mismas cosas tienen los juristas, lo cual constituye un razonamiento sobre cuya
lógica y sentido común prefiero ni siquiera opinar.

Combatí a las sociedades unipersonales desde siempre, desde el sentido común, desde la coherencia, desde
el ejercicio profesional y la cátedra y desde la función pública, cuando, como Inspector General de Justicia —
cargo que desempeñé entre los años 2003 a 2005—, rechacé las inscripciones de sociedades denominadas
"de cómodo" y en las cuales una sola persona concentraba mas del noventa y nueve por ciento de las cuotas
o acciones de una sociedad, compañías que, no obstante exhibir esas características, fueron incorporadas
normalmente al tráfico mercantil como entidades típicas y regularmente constituidas, con el burdo e infantil
argumento de que la ley 19.550 no preveía participaciones mínimas para integrar una sociedad. No será la
primera vez que en análisis de una ley se prefiere privilegiar la interpretación gramatical o exegética por
sobre la interpretación finalista, lo que jamás conduce a resultados positivos ni coherentes.

La sociedad de un solo socio ha sido un anhelo de un sector muy limitado de nuestra doctrina, seducida y
alentada por la incorporación de esta figura en otros ordenamientos societarios más modernos, sancionados
en países que han sido siempre referentes en torno a nuestra legislación. Ellos no son otros que los mismos
cultores del fideicomiso, del arbitraje no institucional, del pacto de sindicación de acciones, de los acuerdos
preventivos extrajudiciales, pero fundamentalmente de los títulos de crédito y de las acciones al portador,
cuya desaparición del régimen societario nacional todavía lamentan, con el argumento que con ello se puso
fin a los "beneficios" que brindaba el anonimato en la titularidad de acciones de sociedades anónimas.

Se me ha criticado, como académico y como funcionario público, recurriendo al argumento que, como
abogado de conflictos societarios que he sido toda mi vida, reparo más en la situación patológica que en el
uso correcto y sin dolo de aquellas figuras, pero sinceramente debo reconocer al lector que jamás he
advertido la existencia de una sociedad unipersonal constituida sin fines extrasocietarios, pues cuando no
constituyen una herramienta para trasladar los riesgos empresarios a terceros, se recurre a ellas,
directamente para defraudar a la cónyuge, a los herederos forzosos, al fisco, a los trabajadores o a los
acreedores involuntarios o quirografarios. ¿Qué otra cosa que sociedades unipersonales son,
sustancialmente, las tristemente conocidas como sociedades off shore? Debo también reconocer que jamás
he advertido la existencia de una sociedad constituida en alguna guarida fiscal que responde a la voluntad de
más de un controlante.

No es cierto ni admisible jurídicamente que las sociedades unipersonales constituyan una manera lícita de
fraccionar el patrimonio de una persona física o jurídica, porque nuestro Código Civil nunca lo permitió ni lo
hace tampoco el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación (en adelante CCyCN), al ratificar sus arts. 242 y
743, en cuanto ratifican el principio de la universalidad del patrimonio de una persona, que no permite
fraccionamiento alguno, salvo contadísimas excepciones, y que los bienes presentes y futuros del deudor
constituyen la garantía común de sus acreedores. Al respecto, el art. 744 del referido Código, que en sus
ocho incisos menciona a los bienes excluidos de la garantía común, en momento alguno hace referencia a la
constitución de sociedades unipersonales y es obvio que este principio general de derecho, de indudable
orden público y base fundamental de todas las relaciones patrimoniales, no puede ser alterado mediante el
subterfugio de recurrir a la constitución de esta clase de sociedades, que, como hemos visto, de tales no
tienen absolutamente nada.

Existe, en torno a las sociedades unipersonales, un elevado grado de hipocresía en nuestra comunidad
jurídica para justificar su existencia, basado en la falsa premisa que al empresario debe permitírselo todo y
que al capitalismo debe perdonársele sus excesos. Para lograr ese fin se recurre al remanido y no menos
falaz argumento de que, con la incorporación de dichas entidades a la legislación societaria, una misma
persona podrá tener tantos emprendimientos comerciales como quiera, sin afectar los bienes o resultados
de cada uno de ellos para el desarrollo o salvataje de los demás, pudiendo entonces evitar que sus bienes y
efectos personales sean afectados por los resultados de tales emprendimientos. Ello es, sin embargo, un
razonamiento dogmático que no se ajusta a la realidad del mundo de los negocios, pues nadie es titular al
mismo tiempo, de una juguetería, de una zapatería, de una mercería o de un negocio de pompas fúnebres.
Puede ser que exista un emprendimiento comercial a nombre de una sola persona, pero si ésta tiene otro
tipo de negocios, no lo hará en soledad, como titular unipersonal de uno o varios fondos de comercio, sino
como propietario de participaciones societarias, en compañía de otros socios, y el mejor ejemplo lo
constituye en nuestro medio el negocio gastronómico o el transporte automotor, en donde entre varias
personas se reparten las acciones o cuotas de varias compañías dedicadas al mismo rubro. Ello es lo que
enseña la experiencia en nuestro país y en todos lados.

La imaginación de cierta doctrina para incorporar las sociedades unipersonales a la legislación societaria
argentina no ha tenido límites, y muchos de sus cultores han perdido incluso el sentido común en procura de
ese objetivo, tan contrario a la naturaleza de las cosas. Se ha sostenido, para justificar esta incorporación,
que de acuerdo a una supuesta tendencia mundial, la sociedad es solo una forma jurídica de "vestir" la
empresa económica y que, así admitidas las cosas, no existe impedimento para aceptar que tal vestimenta
pueda aplicarse tanto a la empresa colectiva como a la individual(21). Triste final de la evolución del
concepto de sociedad comercial, que de pasar a ser, las sociedades anónimas, una invención maravillosa del
capitalismo, como lo afirmó Georges Ripert, allá por mitad del siglo XX, hoy se han convertido solo en una
"vestimenta" o "ropaje" de una empresa, y a veces en un mero disfraz de un emprendimiento individual o de
la titularidad de bienes registrables, cuyo verdadero propietario pretende mantenerse oculto detrás de esa
persona jurídica.

Como hemos ya explicado, la necesidad de la incorporación de las sociedades de un solo socio a la ley
societaria argentina fue sostenida en todos los proyectos de reforma y de unificación del derecho civil y
comercial generados desde los años 80 en adelante, a punto tal que era "políticamente incorrecto" estar en
contra de estos engendros jurídicos. Ante ello, la Subcomisión dedicada a la adecuación de la ley 19.550 al
proyecto del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación no dejó pasar la oportunidad y admitió sin la menor
limitación o contrapeso a la sociedad de un solo socio. Bueno es recordar que la Comisión de Reformas,
integrada por los Dres. Ricardo Luis Lorenzetti, Aída Kemelmajer de Carlucci y Elena Highton de Nolasco
tomó a esta figura como una especie de paradigma del Proyecto de  Código Civil y Comercial, con el
argumento de que la sociedad de un solo socio ha sido receptada en casi todos los ordenamientos del
mundo y que la República Argentina debía hacer algo en torno a su necesaria incorporación, de manera tal
que, producto de la concepción neoliberal que caracterizó luego el trabajo de los integrantes de la
subcomisión que redactaron el anteproyecto a la reforma de la ley de sociedades —integrada por los Dres.
Rafael M. Manóvil, Hugo E. Richard y Horacio Roitman —, y para quienes la admisión de las sociedades
unipersonales fue casi una imposición, la incorporación de éstas en la ley de sociedades no tuvo la menor
limitación y por ello, el texto del referido anteproyecto, elevado al Poder Ejecutivo prescribía en el primer
párrafo del art. 1º de la ley 19.550 que "Habrá sociedad comercial cuando una o más personas...",  y
absolutamente nada más.

Remitido el Anteproyecto al Poder Ejecutivo de la Nación, para su posterior elevación al Congreso Nacional,
y receptadas las numerosas críticas recibidas de todos los sectores interesados en el tema, se procedió, con
todo acierto, a limitar la actuación de las sociedades de un solo socio, estableciendo una serie de
contrapesos que dificultaron sin dudas, la utilización de esta nueva figura societaria. Al respecto, y además
de permitir la utilización de sociedades de un solo socio bajo el exclusivo molde de la sociedad anónima,
cuestión sobre la cual la ley 26.994 insistió en repetidas oportunidades, descartando cualquier otra
posibilidad al respecto, y a los fines de despejar cualquier tipo de dudas sobre la improcedencia de la
utilización de las sociedades unipersonales por otros tipos o clases de sociedades, el Poder Ejecutivo aportó
nuevos criterios para la admisión de las sociedades unipersonales, como por ejemplo, la necesidad de que
los aportes a dichas compañías deben ser efectuados en su totalidad en el acto constitutivo, así como la
prohibición de que una sociedad de un solo socio integre a su vez otra entidad de las mismas características.
Pero además de ello, como hemos visto, se incluyó a las sociedades unipersonales dentro de las entidades
sometidas al control estatal permanente previsto en el art. 299 de la ley 19.550, lo cual suponía contar con
un directorio y una sindicatura plural, requisitos estos últimos que fueron dejados sin efecto con la ley
27.290, del 17 de noviembre de 2016, que permitió prescindir del directorio plural, aunque debe contar con
un órgano de control interno, que puede ser unipersonal.

No ignoramos que, en la realidad, y dado que el legislador no adscribió a una absoluta libertad para la
constitución de sociedades de un solo socio, incorporando solo a las mismas dentro de las sociedades
anónimas sujetas al control estatal permanente, es probable que continúe la práctica de los pequeños y
medianos empresarios, de recurrir al socio de cómodo u hombre de paja, en una simulación que el profesor
de la Universidad de Córdoba Hugo E. Richard, no duda en calificar equivocadamente a esa actuación como
"lícita"(22). Pero allá aquellos que recurren a la ilicitud para celebrar sus propios negocios. El artilugio de
recurrir a meros testaferros para constituir una sociedad no constituye una simulación lícita sino
manifiestamente ilícita y ellos por varias razones de diferente naturaleza: a) La actuación en sociedad para
encubrir la realización de negocios personales constituye una manera de violar el principio de la
universalidad del patrimonio, expresamente previsto por los arts. 242 y 743 del Código Civil y Comercial de
la Nación; b) La constitución de determinados patrimonios de afectación constituyen meros supuestos de
excepción que jamás pueden dejar sin efecto aquel principio general, base fundamental de las relaciones
patrimoniales en el derecho argentino; c) La jurisprudencia ha calificado como ilícita, en reiteradas
oportunidades, la constitución de sociedades de cómodo(23)y d) A pesar de que nuestro ordenamiento legal
así lo reconoce, soy de opinión que no existe en la realidad la categoría de simulación lícita, pues salvo
supuestos excepcionalísimos, solo concebible en ambientes académicos, nada bueno augura para nadie la
actuación de quien recurre a un disfraz para ocultar la verdadera naturaleza del acto jurídico realizado por
éste.

De esta manera, dictada la ley 26.994 del 1º de octubre de 2014 que sancionó el nuevo Código Civil y
Comercial de la Nación, que tiene vigencia a partir del 1º de agosto de 2015 y reformados posteriormente
los arts. 255 y 284 de la ley 19.550 por la ley 27.290, se incorporó a la legislación nacional las sociedades de
un solo socio, pero su consagración legislativa no cambiará la opinión que el ciudadano medio y el abogado
no corporativo tiene de este original instrumento y ocurrirá, en la práctica, lo que acontece cuando se hace
referencia entre gente de principios y valores a la participación de una sociedad off shore o de un
fideicomiso en un negocio determinado, y que se expresa con una sonrisa socarrona que traduce
gestualmente el viejo dicho español: "Fea tos le siento al gato".

2.3. Principales características que ofrece la incorporación de las sociedades unipersonales en la ley 19.550

Los requisitos de esta nueva figura legal son los siguientes:

a) Solo se permite que sean sociedades unipersonales las sociedades anónimas (art. 1º).

b) La sociedad unipersonal solo puede ser constituida por instrumento público y por acto único (art. 165).

c) No puede ser único socio otra sociedad unipersonal (art. 1º).

d) La denominación debe ser "Sociedad Anónima Unipersonal", su abreviatura o sigla "SAU" (art. 164). Sin
embargo, y como bien lo advierte Vítolo(24), ha sido suprimido la sanción prevista por el segundo párrafo
del art. 164, conforme al cual si se omitiere colocar esa mención, ello hará responsable ilimitada y
solidariamente a los representantes de la sociedad juntamente con ésta por los actos que celebren en esas
condiciones y si bien el referido autor reconoce desconocer las razones de esa supresión, no es aventurado
sostener que ello responde a la reticencia del nuevo legislador societario de imponer responsabilidades
ilimitadas y solidarias entre sus integrantes, como puede deducirse de la modificación del régimen de las
sociedades no regulares, en las cuales la responsabilidad de sus integrantes pasó a ser simplemente
mancomunada por partes iguales (art. 24 de la ley 19.550, en su nuevo texto).

e) La integración del aporte debe ser en su totalidad al momento de su constitución (art. 187).

f) La reducción a uno del número de socios de las sociedades anónimas pluripersonales, no conforma una
causal de disolución de dichas compañías (art. 94 bis), sino que deben adecuar la denominación social a la
exigencia del art. 164 para las sociedades unipersonales y cumplir con el régimen dispuesto por el art. 299,
siempre de la ley 19.550.

g) Están sujetas a la fiscalización estatal permanente (art. 299).

h) Deberá contar con una sindicatura en forma obligatoria (arts. 255 y 284), que puede contar con uno o más
integrantes.

i) Podrá prescindirse de la publicación de edictos de la convocatoria a asamblea de accionistas, salvo que la


convocatoria la lleve a cabo la sindicatura, en los términos del art. 294 inc. 7º LSC, pues al tratarse de un solo
accionista, puede presumirse que todas las asambleas se llevarán a cabo en forma unánime, como lo prevé
el art. 237 última parte de la misma ley.

2.4. Personalidad jurídica y capacidad de las sociedades de un solo socio. La contratación entre el socio
único y la sociedad

La inclusión de las sociedades dentro de las personas jurídicas privadas, permite sostener que, a pesar de
contar con un solo integrante, las sociedades unipersonales gozan de personalidad distinta de la de su único
miembro, quien, al menos como principio, no responderá por las obligaciones de la persona jurídica, excepto
en los supuestos expresamente previstos en el Código Civil y Comercial y en la ley especial (arts. 163 y 148
inc. a] del referido Código y art. 2º de la ley 19.550).

Sin embargo, si partimos de la idea de que es la norma de derecho la que reconoce en una pluralidad de
sujetos que actúan unificados en la consecución de un fin, la capacidad de derecho autónoma y su
consiguiente personalidad, como lo predica la denominada teoría de la realidad, no puede dejar de
concluirse que ese presupuesto normativo se encuentra sumamente debilitado cuando se trata de una
sociedad de un solo socio, lo cual robustece la fuerza de la antigua tesis de la ficción, que a mi juicio satisface
plenamente la explicación sobre la naturaleza jurídica de las personas de existencia ideal.
Es de toda obviedad que la ausencia de otros integrantes de la sociedad torna estéril hablar de la existencia
de un interés diferente al del socio único, que van a coincidir en todos los casos, pues la persona humana no
puede desdoblarse conforme los diferentes roles que cumple en la vida. De modo que la personalidad
diferenciada que constituye el efecto propio de toda persona jurídica, no se presenta con la misma nitidez
en las sociedades unipersonales que respecto de las sociedades constituidas con pluralidad de miembros y
de allí que resulta de toda lógica sostener que la personalidad jurídica de esta clase de sociedades se
encuentre totalmente atenuada y que la línea que separa a ambos sujetos de derecho es en realidad muy
tenue, lo que —con toda seguridad— provocará la permanente aplicación de la solución prevista por el
art. 54 tercer párrafo de la  ley 19.550, norma que deberá ser interpretada, para esta clase de sociedades,
en forma amplia y en modo alguno restrictiva.

Dichas conclusiones son asimismo aplicables a la capacidad de estas sociedades, que, como consecuencia
de sus especiales características, sufre importantes limitaciones, como la prohibición, y consecuente
nulidad de los contratos celebrados entre la sociedad unipersonal y su titular, tema sobre el cual la ley
26.994 no ha incorporado solución expresa al respecto, pero que es solución que viene impuesta atento lo
dispuesto por el art. 248 de la ley 19.550, que, como es sabido, prohíbe votar al accionista o su
representante, que en una operación determinada, tenga por cuenta propia o ajena un interés contrario al
de la sociedad.

El régimen de contratación del socio único con la sociedad ha merecido diversas soluciones en la legislación
comparada(25), que son, a mi juicio insuficientes para evitar el presumible fraude que implicaría convalidar
en caso de no sancionar con la nulidad esta especial operación, en donde se supone —porque así lo enseña
la vida— que el socio único actuará respondiendo a sus intereses personales y no del instrumento que ha
creado y que controla con exclusividad. Al respecto, la solución española, que solo impone determinados
requisitos de publicidad, que de no cumplirlos y que torna inoponibles dichos contratos a la masa de
acreedores en caso de concurso del socio único o de la sociedad, no resulta, a mi entender, solución
suficiente ni eficiente, pues como ha dicho la doctrina, lo grave del caso es la utilización de la
autocontratación para la detracción subrepticia de fondos que disminuyan la garantía de la sociedad y/o de
su único socio, consiguiendo cualquiera de ellos y según fuere el caso, una posición de ventaja frente a los
acreedores sociales en caso de insolvencia de la sociedad o viceversa(26). Con otras palabras, lo que
aumenta la ilegitimidad de esa manera de proceder no es la ausencia de publicidad o registración en los
libros o en la documentación social, sino los efectivos perjuicios ocasionados a terceros sociales o
individuales del socio único, según fuera el caso.

Pero además de lo dispuesto por el art. 248 de la ley 19.550, la nulidad de la contratación entre el socio
único y "su" sociedad unipersonal" viene también impuesta por el art. 957 del Código Civil y Comercial de la
Nación, cuando, al definir al contrato, requiere la existencia de dos o más "partes", con lo cual la ley ha
tratado de resaltar la existencia de distintos centros de interés en el negocio y no solo de "personas"
distintas(27), de modo que no parece acertado concluir que, en la contratación que nos ocupa, pueda
hablarse de diferentes intereses entre las partes, sino de un solo interés, que no es otro que el del único
socio.

Podría sostenerse que, atento las limitaciones efectuadas por la ley 26.994 a la constitución de sociedades
unipersonales, en lo que respecta a someterlas a la fiscalización estatal permanente y dotarlas
obligatoriamente de una sindicatura como órgano de control interno, pueda ello constituir un obstáculo
para que el socio único haga lo que quiere respecto del patrimonio de la sociedad unipersonal, pero salvo
supuestos excepcionales, que no descartamos, pero que resultan de muy difícil presentación, los integrantes
del directorio —para el caso que dicho órgano esté integrado por terceros ajenos al accionista único— o
sindicatura responderán a los intereses de quien decide su contratación, su remoción y el pago de su
remuneración, afirmación que también se basa en la experiencia, que ha enseñado, desde siempre, que el
fracaso de la sindicatura responde, precisamente, a su total falta de independencia respecto del directorio o
de quienes controlan internamente la voluntad de la sociedad.

Admitida pues la nulidad de autocontratación entre las sociedades anónimas unipersonales y el socio único,
la acción judicial correspondiente deberá ser promovida por los terceros afectados por esa actuación, a
través de la demanda ordinaria de nulidad (art. 383 del CCyCN) o por los restantes directores —en caso de
directorio plural— o el síndico, a través de las acciones de nulidad de asamblea o decisiones del directorio,
cuando esa operación haya sido aprobada orgánicamente, en el seno de la sociedad unipersonal o haya sido
realizada y ejecutada por el socio único, sin participación de los órganos sociales.
Por obviedad, las conclusiones antes expuestas, rigen plenamente cuando la contratación se lleva a cabo
entre dos sociedades unipersonales que tengan como único titular a la misma persona humana.

2.5. Cuestiones controvertidas que planteará la existencia de las sociedades de un solo socio

2.5.1. Primera cuestión en debate: la sociedad anónima como única opción de la constitución de las
sociedades unipersonales

La sencillez de los requisitos de constitución de las sociedades anónimas unipersonales no significa, ni


muchos menos, que la cuestión no esté exenta de dificultades de interpretación, como se expondrá en los
parágrafos siguientes.

Reconozco al lector que mi desfavorable posición respecto a las sociedades unipersonales no facilita mi
labor de comentar las nuevas normas de la ley 19.550 que a ella se refieren, pues de mí hubiese dependido,
la única política que hubiera sido menester efectuar es ignorar totalmente cualquier iniciativa en torno a su
incorporación legislativa y encarar una reforma más puntual que nuestro ordenamiento societario requiere,
y aún para el caso de aceptar la posibilidad del empresario de escindir su patrimonio, a los fines de encarar
determinados emprendimientos empresarios, el molde ideal era el de la empresa individual de
responsabilidad limitada, figura que bien podría haber sido legislada en el Código Civil y Comercial de la
Nación, aprovechando la reforma integral de nuestro ordenamiento normativo privado.

Ha sido criticado, con alguna razón, que el molde de las sociedades anónimas —único permitido para las
sociedades unipersonales— no era el más adecuado y en tal sentido el Profesor Daniel Vítolo expresa que
hubiera resultado más conveniente restringir la constitución de estas sociedades a la utilización del tipo de
las sociedades de responsabilidad limitada, siguiendo algunos de los proyectos o anteproyectos anteriores,
toda vez que este tipo social se garantiza una mayor transparencia en la actuación del ente y en relación con
los terceros, dado que el campo de socio único, es decir, en caso de transmisión por cualquier título de las
cuotas sociales representativas del capital social, implican la modificación del contrato social y requieren de
publicación e inscripción en el registro mercantil. De donde se sigue que, en su actuación en el mercado,
independientemente de quien resulte estatutariamente representante legal, al tener que remitirse al
contrato de sociedad y sus modificaciones, el tercero podrá conocer, por exhibición de su contrato o por su
inscripción en el Registro Público, quien es el real y actual titular del cien por ciento del capital social(28).

La crítica de Vítolo es válida, pues es de toda evidencia que la inscripción de la transferencia de cuotas
sociales en el registro mercantil ofrece mucha más transparencia y seguridad a los terceros que la absurda
inscripción de la transferencia de acciones en los libros de la sociedad, prescripta por los arts. 213 y 215 de
la ley 19.550, que se presta a todo tipo de maniobras fraudulentas y que por lo general tiene por autores o
cómplices a los directores y síndicos de la sociedad anónima, que son, curiosamente, los responsables de su
teneduría: el directorio, por tener a su cargo sus registraciones y la sindicatura, atento su deber de fiscalizar
toda la actuación de los demás órganos sociales. Soy de opinión al respecto que la inscripción de las
transferencias societarias —y las demás inscripciones previstas por el art. 215 para las acciones de las
sociedades anónimas—, pudo tener algún sentido cuando la posibilidad de emitir acciones al portador era
posible legalmente, pero su derogación por la ley 24.573 y la asimilación, en la práctica, de las sociedades
anónimas cerradas o de familia con las sociedades de responsabilidad limitada, en lo que respecta a su giro y
funcionamiento, tornaba mucho más aconsejable aprovechar la oportunidad de reformar la ley 19.550 y
suprimir las inscripciones previstas por el art. 215 por su inscripción en un registro mercantil, quedando a
cargo del análisis de la legalidad de ese registro un funcionario público y no un director de la empresa, que
por lo general, como accionista o perteneciente al grupo de control, tiene intereses comprometidos cuando
se trata de realizar esas inscripciones.

2.5.2. Segunda cuestión controvertida: La incapacidad de las sociedades de un solo socio para ser titulares
de sociedades de estas características

Si partimos de la base, que el mismo art. 1º de la ley 19.550 —cuya importancia fundamental radica en el
hecho de que en dicha norma se encuentra la definición misma de lo que debe entenderse por sociedad—
prescribe que la sociedad unipersonal no puede constituirse por una sociedad unipersonal, surge evidente
que, en ninguna oportunidad y no solo en el acto constitutivo, una sociedad de un solo socio puede
participar exclusivamente en la formación capital accionario de una compañía de la misma naturaleza.
Sin embargo, alguna doctrina, nostálgica del dictamen de la Subcomisión de Reformas a la ley 19.550, que,
como hemos explicado, admitió las sociedades unipersonales sin la menor cortapisa, ha sostenido, con el
único y exclusivo fin de sortear la valla del art. 1º, que esta prohibición solo rige para el acto constitutivo,
pero no existiría el menor inconveniente legal en admitir la integración de una sociedad de un solo socio por
una idéntica sociedad, siempre y cuando su titularidad no haya sido asumida en el acto constitutivo de
aquella, sino a través de circunstancias posteriores: muerte o exclusión del otro socio, o de una actuación
posterior, esto es y concretamente, a través de la compra de la totalidad de las acciones a quienes fueran los
titulares de las acciones de la sociedad anónima pluripersonal.

Estamos en una hipótesis idéntica a la que se planteó en la doctrina cuando fue sancionada la ley
19.550, cuyo art. 123 prescribe los requisitos que debe cumplir toda sociedad constituida en el extranjero
para "constituir" sociedad en la República Argentina, entre los cuales se encuentra la inscripción en el
Registro Público de Comercio de su contrato social, reformas y demás documentos habilitantes, así como la
relativa a sus representantes legales, norma que fuera muy resistida por determinados sectores de opinión
—que curiosamente coinciden con aquellos que se opusieron con cualquier tipo de argumentos a las normas
que, sobre las sociedades off shore se dictaron en sede administrativa entre los años 2003 y 2005— quienes
sostuvieron que el legislador solo exigió la inscripción de la sociedad extranjera cuando la misma "participó"
en el acto de constitución de la sociedad local, pero no cuando adquirió posteriormente acciones de las
mismas. Afortunadamente esa "conveniente" manera de interpretar las cosas no fue compartida por la
jurisprudencia de quienes integraban por entonces la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial
durante los años 1973 a 1978, quienes no incurrieron en la interpretación exegética de la ley, y con una serie
de fallos ejemplares, demolieron a quienes pretendían autorizar la actuación de sociedades extranjeras en la
República Argentina, con la mayor impunidad y sin la menor transparencia(29).

He querido traer a colación este ejemplo, pues se trata de dos supuestos idénticos que merecen igual
solución, toda vez que si el legislador prohíbe a una sociedad de un solo socio participar en el acto
constitutivo de una sociedad unipersonal, es de toda evidencia que esa prohibición persistirá durante toda la
existencia de la sociedad participada, que nunca podrá contar, entre sus integrantes, a una compañía de
estas características. Al respecto cabría preguntarse ¿Qué sentido o fundamento tiene en art. 1º, último
párrafo de la ley 19.550, si al día siguiente de la inscripción de la sociedad unipersonal, el socio único de la
misma transfiere sus acciones a una sociedad unimembre? La respuesta es una sola: absolutamente
ninguno, y no cabe presumir tampoco ingenuidad ni incoherencia en el legislador.

El art. 198 de la resolución general IGJ 7/2015 aclara la cuestión cuando prescribe que "La sociedad
unipersonal no podrá constituir o adquirir las acciones de otra sociedad unipersonal, conforme el art. 1º de
la ley 19.550", adoptando la solución que legalmente corresponde, por las razones antes mencionadas.

2.5.3. Tercera cuestión controvertida: Las sociedades "devenidas" en sociedades de un solo socio

La incorporación a nuestra legislación de las sociedades de un solo socio, tornó necesario la reforma de
determinadas disposiciones legales de la ley 19.550, a los fines de adecuarla a esta nueva figura.

Recuérdese que el art. 94 inc. 8º de la ley 19.550, en su original versión preveía, como causal de disolución
de las sociedades comercial, la "reducción a uno del número de socios, siempre que no se incorporen
nuevos socios en el término de tres meses. En ese lapso, el socio único será responsable ilimitada y
solidariamente por las obligaciones sociales contraídas"; pero como esta norma resultaba en principio
incompatible con la aparición de las sociedades unipersonales, se eliminó del listado de las causales de
disolución previstas en el art. 94, agregándose una nueva norma que trata el tema: "Art. 94 bis: Reducción a
uno del número de socios: La reducción a uno del número de socios no es causal de disolución,
imponiendo la transformación de pleno derecho de las sociedades en comandita, simple o por acciones y
de capital e industria, en sociedad anónima unipersonal, si no se decidiera otra solución en el término de
tres (3) meses".

Esta nueva norma es ambigua, claramente insuficiente y además, tal como está redactada, es de casi de
imposible aplicación para determinadas sociedades pues ¿qué cosa es, jurídicamente, una transformación
"de pleno derecho"?. Volveremos a ello más adelante.

La nueva norma del art. 94 bis de la ley 19.550 es susceptible de varias interpretaciones, producto de su
escasa factura técnica, que impide llegar a conclusiones definitivas. En primer lugar, podría interpretarse que
dicha disposición consagra dos soluciones distintas: a) un principio general, conforme al cual "La reducción
del número de socios no es causal de disolución" y b) una solución específica para las sociedades en
comandita y de capital e industria, a las cuales se impone una transformación de pleno derecho en
sociedades unipersonales.

Otra manera de ver las cosas consiste en sostener que la norma en su totalidad se refiere exclusivamente a
las sociedades en comandita y de capital e industria y a esta conclusión se llega no solo por la lectura de la
mera redacción del art. 94 bis, que no contiene dos frases diferentes separadas por un punto seguido, sino a
través de una interpretación finalista de dicha disposición legal, pues es obvio concluir que la reducción a
uno del número de socios afecta fundamentalmente la tipicidad de aquellas sociedades para cuya existencia
se requiere la existencia de dos categorías de socios, esto es, las sociedades en comandita y de capital e
industria.

Esta manera de interpretar la norma, que es a mi juicio parece la más acertada, encuentra como
fundamento el hecho de que las sociedades en comandita y las sociedades de capital e industria nunca
podrán ser unipersonales, porque la pluralidad de socios es requisito tipificante de las mismas, y por tal
razón la drástica disposición que dispone su "transformación de pleno derecho" —figura que si bien no se
encuentra legislada en los arts. 74 a 81 de la ley 19.550 y que no han sido modificados por la  ley 26.994— da
a entender que al día siguiente de transcurridos los tres meses de haber quedado dichas sociedades
reducidas a un solo socio, se le aplicarán directamente, en sus relaciones internas como externas, las normas
de las sociedades anónimas unipersonales, sin necesidad de ningún acto societario interno ni registración
alguna, solución que si bien plantea todo tipo de interrogantes, difícilmente originará jurisprudencia que los
aclare, atento la casi nula existencia en nuestro medio, de sociedades en comandita y de capital e industria,
que son resabios que vienen de la legislación mercantil de 1862.

Pero si se opta por la primera lectura de la norma del art. 94 bis de la ley 19.550 a la cual nos hemos ya
referido, esto es, a la existencia de un principio general aplicable para todas las sociedades y a una normas
específica para determinado tipo de sociedades (las sociedades en comandita y las de capital e industria),
ella tampoco es solución que resulta satisfactoria, pues es sencillamente inexplicable el silencio del
legislador respecto del funcionamiento posterior de los otros tipos sociales y en especial, de las sociedades
colectivas, de responsabilidad limitada y anónimas pluripersonales, que durante el curso de vigencia de su
contrato social ha perdido la pluralidad de socios, toda vez que la "transformación de pleno derecho" solo
está autorizada para las sociedades de capital e industria y en comandita. No solo cualquier explicación al
respecto brilla por su ausencia, sino que carece de toda coherencia prescribir legalmente que, por una parte
solo se admite la sociedad anónima como único molde para constituir una sociedad unipersonal (art. 1º LGS)
—solución que el legislador de 2014 ha reiterado hasta el cansancio— pero por otro lado sostener, como
principio general y válido para todas las sociedades, con excepción de las comanditas y de capital e industria,
que "La reducción a uno del número de socios no es causal de disolución" de ninguna otra sociedad.

La incoherencia de la solución prevista en el art. 94 bis de la ley 19.550 salta a la vista y razonar de tal
manera implica consagrar la existencia de dos regímenes diferentes: uno, el de la "unipersonalidad
originaria", esto es, a la que se refiere el art. 1º de la ley 19.550, cuando define el mismo concepto de
sociedad y solo admite la existencia de sociedades unipersonales bajo la forma de sociedades anónimas y el
otro, la "unipersonalidad sobreviniente", categoría no admitida por aquella norma y que solo puede ser
interpretada sobre la base de la pésima redacción del art. 94 bis(30), pero de posible presentación fáctica en
toda sociedad con excepción de las sociedades en comandita y de capital e industria, con lo cual todos las
normas de protección previstas en la ley general de sociedades, orientadas a la transparencia, a la
protección de terceros y a la necesidad de evitar el fraude a la ley perderán toda vigencia. Basta reparar al
respecto que a esa inadmisible "unipersonalidad sobreviniente" se podría llegar con el solo expediente de
hacer incurrir voluntariamente a cualquier sociedad colectiva o de responsabilidad limitada en la
unipersonalidad, para lo cual no hay que esperar a la muerte o exclusión de uno de los dos socios, sino, y
entre otros ejemplos, recurriendo al simple hecho de concentrar todas las cuotas sociales en manos de un
ellos, operación que se puede concretar mediante un simple contrato de transferencia de participaciones
sociales o a través del ejercicio del derecho de receso.

La escasa doctrina que se ha ocupado del tema, atento la novedad, han admitido sin embargo la posibilidad
de la existencia de sociedades unipersonales sobrevivientes, aún cuando no se trate de sociedades
anónimas. Balonas por ejemplo, en un interesante trabajo presentado al 60º Encuentro de Institutos de
Derecho Comercial de Colegio de Abogados de la Provincia de Buenos Aires, celebrado en Mar del Plata los
días 4 y 5 de diciembre de 2014, aceptó la posibilidad de la existencia de sociedades unipersonales
sobrevinientes, que incluyen incluso a las sociedades de hecho, pero siempre y cuando esa unipersonalidad
no haya sido voluntaria(31), aunque este autor, en un evento celebrado pocos meses después, en Morón,
Pcia. de Buenos Aires, rectificó su postura, sobre la base de lo dispuesto por el art. 163 inc. g) del Código
Civil y Comercial de la Nación, cuando establece, para todas las personas jurídicas, que la reducción a uno
del número de miembros constituye causal de disolución de las mismas, si la ley especial exige pluralidad de
ellos y ésta no es restablecida dentro de los tres meses(32). Osvaldo Pisani, por su parte, y en una ponencia
presentada en el primero de aquellos eventos, sostuvo que de la reciente reforma al ordenamiento
societario por la ley 26.994, permitiría el funcionamiento regular de sociedades de responsabilidad limitada
unipersonales que habiendo sido originariamente constituidas por dos o más socios, luego la misma queda
con uno solo, admitiendo dicho autor que la misma solución cabe para las sociedades anónimas
pluripersonales(33). Finalmente y para Carlos Molina Sandoval, que ha reflexionado largamente sobre la
cuestión(34), las sociedades colectivas o de responsabilidad limitada que han perdido la pluralidad de socios
no entran en disolución como consecuencia del principio general previsto en el art. 94 bis, en cuanto
dispone que "la reducción a uno del número de socios no es causal de disolución", sociedades que, según
este autor, pasan a gobernarse por las normas referidas a las sociedades no regulares (arts. 21 a 26 de la ley
19.550), las que podrán recurrir al procedimiento de subsanación previsto por el art. 25.

No estoy de acuerdo con esta manera de pensar, toda vez que ello implica autorizar la existencia de una
supuesta "unipersonalidad derivada o sobreviniente", que la ley admite solo por el término de tres meses y
para los supuestos en que la disolución por reducción a uno del número de socios acontezca en una
sociedad en donde la existencia de dos tipos de socios constituya un requisito tipificante. Pero fuera de la
hipótesis de la situación prevista por el art. 94 bis para las sociedades en comandita y de capital e industria,
las demás sociedades —sociedades colectivas y sociedades de responsabilidad limitada— la reducción a uno
del número de socios no puede sino importar, a pesar del silencio del listado de las causales de disolución
previstos en el art. 94, un claro supuesto de disolución, que abre necesariamente la etapa liquidatoria,
siéndole aplicable al respecto lo dispuesto por el art. 99 en lo que respecta a la actuación y responsabilidad
de sus socios y administradores.

Ello vale como principio general, pero atento al hecho de que el art. 94 bis de la ley 19.550, en su actual
redacción, permite la adopción de otra solución más conveniente para superar la unipersonalidad incurrida
en las sociedades allí mencionadas, sumado al hecho de que constituye uno de los principios fundamentales
del ordenamiento societario aquel que predica conservación de la empresa, consideramos procedente la
transformación de las sociedades colectivas y sociedades de responsabilidad limitada, que han perdido el
requisito de la pluralidad de socios, en una sociedad anónima unipersonal, cumpliéndose todos los
requisitos previstos por los arts. 11 inc. 4º, 164, 186 inc. 3º y 187 de la ley 19.550, siempre y cuando dicha
transformación se lleve a cabo dentro de los tres meses de acaecida la reducción a uno del número de sus
integrantes (art. 163 inc. g]) del Código Civil y Comercial de la Nación) e idéntica conclusión corresponde
arribar en torno a las sociedades anónimas pluripersonales, que hubieran incurrido en la misma situación.

En cuanto a las sociedades no regularmente constituidas previstas en los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, y en
lo que respecta a la reducción a uno del número de sus socios, argumenta Molina Sandoval que en caso de
infracción a la norma del art. 94 bis de la ley 19.550, las referidas sociedades quedan sometidas a las normas
de la Sección IV del Capítulo I de dicha ley, que en su nueva redacción trata sobre las sociedades no
regulares y las sociedades atípicas, con lo cual este profesor de la Universidad de Córdoba concluye que
"Dicha consecuencia nos lleva directamente a una conclusión que no parece ser la deseada por el propio
legislador: el ordenamiento societario también admite la unipersonalidad en las sociedades innominadas
(simples o residuales), pues de otro modo no hubiera establecido un régimen como el previsto en los arts.
21 y ss. de la LGS"(35).

Estas conclusiones son también equivocadas por las siguientes razones:

a) Las sociedades afectadas por la reducción a uno del número de socios no están enumeradas en los nuevos
arts. 21 a 25 de dicha ley. Así lo entiende también la doctrina, para quien los casos previstos por el art. 94 bis
—las sociedades de capital e industria y las sociedades en comandita, simple o por acciones—, no pueden
derivarse al régimen de la referida Sección IV, Capítulo I del ordenamiento societario, pues el nuevo art. 21,
en la redacción asignada por la ley 26.994 está referido a sociedades que no "se constituyan" o que  "omitan"
requisitos o "incumplan con las formalidades" y no a aquellas por circunstancias sobrevinientes, queden
reducidas a uno en el número de socios, supuesto —este— que bajo la  ley 26.994 desaparece como causal
de disolución(36).

b) Por otro lado el elenco de las sociedades previstas en la sección IV del Capítulo I de la  ley 19.550 está
expresamente prevista en el arts. 21, que no incluye a las sociedades "devenidas" unipersonales afectadas
por dicha circunstancia. De manera tal que, ante una sociedad "no regular" de las previstas en la nueva
Sección IV del Capítulo I que haya perdido la pluralidad de socios, lo único admisible es la liquidación
inmediata de su patrimonio, lo que podrá ser impuesto de oficio por el juez, y la imputación de su
patrimonio a su socio único, sin otras y mayores consideraciones.

c) Del mismo modo, es absurdo sostener que, ante la reducción a uno del número de socios de una sociedad
de aquellas incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, la consecuencia es que dicha sociedad
seguirá siendo regida por las mismas normas.

d) Finalmente, no parece tampoco coherente que el legislador y basado en razones de transparencia, admita
solo la constitución de sociedades unipersonales exclusivamente bajo la forma de sociedades anónimas,
para luego permitir que el excepcional régimen de unipersonalidad sea válido también para las sociedades
como aquellas incluidas en el art. 21 de la ahora denominada Ley General de Sociedades, que no se
caracterizan por su transparencia, atento su falta de inscripción registral.

Si bien hemos expuesto que las sociedades en comandita y de capital e industria quedan sometidas a la
"transformación obligatoria" para el caso de quedar reducidas a uno en el número de sus socios,
corresponde preguntarse entonces, ¿qué sucedería en el caso de que las dichas sociedades no se ajustaran a
los requisitos que impone la "transformación de pleno derecho", respecto de las sociedades unipersonales?,
esto es, en aquellas en que no solo no quede redactado su nuevo social y que no cuenten con sindicatura o
con directorio plural, adaptado a los moldes previstos para las sociedades anónimas unipersonales, y la
solución a este interrogante, cuya presencia no es de sencilla configuración en la práctica, por la inexistencia
de sociedades de capital e industria o en comandita en nuestro medio, no consiste a nuestro juicio en
considerar su inclusión en las normas de los arts. 21 a 26, porque a diferencia de lo sostenido por Molina
Sandoval, esta circunstancia no las convierte en atípicas, sino que simplemente, esa supuesta entidad de un
solo socio, sin los requisitos necesarios para así ser considerada,  no podrá ser nunca considerada una
sociedad, sino solo un patrimonio individual y de tal manera podrá ser agredido por los acreedores
particulares de su único integrante. La solución contraria es sencillamente impensable, pues de tratarse de
entidades que han perdido la pluralidad de socios, condenadas a su necesaria liquidación, dado que la
unipersonalidad solo está permitida para las sociedades anónimas del art. 299 LS, pasarían a gobernarse por
normas mucho más benignas, que son las dedicadas a las sociedades no regulares, informales o simples —
como se quiera llamar a los entes gobernados por los arts. 21 a 26 de la ley 19.550—, sin haber aquéllas
cumplido con los procedimientos que dicha ley impone para poder mantener su vigencia, nada de lo cual
parece coherente con la finalidad del legislador.

El art. 203 de la resolución general 7/2015 trata específicamente este tema, descartando toda posibilidad de
que las sociedades colectivas, de responsabilidad limitada y anónimas pluripersonales, devenidas
unipersonales, puedan seguir operando como sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, disponiendo expresamente que "En los restantes tipos sociales plurilaterales no mencionados por
el art. 94 de la ley 19.550, en que opere la reducción a uno del número de socios en caso de no
recomponerse la pluralidad de socios dentro del plazo establecido por el mismo artículo, deberá resolverse:

a. Su transformación voluntaria como sociedad anónima unipersonal, debiendo cumplirse con los mismos
recaudos establecidos en el artículo anterior, excepto que se trate de una sociedad anónima, en cuyo caso
procederá la reforma de sus estatutos en lo que corresponda adecuar y, en su caso, la correspondiente
designación de administradores y órgano de fiscalización plural, aplicándose a tal efecto lo requerido por
estas Normas en cada supuesto o

b. Su disolución y nombramiento de liquidador, aplicándose a tal efecto lo requerido por esta Normas.

En caso de incumplimiento a lo dispuesto por el presente, se considerará a la sociedad bajo el régimen de


responsabilidad establecido para las sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550".

Repárese que este último párrafo solo se refiere a la responsabilidad que el originario art. 94 inc. 8º —hoy
derogado por la ley 26.994— ponía en cabeza del único socio, en caso de reducción a uno del número de
socios, responsabilidad que la Inspección General de Justicia ha mutado en responsabilidad mancomunada
por partes iguales, pero ello en nada cambia las cosas, porque la responsabilidad mancomunada, en una
sociedad donde un solo socio reúne todas las acciones de la sociedad, configura un supuesto de
responsabilidad ilimitada con las obligaciones sociales, que era, precisamente, la solución del derogado art.
94 inc. 8º de la ley 19.550.
2.5.4. Cuarta cuestión controvertida: La adopción de decisiones sociales en las sociedades unipersonales.
Quórum y mayorías. Publicaciones. Existencia de ciertas decisiones que no pueden ser adoptadas por el
órgano de gobierno de la sociedad de un solo socio

En ejercicio del control de funcionamiento de las sociedades anónimas unipersonales, atento su inclusión en
el listado de las compañías mencionadas en el art. 299 de la ley 19.550, la Inspección General de Justicia ha
resuelto, con toda lógica, que la presencia del socio único, ya sea en primera o segunda convocatoria, en
asambleas ordinarias u extraordinarias sujetas a control y fiscalización de dicho organismo, configurará
cumplido el quórum requerido por el estatuto o la  ley 19.550 y en el mismo sentido, todas las decisiones
serán consideradas como adoptadas por unanimidad, por el socio único en ambos tipos de asambleas (art.
199 de la resolución general IGJ 7/2015).

En cuanto a la publicidad de convocatoria, el art. 200 del mismo cuerpo legal prevé que las sociedades
anónimas unipersonales estarán exceptuadas de presentar los avisos de convocatoria requerido por la
aludida resolución general, en aquellos casos en que se verifique la presencia del socio único en el acto
asambleario, configurando así la unanimidad establecida en el art. 237, último párrafo de la ley 19.550, para
prescindir de las mismas.

De modo tal que, salvo el caso de que la asamblea sea convocada por la sindicatura, en los términos del art.
294 inc. 7º de la ley 19.550, la sociedad no deberá publicar los edictos de convocatoria previstos por el art.
237 de la ley 19.550.

Finalmente, la sociedad de un solo socio plantea la dificultad de adoptar determinadas decisiones


asamblearias, como por ejemplo, la aprobación de la gestión de los directores y síndicos y la remuneración
del único socio como director de la sociedad, temas sobre los cuales se refieren los  arts. 241 y 248 de la ley
19.550,que prohíben al accionista que reúne el carácter de director, síndico, miembro del consejo de
vigilancia o gerente, emitir su voto en las resoluciones atinentes a la aprobación de su gestión o en
cualquiera de ellas que tuviera un interés contrario al de la sociedad, dentro del cual se encuentra incluso la
aprobación de su propia retribución(37).

Ello configura una cuestión que afectará el normal funcionamiento de la sociedad, pues en el primer caso,
esto es, la aprobación de la gestión de los directores, actuación prohibida por el  art. 241 de la ley 19.550, el
voto del socio único comprende su propia actuación en el directorio, lo cual resulta inadmisible y provoca la
nulidad de ese acuerdo, y lo mismo sucede cuando el directorio es plural, atento la responsabilidad solidaria
e ilimitada con que la ley los sanciona en caso de incumplimiento de sus funciones (arts. 59 y 274 LGS), lo
cual impide la aprobación individual de la gestión de los integrantes de dicho órgano. Recordemos al
respecto que, de conformidad con lo dispuesto por el art. 275 LGS, la aprobación de la gestión extingue la
responsabilidad de los directores y gerentes respecto de la sociedad y marca el inicio del cómputo del plazo
de la prescripción para la promoción de las acciones de responsabilidad contra ellos.

En cuanto a la remuneración del directorio de la sociedad unipersonal, debe recordarse que el  art. 248 de
la ley 19.550 prohíbe votar al accionista o a su representante que en una operación determinada tenga un
interés contrario al de la sociedad, entre las cuales se encuentra la determinación de sus honorarios. Pero en
este caso debemos diferenciar entre varias situaciones: a) La primera, cuando hay un directorio unipersonal
y el órgano lo integra el accionista único y b) la segunda, cuando el accionista único integra el órgano de
administración con otros directores, en cuyo caso la prohibición del art. 248 no comprende la determinación
de la retribución de todo el directorio sino exclusivamente la de su beneficiario y 3) Cuando el accionista
único no integre el directorio —supuesto que podrá darse, casi exclusivamente, en los casos de filiales de
sociedades constituidas en el extranjero o grupo de sociedades nacionales—, en cuyo caso, no será aplicable
la norma del art. 248 de la ley 19.550.

Ello nos conduce a una pregunta que no tiene solución en la ley 19.550: ¿Cómo se remunera al accionista
que reviste el carácter de único director en el órgano de administración de la sociedad unipersonal?, pues
por aplicación del art. 248 de la ley 19.550, la resolución asamblearia que determine su propia
remuneración, carecerá de toda validez, en acción de nulidad que podrá ser demandada por la sindicatura o
por la autoridad de control, en los términos del art. 303 inc. 1º de la LGS, atento que, como ya ha sido
sostenido, las sociedades unipersonales forman parte del listado de compañías incluidas en el art. 299 de
la ley 19.550.
¿Podría afirmarse que la cuestión carece de toda importancia, porque lo que el director único no se lleva a
sus bolsillos por vía de remuneración del directorio, al encontrarse imposibilitado de votar su propia
remuneración podrá hacerlo a través del dividendo? Es posible, pero esta manera de razonar quiebra todo el
sistema de funcionamiento del directorio y en especial el esquema remuneratorio previsto por el art. 261,
que no está previsto para las sociedades unipersonales. Ello constituye una prueba más para demostrar que
la sociedad de un solo socio es una contradicción en sus propios términos, la cual carece de interés social y
todo se reduce, en lo que respecta al funcionamiento de la compañía, a lo que decida hacer el socio y
director único con los fondos sociales y sus resultados, careciendo las normas protectorias del
funcionamiento de la sociedad y del interés social, de toda cabida y fundamento en este tipo especial de
compañías.

2.6. Pluralidad sustancial y no formal. Las denominadas "sociedades de cómodo"

2.6.1. Las denominadas "sociedades de cómodo". Su ilegitimidad

La circunstancia de que la ley 26.994 del año 2014 haya admitido las sociedades unipersonales, aunque
limitadas a las sociedades anónimas, con cumplimiento de ciertos y determinados requisitos de validez, no
implica autorizar la actuación de lo que se conoce como "sociedades de cómodo", esto es, aquellas en
donde un socio reúne la casi totalidad de las participaciones sociales y los restantes solo propietarios de un
número ínfimo de ellas, siendo su participación absolutamente irrelevante.

Concretamente, la consagración de la ley 26.994 no autoriza a sostener que en los restantes tipos sociales,
en especial en aquellos donde sus integrantes limitan la responsabilidad, esto es, en las sociedades de
responsabilidad limitada y en las sociedades anónimas no ajustadas al particular régimen de la
unipersonalidad, puedan exhibir una evidente y notoria desproporción entre las participaciones sociales del
accionista mayoritario y del minoritario, cuando por la irrisoria participación de éste en el capital social, debe
suponerse que su existencia obedece a la necesidad de cumplir solo formalmente con el requisito de la
pluralidad de socios, encubriendo dicha sociedad a una empresa individual.

Toda esta problemática fue considerada por la Inspección General de Justicia, a partir del año 2003, la cual
comenzó a requerir, la concreta existencia de una pluralidad sustancial de socios, pues bajo esa forma de
actuar se escondían verdaderas sociedades unipersonales que no tuvieron cabida en nuestra legislación
hasta la sanción de la ley 26.994.

No obstante la actual legislación de sociedades, que alberga a las sociedades unipersonales, no creemos que
ello constituye un argumento para aceptar la constitución de sociedades de cómodo, y ello por los mismos e
idénticos motivos que hemos expuesto antes, esto es, que la permisión legal para la constitución de
sociedades unipersonales se limita a cierto tipo societario —las sociedades anónimas del art. 299—, para lo
cual hay que cumplir claros y determinados requisitos, expresamente previstos por la ley 19.550 en su actual
redacción. De modo tal que, si para recurrir al molde de las sociedades de un solo socio hay que respetar
concretos y expresos requerimientos, mal puede interpretarse que ello puede ser soslayado mediante la
actuación de sociedades de cómodo o sociedades sin pluralidad sustancial de socios, cuya ilegitimidad sigue
tan vigente como antes de la sanción 26.994.

Así también lo entiende el art. 56 de la resolución general 7/2015 de la Inspección General de Justicia,
cuando, recogiendo la solución de las "Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia" (resolución
general 7/2005) dispone en el art. 56 que la Inspección General de Justicia no inscribirá la constitución de
sociedades pluripersonales cuya pluralidad de socios sea meramente formal o nominal. Los alances del
ejercicio del control de legalidad comprenden la verificación de la existencia de pluralidad de socios en
sentido sustancial, a cuyo fin se evaluará el aporte inicial de cada socio fundador, determinando para decidir
sobre la procedencia de la inscripción, si el mismo reviste relevancia económica mínima suficiente para
conformar, con el de los restantes, un efectivo sustrato plurilateral, disponiendo asimismo que, en tal
supuesto, previo pronunciarse contra la inscripción del acto constitutivo, se requerirá la presentación de
instrumento complementario del cual resulte la configuración de la pluralidad sustancial requerida o, en su
caso, la observación que permita la opción de transformarse en sociedad anónima unipersonal.

Resulta de interés referirnos a la cuestión suscitada en torno a las sociedades de cómodo, allá por el año
2003, pues solo conociendo y comprendiendo la polémica desatada en torno a ellas, podemos concluir,
como lo hacemos ahora, en el sentido de que la admisión actual de las sociedades unipersonales no autoriza
la existencia de sociedades de cómodo, en tanto no se trata de la misma manifestación de un mismo
fenómeno, pues una cosa es constituir una sociedad unipersonal, como la ley actualmente lo autoriza,
respetando el tipo que la ley autoriza para su existencia, así como los demás recaudos en torno a su
transparencia, capital social y funcionamiento y otra cosa es tolerar el funcionamiento de cualquier tipo
social, en el cual se admita la limitación de la responsabilidad del socio, y que exhiba la titularidad por un
socio del 99,9999 por ciento de su capital social.

Pues bien, y no obstante que las sociedades unipersonales no se encontraban legisladas en la ley 19.550
hasta la sanción de la ley 26.994, que admitió esta posibilidad para las sociedades anónimas en forma
exclusiva, los cultores y entusiastas de estas sociedades, habían lograron sortear con anterioridad, la
prohibición legal de constituir sociedades de un solo socio, mediante el sencillo recurso de constituir
sociedades comerciales donde uno de los socios tiene en su poder el total de las acciones o cuotas de la
misma menos una o dos, que pone en cabeza de otro u otros socios, generalmente parientes cercanos o
dependientes, lo constituye el fenómeno conocido como "sociedades de cómodo" o "sociedades
sustancialmente unipersonales".

Lo verdaderamente curioso de todo ello es que no existió sanción para la constitución de sociedades con tan
particulares características y que el encargado del Registro Público de Comercio —fuese éste un juez
comercial o una autoridad administrativa— no objetaron la legalidad de las mismas cuando ellas fueron
sometidas al control de legalidad previsto legalmente por el Código de Comercio o por la ley 19.550, en
oportunidad de requerirse la registración de las mismas. A lo sumo, algún tribunal, en fallo aislado y ante
una sociedad de estas características, dispuso la extensión de la responsabilidad al socio controlante por las
obligaciones sociales, pero nada más(38).

Por mi parte y como profesor de derecho comercial, me resultaba casi imposible responder
satisfactoriamente cada vez que un alumno me preguntaba sobre la legalidad de esta particular clase de
sociedades, luego de hacerles saber que, de conformidad con lo dispuesto por la ley 19.550 —y hasta la
sanción de la ley 26.994—, la pluralidad de socios era un requisito sustancial para la existencia de toda
sociedad comercial. Me daba la impresión que cualquiera fuese la respuesta que ensayara, siempre iba a
percibir entre los alumnos ese gesto de incredulidad o de sarcasmo que se advierte cuando se intenta
explicar lo inexplicable o cada vez que un instituto legal queda desvirtuado por la picardía de unos pocos,
que encima pretenden justificar en derecho la existencia de semejante violación al sistema legal, no solo
societario, sino al régimen patrimonial argentino.

En los últimos años, la Inspección General de Justicia comenzó a combatir esta ilegítima práctica societaria,
pensada, como hemos dicho, para minimizar o directamente trasladar los riesgos empresarios a todos los
terceros que de una manera u otra se vinculan con la sociedad (trabajadores, proveedores, acreedores
voluntarios etc.), y que también constituía un mecanismo "apto" para desvirtuar y desnaturalizar el instituto
de la sucursalización en el país por parte de una sociedad constituida en el extranjero, disfrazando de filial
argentina a una simple sucursal de una empresa foránea, evitando, de esa manera, responsabilizar a la casa
matriz por las deudas contraídas en la República Argentina e incumplir con la registración dispuesta por el
art. 118 de la ley 19.550, de evidente orden público. Ello será ampliado cuando nos detengamos en lo
dispuesto por los arts. 118 a 124 de la ley 19.550.

Las primeras resoluciones dictadas por la Inspección General de Justicia en materia de "sociedades de
cómodo", datan de los primeros días del mes de noviembre de 2003, en sendos trámites iniciados por
sociedades de responsabilidad limitada o sociedades anónimas de carácter familiar, en las cuales uno de los
socios acumulaba, directa o indirectamente más del 99% del capital social(39). Se sostuvieron en estos
expedientes administrativos, a los fines de fundar en derecho el rechazo de la pretendida inscripción, los
siguientes argumentos:

a) Las sociedades anónimas o las sociedades de responsabilidad limitada no han sido creadas por el
legislador como instrumentos para limitar la responsabilidad de sus integrantes ni para quebrar los
principios generales de la universalidad del patrimonio de las personas, sino como contratos idóneos para la
concentración de capitales a los efectos de emprender negocios de gran envergadura. La interpretación
literal del art. 1º de la ley 19.550 es categórico sobre el particular.

b) Las denominadas "sociedades de cómodo" se encuentran excluidas de nuestro derecho, entendidas éstas


como el recurso utilizado por aquellos empresarios individuales que solo aparentemente actúan como entes
societarios, sea por la vía de la simulación de la pluralidad de socios o por ese engendro denominado
"negocio jurídico indirecto".
c) Si uno de los fundadores de la sociedad anónima o sociedad de responsabilidad limitada es titular de la
casi totalidad de las cuotas o acciones en que se divide el capital social y el otro fundador del restante
porcentaje de esas cuotas o acciones, es evidente concluir que el primero no necesitó ni necesita al segundo
para desarrollar la amplia gama de actividades descripta en el objeto social de aquella, y que solo recurrió a
la constitución de una sociedad de tales características a los fines de cumplir con una mera formalidad y no
para satisfacer la justificada exigencia de lograr la pluralidad de sujetos que la ley 19.550 requiere para el
nacimiento de un nuevo sujeto de derecho, con personalidad propia y con el excepcional beneficio de la
limitación de la responsabilidad de quienes integran el elenco de la sociedad anónima cuya inscripción se
pretende.

d) Quienes han concurrido a constituir la sociedad anónima o de responsabilidad limitada de esas


características, no han querido formar una sociedad entre sí ni tampoco con otras personas determinadas o
a determinarse. No han tenido voluntad de asociarse y menos aún una voluntad de colaboración activa,
jurídicamente igualitaria e interesada; es decir, carecen de affectio societatis, que es, en opinión de nuestra
doctrina, un elemento específico del contrato de sociedad. Es evidente que tales conclusiones descartan la
posibilidad de recurrir a la constitución de sociedades anónima —o de responsabilidad limitada— como un
mero recurso para limitar la responsabilidad del empresario individual, el cual es solo un efecto legal de la
elección de un determinado tipo societario, pero nunca, se reitera, constituye el objetivo que tuvo en miras
el legislador al legislar el contrato de sociedad.

Mientras iba tomando estado público este novedoso criterio de la Inspección General de Justicia, se
presentó ante este Organismo la conocida compañía local "Coca Cola Femsa de Buenos Aires Sociedad
Anónima", requiriendo la inscripción de un determinado acto asambleario en el Registro Público de
Comercio. La presentante era, por aquel entonces —corría el mes de diciembre de 2003— una sociedad filial
argentina, cuyos integrantes era una sociedad extranjera, como titular de la cantidad de 52.694.431 acciones
de un total de 52.694.432 acciones, estando la restante acción en manos del representante argentino de la
referida entidad foránea. Con otras palabras, la sociedad extranjera era titular del 99,9999 por ciento del
capital social de la controlada nacional.

Ello planteaba los siguientes interrogantes: ¿Son aplicables a las filiales argentinas de sociedades
constituidas en el extranjero los mismos argumentos que habían sido utilizados para rechazar la inscripción
de sociedades locales que exhibían una manifiesta desproporción en las tenencias societarias de sus
integrantes? y si la respuesta era positiva, ¿Afectaría ello la inversión extranjera o la afluencia de capitales a
la República Argentina?

Lo primero nos resultó de toda evidencia, por los argumentos que hemos explicado antes, en el sentido de
que la constitución o participación por una compañía constituida en el extranjero en una sociedad argentina,
como titular del 99,9999% de las acciones de la misma, implica una verdadera desnaturalización —o abuso—
del concepto mismo de filial, que supone la constitución o integración de una verdadera sociedad comercial,
con pluralidad real o sustancial de integrantes. Admitir lo contrario implicaría convalidar un artilugio legal,
sumamente perjudicial para los intereses de quienes se vinculan con dicho ente, que carecerían de todo
derecho para perseguir a la casa matriz por las obligaciones contraídas en territorio nacional por la filial
argentina, cuando en la materialidad de las cosas esta entidad no era otra cosa que una mera sucursal,
dependiente totalmente de la política comercial de la falsa controlante externa.

En cuanto a las supuestas consecuencias negativas que para los intereses del país pudiese implicar el
requerimiento de la pluralidad sustancial de integrantes para las filiales argentinas, no costó mayores
reflexiones despejar cualquier duda que al respecto pudiera plantearse, porque un principio mínimo de
coherencia obligaba a actuar con el mismo criterio frente a toda sociedad que pretende intervenir en el
tráfico mercantil de la República Argentina, pues si se considera que la sociedad es un instrumento de
concentración de capitales para la realización de actividades mercantiles y que el legislador ha requerido la
presencia de dos o más personas para tener por configurada una sociedad comercial, no existe argumento
posible para restringir tales exigencias a las compañías integradas por socios locales, eximiendo de las
mismas cuando sus integrantes fueran sociedades constituidas en el exterior, por el simple temor de
ahuyentar la afluencia de capitales a nuestro país. Por otra parte, la realidad siempre ha demostrado que las
compañías extranjeras, cuando son serias y tienen verdadera intención de instalarse en el país, jamás se
muestran reticentes para cumplir con los requisitos legales que exige el país receptor de las inversiones, de
modo que se insistió con el criterio de exigir el estricto cumplimiento del requisito de la pluralidad de socios
y ante ello la sociedad filial "Coca Cola Femsa de Buenos Aires Sociedad Anónima" consintió la resolución IGJ
1632 del 15 de diciembre de 2003, recomponiendo en un plazo razonable la pluralidad sustancial de
accionistas y obteniendo finalmente la inscripción pretendida por ella.
La novedosa actitud asumida por la Inspección General de Justicia en materia de pluralidad sustancial de
socios o accionistas generó de inmediato cierta resistencia en determinados círculos, tanto profesionales
como académicos, esto es, quienes durante años utilizaron o aconsejaron la constitución de sociedades de
responsabilidad limitada o anónimas cuasi unipersonales, a los fines de trasladar los riesgos empresarios a
terceros, o para aquellos que, por encima de los verdaderos intereses en juego, estaba la necesidad de
copiar la legislación comparada, en especial la anglosajona, tan proclive a las sociedades de un solo socio,
pero no menos rigurosa cuando se trata de sancionar a quienes abusan del esquema societario para
defraudar a terceros.

Los argumentos para defender las sociedades de cómodo o sustancialmente unipersonales eran los
siguientes, esquemáticamente expuestos:

a) Que la ley 19.550 no ha previsto un mínimo de cuotas o acciones a ser suscripto por cada socio.

b) Que en tanto la Inspección General de Justicia no había observado la inexistencia de pluralidad sustancial
de socios en el acto constitutivo de la sociedad, mal podía hacerlo con posterioridad, al controlar la legalidad
de un acto societario posterior, pues como consecuencia de esa omisión, sus integrantes gozaban de un
derecho adquirido a tener las participaciones societarias que exhibieron en el acto constitutivo.

c) Que la unipersonalidad societaria está admitida por la ley 19.550 en el art. 94 inc. 8º y en las sociedades
que dejan de cotizar, conforme lo dispuesto por el art. 29 del decreto 677/2001.

d) Que la ley 19.550 admite la existencia del socio aparente en el art. 34.

e) Que nuestro ordenamiento legal permite la simulación lícita (art. 957 del Código Civil), y en consecuencia
no existen inconvenientes que se utilice la figura societaria al solo efecto de limitar la responsabilidad de los
socios para la realización de un determinado negocio, siempre y cuando la figura societaria no se utilice para
violar los derechos de terceros.

f) Y por obviedad, el remanido argumento de que la Inspección General de Justicia carecía de facultades
legales necesarias para merituar la cuantía de la participación societaria que exhibían los fundadores de una
sociedad comercial en el acto de su constitución, o con posterioridad a ello, cuando era resuelto en la
entidad controlada, un acto societario susceptible de posterior registración.

Ello determinó el dictado de una serie de resoluciones particulares(40), en las cuales se intentó rebatir tales
razones, que no consideramos suficientes a los fines de cambiar el rumbo en la orientación que habíamos
seguido en procura de la correcta utilización del negocio societario.

En primer lugar, y en lo que respecta al argumento de que la ley 19.550 no ha previsto un mínimo de cuotas
o acciones a ser suscripto por cada socio, solo una interpretación absolutamente exegética de su art. 1º
podría llegar a justificar tal argumento. Tal manera de razonar olvida que siendo el ordenamiento legal de las
sociedades un todo armónico, se impone la exigencia de una hermenéutica que busque la coherencia, y que
el legislador, en la Exposición de Motivos, al explicar, en la Sección 12, las razones por las cuales estableció la
solución prevista por el art. 94 inc. 8º de la ley 19.550 —disolución por reducción a uno del número de
socios— expresó claramente que "El inc. 8º de aquella disposición legal (el art. 94) establece la necesaria
disolución de la sociedad, cuando el número de socios se reduce a uno, sin perjuicio de que, y de acuerdo
con las más modernas legislaciones, se posibilite la reconstrucción de la pluralidad de integrantes en un
lapso breve, que de este modo se convierte en requisito sustancial, superando toda discusión en torno a la
pretendida legitimidad de las sociedades de un solo socio". A la luz de lo expuesto, parece imposible concluir
que los legisladores de 1972 hayan permitido la pluralidad formal de integrantes de una sociedad mercantil,
sino que más bien la intención de los mismos estuvo orientada en el sentido diametralmente opuesto(41).

Pero ello no era todo, pues si la intención de quienes redactaron la ley de sociedades comerciales hubiese
sido permitir que la pluralidad de socios se cumpliera solo formalmente, no se entiende la preocupación del
legislador en reglamentar de una manera harto minuciosa, como lo ha hecho en los arts. 37 a 49, el
contenido del aporte que debe efectuar cada socio, como requisito imprescindible para acceder al carácter
de tal. Con otras palabras, la exigencia que la ley 19.550 impone a los socios de realizar efectivos aportes a la
sociedad (arts. 1º, 11 inc. 4º, 37 y ss.), restringiendo a las sociedades de responsabilidad limitada y
sociedades por acciones la aportación de bienes determinados, susceptibles de ejecución forzada (art. 39), e
imponiendo severos regímenes de valuación para los mismos, constituye la mejor prueba de que el
legislador pretendió que los aportes efectuados a la sociedad por sus integrantes sean reales y serios(42).
Obsérvese que todas esas normas, de evidente orden público, en tanto han sido dictadas en protección de
los terceros, perderían todo sentido y finalidad si se permitiera la aportación de una suma irrisoria por un
socio, dejando al restante con más del noventa y nueve por ciento del capital de la sociedad.

Forzoso es concluir, como consecuencia de todo lo expuesto y tal como se sostuvo en el expediente
"Fracchia Raymond SRL", "...que el aporte efectuado por una socia de una sociedad de responsabilidad
limitada, de solo un peso, sociedad que cuenta con un capital social de diez mil pesos, no constituye un
aporte serio, por lo cual su legitimidad es inadmisible, a la luz de lo dispuesto por el art. 953 del Código
Civil".

Íntimamente vinculado con el argumento de que la ley 19.550 no prevé un porcentaje mínimo de
participación societaria, y por ello no corresponde observar por la autoridad de control el aporte de sumas
irrisorias o la titularidad de una ínfima cantidad de acciones o cuotas por parte de los integrantes de una
sociedad comercial, fue sostenido que el propio ordenamiento societario prevé expresamente que un
accionista puede ser titular de paquetes accionarios minoritarios. Tal es lo que prevé el art. 294 inc. 6º de la
ley 19.550, cuando establece la obligación de la sindicatura de suministrar a accionistas que representen no
menos del dos por ciento (2%) del capital, información sobre las materias que son de su competencia,
porcentaje que también es necesario requerir, conforme lo dispuesto por el inc. 11 de dicha disposición,
para formular denuncias al referido órgano de control interno de la compañía. Pues bien, y razonando de tal
manera, se preguntaba determinado sector de la doctrina, obviamente refractaria a los nuevos vientos que
soplaban en materia de control estatal de las sociedades comerciales, cuales podían ser los parámetros con
que contaba la Inspección General de Justicia para determinar cuando estábamos en presencia de una
"sociedad de cómodo" y cuando en presencia de una entidad real, concluyéndose en consecuencia que en
tanto la ley 19.550 no brindaba ninguno, la autoridad de control debía abstenerse de cuestionar la ausencia
de pluralidad sustancial de socios y proceder a la inscripción del contrato social o del acto requerido, sin
detenerse en examinar el número de acciones o cuotas sociales con que contaba cada socio.

Este argumento tampoco convence, pues es de toda evidencia que las dificultades que podría traer
aparejada para la autoridad de control el determinar la existencia de una sociedad de cómodo, no constituye
razonamiento idóneo para justificar que el Registro Público de Comercio deba convertirse en un simple
buzón, donde cualquiera deposita cualquier documento, sin la menor intervención del registrador mercantil.

No se trata entonces de tabular cual es el porcentaje mínimo de participación social que puede tener un
integrante de una sociedad comercial a los fines de inscribir el contrato social en el Registro Público de
Comercio, sino simplemente de observar aquellos contratos donde la titularidad de cuotas o acciones por
parte de un socio o accionista resulte irrisoria, a diferencia del otro socio, que cuenta en su haber con la casi
totalidad de dichas participaciones y si bien es cierto que ello podría aparejar alguna dificultad cuando la
sociedad cuenta con una determinada antigüedad en su funcionamiento, en tanto durante la vida de la
compañía podrían haber sucedido determinados acontecimientos naturales o societarios que redujeron
hasta límites mínimos la participación de uno de los socios, nada de ello ocurre cuando lo que se presenta
para su toma de razón en el registro mercantil es el contrato constitutivo, donde resulta mucho más sencillo
determinar cuando estamos en presencia de una sociedad real o simulada.

Un segundo argumento que fue muy utilizado para refutar las facultades de la Inspección General de Justicia
en torno a la exigencia del cumplimiento del requisito de la pluralidad sustancial de integrantes, fue aquel
que predicaba que en tanto la autoridad de control no había cuestionado la inexistencia de esa pluralidad al
ejercer el control de legalidad sobre el acto fundacional de la sociedad, mal podía hacerlo con posterioridad,
al controlar la legalidad de un acto societario posterior, pues como consecuencia de esa omisión, sus
integrantes gozaban de un derecho adquirido a tener las participaciones societarias que exhibieron en el
acto constitutivo.

Entendimos sin embargo que la inexistencia de pluralidad de socios requerida por la ley 19.550 en su art. 1º
—recuérdese que estamos hablando de acontecimientos sucedidos antes de la incorporación de las
sociedades unipersonales al ordenamiento societario argentino, lo cual ocurrió en el año 2014, con la
sanción de la ley 26.994—, constituye irregularidad que debía ser puesta de manifiesto en cualquier
momento en que ella se patentiza.

Pero además de ello, mal podría cumplirse el control de legalidad con que cuenta el encargado del Registro
Público de Comercio, vigente para todas las sociedades hasta el año 2014, y aún vigente para las sociedades
anónimas, si la pluralidad sustancial de socios solo es exigible en el acto constitutivo de la sociedad. Bastaría
pues cumplir con ese requisito al momento de exigir la toma de razón de la compañía para luego, una vez
concluido el íter constitutivo, asentar los verdaderos porcentajes sociales con que cuenta cada socio, para
esterilizar con posterioridad y para siempre las funciones de la autoridad de control en el ejercicio de tales
funciones, lo cual resultaría inadmisible.

Tampoco nos resultó convincente el argumento utilizado para cuestionar la exigencia de la pluralidad
sustancial de socios, consistente en que la unipersonalidad societaria está admitida por la ley 19.550 en el
art. 94 inc. 8º de la ley 19.550, en su anterior versión, y en las sociedades que dejan de cotizar, conforme lo
dispuesto por el art. 29 del decreto 677/2001. En primer lugar, la situación prevista por el hoy derogado art.
94 inc. 8º de la ley de sociedades comerciales, que preveía la disolución de toda sociedad comercial, por
reducción a uno del número de socios, constituye una situación anómala, absolutamente circunstancial, que
nunca podía ser tomada como principio general para sostener la admisión legal de la unipersonalidad
societaria, y ello es tan así que el legislador había contemplado un breve plazo de tres meses para que el
único socio pueda incorporar nuevos integrantes a la sociedad, transcurrido el cual el ente debe
necesariamente entrar en el período liquidatorio, sin perjuicio de la amplia responsabilidad asumida por el
único socio durante ese período.

En cuanto a la extraña solución prevista por el Decreto 677/01, denominado "Régimen de Transparencia de


la Oferta Pública", totalmente ajena a nuestro sistema legal y solo válida para las "sociedades cotizantes", en
forma alguna desplaza a los requisitos de existencia de toda sociedad comercial prevista por el art. 1º de la
ley 19.550, que se mantienen incólumes a pesar de esta novedosa legislación, de dudosísima
constitucionalidad. El art. 29 de dicha normativa prevé la forma y los efectos de la declaración de adquisición
por la sociedad controlante del cien por ciento de las acciones de la sociedad controlada, cuando las
restantes participaciones accionarias residuales estén en poder de una minoría cuya titularidad sea inferior
al cinco por ciento de las acciones emitidas por la entidad cotizante, pero ello constituye también una
situación absolutamente circunstancial y atípica que no autoriza a sostener la derogación tácita de la
primera parte del art. 1º de la ley 19.550. Por otro lado y atento que la solución prevista por los arts. 26 a 30
del decreto 677/2001 no han merecido aplicación concreta, a pesar de que dicha normativa cuenta con
varios años desde su sanción, nada hace pensar que, concretada y ejecutada la declaración de adquisición de
participaciones residuales, la sociedad controlante se encuentre eximida de recomponer la pluralidad de
socios, pues nada dice el referido decreto de la inaplicabilidad del art. 94 inc. 8º de la ley 19.550.

Parecidos argumentos pueden utilizarse para desestimar la opinión de aquellos que predican que la norma
del art. 34 de la ley 19.550 admite tácitamente la existencia de las sociedades de cómodo, cuando reconoce
y reglamenta la figura del socio aparente. Se trata de una disposición legal que prevé un par de situaciones
patológicas, pero que ningún ordenamiento legal societario puede ignorar: la existencia en la sociedad de un
socio aparente —comúnmente denominado "testaferro"—, procediendo la norma a reglamentar su régimen
de responsabilidad y las relaciones que se originan en torno a los verdaderos socios y frente a la sociedad.
Sin embargo, nada permite sostener que dicha norma excluya la aplicación a las sociedades de cómodo de
las normas previstas por el derogado Código Civil y hoy por el Código Civil y Comercial de la Nación, en
materia de simulación de actos jurídicos (arts. 955 a 960 del derogado Código Civil y 333 a 337 del Código
Civil y Comercial de la Nación), de manera tal que el vínculo que liga al socio aparente con la sociedad es
susceptible de ser declarado nulo por vía judicial, así como idéntica suerte correrá la sociedad de solo dos
integrantes, en la cual uno de ellos es testaferro del otro, precisamente por carecer dicho ente de una
pluralidad sustancial o real de integrantes, encontrándose los terceros legitimados para promover la acción
de nulidad correspondiente.

Sostener que la ley 19.550, al haber previsto en su art. 34 la posibilidad de la existencia de un socio
simulado, ha admitido las sociedades sustancialmente unipersonales o sociedades de cómodo, constituye un
inadmisible error, como lo sería, por analogía, afirmar que al haberse también admitido las sociedades de
objeto ilícito en el art. 18, el ordenamiento societario vigente no exige que el objeto de la sociedad en
formación deba adecuarse a lo dispuesto por el art. 953 del Código Civil —hoy art. 279 del CCyCN—.

Finalmente, y en lo que respecta a la doctrina que predica la validez de la constitución de sociedades a los
únicos efectos de limitar la responsabilidad del empresario individual, considerando esa situación como un
supuesto de simulación lícita o de negocio jurídico indirecto, la Inspección General de Justicia se pronunció
en forma reiterada rechazando tal posibilidad, en tanto la ley 19.550 solo admite la constitución de
sociedades a los únicos fines de dedicarse a la producción de bienes o servicios (art. 1º), descartando la
validez de las sociedades que tuvieran exclusivamente un fin extrasocietario (art. 54 último párrafo de la ley
19.550).
Se sostuvo, en el expediente administrativo "San Isidro Golf Club"(43), mediante conclusiones
perfectamente aplicables al caso en análisis, que si bien la discutible figura de la "simulación lícita" aparecía
mencionada en el art. 957 del Código Civil, esta norma no consagra a esta forma de simulación como una
categoría legal ni alienta la celebración de semejante tipo de operaciones, sino que simplemente se abstiene
de reprobarla, pues el derecho no ha sido creado para beneficio de los simuladores o los extravagantes,
pues el legislador pretende que cada una de las instituciones o figuras que reglamenta el ordenamiento legal
se utilice a los fines para los cuales han sido previstas, de manera tal que si quien constituye una sociedad
comercial con el único propósito de obtener un resultado favorable para los intereses personales del
"dueño", totalmente desvinculado de los fines societarios, el derecho no solo no debe protegerlo, sino
tampoco tolerarlo. En definitiva, no resulta admisible partir de la simulación, reprobada o no por la ley, para
efectuar una construcción jurídica ni para fundamentar la legalidad de un determinado instituto y así lo ha
precisado Mosset Iturraspe, cuando, señalando las diferencias entre las llamadas simulación lícita o ilícita,
sostuvo que con respecto a la primera que, en la simulación lícita "...hay engaño pero no perjuicio"(44).

Y lo expuesto es aplicable también para el difuso concepto de "negocio jurídico indirecto", que, a mi juicio,
no constituye otra cosa que una manera más elegante de definir a la simulación. Pero aún admitiendo la
existencia de diferencias entre una y otra figura, debe concluirse que cuando el negocio jurídico indirecto
está dirigido a violar prohibiciones legales, en tanto las partes pretenden lograr por una vía indirecta u
oblicua los fines que no pueden conseguir directamente, nos encontramos frente a un fraude a la ley, con lo
cual mal puede aceptarse la posibilidad de recurrir al negocio societario a los fines de obtener
exclusivamente un beneficio que la ley no otorga a quien ha demostrado que no le interesa ejercer el
comercio en sociedad y que solo recurre a las instituciones previstas por la ley 19.550 a los únicos fines de
eludir un resultado que es inevitable para el comerciante individual, cual es el de responder con todos sus
bienes por las obligaciones contraídas en el ejercicio de su actividad(45).

2.6.2. La doctrina judicial en materia de sociedades de cómodo. Los casos "Fracchia Raymond Sociedad de
Responsabilidad Limitada" y "Boca Crece Sociedad Anónima"

Mientras todos estos temas eran debatidos en la Inspección General de Justicia, se celebró durante el mes
de octubre de 2004 en la ciudad de San Miguel de Tucumán el IX Congreso Nacional de Derecho Societario y
V Congreso Iberoamericano de la Empresa, donde el tema de la validez de las sociedades de cómodo no
pasó desapercibido, pues como consecuencia de la aparición en escena de un Anteproyecto de Reformas a
la Ley de Sociedades y las resoluciones dictadas desde la Inspección General de Justicia, que consagraban
soluciones absolutamente contradictorias, el derecho societario volvió a tomar protagonismo, luego del
auge del derecho concursal de los últimos años, consecuencia de la grave crisis económica sufrida por el país
en los años 2001 y 2002.

Más allá de que, como toda cuestión donde se entrecruzan intereses personales, profesionales o
simplemente aflora la pasión para defender una particular toma de posición en la vida, se manifestaron, en
ese evento, posturas contradictorias y en algunos casos irreconciliables en materia de sociedades
constituidas en el extranjero, capital y objeto social, y por supuesto, sociedades de un solo socio —entre
otros temas— con partidarios y detractores del cuanto menos novedoso protagonismo que la Inspección
General de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires había adquirido entre los años 2003 a 2005, pero quedó
flotando la impresión de que los asistentes a ese evento esperaban con ansiedad un pronunciamiento de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal, que, como es sabido, constituye el
tribunal de apelación de las resoluciones dictadas en materia de sociedades comerciales por la Inspección
General de Justicia.

Lo cierto es que si bien en este tema, como en muchos otros aspectos del funcionamiento de las sociedades
comerciales habían sido dictadas por la Inspección General de Justicia, durante los años 2003 y 2004,
importantes resoluciones administrativas, que en muchos casos alteraban una forma de actuar que no había
sido observada hasta entonces, no dejaba de sorprender el hecho de que ellas no fueran recurridas por los
interesados, aunque esa curiosa omisión podía justificarse por varios motivos. Uno de ellos es que a los
interesados les hubiese urgido la inscripción que fuera observada por la Inspección General de Justicia y no
quisieran perder el tiempo que insume la tramitación de un recurso de apelación, resultando más útil y
mucho menos oneroso para la sociedad allanarse a los reparos efectuados por este Organismo. Otras veces,
las discrepancias con los criterios del Organismo era cuestión que solo importaba al letrado o al profesional
dictaminante, pero que a la entidad requirente le era absolutamente indiferente, por lo que los
cuestionamientos se agotaban en el trámite interno de la Inspección. Pero sea cual fuere el motivo, lo cierto
es que, en materia de sociedades sustancialmente unipersonales, resultaba muy importante obtener un
pronunciamiento de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, para unificar criterios, dado la gran
cantidad de compañías que existían en el mercado, donde uno de los socios retenía la casi totalidad del
capital social de la sociedad.

El caso llegó finalmente a la Cámara de Apelaciones en lo Comercial de la Ciudad de Buenos Aires hacia
finales del año 2004. Se trataba del expediente caratulado "Fracchia Raymond Sociedad de Responsabilidad
Limitada", en el cual la Inspección General de Justicia había dictado resolución denegatoria el día 12 de
octubre de 2004 y vale la pena detenernos en los antecedentes del caso, que ofrecía características únicas.

Se trataba de una sociedad de responsabilidad limitada de un capital social de diez mil pesos, integrada por
dos mujeres, una de ellas titular de la cantidad de 9.999 cuotas sociales —cuyo apellido coincidía con la
denominación de la entidad— y la segunda de la cuota restante, constituida a los fines de dedicarse a los
negocios inmobiliarios.

Observado el contrato social por la oficina de Precalificación Legal del Organismo de Control, atento la
composición de su capital social y recomendada la recomposición de la pluralidad sustancial de socios, la
sociedad pretensora exigió el dictado de una inmediata resolución particular por el Inspector General de
Justicia, y lo verdaderamente sorprendente, a diferencia de lo que ocurría en otros expedientes
administrativos de similar o parecidas características, fue que en el escrito en donde cuestionaba el aludido
proveído, fundando en derecho la improcedencia de las exigencias de la autoridad de control, no esgrimió ni
reprodujo todos o parte de los argumentos con que la doctrina había refutado el criterio de la Inspección
General de Justicia en torno a las sociedades sustancialmente unipersonales, sino que admitió expresamente
que se trataba de un emprendimiento personal de la socia controlante, pero que ella había tenido que
recurrir a la técnica societaria, pues era el único camino que el derecho le ofrecía para limitar su
responsabilidad patrimonial por el nuevo emprendimiento comercial que pretendía llevar a cabo.

Rechazada definitivamente la inscripción de la sociedad por la Inspección General de Justicia mediante


resolución dictada en el mes de octubre del año 2004, aquella interpuso y fundó recurso de apelación, que
quedó definitivamente radicado por ante la sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, la
cual se pronunció en fecha 3 de mayo de 2005, y mediante una sentencia donde no dejó argumento por
considerar, desestimando los agravios y confirmando totalmente la resolución dictada por la Inspección
General de Justicia.

Resulta de importancia destacar los argumentos empleados no solo por el tribunal de alzada, sino también
por la por entonces Sra. Fiscal ante la Cámara de Apelaciones en lo Comercial, Dra. Alejandra Gils Carbó,
quien aportó, a nuestro juicio, fundados argumentos en torno a la competencia de la Inspección General de
Justicia y al control de legalidad de que goza el registrador mercantil.

Sostuvo la Cámara los siguientes argumentos:

• La exigencia de la pluralidad sustancial de socios en una sociedad comercial importa el ejercicio del control
de legalidad por parte de la Inspección General de Justicia, que no debe considerarse acotado al examen de
regularidad formal de los requisitos de constitución de una sociedad, pues abarca el control de legalidad
sustancial o de los requisitos de fondo del negocio constitutivo.

• La pluralidad sustancial de socios debe mantenerse durante toda la existencia del ente y tal requisito no
debe ser considerado como una exigencia formal de la ley 19.550.

• Los constituyentes de las sociedades deben ser socios reales: el prestanombre es un socio aparente y si por
su intervención desaparece la pluralidad, se dará una constitución in fraudem legis que implica una sociedad
inexistente en razón de ausencia de esa pluralidad fundamental.

• La falta de pluralidad de socios de acuerdo a nuestra legislación vigente produce la inexistencia de la
sociedad, pues el acto constitutivo es solo aparente.

• La simulación de sociedades a través de las denominadas "sociedades de cómodo" no pueden ser
consideradas lícitas en nuestro derecho, por resultar violatorias de la concepción contractual de la sociedad
y del régimen del patrimonio, toda vez que el legislador no ha permitido que a través de este medio los
individuos puedan ser titulares de patrimonios afectados a sus diversas empresas.
• Resulta procedente la declaración de nulidad del acto constitutivo de una sociedad comercial por
simulación ilícita, al padecer como vicio intrínseco la infracción a la pluralidad de sujetos exigida por la ley
19.550 y no se diga que la cuestión encuentra adecuada respuesta en el régimen de responsabilidad del
socio aparente, en el recurso de la inoponibilidad de la personalidad jurídica o en otros institutos, por cuanto
los mismos aparecen reservados para una eventualidad ulterior y su procedencia no resulta excluyente de la
solución adoptada, que se ajusta estrictamente a la detección de los vicios apuntados durante el íter
constitutivo.

• La validez del negocio jurídico indirecto, que supone una discordancia entre la causa final prevista por el
ordenamiento legal y la perseguida por las partes, se encuentra sujeta a que esta última merezca el
reconocimiento y tutela del ordenamiento jurídico, lo que no ocurre cuando se constituyen sociedades
simuladas, por mediar apartamiento inequívoco de la legislación vigente.

• Resulta inadmisible invocar la costumbre como fuente de derecho cuando ella es contra legem, en cuyo
caso no puede generar derechos ni constituir fuente de aquellos. Tal lo que sucede con la costumbre que
evidencia la generalización de un fenómeno patológico de uso abusivo y desviado de un recurso legal —la
constitución de sociedades— con el exclusivo y deliberado propósito de limitar la responsabilidad del
comerciante individual.

Por su parte, la Sra. Representante del Ministerio Público ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, la Dra. Alejandra Gils Carbó, agregó otros fundamentos, que el Tribunal de Alzada hizo suyos, con
los cuales se dio acabada respuesta a quienes cuestionaron la facultad del registrador mercantil, en ejercicio
de su control de legalidad, de observar las participaciones societarias insignificantes en cabeza de
determinados socios. Se sostuvo textualmente lo siguiente: "El Inspector General de Justicia ha ejercido su
deber de efectuar el control de legalidad con fundamento en la ley vigente, cuando el rechazo de la
inscripción se fundó en la falta de cumplimiento del recaudo de la pluralidad de socios. El temperamento
adoptado, en el sentido de considerar que no existe pluralidad de socios si la participación social es
insignificante, constituye una interpretación de la ley aplicable que no cabe tachar de irrazonable, debiendo
recordarse al respecto que la "insignificancia" ha sido estimada en reiteradas oportunidades por los
tribunales para privar a un acto de sus efectos o consecuencias jurídicas", concluyendo dicha funcionaria: "La
adopción de los criterios a tener en cuenta sobre la suficiencia de la participación societaria por uno de los
socios a los fines de ser considerado tal, constituye una decisión propia de la política de control desarrollada
por la autoridad de aplicación que concierne a la esfera de su discrecionalidad, por lo que, mientras la
política elegida por el titular halle fundamento legal y no sea arbitraria o irrazonable, su revisión se halla
excluida del control judicial".

El caso "Fracchia Raymond SRL" puso fin, a mi juicio, a la polémica desatada en torno a las sociedades de
cómodo, pues el tribunal interviniente fue respondiendo, con argumentos ilevantables, cada uno de los
razonamientos que determinado sector de la doctrina, seducido por una supuesta modernidad que no es tal,
había esgrimido para justificar lo injustificable: que pueda ser violado el régimen patrimonial argentino,
mediante la posibilidad de que una persona pueda dividir su patrimonio como le venga en ganas.

Si bien fueron pocas las voces que protestaron contra la doctrina del caso "Fracchia Raymond", es
importante detenerse en algunas de esas críticas: El profesor de la Universidad de Córdoba, Horacio Roitman
partiendo de la base de que en la actualidad, el concepto de sociedad como herramienta para la
organización de la actividad grupal y de concentración y acumulación de capitales ha pasado a un segundo
plano, concentrándose ahora la atención en la función económica de la sociedad como técnica jurídica de la
organización de la empresa e instrumento para la canalización productiva de la inversión y de
fraccionamiento del patrimonio y de la responsabilidad, entiende que el —por entonces— no
reconocimiento legislativo de las sociedades de un solo socio, pone en desventaja al empresariado local,
privándolo del instituto de la sociedad unipersonal, que está reconocido, probado y comprobado en la
mayoría de los ordenamientos jurídicos que interesan a la Argentina. Sostuvo asimismo Roitman que la
doctrina del fallo "Fracchia Raymond" no podrá extenderse a otros supuestos en donde se constate la
existencia de participaciones totalmente desproporcionadas entre los integrantes de una sociedad, habida
cuenta que este particular caso, existió una confesión del socio de su intención de recurrir a un subterfugio
jurídico para eludir el sistema, concluyendo este autor que la Inspección General de Justicia nunca podrá
invocar el fraude o la elusión del sistema sobre la base de presunciones(46).

Otro abogado especialista en derecho societario, Jorge Bazán, criticó el fallo en análisis argumentando que la
doctrina emanada del caso "Fracchia Raymond" contraría a la ley de sociedades, niega los usos y costumbres
comerciales y también al moderno derecho comercial y finalmente resta virtualidad a la limitación de la
responsabilidad del comerciante, estimando lícito que el empresario pretenda morigerar el alea que importa
su emprendimiento, limitando su responsabilidad. Concluyó Bazán su tesis argumentando que "La respuesta
a favor de quienes contratan con tipos societarios de responsabilidad limitada debe ser la suficiente garantía
que importa el capital social y/o su patrimonio o eventualmente la exigencia, por parte de esos terceros
contratantes, de otras garantías adicionales, lo cual nada tiene que ver con la forma en que los socios
distribuyen sus tenencias dentro del capital social"(47). Este particular enfoque de la cuestión fue
compartido en su casi totalidad por Leandro Caputo, en un artículo titulado "Particularidad del precedente
Fracchia Raymond SRL"(48).

No compartimos esos argumentos. En primer lugar, nos resulta inadmisible la tesis esgrimida por Horacio
Roitman, en cuanto sostiene que la necesidad de admitir la sociedad de un solo socio surge de que ella ha
sido admitida en los países con los cuales la República Argentina le interesa mantener relaciones y que ello
permitirá al empresario local no encontrarse en desventaja frente a sus pares extranjeros. Como ya hemos
dicho, la adopción en otras latitudes y otras orillas de determinadas instituciones no implica, solo
automáticamente su excelencia ni la República Argentina debe considerarse morosa por el hecho de no
incorporarla de inmediato a su ordenamiento positivo. Por otro lado, la necesidad de no poner en
desventaja al empresario local no puede convertirse en argumento atendible a los fines de reformar la ley de
sociedades comerciales, cuando la figura que se pretende incorporar a dicha normativa puede convertirse
en un instrumento de fraude en perjuicio de los terceros, como sobradamente ha quedado comprobado
mediante un somero análisis de la jurisprudencia patria, que ha dejado al descubierto que la utilización de la
técnica societaria ha sido utilizada para defraudar al fisco, a los trabajadores, a la cónyuge, a los herederos, a
los acreedores y a los propios socios, entre otros.

El hecho de que la propia interesada, en el caso "Fracchia Raymond SRL" haya reconocido expresamente que
su verdadero propósito, al constituir esta sociedad, era la búsqueda de la limitación de su responsabilidad
por los riesgos que podía suponer el emprendimiento comercial descripto en el objeto de la compañía, lejos
de constituir un argumento que limita o menoscaba los alcances de la doctrina sentada por la Cámara de
Apelaciones en lo Comercial, lo refuerza considerablemente, pues todos sabemos que los argumentos
jurídicos esgrimidos por quienes pretendieron inscribir una sociedad de cómodo, ante las objeciones
formuladas por la Inspección General de Justicia, son mera literatura, y que detrás de todos ellos se
encuentra la única intención de limitar la responsabilidad de quien era, en los hechos, el socio exclusivo de
ese ente ficticio.

Tampoco podemos sostener, como lo ha hecho el Profesor Roitman, que la Inspección General de Justicia
carece de facultades para invocar el fraude o la elusión del sistema sobre la base de presunciones. Si
partimos de la base que la sociedad sigue siendo un instrumento de concentración de capitales, como
indudablemente surge de la ley 19.550, y que, de acuerdo con nuestro derecho patrimonial positivo, no
existe la posibilidad de fraccionar el patrimonio de una persona, que es único a los fines de honrar los
compromisos asumidos, considerar como real y verdadera a una sociedad comercial, al efectuar el control
de legalidad de su acto constitutivo, donde uno de los socios retiene en su poder casi todas las cuotas o
acciones de la firma, resultando manifiestamente insignificante el aporte efectuado por el restante socio,
cuyo monto no supera el valor de una moneda, resultaría una actitud impropia de un organismo de control,
que precisamente debe la razón de su existencia a la necesidad de controlar que los sujetos de derecho den
acabado cumplimiento a la ley.

Y en cuanto a los demás argumentos, en especial aquel que sostuvo que los usos y costumbres de los
comerciantes desplazan a la ley positiva, debe el lector perdonarme esta licencia, pero no puedo resistirme a
la tentación de transcribir varios párrafos del magnífico artículo del Profesor Guillermo Cabanellas, referido a
la doctrina del caso "Fracchia Raymond", que el suscripto comparte en su totalidad(49):

"Si el fallo comentado presenta especial interés, ello se debe fundamentalmente a que viene a desmentir
una suerte de superstición o rumor, propio de las últimas décadas, en el sentido de que las sociedades
unipersonales, en su constitución, habrían dejado de ser inválidas. Tal rumor de apoyaba en una efectiva
práctica de constitución de sociedades simuladas que, en uno de sus tantos aciertos, el fallo descarta como
justificación de la constitución de sociedades unipersonales. Esa invocación nos hace recordar a un viejo
cuento español: un andaluz llega al cielo y al dar su nombre, San Pedro advierte que ha cometido múltiples
robos. Le dice entonces ¿Cómo pretende entrar al cielo cuando ha cometido tantos robos? "Es que había un
runrún de que el robo no era más pecado", contesta el andaluz".

Sostuvo asimismo Cabanellas, en torno al fallo, sus especiales características y en particular al artilugio de
constituir sociedades a los fines de limitar la responsabilidad del empresario individual:
"El catálogo de fines ilícitos de las sociedades simuladas es por cierto amplio: evasión y elusión de
impuestos, frustración de los derechos de los trabajadores, cónyuges y acreedores, fraudes contra las
normas concursales, etc. No es exagerado decir que si las figuras societarias son uno de los principales
instrumentos de la organización jurídica empresaria, también lo son del fraude contra el orden jurídico; y
que son más las sociedades que se utilizan para eludir distintos aspectos del sistema jurídico que las que
genuinamente están dirigidas a asociar capitales y otros aportes en un esfuerzo económico compartido. Si
las figuras societarias son un extraordinario instrumento de organización empresaria, debido a la utilidad
jurídica que tienen su personalidad y la responsabilidad limitada de los socios, tales cualidades son también
de enorme utilidad para estructurar todo tipo de maniobras lesivas de otros aspectos del orden jurídico".

"Dentro de este poco alentador panorama, encontramos una aislada luz de sinceridad en los socios
fundadores de la sociedad invalidada por el fallo comentado, quienes manifestaron que la constituyeron
para obtener el beneficio de la limitación de la responsabilidad por los riesgos que supone el negocio".

"Analicemos las implicancias de esta afirmación. Hay negocios buenos y negocios malos. La responsabilidad
limitada de los socios implica que si se emprende un negocio al amparo de esa responsabilidad, los
resultados positivos serán para los socios y los negativos podrán ser trasladados a los acreedores, salvo en la
medida de los aportes que así se pierden. Se crea así un fuerte sesgo a emprender negocios riesgosos y más
aún, a manejar fraudulentamente los negocios, apropiándose de los activos de la sociedad utilizada como
vehículo. Algunos acreedores —los que tengan capacidad de negociación— podrán defenderse de estas
maniobras; otros —los involuntarios, como el Fisco y los acreedores por responsabilidades
extracontractuales y los laborales—, cargarán con las pérdidas imputables al negocio frustrado".

"La responsabilidad limitada de los socios va así, en principio, en contra de los principios básicos del
capitalismo. El empresario adoptará decisiones no en función de los beneficios y costos que causen tales
decisiones, sino sobre la base de una estructura sesgada de asignación de beneficios y costos, donde
aquellos queden al empresario y éstos puedan trasladarse total o parcialmente a terceros ajenos a las
decisiones de la empresa. Si esa responsabilidad limitada es, sin embargo, admitida por la generalidad de los
sistemas jurídicos, es porque hay motivos económicos, fundados en la función asociativa de las sociedades y
en el funcionamiento de los mercados de capitales, que hacen conveniente limitar la responsabilidad de los
socios, cuando se dan los motivos para ello".

Y remata su tesis el Profesor Guillermo Cabanellas del siguiente modo:

"Pero lógicamente, esta justificación de la responsabilidad limitada solo existe si efectivamente hay
utilización de la función asociativa y hay acceso a los mercados de capitales. Nada de ello es el caso en las
sociedades efectivamente unipersonales. Estas son solo una especie de mecanismo para trasladar las
consecuencias de los malos negocios a ese despreciable sujeto, el prójimo".

Solo un año después, otra sala del mismo Tribunal se pronunció en el mismo sentido y ello ocurrió en el caso
"Boca Crece Sociedad Anónima".

La sociedad "Boca Crece SA" es una sociedad anónima que en el año 2005 pretendió la inscripción en el
Registro Público de Comercio de un aumento del capital social resuelto Asamblea General Extraordinaria. La
característica especial que presentó este caso fue que dicha sociedad estaba constituida por dos entidades
exclusivamente: la Asociación Civil Club Atlético Boca Juniors, como titular del 99% de las acciones y el
restante uno por ciento estaba en cabeza de otra entidad no mercantil, la "Asociación Mutual de Ex
Jugadores del Club Atlético Boca Juniors".

De manera tal que en este singular precedente no solo estaba en entredicho la desproporcionada
participación accionaria que exhibían los integrantes de la sociedad "Boca Crece Sociedad Anónima", sino
que se presentaba otra situación de dudosa legalidad y que la Inspección General de Justicia, desde mi
gestión, había pretendido poner fin, como era el caso de las entidades de bien público convertidas en
controlantes absolutas de compañías mercantiles.

Es posible que esta alternativa pudo surgir de la dificultad de las entidades de bien público de generar
recursos propios y es también probable que los integrantes de dichas entidades no estuvieran
permanentemente dispuestos a aportar dinero para la consecución de los fines altruistas que se propusieron
al fundar la entidad y la posibilidad de contar con importantes dividendos anuales generados por la
titularidad de importantes participaciones accionarias en sociedades mercantiles haya constituido un
aliciente para que importantes empresarios o "capitanes de la industria" argentinos hayan "donado" sus
acciones a fundaciones vinculadas a esas compañías, pero lo cierto es que un relevamiento efectuado por el
Departamento de Asociaciones Civiles y Fundaciones de la Inspección General de Justicia, por entonces a
cargo del Dr. Luis Calcagno, demostró que tales donaciones accionarias, lejos de perseguir la finalidad
altruista que se invocaba, encubría una maniobra tendiente a lograr los beneficios impositivos de que gozan
las fundaciones, insolventar a la persona física titular de las acciones donadas o finalmente ocultarse detrás
de la pantalla que ofrece la personalidad jurídica de estas instituciones, para sortear todo tipo de
incompatibilidades o prohibiciones legales.

Resultó particularmente interesante e instructivo revisar los estados contables de las compañías en las
cuales una entidad de bien público —en especial fundaciones— aparecía como titular del paquete de control
de las mismas, pues una somera lectura de esos instrumentos ilustraba que, en la mayor parte de los casos,
esas sociedades tenían por costumbre no distribuir dividendos entre sus integrantes y retener
indefinidamente los mismos en la nunca bien ponderada cuenta de resultados no asignados del patrimonio
neto. Pero además de ello, si uno se tomaba el trabajo de revisar los estados contables de la entidad de bien
público, podía también advertir la escasa actividad filantrópica que ella realizaba. De manera tal que a nadie
sorprendió demasiado que en el mes de mayo de 2004 se dictara la resolución general 7/2004 conforme al
cual se previó un límite preciso a la titularidad por parte de una entidad de bien público de participaciones
en sociedades comerciales, poniendo fin de esa manera a una errática jurisprudencia administrativa de la
Inspección General de Justicia, que, seducida por los vientos liberales de épocas afortunadamente pasadas,
había llegado a sostener que no existía el menor inconveniente para que una asociación civil o una
fundación pudieran convertirse en titulares del noventa y nueve por ciento de una sociedad comercial.

La sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial resolvió la cuestión en fallo del 27 de junio
de 2006 confirmando la resolución de la Inspección General de Justicia, y ratificando, en lo que respecta a la
pluralidad sustancial de socios, el criterio que este Organismo venía manteniendo desde el mes de
noviembre de 2003(50). Se sostuvo al respecto que "No se encuentra cumplido el recaudo de la pluralidad
de socios cuando la sociedad comercial está formalmente integrada por dos socios, y en la cual el grado de
participación conferido a uno de ellos resulta cualitativa y cuantitativamente nimio, lo que revela, desde el
punto de vista sustancial, que el mentado requisito no luce satisfecho".

Dijo también el tribunal de apelaciones que "No aparece razonable ni serio pensar que un socio haya
adquirido voluntariamente una mínima participación accionaria en la sociedad (1%), con la real intención de
asumir la posición de un verdadero socio, con todas sus implicancias: efectivo interés en ejercer un dinámico
y decisivo control en la administración y gobierno de la sociedad y activa intervención en la gestión de la
empresa", y en lo que respecta a la supuesta existencia fáctica de las sociedades unipersonales en nuestro
tráfico mercantil, motivada por la aceptación casi universal de estas figuras y que para los cultores de la
misma constituía un hecho que conducía directamente a la derogación tácita del art. 1º de la ley 19.550,
sostuvo el tribunal que "Si bien no se desconoce la actual regulación imperante en otros sistemas jurídicos
que aceptan la sociedad de un solo socio, así como los numerosos proyectos legislativos presentados
durante los últimos años, tendientes a incorporar la figura de la sociedad unipersonal o de la empresa
individual de responsabilidad limitada, pero el marco legal que rige las sociedades comerciales exige que la
pluralidad de socios sea un requisito sustancial para la existencia de las mismas".

Y en lo que respecta a la falta de capacidad de las asociaciones civiles o fundaciones pudieran ser titulares de
participaciones en compañías mercantiles, la opinión del tribunal fue terminante: "No debe permitirse que
las asociaciones o las fundaciones sean un vehículo para la realización de todo tipo de actos de comercio,
con un claro objetivo de lucro, pero disimulado bajo la apariencia de una entidad de bien público, pues de
permitirse que ello suceda, sería el fin de esas instituciones", afirmándose, con referencia exclusiva a la
situación planteada por la sociedad "Boca Crece Sociedad Anónima", que "La participación que tiene la
asociación civil en una sociedad comercial del 99% de sus acciones, le permitirá, de modo indirecto y
solapado, concretar numerosos actos ajenos al bien común que caracteriza, inspira y nutre la conformación
de esa especial unión asociativa, que se encuentran determinados por una exclusiva motivación de lucro".

2.6.3. Algunos supuestos particulares que no constituyen sociedades de cómodo. La jurisprudencia de la


Inspección General de Justicia

Si bien quedó claro, conforme los fallos judiciales antes mencionados, que el ejercicio del control de
legalidad de la Inspección General de Justicia sobre las participaciones societarias de titularidad de los
integrantes de la sociedad puede ser efectuado no solo en el acto constitutivo sino también durante toda la
vida de la sociedad, en tanto la pluralidad sustancial de socios constituye requisito de la existencia misma del
ente, la autoridad de control, en una serie de precedentes, dejó aclarado que los criterios para apreciar tales
extremos no son exactamente los mismos.

Es de toda evidencia que resulta mucho más sencillo comprobar la inexistencia de pluralidad sustancial de
socios en el acto constitutivo de la sociedad y no en oportunidad de controlar la legalidad de un acto
societario posterior, resultando particularmente sugestivo que en una típica sociedad anónima cerrada, con
dos o tres socios, con un capital social mínimo de doce mil pesos y un objeto social modesto —tal el caso del
90% de las sociedades anónimas que se presentan para su inscripción en la Ciudad de Buenos Aires— pueda
distribuir su capital social en un 99 % en cabeza de una persona y el saldo entre las restantes. Sostener lo
contrario, esto es, que el socio mayoritario no pudo reunir la suma de ciento veinte pesos, luego de aportar
once mil ochocientos ochenta, y que debió recurrir a otra persona para aportar lo necesario para ejercer el
comercio en sociedad, constituye una ingenuidad incompatible con la especialización y la profesionalidad
que caracteriza a quienes ejercen funciones en la Inspección General de Justicia, cuyo objetivo es,
precisamente, que todas las personas jurídicas —salvo mutuales y cooperativas, que tienen un régimen de
control externo específico— funcionen de acuerdo con el ordenamiento legal vigente.

Pero la acumulación de porcentajes societarios por un socio o accionista, durante toda la vida de la sociedad
no solo puede responder a la adquisición posterior de cuotas o acciones efectuada por el socio controlante
que lo convierta, de hecho, en el único integrante de la sociedad, sino que puede suceder que el o los
restantes accionistas hayan visto reducida su participación a una mínima expresión por circunstancias ajenas
a su voluntad o por haber dejado de ejercer un derecho que le asistía para conservar una participación
mayor(51).

Todo abogado con especialización en derecho societario —o corporativo, como se dice en algunos
ambientes más internacionales— y con mucha más razón si ha pasado los cincuenta años, sabe que era
costumbre habitual, en épocas de vigencia de las normas que el Código de Comercio dedicaba a las
sociedades comerciales, lo cual aconteció hasta el año 1972, que el accionista mayoritario repartieran un
número mínimo de acciones entre el personal jerarquizado de la sociedad, a los fines de incentivarlos en su
trabajo y crearles una especie de sentimiento de pertenencia a la empresa, costumbre que si bien fue
abandonada posteriormente, dejó al descubierto una gran dispersión accionaria en muchas antiguas
sociedades anónimas, las cuales se vieron imposibilitadas, por esa razón, de celebrar asambleas unánimes a
pesar de encontrarse el grueso de las acciones en manos de una misma familia.

Otra razón que justifica la reducción de las participaciones societarias en una sociedad comercial lo
constituye el fallecimiento de los socios, en especial en las sociedades anónimas, donde no es admisible el
instituto de la resolución parcial del contrato de sociedad y en las cuales los herederos del accionista
fallecido deben necesariamente ingresar a la misma, muchas veces sin la menor voluntad de hacerlo. Por
ejemplo, un porcentaje accionario del cinco por ciento o menos del capital social puede verse atomizado en
ínfimas participaciones según la cantidad de herederos del accionista fallecido, y ni que hablar del accionista
que, por falta de fondos o por desinterés, no ha suscripto las acciones correspondientes a múltiples
aumentos del capital social ocurridos en la sociedad durante un prolongado lapso de tiempo.

Como no podía ser de otro modo, la Inspección General de Justicia tuvo en cuenta todas esas circunstancias
en oportunidad de resolver la inscripción de determinado acto societario, aprobado por una asamblea con el
voto de un socio que representaba más del noventa y nueve por ciento del capital social. Así, en el
expediente "Clariant Argentina Sociedad Anónima"(52), resolvió que se encuentra sustancialmente
acreditada la pluralidad de socios cuando, a pesar de lo modesto de la participación porcentual de varios
accionistas, no se verifica la existencia de una "sociedad de cómodo", cuando la disminución de la
participación social de los accionistas minoritarios fue producto del desinterés de éstos en suscribir a lo largo
del tiempo, sucesivos aumentos del capital social, que importaron una notable reducción de su participación
proporcional. Asimismo, se agregó en ese precedente la inaplicabilidad del precedente administrativo "Coca
Cola Femsa de Buenos Aires Sociedad Anónima" (resolución IGJ 1632 del 15 de diciembre de 2003), al cual
hemos hecho ya referencia, cuando la participación de los socios minoritarios, por minúscula que pareciera,
no deja de ser importante, en términos absolutos, al punto que el aporte de uno de ellos, más allá del valor
nominal de las acciones que se suscribiera, se integró con un importante inmueble en el que se asienta una
planta industrial de la sociedad(53).

Finalmente, en el expediente administrativo caratulado "Telecom Personal Sociedad Anónima"(54)la


Inspección de Justicia entendió necesario dejar aclaradas aquellas situaciones por las cuales no correspondía
entender que se estaba en presencia de una sociedad de cómodo, sino ante una verdadera sociedad, en la
cual, si bien existía una enorme desproporción entre las participaciones accionarias de cada uno de los
socios, ello se debía al normal acontecer de las cosas y no a la voluntad de uno de ellos, de contar con una
estructura societaria para evitar la responsabilidad ilimitada que le podría ocasionar el ejercicio de la
actividad comercial o empresaria a su exclusivo nombre.

Concretamente y a modo de ejemplo, se dijo en el caso "Telecom" que la existencia de una pluralidad
sustancial de socios, como requisito de existencia misma de la sociedad comercial, puede ser dejada de lado
en los siguientes casos:

a) Ante la falta de suscripción por determinados accionistas de las acciones emitidas como consecuencia de
sucesivos aumentos del capital social.

b) Por la atomización de paquetes accionarios producto del fallecimiento de determinados accionistas(55).

c) Por la existencia de un movimiento permanente del capital accionario desde la constitución del ente(56).

d) Cuando la inexistencia de pluralidad de socios fue consecuencia de procedimientos de reorganización de


grupos empresarios(57)y

e) Finalmente, cuando la sociedad anónima constituida dentro del procedimiento de privatización de una
empresa estatal dedicada al suministro de servicios públicos (ENTEL), se vio obligada, como consecuencia del
dictado de las normas regulatorias de dicho procedimiento, a tomar una participación del 99,99% de otra
sociedad, ante el requerimiento legal de prestar el servicio de telefonía celular a través de una compañía
independiente.

Un caso particular de sociedades sustancialmente unipersonales lo constituyen las denominadas Sociedades


del Estado, cuya existencia fue permanentemente invocada por la doctrina adversa al criterio de la
Inspección General de Justicia en materia de "sociedades de cómodo", invocándose en torno a ello la
aplicación de una suerte de "doctrina de los propios actos" en contra del Organismo de Control, en tanto
resultaba incongruente para este sector de pensamiento que mientras la Inspección General de Justicia
requería por una parte a los particulares el pleno respeto de la pluralidad sustancial de socios, por el otro
lado el Estado creaba sociedades comerciales que no respetaban esta premisa, las cuales eran inscriptas en
el Registro Público de Comercio sin la menor oposición del registrador mercantil, esto es, la Inspección
General de Justicia.

Ello constituye un argumento inadmisible pues: a) La Inspección General de Justicia carece de facultades
para controvertir el sistema legal vigente, de manera tal que si una ley o un decreto del Poder Ejecutivo ha
creado cierto tipo de sociedad comercial, sometida al control de legalidad del registrador mercantil, éste
debe ejercerlo de la misma manera como lo hace regularmente, sin que las facultades previstas por el
ordenamiento legal en torno al ejercicio de dicho control lo autoricen a cuestionar la legitimidad o
constitucionalidad de tal normativa; b) El hecho de que un determinado tipo social presente características
que no se ajustan estrictamente al régimen legal de las sociedades comerciales, no autoriza a que el
registrador mercantil deje de cumplir con sus funciones específicas con respecto a todas las restantes
sociedades, pues aun considerando que las denominadas "sociedades del Estado" puedan constituir una
patología del régimen societario, ello jamás puede quebrar el principio fundamental del derecho de las
sociedades comerciales que predica la existencia de una pluralidad de socios durante toda la existencia de la
compañía: c) Finalmente, y a mayor abundamiento, toda la doctrina y la jurisprudencia admitió desde
siempre y en forma pacífica el carácter instrumental de las sociedades del Estado, con el argumento de que
ellas no son propiamente sociedades, sino que tienen esa estructura para facilitar su funcionamiento(58),
habiéndose incluso sostenido que, aún cuando concurriesen una pluralidad de entes estatales
personalizados, se seguiría evidenciando la mera instrumentalizad del recurso(59). De modo tal entonces
que poner como ejemplo a las sociedades del Estado para justificar las sociedades de cómodo, constituye
una gravísima equivocación, pues nunca una excepción puede convertirse en principio general, como lo es,
al menos en la actual estructura de la ley 19.550, que las sociedades comerciales constituyen un instrumento
de concentración de capitales para emprender negocios de envergadura y no una mera forma para organizar
el patrimonio del empresario.

§ 3. La tipicidad societaria

3.1. Fundamento de la tipicidad


La tipicidad ha sido adoptada por la ley 19.550 como un principio de orden público que consiste en la
adecuación contractual a uno de los distintos esquemas normativos preestablecidos por la ley, de
conformidad con normas inderogables, y en razón de la estructura legislativa impuesta por el legislador a
causa de las distintas necesidades que hay que satisfacer(60).

Al haber impuesto el legislador la necesidad de adoptar uno de los tipos previstos en la ley, ello implica que,
como ha sido sostenido por la jurisprudencia en materia de sociedades comerciales, los constituyentes no
pueden apartarse de los tipos creados por aquel, pues la atipicidad es contraria a la seguridad de los
negocios, por las dificultades a que daría lugar su funcionamiento(61).

El requisito de la tipicidad apunta entonces a brindar a los interesados un marco de normas jurídicas dentro
de las cuales deberán encuadrar la forma que ha de adoptar la sociedad que constituyen. El fundamento de
la tipicidad radica en la seguridad jurídica que otorga, no sólo a los socios, sino también a quienes contratan
con la sociedad, pues del conocimiento del tipo social y de sus características surgirá la responsabilidad de
los socios, el tipo de aportes admitido, el régimen de administración, gobierno y fiscalización
correspondiente, etcétera.

Las legislaciones que recogen este principio consagran los diversos tipos societarios enumerándolos con
carácter taxativo, limitando de este modo la forma a utilizar para la organización interna de la entidad y
reconociendo sólo tutela jurídica, si se adopta alguno de los tipos previstos legalmente(62). La ley
19.550consagra esta solución, y congruentemente con ello, el art. 17 prevé como principio general que "Las
sociedades previstas en el Capítulo II de esta ley, no pueden omitir requisitos esenciales tipificantes ni
comprender elementos incompatibles con el tipo. En caso de infracción a estas reglas, la sociedad
constituida no produce los efectos propios de su tipo y queda regida por lo dispuesto en la Sección IV de
este Capítulo".

La inclusión en la versión original del art. 17 de la ley 19.550 de la sanción de nulidad de la sociedad de los
tipos no autorizados por la ley, o la anulabilidad del contrato social que omitiera cualquier requisito esencial
no tipificante, fue una solución que prácticamente no fue aplicada en los más de 40 años de vigencia de
dicho ordenamiento, pues era una hipótesis prácticamente imposible que se configurara la situación
descripta por dicha norma, atento que ninguna sociedad comercial podía ser inscripta sin el control de
legalidad por la autoridad de control (IGJ) y resultaba muy difícil que, en el ejercicio de ese control, pudiese
ordenarse la toma de razón de una sociedad que adolezca de requisitos esenciales tipificantes o quede
encuadrado en un tipo social no previsto por la ley 19.550.

En tal sentido, y por los motivos antes señalados, la jurisprudencia nacional no registró, durante la vigencia
del original art. 17 de la ley 19.550, casos en donde el juez interviniente hubiese aplicado la sanción de
nulidad allí prevista, a pesar de que la hipótesis prevista por dicha norma podía producirse no solo en el acto
constitutivo de la sociedad, sino en forma posterior, cuando durante la vigencia de su contrato social se
pierden las características del tipo legal elegido, como podría ser el caso de las sociedades en comandita,
que carecen, ya sea por fallecimiento, retiro o exclusión, de la doble categoría de socios comanditarios o
comanditados, aunque ello tampoco mereció la atención de nuestros tribunales, pues ¿a quién se le hubiera
ocurrido constituir una sociedad en comandita por acciones después de sancionada la ley 19.550? No
olvidemos que la derogación del requisito de los diez socios fundadores par la constitución de las sociedades
anónimas, así como la necesidad de obtener, para las mismas, la correspondiente autorización para
funcionar por el Poder Ejecutivo Nacional, como lo preveía el Código de Comercio, hizo perder a las
sociedades en comandita por acciones todos los beneficios que ella exhibía, y que, en la década del 60 del
siglo pasado constituyó el molde miles de sociedades constituidas en la República Argentina.

La ley 19.550, en su capítulo II, consagra siete tipos societarios diferentes, y algunos de ellos con varios
subtipos, en el entendimiento de que los interesados podrán encontrar en ellas el molde exacto donde
encuadrar su emprendimiento mercantil, pero es una realidad observable del corriente acontecer de los
negocios, que los empresarios no eligen el tipo social por su simplicidad o costo, sino por aquellos moldes
que ofrecen más alternativas a los fines de limitar o minimizar al máximo el riesgo societario. La mejor
prueba de lo expuesto es que las sociedades anónimas y las sociedades de responsabilidad limitada, pero en
especial las primeras, se utilizan para cualquier emprendimiento, cualquiera sea la dimensión de la empresa
o del negocio, a punto tal que las llamadas sociedades de personas, esto es, las sociedades colectivas, de
capital e industria y las sociedades en comandita, sean simples o por acciones, ya no se constituyen en
nuestro país. La mejor prueba de ello lo constituyen las estadísticas que se ofrecen a continuación:
No obstante lo expuesto en torno a los fundamentos de la tipicidad societaria, ésta ha sido cuestionada por
un sector de la doctrina, bien que minoritario, por considerar que atenta no sólo contra la libertad de
contratación, basada en el derogado art. 1197, Cód. Civil, hoy art. 959 del Código Civil y Comercial, sino
también contra el progreso económico y jurídico, así como la celeridad del tráfico mercantil, al impedir la
creación de nuevos tipos de sociedades por combinación de los ya existentes(63). Sin embargo, debe
advertirse, como incluso lo hacen quienes se muestran partidarios de esta doctrina, que no puede admitirse
una absoluta libertad de contratación en la materia, pues existen límites que los interesados deben imputar
en obediencia a la regla general del derecho de los contratos, que declara nulas las convenciones que
atentan contra el orden público, correspondiendo al organismo de control el considerar el pedido de
registración del contrato y determinar si el tipo de sociedad puede o no ser estimado válido(64).

La ley 19.550, en su Capítulo II, receptando el criterio opuesto y al que adhiere casi la generalidad de la
doctrina nacional(65), ha reglamentado en forma minuciosa los diversos tipos societarios allí legislados, en el
convencimiento de que serios trastornos sufrirá la seguridad jurídica en caso de admitirse una amplia
libertad de los contratantes en ese aspecto. Se dijo expresamente en la Exposición de Motivos que "No
podría argumentarse tampoco que la tipicidad comporta un estancamiento para la concreción de nuevos
tipos societarios, porque ello quedará siempre dentro de la competencia del legislador, como la experiencia
nacional lo demostró con la ley 11.358 de Sociedades Cooperativas, 11.645 de Sociedades de
Responsabilidad Limitada; dec.-ley 15.349 de Sociedades de Economía Mixta"(66)y a la que debe sumarse
la ley 24.467 de Sociedades de Garantía Recíproca, etc.

Por nuestra parte adherimos al criterio de la ley 19.550, pues lo que en realidad aporta la tipicidad societaria
es que la comunidad conoce cuales son las características de cada tipo societario y ello asume relevante
importancia en lo que se refiere al régimen de representación de la sociedad y responsabilidad de sus
integrantes, pues todos saben, sin necesidad de consultar los registros mercantiles, que quien dice y prueba
ser el presidente del directorio de una sociedad anónima, y al menos como principio general, su firma obliga
a la sociedad por la cual contrata. Y otro tanto sucede con la responsabilidad de los socios, pues quien
contrata con una sociedad colectiva sabe que, ante el incumplimiento por parte de la sociedad, podrá
enderezar sus acciones legales contra los socios, quienes responden en forma solidaria e ilimitada por las
obligaciones sociales. Por el contrario, tratándose de sociedades de responsabilidad limitada o anónimas, el
tercero sabe que, como principio general, no podrá perseguir por las deudas de la sociedad a ninguno de sus
integrantes, con lo cual podrá, cuando su posición en el mercado lo permita, exigir a sus administradores o
socios, alguna garantía adicional por el cumplimiento de los compromisos asumidos por la compañía.

3.2. Atipicidad. Consecuencias legales

Como hemos dicho, la atipicidad, original o sobreviviente no determina la nulidad de la sociedad, la cual,
como lo prescribía el art. 17 primera parte, en la redacción original de la  ley 19.550, nulidad que, por ser
absoluta, impedía cualquier confirmación o subsanación.

La ley 26.994, siguiendo las orientaciones de los proyectos de unificación de los códigos civil y comercial, en
especial el proyecto del año 1998, cambió la orientación del tema e incluye actualmente a las sociedades
atípicas dentro de las disposiciones de la Sección IV del Capítulo I de la  ley 19.550, junto con las sociedades
irregulares y de hecho, las sociedades carentes de requisitos esenciales no tipificantes y las sociedades
civiles, esto es, una especie de receptáculo donde entran todas las categorías societarias que no se hayan
ajustado al régimen de constitución regular y de tipicidad prevista en el Capítulo I de la LGS.

Coincido con la actual versión de la ley 19.550, pues la solución prevista por la versión original del art. 17 de
la ley 19.550, que condenaba a la nulidad y a la liquidación a sociedades que exhibían una actividad
empresaria importante o constituía una fuente de trabajo, que siempre es necesario conservar, de manera
que, remitir a las sociedades atípicas y a las sociedades carentes de requisitos esenciales no tipificantes, al
régimen de las sociedades previstas en la Sección IV, del Capítulo I de la  ley 19.550 es una solución acertada.
Ello no implica, de manera alguna coincidir con las nuevas normas de los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, pues
el legislador de 2014 les asegura a las sociedades allí incluidas un régimen de responsabilidad de los socios
sumamente benigno, dotándolas —como si todo ello fuera poco— de capacidad para ser titular de bienes
registrables, olvidando que las sociedades de esta sección, llamadas por la doctrina como "simples" o
"residuales" no son un tipo social sino una anomalía del régimen societario, a punto tal que los arts. 21 a 26,
que integran dicha sección, se encuentran ubicados en la ley 19.550 a continuación del régimen de nulidad.

La discutible eliminación del control de legalidad del registrador mercantil, por parte del nuevo art. 6º de
la ley 19.550, aplicable a todo tipo social menos a las sociedades por acciones, en las cuales dicho control ha
sido mantenido (art. 167), permite sostener que la posibilidad de existencia de sociedades atípicas pueda ser
un caso frecuente, que —como lo hemos destacado con anterioridad— no sucedía con anterioridad a la
reforma de la ley 26.994. La mera posibilidad de presentar al registro público cualquier contrato de sociedad
—con excepción de una sociedad anónima— así como su inmediata registración, sin control de ninguna
especie, podría provocar la proliferación en el mercado de sociedades atípicas, esto es, una sociedad de
responsabilidad limitada con la división de su capital en acciones o administrada por un directorio, o una
sociedad colectiva con responsabilidad mancomunada, para no citar otros ejemplos más grotescos, que no
tendrán la menor sanción y cuyos socios gozarán de un régimen de responsabilidad atenuada en torno al
cumplimiento de las obligaciones sociales, pues la inclusión de las mismas en la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550 así lo dispone.

Afortunadamente para la seguridad jurídica y la protección de terceros, la modificación del art. 6º de la ley
19.550, que en su actual versión eliminó la referencia al control de legalidad de la constitución de sociedades
o de la modificación del contrato social, control de existencia más que centenaria en nuestro derecho
mercantil, no fue interpretada en el sentido de que el ahora denominado "Registro Público" —antes
conocido como Registro Público de Comercio— deba actuar como un mero buzón, receptor de cualquier
contrato de sociedad, sin tipicidad alguna. Así lo resolvió la Inspección General de Justicia, en su resolución
general 7/2015 y así lo disponen otras leyes (la ley 22.315) que no han sido derogadas por la ley 26.994. Pero
coincidamos que ni la eliminación del control de legalidad por un organismo especializado ni la nueva
ubicación de las sociedades atípicas, ha sido un paso adelante en nuestro derecho societario, sino más bien
un enorme retroceso en nuestra legislación societaria, que afectará la seguridad jurídica de los terceros que
de alguna manera se vinculen con ella.

3.3. Los tipos societarios previstos en la ley 19.550. Clasificación

La doctrina ha clasificado las sociedades comerciales en las siguientes categorías:

a) Sociedades de personas o por parte de interés . El prototipo lo constituye la sociedad


colectiva, caracterizada fundamentalmente por la importancia de la personalidad de los socios y la
responsabilidad ilimitada y solidaria, aunque subsidiaria, asumida por éstos por las deudas de la sociedad.
Dentro de esta categoría se ubican también las sociedades de capital e industria, cuyo requisito tipificante
está dado por la existencia de dos categorías de socios: el capitalista, quien afecta su responsabilidad como
los socios de la sociedad colectiva, y el socio industrial, quien aporta su industria y limita su responsabilidad
hasta la concurrencia de las ganancias no percibidas. Asimismo, queda incluida en la clasificación la sociedad
en comandita simple, también caracterizada por la existencia de dos clases de socios: el comanditado, con
responsabilidad similar al colectivo, y el comanditario, que limita su responsabilidad al monto de su aporte y
al que, por esa razón, le está vedado el ingreso a la administración.

La importancia que estas sociedades tuvieron en la época de la sanción del Código de Comercio (1862) no
puede ponerse en tela de juicio y su relevancia histórica está plenamente justificada. La "habilitación" o
sociedad de capital e industria brindaba al hombre de trabajo sin capitales, la posibilidad de emplear su
habilidad asociándose con quien pudiera disponer de los fondos necesarios, sin afectar su patrimonio por las
obligaciones de la sociedad. La sociedad en comandita simple, por su parte, brindó la posibilidad al
capitalista de limitar su responsabilidad, en una época en que no existían las sociedades de responsabilidad
limitada, y en la que las sociedades anónimas parecían destinadas al desarrollo de las grandes empresas y
para cuya existencia se requería un número mínimo de diez socios y expresa autorización estatal para
funcionar.

Lógicamente, la sanción de la ley 11.645, que introdujo en nuestro país, en el año 1932 a las sociedades de
responsabilidad limitada, constituyó un golpe de muerte para las denominadas sociedades de personas, que
nada pueden ofrecer que supere la importancia de desligar, como aquella brinda, el patrimonio personal de
la suerte de los negocios sociales. La ley 19.550, si bien mejoró la técnica legislativa del Código de Comercio
de 1862 y 1889, nada pudo hacer tampoco para detener la decadencia de las sociedades personales.

Por otro lado, tampoco debe olvidarse que, en algunos casos, la constitución de algunos tipos sociales no
respondió al libre albedrío de los interesados, sino a una expresa imposición legal o a motivos
circunstanciales que nada tenían que ver con las ventajas de dichas sociedades. En el caso de las sociedades
en comandita simple, la ley 17.565 imponía la constitución de este tipo social para la actividad farmacéutica,
y en el caso de las sociedades de capital e industria, su constitución respondió muchas veces a la intención
del socio capitalista de ocultar una relación laboral subyacente, eludiendo obligaciones laborales y
previsionales, a punto tal que la desestimación de su personalidad es remedio corriente en los tribunales
laborales, lo que determinó que la ley 20.744 de Contrato Individual de Trabajo, en su art. 29, creara una
presunción en contra de ellas. Por su parte, el auge de las sociedades en comandita por acciones, en la
década del 60, obedeció también a motivos fiscales, los cuales, desaparecidos ellos como consecuencia de
un cambio de política tributaria, hicieron pasar al olvido a este tipo societario, cuyo certificado de defunción
lo suscribió la ley 19.550, al someter a las sociedades anónimas a los mismos requisitos de constitución que
cualquier tipo societario.

b) Sociedades de responsabilidad limitada.  Como tipo intermedio entre las sociedades de personas o
sociedades por parte de interés y las sociedades por acciones, el legislador ha tipificado las  sociedades de
responsabilidad limitada, que contienen rasgos propios de cada una de ellas, encontrando en las mismas, la
empresa pequeña y la mediana, el marco ideal. Sus características tipificantes son: a) la división del capital
en cuotas; b) la limitación de la responsabilidad por los socios al capital aportado;  c) la organización de la
administración en un órgano denominado gerencia, y d) número máximo de 50 socios.

c) Sociedades por acciones. Son llamadas también sociedades de capital y se caracterizan más teórica que
prácticamente, por la importancia del capital aportado más que por la personalidad del socio, que es, en
principio, indiferente. Pertenecen a esta categoría: a) las sociedades anónimas, cuyos elementos tipificantes
son: 1) división del capital en acciones; 2) representación de las acciones en títulos fácilmente
negociables; 3) detallada organización de su administración, fiscalización y gobierno, a cargo
respectivamente del directorio, sindicatura y asambleas. Como subtipo de esta sociedad la ley contempla
las sociedades anónimas con participación estatal mayoritaria, en las cuales participa el Estado, de una
forma u otra, debiendo contar con más del 51% del capital social, y que ese porcentaje sea suficiente para
prevalecer en las asambleas ordinarias y extraordinarias; b) las sociedades en comandita por
acciones, caracterizadas por la presencia de dos categorías de socios: 1) los socios comanditados, cuya
situación se asimila a los socios de la sociedad colectiva y  2) los socios comanditarios, que, a diferencia de
aquellos, limitan su responsabilidad al aporte efectuado y cuyo capital se divide en acciones. Este tipo
societario, de escasa utilización —véanse estadísticas— tuvo su auge hace más de dos décadas por razones
históricas e impositivas, pero, desaparecidas estas, el bajo índice de constitución demuestra su escasa
aceptación, máxime cuando la ley 19.550 ha previsto para ellas una regulación compleja, gobernándose por
normas específicas de las sociedades anónimas, de las sociedades en comandita simple y de las sociedades
colectivas, sin especificar claramente, cuándo son de aplicación unas y otras (67); c) las sociedades de
economía mixta, legisladas por el dec.-ley 15.349 —ley 12.962— y tipificadas por la coexistencia de capital
estatal y privado, para la explotación de empresas que tengan por objeto la satisfacción de necesidades de
orden colectivo, o de explotación, fomento o desarrollo de actividades económicas.

d) Sociedades accidentales o en participación. Estas sociedades fueron incorporadas a nuestro universo


societario en el Código de Comercio de 1862, mantenidas en el Código de 1889 y ratificada su existencia por
la ley 19.550. Eran sociedades cuyos rasgos propios los constituían su carácter oculto, su transitoriedad y su
actuación a través de la figura de un socio gestor, careciendo en consecuencia de personalidad jurídica y
formalidad alguna. Eran sociedades que se constituían para uno o más negocios determinados y que no
trascendían a terceros.

La ley 26.994, del año 2014 derogó del texto de la ley general de sociedades a las normas referidas
sociedades accidentales o en participación, que ahora están contemplados por lo arts. 1448 a 1452 del
Código Civil y Comercial de la Nación, con el nombre de "negocios en participación".

La naturaleza jurídica de las antes denominadas "sociedades accidentales o en participación", que, como
hemos expresado, se encontraban legisladas en los arts. 361 a 366 de la ley 19.550 y que fueron derogadas
por la ley 26.994, era una cuestión de antigua data, pues se discutía, atento su especial naturaleza, si ellas
eran realmente sociedades —atento su carácter oculto y transitorio— o sencillamente eran negocios de
participación.

La Exposición de Motivos de la ley 19.550 aclaró las razones de mantener el régimen del Código de


Comercioen esta materia(68), debiendo recordarse que la calificación como sociedad típica de las
sociedades accidentales o en participación resultaba incuestionable en nuestro derecho mercantil ya con la
sanción de nuestro Código de Comercio de 1859 sancionado por el Estado de Buenos Aires y adoptado por la
Nación en el año 1862, cuyas normas no fueron casi tocadas por la reforma que a ese cuerpo legal fuera
hecho en el año 1889. De modo tal que para los legisladores societarios de 1972, el carácter de sociedades
de este tipo societario estuvo fuera de toda duda, identificando como sinónimos los conceptos de
"sociedades accidentales" y "sociedades en participación", a pesar de que la legislación extranjera elaborada
durante la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX pusieron el énfasis en distinguir entre las asociaciones
accidentales o momentáneas ("...para la realización de una o más operaciones determinadas y transitorias":
art. 361 LS), de las asociaciones en participación, en las cuales el dueño de la empresa otorga a un tercero
una participación en un determinado negocio, quien no se desprende de su administración y conducción.

En su siempre recordado trabajo sobre la materia escrito en el año 1975, esto es, a poco más de dos años de
la vigencia de la ley 19.550 —y a nuestro juicio, lo mejor escrito en nuestro país en torno a las sociedades
accidentales y los negocios en participación—, el profesor Adolfo Pliner se sorprendía de que, en la
renovación total de nuestro régimen jurídico de las sociedades comerciales, "...lograda con grandes aciertos
en el decreto-ley 19.550 del año 1972, el instituto que nos ocupa haya sido mantenido rigurosamente
intacto, sin más alteraciones que algunas enmiendas de detalle...", aclarando que "...Se sigue hablando de
sociedad accidental o en participación" y se las ubica al final del ordenamiento, antes de las disposiciones
transitorias, visiblemente marginada de las sociedades tipificadas"(69). Concluía el jurista y magistrado
ejemplar de la Ciudad de Bahía Blanca, que su objeción a la ley 19.550 en esta materia iba contra la inclusión
de la palabra "participación" en el título y en el texto de la Sección IV del Capítulo II de nuestra ley de
sociedades comerciales, afirmando que "Si allí no se legisla sino esa "sociedad anómala" que es la mera
sociedad accidental, suprimamos el nombre de la institución ausente. Y si queremos introducirla en nuestro
derecho, démosle la forma y las reglas apropiadas para que sus normas tengan una correlación con el
fenómeno jurídico, con el negocio mercantil, que requiere impostergablemente un lugar en nuestro Código
de Comercio, aunque no en la ley de sociedades".

Pocos años después de que fueran escritas estas líneas, en el año 1982, se sancionó la ley 22.903 de
reformas al texto original de la ley 19.550, que conservó el sistema que sobre el particular preveía la ley
19.550,esto es, mantener —con ligeras modificaciones— a las sociedades accidentales o en participación
como una sociedad típica en la legislación societaria argentina. Ello no dejó de sorprender, por cuanto uno
de los integrantes de la Comisión Redactora de dicha ley, el Dr. Jaime Anaya, había basado su tesis doctoral
en la posición totalmente contraria(70).

La ley 26.994 vino a dar la razón a la doctrina opuesta a los legisladores de la ley 19.550 en la materia que
nos ocupa, derogando, en su art. 3º, inc. b) la Sección IX del Capítulo II de dicha normativa, así como la
totalidad del Capítulo III de la misma, referida a los contratos de colaboración empresaria, que, incorporados
a la ley de sociedades por la ley 22.903 del año 1983, nada tenían que hacer en este cuerpo legal, porque el
mismo art. 367 que encabezaba ese capítulo, se ocupaba de aclarar que dichos contratos no eran sociedades
ni configuraban un sujeto de derecho independiente, de manera tal que su incorporación a la ley de
sociedades comerciales carecía de toda coherencia, lo cual constituyó el mayor desacierto de la referida ley
de reformas a la ley 19.550.

Coherentemente con lo expuesto por la ley 26.994, el Código Civil y Comercial de la Nación, ha incorporado,
como Sección 2ª de su Capítulo 16, al "Negocio en participación", una serie de normas —arts. 1448 a 1452—
que reproducen parcialmente las disposiciones de la ley 19.550 en materia de sociedades accidentales o en
participación, solo que ellas, al estar incorporadas al capítulo del código unificado dedicado a los contratos
asociativos, ratifican que "...A estos contratos no se les aplican las normas sobre la sociedad, no son, ni por
medio de ellos se constituyen, personas jurídicas, sociedades ni sujetos de derecho" (art. 1442 del CCyCN).

La solución adoptada por el Código Civil y Comercial de la Nación es coherente con lo dispuesto por los arts.
141 y 143 del mismo ordenamiento legal, conforme a los cuales el primero de ellos califica a las personas
jurídica a todos aquellos entes a los cuales el ordenamiento jurídico les confiere aptitud para adquirir
derechos y contraer obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los fines de su creación (art. 141), y el
segundo, dispone que la persona jurídica tiene una personalidad distinta de la de sus miembros (art. 143).
No obstante ello, la derogación de las sociedades accidentales es susceptible de críticas, pues nuestra actual
legislación civil y comercial ha dado un viraje total respecto de la posición mantenida por el Código de
Comercio y la ley 19.550 en esta materia, y prefiero la posición de Adolfo Pliner, en cuanto a la necesidad de
diferenciar a las sociedades accidentales y del negocio de participación, que nada tiene de societario,
resultando muy difícil negar el carácter de sociedad al negocio previsto por los arts. 1448 a 1452, cuando se
refiere a la existencia de "aportaciones comunes" al negocio por parte del socio o socios gestores o
partícipes y al derecho del socio partícipe de exigir al primero la rendición de cuentas o la exhibición de la
documentación relativa a los negocios celebrados, sin perjuicio de destacar que la asunción de
responsabilidad del socio partícipe, en la hipótesis prevista por el art. 1450, aporta un dato muy
trascendente que permite poner en dudas la categórica afirmación del art. 1442 del CCyCN, conforme al cual
este negocio en participación no configure una sociedad ni constituya una persona jurídica.

§ 4. La organización
El concepto de organización y la conveniencia de su inclusión en la definición del contrato de sociedad
comercial brindada por el art. 1º de la ley 19.550 ha sido, con muchos fundamentos, una cuestión
controvertida en doctrina.

Halperin, explicando el concepto de sociedad en el Anteproyecto de Ley de Sociedades Comerciales, con


anterioridad a su sanción(71)circunscribía la noción de organización a un plano estrictamente jurídico,
referido al funcionamiento de la sociedad y no a los elementos integrantes de la empresa, que hacen
referencia a una noción económica, excluida del sentido que el Anteproyecto había asignado a ese término.

En tal sentido, la Exposición de Motivos de la ley 19.550 ha destacado la importancia del concepto de
organización, cuya relevancia está dada no sólo por lo que ella implica como noción ínsita en la especificidad
del contrato de sociedad y su relación con la idea económica de empresa —que constituye la actividad
normal de las sociedades comerciales—, sino también porque brinda referencia al complejo de intereses
comunes que para el logro del objeto societario se une en el organismo económico patrimonial.

En sentido contrario, el concepto de organización ha sido cuestionado, entre otros, por Malagarriga(72)y
Lepera(73)por considerar que, limitado el mismo en los términos señalados, implica una innecesaria
reiteración del concepto de tipicidad, pues, si se exige que para que haya sociedad debe ajustarse a los tipos
societarios previstos en la ley 19.550, y a la vez ésta establece para cada uno de ellos, normas referentes de
organización, gobierno, fiscalización, liquidación, etc., no se observa la necesidad de incluir esa referencia en
la definición de sociedad comercial.

Considero que el concepto de "organización" a que se refiere el art. 1º de la ley 19.550 no se refiere al
funcionamiento interno de la entidad, pues si ello fuera así, asiste razón a la doctrina que predica su
superposición con la idea de tipicidad. La organización hace referencia a la necesidad de contar con los
medios necesarios para lograr el cumplimiento de su objeto —la producción o intercambio de bienes o
servicios— o de su finalidad —la participación de todos los socios en los beneficios sociales o su
contrapartida, la soportación de las pérdidas—.

Bien es cierto que podría sostenerse que determinadas actividades mercantiles —en especial aquellas de
intermediación— pueden no requerir de medios o efectos significativos para lograr su objetivo, pero ello es
solo una excepción que confirma la regla de que siempre detrás del concepto de sociedad subyace la idea de
la existencia de una empresa o de un fondo de comercio organizado a los fines de satisfacer la expectativa
de lucro de sus integrantes.

La noción de organización está vinculada, a mi juicio y en definitiva, al concepto del fin societario, pues si la
sociedad comercial debe necesariamente dedicarse a una actividad encuadrada en el concepto de
"producción o intercambio de bienes o servicios", la carencia de los medios necesarios para la consecución
del objeto social constituye una importante presunción para la aplicación del art. 54 último párrafo de la ley
19.550, que sanciona a la "actuación extrasocietaria" de la sociedad con la inoponibilidad de su personalidad
jurídica y la imputación de sus actos a los socios o controlantes que la hicieron posible, sin perjuicio de la
responsabilidad que a estos sujetos le corresponda.

§ 5. Los aportes de los socios

La aportación es otro de los elementos que caracterizan el contrato de sociedad, y su importancia puede
medirse desde distintos puntos de vista, pero fundamentalmente porque permite la formación del capital
social, cuya función de garantía hacia los terceros será objeto de especial estudio, así como la constitución
de su patrimonio, con el cual la sociedad deberá desarrollar las actividades necesarias para el cumplimiento
del objeto social.

Puede pues afirmarse que sin aporte no hay patrimonio, y sin patrimonio no puede existir sociedad, en tanto
aquel constituye una manifestación de su personalidad jurídica.

La trascendencia que tiene el aporte en la existencia de las sociedades comerciales ha sido destacada por la
jurisprudencia de nuestros tribunales, que ha sido pacífica en sostener que el estado de socio no se adquiere
con el mero consentimiento de formar una sociedad, sino con la concreción de su aporte, cualquiera fuere.
Se ha dicho al respecto, y con toda razón, que sin aportes no puede haber socios ni por ende sociedad(74),
pues ésta es por naturaleza onerosa, de conformidad a lo establecido por el art. 1º de la ley 19.550, que se
refiere a la existencia de aportes como uno de los requisitos de existencia de una sociedad mercantil.
Congruentemente con lo expuesto, la ley 19.550 autoriza la exclusión del socio moroso, en el entendimiento
de que la mora en la obligación de aportar es incompatible con el carácter de socio, y ello es tan así que la
exclusión por mora es el único caso que la ley permite la desvinculación del socio sin necesidad de acción
judicial (art. 37 último párrafo de la referida ley).

Ya se advertirá al analizar los arts. 37 a 53, que la ley 19.550 permite la aportación de bienes o industria
según el tipo social de que se trate y el grado de responsabilidad de los socios que la integran, pero no
admite la constitución de sociedad sin aportación (art. 1º, de la ley 19.550).

El aporte efectuado por los socios pasan a integrar el capital de la sociedad y dada la diferente personalidad
jurídica entre ésta y sus integrantes (art. 2º de la ley 19.550) una vez concretado el mismo, éste pertenece
con exclusividad a aquella —salvo los aportes de uso y goce— quedando afectada a su giro y sirviendo de
prenda común o garantía de sus acreedores. Por ello, los aportes no pueden ser reintegrados a los socios, los
cuales deberán esperar a la disolución de la sociedad y a la cancelación total de su pasivo para requerir el
reembolso del capital oportunamente aportado, si este existiese.

La formación del capital social a través de los aportes no adquiere relevancia únicamente por permitir y
facilitar la gestión empresaria, sino por otras razones de no menos importancia: la de establecer la
participación de cada socio en las ganancias y en las pérdidas, en caso de omisión de cláusula contractual al
respecto (art. 11, inc. 7º LS), y para determinar las mayorías en las deliberaciones sociales.

El aporte debe ser lícito, serio y resultar del contrato social. De lo contrario no es aporte, aun cuando, en
este último caso, el bien pueda ser explotado por la sociedad (art. 50, últ. párrafo, prestaciones accesorias)
(75). La seriedad del aporte descarta la aportación de sumas irrisorias por parte de los socios en el contrato
constitutivo, lo cual es característica inherente a las denominadas "sociedades de cómodo", cuya
inadmisibilidad en nuestro derecho societario ya hemos destacado. En tal sentido, ha sido sostenido por la
Inspección General de Justicia que no existe motivo para admitir que la sola voluntad de los socios
constituyentes de la sociedad de responsabilidad limitada, de aportar a la misma cualquier capital que se les
ocurra, por exiguo que fuera, concurre eficazmente a complementar el requisito de seriedad ínsito en todo
acto jurídico válido(76).

Toda la problemática referida a la aportación en materia de sociedades comerciales la encontrará el lector


en oportunidad de comentar los arts. 37 a 53, a cuya lectura corresponde remitir.

§ 6. El fin societario. La aplicación de los aportes a la producción o intercambio de bienes o servicios

La fórmula empleada por la el art. 1º de la ley 19.550 para resaltar el fin económico de la sociedad fue
tomada del Anteproyecto Malagarriga-Aztiria, que, adoptando el principio general de que la sociedad
mercantil tiene por objeto fines económicos, disponía expresamente que "La sociedad es un sujeto de
derecho creado con el objeto de realizar una actividad económica".

La fórmula empleada por el legislador, en cuanto requiere a la sociedad, como requisito de su existencia
misma, dedicarse a cualquier actividad comprendida dentro de la amplia fórmula de la "producción o
intercambio de bienes o servicios", ofrece innumerables posibilidades mediante la organización de un
conjunto de elementos de trabajo, tendientes a satisfacer necesidades de terceros, que no implican, en este
último caso, creación o modificación de cosas materiales(77).

La actividad económica que supone la dedicación por la sociedad a la "producción o intercambio de bienes o
servicios" es, asimismo, presupuesto imprescindible para que aquella pueda gozar pacíficamente de su
personalidad jurídica, en la medida que el desarrollo de dicha actividad contribuye a la existencia del fin
societario a que alude, a contrario sensu, el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, como presupuesto para
que la sociedad conserve el carácter de sujeto de derecho.

Con otras palabras, el legislador, al establecer el principio general en el art. 2º, de la ley 19.550, otorgando
personalidad jurídica a todas las sociedades comerciales, "(...) con el alcance fijado en esta ley (...)",
subordina la vigencia de ese beneficio, no sólo al mero recuerdo de voluntades de los socios que resuelven
constituir el ente, punto de partida del reconocimiento de su personalidad, sino también al desarrollo, por la
sociedad, de una actividad económica, encuadrada en la definición prevista por el art. 1º de ese cuerpo
legal, pues de lo contrario, no podría hablarse de la existencia de un interés social o fin societario, que
supone, por obviedad, el ejercicio de una actividad económica concreta y habitual.

Si partimos nuevamente de la idea central de que la sociedad es un instrumento que nos brinda la ley para
permitir a varias personas la concentración de capitales a los fines de desarrollar una actividad económica, y
no un medio para limitar la responsabilidad de sus integrantes, forzoso es concluir que los beneficios que la
ley 19.550 otorga a las sociedades sólo pueden ser disfrutados en tanto se coincida con aquella idea, esto es,
la necesidad de que la sociedad cumpla con el desarrollo de su objeto social, mediante una actividad
concreta en tal sentido.

Sin embargo, y a pesar de la meridiana claridad que exhibe el art. 1º de la ley 19.550, en cuanto exige que
toda sociedad comercial debe ser constituida a los fines de la producción o intercambio de bienes o
servicios, la mera observación de la realidad ilustra que no son pocas las sociedades comerciales que no
desarrollan la menor actividad comercial, siendo las mismas creadas a los fines de convertirse en una valla
protectora de la ilicitud, que es lo que por lo general acontece cuando detrás de la personalidad jurídica de
las sociedades se esconde un bien o un determinado patrimonio. Tal fenómeno es moneda corriente en
nuestro medio en donde muchas sociedades comerciales se constituyen a los fines de ser meros titulares de
dominio de bienes inmuebles, rodados, buques u otros bienes registrables a los únicos efectos de evitar la
real o hipotética ejecución judicial de los mismos por los acreedores del verdadero propietario de esos
efectos, que es, en la realidad cotidiana, quien usa esos bienes en forma exclusiva y sin la menor
contraprestación en beneficio del titular registral de aquellos.

En definitiva, y como veremos oportunamente al analizar los arts. 2º y 54 último párrafo de la ley 19.550, la
jurisprudencia nacional, tanto administrativa como comercial, ha ratificado la necesidad de que las
sociedades deben realizar una actividad enmarcada dentro de la producción o intercambio de bienes o
servicios, pues de lo contrario se torna aplicable la doctrina de la inoponibilidad de la persona jurídica, que
permite imputar la actuación de la sociedad a la persona de su controlante y/o quienes hicieron posible esa
maniobra de enmascaramiento, todos los cuales deberán responder, además y frente a las víctimas de esa
manera de proceder, por los daños y perjuicios ocasionados a éstas(78).

§ 7. Participación en los beneficios y soportación de las pérdidas

La ley 19.550 ha reemplazado la noción de la participación en el lucro que pudiera resultar de la actividad de
la sociedad, utilizada por los derogados arts. 282 del Código de Comercio y 1648, Cód. Civil, por el
de beneficios, en el entendimiento de que este concepto es de alcances más amplios, y no limitado
exclusivamente a una ganancia a repartirse.

Ha sido dicho —equivocadamente a mi juicio— que la participación en los beneficios y la soportación en las
pérdidas han dejado de ser elemento necesario del contrato de sociedad, habida cuenta lo dispuesto por
el art. 3ºde la ley 19.550, que admite la existencia y funcionamiento de las asociaciones civiles bajo la forma
de una sociedad comercial y en las cuales el fin de lucro es incompatible con la naturaleza misma de dichas
entidades. Como es sabido, dichas personas jurídicas pueden obtener resultados positivos, pero ellos no se
distribuyen entre los socios o asociados sino que ingresan al patrimonio social a fin de mejorar los servicios
que dicha entidad presta, en una actividad que no sea contraria al interés general o al bien común (art. 168
del Código Civil y Comercial).

El argumento es erróneo, pues el art. 3º de la ley 19.550 es una norma de excepción a la definición que el
art. 1º hace del contrato de sociedad comercial, de la cual no pueden extraerse principios generales, habida
cuenta su excepcionalidad. No debe olvidarse que la extraña situación prevista por el art. 3º de la ley
19.550 fue elaborada para dar concreta solución a determinadas situaciones fácticas existentes el momento
de la redacción de la ley de sociedades comerciales (1972) y que habían merecido la aprobación por la por
entonces denominada Inspección General de Personas Jurídicas (Hindú Club y Tortugas Country Club), lo
cual constituyó un notorio desacierto, que la doctrina se ha encargado de señalar(79)y (80)y la realidad
cotidiana de demostrar, a punto tal que el actual Código Civil y Comercial ha puesto fin a la constitución de
emprendimientos inmobiliarios bajo la forma de asociaciones bajo la forma de sociedad, y los ha sometido a
la normativa del derecho real de propiedad horizontal (art. 2075), terminando, de esta manera, con una
práctica que se prestaba a todo tipo de abusos, en beneficio —generalmente— de quien era el dueño de los
terrenos donde se asentaba el club de campo.
En conclusión: la participación en los beneficios y la soportación de las pérdidas constituyen elemento que
caracterizan al contrato de sociedad comercial y que lo diferencia de otros sujetos de derecho (asociaciones
civiles y fundaciones), donde tal posibilidad es contraria a la propia naturaleza de estas entidades. Por ello, y
precisamente porque la participación en los beneficios es el único derecho que la ley 19.550 prevé en la
misma definición de sociedad, es que ha sido universalmente considerado que los integrantes de una
sociedad mercantil gozan de un derecho innegable e inalienable a la distribución de las ganancias obtenidas,
derecho que, como se verá, no puede ser, salvo supuestos excepcionales, restringido ni menoscabado, por
constituir la causa fin del contrato de sociedad. El legislador ha amparado, en numerosas disposiciones, el
derecho a las utilidades (arts. 13, 68, 70, 224, etc.) y, consiguientemente la soportación de las pérdidas,
manteniéndose la proporción indicada en el contrato social, o, en su defecto, en forma proporcional al
aporte, pero sancionando con la nulidad aquellas cláusulas que eximan a uno o a alguno de los socios de la
contribución a las pérdidas, o se les asegure una utilidad, con independencia del resultado de la gestión (art.
13, incs. 1º a 3º).

En cuanto a las pérdidas, ellas serán soportadas de acuerdo con el tipo social adoptado. Si se trata de una
sociedad de las incluidas en la categoría de "sociedades de personas" (sociedades colectivas, de capital e
industria y sociedades en comandita simple, para los socios comanditados), los socios responden en forma
solidaria e ilimitada por las obligaciones contraídas por la sociedad, previa excusión de los bienes sociales. Es
más, la quiebra de la sociedad puede incluso serles extendida a los socios de estas entidades, atento la
extensión de su responsabilidad (art. 160 de la ley 24.522). Sin perjuicio de ello, los socios pueden pactar en
esta clase de sociedades una forma determinada de participar en las pérdidas, pero ello será siempre
inoponible a los terceros. Si se trata de una sociedad de responsabilidad limitada o por acciones, las únicas
pérdidas que los socios o accionistas deben soportar se limitan, en principio y salvo infracapitalización de la
sociedad, pérdida del capital social o ignorancia de los trámites liquidatorios, a los fondos o efectos
oportunamente aportados a la misma.

Isaac Halperin, con la enorme autoridad que lo caracteriza, predica que el sentido de "participación en los
beneficios" a que se refiere el art. 1º de la ley 19.550 al dar el concepto legal de la sociedad, no solo
comprende la utilidad, con el alcance de una ganancia traducida en un incremento patrimonial de los socios,
sino cualquier ventaja apreciable económicamente, como por ejemplo, la reducción de gastos por
investigación en común, por disminución de costos en el proceso de comercialización, etc.(81), tesis con la
que no concuerdo, pues una interpretación integral de la ley 19.550, sumado a la preocupación del
legislador de asegurar a los socios el derecho al dividendo (arts. 66 incs. 3º y 4º, 68, 70 y 224 de la ley
19.550), parece asimilar el concepto de "participación en beneficios" a la existencia de una utilidad
apreciable en dinero. Pero además de ello, la tesis de Halperin puede llevar a confusión entre dos contratos
asociativos de diferente naturaleza, como lo es la sociedad cooperativa y la sociedad comercial, confusión
que es preciso evitar, en defensa de los derechos no solo de los integrantes del ente societario, sino también
de los terceros, acreedores sociales y particulares de aquellos.

§ 8. La affectio societatis

Varias son las definiciones que se han dado del concepto de affectio societatis, y que constituye un elemento
específico del contrato de sociedad. En tal sentido ha sido sostenido que la affectio societatis es la "voluntad
de cada socio de adecuar su conducta y sus intereses personales, egoístas y no coincidentes a las
necesidades de la sociedad"(82); o la "disposición anímica activa de colaboración en todo lo que haga al
objeto de la sociedad"(83)o finalmente "la carencia de relación de dependencia para obtener finalmente un
beneficio a dividir entre los socios, que es la intención que los ha guiado para formar una sociedad"(84).

En definitiva, la affectio societatis es la predisposición de los integrantes de la sociedad de actuar en forma


coordinada para obtener el fin perseguido con la constitución de la misma, postergando los intereses
personales en aras del beneficio común.

Sin embargo, debe cuidarse muy bien de identificar a la affectio societatis con un estado permanente de
concordia entre los socios, pues se ha esgrimido reiteradamente que el estado de conflicto entre ellos,
cuando asume determinado grado de permanencia, configura un supuesto de disolución de la sociedad. Por
mi parte, descarto toda posibilidad de identificación entre la affectio societatis y la amistad y cordialidad,
pues en la medida que aquella impone al socio una serie de conductas, como el ánimo de colaboración y su
lealtad hacia los fines societarios, ello supone necesarios cambios de opinión y discrepancias entre los
socios, que son naturales en toda agrupación humana y lógicas en toda comunidad de intereses, lo cual no
puede conducir fatalmente y salvo supuestos de excepción, a la disolución y liquidación de la entidad.

Con la misma orientación, la carencia de affectio societatis tampoco constituye motivo suficiente para
excluir a un integrante de una sociedad, en las entidades que ello es permitido (art. 90 de la ley 19.550) y, a
la inversa, un socio no puede escudarse en la ausencia de ella para negarse a cumplir las obligaciones
sociales. Pero si la falta de affectio societatis es el móvil de determinadas conductas del socio que resultan
perjudiciales para la compañía, como por ejemplo, su inasistencia a las reuniones de socios, impidiendo a la
sociedad adoptar decisiones fundamentales para su legal existencia, el socio podrá ser legítimamente
excluido, pero no fundado ello en la inexistencia de la affectio societatis, sino en las conductas que son su
consecuencia, pues ellas importan grave incumplimiento de sus obligaciones (art. 92 de la ley 19.550).

Algo parecido sucede cuando existe en la sociedad un estado de conflicto permanente entre los socios o
cuando estos no exhiben la menor actividad para facilitar el funcionamiento de la entidad. Ante este
panorama, muchas veces se torna imposible para la sociedad cumplir su objeto social, y ante ello, la
disolución y liquidación de ella se convierte en la única alternativa posible. Pero ello no es consecuencia de
la falta de la affectio societatis entre los socios, sino en la imposibilidad de continuar funcionando
regularmente, supuesto disolutorio que se encuentra previsto en el art. 94 inc. 4º de la ley 19.550.

La mejor prueba de que la affectio societatis no constituye un elemento esencial de la existencia de la


sociedad lo encontramos en el hecho de que, en determinados supuestos, la affectio puede encontrarse
totalmente ausente en el ánimo de alguno de los socios, y ello sucede en los casos en los que el heredero del
socio debe incorporarse a la sociedad como consecuencia de un pacto expreso entre los socios fundadores
que lo obligaba a hacerlo, lo cual se encuentra expresamente autorizado por el art. 90 de la ley
19.550, siendo ésta una de las soluciones más controvertidas del derecho societario argentino y fuente de
todo tipo de conflictos intrasocietarios.

§ 9. Naturaleza jurídica del acto constitutivo de sociedades comerciales

La ley 19.550 se ha enrolado categóricamente en la doctrina del  contrato plurilateral de organización para


caracterizar el acto constitutivo de sociedad, abandonando el concepto clásico del contrato bilateral
consagrado por los arts. 282 del Código de Comercio y el art. 1648 del Código Civil, inspirados en el Código
de Comercio Francés de 1807 y por las legislaciones que siguieron su orientación.

Esta concepción contractual de la sociedad, que se remontaba al derecho romano, particularmente al


esquema de la societas, carente de proyección frente a terceros y fuente exclusiva de derechos y
obligaciones entre los socios, fue defendida durante el siglo XIX por encuadrar dentro del principio de la
autonomía de la voluntad, y permitir, en nombre de la libertad contractual, todas las combinaciones y
modificaciones que al acto constitutivo se hicieren(85). Sin embargo, y en cuanto se intentó, a partir de la
sanción del Código Civil francés, a principios de siglo diecinueve, otorgar autonomía patrimonial a las
sociedades mercantiles, recurriéndose a la figura de la persona jurídica, surgieron nuevas doctrinas que
cuestionaron seriamente el pretendido origen contractual del acto constitutivo de las sociedades(86),
teniéndose en cuenta que la voluntad de éstas dominan las voluntades individuales que se han manifestado
libremente en el acto creador, imponiendo incluso la modificación de este, aun contra la opinión contraria
de sus fundadores. Surgieron así las teorías del acto colectivo, del acto complejo y de la institución, como
serios embates al concepto clásico de la sociedad, ante el auge de las sociedades de capital, donde aspectos
particulares de su desenvolvimiento hacían perder firmeza a las tradicionales normas contractuales,
justificando numerosas intervenciones legislativas, inspiradas en el deseo de vigilar la acción de las
sociedades en la vida económica(87).

Francisco Messineo, quien ha defendido la tesis del acto colectivo(88), fue uno de los más importantes
cuestionadores de la clásica teoría contractual, fundándose en la circunstancia de que en la constitución de
una sociedad, las declaraciones de los fundadores no se entrecruzan, como en los contratos, sino que son
paralelas. Son declaraciones no recepticias, mientras que la declaración contractual, por el contrario, tiene
esa característica, en tanto se dirige a la otra parte, para su aceptación. Por otro lado, de sostenerse un
origen contractual al acto fundacional, no se explicaba Messineo la razón por la cual queda vinculado al ente
quien no ha participado en su formulación, como ocurre con los socios que entran a formar parte de la
sociedad después de su constitución.
Frente a esta teorías anticontractualistas, que cuestionaron fundadamente una calificación hasta entonces
inconmovible, surgió una nueva corriente de opinión, que reafirmó el origen contractual de las sociedades,
aunque no ya como contratos bilaterales y sinalagmáticos, sino como un contrato plurilateral de
organización, correspondiendo a Ascarelli el mérito de haber elaborado esta categoría contractual. Se
sostiene pues que el contrato de organización se caracteriza por su plurilateralidad, en el sentido de que
siendo o pudiendo ser más de dos las partes contratantes, cada socio se sitúa jurídicamente no frente al otro
u otros socios, sino frente a todos y cada uno de los restantes integrantes, a diferencia de lo que acontece
con los contratos de cambio, sólo son concebibles dos partes, aunque cada una de ellas agrupe varios
sujetos jurídicos(89).

La pluralidad del contrato comporta la posibilidad de que a su otorgamiento concurran más de dos partes; la
comunidad de fin presupone que las prestaciones de los socios no estén destinadas a intercambiarse, sino a
integrar un fondo común, de donde surge la inaplicabilidad de la exceptio non adimpleti contractus (art.
1031 del Código Civil y Comercial), y que la resolución por incumplimiento sólo tendrá lugar con relación al
socio que no cumple con su aportación, salvo que la consecución de aquel fin requiera la prestación
prometida y cuya realización deviene imposible(90).

Nuestra Ley de Sociedades se adhirió sin reservas a esta nueva orientación, advertida de los peligros que
aquellas doctrinas anticontractualistas podían ocasionar, al justificar la injerencia del Estado en la
orientación de la actividad económica de la empresa(91). La adhesión a la doctrina del contrato plurilateral
de organización para explicar la naturaleza jurídica del contrato de sociedad se encuentra pues plasmada no
sólo en la Exposición de Motivos, sino en numerosas disposiciones de la ley 19.550, que no permiten dudar
de la orientación del legislador sobre el acto creador de las sociedades comerciales, y entre otras cabe
destacar:

a) Lo dispuesto por el art. 1º, en cuanto define la sociedad incluyendo el concepto de "organización";

b) La disposición del art. 16, que prevé que "...la nulidad o anulación que afecte el vínculo de alguno de los
socios no producirá la nulidad, anulación o resolución del contrato (...)", salvo que la participación o
prestación de ese socio deba considerarse esencial, habida cuenta de las circunstancias;

c) La posibilidad de poder resolverse parcialmente el contrato social, a través de la exclusión o muerte de


uno o varios socios, sin que ello implique su disolución ni afecte su operatividad (arts. 89 a 93):

Para advertir las diferencias más notables entre los contratos bilaterales y plurilaterales, nada mejor que
transcribir a Ascarelli, quien las resume de la siguiente forma(92):

a) En los contratos bilaterales surgen obligaciones correlativas para las partes; en los plurilaterales, cada
parte adquiere derechos y obligaciones respecto a todos los demás.

b) En los bilaterales, la conclusión del negocio se produce tan pronto las partes declaran su mutuo
asentimiento; en los plurilaterales, el problema es más complejo, por cuanto es preciso establecer a quién y
en qué forma deben manifestar las diversas voluntades.

c) En los bilaterales, el dolo, la fuerza y el temor vician el consentimiento, ya provengan de la contraparte, ya


de un tercero extraño al acto. En los plurilaterales, el vicio del consentimiento de uno de los contratantes
anulará su adhesión al negocio, pero el contrato sigue siendo válido en tanto sea posible lograr el
cumplimiento del objeto o finalidad común perseguida por los demás contratantes.

d) Los bilaterales son generalmente de ejecución instantánea; los plurilaterales son, en cambio, de tracto
sucesivo o de ejecución demorada y originan una situación económica que perdura, siendo preciso atender
al régimen de su disolución y liquidación.

e) En los contratos bilaterales, las obligaciones de las partes presentan un contenido típicamente constante;
en los plurilaterales, las obligaciones de las diversas partes, en principio idénticas y comunes, pueden tener
un objeto diferente: una parte puede obligarse a transferir la propiedad de una cosa, otra a conceder el uso
y goce de otra cosa, a entregar dinero, etc., como ocurre a veces con los aportes de los socios capitalistas en
el contrato de sociedad.
f) Los bilaterales están limitados a las partes originarias, mientras que los plurilaterales admiten el ingreso, o
la posibilidad de nuevas partes, así como el retiro de los originarios.

g) En los bilaterales, la imposibilidad de ejecución de las obligaciones por una de las partes lleva
generalmente a la resolución del contrato. Asimismo, el incumplimiento de una de ellas autoriza a la otra a
pedir la resolución o declararla, previa intimación. En los plurilaterales, la imposibilidad o el incumplimiento
llevan a una resolución limitada, con relación a la parte incumplidora.

f) En los bilaterales rige la exceptio non adimpleti contratus; en los plurilaterales dicha excepción no se
aplica, al menos, con el alcance y en la forma tradicional. Así, en la sociedad, típico contrato plurilateral, el
incumplimiento de uno de los socios no autoriza a los demás a no cumplir con sus respectivas obligaciones;
el socio incumplidor puede ser excluido, pero los demás quedan obligados a sus respectivas prestaciones.

La jurisprudencia de nuestros Tribunales han adherido a la doctrina del contrato plurilateral de organización
para explicar la naturaleza jurídica del contrato de sociedad, habiéndose resuelto que el sistema societario
mercantil no puede insertarse dentro de las reglas comunes a los contratos de cambio y que la regulación
legal que instrumenta la ley 19.550 es diferenciada y tiene reglas específicas no subsumibles en el común
ordenamiento contractual(93).

ART. 2º.—

Sujeto de Derecho. La sociedad es un sujeto de derecho, con el alcance fijado en esta ley.

CONCORDANCIAS: Ley 19.550: arts. 3º, 54; ley 24.522: arts. 160 a 176 y siguientes: Uruguay: arts. 2º, 189,
278.

§ 1. Personalidad jurídica de las sociedades comerciales

1.1. Fundamentos del otorgamiento de la personalidad jurídica de las sociedades

Ratificando lo dispuesto por el art. 33 del Cód. Civil, que pusiera fin a la polémica sobre el carácter de sujeto
de derecho de las personas jurídicas de carácter privado, el  art. 2º de la ley 19.550, declara expresamente la
calidad de sujeto de derecho que la sociedad reviste.

Puede pues afirmarse que la atribución del carácter de "personas" a las sociedades constituye el efecto más
característico del contrato de sociedad, en tanto implica una clara separación patrimonial entre la entidad y
quienes la integran, de manera tal que los derechos y obligaciones que aquella adquiera son imputados a la
propia sociedad y no a sus socios ni a todos ellos.

Del mismo modo, el reconocimiento de la personalidad jurídica o lo que es lo mismo, el carácter de sujeto
de derecho que tienen las sociedades, implica atribuirles ciertas cualidades o propiedades de que gozan
todas las personas, tanto físicas o jurídicas, que se denominan los atributos de la personalidad, y que son los
siguientes:

a) El nombre de la sociedad , que es la designación exclusiva que la individualiza y que permite que los
efectos de los actos celebrados por determinados sujetos que lo emplean se imputen directamente al
patrimonio de la sociedad.

b) El patrimonio, que es el conjunto de bienes de la sociedad (arts. 15 y 16 del Código Civil y Comercial de la
Nación).

c) La capacidad, esto es, su aptitud para adquirir derechos y obligaciones.


d) El domicilio, que se refiere a la ciudad o jurisdicción donde la compañía tiene la efectiva dirección y
administración de sus negocios y donde debe encontrarse la contabilidad social.

Los atributos de la personalidad de las sociedades gozan de los mismos caracteres que los de las personas
físicas, esto es, son únicos, necesarios e indisponibles, de manera tal que, como principio general, la
sociedad no puede modificar su nombre, salvo razones fundadas, ni tampoco enajenarlo, como si se tratara
de una enseña o nombre comercial.

Es importante retener que la personalidad jurídica no es un elemento esencial o tipificante del contrato de
sociedad. Para determinar la existencia del mismo bastan los requisitos previstos por el  art. 1º de la ley
19.550; esto es, aportaciones, fin societario y participación en las ganancias y pérdidas. La personalidad
jurídica es, se reitera, el efecto del acto constitutivo de una persona jurídica de carácter privado (94)y
constituye un privilegio otorgado por el legislador, fundado en evidentes razones de conveniencia práctica,
no sólo en beneficio de los socios, sino fundamentalmente en el interés de los terceros y del comercio en
general, en tanto mediante el recurso de dotar a la sociedad de personalidad jurídica, confiriéndosele a la
misma el carácter de sujeto de derecho y asimilándola a una persona de existencia visible, la ley otorga a la
sociedad aptitud suficiente para exteriorizarse en el mundo de los negocios, con un nombre y domicilio
propio, con un patrimonio independiente al de los socios que la integran y con capacidad para adquirir por sí
y para sí derechos y obligaciones. Ello también beneficiará a los terceros que se vinculan comercialmente
con la sociedad, quienes no deberán recurrir a cada uno de los socios para percibir sus créditos, sino a una
sola persona jurídica, con patrimonio propio, como derivación lógica de su carácter de sujeto de derecho.

El carácter de sujeto de derecho de la sociedad comercial plantea una vastísima problemática que es
necesario analizar, para obtener una comprensión acabada del tema.

1.2. Antecedentes históricos de la cuestión

En primer lugar, es preciso tener en cuenta que el reconocimiento de la personalidad jurídica de las
sociedades comerciales no ha sido contemporáneo al origen mismo del contrato de sociedad, sino que ese
privilegio es muy posterior. Históricamente, el concepto de sociedad quedó entendido como un vínculo
contractual entre los socios, que se obligaban y respondían personalmente con su patrimonio por los
negocios celebrados en tales condiciones, sin trascender la existencia del ente como único sujeto de esas
relaciones frente a terceros.

De esta manera se entendieron las cosas desde hace siglos, y en el derecho romano sólo se consideraban
personas jurídicas a las entidades que tenían vida independiente de sus miembros y en las cuales el interés
público estaba fuertemente involucrado. Su continuidad no dependía de la voluntad o existencia de sus
miembros y su existencia trascendía la vida de estos.

Las sociedades por acciones, que surgieron muy sobre el final del siglo XV para afrontar negocios de alto
riesgo, participaron de esas características, que se manifestaron de la siguiente manera: control directo del
soberano en el nacimiento y administración de la misma, independencia de los gestores respecto de los
socios, facultad discrecional de la corona de retirar la concesión, atribución en las decisiones del ente de
poderes propios de soberanía, etcétera. Bien dice en tal sentido Federico de Castro y Bravo, que esas
sociedades eran consideradas y tratadas del mismo modo que las corporaciones de carácter público.

Por ello, no consideramos rigurosamente exacta la afirmación de la doctrina mercantilista moderna, que ha
derivado de la existencia de esas sociedades por acciones, de neta influencia política en su constitución y
funcionamiento, el fundamento mismo de la existencia de la personalidad de las sociedades comerciales, en
especial de la sociedad anónima. Esta aparece por primera vez legislada en el derecho continental europeo
en el Código de Comercio Francés de 1807, a la cual también se dotó de otro beneficio excepcional, como lo
es la responsabilidad limitada de los socios por las consecuencias patrimoniales de la actividad del ente, a los
aportes efectuados por aquellos en su constitución o durante la vigencia del contrato social.

Sin embargo, no entraremos en la polémica —sumamente interesante pero carente hoy de fundamentos
prácticos— sobre la indebida o no extensión de los beneficios de la personalidad jurídica, reconocida
históricamente a las corporaciones de derecho público, para las entidades de derecho privado, y más
concretamente a las sociedades comerciales, pues entendemos, coincidiendo con Dobson(95)que el estudio
y razonamiento jurídico debe ser aplicado para solucionar problemas que presenta la vida diaria, y
actualmente, reconocido unánimemente que la sociedad constituye una persona jurídica distinta e
independiente de sus socios (arts. 143 del Código Civil y Comercial de la Nación y 2º de la ley 19.550) toda
discusión histórica o filosófica que cuestione esa innegable realidad debe ser reservada para otros ámbitos,
pero no para la interpretación del derecho vigente que ha admitido esa extensión en forma pacífica.

La brevísima reseña histórica que hemos efectuado tiende a explicar que la personalidad de las sociedades
comerciales ha sido otorgada —a diferencia de la de las personas físicas, que proviene del derecho natural, y
como tal, es plena e irrestricta— teniendo en consideración necesidades prácticas del comercio. Esa
diferencia es fundamental para comprender las razones por las cuales la personalidad jurídica de las
sociedades pueda ser a veces restringida o limitada en sus alcances o que incluso puede ser negada, como
sucedió durante la vigencia de la ley 19.550, antes de la reforma de la ley 26.994, respecto de las sociedades
accidentales o en participación, en donde la actuación del ente no trascendía a terceros.

1.3. Fundamento y alcances del reconocimiento de la personalidad jurídica a las sociedades comerciales

Como hemos expresado, la personalidad jurídica de que gozan las sociedades comerciales no tiene el mismo
fundamento del que disfrutan las personas de existencia física, pues este proviene de la naturaleza misma
del ser humano y es impensable concebirlo sin los atributos que son inherentes a esa personalidad: nombre,
domicilio, estado, nacionalidad y patrimonio. Por el contrario, la personalidad de los entes ideales, tiene otro
fundamento, y este, dentro del campo de las personas jurídicas, puede ser diferente en uno y otro caso,
tratándose de fundaciones, asociaciones civiles o sociedades. Como lo ha expresado Orgaz(96), la
personalidad no es una cualidad natural, es decir, "(...) algo que exista o pueda existir antes de todo
ordenamiento jurídico y con independencia de este: es una cualidad puramente jurídica, algo que el derecho
construye para fines particulares".

En el caso de las sociedades comerciales, el reconocimiento de su personalidad jurídica se funda en fines


eminentemente prácticos, pues satisface múltiples necesidades:

a) Por una parte, permite a los socios obtener, en mejores condiciones, las ventajas de los capitales
aportados y de los esfuerzos asociados, que se organizan en forma unitaria, independizándose el patrimonio
formado para el desarrollo de la actividad colectiva del patrimonio de aquellos, que permanece, en principio,
indiferente a la suerte de la actividad de la sociedad.

b) Asimismo, se satisfacen los intereses de los terceros vinculados de una manera u otra con la sociedad
comercial, a quienes se facilitan y simplifican sus relaciones con los socios por medio de una gestión
organizada de los negocios y a quienes se ofrece como garantía común un fondo especial destinado a
atender las operaciones llevadas a cabo en desarrollo de esa empresa de colaboración(97).

La personalidad jurídica, sostiene Francisco Ferrara(98), es una forma de regulación, un procedimiento de


unificación, la forma legal que ciertos fenómenos de asociación y de organización social reciben del derecho
objetivo. La personalidad jurídica no es una cosa, sino un modo de ser de las cosas y vana es la tentativa de
encontrar tras la persona jurídica, una entidad especial orgánica o psicológica que la ley eleva a sujeto de
derecho; detrás de la persona jurídica no hay otra cosa que asociaciones y organizaciones humanas. Con
otras palabras: la personalidad jurídica es la vestidura orgánica con la que cierto grupo de hombres o
establecimientos se presentan en la vida del derecho; es la configuración legal que asume para participar en
el comercio, pues como bien lo advierte julio Rivera, la personalidad jurídica es el presupuesto de la
actuación de los grupos humanos dentro de la sociedad, en tanto que, de no mediar la personificación,
ciertas actividades serían de muy difícil realización(99). En definitiva, el reconocimiento de este sujeto
mismo no es más que una forma jurídica para una más sencilla ordenación de las relacione.

Si bien es cierto que existen múltiples doctrinas que han intentado explicar la naturaleza jurídica de las
personas jurídicas o entes de existencia ideal (teorías de la ficción, de la realidad, de la institución etc.),
existiendo incluso autores en el derecho nacional y extranjero que han adoptado un criterio negativo al
respecto, adhiero a aquella doctrina que, abrevando en las enseñanzas de Savigny, predica que la extensión
de las personalidad jurídica a los entes ideales constituye una mera ficción consistente en admitir que tales
entes puedan contar con voluntad, interés, fines propios y órganos diferenciados, pues ello responde a fines
eminentemente prácticos, que al legislador le interesa consagrar. Pero de ello no puede derivarse la menor
asimilación a una persona física, pues la personalidad jurídica, como efecto característico de la constitución
de un ente ideal, no constituye otra cosa que una creación artificial del legislador, gozando solo de una
capacidad puramente patrimonial, por razones fundadas en las relaciones de esta naturaleza y, en lo que se
refiere a las sociedades, en el mejor desenvolvimiento de las relaciones comerciales y del tráfico mercantil.
Entender otra cosa nos conduce a lo que el Profesor español Emilio Langle calificó como el mayor pecado de
los juristas, esto es, "el exceso de abstracción que aleja de las realidades sociales"(100), lo cual por lo
general conduce a resultados disvaliosos e impide la necesaria coherencia que resulta imprescindible para la
interpretación y análisis del derecho, al no fundarse éste en la mera observación de las relaciones humanas
o de la vida misma.

Con otras palabras, el carácter de sujeto de derecho que gozan las personas jurídicas, y a diferencia de lo
que acontece con las personas humanas, no proviene del derecho natural, sino que es una solución práctica
que el legislador aporta para unificar en un solo sujeto o en un solo patrimonio, los efectos de la actuación
de un grupo de personas, que se han unido a los fines de llevar a cabo una actividad en común. Se trata —en
definitiva— de una ficción, tesis a la cual adhirió en su momento Vélez Sarsfield, siguiendo las enseñanzas de
Savigny, Laurent, Aubrey y Rau, entre otros, y que por mi parte y a pesar de su antigüedad, considero
totalmente vigente, pues, como lo explica Guillermo Borda, cuando la ley considera y trata al hombre como
persona, ella no le confiere personalidad, sino que solo reconoce y confirma una personalidad preexistente,
partiendo de la base que el único sujeto natural de derechos y obligaciones es el hombre, lo cual no sucede
con las personas jurídicas, pues cuando el derecho otorga la capacidad jurídica a una persona que en
realidad no tiene ni pensamiento ni voluntad, no es sino por una ficción que lo hace y esa ficción consiste en
admitir que ese ente piensa y quiere, aunque sea materialmente incapaz de hacerlo. Por esa razón de
conveniencia o de interés económico o social, el derecho las considera como si fueren personas(101), pero
que por derecho natural no lo son.

Debo reconocer al lector que mas allá de la formulación de ciertas doctrinas, que han sido denominadas
"teorías de la realidad", y que fueron ideadas para explicar la naturaleza jurídica de las personas de
existencia ideal, me resulta imposible, simplemente por aplicación del sentido común, sostener que la
persona jurídica constituya una "realidad prenormativa" cuya existencia el legislador debe necesariamente
reconocer, como sucede con las personas humanas, sino que la personalidad de los entes de segundo grado
solo constituye un medio jurídico y cultural que el derecho otorga con el propósito de una mejor
organización de fines humanos que reputa lícitos, como lo ha admitido la jurisprudencia en reiteradas
oportunidades(102).

Estas conclusiones no implican negar la existencia de las personas jurídicas como sujetos de derechos
diferentes de las personas que la integran, pero ello debe explicarse —se reitera— por los beneficios que, a
la comunidad, al tráfico mercantil o a los terceros implica unificar en un solo patrimonio las relaciones
jurídicas llevadas a cabo por un grupo de personas aglutinadas en torno a un mismo fin. Es por ello que no
puedo coincidir con aquellas teorías que han controvertido la doctrina de la ficción, pues ellas suponen una
indebida extensión del concepto de la realidad. Como bien sostuvo Manuel Arauz Castex hace cincuenta
años, eximio jurista y ejemplar magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la única realidad
jurídica es la coexistencia humana, esto es, la conducta del hombre en su relación con el prójimo, pues "la
institución", el "interés" o la "voluntad" de la persona ideal no pueden considerarse nunca realidades, sino
que son meras abstracciones, siendo que, para resolver los problemas acerca de la actuación y
responsabilidad de dichas personas no hace falta llamar realidad a lo que no lo es(103).

Repárese asimismo que, en esta materia, resulta claro que los redactores del Código Civil y Comercial de la
Nación se han apartado del Proyecto de 1998 de Unificación del Código Civil y Comercial, en cuyos
fundamentos se dejó constancia que "La persona jurídica es reconocida teniendo en cuenta un fin especial
que el Derecho reconoce y le interesa tutelar y promover" (página 25 de la Exposición de Motivos),
enrolándose dicho proyecto en las doctrinas que conciben la personalidad jurídica como el reconocimiento
por el derecho de un fenómeno social que debe reconocer y regular. Por el contrario, en los fundamentos
expuestos por los autores del Código Civil y Comercial del 2014, sus autores se han pronunciado en favor de
las doctrinas contrarias, que conciben a la personalidad jurídica como una concesión estatal, al enunciar en
los mismos que "la personalidad jurídica es conferida por el legislador como un recurso técnico según
variables circunstancias de conveniencia o necesidad que inspiran la política legislativa"(104).
Pero además de ello, la incorporación por la ley 26.994 a la hoy denominada "Ley General de Sociedades" de
las sociedades de un solo socio, priva de todo sustento a las referidas "teorías de la realidad", de imposible
comprensión por el hombre de la calle, esto es, el verdadero destinatario de las normas jurídicas, pues si
dichas doctrinas parten de la idea que el carácter de sujetos de derecho de las personas de existencia ideal
se las reconoce como medio técnico para realizar el fin lícito que se proponga un grupo de individuos, como
fuera expuesto en la Exposición de Motivos de la ley 19.550, lo cierto es que ello perdió gran parte de su
fundamento cuando se admitió la existencia de la sociedad unimembre en nuestro ordenamiento legal, pues
si el "dato prenormativo" que el derecho no puede ignorar al momento de reconocer la personalidad jurídica
de los entes ideales, lo es la existencia de una agrupación de personas que tienen un fin autónomo y un
propio patrimonio(105), ello pierde todo sentido cuando esos grupos humanos no existen y el destinatario
de la personalidad jurídica es un solo individuo, situación que provoca —en definitiva— que una misma
persona pueda ser titular de dos patrimonios y dos personalidades jurídicas distintas, de las cuales una es
consecuencia del derecho natural y la otra le es otorgada por el legislador para la realización de una
determinada y concreta actividad, siempre y cuando persiga fines lícitos y concretos. Soy de opinión que, en
definitiva, la consagración de las sociedades de un solo socio constituye un nuevo espaldarazo a la teoría de
la ficción, pues solo a través de ella puede llegarse a ese desdoblamiento de la personalidad de un mismo
sujeto de derecho.

Aclarado ello, si reparamos en el funcionamiento interno de una sociedad, se observa que para el desarrollo
de su objeto se exige un comportamiento que permite hacer abstracción de los socios y da la apariencia de
ser el de una sola persona. Como observa Pinzón(106), todo el funcionamiento de las sociedades y el
mecanismo de su organización así lo revelan: aporte de bienes que pasan a integrar una unidad patrimonial
al servicio de una sola actividad, una dirección unificada que no tiene por beneficiarios a los socios,
individual y directamente considerados, sino al interés colectivo que los une —interés social— hacia el cual
converge la intención de todos ellos.

Esta unidad total permanece siempre idéntica a sí misma, a pesar de que los socios puedan cambiar y
renovarse, pero, como ya se ha expresado, advertido el fundamento de la personalidad como una forma
jurídica otorgada por el legislador para una más sencilla ordenación de las relaciones, esa unidad es
alcanzada por síntesis, y por consiguiente reposa sobre sus miembros, quienes son libres de extinguir la
sociedad, a su exclusivo arbitrio(107).

El carácter instrumental de la personalidad jurídica, y los fines que su reconocimiento persigue, explican que,
a diferencia de la personalidad de las personas físicas, la capacidad de las sociedades se encuentra limitada
al desarrollo de su propia actividad, y claros ejemplos de lo expuesto lo encontramos en los arts. 26, 58, 101,
183 y 184 de la ley 19.550, en especial en el segundo de ellos, que limita las consecuencias de los efectos
patrimoniales de la actividad social a las obligaciones que hayan sido contraídas por sus representantes para
el cumplimiento del objeto de la sociedad.

En definitiva, el carácter de la personalidad jurídica de las sociedades comerciales es meramente


instrumental y por ello otorgado por el legislador en la medida que de su reconocimiento se derivan
beneficios para el tráfico negocial. Bien es cierto que los autores de la ley 19.550 no han adherido a la teoría
de la ficción, sino que seducidos por las enseñanzas de Ascarelli, han adscripto a la teoría de la realidad
jurídica, siendo importante transcribir las explicaciones brindadas por dichos legisladores, quienes la
Exposición de Motivos de la ley 19.550, han aclarando que la Comisión Redactora de este cuerpo legal
adoptó, en la forma utilizada por el art. 2º de la ley 19.550, la posición más evolucionada en punto a la
personalidad jurídica. Han dicho los legisladores textualmente que "...la sociedad resulta así no solo una
regulación de derecho constitucional de asociarse con fines útiles y una forma de ejercer libremente una
actividad económica, sino que constituye una realidad jurídica, esto es, ni una ficción de la ley, reñida con la
titularidad de un patrimonio y demás atributos de la personalidad, como el domicilio, el nombre y la
capacidad, ni una realidad física, en pugna con una ciencia de valores. Realidad jurídica que la ley reconoce
como medio técnico para que todo grupo de individuos pueda realizar el fin lícito que se propone. Con esta
norma, la ley posibilita, en fin, una amplia elaboración de las consecuencias de la personalidad jurídica y
también de soluciones para aquellos casos en que este recurso técnico sea empleado para fines que excedan
las razones de su regulación".

Precisamente, el carácter instrumental de la personalidad jurídica que gozan las sociedades comerciales,
justifica que este beneficio pueda ser ignorado en determinados supuestos (arts. 2º último párrafo y 54
último párrafo de la ley 19.550), restringido en otros o simplemente no otorgado, como sucedía con las
sociedades accidentales o en participación, hasta su derogación por la ley 26.994, pues ello hubiera
implicado sencillamente ir en contradicción con las especiales características de dicha sociedad, que se
constituyen para celebrar una o más operaciones y que actúan frente a terceros a nombre no de la sociedad
—que no lo tiene— sino a nombre del socio gestor.

1.4. Momento a partir del cual las sociedades gozan de personalidad jurídica

Hemos sostenido que la personalidad jurídica es el efecto característico del acuerdo de voluntades
destinado a la constitución de una sociedad, y ello explica que las sociedades irregulares o de hecho —ahora
denominadas "Sociedades de la Sección IV"— gocen de este beneficio, aún cuando ellas no se encuentren
inscriptas en el Registro Público.

La inscripción de la sociedad en los registros mercantiles no guarda ninguna relación con el goce del
beneficio de la personalidad jurídica, el cual es contemporáneo con el nacimiento del ente, que se produce
con el acuerdo de voluntades (art. 959 del Código Civil y Comercial de la Nación) tendientes a constituir una
persona de existencia ideal. La registración del contrato constitutivo de la sociedad sólo permite a los socios
ampararse en los beneficios del tipo social elegido y, como consecuencia de ello, oponer a los acreedores de
la sociedad el límite de la responsabilidad asumida, de conformidad con el régimen legal de la sociedad que
integran. La circunstancia de que, tratándose de sociedades irregulares o de hecho, los socios no pueden
invocar el beneficio de excusión previsto por el art. 56 de la ley 19.550, conforme al cual pueden exigir de los
acreedores sociales la previa ejecución de los bienes de la sociedad con carácter previo a la agresión por
aquellos de sus bienes particulares, en nada altera lo expuesto, pues esa contingencia deriva de la falta del
cumplimiento de los socios de los requisitos formales previstos en la constitución de dichas sociedades, pero
en nada incide sobre la personalidad de éstas, ni significa ello que las mismas carezcan de autonomía
patrimonial, que es una manifestación de la personalidad jurídica de que gozan.

Congruentemente con ello, la cancelación de la inscripción de la sociedad en el Registro Público, prevista por
el art. 112 de la ley 19.550, tampoco pone fin a la personalidad jurídica del ente, y si con posterioridad a ello
aparecen nuevos acreedores, la sociedad deberá satisfacerlos, pues la existencia de deudas importa la
subsistencia de un patrimonio autónomo, que es, como ha sido dicho, uno de los atributos de la
personalidad de un sujeto de derecho, que no puede considerarse extinguido en tanto subsista una
manifestación de su personalidad.

1.5. Personalidad jurídica y limitación de la responsabilidad

El beneficio de la atribución de la personalidad jurídica, que permite a la sociedad ser titular de los derechos
y obligaciones que genera el desarrollo de su actividad mercantil —el cual es, por propia definición, la
consecuencia más importante que supone el reconocimiento de la personalidad jurídica— no conduce
necesariamente a la limitación de la responsabilidad de los socios por las deudas de la sociedad, pues ambas
son cuestiones diferentes y que deben ser necesariamente distinguidas.

La atribución de personalidad jurídica a las sociedades comerciales no importa necesariamente la limitación


de la responsabilidad de sus integrantes, pues existen personas jurídicas en las cuales los socios responden
en forma solidaria e ilimitada con la sociedad por las obligaciones contraídas por estas, bien en forma
subsidiaria (sociedades colectivas, por ejemplo) o no (como sucedía con las sociedades irregulares o de
hecho, antes de la reforma por la ley 26.994), y a la inversa, como hace notar Dobson(108), existen
legislaciones que consagran, para las personas físicas, el beneficio de la limitación de la responsabilidad sin
tener que constituir o integrar una sociedad comercial.

Así pues, a través de la personalidad jurídica, la sociedad adquiere una entidad de sujeto de derecho distinto
de los socios individualmente considerados y con un patrimonio independiente, al cual sus acreedores
podrán recurrir para el cobro de sus créditos. La limitación de la responsabilidad permite a los socios y según
el grado de intensidad con que este beneficio es otorgado por el legislador, oponer al acreedor de la
sociedad los bienes que componen el patrimonio de ella, para que aquel obtenga satisfacción, ya con
carácter previo a la agresión de sus bienes particulares (sociedades colectivas), o liberándolo
definitivamente por las consecuencias de tales obligaciones (sociedades de responsabilidad limitada y
sociedades anónimas).
Las diferencias entre estos dos privilegios: otorgamiento de personalidad jurídica a la sociedad y beneficio de
limitación de responsabilidad de los socios, son cuestiones que deben ser necesariamente distinguidas pues
ellos no nacen conjuntamente ni uno es consecuencia del otro, aunque ambos han evolucionado a través de
un proceso de íntima relación, llegándose al extremo de ver en las sociedades anónimas —en las cuales se
consagra la más restringida responsabilidad de los socios por las obligaciones sociales— a las personas
jurídicas por excelencia, lo cual constituye, a nuestro juicio, un grave error.

Hemos explicado ya que la personalidad jurídica, otorgada a las agrupaciones humanas de derecho privado,
fue consecuencia de la necesidad de satisfacer los intereses del comercio en general y no exclusivamente en
beneficio de las personas que las integraban. La posibilidad de limitar la responsabilidad surge
posteriormente y constituye un verdadero privilegio en favor de sus socios, a quienes se les permite limitar
sus pérdidas a una parte de su patrimonio, que es, precisamente, el afectado a una determinada explotación
comercial llevada a cabo por la sociedad que integra.

De modo tal que mientras la personalidad jurídica es un beneficio otorgado a favor de terceros y de la
propia sociedad, el beneficio de la limitación de la responsabilidad constituye una ventaja que la ley
otorga a los integrantes de determinado tipo de sociedades , no para quebrar el denominado principio de
universalidad del patrimonio, conforme al cual éste es la garantía común de los acreedores, sino para alentar
la constitución de importantes emprendimientos mercantiles, lo cual se ha visto desvirtuado con el
transcurso de los siglos, pues si bien en sus orígenes este beneficio era otorgado a los integrantes de
sociedades que desarrollaban ciertas y determinadas actividades de altísimo riesgo (empresas marítimas y
mineras), luego fue extendido a cualquier actividad comercial, por mínima que sea, que es el panorama que
ofrece hoy el mundo de los negocios.

Pero lo importante, a los fines de conocer y comprender el alcance de las instituciones societarias, debe
concluirse que el otorgamiento de la personalidad jurídica a una sociedad comercial no implica en modo
alguno el beneficio de la limitación de la responsabilidad de las personas que lo integran.

1.6. Personalidad jurídica y actividad.

Como ha sido expuesto por la doctrina y jurisprudencia, existe una indudable interdependencia entre los
conceptos de personalidad jurídica y actividad; sin esta última el ente solo mantiene su forma, perdiendo
definitivamente la razón de ser que el derecho tuvo en miras al otorgarle su existencia (109). De manera tal
que la falta de toda actividad encuadrada dentro del universo de la "producción o intercambio de bienes o
servicios" a que se refiere el art. 1º de la ley 19.550 —el fin societario— impide la separación patrimonial
que el otorgamiento de la personalidad jurídica supone, pues este característico efecto del contrato de
sociedad solo funciona en la medida que exista empresa y empresario. Con otras palabras: la personalidad
jurídica diferenciada entre la sociedad y sus integrantes solo tiene justificación mientras exista riesgo
empresario, lo cual supone, como verdad de Perogrullo, que exista actividad empresaria.

Oportunamente señalaremos que la jurisprudencia administrativa y judicial ha resuelto en forma pacífica


que la inactividad de la sociedad constituye causal autónoma de su disolución y liquidación, pero también
puede autorizar la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de su personalidad jurídica, cuando la
sociedad alberga en su patrimonio bienes de determinada importancia sin afectarlos a ninguna actividad
empresaria, pues tal situación hace presumir la utilización del negocio societario a los fines de ocultar la
verdadera titularidad de esos efectos, esto es, con fines extrasocietarios, conforme lo dispone el art. 54
último párrafo de la ley 19.550.

1.7. ¿Puede ser limitada o suprimida la personalidad jurídica de una sociedad comercial?

Es corriente escuchar que la personalidad jurídica de las sociedades comerciales no puede sufrir
limitaciones, con el sencillo argumento de que el legislador es libre de concederla o no, según sea
conveniente. Pero si ella es otorgada, la personalidad es siempre plena e irrestricta, a diferencia de su
capacidad, que puede sufrir limitaciones a través de la consagración de incapacidades de derecho que
restrinjan su actividad para determinados actos(110).
Esta forma de pensar es equivocada, pues además del dogmatismo que la caracteriza, incurre en el error de
asimilar la personalidad de las personas físicas con la de las personas de existencia ideal, cuya naturaleza es
esencialmente instrumental y por ello diferente. La capacidad de la sociedad puede sufrir, como la de las
personas físicas, ciertas y limitadas restricciones, pero también puede el legislador prescindir o limitar los
efectos de la personalidad jurídica en ciertos y determinados supuestos,  en tanto ello es consecuencia del
carácter artificial que caracteriza el carácter de sujetos de derecho de las sociedades comerciales.

El mejor ejemplo de lo expuesto lo constituye el art. 101 de la ley 19.550, cuando prescribe que la sociedad
en liquidación conserva su personalidad "a ese efecto", con lo cual predica la no separación patrimonial
de las consecuencias de los actos realizados en exceso de los fines liquidatorios . Del mismo modo, la
aplicación de la doctrina de la desestimación e inoponibilidad de la persona jurídica constituye otra forma de
limitar los alcances y efectos de la personalidad jurídica, pues en tanto la misma no es consecuencia del
derecho natural, como es propio de la personalidad de los seres humanos, nada obsta que, así como el
legislador la ha otorgado por motivos eminentemente prácticos, la pueda suprimir o limitar cuando tal
característica ha sido utilizada en contra de sus propios fines.

1.8. Las sociedades comerciales y su legitimación para reclamar la reparación del daño moral. Invocación de
la lesión subjetiva

Como consecuencia precisamente del carácter de sujeto de derecho de las sociedades comerciales, ha sido
dicho en forma permanente por la jurisprudencia, que estos entes carecen de derecho para obtener la
reparación del daño moral —hoy denominado "daño no patrimonial" por el Código Civil y Comercial de la
Nación—, pues su capacidad jurídica está limitada por el principio de la especialidad previsto por el art. 141
del Código Civil y Comercial de la Nación y el art. 58 de la ley 19.550, y su finalidad propia es la obtención de
ganancias. En consecuencia, todo aquello que puede afectar su prestigio o buen nombre comercial carece de
trascendencia a los fines indemnizatorios, ya que se trata de entes no susceptibles de sufrir padecimientos
espirituales(111).

Si bien no parece posible sentar principios generales en esta materia, lo cierto es que, formulada así la tesis
negatoria del derecho de las sociedades comerciales a reclamar indemnización por daño moral, ella parece
exagerada, pues olvida que detrás de la "máscara" que implica el carácter de sujeto de derecho de una
sociedad mercantil, siempre se encuentran seres humanos que son quienes configuran y definen la
actuación de aquella en el mundo de los negocios. Sobre la base de ello, no parece justo que quien con su
incumplimiento ha provocado importantes daños a una sociedad, se encuentre liberado de satisfacer los
perjuicios morales sufridos por las personas físicas que se encuentran detrás de la misma, y que,
manteniendo una determinada conducta en el desempeño comercial de la sociedad cuya voluntad
conforman, se han visto perjudicados por una ilegítima actuación de un tercero, que ha afectado en plaza el
nombre de la persona jurídica.

La reclamación por parte de quienes integran una sociedad comercial tienen evidente derecho de reclamar
los perjuicios ocasionados a la misma en concepto de daño moral. Sostener lo contrario importa llevar al
extremo la doctrina de la personalidad jurídica diferenciada, que, como hemos dicho, solo reviste carácter
instrumental, que no responde al derecho natural, sino que constituye un recurso empleado por el legislador
a los fines de facilitar el desenvolvimiento de las relaciones comerciales. Bien puede sostenerse que todo lo
que afecta el patrimonio del ente perjudica — bien que indirectamente — a las personas físicas que se
encuentran detrás de la misma. Imaginemos el caso de una sociedad que por error de un banco fue incluida
dentro de la lista de deudores morosos que lleva el Banco Central de la República Argentina y que, como
consecuencia de la publicidad negativa que ello supone, la referida compañía pierde una importante
clientela y el prestigio bien ganado en la plaza. Ante tal caso, la reparación de los perjuicios materiales
resultan insuficientes para resarcir a las víctimas de tal manera de proceder, dentro de las cuales no solo
debe incluirse a la sociedad, sino a todos aquellos que contribuyeron, desde su misma fundación, a cimentar
el buen nombre de la sociedad que integran, injustamente menoscabado por una actuación reprochable de
un tercero.

Coincidimos en principio con aquella jurisprudencia que ha enfatizado el debilitamiento de la interposición


de la personalidad jurídica tratándose de participaciones sociales cualitativas(112), por lo cual ante la
consumación de perjuicios al buen nombre de la sociedad, sus socios tienen derecho a reclamarlo,
produciéndose en este caso un supuesto automático de inoponibilidad de la personalidad jurídica a favor de
los mismos e imputación de la respectiva indemnización directamente a los integrantes de la sociedad (art.
54 último párrafo de la ley 19.550).
Coadyuva a estas conclusiones, la jurisprudencia que viene abriéndose camino desde hace ya algunos años,
conforme a la cual el resarcimiento del daño moral —o extrapatrimonial, como lo denomina el Código Civil y
Comercial de la Nación—, no reviste solo el carácter de reparación de quienes padecieron las aflictivas
consecuencias de un proceder dañoso, sino como una sanción ejemplar al proceder reprochable del autor
del hecho que lo genera(113), por lo cual, desde este punto de vista, nada permite diferenciar entre
personas físicas o jurídicas a los fines de la legitimación activa a los fines de la reclamación del resarcimiento
del daño moral o extramatrimonial.

A esta solución no obsta lo dispuesto por el art. 1741 del Código Civil y Comercial de la Nación, en tanto solo
legitima para reclamar la indemnización de las consecuencias no patrimoniales al damnificado directo, pues
si se niega la posibilidad de reclamar a las personas jurídicas el daño moral sufrido como consecuencia de la
actuación de terceros, invocándose para ello la imposibilidad de padecer sentimientos espirituales, debe
necesariamente concluirse que son las personas que integraban la misma, aquellos que deben ser
considerados como los "damnificados directos", a tenor de la aludida norma. De otro modo llegaríamos al
extremo de dejar sin sanción a quien provocó un daño a la sociedad que afectó su funcionamiento o su
crédito en el mundo de los negocios o en la comunidad en que la misma desarrollaba sus actividades,
cuando los efectos de esa ilegítima manera de proceder han provocado un grave daño a las afecciones
espirituales legítimas y "las que resultan de la interferencia en su proyecto de vida" (art. 1738 CCyCN) de
aquellos que integraban la sociedad.

Este derecho no puede quedar enervado por el reconocimiento a favor de la sociedad de reclamar una
indemnización en concepto de "daño a la imagen comercial o a la reputación comercial", como lo ha
sostenido la jurisprudencia, porque en estos casos es prácticamente imposible cuantificar los daños que la
actuación ilegítima del tercero puede ocasionar al ente. El mejor ejemplo de lo expuesto es la inexistencia,
en nuestros repertorios judiciales, de toda jurisprudencia referida a esta supuesta acción judicial, producto
mas de una abstracción propia de los jueces que de lo que acontece en la realidad de los negocios.

Íntimamente vinculado a este tema, el tema de la legitimación de las sociedades para invocar el vicio de
lesión subjetiva, ha sido objeto de controversias. Sostuvo al respecto la sala E de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, en el caso "Goñi Hermanos Sociedad de Hecho c/ YPF Sociedad Anónima", del
19 de marzo de 2014, que las sociedades comerciales no pueden invocar la lesión subjetiva prevista por el
derogado art. 954 del Código Civil —y hoy lo hace el art. 332 del Código Civil y Comercial de la Nación—
utilizando para ello el argumento de que la inexperiencia y la ligereza son supuestos incompatibles con las
aptitudes y capacidades objetivas para el manejo de la administración societaria.

Ello supone una generalización difícil de compartir, así como la formulación de un dogma que no se
compadece con las realidades sustanciales, cuya aplicación solo conduce a soluciones verdaderamente
injustas, pues solo careciendo de experiencia en el mundo de los negocios en general y del funcionamiento
de las sociedades en particular, puede sostenerse válidamente que una persona física, por el hecho de
integrar el órgano de una sociedad, supera automáticamente y por esa sola circunstancia los supuestos
fácticos previstos por dicho instituto, para tornar procedente el vicio de la lesión.

Podría solo compartirse con el tribunal esa manera de razonar, si se tratara de las autoridades de un banco,
una compañía de seguros, sociedades cotizantes o de empresas de relevancia significativa en el mercado,
pero ellos, como todos saben, no agotan todo el universo societario, teniendo fundamentalmente en cuenta
la actuación de sociedades en pequeños o medianos emprendimientos, resultando sencillamente
impensable que el gerente de un establecimiento gastronómico de pequeñas dimensiones o el
administrador de una línea de colectivos, pueda quedar eximido de invocar la ligereza, inexperiencia o
abuso, cuando se trata de concertar operaciones no comprendidas en el objeto de la sociedad que
administran, en especial, ante la celebración de operaciones financieras necesarias para el giro de la
pequeña empresa cuya gestión tienen a su cargo.

§ 2. Límites de la personalidad jurídica. El denominado abuso de la personalidad

Hemos sostenido que los entes ideales no poseen un fin en sí mismos, en tanto son realidades que el
legislador ha reconocido como forma de canalizar una de las características de la persona humana, esto es,
de actuar en sociedad(114)y lo cierto es que a pesar de que la ley les reconoce a las sociedades una
personalidad distinta a la de sus miembros, con las consecuencias que de ello se derivan en materia de
derechos y obligaciones imputables a la persona de existencia ideal, siempre hay que tener presente que el
destinatario final de las normas es el hombre que está detrás de ellas.
La teoría de la distinta personalidad de las sociedades y los propios componentes que la integran no pueden
convertirse en una valla artificial e insalvable, desligando a estos últimos de las consecuencias del actuar de
la entidad, cuando se exceden los fines que el legislador tuvo en miras al otorgar la personalidad jurídica o
cuando se aprovecha de la separación patrimonial entre una y otras, para frustrar los derechos de terceros
(arts. 9º y 10 del Código Civil y Comercial de la Nación).

Por ello, la indebida utilización del contrato de sociedad para encubrir fines ilegítimos o contrarios al espíritu
del legislador, explica la necesidad de poner límites a los beneficios de la personalidad jurídica de las
sociedades comerciales. Sobre todo teniendo en cuenta el permanente abuso que la forma societaria
permite, al facilitar la constitución de sociedades al solo efecto de disfrazar el desarrollo de una actividad por
una sola persona, actuación que se lleva a cabo aprovechando el beneficio de la limitación de la
responsabilidad, que nuestro ordenamiento sólo permite para ciertos y determinados tipos societarios, pero
jamás para trasladar los riesgos que supone la actividad de la sociedad.

No debe olvidarse la etimología de la palabra "persona", utilizada por los griegos clásicos para identificar a la
máscara que usaban los actores de teatro y que aludía al papel que éstos desempeñaban ("personajes").
Como bien lo define ese excepcional jurista que fue Manuel Arauz Castex (115), esta explicación es ilustrativa
porque aclara el manejo de la técnica jurídica, en el sentido de que hay casos en la que los derechos no son
adjudicados a un hombre concreto y particular, sino a una colectividad, pero en uno y otro caso, el derecho
es imputado directamente a la máscara que por supuesto no puede ser sino utilizado por seres humanos.

Precisamente, para poner fin a los abusos cometidos mediante la utilización fraudulenta del negocio
societario, fue elaborada la doctrina de la desestimación de la personalidad jurídica, que reconoce sus
antecedentes en la clásica acción de simulación prevista por los derogados arts. 955 a 960 del Código Civil,
que fue, hasta la sanción de la ley 19.550, el camino más transitado por nuestros Tribunales a los fines de
imputar las consecuencias del accionar ilegal de la entidad a las personas físicas responsables de las
expresiones de voluntad adjudicadas a las mismas. Se trataba, estrictamente, de la acción de simulación
subjetiva, por interposición fraudulenta de personas, concretada a los fines de desenmascarar al verdadero
responsable de la maniobra, el cual, a través de la interposición de un sujeto distinto (tercero) en una
relación jurídica, pretendió desligarse de las consecuencias de ese ilegítimo accionar.

La doctrina del abuso de la personalidad jurídica nació pues como consecuencia de los abusos que llevó el
"enmascaramiento" del ser humano detrás de la figura de una sociedad comercial, que mal utilizó la figura
de la persona jurídica y sus atributos, para obtener indebidas ventajas individuales con exclusividad, lo cual
aconteció con mayor frecuencia cuando el beneficio de la limitación de la responsabilidad que ofrecen
determinados tipos societarios pudo sencillamente obtenerse con la simple finalización de un trámite
registral y no con una autorización estatal específica y determinada. En efecto, y con el correr del tiempo, lo
que pareció impensable en determinado momento, esto es, que se pueda constituir una sociedad anónima
sin autorización estatal, fue hecho realidad en las legislaciones contemporáneas a partir de la ley francesa de
1867 y esa evolución fue paralela al reconocimiento unánime de la personalidad jurídica para todas las
sociedades, con excepción de aquellas a las cuales el legislador se las negó expresamente (sociedades
accidentales o en participación de nuestro derecho), con lo cual llegó a un fenómeno no deseado, cual es la
proliferación de sociedades anónimas o de responsabilidad limitada, no siempre creadas con un fin legítimo
o societario. Esto obligó al legislador, no ya a volver sobre sus pasos, sino a consagrar expresas normas de
protección, que tienden a limitar o restringir los alcances de la personalidad jurídica o los beneficios propios
del tipo elegido.

Los abusos que permitieron la ilegítima utilización de la sociedad anónima, llevaron pues al extremo de
proponer, por parte de una importante corriente doctrinaria, de origen francés (Bastian, David, etc.), al
abandono del concepto de persona jurídica o su reformulación para el caso de estas sociedades, frente a
aquellas teorías que potenciaban al máximo esa personalidad y que propiciaban normas de protección
semejantes a las que defienden los derechos personalísimos de las personas físicas. Precisamente, en la
búsqueda de un equilibrio entre tan extremas doctrinas, se ha optado, en su casi generalidad, por una
posición intermedia, receptada por casi todas las legislaciones contemporáneas admitiendo el concepto de
persona jurídica, pero con carácter instrumental y limitado, excluyendo su reconocimiento cuando se utiliza
la sociedad para defraudar a terceros o incumplir con las leyes(116).

Esta y no otra es la orientación de la ley 19.550, reforzada por la ley 22.903 (arts. 2º y 54, últ. párrafo de la
ley 19.550) que se funda en las mismas razones de practicidad que inspiran el otorgamiento de la
personalidad jurídica: el legislador la concede por el simple acuerdo de voluntades y la restringe o la ignora
lisa y llanamente frente a comprobados casos de exceso, que obviamente el legislador no puede tolerar
(arts. 9 y 10 del Código Civil y Comercial de la Nación).

2.1. La doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica. Evolución histórica

Ha quedado claro que la personalidad jurídica de las sociedades comerciales constituye un privilegio
otorgado por el legislador que debe ser respetado siempre y cuando se cumplan las siguientes condiciones:

a) Que la sociedad haya sido constituida y actúe con fines lícitos, leales y sinceros (art. 953,  Cód. Civil —
hoy art. 279 del Código Civil y Comercial de la Nación—).

b) Que la sociedad desarrolle una concreta actividad a los fines de desarrollar el fin empresario para la cual
fue constituida, esto es, lo que se denomina "el fin societario". En estrictos términos legales, la entidad debe
llevar a cabo la actividad comprendida dentro de la fórmula empleada por el  art. 1º de la ley 19.550, cuando
se refiere a la "producción o intercambio de bienes o servicios".

c) Que internamente se cumpla con las normas de funcionamiento que la ley 19.550 prevé con respecto al
tipo social elegido y con pleno respeto de los derechos que el legislador otorga a los integrantes de la
sociedad, con sujeción, por supuesto, a las normas que los reglamentan.

Un simple repaso de la enorme cantidad de fallos dictados en materia de desestimación de la personalidad


jurídica de las sociedades comerciales con anterioridad a la sanción de la ley de sociedades comerciales,
revela que el legislador de la ley 19.550 era totalmente consciente de los problemas que ocasionaba la
utilización fraudulenta de estas entidades, y los efectos del por entonces célebre caso "Swift", estaban
presentes en la mente de todos los integrantes de la Comisión Redactora de la misma, quienes si bien
propiciaban la eliminación del sistema de autorización estatal para la constitución de las sociedades
anónimas y la derogación del requisito del número de diez socios fundadores que el Código de Comercio
requería para la constitución de las mismas, no les resultaban indiferentes los problemas que la
indiscriminada actuación de las sociedades anónimas, ya liberadas de tales requisitos, pudieran ocasionar.
Ello fue también advertido por quienes integraban, por ese entonces, la Comisión de Reformas de la ley
19.551 —de concursos y quiebras—, quienes plasmaron, en ambos cuerpos normativos, soluciones
concretas tendientes a poner fin a la viciosa práctica de la actuación de sociedades comerciales en exclusivo
beneficio del socio controlante, casi nunca inspirado en fines legítimos.

En materia de sociedades, esa intención del legislador quedó plasmada en el  art. 2º de la ley 19.550 cuando,
siguiendo las orientaciones de la reforma efectuada al Código Civil por la ley 17.711, ratificó la personalidad
jurídica de todas las sociedades, con excepción de las accidentales o en participación (derogadas por la ley
26.994), aunque limitado ese reconocimiento "(...) a los efectos de esta ley (...)".

Era una fórmula muy breve pero a la vez riquísima en proyecciones, pues incluía en su seno toda la doctrina
norteamericana del disregard of legal entity, que permitía ignorar el privilegio de la personalidad, cuando la
sociedad había sido constituida o había actuado en procura exclusiva del beneficio de uno, varios o todos los
socios. Así lo advirtió la jurisprudencia de nuestros tribunales, la cual, antes de la sanción del art. 54 último
párrafo de la ley 19.550, incorporado por la ley 22.903 del año 1982, había sostenido que el recurso de la
prescindencia, desestimación o redhibición de la personalidad jurídica no puede entenderse sino como la
determinación, en un caso concreto, de haberse ultrapasado el límite dentro del cual ha de surtir efecto la
aplicación de la normativa societaria y los efectos de una imputación diferenciada(117).

Sin embargo, la fórmula empleada por el art. 2º de la ley 19.550 podía ser calificada de insuficiente, por
cuanto no preveía los efectos derivados de la privación de esa personalidad. Esta norma permanece intacta
en la actual redacción de la Ley de Sociedades, aunque la misma debe ser complementada con lo dispuesto
por el art. 54, últ. párrafo, incorporado en 1983 por la ley 22.903, que, bajo el título, "Inoponibilidad de la
persona jurídica", dispone que: "La actuación de una sociedad que encubra la consecución de fines
extrasocietarios, o constituya un mero recurso para violar la ley, el orden público o la buena fe, o para
frustrar derechos de terceros, se imputará directamente a los socios o a los controlantes que la hicieron
posible, quienes responderán solidaria e ilimitadamente por los perjuicios causados".

2.2. La excepcional solución del art. 54 último párrafo de la ley 19.550.


La metodología del legislador, al incluir en el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, una norma tan vinculada
al principio general sentado en el art. 2º, en una sección de la ley dedicada a la reglamentación de los
derechos y obligaciones de los socios, ha sido objeto de algunas críticas, en la medida que aquella norma se
encuentra íntimamente relacionada con ese principio general. Consideramos, por nuestra parte, acertado el
criterio de la ley 22.903, pues la solución prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, que regula y
reglamenta el abuso de la personalidad jurídica, se encuentra incluida en un artículo que específicamente
regula las consecuencias del dolo o culpa del socio o controlante y el abuso de la personalidad jurídica no es
otra cosa que un incumplimiento a las obligaciones que la ley 19.550 impone a todo integrante de una
sociedad.

El primer acierto del art. 54, último párrafo de la ley 19.550 lo constituye la descripción del fenómeno que
origina las sanciones allí establecidas, pues el legislador no la ha limitado al acto de constitución de la
sociedad ni se remonta al origen del ente para tornar aplicable a la misma. La expresión "actuación" utilizada
por la norma en análisis debe entenderse también como comprensiva de cualquier acto emanado de los
órganos de la sociedad, en los cuales se exprese la voluntad de esta (sea asamblea o directorio), con lo que
la norma comprende no sólo a aquellas maniobras que tenga como víctimas a los terceros ajenos a la
sociedad, sino a alguno de sus integrantes, cuyos derechos pueden ser violados a través de conductas
consumadas por el ilegítimo empleo de las formas societarias. Basta citar, a mero título de ejemplo, la
utilización fraudulenta del esquema societario para licuar la participación de un socio minoritario a través de
un ficticio aumento del capital social, pensado y concretado no para dotar a la sociedad de mayores fondos,
sino para acrecentar el control del grupo mayoritario y disminuir, al máximo posible, el grado de
participación de la víctima de tales maniobras en el ejercicio de sus derechos societarios. Ante tal caso, y
advertida la maniobra por los Tribunales, resultaría totalmente injusto hacer cargar a la sociedad con las
consecuencias patrimoniales de esa dolosa manera de actuar, las cuales deberán imputarse a las personas
físicas que la hicieron posible.

Por otro lado, el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, no limita la operatividad de la norma a los actos
ejecutados por la sociedad en violación de la ley, el orden público, la buena fe o los derechos de terceros,
que son los supuestos más corrientes cuando se abusa de la personalidad jurídica,  sino que, con gran
acierto, ha extendido sus alcances a la actuación de quienes se han valido de la estructura societaria para
lograr con ello fines extrasocietarios , es decir, cuando no hay ilegitimidad ni dolosa frustración de derechos
de terceros, sino simplemente provecho de los beneficios que la ley otorga a las sociedades mercantiles o
a sus integrantes, cuando aquella no cumple ninguna actividad productiva o intermediaria de bienes y
servicios, que es, por definición —art. 1º de la ley 19.550—, requisito indispensable para toda sociedad
mercantil.

De esta manera, y como lo veremos al analizar la enorme casuística que la concreta y ejemplar aplicación del
art. 54 último párrafo de la ley 19.550 por parte de la jurisprudencia, quedan sometidas a la sanción de
inoponibilidad las sociedades que se limitan exclusivamente a ser titulares de dominio de bienes
registrables, aun cuando de ello no se derive perjuicio para terceros ni ello suponga maniobras de
insolventación de ninguno de sus integrantes, pues a la ley 19.550 no le interesa alentar sociedades que no
desarrollan actividad productiva o intermediaria de bienes o servicios, esto es, carentes del "fin societario"
que inspira la constitución de toda sociedad mercantil, en la medida que no ha reservado a estas los
privilegios que aquella normativa otorga.

La restante enumeración que hace el legislador de los distintos supuestos de operatividad del art. 54 último
párrafo de la ley 19.550 no es más que la concreción, en una norma jurídica caracterizada por su precisión y
claridad, de los supuestos más frecuentes del abuso de la personalidad jurídica que nuestra jurisprudencia
ha consagrado en todos los campos del derecho, y aunque la referencia al orden público es quizás
sobreabundante, no puede dejar de celebrarse la implícita referencia al abuso del derecho, consagrado por
el derogado art. 1071, Cód. Civil —hoy art. 10 del Código Civil y Comercial de la Nación— entre estos
supuestos, que encuentra en materia de relaciones societarias un campo muy fértil para su aplicación.

De esta manera, quedan comprendidos dentro del art. 54, últ. párrafo de la ley 19.550, todos aquellos casos
en donde el deudor transfiere el dominio de bienes registrables a sociedades que por lo general controla
directa o indirectamente para sustraerlos de la ejecución de sus acreedores. Asimismo, al cónyuge que ante
un juicio de divorcio, adquiere bienes a nombre de una sociedad que controla en forma exclusiva, para
sustraer del incidente de separación de bienes, fondos o efectos de carácter ganancial en perjuicio exclusivo
del otro cónyuge; o al socio o controlante que usa los bienes de la sociedad en provecho propio o a aquellas
sociedades que se constituyen exclusivamente para frustrar derechos hereditarios, maniobras todas éstas
que, lamentablemente, han estado a la orden del día.
2.3. ¿Debe interpretarse restrictivamente la doctrina de la inoponibilidad jurídica prevista por el art. 54
último párrafo de la ley 19.550?

Así parece surgir de alguna jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles, tan afectos a la creación de
este tipo de dogmas, que a la larga no hacen más que limitar la libertad de los jueces a la hora de sentenciar.
Es también otra de las tantas manifestaciones que predican que los jueces deben ser antes que nada
prudentes y restrictivos, premisas que bien pudieron justificarse en otras épocas, donde el delito de guante
blanco era la excepción, pero no en estas épocas, donde el fraude y la simulación en el negocio societario se
ha convertido en una práctica más que habitual a los fines de defraudar los intereses de terceros. Basta
reparar al respecto la enorme proliferación en la República Argentina de sociedades extranjeras "off shore"
durante la nefasta década de los años 90, que ha recrudecido con la asunción del gobierno neoliberal en el
año 2015, que las tuvo como protagonistas exclusivos de cuanto escándalo bancario o empresario se
sucedió en nuestro país y detrás de las cuales se encontraban conocidos ciudadanos argentinos, disfrazados
de inversores o empresarios extranjeros, que de tales no tenían absolutamente nada.

En defensa del carácter restrictivo de la aplicación de la doctrina de la inoponiblidad de la persona jurídica


de las sociedades comerciales se sostuvo reiteradamente que "La prescindencia de la persona jurídica solo
puede admitirse de manera excepcional, cuando estamos en presencia de un supuesto en el cual, a través de
ella, se han buscado o se han logrado fines contrarios a la ley. Solamente cuando ha quedado configurado un
abuso de la personalidad jurídica, puede llegarse al resultado de equiparar a la sociedad con el socio, y solo
en esta hipótesis será lícito atravesar el velo de la personalidad para captar la auténtica realidad que se
oculta detrás de ella con la finalidad de corregir el fraude"(118). Del mismo modo, ha sido jurisprudencia
constante de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal, que "Sin desconocer
el fuerte contenido dogmático que tiene la teoría de la penetración de la personalidad jurídica, su aplicación
no puede hacerse sin munirse previamente de una cierta dosis de prudencia, atento a que su aplicación
indiscriminada, ligera y no mesurada puede llevar a "prescindir" o bien a desestimar la estructura formal de
las sociedades, en supuestos que no procede, con grave daño para el derecho y la certidumbre y seguridad
de las relaciones jurídicas" (119). Finalmente, y siempre imbuido por esta llamativo desconocimiento de lo
que acontece en la realidad del tráfico mercantil, ha sido expuesto que "La llamada teoría de la penetración
de la persona jurídica constituye un recurso excepcional que debe aplicarse con sumo cuidado y solo cuando
de las circunstancias del caso puede inferirse con total certeza que se han abusado del esquema societario
para alcanzar fines contrarios a los designios de la ley. La desestimación de la forma de la persona jurídica
debe quedar limitada a casos concretos, verdaderamente extraordinarios, pues cuando el derecho ofrece los
cuadros de una institución y les atribuye determinadas consecuencias jurídicas, el daño que resulta de no
respetar aquellas, salvo casos particulares, puede ser mayor que el que provenga del mal uso que de ellas se
haga"(120).

¡Con cuánta razón Ernesto Martorell sostuvo que la prudencia de los jueces es el mejor refugio de los
delincuentes(121)"!

Como ha sido dicho, la mera observación de la realidad desmiente por completo aquellas dogmáticas
afirmaciones, que no se compadecen con una supuesta excepcionalidad del empleo abusivo de la
constitución de sociedades. La simple lectura de la jurisprudencia recaída en temas fiscales, laborales,
previsionales, de familia, sucesorios, societarios, concursales y contractuales, revela una realidad que es
totalmente contraria a esa forma de pensar, que lamentablemente ha conducido a tolerar ciertas prácticas
que nos han llevado a los argentinos a un estado de cosas donde es muy difícil creer en la justicia. La
incorporación de sociedades provenientes de paraísos fiscales o de exóticas islas del Pacífico Sur al elenco de
pequeñas empresas nacionales, en reemplazo de accionistas cuestionados en el marco de conflictos
societarios; la adquisición de inmuebles, rodados o embarcaciones a nombre de sociedades sin la menor
actividad comercial; el clandestino trasvasamiento de los bienes, efectos y actividad de una sociedad
insolvente argentina en beneficio de una misteriosa sociedad caribeña o del estado de Delaware (EE.UU.); la
mas que frecuente aparición de sociedades uruguayas como acreedoras financieras de empresas
concursadas, en carácter de titulares de créditos suficientes para obtener mayorías absurdas en los
concursos preventivos, son todos claros ejemplos de que el abuso de las formas societarias lejos se
encuentra de aquella excepcionalidad a que se refieren los tribunales de comercio en los precedentes
mencionados.

La afirmación de principios abstractos como pautas para el juzgamiento de casos particulares constituye un
gravísimo error que debe ser evitado, pues como ha sido expuesto en un importante precedente de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, "...todo radica en un problema de hombres, y cuando más allá
de ello se sostiene a ultranza el valor absoluto de las instituciones jurídicas, se corre el peligro de crear
escudos protectores de la ilicitud, haciendo caer al derecho en una profunda contradicción o reduciendo su
papel a un mero conjunto de reglas de juego, vacías de todo contenido moral o político"(122).

Si pretendemos superar el estado de inmoralidad y crisis colectiva que afecta hoy a la República Argentina —
sostiene Ernesto Martorell— deberemos abandonar las abstracciones —tan apreciadas por quienes violan la
ley— y hacer hincapié en el hecho de que las sociedades no son más que un mero recurso técnico que crea
una especie de privilegio, derogatorio del régimen de derecho común, pero que, ultrapasadas las
condiciones de uso, se debe tener por diluida toda visión "transpersonalista" de la sociedad, y
responsabilizar directamente a los administradores y socios que la han utilizado para delinquir(123).

El puntual y escandaloso caso de los "Panamá Papers", revelado a la opinión pública de la República
Argentina en el mes de Abril de 2016, debería enseñar al Tribunal que mal puede utilizarse el excepcional
remedio previsto por el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550, no configuran una actuación aislada dentro
del tráfico mercantil sino que —y basta al respecto la lectura de los diarios— para advertir que la ocultación
societaria, esto es, la utilización de una sociedad ficticia para burlar la ley, el orden público, la buena fe y los
derechos de terceros, son cosas de todos los días y el enmascaramiento societario, o sea, el mal uso de la
sociedad, permite violar todo tipo de leyes y afectar toda clase de legítimos intereses y de relaciones
jurídicas.

2.4. ¿Es necesaria la existencia de fraude a los fines de la aplicación de lo dispuesto por el art. 54 tercer
párrafo de la ley 19.550?

Haciendo una aplicación restringida de la solución prevista por el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550, la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, a través de la sala B, en el caso "Bianchi Adrián Alberto c/
Vanderbelt Manegement Group Ltda. y otros s/ ordinario", del 29 de agosto de 2014, resolvió que la
existencia de fraude es requisito insustituible para intentar la desestimación de la personalidad jurídica de
una sociedad, pues lo contrario implicaría, lisa y llanamente, desconocer la personalidad diferenciada de sus
integrantes, para atribuirle, únicamente, una personalidad precaria, que puede ser desplazada en cualquier
momento.

Esta manera de razonar ignora sin embargo que el propio art. 54, tercer párrafo de la ley 19.550, ha
consagrado, en su mismo texto, la utilización de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica,
cuando la sociedad haya sido constituida o haya actuado en una o mas operaciones —luego de constituida—
con "fines extrasocietarios", esto es, sin fraude, pero utilizando el negocio societario con fines incompatibles
con la finalidad del legislador, que no es otra que la concentración de capitales para una determinada
actividad, encuadrada dentro de la fórmula utilizada por el art. 1º de la ley 19.550, esto es, la producción o
intercambio de bienes o servicios". Así lo ha resuelto la jurisprudencia en numerosos antecedentes, cuando
aplicó la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica cuando la sociedad ha sido creada o
funciona exclusivamente para tener en su patrimonio determinados bienes, sin actividad ni rédito
alguno(124).

2.5. La constitución de sociedades como negocio jurídico indirecto. La inadmisible figura de la simulación
lícita en el derecho argentino"

Ha sido expuesto que la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica de las


sociedades comerciales encuentra un importante límite cuando se trata de sociedades constituidas como
negocio jurídico indirecto, estimándose que no puede estimarse ilícita la utilización de la forma societaria
para una causa distinta a la prevista por el ordenamiento legal, siempre que la causa perseguida por los
fundadores o integrantes de la compañía no sea ilícita en sí misma(125). Se sostuvo al respecto que el
primer supuesto previsto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, referido al "fin extrasocietario", solo
es aplicable a los casos de simulación ilícita, para lograr fines ilegítimos o perjudicar los derechos de
terceros, pero no en los casos de simulación lícita que la ley no reprueba, de acuerdo con la doctrina que
emana de los derogados arts. 957, 958 y ss. del Código Civil y hoy por el art. 334 del Código Civil y Comercial
de la Nación, que increíblemente vuelve a receptar la categoría de la "simulación lícita" en el derecho
argentino. En definitiva, sostuvo la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el caso
"Simancas", que no hay veda legal para recurrir al esquema societario como negocio jurídico indirecto,
siempre que la causa perseguida por las partes no sea contraria a la ley.
Tal manera de resolver contradice abiertamente la fórmula empleada por el art. 54 último párrafo de la ley
19.550, que exige que toda sociedad mercantil debe ser utilizada para un emprendimiento comercial lícito,
esto es, la producción o intercambio de bienes o servicios, que tan magníficamente prescribe el art. 1º de
dicha ley y al cual instituye como requisito de existencia misma del contrato de sociedad.

Nunca he podido aceptar la figura de la simulación lícita, pues la experiencia demuestra que cuando se
pretende realizar una operación bajo la forma de otra distinta, nada bueno ello augura. Bien es cierto que
Vélez Sarsfield previó tal hipótesis de actuación, pero aún admitiendo su existencia y virtualidad en derecho,
nunca puede convertirse en una categoría de actos jurídicos, sino como una situación absolutamente
anómala, que no debe ser alentada por el juzgador, en tanto, reiteramos, el derecho no ha sido creado para
alentar actuaciones extravagantes.

Lo expuesto en nada cambia, aún cuando reemplacemos la figura de la "simulación lícita" por la del "negocio
jurídico indirecto", término empleado por alguna doctrina para reemplazar el concepto de simulación, que
por lo general ofrece todo tipo de resistencia. Nuestra sociedad está agotada del remanido recurso de
cambiar el nombre de las cosas para pretender que ellas dejen de ser lo que en realidad son. Este recurso
fue utilizado por quienes, disconformes con la clara prescripción del derogado art. 1277 del Código Civil,
pretendieron sostener que se trataba de un "asentimiento" conyugal en lugar de un "consentimiento", como
dispone esta norma, para pretender, con ello, enervar la aplicación de aquella justa exigencia legal, aunque
los cultores de semejante juego semántico no tuvieron el menor éxito en sus intentos. Del mismo modo, en
materia societaria encontramos aplicación de la doctrina del llamado "trastueque de terminología legal", en
materia de "resultados no asignados", pomposa designación de la antigua "cuenta nueva", a la cual se
trasladaban y depositaban "sine die " las ganancias de la sociedad, donde permanecían en forma indefinida,
en clara violación a las claras y expresas directivas emanadas del ordenamiento societaria en materia de
constitución de reservas, única forma de no proceder a la distribución de las ganancias.

Precisamente, llamar a los actos simulados como "negocios jurídicos indirectos" constituye un claro ejemplo
de esa manera de proceder, cuya validez debe ser descalificada, aún cuando el art. 385 del Código Civil y
Comercial haya incorporado al denominado "acto indirecto", al que define como "un acto jurídico celebrado
para obtener un resultado que es propio de los efectos de otro acto", y al cual declara válido, "si no se
otorga para eludir una prohibición de la ley o para perjudicar a un tercero", disposición que guarda una
enorme similitud a la simulación lícita prevista por el art. 334 del mismo ordenamiento legal, cuando
dispone que "Si el acto simulado encubre otro real, éste es plenamente eficaz si concurren los requisitos
propios de su categoría y no es ilícito ni perjudica a un tercero".

Estas disposiciones, que abrevan del derogado art. 957 del derogado Código Civil, son realmente
incomprensibles, pues conspiran contra la transparencia y la coherencia de toda actuación humana, pues no
es concebible, bajo ninguna óptica, que quien quiere celebrar un determinado contrato, realice otro, de
diferente naturaleza, para obtener el mismo resultado, actuación que, cuando se lleva a cabo —y la
experiencia diaria así lo demuestra— es generalmente con fines inconfesables. El negocio societario debe
ser utilizado para concentrar capitales a los efectos de llevar a cabo un emprendimiento comercial en común
y no disfrazar otra operación, como un condominio, un mutuo o lo que fuere. El derecho en general y el
mercantil en particular debe preocuparse de que los bienes se encuentren en cabeza de su verdadero titular
y no de otra persona ficticia, sea ésta física o jurídica. Por ello resulta sumamente preocupante que nuestra
legislación y nuestros tribunales convaliden este tipo de maniobras y actuaciones, que no beneficia a la
gente sana y que a muchos perjudica, pues crea en el ciudadano común un sentimiento de injusticia y de
impotencia, que en nada ayuda a la consolidación de nuestras instituciones.

2.6. Casuística de la aplicación de la doctrina de la desestimación e inoponibilidad de la personalidad jurídica

Sin perjuicio de detenernos en el análisis de la reiterada jurisprudencia que ha recaído en materia de abuso
de la personalidad jurídica, la jurisprudencia ha aplicado la doctrina del disregard, desestimación o
inoponibilidad de dicha personalidad, en los siguientes casos:

• Cuando el socio gerente y controlante de una sociedad de responsabilidad limitada manejó la cuenta
corriente bancaria de la sociedad en su interés personal, promiscua y discrecional(126).
• La desaparición física de la sociedad, así como sus libros y papeles(127).

• La desviación indebida del interés social a favor del socio controlante(128).

• La formación de la sociedad por parte del causante con su esposa e parte de sus hijos, a la cual aportó
todos sus bienes personales, para impedir que tales bienes lleguen materialmente a manos de otro de sus
hijos, al cual se quiso excluir de la herencia(129).

• El traspaso en vida, valiéndose del tecnicismo societario, de gran parte del patrimonio del causante a favor
de una de sus hijas, en desmedro de los derechos de otro de sus descendientes(130).

• Cuando la actividad de una sociedad irregular, declarada disuelta judicialmente con sentencia firme, pasó a
ser realizada por una sociedad de responsabilidad limitada, mediando unidad de explotación e identidad de
socios(131).

• El funcionamiento de una mesa de dinero en un banco, con pleno conocimiento de sus directores y
accionistas(132).

• La confusión de administraciones de varias sociedades, de manera que los terceros no puedan distinguir a
la sociedad controlante de la controlada, que pasa a ser una sociedad fantasma, sin patrimonio, que
respalde sus operaciones frente a los acreedores(133).

• El pago de los gastos particulares del socio controlante y de su familia con los fondos de la sociedad(134).

• La constitución de una sociedad por un alto empleado de la sociedad a los fines de burlar la prohibición de
incurrir en competencia desleal, mientras subsistía el contrato de trabajo que ligaba al referido gerente con
la sociedad empleadora(135).

• La actuación de una compañía extranjera ficticia como instrumento del que se valió su sociedad
controlante para la venta de vehículos importados al margen del régimen legal de la industria
automotriz(136).

• La actuación a través de entes ideales, por un grupo de personas, captando ahorros y fondos de terceros y
emprendiendo supuestos negocios jurídicos para luego, al momento de restituir los mismos, optar por
desaparecer, rehuyendo todo contacto con los inversores(137).

• La infracapitalización sustancial de una sociedad, por implicar un desplazamiento del riesgo empresario
hacia los acreedores, en tanto ellos están soportando las consecuencias de la insolventación de la
sociedad(138).

• El hecho de haber litigado durante muchos años invocando la representación de una sociedad, pero
haciendo prevalecer sus propios intereses por encima de los de la persona jurídica, a la que sumergió en un
prolongado proceso haciendo aquel un manejo disfuncional de los resortes orgánicos y comprometiendo el
activo de la sociedad, actuación que generó a dicho representante la aplicación de una multa procesal(139).

• La interposición de una persona jurídica por el causante, a la cual éste aportó todos sus bienes, a los fines
de afectar la legítima hereditaria de los herederos forzosos del causante, constituye una actividad ilícita que
encuadraría en una de las causales prevista por el art. 54 de la ley 19.550(140).

• La pretensión de percibir de la sociedad controlada una millonaria regalía por el uso de una conocida
marca de espectáculos, cuando la misma estaba registrada a nombre de una sociedad absolutamente
controlada por el beneficiario de esa regalía(141).

• La utilización por el controlante, de una sociedad, a los fines de explotar un negocio gastronómico, cuando
de acuerdo con su estatuto, la misma tenía por objeto, dedicarse a operaciones comerciales relativas a
productos de Internet e informática y no se menciona nada relativa a la actividad que efectivamente
desarrolla. Aclaró el tribunal interviniente que, ante ese caso, la sociedad llevó a cabo actividades
extrasocietarias, en claro perjuicio de sus acreedores, tanto proveedores como empleados, esto es, que la
sociedad fue utilizada como un recurso para vulnerar los derechos de terceros(142).
2.7. Presunciones para la aplicación de lo dispuesto por el art. 54 "último párrafo" de la ley 19.550

La importante casuística que exhibe la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad


jurídica permite extraer determinadas presunciones que ilustran sobre la utilización desviada del negocio
societario y autorizan la aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550.

a) La primera de ellas se configura con la aparición de una sociedad extranjera en carácter de integrante de
una sociedad local, de aquellas conocidas como off shore, definidas éstas como entidades que no pueden
desarrollar su actividad específica en su país de origen sino fuera de su territorio(143).

Esta clase de sociedades extranjeras, que se han convertido en vehículo eficaz para el lavado de dinero, para
el tráfico de personas y para todo tipo de actividades o actuaciones de dudosa legitimidad, son constituidas
por lo general por ciudadanos argentinos para ocultar su participación detrás de la máscara de aquellas,
amparándose en el hecho de que las acciones emitidas por las sociedades  off shore son siempre al portador
y por ello los libros de la misma nunca registran a sus verdaderos titulares. Dichas sociedades, que debieron
ser argentinas, pero que no lo son, precisamente por la necesidad de sus "dueños" de permanecer ocultos,
encuentran regulación en la ley 19.550, cuando en su art. 124 dispone que la sociedad constituida en el
extranjero que tenga su sede en la República o su principal objeto esté destinado a cumplirse en la misma,
será considerada como sociedad local a los efectos del cumplimiento de las formas de constitución o de su
reforma y control de funcionamiento.

A los fines de tornar operativa esta norma, que casi no tuvo aplicación por más de 30 años, la Inspección
General de Justicia dictó la resolución general 7/2003 por medio de la cual exigió a toda sociedad extranjera
la necesidad de acreditar el cumplimiento de su objeto en su país de origen o en otros lugares del exterior, a
los fines de ser tratada como una sociedad extranjera con actuación en la República. De no poder hacerlo, la
sociedad off shore deberá adecuar sus estatutos a las leyes nacionales.

De manera tal que si una sociedad extranjera de estas características no pudo acreditar el cumplimiento de
la resolución IGJ 7/2003, probando la realización de actividades en su país de origen o en otro lugar del
extranjero, existe sobre ella, cuanto menos, una presunción de utilización del negocio societario con "fines
extrasocietarios" en los términos del primer párrafo del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, toda vez que
con esa sociedad se intentó eludir la aplicación de la ley argentina, la cual correspondía por aplicación del
art. 124 de la referida ley.

Como consecuencia de las resoluciones dictadas desde el año 2003 por la Inspección General de Justicia en
su cruzada contra la operatoria off shore, la jurisprudencia de nuestros tribunales fue evolucionando en
forma desfavorable contra estas entidades, habiéndose resuelto que la inversión por parte de una sociedad
constituida en un paraíso fiscal en la adquisición del paquete de control una importante sociedad holding
local, constituye indicio grave del carácter ficticio de esa entidad extranjera(144).

Recientes fallos de la Cámara Comercial, que adhirió a los dictámenes de la Fiscalía de la Cámara Comercial,
Dra. Gabriela Boquin, ratificaron esta orientación, considerando no solo la actuación de una sociedad off
shore en una discutible operación de mutuo y de trasvasamiento societario, como una presunción de la
existencia de un acto simulado, sino que declararon, en forma clara y contundente, la ilegitimidad de la
actuación en nuestro país de sociedades constituidas en "paraísos o guaridas fiscales"(145),
pronunciamientos decisivos frente a una nueva e insostenible tendencia de justificar la actuación de
ciudadanos argentinos a través de este tipo de sociedades, a las que los nuevos paradigmas neoliberales que
caracterizan estos tiempos, califican como meros recursos o instrumentos de los empresarios o ciudadanos
de la República Argentina.

b) Otra importante presunción para la aplicación de lo dispuesto por el art. 54 último párrafo de la ley
19.550, lo constituyen aquellas sociedades que si bien desarrollan una actividad económica determinada,
encuadrada en la producción o intercambio de bienes o servicios, ignoran las normas de funcionamiento de
sus órganos sociales e incumplen en la práctica con los requisitos tipificantes previstos por el ordenamiento
societario. Este fenómeno se advierte corrientemente en materia de sociedades anónimas de familia, y es
frecuente observar que en muchas de ellas no se han emitido nunca los títulos accionarios, ni se celebran las
reuniones de directorio o asambleas con la regularidad que la ley 19.550 impone, verificándose asimismo un
atraso considerable en las registraciones contables y en las inscripciones registrables.

Esas omisiones hacen presumir un desinterés que no es dable suponer en un ámbito como el societario, en
donde lo natural es la custodia celosa de los títulos accionarios por parte de cada uno de los socios y la
participación de ellos en los órganos de la sociedad que integran. Muy por el contrario, la inobservancia de
esas formalidades revelan, por lo general, una dirección unificada y unilateral por parte de uno o varios
socios o controlantes que hacen también presumir, la existencia de un fin extrasocietario, disfrazando de
sociedad lo que en realidad no es otra cosa que un emprendimiento individual o un condominio de bienes.

2.8. Efectos de la declaración de inoponibilidad de la personalidad jurídica.

El art. 54 último párrafo de la ley 19.550, luego de enumerar los supuestos dé operatividad de la norma,
establece sus consecuencias, que se concretan en la imputación directa a los socios o a los controlantes que
hicieron posible la actuación fraudulenta o extrasocietaria de la sociedad, quienes responderán solidaria e
ilimitadamente por los perjuicios causados.

La inoponibilidad de la personalidad jurídica es una variante, con características especiales, del género
inoponibilidad, cuyos efectos están definidos actualmente en el  art. 342 del Código Civil y Comercial de la
Nación, en cuanto dispone que "La declaración de inoponibilidad se pronuncia exclusivamente en interés de
los acreedores que la promueven y hasta el importe de sus respectivos créditos". La mezquindad de esta
definición sobre la extensión del referido instituto, responde al hecho de que la misma está legislada en el
ordenamiento unificado, en el Capítulo 6, dedicado a los vicios de los actos jurídicos, y dentro de la Sección
3ª, que se refiere al fraude, supuestos en los cuales los límites de la inoponibilidad no pueden ser otros que
el interés de los acreedores, y si bien ello es aplicable en ciertos supuestos a la figura prevista en el tercer
párrafo del art. 54 de la ley 19.550 —insolventación del deudor y enmascaramiento detrás de una sociedad
ficticia o extensión de responsabilidad en el caso de fraude laboral, etc.— ello no agota las posibilidades que
brinda esta última norma, en donde la inoponibilidad se traduce también en la imputación de una
determinada actuación a los verdaderos titulares de una sociedad, enmascarados detrás de una persona
jurídica ficticia, y no a una mera cuestión patrimonial, como surge del art. 342 del Código Civil y Comercial de
la Nación.

En definitiva, las consecuencias de la aplicación del art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 son dos:

a) La imputación a los socios o controlantes de la actuación ilegítima o extrasocietaria del ente; esto es, la
aplicación concreta para ellos de las normas que quisieron ser evitadas tras la máscara de una sociedad
mercantil. Por ejemplo, cuando se trata de esconder un condominio bajo la forma de una sociedad,
cualquiera de los condóminos disfrazados de socios pueden exigir la división del mismo, invocando lo
dispuesto por el derogado art. 2662 del Código Civil —hoy art. 1701 del Código Civil y Comercial de la Nación
—, sin que a ello pueda serle opuesto la doctrina de los propios actos, toda vez que a la  ley 19.550 no le
interesa alentar la constitución o actuación de sociedades ficticias, a las que no reserva los excepcionales
beneficios que otorga a las sociedades lícitamente constituidas y que desarrollan un fin societario.

De esta manera, quedan sometidas a la sanción de inoponibilidad de su personalidad jurídica las sociedades
que se limitan exclusivamente a ser titulares de dominio de bienes registrables, aún cuando de ello no se
derive perjuicios para terceros ni ello suponga maniobras de insolventación por parte de ninguno de sus
integrantes.

Valga varios ejemplos para aclarar la cuestión: Como habitualmente sucede, una persona física adquiere un
inmueble y en lugar de inscribirlo a su nombre en el registro inmobiliario, lo hace a nombre de una sociedad
que constituyó en forma contemporánea con aquella operación y en la cual es titular del paquete accionario
de control. Si tal forma de actuación la llevó a cabo para eludir las acciones judiciales promovidas por sus
acreedores, la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la persona jurídica viene impuesta por el
segundo párrafo del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, cuando se refiere a la constitución o actuación
de una sociedad como un recurso para violar la ley, el orden público, la buena fe o los derechos de terceros.
Por el contrario, si aquella persona física adquirió el inmueble a nombre de una sociedad, pero no para
frustrar derechos creditorios de sus acreedores, que no los tiene, sino que lo hizo "por las dudas" o "por
cualquier eventualidad", la aplicación de aquella norma también viene impuesta por cuanto tal manera de
proceder constituye un supuesto de actuación de la sociedad con "fines extrasocietarios", que también
reprime el art. 54 último párrafo de la ley 19.550. Descubierta pues la maniobra, el inmueble será puesto en
cabeza de su verdadero titular, pues no otra cosa significa imputar directamente aquella actuación social a
los socios o a los controlantes que la hicieron posible.

En el mismo sentido, y por simple aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, el empleado que ha
sido disfrazado de socio industrial, podrá exigir de su empleador —el socio capitalista—, el cumplimiento de
todas las obligaciones laborales o sociales que éste había pretendido eludir mediante el artilugio de ocultar
la relación laboral detrás de la fachada de una sociedad de capital e industria, prescindiendo de la
personalidad jurídica de esta sociedad, la cual le resultará totalmente inoponible al verdadero trabajador, al
fisco y a los organismos recaudadores.

Y finalmente —sin pretender con ello agotar los ejemplos, que son infinitos y que se presentan en todos los
campos del derecho— el heredero forzoso agraviado en su derecho a la legítima por la constitución de una
sociedad fundada por el causante con el único propósito de frustrar tal derecho, podrá prescindir, como
consecuencia de la sentencia declarativa de inoponibilidad, de la personalidad jurídica de dicha sociedad,
para exigir la entrega material le los bienes que corresponde como heredero

b) Satisfacción, por los socios o controlantes que hubieran hecho posible esa actuación, de los daños y
perjuicios correspondientes que resulten consecuencia de esa manera de actuar.

Bien es cierto que la fórmula empleada por el legislador para describir los sujetos a quienes responsabiliza
por la actuación desviada de la sociedad presenta algunos inconvenientes de interpretación, pero a nuestro
juicio cuando el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 se refiere "a los socios o controlantes que la hicieron
posible " alude a todos aquellos que contribuyeron, de una manera u otra, a la actuación disvaliosa de la
entidad, esto es, al socio o controlante que pudo haberla evitado y no lo hizo, actuando dolosa o
culpablemente(146).

Repárese asimismo que a los fines de aplicar la responsabilidad patrimonial prevista por el art. 54 último
párrafo de la ley 19.550, la norma no distingue entre controlantes internos o externos (art. 33, incs. 1º y
2º de la ley 19.550), todos los cuales responderá hacia los damnificados en forma solidaria e ilimitada por los
perjuicios causados. Del mismo modo, la responsabilidad de los administradores e integrantes del órgano de
fiscalización interna no puede ponerse en tela de juicio, pues a pesar del silencio de la ley, ellos quedan
incluidos dentro de los sujetos que "hicieron posible" la ilegítima o extrasocietaria actuación del ente,
responsabilidad que también surge nítida de lo dispuesto por los arts. 274, 296 y 297 de la ley 19.550, en
tanto mal puede ser calificada como diligente, en los términos del art. 59 de dicha normativa, la actuación
de los administradores que han actuado con dolo, culpa o fin extrasocietario en una determinada actuación
de la sociedad.

Ahora bien, bueno es aclarar que la declaración de inoponibilidad de la personalidad jurídica no conduce
necesariamente a la extinción de la sociedad ni importa una causal disolutoria, sino a la atención de la
realidad interna del ente a los efectos de hacer efectiva la responsabilidad de quienes hicieron posible esa
conducta disvaliosa para perjudicar a terceros. Sin embargo, este principio no es absoluto, y puede
reconocer excepciones cuando, como consecuencia de la declaración de inoponibilidad, se afecta el capital
social del ente(147), lo cual sucedería ante la declaración de la inoponibilidad de la actuación de una
sociedad, constituida a los fines de adquirir un determinado inmueble con el único propósito de frustrar las
acciones judiciales de los acreedores del verdadero dueño del negocio o del "controlante" en los términos
del art. 54 último párrafo de la ley 19.550. En tal caso, y como consecuencia de la declaración de
inoponibilidad, el inmueble debe pasar a engrosar el patrimonio personal del deudor, vaciando totalmente
el patrimonio de la sociedad ficticia, por lo que la existencia de ésta pierde toda razón de ser,
correspondiendo en tal caso su inmediata disolución y liquidación.

En definitiva: la declaración de inoponibilidad de la personalidad jurídica de una sociedad comercial hace


perder, para esa actuación, que puede ser efímera o permanente, la autonomía que había adquirido dicha
entidad como consecuencia de su personalidad jurídica, y que le permitía actuar y desempeñarse en la vida
jurídica con independencia de los socios como titular de un patrimonio autónomo. La ley 19.550 hace, frente
a esos supuestos, abstracción del carácter de sujeto de derecho de la sociedad, tomando en consideración
exclusivamente la actuación de quienes hicieron posible tal acto, para adjudicarles, además, las
consecuencias dañosas del mismo.
2.9. ¿Es subsidiaria la responsabilidad consagrada por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550?

La norma en análisis, además de la imputación directa que allí menciona, impone a los socios o controlantes
que hicieron posible la actuación ilícita o extraordinaria de la sociedad, la responsabilidad solidaria e
ilimitada por los perjuicios causados, sin hacer la menor referencia a la subsidiariedad de esa
responsabilidad o al derecho de esos socios o controlantes de invocar, en su favor el beneficio de excusión,
de manera que puede concluirse, sin dificultades que este beneficio no ha sido otorgado por el legislador,
como lo ha hecho, expresamente en los arts. 56 y 125 de la ley 19.550 en favor de los socios de las
sociedades del tipo personalista.

Sin embargo, lo contrario fue resuelto en el caso "Pardini Fabián c/ Compañía Fredel SRL y otros s/
ordinario"(148), donde la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fallo del 15 de
agosto de 2006, dispuso extender la condena dictada contra la sociedad a sus únicos dos socios, cuando
había quedado acabadamente demostrado en dicho expediente una actuación promiscua de dichos socios,
que en los hechos borraron toda diferenciación entre ellos y el sujeto ideal, constituyendo datos de
relevancia, para así resolver, la existencia de graves irregularidades en la contabilidad de la compañía, la
carencia de bienes registrables, títulos valores o participaciones societarias a nombre de ésta, deficiencias
éstas que prueban en su contra, en los términos del art. 63 segundo párrafo del Código de Comercio. No
obstante ello, la extensión de la condena a los socios, que fue fundada por el Tribunal en lo dispuesto por el
art. 54 último párrafo de la ley 19.550, quedó subordinada a la insuficiencia de bienes de la sociedad para
afrontar la condena recaída en autos, en cuyo caso, "...el actor tendrá la posibilidad de perseguir el cobro
contra los dos socios demandados, titulares del cincuenta por ciento cada uno de ellos del capital de la
sociedad, en forma personal y en la etapa de ejecución de sentencia".

2.10. La declaración de inoponibilidad de una actuación societaria y los derechos de terceros acreedores de
la sociedad.

Si bien, como hemos afirmado, y como regla general, la inoponibilidad de la personalidad jurídica no importa
la nulidad ni la disolución de la sociedad, sino sólo la prescindencia de los efectos de la personalidad, esto es,
la imputación directa de los efectos del acto ilícito o extrasocietario subsistiendo la normativa societaria en
todo los demás, ello nos conduce al problema de compatibilizar los derechos del sujeto damnificado por tal
actuación con los derechos de los legítimos acreedores de la sociedad, que podrán verse perjudicados por
una sentencia de declaración de inoponibilidad.

Ello puede acontecer en los casos —muy frecuentes— en donde se constituyen sociedades formadas
generalmente por miembros de una familia, con el propósito fraudulento de desheredar a un heredero
legítimo forzoso o para defraudar al cónyuge de uno de los socios, o cuando sus constituyentes han
aportado o vendido simuladamente a la sociedad todo o gran parte de su patrimonio —futuro acervo
hereditario o conyugal— para luego interponer la existencia de una persona jurídica independiente, ante el
reclamo del heredero o cónyuge perjudicado.

Como lo recuerdan Favier Dubois y Bargalló(149), si bien las sentencias dictadas frente a esos supuestos han
ordenado que los bienes aportados ilegítimamente se incorporen a la sucesión del causante o al patrimonio
conyugal, debiendo la sociedad reducir su capital social, para el caso en que los socios no optaren por su
disolución definitiva(150), lo cierto es que esta solución, que contempla exclusivamente los intereses de
quienes han sido perjudicados por la actuación ilegítima o extrasocietaria del ente social, puede afectar los
derechos de los legítimos acreedores de la misma, quienes se encontrarían perjudicados seriamente en sus
intereses, al disminuirse la garantía que, para ellos, implica la existencia de los bienes de la sociedad.

Creemos imprescindible, coincidiendo con los autores mencionados, el respeto pleno de la normativa
societaria, la cual, frente a una reducción voluntaria del capital social, prevé determinados medios de
garantía a los acreedores sociales, que se encuentran legislados en el art. 204 de la ley 19.550. Del mismo
modo, y si los socios optan por la disolución de la sociedad, frente a una sentencia declarativa de
inoponibilidad que la obligue a desprenderse de determinados bienes, resultan aplicables las normas de los
arts. 83 inc. 2º y 204 de la referida ley, que, en protección de los acreedores sociales, otorgan a éstos el
derecho de oponerse a esa reducción del capital social, que sólo puede ser dejada de lado mediante la
satisfacción de sus créditos o la garantía suficiente del cobro oportuno de los mismos.

La tutela del crédito y de los intereses del comercio justifican la postergación de los intereses de los
damnificados en la actuación irregular de un ente societario en favor de los reales acreedores de la sociedad,
pues no debe olvidarse al respecto, que si como consecuencia de la satisfacción de los créditos de estos, la
sociedad queda sin activo, aquellos conservan las acciones de responsabilidad contra los socios o
controlantes que hicieron posible aquella maniobra, a tenor de lo expresamente previsto por el art.
54 último párrafo  de la ley 19.550.

El Código Civil y Comercial de la Nación, que incorporó la figura de la inoponibilidad de la personalidad


jurídica en el art. 144, para todos los sujetos de segundo grado, incorporó expresamente esta solución en su
segundo párrafo, en cuanto estableció que la inoponibilidad de la personalidad jurídica se aplica sin afectar
los derechos de los terceros de buena fe  y sin perjuicio de las responsabilidades personales de que pudieran
ser pasibles los participantes en los hechos por los perjuicios causados.

2.11. La acción judicial de inoponibilidad de la personalidad jurídica. Cuestiones procesales

La acción de inoponibilidad prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 requiere algunas
precisiones en lo que hace a su naturaleza, competencia, legitimación activa y pasiva y prescripción.

a) Características de la acción y procedimiento

En cuanto al procedimiento aplicable, coincidimos con Molina Sandoval(151)que se trata de una acción
societaria en los términos y con los alcances previstos en el art. 15 de la ley 19.550, en el sentido de que su
tramitación debe efectuarse por vía ordinaria, cuando se trata de una acción autónoma declarativa,
tendiente a obtener la declaración judicial de inoponibilidad, encuadrable en la acción meramente
declarativa prevista en el art. 322 del Código Procesal. En tal caso, dicha acción deberá tramitar por las
normas del juicio sumario u ordinario(152), según la jurisdicción de que se trata y los jueces con
competencia en asuntos comerciales será competente para entender en ella.

Sin embargo, de ello no puede derivarse que la única vía procesal para lograr los efectos previstos en el art.
54 último párrafo de la ley 19.550 consista en un juicio ordinario en sede mercantil, pues la declaración de
inoponibilidad de la personalidad jurídica de una sociedad puede ser acumularse a la demanda promovida
contra la sociedad por las consecuencias de la "actuación" reprochable de ésta, ya sea un despido, un juicio
de divorcio, un juicio por cobro de pesos, de cumplimiento de contrato etc., en cuyo caso la acción de
inoponibilidad tendrá el carácter accesoria de ésta y sometida al mismo trámite procesal de la acción a la
cual accede.

Finalmente, puede darse el caso que la pretensión de imputación a los socios o controlantes o la
responsabilidad prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 deba ser introducida por vía de
incidente. Tal es lo que sucede en un juicio de despido, cuando al momento de promoverse la demanda, la
sociedad empleadora demandada se encontraba en funcionamiento o contaba con bienes suficientes para
responder por la eventual condena judicial en su contra. Pero si durante la tramitación del pleito o luego de
la sentencia condenatoria aquella optó por desaparecer o trasvasar su patrimonio y su actividad a otra
nueva sociedad, la pretensión desestimatoria de la personalidad jurídica de esta última puede efectuarse en
la etapa de ejecución de sentencia, en el cual deben escuchados todos quienes hicieron posible esa ilegítima
actuación, pero sin requerirse la promoción de un nuevo pleito en sede comercial.

b) Cuestiones de competencia

En lo que se refiere a la competencia de los tribunales intervinientes en este tipo de cuestiones, si bien la
jurisprudencia no ha exhibido un criterio uniforme, asignando algunas veces a los jueces comerciales
competencia exclusiva para entender en toda cuestión que pueda afectar el funcionamiento o existencia
misma de la sociedad, aún cuando la actuación de ella haya sido el instrumento utilizado para la frustración
de derechos conyugales, hereditarios o de otra naturaleza(153), en otros supuestos se ha admitido la
intervención de los jueces que entienden en la pretensión principal, lo cual nos parece a nuestro juicio el
criterio acertado, en la medida que, como principio general y salvo excepciones, la solución prevista en el
art. 54 último párrafo de la ley 19.550 constituye una pretensión accesoria de una acción principal, cuyo
objeto consiste en que la sentencia que en definitiva se dicte, alcance y comprenda al verdadero
responsable de la actuación societaria.

Consideramos que, en homenaje a la economía procesal, nada justifica que los jueces comerciales deban
necesariamente entender en cualquier cuestión en donde se haya invocado la doctrina de la inoponibilidad
jurídica. Bien es cierto que ésta se encuentra consagrada en la ley 19.550, pero de su ubicación legal no
puede derivarse un desplazamiento de competencia a favor de la justicia en lo mercantil, pues se trata de un
recurso que puede ser empleado por cualquier interesado, en cualquier tipo de pleitos, cuando el
responsable de la actuación que ha dado motivo al pleito se ha ocultado detrás de la máscara de una
sociedad comercial.

En consecuencia, nada obsta a que el cónyuge perjudicado por las maniobras del otro, invoque en el ámbito
del incidente de separación de bienes en el juicio de divorcio, la aplicación del instituto de la inoponibilidad
de la persona jurídica para permitir incluir dentro del patrimonio conyugal un inmueble inscripto a nombre
de una sociedad, pero en la cual su cónyuge es el titular de las participaciones societarias mayoritarias en
que se divide el capital de la misma y a la cual controla en forma exclusiva. Del mismo modo, tampoco es
admisible que en una acción ordinaria de cobro de pesos derivada de una relación de naturaleza civil, el
acreedor deba obtener sentencia de condena contra la sociedad deudora, para luego promover un nuevo
juicio de conocimiento contra el verdadero responsable en sede comercial, si dicha entidad solo constituyó
una pantalla para disfrazar las actividades de éste. Finalmente, y son todos casos que se han presentado a la
justicia, carecería de toda explicación que a los efectos de lograr la división del condominio de un inmueble
que está registralmente a nombre de una sociedad comercial, sin afectación a ninguna actividad empresaria,
sus verdaderos titulares deban promover, en sede comercial, un juicio autónomo de inoponibilidad jurídica
de dicha sociedad, tendiente a la declaración judicial de que dicha sociedad encubre un verdadero
condominio, para luego y una vez finalizado, promover en sede civil la acción de división de condominio
prevista en el art. 1997 del Código Civil y Comercial de la Nación.

En definitiva, a los fines de entender en la aplicación de la doctrina emanada del art. 54 último párrafo de la
ley 19.550, resulta competente el juez que debe resolver la pretensión al cual el recurso de la inoponibilidad
de la persona jurídica constituye pretensión accesoria.

c) Legitimación activa para la promoción de las acciones previstas por el art. 54 último párrafo de la ley
19.550

Resulta claro que todos aquellos que han resultado víctimas de la actuación extrasocietaria o ilegítima de la
sociedad son sujetos legitimados a los fines de la promoción de las acciones judiciales previstas en el art.
54 último párrafo de la ley 19.550, pero el problema se plantea con respecto a quienes de alguna manera
han contribuido a la concreción de dicha maniobra o no se han opuesto a la misma, estando en condiciones
de hacerlo.

La jurisprudencia de nuestros Tribunales, en forma equivocada, ha formulado determinadas distinciones que


el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 no ha hecho, privando de legitimación a los socios o a los propios
integrantes de la sociedad, a los cuales se le ha negado la posibilidad de desconocer la personalidad de la
sociedad que integran, reservando el recurso de la desestimación de la personalidad en exclusivo beneficio
de terceros(154).

La jurisprudencia distinguió así entre diversos casos de desestimación de la personalidad jurídica, según
quien sea la persona que requiere la declaración judicial en tal sentido, calificándose así como
"desestimación pasiva" aquella que es declarada a favor o beneficio de la propia sociedad o de los socios, y
cuya admisibilidad es, conforme tal jurisprudencia, verdaderamente excepcional(155).

El criterio es totalmente equivocado y las conclusiones del fallo "Simancas SA c/ Crosby Ronald" no harán
otra cosa que convalidar el uso indebido de las sociedades comerciales.

En primer lugar, no es cierto que la solución prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 solo pueda
ser utilizado por los terceros. Ninguna alusión hace la norma a las "desestimaciones activas o pasivas" ni
tampoco el ordenamiento legal circunscribe la aplicación de la misma. Por el contrario, dicha norma describe
su ámbito de aplicación frente a "cualquier actuación" de la sociedad que encubra la consecución de fines
extrasocietarios o constituya un mero recurso para violar la ley, el orden público, la buena fe o para frustrar
los derechos de terceros.

Es de toda evidencia, para quienes tienen familiaridad con el negocio societario, que los sujetos controlantes
utilizan muchas veces a la propia sociedad con fines extrasocietarios o para perjudicar a terceros, y la prueba
más evidente de ello la encontramos en reiteradas decisiones asamblearias que son adoptadas con el voto
de aquellos en su propio beneficio, en desmedro de los restantes integrantes de la sociedad. Ante tal
panorama, nada justifica, como lo predican aquellos fallos, que los propias víctimas de una maniobra
efectuada por el grupo de control mediante la utilización del esquema societario —como por ejemplo un
ficticio aumento del capital social a los fines de licuar la participación del grupo minoritario—. se encuentran
impedidos de alegar la figura del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, por el solo hecho de integrar la
sociedad.

Discrepamos en consecuencia con esa manera de juzgar, no solo por aplicación del viejo adagio que impide
distinguir donde la ley no lo hace, sino porque con ello se restringe la operatividad de una ejemplar solución,
que persigue el correcto funcionamiento de las sociedades comerciales y la protección de quienes han sido
perjudicados por el mal uso de la técnica societaria. Por otra parte y aun partiendo de la participación del
socio en la actuación desviada de la sociedad, la aplicación de la doctrina de los propios actos, como
argumento a los fines de descalificar la legitimación de aquel para intentar las vías previstas por el art.
54 último párrafo de la ley 19.550 no es invocable cuando el acto antecedente se encuentra reñido con la
ley(156).

Finalmente, no siempre debe presumirse que los propios integrantes de la sociedad han participado o
consentido la desviada o extrasocietaria actuación de la sociedad: basta recordar que en las sociedades
anónimas, la legislación societaria argentina no admite el instituto de la resolución parcial, lo que obliga a los
herederos del socio o accionista fallecido a incorporarse necesariamente a la sociedad que éste formaba
parte en vida. Al respecto, no parece dudoso acoger el derecho de los herederos del socio fallecido,
invocando lo dispuesto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, de reclamar la división del condominio
de un inmueble registralmente asentado a nombre de la sociedad, pero que es utilizado por los socios para
su disfrute particular, sin estar afectado al giro de los negocios.

d) Legitimación pasiva en torno a la acción de inoponibilidad de la personalidad jurídica

Hemos visto que revisten el carácter de sujetos legitimados pasivamente en las acciones judiciales previstas
por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, a los socios o controlantes que la hicieron posible, pero dicha
ley no hace referencia a la propia sociedad.

¿Debe ella ser necesariamente citada al referido pleito?

La jurisprudencia se ha pronunciado en ese sentido, con argumentos que se comparten. Se sostuvo al


respecto que la legitimación pasiva de la demanda promovida en los términos del art. 54 último párrafo de
la ley 19.550 corresponde no solo a los socios o controlantes que hicieron posible la reprochable actuación
del ente, sino también a la sociedad misma, que necesariamente debe ser oída, configurándose un típico
supuesto de litisconsorcio pasivo necesario en los términos del art. 89 del Código Procesal. Ello es
consecuencia del principio de legitimidad que gozan los actos jurídicos, que solo carecen de eficacia cuando
una sentencia judicial los declara inválidos o inoponibles (art. 383 del Código Civil y Comercial de la Nación),
pero hasta tanto, la legitimación de la sociedad en la defensa de las acciones que tienden a atacar su
patrimonio resulta incuestionable(157).

e) Prescripción de la acción prevista en el art. 54 último párrafo de la ley 19.550

El término de prescripción de la acción de inoponibilidad de la personalidad jurídica difiere según la misma


ha sido interpuesta de manera autónoma o como accesoria de otra pretensión.

En el primer caso, si la pretensión tiende a lograr una declaración judicial autónoma de carácter general, en
el sentido que toda la actuación de la sociedad debe ser imputada directamente a su o sus controlantes, el
término de prescripción es de dos años, a tenor de lo dispuesto por el art. 2562 inc. f) del Código Civil y
Comercial, que establece ese plazo de prescripción a los pedidos de declaración de inoponibilidad nacido del
fraude. Ello significa que, cuando estamos en presencia de una actuación societaria, incluida en la definición
del art. 54 in fine de la ley 19.550, que encubra la consecución de fines extrasocietarios pero no
fraudulentos, la prescripción de la acción autónoma correspondiente será la de cinco años, prevista por el
art. 2560, pero si dicha actuación lo fue a los fines de violar la ley, el orden público, la buena fe o los
derechos de terceros, solo es aplicable el plazo de prescripción bianual antes referida.

Por el contrario, si la acción prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 se ha interpuesto en forma
accesoria a una pretensión principal, aquella seguirá la suerte de esta última (arts. 856 y 857 del Código Civil
y Comercial de la Nación), por lo que, prescripta la acción principal no podrá solicitarse la desestimación de
la personalidad societaria(158).

Finalmente, y en lo que respecta a la acción de inoponibilidad nacida del fraude, a que se refiere el art. 2562
inc. f) del Código Civil y Comercial de la Nación, el plazo de dos años comienza desde que se conoció o pudo
conocerse el vicio del acto (art. 2563 inc. f]) del referido ordenamiento legal.

2.12. Aplicabilidad de la doctrina de la inoponibilidad de la persona jurídica a otras personas de existencia


ideal

El derogado Código Civil no aportaba soluciones concretas referidas a la actuación desviada o ilegítima de las
personas jurídicas allí previstas (asociaciones civiles, sociedades civiles etc.), para las cuales resultaba
aplicable las normas de la simulación subjetiva previstas en dicha normativa, que permitía llegar a resultados
parecidos. Así lo interpretó la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, en el caso "Sindicato
Único Portuarios Argentinos", en donde dicho tribunal allanó la personalidad de un nuevo sindicato creado
por todos los afiliados de un anterior sindicato de la misma denominación y dirigido por el mismo secretario
general, que había sido declarado con anterioridad en concurso civil liquidatorio(159).

Derogado el Código Civil por la ley 26.994, y con idéntico objetivo que el art. 54, tercer párrafo de la ley
19.550, el art. 144 del CCyCN, consagró para todas las personas jurídicas la doctrina de la inoponibilidad de
la personalidad jurídica, disponiendo expresamente que "La actuación que esté destinada a la consecución
de fines ajenos a la persona jurídica, constituya un recurso para violar la ley, el orden público o la buena fe, o
para frustrar derechos de cualquier persona, se imputa a quienes a título de socios, asociados, miembros o
controlantes, directos o indirectos, la hicieron posible quienes responderán solidaria e ilimitadamente por
los perjuicios causados. Lo dispuesto se aplica sin afectar los derechos de los terceros de buena fe y sin
perjuicio de las responsabilidades personales de que puedan ser pasibles los participantes en los hechos por
los perjuicios causados".

El art. 143 del CCyCN recoge todas estas realidades, que de ninguna manera podía desconocer, y si bien el
primer párrafo de dicha norma prescribe que "La persona jurídica tiene una personalidad distinta a la de sus
miembros", para afirmar, de seguido que "Los miembros no responden por las obligaciones de la persona
jurídica" —lo cual es el efecto más concreto e importante del reconocimiento del carácter de sujeto de
derecho de las personas ideales— lo cierto es que, de inmediato dicha norma establece que "excepto en los
supuestos que expresamente se prevén en este Título y lo que disponga la ley especial", con lo cual abre el
camino para la consagración, en el art. 144 CCyCN de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica para todas las personas de existencia ideal.

Puede sostenerse que, cuando el art. 143 del CCyCN se refiere en su último párrafo a "la ley especial", lo
hace teniendo en cuenta lo dispuesto por el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 que, como fuente directa
del art. 144 del CCyCN, se encuentra inserta en la ley general de sociedades, aunque, como lo enseña la
jurisprudencia, su ámbito de aplicación trascendió a las sociedades comerciales y fue aplicada a las personas
jurídicas de carácter privado, pues consagraba una solución lo suficientemente justa para ser impuesta a
todos quienes abusaron del otorgamiento de la personalidad jurídica a los entes ideales, cualquiera fuere la
naturaleza de éstos (asociaciones civiles, fundaciones, mutuales, cooperativas etc.). Sin embargo, la
existencia de diversas y hasta contradictorias interpretaciones sobre el alcance de algunas de las soluciones
consagradas en aquella norma, que, se reitera, data del año 1982, obligaron a los redactores del Código Civil
y Comercial de la Nación, a ser muy cuidadosos en los términos de la redacción del art. 144 del CCyCN, que
—a nuestro juicio— ha mejorado el texto del art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 y contribuido a una
interpretación más acertada en torno a las intenciones del legislador(160).

En primer lugar, si bien el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 comienza haciendo referencia, para la
aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica, a "La actuación de la sociedad que
encubra la consecución de fines extrasocietarios...", el art. 144 del CCyCN, por su parte, se refiere a "La
actuación que esté destinada a la consecución de fines ajenos a la persona jurídica", lo cual, a nuestro juicio,
identifica el mismo e idéntico fenómeno, esto es, cuando quienes constituyen o integran una determinada
persona jurídica, aprovechan la existencia de la misma para realizar actos que, sin configurar
necesariamente fraude, implican una desnaturalización de los beneficios que supone reconocer al ente ideal
como una persona distinta a la de sus miembros, en especial, en lo que se refiere a la responsabilidad
acotada de sus integrantes por las obligaciones de la entidad.

Debemos reconocer que, en abstracto, no resulta sencillo imaginar un supuesto de estas características, por
cuanto la diferencia entre los dos supuestos previstos por los arts. 54 de la ley 19.550 y por el art. 144 del
CCyCN —inoponibilidad con y sin fraude— es realmente muy tenue, porque en todos los casos está en juego
la causa de la constitución del ente. No obstante, debe destacarse que la jurisprudencia de los tribunales
comerciales han aplicado en reiteradas ocasiones la solución del art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 a
aquellas sociedades comerciales que, más allá del objeto descripto en sus estatutos, han sido constituidas
para ser, exclusivamente titulares de los bienes registrables de sus socios o controlantes, sin desarrollar el
ente la menor actividad empresaria(161), recogiendo aquella idea de que, sin actividad mercantil, no puede
existir reconocimiento de personalidad alguna(162). Del mismo modo, la doctrina de la inoponibilidad de la
personalidad jurídica sin fraude fue el instrumento legal adecuado para aplicar a aquellos sujetos que
constituyen sociedades para "tenerlas en cartera" y ponerlas a disposición de terceros en lugar de
incorporarlas al tráfico mercantil, tal como ocurrió en el conocido caso "Macoa SA", dictado por la sala C de
la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fecha 21 de mayo de 1979(163).

El art. 144 del CCyCN ha sustituido la fórmula "fines extrasocietarios" del art. 54 de la ley 19.550 por "fines
ajenos a la persona jurídica", modificación que responde al hecho de que aquella norma trasciende a las
sociedades y resulta de aplicación a todas las personas jurídicas, siendo importante destacar que la finalidad
en ambas normas ha sido exactamente la misma, esto es, evitar la proliferaciones de entidades ficticias e
imputar la actuación o la titularidad del patrimonio de las mismas a quienes son sus verdaderos y reales
propietarios, sin perjuicio de la responsabilidad de éstos, cuando así correspondiera.

En segundo lugar, el art. 144 CCyCN ha eliminado el adjetivo "mero", utilizado por el art. 54 tercer párrafo de
la ley 19.550, cuando contempla la segunda de las hipótesis previstas por dicha norma, esto es, cuando se
refiere a las actuaciones de la sociedad, utilizada como "mero recurso" para violar la ley, el orden público o
la buena fe o para frustrar derechos de terceros, redacción que la nueva norma del Código Civil y Comercial
de la Nación ha reemplazado, refiriéndose a las actuaciones de la persona jurídica, como un "recurso para
violar la ley, el orden público o la buena fe o para frustrar los derechos de cualquier persona". Ello constituye
una fórmula legal que resulta mucho más acertada, pues todos aquellos que se opusieron, desde siempre, a
la formulación y a la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica —siempre
interesados en la obtención de beneficios personales o sectoriales—, interpretaron, respecto de la
utilización del adjetivo "mero", que la aplicación del régimen previsto por el art. 54 tercer párrafo de la ley
19.550, solo quedaba reservada a los casos en que la sociedad había sido constituida a los fines de violar la
ley, el orden público, la buena fe o para frustrar los derechos de terceros y no para el caso de haber llevado
a cabo una determinada "actuación" de la sociedad que persiga tan ilegítimos y reprobables fines, con lo
cual, la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica quedaba casi reducida casi a
nada.

No debe olvidarse, al respecto, que ésta fue la interpretación que, sobre finales de la década del 90, la
comunidad empresaria argentina, pretendió sin éxito, hacer prevalecer cuando la justicia laboral, con todo
fundamento, extendió a sus integrantes —haciendo uso precisamente de la solución prevista en el art. 54
tercer párrafo de la ley 19.550— la condena dictada contra la sociedad, por tener dentro de su personal,
empleados no registrados, resultando oportuno destacar que la experiencia demostró que la utilización de
dicha norma y las graves responsabilidades que de ella se derivan, constituyó el medio más eficaz en la
permanente lucha contra el trabajo clandestino y sus nefastas consecuencias para quien las padece.

Bien razona la doctrina cuando sostiene que la eliminación del adjetivo "mero" por el Código Civil y
Comercial de la Nación ilumina la interpretación de la norma del art. 144 de dicho ordenamiento, haciéndola
mucho más amplia y eliminando el carácter restrictivo que ha caracterizado históricamente la aplicación de
la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica(164), restrictividad que encontró incluso respaldo
en la jurisprudencia de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, cuando —curiosamente— es el
tribunal que mas debería saber, conocer y entender en materia de fraude y corrupción empresaria(165).

Resulta también acertada la modificación efectuada por el art. 144 CCyCN, en cuanto ha reemplazado la
frustración de los derechos de los terceros, como supuesto de la aplicación de la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica empleada por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, por la
expresión "frustración de los derechos de cualquier persona", como lo prescribe la norma del art. 144, pues
la experiencia también demostró que muchas veces el grupo de control lleva a cabo determinadas
operaciones en perjuicio de la sociedad o de determinado grupo de accionistas (desvío de clientela y/o
trasvasamiento de la sociedad etc.), los cuales no entraban dentro del concepto de "terceros" empleado por
la normativa societaria.

En tercer lugar, y en cuanto a los efectos de la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la


personalidad jurídica, consistente en la imputación de las ilegítimas actuaciones sociales a los "socios o a los
controlantes que la hicieron posible", como lo dispone el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, el art. 144
del CCyCN la extiende, con todo fundamento a quienes, "a título de socios, asociados, miembros o
controlantes directos o indirectos, la hicieron posible", todos los cuales, y conforme lo disponen ambas
normas, responderán solidaria e ilimitadamente por los perjuicios causados. Esta ampliación de los sujetos
comprendidos en la aplicación de la referida doctrina —a los cuales deben agregarse todos los participantes
en el hecho, en lo que se refiere a su responsabilidad patrimonial por los daños causados, como lo prescribe
el último párrafo de dicha norma— también obedece a los antecedentes jurisprudenciales recaídos en los
últimos años, donde se acreditó que los sujetos controlantes de la sociedad, esto es, los verdaderos artífices
de la voluntad del ente, no eran las personas —físicas o jurídicas— que figuraban como tales en los registros
de la entidad, sino terceros ajenos a la misma, que ejercen sobre sus autoridades una influencia dominante
como consecuencia de acciones, cuotas o partes de interés poseídas, o por los especiales vínculos existentes
entre las sociedades (art. 33 inc. 2º de la ley 19.550).

Finalmente, y como hemos ya señalado. el último párrafo del art. 144 del CCyCN establece que lo dispuesto
por dicha norma —imputabilidad y responsabilidad de los autores de la maniobra que da lugar a la acción de
inoponibilidad de la personalidad jurídica— se aplica "sin afectar los derechos de los terceros de buena fe"
que han contratado con la entidad, y que se podrían ver perjudicados por la salida de un bien adquirido por
la misma que, a la postre, será imputada su titularidad a alguno de los sujetos que incurrieron en las
conductas previstas por aquella norma. Los antecedentes jurisprudenciales, en especial la doctrina recaída
en el caso "Astesiano c/ Gianina SCA s/ sumario", dictado por la sala A de la Cámara Comercial en fecha 27
de febrero de 1978 y los aportes de la doctrina, expuestos en los numerosos eventos que, en materia de
derecho societario se celebraron en nuestro país, avalan plenamente la solución legal adoptada, que
privilegia los intereses de los terceros de buena fe sobre las irregularidades incurridas por la sociedad en lo
que respecta a su funcionamiento(166).

Ahora bien, la norma del art. 144 del Código Civil y Comercial de la Nación no es aplicable a las sociedades,
pues si bien se trata de una norma imperativa, también participa de este carácter la previsión del art. 54
tercer párrafo de la ley 19.550. Sin embargo, aquella norma servirá como pauta interpretativa de ésta,
siendo obvio que las sociedades no deben ser merecedoras de un trato más beneficioso respecto de las
demás personas jurídicas reguladas en nuestro ordenamiento positivo, cuando se trata de sancionar una
conducta que viola la ley o desnaturaliza la causa tenida en cuenta al momento de constituir la entidad. De
manera entonces que mal podrá predicarse, a la hora de interpretar y aplicar la norma del art. 54 tercer
párrafo de la ley 19.550, un supuesto criterio restrictivo por parte del juzgador, habida cuenta que la pauta
general, en materia de personas jurídicas y que se encuentra contenida en el art. 144 del CCyCN no tolera
predicar la excepcionalidad de la aplicación de doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica.

Se recuerda finalmente, que en principio, la solución prevista en el art. 144 del CCyCN no implica
necesariamente la nulidad del ente, sino simplemente su inoponibilidad o su actuación desviada, imputando
las consecuencias y efectos de la ilegítima o extrasocietaria operación a sus responsables, generalmente
beneficiarios de esa manera de proceder. Sin embargo, si el móvil de la misma constitución de la sociedad
encuadra en las conductas reprobadas por el tercer párrafo del art. 144 CCyCN, no existe otra posibilidad
que sumar la declaración judicial de nulidad de la sociedad así constituida a las restantes sanciones previstas
en dicha norma y ordenar su liquidación, en los términos del art. 18 de la ley 19.550.

2.13. Algunos ejemplos concretos de la aplicación concreta por nuestros Tribunales de la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica
Nuestra jurisprudencia, desde antiguo, ha hecho frecuente aplicación de la solución prevista actualmente
por el art. 54, últ. párrafo de la ley 19.550 en todos los ámbitos del derecho, cuando a través de la
constitución o actuación de sociedades ficticias, se atentó contra los intereses tutelados por el derecho.

En materia de derecho administrativo, no puede dejar de citarse el caso de la sociedad "Marcos Pechernik


Sociedad Anónima", dictado por la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires en el año 1967,
que denegó la inscripción en el Registro de Proveedores del Estado a la referida sociedad que había sido
constituida después de haber sido eliminado de tal registro a su presidente y controlante exclusivo, Marcos
Pechernik(167).

En el ámbito del derecho fiscal, la Corte Suprema de Justicia de la Nación se pronunció en el sonado
caso "Parke Davis", sociedad que había pretendido deducir de su balance impositivo las acreditaciones en
concepto de regalías efectuadas en favor de "Parke Davis Company of Detroit", titular del 99,95% de su
capital accionario, pretensión que fue rechazada por el Tribunal Fiscal de la Nación, con fundamentos que
fueron compartidos por la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Federal, y finalmente por la Corte Suprema
de Justicia de la Nación por sentencia del 31 de julio de 1973, haciendo uso de la teoría de la penetración,
con el argumento de que si bien la total relación de subordinación existente entre varias empresas no
suprime la relación jurídica de la sociedad dependiente, tampoco anula su propia capacidad tributaria.

En materia de locación de inmuebles, también se ha admitido la procedencia del recurso de la desestimación


de la personalidad, pero a favor de la sociedad, cuando por cambio de titular se alegó la infracción a la
prohibición de transferencia previsto en el respectivo contrato, aportando el inquilino su derecho locativo a
una sociedad totalmente controlada por éste o cuando revistiendo tal carácter un ente societario, este se
transforma en otro tipo social. Se advierte de esta corriente jurisprudencial, que los tribunales fueron
cautelosos, inclinándose por soluciones de equidad, tendientes a la conservación de la empresa, impidiendo
el desalojo, salvo si se comprueba en la transferencia o transformación la existencia de una verdadera
simulación en fraude a la ley(168).

La teoría del disregard también es de frecuente aplicación en el derecho de familia, en especial en juicios de


divorcio, donde es corriente la designación de un veedor o interventor judicial como medida precautoria,
cuando se acredita suficientemente la participación del demandado en sociedades comerciales, cuyos
capitales pertenecen a aquel o aparecen confundidos. Se dijo en tales precedentes que la intervención
judicial constituye "(...) un prudente arbitrio tendiente a proteger los derechos patrimoniales de la cónyuge,
y en prevención de maniobras tendientes a ocultar, disminuir o hacer desaparecer bienes pertenecientes a
la sociedad conyugal"(169). Pero, como en los otros supuestos, la intervención judicial debe decretarse en
forma excepcional, pues para poder prescindir de la forma externa de una sociedad anónima, no basta
probar la relación de parentesco, sino que debe probarse que el patrimonio de la sociedad anónima se
confunde y emerge de la sociedad conyugal(170).

En el derecho sucesorio y de familia obtuvieron mucha repercusión los casos "Astesiano" y "Morrogh
Bernard" de la sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal el primero
y de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Concepción del Uruguay (Entre Ríos), el segundo de
ellos.

En el caso "Astesiano Mónica c/ Gianina Sociedad en Comandita por Acciones y otros"(171), dictado el 27 de


febrero de 1978, se juzgó el caso de una sociedad constituida por el causante pocos años antes de su
fallecimiento con tres de sus hijos, a la cual aportó prácticamente la totalidad de sus bienes, pero dejando
afuera de la misma a los herederos de su cuarto hijo premuerto, quienes concurrieron al sucesorio de su
abuelo por derecho de representación, recibiendo acciones de la compañía, y convirtiéndose, en
consecuencia, en socios comanditarios, en total minoría para la adopción de cualquier tipo de decisión y a
los cuales les estaba vedado ingresar a la administración.

El tribunal, revocando el fallo de primera instancia, y entendiendo que en el caso se condicionó a sabiendas
la institución de la legítima, en clara violación de lo dispuesto por los entonces vigentes arts. 3598 y concs.
del Cód. Civil, ordenó cumplir total e irrestrictamente con el régimen hereditario, admitiendo el pedido de
entrega material los bienes que correspondían a los herederos frustrados con la constitución de la sociedad,
de acuerdo con las reglas de la legítima instrumentada en nuestro ordenamiento civil, concluyendo en
definitiva que los efectos de la personalidad societaria no son aplicables al caso, debiendo la sociedad
reducir su capital, si los socios no optan por su disolución.
Lo verdaderamente trascendente de este fallo no solo radica en la correcta interpretación de la doctrina de
la desestimación o inoponibilidad de la persona jurídica, sino también en los efectos que a la sociedad le
provoca la utilización de dicha teoría, resolviéndose expresamente que la declaración de inoponibilidad del
ente societario no impide fulminar de nulidad a la sociedad, sino la inoponibilidad de ciertos actos
societarios hacia terceros.

En el mismo sentido, la Cámara de Apelaciones Civil y Comercial de Concepción del Uruguay, en fallo del 9
de febrero de 1979 en los autos caratulados "Morrogh Bernard, J. c/ Grave de Peralta de Morrogh Bernard,
E. y otros"(172), declaró la inoponibilidad del acto constitutivo de la sociedad al heredero del causante, que
había manifestado expresamente quedar excluido de la misma. El tribunal entendió que esa sociedad,
constituida con la casi totalidad de los bienes y con los restantes herederos, implicaba una total e innegable
desvirtuación de la forma societaria, y, atendiendo a la realidad interna de ese patrimonio de origen
unipersonal, adquiría los visos de la administración de un condominio indiviso.

En este caso, y a diferencia de lo resuelto en el caso "Astesiano", no hubo intensión de perjudicar a nadie
por parte del causante al constituir la sociedad, que había sido fundada por éste juntamente con la totalidad
menos uno de sus herederos forzosos. Sin embargo, advirtió el Tribunal que en tanto se trataba de una
sociedad anónima constituida por el fallecido y los miembros de su familia, en la que aquel aportó el 95% del
capital accionario mediante un inmueble rural de valor muy superior al valor nominal de las acciones
suscriptas, dicha sociedad no respondió propiamente a la estructura de una verdadera empresa impersonal
y de capital, sino que de hecho agrupó al núcleo familiar alrededor de un cuantioso patrimonio del causante,
quien en vida lo administraba en virtud de su absoluto y casi total predominio accionario. Por ello, aunque
legal y formalmente se trataba de una sociedad de capital, la realidad interna de ese patrimonio de origen
unipersonal adquirió visos de la administración de un condominio indiviso, implicando una total e innegable
desvirtuación de la forma societaria. Mediante tan sencillos y contundentes argumentos, el tribunal hizo
lugar a la acción de inoponibilidad del acto de constitución de la sociedad anónima promovido por el
heredero que no había participado de la constitución de la sociedad, en el entendimiento de que el
patrimonio transmisible mortis causa que determina la legítima del heredero que no participó en la sociedad
no puede estar representado por acciones del causante, ya que ello implicaría una evidente desigualdad
entre los sucesores.

Es importante destacar que, al igual que en el caso "Astesiano", el tribunal no fulminó de nulidad al contrato
constitutivo de la sociedad por falsa causa o simulación, ni tampoco declaró su inexistencia, sino que solo
dispuso, como efecto característico de la declaración de inoponibilidad, a las especiales circunstancias del
caso, esto es, la inclusión en el inventario del sucesorio de los bienes aportados por el causante a la
sociedad, la cual deberá reducir su capital social si los socios no optan por su disolución.

Pero el caso que tuvo más repercusión en el tema que se analiza, y que influyó notoriamente en la redacción
de las leyes 19.550 de sociedades comerciales y 19.551 de concursos, allá por el año 1972, fue el caso
"Compañía Swift de La Plata Sociedad Anónima s/ quiebra"(173), en donde se puso al descubierto la
utilización de sociedades comerciales ficticias por parte del concursado a los fines de obtener la
homologación de su acuerdo preventivo.

En ese célebre precedente, el magistrado que intervino, el Dr. Salvador María Lozada, en fallo del 8 de
noviembre de 1971, rechazó el concordato presentado por la concursada, la "Compañía Swift de la Plata SA",
a la que declaró en quiebra, extendiéndole la falencia a otras sociedades del mismo grupo económico a la
que aquella pertenecía (el grupo "Deltec", cuya sociedad "holding" era "Deltec International", con
actividades en todo el mundo, no solo en el ramo frigorífico sino también agropecuario y financiero.
Entendió el juez Losada que el hecho de que los órganos de Swift estaban subordinados a la voluntad del
holding internacional y que la propuesta de concordato preventivo había sido votada por otras empresas del
grupo, que habían contratado con la sociedad en condiciones muy ventajosas para aquellas, afectaba el
orden público y el legítimo derecho que sobre el patrimonio de la concursada tenían los verdaderos
acreedores, por lo que concluyó que no existía personalidad jurídica diferenciada entre todas las empresas
del grupo, que respondían a una voluntad común.

Entre los fundamentos que motivaron el rechazo del concordato preventivo de la concursada, Cía. Swift de la
Plata SA, por los motivos expuestos, el referido magistrado tuvo muy en consideración la insinuación del
crédito por varias empresas del grupo económico en el pasivo de la concursada, la política económica y
financiera de esta, que en estado de cesación de pagos efectuaba cuantiosos préstamos a diferentes
empresas del grupo, que también se presentaban como acreedoras para tener injerencia en la votación del
acuerdo presentado, y finalmente, la circunstancia de que un 80% de sus ventas se hacían a sociedades del
mismo conjunto, a precios notablemente superiores a clientes no vinculados al mismo.

Apelado el pronunciamiento del Juez Lozada, la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo


Comercial, confirmó parcialmente dicho pronunciamiento, en lo que se refiere a la no homologación del
acuerdo, argumentando que "La convocataria ha carecido y carece de la necesaria interdependencia en su
política comercial, y de libertad de movimientos y decisiones indispensables a una actividad comercial propia
y clara en el seno de la comunidad. Esa situación, que influyera sensiblemente en el deterioro de la
convocataria, que provocó la presentación en juicio, constituye un factor considerablemente desfavorable
en la valoración de la conducta del deudor a los fines de obtener el beneficio del concordato, conforme a la
doctrina y jurisprudencia". No obstante ello, el referido Tribunal declaró nula la extensión de la quiebra a las
demás sociedades del "Grupo Deltec" por no haber sido citadas en el marco del concurso preventivo de la
sociedad "Compañía Swift de la Plata SA".

Finalmente, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por sentencia del 4 de septiembre de 1973 declaró
extensible a la sociedad controlante la quiebra dispuesta para la sociedad controlada, también extendida a
todas las demás subsidiarias de la controlante, sin previa exclusión de los bienes de la controlada.

Considero de importancia transcribir la fundamentación de nuestro más Alto Tribunal, que sostuvo
textualmente en tal oportunidad que "La consideración esencial para decidir el punto radica en destacar que
el régimen de la personalidad jurídica no puede utilizarse en contra de los intereses superiores de la
sociedad ni de los derechos de terceros. Las técnicas manipuladas para cohibir el uso meramente
instrumental de las formas societarias varían y adoptan diferentes nombres, pero todas postulan en
sustancia la consideración de la realidad económica y social y la supremacía del derecho objetivo. Es obvio
que esto adquiere particular relevancia cuando los jueces deben enfrentarse con los complejos problemas
jurídicos que suscita la fenomenología moderna de los grupos societarios, particularmente en sus
interferencias y conexiones, y con relación al carácter supranacional que es su nota característica en la vida
contemporánea, todo lo cual consolida los poderes de concentración por las dificultades que presenta su
control, la difusión de su influencia y el entrecruzamiento de sus redes de administración con sociedades
filiales, reales o aparentes".

Precisamente, toda la problemática de los grupos societarios se presentó nuevamente, más de veinte años
después, en el caso "Macri Francisco y otros s/ Infracción a la ley 23.771", dictada por la Cámara Federal
Penal de San Martín, Pcia. de Buenos Aires, el día 28 de abril de 1994(174). En dicha oportunidad se tuvo por
comprobado que una supuesta sociedad extranjera no fue más que un instrumento del que se valió la
sociedad controlante —una importante empresa terminal automotriz— para la venta de vehículos
importados al margen del régimen legal de la industria automotriz, cuando: a) el presidente de la sociedad
controlante es titular del 85% del paquete accionario de la supuesta sociedad extranjera; b) la sociedad
extranjera se constituyó con un capital irrisorio; c) los representantes de los accionistas en las asambleas de
la sociedad foránea son funcionarios de la terminal automotriz; d) la única actividad de la sociedad
extranjera consistía en importar a la zona franca uruguaya, para su posterior comercialización, los
automóviles de la misma marca que la controlante produce y e) la sociedad controlante cancelaba las cartas
de crédito abiertas por las compras efectuadas en el exterior y a la vez autorizada los pagos de los servicios
de la compañía extranjera, etc.

La doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica tampoco estuvo ausente en materia de


operatoria bancaria y financiera, mereciendo destacarse el voto del magistrado Edgardo Marcelo Alberti
como integrante de la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal, en
los autos "Pieckar Jaime y otros c/ Peña Jaime Joaquín y otros" del 18 de marzo de 1997, en donde se
resolvió que la actuación de una mesa de dinero dentro de una institución bancaria, conocida y tolerada por
los accionistas y directores de dicha sociedad, constituyó un requisito para "violar la ley del banquero" que
habilitó la acción prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 contra los directores del banco, para
recompensar a los ahorristas actores los perjuicios causados.

Ahora bien, en todos los precedentes que hemos analizado hasta el momento, existió una clara intención de
perjudicar, mediante la indebida utilización de la técnica societaria, los derechos o los intereses de terceros,
así como violar la ley, la buena fe o el orden público. En todos los casos antes vistos, la existencia de una
sociedad ficticia —por lo general extranjera off shore— fue el instrumento de fraude para la consecución de
maniobras reprochables.
Pero no es necesario que ello ocurra de tal manera, pues hay supuestos en donde la aplicación de la doctrina
de la desestimación o inoponibilidad de la personalidad jurídica se debe efectuar aún cuando no ha mediado
burla a la ley o fraude a los acreedores, o más aún, existen supuestos en donde es necesario allanar la
personalidad a favor del ente o de sus integrantes, cuando el mantenimiento de la distinción podría llevar a
consagrar soluciones injustas y repugnantes con la buena fe.

La primera situación, esto es, inoponibilidad sin fraude, se presentó en el caso "Macoa Sociedad Anónima y
otras"(175), cuyo fallo fue dictado por la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en
fecha 21 de mayo de 1979, esto es, antes de la sanción de la ley 22.903, que introdujo en nuestra legislación
societaria la norma del art. 54 último párrafo de la ley 19.550.

Se trataba de un caso donde, ante el pedido de explicaciones requeridas por la Inspección General de
Justicia (por entonces Inspección General de Personas Jurídicas), los fundadores de más de veinte
sociedades anónimas cuyos estatutos eran exactamente iguales, con los mismos accionistas y directores y
que fueron presentadas para su conformidad en forma simultánea, adujeron haber actuado para un mismo
cliente o sencillamente "para tener en cartera" sociedades constituidas regularmente, a fines de la venta de
su mera estructura. Se aclara, para una comprensión de la situación del caso, que por aquellos años, la
constitución de una sociedad anónima, por el doble control que era objeto y por las enormes demoras del
Boletín Oficial, que por entonces debía publicar el texto íntegro del estatuto de la sociedad en formación,
demoraba más de un año en su tramitación.

Ante esas explicaciones, el Tribunal de Alzada, confirmando la resolución de la autoridad de control,


resolvió, con aplicación, entre otras normas, de la expresa previsión del art. 2º de la ley 19.550, que el
Estado solo debía otorgar la conformidad administrativa a la registración de las sociedades por acciones, si
advierte, luego de efectuado el control de legalidad del acto constitutivo que se le presenta, que éste reúne
los requisitos legales y no se ha abusado del recurso técnico instrumental para fines no queridos por la ley.
Por su parte, y en el dictamen que precedió a la aludida resolución del Tribunal de Alzada, el Sr. Fiscal de
Cámara sostuvo que el ordenamiento jurídico no puede considerar constituida legalmente a una sociedad
que lo es con el solo fin de crear un instrumento técnico totalmente vacío de contenido y para una finalidad
no confesada en el acto constitutivo, pues ello se opone a los principios que condicionan la configuración de
la personalidad jurídica de determinados entes, con evidente abuso de lo dispuesto en el art. 2º de la ley
19.550.

En la misma orientación, aunque ya en vigencia de la norma del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, el
mismo Tribunal, en el caso "Ferrari Vasco c/ Arlington Sociedad Anónima y otros s/ ordinario"(176), dictado
el día 10 de mayo de 1995, confirmó la sentencia del Juez de Primera Instancia, el Dr. Eduardo M. Favier
Dubois (h), quien había declarado la inoponibilidad de la personalidad jurídica de una sociedad que, sin
causa ilícita ni fraude, exhibía un fin extrasocietario, careciendo de toda actividad destinada a la producción
o intercambio de bienes o servicios, ya que sus dos únicos bienes —un inmueble y un rodado— no se
destinaban a ninguna explotación empresaria, sino al uso y disfrute personal de quien es la única y exclusiva
controlante de la voluntad social a pesar no figurar incluso como accionista de dicha entidad.

Se dijo en esa oportunidad, siguiendo la línea de pensamiento de Enrique Butty, que la inoponibilidad
prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 no necesariamente supone la concurrencia de causa
ilícita, por lo que la norma difiere en el punto con respecto a la doctrina del disregard, en tanto basta para
aquella la finalidad extrasocietaria, entendiendo por tal, y en oposición a la finalidad societaria prevista por
el art. 1º de la ley 19.550,el caso en que la sociedad no tiene vocación de ser titular de una hacienda
empresaria mercantil en el sentido de los arts. 2082 y 2255 del Código Civil Italiano, en tanto la personalidad
de la ley 19.550 requiere como presupuesto prenormativo la comercialidad(177).

Esta línea de pensamiento fue seguida por la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial,
en el caso "Laffont Jorge Rodolfo y otro c/ Yosemite Sociedad Anónima y otro s/ sumario", del 23 de agosto
de 2006.

Se trataba de una sociedad anónima que era titular de un inmueble, pero que en lugar de estar destinado al
giro social de aquella, desde su misma adquisición fue utilizado por el accionista controlante y su familia,
como residencia habitual. Se sostuvo, a los fines de la aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 1950 que
resultaba evidente el fin extrasocietario dado a esa propiedad, en tanto estaba destinada a la satisfacción
personal de quien revestía el carácter de accionista mayoritario y presidente del directorio. Se sostuvo
textualmente en dicho precedente que "La noción de fines "extrasocietarios", empleada por el art. 54 último
párrafo de la ley 19.550,debe obtenerse en contraposición a la de fines "societarios", que son aquellos
vinculados con la producción o intercambio de bienes o servicios, a la que debe aplicarse el capital social
(art. 1º de la ley 19.550), es decir, los fines que se refieren al carácter esencialmente empresario de la
sociedad comercial".

Se advirtió asimismo en el caso "Laffont" que "No resulta óbice para la aplicación del art. 54 último párrafo
de la ley 19.550 a un inmueble de la sociedad, que está destinado al uso personal de su controlante, la
circunstancia de que la adquisición del mismo por la sociedad haya sido anterior al nacimiento del crédito de
los actores, pues la inoponibilidad de la personalidad jurídica que prevé tal norma no supedita la
desestimación de la personalidad societaria a la concurrencia de causa ilícita en la constitución o gestión
posterior de la sociedad, bastando que la actuación de la misma encubra la consecución de una finalidad
extrasocietaria, aunque ésta pueda ser lícita, en el sentido de no fraudulenta".

Como antes se anticipara, existen también otros casos en que el allanamiento de la personalidad societaria
puede producirse a favor del ente o de sus integrantes, para evitar situaciones de notoria injusticia. El mejor
ejemplo de ello lo constituye el fallo plenario de la Cámara Nacional de Paz, de fecha 29 de noviembre de
1968, en los autos "Fernández Anchorena Juan y otros c/ Semaldeni Lorenzo y otros", en el cual se resolvió
que la sola circunstancia de constituir los inquilinos una sociedad de responsabilidad limitada no configura
causal de desalojo, por transferencia prohibida de la locación"(178).

En una misma orientación, tampoco puede dejar de destacarse la solución a la que arribó la sala B de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en los autos "Marlowe Randall Jackson c/ Banco del Buen
Ayre SA" del 29 de noviembre de 1994, fallo que tuvo una gran repercusión en los círculos académicos, por
aquellas épocas, merced a la original solución a la cual se arribó, con la cual estoy en absoluto desacuerdo.

Se trataba de un caso donde el actor y su cónyuge habían demandado al Banco del Buen Ayre, solicitando la
determinación del quantum de la indemnización que les correspondía en virtud de una sentencia recaída en
un pleito anterior entre las mismas partes y que había condenado a la aludida institución bancaria a
satisfacer al matrimonio Marlowe los daños ocasionados por la traba indebida de un embargo sobre una
suma de dinero que les había impedido a los actores cancelar una hipoteca que gravaba el inmueble en la
cual residía el matrimonio, y que era propiedad de una sociedad comercial que ellos integraban con
exclusividad, y cuya subasta no pudieron evitar. Ante tal pretensión resarcitoria, el banco respondió que el
matrimonio Marlowe carecía de legitimación para reclamar una indemnización por la pérdida del inmueble
subastado, pues éste se encontraba a nombre de una sociedad comercial, con personalidad independiente a
la de sus integrantes. En la sentencia definitiva, el magistrado Enrique Butty, si bien reconoció que de
acuerdo con lo dispuesto por los arts. 39 del Código Civil y 2º de la ley 19.550, no resulta posible atribuir a
los demandantes las consecuencias patrimoniales de la actuación de la sociedad comercial titular del
referido inmueble, sostuvo textualmente, para reconocer el derecho al matrimonio Marlowe a la
indemnización solicitada que "...la circunstancia de que aquellos fueran cuanto menos los controlantes del
aludido ente, en los términos del art. 33 de la ley 19.550, esto es, los titulares de participaciones sociales
cualitativas, ello produce un debilitamiento de la interposición de la persona jurídica en relación a la
hacienda y patrimonio de la sociedad, de modo que, en la realidad técnico-subyacente, el socio controlante
deviene en cierto modo titular cuasi inmediato de tales atributos...". La solución resulta muy cuestionable y
la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica al referido caso carece de todo
fundamento, pues la mera situación de control no autoriza la aplicación de la solución prevista por el art. 54
tercer párrafo de la ley 19.550, como el mismo tribunal lo decidió en otras oportunidades(179).

2.14. La aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica en el ámbito de los


Tribunales Laborales. El célebre caso "Duquelsy". Jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación

La aplicación de la doctrina de la desestimación de la personalidad jurídica de las sociedades comerciales por


parte de los Tribunales de Trabajo ha sido una cuestión de antigua data, incluso antes de la vigencia de la ley
19.550.

Sin perjuicio de algunos antecedentes anteriores, la cuestión del abuso de las formas societarias en el
ámbito de las relaciones laborales trascendió en un caso que data del año 1973, cuando la sala II de la
Cámara Nacional del Trabajo de la Capital Federal, con el voto del Dr. Podetti, en los autos "Aybar Rubén E. y
otro c/ Pizzería Viturro SRL y otros"(180), condenó a los integrantes de una sociedad de responsabilidad
limitada, en forma solidaria con ésta a abonar las indemnizaciones y salarios adeudados al personal de
mozos, pues aquellos prefirieron desaparecer y hacer desaparecer a la sociedad —que explotaba un negocio
de pizzería— antes que satisfacer los gastos que insumía el cierre del establecimiento.

Lo interesante del caso es que no regía para esa fecha el actual art. 54 último párrafo de la ley 19.550, el cual
entró en vigencia con la sanción de la ley 22.903, en el año 1982, no obstante lo cual, sostuvo el por
entonces juez de primera instancia, el Dr. Rodríguez Aldao, que "...la personería jurídica de las sociedades,
en tanto creación artificial, cede paso a la realidad, y en el caso, si la sociedad se creó con un fin lícito como
fue el de explotar una pizzería, pero luego funcionó irregularmente, no haciendo los aportes jubilatorios a
sus dependientes, a los que burló dejándolos sin trabajo y sin pagarles las indemnizaciones ni salarios
mediante el simple recurso de desaparecer, cosa fácil en una persona jurídica que no tiene existencia real y
sus únicos bienes eran instalaciones que fueron retiradas..., en tales condiciones, no se puede llevar la
ficción al extremo, pues si los demandados lucraron con el trabajo de los actores y se beneficiaron con la
venta de las instalaciones de la sociedad, es justo que respondan por las obligaciones de ésta frente a sus
dependientes...".

Si bien otros fallos aislados del mismo fuero continuaron esta justa línea de pensamiento, el tema cobró
interés nuevamente con el dictado del caso "Duquelsy Silvia c/ Fuar Sociedad Anónima y otro" dictado por la
sala III de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo de la Capital Federal, de fecha 19 de febrero de
1998(181), oportunidad en la cual el referido Tribunal aplicó correctamente la doctrina del art. 54 último
párrafo de la ley 19.550 y haciendo uso de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica allí
prevista, declaró responsables a los accionistas de una sociedad anónima empleadora, por las
indemnizaciones adeudadas al trabajador, cuyos salarios fueron abonados en negro, habida cuenta la
ilegitimidad manifiesta de esta manera de proceder y los nefastos efectos que dicha actuación producía a la
comunidad toda.

En este caso, la inclusión en la norma del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 la dio la tan difundida pero
no menos lamentable práctica de "pagar en negro" a los trabajadores, este es, a la parte más débil de
nuestra sociedad, procedimiento que constituye, como bien lo sostuvo el Tribunal en el caso "Duquelsy" una
"actuación" del órgano de administración de la sociedad que viola la ley, el orden público laboral (arts.
79, 12, 13 y 14 de la ley 20.744 de Contrato de Trabajo), la buena fe (que obliga al empresario a ajustar su
conducta a lo que es propio de un buen empleador: art. 63LCT) y que frustra los derechos de terceros (el
trabajador, el sistema previsional, los integrantes del sector pasivo y la comunidad empresarial).

Se dijo en el caso "Duquelsy" y se reiteró en innumerables precedentes que siguieron esa corriente de
pensamiento, que "La práctica de no registrar y documentar una parte del salario efectivamente convenido y
pagado, práctica comúnmente denominado "pago en negro" y prohibida por el art. 140 de la ley 20.744 y
por el art. 180 de la Ley de Empleo, autoriza la aplicación de la solución prevista por el art. 544 último
párrafo de la ley 19.550 a los socios y directivos de la sociedad demandada, pues constituye un típico fraude
laboral y previsional, ya que tiene normalmente por objeto y efecto disminuir en forma ilegítima la
incidencia del salario normal, en las prestaciones complementarias o indemnizatorias, y en los aportes al
sistema de seguridad social. El pago en negro perjudica al trabajador, que se ve privado de aquella
incidencia; al sector pasivo, que es víctima de la evasión y a la comunidad comercial, en cuanto al disminuir
los costos laborales, pone al autor de la maniobra en mejores condiciones para competir en el mercado, que
la reservada a otros empleadores respetuosos de la ley".

Si bien tal "actuación" es propia de los administradores de la sociedad, pueden ser extendidas sus
consecuencias a todos los integrantes de la sociedad, pues la ley responsabiliza por los efectos de ese
proceder no solo a quienes decidieron o ejecutaron tan ilegítima actuación, sino también los socios o
controlantes que la hicieron posible, debiendo incluirse en esta categoría a todos quienes, conociendo o
debiendo conocer esa manera de actuar, nada hicieron para ajustar el funcionamiento de la sociedad a la ley
o al estatuto.

Dijimos en oportunidad de comentar ese fallo(182), que la doctrina emanada del caso "Duquelsy"
sorprendió en forma grata a la parte de la comunidad que deplora y sufre el uso abusivo de los instrumentos
legales y que la utilización por el Tribunal Laboral del recurso previsto por el art. 54 último párrafo de la ley
19.550 resultó más amplia y generosa que la predicada por los tribunales comerciales, los cuales siempre
exhibieron un criterio restrictivo en su aplicación, a pesar de que son estos tribunales, por su experiencia
cotidiana en el tráfico mercantil, quienes deberían conocer mejor las maniobras cometidas mediante el mal
uso de las sociedades anónimas o de responsabilidad limitada.
A partir del dictado de este ejemplar fallo, cuya doctrina fue reiterada en innumerable cantidad de ocasiones
por el mismo Tribunal(183), aunque, justo es reconocerlo, con la opinión contraria de algunas Salas de esa
Cámara, se produjo un extraño fenómeno: mientras que, en términos generales, la doctrina y jurisprudencia
laboral contemplaron con total beneplácito esta evolución jurisprudencial, la doctrina comercialista —con
algunas excepciones— condenó sin reservas cualquier extensión de responsabilidad que se pretendiere
efectuar sobre los socios de una sociedad de responsabilidad limitada o a los accionistas de la sociedad
anónima, llegándose al extremo de predecirse el fin del capitalismo si de alguna manera pudiera ponerse
límites o superarse el mítico beneficio de la limitación de la responsabilidad.

Se sostuvo —equivocadamente a nuestro juicio— que para enervar los efectos de la ejemplar doctrina
emanada del caso "Duquelsy", que el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 no contempla la hipótesis de la
responsabilidad de los socios por los incumplimientos de la vida societaria, sino que solo prevé los casos de
uso desviado de la figura societaria, esto es, cuando la sociedad es constituida o luego la transforman, para
desarrollar una actividad ilícita o violatoria de la buena fe, el orden público o para perjudicar a terceros(184).
Huelga manifestar que con ese argumento, absolutamente artificial, se pretende enervar y minimizar la
aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, exhibiendo un desconocimiento de la realidad negocial
que resulta alarmante, pues la experiencia demuestra que no se constituyen sociedades para burlar la ley,
sino que esa violación se lleva a cabo mediante el uso indebido de las estructuras societarias, en entidades
que fueron y desarrollan un fin legítimo. Por otra parte, esa manera de resolver ignora que la actividad ilícita
está castigada por la ley 19.550 en el art. 18, que impone gravísimas sanciones a las sociedades constituidas
con objeto lícito y actividad ilícita, no siendo razonable sostener que ambas normas: el art. 18 y el art. 54
último párrafo, partan del mismo presupuesto fáctico para consagrar diferentes soluciones.

Con otras palabras, lo que en realidad preocupó a los detractores de la doctrina del caso "Duquelsy" y de los
fallos posteriores que continuaron aquella orientación, fue que el art. 54 último párrafo de la ley
19.550 pueda ser extendido a actuaciones a la que el empresariado recurre con habitualidad para evitar el
cumplimiento de normas laborales, fiscales o previsionales, pretendiendo que dicha disposición legal quede
reducida al caso de que los socios o controlantes hayan constituido la sociedad para perjudicar o defraudar a
terceros, lo cual constituye un argumento equivocado y carente de toda seriedad, pues nadie constituye una
sociedad para burlar la ley o defraudar a terceros. Bien sostuvo la Cámara Nacional de Apelaciones del
Trabajo de la Capital Federal, que resulta inadmisible sostener que el tercer párrafo del art. 54 último
párrafo de la ley 19.550 pueda solo ser aplicable cuando la persona jurídica ha sido creada con tan ilegítima
finalidad, pues cuando ello sucede, la ley de sociedades comerciales le reserva una sanción especial, que es
la nulidad por objeto ilícito o actividad ilícita, que pone fin a la existencia de la misma (arts. 18 y 19 de la ley
19.550)(185), a diferencia de la inoponibilidad prevista por el aludido art. 54 último párrafo de la ley de
sociedades comerciales, que extiende a quienes fueron responsables, por acción u omisión, los efectos de
una conducta desviada, borrando toda separación patrimonial entre la sociedad y sus integrantes.

Resulta de toda evidencia concluir que la personalidad jurídica diferenciada entre la sociedad y sus
integrantes, así como la limitación de la responsabilidad que gozan los socios de determinados tipos
societarios, no puede constituirse en una valla para evitar llegar al verdadero responsable de una conducta
fraudulenta, pues ambos beneficios solo pueden tener operatividad cuando la actuación societaria se ajusta
a la ley. Lo contrario implica convalidar un caso de abuso de las formas societarias, encuadrable en la figura
del abuso del derecho, expresamente reprobado por la norma del art. 1071 del Código Civil. Bien se ha dicho
que la actuación ilegítima de una sociedad es siempre un problema de hombres, y que cuando más allá de
ello se sostiene a ultranza el valor absoluto de las instituciones jurídicas, se corre el peligro de crear escudos
protectores de la ilicitud, haciendo caer al derecho en una profunda contradicción o reduciendo su papel a
un mero conjunto de reglas de juego, vacías de todo contenido moral o político(186).

No obstante tales argumentos, la Corte Suprema de Justicia de la Nación no convalidó esta loable corriente
jurisprudencial, y en el caso "Palomeque Aldo René c/ Benemeth SA y otro", de fecha 3 de abril de 2003,
debiendo optar entre la realidad cotidiana (la habitual práctica del pago en negro y sus nefastas
consecuencias en la comunidad) y la ficción (la doctrina de la personalidad jurídica y el principio de la
limitación de la responsabilidad), se orientó en este último sentido, olvidando que las ficciones solo merecen
protección legal cuando están al servicio de la gente y no cuando, a cuyo amparo, se pretende consumar una
ilicitud.

Reviste especial importancia, a los fines del análisis del caso "Palomeque", detenerse en el dictamen del
Procurador Fiscal de la Nación, el Dr. Felipe Daniel Obarrio, pues a dicho instrumento remitieron los Jueces
de la Corte Suprema de Justicia de la Nación como único fundamento de tal cuestionable fallo. Sostuvo el
aludido funcionario que "...Aprecio que los jueces han prescindido de considerar que la personalidad
diferenciada de la sociedad y de sus socios y administradores constituye el eje sobre el que se asienta la
normativa sobre sociedades anónimas y que ésta configura un régimen especial porque aquellas constituyen
una herramienta que el orden jurídico provee al comercio como uno de los relevantes motores de la
economía...".

Bien ha sido dicho que "El conceptualismo es capaz de resolverlo todo, en la idealidad normativa, mas se
despreocupa en ocasiones de la inserción de lo resuelto en la materialidad de las cosas"(187). Esta cita es
particularmente aplicable al antes transcripto dictamen del Procurador Fiscal de la Nación, pues de ellas
parecería desprenderse que todo valor o todo interés debe sacrificarse ante la regulación propia de las
sociedades anónimas, por el simple hecho de ser éstas uno de los relevantes motores de la economía.

Nada más desacertado que tal manera de argumentar, pues eximir a los socios de una sociedad de
responsabilidad limitada o a los accionistas de una sociedad anónima de la obligación de cancelar las
indemnizaciones a los empleados que habían sido contratados en negro por la compañía, cuando ésta
carece de fondos o bienes para hacerlo, implica una injusticia que el derecho no puede tolerar. La doctrina
del Sr. Procurador Fiscal de la Nación en el caso "Palomeque" parece elaborada por quien no vive en la
República Argentina, y por quien no sabe que el abuso de las formas societarias es moneda corriente en
nuestras prácticas mercantiles. Dicha doctrina parece olvidar también aquella célebre frase de Piero
Calamandrei, expuesta en su célebre "Elogio de los Jueces", cuando afirmó que "No basta que los
magistrados conozcan a la perfección las leyes escritas. Será necesario también que conozcan
perfectamente a la sociedad en que esas leyes tienen que vivir".

Finalmente no puede dejar de recordarse que la limitación de la responsabilidad de los socios o accionistas a
las cuotas o acciones que suscribieron e integraron en la sociedad que forman parte no puede considerarse
un principio absoluto, en tanto solo constituye un privilegio otorgado por el legislador a ciertos tipos
societarios, a los fines de incentivar el comercio e industria, pero como todo derecho —el de ampararse en
las características del tipo social— éste debe ejercerse sin abuso del derecho y sin contradecir actuaciones
propias anteriores. Por ello no parece adecuado a derecho realizar o consentir una actuación de la sociedad
que colisiona expresas normas de orden público —el pago en negro a los trabajadores— para luego, cuando
concluye la relación laboral, y ante la extensión a los administradores y socios la condena dictada en sede
judicial, invocar la distinta personalidad jurídica entre la sociedad empleadora y sus integrantes, así como la
limitación de la responsabilidad de éstos, pues si gozaron de mayores utilidades como consecuencia de esas
prácticas ilegítimas, carecen de todo derecho para invocar frente a terceros, toda limitación en la
soportación de las pérdidas derivada del tipo social elegido.

2.15. Otro ejemplo del abuso de las formas societarias. El Trasvasamiento de sociedades.

El trasvasamiento de sociedades constituye otro habitual fenómeno de la época que vivimos, que consiste
en la desaparición fáctica de un sujeto de derecho de segundo grado, que es "abandonado a su propia
suerte", cuyas actividades comerciales son "continuadas" por una segunda sociedad, constituida e integrada
por personas vinculadas con la primera, y que por lo general, aunque no necesariamente, desarrolla su
objeto social en el mismo local o establecimiento de la primera, utilizando para ellos todo o parte del activo
y personal.

A esta manera de actuar se llega por lo general frente a una situación económica y financiera caótica de la
sociedad primitiva, para evitar la liquidación de los bienes sociales y riesgos personales que implica para los
integrantes de los órganos de administración y fiscalización, la declaración en quiebra de ese ente, y
finalmente para obstaculizar una supuesta extensión de quiebra a los sujetos controlantes. Frente a esas
situaciones de crisis, se prefiere "dejar morir" a la primera sociedad, como habitualmente se dice, sin
recurrir a los trámites disolutorios y liquidatorios previstos por el ordenamiento societario o concursal,
apareciendo en escena una nueva sociedad, que pasará a desarrollar la misma actividad, sin hacerse cargo,
obviamente, del pasivo de la primera.

También se presenta este fenómeno cuando la sociedad se encuentra frente a graves conflictos
intrasocietarios, que afectan el funcionamiento de la misma. En dicho caso, los integrantes de la compañía
resuelven fundar una nueva sociedad, constituida únicamente por los integrantes del grupo controlante, a la
que transfiere todo su patrimonio y actividad, dejando fuera de ella a aquellos accionistas que exhibieron
disconformidad con la conducción o gobierno de la primera.

Según el diccionario de la Real Academia, "trasvasar" significa "mudar un líquido de una vasija a la otra" y


creo que con esa definición se define el fenómeno que estamos detallando, pues mediante tal maniobra se
transfiere una actividad mercantil desarrollada por una sociedad comercial a otra, como si las personas
jurídicas fueran simples instrumentos (o vasijas), utilizadas por sus integrantes a su mera conveniencia y en
su exclusivo beneficio.

En ambos casos, se trata de una actuación ilegítima, ideada a los fines de defraudar a terceros ajenos a la
maniobra, entendiendo por tales a los acreedores de la sociedad o a los accionistas que no integran el grupo
de control.

El primer antecedente jurisprudencial de esta fraudulenta manera de proceder se presentó en forma


contemporánea con la vigencia de la ley 19.550. Se traba de un caso donde se había ordenado por sentencia
firme la disolución y liquidación de una sociedad irregular, pero sus integrantes, a los fines de burlar la
misma, procedieron a transferir el patrimonio de aquella a una sociedad de responsabilidad limitada. Se dijo
en tal oportunidad que "Corresponde extender los efectos de la disolución y liquidación de una sociedad
irregular dispuesta por sentencia firme a una sociedad de responsabilidad limitada, si media unidad de
explotación y los socios son fundamentalmente los mismos que fueron objeto de la demanda; aún
admitiendo que la nueva sociedad no fuera proyectada para burlar los derechos del actor, no cabe admitir
que sus socios, prevalido de la personalidad, como si fuera una pantalla o escudo, pudieran escapar a las
consecuencias de una acción estimada por sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada"(188).

Pero el ámbito donde más se analizó el fenómeno del trasvasamiento de sociedades fue el concursal. Es
pues importante destacar lo acontecido en los autos "Tucson Sociedad Anónima s/ quiebra", dictado por la
sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de fecha 28 de febrero de 1994, esto es,
durante la vigencia de la ley 19.551, en el cual este Tribunal incluyó al trasvasamiento de sociedades dentro
de las conductas fraudulentas realizadas por los administradores, toda vez que esa actuación implicaba la
disminución del activo de la sociedad fallida, al haber transferido el mismo a una nueva sociedad,
continuadora de las actividades de la primera, a la cual se dejó sin fondos ni efectos. Del mismo modo, en el
referido fallo se calificó como cómplices a quienes, sin integrar los órganos de administración y fiscalización
de la sociedad quebrada, coadyuvaron a la consumación de tal maniobra, como aquellos empleados de la
fallida que luego participaron como accionistas o administradores del nuevo ente. Bueno es recordar que
también el síndico societario de la fallida fue incluido dentro de la calificación de fraudulencia, pues es obvio
que si este hubiera cumplido con su obligación fundamental de controlar la legalidad de los actos societarios
(art. 294 inc. 9º de la ley 19.550), tal maniobra no podría haber sido nunca realizada, en tanto el
trasvasamiento de sociedades implica, entre otras calificaciones legales, una flagrante violación a las normas
de la ley 11.867 de transferencia de fondos de comercio, cuyo incumplimiento el funcionario sindical no
puede jamás ignorar.

Lamentablemente, la ley 24.522 de Concursos y Quiebras derogó el capítulo referido a la calificación de


conducta, lo cual constituyó uno de los más graves desaciertos de dicha legislación. Su inoperatividad
práctica, producto de la reticencia de los jueces penales para abocarse al estudio de esa problemática,
influyó en el ánimo de los legisladores concursales para dejar sin efecto esa importante institución, que
actuaba mas por presencia que por efectividad, pues la posibilidad de la que conducta del fallido o sus
administradores pudiera ser calificada de fraudulenta, constituía un importante freno para la consumación
de maniobras fraudulentas con anterioridad a la presentación de la empresa en concurso preventivo o en
propia quiebra, a la vez que una tacha gravísima, dentro del ambiente mercantil donde el fallido
desempeñaba su actividad, que afectaba su honorabilidad y credibilidad.

Afortunadamente, la derogación del instituto de la calificación de conducta no importa dejar sin sanciones al
fenómeno de trasvasamiento. En tal sentido, útil es destacar la doctrina emanada del caso "Mazzeo Lavalle
Armando s/ quiebra por extensión a Ancasti SA", dictado por el titular del Tercer Juzgado de Procesos
Concursales y Registro de la ciudad de Mendoza, el Dr. Guillermo Mosso, el 20 de marzo de 1998, en el cual
se concluyó que esa actuación es hipótesis suficiente para extender la quiebra a la sociedad continuadora,
por aplicación de la doctrina de la desestimación de la personalidad jurídica.

Se sostuvo textualmente en ese fallo que "Descorrido el velo de la personalidad de la sociedad ficticia,


constituida por el fallido para traspasar a ella todos sus bienes, lo que es observa es un solo patrimonio; por
tanto, todas sus partes deben integrarlo por el principio de la unidad del mismo, pero mucho más por la
regla moral que exige que quien se obliga, lo haga con todo lo que tiene. Por ello, la extensión de la quiebra
por desestimación de la persona jurídica de la sociedad ficticia implica la disposición de la unidad de masas,
pues en el caso, en puro rigor técnico, no hay falencia comunidad ni extendida a aquella, en la medida que el
fallido, sus cómplices y la sociedad son un único sujeto de derecho real, con un único y solo patrimonio, que
fue abusivamente asignado a la nueva sociedad para burlar a los acreedores anteriores a la arbitraria
atribución. No puede haber en el caso diversidad de masas activas, porque se trata de un solo conjunto de
bienes, como tampoco puede haber un conjunto de masas pasivas, porque quienes contrataron con la
sociedad ficticia sabía que en realidad lo hacían con sus controlante y no podían ignorar que el ente era una
mera continuidad de las actividades empresarias de aquellos.

Del mismo modo, en el caso "Numa Sociedad Anónima s/ quiebra indirecta. Pedido de extensión de quiebra
a Balma SA y otros", que tramitó por ante el Juzgado Civil y Comercial, 39º Nominación, Juzgado de
Concursos y Sociedades número 7 de la Ciudad de Córdoba, en fecha 5 de abril de 2002 fue dictada
sentencia definitiva por la titular del referido tribunal, la Dra. Verónica Martínez de Petrazzini, quien sostuvo
que "Se tiene por configurado el trasvasamiento de una sociedad a otra cuando frente a la situación de crisis
de una de ellas, se la prefiere "dejar morir" (como habitualmente se dice), sin recurrir a los trámites
disolutorios y liquidatorios previstos por el ordenamiento societario y concursal, apareciendo en escena una
nueva sociedad que pasará a desarrollar la misma actividad, sin hacerse cargo del pasivo de la primera. Se
configura, ante tal manera de actuar, una violación a la ley de transferencia de fondos de comercio (ley
11.867) y una clara aplicación de lo dispuesto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, puesto que la
omisión del procedimiento previsto por la ley 11.867 autoriza a presumir la intención de defraudar a los
acreedores de la sociedad trasvasada, resultando esa actuación incompatible con el interés social y con el fin
societario requerido por el legislador para caracterizar a la actuación de todo sujeto de derecho. Tal
situación jurídica justifica plenamente la extensión de la falencia al administrador de ambas sociedades que
permitió la maniobra defraudatoria a los acreedores de una de esas sociedades (la originaria), a favor de la
sociedad que se vio beneficiada con tal actuación".

Fuera del ámbito concursal, el fenómeno del trasvasamiento de sociedades fue objeto de ejemplar
reprobación. En materia laboral, por ejemplo, el caso "Pizzarelli Líbero c/ Técnica Toledo SA y otros s/
despido", dictado por la sala III de la Cámara Nacional del Trabajo, en fecha 23 de agosto de 2002, sostuvo
que habiéndose acreditado la existencia de un traspaso del giro comercial de una compañía a otra, en una
operatoria que podría calificarse de temeraria, por cuanto licuó el patrimonio de la primera, empleadora del
actor, en beneficio de la segunda, corresponde que la condena sea soportada por ambas compañías,
juntamente con quien fuera el presidente del directorio de la empresa demandada, por aplicación de lo
dispuesto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550. Esto es así —explicó la Cámara del Trabajo— por
cuanto mediante la operatoria señalada, se han frustrado los derechos de los trabajadores que perdieron la
fuente de trabajo como consecuencia de una determinada gestión empresaria, que no pudo justificar los
despidos y suspensiones amparándose en la falta de trabajo.

Como fuera sostenido en todos los precedentes que antes hemos transcripto, es de toda evidencia la
aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 a la maniobra de trasvasamiento, pues la transferencia
de una sociedad a otra de la totalidad del activo de la primera, sin cumplir con las disposiciones de la ley
11.867, la cual contiene expresas previsiones en defensa de los acreedores de la enajenante, constituye una
"actuación" de una sociedad que tiende a burlar la ley, el orden público, la buena fe y los derechos de
terceros, por lo que a nadie debe sorprender que todas actuaciones de la sociedad originaria se imputen a la
entidad que salió beneficiada de tan reprochable manera de proceder y a las personas físicas que por acción
u omisión, permitieron que esa actuación pudiese ser llevada a cabo. Así fue resuelto en el caso "Ibelli Emilio
c/ Dam Sociedad de Responsabilidad Limitada s/ despido", dictado por la Cámara Nacional del Trabajo, sala
III, del 4 de noviembre de 1997, donde se sostuvo que el virtual vaciamiento de la empresa empleadora a
favor de otra de idéntica actividad comercial, integrada por miembros de la misma familia, perjudica la
posición del actor trabajador, pues lo priva de la garantía del cobro de sus acreencias provenientes de la
relación laboral, que se hacen exigibles a partir del despido decidido por la empresa. De manera tal que el
vaciamiento fraudulento de una empresa a favor de otra sociedad, con la misma actividad y similar
composición personal, encubre fines extrasocietarios respecto de la segunda, ya que si bien el principal fin
de una sociedad comercial es el lucro, y esta sociedad lo aseguraba, no caben dudas que el procedimiento
descripto constituye un recurso para violar la ley, el orden público laboral y la buena fe, en los términos del
art. 63 de la ley 20.744, al tiempo que tiende a frustrar los derechos de terceros (el trabajador).

Finalmente, no podemos dejar de mencionar otro importante fallo, emanado de la sala I de la Cámara
Nacional de Apelaciones del Trabajo, de fecha 31 de agosto de 2010, en el caso "Boquin Horacio Guillermo
c/ Promartic SRL y otros s/ extensión de responsabilidad", en el cual se constató fehacientemente mediante
el mandamiento de constatación efectuado en el domicilio donde funcionaba la sociedad demandada, que
en el mismo lugar ya funcionaba una nueva firma y también la misma explotación comercial que la primera,
dado que esta segunda compañía explotaba la misma marca, cuya titularidad correspondía a la anterior
empresa, sin cumplirse con los recaudos de la ley 11.867, ante lo cual se procedió a extender la condena
dictada contra la sociedad empleadora, a quienes, en su calidad de socios de la novel empresa, participaron
de la maniobra de desapoderamiento patrimonial de aquella compañía, que concluyó con su vaciamiento, y
que despareció del mercado sin ser disuelta legalmente, ni contar con instrumentación jurídica alguna,
transfiriendo su patrimonio social a una nueva empresa, junto al fondo de comercio y demás bienes
necesarios para llevar adelante una idéntica explotación comercial.

2.16. El caso de la sociedad materialmente unipersonal, donde uno de los socios tiene más del 99% de las
acciones de la sociedad que integra

Hemos visto ya, al comentar el art. 1º de la ley 19.550, que la pluralidad de socios es requisito esencial para
la existencia de contrato de sociedad y ello deviene de la concepción tomada por el legislador en relación a
la naturaleza del contrato de sociedad, al que encuadra dentro del concepto de "contrato plurilateral de
organización".

Esta condición de pluralidad de socios no solo ha sido concebida legislativamente como un requisito
fundacional societario, sino que se le ha otorgado al mismo una obligación de permanencia durante todo el
tiempo de la vida societaria, hasta tal punto que la reducción a uno del número de socios importa para la ley
19.550 una causal de disolución de la sociedades, tal como lo establece en el art. 94 inc. 8º, el cual —
adicionalmente— dispone que el único modo de evitar los efectos que provoca tal reducción es la
recomposición de la pluralidad en el plazo de tres meses.

Es también conocido entre nosotros, que algunos proyectos legislativos han intentado —desde una
concepción que advierte en la génesis de la sociedad la manifestación de un acto negocial más que un
contrato— admitir la existencia y reconocimiento de la sociedad de un solo socio. Sin perjuicio de ello y mas
allá de la polémica o intercambio de opiniones que respecto de este punto pueda producirse, lo cierto es
que, como hemos ya sostenido y en nuestro derecho positivo, hoy por hoy, no está consagrada la
modificación del criterio de los legisladores de 1972, que fueron terminantes en la no recepción en la ley
19.550, de las sociedades de un solo socio.

En la actualidad, la realidad indica que un número proporcionalmente significativo de sociedades anónimas


cerradas y de responsabilidad limitada se encuentran constituidas, inscriptas y funcionando regularmente
con dos socios, de los cuales el socio real es uno solo con una titularidad que oscila entre el 99% y el 99,99%
del capital social, teniendo el segundo socio un mero papel de prestanombre para permitir la conformación
de la mínima pluralidad exigida por la ley.

Bien es cierto que, como hemos dicho, el actual criterio de la Inspección General de Justicia, a cargo del
control de legalidad del Registro Público de Comercio, no inscribe actos societarios realizados o celebrados
en sociedades de tales características, por entender que ello encubre, en la materialidad de las cosas, la
existencia de sociedades de un solo socio(189), pero no puede desconocerse que existen innumerables
compañías que exhiben esta composición accionaria, que disfraza tras la máscara de ella, la existencia de un
solo integrante, fuese éste persona física o jurídica.

Esta fenomenología societaria, no solo comprende a las sociedades denominada "operativas autónomas",
sino también a las filial nacional integrada por sociedades constituidas en el extranjero, que son titulares del
99,99% de las acciones de aquella, maniobra harto conocida a los fines de evitar las responsabilidades
patrimoniales que implica, para la casa matriz, instalar una sucursal en el país.

Cabe preguntarse entonces si eludir la exigencia de pluralidad real a través de una simulación es algo que
encuadra dentro del régimen previsto por el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550.

Bueno es recordar que con anterioridad a la sanción de la ley 19.550, en el año 1972, se planteó entre la
doctrina mas calificada del país la posibilidad de recurrir al negocio jurídico indirecto al momento de
constituir una sociedad, entendiendo por tal la utilización de determinado negocio jurídico para obtener un
fin práctico que no es el que corresponde directamente a la índole del negocio empleado. En el caso, con la
doctrina del "acto jurídico indirecto" se justificó la constitución de sociedades no para la concentración de
capitales sino a los fines de obtener el beneficio de la limitación de la responsabilidad.

Si bien tal manera de pensar, que contó con la adhesión de juristas de la talla de Yadarola en el ámbito
nacional y de Ascarelli en el extranjero, pudo despertar alguna polémica, lo cierto es que, con posterioridad
a la sanción de la ley 22.903, que modificó en el año 1983 el texto original de la ley 19.550, es realmente
imposible aceptar un planteo como el antes descripto, pues la redacción de la norma del art. 54 último
párrafo de la ley 19.550, al aplicar la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica de la sociedad,
cuando ella ha actuado con fin extrasocietario, condena irremisiblemente al fracaso toda posibilidad de
convalidar la doctrina del acto jurídico indirecto. Téngase en cuenta los alcances de la expresión "fines
extrasocietarios" que, a diferencia de los supuestos en que la sociedad es utilizada como "un mero recurso
para violar la ley, el orden público o la buena fe, o para frustrar los derechos de terceros", no requiere
ilicitud o defraudación en la actuación de la sociedad, sino una desviada utilización de la figura societaria.

Desde este punto de vista, no quedan dudas que la sociedad "de cómodo" o de un solo socio encubierta
groseramente con la distribución del capital social en un 99% y 1% o en un 99,99% y 0,01%, encuadra dentro
del régimen previsto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, en el concepto de encubrir "un fin
extrasocietario", independientemente que éste sea el de: (1) Recurrir a la limitación de la responsabilidad a
la que no se puede acceder por la actuación individual del sujeto; (2) La utilización de ventajas impositivas o
crediticias; (3) La facilitación de la distribución patrimonial del accionista en caso de muerte y (4) La
afectación de solo una determinada porción del patrimonio a una actividad concreta o particular, etc.(190).

La jurisprudencia ha hecho frecuente aplicación de la doctrina prevista por el art. 54 último párrafo de la ley
19.550, extendiendo al controlante —o socio de una participación accionaria absoluta— la responsabilidad
por las deudas de la sociedad controlada. Se dijo en el caso "M. A. c/ Cometal SpA sobre cobro de sumas de
dinero s/ tercería de dominio por Gemmo Argentina SA", dictado por la sala B de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil de fecha 6 de marzo de 2001, que la verificación de la existencia de una sociedad
controlada de la cual su controlante tiene 11.999 acciones de un total de 12.000 acciones emitidas, el
descorrimiento del velo societario se impone en la medida que lo contrario importaría avalar un proceder
que podría resultar fraudulento a los intereses de los terceros. Se trataba el caso de una tercería de dominio
promovida por una sociedad comercial respecto de los fondos embargados a su sociedad controlada, en el
marco de un juicio por cobro de pesos promovido contra esta última. Se sostuvo para denegar aquella
pretensión que "...si la sociedad tercerista es titular del 99,99% de las acciones de la compañía cuyos fondos
fueron embargados por un acreedor de esta última, es aplicable al caso lo dispuesto por el art. 54 último
párrafo de la ley 19.550, dado que la actuación de la tercerista resultó fraudulenta a los intereses del actor".

En el mismo sentido se pronunció la justicia laboral en el caso "Zimerman Gaspar c/ Diario Perfil Sociedad
Anónima y otros s/ despido", dictado por la sala X de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, en
fecha 21 de mayo de 2003, donde se afirmó que la circunstancia de que una persona física sea titular del
99% del paquete accionario de la sociedad empleadora demandada, obliga a aquella a responder por las
obligaciones de naturaleza laboral de la sociedad controlada, tornándose procedente correr el velo
societario de la misma, pues quien tiene tal porcentaje accionario no puede discutir seriamente que no
resulte responsable por dichas deudas.

2.17. La relación de control societario y la doctrina de la inoponibilidad jurídica.

Debe aceptarse, al menos como principio general, que la relación de control entre sociedades, en los
términos del art. 33 de la ley 19.550 no es motivo que autorice por sí mismo a extender a la controlante la
responsabilidad de la controlada(191).

Sin embargo, este principio sufre excepciones cuando la forma societaria se haya utilizado para violentar los
derechos de terceros, para la consecución de fines extrasocietarios o cuando constituya un recurso para
violar la ley, el orden público y la buena fe. En tales supuestos, cabe acudir a la doctrina del disregard off
legal entity, que de alguna manera recoge el art. 54 último párrafo de la ley 19.550(192).
Un claro ejemplo de la aplicación de la solución prevista por dicha norma legal se dio en el caso "Punte
Roberto Antonio c/ Ferniba Sociedad Anónima y otro s/ cobro de honorarios", resuelto por la sala L de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil en fecha 30 de diciembre de 1993. Se trataba de un caso en
donde el actor, un abogado del foro local, que había intervenido activamente en un recurso presentado por
la sociedad demandada ante la adjudicación de una importante obra pública en Neuquén a una tercera
sociedad, fue apartado luego del patrocinio letrado de aquella a pesar del éxito de su gestión. Fracasado en
las tratativas tendientes al cobro de sus honorarios, promovió una demanda no solo contra la sociedad
argentina locataria, sino también contra la compañía controlante de ésta, una sociedad de origen francés,
que era titular de la casi totalidad del capital social de la entidad argentina deudora. La sentencia definitiva
fue resuelta favorablemente para el actor, con el siguiente argumento: "Si una sociedad extranjera adquirió
la totalidad de las acciones de una sociedad argentina, que se convirtió en su filial (art. 123 de la ley 19.550),
para llevar adelante un proyecto —con independencia de la apertura de sucursal, en los términos del art.
118 de la ley 19.550— cabe considerar que se puso en funcionamiento el art. 33 de dicho ordenamiento. Por
lo tanto, a los efectos de atribuir responsabilidad en el pago de los honorarios que actuó profesionalmente
en el proyecto mencionado, no interesa ahondar si la sociedad controlante dio una manda al abogado en
cuestión o si fue la controlada, con o sin expresa instrucción de la primera, pues ambas sociedades integran
una misma empresa bajo dos formas jurídicas distintas; tal es el espíritu del control de la voluntad social del
citado art. 33, por lo que, controlar a la controlada y no a su controlante sería un total contrasentido, ya que
ambas se beneficiaron con la actuación del profesional".

Poco tiempo después, en fecha 12 de mayo de 1995, y en un caso casi idéntico al anterior, el mismo Tribunal
aplicó los mismos principios para condenar a una sociedad extranjera, totalmente controlante de la sociedad
argentina deudora, al pago de los honorarios profesionales adeudados al abogado actor. Se trataba del
caso "Cueva Rubén Pablo c/ Mercedes Benz Argentina s/ cobro de honorarios", y en donde se sostuvo
que "El hecho de que la controlada constituya un sujeto distinto de derecho no implica que la controlante no
deba, en determinadas circunstancias, responder por las obligaciones de aquella, pues el dominio de la
voluntad social que ejerce puede trasladarle la consecuencia de los actos realizados por ésta, pero
mandados o dispuestos por aquella".

La responsabilidad del controlante por las deudas asumidas por la sociedad controlada ha sido admitida
también en sede laboral por aplicación del art. 31 de la ley 20.744, al haberse demostrado la existencia de
maniobras fraudulentas en perjuicio del trabajador demandante(193). Del mismo modo, y sin ánimo de
agotar la enorme casuística que exhibe el fenómeno de la concentración o agrupamiento societario, en
especial en lo que a la responsabilidad frente a terceros se refiere, ha sido resuelto por la jurisprudencia que
corresponde extender la responsabilidad a la sociedad controlante por las deudas de la controlada cuando
se ha configurado el ejercicio de una influencia dominante entre ambas sociedades, que se concreta en la
designación de los apoderados de la controlada, quienes a su vez revisten el carácter de presidente y
vicepresidente de la sociedad controlante(194).

Como prueba de lo expuesto precedentemente, sostuvo la sala II de la Cámara Nacional del Trabajo, en fallo
del 3 de marzo de 2009, en autos "Goffan Patricia y otros c/ CW Comunicaciones SA y otros s/ despido", que
si la sociedad demandada poseía el 99,60 por ciento del capital accionario de la sociedad empleadora, ello
evidencia de manera diáfana que era aquella —una sociedad extranjera— quien ejercitaba la voluntad social
de la ex empleadora, quedando claro que ambas compañías conformaban un mismo conjunto económico de
carácter permanente, en los términos definidos por el art. 31 de la ley de contrato de trabajo, pues aún
cuando dichas sociedades tengan personalidades jurídicas diferentes, lo relevante es que ambas se
corresponden a un mismo grupo empresario, no existiendo dudas que la sociedad comercial constituida
conforme al derecho nacional (ley 19.550), era controlada por otra constituida en el extranjero.

2.18. El desdoblamiento ficticio del patrimonio de la sociedad

Este es otro fenómeno que se presenta con suma frecuencia en el mundo de los negocios, inspirado en la
necesidad del empresario de limitar al máximo y trasladar a terceros los riesgos patrimoniales que son
propias de toda actividad mercantil.
Dicha maniobra consiste en "despatrimonializar" a la sociedad "operativa", esto es, aquella que
efectivamente se dedica a la producción o intercambio de servicios, pero colocando los bienes inmuebles
donde funciona aquella sociedad en cabeza de otra compañía, integrada por los mismos socios o personas
allegadas a ellos, constituida a los únicos efectos de ser titular de dominio de tales bienes, sin el desarrollo
de la menor actividad empresaria.

Ya nos hemos referido a la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la persona jurídica al caso de


sociedades que no realizan actividades mercantiles, infringiendo de tal modo lo dispuesto por el art. 1º de la
ley 19.550 en lo que respecta a la necesidad de que toda sociedad comercial deba dedicarse a cualquier
actividad encuadrada dentro del ámbito de la producción o intercambio de bienes o servicios, debiendo
recordarse al respecto la doctrina sentada en el caso "Ferrari Vasco c/ Arlington SA s/ sumario", doctrina que
fue reiterada en el caso "Mondine María Elena c/ López Vicente Oscar s/ sumario" dictado por la sala E de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en fecha 15 de diciembre de 2000, donde se dijo que no
puede asignársele el reconocimiento de que el orden jurídico asigna, aún cuando no haya existido perjuicios
para terceros, a la sociedad, titular de un bien inmueble, que jamás desarrolló actividad ni cumplió actos
referidos a su objeto social y en el cual sus socios no han perseguido obtener participación en los resultados
de la explotación, estructurando sus integrantes una "forma jurídica" sin darle el contenido necesario,
careciendo la sociedad de fin y desvío de causa.

Resulta muy interesante referirnos al caso "Sanatorio Humboldt Sociedad Anónima s/ quiebra c/ Daripor
Sociedad Anónima s/ ordinario", dictado por la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial
en fecha 21 de mayo de 1999, en el cual se extendió la quiebra de la sociedad que tenía a su cargo la
explotación comercial de un sanatorio a la compañía que era titular del inmueble donde tal sanatorio
operaba comercialmente. Se dijo en tal oportunidad, referido a esta última sociedad, que "...nos
encontramos frente a una sociedad cuya personalidad jurídica es solo aparente y que ha venido a erigirse en
un recurso frustratorio de los derechos de terceros, cuando aquella se convirtió en titular dominial de los
inmuebles que constituyen el patrimonio implicado en la explotación comercial emprendida por la entidad
que devino fallida". Sostuvo en ese precedente el magistrado Edgardo Alberti que la situación que se
presenta cuando dos fracciones patrimoniales (el bien raíz por un lado y los bienes muebles allí situados por
el otro) fueron afectados a un mismo servicio empresario (prestar servicios como sanatorio), pero atribuidos
como patrimonio a dos sociedades distintas, constituye un artificio no permitido, porque no se configura con
ello la legítima limitación de la responsabilidad del accionista a su aporte para el capital de una empresa,
sino que se intentó separar de la responsabilidad empresaria, cierta parte de los bienes a esa única empresa.

Afortunadamente para el país, este fallo sentó escuela y la sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, en los expedientes acumulados "Barrios Narciso R. c/ Nalro Sociedad Anónima s/ quiebra,
Incidente de extensión de quiebra a Narciso R. Barrios Sociedad Anónima" y "Barrios Narciso Roberto s/
quiebra, Incidente de extensión de quiebra a Nalro Sociedad Anónima", dictados el 30 de abril de 2007,
resolvieron la procedencia de la extensión de la quiebra contra la sociedad titular del inmueble donde
funciona la fallida, pues aún cuando surja de autos que dicho inmueble es objetivamente propiedad de
aquella —en tanto posee títulos onerosos de adquisición y el dominio está regularmente anotado en el
registro inmobiliario— quedó expresamente demostrado que esos inmuebles estuvieron afectados, en
forma continuada e inseparablemente a la actividad empresaria de la fallida, careciendo aquella sociedad,
durante toda su existencia de ningún otro activo que no fuesen los citados bienes(195).

2.19. La desaparición fáctica de sociedades comerciales

Finalmente, la desaparición de sociedades de la faz de la tierra, a los fines de no cumplir con sus
compromisos, evitando el trámite de disolución y liquidación previsto por la ley 19.550 (arts. 101 a 112), que
ha sido previsto en protección de los terceros ajenos al funcionamiento interno de la sociedad (proveedores,
personal, etc.), constituye otra situación que ha dado lugar a la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad
de la personalidad jurídica(196).

Sobre este tópico, no debe olvidarse lo acontecido en el caso "Aybar Rubén E. y otro c/ Pizzería Viturro
Sociedad de Responsabilidad Limitada y otros", sentenciado por la sala II de la Cámara Nacional del Trabajo
el 9 de mayo de 1973,(197), en el cual se condenó a los integrantes de una sociedad de responsabilidad
limitada, en forma solidaria con ésta, a abonar las indemnizaciones y salarios adeudados al personal de
mozos, pues aquellos prefirieron desaparecer y hacer desaparecer a la sociedad —que explotaba un negocio
de pizzería— antes que satisfacer los gastos que insumía el cierre del establecimiento. Sostuvo el por
entonces juez de primera instancia, el Dr. Rodríguez Aldao, para justificar esa solución, que "...la personería
jurídica de las sociedades, en tanto creación artificial, cede paso a la realidad, y en el caso, si la sociedad se
creó con un fin lícito como fue el de explotar una pizzería, pero luego funcionó irregularmente, no haciendo
los aportes jubilatorios a sus dependientes, a los que burló dejándolos sin trabajo y sin pagarles las
indemnizaciones ni salarios mediante el simple recurso de desaparecer, cosa fácil en una persona jurídica
que no tiene existencia real y sus únicos bienes eran instalaciones que fueron retiradas..., en tales
condiciones, no se puede llevar la ficción al extremo, pues si los demandados lucraron con el trabajo de los
actores y se beneficiaron con la venta de las instalaciones de la sociedad, es justo que respondan por las
obligaciones de ésta frente a sus dependientes...".

Con la misma orientación, la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, en el caso "Villalba de


Fossa Nora c/ Arquing Sociedad de Responsabilidad Limitada y otros s/ cumplimiento de contrato", dictado
en fecha 19 de noviembre de 1987, que "La sociedad que se ha convertido en "volátil", pues en pleno pleito
de un acreedor contra ella se declaró por uno de sus representantes como ya terminada y que se
depositaron los documentos sociales después de iniciado el pleito en lugares donde finalmente se habrían
perdido, ello demuestra un perfil delineado por la sospecha o la duda legítima para pensar en su real
existencia, revelando la caracterización del abuso de las formas societarias, escudándose en ellas para
impedir el traslado de las responsabilidades a quienes son sus únicos socios".

Es de toda evidencia concluir que si los socios de una sociedad en la cual la ley les otorga el excepcional
beneficio de la limitación de la responsabilidad, han obviado el procedimiento liquidatorio y consentido la
desaparición de la entidad sin adoptar medida alguna, no pueden luego pretender que los acreedores
sociales no enderecen sus acciones legales contra ellos.

2.20. La doctrina del art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 en caso de infracapitalización societaria

Varios fueron los casos en que la jurisprudencia aplicó la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica, extendiendo la responsabilidad de la sociedad a los socios y administradores que permitieron la
infracapitalización de la sociedad, en especial, en aquellas sociedades en donde sus integrantes limitan su
responsabilidad al valor de sus participaciones sociales.

Caben destacar dos precedentes de suma importancia: el primero, dictado por la sala III de la Cámara
Nacional del Trabajo, en los autos "Arancibia Nora y otros c/ Rodríguez Ricardo Marcos y otro s/ ejecución
de créditos laborales", del 22 de septiembre de 2008; el segundo fue dictado por la sala F de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en los autos caratulados "Víctor Carballude SRL s/ quiebra,
Incidente de inoponibilidad de la personalidad jurídica", del 13 de mayo de 2014, a los cuales nos
referiremos a continuación.

En el primero de ellos, en el cual se sostuvo que todo el esquema institucional previsto por la ley 19.550 para
las sociedades de responsabilidad limitada, tiene como presupuesto que el capital con que la SRL es dotada,
y que es el límite normal de la responsabilidad de sus socios, sea suficiente para respaldar su giro, existiendo
un límite mínimo de capital para la constitución de la sociedad, pero es responsabilidad de los propios socios
mantener una relación razonable entre el giro real de la sociedad y el capital con el que ésta se halle dotada.
De otro modo, lo que se presenta en el mercado, como una empresa sólida y próspera, puede encubrir la
ausencia casi total de solvencia para hacer frente a las obligaciones contraídas.

Se agregó en dicho precedente laboral que, "el hecho de que la sociedad de responsabilidad limitada
permanezca infracapitalizada, se mantiene en la irrelevancia mientras la sociedad, de hecho, tiene bienes
suficientes para servir de garantía común a sus acreedores. Pero cuando esos bienes faltan —y más aún
cuando desaparecen o resultan de propiedad de terceros ajenos al giro de la sociedad—, los acreedores
encuentran que el límite de responsabilidad de los socios, establecido por ellos mismos en suma cercana al
mínimo legal, aparece desproporcionado, no solo ya con las deudas contraídas, sino con el propio giro social
en épocas normales y esta condición se ve agravada cuando los acreedores son los trabajadores
dependientes de la sociedad, porque quienes buscan empleo, no están en condiciones, como generalmente
sucede con los comerciantes, de tomar en cuenta el capital social de la empresa con la que hayan de
contratar".

Esta irrebatible forma de razonar y de juzgar fue años después ratificada por la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, en el caso "Víctor Carballude SRL sobre quiebra, Incidente de inoponibilidad de
la personalidad jurídica", dictado por la sala F de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial el día
13 de mayo de 2014, fallo que, a nuestro juicio, marcó un hito en materia de responsabilidad de los
integrantes de sociedades comerciales, al poner en sus justos límites, lo que se conoce como el beneficio de
la limitación de la responsabilidad, que la ley 19.550, al igual que la mayor parte de los ordenamientos
jurídicos contemporáneos, lo otorga en favor de quienes integran una sociedad de responsabilidad limitada
o una sociedad por acciones.

Concretamente, la doctrina del fallo "Carballude" predica que, ante una situación de infracapitalización
societaria, esto es, cuando la sociedad carece de capital social suficiente para afrontar sus obligaciones, es
lícito allanar la personalidad jurídica de dicha compañía e imputar su actuación y su patrimonio a quienes
son sus integrantes o, expresado con otras palabras, ante la referida situación, se abre el camino a los
terceros para enderezar sus acciones contra los socios de la entidad que infracapitalizada, quienes deberán
responder en forma solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales incumplidas.

Las consecuencias que se derivan del aludido caso son enormes, al poner límites concretos al principio de la
limitación de la responsabilidad de los socios de los socios en aquellos tipos sociales que admiten ese
beneficio, el cual ha sido defendido por el sector más recalcitrante de la doctrina mercantilista, para quienes
el principio de la limitación de la responsabilidad que caracterizan a las sociedades anónimas y de
responsabilidad limitada no puede ser objeto de límite ni excepción alguno, porque es la supervivencia de
las sociedades anónimas lo que está en juego, y sin ellas resultaría imposible el desarrollo del comercio y de
la industria, motores de la economía de un país. En la vereda opuesta están quienes han sostenido la
necesidad de honrar los compromisos asumidos y la inadmisibilidad de trasladar los riesgos empresarios a
terceros, considerando al beneficio de la limitación de la responsabilidad, cuando la sociedad carece de
capital social suficiente, como un escudo protector de la ilegalidad, con nefastas consecuencias para el
tráfico mercantil. En definitiva, el tema de la infracapitalización societaria no constituye un tema abstracto ni
meramente académico, sino una cuestión cargada de ideología y de concretos efectos en la realidad.

La sentencia dictada en el caso "Víctor Carballude SRL" rescató el concepto y la importancia que el capital
social tiene para todas las sociedades, dejando atrás, de una vez por todas, las insustanciales y artificiales
críticas que parte de la doctrina nacional, desde hace mas de tres décadas, formuló a este esencial requisito
del contrato de sociedad, la cual centró sus objeciones en razones de índole económica y no jurídica, con
total olvido que el legislador societario de 1972 le otorgó al capital social una enorme trascendencia, como
instrumento de protección hacia los terceros, que voluntaria o involuntariamente se vinculan con la
sociedad.

Para los redactores de la ley 19.550, fue imposible sostener que una sociedad comercial pudiera subsistir sin
capital social, y la inclusión en el art. 94 inc. 5º, referido a la pérdida del capital social como causal autónoma
de disolución, independiente de la imposibilidad de lograr el objeto social, nos hablaba a las claras que la
finalidad del capital social en toda compañía mercantil no lo constituye solo la concentración de capitales
para emprendimientos empresarios de envergadura, sino y fundamentalmente, la necesidad de que los
terceros cuenten con una protección legal adecuada a los fines de percibir sus acreencias, en especial,
cuando los integrantes de la sociedad deudora gozan del beneficio de la limitación de la responsabilidad,
como lo han consagrado los arts. 146 y 163 de dicho ordenamiento legal, a los socios de las sociedades de
responsabilidad limitada y a los accionistas de las sociedades anónimas. En tal sentido, la norma del art. 204
ratifica lo expuesto y con una coherencia digna de destacar, prescribe que la reducción voluntaria del capital
social obliga a la sociedad a publicar edictos a los fines de anoticiar a terceros esa circunstancia, que reduce
la garantía que gozan quienes se han vinculado con la sociedad, otorgándoles el derecho de oposición a la
referida operación, los cuales deben ser desinteresados o suficientemente garantizados como requisito
necesario para culminar los trámites de la reducción del capital social.

Teniendo en especial consideración la función de garantía que cumple el capital social hacia los terceros,
puede afirmarse que una sociedad comercial puede tener un capital social insuficiente, pero ser ello un dato
irrelevante, a los efectos mencionados, si el tipo adoptado ha sido el de una sociedad en la cual los socios
responden en forma solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales. A la inversa: no existe obstáculo legal
para que, en ciertos tipos sociales, sus integrantes limiten su responsabilidad a las cuotas o acciones
suscriptas o que adquieran con posterioridad, pero para que ello sea posible, es imprescindible que el monto
del capital social se relacione estrechamente con el cumplimiento del objeto de la sociedad. Lo que no es
admisible ni legalmente aceptable, es que una sociedad carezca de capital social serio y sus integrantes
gocen de la denominada "limitación de la responsabilidad", pues tal situación configura un claro abuso de
derecho y se convierte automáticamente en un instrumento de fraude, toda vez que hace recaer
directamente en los terceros los riesgos empresarios que los socios de dicha entidad evitaron asumir,
mediante el simple artilugio de no dotar a la sociedad de los fondos suficientes para poder cumplir con las
obligaciones asumidas.

Otro de los aciertos del fallo recaído en autos "Víctor Carballude SRL" radica en aplicar a la
infracapitalización societaria la solución prevista por el último párrafo del art. 54 último párrafo de la ley
19.550, sin ambages ni cortapisas, tal como lo vienen haciendo los tribunales civiles y laborales con todo
acierto, los cuales no reparan en criterios restrictivos ni en disquisiciones teóricas que no están consagradas
por el ordenamiento legal societario, pues siempre me ha sorprendido desagradablemente la reticencia de
los tribunales mercantiles en la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica, a la
cual solo echan mano en situaciones extremas, con total olvido de que aquella norma brinda una adecuada
solución a la utilización de sociedades con fines ilegítimos o extrasocietarios, fenómeno que, en nuestro país,
no constituyen actos aislados, sino que, por el contrario, han proliferado como consecuencia de la palpable
disminución de los valores morales de nuestra población, y lo que es más lamentable, con el respaldo de
determinados operadores jurídicos y contables y de cierta doctrina, embelesada con el "clima de negocios"
de décadas pasadas, y que contó —lamentablemente— con la complicidad silenciosa del Poder Judicial.

El principio de la limitación de la responsabilidad para los integrantes de determinados tipos sociales no


constituye un bill de indemnidad para actuar en contra de la ley ni para perjudicar a terceros. No es
razonable ni legítimamente admisible que quienes integran una sociedad comercial observen impertérritos
como la entidad entra en insolvencia y deja de cumplir con sus compromisos, escudándose, como único
argumento para no realizar nuevos aportes dinerarios y dotar a la sociedad de los fondos suficientes para
escapar a dicha situación, en el hecho de que, cuando constituyeron la compañía, aportaron a la misma una
determinada cantidad de dinero, que se convirtió, con el transcurso del tiempo, en una suma irrisoria,
totalmente desproporcionada con el nivel de gastos de la empresa.

El beneficio de la limitación de la responsabilidad tiene que merecerse, para que cumpla con los fines
previstos legalmente, esto es, que los terceros no puedan enderezar sus acciones contra los integrantes de
la compañía. Y es obvio que no lo merecen cuando la traslación de los riesgos empresarios a los terceros que
se han vinculado con la sociedad se torna evidente, en especial para quienes, como las personas que la
integran, que tienen la posibilidad de conocer anualmente las cuentas de la entidad, a través de los estados
contables, nada hacen al respecto.

Tampoco el beneficio de la limitación de responsabilidad previsto en los arts. 146 y 163 de la ley 19.550 es


un dogma ni un principio intangible del ordenamiento legal argentino, aún cuando cierta doctrina, tanto
nacional como extranjera, así lo predicó durante muchos años, llegándose al extremo de sostenerse que
dicho beneficio, junto con la personalidad diferenciada de la sociedad y de sus integrantes, constituye el eje
sobre el que se asienta la normativa sobre las sociedades anónimas, las cuales constituyen una herramienta
jurídica que el orden jurídico provee al comercio como uno de los relevantes motores de la economía(198).
Esta equivocada manera de razonar, protectora de los grandes intereses empresarios y corporativos, como
no podía ser de otra manera, encontró respaldo jurisprudencial en un fallo de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación de la década del 90 y principios de la siguiente, de triste recuerdo entre los argentinos, doctrina
que fue rápidamente ignorada por los tribunales inferiores, pues mal puede sostenerse con algún rigor
científico, que la aplicación lisa y llana de la doctrina de la inoponibilidad de la persona jurídica puede hacer
tambalear los cimientos de la economía de un país.

La actuación en el mercado de una sociedad infracapitalizada constituye un recurso para violar la ley y el
orden público, así como una manera de frustrar los derechos de terceros, todos ellos requisitos previstos por
el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 para tornar aplicable la doctrina de la inoponibilidad de la
personalidad jurídica. Si ello es así, no cabe la menor duda de la estricta aplicación al caso de los efectos
previstos por dicha norma, esto es, la imputación directa de esa actuación a los socios o a los controlantes
que la hicieron posible, sin perjuicio de su obligación de responder solidaria e ilimitadamente por los
perjuicios causados.

Así entendidas las cosas, es entonces lógico concluir que cuando la referida norma imputa a los socios o
controlantes la ilegítima actuación de la sociedad, esto es y en el caso que nos ocupa, su imposibilidad de
afrontar sus obligaciones producto de la infracapitalización que padece, ello debe ser "imputado"
directamente a los socios y a los controlantes, esto es, los únicos responsables de esta situación, quienes
deben responder con su propio patrimonio por las obligaciones sociales impagas. Ello no constituye sino una
clara manifestación del principio de la universalidad del patrimonio, que como siempre se ha dicho en el
mundo del derecho, es la prenda común de los acreedores.

2.21. La aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica en sede administrativa.

La Inspección General de Justicia, en ejercicio de su obligación de recibir y sustanciar denuncias de terceros


interesados (art. 6º inc. c] de la ley 22.315), tuvo oportunidad de aplicar en forma reiterada la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica (art. 54 último párrafo de la ley 19.550), ante el comprobado uso
de utilización desviada de la figura societaria con fines extrasocietarios o en directo perjuicio de
terceros(199).

Interesan destacar, por sus especiales características, la resolución dictada en los casos "Fundación de
Investigaciones Científicas y Asistenciales", de fecha 18 de diciembre de 2003 y la resolución dictada el 13 de
abril de 2005, en el caso "Nueva Zarelux Sociedad Anónima", como consecuencia de las investigaciones
realizadas de oficio por la autoridad de control, a raíz de la tragedia ocurrida en el establecimiento bailable
"Cromagnon", la noche del 30 de diciembre de 2004.

En el caso "Fundación de Investigaciones Científicas y Asistenciales"(200), se trataba de un pedido de


autorización para funcionar, requerido a la Inspección General de Justicia por esta entidad, cuyo objeto lo
constituía la prestación, investigación y difusión de servicios de salud y asistencia social.

Realizada la inspección de rutina, los funcionarios del Organismo de Control que tuvieron a su cargo la
misma, comprobaron que en el mismo lugar donde la referida fundación pretendía instalarse, tenía también
su sede social una sociedad denominada "Yake Sociedad de Responsabilidad Limitada", que tenía el mismo
objeto y en la cual el fundador y presidente del consejo de administración de la Fundación de
Investigaciones Científicas y Asistenciales, era, a su vez, el socio mayoritario y único gerente de aquella
sociedad comercial. Requerido éste a dar las explicaciones del caso, sostuvo que la constitución de esta
entidad, constituida entre él y su esposa, respondió al único y exclusivo objeto de ser titular registral de
dicha propiedad, a los fines de evitar responder el requerido por las obligaciones que pudieran derivarse de
su actuación profesional en el ramo de la medicina.

Ante dicha respuesta, entendió la Inspección General de Justicia la procedencia de solicitar judicialmente la
nulidad del contrato constitutivo de la sociedad "Yake Sociedad de Responsabilidad Limitada", así como su
consecuente disolución y liquidación, habida cuenta que, sin perjuicio de la ilicitud manifiesta que implica
constituir sociedades para frustrar derechos de terceros —en el caso, las víctimas del socio controlante por
mala praxis en el ejercicio de la medicina—, nuestro derecho societario no admite que una sociedad
comercial pueda ser titular del derecho real de dominio de un inmueble o de un bien determinado, pues con
ello queda frustrada la causa del negocio societario expresamente prevista en el art. 1º de la ley
19.550, cuando dispone que la sociedad comercial debe ser constituida a los fines de dedicarse a la
producción o intercambio de bienes o servicios.

Como se dijo, la resolución dictada por la Inspección General de Justicia en el caso "Nueva Zarelux Sociedad
Anónima", de fecha 13 de abril de 2005, tuvo como origen la tragedia del establecimiento "República de
Cromagnon", que dejó un saldo de 194 muertos, como consecuencia del incendio que destruyó la totalidad
de sus instalaciones la noche del 30 de diciembre de 2004.

Como dicho establecimiento comercial estaba instalado en una propiedad que pertenecía a una sociedad
extranjera denominada "Nueva Zarelux SA", la Inspección General de Justicia estimó necesario realizar una
investigación sobre dicha entidad, que estaba encuadrada dentro de la ley 11.073 de la República Oriental
del Uruguay, registrada en Montevideo e inscripta en el Registro Público de Comercio de la Ciudad de
Buenos Aires en los términos del art. 118 de la ley 19.550. Se trataba pues de una sociedad off shore que,
como todas ellas, presentan gravísimas dificultades para conocer a los verdaderos titulares de las acciones al
portador en que se divide su capital social, precisamente porque dichas compañías, que reflejan un
verdadero abuso del sistema capitalista, están pensadas para actuar en clandestinidad y, en la casi totalidad
de los casos, frustrar derechos de terceros, desde el Fisco hasta la esposa o herederos de quienes son sus
verdaderos dueños.
La Inspección General de Justicia, luego de una profunda investigación, y apoyada también la investigación
que venía realizando con todo esmero la justicia penal, llegó a la conclusión de que el inmueble (y otros
linderos) donde funcionaba el establecimiento denominado "República de Cromagnon" era un
emprendimiento comercial efectuado por dos empresarios textiles, que habían preferido esconderse detrás
de un entramado societario complejo para evitar responder con sus bienes propios por las consecuencias de
una actividad considerada siempre como de alto riesgo, disponiéndose la promoción de inmediatas acciones
judiciales de nulidad por simulación, a los fines de obtener, cuanto antes, la liquidación de la sociedad
extranjera "Nueva Zarelux SA", imputándose el patrimonio y la actuación comercial de ésta a sus verdaderos
dueños, en los términos del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, quienes, durante más de doce años
evitaron que la comunidad conozca la titularidad sobre dicho inmueble, ocultándose detrás de fachadas de
sociedades fantasmas, que se iban pasando de manos tales inmuebles, ni bien se producía algún
acontecimiento que pudiera derivar en la responsabilidad personal de esos empresarios.

ART. 3º.—

Asociaciones bajo forma de sociedad. Las asociaciones, cualquiera fuere su objeto, que adopten la forma de
sociedad bajo alguno de los tipos previstos, quedan sujetas a sus disposiciones.

CONCORDANCIAS: Ley 19.550: arts. 1º, 2º, 54.

§ 1. Las asociaciones bajo forma de sociedad

El art. 3º de la ley 19.550 constituye una flagrante contradicción a lo dispuesto por los arts. 1º y 2º de dicho
ordenamiento, que no encuentra explicación suficiente que permita apartarse de los principios generales allí
consagrados.

Se intentó, mediante la consagración legislativa de las asociaciones bajo forma de sociedad, brindar una
solución práctica a diversas situaciones anómalas que la realidad ofrecía al tiempo de la sanción de la ley
19.550, pues para esa época existían diversos clubes de campo (Hindú Club y Tortugas Country Club, entre
otros) —por entonces llamados Country Clubes— que, a falta de una regulación específica, habían sido
organizados como una sociedad anónima, y que habían merecido su aprobación por la llamada Inspección
General de Personas Jurídicas. Precisamente, uno de los redactores de la ley 19.550, y quien por entonces se
desempeñaba como Inspector General de Justicia, Enrique Zaldívar, justificó la inclusión del art. 3º de la ley
19.550 sosteniendo que se trataba de situaciones anómalas originadas en motivos de orden práctico;
posibilitar que en caso de disolverse la entidad su patrimonio pasare a manos de los accionistas (lo cual es
inadmisible en materia de asociaciones civiles) y por otra parte, entregar a los "accionistas", un título que le
asegure su parte en la liquidación.

Ello constituyó un gravísimo error, porque se mezcló el agua con el aceite, pues mal puede asimilarse una
asociación civil a una sociedad comercial, donde la causa de dichos contratos asociativos son
diametralmente opuestas: en las primeras no existe propósito de lucro ni la menor posibilidad de
distribución de las ganancias entre los asociados, a diferencia de lo que acontece con las sociedades, donde
es impensable sostener su existencia sin el propósito de lucro de sus integrantes, a punto tal que, como
hemos visto, el art. 1º de la ley 19.550 incluye las expectativas de ganancias como uno de los requisitos de la
existencia misma de una sociedad comercial.

Pero además existen otras diferencias sustanciales entre las asociaciones civiles y las sociedades:

a) En materia del régimen del capital de la entidad, en las sociedades comerciales éste se constituye con el
aporte de los socios, mientras que en las asociaciones civiles no existe capital aportado por los asociados,
que se limitan al pago de una cuota periódica (mensual o anual) fijado por el estatuto o la asamblea, que les
da a los asociados el derecho a utilizar los servicios que presta la asociación. Como bien lo explica Dante
Cracogna(201), en las asociaciones civiles el capital no se halla individualizado en su composición, sino que
es el resultado de la diferencia entre el activo y el pasivo y por lo tanto es eminentemente variable.

b) Una segunda diferencia la constituye el destino del patrimonio en caso de disolución, pues en las
sociedades, una vez realizado el activo, cancelado el pasivo y reintegrado el capital aportado por los socios,
el remanente se entrega a los mismos integrantes de la entidad, según fuera convenido en el contrato social.
En las asociaciones civiles, por el contrario, el destino del remanente se orienta necesariamente hacia un fin
común a al Estado.
c) En las sociedades comerciales, la formación de la voluntad social se realiza en función del capital y por ello
los socios participan con una cantidad de votos proporcional al capital aportado. Ello no sucede de la misma
manera en las asociaciones civiles, donde el voto de los asociados es siempre igual.

d) Mientras que el carácter de socio en una sociedad es transmisible, en las asociaciones civiles el vínculo es
estrictamente personal y no puede transmitirse.

e) Finalmente, la existencia regular de una asociación civil requiere expresa autorización del Estado, quien
debe compartir el fin de bien común para la cual aquella entidad ha sido creada, a diferencia de las
sociedades, donde la regularidad se obtiene mediante la inscripción en un registro público, previo
cumplimiento de los requisitos legales de instrumentación requerida por la ley.

La jurisprudencia de nuestros Tribunales han hecho verdaderos esfuerzos para compatibilizar la finalidad de
estas asociaciones con los principios que gobiernan a las sociedades, sin llegar a resultados satisfactorios, a
punto tal de admitirse que el art. 3º de la ley 19.550 padece de una fuerte asistematicidad, en tanto resulta
conceptualmente incompatible con el campo delimitativo que para la materia societaria determina el art. 1º
de la ley 19.550(202). Se sostuvo también, al efecto de aclarar los efectos del referido art. 3º de dicho
ordenamiento, que la sujeción de las asociaciones constituidas bajo forma de sociedad solo están referidas a
la estructura interna del ente y no al modo, sentido y comprensión de sus conflictos por los jueces que en
realidad deben juzgar como si se tratara de una asociación residencial y deportiva(203). Finalmente, no
puede dejar de mencionarse la doctrina sentada en el caso "Country Ranch Sociedad Anónima c/ Pollarsky
Ricardo H. s/ ordinario", del 23 de agosto de 2000, donde se afirmó que la organización encuadrada como
una asociación que ha adoptado el tipo de sociedad anónima, conforme lo dispuesto por el art. 3º de la ley
19.550, constituye un esquema que produce dificultades en orden a compatibilizar la organización societaria
con los principios asociativos(204).

La Inspección General de Justicia se dedicó a dichos engendros societarios en la Resolución nº 127/05,


dictada en el expediente administrativo "San Isidro Golf Club", del 26 de enero de 2005, en donde se sostuvo
textualmente que "Resulta imposible compatibilizar a las sociedades comerciales con las asociaciones civiles,
pues ellas solo tienen en común su carácter de contrato asociativo o contrato plurilateral de organización,
pero allí termina toda semejanza, en tanto la causa final de una y otra figura legal es sustancialmente
diferente y por lo tanto incompatible". Se dijo también en dicho precedente administrativo que "No puede
coincidirse con el argumento de que la solución prevista por el art. 3º de la ley 19.550 constituya una
variante de la simulación lícita bajo la técnica del "negocio jurídico indirecto", pues si bien la figura de la
simulación lícita aparece mencionada en el art. 957 del Código Civil, mal puede derivarse de lo dispuesto por
ella un argumento exclusivo y mucho menos decisivo para justificar la legitimidad de las asociaciones bajo
forma de sociedad. Debe tenerse muy en cuenta que el art. 957 del Código Civil dispone que "La simulación
no es reprobada por la ley cuando a nadie perjudica ni tiene un fin lícito", lo cual indica que dicha norma no
consagra a la simulación lícita como una categoría legal ni alienta la celebración de semejante tipo de
operaciones, sino que solo se abstiene de reprobarla", concluyendo el Organismo de Control haciendo las
siguientes afirmaciones: "No resulta admisible partir de la simulación, reprobada o no por la ley, para
efectuar una construcción jurídica ni para fundamentar la legalidad de un determinado instituto, pues la
simulación es siempre un engaño. Así lo ha precisado Mosset Iturraspe cuando, precisando las diferencias
entre las llamadas simulación lícita o ilícita, sostuvo, con respecto a la primera que "en ella hay engaño pero
no perjuicio".

La doctrina no se ha quedado atrás con las críticas a esta figura. Para Facundo Biagosch, autor de un
proyecto de ley sobre asociaciones civiles, las asociaciones bajo forma de sociedad solo encuentran
justificación si se las encuadra dentro de los conceptos de negocios jurídicos indirectos, simulaciones lícitas o
negocios fiduciarios, llegando a la conclusión de que a pesar de las opiniones favorables de los legisladores
de 1972, la asociación destinada a la administración de las partes comunes en los clubes de campo, donde la
figura del art. 3º de la ley 19.550 encontró su marco, es en realidad una simple mandataria de los
propietarios, que actúa como fideicomisario de un dominio fiduciario de los bienes comunes y como
administradora de dichos bienes en cuanto a su uso, mantenimiento, conservación y ampliación,
recaudadora de los impuestos, ejecutora de las obras y prestadora de los servicios(205).

En el mismo sentido, sostiene Daniel Vítolo que la norma contenida en el art. 3º de la ley 19.550 es
sumamente desacertada, pues desnaturaliza en forma absoluta el concepto de sociedad comercial,
permitiendo que una estructura jurídica de categoría pueda ser utilizada a diversos efectos y con distintos
alcances para el cumplimiento de sus fines, que en nada se relacionan con el concepto contenido en el art.
1º y que es lo que delimita el concepto de "sociedad comercial"(206). Verón por su parte se encargó de
ratificar la incongruencia en la finalidad de las asociaciones la violación al principio de tipicidad que implica la
norma en análisis, cuestionando severamente si una asociación puede dejar de ser tal para convertirse en
una sociedad y que solo se acude a esta figura ante la ausencia de normas claras y precisas del Código
Civil(207).

El Profesor de la Universidad de Córdoba, Horacio Roitman ha sido uno de los pocos doctrinarios que ha
defendido esta figura, lo cual es entendible en tanto este autor parte de la base que la sociedad comercial es
solo una forma de organización empresaria, que los integrantes de la sociedad optan de acuerdo a sus
intereses y necesidades concretas, pudiendo "vestir" de sociedad a una asociación si ello responde a sus
necesidades(208). Este original aunque inadmisible razonamiento, que parte de un concepto totalmente
instrumental del concepto de sociedad, carece sin embargo de todo apego a la ley 19.550 y olvida la enorme
cantidad de normas de orden público que, en protección de los terceros acreedores de la sociedad, contiene
nuestro vigente ordenamiento societario.

Por nuestra parte, creemos que todo esfuerzo tendiente a compatibilizar las figuras de las asociaciones
civiles y las sociedades comerciales resulta un esfuerzo carente de todo sentido final útil, en tanto en éstas
últimas el régimen de los aportes y del capital social, el fin societario y la causa final del contrato de sociedad
no se compadecen con la naturaleza y finalidad de las entidades de bien común, por lo que se impone su
inmediata derogación(209). De lo contrario, se corre el riesgo de que pueda sostenerse, como alguna vez ha
sido dicho, bien que en forma aislada, que la híbrida figura prevista por el art. 3º de la ley 19.550 relativiza la
exigencia de que la sociedad deba tener un fin empresario, o que sus socios persigan un ánimo de lucro, con
lo cual se pretende legitimar a las sociedades que solo revisten el carácter de titulares de dominio de bienes
registrables, sin desarrollar la menor actividad, lo que constituye un verdadero desacierto, incompatible con
el concepto mismo de sociedad. Así ha sido sostenido por la jurisprudencia administrativa de la Inspección
General de Justicia, con el argumento de que el art. 3º de la ley 19.550, por haber sido elaborado para dar
concreta solución a determinadas situaciones fácticas existentes al momento de la redacción de la ley de
sociedades comerciales, constituye una excepción concreta a la definición que el art. 1º de la ley 19.550
hace de las sociedades comerciales, de la cual no pueden extraerse a su vez principios generales, habida
cuenta su excepcionalidad(210).

Ahora bien, el problema de interpretación que se presenta ante una asociación bajo forma de sociedad es
determinar cuándo se aplica a la figura las normas de las asociaciones civiles previstas en el Código Civil y
Comercial de la Nación y cuando las normas de la ley 19.550. Entendemos que todo lo referido a las
relaciones sustanciales, esto es, entre los socios entre sí y entre éstos con la sociedad (esto es, los derechos y
obligaciones de los integrantes de la sociedad), valen las normas del código unificado y solo en lo que se
refiere a la organización interna y su funcionamiento, se aplican las normas del ordenamiento societario
mercantil. Ello justifica que en las relaciones entre los socios y la sociedad, resultaba inaplicable el término
de prescripción previsto en el derogado art. 847 inc. 1º del Código de Comercio que legislaba, hasta el año
2015, sobre la prescripción de las acciones derivadas del contrato de sociedad.

Afortunadamente, el Código Civil y Comercial de la Nación ha puesto prácticamente fin a la problemática


originada en torno a las asociaciones civiles bajo forma de sociedad, así como la híbrida y contradictoria
jurisprudencia elaborada en torno al art. 3º de la ley 19.550, al prescribir en el art. 2075, segundo párrafo,
que "Todos los conjuntos inmobiliarios deben someterse a la normativa del derecho real de propiedad
horizontal establecido en el Título V de este Libro, con las modificaciones que establece el presente Título, a
los fines de conformar un derecho de propiedad horizontal especial. Los conjuntos inmobiliarios
preexistente que se hubiesen establecido como derechos personales o donde coexistan derechos reales y
derechos personales, se deben adecuar a las previsiones normativas que regulan este derecho real".

Punto final para el desatino de la solución del art. 3º de la ley 19.550, que si bien fue elaborado para dar
solución a ciertas situaciones anómalas, como ya fuera explicado, solo se constituyó en una fuente
interminable de conflictos y de todo tipo de situaciones abusivas.

§ 2. Los conjuntos inmobiliarios. La situación jurídica de los "Clubes de Campo", luego de la sanción del
Código Civil y Comercial de la Nación.
La situación jurídica que presentaban los denominados "Clubes de Campo" en la República Argentina
constituye un clásico ejemplo de lo que ocurre en la realidad, cuando los hechos superan las previsiones
legales y rebasan los moldes legales existentes del derecho positivo argentino, pues la utilización a este tipo
de emprendimientos por la ley 13.512, de propiedad horizontal resultó, en la práctica, poco satisfactoria.

Como bien lo explica la vasta doctrina que se ha ocupado del tema(211), los clubes de campo surgieron
espontáneamente en función de intereses comunes y su funcionamiento estuvo regido más por esa finalidad
compartida que por una preocupación en encontrar el encuadramiento jurídico adecuado. Los primeros
clubes de campo, que surgen en la década del 40 del siglo pasado, se organizaron como loteos,
generalmente alrededor de un club que contaba con un complejo social y deportivo o simplemente
motivados por el interés de pertenecer a un sector urbanístico que tuviese ciertas características
diferenciales en cuanto a tratamiento de los espacios verdes o de las vías circulatorias, un sistema de
vigilancia o cierta forma de derecho de admisión(212). Sin embargo, el original sistema de loteos planteó
todo tipo de problemas en torno al encuadramiento jurídico de estos emprendimientos el cual resultó
totalmente inadecuado, pues al llevarse a cabo como loteos comunes, surgían dos problemas
fundamentales de complicada resolución: el primero, el de las calle internas, que, como lo preveía el Código
Civil, pertenecen al dominio público del Estado y el segundo, la necesidad de vincular jurídicamente las
parcelas, de propiedad exclusiva con los sectores de esparcimiento común, lo que implicaba no solo el
imperativo de asegurar a los adquirentes de parcelas la propiedad o el uso y goce de aquellos sectores, sino
también y fundamentalmente, la obligatoriedad del pago de los gastos de conservación y mejoras(213).

Pues bien, y para atender los concretos y reales problemas que planteaban estas novedosos
emprendimientos, se recurrió en la práctica negocial a distintas figuras jurídicas o a combinaciones de ellas,
lo cual llevó a la doctrina especializada a sostener la posibilidad de encuadrar este fenómeno dentro del
marco de los derechos reales vigentes, como el dominio revocable, las servidumbres y en especial al régimen
de la propiedad horizontal de la por entonces vigente ley 13.512(214), pero, también desde un plano
diferente, se recurrió y con el mismo propósito, a la figura de los contratos asociativos, en los que el dueño
de la parcela es socio de una entidad jurídica propietaria de los sectores de uso común, tal como ocurrió con
los primeros "Country Clubs" de la Provincia de Buenos Aires, como por entonces se los denominaba.
Conforme pues a este sistema, la supuesta sociedad anónima —que funciona en realidad como una
asociación civil, atento la incongruente norma del art. 3º de la ley 19.550— es dueña del inmueble destinada
al club de campo, tanto como de los sectores de utilización exclusiva, como los de propiedad común, de
modo que —conforme se fue configurando esta particular figura societaria— las personas que tenían
intención de acceder al club de campo en las partes exclusivas como en las de propiedad común, debían
adquirir una acción que será equivalente a igual cantidad de lotes, y como bien lo explica Acquarone, la
sociedad propietaria le otorgaba al comprador de la acción, el derecho de la utilización (real, de uso,
usufructo o personal de uso) de la parte exclusiva, estableciendo por reglamento la utilización de los bienes
comunes, lo cual configuraba, respecto del club de campo, una estructuración jurídica con muchas
desventajas y un panorama de gran inseguridad para sus componentes.

Fue precisamente en el ámbito de la Provincia de Buenos Aires donde se puso mayor énfasis en encuadrar
jurídicamente estas nuevas formas jurídicas inmobiliarias, y en tal sentido fue sancionado el decreto
8912/77, denominado "Ley de Ordenamiento Territorial y Uso del Suelo", que en sus arts. 64 a 69 se dedicó
a los "Clubes de Campo", cuyo art. 64 dispuso que "Se entiende por club de campo o complejo recreativo
residencial, a un área territorial de extensión limitada que no conforme un núcleo urbano y reúna las
siguientes características básicas: a) Esté localizado en un centro no urbano; b) Una parte de la misma se
encuentre equipada para la práctica de actividades deportivas, sociales o culturales en pleno contacto con la
naturaleza; c) La parte restante se encuentre acondicionada para la construcción de viviendas de uso
transitorio y d) El área común de esparcimiento y el área de viviendas deben guardar una mutua e
indisoluble relación funcional y jurídica, que las convierta en un todo inescindible. El uso recreativo del área
común de esparcimiento no podrá ser modificado, pero podrán reemplazarse unas actividades por otras.
Tampoco podrá subdividirse dicha área ni enajenarse en forma independiente de las unidades que
constituyen el área de viviendas".

Si bien dicho decreto-ley del año 1977 no disponía la forma jurídica como debían ser organizados los Clubes
de Campo, su art. 67 ya reconocía —como no podía ser de otro modo, pues ello era lo que efectivamente
estaba aconteciendo— la posibilidad de que una misma entidad jurídica agrupe a los propietarios de
parcelas ubicadas en un club de campo. Es oportuno recordar que la por entonces ley 8912 de la Provincia
de Buenos Aires (luego "decreto-ley" y hoy simplemente "decreto"), a juicio de la doctrina, constituyó un
avance organizativo importante en materia de clubes de campo, más allá de los aciertos o desaciertos en
otras materias, pero indudablemente con aspectos necesarios de reglamentación que dependían de
facultades discrecionales de cada municipio, de difícil previsión en cuanto a la interpretación, lo que creaba
un cierto estado de inseguridad(215).

Nueve años después, el día 24 de diciembre de 1986, fue sancionado, siempre dentro del ámbito de la
Provincia de Buenos Aires, el decreto 9404/1986, de Clubes de Campo, reglamentarios de su constitución, en
cuyos considerandos se destacó la necesidad de establecer una regulación diferenciada de la
correspondiente a las urbanizaciones ordinarias reglamentadas por el decreto 8912/1977, definiendo a los
clubes de campo, de una manera diferente: "Los clubes de campo constituyen una especie de los
denominados complejos urbanísticos o urbanizaciones especiales, caracterizados por regirse de acuerdo a
un plan urbanístico especial, la existencia de múltiples inmuebles o unidades parcelarias con independencia
jurídica, un similar destino funcional, disponibilidad de áreas de uso común y prestación de servicios
generales y eventual existencia de una entidad prestataria de los servicios y propietaria de los bienes
comunes, que integran los titulares de las parcelas residenciales". Finalmente, el decreto 9404/86 destacó
una circunstancia muy importante, que considero necesario transcribir, y que constituyó uno de los
fundamentos del dictado de esa nueva normativa: "Que la mayoría de los complejos creados desde la
sanción del decreto-ley 8912/1977 han adoptado como régimen el de la propiedad horizontal. La
inexistencia de otro instituto jurídico apropiado que permitiera resolver la necesidad de un complejo de
acceso restringido, áreas comunes de propiedad de todos los copropietarios y administración común, y la
posibilidad de mantener calles o espacios circulatorios en el dominio privado, llevaron a los promotores de
esos complejos a incluirlos en el régimen de la ley 13.512", para finalmente destacar que es criterio general
de la doctrina y congresos especializados, que ese régimen es inapropiado para su aplicación por su mismo
texto y modalidades regulatorias y que por ello se ha entendido atender la realidad fáctica y jurídica de los
clubes existentes, para regular su constitución adoptando soluciones alternativas en el campo competencial
del Poder Ejecutivo Provincial.

Con ese objetivo, el art. 1º del decreto-ley 9404/1986 prescribió que los clubes de campo que se constituyan
conforme al régimen específico del hoy denominado decreto 8912/1977 y con base en la creación de
parcelas de dominio independiente, debían sujetarse, entre otros, a la existencia de una entidad jurídica que
integren o la que se incorporen los propietarios de cada parcela con destino residencial, la cual será titular
de dominio de las áreas recreativas o de esparcimiento y responsable de las prestación de servicios
generales, previéndose expresamente —inc. b) de dicho artículo— que sus estatutos deberán incluir
previsiones expresas referidas a la incorporación de los adquirentes de cada parcela, representación,
derechos y deberes de los miembros, administración del club, determinación de las áreas y espacios que
conforman su patrimonio inmobiliario, servicios generales a asumir y modo de afrontar los gastos comunes,
servidumbres reales y restricciones urbanísticas previstas y toda otra disposición destinada a asegurar el
correcto desenvolvimiento del club, según el proyecto propuesto, aclarándose al respecto que cuando la
entidad promotora sea una asociación civil preexistente, podrá la misma asumir la titularidad de las áreas
comunes y prestar los servicios generales y en este caso se exigirá la modificación o adecuación de los
respectivos estatutos para contemplar los aspectos consignados en los párrafos precedentes.

Con otras palabras, la organización de los clubes de campo conforme con lo dispuesto por el Gobierno de la
Provincia de Buenos Aires en su decreto 9404/1986, se basaba fundamentalmente en la existencia de una
entidad jurídica que integran o a la que se incorporen los propietarios de cada parcela residencial y sus
estatutos debían prever expresamente las normas referidas a la incorporación de los adquirentes de cada
parcela, en lo que respecta a su representación, derechos y obligaciones.

Por su parte, la inescindible relación entre las parcelas individuales y los espacios comunes se reiteró en el
art. 8º del hoy denominado decreto 9404/86, al establecer en su primera parte la anotación de una
restricción en el registro de la propiedad inmueble, prescribiendo en su segundo párrafo que dicha
afectación implicará que no podrán transmitirse las parcelas con destino residencial hasta tanto se registre
la adquisición de dominio de las áreas de esparcimiento y circulación a favor de la entidad jurídica
consignada en el art. 1º del referido decreto.

Sin embargo, la necesaria adaptación de los clubes de campo a esta nueva normativa, y no obstante la
desfavorable opinión de los redactores del decreto-ley 9404/1986 sobre el régimen de propiedad horizontal
a los fines de la organización de los clubes de campo, su art. 7º, que contenía un detalle de los documentos
necesarios para obtener la convalidación técnica preliminar del anteproyecto de club de campo, previó, en
el inc. k) la documentación necesaria para el caso de optarse por el régimen reglamentado en el art. 1º del
mismo ordenamiento legal, sobre el cual nos hemos referido en el párrafo anterior, o para el caso de
optarse por el régimen de la ley 13.512, de modo que la posibilidad de continuar con la aplicación de la esta
normativa para la constitución de los clubes de campo continuó vigente.
La vigencia de esta nueva normativa provincial, allá por el año 1986, obligó a la elección, por parte de los
promotores del negocio o a los dueños de sus parcelas a optar por el molde societario más adecuado a las
características de los clubes de campo, y la elección —que no pudo ser peor— recayó en la modalidad de
sociedades previstas en el art. 3º de la ley 19.550, esto es, las denominadas "asociaciones bajo forma de
sociedad", que son una especie de artificial combinación entre sociedades y asociaciones civiles, que, por
propia definición, son contratos asociativos incompatibles, por tener una causa final de constitución y un
funcionamiento interno totalmente diferente. Se recuerda al lector un detalle de suma importancia: la
incorporación del art. 3º de la ley 19.550 en el año 1972 respondió, entre otros motivos, a la necesidad de
dar algún tipo de albergue jurídico a determinados clubes de campo o "country clubes", como se los conocía
por aquellos años, como el "Hindú Club" o el "Tortugas Country Club", entre otros(216).

La opción de las "asociaciones bajo forma de sociedad" previstas por el art. 3º de la ley 19.550, a que hacía
referencia el decreto 9404/86 fue justificada por alguna doctrina, con el argumento de que las finalidades a
que aspiraba el decreto reglamentario del por entonces decreto ley 8912 de la Provincia de Buenos Aires
pueden lograrse por esa vía, que permite, en esencial, mantener una suerte de indivisibilidad jurídica entre
el carácter de propietario del inmueble que se adquiere como de propiedad exclusiva y la calidad de titular
del derecho de goce de las partes comunes. Ello puede lograrse limitando el derecho a la transmisión
independiente de ambas calidades, lo cual resulta de dificultosa configuración si quiere aplicarse a la
transmisión de inmuebles, dado que la prohibición absoluta de enajenar está prohibida por el entonces
vigente art. 9612 del Código Civil y la de enajenar a persona determinada, además de sus limitaciones, no
tendría la eficacia requerida en este caso(217).

Bien es cierto, como destacan los profesores Favier Dubois —padre e hijo— en un fundado artículo escrito
sobre los clubes de campo(218), que la inserción de las asociaciones bajo la forma de sociedad en la ley
19.550 tuvo la adhesión de las autoridades de control y de la jurisprudencia, habiéndose admitido la
inclusión en los estatutos la no distribución de dividendos entre los socios y la ausencia de derecho a la
cuota de liquidación, pero no lo es menos que resulta totalmente incompatible, a mi juicio, la conciliación
entre dos negocios asociativos de muy diferente naturaleza y nada puede justificar la aplicación de una ley,
destinada a regir un contrato particular, a una situación anómala que no encuentra en la legislación
argentina no solo una normativa más adecuada, sino que la misma es manifiestamente incompatible con la
institución que se pretende regular. Recuérdese al respecto que uno de los redactores de la ley 19.550, y
quien por entonces se desempeñaba como Inspector General de Justicia, el Dr. Enrique Zaldívar, justificó la
inclusión del art. 3º de la ley 19.550 sosteniendo que se trataba de situaciones anómalas originadas en
motivos de orden práctico, consistente en posibilitar que en caso de disolverse la entidad su patrimonio
pasare a manos de los accionistas (lo cual es inadmisible en materia de asociaciones civiles) y por otra parte,
entregar a los "accionistas", un título que le asegure su parte en la liquidación.

Ello constituyó un gravísimo error, porque se mezcló el agua con el aceite, pues mal puede asimilarse una
asociación civil a una sociedad comercial, donde la causa de dichos contratos asociativos son
diametralmente opuestas: en las primeras no existe propósito de lucro ni la menor posibilidad de
distribución de las ganancias entre los asociados, a diferencia de lo que acontece con las sociedades, donde
es impensable sostener su existencia sin el propósito de lucro de sus integrantes, a punto tal que, como
hemos visto, el art. 1º de la ley 19.550 incluye las expectativas de ganancias como uno de los requisitos de la
existencia misma de una sociedad comercial.

Pero además existen otras diferencias sustanciales e inconciliables entre las asociaciones civiles y las
sociedades comerciales, que se presentan en materia del régimen del capital social de la entidad, en torno al
destino del patrimonio social en caso de liquidación, en la transmisibilidad del carácter de miembro, en la
formación de la voluntad social y en el valor del derecho del voto del socio y asociado a los fines de la
formación de la voluntad social y en la necesidad, por parte de las asociaciones civiles, de requerir expresa
autorización del Estado para funcionar como tales, hoy ratificada por el art. 169 del Código Civil y Comercial
de la Nación. Son tantas y tan variadas las diferencias entre una y otra figura, que la jurisprudencia de
nuestros tribunales han hecho verdaderos esfuerzos para compatibilizar la finalidad de las asociaciones con
los principios que gobiernan a la sociedad comercial, sin llegar a resultados satisfactorios, a punto tal de
admitirse que el art. 3º de la ley 19.550 padece de una fuerte asistematicidad, en tanto resulta
conceptualmente incompatible con el campo delimitativo que para la materia societaria mercantil
determina el art. 1º de la ley 19.550(219). Se sostuvo también, al efecto de aclarar los efectos del referido
art. 3º de dicho ordenamiento, que la sujeción de las asociaciones constituidas bajo forma de sociedad solo
están referidas a la estructura interna del ente y no al modo, sentido y comprensión de sus conflictos por los
jueces que en realidad deben juzgar como si se tratara de una asociación residencial y deportiva(220).
Finalmente, no puede dejar de mencionarse la doctrina sentada en el caso "Country Ranch Sociedad
Anónima c/ Pollarsky Ricardo H. s/ ordinario", del 23 de agosto de 2000, donde se afirmó que la organización
encuadrada como una asociación que ha adoptado el tipo de sociedad anónima, conforme lo dispuesto por
el art. 3º de la ley 19.550, constituye un esquema que produce dificultades en orden a compatibilizar la
organización societaria con los principios asociativos(221).

Pero no solo la Justicia tuvo problemas en torno a las asociaciones bajo forma de sociedad, y la Inspección
General de Justicia se dedicó a este problema en la resolución 127/2005, dictada en el expediente
administrativo "San Isidro Golf Club", del 26 de enero de 2005, en donde se sostuvo textualmente que
"Resulta imposible compatibilizar a las sociedades comerciales con las asociaciones civiles, pues ellas solo
tienen en común su carácter de contrato asociativo o contrato plurilateral de organización, pero allí termina
toda semejanza, en tanto la causa final de una y otra figura legal es sustancialmente diferente y por lo tanto
incompatible". Se dijo también en dicho precedente administrativo que "No puede coincidirse con el
argumento de que la solución prevista por el art. 3º de la ley 19.550 constituya una variante de la simulación
lícita bajo la técnica del "negocio jurídico indirecto", pues si bien la figura de la simulación lícita aparece
mencionada en el art. 957 del Código Civil, mal puede derivarse de lo dispuesto por ella un argumento
exclusivo y mucho menos decisivo para justificar la legitimidad de las asociaciones bajo forma de sociedad.
Debe tenerse muy en cuenta que el art. 957 del Código Civil dispone que "La simulación no es reprobada por
la ley cuando a nadie perjudica ni tiene un fin lícito", lo cual indica que dicha norma no consagra a la
simulación lícita como una categoría legal ni alienta la celebración de semejante tipo de operaciones, sino
que solo se abstiene de reprobarla", concluyendo el Organismo de Control haciendo las siguientes
afirmaciones: "No resulta admisible partir de la simulación, reprobada o no por la ley, para efectuar una
construcción jurídica ni para fundamentar la legalidad de un determinado instituto, pues la simulación es
siempre un engaño. Así lo ha precisado Mosset Iturraspe cuando, precisando las diferencias entre las
llamadas simulación lícita o ilícita, sostuvo, con respecto a la primera que "en ella hay engaño pero no
perjuicio".

La doctrina no se ha quedado atrás con las críticas a la figura de las asociaciones civiles bajo forma de
sociedad. Para Facundo Biagosch, autor de un proyecto de ley sobre asociaciones civiles, las asociaciones
bajo forma de sociedad solo encuentran justificación si se las encuadra dentro de los conceptos de negocios
jurídicos indirectos, simulaciones lícitas o negocios fiduciarios, llegando a la conclusión de que a pesar de las
opiniones favorables de los legisladores de 1972, la asociación destinada a la administración de las partes
comunes en los clubes de campo, donde la figura del art. 3º de la ley 19.550 encontró su marco, es en
realidad una simple mandataria de los propietarios, que actúa como fideicomisario de un dominio fiduciario
de los bienes comunes y como administradora de dichos bienes en cuanto a su uso, mantenimiento,
conservación y ampliación, recaudadora de los impuestos, ejecutora de las obras y prestadora de los
servicios(222).

En el mismo sentido, sostiene Daniel Vítolo que la norma contenida en el art. 3º de la ley 19.550 es
sumamente desacertada, pues desnaturaliza en forma absoluta el concepto de sociedad comercial,
permitiendo que una estructura jurídica de categoría, como lo es la sociedad comercial, pueda ser utilizada a
diversos efectos y con distintos alcances para el cumplimiento de sus fines, que en nada se relacionan con el
concepto contenido en el art. 1º y que es lo que delimita el concepto de "sociedad comercial"(223). Con la
misma orientación, Alberto Víctor Verón se encargó de ratificar la incongruencia en la finalidad de las
asociaciones la violación al principio de tipicidad que implica la norma en análisis, cuestionando
severamente su una asociación puede dejar de ser tal para convertirse en una sociedad y que solo se acude
a esta figura ante la ausencia de normas claras y precisas del Código Civil(224).

Por nuestra parte y junto con la escribana María Acquarone, habíamos propuesto, en el VI Congreso
Nacional de Derecho Societario celebrado en la ciudad de Mar del Plata, en el año 1995, la derogación
inmediata del art. 3º de la ley 19.550, atento su total incongruencia con los principios que gobiernan dicho
ordenamiento legal.

Como no podía ser de otra manera, esta confusión normativa generó en la práctica todo tipo de
inconvenientes, pues como dice el viejo refrán, en aguas revueltas, siempre ganan los pescadores. Así, no
fueron pocos los casos que se presentaron en Tribunales, donde los adquirentes de lotes e integrantes de la
persona jurídica que se encontraba a cargo de la administración de las partes comunes del emprendimiento,
debieron soportar en forma exclusiva el pago de las expensas comunes y contribuciones a los gastos
correspondientes, obligaciones que habían sido objeto de expresa liberación para los "emprendedores" que
no eran otros que los dueños de las tierras sobre los cuales se asentaba el club de campo y cuyas parcelas
estaban pendientes de venta, que por lo general —vaya casualidad— coincidían con las autoridades y con el
grupo de control de la entidad administradora, configurándose claramente un caso de abuso de derecho y
enriquecimiento sin causa, que motivó, en sede judicial, la promoción de un importante número de pleitos.

Puede afirmarse en consecuencia que, con la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, la polémica
ha quedado zanjada y que la utilización de la figura de las "asociaciones bajo forma de sociedad" no podrán
ser más utilizadas a los fines de reglamentar las relaciones jurídicas emergentes de los clubes de campo,
pues rige para ellos la normativa dedicada a los "Conjuntos inmobiliarios", previstos en los arts. 2073 a 2113
del referido ordenamiento legal, que comprende, dentro del referido concepto, a los clubes de campo,
barrios cerrados, parques industriales, empresariales o náuticos, o cualquier otro emprendimiento
urbanístico independiente del destino de vivienda permanente o temporaria, laboral, comercial o
empresarial que tenga, comprendidos asimismo aquellos que contemplan usos mixtos, con arreglo a lo
dispuesto en las normas administrativas locales (art. 2073 del CCyCN).

En cuanto a su marco legal, el art. 2075 del Código Civil y Comercial de la Nación dispone en su segundo
párrafo, que todos los conjuntos inmobiliarios deben someterse a la normativa del derecho real de
propiedad horizontal establecidas en el Título V del Libro Cuarto (Derechos Reales), aunque aclarando que
ello lo será sin perjuicio de las modificaciones que establece el capítulo referido a los conjuntos
inmobiliarios, a los fines de conformar un derecho real de propiedad horizontal especial, disponiéndose
asimismo que los conjuntos preexistentes que se hubieran establecido como derechos personales o donde
coexistan derechos reales y derechos personales, se deben adecuar a las previsiones normativas que regulan
este derecho real.

Diversos artículos establecen algunas particularidades de los clubes de campo. En primer lugar, el art. 2076
CCyCN prescribe que son necesariamente comunes o de uso común las partes y lugares del terreno
destinadas a vías de circulación, acceso y comunicación, áreas especificas destinadas al desarrollo de
actividades deportivas, recreativas y sociales, instalaciones y servicios comunes, y todo otro bien afectado al
uso comunitario, calificado como tal por el respectivo reglamento de propiedad horizontal que regula el
emprendimiento. En segundo lugar, el art. 2078 se refiere a las facultades y obligaciones del propietario,
estableciendo que "cada propietario debe ejercer su derecho dentro del marco establecido en la presente
normativa, con los límites y restricciones que surgen del respectivo reglamento de propiedad horizontal del
conjunto inmobiliario, y teniendo en miras el mantenimiento de una buena y normal convivencia y la
protección de valores paisajísticos, arquitectónicos y ecológicos". Del mismo modo, el art. 2081 prevé
expresamente que los propietarios están obligados a pagar las expensas, gastos y erogaciones comunes para
el correcto mantenimiento y funcionamiento del conjunto inmobiliario en la proporción que a tal efecto
establece el reglamento de propiedad horizontal. Dicho reglamento puede determinar otras contribuciones
distintas a las expensas legalmente previstas, en caso de utilización de ventajas, servicios o instalaciones
comunes por familiares o invitados de los titulares.

Finalmente, y en lo que interesa a esta problemática, el art. 2085 —siempre del Código Civil y Comercial de
la Nación—, prevé que el reglamento de propiedad horizontal puede prever limitaciones, pero no impedir la
libre transmisión y consiguiente adquisición de unidades funcionales dentro del conjunto inmobiliario,
pudiendo establecer un derecho de preferencia en la adquisición a favor del consorcio de propietarios o del
resto de propietarios de las unidades privativas.

Queda pues en claro que la normativa actualmente aplicable a los clubes de campo son en primer lugar, los
arts. 2073 a 2096 del Código Civil y Comercial de la Nación, referidos a los "conjuntos inmobiliarios" y,
supletoriamente, las normas referidas a la propiedad horizontal (arts. 2037 a 2069), resultando también
indiscutible que, con la vigencia de dicho ordenamiento legal, queda sin efecto cualquier otro ordenamiento
legal al cual el referido emprendimiento inmobiliario haya estado sujeto y al respecto esta nueva legislación
no deja margen de dudas.

De manera tal que, si se trata de la constitución de uno de los conjuntos inmobiliarios previstos en el art.
2073, entre los cuales se encuentran los clubes de campo, ellos deben someterse a la normativa del derecho
real de propiedad horizontal especial, con las modificaciones que establece el Título VI, referido
precisamente a los "conjuntos inmobiliarios" Si, por el contrario, nos encontramos en presencia de un
conjunto de esta naturaleza que fuera preexistente, en las que "se hubieran establecido como derechos
personales o donde coexistan derechos reales y personales", tal lo que acontece cuando el emprendimiento
está sometido a un esquema societario, éste debe adecuarse a las previsiones normativas que regulan el
derecho real de propiedad horizontal.
En conclusión: las "asociaciones bajo forma de sociedad" no pueden hoy configurar el molde jurídico para
regir las relaciones entre los miembros de un club de campo, pues como lo recuerda Pilar Rodríguez
Acquarone, la ley general de sociedades reitera en su art. 1º el concepto de empresa o "hacienda
empresaria" detrás del encuadra jurídico societario, como fundamento, contenido y sustrato del marco
jurídico, con lo cual no habría desde el punto de vista de la definición estrictamente legal, una sociedad sin
un emprendimiento, sin un negocio en actividad que requiera la forma estructural de la sociedad. Si a ello se
le suma que, teniendo en cuenta que el objeto preciso y determinado se encuentra también regulado en la
parte general de personas jurídicas del art. 156 del Código Civil y Comercial de la Nación, es evidente que el
legislador ha querido que las asociaciones civiles tengan una actividad encuadrada en un objeto que no sea
contrario al interés general o al bien común, de lo cual surge, con igual evidencia, que las conocidas
"asociaciones bajo forma de sociedad" carecen actualmente de validez, pues las sociedades denominadas
"patrimoniales" no podrían subsistir ya que no tendrían ninguna actividad, toda vez que poseer bienes no
encuadra precisamente en la fórmula utilizada por el art. 1º de la ley 19.550, en cuanto requiere que toda
sociedad se dedique a la "producción e intercambio de bienes y servicios" ni desarrollar tampoco una
actividad encaminada al bien común o al interés general(225).

Lo ideal hubiera sido que el Código Civil y Comercial hubiera establecido un plazo para proceder a la
adecuación al régimen de propiedad horizontal especial previsto para los conjuntos inmobiliarios, el cual,
como podrá el lector imaginar, puede insumir varios meses de tramitación, entre la declaración de
disolución de la sociedad, la redacción y aprobación del reglamento de copropiedad y la inscripción de éste
en el Registro Inmobiliario correspondiente, pero lo cierto es que la intención del legislador es clarísima al
respecto y que, a pesar del silencio de dicho cuerpo legal, a partir de su vigencia, el día 1º de agosto de 2015,
las autoridades de la sociedad o asociación bajo forma de sociedad deben proceder, sin demoras, a celebrar
todos los actos jurídicos necesarios para llevar a cabo esa adecuación. De lo contrario, cualquier accionista o
integrante de la entidad bajo la cual está organizado el club de campo, podrá requerir la convocatoria
judicial a la asamblea para adoptar las medidas necesarias para cumplir con la nueva legislación, esto es, la
disolución de la sociedad o asociación civil por imposibilidad de cumplir su objeto (art. 94 inc. 4º ley 19.550 y
art. 163 inc. c] según fuere el caso) y la redacción por parte de todos los copropietarios del respectivo
reglamento, como lo manda el art. 2038 del Código Civil y Comercial de la Nación, el cual podrá redactarse
en la misma asamblea, pues no debe olvidarse al respecto que la liquidación de dicha sociedad o asociación
es consecuencia de una nueva disposición legal que provoca la imposibilidad del cumplimiento del objeto
social, de modo que el procedimiento liquidatorio de dicha entidad puede ser llevado a cabo mediante la
redacción e inscripción del reglamento de copropiedad en el registro inmobiliario, sin perjuicio de la
inscripción de la cancelación de la sociedad en los términos del art. 112 de la ley 19.550.

Algunos autores sostienen que, con respecto a los conjuntos inmobiliarios preexistentes que se hubieren
constituido bajo el moldo de alguna figura asociativa, que deben necesariamente adecuarse a las previsiones
normativas que regulen la propiedad horizontal especial prevista por el Código Civil y Comercial de la Nación
(art. 2075), podría existir una afectación al derecho adquiridos de los propietarios de lotes, amparados por
garantías constitucionales(226), pero comparto con Causse y Pettis que la sola circunstancia de imponerse la
mentada adecuación no da lugar a cuestión constitucional alguna, máxime cuando la Corte Federal ha
sostenido reiteradamente que nadie tiene derecho adquirido al mantenimiento de leyes o reglamentos, si a
su inalterabilidad(227).

La inactividad del órgano de administración de la sociedad en torno a la "adecuación" del club de campo al
régimen previsto por el art. 2075 del Código Civil y Comercial de la Nación constituye suficiente causal de
remoción de sus integrantes, pues dicha demora puede afectar derechos fundamentales que este nuevo
ordenamiento legal y especial confiere a los socios o accionistas devenidos en copropietarios.

Es importante destacar que el art. 2075 del Código Civil y Comercial de la Nación no habla de
"transformación de pleno derecho" respecto de la asociación civil bajo la forma de sociedad en consorcio de
propiedad horizontal, como lo hace el art. 94 bis de la ley 19.550, luego de la sanción de la ley 26.994, sino
de adecuación de los conjuntos inmobiliarios preexistentes al régimen de propiedad horizontal especial,
pero de ello no puede derivarse, como sostiene Eduardo Favier Dubois(228), que esa "adecuación" se podrá
lograr conservando el club de campo el régimen asociativo original con la redacción de un reglamento que
consagre los derechos previstos en la normativa especial dedicada a los conjuntos inmobiliarios y en
subsidio, al derecho real de propiedad horizontal, pues esta orientación se da de bruces con la intención de
los redactores del Código Civil y Comercial de la Nación, que parece descartar definitivamente esa
controvertida y poco clara fusión de derechos reales y personales que había encontrado respaldo legal en la
por entonces ley 8912/1977 de la Provincia de Buenos Aires y su posterior decreto reglamentario 9404/1986
y que tantos litigios provocó en el ámbito de los tribunales.
Nos parece evidente, al respecto, que mal puede utilizar, el codificador, el instituto de la "transformación de
pleno derecho" de una persona jurídica por otra, pues esa especie de transformación no está prevista por
los arts. 74 a 81 de la ley 19.550 y es totalmente incompatible con el procedimiento legal que impone esta
forma de reorganización societaria que impone decisiones internas del órgano de gobierno de la sociedad y
posteriores inscripciones registrales para tornarla oponible a terceros. La doctrina ha criticado, con todo
fundamento, esta novedosa especie de transformación que ahora legisla el art. 94 bis de la ley 19.550(229).

Pero de ello no se deriva —un muchísimo menos— que la "adecuación" del conjunto inmobiliario
constituido bajo la forma de una sociedad pueda continuar como tal, con el solo recurso de elaborar un
específico reglamento con algunos derechos propios del régimen de propiedad horizontal, pues de lo
contrario volvemos a incurrir en la utilización de una forma jurídica equivocada para encuadrar a la
naturaleza jurídica de los clubes de campo, toda vez que el Código Civil y Comercial de la Nación ha
dispuesto, en forma por demás categórica, que ellos deben regirse por el derecho de propiedad horizontal
especial previsto en su Título VI del Libro Cuarto. Esta es la conclusión que surge del mismo texto del tercer
párrafo del art. 2075 del referido ordenamiento legal, que parece descartar la existencia de conjuntos
inmobiliarios preexistentes que se hubiesen establecido como derechos personales o donde coexistan
derechos reales o personales, como lo fueron los emprendimientos constituidos bajo la forma de
asociaciones bajo forma de sociedad. Basta recordar al respecto, para así concluir, que a los fines de la
interpretación de la ley, el art. 2º del Código Civil y Comercial de la Nación, prevé que debe tenerse en
cuenta sus palabras y finalidades y no parece que este cuerpo legal, a tenor de lo dispuesto por el art. 2075,
que se dedica especialmente a aclarar el marco legal de los conjuntos inmobiliarios, pueda imponer otra
conclusión que no sea la prevista por dicha norma.

Aclarado entonces que la "adecuación" al régimen de propiedad horizontal especial es obligación perentoria
de los administradores u órgano de administración de las sociedades o asociaciones bajo forma de sociedad
bajo cuyo régimen está organizado el club de campo y que su demora puede no solo provocar la promoción
de una acción judicial de convocatoria del órgano de gobierno para llevar a cabo este nuevo encuadramiento
legal por parte de cualquier integrantes de dicha entidad, sino también causal suficiente de remoción de los
integrantes de su órgano de administración y fiscalización, debe puntualizarse que, para el caso de no
llevarse a cabo esa reorganización, existen expresas disposiciones del nuevo Código Civil y Comercial de la
Nación que deben ser aplicadas de inmediato, a partir de la vigencia de este nuevo ordenamiento legal,
atento su carácter imperativo (art. 150 CCyCN), las que han sido destacadas por la doctrina, entre las cuales
se encuentran: a) Las normas sobre derecho de admisión y los recursos del accionista vendedor ante la
negativa a la autorización de la transferencia de una unidad privada (art. 2085); b) La norma que obliga a
todo desarrollador a pagar las expensas de los lotes que sea propietario (art. 246 inc. c]); c) La que dispone el
cese del administrador designado en el reglamento de copropiedad en caso de no ser ratificado en la
primera asamblea de copropietarios (art. 2066); d) La disposición que obliga a realizar una asamblea dentro
de los 90 días desde el momento que se encuentren ocupadas el cincuenta por cuento de las unidades (art.
2066) y f) La norma que exige mayoría absoluta de propietarios, contador por número de unidades mas
parte indivisa (art. 2066) para reformas u obras nuevas sobre partes comunes, previo informe técnico (art.
2051)(230).

Cabe finalmente preguntarse si puede eximirse al desarrollador del emprendimiento, a cargo de la venta de
las parcelas del club de campo, a tenor de lo dispuesto por el art. 2049 último párrafo del Código Civil y
Comercial de la Nación, inserto en el Título V del Libro IV, en cuanto dispone que el Reglamento de
Propiedad Horizontal puede eximir parcialmente de las contribuciones por expensas a unidades funcionales
que no tiene acceso a determinados servicios o sectores del edificio que general dichas erogaciones, y la
respuesta no pude ser sino negativa, por las siguientes razones: 1) Dicha norma se encuentra ubicada en el
capítulo referido a las facultades y obligaciones de los propietarios del consorcio de propiedad horizontal,
que es normativa de aplicación supletoria a los conjuntos inmobiliarios; 2) Debe repararse que esta
disposición legal se refiere expresamente a "edificios" y no a los conjuntos inmobiliarios, de naturaleza y
relaciones obligacionales mucho más compleja que las que derivan del consorcio de propietarios de un
edificio regido por las normas del derecho real de propiedad horizontal; 3) Finalmente, y debiendo
recordarse que los conjuntos inmobiliarios constituyen un derecho real diferente a la propiedad horizontal
(art. 1887 del CCyCN) y que siendo las normas de la propiedad horizontal de aplicación supletoria a aquellos
emprendimientos, que cuentan con una legislación específica (arts. 2073 a 2086), es dirimente, para resolver
esta cuestión que el art. 2081 —referido a los gastos y contribuciones que deben soportar los propietarios,
los cuales están obligados a pagar las expensas, gastos y erogaciones comunes para el correcto
mantenimiento y funcionamiento del conjunto inmobiliario en la proporción que a tal efecto establece el
reglamento de propiedad horizontal— no reproduce la excepción prevista en el art. 2049, último párrafo del
Código Civil y Comercial de la Nación.
Sección II - De la forma, prueba y procedimiento

ART. 4º.—

Forma. El contrato por el cual se constituya o modifique una sociedad, se otorgará por instrumento público o
privado.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 5º a 7º, 12, 28, 84, 165; LSC Uruguay: art. 6º.

§ 1. Formalidades del contrato de sociedad. Forma escrita. Constitución y reformas

Como primer requisito formal previsto para el contrato de sociedad, la ley 19.550 exige la forma escrita, al
disponer que el contrato por el cual se constituya o modifique una sociedad se otorgará por instrumento
público o privado.

Los otorgantes pueden, en consecuencia, optar por uno u otro medio, salvo para los supuestos de
sociedades por acciones, que necesariamente deben constituirse por instrumento público, de conformidad a
lo dispuesto por el art. 165. Se apartó así la ley 19.550, y por decisión del Ministerio de Justicia, de la
solución proyectada por la Comisión Redactora que ratificaba en el art. 165 la opción ya prevista por el art.
4º en análisis, manteniendo la ley, por el contrario, el antiguo criterio del art. 289 del Cód. Com., que
establecía que las sociedades anónimas y en comandita por acciones debían constituirse por instrumento
público.

Sin embargo, y pese a que el art. 165 de la ley 19.550 se refiere al instrumento público, lo que autorizaría a
recurrir a cualquiera de los actos enumerados por el art. 289 del Código Civil y Comercial de la Nación(231),
se interpretó, tanto en sede judicial como administrativa, que el acto constitutivo debía llegar a la autoridad
de control bajo la forma de escritura pública(232). Así lo decidió la sala B de la Cámara Comercial el 16 de
febrero de 1973 en el caso "Pueyrredón 419 SA"(233), y la Inspección General de Personas Jurídicas en la
resolución general 32/1973, basados en el argumento de que la aceptación por parte de la autoridad de
control de la presentación de estatutos y contratos en instrumentos privados, para su examen previo y
posterior elevación a escritura pública, ocasiona demoras en el trámite en perjuicio de los interesados, con
el consiguiente recargo de las tareas del organismo.

En su versión anterior a la reforma de la ley 19.550, anterior a la ley 26.994, podía interpretarse que existían
supuestos en los cuales la escritura pública requerida para la constitución de sociedades por acciones, podía
ser reemplazada por las constancias de expedientes judiciales, como acontecía en la situación descripta por
el art. 28de la ley 19.550, cuando ante la existencia de menores de edad en supuestos de indivisión
hereditaria, el contrato constitutivo debía ser aprobado por el juez de la sucesión, reemplazándose la
escritura pública por las actas judiciales previstas por el derogado art. 979 inc. 4º del Código Civil. Sin
embargo, ello no parece ya posible, ante la eliminación de esta disposición legal, de modo que, ante la
hipótesis prevista por el art. 28 LGS, deberá redactarse el contrato de sociedad anónima por instrumento
público —en caso de no optarse por la celebración de una sociedad de responsabilidad limitada— y luego
someterse el mismo a la aprobación judicial. Uno y otro instrumento —escritura de constitución y auto
judicial aprobatorio— deberán ser inscriptos en el Registro Público.

Ahora bien, y tratándose de modificaciones al contrato constitutivo, las partes pueden optar por uno u otro
instrumento, incluso en el caso de sociedades por acciones, pues si bien ello ha sido largamente discutido
por la doctrina, como se verá al analizar el art. 165 de la ley en análisis, la jurisprudencia de la Capital Federal
es unánime en tal sentido(234). De manera tal que la normativa societaria crea un sistema propio en cuanto
a las formas en materia de sociedades por acciones, y la especialidad de dicha materia impide que, en el
orden de prelación, se aplique sin más las soluciones previstas por la ley civil: concretamente el art.
1184 del Código Civil, conforme al cual todos los actos que son accesorios de contratos redactados en
instrumento público deben efectuarse por idéntico instrumento.

Optándose por el instrumento privado para la constitución de sociedades, en aquellas a las cuales la ley no
impone el instrumento público, la ley exige la ratificación de los otorgantes por ante la autoridad de control,
salvo en los casos en que la firma de aquellos sea autenticada por escribano público u otro funcionario
competente (art. 5º, últ. párrafo). Si uno de los socios no compareciere para su ratificación, ello no obsta a la
inscripción del contrato, pues la oposición para tener tal efecto debe ser expresa y fundada (art. 6º, segundo
párrafo de la ley 19.550), debiendo entonces citarse personalmente al socio remiso en el plazo que a tal
efecto se fije bajo apercibimiento de llevarse a cabo la toma de razón sin su ratificación(235).

§ 2. La promesa de constituir sociedad.

La promesa de constituir sociedad —también denominado "contrato preliminar de sociedad" o "precontrato


de sociedad"— es, conforme lo han resuelto nuestros tribunales un convenio en virtud del cual las partes
estipulan en el futuro constituir una nueva persona jurídica, conforme las bases allí especificadas(236).

La existencia de la promesa de constituir sociedad presenta dos problemas diferentes: a) Los derechos de los
firmantes de ese precontrato ante el arrepentimiento de uno de ellos y b) Su diferencia con la sociedad de
hecho.

En cuanto al primer problema, si bien la promesa de constituir sociedad configura un contrato, regido por
el art. 995 del Código Civil y Comercial de la Nación, susceptible de generar derechos y obligaciones entre las
partes que se rige por las normas de las obligaciones de hacer, no parece admisible, al menos como principio
general, que ante su incumplimiento, la parte frustrada pueda requerir la ejecución forzada del contrato de
sociedad, en tanto ello es incompatible con el affectio societatis, requerido al momento de la constitución de
la sociedad, en tanto se trata de un débito de hacer de naturaleza intuitu personae cuyo incumplimiento
solo puede generar daños y perjuicios(237).

Sin embargo, si la promesa de constituir sociedad deja de ser tal, como consecuencia de la realización con
terceros de cierta actividad en común comprendida dentro de la actividad que los futuros socios habrían
convenido llevar a cabo, la sociedad debe tenerse por constituida, aún cuando no se haya adoptado el tipo
previsto en aquel contrato ni se hubieran adoptado los requisitos de fondo y forma propios del tipo social
proyectado. En tal caso, la promesa de constituir sociedad resulta ejecutable judicialmente, pues es de toda
obviedad que nadie podrá invocar la inexistencia de la affectio societatis, cuando ella estuvo presente al
operar como sociedad de hecho.

Salvo este supuesto, y ante la frustración de la promesa de constituir sociedad, la parte que se considera
perjudicada se encuentra con derecho de reclamar la indemnización correspondiente, quedando a cargo del
reclamante la prueba de los daños y perjuicios padecidos, que conforme jurisprudencia solo alcanza el
llamado daño al interés negativo, salvo que haya mediado dolo por parte del agente responsable de la
frustración de la promesa de constitución de la sociedad, pues además de ese daño, debe afrontar la pérdida
de su sus frustrados consocios respecto de la posibilidad de recibir un beneficio pecuniario en caso de
haberse perfeccionado y ejecutado el contrato de sociedad y se hubiesen emprendido las actividades
societarias, sujeto al grado de verosimilitud que la ganancia esperada hubiera podido producir(238).

En cuanto a la distinción entre la promesa de constituir sociedad y una sociedad no constituida


regularmente, todo indicaría que la diferencia entre una y otra figura radica en la concreción efectiva de los
derechos y obligaciones de las partes y en la exteriorización de la actividad hacia terceros. Si ello ha
acontecido, no caben dudas de que estamos frente a una sociedad de hecho, en donde su régimen legal se
encuentra previsto en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 (arts. 21 a 26 de la ley 19.550).

Precisamente y dentro de los pocos precedentes que exhibe la jurisprudencia en esta materia, se resolvió
que la existencia de gastos comunes efectuadas por quienes firmaron el "precontrato de sociedad" y
circunscriptos a la instalación del negocio (en el caso se trataba de emprendimiento gastronómico) genera
obligaciones propias de una sociedad de hecho, sin que tal convención escrita implicare la existencia de una
sociedad irregular, por no hallarse configurados los recaudos constitutivos de la misma(239).

§ 3. Incumplimiento de los requisitos formales previstos por la ley 19.550. Consecuencias

La omisión de cumplir con los requisitos formales previstos por la ley 19.550 no determina la nulidad del
contrato constitutivo de sociedad, pues ante tal supuesto, la entidad será considerada como sociedad de
hecho o irregular, según haya sido redactado o no el respectivo contrato y regido en ambos casos por lo
dispuesto por la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550.

En consecuencia, la parte que ha consentido la actuación de la sociedad como entidad irregular, no podrá
invocar la carencia de los requisitos formales propios del tipo adoptado, a los fines de pedir la nulidad de la
sociedad, en tanto en art. 387 del Código Civil y Comercial de la Nación, que impide accionar de esa manera
a quien hubiese ejecutado el acto cuya declaración de invalidez pretende.

Sin embargo, y siguiendo a Roitman, distinta es la situación en los actos modificatorios del acto constitutivo,
y en tal caso sí resulta aplicable la sanción de nulidad, ya que, como hemos visto, la invalidez de la
modificación del acto constitutivo por vicio de formas no acarreará la irregularidad de la sociedad, sino que
deberá dejar sin efecto la modificación y la sociedad continuará funcionando como antes de intentar
modificarla(240).

ART. 5º.—

Inscripción en el Registro Público de Comercio. El acto constitutivo, su modificación y el reglamento, si lo


hubiera, se inscribirá en el Registro Público del domicilio social y en el Registro que corresponda al asiento
de cada sucursal, incluyendo la dirección donde se instalen a los fines del art. 11 inc. 2º.

La inscripción se dispondrá previa ratificación de los otorgantes, excepto cuando se extienda por
instrumento público o las firmas sean autenticadas por escribano público u otro funcionario competente.

Publicidad en la documentación: Las sociedades harán constar en la documentación que de ellas emane, la
dirección de su sede y los datos que identifiquen su inscripción en el Registro.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 4º a 7º; 167; leyes 22.315 y 22.316. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 35,
39, 59, 80 y 81 LSC Uruguay: arts. 7º, 9º, 253.

§ 1. La registración de actos societarios. El Registro Público de Comercio. Importancia y efectos

La función que cumple el Registro Público de Comercio — hoy denominado "Registro Público" por el Código
Civil y Comercial de la Nación — en materia de publicidad y protección del tráfico mercantil puede ser
considerada como fundamental. Se puede afirmar, como principio general, que la finalidad que cumple el
Registro Público consiste en dar publicidad a los actos que en él se inscriben, a fin de que los mismos puedan
ser oponibles a terceros(241)y que, a partir del momento de la inscripción de los documentos prescriptos
por la ley, éstos no pueden alegar desconocimiento del contenido del mismo.

La inscripción obligatoria de documentos tiene, a su vez, un fundamento que hace —esencialmente— al


bienestar del comercio y al desenvolvimiento de las relaciones jurídicas emanadas del contrato de sociedad,
ya que interesa al tráfico mercantil conocer los datos de las personas colectivas que intervienen en él, como
su denominación, domicilio y sede, capital social con que cuenta para cumplir con sus obligaciones, su
régimen de representación etc. El fin del registro, precisamente, consiste en dar publicidad a todas esas
circunstancias(242).

Así pues la inscripción y eventual publicación de los actos societarios constituyen una protección para los
terceros, ante quienes la sociedad no puede desconocer la asunción de obligaciones por parte de ella,
cuando la entidad fue representada por quien figura en el Registro Público de Comercio como habilitado
para obligar a la entidad, pero debe tratarse de terceros de buena fe, pues la carencia registral no es
invocable por la persona que conoció positivamente, de manera ficta o presumida el acto sujeto a
inscripción(243).

La doctrina distingue, en cuanto a las inscripciones en el Registro Público, la publicidad formal que otorgan


las mismas, en el sentido de hacer conocer a terceros el contenido del documento inscripto, de la
publicidad material o sustancial apta para hacer producir efectos jurídicos al acto.

La publicidad formal implica la simple notificación a los terceros de la existencia de un acto de forma tal que
ellos no pueden alegar ignorancia de su existencia. La publicidad sustancial, además de esos efectos, tiene
asimismo el de establecer, desde ese momento, o con efecto retroactivo en algunos casos, la eficacia
jurídica del acto. Los efectos declarativos, constitutivos o saneatorios que otorga esta publicidad material o
sustancial, dependen de lo prescripto en las diferentes legislaciones positivas. Así, conforme lo sostiene
Pavone la Rosa(244), la inscripción constitutiva, que hace además conocible una determinada situación
jurídica, sirve para fijar el término de iniciación de los efectos del acto registrado, poniéndose como
requisito de eficacia del mismo.

En nuestro derecho, encontramos ejemplos de publicidad sustancial con valor declarativo en el supuesto de
inscripción de los administradores en los términos del art. 60 de la ley 19.550, pues los mismos pueden
ejercer sus funciones desde que son designados por el órgano de gobierno de la sociedad,
independientemente de toda registración. Ejemplo de publicidad sustancial con efecto constitutivo lo
hallamos en el art. 7º de la ley citada, que sólo considera regularmente constituidas las sociedades
comerciales desde su inscripción en el Registro Público de Comercio, y finalmente, la ley 19.550 no admite el
efecto saneatorio o convalidante de las registraciones mercantiles, a diferencia de otras legislaciones, de
manera tal que, cualquiera fuese la naturaleza del acto societario inscripto en el Registro Público de
Comercio, siempre resulta procedente su impugnación en sede judicial(245); a lo sumo y como consecuencia
del control de legalidad que se encuentra a cargo del encargado del mencionado registro, el acto inscripto
gozará de una presunción de legitimidad, presunción que no puede ser calificada sino de "iuris tantum".

§ 2. Evolución histórica del Registro Público de Comercio en nuestro derecho, hoy denominado Registro
Público por el Código Civil y Comercial de la Nación

Sancionado el Código de Comercio para la Provincia de Buenos Aires en 1857, y para la República Argentina
en 1862, siguiendo la inspiración del Código de Comercio español de 1829, el codificador le dedicó al
Registro Público de Comercio un Capítulo, a partir del art. 34, donde se contempla su organización,
competencia, funcionamiento y atribuciones del funcionario a su cargo.

Dispone el Código de Comercio, en el art. 34, que el Registro Público de Comercio funciona "(...) en cada
Tribunal de Comercio, a cargo del respectivo Secretario (...)" en el cual se inscribirán, entre otros
documentos, la matrícula de los comerciantes, las capitulaciones matrimoniales que estos otorguen, las
escrituras de sociedades mercantiles, los poderes otorgados a los factores y dependientes del principal, las
autorizaciones a menores para ejercer el comercio, etcétera.

En tal forma fueron interpretadas las referidas disposiciones legales, hasta que en el año 1884, al
sancionarse el presupuesto correspondiente, en atención al exceso de trabajo que pesaba sobre la secretaría
a cargo del Registro Público de Comercio, se independizaron tales funciones, encomendándose las mismas a
un Jefe o encargado de Registro, pero sin crearse una ley de organización al respecto(246). Vale decir, que
no obstante lo dispuesto por el Código de Comercio en su art. 34, el Registro Público de Comercio adquirió
vida independiente, con organización diferente de los tribunales de Comercio de la Capital Federal,
constituyendo el mismo una repartición administrativa, dependiente de la Cámara de Apelaciones en lo
Comercial, presidida por un jefe o director general, hasta que, por ley 13.998 del 29 de octubre de 1950, por
imperio de su art. 74, se desvinculó el Registro Público de Comercio de la órbita del Poder Judicial,
convirtiéndose en un organismo administrativo dependiente del Poder Ejecutivo de la Nación, lo cual tuvo
vigencia hasta el año 1958.

En 1958, la ley 14.769 cambió radicalmente el panorama, pues mediante ella se creó el Juzgado Nacional de
Primera Instancia en lo Comercial de Registro, el cual quedó a cargo del Registro Público de Comercio. Dicho
juzgado, contaba, a diferencia de los restantes juzgados comerciales de la Capital Federal, con tres
secretarías, dos de inscripciones y una de archivo, informes y rúbrica de libros. Estaba a cargo del juez de
Registro el control de legalidad de los documentos a inscribir, e incluso en materia societaria, la ley 19.550 le
otorgaba amplias facultades en tal sentido, al punto tal que podía formular observaciones a los estatutos o
sus modificaciones en los casos de sociedades por acciones, aun cuando estos tuvieren la conformidad
previa de la autoridad de control. Asimismo, la ley 19.550 le concedía al juez de Registro jurisdicción para
dirimir ciertos y determinados conflictos, en caso de impugnaciones de las valuaciones de los bienes no
dinerarios aportados a la sociedad (art. 52) o en el supuesto de desacuerdos entre los socios para la
designación de aquel que tendrá a su cargo la conservación de los libros y papeles sociales (art. 112, párrafo
2º) y ello sin perjuicio de señalar sus facultades para dirimir oposiciones en caso de homonimias,
reconocidas por la jurisprudencia a fines de evitar futuros conflictos(247)y en ejercicio de sus funciones de
policía mercantil.

Los inconvenientes que presentaba por esos años la registración de actos societarios se centraba en dos
aspectos fundamentales: 1) Las sociedades por acciones requerían la conformidad administrativa de la
autoridad de control (la Inspección General de Justicia, por entonces denominada Inspección General de
Personas Jurídicas) como requisito previo a su inscripción en el Registro Público de Comercio, por lo que se
efectuaba un doble control de legalidad de los actos cuya inscripción obligatoria imponía el ordenamiento
mercantil, control de legalidad cuyas pautas no siempre eran coincidentes entre la Inspección General de
Justicia y el Juez Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro. 2) Por otro lado, y hasta la
vigencia de la ley 21.357, sancionada varios años después de la ley 19.550, la ley 19.550 imponía a las
sociedades de responsabilidad limitada y a las sociedades por acciones la publicación íntegra de su contrato
constitutivo y estatutos en el Boletín Oficial, lo cual llegó a demorar más de un año el efectivo cumplimiento
de la registración prevista por el art. 7º de la ley 19.550, sin la cual la entidad no puede ser considerada
como regularmente constituida.

Tal demora produjo en la práctica dos efectos importantes, uno de los cuales resultó positivo y el otro
negativo: el primero fue la importante elaboración de la doctrina y jurisprudencia en materia de sociedades
en formación, cuya distinción con las sociedades irregulares o de hecho fue necesario efectuar y que luego
fue plasmada por la ley 22.903, cuando reformuló los textos de los arts. 183 y 184 de la ley 19.550. El efecto
negativo, por su parte, radicó en la enorme cantidad de sociedades que se constituían a los efectos de
"mantener en cartera", esto es, no para dedicarse a la producción de bienes y servicios, sino para venderlas
como mera estructura a quien tuviese necesidad de contar con un ente societario con la mayor urgencia, no
siempre con fines legítimos(248).

Fue entonces que, para agilizar los procedimientos tendientes a obtener una más rápida inscripción registral
de los actos societarios, se apuntó a la necesidad de evitar el doble control de legalidad en materia de
sociedades por acciones, sancionándose en el mes de octubre de 1980, las leyes 22.315 y 22.316, que
modificaron la ley orgánica de la entonces Inspección General de Personas Jurídicas (ley 18.805), y que
otorgaron a la ahora denominada Inspección General de Justicia, entre otras funciones, el control exclusivo
de legalidad de todos los tipos sociales, absorbiendo en consecuencia las tareas que en ese sentido ejercía el
Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro.

Con otras palabras: la ley 22.316 de 1980 puso al Registro Público de Comercio en manos de la Inspección
General de Justicia, volviendo aquel a sede administrativa. Dicha ley se orientó en el mismo sentido que la
ley 9118, de la Provincia de Buenos Aires, que centralizó en la Dirección de Personas Jurídicas de dicha
provincia, el control de legalidad en materia societaria.
§ 3. ¿Control administrativo o judicial de los contratos de sociedades mercantiles?

Mucho se escribió por entonces, allá por los años 1979 y 1980, cuando se trasladó el control de legalidad de
los actos societarios de la órbita judicial a sede administrativa. Para algunos, entre quienes me contaba por
aquel entonces, junto con autores como Vítolo, Favier Dubois (h), Oscar Cesaretti y otros, cuestionamos los
fundamentos esgrimidos para eliminar el control de legalidad por parte del poder judicial, que a nuestro
juicio no resultaban convincentes, por cuanto éste ofrecía mayor garantía de competencia técnica,
argumentando que un juez especializado en lo comercial y en particular en lo registral era más idóneo que
un funcionario administrativo, ofreciendo, a título de ejemplo, todo lo relacionado con los arts. 119 y 123 de
la ley 19.550, el primero de los cuales se refiere a las sociedades constituidas en el extranjero bajo un tipo
desconocido por las leyes de nuestro país, y el segundo a sociedades extranjeras que constituyen en este
filiales o sucursales. Pensábamos, en torno a estas cuestiones, que las sociedades constituidas en el exterior
deben acreditar ante el juez de Registro (conforme a los términos de la Ley de Sociedades) que se han
constituido de acuerdo con la ley de su origen y el magistrado ordenar entonces la inscripción en el Registro
Público de Comercio de los contratos y demás documentos de la firma extranjera, lo cual era susceptible de
promover complejas cuestiones de derecho internacional privado, que resultaba preferible estén en manos
del Poder Judicial.

Por otro lado, sostuvimos que el régimen judicial impide la existencia de interferencias de carácter político
en la decisión registral, en virtud de la inamovilidad de los magistrados y su autonomía de juzgamiento, por
no estar sujetos a órdenes ni instrucciones de ningún tipo, aun de tribunales superiores. Los funcionarios del
Poder Ejecutivo, por el contrario, no se encuentran sujetos a esa libertad y deben responder a la orientación
de la política implementada por el referido poder.

Del mismo modo, estábamos convencidos que el control de legalidad ejercido por el juez de Registro
constituía por otro lado, una actividad de carácter jurisdiccional; sus pronunciamientos se realizan a través
del examen de normas de fondo y forma. La adopción de un sistema reglamentarista —ley 19.550— donde
la ley fija requisitos que, cumplidos y verificados, otorgan la personalidad jurídica al ente, hace necesario que
el cumplimiento de los mismos y la observancia de la ley sean examinados por el Poder Judicial. No debe
olvidarse que la ley 19.550otorga a la registración del contrato de sociedad carácter constitutivo, el cual crea
un status nuevo respecto de la persona jurídica, equiparable a las sentencias de adopción y ciudadanía, que
crean una situación nueva de carácter jurídico respecto de la persona física. Por ello, la importancia y
complejidad de esas cuestiones, unidas a la intensidad de los efectos de la resolución, hacen necesaria la
actuación de un juez.

Pero lo cierto es que, pese a las críticas efectuadas(249), el Registro Público de Comercio fue efectivamente
trasladado a la órbita del Ministerio de Justicia en el año 1980, y justo es reconocerlo, la Inspección General
de Justicia ha cumplido sin fisuras ni reproches el rol asignado al registrador mercantil por el art.
34 del Código de Comercio, aunque debe advertirse que la ley 22.316, que así lo dispuso, no tuvo alcance
federal, por lo que algunas provincias de la República Argentina aún mantienen al Registro Público de
Comercio dentro de la órbita judicial, a cargo de un Juez de Registro, llegándose al extremo, como sucede en
algunas Provincias, que existe una sola autoridad de control y Juzgados de Registro en cada jurisdicción
judicial en que se divide la provincia, lo cual impide la necesaria unificación de criterios en materia de
control de legalidad y policía del tráfico mercantil.

Por otro lado, las facultades con que cuenta la Inspección General de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires,
regida por la ley 22.315, permite ejercer dichas funciones con mayor idoneidad, en tanto cuenta con un
cuerpo de inspectores especializados que permiten investigar con total idoneidad las denuncias formuladas
por los interesados, así como formular ante el Poder Judicial, autoridades administrativas o policiales, las
correspondientes denuncias, cuando los hechos en que conociera pudieran dar lugar al ejercicio de la acción
pública. Del mismo modo, y al ejercer el control de legalidad y el poder de policía sobre el tráfico mercantil,
puede declarar irregulares e ineficaces a los efectos administrativos los actos sometidos a su fiscalización,
cuando sean contrarios a la ley, el estatuto o los reglamentos (art. 6ºley 22.315), lo cual supone el ejercicio
de facultades mucho más amplias de las que tenía el Juez de Registro, el cual solo podía denegar la
inscripción de un determinado acto societario, en ejercicio de su control de legalidad.

Finalmente, y creo que esto es definitivo para sostener la conveniencia de mantener el control societario en
manos administrativas, que dicho Organismo se encuentra facultado a dictar los reglamentos que estime
adecuados y a proponer al Poder Ejecutivo Nacional, a través del Ministerio de Justicia de la Nación, la
sanción de las normas que, por su naturaleza, excedan sus facultades (art. 11 inc. c] de la ley 22.315) y ello a
diferencia del Juez de Registro, para quien, como magistrado de la Nación, regía, hasta su derogación por
la ley 26.994, lo dispuesto por el art. III del Código de Comercio, conforme al cual se prohíbe a los jueces
expedir disposiciones generales o reglamentarias, debiendo limitarse siempre al caso especial de que
conocen.

§ 4. La constitución de sociedades por instrumento privado. La certificación de firmas

Dispone el art. 5º de la ley 19.550 que, cuando el contrato constitutivo de la sociedad se hubiese redactado
por instrumento privado —lo cual es admisible para todos los tipos societarios menos para las sociedades
por acciones— la registración se efectuará previa ratificación de los otorgantes ante el juez que la disponga
o las firmas de los mismos haya sido autenticada por escribano público u otro funcionario competente.

Ha dicho la jurisprudencia sobre el particular que no cabe exigir la ratificación previa de los otorgantes ante
el encargado del Registro, por más que los signatarios del instrumento lo hubiesen firmado en forma
sucesiva y así resulta de las actuaciones notariales(250).

El problema que plantea la necesidad de ratificar las firmas del acto constitutivo de la sociedad ante el
encargado del Registro Público de Comercio, cuando aquellas no fueron certificadas por escribano público,
radica en las consecuencias que implica la negativa de uno de los otorgantes a comparecer a tales fines.

La Inspección General de Justicia, en un antiguo precedente, ha entendido que ella carece de facultades para
citar a los signatarios de un instrumento a inscribir registralmente para que reconozcan sus firmas, bajo
apercibimiento de tenerlas por válidas(251), lo cual me parece criterio equivocado, pues si la jurisprudencia
ha reiterado que la oposición prevista por el art. 6º segundo párrafo de la ley 19.550 debe ser
necesariamente fundada, mal podría constituir un obstáculo para la inscripción del acto la mera
incomparencia de cualquiera de los otorgantes del mismo. Por el contrario, y entendiendo como excepcional
el derecho de arrepentimiento previsto por el art. 6º segundo párrafo de la ley 19.550, estimo procedente el
apercibimiento de inscribir el contrato en caso de silencio por parte del otorgante remiso.

Roitman ha manifestado su desacuerdo con mi orientación, entendiendo que ante la oposición de un socio
para ratificar su firma ante la autoridad de control, la cuestión debe resolverse en daños y perjuicios, toda
vez que esa actitud revela una absoluta falta de affectio societatis que impide la inscripción forzada de la
sociedad. No compartimos esta manera de ver las cosas, pues no se trata de una promesa de constituir
sociedad, sino de un contrato firmado por el socio que luego se niega a ratificar su firma ante el organismo
de inscripción. Es obvio que mal puede invocar falta de affectio societatis quien ha firmado el contrato
constitutivo, pues el consentimiento del socio a participar en la sociedad no se presta con la ratificación de la
firma ante un organismo administrativo sino con la signatura al pie del contrato de sociedad. La ratificación
de firmas no consiste en otra cosa que un dispositivo de seguridad que ha sido establecido para asegurar la
veracidad de los documentos inscriptos en el Registro Público, pero no una "ratificación" del consentimiento
de quienes suscribieron el mismo.

§ 5. Inscripción de reglamentos

Los reglamentos que complementan el contrato de sociedad comercial deben también ser inscriptos en el
Registro Público de Comercio (art. 5º primer párrafo de la ley 19.550). Se trata, el reglamento, de un
instrumento destinado a regir el funcionamiento de los órganos sociales o los derechos de los socios en
aquellos aspectos no previstos por la ley ni en el acto constitutivo(252).

Si bien la existencia de un reglamento no es práctica corriente, ellos suelen existir en caso de sociedades de
componentes, dedicadas a la explotación de transporte automotor urbano, de gastronómicos, centros
comerciales y clubes de campo, donde por lo general se reglamenta de una manera minuciosa el pago de las
expensas comunes por parte de los socios.
Los efectos de la ausencia de registración del reglamento depende de la oportunidad en que dicho
documento es presentado a su toma de razón. Si no se acompaña con el contrato constitutivo o estatuto, a
pesar de que éste hace referencia a la existencia de un reglamento, sus cláusulas no serán oponibles ni
siquiera entre los socios (art. 7º de la ley 19.550). Si por el contrario, la inscripción del reglamento es
posterior, los efectos de la registración del reglamento son similares a las de las inscripciones declarativas,
resultando inaplicables al caso la norma del art. 12 de la ley 19.550, pues el reglamento no implica una
modificación del contrato social, sino la regulación de ciertos aspectos del funcionamiento del ente(253).

§ 6. Inscripción de sucursales

También debe inscribirse el contrato social en todas las jurisdicciones en donde la sociedad instale sucursal,
aunque, a diferencia del derogado régimen, no existe sanción alguna para el caso de que no lo haga. Con
anterioridad a ello, la sanción era la ininvocabilidad frente a terceros, por el factor o gerente, de las
limitaciones a la actuación de éste, dispuestas por el principal, pero la derogación del art. 133 del Código de
Comercio privó de sanción a la omisión de inscribir la sociedad en la jurisdicción donde instale sucursal.

¿Cuál sería entonces la consecuencia lógica de esa omisión? Entiendo que, sin configurar esa actuación una
modificación del contrato social, debe primar el principio general previsto por el art. 12 de la ley 19.550, y
los terceros, quienes se han vinculado con los responsables de la sucursal, podrán invocar la existencia de la
misma para exigirle a la casa matriz el cumplimiento de sus obligaciones en esa jurisdicción. Esta
interpretación puede derivarse incluso de lo dispuesto por el art. 152 del Código Procesal Civil y Comercial
de la Nación, en cuanto prescribe la persona jurídica que posee muchos establecimientos o sucursales, tiene
su domicilio especial en el lugar de dichos establecimientos, solo para la ejecución de las obligaciones
contraídas, sin referirse, dicha norma, a la inscripción local de esas sucursales.

Bueno es recordar que el art. 5º de la ley 19.550 se refiere a la instalación de sucursales por parte de las
sociedades constituidas en el país, pero no rige para aquellas sucursales instaladas por compañías
extranjeras, que se encuentran regidas por los arts. 118 a 122 y 124 del ordenamiento societario, el primero
del cual requiere la inscripción de las sucursales en el Registro Público de Comercio, pero si la sociedad
extranjera decide instalarse no solo en el lugar donde obtuvo su matriculación, sino también instalar otras
sucursales en distintos lugares de la República Argentina, entonces el cumplimiento de lo dispuesto por
el art. 5º de la ley 19.550 resulta también insoslayable.

Finalmente, y siempre en torno a la modificación efectuada en el art. 5º de la ley 19.550, adherimos al


último párrafo del mismo, en cuanto a la necesidad de que las sociedades deben hacer constar en la
documentación que de ellas emanen (facturas, notas de crédito y débito, recibos etc.), la dirección de su
sede y los datos que identifiquen su inscripción en el Registro, pues ello contribuirá a la correcta aplicación
de la solución prevista en el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, con lo cual la sociedad deudora colaborará con su
acreedor para que cualquier notificación que a ella se le curse, tanto judicial como extrajudicial, tenga
efectos vinculantes para la misma y si la sociedad no cumple con este nuevo requerimiento, mal podrá
alegar que el tercero conocía la nueva sede social no inscripta a los fines de enervar la aplicación del art. 11
inc. 2º de la ley 19.550.

ART. 6º.—

Plazos para la inscripción. Toma de razón. Dentro de los veinte días del acto constitutivo, éste se presentará
al Registro Público para su inscripción, o en su caso, a la autoridad de contralor. El plazo para completar el
trámite será de treinta días adicionales, quedando prorrogado cuando resulte excedido por el normal
cumplimiento de los procedimientos.

Inscripción tardía. La inscripción solicitada tardíamente o vencido el plazo complementario, solo se dispone
si no media oposición de parte interesada.
Autorizados para la inscripción. Si no hubiera mandatarios especiales para realizar los trámites de
constitución, se enciente que los representantes de la sociedad, designados en el acto constitutivo, se
encuentran autorizados para realizarlos. En su defecto, cualquier socio puede instarla a expensas de la
sociedad.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 4º, 5º, 7º, 10, 14, 167; Resolución General de Justicia nº 7/2015, arts. 35, 39,59
y 80. LSC Uruguay: arts. 7º, 8º, 9º.

§ 1. Facultades del registrador ante la presentación de un documento para su inscripción en el Registro


Público de Comercio

La redacción por la ley 26.994 del art. 6º de la ley 19.550 es muy diferente a la original, que solo disponía
que, refiriéndose a la inscripción del acto constitutivo de la sociedad en el registro mercantil, disponía
que "El juez debe comprobar el cumplimiento de todos los requisitos legales y fiscales. En su caso, dispondrá
la toma de razón y la previa publicación que corresponda".

La modificación efectuada al art. 6º de la ley 19.550, no podía ser peor, pues además de sus propios
desaciertos, contraría la finalidad de la reforma efectuada, que solo respondía a la necesidad de adecuar la
ley de sociedades comerciales a las nuevas disposiciones del Código Civil y Comercial de la Nación.

Nuestro régimen societario registral está basado fundamentalmente en el control de legalidad a cargo de un
organismo especializado, que durante un tiempo fue —en la Ciudad de Buenos Aires (1958-1980) y en
algunas provincias— un Juzgado en lo Comercial de Registro —y en otras jurisdicciones un juzgado civil y
comercial ordinario o una autoridad administrativa especialmente dedicada al control y registración de los
documentos societarios—.

En la actualidad, debe entenderse que, cuando la ley 19.550 se refiere al juez de Registro o juez de la
inscripción, debe entenderse referido, en la Capital Federal, a la Inspección General de Justicia por aplicación
de las leyes 22.315 y 22.316, sancionadas en el año 1980, esto es, con posterioridad a la vigencia de aquella
normativa societaria, que data el año 1972.

El control de legalidad de los documentos que la ley 19.550 impuso como de registración obligatoria, fue
clásica en nuestro derecho, y proviene del art. 40 del Código de Comercio de 1857/62, que disponía que "En
cada Tribunal de Comercio Ordinario, habrá un registro público de comercio, a cargo del respectivo
secretario, que será responsable de la exactitud y legalidad de sus asientos". Esta norma fue textualmente
reproducida por el art. 34 del mismo ordenamiento legal, conforme texto elaborado por la reforma de 1889,
y el legislador societario de 1972 se preocupó muy bien de mantener el control de legalidad, que lo consagró
no solo en el art. 6º sino también en el art. 167.

¿Cuál es entonces el alcance del registrador en sus facultades de control? Fontanarrosa(254)entiende


por exactitud el control que debe realizarse en el sentido de que las inscripciones en los libros
correspondientes coincida con los datos de los documentos presentados a tal efecto, y si se tratare de
copias, que sean fieles a sus originales.

Más difícil de señalar, sin embargo, es el alcance del control de legalidad de las inscripciones, o dicho de otro
modo, determinar el alcance de las facultades del registrador para rechazar la inscripción de los documentos
que a tal efecto se solicitan, cuando entienda que los mismos colisionan determinada normativa del
ordenamiento legal.

La cuestión tomó importancia a raíz de un fallo dictado por la Cámara de Apelaciones en lo Comercial de la
Capital, del 20 de mayo de 1950 en los autos "Jablonsky SRL"(255), donde se decidió que: a) la inscripción en
el Registro Público tiene como efecto la publicidad material del acto inscripto, a fin de regular sus
consecuencias ante los terceros; b) la misma no importa una valoración jurídica sobre la validez o
legitimidad, materia sobre la que corresponde pronunciarse en la oportunidad que se suscite una contienda
al respecto.
En forma unánime se pronunció la doctrina en contra de este criterio, pues se ha sostenido que el encargado
del Registro Público de Comercio debe ejercer el control de legalidad que el Código de Comercio le otorga y
en virtud de ello debe oponerse a la inscripción de cualquier documento manifiestamente nulo(256). El
control de legalidad consiste, en consecuencia, en un examen exhaustivo que debe hacerse del documento a
inscribir, y determinar si se ajusta a los requisitos legales prescriptos para cada caso, supuestos en que la
toma de razón resulta procedente. Registrado el mismo, goza de una presunción de validez, que puede ser
desvirtuada por prueba en contrario, pues como se afirmó, nuestra Ley de Sociedades no acepta el efecto
saneatorio o convalidante de las inscripciones (art. 17 de la ley 19.550).

De acuerdo con el sistema previsto por la ley 19.550, hasta la sanción de la ley 26.994, efectuado el control
de legalidad y previo cumplimiento de otros requisitos de acuerdo con el tipo de sociedad de que se trata
(arts. 10, 149, 167), la autoridad de control ordenará la inscripción definitiva y sólo a partir de allí la sociedad
se considerará regularmente constituida (art. 7º) y su contrato plenamente oponible a terceros.

La reforma del art. 6º por la ley 26.994 alteró este centenario criterio, que había sido defendido
unánimemente por la doctrina y ratificado por la jurisprudencia, aunque mantuvo el control de legalidad
para las sociedades por acciones, previsto en el art. 167 de la ley 19.550, que no fue objeto de reforma
alguna.

Ya nos explayaremos sobre esta reforma, pero por ahora basta destacar la enorme incongruencia que
implica eliminar el control de legalidad respecto de la inscripción de las sociedades de personas y de
responsabilidad limitada y mantenerlo para las sociedades anónimas y en comandita por acciones (art. 316
de la LGS), pues la trascendencia de los efectos de dicho control es idéntico para todas las sociedades, sin
distinción de tipos.

Es pues necesario, para entender la problemática de la registración societaria, ahondar en el concepto del
control de legalidad, a lo cual nos abocaremos seguidamente.

1.1. Alcance del control de legalidad a cargo del registrador mercantil

Aclarado ello y a diferencia de lo que a muchos sectores interesados en el tema pretenden, el Registro
Público de Comercio no es ni nunca ha sido un mero archivo de documentos, donde solo se pueden dirigir
los interesados a los fines de consultar su contenido. Conscientes de la verdadera importancia que tiene la
inscripción obligatoria de documentos, en tanto ella hace al bienestar del comercio y al desenvolvimiento de
las relaciones comerciales(257), los legisladores mercantiles, desde la sanción del original Código de
Comercio, en el año 1862, hasta el dictado de la ley 22.315, en el año 1980, que reglamenta el
funcionamiento y detalla las funciones de la Inspección General de Justicia, han otorgado al encargado del
registro o registrador mercantil, el control de legalidad de cada uno de los documentos cuya inscripción
requiere la ley.

Así, el art. 34 del Código de Comercio, que reproducía el texto del art. 40 del original ordenamiento
mercantil, disponía que el encargado del Registro Público de Comercio será responsable "de la exactitud y
legalidad de sus asientos". Del mismo modo, y en épocas en que el Registro Público de Comercio se
encontraba, en la Capital Federal, en manos de un Juzgado de Registro, el art. 6º de la ley
19.550, sancionada en el año 1972, prescribía que al serle solicitada al Juez de Registro la inscripción de un
documento emanado de una sociedad comercial, este magistrado debía comprobar el cumplimiento de
todos los requisitos legales y fiscales antes de proceder a su inscripción en el registro mercantil, ratificando
esta conclusión el art. 167 primer párrafo de dicha ley ratifica lo expuesto cuando prevé que el contrato
constitutivo de toda sociedad anónima debía ser presentado a la autoridad de control para verificar "el
cumplimiento de los requisitos legales y fiscales".

Finalmente, la ley 22.315, denominada "Ley Orgánica de la Inspección General de Justicia", que no fue


derogada por la ley 26.994, ratificó una vez más que las funciones del encargado del Registro Público de
Comercio trasciende la mera registración de los documentos cuya toma de razón disponía la ley,
imponiéndole a dicho organismo un severo régimen de control fundamentalmente en lo referido a
sociedades por acciones y sociedades constituidas en el extranjero (arts. 6º y 7º).
De manera pues que el legislador mercantil argentino, desde siempre, ha pretendido que las funciones
otorgadas al registrador mercantil trasciendan del mero archivo de documentos, obligándolo a efectuar un
detenido y minucioso control de legalidad de los documentos que deben ser inscriptos en el Registro Público
de Comercio y según nuestra manera de ver las cosas, mas allá de la redacción del actual art. 6º de la ley
19.550,ese control de legalidad no se encuentra derogado, opinión que fundaremos más adelante.

El quid del problema radica en definir los alcances del este control de legalidad, pues si todos los
legisladores, desde el año 1857 han coincidido en otorgar esta obligación al encargado del Registro Público
de Comercio, ello debe necesariamente repercutir de alguna manera en los efectos que tal control supone
para el documento inscripto. La respuesta a esta cuestión ha sido brindada por la jurisprudencia,
resolviéndose con todo fundamento que, habiéndose ordenado y hecho efectiva la inscripción de un
contrato social que requiere el examen previo de su procedencia, ello importa una presunción iuris tantum
de su legalidad(258).

Definido entonces cual es la consecuencia que, sobre el documento inscripto, otorga el control de legalidad
efectuado por el registrador mercantil, debemos abocarnos al problema del alcance de este control y
concretamente, si el encargado del Registro Público de Comercio —hoy Registro Público— debe limitarse al
contenido del documento o debe incursionar en el negocio sustancial que, en forma total o parcial se ha
reflejado en dicho instrumento.

El alcance del control de legalidad que le corresponde al registrador mercantil ha sido objeto de importantes
debates en la doctrina nacional y ha merecido fallos contradictorios por parte de nuestra jurisprudencia.
Quienes insisten en el carácter burocrático de la registración mercantil, obviamente disminuyen al mínimo
posible las facultades del encargado del Registro Público de Comercio, quien solo tendría facultades de
recibir el documento, clasificarlo y ponerlo a disposición de los interesados, para su mera consulta. Una
segunda doctrina, elaborada fundamentalmente por sectores notariales, aunque en el derecho mercantil ha
sido receptada por autores de la talla de Fontanarrosa(259), entienden que la labor del registrador mercantil
es similar al de su par inmobiliario, esto es, una función denominada calificadora, que entiende por
"calificación" al análisis de la regularidad formal del documento sometido a inscripción. Finalmente, una
tercera corriente de opinión que puede considerarse mayoritaria, insiste en que el encargado del Registro
Público de Comercio está investido de las más amplias facultades de control de legalidad sustancial, es decir,
no debe limitarse al análisis formal del documento sino que puede y debe analizar la legalidad del negocio
en sí mismo, más allá de las formas documentales exteriores(260).

A nuestro juicio, el control de legalidad que tiene a su cargo el registrador mercantil no puede ser sino
amplio y profundo, excediendo las constancias del documento inscribible para adentrarse al negocio
fundamental que le da origen, pues no puede arribarse a otra conclusión si partimos de la idea que la
finalidad de dicho control es evitar la promoción de futuros litigios que pueden ser evitados mediante un
minucioso examen de acto a inscribirse(261). Tal es, a mi juicio, la labor más trascendente que el legislador
ha puesto en manos del registrador mercantil.

Los ejemplos sobran para concluir como inaceptable cualquier interpretación que pretenda restringir los
alcances de las facultades del registrador mercantil y así, de no entender como comprensivo del control de
legalidad el examen del negocio o acto registrable, sino solo limitado al examen del documento que se
presenta a su toma de razón, el encargado del Registro Público de Comercio debería inscribir sin más
cualquier sociedad manifiestamente infracapitalizada, o también a las denominadas "sociedades de
cómodo", donde un socio o accionista es titular del 99,9999 % del capital social de la compañía, lo cual
implica flagrante violación al régimen de amplia responsabilidad prevista por el ordenamiento comercial
para el comerciante individual, disfrazado de socio. Del mismo modo, de no adherir a la tesis amplia a la cual
venimos haciendo referencia, el encargado del registro mercantil no debería objetar la inscripción de un
aumento del capital social donde no se ha acreditado el cabal cumplimiento del procedimiento previsto por
el art. 194 de la ley 19.550, violándose de esa manera el derecho inderogable de los socios a conservar
inalterada su participación societaria.

Del mismo modo, si el control de legalidad solo comprendiera el análisis formal del documento, el art.
124 de la ley 19.550, que impone al registrador mercantil encuadrar la actuación de la sociedad extranjera
en la República Argentina se convertiría en una disposición carente de toda aplicación práctica, pues no es
desconocido para nadie el carácter vago y formulario que tienen los estatutos de sociedades constituidas en
los denominados paraísos fiscales.
Finalmente, si no se entiende comprensivo del control de legalidad al análisis sustancial del acto societario
que da origen al documento inscribible, la Inspección General de Justicia, en su papel de registrador
mercantil, no podría cuestionar la validez de la participación de algún asistente a un acto asambleario que no
tuviera capacidad o legitimación para hacerlo, lo que viene sucediendo sin solución de continuidad desde el
año 1972, observando asambleas de sociedades nacionales controladas por compañías extranjeras que
nunca cumplieron con lo dispuesto por el art. 123 de la ley 19.550.

Podría pues afirmarse incluso que la facultad que goza la Inspección General de Justicia de declarar
ineficaces e irregulares a los fines administrativos los actos sometidos a su fiscalización, de conformidad con
lo dispuesto por el art. 6º inc. f) de la ley 22.315, solo se justifica si la autoridad de control puede y debe
analizar la legalidad sustancial del negocio en sí mismo, más allá de las formas documentales exteriores.

En definitiva, asimilar al Registro Público a un mero buzón o restringir el control de legalidad al análisis del
documento equivale, a nuestro juicio, a convalidar de alguna manera el triunfo de la trampa, que es lo que
sucede cuando se da preeminencia a las formas por sobre el fondo. La denominada interpretación
calificadora del registrador mercantil, esto es, limitada al análisis de la regularidad formal del documento a
inscribir, resulta incompatible con la naturaleza de las funciones del encargado del Registro Público de
Comercio y solo se justifica con otros registros, en los cuales el documento que se presenta para su
inscripción solo atañe a un negocio particular de las partes y no trasciende a terceros, como, por el
contrario, sucede con las sociedades, que constituyen sujetos de derecho independiente de sus socios, que
han sido creados para intervenir en el tráfico comercial y vincularse con terceros y que, por lo general,
excede la vida de sus fundadores.

1.2. Interpretación del alcance del control de legalidad por parte de la jurisprudencia

¿Qué ha dicho la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles sobre el alcance del control de legalidad
del registrador mercantil?

Desde siempre, y salvo algún fallo aislado que adhirió al criterio del "registro buzón", dictado hace más de
cincuenta años y que mereciera la aguda crítica de Isaac Halperin(262), y algunos otros, que respaldaron la
interpretación calificadora del registrador mercantil(263), la jurisprudencia de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial ratificó la orientación que predicamos. Valgan los siguientes ejemplos para
ilustrar lo expuesto:

a) En el caso "Maco Sociedad de Responsabilidad Limitada s/ contrato", la sala A de la Cámara Nacional de


Apelaciones en lo Comercial, en fecha 28 de noviembre de 1980, resolvió que los poderes jurisdiccionales
para requerir la adecuación entre el capital y el objeto social se encuentran configurados dentro del control
de legalidad que debe efectuar el juez de registro. Idéntico criterio fue expuesto por la Sra. Fiscal ante la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, Dra. Alejandra Gils Carbó en los autos "F2 Biz Sociedad de
Responsabilidad Limitada s/ inscripción", resuelto por la sala C de dicho tribunal, en fecha 5 de agosto de
2005(264).

b) En el caso "Fracchia Raymond Sociedad de Responsabilidad Limitada", la sala E de la Cámara Nacional de


Apelaciones en lo Comercial sostuvo, en la resolución pronunciada el 3 de mayo de 2005, que el Inspector
General de Justicia ejerció su deber de efectuar el control de legalidad con fundamento en la ley vigente,
cuando el rechazo de la inscripción se fundó en la falta de cumplimiento del recaudo de la pluralidad de
socios. Se sostuvo en dicho pronunciamiento, que el temperamento adoptado, en el sentido de considerar
que no existe pluralidad sustancial de socios si la participación social de uno de ellos es insignificante,
constituye una interpretación de la ley aplicable que no cabe tachar de irrazonable, debiendo recordarse
que la "insignificancia" ha sido estimada en reiteradas ocasiones por los tribunales para privar a un acto de
sus efectos o consecuencias jurídicas.

c) En el caso "Inspección General de Justicia c/ Price Waterhouse", resuelto por la sala E de la Cámara


Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fecha 28 de abril de 2000, el tribunal interviniente entendió
como comprensivo del control de legalidad a cargo del registrador mercantil —la Inspección General de
Justicia— las observaciones efectuadas por este Organismo a un estatuto de una sociedad anónima
constituida por profesionales de ciencias económicas para el ejercicio, entre otras actividades, de la
abogacía.

d) En el caso "Casa Tresorras Sociedad Colectiva", en fecha 8 de mayo de 1978, el por entonces Juez de
Registro de la Capital Federal, haciendo aplicación del principio de la intangibilidad del capital social se ha
rechazado, como parte del control de legalidad efectuado por el juez de Registro o autoridad de control,
cláusulas que autorizan a los socios a efectuar retiros a cuenta con imputación a cuentas particulares, en el
entendimiento de que, al permitir la distribución de beneficios sin la existencia de ganancias realizadas y
líquidas, se afecta el principio expuesto, por aplicación de lo dispuesto en el art. 68 de la ley 19.550.

e) Finalmente, y sin pretender agotar el enorme arsenal que acredita la adhesión de nuestra jurisprudencia
al carácter amplio del control de legalidad que el Código de Comercio y la ley 19.550 otorga al registrador
mercantil, no puede soslayarse la doctrina sentada en el caso "Macoa Sociedad Anónima y otras", dictado
por la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, de fecha 21 de mayo de 1979 donde se
admitió la facultad del Organismo de Control para rechazar la conformidad administrativa a diversas
sociedades constituidas por las mismas personas y con el mismo objeto, a los fines de ser "tenidas en
cartera" para venderse su estructura con posterioridad. En dicho precedente, de enorme repercusión en su
momento, de colocó al control de legalidad a cargo del registrador mercantil en su verdadera dimensión,
sosteniéndose textualmente que "En el ejercicio del control de fiscalización externo del procedimiento de
constitución de la sociedad anónima, como de la misma manera durante su funcionamiento, el órgano de
control no es un mero receptor de declaraciones de las que pasivamente se limita a tomar nota o
conocimiento, pues aún en el mero marco inherente a la calificación de legalidad interna, se manifiestan
inequívocas las atribuciones de comprobación que deben reputarse implícitas para tal efecto o que la ley ha
hecho explícitas en su normativa".

1.3. Críticas al control de legalidad. Los estatutos tipo y la precalificación profesional

No obstante la importancia que los legisladores de 1972 otorgaron al control de legalidad por parte de quien
tenía a su cargo el Registro Público de Comercio, el cual fue ratificado expresamente por la ley 22.315,
motivos de índole eminentemente práctica, como la morosidad del organismo a cargo de esas funciones,
alentaron una importante corriente doctrinaria que ha cuestionado el fundamento mismo de ese control de
legalidad.

El funcionamiento de la Inspección General de Justicia, que desde el año 1980, por imperio de la ley 22.315
se hizo cargo del Registro Público de Comercio, en reemplazo del Juzgado de Registro, no escapó a las
críticas generales que merecieron todas las reparticiones oficiales, y se faltaría a la verdad si se desconociera
la excesiva lentitud en la tramitación de los actos inscriptorios, que afectaban el desenvolvimiento del
comercio. Fruto de esas demoras y en la búsqueda de celeridad, la misma Inspección General de Justicia
sancionó estatutos modelos, continentes de cláusulas uniformes, y optativo para los interesados, quienes
obtenían la inscripción de la sociedad en un plazo más breve al requerido cuando se trataba de un estatuto
no uniforme.

Con la misma idea, en el año 1985 se celebraron entre los Colegios Profesionales de la Capital Federal y el
Ministerio de Justicia, del cual depende la Inspección General de Justicia, los denominados "Convenios de
Cooperación Profesional y Financiera", que pusieron en manos de los profesionales intervinientes
(abogados, escribanos y/o contadores) el control de legalidad de los documentos cuya inscripción en el
Registro de Comercio resultan obligatorios, convenios que rigen actualmente en el ámbito de la Ciudad de
Buenos Aires.

Estas soluciones, obviamente parciales, cumplieron en cierto sentido su objetivo, obteniéndose la inscripción
en términos más breves, olvidando sin embargo los peligros que suponen reemplazar el control de legalidad
en manos de un organismo independientemente y altamente especializado por el de quien ha sido el
profesional que ha redactado el estatuto o el acto societario sujeto a registración. Poner en manos del
profesional actuante el control de legalidad del mismo, es perder de vista el concepto mismo de control, que
es, por propia definición, una labor que deben realizar terceros ajenos a quienes han redactado el acto.
Esta cuestionable alternativa fue incluso admitida por el Proyecto de Unificación de la Legislación Civil y
Comercial y posteriormente por el Proyecto de Reformas a la Ley de Sociedades Comerciales, remitido por el
Poder Ejecutivo Nacional al Congreso de la Nación el 26 de septiembre de 1991, ninguno de los cuales
mereció —afortunadamente— sanción legislativa, y cuyas soluciones merecieron oportunamente severas
críticas por parte de la doctrina nacional(265), basadas, en lo fundamental, en la incorporación a dichos
cuerpos legales de instituciones ajenas a nuestra tradición jurídica.

El cumplimiento del control de legalidad del acto inscriptorio no implica, como se sostuvo en el Proyecto de
Reformas a la ley de Sociedades Comerciales de 1991, la verificación de "ciertas formalidades" o "la revisión
del contenido de ciertos actos y documentos", como se dijo en dicho Proyecto, sumamente influenciado por
la tendencia, por entonces en boga, de suprimir cuanto organismo estatal existiera, lo que llevó, como triste
es reconocerlo, al desguace del Estado y a una disminución peligrosísima en el cumplimiento de sus
funciones específicas. Por el contrario, el control de legalidad supone el ajuste del acto societario a inscribir
a las disposiciones de la ley 19.550, y la nutrida jurisprudencia administrativa y judicial pronunciada en
oportunidad de ejercer el control de legalidad, ilustra acabadamente sobre la utilidad de esa fiscalización.

Tampoco puedo coincidir con que el control de legalidad, a cargo de un organismo independiente e
imparcial, pueda ser suplido con las responsabilidades que el proyecto mencionado pone a cargo del
escribano o abogado de la matrícula por el contenido de los actos que se registran, toda vez que:

a) No puede caerse en la ingenuidad de pensar que todos nuestros profesionales en derecho se encuentren
capacitados para llevar a cabo ese control(266), que supone el conocimiento de una nutrida y permanente
jurisprudencia administrativa y judicial elaborada por el organismo de control desde antiguo.

b) Resulta siempre preferible evitar de antemano la proliferación de conflictos, que se pueden eludir a través
del control de legalidad, y no reemplazar esta tarea preventiva por supuestas responsabilidades, para cuya
exigencia y satisfacción es menester largos años de pleito.

c) Fundamentalmente, por cuanto poner el control de legalidad en manos del profesional que ha redactado
el acto registrable, hace perder a la efectiva inscripción del mismo la presunción de legalidad que esa
registración otorga, lo cual sólo era posible sostener, si el aludido control estaba en manos de un organismo
especializado e imparcial.

Bien es cierto que el control de legalidad por el profesional interviniente en el procedimiento de registración
y la emisión de su correspondiente "dictamen precalificatorio", no es vinculante para la autoridad de
control, la cual cuenta con un Departamento de Inspectores de Justicia a fines de reexaminar el documento
sometido a registración, pero la perentoriedad de los brevísimos plazos a los cuales está sometido el trámite
de inscripción, muchas veces conspira contra la finalidad que inspiró el requerimiento del control de
legalidad por el Código de Comercio y las leyes 19.550 y 22.315.

Debemos recordar siempre las siempre vigentes palabras de Halperin(267), cuando sostenía, en defensa del
control de legalidad, que este constituía un medio eficaz para la ejecución de las tareas que le incumben al
Registro, y para llenar las necesidades del comercio, que no pueden dedicar sus esfuerzos —abogados y
tiempo— en el control de esa legalidad cada vez que debe contratar con sociedades. "(...) dejar librado ese
control de legalidad a lo que se decida en los litigios que puedan suscitarse —decía el recordado maestro
— es haber perdido la esencia misma de la institución del Registro Público de Comercio (...)".

Además de ello, apoyan el mantenimiento del control de legalidad las características propias del contrato de
sociedad, que hace nacer un nuevo sujeto de derecho con el mero acuerdo de voluntades, y la normal
extensión que los socios otorgan a su plazo de duración, que trasciende por lo general a la vida de los socios
fundadores, y que obliga a los herederos de los socios, en muchos casos, a ingresar directamente a una
sociedad cuyo contrato no han suscripto.

Como Inspector General de Justicia, cargo que desempeñé entre los años 2003 a 2005, muchos embates
debimos soportar en torno a una excesiva labor de la autoridad de control, tendiente a sincerar nuestras
prácticas societarias, habiendo sido convertida la registración prevista por los arts. 5º, 6º y 167 de la ley
19.550, hasta entonces, en una mera formalidad, en donde no merecían observaciones las sociedades
sustancialmente unipersonales, los objetos sociales interminables, las sociedades totalmente
infracapitalizadas, las asambleas celebradas por sociedades extranjeras no inscriptas o en las cuales el acto
cuya inscripción se requería era decidido con el voto de una fundación o asociación titular del 99 por ciento
o más de la sociedad controlada. Eran las épocas donde se "radicaban" en la Argentina sociedades
extranjeras de los más variopintos paraísos fiscales del planeta, dedicadas a cualquier tipo de
emprendimientos, donde ni siquiera se averiguaba si la sucursal que se pretendía inscribir tenía una casa
matriz en su lugar de origen. Por ello, no extrañó que nuestra labor, por aquellas épocas, fuera definida
como "demasía registral", alzando contra ella la voz los grupos empresariales y profesionales afectados por
nuestra nueva política de transparencia, quienes en lacrimógenos artículos, impregnados de una melancolía
por épocas pasadas, en que el negocio societario fue una escandalosa fiesta y un verdadero triunfo de la
trampa, se agraviaban de una supuesta carencia de facultades del registrador mercantil y una equivocada
interpretación de lo que debía entenderse por el control de legalidad, con total olvido que nuestra manera
de ver las cosas coincidía con toda la doctrina y jurisprudencia elaborada desde mitad del siglo diecinueve y
que —perdóneseme la reiteración— partía de la base de que, mediante dicho control, se protegía el tráfico
mercantil y se evitaba la proliferación de pleitos.

1.4. El principio del tracto registral

Finalmente, reviste también importancia la observancia del tracto registral, como parte del control de
legalidad que venimos estudiando, por cuanto la ley quiere que la publicidad mercantil sea clara, a los fines
de que los terceros conozcan la situación jurídica de la sociedad, claridad que no se logra admitiendo que
falte entre las distintas inscripciones sucesivas, el orden indispensable(268). El principio del tracto sucesivo
que deben llevar los actos y documentos que se inscriben en el Registro Público de Comercio, impone la
necesidad de cumplir con el estricto orden cronológico, y en tal sentido se ha resuelto por la jurisprudencia
que "Siendo que la disolución de la sociedad debe ser inscripta para que surta efectos contra terceros, no es
procedente ordenar la designación de los liquidadores de la sociedad exigida por el art. 102 de la ley 19.550,
si previamente no se ha inscripto la disolución, pues si esta no se reputa conocida por los terceros mientras
que no se inscriba, es inaceptable que deban serlo los actos que necesariamente dependen de ella"(269).

1.5. Análisis de la reforma a los arts. 5º y 6º de la ley 19.550 por la ley 26.994. La supresión parcial del
control de legalidad.

a. La reforma efectuada por la ley 26.994 a la ley 19.550, ahora llamada "Ley General de Sociedades" en
materia de registración societaria, no ha sido acertada y la modificación de los arts. 5º y 6º de dicha ley, es la
mejor prueba de ello.

Nada justificaba la modificación del actual sistema registral societario mediante una reforma que fue
efectuada solo a los efectos de adecuar la ley 19.550 a las nuevas disposiciones del Código Civil y Comercial
de la Nación, y no se advierte sinceramente que la reforma de los arts. 5 y 6 de la ley 19.550 haya
respondido a ese propósito. A lo sumo, si esa era la finalidad de los nuevos legisladores, debería haberse
modificado la referencia al Registro Público de Comercio que nuestra normativa societaria contiene en
numerosas disposiciones legales (arts. 5º, 7º, 8º, 61, 67, 77, 78, 81, 82, 83, 84, 88, 92, 102, 111, 112, 123,
149, 152, 201, 274, 336, 339, 340, 361, 386, 387, etc.), el cual ha sido reemplazado en el Código Civil y
Comercial de la Nación por un "Registro Público", en el que deberán inscribirse a partir de la vigencia del
referido Código, además de los actos emanados de sociedades, aquellos otorgados por otras personas
jurídicas, como las asociaciones civiles y/o fundaciones, que no ejercen el comercio ni persiguen fin de lucro.
Pero además de ello, en el referido "Registro Público" deberán rubricarse los libros de los sujetos previstos
en el art. 320 del Código Civil y Comercial de la Nación, obligación que, a partir del 1º de agosto de 2015, no
será exclusiva de los comerciantes individuales ni colectivos, sino de "cualquier persona", interesada en
llevar una contabilidad legal y gozar de los beneficios que ello supone, la cual deberá requerir al encargado
del "Registro Público", su inscripción y habilitación de sus registros o la rubricación de sus libros.

b. A diferencia de las reformas efectuadas al art. 5º de la ley 19.550, la modificación al texto original del art.
6º ha sido sustancial, pues se ha eliminado la obligación del registrador mercantil de controlar los requisitos
fiscales y legales del acto sometido a inscripción, pues dicha norma, en la redacción prevista por la ley
26.994, solo se limita a establecer plazos para la inscripción de documentos societarios sin imponer
sanciones para el caso de incumplimiento por parte del encargado del Registro Público, siendo conocido por
todos que en la práctica, normas similares han siempre fracasado, lo cual no será de extrañar en tanto dicha
norma prevé una suerte de prórroga permanente en el trámite inscriptorio, cuando las demoras respondan
"al normal cumplimiento de los procedimientos" (art. 6º, primer párrafo, in fine de la ley 19.550), frase que
peca de una vaguedad e imprecisión que llama mucho la atención.

c. Tampoco deja de sorprender la reiteración de la solución prevista por el texto original del art. 5º de la ley
19.550, en lo que se refiere a la inscripción tardía del documento societario, cuya registración ha sido
prevista legalmente y el derecho de oposición de cualquier otorgante del mismo a su toma de razón en el
Registro Público, aunque, claro está, no existe en el nuevo texto del art. 6º la remisión al art. 39 del Código
de Comercio, habida cuenta su derogación por la ley 26.994. Es una verdadera pena que se haya insistido
sobre este tópico, pues la solución consagrada por la referida norma del Código de Comercio carecía, desde
hace ya muchos años, de toda operatividad, toda vez que el art. 5º de la ley 22.315 del año 1980,
denominada "Ley Orgánica de la Inspección General de Justicia" le había otorgado su certificado de
defunción, al eliminar del ámbito registral el conocimiento y decisión de las oposiciones a que se refería el
art. 39 del Código de Comercio, cuestión que quedaba sometida a la competencia judicial(270). Pero además
de ello, el régimen de oposiciones a la registración de determinados actos societarios, por haber
transcurrido el plazo de 15 días desde el otorgamiento del mismo, resultaba totalmente contradictorio con
lo dispuesto por los arts. 251 y 252 de la ley 19.550 en lo que se refiere a la toma de razón de modificaciones
efectuadas al contrato social o estatuto, pues en tanto ellas son decididas siempre por el órgano de gobierno
de la sociedad, las mismas solo pueden ser suspendidos en sus efectos por medida cautelar dictada por el
juez del domicilio de la sociedad en el ámbito de la acción judicial prevista por el art. 251 de la ley 19.550 y
no por una mera oposición al trámite registral correspondiente, cuando dicha reforma estatutaria es
presentada fuera del plazo de 15 días previsto por el art. 39 del Código de Comercio.

d. Reviste gran importancia conforme al texto del nuevo art. 6º de la ley 19.550, le eliminación o supresión
parcial del control de legalidad que, en materia societaria, nuestro ordenamiento legal, desde siempre, puso
a cargo del encargado del Registro Público de Comercio, y mediante esa derogación se pretende lo que ha
sido uno de los mayores anhelos que cierta parte de la doctrina societaria predica desde hace muchos años,
esto es convertir al Registro Público de Comercio —en adelante y a partir del 1º de agosto de 2015, el
Registro Público— en un mero buzón o archivo, en donde el interesado presenta un contrato o un
documento societario que es depositado en dicho organismo sin el menor análisis respecto de su
adecuación a la ley, siendo el único objeto de esa registración la posibilidad de que cualquier tercero pueda
revisar u obtener copia del mismo, pero absolutamente nada más.

Esta manera de ver las cosas, que identifica a las inscripciones societarias con un mero trámite burocrático,
jamás tuvo menor acogimiento en nuestro derecho patrio, más que en algún antiguo y muy criticado
fallo(271)o en alguno de los tantos proyectos de modificación a la ley 19.550 que fueron elaborados en las
últimas décadas. Me refiero concretamente al proyecto de reformas al régimen societario elaborado por el
Poder Ejecutivo Nacional y remitido al Congreso de la Nación en fecha 26 de septiembre de 1991, que
afortunadamente nunca tuvo tratamiento legislativo, mediante el cual se proyectaba reformar parcialmente
las leyes 19.550, 17.811 y 20.091, además de derogar íntegramente las leyes 22.315 (Ley Orgánica de la
Inspección General de Justicia), así como toda la jurisprudencia administrativa elaborada por dicho
Organismo, y la ley 22.169, que asignó a la Comisión Nacional de Valores el control administrativo de las
sociedades por acciones que efectúan oferta pública de sus títulos valores(272).

Paradójicamente, ese curioso proyecto de reformas al ordenamiento societario, que también incorporó a las
sociedades de un solo socio, fue elaborado durante los primeros años de la década del 90 del siglo pasado,
donde soplaban fuertes vientos neoliberales y era políticamente incorrecto estar en contra de la política de
privatizaciones predicada por el gobierno del Presidente Carlos Menem o invocar el concepto de soberanía
nacional para defender las empresas públicas, así como oponerse al ingreso indiscriminado de empresas
extranjeras al país, de más que dudosos antecedentes en el tráfico mercantil internacional y que nada
aportaron en los años sucesivos al desarrollo y crecimiento de la República Argentina, contra las cuales
nuestro país se encuentra litigando actualmente ante "convenientes" tribunales internacionales, de los
cuales no se puede esperar absolutamente nada en lo que hace a la defensa de los intereses nacionales en
juego.

Precisamente, entre las innovaciones que ofrecía aquel proyecto de reformas, se encontraba la supresión el
control de legalidad de los actos societarios por parte del encargado del registro mercantil, pues lo que se
pretendía, de la mano de un conocido especialista en derecho administrativo que integraba la comisión
redactora de aquella normativa de neto corte extranjerizante, era eliminar toda traba al ingreso de capitales
e inversores extranjeros, convirtiendo al Registro Público de Comercio en un mero archivo, a cargo de la
realización de trámites que no debían demorar más de dos o tres días en su conclusión. Poco importaba —se
reitera— la seriedad y la solvencia de esos capitales y de esas compañías foráneas, no siendo casualidad
que, durante esos años —la década del 90 del siglo veinte y los primeros años de la década pasada del
presente siglo XXI— comenzaran a proliferar y campear con todo su esplendor las sociedades off shore —
verdaderas lacras societarias constituidas en fraude a la ley— oriundas de los más remotos lugares del
planeta que merecieron, por esas épocas, la bendición de la clase empresaria argentina, de cierta doctrina
nacional y el pleno reconocimiento de la jurisprudencia mercantil local. No es aventurado sostener que, de
alguna manera, las modificaciones efectuadas por la ley 26.994 al ordenamiento societario argentino
estuvieron inspiradas en aquel frustrado antecedente legislativo de 1991, pues dos de los integrantes de la
Subcomisión dedicada a la adecuación de la ley 19.550 al proyecto del Código Civil y Comercial de la Nación,
habían sido fervorosos críticos de cuanta resolución, tanto particular como general, fuera dictada por la
Inspección General de Justicia entre los años 2003/2006, organismo que, haciendo aplicación concreta del
control de legalidad que le fuera asignado por diversas leyes (arts. 34 del Código de Comercio, arts. 6º y 167
de la ley 19.550 y 5º y 6º de la ley 22.315), intentó poner fin a ciertas viciosas prácticas empresarias, que allá
por los 90', habían tomado carta de ciudadanía (aportes irrevocables indefinidos, retención permanente de
dividendos por el grupo de control, a través de la cuenta de resultados no asignados del patrimonio neto; el
otorgamiento por la sociedad de poderes generales de administración y disposición de los bienes sociales a
favor de terceros; el conferimiento, desde el exterior y por la sociedad extranjera, de autorizaciones a
terceros para participar en actos asamblearios de la sociedad filial argentina, ignorando al representante
local inscripto; la celebración de la "operación acordeón" para eliminar la existencia de accionistas
minoritarios incómodos para el grupo controlante; la eliminación de toda incapacidad de las entidades de
bien público para ser socios o accionistas de sociedades comerciales, etc. etc.).

e. Aclarado ello, y ante la eliminación por la ley 26.994 de la referencia al control de legalidad previsto por el
art. 6º de la ley 19.550 en su versión original, cabría preguntarse si a partir de la modificación efectuada por
la ley 26.994, las facultades del registrador mercantil se limitan al mero archivo y exhibición de los
documentos cuya registración impone la ley, y al respecto, mi respuesta es negativa, por los fundamentos
que serán expuestos de seguido:

En primer lugar, el hecho de haber dejado vigente al art. 167 de la ley 19.550, que textualmente prescribe
que "El contrato constitutivo será presentado a la autoridad de contralor para verificar el cumplimiento de
los requisitos legales y fiscales", permite concluir, en el peor de los casos para el ejercicio del control de
legalidad, que la supresión del mismo se limitó a las sociedades no accionarias —sociedades por parte de
interés y de responsabilidad limitada—, conclusión que sin embargo no es la acertada, porque los
fundamentos del control de legalidad son exactamente iguales para cualquier tipo societario y para
cualquier actuación de la sociedad que el legislador impone normativamente su toma de razón. Ya
volveremos a ello.

Sin perjuicio de ello también es apropiado señalar, en materia de sociedades anónimas, que si bien
conceptualmente se ha ensayado en la doctrina la distinción conceptual entre la registración y la
fiscalización societaria, esa distinción no es concluyente en el texto de la ley 19.550, la cual prevé en su art.
300 que la fiscalización por la autoridad de contralor de las sociedades anónimas no incluidas en el art. 299,
se limitará al contrato constitutivo, sus reformas y variaciones del capital, a los efectos de los arts. 53 y 167,
lo cual supone en todos esos supuestos la verificación del cumplimiento de los requisitos legales y ello es
abarcativo de numerosas reformas estatutarias involucradas o derivadas de diversas decisiones de los
accionistas y no sólo de aquellas que implique la variación del capital social, a la que el texto legal se refiere
por separado. Tal fiscalización se halla entonces vinculada no sólo al funcionamiento de la sociedad sino
también, en concreto, a la registración de sus actos.

El art. 300 de la ley 19.550 supone, como hemos sostenido, el ejercicio efectivo del control de legalidad por
la autoridad de control, a los efectos de la conformidad administrativa(273)previa a la inscripción en el
Registro Público de Comercio a la sazón a cargo del Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial
de Registro que había sido creado por la ley 14.769; conformidad que, para el ámbito de la Ciudad de
Buenos Aires, se subsumió o absorbió en la orden de inscripción de los actos en el Registro Público de
Comercio(274)después que éste fue atribuido a la Inspección General de Justicia por las leyes 22.315 y
22.316, a diferencia del sistema de doble jurisdicción contemplado por el art. 167 de la ley 19.550.

Asimismo el art. 6º inc. f) de la ley 22.315 atribuye expresamente a la Inspección General de Justicia la
facultad de declarar irregulares e ineficaces a los efectos administrativos los actos sometidos a su
fiscalización, cuando sean contrarios a la ley, al estatuto o a los reglamentos, por lo cual, ejerciéndose la
fiscalización, en los casos comprendidos en el art. 300 de la ley 19.550, a los efectos administrativos de la
registración de los mismos que ahora debe cumplir la propia Inspección General de Justicia que ha pasado a
organizar y llevar el Registro Público de Comercio (art. 4º inc. a] de la ley 22.315 y art. 1º de la ley 22.316,
ésta de cumplimiento agotado), resultando clara la subsistencia de la función de control de legalidad y la
facultad de denegar la inscripción de los actos no ajustados a la ley, que en materia de registración es el
significado o consecuencia de la declaración de irregularidad e ineficacia a efectos administrativos(275).

En segundo lugar, el hecho de que se haya derogado el texto original del art. 6º de la ley 19.550 no significa
que el control de legalidad haya sido eliminado de las Secciones 1ª, 2º, 3º y 4º del Capítulo 2 de dicha ley,
que tratan sobre las sociedades colectivas, en comandita simple, de capital e industria y de responsabilidad
limitada, toda vez que lo encontramos expresamente previsto en los arts. 51, 52 y 149 último párrafo, en los
cuales se le otorga competencia al "juez de la inscripción" para resolver las impugnaciones efectuadas por
cualquier socio a la valuación asignada a un aporte en especie. Del mismo modo, cuando el art. 51 segundo
párrafo de dicha ley dispone que "En las sociedades de responsabilidad limitada y en comandita simple, para
los aportes de los socios comanditarios, se indicarán en el contrato los antecedentes justificativos de la
valuación", resulta explícita la referencia al necesario control que el encargado del Registro Público debe
efectuar sobre dichas valuaciones, a los fines de evitar el fraude a terceros, mediante el sencillo recurso de
sobrevaluar los aportes en especie.

Por su parte el art. 61 del mismo ordenamiento legal pone en manos de la autoridad de control o del
Registro Público de Comercio, la autorización necesaria para la sustitución de los libros de comercio por
ordenadores, medios mecánicos o magnéticos u otros, debiendo el interesado incluir, en su presentación
una adecuada descripción del sistema, con dictamen técnico o antecedentes de su utilización, lo cual parece
excluir al encargado del referido registro una mera labor de archivero o depositario de documentos.
Recuérdese al respecto que la jurisprudencia ha puesto a la norma del art. 61 de la ley 19.550 como ejemplo
del ejercicio del control de legalidad a cargo del aludido funcionario, sosteniendo que el control de legalidad
realizado por el encargado de la registración se inscribe dentro de las amplias facultades que caracterizan su
función, en lo que a ese campo respecto, y tal es la conclusión que impone la doctrina de los arts. 34 del
Código de Comercio, 61, 119 y 167 de la ley 19.550, así como en los arts. 5º y 6º de la ley 22.315(276).

En el mismo sentido, resulta impensable la inexistencia del control de legalidad en la inscripción de las
sucursales o filiales de sociedades constituidas en el extranjero por parte del registrador mercantil, pues en
dichas cuestiones están comprometidos principios de soberanía y control, al imponer a las sociedades
extranjeras que pretenden incorporarse a la vida económica de la Nación, su inscripción en el Registro
Público de Comercio, en los términos de los arts. 118 tercer párrafo y 123 de la ley 19.550(277).

De modo que, aún para quienes consideran que el control de legalidad del encargado del Registro Público ha
dejado de existir para las sociedades de personas o de responsabilidad limitada —tesis que resulta
verdaderamente muy difícil de compartir— y solo subsiste para las sociedades por acciones, a tenor de lo
dispuesto por los arts. 167 y 316 de la ley 19.550, que permanecen vigentes, ello no acontece cuando en las
sociedades de responsabilidad limitada o en las sociedades en comandita simple, cualquiera de sus socios
haya aportado un bien en especie, lo cual nos lleva a formularnos la siguiente pregunta: Si se previó el
control de legalidad por el registrador mercantil sobre la valuación de los bienes no dinerarios aportados en
especie a la sociedad, ¿Cual es la razón de eliminar la injerencia del referido funcionario en el análisis y
consiguiente control de legalidad respecto a las demás cláusulas del contrato social? ¿O es que no existe
infracapitalización, fraude societario, enmascaramientos o abuso de mayorías en los demás tipos societarios
no accionarios?

En tercer lugar, la propia metodología utilizada por la ley 19.550 y por la ley 22.903 no ha sido la de hacer
compartimentos estancos entre los diferentes tipos sociales previstos, y el mejor ejemplo de ello es que la
mayor parte de las normas previstas para reglamentar el funcionamiento de las asambleas, el directorio y el
órgano de control interno en las sociedades anónimas, rigen para las reuniones de socios y para el órgano de
administración de los demás tipos societarios y lo mismo acontece con el régimen de las sociedades en
formación, que se encuentra previsto en los arts. 183 a 184, también aplicables a cualquier sociedad
constituida bajo uno de los tipos previstos en el Capítulo 2º de la ley 19.550. De modo que, haciendo
aplicación de dichos principios, no existirían razones de peso que impidan extender el control de legalidad
previsto por el art. 167 para todas las sociedades por acciones a los demás tipos societarios.

Es para mí conclusión evidente que una interpretación armoniosa y coherente de la ley 19.550 no autoriza
sostener que ante la presentación de cualquier acto societario por parte de una sociedad no accionaria, el
encargado de registro debe ordenar, sin más y de inmediato, la automática inscripción del mismo y disponer
su archivo, permitiendo solo el acceso al mismo por parte de terceros interesados, pues no existe diferencia
alguna entre los diversos tipos societarios que permita concluir por la prescindencia del control de legalidad
para ciertas compañías, toda vez que si el fundamento de dicho control se basa en la necesidad de proteger
a terceros y evitar la promoción de los previsibles litigios que se originan en documentos que no se ajustan a
la ley, no quedan claras las razones por las cuales esa finalidad protectora debe ser solo reservada a ciertas
sociedades.

En definitiva: sólidas razones, de carácter histórico y legal fundamentan el control de legalidad que asiste al
registrador, como requisito imprescindible para ordenar la inscripción del documento que se le ha
presentado para su toma de razón y no parece adecuado sostener que estas funciones han quedado sin
efecto por la modificación del art. 6º de la ley 19.550 y la derogación del control de legalidad allí consagrado,
que debe considerarse implícito, no solo por la subsistencia del art. 167 de la misma ley, sino por aquellas
normas que lo prescriben expresamente para ciertas actuaciones societarias (arts. 51, 52, 52, 51, 118, 123 y
124). Repárese finalmente que el derogado art. 6º de la ley 19.550 también hablaba de los "requisitos
fiscales" que ha sido suprimido por la ley 26.994, y no cabe interpretar que el encargado del Registro deba
hacerse el desentendido cuando advierte que los documentos que se le someten a su inscripción, carecen de
los sellados correspondientes o las constancias del pago de los impuestos que los gravan, de modo que si el
control de los requisitos fiscales respecto de los documentos sometidos a inscripción continúa vigente, ¿no
correspondería sostener exactamente lo mismo respecto del control de legalidad del documento sujeto a
toma de razón?

Resulta de suma utilidad recordar al lector, que la resolución general 7/2015 de la Inspección General de
Justicia, que modificó la resolución general 7/2005, dictada con posterior a la entrada en vigencia de la ley
19.550 en su actual versión, ha ratificado, sin reservas ni cortapisas, la existencia del ejercicio del control de
legalidad por parte del registrador mercantil y lo dispuesto por los arts. 4º inc. 4º, 50 y 122 de dichas normas
ratifican lo expuesto: el primero, incluido dentro del título "Objetivos" de la aludida resolución, prescribe la
necesidad de la Inspección General de Justicia de "Cumplir adecuadamente el control de legalidad en el
registro de sociedades, contratos asociativos, fideicomisos y entidades civiles"; el art. 60, cuando ratifica el
control de legalidad del Organismo de Control cuando se trata del control sobre la denominación social de
las entidades fiscalizadas por la Inspección General de Justicia y el art. 122, cuando una vez más se refiere a
la necesidad de ejercer el control de legalidad de este organismo sobre el ejercicio del procedimiento del
voto acumulativo. Si a ello se le suma la enorme cantidad de disposiciones administrativas tendientes a
acreditar la seriedad y existencia real de las sociedades constituidas en el extranjero cuya inscripción es
requerida en los registros mercantiles locales, es de toda obviedad afirmar que el control de legalidad por
parte de la Inspección General de Justicia respecto de todas las actuaciones societarias o corporativas cuya
inscripción o fiscalización la ley requiere, subsiste plenamente a pesar de la absurda modificación efectuada
al art. 6º de la ley 19.550.

1.6. Personas autorizadas para llevar a cabo las inscripciones societarias

Finalmente, resta abocarnos a la última parte del nuevo art. 6º de la ley 19.550, cuando referido a las
personas autorizadas para la inscripción de documentos societarios, prescribe que si no hubiera mandatarios
especiales para realizar los trámites de constitución, se entiende que los representantes designados en el
acto constitutivo se encuentran autorizados para realizarlos, y en su defecto, cualquier socio puede instarlo
a expensas de la sociedad.

Se trata de una solución justa, en especial en cuanto otorga a cualquier socio la posibilidad de instar los
trámites de constitución de la sociedad, para lo cual está evidentemente legitimado, atento su interés de no
incurrir en las hipótesis previstas en la Sección IV de la ley 19.550. Sin embargo, no parece acertado
supeditar la actuación de los representantes legales designados en el contrato constitutivo de la sociedad a
la ausencia de mandatarios especiales designados en ese mismo instrumento, para concluir los trámites
registrales correspondientes, pues si los socios se encuentran facultados para intervenir en ese
procedimiento, con mayor razón lo estarán las autoridades de la sociedad, existan o no mandatarios
especiales para llevar a cabo la conclusión de los mismos, a los cuales los representantes societarios podrán
reemplazarlos en cualquier momento.
ART. 7º.—

Inscripción: efectos. La sociedad sólo se considera regularmente constituida con su inscripción en el Registro
Público de Comercio.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 4º a 6º, 12, 60, 77 incs. 5º, 83, 88, 98, 101, 111, 112; leyes 22.315 y 22.316.
Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 35, 39,59 y 80.LSC Uruguay: art. 8º.

§ 1. Efectos de la inscripción de la sociedad en el Registro Público de Comercio

La fórmula empleada por el legislador societario, en cuanto subordina la adquisición del carácter de
"regularmente constituida" a la sociedad, con su inscripción en el Registro Público de Comercio, implica
reconocer a la registración de su contrato constitutivo la importancia que merece y brinda un argumento
más para sostener la importancia del control de legalidad del encargado del Registro Público, el cual otorga a
la sociedad inscripta una presunción de legalidad.

Ahora bien, la inscripción del contrato constitutivo de la sociedad no es requisito de su existencia ni incide
sobre su personalidad jurídica, de la cual ya goza con el mero acuerdo de voluntades de sus integrantes,
destinado a constituirla. Ello es admitido por el Código Civil y Comercial de la Nación, cuando en los arts. 142
y 143, cuando aclaran que toda persona jurídica tiene una personalidad distinta a la de sus miembros y que
la existencia de la persona jurídica privada comienza desde su constitución.

Bien es cierto que, tal como está redactado el art. 7º de la ley 19.550, e interpretando literalmente el mismo,
puede concluirse, utilizando el argumento contrario, que toda sociedad que no se encuentra inscripta en el
Registro Público de Comercio no está "regularmente constituida" o, lo que es lo mismo, debe ser
considerada irregular, y por lo tanto, sometida a las normas de los arts. 21 a 26 de dicho ordenamiento legal.
Sin embargo, este razonamiento, considerado válido durante mucho tiempo, constituye un grave error, pues
ello importaría someter a las sociedades típicas que se encuentran en proceso de constitución —
denominadas comúnmente "sociedades en formación"— a las normas de la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550, que implican una anomalía del régimen societario —bien que atenuado por la ley 26.994—,
cuando en aquellas sus integrantes y órganos se encuentran abocados en cumplir todas las formalidades
exigidas por el ordenamiento societario.

Esa manera de pensar, que había imperado durante la vigencia del Código de Comercio y que había
inspirado a quienes redactaron la versión original de la ley 19.550, ha quedado totalmente superada en la
actualidad, pues nadie puede hoy, como fruto de la evolución de una jurisprudencia que analizaremos
oportunamente, asimilar a las sociedades irregulares o de hecho con las sociedades en formación, y mucho
menos, luego de la sanción de la ley 22.903 que la reformara, modificando los arts. 183 y 184 de la misma,
que legislan precisamente sobre los actos cumplidos por la sociedad durante el período fundacional.

Pero más allá de su redacción, lo que el legislador societario ha querido expresar con la fórmula empleada
en el art. 7º de la ley 19.550 es que, a partir de la inscripción en el Registro Público, las cláusulas del contrato
social, así como los derechos y defensas que surjan del mismo y del tipo social elegido, son invocables y
oponibles a los terceros por la sociedad, sus socios y cualquier otro integrante de la misma.

En cuanto a las sociedades en formación, nos dedicaremos a ellas al comentar los arts. 36, 183 y 184 de
la ley 19.550.
ART. 8º.—

Registro Nacional de Sociedades por Acciones. Cuando se trate de sociedades por acciones, el Registro
Público de Comercio, cualquiera sea su jurisdicción territorial, remitirá un testimonio de los documentos con
la constancia de la toma de razón al Registro Nacional de Sociedades por Acciones.

CONCORDANCIAS: LSC: art. 9º. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 8. LSC Uruguay: art. 11.

§ 1. El Registro Nacional de Sociedades por Acciones. La ley 26.047

A pesar de la importancia que reviste para la seguridad de las transacciones comerciales, para lo cual la
transparencia y la publicidad de los sujetos que intervienen en el tráfico mercantil cumple un rol
fundamental, debieron pasar más de 35 años desde la sanción de la ley 19.550 para que pudiera legislarse el
Registro Nacional de Sociedades por Acciones, que vio la luz mediante la sanción de la ley
26.047, sancionada el 7 de julio de 2005 y promulgada el 2 de agosto de ese año.

La necesidad de contar con un registro que centralice y unifique todos los datos provenientes de la totalidad
de los registros mercantiles existentes en la República Argentina era imperiosa, pues carecía de todo sentido
que, a los fines de rastrear la existencia de una sociedad comercial, el interesado no tenía más remedio que
recorrer todas las dependencias judiciales o administrativas de la República Argentina, que tuvieran a su
cargo al Registro Público de Comercio.

La ley 26.047 terminó con esa incongruencia, y el primer acierto, subsanando un grave error incurrido por
los legisladores de 1972 —y reiterado por la ley 22.903— fue que en el Registro Nacional de Sociedades por
Acciones comprende no solo a las sociedades anónimas, en comandita por acciones y sociedades anónimas
con participación mayoritaria (sociedades por acciones), sino que comprende también al Registro Nacional
de Sociedades Extranjeras y de Asociaciones Civiles y Fundaciones, creadas por el art. 4º de la ley 22.315, así
como al Registro Nacional de Sociedades no Accionarias, creado por el decreto 23 del 18 de enero de 1999,
todos los cuales se rigen por la ley 26.047 (art. 1º).

Dicho registro es informativo y de control de la práctica societaria nacional, y una de sus múltiples ventajas,
además de la información, es que tiende a eliminar la duplicación de la inscripción de sociedades
homónimas, el doble domicilio y las asimetrías regionales. Serán de consulta pública mediante el pago de un
arancel y las características más destacadas de la ley 26.047 son las siguientes:

a) Es una ley convenio abierta a la adhesión de las provincias, y éstas están facultades a adherirse o no al
régimen previsto por la ley 26.047, de conformidad con un mecanismo de adhesión que deberá ser
reglamentado por la Inspección General de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires.

b) Se prevé su organización mediante sistemas informáticos, con la formación de una base de datos única a
cargo de la Inspección General de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires, la que se abastecerá con la
información de las diferentes jurisdicciones relativa a los sujetos comprendidos en los registros.

c) Las actuaciones relativas a las sociedades y entidades comprendidas en los registros se identifican con la
Clave Única de Identificación Tributaria (CUIT).

d) Se establece el carácter público de los registros y su mantenimiento será financiado a través del
arancelamiento de las consultas que se efectúen al mismo.

e) Se designa a la Inspección General de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires como autoridad de aplicación
del régimen, siendo atribuciones de este organismo la de dictar las reglamentaciones que correspondan así
como solicitar a las autoridades judiciales y administrativas de las distintas jurisdicciones toda la información
que considere necesaria para el cumplimiento de la misma, incluso en relación con aquellas provincias que
no adhieran a ella, en tanto no vulneren el principio contenido en el art. 121 de la Constitución Nacional.
f) Se otorga a la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) la facultad de dictar las normas
pertinentes en orden a determinar los datos de carácter fiscal a ser incluidos en los registros indicados en el
art. 1º, así como los referidos a los procedimientos operativos para la conformación de los mismos.

g) Finalmente, y a los fines de la coordinación y control del funcionamiento de los registros, se crea un
Comité Técnico, cuya representación e integración debe adecuarse al carácter federal de los registros
contemplados en la ley.

ART. 9º.—

Legajo. En los registros, ordenada la inscripción, se formará un legajo para cada sociedad, con los duplicados
de las diversas tomas de razón y demás documentación relativa a la misma, cuya consulta será pública.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 8º, 67, 111. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 35.

§ 1. El Legajo de Sociedades Comerciales

El legajo de las sociedades comerciales, legislado por el art. 9º de la ley 19.550, fue también suspendido en
su ejecución por la ley 19.880, que dejó a salvo la obligación de las sociedades por acciones de remitir a la
autoridad administrativa de control la documentación requerida por sus normas reglamentarias (art. 369,
inc. p])(278).

El objeto del legajo era el de reproducir y reunir en un solo cuerpo la totalidad de los antecedentes de una
misma sociedad, hoy dispersos en las diversas tomas de razón y en los expedientes de conformidad
administrativa e inscripción.

No obstante su suspensión es de interés mencionar, conforme la filosofía del legislador al crearlo:

1) Que la incorporación de un documento al legajo no importa la inscripción en tanto no está sujeta a sus
presupuestos (control de legalidad) ni produce sus efectos (publicidad formal y material), tratándose sólo de
un medio de publicidad formal complementario de la de los asientos y avisos.

2) Que según la ley 19.550 su contenido es: a) copias de las tomas de razón (o sea de los instrumentos
inscriptos), y b) la demás documentación relativa a la sociedad, que es la ingresada al registro para obtener
cada inscripción (títulos, avisos, boletas de depósito, etc.) o actos accesorios (rúbricas de libros y
autorización de medios mecánicos de contabilidad), además de la expresamente prevista en los arts. 67, 2ª
parte (documentación contable y anexa de sociedades por acciones y sociedades de responsabilidad
limitada de 20 o más socios) y 111 (balance final y proyectos de distribución aprobados). Dicho contenido
debería ampliarse, a mi juicio, con la documentación contable de todos los tipos sociales, copias de las actas
más relevantes, y notas sobre medidas cautelares, situación concursal, fondos de comercio transferidos y
adquiridos, para dar un cuadro más completo de la situación jurídico-económica de la sociedad.

3) Que el legajo se forma a partir de la primera inscripción social, con copia de la misma, glosando la
documentación presentada al expediente, cuya conservación se hace luego innecesaria. Para el depósito de
la restante documentación correspondería establecer plazos ciertos y sanciones para el caso de
incumplimiento.

5) Que el legajo debe completarse con un folio personal por matriculado, numerado, que contenga la
síntesis actualizada de las registraciones de interés para terceros, y cuya fotocopia sirva como modo ágil de
exteriorizar los asientos del registro(279).
6) Que es de consulta pública, lo que significa que no se requiere justificación alguna de interés para acceder
al mismo, disposición que debiera complementarse previendo la remisión del legajo o copia íntegra al juez
del concurso del comerciante o sociedad.

Sostienen Horacio Roitman y sus colaboradores, analizando la resolución general 5/2007 de la Inspección
General de Justicia ("Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia"), que la misma y de alguna
manera ha reglamentado al legajo previsto por el art. 9º de la ley 19.550, haciendo expresa referencia a
algunos artículos en los cuales dicha normativa hace supuestamente referencia a ese documento. Sin
embargo, las referencias que esa reglamentación hace al "legajo", no implica poner en ejecución al art. 9º de
la ley 19.550, que como hemos ya referido, está suspendido en su ejecución, sino a los diferentes
expedientes o "legajos" en donde constan los documentos sociales (o sus copias), que es necesario
acompañar a la autoridad de control o al registro mercantil en oportunidad de realizar las inscripción de
actos societarios cuya toma de razón está impuesta por ley. Con otras palabras, y para evitar todo tipo de
confusiones, el legajo al que se refieren los arts. 2º, 41, 44, 161, 165, 170, 260 y 261 de la resolución general
7/05 son los expedientes que forma la Inspección General de Justicia en oportunidad de iniciarse un trámite
ante dicho Organismo, pero no "el legajo" previsto por el art. 9º de la ley 19.550, que tiene otra finalidad.

ART. 10.—

Publicidad de las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones. Las sociedades de responsabilidad
limitada y las sociedades por acciones deben publicar por un día en el diario de publicaciones legales
correspondiente, un aviso que deberá contener:

a) En oportunidad de la constitución:

1) nombre, edad, estado civil, nacionalidad, profesión, domicilio, número de documento de identidad de los
socios;

2) fecha del instrumento de constitución;

3) la razón social o denominación de la sociedad;

4) domicilio de la sociedad;

5) objeto social;

6) plazo de duración;

7) capital social;

8) composición de los órganos de administración y fiscalización, nombres de sus miembros y, en su caso,


duración en los cargos;

9) organización de la representación legal; 10) fecha del cierre del ejercicio.

b) En oportunidad de la modificación del contrato o disolución:

1) fecha de la resolución de la sociedad que aprobó la modificación del contrato o disolución;

2) cuando la modificación afecte los puntos enumerados en los incs. 3º a 10 del apartado a, la publicación
deberá determinarlo en la forma allí establecida. [Texto según ley 21.357].

CONCORDANCIAS: LSC, arts. 14, 60, 77 incs. 3º y 5º, 83, 98, 101. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 10,
12, 13,35,66, 67,81. LSCUruguay: arts. 7º, 17, 227, 255.
§ 1. Publicidad por medio de edictos. Generalidades. Finalidad de la publicidad edictal

Como bien lo explica el Profesor Daniel Vítolo, no debe confundirse el régimen de publicidad societario, que
es aquel regulado por la inscripción de los actos y documentos en el Registro Público, con otras exigencias
que apoyan o coadyuvan a hacer efectivamente efectiva tal publicidad(280), y entre estas exigencias se
encuentra la publicación de edictos, que es un mero dispositivo accesorio tendiente a acrecentar la
publicidad formal, cuya omisión no produce efecto alguno si el contrato no se inscribió(281).

El art. 10 de la ley 19.550 reglamenta el contenido de los edictos, enumerando los datos que éstos deben
contener al momento de constituirse la sociedad y en oportunidad de modificarse el acto constitutivo o
producirse su disolución. Es importante aclarar que el texto de esta norma fue modificada por la ley
21.357, y hasta la sanción de esta ley, las sociedades de responsabilidad limitada y las sociedades por
acciones debían publicar el texto completo del estatuto en el Boletín Oficial, lo que aumentaba
considerablemente los costos de inscripción y además, llegó a atrasar al referido diario de publicaciones
legales en más de un año.

La ley 21.357, que data del año 1978 dio un importante paso a los fines de agilizar los trámites de
constitución y modificación del contrato social de las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones,
al disponer la publicación extractada del contrato social o sus modificaciones.

Se ratifica, como lo hacía el anterior art. 10, la norma general prevista por el art. 14 del ordenamiento legal
societario, la cual ordena la publicación "...por un solo día en el diario de publicaciones legales" siguiendo el
criterio del decreto 1793/1956, que modificó los arts. 319 a 323 del Cód. Com., que a su vez disponían la
publicación por 15 días para las sociedades anónimas y el art. 5º, ley 11.645, que preveía la publicación por
cinco días para las sociedades de responsabilidad limitada. Sin embargo, la nueva redacción del art. 10
innovó con acierto con respecto a la antigua redacción del mismo, al prescribir la publicación abreviada, a
diferencia de este, que disponía la publicidad completa del contrato social.

Del texto del art. 10 de la ley 19.550 se desprenden las siguientes conclusiones:

a) Que la inclusión del término aviso, autoriza a efectuar las publicaciones sin previa orden de la autoridad a
cargo de la inscripción, reduciendo sensiblemente la duración del proceso registral(282). Así lo interpretó el
Juzgado en lo Comercial de Registro de la Capital Federal, por disposición del 28 de noviembre de 1980,
entendiendo que las publicaciones correspondientes a las sociedades por acciones y de responsabilidad
limitada (constitución, reformas, cesiones, declaratorias, nombramiento de administradores, disoluciones,
etc.), se debían ser efectuadas mediante aviso en el Boletín Oficial a publicarse directamente por los
interesados.

b) Que queda exenta de publicación la disolución por vencimiento del plazo de duración, pues al establecer
el artículo en análisis que en el caso de disolución debe aplicarse la fecha de la resolución de la sociedad que
aprobó la misma, se desprende la exclusión del supuesto mencionado.

c) Que si bien la norma no hace referencia a los siguientes supuestos, cabe interpretar que también deben
publicarse: 1) la disolución de las sociedades no constituidas regularmente, por aplicación del art. 98, y 2) la
designación de liquidadores en las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones por análogos
fundamentos a los que motivaron la redacción del art. 60.

§ 2. Omisión de la publicación de edictos. Consecuencias

La omisión de la publicación de los edictos en el Boletín Oficial, cuando se trata de la constitución de la


sociedad y no obstante ello, hubiese ésta obtenido la inscripción en el Registro Público de Comercio, ha
suscitado una importante discrepancia doctrinaria, en especial luego de que el Profesor Isaac Halperin, con
su enorme autoridad intelectual, sostuviera que ante esa circunstancia, la sociedad debía considerarse como
irregular, con el argumento de que, ante la omisión en la publicación de los edictos previstos en los arts. 10 y
14 de la ley 19.550, la publicación no era completa, lo que equivale a su inexistencia.

Esta opinión es compartida por Villegas(283)y por Roitman(284), quien agrega que, como consecuencia de
esta "conversión" en irregular, los socios no contarán con el beneficio de la limitación de la responsabilidad
previsto por el tipo.

Entendemos por el contrario(285), que en el actual régimen societario, la publicidad que hace nacer a la
sociedad regular y la hace oponible a los terceros, es solo la que deriva de la inscripción en el Registro
Público, con prescindencia de la que resulta del edicto, que no es más que un modo accesorio de la
publicidad.

En cuanto a la omisión de la publicidad edictal requerida por la ley 19.550 en torno a la modificación del
contrato social o estatuto y a la disolución de la sociedad, su omisión —en caso de haberse llevado a cabo la
correspondiente registración— carece igualmente de toda sanción, pues a pesar de la que doctrina
entiende, en forma casi unánime, la aplicación del art. 12 de la ley 19.550, tornándose inoponible a terceros
la cláusula no publicada, consideramos, en forma congruente con lo sostenido en el párrafo anterior, que los
efectos previstos por dicha norma solo son operativos cuando la modificación no se inscribió en el Registro
Público de Comercio, pero no cuando lo omitido ha sido la publicidad edictal prevista por el art. 10 de la ley
19.550.

De todos modos, bueno es recordar al lector que no se tratan, ambas, de circunstancias que se presenten en
la práctica, en tanto el control de legalidad impuesto al registrador mercantil le impone analizar el estricto
cumplimiento de lo dispuesto por el art. 10 de la ley 19.550, no habiéndose registrado un solo caso de
jurisprudencia que haya obligado a la jurisprudencia a pronunciarse sobre las cuestiones analizadas.

§ 3. Reglamentaciones administrativas. Fraude mediante la publicación de edictos falsos. Redacción del


edicto

A los fines de evitar la consumación de estafas, venta de inmuebles sociales a través de la actuación de un
representante social falso, que exhibía —entre otros documentos— la publicación de edictos de la decisión
asamblearia que lo había designado como presidente del directorio de la sociedad vendedora —maniobra
lamentablemente muy reiterada en los últimos años— la Dirección Nacional del Registro Oficial debió dictar
la disposición 16/2004, exigiendo que la firma inserta en el edicto debía encontrarse certificada
notarialmente y relacionar la personería y/o facultades del firmante, en referencia al instrumento público o
privado debidamente individualizado del cual surjan, salvo cuando el edicto haya sido firmado por el Juez o
el Secretario del Tribunal. Se estableció asimismo que junto a la aclaración de la firma deberán insertarse los
datos de la certificación notarial o legalización, los que serán confrontados previo a la recepción del aviso,
previéndose expresamente que los datos de la certificación notarial o legalización y la individualización del
instrumento público o privado de donde surja la personería, facultades o autorización del firmante,
quedarán incluidos en todos los casos en el texto del aviso que se publicará en el Boletín Oficial de la
República Argentina.

Por su parte, La Inspección General de Justicia incorporó al art. 5º de las "Nuevas Normas..." (resolución
general 7/2005), una serie de disposiciones tendientes a evitar la redacción del edicto mediante la utilización
de abreviaturas que lo tornaban directamente ilegible, práctica no menos difundida en nuestro medio,
tendiente a economizar centavos. Se sostuvo en dicha disposición que los edictos debían redactarse en
términos claros, precisos, de fácil lectura y con correcta puntuación y sintaxis, prohibiéndose la inclusión de
abreviaturas cuando las mismas, independientemente de su empleo correcto o incorrecto, no resulten
inequívocas en la práctica.
ART. 11.—

Contenido del instrumento constitutivo. El instrumento de constitución debe contener, sin perjuicio de lo
establecido para ciertos tipos de sociedad:

1) el nombre, edad, estado civil, nacionalidad, profesión, domicilio y número de documento de identidad de
los socios;

2) la razón social o la denominación, y el domicilio de la sociedad. Si en el contrato constare solamente el


domicilio, la dirección de su sede deberá inscribirse mediante petición por separado suscripta por el órgano
de administración. Se tendrán por válidas y vinculantes para la sociedad todas las notificaciones efectuadas
en la sede inscripta.

3) la designación de su objeto, que debe ser preciso y determinado;

4) el capital social, que deberá ser expresado en moneda argentina, y la mención del aporte de cada socio.
En el caso de sociedades unipersonales, el capital deberá ser integrado totalmente en el acto constitutivo.

5) el plazo de duración, que debe ser determinado;

6) la organización de la administración, de su fiscalización, y de las reuniones de los socios;

7) las reglas para distribuir las utilidades y soportar las pérdidas. En caso de silencio, será en proporción de
los aportes. Si se prevé sólo la forma de distribución de utilidades, se aplicará para soportar las pérdidas y
viceversa;

8) las cláusulas necesarias para que puedan establecerse con precisión los derechos y obligaciones de los
socios entre sí y respecto de terceros;

9) las cláusulas atinentes al funcionamiento, disolución y liquidación de la sociedad. [Texto según ley 26.994]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 18 a 20, 31, 32, 36, 38 a 53, 55, 58, 68, 89, 94 inc. 2º, 95, 126, 134, 142, 147,
164, 233; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 11, 12, 13, 35, 55, 59, 66, 67 y 68. LSC Uruguay: arts. 12 a
16.

§ 1. Elementos y requisitos del contrato de sociedad

En los nueve incisos que contiene el art. 11 de la ley 19.550, ésta ha establecido los requisitos que debe
contener el contrato de sociedad, bajo sanción, en principio, de gobernarse por las normas previstas en la
Sección IV del Capítulo 1 de la ley 19.550, conforme lo dispone el art. 25 primer párrafo de dicha ley, que
determina tal consecuencia ante la omisión, por el contrato social, de los requisitos tipificantes o no
tipificantes.

Sin embargo, la omisión de indicar las cláusulas a que se refieren los incs. 7º al 9º no ocasiona la
consecuencia indicada, pues la ausencia de regla sobre la determinación de la forma de participar en los
beneficios y soportar las pérdidas encuentra solución en el mismo inc. 7º; los derechos de los socios están
consagrados en la ley y no pueden ser suprimidos por cláusula contractual y finalmente, la ley 19.550 es
minuciosa en la reglamentación del período liquidatorio —arts. 101 a 112—, disposiciones que rigen en
ausencia de previsión contractual al respecto.

Debe repararse asimismo que en las sociedades por acciones, el estatuto debe contener además de los
requisitos previstos por el art. 11, las cláusulas indicadas por el art. 166, y en las sociedades por interés
puede omitirse toda referencia a la organización de la administración, fiscalización y gobierno del ente (art.
11, inc. 6º), pues salvo disposición contractual, los socios absorben todas esas funciones (arts. 55, 128, 131 y
132).
Por último, aun cuando el art. 11 LGS no se refiera a ello, es mención ineludible en el contrato social, la fecha
de cierre de ejercicio, por las consecuencias que se derivan de su conocimiento. El art. 10 ratifica esta
conclusión al incluir la fecha del cierre de ejercicio en el contenido de los edictos a publicarse en
oportunidad de la constitución de sociedades de responsabilidad limitada y por acciones.

Las sociedades cuyo contrato social carecen de alguno de los requisitos no tipificantes previstos por el art.
11de la ley 19.550, esto es, los datos de los socios, la denominación, el domicilio y el objeto social, así como
su capital y plazo de duración, pueden ser subsanadas a iniciativa de la propia sociedad o de los socios, en
cualquier tiempo durante el plazo previsto en el contrato. Nos referiremos a ello al comentar el art. 25.

§ 2. Datos personales de los socios

En primer término, la ley 19.550 exige que en el contrato constitutivo deben figurar los datos personales de
los socios, los cuales revisten singular importancia desde diferentes puntos de vista; así, el estado civil del
socio hará o no procedente la conformidad del cónyuge en caso de que aquel ceda sus cuotas, acciones o
partes de interés (art. 470 del Código Civil y Comercial de la Nación); la nacionalidad sirve para establecer
cómo se compone y quiénes constituyen el grupo de control de una sociedad cuando por razones de interés
público interese saberlo; asimismo, la profesión permite determinar si existe alguna incompatibilidad que
impida a dicha persona formar parte de la sociedad(286), etc.

Si se trata de una sociedad la que comparece entre los fundadores de la entidad —lo cual es actuación
legítima, con las limitaciones previstas por los arts. 30 a 32 de la ley 19.550— no pueden encontrarse
ausentes los datos de inscripción de aquella, así como la mención de todos aquellos instrumentos necesarios
a los fines de justificar la legitimación de su representante legal. De ello se deriva que las sociedades
comprendidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 no pueden formar parte de sociedades
regularmente constituidas (arts. 23 y 30 LGS).

§ 3. Constitución de sociedad por apoderado

La actuación por mandatario a los fines de constituir sociedad requiere la existencia de un poder especial
otorgado por escritura pública por el mandante, de conformidad con lo dispuesto por el art. 375 del CCyCN,
que requiere facultades expresas para formar uniones transitorias de empresas, agrupamientos de
colaboración empresaria, sociedades, asociaciones o fundaciones.

Si bien la jurisprudencia ha ratificado lo expuesto, durante la vigencia de los derogados arts. 1184 inc. 7º y
1881 inc. 13 del Código Civil, declarando improcedente a tales fines la invocación de un poder general, aún
cuando este instrumento mencione, como una facultad más del apoderado la de constituir sociedad, se dejó
expresamente aclarado que si el poder general contiene una cláusula en la que se designa el nombre de la
sociedad que ha de formarse, el capital que se aporte a nombre del mandante y el nombre de los futuros
consocios, ello cumple con los requisitos previstos por las referidas normas de las aludidas normas
del Código Civil(287).

§ 4. El nombre societario
4.1. Naturaleza del nombre societario. Consecuencias de su omisión

De conformidad con lo dispuesto por el art. 11, inc. 2º de la ley 19.550, las sociedades comerciales tienen un
nombre, el cual, conforme sus características puede clasificarse como razón social o denominación social. El
mismo no constituye un nombre comercial sino que es un atributo de la personalidad jurídica que la ley les
otorga (art. 2º) y su omisión, por ser éste un requisito esencial no tipificante, determina la aplicación a la
sociedad de las normas de los arts. 21 a 26 LGS, conservando la sociedad y los socios el derecho la facultad
de subsanar esa situación, conforme al procedimiento previsto en el art. 25.

El nombre societario cumple una función identificatoria de la persona jurídica, que reviste el carácter de
esencial. Dicho nombre se integra con el nombre de uno, varios o todos los socios o con una denominación
de fantasía, al cual debe agregarse el tipo social adoptado o su abreviatura.

4.2. Nombre societario y nombre comercial

El nombre de las sociedades debe ser distinguido del concepto de nombre comercial, pues si bien se
encontraban elementos en la Ley de Marcas 3975 que permitían identificar o asimilar a ambos, no existe ya
margen de confusión para ello, de conformidad con los términos de la ley 22.362, modificatoria de aquella.

El problema radica pues en que nuestra legislación no ha sido precisa en la determinación del concepto de
nombre comercial, que se encontraba legislado en los arts. 42 a 47 de la ley 3975, y actualmente en la ley
22.362,como así tampoco nuestra doctrina se ha manifestado coincidente sobre el tema.

En efecto: la ley 3975, de marcas de fábrica, comercio y agricultura, que en su Título II legislaba sobre el
nombre comercial, parecía identificar el concepto de este con la designación del establecimiento comercial
(arts. 43 y 46, ley cit.), pero de los arts. 42 y 45 se desprendía que el instituto abarcaba el nombre del
comerciante, agricultor o fabricante, el de la sociedad y el del negocio o casa de comercio. La ley 22.362 —
arts. 27 a 30—, aclaró por cierto el panorama, pues la misma protege las designaciones de actividades, con o
sin fines de lucro, excluyendo de su ámbito el nombre civil, o la razón o nombre social (véase Exposición de
Motivos), de donde se desprende que el concepto de nombre comercial quedaría reservado exclusivamente
a la designación del establecimiento comercial o fondo de comercio. Ello resulta acertado, en tanto además
de la identificación de la empresa —concepto de alcances mucho más amplios que el de establecimiento o
fondo de comercio—, el nombre societario es un atributo de la personalidad jurídica de las sociedades
regularmente constituidas, que determina la imputación al patrimonio de éstas de los actos que el ente
realiza; diferencia que, sumada a otras relacionadas con la adquisición de los nombres comercial y
societario, su protección y transmisión, ha motivado que la ley 22.362 haya eliminado de su ámbito el
nombre societario, al que deja librado a las disposiciones de la Ley de Sociedades y a las normas
correspondientes de la autoridad de control.

Nombre societario y nombre comercial difieren asimismo:

a) Una sociedad puede tener más de un nombre comercial, enseña o marca, pero un solo nombre
social(288).

b) En cuanto a su adquisición, en tanto el nombre comercial puede ser utilizado sin ninguna registración, con
el simple uso que se haga del mismo, el nombre societario debe necesariamente incluirse en el contrato
constitutivo, siendo recién oponible a terceros con su registración en los términos del art. 7º de la ley
19.550. Como lógica consecuencia de lo expuesto, el nombre comercial cesa con la explotación del comercio
al cual identifica y el nombre societario, con la cancelación del contrato en el Registro Público (art. 112 de
dicho ordenamiento legal).

c) En lo que hace a su protección, rigen para el nombre comercial las disposiciones de la ley 22.362 —art. 29
—. Para las sociedades regularmente constituidas, la oposición al empleo del nombre social puede
efectuarse durante el trámite de inscripción en el Registro Público de Comercio o posteriormente, mediante
la promoción de una acción ordinaria, de pleno conocimiento.
d) En materia de prescripción, la ley 22.362 de marcas y designaciones, establece una prescripción anual
para la acción de oposición al uso del nombre comercial, mientras que la regulación de la denominación de
la persona jurídica o nombre social compete a la ley 19.550, siendo a nuestro juicio imprescriptible la acción
promovida por una sociedad comercial que pretende el cese de la denominación por una entidad
homónima, atento los intereses de terceros en juego, que trascienden al interés individual de las sociedades
en litigio.

e) También difieren, nombre comercial y nombre societario, en lo que respecta a su transmisión, por cuanto
el nombre comercial puede transferirse siempre y cuando se transfiera el fondo de comercio del cual forma
parte (art. 1º, ley 11.867) y ello se explica, al igual que en el caso de marcas de fábrica, comercio o
agricultura, por el marcado valor económico de tales elementos, pues separarlos del establecimiento
mediante su venta individual, es atentar contra el orden público y desnaturalizar su función, que sin duda
consiste en atraer, conservar y acrecentar la clientela. El nombre societario, por el contrario, es
intransferible atento a su condición de atributo de la personalidad.

f) El nombre comercial puede ser objeto de usucapión, por quien ha usado el mismo en forma ostensible,
público y pacífico, mientras que ello es impensable en lo que respecta al nombre societario, en tanto su
protección solo es admisible en la medida que el contrato social de la entidad a la cual identifica, se
encuentre inscripta en el Registro Público.

g) Finalmente, y en lo que se refiere a la competencia de los tribunales en los cuales se dirima el mejor
derecho en la utilización de un nombre comercial y un nombre societario, ellos son diferentes, pues si se
trata del cuestionamiento del nombre comercial, corresponde intervenir, en el ámbito de la ciudad de
Buenos Aires, a la Justicia en lo Civil y Comercial Federal, mientras que si el pleito versa sobre el cese y/o
modificación del nombre social, al no ser aplicables las disposiciones de la ley 22.362 sino las de la ley
19.550, son competentes los tribunales comerciales.

Nuestra jurisprudencia ha distinguido cuidadosamente los conceptos de nombre comercial y nombre


societario, sosteniéndose que el nombre comercial distingue a la sociedad o al comerciante en la vida
económica, siendo un medio de atracción y de conservación de la clientela, formando parte de la misma. Por
el contrario, el nombre social identifica al ente en su vida jurídica, determinando la imputación al patrimonio
societario de los actos en que se los utiliza(289). En el mismo sentido se sostuvo que mientras el nombre
comercial es un elemento del fondo de comercio (art. 1º de la ley 11.867), que identifica a la empresa en el
ámbito del tráfico mercantil y como tal constituye un derecho patrimonial del comerciante, individual o
colectivo, que éste puede enajenar, el nombre societario es un elemento que, junto con otros, integra la
normativa societaria, individualizando el ente como sujeto de derecho y fijando el alcance de la
responsabilidad de los socios(290).

No obstante las claras diferencias que existen entre ambos institutos —nombre comercial y nombre social—,
puede darse el caso de coincidencia u homonimia entre el nombre comercial de un comerciante o
empresario —individual o colectivo— y el nombre de una sociedad comercial, para lo cual se aplican los
mismos principios que ha utilizado la jurisprudencia para dirimir los conflictos de homonimia entre dos
sociedades, esto es, y como principio general, que el derecho a la utilización de un determinado nombre
societario corresponde a la sociedad que primero se haya inscripto en el Registro Público de Comercio(291).

4.3. Omisión en la identificación del nombre social al momento de celebrarse una operación por la sociedad

Un problema interesante que se plantea en torno al nombre societario, se presenta cuando el representante
legal de la sociedad no identifica al nombre societario en el momento de llevar a cabo una determinada
operación con terceros, sino que en su lugar, y junto con su firma, identifica al nombre comercial del
establecimiento. Ante tal manera de proceder corresponde preguntarse si la sociedad ha quedado vinculada
con una actuación realizada en tales condiciones.

Por una parte ha sido sostenido que para vincular a la sociedad con esa operación, el firmante debe colocar
en el instrumento por el suscripto, la denominación social del ente que representa, pues el uso del nombre
comercial carece de efecto vinculante, en términos jurídicos, para dicha sociedad(292).
En sentido opuesto fue sostenido en el caso "Vaccaro A. c/ Automóviles 4242", dictado por la sala A de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, de fecha 22 de diciembre de 1977, que si bien debe
condenarse al representante legal o empresario unipersonal de una denominación de fantasía, la condena al
nombre de una empresa económica vale para y contra su titular.

Entendemos por nuestra parte que la solución debe ajustarse a las circunstancias del caso concreto,
atendiendo en especial a la notoriedad del nombre comercial, pues en tal supuesto, la doctrina de la
apariencia constituye una herramienta eficaz a los fines de castigar la mala fe y responsabilizar a quien se ha
valido del prestigio de un nombre comercial para celebrar determinada contratación, pero en este caso, la
responsabilidad asumida por la sociedad debe ser compartida por el firmante de la obligación, en forma
solidaria e ilimitada, habida cuenta lo dispuesto por los arts. 126 último párrafo, 142, 147 último párrafo y
164 párrafo final de la ley 19.550.

4.4. Razón y denominación social

Las sociedades comerciales regularmente constituidas pueden adoptar, como nombre societario y conforme
a su tipo, una razón o denominación social. La primera se reserva, aunque en forma optativa, para aquellas
sociedades en las cuales los socios comprometen su responsabilidad en forma ilimitada y solidaria por las
deudas de la sociedad que integran, aunque en forma subsidiaria, gozando del beneficio de excusión (art.
56).

En la razón social debe incluirse el nombre de los socios que integran la sociedad, pues un principio de
veracidad los obliga a revelar a los terceros exclusivamente el nombre de todos o alguno de ellos, toda vez
que su responsabilidad ha sido tomada en cuenta a los efectos de negociar con el ente.

Es así como puede afirmarse que la razón social se encuentra estrechamente ligada con el principio de
solidaridad por las obligaciones contraídas por la sociedad. Por ello, y como lógica consecuencia de lo
expresado, la muerte de un socio, su receso o exclusión, obliga a efectuar la correspondiente modificación
del contrato social, pues la ley 19.550 sanciona a quien presta su nombre como socio sin revestir esa calidad,
con las obligaciones y responsabilidad de tales frente a terceros (art. 34).

En resumen: la ley de sociedades comerciales no prohíbe a las sociedades de personas o por parte de interés
utilizar un nombre de fantasía —denominación social— pero si en el nombre se incluye al patronímico de
una persona física, debe necesariamente corresponder al de uno de sus integrantes.

En las sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades anónimas, por el contrario, y dado el
carácter limitado de la responsabilidad que asumen los socios, la ley no admite el uso de la razón social y en
todos los casos, lo que identifica a una sociedad de estos tipos sociales es la denominación social, aún
cuando ella incluya el nombre de uno, varios o todos los socios, que por el hecho de figurar en la
denominación de la sociedad, no ven agravada su responsabilidad.

4.5. La inclusión del tipo social en la denominación o razón social

La ley 19.550 exige en forma imperativa la integración de la denominación o razón social con la necesaria
referencia al tipo social adoptado.

El art. 126 de dicha ley, referido a la sociedad colectiva, prescribe la necesidad de integrar la denominación
social con las palabras "sociedad colectiva" o su abreviatura, y aunque dicha exigencia no es requerida para
el supuesto de la utilización por la sociedad de una razón social, la misma se encuentra implícita por la
sanción a que se refiere dicho artículo en su último párrafo, en cuanto establece que la violación de este
artículo hará al firmante responsable en forma solidaria con la sociedad por las obligaciones contraídas.

El mismo requisito e idéntica sanción prevé la ley para las sociedades en comandita simple (arts.
134 y 136 de la ley 19.550), las sociedades de capital e industria (art. 142), de responsabilidad limitada (art.
147) y en comandita por acciones (art. 317).
La exigencia legal prevista en los arts. 134, 136 142, 147 y 317, apunta a la protección de la regla de
veracidad que está ínsita en el nombre societario, que exige la indicación del tipo social a los efectos de dar
certidumbre a los terceros sobre la naturaleza y extensión de la responsabilidad de los socios, el sistema de
representación del ente, etc. De manera tal que la omisión del mismo autorizaría a los terceros a suponer la
existencia de una sociedad no regularmente constituida —irregular o de hecho— o empresa individual,
donde la responsabilidad de los socios que la integran o del comerciante titular de aquella es ilimitada.

Respecto a las sociedades anónimas, la versión original del art. 164 imponía idéntica responsabilidad a los
representantes de la sociedad, juntamente con ésta, por los actos que celebren sin mención del nombre o
identificación de la compañía. Sin embargo, la reforma efectuada por la ley 26.994 omitió esta sanción, al
disponer que "La denominación social —de las sociedades anónimas— puede incluir el nombre de una o
más personas de existencia visible y deben contener la expresión "sociedad anónima", su abreviatura o la
sigla SA. En caso de sociedad anónima unipersonal deberá contener la expresión "sociedad unipersonal, su
abreviatura o la sigla SAU.

En contra de lo dispuesto por el nuevo texto del art. 164, el Profesor Daniel Vítolo manifiesta ignorancia
sobre las razones de esta supresión, aunque sostiene que ello podría responder a la cuestionable reticencia
del nuevo legislador societario, de imponer responsabilidades ilimitadas y solidarias entre sus integrantes,
como puede deducirse de la modificación del régimen de las sociedades no regulares, en las cuales, y a
diferencia de la versión derogada de los arts. 21 a 26, la responsabilidad de sus integrantes pasó a ser
simplemente mancomunada y por partes iguales (art. 24)(293).

Sin embargo, este argumento no convence y entiendo que la supresión efectuada por la ley 26.994 al
segundo párrafo de la ley 19.550 carece de toda relevancia, ante la norma imperativa del art. 151 del Código
Civil y Comercial de la Nación, en cuanto dispone que "La persona jurídica debe tener un nombre que la
identifique como tal, con el aditamento indicativo de la forma jurídica adoptada", norma que predomina
sobre el texto actual del art. 164 de la ley 19.550, a tenor de lo dispuesto por el art. 150 del código unificado.

No alcanza tampoco a entenderse las razones por las cuales los administradores o representantes de
sociedades de cualquier tipo, excepto las anónimas, responden en forma solidaria e ilimitada cuando éstos
contratan con terceros sin identificar a la sociedad, pues si lo que pretendió el legislador de 2014 fue
eliminar esa responsabilidad amplia, debió también incluir a las otras compañías con responsabilidad
análoga a la que caracteriza a las sociedades anónimas, como lo son las sociedades de responsabilidad
limitada, pero el art. 147 segundo párrafo de la ley 19.550 descarta esta interpretación.

Por otro lado y finalmente corresponde afirmar que carece de todo sentido tendría imponer la inclusión, en
la denominación social la expresión "sociedad anónima", su abreviatura o la sigla SA, si luego no existe
sanción alguna en caso de violación a lo dispuesto por el art. 164 primer párrafo de la ley 19.550, cuando en
los demás tipos sociales esa sanción está claramente prescripta y es aplicable a todas las demás sociedades
típicas.

Una verdadera incongruencia de la ley 26.994, que se suma a la innumerable cantidad de desaciertos que la
misma exhibe.

Finalmente corresponde señalar, en cuanto a la necesaria indicación del tipo social, que a diferencia de lo
dispuesto por los arts. 147, 164 y 317 de la ley 19.550 en los cuales se autoriza el empleo de las siglas "SRL",
"SA", y "SCA", para las sociedades de responsabilidad limitada, anónimas y en comandita por acciones, dicho
cuerpo legal no autoriza el empleo de las siglas correspondientes para las sociedades colectivas, en
comandita simple y de capital e industria, en las cuales sólo se admite su abreviatura, lo que se explica a los
fines de evitar posibles confusiones de las siglas de los entes societarios entre sí, y con respecto a las de la
sociedad en comandita por acciones, donde la sigla puede utilizarse(294).

4.6. Aplicación para las sociedades, del régimen general que en materia de nombre, incorpora el art. 151 del
Código Civil y Comercial de la Nación

El art. 151 se refiere al nombre de la persona jurídica, las cuales deben tener una denominación que las
identifican como tal, con el aditamento de la forma jurídica adoptada, aclarando dicha norma que la persona
jurídica en liquidación debe aclarar esta circunstancia en su nombre. Se trata, una vez más, y como bien lo
recuerda la profesora de la Universidad de Rosario, Gabriela Calcaterra, de una traspolación del régimen
societario, por lo que su interpretación no ofrecerá mayores dificultades(295).
Continúa prescribiendo el art. 151 del CCyCN que el nombre debe satisfacer los recaudos de veracidad,
novedad y aptitud distintiva, tanto respecto de otros nombres, como de marcas, nombres de fantasía u otras
formas de referencia a bienes o servicios, se relacionen o no con el objeto de la persona jurídica.

Estas previsiones no están incluidas en la ley 19.550 y han sido, fundamentalmente, extraídas de la
resolución general 7/2005 ("Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia"), en especial en su art. 58,
el cual impone, para las sociedades comerciales y asociaciones civiles (art. 354 de dicha resolución), los
requisitos de veracidad, novedad e inconfundibilidad, ahora previstas en el art. 151 del CCyCN.
Lamentablemente, esta norma no requirió, como debió hacerlo, la necesidad de que la denominación de las
personas jurídicas esté expresada en idioma nacional, como lo hace el art. 354 de las referidas normas de la
autoridad de control para las asociaciones civiles, cuando prescribe que la denominación deberá estar
expresada en idioma nacional, así como la indicación precisa del principal o principales objetivos de la
entidad, sin perjuicio de la posibilidad de incluir agregados subordinados a ella en idioma extranjero,
lenguajes regionales o dialectos, requisitos que la Inspección General de Justicia debió imponer, ante la
corriente absolutamente extranjerizante que signó los años 90 del siglo veinte, donde el concepto de
soberanía nacional y todas sus manifestaciones desaparecieron ante el temporario fenómeno de la
globalización y la recurrencia al idioma inglés, para identificar cualquier cosa o cualquier actividad era
moneda corriente, al menos en la Ciudad de Buenos Aires.

Todos los requisitos del nombre de la persona jurídica previstos en el art. 151, primer párrafo del Código
Civil y Comercial de la Nación —veracidad, novedad y aptitud distintiva— tienen como común denominador
la tutela de la inconfundibilidad entre distintas personas jurídicas, a los fines de dar una adecuada
protección al interés de los terceros y —para las entidades civiles, como las asociaciones civiles, fundaciones
o mutuales— al interés público, que resultaría afectado por el eventual error en que se induce(296). Pero
además de ello, merece nuestra total adhesión, que la protección al nombre de las personas jurídicas no se
limite a la simple homonimia, sino también respecto de marcas, nombres de fantasía u otras formas de
referencia a bienes y servicios.

Finaliza el art. 151 CCyCN que el nombre de las personas jurídicas no puede contener términos o
expresiones contrarias a la ley, el orden público o las buenas costumbres(297)ni inducir a error sobre la clase
u objeto de la persona jurídica, agregando finalmente dicha norma que la inclusión en el nombre de la
persona jurídica del nombre de personas humanas requiere la conformidad de éstas, que se presume si son
miembros. Sus herederos pueden oponerse a la continuación del uso, solo si acreditan perjuicios materiales
o morales.

Dichas prescripciones, de evidente carácter imperativo, son aplicables a todos los tipos societarios previstos
en la ley 19.550 (art. 150 inc. 1º de la ley 19.550).

4.7. Modificación del nombre social. El principio de la invariabilidad.

Hemos sostenido que el nombre societario constituye un atributo de la personalidad de la sociedad


comercial, por lo que la variación del mismo está limitada a causas justificadas y atendibles, que deberán ser
justificadas en la asamblea que reunión de socios que resuelva el cambio de nombre y exhibidas al
organismo de control, al momento de inscribirse esa modificación del contrato social en el Registro Público
de Comercio.

En tal sentido se ha resuelto que por constituir la denominación de la persona jurídica un instituto de policía
civil destinado a proteger el interés general, el principio de su inmutabilidad adquiere singular importancia,
por lo que solo es mutable la denominación social cuando lo justifiquen razones de excepción toda vez que,
el nombre de una persona jurídica debe tener la misma permanencia que el de una persona física(298).

Son causas que justifican el cambio de denominación de una sociedad comercial, entre otras, el
fallecimiento, retiro o exclusión de uno de los socios cuyo nombre figuraba en la razón o denominación
social, el dictado de una sentencia judicial que obligó a una sociedad a modificar su nombre habida cuenta la
existencia de otra entidad homónima con mejor derecho para utilizar aquel nombre; el cambio de objeto de
la sociedad; la pertenencia a un nuevo grupo societario como consecuencia de un proceso de reorganización
societaria, etc.

Huelga manifestar que el cambio de denominación de una sociedad no modifica la entidad jurídica de ese
sujeto ideal, la cual se encuentra habilitada para requerir bajo su nuevo nombre la satisfacción de los
contratos que hubiera concertado mediante el empleo de la anterior denominación. Del mismo modo, los
terceros acreedores de la entidad podrán demandar a la sociedad, con su nueva denominación, a los fines
de obtener el cobro de su crédito, pero si el cambio de nombre, previa publicación, fue inscripta en el
Registro Público de Comercio en fecha anterior al libramiento del pagaré, esa registración torna oponible
dicha modificación al tercero portador (art. 12 de la ley 19.550), por lo cual, y conforme fuera resuelto por la
jurisprudencia, no corresponde admitir la ejecución contra la sociedad, salvo que se probase conducta
dolosa del firmante del documento, generadora de responsabilidad(299).

4.8. Sociedades comerciales con igual o parecido nombre societario. El control de homonimias

Una de las características básicas que debe reunir el nombre societario para ser admitido como tal es el de la
inconfundibilidad, ya que la libertad de elección del nombre aparece restringida por el llamado principio de
novedad, que veda la adopción de una denominación ya utilizada por otra sociedad, de mayor antigüedad.

Debe destacarse que durante la vigencia del Código de Comercio en materia de sociedades comerciales, era
criterio pacífico en doctrina y jurisprudencia, que la protección del nombre societario se encontraba
sometida a las normas que emanaban de la ley 3975, conocida como "Ley de Marcas", en especial en cuanto
se refería a la necesidad de impedir la confundibilidad de los nombres comerciales, lo cual obligaba a la
sociedad que se consideraba perjudicada en sus derechos a la promoción de acciones judiciales de pleno
conocimiento ante el Fuero Federal.

No obstante ello, y cumpliendo con otra de las finalidades del Registro Público de Comercio, cual es la
necesidad de prevenir posibles conflictos, el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de
Registro, que hasta el año 1980, año de la sanción de la ley 22.316 estuvo a cargo de las registraciones
societarias, llevaba un registro de homonimias o sociedades homónimas mediante el cual ejercía el control
necesario para impedir la registración de una sociedad comercial cuyo nombre coincidía con el de otra ya
inscripta. Con esa finalidad también, fue competente en las oposiciones que una sociedad ya registrada
efectuaba con relación a otro ente en trámite de inscripción.

Esta intervención oficiosa del Juzgado de Registro se justificó en diversas razones. Por una parte, en el poder
de policía que ejerce el encargado del Registro Público de Comercio en interés del tráfico mercantil y de los
terceros en general, preventiva de eventuales litigios y protección de un derecho inherente a la personalidad
de las sociedades(300), que se encontrarían insuficientemente protegidos si, hasta tanto se dilucide el mejor
derecho al nombre, el Registro procediera a la inscripción de la sociedad y consecuentemente la habilitase
para actuar bajo tal denominación, a sabiendas de la existencia de otra que actúa bajo el mismo
nombre(301). Por otro lado, las facultades del Juez de Registro para proceder de tal manera encontró
también explicación en las normas que, por aquellos años, regía la protección del nombre comercial (ley
3975) y en el control de legalidad que debía llevar a cabo el encargado del Registro Público de Comercio
sobre el contrato constitutivo de una sociedad comercial, con carácter previo a ordenar su toma de razón.
En tal sentido, se sostuvo que "Sea que se considere al nombre social una propiedad del ente, lo que fue
postulado por autorizada doctrina con base en el derogado art. 300 del Código de Comercio, o que se lo
juzgue dato normativo configurante del negocio societario, pero condicionado a los principios de veracidad,
información y novedad, la pretensión registral de la sociedad homónima no puede ser admitida cuando
existen inscriptas sociedades con igual nombre y distinto tipo que la solicitante: la sustancial homonimia es
así objetiva y genéricamente susceptible de producir confusión en los terceros respecto de la identidad del
sujeto de derecho (art. 2º de la ley 19.550), malgrado la diversidad de tipos"(302).

Dos fueron los fallos que, por esa época, confirmaron las facultades del registrador mercantil para evitar la
circulación de sociedades homónimas en el mismo mercado: el fallo dictado por el Juzgado Nacional de
Primera Instancia en lo Comercial de Registro, firme, en autos "Casa Medina Sociedad de Responsabilidad
Limitada" y el de la sala C de la Cámara Comercial en autos "Constructora Cariló Sociedad Anónima", que
sentaron las bases de la facultad de la autoridad de control para entender en ese tipo de conflictos.

En el primero de los casos —"Casa Medina Sociedad de Responsabilidad Limitada"— dictado en fecha 6 de
mayo de 1975, se denegó la inscripción solicitada como consecuencia de existir constancias en el Registro
citado de la existencia de otra sociedad homónima. Se manifestó en la citada resolución que la diversidad de
objeto o ramo del comercio no constituye elemento de distinción susceptible para admitir la coexistencia de
dos sociedades homónimas, pues como ese objeto no tiene exteriorización pública, no sirve como elemento
distintivo. En el segundo de los casos —"Constructora Cariló Sociedad Anónima— dictado en fecha 19 de
octubre de 1977, se trató de una oposición formulada por una sociedad cuyo nombre coincidía con el de
otra cuya registración se solicitaba; en tal oportunidad se acogió dicha oposición teniendo en cuenta, más
que los intereses particulares del peticionante y del opositor al registro, el interés del tráfico y de los
terceros en general, que se encontrarían insuficientemente protegidos si hasta tanto se dilucidara el mejor
derecho al nombre, el Registro procediera a la inscripción de la sociedad, y consecuentemente la habilitase a
actuar bajo tal denominación, a sabiendas de la existencia de otra que actúa bajo el mismo nombre.

La jurisprudencia del Juzgado de Registro y de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial fue fijando
los alcances de la intervención del citado magistrado en los supuestos de conflictos de homonimias, y si bien
se sostuvo por aquel entonces (década del 70) que debía atenderse primordialmente la identidad literal de
las palabras, que componen la denominación, rechazándose sólo los nombres iguales o notoriamente
similares(303), se resolvió asimismo que dándose este supuesto, ni la diversidad de objetos ni la
circunstancia de tratarse de diferentes tipos sociales obstaculiza la procedencia de la oposición
formulada(304).

Sancionada la ley 22.316, que puso en manos de la Inspección General de Justicia el Registro Público de
Comercio en la Capital Federal y Territorios Nacionales, cabe preguntarse si la facultad de dirimir conflictos
de homonimias corresponde a ese organismo, en especial, atento la norma del art. 5º de la ley 22.315,
reglamentaria de la actividad de la autoridad de control, conforme al cual "El conocimiento y decisión de las
oposiciones a las inscripciones a que se refiere el art. 39 del Código de Comercio y de los supuestos previstos
en los arts. 12 y 110 del mismo cuerpo legal, son de competencia judicial, sin perjuicio de las funciones
registrales de la Inspección General de Justicia. También son de competencia judicial las resoluciones de las
cuestiones que versen sobre derechos subjetivos de los socios de una sociedad comercial entre sí y con
respecto a la sociedad".

A pesar de algunos antecedentes jurisprudenciales que han sostenido lo contrario(305), la respuesta debe
ser afirmativa en torno a la competencia de la Inspección General de Justicia a los fines de dirimir los
conflictos de homonimia, por las siguientes razones:

a) Por no encuadrar la cuestión en los supuestos previstos por el art. 5º de la ley 22.315, toda vez que, como
hemos señalado, la intervención del organismo de control al entender en conflictos suscitados en torno a la
similitud o identidad del nombre societario de dos compañías mercantiles, no pone en juego al control de
legalidad que le confiere el art. 6º de la ley 19.550 y art. 5º de la ley 22.315, sino el poder de policía
societario en defensa del interés general. Al respecto, se ha sostenido con todo acierto que como principio
general, la Inspección General de Justicia ejercer dos tipos de facultades: las registrales y aquellas en las que
se pone en juego el poder de policía societario que se ejerce por razones de interés general tendientes a
asegurar la buena fe de las transacciones comerciales, afirmando el principio de transparencia y lealtad del
tráfico mercantil y en protección del público en general(306).

b) Porque dicha función se complementa con lo dispuesto por los arts. 8º y 9º de las normas del Organismo
de Control, en virtud de las cuales éste no conformará los actos constitutivos de entidades con
denominaciones iguales o similares a otras ya existentes, o que puedan confundirse con instituciones,
dependencias o empresas del Estado, o inducir a error sobre la naturaleza y características de la entidad
otorgando la prioridad en la denominación al ente que primero se haya presentado ante la Inspección. Por
otro lado, dicha repartición sólo admitirá la adopción de denominaciones que respetando el principio de la
inconfundibilidad de la persona jurídica, contenga elementos comunes con otras ya registradas, mediando
conformidad de estas últimas para la utilización de tales elementos, lo que se acreditará fehacientemente
previo a la conformidad (art. 9º).

4.9. Jurisprudencia administrativa y judicial en materia de homonimias

Desde el caso "Casa Medina S.R.L." del 6 de mayo de 1975, que puede ser considerado el primer precedente
sobre el tema, la jurisprudencia de nuestros tribunales ha avanzado enormemente en un tema que la ley
19.550 ha descuidado en forma incomprensible: la protección del nombre de la sociedad, evitando, con
fallos ejemplares, la actuación de sociedades homónimas en beneficio de tráfico mercantil que es, en
definitiva, la protección del consumidor.

En tal sentido, nuestros tribunales comerciales han destacado a la inconfundibilidad del nombre societario,
como una de sus características fundamentales(307), autorizando al organismo de inscripción para oponerse
de oficio a la registración de una sociedad de nombre idéntico o al menos parecido —pero que pueda inducir
a confusiones— al de una sociedad ya existente, sin importar la diferencia de objeto social o de tipos
sociales adoptados por cada una de ellas(308).
Pero adviértase que, siendo la inconfundibilidad del nombre social la nota que debe prevalecer, no es
exigible una homonimia o identidad absoluta entre las denominaciones sociales en conflicto, de tal modo
que los nombres de las sociedades comerciales puedan ser distinguibles o diferenciables para el común de
las personas, sin necesidad de un esfuerzo especial o distinto del normal para establecer una correcta y clara
identificación. Con tal orientación, la jurisprudencia ha dicho que en la apreciación de la confundibilidad de
los nombres, se deben tener en cuenta los vocablos dominantes, que en la práctica tiene en cuenta el
público en general(309)

Para dilucidar el conflicto de homonimia, la jurisprudencia ha sentado varios criterios, todos de gran acierto.
En primer lugar, el interés protegido es el tráfico mercantil y de los terceros en general sobre el particular de
las partes en litigio(310), no siendo fundamental incluso para la dilucidación del pleito el uso anterior que la
sociedad oponente hubiera hecho de su nombre o de su registración anterior, cuando el nombre de la nueva
sociedad tuviera ya un reconocido prestigio(311). Con la misma orientación, esto es, la protección del tráfico
mercantil se sostuvo que el aditamento "limitada" que precede o sigue a la denominación social, en tanto
carece de todo contenido novedoso respecto de ella, no sirve para distinguirla de otra similar(312).

El control del principio de inconfundibilidad del nombre societario, si bien comenzó por operar en el ámbito
registral para impedir la inscripción de denominaciones sociales cuando se daba una situación de homonimia
o paronimia, terminó funcionando también dentro de la órbita jurisdiccional una vez concluidos los trámites
registrales de la inscripción de la sociedad, y como acción judicial independientemente de que haya mediado
o no oposición del ente homónimo en sede administrativa.

En tal sentido, han sido muchos los casos donde una sociedad comercial, constituida regularmente hace ya
tiempo, toma conocimiento de la existencia de una compañía homónima con posterioridad a la toma de
razón de aquella. En tal caso, el hecho de que esta última se haya inscripto en el Registro Público de
Comercio no pone fin al derecho de la primera sociedad para efectuar su oposición, pero ella deberá hacerse
en sede judicial, mediante un proceso de conocimiento pleno, deducible ante el fuero mercantil, que
culminará cuando el juez interviniente condene a la sociedad homónima a modificar su denominación social.

Importante es destacar, sobre el tema, la solución del caso "Norfabril Sociedad de Responsabilidad Limitada
c/ Norfabril Sociedad Anónima"(313), en donde se precisó con todo acierto los alcances de la condena
judicial contra la sociedad homónima, esto es, el incumplimiento de la modificación de su nombre societario
puede originar la declaración de anulabilidad del contrato social, en virtud de lo dispuesto por el art. 17 de la
ley 19.550, pues el nombre societario deja de ser tal cuando no respeta el principio de inconfundibilidad que
lo caracteriza. Ese criterio fue reiterado, con todo acierto, en el caso "Medilab Sociedad de Responsabilidad
Limitada c/ Mediclab Sociedad Anónima sobre sumario" de la sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Comercial, del 1º de agosto de 1989, aunque actualmente, luego de la reforma del art. 17 de la ley
19.550 por la ley 26.994, esta sanción resulta inaplicable, y la sociedad carente de denominación social o
susceptible de provocar confusión frente a terceros, pasará a gobernarse por las normas de la Sección IV del
Capítulo 1º de la ley 19.550.

Estos fueron los casos que marcaron rumbo en nuestra jurisprudencia y cuyas pautas fueron seguidas por
otros tribunales, en forma permanente(314). Del mismo modo, la Inspección General de Justicia ha resuelto,
con los mismos fundamentos, los conflictos de homonimia suscitados en oportunidad de que una sociedad
comercial pretende su inscripción en el Registro Público de Comercio y otra sociedad, ya registrada, expone
su oposición al nombre de aquella, invocando la existencia de homonimia(315).

4.10. La protección de la denominación de sociedades extranjeras. El caso "Inspección General de Justicia c/


Channel París Sociedad Anónima"

Si bien la doctrina jurisprudencial y administrativa que tiende a prevenir la existencia de sociedad


homónimas, a través de la intervención del encargado del Registro Público de Comercio se ha fundado, salvo
casos excepcionales, en la registración previa de la entidad que se consideró afectado por aquella
circunstancia, también nuestros Tribunales se han ocupado de la protección de la denominación de una
sociedad extranjera, de existencia y renombre internacional, aún cuando la misma no se inscribió en los
registros mercantiles locales.

Se trató del caso "Inspección General de Justicia c/ Channel París Sociedad Anónima", resuelto por la sala A
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en fecha 24 de agosto de 1990, en donde se sostuvo
que la existencia y prestigio internacional de una entidad extranjera en el campo de los perfumes,
cosméticos e indumentaria, que son de dominio público, exige que la Inspección General de Justicia
requiera, en el trámite de inscripción de una sociedad argentina que pretende adoptar una denominación
homónima, el cumplimiento de lo preceptuado por la resolución 6/1980 para efectivizar la finalidad
perseguida en el art. 10 de la misma. La inobservancia de este procedimiento implica el apartamiento de una
norma de acatamiento ineludible y acarrea la nulidad de la resolución de ese organismo que dispuso
ordenar la inscripción de la sociedad argentina.

En dicho precedente, la Cámara hizo referencia al por entonces vigente art. 10 de la resolución 6/1980 de la
Inspección General de Justicia, conforme al cual la autoridad de control debe exigir a la sociedad local,
cuando su nombre pueda expresar o sugerir una dependencia económica o financiera con una sociedad
extranjera, la existencia de ésta y su conformidad para el uso de la denominación por parte de la compañía
extranjera.

De manera tal que, conforme la doctrina de este precedente, las atribuciones de la Inspección General de
Justicia en materia de protección del tráfico mercantil mediante el control de homonimias, comprende no
solo la de dirimir las oposiciones formuladas por la sociedad que se considera víctima de la existencia de
compañías argentinas que pretenden utilizar el mismo nombre, sino también la de requerir de oficio a la
sociedad argentina la conformidad de la compañía extranjera para el uso de su nombre, supuesto en el cual
la oposición de la misma no resultaría imprescindible a los fines de activar las funciones del organismo de
control.

La justicia del fallo recaído en el caso "Channel París" está fuera de toda duda, pues tiende a proteger a los
terceros y no amparar la mala fe de quien pretende ampararse en el prestigio de una firma internacional,
ganada luego de muchos años de actividad en un determinado rubro. Se sostuvo en dicho fallo que "La mala
fe que trasunta la adopción y uso de un nombre afamado, debe merecer especial consideración por parte de
la Inspección General de Justicia, pues la sociedad nacional que pretende la inscripción de su estatuto debe
conocer que el nombre adoptado por ella pertenece a un tercero, por la magnitud de su uso público y su
acreditación internacional que es consecuencia del esfuerzo creativo y de costosas campañas publicitarias.
De no adoptar el organismo de control las medidas correspondientes, facilita el conculcamiento del principio
de veracidad, que dispone que no se debe inducir a error respecto de cualquier antecedente significativo
respecto de las vinculaciones, orígenes, actividades etc. de la sociedad".

Si bien en el caso "Channel París" la Inspección General de Justicia actuó de oficio, habida cuenta el prestigio
con que cuenta la casa Channel, la doctrina de dicho precedente es aplicable también cuando cualquier
sociedad extranjera, conocida por su actividad mercantil fuera de los límites de su país de origen, efectúa
una concreta oposición a la registración de una nueva sociedad local, con un nombre societario idéntico o
muy similar al de aquella.

La pregunta que debe formularse y que fue objeto de especial atención en el referido precedente, es si para
efectuar su oposición en sede registral, la entidad extranjera debe inscribirse en el Registro Público de
Comercio con carácter previo a formular su queja, atento lo dispuesto por el art. 118 de la ley 19.550, que
solo autoriza a la sociedad constituida en el extranjero a operar en la República Argentina sin necesidad de
registrarse, exclusivamente cuando se trata de actos aislados.

No parece aplicable al caso el art. 118 de la ley 19.550, pues la inscripción registral que dicha norma
consagra, con carácter de orden público, debe estar relacionada con la actividad mercantil llevada a cabo
por la sociedad extranjera y no cuando se trata de defender sus derechos sobre un bien inmaterial
susceptible de valoración dineraria. Subordinar el acceso a la justicia de una sociedad extranjera a su previa
inscripción registral, cuando se trata de la defensa de su patrimonio, pues no otra cosa implica el ejercicio de
su derecho de oposición al nombre de una entidad nacional, podría implicar incluso violación de lo dispuesto
por el art. 17 de la Constitución Nacional. No se trata entonces de determinar si la promoción de un
procedimiento administrativo o judicial constituye o no un "acto aislado" por parte de la sociedad
extranjera, pues la referencia a esos actos supone que ellos deben encuadrarse en su actividad comercial o
ser preparatorios de su instalación en la República Argentina, pero no cuando, se reitera, la sociedad
extranjera debe recurrir a los tribunales u organismos en el país a los fines de defender sus derechos.

4.11. Prescripción de las acciones judiciales tendientes a evitar la homonimia entre dos sociedades
comerciales
Hemos ya expuesto que el derecho que asiste a una sociedad comercial de proteger su nombre societario,
ante la existencia en el mercado de otra sociedad homónima, puede llevarse a cabo por vía de oposición y
en sede registral, en oportunidad que esta segunda sociedad se encuentra en trámite de inscripción ante el
Registro Público de Comercio, o posteriormente, aún cuando la compañía homónima haya culminado su
trámite inscriptorio, pero en este caso, la cuestión deberá tramitar ante la Justicia en lo Comercial, la cual
deberá decidir luego de un proceso de amplio conocimiento.

Ello nos lleva al problema de la prescripción de dicha acción judicial, y al respecto han sido sostenidas varias
posiciones: Por una parte, la aplicación de las normas de la ley 22.362 que regula la oposición por parte
interesada al uso de un determinado nombre comercial y que establece un plazo de prescripción anual. Sin
embargo, esta tesitura fue desestimada jurisprudencialmente, con el argumento que la regulación de la
denominación de la persona jurídica o nombre social no compete a la legislación marcaria sino a la ley de
sociedades comerciales, la cual, al no prever un plazo especial para la prescripción, torna operable la
prescripción decenal del art. 846 del Código de Comercio(316).

Entendemos que, excediendo la cuestión el mero interés de las sociedades involucradas y encontrándose
comprometida la protección del tráfico mercantil, la seguridad de las relaciones jurídicas y la protección de
los terceros en general(317), parece evidente concluir que el transcurso del tiempo no puede influir para la
consolidación por una sociedad homónima de su nombre societario, debiendo estimarse a esta acción como
imprescriptible. Siguiendo estos lineamientos, y fundamentado en que la protección del nombre de la
sociedades es cuestión de policía civil, la jurisprudencia ha dicho que las acciones judiciales en defensa del
nombre societario no se encuentran sujetas a ser extinguidas por prescripción, pues su propia naturaleza así
lo impone, ya que, como los demás datos normativos del contrato de sociedad previstos por el art. 11 de la
ley 19.550, y mientras subsista la sociedad, no quedan sometidas a prescripción(318).

4.12. Normativa administrativa aplicable en materia de denominación social

Las Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia —resolución general IGJ 7/2015— contiene, en los
arts. 59 a 65, una serie de disposiciones referidas al nombre societario que, esquemáticamente expuestas,
se pueden resumir de la siguiente manera:

• La denominación social debe satisfacer los recaudos de veracidad, novedad e inconfundibilidad (art. 58), y
no podrán ser inscriptas las sociedades cuya denominación (a) contenga términos o expresiones contrarios a
la ley, el orden público o las buenas costumbres; (b) sea igual o similar a otras ya existentes, considerándose
sin distinción de tipos sociedades locales o constituidas en el extranjero, inscriptas o en trámite de
inscripción: (c) que pueda inducir a error sobre la naturaleza, persona o características de la sociedad o
confundirse con la denominación de entidades de bien público, instituciones, dependencias, organismos
centralizados o descentralizados de la administración pública nacional, provincial o municipal, Estados
extranjeros etc. No obstante lo cual, y en materia de fusión y escisión, a los fines de lo dispuesto en dicha
norma, en la fusión de sociedades es admisible que la sociedad incorporante o la que se constituya, adopten
la denominación de la absorbida o la de cualquier de las fusionantes por consolidación, y en la escisión de
sociedades en que se extinguen sociedades, es admisible que la escisionaria adopte la de cualquiera de ellas
(art. 59).

• Se admite como excepción la adopción de denominaciones que tengan elementos comunes con los de
otras sociedades, si todas son sociedades del mismo grupo y se acredita fehacientemente la conformidad de
éstas y en el instrumento de constitución se hace constar expresamente la obligación de modificar la
denominación si la sociedad deja de pertenecer al grupo (art. 61).

• No se admite la inclusión, en la denominación social, los términos "Nacional", "Provincial", "Municipal",
"Estatal", "Oficial" o similares o derivados, salvo que la constitución de la sociedad tenga lugar en
cumplimiento de disposiciones legales que lo admitan (art. 62). En cuanto a la inclusión en la denominación
de las expresiones "de Argentina"; "Argentina" u otras que puedan expresar o sugerir su dependencia
económica o jurídica respecto a entidades constituidas en el extranjero, la Inspección General de Justicia
debe requerir, a los fines de proceder a su inscripción, la acreditación de la efectiva existencia de las mismas
y su conformidad con el uso de la denominación adoptada por la sociedad local (art. 63). Cuando la
denominación incluya el uso de la palabra "MERCOSUR", se deberá observar los siguientes requisitos; a) Que
la palabra MERCOSUR no sea utilizada aisladamente, sino formando parte de la denominación o de la razón
social; b) que esa denominación tenga relación con el objeto social y c) que no sea utilizado de manera
engañosa que induzca a error o equívoco con organismos oficiales (art. 63 resolución general IGJ 7/2015).
• En la denominación de las sociedades no puede hacerse referencia a títulos profesionales, salvo que se
trate de sociedades de profesionales (art. 64).

• Finalmente, el art. 64 de las "Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia" admite el "Registro


preventivo de la denominación social", que se utilizará en la constitución o modificación de la sociedad,
registro que tiene por efecto reservar la denominación elegida en favor de los constituyentes de la sociedad
por un plazo improrrogable de 30 días corridos (art. 55).

§ 5. El domicilio social. Consideraciones generales.

5.1. Generalidades. Omisión de su determinación en el contrato social

La mención del domicilio de las sociedades comerciales en su contrato constitutivo es requisito esencial, en
tanto el mismo importa también uno de los atributos de su personalidad jurídica.

Esta exigencia rige para todas las personas jurídicas, conforme lo dispone en art. 152 del Código Civil y
Comercial de la Nación, el cual establece que "El domicilio de la persona jurídica es el fijado en sus estatutos
o en la autorización que se le dio para funcionar. La persona jurídica que posee muchos establecimientos o
sucursales tiene su domicilio especial en el lugar de dichos establecimientos solo para la ejecución de las
obligaciones allí constituidas. El cambio de domicilio requiere la modificación del estatuto. El cambio de
sede, si no forma parte del estatuto, puede ser resuelto por el órgano de administración".

Conforme al principio de necesidad, en cuanto a que no puede concebirse persona sin domicilio, su omisión
en el contrato constitutivo determina la aplicación a la sociedad de la normativa prevista por la Sección IV
del Capítulo I de la ley 19.550, situación que puede ser subsanada conforme al cuestionable procedimiento
previsto por el art. 25 de la ley 19.550, en su actual redacción. La importancia de su inclusión en el
instrumento constitutivo, radica en que el domicilio social determina la aplicabilidad de la ley del lugar de
este, la competencia de los jueces —salvo existencia de domicilio de elección, acciones atraídas por juicios
universales, etc.— en las acciones personales dirigidas contra ella, procesos de jurisdicción voluntaria y la
competencia de órganos administrativos correspondientes.

Las sociedades de hecho, pese a la inexistencia de cláusula contractual respectiva, tienen también su
domicilio, en tanto las mismas gozan de personalidad jurídica, con los alcances expuestos en la Exposición de
Motivos de la ley 19.550 y en el art. 143 del CCyCN. Su irregularidad determinará la inoponibilidad del
domicilio invocado por los socios cuando el mismo no coincida con el de la sede real de la sociedad,
establecimiento o explotación principal, en su defecto.

Debe tenerse en cuenta además que, conforme al principio de necesidad, las sociedades no pueden tener
más de un domicilio general, sin perjuicio de las sucursales que tuvieran, las cuales tienen un domicilio
especial en el lugar de dichos establecimientos, para ejecutar sólo las obligaciones allí contraídas por los
agentes locales de la sociedad (art. 152 CCyCN).

5.2. Domicilio y sede social

Ya durante la vigencia del Código de Comercio, la doctrina y la jurisprudencia se encontraban divididas en


cuanto a la necesidad de diferenciar entre los conceptos de domicilio y sede social, entendiendo que el
primero —domicilio— era comprensivo de la jurisdicción en la cual la sociedad se constituye, y cuya
autoridad competente autoriza a inscribirla en el Registro Público de Comercio, en tanto que por sede social
debía entenderse el lugar preciso de determinada ciudad o población, en donde funciona la administración y
gobierno de la sociedad(319).

Tal diferencia no es meramente doctrinaria, pues sus consecuencias prácticas residen en que si se identifica
domicilio con jurisdicción, sólo debe determinarse esta en el contrato social (art. 11, inc. 3º, LSC), y, en
consecuencia, únicamente deberá procederse a la modificación de dicho instrumento en caso de
transferencia de sede social a distinta jurisdicción.

El cambio de sede social, dentro de la misma jurisdicción, conforme lo sostenido por esta corriente de
opinión, no obligaría a modificar el contrato social, evitándose los trámites y gastos correspondientes.
La distinción apuntada fue sostenida por Halperin(320), Zaldívar y colaboradores(321), Mascheroni(322),
entre otros, y jurisprudencialmente entre otras resoluciones por la sala A de la Cámara Comercial en los
casos "Ranquel SCA"(323), "Organización Tres V, SRL"(324)y "Mansur Sociedad Colectiva" y la sala B del
mismo tribunal en autos "Fotograbados La Unión"(325). Administrativamente, la Inspección General de
Personas Jurídicas sustentó este criterio en el estatuto aprobado por resolución particular del 3 de agosto de
1971.

En sentido inverso, predicando la necesidad de exigir en los contratos de sociedades comerciales la mención
expresa de la calle y número, identificando los conceptos de domicilio y sede social, se pronunciaba el
Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro de la Capital Federal, la sala B de la
Cámara Comercial, en autos "Quilpe SA" —fallo que posteriormente diera lugar a sentencia plenaria, como
se expondrá— y autores como Lisandro Segovia(326), Garo(327), Sola Cañizares y Aztiria(328), y Zavala
Rodríguez(329). La Inspección General de Personas Jurídicas también sostuvo dicho criterio en una serie de
resoluciones particulares, de las cuales se destaca, por la amplitud de fundamentos, la recaída en el
expediente administrativo "Kimsa SA", de fecha 15 de julio de 1975.

La disparidad de criterios sobre el punto condujo, durante la vigencia de la ley 19.550, pero antes de su
reforma por la ley 22.903, al dictado por la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, de un fallo
plenario, que recayó en el célebre caso "Quilpe Sociedad Anónima", dictado el 31 de marzo de 1977, donde
dicho Tribunal, con importantes disidencias, se inclinó por aquella solución, distinguiendo los conceptos de
domicilio y sede social, aunque dispuso la necesidad de que la dirección precisa del ente societario debe ser
comunicada al juez de la inscripción en instrumento separado, al tiempo de registrarse aquella no
ordenándose la toma de razón en caso contrario.

Del voto de la mayoría, sustentada por los doctores Anaya, Patuel, Silva, Barrancos y Vedia, Alterini, Guzmán
y Gaibisso, pueden extraerse las siguientes conclusiones:

a) Que si bien existe necesidad de que los terceros cuenten con una dirección precisa de la sociedad
inscripta registralmente, no resulta indispensable que ese dato surja del contrato social.

b) En consecuencia, basta que se inscriba la sede social, ya sea con su inclusión en el contrato, sea
denunciándolo en instrumento separado, debiendo el juez denegar la inscripción del contrato o estatuto que
no se complemente con el instrumento del que resulte la dirección del domicilio, salvo que el mismo ya esté
incluido en el instrumento de constitución.

Por su parte, el voto de la minoría, sostenido por los magistrados Alberti, Bosch y Etcheverry, enfatizó la
inconveniencia de distinguir entre domicilio y sede social, con el argumento de que ni del texto original del
ordenamiento societario ni concursal puede desprenderse concluyentemente la diferencia entre uno y otro
concepto, como lo pretende autorizada doctrina, pues cuando la ley 19.550 ha querido referirse a
jurisdicción lo ha hecho sin ambages (arts. 8º, 14, 18 últ. apart., 87 y 111, etc.).

Compartí los fundamentos del voto minoritario por variadas razones: En primer lugar, porque se trata de
una distinción absolutamente artificial, que no surgía, por entonces, del ordenamiento societario ni del
ordenamiento civil. Por el contrario, la aplicación supletoria del Código Civil a la materia comercial desestima
cualquier diferencia que pretenda efectuarse sobre el concepto de domicilio de las personas de existencia
ideal, que para el ordenamiento común es único. No debe olvidarse que el art. 90, inc. 3º del Código Civil al
referirse al domicilio de las corporaciones, establecimientos y asociaciones expresa que: "(...) es el lugar
donde está situada su dirección y administración, si en sus estatutos o en la autorización que se les dio no
tuviesen un domicilio señalado".

Por otra parte, la registración del contrato de sociedad apunta a un objetivo fundamental, que es el
conocimiento que tomen de él los terceros, pues la inscripción obligatoria de documentos tiene, como lo
expresara Castillo(330), un fundamento que hace al bienestar del comercio y al desenvolvimiento de sus
relaciones, ya que interesa a este conocer una serie de circunstancias que sirven para determinar las
condiciones en que el comerciante —persona individual o colectiva— ejerce su profesión. El fin del registro
precisamente consiste en dar publicidad a todas esas circunstancias.

Los terceros deben contar necesariamente con una individualización precisa para poder dirigirse contra el
ente, pues la atribución que la ley confiere a los particulares para firmar figuras de derecho que les permiten
afrontar el alea de la empresa sin responsabilización personal, requiere de esos beneficiarios conductas que
resguarden la sociedad contra el abuso de esa facultad. Una de esas precauciones es la indicación de la
dirección social, clara y precisa, para que el ente reciba allí emplazamientos y comunicaciones(331).

Coincido finalmente con el voto en minoría del Dr. Raúl Etcheverry, quien dejó sentada su oposición a la
necesidad de evitar una modificación del estatuto o contrato social de tanta importancia como es el cambio
de su domicilio, lugar donde se materializa la imputación normativa del sujeto colectivo.

La doctrina obligatoria para la Jurisdicción de la Ciudad de Buenos Aires de fallo plenario recaído en el caso
"Quilpe Sociedad Anónima", fue extendida a todo el país luego de la sanción de la ley 22.903 del año 1982,
que reformó parcialmente el texto original de la ley 19.550.

La ley 22.903, siguiendo la orientación del fallo plenario "Quilpe SA", agregó un nuevo párrafo al inc. 2º del
art. 11 de la ley 19.550 y a continuación de la exigencia de la razón social o denominación y del domicilio de
la sociedad en el instrumento de constitución de la misma, dispone expresamente que: "(...) Si en el contrato
constare solamente el domicilio, la dirección de su sede deberá inscribirse mediante petición por separado,
suscripta por el organismo de administración. Se tendrán por válidas y vinculantes para la sociedad todas las
modificaciones efectuadas en la sede social inscripta (...)".

Se consagró de esta manera y por vía legislativa, el principio de que el lugar en que la sociedad ha fijado la
sede social es, para los terceros, el domicilio legal de la sociedad, presumiendo la ley que dicho lugar
constituye el asiento legal de la misma, en el sentido que dicta el art. 90 del Código Civil(332), con lo cual
libera a los terceros de la carga de constatar, en cada caso, cual es el lugar donde la sociedad se encuentra
instalada, con la consiguiente inseguridad jurídica que crearían los sucesivos cambios de dirección.

Analizando el actual texto del art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 se observa:

a) Que resulta optativo para los socios la indicación de la dirección exacta en el acto constitutivo, pudiendo
limitarse a consignar en el mismo la designación de la jurisdicción en donde la sede social se encuentra
ubicada. Pero en este caso el registrador deberá exigir al órgano de administración de la sociedad la
ubicación de su sede, que se inscribirá conjuntamente. Repárese en que si bien la ley se refiere al órgano de
administración como quien debe formular esa manifestación al Registro, entendemos que en el caso de las
sociedades anónimas, corresponde, en principio, al presidente del directorio el cumplimiento de tal carga,
salvo que en el acto constitutivo se hubiere autorizado a un mandatario especial para realizar los trámites
correspondientes a la inscripción de la sociedad (art. 167, LSC), quien se encuentra legitimado para cumplir
con aquella obligación.

Ello, sin perjuicio de la facultad de los restantes directores de exigir la registración de la nueva sede social, a
los efectos de evitar las gravísimas consecuencias que el art. 11, inc. 2º, LSC, prevé para el caso de
incumplimiento de esa carga, o de practicarla incluso, frente al desinterés del representante legal de la
sociedad de llevarla a cabo.

Si bien como consecuencia de la nueva redacción del art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, el cambio de sede social
no implica reforma del contrato social, en todos los casos que se denuncia la misma y tratándose de una
sociedad anónima, deberá acompañarse el acta de directorio donde se resolvió el traslado de la sede social
así como la publicación de la misma en el diario de publicaciones legales.

b) La ley 22.903, subsanando una laguna de la doctrina del fallo "Quilpe SA", ha establecido los efectos que
origina para la sociedad la no inscripción del documento que dispone el cambio de la sede social,
disponiendo expresamente: "(...) que las notificaciones efectuadas a la sede social inscripta se tendrán por
válidas y vinculantes para la sociedad (...)", con lo cual, como lo ha resuelto pacífica y reiteradamente la
jurisprudencia, la sociedad no puede oponer el cambio de sede social para eludir el cumplimiento de sus
obligaciones, si ha omitido registrar su nueva sede en el Registro Público de Comercios(333).

El Código Civil y Comercial de la Nación ha también receptado la diferencia entre el domicilio y la sede social
de las personas jurídicas, en el art. 152 de la ley 19.550, cerrando toda discusión al respecto, pues no debe
olvidarse que el derogado art. 90 del Código Civil no hacía la menor referencia ni distinción entre domicilio y
sede social.

5.3. Efectos de la omisión de registrar la nueva sede social de la entidad


Como no se trata de una modificación al contrato constitutivo, el cambio de sede social no queda gobernado
por las reglas del art. 12 de la ley 19.550 en torno a las consecuencias de las modificaciones no inscriptas
efectuadas a aquel instrumento. El art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 se encarga de determinar los efectos de la
falta de registración de la nueva sede social, disponiendo que "Se tendrán por válidas y vinculantes para la
sociedad todas las modificaciones efectuadas en la sede social inscripta".

Ello significa que toda modificación no inscripta en torno al domicilio de la sociedad es inoponible a los
terceros, pues la sede inscripta subsiste a todos los efectos, mientras la modificación no sea registrada y
comunicada a las autoridades competentes.

Esta disposición legal, de enorme importancia, ha originado una rica casuística en la jurisprudencia, que
tiende, con toda justicia, y salvo mala fe, como oportunamente analizaremos, a sancionar a todos aquellos
que han incumplido con una carga registral que la ley 19.550 se ha encargado de imponer en estricta
protección de los intereses de los terceros vinculados con la sociedad.

En tal sentido, se sostuvo la plena aplicación del art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 a pesar de que el domicilio
social inscripto estuviese abandonado, deshabitado o clausurado(334)y en el mismo sentido se declaró
judicialmente la validez de una notificación efectuada a la sede social inscripta de la sociedad, continente de
un requerimiento efectuado al presidente del directorio, de carácter personal pero originado en las
funciones que éste desempeñaba, con el irrefutable argumento de que "quien conoce un hecho no puede
sostener que se anoticia como representante pero que lo desconoce personalmente"(335). Finalmente, y sin
ánimo de agotar la enumeración de los casos donde la jurisprudencia ha hecho aplicación de lo dispuesto
por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, se ha resuelto que todas las notificaciones cumplidas en la sede
inscripta son válidas y vinculantes para la sociedad, aún cuando la registración no se ajuste a la realidad, y la
sede de la administración se encuentra instalada en otro sitio(336).

Ahora bien, si la sociedad tuviere instalada varias sucursales en jurisdicciones diferentes, la regla del art. 11
inc. 2º de la ley 19.550 no invalida las notificaciones que los terceros vinculados con la actividad realizada en
los establecimientos o sucursales pudieran efectuar al lugar donde se encuentran éstas, pues lo dispuesto
por aquella norma importa una prerrogativa para los terceros tendiente a proteger sus derechos, de manera
tal que resulta inadmisible deducir de la regla del art. 11 inc. 2º que solo las notificaciones dirigidas a la sede
social serán válidas. Así lo ha consagrado la jurisprudencia, al sostener que el principio general consagrado
por aquella disposición legal no es excluyente de las que se efectúen en las sucursales o establecimientos,
donde efectivamente se realicen negocios sociales, de conformidad con lo dispuesto por el art. 90 inc. 4º de
la ley 19.550(337).

Sin perjuicio de lo expuesto, debe señalarse que el hecho de que resulten válidas y vinculantes para la
sociedad todas las notificaciones que se cursen al domicilio inscripto no significa que resulten inválidas las
que puedan haber sido dirigidas a otro lugar. La ley 19.550 no dispone tal cosa y no existe mérito alguno
para sostener la nulidad de una notificación por la única razón de no haber sido cumplida en el domicilio
registrado y no parece que la télesis del legislador haya sido la de asignar carácter excluyente a la sede
inscripta como lugar de emplazamiento del ente societario, pues como lo ha resuelto la jurisprudencia, no
existe mérito alguno para sostener que una notificación sea nula por la única razón de no haber sido
cumplida en el domicilio registrado(338).

Puede suceder también que en el contrato social o estatuto de la sociedad los socios hayan insertado la
precisa dirección de la entidad como cláusula especial de aquel instrumento. En tal caso, cualquier traslado o
mudanza requiere la decisión de una asamblea extraordinaria y no de una simple decisión del directorio, así
como el estricto cumplimiento de todos los recaudos previstos para la modificación del contrato social.

5.4. El domicilio social inscripto y la necesaria buena fe del tercero que lo invoca

Puede suceder, y ello ocurre con frecuencia, que quien alega desconocer otra sede social que no sea la
inscripta, tenga suficiente conocimiento del lugar donde funciona la dirección y administración de la
sociedad. Cabe entonces formularnos el siguiente interrogante: ¿Queda comprendido este en la presunción
establecida por el art. 11, inc. 2º de la ley 19.550?

En un principio, la jurisprudencia se mostró reticente a admitir excepciones a la regla prevista por el art. 11
inc. 2º de la ley 19.550, considerando que la última sede social inscripta en el Registro Público de Comercio
otorgaba a los terceros la presunción de que allí se encontraba el domicilio de la persona jurídica, sin admitir
prueba en contrario. Se dijo al respecto que resultaba indiferente que la contraparte hubiese tomado
conocimiento de la existencia de un domicilio diverso al inscripto, porque en definitiva ello no enerva los
efectos queridos por la ley(339), y en el mismo sentido se sostuvo que "El conocimiento que la ejecutante
tenía del lugar donde se hallaba la sede real de la administración, pudo habilitarla para practicar una
notificación en ese sitio, pero en modo alguno le impedía practicar la notificación en ese lugar, pues tal
imposición no tiene apoyatura legal y es contraria a la previsión expresa del art. 11, inc. 2º de la ley
19.550"(340)y (341).

No coincidimos con la doctrina de esos fallos, pues tienden a alentar la mala fe de quienes, conociendo que
la sociedad cuenta con un domicilio determinado distinto al registrado, o que la aquella no se encuentra
domiciliada en la sede social inscripta, utiliza en su propio provecho la presunción establecida por el art. 11
inc. 2º de la ley 19.550, para obtener ventajas procesales inadmisibles.

Pretender que la presunción otorgada por dicha norma no pueda permitir prueba en contrario, olvida el
principio general de derecho (doctrina del art. 3136 del Código Civil) conforme al cual la carencia registral no
es invocable por la persona que conoció positivamente o de manera ficta o presumida, el acto sujeto a
inscripción(342).

Forzoso es concluir entonces que quien tiene expreso conocimiento de la verdadera ubicación del domicilio
de la sociedad, mal puede escudarse en la presunción prevista por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550,
conclusión que es también consecuencia de la regla general en materia de derecho registral conforme a la
cual la inscripción y publicación constituyen una protección para los terceros de buena fe, regla que en
materia de inscripción de actos societarios ha sido aplicada por la jurisprudencia en forma reiterada y
pacífica(343)y que se encuentra prevista en la ley 19.550 en dos normas: 1) En el art. 12, cuando permite,
para todas las sociedades menos las de responsabilidad limitada y las sociedades por acciones, que los
terceros invoquen contra ella y los socios las modificaciones no inscriptas y 2) En el art. 58, cuando
condiciona la validez de los actos celebrados en infracción a la organización plural de la administración, a la
falta de conocimiento efectivo, por parte del tercero, de que el acto se había celebrado en infracción de esa
representación.

Pues bien, y aplicando esos principios generales, puede sostenerse que no actúa de buena fe quien, como
consecuencia de las relaciones jurídicas habidas con una sociedad, toma conocimiento de la real sede de la
administración de la misma, para luego notificar la ulterior demanda judicial a un domicilio del que
solamente ha tenido noticias por una inscripción registral anterior.

Dicha conducta puede incluso encuadrarse dentro de los términos del art. 10 del CCyCN, que, como es
sabido, no ampara el ejercicio abusivo de los derechos

Cierto es que el art. 11, inc. 2º de la ley 19.550, conforme al cual: "Se tendrán por válidas y vinculantes para
la sociedad, todas las notificaciones efectuadas en la sede social inscripta", no hace distinción alguna, pero
ello no es necesario: la aplicación de la norma supone la necesaria buena fe que requiere el
desenvolvimiento del tráfico mercantil y quien ha ignorado, durante la relación comercial la existencia del
domicilio social inscripto no puede ampararse en la falta de registración del nuevo domicilio, para sacar
indebido provecho de una omisión de su cocontratante.

Todas estas reflexiones fueron tenidas en cuenta por la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, en fallo del 7 de agosto de 2003, en los autos caratulados "Estancia La Josefina Sociedad Anónima
c/ Plama Sociedad Anónima s/ ordinario", oportunidad en que el Tribunal se apartó del carácter iuris et de
iure de la presunción establecida por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, conforme a la cual, habiendo
constancias en la causa sobre la existencia de otro domicilio distinto al registrado por la demanda en los
términos de aquella norma, que no fuera desconocido por la actora al tiempo de notificar el traslado de la
demanda, debe decretarse la nulidad de la misma, habida cuenta la especial trascendencia de tal diligencia.
Del mismo modo, en los autos "Batista Hugo Ramón y otro c/ Batista e Hijos SRL s/ ordinario", la sala D del
mismo tribunal, en fallo del 11 de julio de 2007 resolvió que la prerrogativa consagrada a favor de terceros
por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 no puede ser invocada por parte de los socios de la sociedad que tenían
suficiente conocimiento del lugar donde funciona la dirección y la administración social. "El principio
establecido por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 —se sostuvo en ese precedente— tiene como excepción
cuando el accionante ha conocido o podido conocer la existencia de un domicilio social distinto al inscripto,
en el que funciona la sede real de la administración de la sociedad, en ocasión o a propósito de las relaciones
jurídicas que lo vinculaban con la sociedad demandada".
5.5. Domicilio social inscripto y domicilio procesal constituido o domicilio ad litem

Otra cuestión que ha merecido contradictorios pronunciamientos judiciales lo ha sido el determinar la


naturaleza del domicilio social inscripto y su asimilación al domicilio procesal "constituido" en un expediente
judicial.

La asimilación —o no— del domicilio social inscripto al de "domicilio constituido" no es una cuestión
académica, sino llena de efectos prácticos, pues de responder afirmativamente a esta cuestión, resultarán
aplicables a la sociedad los arts. 40 a 42 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, que legislan sobre
los efectos del domicilio ad litem.

Planteada la aplicación de las aludidas normas procesales al domicilio social inscripto, la jurisprudencia de
nuestros tribunales comerciales fue paulatinamente evolucionando, de una negativa total a la asimilación
entre ambos domicilios hasta la aceptación de la procedencia de la notificación dirigida al domicilio social
inscripto de una sociedad comercial a través de la aplicación de los arts. 41 y 42 del Código Procesal, por
motivos de carácter práctico.

Negando tal asimilación ha sido dicho que la calificación de "domicilio constituido" solo corresponde al
domicilio procesal ad litem fijado en los términos del proceso, conforme al régimen establecido por el art. 40
del Código Procesal. Por ello no procede asimilar a dicho domicilio con el denominado domicilio social
inscripto(344). "No procede asimilar el domicilio social al domicilio ad litem —según esta corriente
jurisprudencial—, sin que ello importe desconocer los efectos que el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 asigna a
las comunicaciones que en él se cursaren. En consecuencia, si bien dicho domicilio resulta idóneo para
notificar el emplazamiento previsto por el art. 91 de la ley 19.551, ello se encuentra supeditado a que la
diligencia pueda practicarse con cumplimiento de las formalidades legales y de los recaudos que resulten
imprescindibles para el acto cumpla la finalidad perseguida"(345).

En sentido contrario fue sostenido que si bien es cierto que, interpuesta una demanda contra una sociedad
comercial, y a los fines de la notificación de la misma, la persona jurídica no ha constituido domicilio especial
o procesal en el referido expediente, lo cual impediría en principio, toda asimilación entre domicilio procesal
y domicilio social inscripto, no es menos cierto que dicho argumento peca de excesiva formalidad, pues la
identificación de tales conceptos responde a la necesidad de facilitar la materialización de la notificación al
domicilio social inscripto y evitar todo tipo de maniobras dilatorias. En tal sentido ha sido expuesto por la
jurisprudencia que "El domicilio social inscripto en la Inspección General de Justicia resulta válido para
notificaciones procesales y en modo alguno puede constituir un exceso ritual, pues el domicilio inscripto es
la única forma de emplazamiento por terceros a los entes de existencia ideal, que de otro modo podrían
burlar constantemente la acción de sus acreedores"(346).

El argumento central a los fines de aceptar el otorgamiento del carácter de domicilio procesal constituido al
domicilio social inscripto radica pues, de acuerdo a nutrida jurisprudencia, en la necesidad de viabilizar sin
inconvenientes las notificaciones efectuadas a la sociedad(347), de manera tal que es lo adecuado conferir al
domicilio legal el carácter de constituido procesal. En consecuencia, configurada la situación prevista por el
art. 42 segundo párrafo del Código Procesal (edificios deshabitados o desaparición de la entidad notificada),
debe procederse en la forma allí prevista, pues de otro lado, y como fuera resuelto por nuestros Tribunales,
cualquier requerido inescrupuloso podría burlar los efectos que frente a terceros adquiere la constitución
del domicilio social, mediante el simple expediente de retirar la chapa municipal(348).

Este es el criterio que predomina hoy en la jurisprudencia, y es a mi juicio el acertado. Bien es cierto que,
estrictamente, puede ser discutible la calificación de "constituido" a un domicilio que no ha sido denunciado
por su titular en un expediente judicial, pero lo que en realidad predican quienes otorgan tal carácter al
domicilio social inscripto es que mal puede funcionar la presunción establecida por el art. 11 inc. 2º de la ley
19.550 ("...Se tendrán por válidas y vinculantes para la sociedad todas las notificaciones efectuadas en la
sede inscripta") si no se aplican al domicilio social los efectos del domicilio procesal constituido en un
expediente judicial, pues carecería de toda congruencia otorgar al domicilio legal inscripto el carácter de
vinculante para la sociedad, si con el solo recurso de mudarse o desaparecer de dicho domicilio, toda
notificación a ese lugar se torna imposible.

5.6. El domicilio social ficticio


El domicilio de las sociedades debe ser considerado, como habíamos dicho, como domicilio legal, pues así lo
establece el art. 152 del Código Civil y Comercial de la Nación. Se consagra, de esta manera y siguiendo las
pautas del art. 90 inc. 3º del derogado Código Civil, conforme reiterada jurisprudencia, una presunción iuris
et de iure, en el sentido que el domicilio social es el lugar de residencia de la entidad(349).

Sin embargo, la mera observación de la realidad demuestra que no son aislados los casos en que, en la sede
social inscripta de las sociedades comerciales no se encuentra la verdadera dirección o administración de la
entidad, sino que dicha dirección coincide con la de alguno de los profesionales que asiste a la sociedad y
que ella ha sido denunciada a la autoridad de control a los fines de ubicar su domicilio social en una
determinada jurisdicción.

Del mismo modo, tampoco es extraño advertir la existencia de sociedades en donde la sede social inscripta
corresponde al domicilio particular de alguno de sus socios o parientes cercanos de éstos, pero en el cual la
sociedad no tiene depositados, bienes, efectos, libros ni documentación social ni por supuesto, realiza
actividad mercantil alguna.

En tales casos, estamos ante un domicilio ficticio, insusceptible de producir ninguno de los efectos previstos
que la ley 19.550 otorga al domicilio social (determinación de la ley aplicable, competencia de los jueces o
autoridades administrativas, recepción en el mismo de las notificaciones cursadas a la entidad, lugar de
celebración de los actos de los órganos colegiados; lugar de cumplimiento de las obligaciones contraídas por
sus representantes legales, etc.), y no encuentro argumento razonable que me convenza de la validez de un
domicilio legal de una corporación, asociación o sociedad que no coincida con la sede de la dirección y
administración de la misma, pues toda regulación que el ordenamiento civil dedica a este atributo de la
personalidad, en orden a la importancia del mismo, parte de la base de una íntima vinculación entre la
persona y su domicilio y un verdadero interés, por aquella, en establecerlo en determinado lugar.

Y ello cuanto más, cuando el domicilio legal de las corporaciones o asociaciones depende de los integrantes,
socios o asociados de esas personas jurídicas, al asentarlo en sus estatutos.

Con otras palabras: la ley 19.550 ratifica la importancia que el domicilio tiene para la sociedad, sus órganos y
sus integrantes, dando por sentado, a través de expresas normas legales, que es en la sede social donde la
sociedad tiene asentada su administración y dirección de sus negocios. De otra manera, carecería de
explicación la competencia de la autoridad de control sobre la constitución y funcionamiento de la sociedad,
que se determina por el domicilio de la misma (arts. 5º, 300 y 301, LSC) y del mismo modo, no tendría
tampoco ninguna explicación el requerimiento de la ley, frente a la celebración por la sociedad de ciertos y
determinados actos jurídicos, de ordenar la publicación de esos actos en diarios correspondientes al
domicilio de la sociedad, para su conocimiento por parte de los terceros acreedores de aquella (arts. 83, 88,
107, 204, etc.) y mucho menos encontraría fundamento, la previsión legal que dispone el funcionamiento de
las asambleas en la sede social o en otro lugar dentro del domicilio de la misma (art. 233, LSC), así como el
otorgamiento, a los socios disconformes con el cambio del domicilio al extranjero, del derecho de receso
(art. 245, LSC) o la competencia que el art. 251 de este ordenamiento legal otorga al juez del domicilio de la
sociedad frente a las demandas impugnatorias de acuerdos sociales por los sujetos legitimados en dicha
norma.

Resulta pues evidente, a la luz de las normas citadas, que es en la sede social donde debe estar instalada la
dirección y administración de los negocios sociales; de lo contrario, se convalidaría que la sociedad pudiera
contar con un domicilio meramente ficticio, lo cual se contradice, como hemos visto, con el fundamento
mismo del art. 152 del Código Civil y Comercial de la Nación.

Tal conclusión no contradice la clara y justa previsión del art. 11, inc. 2º de la ley 19.550, que ha sido
establecida en beneficio de los terceros: si la sociedad prefirió no hacer coincidir su sede inscripta con la
real, ello no le permite soslayar el efecto legal de la inscripción prevista en aquella norma, pues
necesariamente debe asumirlo y consecuentemente aceptar la validez de las notificaciones practicadas en
ese lugar, y así como la sociedad no puede invocar en principio, el cambio de su sede social si no ha
registrado el mismo ante la autoridad de control, con los mismos fundamentos tampoco puede aceptarse
que la sociedad pueda valerse de los beneficios de un domicilio ficticio, para asegurarse la competencia de
determinados jueces o la aplicación de ciertas y determinadas normas.

Estas conclusiones son plenamente válidas para extender la competencia de la autoridad de control en el
funcionamiento de la sociedad o el conocimiento de los jueces en las demandas promovidas por sus socios
contra la sociedad, cuando el verdadero asiento de los negocios no coincida con el domicilio estatutario,
siempre y cuando esta circunstancia se encuentre fehacientemente acreditada.

Nuestros Tribunales han convalidado en numerosos precedentes las conclusiones precedentes. En primer
lugar, la jurisprudencia La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha dado prioridad al domicilio real sobre el
domicilio ficticio, otorgando competencia para entender en el proceso falencial de la sociedad al juez del
lugar donde funciona la administración y dirección de la empresa, cuando ha quedado demostrado el
carácter irreal del domicilio fijado en sus estatutos(350). Del mismo modo, la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial ha adoptado el mismo criterio, pero dejando en claro que si bien el domicilio
social inscripto tiene entidad para determinar competencia, ello es así siempre que no se presenten
supuestos que impliquen situaciones de excepción que permitan sostener un temperamento distinto(351),
como por ejemplo, cuando la constitución de un determinado domicilio social responda a la intención de la
sociedad de crear un domicilio ficticio con el objeto de escapar a la acción de los acreedores(352).

5.7. Cambio de domicilio social. El problema de su oponibilidad

El cambio de domicilio a otra jurisdicción implica una serie de trámites que comprenden la baja del lugar
donde la sociedad estaba inscripta originalmente y la nueva inscripción en el Registro de la nueva
jurisdicción.

Como bien observa Favier Dubois (h), el traslado de una jurisdicción a otra carece de regulación legal por la
ley de fondo, quedando la situación regida por normas locales, a veces diversas entre sí o simplemente
inexistentes, con los consecuentes problemas que plantea la doble matriculación, esto es, la situación que se
presenta cuando una misma sociedad se encuentra inscripta en los registros mercantiles de dos
jurisdicciones(353).

En la Ciudad de Buenos Aires rige lo dispuesto por la Sección Tercera de las "Nuevas Normas de la Inspección
General de Justicia" (resolución IGJ 7/2015), en la cual los arts. 90 a 92 detallan con minuciosidad los
procedimientos necesarios para llevar a cabo el traslado del domicilio a la jurisdicción de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires; es traslado del domicilio social desde el extranjero a la misma Ciudad; el
traslado de domicilio de la Ciudad de Buenos Aires a jurisdicción provincial y al extranjero, etc., a cuya
lectura corresponde remitir. Del mismo modo, el art. 93 de dicha normativa administrativa, prevé el
procedimiento de apertura y cierre de sucursal en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, haciéndolo el art.
94 respecto de la apertura de sucursal en la jurisdicción provincial.

Por otro lado, y no obstante la falta de regulación legal de esta situación en la ley 19.550, la jurisprudencia
de nuestros tribunales comerciales ha debido pronunciarse en reiteradas ocasiones, en especial, a los
efectos de determinar la competencia de los tribunales concursales ante un cambio de domicilio de la
empresa peticionaria de su concurso preventivo, cuando esta sociedad no ha concluido la totalidad de los
trámites registrales en ambas jurisdicciones.

Varias fueron las soluciones que nuestros Tribunales brindaron al presentarse este problema:

Por un lado, en el caso "Noi Sociedad Anónima s/ quiebra", dictado por la sala D de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, del 27 de septiembre de 1988, se dijo que al mudar la sede social a otra
jurisdicción, es menester la publicación de tal modificación, pues omitida ésta, la modificación del domicilio
carece de incidencia sobre la competencia judicial, que tratándose de sociedades regularmente constituidas,
corresponde al juez del domicilio registrado. Es decir, que para esta corriente jurisprudencial, lo que hace
oponible a terceros el cambio de domicilio social lo constituye la publicación de los edictos correspondientes
efectuados en los términos del art. 10 de la ley 19.550.

Otro criterio fue el sostenido por el mismo Tribunal, pero en fecha posterior, el día 30 de marzo de 1998,
expuesto entre otros precedentes, en el caso "Shirt Line Sociedad Anónima, pedido de quiebra por Ortiz
Carlos Antonio", donde se resolvió que resulta inoponible a terceros el cambio de domicilio social no fue
publicado ni inscripto en el registro mercantil. Esto es: solo la efectiva inscripción del cambio de domicilio en
el Registro Público de Comercio, previa publicación en el caso, permite invocar ante terceros tal
circunstancia. Esta es la jurisprudencia que predomina actualmente(354)y que coincide con la solución que
rige para las sociedades constituidas en la ciudad de Buenos Aires, de conformidad con lo dispuesto por la
resolución general 7/2015, arts. 88 a 94), la cual adopta el criterio correcto, pues la publicación de edictos no
tiene otro efecto, en nuestro derecho societario, que servir de anoticiamiento de determinadas actuaciones
sociales, pero jamás puede generar las consecuencias que son propias e inherentes a la registración de tales
actos (art. 12 de la ley 19.550), sin perjuicio de recordar que no todas las sociedades mercantiles publican
sus resoluciones sociales o sus modificaciones estatutarias en el Boletín Oficial, sino tan solo las sociedades
de responsabilidad limitada y las sociedades por acciones (art. 10 de la ley 19.550).

Ahora bien, la falta de regulación sustancial de los efectos del cambio de domicilio de una sociedad a otra
jurisdicción conduce al problema de la doble matriculación, pues puede ocurrir que pendientes de
conclusión los trámites registrales correspondientes, una sociedad comercial pueda tener, aunque sea por
un breve tiempo, dos domicilios sociales diferentes, hasta tanto obtenga la baja del domicilio original. Esta
cuestión fue resuelta en el sentido de que, hasta tanto no se obtenga la cancelación del primitivo domicilio,
las notificaciones dirigidas a éste tienen los efectos previstos por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550(355), y ello
mucho más cuando las autoridades de la sociedad fueron las responsables de la no cancelación de la
inscripción de la sociedad en el Registro Público de Comercio de la jurisdicción donde fue constituida(356).

§ 6. El objeto social

6.1. Generalidades. Importancia del objeto social. Limitación a la capacidad de la sociedad

El objeto social ha sido definido como la actividad económica en vista de la cual se estipula el contrato de
sociedad y a través de él, el organismo societario se manifiesta y desenvuelve(357).

El objeto social es un elemento esencial del contrato de sociedad, pues:

a) Delimita la actividad económica que desarrolla la sociedad, la cual deberá estar incluida dentro de la
amplia gama de actividades que suponen "(...) la producción o intercambio de bienes o servicios (...)", a que
alude la magnífica fórmula empleada por el art. 1º de la ley 19.550.

b) Precisa y concreta la noción del fin societario, en los términos del art. 54, último párrafo de la ley 19.550.
Recuérdese que a tenor de lo dispuesto por esta norma, la actuación de la sociedad que encubra fines
extrasocietarios —esto es, propósito de lucro por actividades no comprendidas en la producción o
intercambio de bienes o servicios— constituye un supuesto de inoponibilidad de la persona jurídica, con las
sanciones que dicha norma expresamente prevé.

La mención del objeto social en el contrato de sociedad constituye un elemento de garantía para los socios y
los terceros, pues delimita la capacidad del ente, el cual sólo responderá por los actos celebrados por sus
administradores o representantes, que no sean exorbitantes al objeto (art. 58, párrafo 1º LGS). La sociedad
responderá, en consecuencia, por los actos realizados en el marco de su objeto social, lo que impone la
carga de los terceros de informarse de las cláusulas del contrato constitutivo a efectos de evitar que la
sociedad le interponga la inoponibilidad de un acto celebrado por su representante legal que haya excedido
aquel.

También los socios se encuentran amparados por la inclusión del objeto social en el contrato constitutivo,
pues evita que los administradores inviertan los fondos sociales en negocios ajenos a la actividad económica
de la sociedad. La ley 19.550 no olvida que la inclusión de un objeto específico fue determinante para la
suscripción del contrato de sociedad, y por ello, su modificación, en principio, requiere el consentimiento de
todos los socios en las sociedades por parte de interés y mayorías calificadas en las de responsabilidad
limitada, otorgando al socio disconforme el derecho de receso, siempre y cuando el cambio del objeto social
haya sido fundamental (arts. 244y 245 de la ley 19.550).

Indirectamente, el objeto social también constituye instrumento de protección del derecho de los socios a
las ganancias del ejercicio, evitando que las sumas destinadas a satisfacer los dividendos sean afectadas a
otras actividades no incluidas en el objeto, en tanto debe suponerse, al menos como principio general, que
el conocimiento de las actividades que comprenden el objeto, constituye uno de los móviles determinantes
de los socios fundadores para constituir o participar en la sociedad.

Finalmente, la mención del objeto social tiene también relevancia, a los siguientes fines:

a) Define el carácter comercial de la sociedad, pues como ha sido explicado al analizar el art. 1º de la ley
19.550, considero que es la actividad y no la forma, lo que determina el carácter mercantil de la entidad. Ello
implica que los conflictos derivados del irregular funcionamiento de una sociedad dedicada a un objeto
mercantil, deberá ser dirimido ante el fuero comercial y si se trata de una sociedad con un objeto social
(sociedades de profesionales), el tribunal competente será el civil, obviamente en las jurisdicciones donde la
materia civil y comercial estuviera separada.

b) Determina cuáles son las actividades en competencia que no pueden realizar los socios y los
administradores en las sociedades por parte de interés (art. 133) y los directores de las sociedades anónimas
(art. 273), así como delimita el interés contrario de unos y otros (arts. 248 y 272) o los contratos que los
administradores pueden celebrar con la sociedad que administran, de conformidad con lo dispuesto por
el art. 271de la ley 19.550.

6.2. Objeto social y actividad

Si bien es cierto que el objeto social sólo podrá llevarse a cabo a través del desarrollo de una actividad
permanente, lo cual podría llevar a una asimilación entre ambos conceptos, estos deben ser
cuidadosamente distinguidos, en tanto el objeto está constituido por los actos o categorías de actos que por
el contrato constitutivo podrá realizar la sociedad para lograr su fin mediante su ejercicio o actividad,
mientras que la actividad en cambio, es el ejercicio efectivo de actos por la sociedad en
funcionamiento(358).

La ley 19.550 ha sabido distinguir los conceptos de objeto con actividad, en sus arts. 18 y 19, al legislar sobre
las sociedades de objeto ilícito y de objeto lícito pero con actividad ilícita, como sería el caso de una sociedad
que, con objeto importador y exportador, desarrolla el mismo a través de actividades habituales enmarcadas
dentro del concepto de contrabando. Ambas situaciones producen, como veremos, la nulidad del contrato
de sociedad, con las gravísimas sanciones que aquellas normas prevén, pero el art. 19 deja a salvo la
responsabilidad de los socios que hayan ignorado la realización de la actividad ilícita, quienes tienen, a
diferencia de los socios que consintieron la misma, derecho al reembolso del capital y a la cuota liquidatoria.

Puede darse también el caso de una sociedad en cuyo contrato los socios hayan precisado el objeto social,
pero que jamás haya desplegado actividad alguna tendiente a desarrollarlo. Si bien nuestra legislación no
aporta solución expresa frente a esos supuestos, la respuesta puede inferirse del art. 94, inc. 4º de la ley
19.550, cuando prevé, como causal disolutoria de la sociedad, la imposibilidad sobreviniente de desarrollar
el objeto social. La jurisprudencia se ha pronunciado en tal sentido, frente a casos como el descripto(359).

6.3. Requisitos del objeto social

El objeto social debe ser posible, lícito, preciso y determinado.

a) Por posible debe entenderse que, al suscribir el contrato, el objeto social haya sido susceptible de ser
llevado a cabo. Por lo tanto, si la imposibilidad es sobreviniente, cualquiera fuera la causa, la sociedad
deberá disolverse en los términos del art. 94, inc. 4º, de la ley 19.550. Por el contrario, si la imposibilidad es
preexistente y absoluta, la sociedad es nula(360).

b) El objeto social también debe ser lícito (art. 279 del Código Civil y Comercial de la Nación) y la ilicitud es
causal de nulidad, con las consecuencias previstas por el art. 18 de la ley 19.550. Al respecto vale la
diferencia apuntada en el párrafo anterior: si la ilicitud es anterior a la constitución de la sociedad —lo cual
sólo parece hipótesis posible tratándose de sociedades no constituidas regularmente—la sociedad incurre
en la nulidad prevista por el mencionado art. 18, con todos los efectos allí previstos. Por el contrario, si la
ilicitud es consecuencia de una disposición legal dictada con posterioridad al contrato social, los efectos de la
nulidad en torno a la responsabilidad de los socios previstas por esa norma, podrán ser evitadas si los
mismos resuelven la disolución de la sociedad, en los términos del art. 94, inc. 4º citado y llevan a cabo la
liquidación de la misma.

c) Finalmente, y en lo que respecta a la precisión y determinación del objeto social, requisitos expresamente


exigidos por el art. 11, inc. 3º de la ley 19.550, ello supone que el objeto social debe estar perfectamente
delimitado en el contrato social y encuadrado dentro de la fórmula "producción o intercambio de bienes o
servicios", previsto por el art. 1º del ordenamiento societario.

Sancionada la ley 19.550 en el año 1972, la jurisprudencia del por entonces Juzgado Nacional de Primera
Instancia en lo Comercial de Registro interpretó lo dispuesto por el art. 11, inc. 3º en el sentido de que la
exigencia de precisión y determinación excluía la ambigüedad en la redacción del objeto social. En tal
sentido se sostuvo que no correspondía ordenar la inscripción de la sociedad cuando en este instrumento se
hacía referencia a un objeto principal, pues ello permite suponer que pueden existir objetos accesorios, que
no se mencionan, lo cual es inadmisible(361). De la misma manera, y siempre con invocación de la clara
prescripción del art. 11 inc. 3º de la ley 19.550, se rechazó la cláusula del contrato social que, al describir el
objeto, se refería a actividades comerciales ("La compraventa, distribución de mercaderías, maquinarias,
repuestos, accesorios, herramientas, materias primas, frutos y productos elaborados y a elaborarse en el
país o en el extranjero"), lo cual, a juicio del referido Tribunal, no constituía un objeto preciso y
determinado(362). Finalmente, con la misma orientación, y sin ánimo de agotar la riquísima casuística que
exhibe la jurisprudencia del Juzgado de Registro de la Capital Federal elaborada en los primeros años de
vigencia de la ley 19.550, se sostuvo que no es preciso ni determinado el objeto social de una sociedad en el
cual se alude a "...la comercialización de mercaderías en general" y tampoco a "la fabricación de aparatos,
instrumentos y productos de uso y aplicación científica y/o industrial"(363).

Como bien han sostenido Sasot Betes y Sasot, al requerir los requisitos previstos en el art. 11 inc. 3º, la ley
19.550 se ha incorporado a las legislaciones que hacen del objeto social no una mera enunciación genérica
del ramo del comercio a que se dedicará la empresa, sino una concreta y precisa enunciación de su
actividad, enunciación que actúa como parámetro para determinar la capacidad de la sociedad para realizar
determinadas operaciones. Agregan estos autores que a los efectos de la ley 19.550, el calificativo
de "preciso" implica que no caben las enunciaciones genéricas como designación del objeto social, sino que
deben ser concretas y singularizadas, y en cuanto al calificativo de determinado, la ley advierte que no caben
la pluralidad de objetos sociales(364).

Ello nos lleva al problema del objeto plural u objeto único, a lo cual nos referiremos a continuación.

6.4. Objeto único u objeto plural

La precisión y determinación del objeto social requerido por el art. 11 inc. 3º de la ley 19.550 ha despertado
amplias polémicas en nuestro derecho, en especial luego de las resoluciones 75/1972 y 4/1979 de la por
entonces denominada Inspección General de Personas Jurídicas, quien derivaba de la redacción de aquella
disposición legal que el objeto social debería ser único y excluyente de toda otra actividad, no
satisfaciéndose el fin del legislador cuando la cantidad, variedad o inconexidad de las actividades
comprendidas en el objeto social permitan presumir razonablemente que la sociedad desarrollará
efectivamente sólo alguna de ellas.

Se sostuvo al respecto —y yo compartí tales conclusiones en anteriores ediciones de este libro— que el
carácter de preciso y determinado que la ley 19.550 exige al objeto social no supone necesariamente un
objeto único, sino sólo concreción, a los fines de la aplicación de la norma de garantía prevista en el art. 58
del ordenamiento societario.

Un nuevo enfoque de la cuestión me lleva hoy a sostener el criterio opuesto.

Históricamente, el art. 291 inc. 4º del Código de Comercio, en concordancia con el art. 3º inc. 3º de la ley
11.645 de Sociedades de Responsabilidad Limitada, prescribía la necesidad de incluir en el acto constitutivo
de la sociedad, " ...la designación específica del ramo de comercio objeto de la sociedad...", pudiendo
afirmarse que, siguiendo la pacífica doctrina elaborada en torno al referido ordenamiento, que la pretensión
del codificador mercantil en torno a la necesidad de que el objeto social fuera específicamente designado en
el contrato social respondía fundamentalmente a la vinculación existente entre el objeto y la capacidad de la
sociedad(365), pues era opinión unánime en doctrina y jurisprudencia que la sociedad, en tanto persona
jurídica, estaba sometida en cuanto a su capacidad al denominado "principio de especialidad", previsto por
los arts. 35 y 41 del Código Civil(366), es decir, por el objeto de la institución.

Sin embargo, ilustra Halperin que, en la práctica, las disposiciones de los arts. 291 inc. 4º del Código de
Comercio y art. 4º inc. 3º de la ley 11.645 de Sociedades de Responsabilidad Limitada, recibió en la práctica
escaso respeto, tanto por los otorgantes como por las autoridades de aplicación, con olvido de que el objeto
atañe a la legitimación del administrador y a la entidad o esencia de la sociedad, lo cual obligó a que los
redactores de la ley 19.550 prescribieran con énfasis que el objeto de las sociedades comerciales deba ser
preciso y determinado(367).

Sancionada la ley 19.550, en el año 1972, que dispuso en el art. 11 inc. 3º de la ley 19.550 que el objeto
social debía ser preciso y determinado, fueron dictados por aquella época una serie de fallos que parecieron
inclinados a sostener la necesidad de un objeto único. En tal sentido, en fecha 2 de octubre de 1974, la sala
B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, integrada por entonces por los Dres. Isaac Halperin,
Duncan Parodi y Alejandro Vásquez, resolvió que "El objeto de la sociedad debe ser preciso y determinado,
para posibilitar que se conozcan con certeza las diversas actividades que pueda abarcar la empresa
mercantil, pero ese objeto no es preciso y determinado si no queda actividad comercial o industrial que no
se encuentre determinada en su ámbito. La indeterminación del objeto social permite razonablemente
suponer que la sociedad solo operará en algunos de los rubros comprendidos, dejando los demás para
eventuales cambios de objeto, que se realizarán sin cumplir con los recaudos y formalidades exigidos por la
ley, y ello es precisamente lo que corresponde evitar"(368). Con la misma orientación, la Cámara Primera de
Apelaciones en lo Civil y Comercial de la Ciudad de Bahía Blanca, por fallo del 26 de diciembre de 1972,
sostuvo que "La ley 19.550 exige que el objeto social sea preciso y determinado (art. 11 inc. 3º) teniendo en
cuenta la trascendencia que esa precisión y determinación tienen en materia de responsabilidad de la
sociedad por actos realizados por administradores o representantes —art. 58 ley citada— o como medio de
prevenir nulidades —art. 17 último párrafo de la ley—, por lo que la enumeración genérica de las distintas
actividades contractuales de orden comercial, inmobiliario, financiero, agropecuario etc., efectuada en el
estatuto societario, no cumple con la condición que en cuanto a su objeto debe reunir el acto constitutivo:
ser preciso y determinado".

Sin embargo, la doctrina elaborada en torno a la interpretación del art. 11 inc. 3º de la ley 19.550 pareció
seguir otra orientación. Así, los primeros comentaristas de este cuerpo legal, los Dres. Martín Arecha y
Héctor García Cuerva sostuvieron que el carácter de preciso y determinado que debe tener el objeto social
no impide que la sociedad tenga varios objetos singulares que cumplan los requisitos de determinación y
precisión exigidos(369). Así también lo entendió Halperin, cuando sostuvo que el art. 11 inc. 3º de la ley
19.550 excluye toda enunciación genérica, sea como enunciación principal o accesoria, pero es lícito indicar
varios ramos concretamente determinados(370)y el mismo criterio fue exhibido por Fargosi en un conocido
trabajo denominado "El objeto social y su determinación"(371). En sentido opuesto con este criterio, Sasot
Betes y Sasot sostuvieron que cuando la ley se refiere a la "determinación" del objeto social, ello debe ser
interpretado en el sentido que no caben pluralidad de objetos sociales(372).

El Organismo de Control, por entonces la Inspección General de Personas Jurídicas, en ejercicio de la función
fiscalizadora en materia de sociedades por acciones prevista por la por entonces vigente ley 18.805 fue
dictando normas reglamentarias acerca de la extensión y amplitud del objeto social(373). De tal manera, en
la resolución 65/1972 se entendió que el objeto era preciso y determinado si las actividades en él
comprendidas eran conexas y complementarias entre sí. Sin embargo, solo un año después, el Organismo de
Control modificó parcialmente su criterio por resolución 34/1973, la cual si bien ratificó la necesidad de que
el objeto social debía cumplir con los requisitos de "precisión y determinación", agregó que nada se oponía a
que la sociedad anónima se constituya con un objeto plural, siempre que los objetos singulares sean precisos
y determinados, y se concreten las actividades que la entidad se propone realizar.

Dichas resoluciones particulares fueron dejadas sin efecto por la resolución general 4 del 10 de octubre de
1979, que lleva la firma del Inspector General, Dr. Fernando Legón, y en la cual el Organismo de Control
dispuso que la mención del objeto social deberá efectuarse en forma precisa y determinada, mediante la
descripción concreta y específica de las actividades que la sociedad se propone realizar, evitándose
innecesarias o superfluas enunciaciones de hechos, actos o medios dirigidos a su consecución (art. 2º).
También se sostuvo en esa resolución que el objeto social puede comprender actividades plurales y diversas,
sin necesaria conexidad o complementación, siempre que las mismas se describan en forma precisa y
determinada, conforme las pautas antes brindadas, circunscribiéndose a las que la entidad se propone
realizar (art. 3º) y finalmente se dejó en claro (art. 4º), que no se considerará preciso y determinado el
objeto social cuando, a pesar de estar determinadas las diversas actividades, por su cantidad, variedad o
inconexidad, quepa presumir razonablemente que la sociedad desarrollará efectivamente solo alguna de
ellas.

Solo un año después de la resolución general 4/1979, fue dictada la resolución 6/1980, denominada
"Normas de la Inspección General de Justicia", que unificó en un solo cuerpo normativo de 144 artículos,
todos los criterios de la Inspección General de Justicia en las materias de su competencia, la cual derogó la
totalidad de las resoluciones generales del organismo de control dictadas con anterioridad (con excepción
de las referidas a la operatoria de ahorro previo), y entre ellas la resolución general 4/1979. Obviamente,
dicho cuerpo legal dedicó al objeto social su art. 18, el cual textualmente disponía lo siguiente:

"18. Precisión y determinación: La mención del objeto social deberá efectuarse en forma precisa y
determinada, mediante la descripción concreta y específica de las actividades que la sociedad se propone
realizar, evitándose innecesarias o superfluas enunciaciones de hechos, actos o medios dirigidos a su
consecución.

El objeto social podrá comprender actividades plurales y diversas sin necesaria conexidad o
complementación, siempre que las mismas se describan en forma precisa y determinada, circunscribiéndose
a las que la entidad se propone realizar y guarden relación con el capital social.

No se considerará preciso y determinado el objeto social, cuando a pesar de estar determinadas las diversas
actividades, por su cantidad, variedad o inconexidad, quepa presumir razonablemente que la sociedad
desarrollará efectivamente solo alguna de ellas".

Como seguramente habrá advertido el lector, la modificación más importante que contiene esta normativa
se centra en la estrecha relación que existe entre el capital social y el objeto de la entidad, tema sobre el
cual me abocaré en el capítulo siguiente y que resulta dirimente para la adoptar un criterio definitivo en
materia de unidad o pluralidad de objetos sociales; pero mientras tanto, y continuando con lo acontecido en
esta materia, debo aclarar que los continuos cambios de opinión de la autoridad de control en materia de la
interpretación del art. 11 inc. 3º de la ley 19.550 fueron originados en determinadas circunstancias fácticas
que se produjeron, precisamente, en los primeros años de vigencia de esta ley, pues la realidad impuso la
redacción de contratos de sociedad con pluralidad de objetos, carentes de toda conexión entre sí, lo cual fue
producto de la demora que, hasta los primeros años de la década del 80, insumía la inscripción de un
contrato de sociedad, y en especial, cuando se trataba de una sociedad por acciones, donde el control de
legalidad fue doble hasta el año 1980, ejercido por la Inspección General de Justicia primero y por el Juzgado
Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro después.

Recuerdo que, por entonces, y como consecuencia de redacción original del art. 10 de la ley 19.550, que
obligaba a todas las sociedades de responsabilidad limitada y las sociedades por acciones, a publicar íntegro
el contrato social o estatuto, los interesados en la constitución de sociedades podían darse por satisfechos si
podían concluir el iter constitutivo en un plazo de un año.

Ese estado de cosas provocó el conocido fenómeno de la constitución de sociedades para "tenerlas en
cartera", a la cual hizo referencia en conocido caso "Macoa Sociedad Anónima", dictado por la sala C de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial el 21 de mayo de 1979. Tal operatoria consistía en la
constitución simultánea de un número de sociedades que oscilaba entre 20 y 30, todas integradas con los
mismos socios fundadores y con cláusulas idénticas, en las cuales se incluía un objeto tan plural y amplio que
comprendía prácticamente todas las actividades comerciales de producción e intercambio de bienes y
servicios, de manera tal que, una vez inscriptas, el verdadero "dueño" del negocio procedía a vender la
estructura societaria a quienes necesitaban una sociedad con urgencia y a quienes entregaba el estatuto,
acciones, libros de comercio y sendos escritos continentes de la renuncia presentada por los
administradores y síndicos de la sociedad. Estos terceros adquirentes, una vez concretada la operación,
celebraban de inmediato una asamblea unánime, con los nuevos socios, en la cual designaban nuevas
autoridades y procedían a adecuar o reformar el estatuto a sus propias necesidades. Como fácil es imaginar,
para que esa operatoria pudiera tener éxito, era imprescindible que el objeto social fuera múltiple, para que
dentro del mismo pudiera estar comprendida la actividad mercantil a que se dedicarían los nuevos
integrantes de la entidad.

Esa y no otra fue la historia del objeto múltiple de las sociedades comerciales, cuya práctica, a pesar de la
ejemplar doctrina del caso "Macoa Sociedad Anónima" —que confirmó la resolución de la Inspección
General de Personas Jurídicas en cuanto rechazó la inscripción de tales sociedades— continuó vigente hasta
nuestros días, no obstante que tal manera de redactar el objeto social es contraria a expresas disposiciones
de la ley 19.550.

En efecto, la inclusión de múltiples objetos en el contrato social o estatuto de la sociedad colisiona


frontalmente con lo dispuesto por los arts. 11 inc. 3º, 58, 244 y 245 de la ley 19.550. Asimismo, tal manera
de proceder impide analizar la posibilidad de que la sociedad se encuentre infracapitalizada desde su mismo
origen, lo cual forma parte del control de legalidad que el encargado del Registro Público de Comercio tiene
a su cargo, por expresa remisión de los arts. 34 del Código de Comercio, 6 y 167 de la ley 19.550 y art. 7 de la
ley 22.315.

En primer lugar, debe repararse que la ley 19.550 ha utilizado, como requisito del objeto social, los
calificativos de "preciso" y "determinado", lo cual significa, a tenor del Diccionario de la Lengua
Española(374), que el objeto social debe ser puntual, fijo, exacto, cierto y determinado (significado de la
palabra "preciso"), pretendiendo el legislador, con la exigencia de la determinación, que queden claros los
términos del mismo. En tal sentido, no parece congruente con tales requerimientos, la inclusión de un
objeto social comprensivo de actividades mercantiles totalmente desconectadas unas de otras.

En segundo lugar, el art. 58 de la ley 19.550 prescribe como principio general que el administrador o el
representante de la sociedad obliga a ésta por todos los actos que no sean notoriamente extraños al objeto
social, lo cual ratifica la necesidad de concretar el objeto social a una sola gama de actividades mercantiles o
empresarias, pues ningún sentido tendría limitar la capacidad del ente a la celebración de actos vinculados
directa o indirectamente con el objeto de la sociedad, si resultara permitido que la misma pudiera realizar
todo tipo de actividades a tenor de un objeto comprensivo de cualquier ramo del comercio. Así fue
sostenido por un fallo dictado por la Cámara Primera Civil y Comercial de Bahía Blanca del día 26 de
diciembre de 1972, integrada por el conocido jurista Dr. Adolfo Pliner, quien sostuvo que la finalidad del art.
11 inc. 3º de la ley 19.550 se centraba en la necesidad de poner fin a la práctica de la indefinición del objeto
social, teniendo en cuenta la trascendencia que la precisión y determinación tiene en punto a la
responsabilidad de la sociedad por los actos realizados por los administradores, conforme el art. 58 de la ley
19.550 y también como medio de evitar nulidades(375).

Por otra parte y siguiendo con las normas del ordenamiento societario que parecen descartar la posibilidad
de incluir en el contrato social objetos múltiples, debe recordarse que cuando el art. 94 inc. 4º de la ley
19.550 establece como causal disolutoria la consecución del objeto para el cual se formó la sociedad o por la
imposibilidad de lograrlo, no solo ratifica implícitamente la intención del legislador en cuanto a la existencia
de un objeto único, sino que ha destacado en esa norma, que las características de ese objeto ha sido
fundamental a los fines de la constitución de la entidad y asimismo, cuando el art. 245 de la ley 19.550
admite el ejercicio del derecho de receso a todo socio o accionista disconforme con el cambio fundamental
del objeto resuelto en asamblea o reunión de socios, está presuponiendo que la sociedad tiene un solo
objeto, pues no tendría sentido admitir expresamente el ejercicio de este derecho si hubiera sido intención
del legislador admitir la posibilidad de prever la posibilidad de que la sociedad comercial pudiera dedicarse a
cualquier clase de emprendimientos empresarios.

Pero hay más razones para concluir de esta manera, pues parece presupuesto básico que a los fines de
constituir una sociedad comercial, quienes han comparecido al acto constitutivo en carácter de fundadores,
han tenido muy especialmente en cuenta la actividad a la cual se dedicará la entidad, a punto tal que no es
aventurado sostener que, salvo en las sociedades que cotizan sus acciones en la bolsa, quienes se han
asociado son personas que se han vinculado precisamente por su especialización en tales actividades.

Asimismo, la necesidad de limitar en el acto constitutivo el objeto de la sociedad a un solo género de


actividades comerciales permite medir la solvencia de la entidad y evitar la infracapitalización originaria, que
como ha sido expresado, constituye uno de los aspectos más delicados que debe tener en cuenta el
registrador al momento de efectuar el control de legalidad del acto constitutivo o estatuto de la entidad,
pues tal examen permitirá evitar la circulación en el mercado de una entidad sin capital social suficiente para
afrontar sus riesgos empresarios, con los peligros que ello supone para los terceros acreedores de la
sociedad, en especial cuando se trata de entidades donde sus integrantes limitan su responsabilidad al
aporte efectuado.

De manera tal entonces que, a nuestro juicio, cuando la ley 19.550 en su art. 11 inc. 3º y el art. 156 del
Código Civil y Comercial de la Nación —para las demás personas jurídicas— se refieren a la necesidad de que
el objeto social deba ser preciso y determinado ha descartado la posibilidad de incluir una pluralidad de
objetos, lo cual, se reitera, es contrario al principio de especialidad a que se refiere el art. 141 del Código
Civil, aplicable a toda persona jurídica y que marca y delimita la capacidad de la sociedad(376).

6.5. Efectos de las actividades sociales no incluidas en el objeto social

Puede suceder que una sociedad desarrolle actividades no comprendidas en el objeto social, ya sea como
actividad accesoria o principal, relegando, en este último caso, las actividades incluidas en el mismo.

En el primer caso, esto es, desarrollo de una actividad accesoria, ajena al objeto social, deben distinguirse
varios supuestos: si el acto exorbitante es aislado, la solución viene impuesta por el art. 58 de la ley
19.550, que declara inoponible esa actuación a la sociedad, cuyas consecuencias patrimoniales deberán ser
soportadas por el administrador o administradores que las han llevado a cabo.
Por el contrario, si la actividad accesoria no comprendida en el objeto social ha sido permanente y
consentida por todos los socios, no parece adecuado desvincular a la sociedad del resultado de tal
explotación, pero si no existiese consenso de todos los socios en esa manera de actuar, resultaría
procedente la disolución del ente en los términos del art. 94 inc. 3º de la ley 19.550(377)o el otorgamiento a
los socios disidentes del derecho de receso, conforme lo dispone el art. 245 de dicha normativa, pues si esta
norma otorga a los accionistas el referido derecho en caso de haberse resuelto por vía asamblearia el
cambio fundamental de objeto, ningún sentido tendría negarle el ejercicio de ese derecho cuando la
modificación del objeto social, en forma total, ha sido impuesto en la práctica por los administradores de la
entidad lo cual incluso podría llevar a presumir una reticencia de los órganos de la sociedad a formalizar por
vía asamblearia esa modificación, para frustrar, de esa manera, el ejercicio de tal derecho.

6.6. Relación capital social y objeto de la sociedad. Jurisprudencia judicial y administrativa

6.6.1. ¿Debe existir relación entre el capital social y el objeto de la misma?

Parecería que la respuesta afirmativa se impone, en los términos del art. 94, incs. 4º y 5º de la ley 19.550,
pues si el objeto social define el conjunto de actividades que los socios se proponen cumplir bajo el nombre
social, no caben dudas de que aquel guarda entonces relación de necesaria proporción con el capital, en
tanto el mismo constituye el conjunto de los aportes de los socios, ordenados a la consecución de dicho
fin(378).

Normativamente, tal solución se encontraba prevista en el art. 18 de la resolución 6/1980 de la Inspección


General de Justicia, el cual, si bien aceptaba la posibilidad de incluir en el acto constitutivo de la sociedad
una multiplicidad de objetos sociales, era necesario que ellos guarden razonable relación con el capital
social. Dicha norma, como veremos a continuación, no perdió vigencia con el dictado, en el año 2007, de la
resolución general IGJ 7/2005, cuyo art. 66 último párrafo recogió dicha solución, al disponer expresamente
que "El conjunto de las actividades descriptas debe guardar razonable relación con el capital social", criterio
que receptó —en forma textual— la resolución general IGJ 7/2015, modificatoria de aquella.

Sin embargo, y como consecuencia de los aires empresarios, corporativos y neoliberales que caracteriza la
actuación del gobierno elegido democráticamente en el año 2015, en el cual la influencia de las grandes
empresas resulta indisimulable, las actuales autoridades de la Inspección General de Justicia, han retornado
a los principios de la multiplicidad de objetos, predicando, como lógica consecuencia, la innecesaria relación
entre el capital y el objeto social, a través de la resolución general 8/2016, largamente reclamada desde
hace años por las grandes escribanías e importantes estudios jurídicos de la Ciudad de Buenos Aires, las
primeras por total desconocimiento de la importancia de la registración de actos societarios y los segundos,
por su inveterada costumbre de defender los intereses de sus empresas, en perjuicio de los intereses de los
habitantes del país. En tal sentido se derogó el art. 68 de la resolución general 7/2015, referido al capital
social mínimo y su relación con el objeto social, así como se reformó el art. 67 de aquella resolución,
disponiendo que "El objeto social debe ser expuesto precisa y determinada mediante la descripción concreta
y específica de las actividades que contribuirán a su consecución y que la entidad efectivamente se propone
realizar", eliminando, todos los demás párrafos de la referida norma —versión resolución general IGJ 7/2015
— que requerían la realización, por la sociedad, de un objeto único, comprensiva de las actividades conexas
y accesorias para lograr el mismo.

Con ello, se retrocedió más de quince años en una evolución tendiente a proteger los derechos de los
terceros y evitar la infracapitalización societaria, con los nefastos efectos que de ella se derivan(379).

La íntima relación que existe entre el objeto de la sociedad y el capital social ha sido destacada por la casi
totalidad de la doctrina nacional(380), avalado por la jurisprudencia de nuestros tribunales
mercantiles(381)y de la Inspección General de Justicia(382). Es además, característica de todos los contratos
asociativos e inherente a toda persona jurídica de carácter ideal, en tanto se relaciona directamente con el
principio de especialidad que caracteriza a las mismas y ratifica lo expuesto lo prescripto en materia de
asociaciones civiles por el art. 361 de las Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia (resolución
general 7/2005) que exige para estas personas jurídicas, al momento de constituirse la misma, la mención de
su objeto social, que deberá efectuarse en forma precisa y determinada, mediante la descripción concreta y
específica de las actividades que la entidad se proponga realizar y que deberá guardar razonable relación
con el patrimonio inicial y con los recursos que la entidad proyecte obtener durante su funcionamiento.
En el mismo sentido, la adecuada relación que debe existir entre el capital social y el objeto de las
sociedades comerciales, surge, bien que indirectamente, de lo dispuesto por el art. 94 inc. 4º de la ley
19.550, en cuanto establece, entre las causales de disolución de la sociedad, la imposibilidad sobreviniente
de lograr la consecución de su objeto y si bien debo reconocer que existe alguna doctrina que controvierte
esa ecuación, basado en un análisis económico del derecho(383), ella incurre en el gravísimo error de
priorizar la función productiva del capital social y ubicarla por sobre la función de garantía que cumple éste,
la cual constituye, a nuestro juicio, el más importante rol que los redactores de la ley 19.550 atribuyeron al
capital social.

La función de garantía hacia los terceros que cumple el capital social consiste en garantizar a quienes
contratan con la sociedad, que esta contará, como mínimo, con el monto del capital social para afrontar sus
compromisos. Ello explica entonces todas las normas que, incluidas dentro de la ley 19.550 por el legislador
de 1972, tienden a mantener la intangibilidad del capital social (arts. 53, 68, 71, 202, 204, etc.)(384),
prescribiendo asimismo la necesidad de reducir el capital social en forma obligatoria, cuando las pérdidas
han insumido las reservas y el cincuenta por ciento del capital (art. 206) y estableciendo finalmente como
causal autónoma de disolución de la sociedad la pérdida de su capital social (art. 94 inc. 5º), lo cual no se
funda en la imposibilidad de lograr su objeto, pues ello configura una causal disolutoria diferente (art. 94 inc.
4º) sino en el hecho de que la sociedad carece de garantías frente a terceros para responder por las
obligaciones asumidas, lo cual constituye situación de extrema gravedad en especial en aquellas sociedades
donde los socios limitan su responsabilidad al aporte efectuado.

Podría argumentarse que la ínfima suma que constituye el capital social mínimo de una sociedad anónima,
que hoy asciende a la suma de pesos 12.00 (art. 186 de la ley 19.550), desvirtúa la congruencia de todo el
sistema previsto por la ley de sociedades comerciales en defensa de los terceros que han contratado o se
han vinculado con la compañía, siendo obvia la necesidad de una inmediata reforma legislativa que eleve en
más de diez veces esa cifra, pero ello constituye una mera situación anómala y coyuntural que, con toda
seguridad, encontrará pronta respuesta en el legislador, pues es intolerable que el excepcional beneficio de
la limitación de la responsabilidad de que gozan los integrantes de una sociedad anónima se adquiera con el
aporte de esa mínima suma. "...La suficiente capitalización de la sociedad al momento de su constitución y
posteriormente, durante todo el desarrollo de la actividad empresaria —ha dicho un trascendente fallo— es
la mejor manera de evitar la insolvencia de la sociedad, atento que ésta cuenta con mecanismos para
obtener la financiación interna(385).

Así lo ratificó la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el caso "Inspección General


de Justicia c/ Hidroeléctrica Tucumán Sociedad Anónima", del 13 de abril de 2005, con el argumento de
que "El capital social es la contrapartida incorporada a la legislación para proteger a los terceros —a partir
de la consagración de la limitación de la responsabilidad por las deudas sociales a favor de sus accionistas
— ante un eventual incumplimiento de las obligaciones que asumió el ente societario y su publicidad pone
en conocimiento el referido límite".

Consciente de la importancia del capital social en las sociedades donde sus integrantes limitan su
responsabilidad al aporte efectuado, el registrador mercantil ha exigido desde antiguo la necesaria
correspondencia entre el capital social y el objeto que desarrollará la sociedad, ejerciendo de tal manera el
control de legalidad que a dicho funcionario le ha otorgado expresamente el Código de Comercio y las leyes
19.550 y 22.315. Basta recordar en tal sentido los fallos dictados por el por entonces Juez de Registro de la
Capital Federal, Enrique M. Butty en los célebres casos "Veca Constructora Sociedad de Responsabilidad
Limitada" y "Maco Sociedad de Responsabilidad Limitada" —este último confirmado por la sala A de la
Cámara Comercial, por sus propios fundamentos— y la resolución general IGPJ (hoy IGJ) 6/1980,
denominada "Normas de la Inspección General de Justicia", cuyo art. 18 requería la razonable
correspondencia entre el objeto y el capital social, lo cual, como hemos ya señalado, ha sido receptado por
el art. 66 último párrafo de la resolución general IGJ 7/2005, que se encuentra en plena vigencia.

La necesidad de que el registrador mercantil, en ejercicio del control de legalidad que le corresponde por
expreso imperativo del legislador, pueda cuestionar la suficiencia del capital social y exigir su
correspondencia con el objeto que la sociedad pretenda desarrollar, constituye, junto con la exigencia de
establecer en el contrato social un objeto social único, una eficaz manera de combatir la infracapitalización
societaria y evitar que las sociedades comerciales, en especial aquellas donde sus integrantes gozan del
beneficio de la limitación de su responsabilidad, trasladen el riesgo empresario a los terceros que con ella
operan, y que, por la posición que revisten en la contratación, carecen de la posibilidad de exigir al ente
garantías adicionales por las obligaciones asumidas (trabajadores, proveedores etc.), siendo ellos quienes, a
la postre, deberán resignar sus acreencias cuando la compañía deudora caiga en insolvencia. Así lo resolvió
la Inspección General de Justicia en la resolución 1075/2004, dictada en el expediente "F2Biz Sociedad de
Responsabilidad Limitada", donde se dijo que "Si el objeto social no abasteciere los requisitos legales de
precisión y determinación requeridos por la ley 19.550, mal podría debatirse acerca de la suficiencia del
capital social, pues no habría parámetro asequible para calibrar éste en función de un objeto que fuera
impreciso o indeterminado".

Esta manera de razonar fue también expuesta por la Inspección General de Justicia en la resolución dictada
el 4 de noviembre de 2003 en el expediente administrativo denominado "Gaitán, Barugel && Asociados
Sociedad de Responsabilidad Limitada". Se trataba de una sociedad de responsabilidad limitada que
pretendía su inscripción en el Registro Público de Comercio, cuyo capital social había sido establecido por
sus integrantes en la suma de cinco mil pesos, integrado solo en su 25 %, exhibiendo un objeto social
múltiple(386), comprensivo, entre muchas otras, de actividades inmobiliarias, constructora y financiera.
Obviamente la Inspección General de Justicia observó esa notoria desproporción entre el objeto social y el
capital destinado a su consecución, argumentando que se trataba de una sociedad que padecía una notoria
infracapitalización funcional desde su inicio, lo cual constituye un claro ejemplo de abuso de derecho,
encuadrado en la entonces figura prevista en el art. 1071 del Código Civil (hoy art. 10 del CCyCN), con los
nocivos efectos que ello provoca par el tráfico mercantil y los intereses de los terceros, quienes son las
naturales víctimas de las sociedades que presentan un capital social insuficiente para poder desarrollar el
objeto previsto en el contrato de sociedad.

Se sostuvo también en dicho precedente que "...el objeto social define y enmarca el cumplimiento de las
actividades sociales, guardando estrecha relación la proporción entre el capital social y el aporte de los
socios ordenado a la consecución del objeto social, de lo cual se sigue que un capital social
desproporcionadamente reducido en su magnitud determinará la imposibilidad, desde su inicio, de cumplir
el objeto que debe, por esencia, ser fácticamente posible (art. 953 del Código Civil)".

Ello no implica sostener que el registrador mercantil, fuese éste un juez de registro o una autoridad
administrativa, deba constituirse en un perito en todas las actividades económicas o empresariales
imaginables, a los fines de determinar cuál es la suma mínima que corresponde exigir a la sociedad en
formación para afrontar su objeto social. No se trata de ello, sino de evitar, mediante el ejercicio del control
de legalidad que la ley le ha conferido, y en beneficio del comercio y de la contratación en general, la
actuación en el mercado de una sociedad que ni siquiera tiene un capital suficiente para afrontar los gastos
que suponen su instalación e instrumentación. De allí que corresponda, ante un notorio caso de
infracapitalización originaria, como ocurrió en el caso "Gaitán, Barugel && Asociados Sociedad de
Responsabilidad Limitada", requerir la adecuación del capital al objeto social, actuación que en un idéntico
caso ocurrido en el año 1980, fue calificada como un típico supuesto del ejercicio del control de legalidad del
acto cuya registración se pretende(387).

Finalmente, la existencia de un capital social mínimo para las sociedades anónimas, tampoco supone que el
registrador mercantil deba abstenerse de requerir al interesado la relación objeto-capital social, pues ese
capital, hoy de pesos 12.000, puede ser manifiestamente insuficiente para afrontar las actividades de la
sociedad, atento la naturaleza de su objeto. Así fue establecido en el art. 67 de las Nuevas Normas de la
Inspección General de Justicia (resoluciones IGJ 7/2005 y 7/2015), conforme al cual dicho Organismo exigirá
una cifra de capital social superior a la fijada en el acto constitutivo, aún en la constitución de sociedades por
acciones con la cifra mínima requerida por el art. 186, primer párrafo de la ley 19.550, si advierte que, en
virtud de la naturaleza, características o pluralidad de actividades comprendidas en el objeto social, el capital
resulta manifiestamente inadecuado, norma que —lamentablemente— fue derogada posteriormente por la
resolución general 8/2016, a la cual nos hemos ya referido.

6.7. El objeto social y la capacidad del ente societario

Como bien ha sido definido por la jurisprudencia, el objeto social define la actividad económica que ha de
ser desarrollada por la sociedad durante la vigencia del contrato social(388), el cual debe necesariamente ser
preciso y determinado, conforme lo manda el art. 11 inc. 3º de la ley 19.550.

Esa necesaria precisión y determinación que requiere la ley se fundamenta en que las sociedades
comerciales, como toda persona jurídica que son, están sometidas al denominado "principio de la
especialidad", conforme al cual el objeto de las mismas circunscribe y limita su capacidad de actuación. Así
lo dispone expresamente la ley 19.550, cuyo art. 58 prescribe que "El administrador o el representante que
de acuerdo con el contrato o por disposición de la ley tenga la representación de la sociedad, obliga a ésta
por todos los actos que no sean notoriamente extraños al objeto social", y así ha sido sostenido por la mas
autorizada doctrina, afirmándose con todo fundamento que el objeto de la sociedad en nuestro derecho
está vinculado a la capacidad de ésta: los actos que exceden del objeto estatutario no obligan a la sociedad;
la limitación que así resulta del estatuto restringe la capacidad, restricción que no puede obviarse, sino
removiendo la limitación con la reforma del estatuto(389).

Esta importante limitación a la capacidad de las personas jurídicas, que está expresamente consagrado para
todas las personas jurídicas por el art. 141 del Código Civil y Comercial de la Nación"(390), responde a
indudables razones de protección no solo para los terceros sino fundamentalmente para quienes forman
parte de la sociedad, en tanto impone a los administradores importantes limitaciones a su desempeño como
tales, obligándolos a actuar dentro de la actividad que constituye el objeto de la sociedad, y sobre la base de
la cual todos los integrantes de la compañía prestaron su consentimiento para formar parte de ella, en tanto
es en torno a la naturaleza o contenido de la actividad que conforma el objeto social, como se agrupan las
personas físicas a los fines de constituir una sociedad comercial.

El principio de especialidad, conocido también en otras latitudes como la "doctrina del ultra vires", fue
también ampliamente desarrollada en el derecho anglo-americano, en el cual se considera, como bien lo
explica Zaldívar en sus célebres "Cuadernos de Derecho Societario"(391), que el objeto para el cual se
constituyó la sociedad representa un límite a su capacidad y al poder de sus administradores, y que tiene por
consecuencia que todo acto que no entre en el objeto social o no esté razonablemente vinculado a él sea
nulo, sin que pueda convalidarlo una decisión unánime de los socios.

Siempre transcribiendo a Zaldívar y a los profesores que lo acompañaron en la referida obra, la doctrina del
ultra vires, nacida y desarrollada en Inglaterra a mediados del siglo XIX, y que encontró consagración
legislativa en la "Companies Act" de 1862, que estableció que el contrato social no se podía modificar ni aún
mediando el consentimiento de todos los socios, fue perdiendo fuerza, no en lo que se refiere estrictamente
a la regla de que la capacidad del ente social limita el cumplimiento del objeto, sino en lo que se atañe a la
posibilidad de convalidación del acto por decisión unánime posterior de los socios, en tanto no se advierte
cual es el interés superior que conduce a la declaración de invalidez del acto, cuando todos quienes integran
la persona jurídica están conformes en la realización del acto extraño al objeto social.

Sin embargo, y contrariamente a lo expuesto por Enrique Butty(392), esta posibilidad del órgano de
gobierno de la sociedad de "ratificar" el acto exorbitante, en modo alguno hace perder sentido al principio
de la especialidad o a la doctrina del ultra vires, pues lo verdaderamente trascendente de esta doctrina
radica en la prohibición que el legislador impone al administrador de obligar a la sociedad por actos que
resulten notoriamente extraños al objeto social y que en nuestro derecho encuentra expresa solución en el
art. 58 de la ley 19.550. No debe olvidarse que no estamos, cuando hablamos de personas jurídicas, sus
atributos y sus limitaciones, dentro de problemas que nos presentan las relaciones humanas o la vida
misma, sino de razonamientos que parten del dogmatismo del jurista o del legislador, de manera que no
puede exigirse a los mismos una coherencia absoluta. De manera tal que, como principio general aplicable a
una creación legal —las personas jurídicas con personalidad jurídica propia— lo que vale es la invalidez de
los actos celebrados por el administrador que resulten notoriamente exorbitantes al objeto social —y la
inoponibilidad referida por el art. 58 de la ley 19.550 es un grado de invalidez— y la posibilidad de
ratificación por todos los socios de esa actuación es una mera circunstancia que en nada afecta al
mencionado principio general, pues si a nadie perjudica la celebración de ese acto y todos los integrantes de
la sociedad lo "ratifican", es lógico que la declaración de su invalidez carece de todo sentido.

En definitiva el objeto social —según un recordado fallo de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil—
asume, entre otras, las funciones de delimitar la actividad de la sociedad; que esa misma función de
delimitación se refleja en la esfera de las actividades en que cabe sea invertido el patrimonio social; que
enmarca la competencia del obrar de los órganos; fija las facultades de los representantes y permite definir
el interés social(393).

§ 7. El capital social. Concepto e importancia

7.1. Concepto y funciones del capital social

El capital social está incluido como elemento imprescindible del contrato de sociedad mercantil en el inc. 4º
del art. 11 de la ley 19.550, en cuanto dispone que "El instrumento de constitución debe contener, sin
perjuicio de lo establecido para ciertos tipos de sociedad... 4) El capital social, que deberá ser expresado en
moneda argentina y la mención del aporte de cada socio."
El capital social de la sociedad, constituido originalmente con el aporte de los socios fundadores (art. 1º de la
ley 19.550), constituye el fondo común inicial con que la sociedad comenzará sus actividades, sin el cual no
puede hablarse de sociedad. Es además uno de los atributos de la personalidad jurídica de que goza el sujeto
de derecho y cumple en todas las sociedades en general, pero en particular en las sociedades en las cuales
los socios limitan su responsabilidad al aporte efectuado, un rol fundamental en la medida que constituye la
garantía con que cuentan los terceros para satisfacer el cobro de sus acreencias.

Como bien ha sido sostenido en doctrina(394), el capital social no es solamente el capital de explotación a
los efectos contables, internos o de gestión, sino que constituye una noción jurídica que desempeña dos
funciones fundamentales:

a) A los efectos internos, es la base en torno al cual se calcula la participación de cada socio en el ejercicio de
sus derechos sociales y

b) Desde el punto de vista externo —que es el que verdaderamente interesa—, constituye una cifra de
retención del patrimonio social impuesta por la ley en garantía de los acreedores de la sociedad y en
seguridad del cobro de sus créditos.

La noción del capital social tiene asimismo un sentido contable o económico, pues supone una deuda que la
sociedad contrae con sus socios o accionistas, equivalente a los aportes y dividendos pasivos comprometidos
por aquellos, pero que los socios no pueden reclamar sino en determinadas ocasiones, como por ejemplo,
ante el ejercicio del derecho de receso o en caso de liquidación total de la entidad, cuyo pago solo será
posible en la medida que se hayan satisfecho o garantizado la totalidad de las deudas pendientes con
terceros.

De manera entonces que la inclusión del capital social como elemento necesario de todo contrato de
sociedad (inclusive para las sociedades civiles) se encuentra plenamente justificada pues permitirá a la
sociedad contar con los medios necesarios para el desarrollo de su objeto social, dotando a la misma de un
patrimonio diferenciado al de sus socios, al cual los terceros podrán agredir, lo cual constituye uno de los
fundamentos del otorgamiento de la personalidad jurídica que el legislador se encargó de ratificar (art. 2º de
la ley 19.550). Pero además de ello, y fundamentalmente en las sociedades de responsabilidad limitada y en
las sociedades anónimas, el capital social cumple la aludida "función de garantía" frente a sus acreedores,
que apunta a la necesidad de que el valor de los bienes y derecho que integran el patrimonio activo de la
sociedad supere el importe de las deudas y obligaciones que lo gravan en cuantía al menos igual a la que
expresa el capital.

De tal modo, y siguiendo las enseñanzas de Pérez de la Cruz Blanco(395), resultará que en el caso de una
posible liquidación de la sociedad, la realización de su activo habrá de proporcionar el suficiente efectivo
monetario para la completa satisfacción de los acreedores, pues incluso las eventuales pérdidas de
realización y gastos que esta origine podrán quedar cubiertos acudiendo a la fracción del activo destinada a
la cobertura del capital, sobre la cual los acreedores gozan de preferencia respecto de los socios.

La función de garantía que cumple el capital social se advierte con toda nitidez en los arts. 94 inc. 5º y 99 de
la ley 19.550. El primero establece como causal autónoma de disolución la pérdida del capital social, y esta
solución no está dada por la circunstancia de que la sociedad carezca de bienes o fondos suficientes a los
fines de continuar desarrollando el giro social, pues esta contingencia está prevista en el inc. 4º del art. 94 —
disolución por imposibilidad de cumplir con el objeto social— sino porque es contraria a derecho la
existencia de una sociedad que ha perdido su capital social y que, por ende, los terceros carecen de la
garantía que este concepto supone. Del mismo modo, cuando el art. 99 de la ley 19.550 sanciona a los
administradores y a los socios en forma solidaria e ilimitada con la sociedad disuelta por la celebración de
actos que excedan el trámite liquidatorio, lo hace fundamentalmente, partiendo de la base que dicha
entidad incurrió en la causal disolutoria de pérdida del capital social y que resulta absolutamente
impensable la existencia de una sociedad, dedicada a las actividades enmarcadas en el objeto social, que
carezca del capital social y que los terceros carezcan de la garantía que este elemento supone.

Aclarado ello, la satisfacción de las funciones señaladas que cumple el capital social sólo se logra mediante el
sometimiento del capital social a una serie de reglas básicas generales, que se han denominado de
regulación del capital, aunque, como bien señala Pérez de la Cruz Blanco, no existe uniformidad de criterio
en la doctrina, ya sea respecto del alcance de cada una de ellas, así como tampoco en lo referente a sus
denominaciones(396).
La primera regla a que está sometida el capital social es la llamada determinación del capital, según la cual la
cuantía de este debe ser objeto de mención en los contratos constitutivos como estatutos. La determinación
del capital adquiere así rango de una cláusula obligatoria de los mismos, y ese dato va a resultar de decisiva
influencia en lo que afecta a la disciplina a que quedan sujetas las posibles alteraciones de su cuantía.

El principio de la invariabilidad del capital social, como bien se ha señalado(397)es cuestión diferente, pues
significa que su aumento o reducción no opera automáticamente, como si entre aportación y capital hubiera
una relación natural incondicionada, pues para que la cifra capital pueda ser modificada, se hace necesaria
una reforma de contrato, que se producirá en definitiva por decisión del órgano de gobierno y previo
cumplimiento de una serie de requisitos impuestos legalmente. Ello constituye otro argumento que refuerza
la diferencia entre capital social y patrimonio, pues si bien ambos pueden variar durante la vida de la
sociedad, mientras la modificación del patrimonio es fruto de las vicisitudes económicas de la empresa, las
alteraciones del capital social obedecen a decisiones adoptadas por los correspondientes órganos sociales,
con los requisitos y formalidades que la ley reclama.

La tercera regla a la cual está sometido el capital social es el de la intangibilidad del capital
social, consagrado por la ley 19.550 con una serie de normas, caracterizadas como de orden público, y
concebidas para mantener la relación que debe existir entre el patrimonio y el valor nominal del capital
suscripto, que garantiza la solidez del ente y permite medir su deterioro(398).

Este principio es de aplicación a todo tipo de sociedades, y no sólo a aquellas en las que el capital social fija
los límites de responsabilidad frente a terceros, pues la responsabilidad subsidiaria de los integrantes de la
sociedad por parte de interés no afecta la recíproca independencia entre los patrimonios de aquellos y el de
ésta.

En consecuencia con lo expuesto, la ley consagra este principio entre otros, en los arts. 53, al exigir al socio
la integración de la diferencia cuando hubiere aportado un bien por un valor superior a la valuación; 63, en
cuanto incluye en el pasivo del balance el capital social y reservas; 68, al subordinar la percepción de
utilidades a la existencia de ganancias realizadas y líquidas, resultantes de un balance confeccionado en
forma legal y aprobado por los socios; 71, que prohíbe la distribución de utilidades hasta tanto no se cubran
las pérdidas de ejercicios posteriores; 202, que sanciona con la nulidad la emisión de acciones bajo la par,
salvo en los supuestos allí consagrados; 205 y 206, que autorizan a la asamblea extraordinaria a resolver la
reducción del capital en razón de las pérdidas sufridas por la sociedad, para restablecer el equilibrio entre
capital y patrimonio existente, reducción que se torna obligatoria cuando esas pérdidas insumen las reservas
y el 50 % del capital.

Por aplicación del principio de la intangibilidad del capital social se ha rechazado, como parte del control de
legalidad efectuado por el juez de Registro o autoridad de control, cláusulas que autorizan a los socios a
efectuar retiros a cuenta con imputación a cuentas particulares, en el entendimiento de que, al permitir la
distribución de beneficios sin la existencia de ganancias realizadas y líquidas, se afecta el principio expuesto,
por aplicación de lo dispuesto en el art. 68 de la ley 19.550(399).

7.2. El fenómeno de infracapitalización de las sociedades de responsabilidad limitada y sociedades


anónimas. Facultades de la autoridad de control

Pese a que la función de garantía que cumple el capital social en las compañías donde los socios no
responden en forma subsidiaria por el cumplimiento de sus obligaciones, constituye la contrapartida de esa
limitación de su responsabilidad(400), la doctrina moderna, basada como hemos dicho en una supuesta
interpretación económica del derecho, que ninguna seguridad jurídica aporta a nadie, ha cuestionado
seriamente estos clásicos conceptos, otorgando mayor importancia a lo que se denomina como la "función
de productividad" del capital social, que ofrece un contenido típicamente económico, en virtud de la cual la
misión básica de este elemento es la de servir como fondo patrimonial empleado para la obtención del fin
económico tenido en cuenta por los socios al constituir la misma, a través del ejercicio de una determinada
actividad empresaria.

Afortunadamente, tales críticas no han encontrado eco en nuestra legislación societaria, que, como hemos
afirmado, ha receptado la función de garantía del capital social en forma expresa, a través de una serie de
normas que tienden a proteger su integridad, encaminadas a impedir que el patrimonio de la sociedad sea
inferior al capital social, en atención precisamente a que los acreedores confían en que éste es la cifra
mínima de patrimonio que garantiza el cobro de sus créditos (arts. 32, 53, 63, 71, 94 inc. 5º, 96, 106, 202,
205 y 206 de la ley 19.550).

Del mismo modo, la función de garantía del capital social está expresamente consagrada en la ley 19.550
cuando se establece en el art. 39, que en las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones, el aporte
debe ser de bienes determinados, susceptible de ejecución forzada.

Sin embargo, y a pesar de la existencia de esas normas, la función de garantía del capital social no se cumple
legalmente en forma satisfactoria, pues el art. 186 de la ley 19.550, al requerir la existencia de un capital
social mínimo para las sociedades anónimas, de pesos 12.000, y no requerir ninguno para las sociedades de
responsabilidad limitada, se alienta el fenómeno de la infracapitalización, con los cuales las disposiciones
que tienden a la protección del principio de la intangibilidad del capital pierden todo sentido y alientan la
utilización de estas sociedades como instrumento de fraude ante los terceros acreedores de la misma.

Si se concibe a la sociedad anónima como herramienta apta para la concentración de capitales para el
desarrollo de negocios de gran escala, tal como ha sido el origen histórico de estas compañías y no como
instrumento para la limitación de la responsabilidad de sus integrantes, interpretación esta que contraría el
principio de la unidad del principio de unidad del patrimonio de una persona, tanto física como jurídica y que
solo se admite como excepción, precisamente ante la envergadura del emprendimiento, la necesidad de que
las sociedades de responsabilidad limitada y las sociedades anónimas deban contar con un capital adecuado
a la magnitud del objeto social a desarrollar, constituye un imperativo básico sin el cual la limitación de la
responsabilidad de sus integrantes y el principio de garantía que cumple el capital social carecen de toda
finalidad útil. Con otras palabras, no es admisible hoy por hoy, y en atención a la simple observación de la
realidad del mundo negocial, que nuestra legislación societaria prescinda de una norma de carácter general
por la cual se establezca la existencia de que el valor del capital sea adecuado a la naturaleza del objeto
social, aún cuando, importante es destacarlo, han existido importantes pero aislados fallos judiciales que lo
han requerido(401).

Precisamente, ante la observancia de la notoria infracapitalización de gran parte de las sociedades anónimas
y de responsabilidad limitada, fenómeno que no es propio de nuestro país sino que hasta se podría calificar
de universal, se advierte una importante reacción en determinadas legislaciones y fallos de Tribunales
Extranjeros, que tienden a responsabilizar a los socios y administradores ante la situación de
infracapitalización real, si ella es consecuencia de la negligencia o dolo de aquellos. Así, en el campo de la
legislación comparada, debe destacarse a título de ejemplo, los arts. 35, 35 y 183-7 de la ley belga de
sociedades mercantiles, que imponen la responsabilidad personal, objetiva y solidaria de los fundadores y de
los administradores (para el caso de aumento del capital social) si se declara la quiebra de la sociedad dentro
de los tres años de la constitución (o del aumento del capital social), descubriéndose que su capital era
manifiestamente insuficiente, lo cual debe ser apreciado por el Juez.

En nuestro país, se advierte también una importante corriente de opinión en el mismo e idéntico
sentido(402), siendo recomendable desde todo punto de vista la inclusión de una norma en la legislación
societaria que imponga a las sociedades anónimas un capital social mínimo de importancia, que deba
mantenerse durante toda la vida de la sociedad, como lo impuso el art. 6º de la II Directiva del 13 de
diciembre de 1976, para los Estados miembros de la Comunidad Económica Europea.

Tiene dicho la jurisprudencia, con todo fundamento que "La suficiente capitalización de la sociedad al
momento de su constitución y posteriormente, durante todo el desarrollo de la actividad empresario, es la
mejor manera de evitar la insolvencia de la misma, atento a que la sociedad cuenta con mecanismos para
obtener la financiación interna, pues el capital social es la contrapartida incorporada a la legislación para
proteger a los terceros —a partir de la consagración de la limitación de la responsabilidad por las deudas
sociales a favor de los accionistas— ante un eventual incumplimiento de las obligaciones que asumió el ente
y su publicidad pone en conocimiento tal límite"(403).

De manera tal y como conclusión: Es incompatible el otorgamiento del principio de la limitación de la


responsabilidad en las sociedades comerciales que así se autoriza, con la inexistencia o insuficiencia de
capital social, pues si los socios o accionistas no responden más que con lo aportado a la sociedad, es de
toda evidencia que el capital social de la firma debe ser suficiente, pues si no lo es, renace el principio
general de responsabilidad societaria que no es otra que la solidaria e ilimitada de todos los socios por las
deudas sociales, en tanto la sociedad infracapitalizada supone un claro ejemplo de abuso de derecho (art. 10
del Código Civil y Comercial de la Nación ) y no es propio del sistema capitalista, donde las sociedades
comerciales encuentran su mayor expresión, que los riesgos empresarios sean trasladados a los terceros
ajenos a la sociedad.

La Inspección de Justicia, como antes lo hizo el Juzgado de Registro, en los referidos casos "Veca Sociedad de
Responsabilidad Limitada" y fundamentalmente "Maco Sociedad de Responsabilidad Limitada", ambos de
1980, cuando dicho tribunal estuvo en manos del Dr. Enrique Butty, debe velar por que las sociedades de
responsabilidad limitada y por acciones no se encuentran infracapitalizadas, y así fue resuelto por el
Organismo de Control en el expediente "Viejo Cimarrón Sociedad Anónima" del 3 de julio de 2001
(resolución IGJ 574/2001) en donde se sostuvo que "En ejercicio del control de legalidad, cabe reconocer a la
Inspección General de Justicia facultades para requerir que la cifra del capital social se corresponda con su
cuantía, como instituto de garantía, configurada por la sumatoria del importe nominal y el correspondiente a
la cuenta de ajuste, toda vez que ello es inherente a la transparencia a que debe aspirar en el plano de la
publicidad registral, en beneficio del comercio y de la contratación en general".

7.3. El capital social en las sociedades anónimas. Su pérdida por debajo del mínimo legal

Recordemos que la ley 19.550 solo impone a las sociedades anónimas un capital social mínimo, omitiendo
toda referencia a los restantes tipos societarios, lo cual constituye un grave error del legislador, en especial
tratándose de sociedades de responsabilidad limitada, pues en estos tipos sociales y en principio, los socios
no responden en forma solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales, limitando su responsabilidad a los
aportes efectuados a la entidad. De manera entonces que, en beneficio de los terceros acreedores de la
sociedad se impone la formación de un capital social sólido, a diferencia de las sociedades denominadas
"personalistas" (sociedades colectivas, de capital e industria y en comandita simple) en las cuales la amplia
responsabilidad que asumen sus integrantes (con excepción del socio industrial en las sociedades de capital
e industria y del socio comanditario en las sociedades en comandita simple) torna irrelevante la cuantía y la
consistencia del capital social.

A diferencia de los restantes tipos sociales, en las cuales la mención del capital social constituye un requisito
esencial de su acto constitutivo, mas no tipificante, en materia de sociedades anónimas, la mención de su
capital social en los términos del art. 166 de la ley 19.550 constituye un requisito esencial tipificante, en los
términos y con los efectos previstos por el art. 17 de dicho cuerpo legal. Es requisito esencial del acto
constitutivo de la sociedad anónima, por cuanto sin aportes de los accionistas no hay sociedad por
imposibilidad de cumplir el objeto para el cual se constituye la empresa, y tipificante, ya que la
representación del capital por acciones y su negociabilidad es extremo que diferencia la sociedad anónima
de los otros tipos de sociedades comerciales(404).

Pero esas razones no son las únicas que permiten sostener el carácter de requisito esencial tipificante que
reviste el capital social para este tipo de sociedades, sino que, en virtud de la aludida función de garantía del
capital social, la existencia del capital mínimo previsto por el art. 186 de la ley 19.550 reviste idéntica
característica.

El capital social mínimo requerido por dicha norma, y pese a su exigüidad, que atenta contra la finalidad del
legislador, es requisito esencial que debe mantenerse durante toda la vida de la sociedad. No es admisible
sostener que ello constituya solamente un requisito de constitución, pues de lo contrario tal exigencia se
convertiría en una mera formalidad, carente de sentido final útil.

En consecuencia, las sociedades anónimas cuyo capital social se encuentre por debajo de la cifra prevista por
el art. 186 de la ley 19.550 deben ser declaradas disueltas por pérdida del capital social, no resultándoles
aplicable lo dispuesto por el art. 17, pues no parece razonable ni goza de sentido común, aplicarles a las
mismas las normas de la Sección IV. Capítulo I de la ley 19.550, que prevé para sus integrantes una
responsabilidad mancomunada y por partes iguales respecto de las obligaciones sociales contraídas.

Se trata de una solución —la disolución de la sociedad— prevista en defensa de los intereses generales del
tráfico mercantil, que puede ser incluso decretada de oficio por el juez, sin petición de parte y tal situación
puede también darse en las sociedades anónimas que no ajustaron su capital a la cifra mínima prevista por
el art. 186 de la ley 19.550, pues la exigencia prevista por dicha norma fue incorporada a nuestro
ordenamiento legal societario por la ley 22.182 del 7 de marzo de 1980, y cuyos montos fueron
permanentemente actualizados, rigiendo actualmente capital de pesos 100.000 absolutamente insuficiente
para la constitución de una sociedad donde, en principio, los accionistas limitan su responsabilidad al aporte
efectuado. De manera tal que si aquellas sociedades no adecuaron su capital social a los parámetros
previstos por el art. 186, la aplicación a las mismas de la solución prevista por el art. 94 inc. 5º de la ley
19.550 es conclusión insoslayable.

La existencia de un capital social mínimo para las sociedades anónimas determina asimismo dos
consecuencias de importancia:

a) Cualquier reducción del capital social a una suma inferior al monto previsto por el art. 186 sería nula, de
nulidad absoluta, por ser acuerdo contrario a la ley, que afecta los derechos de terceros.

b) Cuando el art. 94 inc. 5º de la ley 19.550 se refiere a la disolución de la sociedad por pérdida de su capital
social, debe interpretarse que dicho déficit se presenta cuando el capital social se encuentre por debajo de
la cifra prevista por el mencionado art. 186 y no cuando tal déficit comprenda la totalidad del mismo, pues
como se ha visto, nuestra legislación no admite la existencia de sociedades anónimas con un capital inferior
a aquel mínimo tope.

§ 8. El capital social en las sociedades anónimas unipersonales

Dispone la parte final del art. 11 inc. 4º de la ley 19.550, que en el caso de sociedades unipersonales, el
capital deberá ser integrado totalmente en el acto constitutivo, lo cual es solución que se justifica, pues no
parece razonable aplicarles a las sociedades anónimas de un solo socio la posibilidad de integrar solo el 25
por ciento del capital suscripto en el acto constitutivo, con el compromiso de integrar el saldo restante en el
plazo de dos años, como lo prevé el art. 166 segundo párrafo, pues tratándose de una sociedad de tales
características, y en protección de los terceros contratantes con la misma, resulta esencial que la misma
cuente con la totalidad de su capital social desde la misma constitución de la persona jurídica. Así lo ratifica
el art. 167, en su actual versión (ley 26.994), al disponer que la suscripción de la totalidad del capital social se
refiere tanto a los aportes directorios como no dinerarios.

Pero además de ello, y si, como es dable esperar, el accionista único revestirá el carácter de director
exclusivo y único representante legal de la sociedad anónima unipersonal (¿no se legislaron estas sociedades
para ello?), resulta una hipótesis fantasiosa pensar que el la sociedad, representada por su socio único, se
promueva un juicio para integrar el saldo del 75% del capital social, como es admitido para las sociedades
pluripersonales.

§ 9. Aportes de los socios. Importancia

El aporte consiste pues en la prestación que en acto constitutivo o posteriormente, en virtud de una
modificación del mismo, el socio se obliga a cumplir en favor de la sociedad, para que esta cuente con los
medios necesarios para la realización de su objeto.

Del art. 1º de la ley 19.550 surge la importancia de los aportes para el funcionamiento de la sociedad, en
tanto aquellos le proporcionan los elementos necesarios para la formación de su capital, mediante el cual
podrá desarrollar las actividades inherentes a la consecución de su objeto social (principio de la
productividad del capital social). De ello se deduce que la falta de ese elemento obsta a que la sociedad
alcance su objeto por impotencia económica(405), sobre todo porque el aporte integrativo del capital social
y que traduce la efectiva voluntad del socio de asumir tal condición, ha de ser verdadero y real(406).

Con esta orientación, no puede dudarse de que si no existe aporte ni hay posibilidad de constituir un fondo
común, esto es, no puede constituirse una verdadera sociedad (arts. 1º de la ley 19.550 y art. 1648 del
Código Civil).

Desde otro punto de vista, y en cualquier clase de sociedad, el carácter o status de socio solo se adquiere
con la realización de los aportes al ente(407)y con todo acierto ha sido resuelto que el aporte es el único
elemento sobre cuya exigibilidad no puede haber controversias, pues los socios deben cumplir con él para
formar parte de la sociedad(408).

En cuanto a los bienes susceptibles de ser aportados, los mismos pueden consistir en dinero, bienes en
especie, créditos a cargo de terceros, derechos, patentes de invención, marcas de fábrica o comercio,
secretos de fabricación, beneficios de operaciones ya realizadas, concesiones administrativas, etc., y en
algún tipo de sociedades servicios personales, profesionales o técnicos, lo que se denomina aporte de
industria. En suma, el aporte puede consistir en obligaciones de dar o de hacer, aunque la ley restringe la
amplitud de los aportes en aquellas sociedades donde los socios limitan su responsabilidad al monto del
mismo, que debe ser, por otro lado, susceptible de ejecución forzada, y es lógico que así sea, pues, a
diferencia de las sociedades por parte de interés, en donde la responsabilidad ilimitada de los socios por las
deudas sociales se encuentra subyacente, los acreedores de aquellas deben contar con las facilidades
necesarias para la ejecución de los bienes de la sociedad.

Para las sociedades anónimas unipersonales, los aportes no dinerarios deben integrarse totalmente. Solo
pueden consistir en obligaciones de dar y su cumplimiento se justificará al tiempo de solicitar la conformidad
del art. 167.

Además de la mención prevista por los arts. 1º y 11 inc. 4º de la ley 19.950, esta ley ha dedicado a los
aportes casi la totalidad de la sección VI del capítulo primero (arts. 37 a 53). A ellos nos referiremos
oportunamente, al analizar aquellas normas.

10. El Plazo de duración. Importancia de su determinación

10.1. Generalidades. El plazo de 99 años. Admisión jurisprudencial

La ley 19.550 en su art. 11, inc. 5º, incluye como elemento esencial del contrato de sociedad el plazo de
duración, que expresamente debe ser determinado. No obstante ello, no constituye su inclusión elemento
tipificante, de manera tal que el instrumento al cual le falte el plazo de duración podrá ser subsanado en los
términos del art. 25 de la ley 19.550, puesto que una sociedad carente de dicho requisito, se gobierna por
las normas de la Sección IV del Capítulo I de dicha ley.

La importancia de ese elemento es incuestionable, pues no sólo interesa a la sociedad y a los socios, sino
que trasciende a terceros, acreedores sociales y particulares de aquellos. Para la sociedad, porque vigente el
plazo de duración, gozará de capacidad plena e irrestricta para desarrollar el objeto social. Para los socios,
porque su existencia indicará el tiempo durante el cual se mantendrán unidos en plena actividad dinámica,
mancomunando su esfuerzo para la obtención de utilidades, y finalmente, para los terceros, en especial
acreedores particulares de los socios, pues estos cuentan con expectativas diferentes según el contrato
social esté o no vigente. Ello se advierte con claridad en las sociedades por parte de interés, pues hasta su
disolución los terceros no pueden ejecutar la participación social, a diferencia de las sociedades de
responsabilidad limitada y por acciones (art. 57), estando solo facultados a embargar las utilidades
correspondientes a su deudor. Disuelta la sociedad, la garantía de estos acreedores la constituye el
reembolso del capital aportado al socio deudor y su correspondiente cuota de liquidación. Obsérvese que
la ley 19.550 protege al acreedor particular embargante, al facultarlo a oponerse a la prórroga del contrato
social, si no es satisfecha (art. 57 último párrafo de la ley 19.550).

Por todo ello es que el legislador ha exigido que el plazo de duración sea determinado, pues nada de lo
expuesto sería factible si los socios o terceros no tuvieran una absoluta certeza del período durante el cual el
contrato de sociedad se encuentra vigente.

Si bien la ley 19.550 en su art. 11 inc. 5º requiere determinación en el plazo de duración, no prevé la
existencia de plazos máximos, la costumbre ha impuesto la de fijar un término de 99 años, como una
manera de sostener que los socios se han unido en sociedad por toda la vida. Sostiene Farina sobre el
particular(409)cuando sostiene que el plazo debe guardar relación con la probabilidad media de duración de
la vida humana y acorde con la naturaleza de la sociedad y el objeto social. Un plazo de duración de 500
años es sin duda determinado, pero evidentemente en contradicción con las disposiciones de la ley.

En coincidencia con lo expuesto la jurisprudencia es reiterada cuestionando acertadamente cláusulas del


contrato de sociedad mediante las cuales los socios prevean la prórroga automática de la vigencia de
aquel(410).

Tanto el Juzgado de Registro hasta el año de su disolución (1980) y la Inspección General de Justicia con
posterioridad a ello, han aceptado la inclusión de ese tipo de plazos en los contratos constitutivos o
estatutos de sociedades mercantiles.

10.2. Comienzo del cómputo del plazo de duración


Ello constituye quizá uno de los puntos más discutidos relacionados al plazo de duración, pues lejos se
encuentran la doctrina y la jurisprudencia de coincidir en el tema, habiéndose sostenido reiteradamente, y a
mi juicio en forma equivocada, que el término de duración comienza a correr desde la inscripción del
contrato social en el Registro Público de Comercio, haciendo una errónea interpretación de lo dispuesto por
el art. 36 primer párrafo de la ley 19.550. Ello ha sido sostenido por el entonces Juzgado de Registro de la
Capital Federal, la Inspección General de Personas Jurídicas, la Dirección de Personas Jurídicas de la
provincia de Buenos Aires y por autores de la talla de Juan M. Farina(411).

Como anticipé, a mi juicio, la solución adoptada es equivocada, pues confunde vigencia con oponibilidad. El
art. 36 de la ley 19.550 expresamente dispone que los derechos y obligaciones de los socios empiezan desde
la fecha fijada en el contrato de sociedad y nada obsta a que los socios cumplan con las obligaciones a su
cargo desde la suscripción del contrato social. El art. 37, al legislar sobre la mora en la integración del aporte
confirma esta solución, al prescribir que el socio que no cumpla con el aporte en las condiciones convenidas
incurre en mora por el mero vencimiento del plazo y debe resarcir los daños e intereses. Si no tuviere plazo
fijado, el aporte es exigible desde la inscripción de la sociedad. Ello significa que hasta la registración del
contrato la sociedad no podrá ejecutar al socio moroso, pero nada obsta a que hasta ese momento los
intereses se hayan devengado, atento al régimen de mora automática que el citado artículo prevé.

La solución prevista por el art. 36 de la ley 19.550 ha sido ratificada por el art. 142 del Código Civil y
Comercial de la Nación, al disponer, refiriéndose al comienzo de la existencia de las personas jurídicas, que
ellas comienzan su existencia desde su constitución. No necesitan autorización para funcionar, excepto
disposición legal en contrario y en los casos en que se requiera esa autorización, la persona jurídica no
puede funcionar antes de obtenerla (fundaciones y asociaciones).

10.3. Retroacción del plazo de duración

Aclarado este aspecto, lo cual no descarta la viabilidad de la cláusula del contrato social en la que los socios
opten por computar el plazo de duración de la sociedad desde la registración del contrato(412), debe irse
más allá en el análisis de la cuestión, debiendo ahora analizarse si los socios pueden fijar una fecha de
constitución anterior a la del contrato social.

El tema no es académico, sino que, por el contrario, resulta de interés práctico, pues es frecuente encontrar
cláusulas en tal sentido, que revelan en los socios el interés de reconocer y otorgar vigencia al contrato
asociativo anterior, mediante el cual aquellos estuvieron ligados bajo la forma de una sociedad irregular o de
hecho.

¿Cuál sería en consecuencia la validez de tal cláusula?

Creemos que debe distinguirse, para contestar esa pregunta, entre el sistema previsto por la ley 19.550 en
su redacción original y el contemplado luego de la reforma de la misma efectuada por la ley 22.903.

Con relación al régimen anterior, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, a través de su sala C,
en el caso "Chacabuco Construcciones SRL" del 3 de septiembre de 1982, descartó esa posibilidad,
resolviendo la inadmisibilidad de la cláusula contractual o estatutaria, por la cual se estableció que la
sociedad queda constituida desde una fecha anterior a la del contrato constitutivo.

Lo allí decidido resultaba inobjetable a la luz de las normas de la ley 19.550 en su redacción original y
ajustado estrictamente a lo dispuesto por el art. 36 de dicho cuerpo legal que prescribe, como hemos dicho,
que los derechos y obligaciones de los socios comienzan desde la fecha fijada en el contrato social.

Como bien lo sostuvo el tribunal en esa oportunidad, no podría, por vía de una retroacción estipulada
contractualmente, respecto de la fecha en que debe tenerse por constituida la sociedad, lograr efectos
regularizadores que beneficiarían a la sociedad de hecho o irregular que integraban antes, desde que se
trata de dos sociedades diferentes. Esta última, que se encuentra disuelta por la constitución de la nueva
sociedad, y en la cual los socios no pueden invocar los derechos y defensas nacidas del contrato social (art.
23, de la ley 19.550 LSC) y un nuevo ente social, cuyo plazo de duración debe computarse, como hemos
visto, desde la fecha de constitución o de registración, para el supuesto de que aquellos así lo decidan.

10.4. Modos de computarse el plazo de duración


Pese a que el art. 94, inc. 3º de la ley 19.550, que autoriza a subordinar la existencia de la sociedad a una
condición resolutoria, parecería admitir la constitución de sociedades a los efectos de desarrollar un objeto
social específico y transitorio (v.gr., la construcción de un edificio o una obra determinada), entiendo que la
inclusión de cláusula en tal sentido viola la clara mención que el art. 11, inc. 5º prescribe, exigiendo
determinación en el plazo de duración, pues se desprotegería no sólo a los acreedores particulares del socio
de las sociedades personales (art. 57 de la ley 19.550), sino también a los integrantes del ente, quienes se
verían muchas veces frustrados en la percepción del reembolso del capital y cuota liquidatoria, si la obra o
trabajo a desarrollarse se prolongare en forma indefinida.

Consecuentemente, aun cuando el objeto social sea la realización de una obra determinada, debe
incluirse necesariamente un plazo de duración, y si bien puede argumentarse que difícilmente coincida la
finalización del objeto con el transcurso del plazo de duración, debe concluirse que, ocurrido el vencimiento
del contrato, y si los socios no han resuelto la prórroga, los trabajos necesarios para la terminación de la
obra constituirán los actos de liquidación. Por el contrario, si la obra se concluye antes de que expire el plazo
fijado en el acto constitutivo, debe tomarse en consideración aquella circunstancia, para considerar disuelta
la sociedad, y desde ese momento comenzarán los actos de liquidación, aunque el plazo no haya vencido,
por la simple circunstancia de que el objeto es un elemento esencial de toda sociedad, y la carencia o la
desaparición del objeto hace jurídica y legalmente imposible la existencia del entes(413).

Sin perjuicio de ello, adhiero a la doctrina que niega validez al contrato social cuya vigencia está subordinada
a una condición resolutoria, pues si bien el art. 94, inc. 3º de la ley 19.550 incluye el cumplimiento de la
misma como causal de disolución, entiendo que como la condición subordina a un acontecimiento incierto y
futuro que puede o no llegar, en el caso, la resolución de un derecho ya adquirido (arts. 343 a 348 del
CCyCN) —por ejemplo, retiro de una concesión otorgada o expropiación de un inmueble aportado—, ello
está en pugna con el carácter determinado que la ley le asigna al plazo de duración, pues la incertidumbre
que la ley quiere evitar al imponer un límite temporal al contrato de sociedad y al sujeto de derecho, sólo se
supera con un término que inexorablemente debe transcurrir. Distinto es el caso en que los socios hayan
fijado un plazo temporal concreto de duración de la sociedad, haciendo salvedad de algún supuesto que
podría obstar a la continuación de la empresa y que funcionará como causal disolutoria, cláusula esta que
resulta válida de conformidad a lo establecido por el art. 89de la ley 19.550.

Estableciéndose un plazo temporal de vigencia del contrato de sociedad, parecería casi obvio afirmar que el
contrato puede vencer transcurrido el mismo —10 años— o indicándose expresamente un día determinado,
en cuyo caso resulta de aplicación el art. 6º del Código Civil y Comercial de la Nación, referido al modo de
contar los intervalos del derecho.

Si los socios resuelven continuar con la sociedad, evitando su disolución, deben solicitar su prórroga, la cual
debe ser convenida y su inscripción requerida con anterioridad al vencimiento del plazo de duración (art.
95, LSC). Transcurrido el mismo sin que la sociedad haya sido prorrogada, y salvo reactivación ulterior (art.
95 último párrafo), la sociedad debe ser liquidada y cancelada su inscripción, como último paso para la
extinción de su existencia. Si continuara con los negocios sociales ignorando el estado de liquidación en que
se encuentra, lo hará entonces como sociedad irregular(414), legislada por la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550, ante la ausencia de un requisito esencial no tipificante, como lo es el plazo de duración.

§ 11. Organización de la administración, fiscalización y gobierno de la sociedad

Como rasgos tipificantes de cada una de las sociedades contempladas por el art. 1º de la ley 19.550, el
legislador se encargó de establecer un régimen de administración, fiscalización y gobierno para cada una de
ellas, que en principio, los socios no pueden modificar, salvo determinadas cuestiones que la propia ley
19.550 deja librada a la voluntad de sus integrantes, como por ejemplo, el régimen de quórum y mayorías en
las reuniones de socios o asambleas (arts. 131, 139, 144, 159, 160, 243 y 244), la organización de su
administración en las sociedades colectivas, de capital e industria y de las sociedades en comandita simple
(arts. 127, 136 y 143), la asignación de funciones a los gerentes de las sociedades de responsabilidades y la
determinación de su plazo de duración (arts. 157 de la ley 19.550), la posibilidad de ejercer el control
individual sobre los libros y papeles sociales en las sociedades de responsabilidad limitada incluidas en el
segundo párrafo del art. 158, la constitución y el funcionamiento del directorio en las sociedades anónimas
(arts. 255, 256, 257, 258 y 260 de la ley 19.550).

En materia de sociedades "personales" o "sociedades por parte de interés" (esto es, sociedad colectivas, de
capital e industria y sociedades en comandita simple), el esquema de funcionamiento es muy sencillo, pues
en ellas el gobierno, administración y fiscalización del ente están, en principio, en manos de cualquiera de
los socios, aún cuando éstos puedan delegar en uno de ellos o en un tercero la administración de la entidad.
Ello obedece en gran medida al acentuado rasgo personal que caracteriza estas sociedades, no destinadas a
empresas de gran envergadura, a diferencia de lo que sucede en las sociedades anónimas, en las cuales, por
estar latente la posibilidad de agrupar elevado número de socios, se tiende a identificar con mayor claridad
los diferentes órganos y funciones que desempeñará cada uno de ellos en beneficio de los terceros y socios,
siendo totalmente incompatible con dichas sociedades la administración de la entidad a cargo de todos los
asociados en forma indistinta.

Debe repararse al respecto que omisión de las cláusulas a las que se refiere el art. 11 inc. 6º de la ley
19.550no conducen a aplicación del art. 17, sino que en tal caso, regirán las normas que sobre el
funcionamiento de los órganos de administración, fiscalización o gobierno de la entidad, contiene la ley
19.550.

§ 12. Las reglas para distribuir las utilidades y soportar las pérdidas

Concordantemente con lo dispuesto en el art. 1º de la ley 19.550, al incluir dentro de la definición de


sociedad comercial "(...) la participación de los beneficios y soportación de las pérdidas", como elemento
esencial de todo contrato de sociedad, el inc. 7º del art. 11 menciona como cláusula de inclusión en el citado
instrumento, las reglas para distribuir los beneficios y soportar las pérdidas.

Dicha cláusula puede sin embargo estar ausente, y no corresponde en tal caso la aplicación del art. 17
segundo párrafo de la ley 19.550, pues el mismo inc. 7º del art. 11, prevé que: "(...) en caso de silencio, será
en proporción de los aportes. Si se prevé sólo la forma de distribuir las utilidades se aplicará para soportar
las pérdidas y viceversa", aunque debe tenerse en cuenta que esta disposición no rige en los siguientes
casos:

a) Para las sociedades de capital e industria, donde el silencio del contrato sobre los beneficios del socio
industrial sólo puede ser suplido judicialmente (art. 144);

b) En las sociedades cooperativas, pues la distribución del excedente se efectúa en base a la operatoria de
cada socio con la sociedad y no conforme a su capital accionario.

La participación en los beneficios y soportación de las pérdidas es un elemento esencial del contrato de
sociedad, y ambos configuran derechos inherentes a la calidad de socios, que no pueden ser menoscabados
(art. 13). Ello caracteriza asimismo dicho contrato, al diferenciarlo de otras figuras, como la habilitación
laboral, donde el habilitado está exento de soportar las pérdidas sufridas por la entidad.

El derecho a los beneficios no puede ejercerse al concluir cada operación comercial, sino anualmente (arts.
49, Cód. Com.; 61, 70 y 71, LSC), pues depende de la realización de un balance e inventario, confeccionados
de acuerdo con la ley y resultar de ganancias líquidas y realizadas (art. 68). Repárese que la ley 19.550
prohíbe, salvo para las sociedades anónimas comprendidas en el art. 299, la distribución de dividendos
anticipados, por lo que si los socios efectuaron determinados retiros dinerarios "a cuenta" durante el
ejercicio, ellos deberán reintegrar su importe, para el caso que la sociedad los reclame, pues estrictamente
hablando, tales retiros —tan habituales en nuestra práctica societaria— no son otra cosa que anticipos de
ganancias, no autorizados por los arts. 68 y 224 de la ley 19.550(415).

En cuanto a las pérdidas, y conforme a lo expuesto, ningún socio está liberado de soportarlas, aun cuando
exista pacto en tal sentido, el cual resultaría nulo, de nulidad absoluta, por implicar una cláusula leonina en
beneficio de su destinatario (art. 13 de la ley 19.550)

La ley es categórica al fulminar de nulidad cláusulas como la expresada, así como idéntica sanción aplica al
pacto mediante el cual se prevé que alguno o algunos de los socios reciban todos los beneficios o se les
excluya de ellos, o que a los socios capitalistas se les restituyan los aportes con un premio designado o con
sus frutos o con una cantidad adicional, haya o no ganancias, o aseguren al socio su capital, o las ganancias
eventuales (art. 13, incs. 1º al 3º). Decretada su nulidad, deberá estarse para su determinación, al criterio
señalado en el art. 11, inc. 7º.

Finalmente deben hacerse las siguientes aclaraciones:


a) Las utilidades a distribuirse constituyen las únicas expectativas de los acreedores particulares de los socios
en las sociedades por interés (art. 57, LSC), a diferencia de las sociedades de responsabilidad limitada y por
acciones, en las cuales puede ejecutarse la parte social.

b) En las sociedades de capital e industria, los acreedores sociales solo pueden agredir el patrimonio del
socio industrial hasta las ganancias que éste no ha percibido, careciendo de todo derecho con posterioridad
(art. 141 de la ley 19.550).

c) Aprobada por el órgano de gobierno de la sociedad la distribución de determinados dividendos a favor de


los socios, los socios, de conformidad al art. 68 de la ley 19.550, estos pasan a estar en relación con la
sociedad, como cualquier acreedor de la misma, aun en caso de quiebra(416).

§ 13. Cláusulas necesarias para que puedan establecerse con precisión los derechos y las obligaciones de los
socios entre sí y respecto de terceros

Ellas constituyen también cláusulas facultativas, que por lo general están ausentes del instrumento
constitutivo de la sociedad, pues los derechos y obligaciones de los socios previstos por la ley
19.550 constituyen materia no disponible para quienes integran una sociedad comercial, a punto tal que en
materia del derecho de aprobación o impugnación de los estados contables, derecho de preferencia, de
receso y de votar acumulativamente en la designación de los directores (arts. 69, 194 último párrafo; 245
último párrafo; 263 segundo párrafo), el legislador dejó aclarado, en forma terminante, que el estatuto no
puede derogar estos derechos ni reglamentarlo de manera que dificulte su ejercicio.

La importancia de lo dispuesto en el art. 11 inc. 8º de la ley 19.550 radica en la posibilidad de reglamentar el


ejercicio de tales derechos, para evitar el ejercicio abusivo de los mismos o que tal actuación pudiera afectar
el desenvolvimiento de la sociedad. En tal sentido, nada obsta a la reglamentación del derecho de
información del socio o accionista, previendo una metodología determinada para el examen personal de los
libros sociales o de la documentación social, siempre que con ello, se reitera, no se imposibilite o dificulte el
ejercicio de tal derecho.

§ 14. Cláusulas atinentes al funcionamiento, disolución y liquidación de la sociedad

Esta cláusula de alguna manera se superpone con la prevista en el inc. 6º del art. 11, el cual, como hemos
visto, prescribe la necesidad de incluir en los contratos de sociedad, la forma de organización de la
administración, fiscalización y de las reuniones de socios.

En materia de disolución, el art. 89 de la ley 19.550 establece la posibilidad de incluir en los contratos
constitutivos de sociedades causales de disolución no previstas en la ley 19.550, y tratándose del período
liquidatorio, dado que su tránsito es obligatorio, por haber sido establecido en beneficio de los terceros,
la ley 19.550 deja muy poco margen a los socios a fines de establecer otro procedimiento de liquidación
diferente al previsto por el legislador en sus arts. 101 a 112.

§ 15. La fecha de cierre de ejercicio

A pesar del incomprensible silencio del art. 11 de la ley 19.550, debe incluirse en el instrumento de
constitución de la sociedad la fecha de cierre de ejercicio, a la cual alude no obstante el art. 10, cuando
incluye a ese dato dentro de la publicación de edictos allí previsto.

La fecha de cierre de ejercicio tiene suma utilidad dado que dentro de los cuatro meses de ocurrida ella debe
convocarse la asamblea que considerará y eventualmente aprobará los estados contables correspondientes
a ese período, así como la gestión de los administradores, la determinación de su remuneración y la
consideración de los resultados del ejercicio.

Bien es cierto que la obligación que pesa sobre los directores de la sociedad anónima de convocar a la
asamblea ordinaria de accionistas dentro de los cuatro meses de cerrado el ejercicio ha sido solo impuesta
para aquellas sociedades (art. 234 último párrafo de la ley 19.550) y para las sociedades de Responsabilidad
Limitada que hayan alcanzado el capital social previsto por el art. 299 inc. 2º de la ley 19.550 (art. 159
segundo párrafo), pero a falta de regulación legal para los administradores de los restantes tipos societarios,
considero aplicable a los mismos tal obligación, pues es de toda evidencia que la necesidad de confeccionar
los estados contables de la sociedad comercial es una actuación que trasciende la vida interna de la sociedad
y no encuentro razones que permitan concluir que los gerentes de las sociedades de responsabilidad
limitada no incluidas en los términos del art. 299 inc. 2º de la ley 19.550 o los administradores de las
sociedades por parte de interés puedan contar con un plazo mayor que los directores de las sociedades
anónimas para cumplir con tales obligaciones.

ART. 12.—

Modificaciones no inscriptas. Ineficacia para la sociedad y los terceros. Las modificaciones no inscriptas
regularmente obligan a los socios otorgantes. Son inoponibles a los terceros; no obstante, estos pueden
alegarlas contra la sociedad y los socios, salvo en las sociedades por acciones y en las sociedades de
responsabilidad limitada. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 4º, 7º, 60, 92. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 35 y 81.LSC Uruguay: arts.
361, 362.

§ 1. Modificaciones al contrato de sociedad. Carácter de su registración

Como dispone el art. 4º de la ley 19.550, no solo debe inscribirse en el Registro Público de Comercio el
contrato constitutivo de la sociedad, sino también sus posteriores modificaciones.

Pero así como la falta de inscripción del contrato constitutivo provoca la irregularidad de la sociedad, no
sucede lo mismo con la omisión de la registración de las modificaciones efectuadas a aquel instrumento, lo
cual no conduce a la irregularidad(417), pues las consecuencias de esa omisión torna de aplicación el art. 12
de la ley 19.550, que se refiere a esta cuestión.

En torno al art. 12 de la ley 19.550 y en especial a su aplicación a las sociedades por acciones, la doctrina y
jurisprudencia no se han mostrado coincidentes, y ello se debe, sin lugar a dudas, a la escasa factura técnica
de la redacción del artículo citado.

Se han expuestos dos posiciones:

a) La primera, a la que adhiere Halperin(418), y la sala B de la Cámara Comercial, en el nunca bien
ponderado caso "Riello c/ Grimaldi SA"(419), sobre el cual me explayaré al analizar el art. 245 de la ley
19.550, sostienen el carácter constitutivo de la inscripción en el Registro Público de Comercio de las
modificaciones del contrato social, las que serían inoponibles entre los socios y frente a terceros en las
sociedades anónimas y de responsabilidad limitada por la excepción consagrada en el último párrafo del
artículo en cuestión.

b) Una segunda posición, y en la cual se enrolan entre otros Escutti y Richard(420), Otero Erill(421), García
Cuerva y Adrogué(422), Mata y Trejo(423), Vítolo(424), Roitman y colaboradores(425)entre otros, y a la cual
adhiero y estimo adecuada a la filosofía de la Ley de Sociedades, es la que considera el art. 12 con efectos
declarativos, esto es, que entre los mismos integrantes y en las relaciones de éstos con la sociedad, las
reformas al contrato social o estatuto, salvo contadísimas excepciones (transformación, fusión y escisión)
pueden ser invocadas desde la clausura de la asamblea o reunión de socios que las aprobaron.

Tales conclusiones se fundan en lo siguiente:

1) Una razón de índole gramatical, pues de conformidad a la redacción del art. 12, encontramos dos frases
separadas por un punto seguido. La primera que establece que: "Las modificaciones no inscriptas son
obligatorias para los socios otorgantes". La segunda tiene un principio general con una excepción: "Son
inoponibles a terceros, no obstante estos pueden alegarlas contra la sociedad y los socios, salvo en las
sociedades por acciones y de responsabilidad limitada". Ello demuestra que la intención del legislador fue
excluir la posibilidad a los terceros de invocar contra las sociedades por acciones o de responsabilidad
limitada las modificaciones del contrato, pero la invocación de las mismas entre los socios es plena para
todos los tipos sociales.

2) Lo dispuesto por el art. 233, párrafo 3º de la ley 19.550, en cuanto impone la obligatoriedad de las
resoluciones asamblearias adoptadas conforme a la ley y los estatutos, para todos los accionistas, incluso
ausentes y quienes votaron desfavorablemente.
3) Lo establecido por el art. 245 de la citada ley, que para el ejercicio del derecho de receso impone a los
accionistas un plazo de cinco días, para los presentes, y 15 días para los ausentes, contados desde la fecha
de la clausura de la asamblea y no desde la registración de la modificación del contrato.

4) Lo dispuesto por el último párrafo del art. 60 en cuanto previene que la omisión de la registración de los
administradores o su revocación ocasiona la aplicación del art. 12 "...sin las excepciones que el mismo
prevé", y no cabe dudar que la ley se refiere a la invocación por terceros de la actuación de un órgano de
administración electo y no registrado, lo que es lógico y congruente, y no el supuesto de que los accionistas
no puedan invocar la designación de un nuevo órgano administrador no inscripto.

La jurisprudencia posterior al caso "Riello c/ Grimoldi" y en el cual la sala B de la Cámara Comercial de la


Capital Federal, había adherido al criterio de considerar a la inscripción de las modificaciones contractuales
el carácter "constitutivo", se ha pronunciado en forma reiterada en sentido contrario a ese criterio,
resultando las mismas perfectamente oponibles entre los socios y la sociedad aun cuando las mismas no se
encuentren registradas, cualquiera sea el tipo social de que se trate, con excepción de las sociedades
accidentales(426). De manera tal que la inscripción registral de las modificaciones efectuadas al contrato
social tiene un carácter meramente declarativo, porque los actos jurídicos que las implementan generan sus
efectos propios y la registración no es requisito de su validez, sino apenas de su oponibilidad, para aquellos
que desconocieron la modificación efectuada.

La ley 22.903, reformadora del texto original del art. 245 de la ley 19.550 ha incluido otro argumento más
que avala el carácter declarativo de las modificaciones no inscriptas efectuadas al contrato constitutivo, pues
conforme lo dispuesto por dicha norma, en su cuarto párrafo, en cuanto prescribe la caducidad del derecho
de receso por causa de la revocación de la decisión asamblearia que motivó el ejercicio de aquel derecho,
obliga a concluir que este queda consolidado desde el momento de su ejercicio y no desde la registración de
ese acuerdo, pues la caducidad de un derecho y de sus consecuentes acciones suponen un derecho
plenamente eficaz y acciones plenamente disponibles para su ejercicio(427).

La invocación de las reformas estatutarias entre los socios y órganos de la sociedad es en principio
plena, salvo cuando se trate de un acto de reorganización societaria —transformación, fusión o escisión—,
en cuyo caso, la naturaleza y características de esas reformas hacen imposible su vigencia hasta la
correspondiente inscripción registral.

Finalmente, el art. 12 de la ley 19.550 establece la inoponibilidad de las modificaciones contractuales o


estatutarias a los terceros por parte de la sociedad, quienes por su parte, pueden alegarlas contra la misma,
salvo que esta se tratare de una sociedad por acciones o de responsabilidad limitada.

Ello resulta sumamente objetable, pues no coincide con elementales principios de derecho registral sostener
que las modificaciones no inscriptas no pueden ser oponibles a terceros, cuando quien las alega prueba que
estos han tomado conocimiento de las mismas. No debe olvidarse que las carencias regístrales no son
invocables por quienes han tomado conocimiento del acto sujeto a inscripción.

Nada justifica, por otra parte, que el tercero interesado que conoce las modificaciones no inscriptas pueda
alegarlas contra la sociedad, pero a su vez pueda repeler la invocación de las mismas por la entidad, salvo
que ello se entienda como una sanción para la sociedad infractora de cargas regístrales, lo cual resultaría
incongruente con la finalidad que la ley ha tenido en cuenta al ordenar la inscripción de actos registrables,
que consiste sólo en la ininvocabilidad o inoponibilidad de estos frente a terceros.

Y mucho menos se explican las razones por las cuales se exceptúa del principio de la invocabilidad de las
reformas no inscriptas por parte de terceros, cuando la sociedad infractora es una sociedad por acciones o
de responsabilidad limitada. Reconozco que la excepción me resulta desde todo punto de vista
incomprensible.

La reformulación del art. 12 de la ley 19.550 es imprescindible. Las consecuencias por la no inscripción de las
modificaciones contractuales o estatutarias no pueden ser otras frente a terceros, que la inoponibilidad de
las mismas, pero, conocidas esas reformas por estos, ellas pueden ser invocadas contra y por los terceros,
sin que quepa diferenciar al respecto entre uno u otro tipo social.

Ha sido una verdadera pena que la ley 26.994 haya dejado pasar la oportunidad para aclarar los términos del
art. 12 de la ley 19.550, en especial cuando el art. 157 del Código Civil y Comercial de la Nación ha
establecido expresamente que "La modificación del estatuto produce efectos desde su otorgamiento. Si
requiere inscripción, es oponible a terceros a partir de ésta, excepto que el tercero la conozca". Esta era la
solución adecuada, que no había más que hacer que reproducirla en la ley general de sociedades, pero al
menos puede afirmarse que dicha norma constituye una clara pauta de interpretación del controvertido art.
12 de la ley 19.550.

ART. 13.—

Estipulaciones nulas. Son nulas las estipulaciones siguientes:

1) que alguno o algunos de los socios reciban todos los beneficios o se les excluya de ellos, o que sean
liberados de contribuir a las pérdidas;

2) que al socio o socios capitalistas se les restituyan los aportes con un premio designado o con sus frutos, o
con una cantidad adicional, haya o no ganancias;

3) que aseguren al socio su capital o las ganancias eventuales;

4) que la totalidad de las ganancias y aun de las prestaciones a la sociedad, pertenezcan al socio o socios
sobrevivientes;

5) que permitan la determinación de un precio para la adquisición de la parte de un socio por otro, que se
aparte notablemente de su valor real al tiempo de hacerla efectiva.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11, 68; arts. 382 a 395 del Código Civil y Comercial de la Nación; LSC Uruguay:
art. 25.

§ 1. Nulidad parcial del contrato de sociedad. Estipulaciones nulas

1.1. Análisis de las cláusulas nulas previstas en el art. 13 de la ley 19.550

Fiel a lo dispuesto por el art. 11, inc. 7º de la ley 19.550, el art. 13 de dicho ordenamiento legal fulmina con
la nulidad la inclusión en el contrato social de ciertas cláusulas que dicha norma menciona, algunas de las
cuales —incs. 1º al 3º— desnaturalizan el contrato de sociedad, que conforme lo previsto en el art. 1º del
ordenamiento legal societario, implica la asunción de un riesgo empresario, y consecuentemente, la
participación necesaria de todos los socios en las utilidades, o la correspondiente soportación en las
pérdidas.

La existencia de estipulaciones mediante las cuales se prevé la percepción exclusiva en las ganancias por uno
o varios socios, con exclusión de los restantes, afecta obviamente el concepto de affectio societatis y el
principio general en materia societaria, conforme al cual todos los socios, en mayor o menor medida, deben
participar del riesgo empresario. Ello no significa que se prohíba toda cláusula mediante la cual los socios
establezcan diversas proporciones para la percepción de utilidades, pues ello dependerá de muchas
circunstancias: capital aportado, personalidad del socio, dedicación a los negocios sociales, etc., pero de
ningún modo puede admitirse que se asegure al socio el capital aportado o determinadas ganancias, se
hayan o no producido, pues ello importaría suprimir el alea que supone la dedicación a la producción o
intercambio de bienes o servicios.

El art. 13 de la ley 19.550 reconoce importantes antecedentes históricos en nuestro derecho patrio.
Recuérdese al respecto que el Código de Comercio de 1857/1862, ya prescribía en su art. 390 que era nula la
convención por el cual se estipulare que la totalidad de los lucros haya de pertenecer a uno solo de los
asociados; así como la que estableciere que alguno de los socios no haya de tener parte en las ganancias,
siendo igualmente nula la estipulación por la que quedasen exonerados de toda contribución a las pérdidas
las sumas o efectos aportados al fondo social por uno de los socios. Del mismo modo, se estableció (art. 391
del mismo ordenamiento), que la convención por la cual un prestamista de dinero estipulase participación
en las ganancias sin responder por las obligaciones del socio es ilegal y nula, siendo asimismo inválida la
estipulación de que el prestamista, sin responsabilidad en las pérdidas, tendrá parte en las ganancias,
además de los intereses.

Dichas cláusulas han sido denominadas por la doctrina como pactos leoninos, y —como hemos visto— su
sanción no es novedad de la Ley de Sociedades, pues el Código Civil preveía idéntica sanción en los arts.
1652 y 1653 para situaciones análogas en sociedades de tal naturaleza. Por otro lado, la interpretación que
debe hacerse del art. 13 de la ley 19.550 debe ser amplia, para poder subsumir otros supuestos que
encierran pactos leoninos: por ejemplo, la estipulación de ínfimas contribuciones en las pérdidas por algunos
asociados o la participación irrisoria en las utilidades por parte de otros, aunque, como advierte Farina(428),
su virtualidad dependerá del análisis que deberá hacer el juez de la causa, conforme las circunstancias que
se presenten en cada caso.

La jurisprudencia de nuestros Tribunales, si bien no es abundante en el tema que nos ocupa, ha aplicado
estrictamente lo dispuesto por el art. 13 de la ley 19.550. En el caso "Hilbert Beatriz c/ Romero Eduardo",
resuelto por la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en fecha 14 de marzo de 1989,
se dispuso la nulidad de la cláusula del contrato de sociedad por medio de la cual se aseguraba una
remuneración fija en moneda constante al socio capitalista, sin atender a la existencia o no de utilidades,
fundado en que tal convención eliminaba el riesgo que supone la constitución de una sociedad, amén de
destruir la igualdad jurídica entre los socios, criterio que respeta la filosofía del legislador.

En el mismo sentido, la sala B del referido tribunal, en un recordado precedente incluyó, dentro del art.
13 de la ley 19.550 a la cláusula del contrato social por medio de la cual los socios fundadores autorizaron la
percepción de una suma mensual a uno de ellos. Entendió el Tribunal que tal estipulación implicaba eximir al
mismo de las pérdidas, incompatible con la definición de sociedad comercial prevista en el art. 1º de la ley
19.550(429).

El derogado Código Civil incorporó en sus arts. 1652 y 1653 una serie de disposiciones legales que
contemplaron idénticos casi supuestos de nulidad, pero con diferentes efectos. Así, el art. 1652 disponía que
será nula la sociedad que diese a uno de los socios todos los beneficios o que le liberase de toda
contribución en las pérdidas, o de prestación de capital o que alguno de los socios no participe de los
beneficios. No obstante, debe repararse que el ordenamiento civil preveía, ante tal hipótesis, la nulidad de la
sociedad, en lugar de la invalidez de la respectiva cláusula, como lo dispone el art. 13 incs. 1º de la ley
19.550, que contempla un supuesto idéntico al previsto por el derogado art. 1652 del Código Civil. La
diferencia puede explicarse con el argumento de que el legislador civil entendió que ante el caso de que se
prevea contractualmente que alguno de los socios se encuentre liberado de soportar la totalidad de las
pérdidas o le pertenezcan todas las ganancias, corresponde presumir que la celebración de un contrato de
sociedad con tales características no es otra cosa que una simulación detrás del cual se esconde un negocio
de otra naturaleza, por lo que no existe interés en conservar el contrato de sociedad. La ley
19.550, redactada más de cien años después, adoptó otra solución, fulminando con la nulidad a esa cláusula
leonina, sanción que en principio no trasciende al contrato de sociedad, salvo cuando la existencia de tal
cláusula haga presumir simulación total del acto o fraude a terceros, como sería el caso de una sociedad de
capital e industria que esconde una relación laboral y en la cual el socio capitalista se reserva la percepción
de todas las ganancias o se excluya al socio industrial de soportar las pérdidas. Así fue resuelto un caso
donde se declaró la nulidad de la totalidad del contrato de sociedad, en el cual uno de los socios no se obligó
con ningún aporte, ni de dar ni de hacer, por entender que no se puede concebir un contrato de sociedad sin
el aporte de los socios(430).

El inc. 4º del art. 13 de la ley 19.550, al prohibir que la totalidad de las ganancias y aun de los aportes
efectuados pertenezcan al socio o socios sobrevivientes, trata de impedir que se afecten los derechos de los
herederos de los socios fallecidos, privándoselos del valor que supone la participación social de que estos
eran titulares, pues no existe norma en nuestro ordenamiento civil que autorice sostener que la muerte de
un socio produzca un enriquecimiento de los restantes integrantes de la sociedad ni que éstos tengan
derecho a reclamar la parte social que aquel era titular en vida, pues tales bienes —participaciones, cuotas o
acciones— pertenecen a sus herederos.

Ahora bien, el ingreso de los herederos a la sociedad es de mayor o menor complejidad conforme al tipo de
sociedad que integraba el socio fallecido. Así, la ley 19.550 no admite pacto alguno que permita continuar a
las sociedades de capital e industria y en participación con los herederos de aquel (art. 90, párrafo 2º),
pudiendo excluirse contractualmente el ingreso de aquellos en los restantes tipos sociales (arts. 90 y 155),
salvo para las sociedades por acciones, en las cuales el estatuto no puede prohibir la transferencia del
paquete accionario (art. 214). Pero en todos aquellos casos los herederos deben percibir una suma de dinero
que represente el valor de la parte del causante a la fecha del fallecimiento, y teniendo en cuenta para la
determinación de ese valor, lo dispuesto por el art. 13, inc. 5º de la ley 19.550.

Finalmente, la ley 19.550 fulmina con la nulidad las estipulaciones "(...) que permitan la determinación de un
precio para la adquisición de la parte de un socio por otro, que se aparte notablemente de su valor real, al
tiempo de hacerla efectiva". Esta disposición, también aplicable a todos los supuestos de resolución parcial,
impone la determinación del precio real de la parte del socio saliente, fallecido, o excluido, computándose a
tal efecto todos los rubros del activo, incluyéndose el valor llave, en caso de existir. El inciso tiene
importante y frecuente aplicación en los casos en que si bien los socios se comprometen a efectuar balance
de liquidación a la fecha de la resolución parcial del contrato de sociedad, se estipula que el valor que arroje
el mismo, y en la proporción que corresponda, se abonará al socio o herederos, en forma tal que, por no
preverse intereses o fórmulas de actualización, se menoscabe o afecten los derechos de aquellos por el
mero transcurso del tiempo.

Es que lo más significativo del art. 13, inc. 5º de la ley 19.550 consiste en que el juez cuenta con efectivo
apoyo normativo para, equitativa y razonablemente, impedir que la ecuación de los valores aparezca
desvirtuada, máxime cuando en el ámbito específico de la depreciación monetaria es posible arribar a un
enriquecimiento sin necesidad de que ella aparezca motivada en el requisito de la constitución en mora ni
que la petición respectiva haya sido sustanciada de modo de garantizar el derecho de hacerse oír en forma
adecuada(431).

1.2. Efectos de la nulidad de las cláusulas leoninas

Hemos ya sostenido que las consecuencias de la inserción de cualquiera de las cláusulas previstas en el art.
13 de la ley 19.550 en un contrato de sociedad comercial, cualquiera fuese su tipo social, determina la
nulidad parcial del mismo, en el sentido de que la declaración de invalidez solo afecta tal cláusula, dejando
subsistente el contrato social, siempre y cuando pueda separarse la estipulación del resto del negocio
jurídico societario.

Se trata de una nulidad absoluta, y por lo tanto imprescriptible, por cuanto se funda en razones de orden
público y no en salvaguarda de un interés particular(432).

ART. 14.—

Publicidad: norma general. Cualquier publicación que se ordene sin determinación del órgano de publicidad
o del número de días por que debe cumplirse, se efectuará por una sola vez en el diario de publicaciones
legales de la jurisdicción que corresponda.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 10, 60, 77 incs. 3º y 5º, 83, 98, 109. Resolución General IGJ nº 7/2015, art.
10.LSC Uruguay: arts. 7º, 17.

Complementando lo dispuesto por el art. 10 de la ley 19.550, el art. 14 establece una norma de carácter
supletorio, prescribiendo que salvo aquellos casos en donde el ordenamiento societario prevea un número
determinado de días durante los cuales debe efectuarse la publicidad de un acto societario, en el diario de
publicaciones legales de la jurisdicción que corresponda, toda publicación edictal de los mismos debe
efectuarse una sola vez.

Como bien explica el Profesor de la Universidadde Córdoba, Horacio Roitman, el diario de publicaciones
legales es creado en cada jurisdicción por una ley especial, en las que se le asigna el tipo de instrumento y su
valor probatorio. En el orden nacional, el Boletín Oficial de la República Argentina, creado en 1870, es
instrumento público y tiene valor probatorio por sí mismo, sin necesidad de ninguna certificación especial,
bastando al efecto acompañar una copia del ejemplar donde consta la respectiva publicación. En las
jurisdicciones que carecen de un diario de publicaciones legales, las mismas se efectúan en un diario local
que por disposición legal se instituye a tal fin(433).

ART. 15.—

Procedimiento: norma general. Cuando en la ley se dispone o autoriza la promoción de acción judicial, esta
se sustanciará por procedimiento sumario, salvo que se indique otro.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 37, 46, 69, 87, 91, 92, 97, 102, 107, 110, 114, 129, 144, 152, 245, 251, 252, 274;
Cód. Proc. Civ. y Com.: arts. 330, 486 a 497. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 10.LSC Uruguay: art. 18.

§ 1. Las sociedades comerciales y el procedimiento judicial

1.1. Generalidades. Cuestiones de índole procesal contenidas en la ley 19.550

El art. 15 de la ley 19.550 se introduce en el arduo tema del conflicto societario, esto es, en las acciones
judiciales que contempla la ley 19.550 y que, salvo excepciones, son aquellas promovidas entre los mismos
socios, entre éstos y la sociedad o viceversa.

Sabido es que la ley de sociedades comerciales constituye un ordenamiento normativo de orden sustancial y
no procesal, que legisla todo el funcionamiento de las sociedades comerciales, desde su constitución,
reorganización y extinción, incluyendo en su seno a contratos asociativos no societarios, como lo son los
contratos de colaboración empresaria.

Sin embargo, la ley 19.550 incorporó ciertas normas de procedimiento, pues al legislar sobre determinadas
acciones judiciales, propias y específicas del negocio societario, no pudo dejar de aportar algunas soluciones
en materia procesal, que por obvias razones de especificidad el Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación no puede contener. En tal sentido, la ley 19.550 incorporó en el art. 15, una disposición de carácter
general, a la que ha titulado "Procedimiento: Norma general", mediante la cual ha establecido el
procedimiento sumario como regla para la tramitación de las acciones judiciales contempladas en dicha ley.
Asimismo, y tratándose de la acción de impugnación de asambleas o decisiones asamblearias, el legislador
societario de 1972 incorporó ciertas normas sobre competencia, medidas precautorias, sustanciación de la
causa y acumulación de acciones (arts. 251 a 253); en materia de exclusión de socios y al reglamentar la
acción judicial correspondiente (art. 91 último párrafo), la ley 19.550 brinda determinadas soluciones en
materia de legitimación activa, medida cautelar específica y ciertas reglas de sustanciación de la causa y
finalmente, sin pretender agotar la enumeración de las normas de orden procesal contenidas en la ley
19.550, el art. 117 establece el efecto al cual está sometido el recurso de apelación interpuesto contra las
resoluciones que disponen la intervención judicial en la administración de las sociedades comerciales,
cualquiera fuere el grado de dicha cautelar.

Por su parte, el Código Procesal Civil y Comercial de La Nación aportó también algunas soluciones específicas
referidas al negocio y al conflicto societario. En primer lugar, el art. 5º de dicho ordenamiento, referido a las
reglas generales en materia de competencia, incluye en su inc. 11) un precepto dedicado a las relaciones
emanadas del contrato de sociedad, prescribiendo dicha norma que "En las acciones que derivan de las
relaciones societarias (será juez competente) el del lugar del domicilio social inscripto. Si la sociedad no
requiere inscripción, el del lugar del domicilio fijado en el contrato; en su defecto o tratándose de sociedad
irregular o de hecho, el del lugar de la sede social". Del mismo modo, los arts. 323 inc. 5º, 326 inc. 4º y el art.
781 del Código Procesal establecen ciertos mecanismos procedimentales para satisfacer el derecho de
información de los socios, en aquellos tipos societarios en los cuales el acceso a los libros y documentos de
la sociedad se lleva a cabo de manera directa, esto es, conforme lo establece el art. 55 de la ley 19.550.

1.2. La regla general de procedimiento establecida en el art. 15 de la ley 19.550

Como hemos expuesto en los párrafos anteriores, el art. 15 de la ley 19.550 prevé, como norma general en
materia de procedimiento, que "Cuando en la ley se dispone o autoriza la promoción de acción judicial, ésta
se sustanciará por procedimiento sumario, salvo que se indique otro".

En la práctica, y por más de treinta años, los jueces aplicaron textualmente dicha norma, confiriendo el
trámite de juicio sumario a todos los procesos judiciales en donde se ventilaba un conflicto societario o se
promovía una acción expresamente legislada en el ordenamiento societario, quedando fuera de dicho
trámite los procedimientos de convocatoria judicial a asamblea(434)o reunión de socios y el procedimiento
de examen de libros por el socio(435), atento sus especiales características.

Sin embargo, en el año 2002, fue dictada la ley 25.488, que reformó el Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación, una de cuyas modificaciones más sustanciales fue la eliminación del juicio sumario como proceso de
conocimiento y su reemplazo por el juicio ordinario o sumarísimo, según la naturaleza de la pretensión.
En efecto, si bien primer párrafo del art. 319 del referido ordenamiento se mantiene vigente en cuanto al
principio general de que todas las contiendas judiciales que no tuvieren señalada una tramitación especial,
serán ventiladas en juicio ordinario salvo cuando este Código autorice al Juez a determinar la clase de
proceso aplicable, la ley 25.488 reformó el segundo párrafo de dicha norma, prescribiendo expresamente
que "Cuando leyes especiales remitan al juicio o proceso sumario se entenderá que el litigio tramitará
conforme al procedimiento de juicio ordinario. Cuando la controversia versare sobre los derechos que no
sean apreciables en dinero o existan dudas sobre el valor reclamado y no correspondiere juicio sumarísimo o
un proceso especial, el juez determinará el tipo de proceso aplicable".

De manera tal que, siendo la ley 19.550 una "ley especial", conforme a la terminología utilizada por el nuevo
art. 319 segundo párrafo del Código Procesal, y en tanto el art. 15 de la ley 19.550 remite al "juicio o
procedimiento sumario", todo parece inclinado a demostrar que, desde la vigencia de la ley 25.488, las
acciones judiciales dispuestas o autorizadas por el ordenamiento societario, deberán tramitar por el
procedimiento ordinario.

Sin embargo, la cuestión no es tan simple, pues ni la doctrina ni la jurisprudencia interpretó pacíficamente,
desde la sanción de la ley 19.550, hace exactamente treinta años, que el concepto de "procedimiento
sumario" utilizado por el art. 15 de dicha normativa, pudiera ser asimilado sin más al juicio sumario previsto
por el Código Civil y Procesal de la Nación y que había sido incorporado a nuestra práctica forense por la ley
17.454.

Si se llega a una asimilación de tales conceptos, como se orientó la jurisprudencia dictada por la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la década del 70, el procedimiento o juicio sumario previsto por
la ley 19.550 no podía ser dispuesto por las partes y ni siquiera por el juez, quien debía imprimir
automáticamente el trámite sumario a todo conflicto societario que se presentara a su conocimiento y que
fuera enderezado mediante cualquiera de las acciones dispuestas o autorizadas por la ley de sociedades
comerciales.

En esta línea de pensamiento, quienes sostuvieron el carácter no dispositivo de la regla prevista por el art.
15 de la ley 19.550, partieron de la base de la total identificación entre el procedimiento sumario allí aludido
y el juicio sumario previsto por el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, habiéndose sostenido al
respecto que "Las formas procesales están impuestas antes que en el beneficio individual de las partes, en el
de la efectividad de la actividad jurisdiccional, según pautas generales establecidas por la ley. En tales
condiciones, el tipo de trámite —en el caso el impuesto por el art. 15 de la ley 19.550— no constituye un
derecho subjetivo renunciable por el juez al pedido de la parte de tramitar la litis como juicio
ordinario"(436).

Halperin en su célebre Curso de Derecho Comercial, escrito apenas fue sancionada la ley 19.550, y con la
autoridad que le daba el haber sido redactor de la ley 19.550, se inclinaba en sentido diverso, descalificando
toda asimilación entre el "procedimiento sumario" previsto por la ley 19.550 y el "juicio sumario" legislado
por el ordenamiento procesal. Para Halperin, cuando la ley 19.550 fijaba la norma general por la cual impuso
el procedimiento sumario, salvo que la ley establezca otro, el legislador societario quiso referirse al
procedimiento sumario y no al juicio sumario, por lo que era misión del juez determinar en cada caso que se
presentara a su juzgamiento, el más adecuado a la cuestión debatida por las partes(437).

La jurisprudencia que, como habíamos visto, se había orientado en el sentido de asimilar "juicio" a
"procedimiento" sumario, fue cambiando de opinión, y en los últimos años el criterio fue diferente,
sosteniéndola jurisprudencia, en sendos pronunciamientos emanados de la sala B de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial(438), que la norma del art. 15 de la ley 19.550 impone sustanciar las acciones
judiciales por ella descriptas por el "procedimiento sumario", lo cual no implica que resulten aplicables las
disposiciones del Código Procesal que reglan los únicos juicios verdaderamente tales, por lo que,
coincidiendo con la mentada opinión de Isaac Halperin, es facultad del juez determinar en cada caso el
procedimiento más adecuado a la cuestión debatida.

Se sostuvo en todos estos pronunciamientos, que la intención del legislador al redactar la norma del art. 15
de la ley 19.550 había sido establecer un "procedimiento sumario" a los fines de imprimir al conflicto
societario un trámite ágil y rápido, que concilie la celeridad con la seguridad y que no necesariamente es el
juicio sumario previsto por la ley 19.550, y naturalmente, al no existir disposición expresa que organice tal
"procedimiento sumario", es el juez de cada causa quien debe llenar ese vació legal.
A la luz de todo lo expuesto, puede concluirse que la ley 25.488 de reformas al Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación no ha puesto fin a la polémica desatada en torno a la asimilación de los conceptos de
procedimiento sumario empleado por el art. 15 de la ley 19.550 con el juicio sumario previsto por el
ordenamiento procesal, pues para quienes predican tal unificación, toda acción judicial autorizada o
dispuesta por la ley 19.550 debe ser sometida a las normas del juicio ordinario, mientras que, aquellos que
evitan tal asimilación, podrán requerir que se imprima a las acciones judiciales de naturaleza societaria
promovidas con posterioridad a la vigencia de la ley 25.488 el trámite de juicio sumarísimo, cuando las
circunstancias del caso así lo aconsejen.

La diferencia entre los procesos de conocimiento previstos por actualmente por el Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación, luego de la sanción de la ley 25.488, adquiere ahora gran importancia, pues a
diferencia de lo que acontecía con el juicio sumario, como categoría procesal intermedia entre el juicio
ordinario y el sumarísimo, y el cual presentaba en la práctica pocas diferencias con el ordinario, la actual
coexistencia de solo dos procedimientos de conocimiento —el ordinario y el sumarísimo— torna
sumamente relevante en la práctica el debate sobre la asimilación o no del principio procedimental previsto
por el art. 15 de la ley 19.550 al juicio sumario, hoy ordinario, de conformidad a lo dispuesto por el art. 319
segundo párrafo del nuevo Código Procesal.

Por mi parte, mantengo la opinión que he sostenido en vigencia de la versión del Código Procesal según ley
de reforma número 22.434. No me parece adecuado interpretar que los redactores de la ley 19.550 hayan
querido diferenciar entre procedimiento y juicio sumario, pues:

a) La sanción de la ley 19.550 es posterior a la del Código Procesal, que introdujo en nuestra regulación
formal este tipo de juicio sumario, reglamentado especialmente en los arts. 486 y ss. del mismo;

b) Que el Código Procesal ha utilizado en forma indistinta los términos "juicio", "procedimiento" y "proceso",
sin distinción entre uno y otro(439)(ver arts. 320, 321, 486 y concordantes del Código Procesal según leyes
17.454 y 22.434) y

c) Finalmente, no parece haber sido la intención del legislador de la Reforma efectuada por la ley 25.488
ampliar demasiado el ámbito de aplicación del procedimiento sumarísimo, según la actual redacción del art.
321 del nuevo ordenamiento procesal, limitado a procesos de conocimiento en los que el valor cuestionado
no exceda de la suma establecida en su inc. 1º, el amparo deducido contra actos de particulares y los demás
supuestos previstos por el Código para la aplicación del procedimiento sumarísimo, esto es, los interdictos,
oposición al otorgamiento de segunda copia de escritura pública, etc.)(440).

Sin perjuicio de todo lo expuesto, y cualquiera fuere la conclusión a la que se arribe, como bien sostuvo
Palacio en un reciente artículo sobre la Reforma Procesal(441), los redactores de la ley 25. 488 han tenido el
acierto de abreviar y "sumarizar" al proceso ordinario, debiendo destacarse al respecto, y entre otras
innovaciones, el ofrecimiento de toda las pruebas (excluida la documental que debe acompañarse al
demandar, responder o reconvenir) que debe llevarse a cabo en el escrito de demanda, reconvención y
contestación de ambas (art. 333); la oposición de las excepciones previas en un solo escrito juntamente con
la contestación de demanda o la reconvención (art. 346); la no necesaria formación de cuadernos de prueba
separados (art. 380) etc.

Como conclusión de todo lo expuesto: cuando la ley 19.550 se refiere al procedimiento sumario, debe
recurrirse al juicio ordinario previsto por el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, con excepción de
los siguientes casos:

a) Cuando se trate de acciones de naturaleza no contenciosa, como el pedido de convocatoria judicial a


asambleas o reuniones de socios (art. 236 de la ley 19.550) y exhibición de libros sociales (art. 781 del
Código Procesal), que estrictamente deben ser considerados como "medidas autosatisfactivas".

b) Cuando el Código Procesal autoriza al Juez a determinar la clase de proceso aplicable (art. 319 primer
párrafo, último párrafo del Código Procesal) lo cual podría tener relevancia en materia societaria, a modo de
ejemplo, en materia de acciones meramente declarativas, en las cuales el art. 322 en su nueva versión
autoriza al juez de la causa a resolver de oficio y como primera providencia, si corresponde el trámite
pretendido por el actor, teniendo en cuenta la naturaleza de la cuestión y la prueba ofrecida.
Aclarado ello, y haciendo una valoración de la reforma efectuada por la ley 25.488 al Código Procesal Civil y
Comercial, no creo que ella contribuya a una mejor solución del conflicto intrasocietario, que, cuando se
suscita y hasta su definitiva resolución —si es que ello acontece— insume varios años de pleito y la
tramitación de innumerables juicios.

Tampoco creo que las otras formas de resolución de los conflictos, como el arbitraje o la mediación
obligatoria, resulten opciones válidas que justifiquen desplazar la intervención del Poder Judicial de la
Nación en el conocimiento de los conflictos societarios. A ellas nos referiremos en los capítulos siguientes,
pero como todo abogado litigante sabe, las reformas a los Códigos de Procedimientos, por más brillantes y
originales que ellas fueren, no necesariamente agilizan los procesos, pues la administración de justicia está
siempre en manos de seres humanos. Si los jueces y los secretarios no cumplen con los deberes que le
imponen los arts. 34 y 36 del Código Procesal, si los abogados persisten, con total impunidad, en articular
todo tipo de maniobras dilatorias para dificultar la tramitación de los juicios, si las sentencias o resoluciones
judiciales no se dictan en término; si los magistrados persisten en resolver los conflictos sobre la base del
mero dogmatismo sin detenerse en los hechos concretos que fueron puestos a su juzgamiento, etc., las
reformas al Código Procesal no sirven absolutamente para nada.

§ 2. El arbitraje societario

2.1. Concepto. Antecedentes históricos del arbitraje societario y clasificación del arbitraje. Ventajas e
inconvenientes del procedimiento arbitral

En términos generales, el juicio arbitral es el sometimiento de un litigio a la decisión de jueces privados,


apartándolos de los jueces que integran el Poder Judicial. La misma constituye una jurisdicción de excepción,
y así lo ha interpretado tradicionalmente la doctrina y la jurisprudencia, con el argumento de que la
interpretación de los convenios o disposiciones legales que la establecen deben ser interpretadas
restrictivamente(442).

De acuerdo con la legislación sustancial y procesal, el arbitraje está dispuesto para la solución de conflictos
de intereses jurídicos, con los mismos alcances y efectos que las sentencias de los jueces ordinarios, motivo
por el cual sus laudos se encuentran equiparados a éstas para su ejecución (art. 499 del Código Procesal)
(443).

El arbitraje presenta dos modalidades:

a) El árbitro "iuris" que resuelve el conflicto con fundamento en derecho, debiendo las partes respetar la
sustanciación de un proceso regulado legalmente y

b) El de "amigables componedores" en el cual éstos procederán sin sujeción a formales legales, y resolverán
la cuestión según su leal saber y entender y que, conforme nuestro ordenamiento procesal, debe
pronunciarse "según equidad".

El arbitraje puede ser encomendado a una determinada institución que ha organizado y reglamentado el
funcionamiento de un determinado Tribunal (Bolsa de Comercio; Cámara de la Propiedad Horizontal;
Colegios Profesionales etc.) o pueden las partes haber designado en la misma cláusula compromisoria a las
personas que se harán cargo, en calidad de árbitros, de resolver los conflictos suscitados entre las partes en
torno a la interpretación y/o ejecución de un determinado contrato. Al primero se lo conoce como
el "arbitraje institucionalizado" y al segundo como "arbitraje ad hoc", en el cual es frecuente también que las
partes pacten todo lo relativo al funcionamiento del tribunal.

Si bien el arbitraje "ad hoc" brinda a las partes una mayor flexibilidad y libertad en cuanto a la elección de los
árbitros y a las reglas que regirán el procedimiento y en términos generales es menos oneroso que el
institucional, ofrece el inconveniente que, al ser designados los árbitros por las partes, aquellos pierden la
objetividad necesaria para resolver la cuestión, trasladando el conflicto al seno del tribunal, lo cual puede
perjudicar al procedimiento. El arbitraje institucional, por el contrario, ofrece la ventaja que las instituciones
dedicadas al mismo cuentan con una lista de árbitros, por lo general expertos en diversas ramas del derecho
y un reglamento al cual los litigantes se someten y que, como afirma Caivano, prevé la mayor parte de las
contingencias que puedan suscitarse en el curso del procedimiento arbitral(444).
Ahora bien, y entrando de lleno al arbitraje societario, éste ha sido definido por Arecha(445), como el modo
de decidir privadamente los conflictos societarios, mediante la intervención de un tercero denominado
árbitro, que las partes eligen, para lo cual convienen, mediante la inserción de una cláusula compromisoria
en el contrato que liga a las mismas, recurrir a este método de solución de los litigios.

El arbitraje constituye un antiquísimo procedimiento para resolver los conflictos entre los mismos
comerciantes, hallando su origen en el derecho romano, en las Partidas y más cercano en el tiempo, en la
legislación procesal española(446). Pero como forma obligatoria o forzosa para resolver las dificultades
entre los integrantes de sociedades comerciales, su origen legal data de la Ordenanza de Colbert de 1673, de
transporte terrestre. En la República Argentina, el Código de Comercio de 1857/1862, siguiendo las
orientaciones del Código de ComercioFrancés de 1807, que había consagrado el arbitraje como
procedimiento obligatorio para la solución de conflictos en materia de sociedades comerciales, prescribió
que debían decidirse por jueces árbitros las reclamaciones que se suscitasen en la liquidación o división de la
sociedad (art. 504) y por jueces arbitradores, todas las cuestiones sociales que se suscitaren entre los socios
durante la existencia de la sociedad, háyase o no estipulado así en el contrato de sociedad (art. 511).

Las reformas que al Código de Comercio de 1857/1862 se introdujeron en el año 1889, producto de las
fundadas críticas recibidas por parte de la doctrina al instituto en análisis, si bien no dejaron sin efecto al
arbitraje societario, se permitió dejar a salvo la posibilidad de que los socios, en el contrato constitutivo de la
sociedad, dejaran de lado esta particular forma para dirimir los conflictos societarios. De tal manera, los arts.
448 y 449 del Código de Comercio dispusieron lo siguiente: "Art. 448: Todas las cuestiones sociales que se
suscitaren entre los socios durante la existencia de la sociedad, su liquidación o partición, serán decididas
por Jueces arbitradoras, a no ser que se haya estipulado lo contrario en el contrato de sociedad". Por su
parte, el art. 449 dispuso lo siguiente: "Las partes interesadas se nombrarán en el término que se haya
prefijado en la escritura, y en su defecto, en el que señalare el Tribunal competente. No haciéndose el
nombramiento dentro del término señalado y sin necesidad de prórroga alguna, se hará de oficio por el
Tribunal, en las personas que a su juicio sean peritas e imparciales para entender en el negocio que se
disputa".

Como lo ha reseñado Anaya(447), la doctrina elaborada en torno al Código de Comercio argentino, luego de


la reforma del año 1889, fue totalmente adversa al instituto del arbitraje. Siburu sostuvo al respecto que sin
perjuicio de la apariencia de bondad del arbitraje, la práctica había revelado sus graves inconvenientes,
sosteniendo que el arbitraje forzoso había sido poco menos que abolido en la legislación comparada y que
era de desear que en la Argentina se siguiera esa misma tendencia(448).

¿Cuáles eran los defectos que la doctrina le imputaba al arbitraje societario?

Lisandro Segovia es quien las resume de la manera más categórica: "El juicio arbitral es la forma primitiva de
la justicia. Rechazado en Inglaterra y en Estados Unidos, aunque las partes lo estipulen, gozó de gran fama
en muchos países. En teoría, el arbitraje parece un medio excelente de terminar las cuestiones con
economía de tiempo y de dinero, y cuando se trata de cuentas que revisar y de relaciones complicadas,
como lo son las sociales, hay la ventaja de que el árbitro dispone de más tiempo que un juez para su
minucioso examen. Más en la práctica, el arbitraje no ha respondido a la expectativa del legislador y ha
engañado todas las esperanzas, produciendo generalmente efectos contrarios a los que se buscaban con esa
institución. Los árbitros se consideran muchas veces, no como jueces, sino más bien como los defensores de
los que han nombrado. Sus pareceres se dividen y el tercero en discordia se ve en la necesidad de elegir
entre conclusiones igualmente parciales e injustas so pena de no haber fallado..."(449).

Constituyó además causa que aumentó el descrédito del arbitraje el engorroso proceso que implicaba la
constitución definitiva del tribunal, así como la reglamentación detallada y sumamente rigurosa que a este
procedimiento le dedicaron las legislaciones procesales, que por otro lado, impidieron a los árbitros dictar
medidas cautelares y compeler la ejecución de sus laudos, a la cual hasta hace muy poco tiempo se
consideró como función exclusiva y excluyente del poder judicial. Es muy ilustrativo, para comprender el
general sentimiento desfavorable hacia el instituto del arbitraje, recordar las afirmaciones de Zavala
Rodríguez, quien allá por el año 1964 sostenía que si bien el arbitraje era el medio al que recurren los socios
creyendo que enseguida solucionarán sus problemas, luego se convencen que resulta un engranaje más
pesado y más caro aún que el de la justicia(450).

Si a ello le sumamos que nuestros tribunales siempre miraron con disfavor la intervención de jueces
privados para la solución de conflictos, invocando el carácter restrictivo de la interpretación de las cláusulas
compromisorias, no puede sorprender a nadie el fracaso del instituto del arbitraje durante muchas décadas,
con excepción al que se llevaba a cabo en bolsas, mercados, colegios de profesionales o instituciones
similares, donde este instituto mereció mayor aceptación, muchas veces por la complejidad de las
operaciones que allí se celebran, que escapan al conocimiento ordinario de los jueces de comercio.

Pues bien, y recogiendo todas esas críticas, que fueron casi unánimes en el período que corrió desde 1889
(año de la última gran reforma al Código de Comercio de 1862) hasta el año 1972, año en que se sancionó
la ley 19.550, este ordenamiento legal ignoró directamente al arbitraje societario, lo cual no significó su
abolición, sino solo que este procedimiento dejó de ser obligatorio o forzoso, pero nada impidió que los
socios pudieran pactar esa forma de solución de sus conflictos, lo cual encontró en la práctica alguna
aplicación en materia de sociedades de responsabilidad limitada, bien que con las restricciones impuestas
por la jurisprudencia, cada vez mas refractaria a aceptar el desplazamiento de su competencia a favor de
tribunales privados.

La ley 22.903 de reformas a la ley 19.550, sancionada en el año 1983, de alguna manera, y como bien lo
destaca Arecha, dio el puntapié inicial para el rescate de este instituto, al incorporar para las sociedades de
responsabilidad limitada (art. 154 de la ley 19.550), una solución de neto contenido arbitral —no el arbitraje
— al prever que en caso de transmisión de cuotas sociales a un tercero y ante el ejercicio del derecho de
preferencia ejercido por los otros socios, con impugnación del precio ofrecido por el adquirente, se debía
recurrir, para su determinación, a lo previsto en el contrato social o en su defecto a la "pericia judicial",
haciendo alusión a aquella figura prevista por el art. 773 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, a
la cual se le aplican las reglas del juicio de amigables componedores.

Pero la verdadera revalorización del arbitraje se produjo en la década del 90, y varios fueron los factores que
contribuyeron a ello: el colapsamiento de los tribunales comerciales con las consiguientes demoras en la
resolución de los conflictos suscitados en torno a las relaciones mercantiles y las nuevas tendencias del
comercio internacional, que impulsaron al arbitraje como la manera ideal para que los empresarios pudieran
resolver sus controversias. Se produjo, por aquellos años y en determinados círculos, un sentimiento
totalmente opuesto al anterior, en virtud del cual la justicia argentina fue blanco de todo tipo de críticas y el
arbitraje pasó a ser, para cierta doctrina, el método más idóneo para la resolución de los conflictos de
naturaleza societaria, no siendo caso aislado aquel por el cual los integrantes de determinadas
corporaciones estipularon, en forma paralela al estatuto, lo que se denomina un "acuerdo de accionistas",
en el cual se pactaba la intervención de un tribunal arbitral extranjero como única y exclusiva manera de
resolver los conflictos entre los socios y entre éstos con la sociedad.

La mejor prueba del renacimiento del arbitraje como forma de solución de los conflicto societarios lo
constituye la sanción del decreto 677/2001, referido a las sociedades que hacen oferta pública de sus
acciones, al que luego nos referiremos, por medio del cual se reimplantó el arbitraje obligatorio —bien que
institucional— para las sociedades que cotizan sus acciones en la bolsa.

En definitiva, y de acuerdo pues al régimen societario vigente, el procedimiento arbitral ofrece las siguientes
características:

a) Para todas las sociedades comerciales, inclusive las sociedades por acciones, pero con excepción de las
denominadas "sociedades cotizantes", no existe ningún obstáculo legal para que los socios pacten en el
contrato constitutivo de sociedad la jurisdicción arbitral respecto de todos los conflictos litigiosos que se
puedan plantear como consecuencia de la relación sustancial que los vincula o limitándolos a los que se
refieran a determinados aspectos de la relación societaria. Sin embargo, tal posibilidad encuentra límites
concretos, como por ejemplo, lo dispuesto por el art. 737 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación,
que excluye del proceso arbitral a las cuestiones que no pueden ser objeto de transacción, como por
ejemplo, si se pretendiera de alguna manera, por vía de juicio de árbitros, condicionar o reglamentar los
derechos inderogables de los socios, dificultándose de esa manera su ejercicio. Del mismo modo, tampoco
pueden ser objeto de arbitraje las materias vinculadas al orden público y los derechos de terceros ni puede
aquel afectar a los socios que no son parte en el conflicto(451).

b) Para las sociedades que cotizan o hacen oferta pública de sus acciones en la bolsa, el procedimiento
arbitral es obligatorio, pero para sus accionistas dicho procedimiento es optativo, pudiendo recurrir al
referido procedimiento o ventilar sus conflictos ante la justicia ordinaria (art. 38 del decreto 677/2001).

2.2. ¿Debe ser restrictiva la interpretación de las cláusulas compromisorias?


Como hemos visto, así lo entendió siempre la jurisprudencia nacional, utilizando el argumento de que la
competencia arbitral es de excepción, en tanto el sometimiento de cuestiones litigiosas actuales o posibles
en el futuro a jueces privados, fuesen éstos árbitros iuris o de derecho y amigables componedores, implica
siempre un desplazamiento de la competencia de los jueces naturales. En consecuencia, resulta lógico que
deban interpretarse de tal manera aquellos pactos mediante los cuales se sustraen determinadas cuestiones
al conocimiento y decisión de los órganos jurisdiccionales naturales y ordinarios. Ejemplo de esta manera de
pensar la encontramos, entre otros muchos precedentes, en el fallo de la sala A de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, dictado el 29 de noviembre de 1978, en los autos "Lebendiger Enrique c/
Smolarchik Brenner" donde se sostuvo que dado que la carga de comprometer implica una renuncia al
principio general de sometimiento a la jurisdicción judicial, corresponde interpretar el alcance de la cláusula
resolutoria con carácter restrictivo.

Este criterio, que fue considerado como pacífico durante mucho tiempo, fue controvertido posteriormente
por Víctor Zamenfeld y Roque Caivano(452), quienes sostuvieron lo contrario, argumentando que el
arbitraje es una jurisdicción nacida de fuente convencional pero que se transforma en obligatoria cuando las
partes la han pactado libremente. Afirmaron estos autores que "La competencia arbitral es fruto de una
decisión libre y voluntaria de las partes. Como consecuencia de ello, el arbitraje solo puede darse si media
un acuerdo previo o un posterior sometimiento aún tácito a la jurisdicción arbitral. Pero existiendo tal
manifestación de voluntad, no existe motivo alguno para restringir, por vía de interpretación, su extensión o
su alcance. La jurisdicción arbitral mes una jurisdicción de excepción, si por tal entendemos que requiere un
sometimiento voluntario de las partes, pero de ello no se sigue necesariamente que la amplitud o eficacia de
ese acuerdo deba juzgarse de manera limitativa. Los límites de la jurisdicción arbitral son los que surjan del
acuerdo de voluntades que le da origen, válido siempre que verse sobre derechos disponibles,
esencialmente patrimoniales, y que no existan intereses públicos o de terceros comprometidos. Cumplidos
esos requisitos, el arbitraje es obligatorio y debe ser respetado por las partes...".

Sin embargo, un repaso de la jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales en materia de arbitraje


revela que lo que debe ser interpretado restrictivamente no es el instituto mismo del arbitraje, sino la
extensión de la cláusula compromisoria a supuestos no incluidos en ella, lo que torna acertada, a nuestro
juicio, el criterio que exhibe la jurisprudencia. No debe olvidarse que como toda estipulación fruto del
acuerdo de voluntades, ella solo rige y es oponible en las relaciones entre las mismas partes (arts. 1021 a
1024 del Código Civil y Comercial de la Nación), por lo que si la cláusula compromisoria comprende aspectos
cuya resolución pudiera afectar a terceros o estar de alguna manera involucrado el orden público, la
competencia del tribunal arbitral debe ser descartada(453).

2.3. El proceso arbitral y las medidas cautelares. Soluciones aportadas por el Código Civil y Comercial de la
Nación

Hasta la sanción del Código Civil y Comercial, la posibilidad de los tribunales arbitrales de disponer medidas
cautelares ha sido también objeto de polémicas, pues si bien siempre se ha considerado que los árbitros
carecen de la facultad de aplicar medidas de fuerza o seguridad en el curso del proceso, pues ello es materia
privativa del Poder Judicial, tampoco puede negarse la posibilidad de recurrir a las medidas tendientes a
asegurar el cumplimiento efectivo del laudo, pues de lo contrario, el procedimiento arbitral carecería de
toda efectividad.

Por lo general, el problema se presentaba cuando se trata de un arbitraje institucional, donde el respectivo
reglamento de funcionamiento admite el dictado de medidas cautelares por parte del tribunal arbitral. Tal es
lo que acontece con el Tribunal Arbitral de la Bolsa de Comercio de la Ciudad de Buenos Aires, cuyo art. 33
confiere a los árbitros integrantes del mismo tal facultad(454), el cual entra en contradicción con lo
dispuesto por el art. 753del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, en cuanto dispone que los
árbitros no podrán decretar medidas compulsorias ni de ejecución, sino que deberán requerirlas al juez y
éste deberá prestar el auxilio de su jurisdicción para la más rápida y eficaz sustanciación del proceso arbitral.

Intentando superar esa contradicción, la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el


caso "Soletanche Bachy Argentina Sociedad Anónima c/ Victorio Américo Gualtieri SA s/ medidas
precautorias", dictado el 20 de noviembre de 2002, resolvió que si bien es cierto que el art. 753 del Código
Procesal niega expresamente que los árbitros puedan disponer de medidas de ejecución, no lo es menos que
tal atribución pueda ser establecida expresamente por las partes o en forma implícita por la remisión a un
determinado reglamento. En el mismo sentido, Anaya sostuvo que el art. 753 del Código Procesal es solo
una norma prohibitiva de medidas compulsorias o de ejecución, características de las que están desprovistas
las medidas precautorias(455).
Sin embargo, no parecía admisible, a tenor del texto del art. 753 del Código Procesal que el desplazamiento
de la facultad de aplicar medidas compulsorias o de ejecución, reservada por aquella norma a los jueces
puedan ser materia de una convención entre particulares o de un reglamento de funcionamiento de un
tribunal arbitral. Por ello, adhiero a la doctrina expuesta por el Profesor Martín Arecha, quien sostiene que
cuando los reglamentos de funcionamiento de los tribunales institucionales de arbitraje permita el dictado
de medidas precautorias, una interpretación armónica permite sostener que el tribunal arbitral está
habilitado y puede adoptar ese tipo de medidas, pero su ejecución queda diferida a los jueces del Estado
que son los únicos que pueden hacerlas efectivas(456). De cualquier manera, la posibilidad del tribunal
arbitral de ordenar medidas cautelares está subordinada a los presupuestos comunes exigidos legalmente
para la procedencia de las mismas (verosimilitud del derecho, peligro en la demora y contracautela).

Esta es la solución adoptada por el Código Civil y Comercial de la Nación, sancionado en el año 2014, el cual
puso fin a esta polémica, permitiendo, en el art. 1655, el dictado de medidas cautelares por los árbitros,
salvo disposición en contrario inserta en el contrato de arbitraje, disponiendo dicha norma que "Excepto
estipulación en contrario, el contrato de arbitraje atribuye a los árbitros la facultad de adoptar, a pedido de
cualquiera de las partes, las medidas cautelares que estimen necesarias, respecto del objeto del litigio. Los
árbitros pueden exigir caución suficiente al solicitante. La ejecución de las medidas cautelares y en su caso
de las diligencias preliminares se debe hacer por el tribunal judicial. Las partes también pueden solicitar la
adopción de estas medidas al juez, sin que ello se considere un incumplimiento del contrato de arbitraje ni
una renuncia a la jurisdicción arbitral. Tampoco excluye los poderes de los árbitros. Las medidas previas
adoptadas por los árbitros según lo establecido en el presente artículo, pueden ser impugnadas
judicialmente, cuando violen derechos constitucionales o sean irrazonables".

De manera tal que la existencia de una cláusula compromisoria establecida en el contrato que vincula a las
partes por medio de la cual se estableció someter a juicio arbitral las controversias suscitadas con motivo de
su interpretación y ejecución, no impide el dictado de medidas cautelares, pero su ejecución se requiere la
intervención judicial, lo cual procederá cuando ha quedado acreditada la urgencia en la adopción de la
medida, a los fines de disminuir la posibilidad de que se generen mayores perjuicios hasta la resolución
definitiva del conflicto(457).

2.4. Cuestiones societarias que no pueden ser sometidas a juicios de árbitros. Los juicios de impugnación de
decisiones asamblearias

Hemos ya expuesto que el art. 737 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación dispone que no pueden
comprometerse en árbitros, bajo pena de nulidad, las cuestiones que no pueden ser objeto de transacción.
Entre ellas se encuentran las acciones de nulidad de cláusulas estatutarias o de decisiones asamblearias,
pues promovidas ellas, no existe nada que transar, toda vez que no existe posibilidad de que el socio o
accionista actor y la sociedad demandada puedan hacerse concesiones recíprocas, como lo dispone el art.
832 del Código Civil, como requisito imprescindible de toda transacción.

En efecto, y de conformidad con lo dispuesto por el art. 233 de la ley 19.550, las resoluciones asamblearias
son válidas y obligatorias para la sociedad y todos sus integrantes, de manera tal que mal puede aceptarse
que, como fruto de una transacción arribada en un proceso particular, una decisión asamblearia pueda ser
válida para la sociedad y el resto de los socios o accionistas que no impugnaron la misma e inválida,
inexistente o inoponible para quien ha ejercido el derecho previsto por el art. 251 de la ley 19.550.

Así lo ha entendido la jurisprudencia de nuestros Tribunales, habiendo resuelto la sala D de la Cámara


Nacional de Apelaciones en lo Comercial, el 22 de diciembre de 1997, en los autos "Atorrasagasti María
Cristina c/ Atorrasagasti, Bargues, Piazza y Cía. Sociedad de Responsabilidad Limitada" que "Las acciones en
las que se solicita se declaren la nulidad de una asamblea societaria exceden el marco de la competencia
arbitral invocada, atento el ámbito excepcional y restrictivo que caracteriza el arbitraje y solo pueden ser
decididas judicialmente".

Por otro lado, si tenemos en cuenta que, conforme lo dispuesto por los arts. 387, 388 y 390 del Código Civil y
Comercial de la Nación, la nulidad de los actos jurídicos no puede ser declarada sino por el juez, ello descarta
que un tribunal arbitral pueda abocarse a resolver cuestiones relacionadas con la validez o invalidez de actos
societarios, en tanto la referencia que dichas normas hacen con respecto al Juez, se refieren obviamente a
los magistrados que integran el Poder Judicial de la Nación.
Pero además de dichos argumentos, suficientes a mi juicio a los fines de descartar la intervención de árbitros
en procesos donde se ventile la legalidad de un acto societario, debe destacarse que la sentencia que se
dicte en el juicio de nulidad de asambleas puede extender sus efectos hacia terceros que no han sido parte
en la litis(458), y la mejor prueba de ello la encontramos en lo dispuesto por el art. 254 de la ley 19.550, el
cual consagra la responsabilidad de los accionistas que permitieron, con su voto, la adopción de una
resolución asamblearia nula. Con ello se está admitiendo la oponibilidad de la nulidad asamblearia a los
socios que participaron en la decisión sin exigir que hayan sido emplazados en el juicio respectivo y la
propagación de los efectos de la sentencia a sujetos que, a pesar de guardar una estrecha vinculación con la
sociedad son personas diferentes a ella —afirman Favier Dubois y Raisberg con toda razón— solo está
prevista para procesos ventilados ante los estrados judiciales en los términos del art. 15 de la ley 19.550, lo
que excluye del fuero arbitral a tales procesos(459).

En el mismo sentido, el juicio de impugnación de decisiones asamblearias previsto por los  arts. 251 a 254 de
la ley 19.550, constituye un proceso especial, con normas sustanciales y procesales, y con expresa referencia
a la competencia del juez del domicilio de la sociedad para entender en el mismo (art. 251 último párrafo de
la ley 19.550). Todo parece indicar que, por la redacción de las normas, y fundamentalmente por la
naturaleza de dicha acción, este proceso está sustraído a la libre disposición de las partes y excluidos de
materias aptas para el arbitraje en cualquiera de sus modalidades.

Finalmente, no se ignora que, como principio general, los derechos que emanan del contrato de sociedad
son derechos patrimoniales, y por ello disponibles, negociables, revocables, pero de allí a que todos ellos
puedan ser sometidos a arbitraje, como lo predica alguna doctrina(460), existe una distancia sideral, pues el
derecho societario argentino está en muchos casos sometido a rigurosas normas de tipicidad donde impera
el orden público, que no pueden ser materia arbitrable, conforme a las reglas de los arts.
387 y 390 del Código Civil y Comercial de la Nación y tampoco pueden transarse ciertas materias que si bien
no son estrictamente de orden público absoluto, la ley 19.550 prevé como indisponibles en protección de los
terceros(461).

Precisamente, por estar comprometido el orden público, no son arbitrables las siguientes cuestiones: la
impugnación de las estipulaciones contractuales previstas en el art. 13 de la ley 19.550, la nulidad de la
sociedad por objeto ilícito, actividad ilícita o actividad prohibida (arts. 18 a 20); la nulidad de las normas
estatutarias por agravamiento de las condiciones del ejercicio de ciertos derechos inderogables de los socios
(arts. 68, 194, 224, 245, 263, etc.) y en general, como bien lo resume Wetzler Malbrán, las nulidades
absolutas que se plantean en el derecho societario, pero en los términos del art. 1047 del Código Civil(462),
norma que ha sido reemplazada por el art. 387 del Código Civil y Comercial de la Nación, el cual dispone,
bajo el título de "Nulidad absoluta. Consecuencias", que "La nulidad absoluta puede declararse por el juez,
aún sin mediar petición de parte, si es manifiesta en el momento en que se dicte sentencia. Puede alegarse
por el Ministerio Público y por cualquier interesado, excepto por la parte que invoque la propia torpeza para
lograr un provecho. No puede sanearse por la confirmación del acto ni por la prescripción".

2.5. La inserción de cláusulas compromisorias en el contrato de sociedad. La resolución general 4/2001 de la


Inspección General de Justicia

El 22 de mayo de 2001 fue dictada por el entonces Inspector General de Justicia, el Dr. Guillermo Ragazzi, la
resolución general IGJ 4/2001, por medio de la cual se admitió la inclusión de cláusulas arbitrales en los
contratos de sociedades de responsabilidad limitada, en los estatutos de las sociedades anónimas y en los
contratos de colaboración empresaria, con el propósito de alentar al arbitraje como procedimiento de
solución de conflictos, en el entendimiento de que el desarrollo de métodos alternativos de resolución de
conflictos constituye una realidad de indudable trascendencia que reclama la cooperación del organismo de
control, reconociendo que el arbitraje societario exhibe en el derecho nacional antecedentes suficientes que
han sido destacados por calificada doctrina.

Dicha resolución incorporó una serie de cláusulas uniformes para los contratos o estatutos de sociedades de
responsabilidad limitada y sociedades por acciones, de carácter opcional para los interesados, mediante las
cuales se prescribió el siguiente procedimiento:

a) Se estableció un procedimiento previo de conciliación por un término de 30 días corridos.


b) Fracasado el mismo el diferendo, conflicto o controversia se deberá resolver en la Ciudad Autónoma de la
Ciudad de Buenos Aires, República Argentina, por arbitraje institucional, a elección de los interesados, con
renuncia a cualquier otra jurisdicción que pudiera corresponder.

c) La decisión del Tribunal será inapelable, obligatoria y hará ejecutoria, renunciando las partes a la
apelación y en general a someter la cuestión a jurisdicción judicial.

d) Cuando la diferencia, conflicto o controversia se dé con la participación de la totalidad de los socios, la


resolución que se adopte será oponible a la sociedad, sin perjuicio de los derechos de terceros que no
podrán ser afectados por la misma.

e) Todas la comunicaciones se efectuarán por comunicación notarial, carta documento, telegrama, fax, e-
mail o cualquier medio fehaciente que así disponga el Tribunal o acuerden las partes.

f) En los casos que sea necesario promover alguna acción judicial relacionada con el arbitraje, esta será
competencia exclusiva de los Tribunales Ordinarios de la Capital Federal.

Las soluciones previstas por dicha resolución general contienen indudables aciertos que merecen ser
destacados. En primer lugar, ha descartado el denominado arbitraje "ad hoc", optando por el arbitraje
institucional, con lo cual evita el gravísimo inconveniente que aquel arbitraje nunca pudo superar, en donde
el árbitro elegido por la parte jamás asume su relación de juez, desempeñándose como abogado de la
misma, lo cual obliga al árbitro tercero a redactar en forma unilateral el laudo que pondrá fin al diferendo,
dentro de un clima de total conflictividad. Por otro lado, la delimitación del territorio donde debe
encontrarse el tribunal institucional, que se circunscribe a la Capital Federal, también ha constituido un
evidente acierto, descartando la posibilidad de optar por tribunales arbitrales extranjeros, lo cual encarece
los costos del procedimiento y obliga a la parte actora a litigar en extraña jurisdicción, lo cual muchas veces
puede constituir un elemento disuasivo a los fines de reclamar sus derechos.

2.6. El arbitraje en el decreto 677/2001 sobre el régimen de transparencia de la oferta pública

El 22 de mayo de 2001 fue aprobado por el Poder Ejecutivo el denominado "decreto delegado" 677/2001,
para sociedades que cotizan sus títulos en mercados de valores o "sociedades cotizantes", en el cual se
introdujo a nuestra legislación societaria y bursátil lo que en derecho comparado se denomina
como "Práctica de buen gobierno corporativo" o "Corporate governance", a los fines de asegurar al inversor
institucional un régimen que proporcione seguridad y transparencia.

Dicho decreto, seriamente cuestionado por su inconstitucionalidad manifiesta, pues sus normas modificaron
algunas disposiciones de las leyes 17.811 y 19.550, trascendiendo sus soluciones a sociedades anónimas no
cotizantes y excediendo con creces la delegación de facultades legislativas otorgada al Poder Ejecutivo por la
ley 25.414(463), incorporó en su art. 38 una norma dedicada al arbitraje, al cual fue justificado en los
considerandos de la normativa con el argumento de que el fuero arbitral constituirá un elemento
fundamental para otorgar al mercado la confianza en un sistema que garantiza la aplicabilidad de la ley y la
seguridad jurídica de los inversores.

Prescribe textualmente el art. 38 del decreto 677/2001 lo siguiente:

"Art. 38. Arbitraje. Dentro del plazo de seis (6) meses contados desde la publicación del presente Decreto,
las entidades autorreguladas deberán crear en su ámbito un Tribunal Arbitral permanente al cual quedarán
sometidas en forma obligatoria las entidades cuyas acciones, valores negociables, contratos a término y
opciones, coticen o se negocien dentro de su ámbito en sus relaciones con los accionistas e inversores.
Quedan comprendidas en la jurisdicción arbitral todas las acciones derivadas de la ley 19.550 y sus
modificaciones, incluso las demandas de impugnación de resoluciones de los órganos sociales y las acciones
de responsabilidad contra sus integrantes o contra otros accionistas, así como las acciones de nulidad de
cláusulas de los estatutos o reglamentos. Del mismo modo deberán proceder las entidades autorreguladas
respecto de los asuntos que planteen los accionistas e inversores en relación a los agentes que actúen en su
ámbito, excepto en lo referido al poder disciplinario. En todos los casos, los reglamentos deberán dejar a
salvo el derecho de los accionistas o inversores en conflicto con la entidad o con el agente, para optar por
acudir a los tribunales judiciales competentes. En los casos en que la ley establezca la acumulación de
acciones entabladas con idéntica finalidad ante un solo tribunal, la acumulación se hará efectiva ante el
Tribunal Arbitral. También quedan sometidas a la jurisdicción arbitral establecida en este artículo las
personas que efectúan una oferta pública de adquisición respecto de los destinatarios de tal adquisición".

La norma es susceptible de variadas y muy fundadas críticas.

En primer lugar, aún reconociendo por vía de hipótesis la mayor eficacia del arbitraje sobre los tribunales
mercantiles en la resolución de los conflictos intrasocietarios —afirmación ciertamente discutible— lo cierto
es que ello solo puede predicarse en torno a las sociedades anónimas cerradas o familiares, pero nunca con
respecto a las sociedades cotizadas, en las cuales resulta sumamente cuestionable la posibilidad de someter
a arbitraje los conflictos producidos en su seno, atento que en ellas confluyen intereses múltiples que, por su
relevancia, trascienden al orden público económico y que por ello reclaman una disciplina marcadamente
imperativa.

Ello conduce, a juicio de autorizada doctrina, tanto nacional como extranjera(464), a una eficacia muy
restringida del arbitraje en este tipo de sociedades. En tal sentido, sostuvo el profesor español Muñoz Planas
que en los litigios existentes en las sociedades abiertas, entran en juego el interés colectivo sobre el regular
desenvolvimiento de las actividades sociales o el propio interés, de manera que sobre estas materias no
cabría ni transacción ni arbitraje, en tanto como ha sido sostenido(465), el procedimiento arbitral resulta
inadmisible en las cuestiones donde campea el orden público.

Con la misma orientación, el Profesor Jaime Anaya ha expresado sus dudas sobre la admisión del arbitraje en
una cláusula compromisoria en el estatuto de las sociedades que cotizan sus acciones, en las cuales la
incidencia de los conflictos societarios puede gravitar mas allá de los singulares intereses de las partes y
repercutir en el mercado bursátil y en el crédito(466), y con la misma orientación, Zamenfeld y
Caivano(467)afirmaron que respecto de las sociedades que hacen oferta de sus títulos valores, por las reglas
propias de cotización, puede aceptarse razonablemente una restricción al alcance o extensión de un acuerdo
arbitral fundado en la afectación de un interés público que el Estado tiene obligación de tutelar.

En segundo lugar y sin perjuicio de lo expuesto, la posibilidad de someter a juicio de árbitros todas las
acciones derivadas de la ley 19.550 y sus modificaciones, incluso las demandas de impugnación de
resoluciones de los órganos sociales, las acciones de responsabilidad contra sus integrantes o contra otros
accionistas, así como las demandas de nulidad de cláusulas de los estatutos o reglamentos, como lo
prescribe textualmente el art. 38 del decreto 677/2001, olvida la naturaleza de tales pretensiones, que
revisten el carácter de "acciones sociales", esto es, promovidas en el propio interés de la sociedad y no del
socio o accionista impugnante, por lo que en realidad no se entiende como y de qué manera puede un
integrante de la sociedad, en pleito contra ésta por nulidad de una cláusula estatutaria o de una
determinada decisión asamblearia, efectuar una transacción que ponga fin al pleito, afectando parcialmente
la validez de una cláusula del contrato social o de un acuerdo adoptado por el órgano de gobierno de la
sociedad, lo que resulta sencillamente impensable(468).

Finalmente, tampoco parece acertado, como lo hace el art. 38 del decreto 677/2001, incluir a todas las
demandas de impugnación de cláusulas estatutarias o decisiones de asambleas dentro de la jurisdicción
arbitral para las sociedades cotizadas, pues muchas veces tales cláusulas o acuerdos afectan el orden
público, en cuyo caso la posibilidad de tramitar el respectivo litigio ante un tribunal de árbitros se
desvanece. En tal sentido, sostuvo hace muchos años Francisco Garo la necesidad de distinguir: si se trata de
un caso de nulidad absoluta, esto es, de una impugnación por violación de las leyes de orden público, la
improcedencia de someter la cuestión al arbitraje es evidente, pero si lo que se encuentra en tela de juicio
fuese el interés meramente privado del accionista, no puede ponerse en duda su procedencia(469).

Bien es cierto que la norma del art. 38 del decreto 677/2001 dispone que en todos los casos, los
reglamentos deberán dejar a salvo el derecho de los accionistas e inversores en conflicto con la entidad para
optar por acudir a los tribunales judiciales competentes, lo cual parecería otorgar al arbitraje un carácter
optativo para el socio o accionista, pero ello no tan así, pues de seguido, y haciendo implícita referencia a lo
dispuesto por el art. 253 de la ley 19.550, aquella norma dispone que en los casos en que la ley establezca la
acumulación de acciones entabladas con idéntica finalidad ante un solo tribunal, la acumulación se hará
efectiva ante el Tribunal Arbitral, lo cual, además de contradecir el régimen previsto por la ley 19.550, se
presta a todo tipo de maniobras, que siempre es preferible evitar.

Finalmente, resulta muy difícil compartir la afirmación contenida en los considerandos del decreto 677 en el
sentido de que el sistema de arbitraje consagrado por el mismo, al que califica como "obligatorio para los
emisores y optativo para los inversores", pueda constituir un elemento fundamental para otorgar al
mercado la confianza en un sistema que garantiza la aplicabilidad de la ley y la seguridad jurídica de los
inversores, pues más allá del optimismo que alguna doctrina ha puesto en este instituto, tal frase constituye
más una expresión de deseos que otra cosa, pues como ha sostenido Héctor Fernández, con absoluta
lógica(470), "... no existe elemento de juicio alguno que haga presumir que la jurisdicción privada genere
mayores garantías de capacidad e imparcialidad que el juez estatal, y si la excusa es la celeridad en el
tratamiento de las causas, la respuesta debe ordenarse a dotar a los jueces de similares atribuciones que los
árbitros, lo cual depende en gran medida de la adecuación de las normas procesales y de reorganización
funcional de los juzgados de comercio...".

§ 3. El conflicto societario y el procedimiento de mediación obligatoria

3.1. Inaplicabilidad de la ley 24.573 al conflicto societario

La ley 24.573 de Mediación y Conciliación fue sancionada el día 4 de octubre de 1995, la cual instituyó con
carácter obligatorio la mediación previa a todo juicio por un plazo de cinco años, el cual fue prorrogado por
un período igual por la ley 25.287 y así sucesivamente. En el año 2010 fue sancionada finalmente la ley
26.589, que modificó sustancialmente la ley 24.573, corrigiendo sus defectos y subsanando sus lagunas —
que fueron advertidas como consecuencia de sus quince años de vigencia— y el procedimiento de
mediación obligatoria se afincó definitivamente en la Ciudad de Buenos Aires.

A diferencia del arbitraje, el rol del mediador no consiste en resolver el conflicto, sino en acercar a las partes,
ayudando a los contendientes a los fines que ellos descubran los verdaderos temas involucrados en la
disputa y las resuelvan por sí mismos(471). La mediación es un procedimiento que se caracteriza por su
informalidad, previendo las partes solo determinadas pautas de actuación (plazos, términos, patrocinio
letrado etc.) entre las que se destaca la confidencialidad, a los fines de evitar que alguna de las partes pueda
obtener ventajas en un futuro pleito, producto de lo tratado en la etapa mediatoria.

La mediación, como forma de solucionar privadamente conflicto de intereses, se insertó en nuestro país
dentro del contexto que caracterizó la década del 90, en la cual se endiosaron todas las instituciones que
provenían del derecho o de las prácticas anglosajonas. De un día para otro, y también como consecuencia
del abarrotamiento y lentitud del Poder Judicial, la mediación fue calificada como una panacea, capaz de
solucionar todos los problemas que afectaban a la administración de justicia, lo que por supuesto no ocurrió,
pues los argentinos nunca fuimos muy adeptos a los medios alternativos de solución de contiendas de tipo
jurídico, y la mejor prueba de ello fue el desuetudo en que incurrió el procedimiento arbitral previsto para
los conflictos societarios por el art. 448 del Código de Comercio, que, como hemos ya explicado, rigió
durante mas de cien años.

Ha sido quizás esta reticencia de ventilar los conflictos fuera de los Tribunales, el motivo por el cual la ley
24.573 consagró al procedimiento de mediación como trámite obligatorio antes de promover cualquier
demanda, el cual fue prorrogado sucesivamente por iguales hasta el dictado de la ley 26.589 del año 2010, lo
cual habla muy poco en favor de dicha institución, pues si para evaluar sus resultados es necesario hacerlo
compulsivo, ello constituye la mejor prueba de la poca confianza que tenía el legislador de la ley 24.573
sobre su aceptación por la comunidad. Como consecuencia de esa obligatoriedad —en la ciudad de Buenos
Aires— que la ley 26.589 ratificó (art. 1º) y desde el año 1995, sus habitantes están compelidos a transitar
este procedimiento con carácter previo a la posibilidad de demandar, trámite que insume un valioso tiempo
que, conforme lo ha probado la experiencia, la parte requerida habrá de aprovechar para "poner orden" en
sus papeles y de tal forma mejorar su posición al momento ulterior de contestar la demanda.

Un balance de los resultados obtenidos por este método alternativo de solución de conflictos, nos ilustra
que el acercamiento personal de las partes antes del litigio, solo sirve para agravar la situación y la contienda
y que, salvo excepciones (acciones contra compañías de seguros o reclamos indemnizatorios provenientes
de cuasidelitos, en los cuales el futuro demandado puede comparecer por apoderados), su imposición no ha
dado los resultados esperados. Por otro lado, la falta de especialización de los mediadores en determinadas
ramas del derecho, han sido obstáculos insalvables que no han contribuido precisamente a que la mediación
obligatoria haya cumplido los fines para el cual fue instituido.

Pues bien, y entrando de lleno en la mediación societaria, debe sostenerse inicialmente, que en términos
generales, y a pesar de lo dispuesto originalmente por la ley 24.573 y actualmente por la ley 26.589 la
mediación y conciliación obligatoria en conflictos societarios no se halla disponible para las partes, salvo
cuando la pretensión de ellas tenga un contenido económico, como por ejemplo, la acción promovida por el
socio excluido o recedente a los fines de obtener el justo valor de reembolso de su participación social, o las
demandas de responsabilidad contra socios o administradores (arts. 54 y 274/79 de la ley 19.550)
promovidas por la sociedad. Por el contrario, cuando se trata de acciones sociales donde lo que se persigue
es la nulidad de decisiones del directorio o de asambleas, o la remoción de administradores y/o síndicos,
esto es, la promoción de demandas judiciales en defensa de los intereses de la misma sociedad, la mediación
resulta inadmisible, a pesar de que el art. 5º de la ley 26.589 no excluye a dichas acciones como materias
exceptuadas del procedimiento de referencia y ello por las razones que a continuación se expondrán.

Tal como lo he destacado al referirme al arbitraje, no es concebible que un accionista, disconforme con la
legalidad de una determinada decisión asamblearia, pueda obtener en el procedimiento de mediación
obligatoria, algún resultado satisfactorio para los intereses que defiende, porque la vigencia de un acuerdo
asambleario o una decisión del directorio no puede ser parcial, por expresa previsión del art. 233 de la ley
19.550, que prescribe que las resoluciones de la asamblea conformes con la ley y el estatuto son obligatorias
para todos los accionistas y deben ser cumplidas por el directorio. Y por las mismas razones, tampoco puede
obtenerse resultado positivo mediante el procedimiento previsto por la ley 26.589, cuando la pretensión del
actor está enderezada a lograr el alejamiento de uno o todos los integrantes de los órganos de
administración y/o fiscalización de la sociedad(472), donde no se advierte como ni de qué manera el
demandante pueda obtener satisfacción particular, salvo que, como sucede habitualmente en los conflictos
societarios, lo que se ventile en el procedimiento de mediación se circunscriba a la desvinculación del actor
de la sociedad demandada, pero la experiencia ha demostrado que no necesariamente quien promueve
acciones sociales contra la entidad que integra tiene intenciones de alejarse de la misma.

Del mismo modo, no parece dudoso que toda acción en la que el orden público estuviese comprometido no
pueden ser alcanzadas por la obligatoriedad de la mediación privada, lo cual es demostrativo, a juicio de
Anaya, que las excepciones a la mediación enunciadas por el art. 2º de la ley 24.573 —hoy art. 5º de la ley
26.589— no pueden tenerse por taxativas(473).

No obstante esas razones, e interpretando literalmente al art. 5º de la ley 26.589, en el cual, como hemos
señalado, se enumeran las pretensiones excluidas del procedimiento de mediación obligatoria, los jueces de
comercio han remitido invariablemente todos los conflictos societarios —incluso los de impugnación de
decisiones asamblearias— a la etapa de mediación previa(474), llegándose al extremo de obligar al actor a
transitar ese procedimiento, cuando éste había promovido con anterioridad otros juicios contra la misma
sociedad, por nulidad de acuerdos asamblearios anteriores, con resultado negativo, aunque justo es
reconocerlo, existe una importante línea jurisprudencial que ha declarado superfluo este procedimiento
cuando es del todo previsible su fracaso(475).

Se esperaba que la reforma a la ley 24.573 consagrara la exclusión del procedimiento de mediación previa
obligatoria a las denominadas "acciones sociales societarias", pero ello lamentablemente no aconteció, lo
cual provoca serias demoras en la duración de un conflicto societario, en especial en aquellos supuestos en
donde las diferencias de los socios se producen en una sociedad integrada por los miembros de una misma
familia, en donde lo verdaderamente trascendente y que dificulta la posibilidad de una transacción es la
existencia de problemas familiares y no corporativos.

3.2. Supuestos excluidos del procedimiento de mediación obligatoria

En primer lugar, la petición de medidas cautelares constituye un supuesto de exclusión del procedimiento de
mediación obligatoria, a tenor de lo dispuesto por el inc. f) del art. 5º de la ley 26.589, el cual dispone, entre
las excepciones al referido procedimiento, a "las medidas cautelares", eliminando de dicho inciso la fórmula
empleada por el derogado art. 2º inc. 6º de la ley 24.573, que disponía idéntica excepción, pero aclarando
que la misma regía "hasta que se decidan las mismas, agotándose respecto a ellas las instancias recursivas
ordinarias, continuando luego el trámite de la mediación". La exclusión de este párrafo tiende a evitar que
pueda interpretarse que la medida cautelar deba someterse a la previa iniciación del procedimiento de
mediación, y que dichas medidas solo suspenden este procedimiento hasta tanto las mismas fueran
decretadas, configurándose solo una suspensión del trámite de la mediación, lo cual no se correspondía con
las hipótesis de inaplicabilidad del mismo previstas en el inc. 6º del art. 2º de la ley 24.573.

La claridad de la norma del art. 5º inc. f) de la ley 26.589 exime de mayores comentarios, pues directamente
no debe iniciarse mediación previa obligatoria cuando lo que se pretende es el dictado previo de una medida
cautelar, aún cuando esa pretensión forme parte del texto de la demanda, debiendo el juez interviniente
requerir el cumplimiento del procedimiento mediatorio una vez trabadas y firmes las medidas cautelares
ordenadas.

Resulta interesante destacar algunas de las polémicas originadas en la jurisprudencia vigente antes de la
reforma a la ley 24.573, pues se entendió que la petición de una intervención judicial sobre la administración
de una sociedad comercial no quedaba incluida dentro de la excepción prevista por el art. 2º inc. 6º de la ley
24.573, pues la procedencia de esa precautoria, por expresa previsión del art. 114 de la ley 19.550, requería
la promoción contemporánea de la acción de remoción, no exceptuada de aquel procedimiento(476). Sin
embargo, tal manera de resolver fue aislada, resultando casi unánime la aplicación del referido art. 2º de la
ley 24.573 —hoy ley 26.589— a las medidas precautorias societarias (intervención judicial; suspensión
provisoria de los derechos del socio y suspensión de los efectos de decisiones asamblearias) y en tal sentido
se sostuvo, con toda razón, que disponer la mediación obligatoria con carácter previo al pedido cautelar de
intervención judicial implicaría desvirtuar la esencia de dicha medida, al poner al futuro demandado en
conocimiento de la pretensión que esgrime su contraria, reconociéndose que, a los fines de satisfacer el
requisito de la previa promoción de la acción de remoción dispuesto por el art. 114 de la ley 19.550, resulta
suficiente la iniciación del pertinente trámite de mediación, lo cual tiene como correlato la obligación del
peticionante de formular su pretensión en forma clara y acabada, expresando de modo concreto y
pormenorizado las circunstancias que lo llevan a peticionar tal extrema medida, de modo de que pueda ser
evaluada su correspondencia con la futura acción de fondo, pues en dicho ámbito de accesoriedad serán
merituadas(477).

Las diligencias preliminares —a diferencia del texto original de la ley 24.573 que no las excluía del
procedimiento de mediación obligatoria— hoy se encuentran exceptuadas de tramitar el mismo (art. 6º inc.
g] de la ley 26.589), así como el pedido de pruebas anticipadas, de muy frecuente producción en los
conflictos comerciales en general y societarios en particular. Entiendo que corresponde incluir, dentro de
dicha excepción a aquellos procesos voluntarios que implican el ejercicio de determinados derechos sociales
que no pudieron ser concretados en forma normal, dentro de su cauce natural, en el ámbito interno
societario. En tal sentido, la jurisprudencia —desde hace años—ha excluido de la ley 24.573 al
procedimiento de convocatoria judicial a asamblea de accionistas previsto por el art. 236 de la ley
19.550(478), e igual solución corresponde afirmar cuando se trata de la acción judicial de exhibición de libros
sociales prevista por el art. 781 del Código Procesal, cuando el derecho previsto por el art. 55 de la ley
19.550 ha resultado infructuoso para el socio que lo pretende.

3.3. Otras cuestiones y comentarios que plantea el procedimiento de mediación obligatoria en los conflictos
societarios

Particularmente acertada resulta la inclusión del instituto de la caducidad de la acción, que queda
suspendida, al igual que la prescripción, como consecuencia de la iniciación del procedimiento de mediación
previa y obligatoria (art. 18 de la ley 26.589). Ello reviste suma importancia para el tema que nos ocupa, en
la medida que la jurisprudencia, equivocadamente ha calificado el plazo previsto por el art. 251 de la ley
19.550, como de caducidad y no de prescripción. Esta cuestión, que durante la vigencia de la ley
24.573 había generado una jurisprudencia sumamente contradictoria y muchos dolores de cabeza para los
litigantes, resulta de interés destacar, en tanto la omisión de toda referencia a la caducidad por el texto
original de la ley de mediación, obligó a parte importante de la jurisprudencia —fundada en el hecho de que
la prescripción no es aplicable por analogía a otras figuras similares— a la parte actora a promover la acción
de impugnación de la asamblea y su medida cautelar específica —la suspensión provisoria de los efectos de
los acuerdos asamblearios adoptados en la misma—, así como el mismo proceso de mediación obligatoria,
dentro del brevísimo término previsto por el art. 251 de la LSC(479), sin que este trámite suspenda los
términos del referido plazo, discusión hoy superada por el art. 18 de la ley 26.589.

La sanción de la ley de mediación previa obligatoria debió haber agregado una norma, eliminando el art. 36
inc. 2º del Código Procesal Civil y Comercial, que impone a los jueces a intentar una conciliación total o
parcial del conflicto o incidente procesal, pudiendo proponer y promover que las partes deriven el litigio a
otros medios alternativos de resolución de los conflictos y que, en cualquier momento, podrá disponer el
referido magistrado la comparencia personal de las partes para intentar una conciliación. Recordemos al
respecto que la ley 26.589 en su art. 34, 53, 54, 55, 56 y 57 ha incluido importantes modificaciones al
ordenamiento procesal, entre ellos, la participación de los jueces en la audiencia prevista por el art. 360,
quien deberá invitar a las partes a una conciliación o a encontrar otra forma de solución de conflictos,
pudiendo, si la naturaleza y el estado del conflicto lo justifica, derivar a las partes a mediación. Ello nos
permite concluir que, fracasada la mediación previa obligatoria y la instancia del art. 360 del Código
Procesal, el juez no debe insistir más con la posibilidad de una conciliación o transacción, cualquiera fuere la
instancia en que se encuentre el expediente, con lo cual se evitará la convocatoria a las innumerables y
muchas veces interminables audiencias de conciliación a que nos tienen acostumbrados, en especial, cuando
el expediente pasa a sentencia, lo cual demora indefinidamente los conflictos judiciales y provoca, por lo
general, la desesperación de los litigantes, que esperan del juez que se aboque a lo que es de su
competencia, esto es, el dictado de una sentencia y no el desempeño de los oficios de conciliador o
mediador.

§ 4. Otras cuestiones propias del procedimiento societario. El beneficio de litigar sin gastos pedido por una
sociedad comercial

Reciente jurisprudencia de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial ha avivado la polémica en


torno a la admisibilidad o inadmisibilidad de conceder a las sociedades comerciales el beneficio de litigar sin
gastos previstos por los arts. 78 a 86 del Cód. Procesal, en los pleitos en los cuales ellas intervienen.

En especial merece destacarse el voto en disidencia del doctor Enrique Butty en el caso "Crear
Comunicaciones SA c/ Telearte SA Empresa de Radio y Televisión y otro, incidente de beneficio de litigar sin
gastos", de fecha 29 de marzo de 1996, en donde dicho magistrado llegó a las siguientes conclusiones:

a) La pretensión de una sociedad mercantil de acogerse a los beneficios de litigar sin gastos excede el marco
de la normativa prevista en los arts. 78 y ss. del Cód. Procesal y resulta contraria a la ratio legis que inspira el
instituto.

b) La sociedad mercantil debe contar con una infraestructura orgánica y funcional, siquiera básica y
elemental para la obtención de beneficios lucrativos. Por ello, la imposibilidad de obtener recursos para
afrontar demandas vinculadas con sus relaciones comerciales puede constituir, eventualmente,
imposibilidad de consecución del objeto para el cual se constituyó (art. 94, inc. 4º, ley 19.550), pero nunca
verdadera carencia de medios o imposibilidad de obtenerlos en el preciso sentido técnico que a tales
expresiones les cabe en el marco de los de los arts. 78 y ss. del Cód. Procesal.

La novedad y originalidad de los argumentos expuestos por el lúcido juez de Cámara, el doctor Enrique Butty
en el mencionado fallo, obligó a nuevas reflexiones en torno a una cuestión sobre la cual la jurisprudencia de
nuestros tribunales no se exhibieron uniformes, pues vinculado con la procedencia o improcedencia de
conceder el beneficio de litigar sin gastos a las personas jurídicas en general y a las sociedades mercantiles
en particular, fueron expuestas las siguientes doctrinas:

a) Si bien no existen restricciones legales para conceder el beneficio de litigar sin gastos a una persona
jurídica, tratándose de una compañía mercantil, y atento la finalidad de lucro que la caracteriza, su
otorgamiento debe ser apreciado con prudencia(480).

b) La correcta télesis del articulado que regula el instituto del beneficio de litigar sin gastos evidencia que las
personas jurídicas no pueden acceder a los beneficios de excepción consagrados por el mismo, pues la
redacción de las normas que consagran dicho beneficio parecen referirse exclusivamente a las personas de
existencia física. Ello se encuentra ratificado cuando el legislador expresa que "no obstará a la concesión del
recurso la circunstancia de tener el peticionario lo indispensable para procurarse su subsistencia, cualquiera
fuere el origen de sus recursos"(481).

c) Finalmente, la mentada posición de Butty, que descalifica la procedencia de este beneficio, pero no
fundado en los argumentos expuestos en b), sino, como hemos visto, en la circunstancia de ser natural
corolario de la consecución del objeto de las sociedades comerciales la obtención de medios suficientes para
hacer valer judicialmente sus derechos, resultando inatendible la invocación de circunstancias que indiquen
la necesidad de actuar en justicia aun sin medios económicos para ello.

Por mi parte, considero que no existe ningún impedimento para conceder el beneficio de litigar sin gastos a
las personas jurídicas en general y a las sociedades comerciales en particular.
En primer lugar, el otorgamiento del beneficio del carácter de sujeto de derecho a las personas de existencia
ideal por el art. 39 del Cód. Civil y por el art. 2º de la Ley 19.550 de las Sociedades Comerciales, cualquiera
fuere su tipo o clase, despeja todo tipo de dudas al respecto, sin que obste a lo expuesto la limitación que
surge de esta última disposición legal, pues las restricciones impuestas por el legislador mercantil al expreso
reconocimiento de la personalidad jurídica de las sociedades comerciales se circunscriben exclusivamente al
mal uso o utilización desviada o indebida de dicho recurso técnico, pues aceptado que la compañía mercantil
tiene un patrimonio propio e independiente del patrimonio de sus integrantes, lo cual es consecuencia
directa de su carácter de sujeto de derecho, mal puede negarse a las mismas la posibilidad de recurrir
judicialmente en defensa de la integridad de ese atributo de su personalidad.

Tampoco estoy de acuerdo con el argumento de que resulta necesaria una mayor prudencia por parte de los
jueces en el otorgamiento del beneficio de litigar sin gastos, cuando la peticionante fuere una sociedad
comercial. Nunca me han convencido los argumentos abstractos y exigir apriorísticamente a los jueces
"mayor prudencia" o "criterios restrictivos", me resultan generalizaciones sencillamente intolerables, por la
mera razón de que los magistrados deben actuar sin preconceptos ante las especiales circunstancias que se
les presentan. Esa terminología, tan propia de nuestro lenguaje forense, pero tan inapropiada para resolver
los conflictos que se suscitan en el mundo de los negocios ha ofrecido en la práctica resultados
devastadores, pues como lo ha explicado con singular claridad Ernesto Martorell, el exceso de prudencia de
los jueces ha sido el mejor reaseguro de los desleales administradores para vaciar los patrimonios
ajenos(482).

No dudo que el beneficio de litigar sin gastos constituye un beneficio excepcional, pues involucra la
desaparición del riesgo de pagar las costas de un proceso, pero nada autoriza a distinguir a los fines de su
otorgamiento entre personas de existencia física o personas de existencia ideal, pues la condición de
"carente de recursos suficientes" es aplicable a todos aquellos que tienen patrimonio, como lo son las
sociedades comerciales, por expreso reconocimiento legal (art. 2º, ley 19.550).

La única distinción que cuadra imponer en torno al otorgamiento del beneficio de litigar sin gastos en caso
de una sociedad comercial es la inadmisibilidad de recurrir a ciertos medios de prueba de discutible
idoneidad en general, como es la prueba de testigos, siendo razonable la exigencia, expuesta
reiteradamente por nuestra jurisprudencia, de requerir a las sociedades mercantiles peticionarias de tal
beneficio la exhibición de elementos de juicio provenientes de su contabilidad o al menos, contar con la
opinión vertida por un profesional competente en la materia(483).

Las fundadas opiniones del profesor y magistrado Enrique Butty en el precedente "Crear Comunicaciones
SA" no resultan convincentes, pues la circunstancia de que se trate la sociedad comercial de una
organización dirigida a obtener beneficios lucrativos no impide que la misma pueda carecer de bienes
suficientes para costear los gastos relativos a la defensa en juicio de sus intereses o caer en la más absoluta
insolvencia patrimonial y si bien es cierto que cuando la sociedad comercial se encuentra en tal estado de
situación patrimonial puede incurrir en la causal disolutoria prevista por el art. 94, inc. 4º de la ley
19.550 (disolución por imposibilidad de cumplir su objeto), ello en nada cambia las cosas, pues aun en
estado liquidatorio, la sociedad conserva su personalidad jurídica con plenitud (art. 101, ley 19.550) y no
encuentro fundamento convincente que me persuada de que la sociedad en liquidación no pueda recurrir al
excepcional beneficio previsto por los arts. 78 y ss. del Cód. Procesal para intentar en justicia la defensa de
su patrimonio.

De lo contrario, deberla llegarse a la conclusión de que las sociedades comerciales, por carencia de fondos o
bienes suficientes, no podrían promover judicialmente las acciones o demandas necesarias para el
reconocimiento o protección de sus intereses, aun cuando éstos sean solamente patrimoniales. Ello resulta
conclusión inadmisible desde todo punto de vista y en pugna con la garantía constitucional de la defensa en
juicio y del principio de la igualdad ante la ley.

Sección III - Del régimen de nulidad

ART. 16.—
Principio general. La nulidad o anulación que afecte el vínculo de alguno de los socios no producirá la
nulidad, anulación o resolución del contrato, salvo que la participación o la prestación de ese socio deba
considerarse esencial, habida cuenta de las circunstancias o que se trate de un socio único.

Si se trata de sociedades en comandita simple o por acciones o de sociedad de capital e industria, el vicio de
la voluntad del socio único de una de las categorías de socios hace anulable el contrato.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 18, 100. LSC Uruguay: arts. 22, 24, 27.

§ 1. Consideraciones generales sobre el régimen de invalidez de los actos societarios

1.1. Consideraciones generales en materia de nulidades societarias

La ley 19.550 ha previsto un régimen de invalidez de los actos societarios que no resulta completo ni
satisfactorio y que, por lo tanto, requiere una urgente revisión para completarlo y adecuarlo —
fundamentalmente— a la naturaleza del contrato de sociedad, que reclama soluciones distintas que las
previstas por el legislador para la nulidad de los actos jurídicos a que se refieren los arts. 382 y ss. del Código
Civil y Comercial de la Nación y a la que se debe recurrir, habida cuenta que nuestro ordenamiento
societario vigente no contempla norma alguna que se refiera expresamente a las características y a los
efectos de la nulidad del contrato de sociedad mercantil.

¿Cuál es el esquema previsto por el legislador para la invalidez de los actos societarios?

En primer lugar, a través de un régimen específico de nulidad sobre la constitución de sociedades, en la


Sección III del Capítulo I (arts. 16 a 20), que debe completarse con lo dispuesto en el art. 32 del mismo
ordenamiento legal. Asimismo, en el punto 5º de la Sección V del Capítulo II, la ley 19.550 contempla el
régimen de nulidad de las asambleas de accionistas, a través de lo dispuesto en los arts. 251 a 254 de ese
cuerpo legal. En ambos casos se ha previsto un régimen de invalidez, que no se limita a la declaración de la
sanción de nulidad para un determinado acto, sino que se establecen además normas procedimentales que
reglamentan la promoción de la acción correspondiente, con específicas previsiones, sobre la
responsabilidad de quienes han contribuido a la invalidez del acto.

Sin perjuicio de ello, también advertimos de la lectura del articulado de la ley 19.550, que el legislador ha
sancionado con la nulidad la inclusión de ciertas cláusulas en el estatuto o contrato social, y ejemplo de esto
lo brindan —entre otros— los arts. 13 (nulidad de cláusulas leoninas); 69 (convenciones contrarias al
derecho de aprobación e impugnación de los estados contables); 245 (nulidad de toda disposición que
excluya o limite las condiciones de ejercicio del voto acumulativo); 284 (nulidad de las cláusulas que
otorguen a determinados accionistas más de un voto para la elección del síndico); 287 (nulidad de las
cláusulas que violen lo dispuesto en esa disposición legal: duración máxima de la actuación de la sindicatura
y condiciones de revocabilidad de quien ejerce ese cargo), etcétera.

En todos estos casos, en donde el legislador ha previsto un régimen expreso de nulidad de determinados
pactos, o también en aquellos supuestos en los cuales no ha establecido esa sanción en forma específica,
pero que la misma surge implícita al establecer una prohibición legal(484)(arts. 68, 70, 197, 222, 261 y 263,
entre otros), parece evidente que aquella sanción no determina la nulidad del contrato de sociedad, sino la
invalidez de la cláusula ilegítima, por tratarse de un ejemplo de lo que en doctrina se denomina "nulidad
parcial del acto" (art. 389 segundo párrafo del CCyCN) que, como principio general, no afecta la validez del
contrato o estatuto social.

Por otra parte, y fuera de los supuestos de nulidad del acto constitutivo o de las cláusulas del contrato social,
la ley 19.550 ha previsto un régimen de invalidez de actos societarios posteriores a la constitución de la
sociedad, a través de la nulidad de acuerdos asamblearios (arts. 251 a 254, LSC) o de otros actos celebrados
por el directorio de la sociedad anónima, en protección de los accionistas o del patrimonio social. Ejemplo
de ello lo constituye la sanción de nulidad de la emisión de acciones en violación al régimen de oferta
pública (arts. 199 y 200); la nulidad de la distribución de dividendos en violación a los requisitos legales (art.
224); la nulidad de las emisiones de acciones efectuadas bajo la par (art. 202); la nulidad de las
contrataciones efectuadas por un director con la sociedad en contravención con los requisitos legales
previstos en el art. 271, etcétera.
Finalmente, y para completar el cuadro de invalidez de los actos societarios previsto en la ley 19.550, el
legislador ha contemplado también, como expresa sanción para determinados supuestos, la inoponibilidad
de la actuación de una sociedad, cuando encubra fines ilegítimos o extrasocietarios (art. 54), en cuyo caso, y
a diferencia de la nulidad, la declaración de inoponibilidad no afecta a la sociedad sino que determina la
aplicación de un régimen amplio de responsabilidad para quienes hicieron posible la actuación de una
persona jurídica creada sin respeto del objeto y de la causa que debe inspirar, para los otorgantes, la
constitución de una sociedad comercial, y que el art. 11 inc. 5º de la ley 19.550 se encarga de detallar en
forma precisa y concreta(485).

La sanción de inoponibilidad es también reservada en la ley 19.550 para privar de efectos, frente a terceros,
de determinadas cláusulas del contrato social, y ejemplo de ello lo encontramos, entre otros: a) En el art.
125 de ese cuerpo legal, cuando prohíbe a los socios de una sociedad colectiva invocar frente a terceros las
cláusulas por medio de las cuales limiten su responsabilidad por las obligaciones sociales. La inclusión de una
cláusula como la descripta, que si bien en puridad y por aplicación del art. 17, párrafo 1º, LGC, determinaría
la aplicación a la sociedad las normas previstas en la Sección IV del Capítulo I de dicha normativa, no
importa, en aras de la conservación de la sociedad, una sanción de tan graves consecuencias, limitándose la
ley a declararla inoponible frente a terceros, pero plenamente válida entre los socios, quienes solamente
entre sí podrán invocarla a los efectos de soportar las pérdidas en la forma determinada en dicha
cláusula; b) En el art. 155, cuando declara la inoponibilidad de las cláusulas limitativas de la transferencia de
cuotas a los herederos del socio fallecido, por el plazo de tres meses a contar desde la incorporación de
aquellos; c) En el art. 150, en cuanto prescribe la "ineficacia" frente a terceros de cualquier pacto que
contraríe el régimen de responsabilidad previsto por esa norma para los socios de una sociedad de
responsabilidad limitada. Repárese en que, si bien el legislador se refiere a la "ineficacia", lo cual es
reprochable por la amplitud que ese concepto implica, no puede dudarse de que se trata de un claro
supuesto de inoponibilidad, y la limitación de dicha ineficacia a terceros es la mejor prueba de lo expuesto.
Por otro lado, no debe olvidarse que el Código Civil y Comercial de la Nación, ha incluido a la inoponibilidad
como una especie de la categoría de "Ineficacia de los actos jurídicos", diferente a la nulidad (arts. 396 y 397
CCyCN).

Finalmente, debe tenerse presente que la normativa de los arts. 16 a 20 de la ley 19.550 no importa
desautorizar la aplicación de las normas generales previstas por los arts. 382 a 395 del Código Civil y
Comercial de la Nación en materia de nulidad de actos jurídicos, en lo que resulten compatibles con el
negocio societario. En tal sentido, resultarían nulos los actos societarios —desde la constitución hasta la
adopción de cualquier decisión asamblearia— en los que los agentes hubiesen procedido con simulación o
fraude (arts. 333 a 342 CCyCN); cuando no tuviesen la forma exclusivamente ordenada por la ley (por
ejemplo, una sociedad por acciones constituida por instrumento privado); los actos otorgados o realizados
por incapaces o con capacidad restringida (art. 44 CCyCN) etc. y así lo ha entendido la jurisprudencia de
nuestros tribunales comerciales(486).

1.2. Deficiencias que presenta la ley 19.550 en materia de nulidad de actos societarios

La primera deficiencia que exhibe la ley de sociedades comerciales en materia de invalidez de los actos
societarios se centra en el hecho de no haber previsto la ley un régimen general referido a las consecuencias
que la sanción de nulidad produce, en las relaciones internas de la sociedad y frente a los derechos de
terceros que han contratado con el ente, independientemente del régimen de responsabilidad que el
legislador ha sido siempre muy cuidadoso en prever, y esa omisión se advierte tanto para los casos de
invalidez del acto constitutivo de la sociedad, como para los de nulidad de actos o decisiones de los órganos
sociales.

En este punto es necesaria una solución expresa de la ley 19.550, pues no parece adecuado a la naturaleza
del contrato de sociedad ni a las necesidades del tráfico mercantil que, frente al silencio legislativo sobre el
particular, debamos recurrir, como hemos señalado, a las normas del derecho común (arts. 382 a 395
CCyCN), pues la retroactividad de la sanción de nulidad al momento de la celebración del acto viciado,
conforme lo dispuesto por el art. 390 del Código Civil y Comercial de la Nación es sencillamente impensable
al negocio societario, pues el nacimiento de un sujeto de derecho distinto al de los socios otorgantes, con la
personalidad jurídica que la ley le otorga, y la evidente presunción de validez que debe gozar la actuación de
quien contrata en nombre de la sociedad, obliga a otorgar plena legitimidad, frente a terceros, a los actos
celebrados por aquella en cumplimiento de su objeto social(487).

Imaginemos, a título de ejemplo, que luego de varios años de pleito, se resuelve declarar la nulidad de la
decisión asamblearia que había designado un nuevo directorio. ¿Podría ello repercutir sobre todas las
relaciones jurídicas habidas por la sociedad con terceros o incluso sobre los actos internos realizados en el
seno de la entidad, desde la adopción de las mismas y durante el período que duró el juicio? Forzoso parece
concluir que ello es imposible.

La jurisprudencia y la doctrina, teniendo en cuenta lo expuesto en el párrafo anterior, han reiterado una
solución que se adecua a la totalidad de los intereses que quedan comprometidos con la actuación de una
sociedad comercial, y en tal sentido, se ha resuelto, en numerosas oportunidades que las nulidades
societarias en ningún caso pueden tener efectos retroactivos(488), operando la declaración de nulidad como
causal de disolución, que sólo tendría operatividad a partir del pronunciamiento judicial declarativo de esa
sanción(489). Esta jurisprudencia, que fue elaborada durante la vigencia del art. 1050 del Código Civil,
resulta enteramente aplicable luego de la vigencia del código unificado de 2014.

La nulidad societaria, en definitiva, tiene efectos ex nunc, pero ello debe ser clarificado, pues los alcances de
esa regla varían según el acto societario de que se trate.

En efecto, si la constitución de la sociedad es declarada nula, esa declaración importa, aun cuando ello no se
encuentre consagrado en el art. 94 de la ley 19.550 la disolución de la sociedad, y conduce inexorablemente
al trámite liquidatorio previsto en la Sección XIII de la ley. Esa solución es la que en derecho corresponde,
pues la declaración de nulidad implica la privación, para todos los socios, del medio jurídico
instrumentalmente apto y dinámico para desarrollar su actividad económica.

Ello vale como principio general, y a salvo los supuestos de nulidad de la sociedad contemplados en los arts.
18 a 20 de la ley 19.550 —sociedades de objeto ilícito, actividad ilícita y objeto prohibido—, en los cuales, si
bien también la declaración de nulidad implica la disolución del ente, el legislador les ha consagrado un
régimen liquidatorio especial, adecuado a la sanción que ha originado la nulidad de la sociedad, privando a
la misma por ser liquidada por sus órganos naturales, y a los socios del derecho del remanente de la
liquidación social aunque dicho régimen de liquidación debe ser considerado excepcional, limitado
exclusivamente a los casos en que el legislador ha previsto su aplicación.

La jurisprudencia ha tenido oportunidad de aplicar tales principios. Se trataba de una sociedad anónima que
participaba, como socia, de una sociedad accidental, lo cual, como es sabido, era —hasta la eliminación en el
año 2014 de las sociedades accidentales o en participación de la ley 19.550— actuación expresamente
prevista por el art. 30 de la ley 19.550. Se dijo en este precedente que "La comprobación de la existencia del
vicio provocada por la participación de una sociedad anónima en la sociedad accidental, no produce
consecuencias desde el punto de vista práctico en la situación litigiosa, si se tiene presente que la nulidad no
determina la extinción del negocio con los efectos previstos por los arts. 1050 y 1052 del Código Civil, sino
que opera como causal de disolución que solo tendría operatividad a partir del pronunciamiento judicial
declarativo"(490).

El segundo problema que plantea la declaración de nulidad de la constitución de la sociedad se refiere a la


actuación interna del ente y a los derechos y obligaciones de los socios ejercidos con anterioridad a la
declaración de nulidad. La cuestión debe ser debidamente aclarada, pues también con relación a este
supuesto resulta impensable la retroactividad que la nulidad supone, como lo predica el art. 390 del Código
Civil y Comercial de la Nación para los negocios bilaterales.

En definitiva y como conclusión de lo expuesto, debe tenerse en claro que la declaración de nulidad en la
constitución de la sociedad importa la invalidez del contrato social suscripto por los socios, pero en forma
alguna puede borrar la actuación de una relación asociativa habida entre aquellos, y es por eso que se ha
dicho, con toda exactitud, que en rigor, la actuación cumplida por una sociedad luego anulada, se ha de
juzgar por idénticas normas que la sociedad no constituida regularmente, porque la declaración judicial de
nulidad del contrato traerá aparejada un supuesto de actuación de hecho(491), conclusión perfectamente
aplicable luego de la reforma al régimen de la irregularidad societaria por la ley 26.994.

Lo expuesto implica sostener que salvo para los casos previstos en los arts. 18 a 20 de la ley 19.550, las
relaciones habidas entre los socios y la sociedad, así como los actos de órganos colegiados celebrados con
anterioridad a la sentencia nulificatoria no se encuentran afectados por esa declaración de invalidez. Ello se
puede deducir, por interpretación contraria de lo dispuesto por el art. 18, ley cit. —aplicable aun a los
supuestos previstos en los arts. 19 y 20, para los socios de buena fe— cuando, refiriéndose a los efectos de
la declaración de nulidad de la sociedad de objeto ilícito, establece en su primer párrafo que los socios no
pueden alegar contra terceros la actuación de la sociedad nula, ni para reclamar a la misma la restitución de
los aportes, la división de las ganancias o la contribución en las pérdidas.

Esa consecuencia, que como hemos visto, es característica y específica de las sociedades de objeto ilícito, y
de las cuales ni siquiera están exceptuados los socios de buena fe en las sociedades de actividad ilícita u
objeto prohibido, resulta inaplicable para los restantes casos de nulidad en la constitución de sociedades,
por lo cual, por aplicación del principio general de la restricción de las cláusulas sancionatorias, que deben
ser reservadas para el específico supuesto en que han sido previstas, los actos societarios habidos con
anterioridad a la sentencia de nulidad no quedarían afectados ni la sociedad perdería legitimación para
demandar a terceros el cumplimiento de los contratos celebrados (art. 101 de la ley 19.550).

Finalmente, y en cuanto al régimen de nulidad de los actos colegiados, tampoco la ley 19.550 ha sido
afortunada en su redacción, pues si bien debe recordarse que dicha ley contempla expresamente los
supuestos de invalidez de asamblea de accionistas (arts. 251 a 254), tampoco esas normas resultan
suficientes para sostener la existencia de un régimen general, aplicable en forma supletoria para la
impugnación de actos de otros órganos colegiados, como lo son, por ejemplo, los actos del directorio, tema
sobre el cual la ley 19.550 guarda inexplicable silencio.

Debemos lamentar, asimismo, la escasa clarificación legislativa sobre las acciones de impugnación de actos
emanados de órganos de gobierno de sociedades que no sean por acciones. Reitero, pues, la necesidad de
un régimen general en esta materia, para evitar interpretaciones no siempre compatibles con el eficaz
desempeño de los órganos societarios.

§ 2. El régimen de invalidez vincular. Principio general, excepciones y efectos

El art. 16 de la ley 19.550 establece el principio general del régimen de nulidad previsto por la ley
19.550, para los casos de invalidez vincular, esto es, cuando la nulidad o anulación afecte el vínculo de
algunos de los socios. En tales casos, y a diferencia de lo que acontece en los contratos bilaterales, la norma
citada prevé expresamente que: "(...) la nulidad o anulación, que afecte al vínculo de alguno de los socios, no
producirá la nulidad, anulación o resolución del contrato, salvo que la participación o la prestación de ese
socio deba considerarse esencial, habida cuenta de las circunstancias o que se trate de un socio único".

La solución legal, que es idéntica a la prevista por el texto original del art. 16, con excepción de la referencia
al socio único, y más allá de algunas deficiencias conceptuales —pues no parece adecuado a derecho
sostener que la declaración de invalidez de un contrato puede ocasionar la resolución del mismo— es
compatible con la naturaleza jurídica del contrato de sociedad y con el carácter bilateral y organizativo que
lo caracteriza, pues no se justificaría que la nulidad o anulabilidad que afecte el vínculo de uno de los socios
pueda producir, en principio, la nulidad de un contrato en el cual, quienes lo han suscripto, no tienen
intereses contrapuestos sino coincidentes.

La solución se compadece con otro principio general, que es el previsto por el art. 100 último párrafo de
la ley 19.550 que frente a la duda sobre el acaecimiento de una causal disolutoria, debe estarse a la
subsistencia de la sociedad. El legislador, en ambos supuestos, tiene en cuenta la importancia del desarrollo
de la actividad empresaria por parte de la sociedad comercial y tiende a preservarla, para evitar —
obviamente— los efectos que la declaración de nulidad o de disolución producen dentro de la sociedad y
frente a los terceros que se han vinculado con ella, además de proteger a una fuente de trabajo, que hoy —
más que nunca— constituye un objetivo fundamental a la hora de resolver el destino de una sociedad.

La jurisprudencia tiene resuelto, siguiendo estas premisas, que: "En materia de nulidad del vínculo no
produce la nulidad del contrato, lo cual implica que dicha calidad debe ser encauzada a través de la
regulación prevista para la resolución parcial del contrato social, contemplada en el art. 92 de la ley
19.550, a fin de materializar la exclusión del incapaz, sin que esa situación trascienda a la sociedad"(492).

El principio general es aplicable, en esencia, a toda causal de invalidez vincular que produzca en su agente
una incapacidad de hecho o de derecho, pues si bien durante la vigencia del texto original de la ley
19.550, se contemplaban en su articulado una serie de excepciones a esta regla (arts. 29 y 30), la
modificación de los arts. 27 y 30 de dicho ordenamiento legal ha dejado prácticamente sin efecto estas
excepciones, al otorgar a los cónyuges plena libertad para constituir las sociedades que quieran, y
restringiendo a las sociedades gran parte de las limitaciones que habían sido previstas, en el año 1972, para
integrar personas jurídicas societarias.
Nos remitimos al comentario de los arts. 27 a 30, donde expondremos nuestra opinión, desfavorable en
muchos casos, a las reformas efectuadas por la ley 26.994.

La invalidez vincular no produce, como prescribe el art. 16 LGS, la nulidad del contrato de sociedad, sino que
determina la separación de la misma por parte del socio afectado, con los derechos que le otorga el art.
92 de la ley 19.550, con excepción de su inc. 4º, de estricto carácter sancionatorio, que estimamos sólo
aplicable al caso de exclusión.

Ahora bien, si el principio general en materia de nulidad vincular es la separación del socio afectado, hay
supuestos en que esta regla no puede funcionar, y el mismo art. 16 de la ley 19.550 nos brinda tales
supuestos:

a) Cuando la participación o la prestación del socio afectado deba considerarse esencial, habida cuenta de
las circunstancias

El legislador no se refiere en este caso a una participación que otorgue la formación de la voluntad social
(que es también causa de nulidad del contrato), sino más bien a los supuestos que se presentan cuando la
sociedad ha sido constituida en base a la personalidad de un socio o al aporte que este haya efectuado. Con
otras palabras, cuando el socio o su aporte hayan sido condición de la constitución de la sociedad. En tales
supuestos, el carácter de esencial y su virtualidad, como causa de nulidad del contrato de sociedad, debe ser
apreciado por el juez en cada caso, "(...) habida cuenta de las circunstancias (...)".

b) Cuando se trate de un socio único

La excepción no requiere mayores explicaciones, pues tratándose de sociedades unipersonales, existe un


solo vínculo, esto es, el del socio único con la persona jurídica, siendo de toda evidencia que cualquier
problema de capacidad que hubiere afectado a éste al momento de constituir el ente, afectará la validez de
la constitución del mismo.

Lo único que es objetable es la ambigüedad que exhibe esta excepción, que puede dar márgenes a cualquier
tipo de interpretación en favor de la existencia de sociedades unimembres que no revistan el carácter de
sociedades anónimas unipersonales, como exclusivamente lo autoriza el art. 1º segundo párrafo de la ley
19.550. En tal sentido hubiera sido preferible el primer párrafo, última parte del nuevo art. 16 se hubiera
referido a las sociedades anónimas unipersonales y no "al socio único".

c) Cuando se trate de sociedades en comandita o sociedades de capital e industria

Es de toda evidencia que siendo las sociedades en comandita simple o por acciones, o de capital e industria,
uno de los tipos previstos en el Capítulo II de la ley 19.550, que se caracterizan por la existencia de dos
categorías de socios, el vicio de la voluntad del único socio de una de dichas categorías torna ineficaz el
contrato de sociedad, aunque es reprochable que el legislador del 2014 haya insistido prescribiendo que tal
circunstancia torna "anulable" el contrato cuando el Código Civil y Comercial de la Nación ha derogado la
figura de la anulabilidad del acto jurídico, como surge claramente de la eliminación de los arts. 1045 y 1046
del derogado Código Civil.

Finalmente, la ley 26.994, de reformas al texto original de la ley 19.550, suprimió el último párrafo del art.
16, que preveía otra excepción al principio de la nulidad vincular, que se configuraba cuando el vicio afecte
la voluntad de los socios a los que pertenezca la mayoría del capital social, modificación con la cual
concordamos, pues aunque mínima la participación del capital social que quede en poder de los socios no
afectados con el vicio de la voluntad tienen éstos derecho a conservar activa la sociedad, si ésta cuenta con
medios económicos suficientes para abonar el valor de la parte de los socios que se desvinculan del ente.

ART. 17.—

Atipicidad. Omisión de requisitos esenciales. Las sociedades previstas en el Capítulo II de esta ley no pueden
omitir requisitos esenciales tipificantes ni comprender elementos incompatibles con el tipo legal.

En caso de infracción a estas reglas, la sociedad constituida no produce los efectos propios de su tipo y
queda regida por lo dispuesto en la Sección IV de este Capítulo".
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 11, 18, 21 a 26. LSC Uruguay: arts. 3º, 22.

A esta concreta situación se refiere el primer párrafo del art. 17 de la ley 19.550, que también ha sido
modificado por la ley 26.994. Recordemos que dicha norma, en su texto original, diferenciaba, tratándose
del contrato constitutivo de sociedad, entre la ausencia de requisitos esenciales tipificantes y no tipificantes:
en el primer caso, esa circunstancia provocaba, sin posibilidad de remedio legal alguno que la supere, la
declaración de nulidad del contrato social, mientras que la omisión de cualquier requisito esencial no
tipificante hacía anulable el referido contrato, aunque esa situación podía subsanarse hasta su impugnación
judicial.

La experiencia de más de cuarenta años de vigencia del texto legal del art. 17 de la ley general de sociedades
demostró que no se registró jamás un caso de sociedades atípicas en la jurisprudencia nacional, esto es, lo
que se conoce como "el derecho vivo", pues era realmente difícil advertir, en la práctica, un caso de nulidad
de la constitución de una sociedad de los tipos no autorizados por la ley, habida cuenta la existencia de un
exhaustivo control de legalidad al momento de constituirse regularmente la sociedad. Y en cuanto a la
omisión de la existencia de requisitos esenciales no tipificantes, el art. 17 segundo párrafo, en su versión
original, solo se aplicó en caso de homonimias, cuando una sociedad regularmente constituida exhibía un
nombre societario que coincidía con la denominación de otra compañía y que podía llevar a terceros a
confusión(493).

La ley 26.994, y a los fines de compatibilizarla con el especial régimen previsto por la Sección IV del Capítulo
II de la ley 19.550 en su actual versión, derogó esas soluciones, que se ajustaban perfectamente a la
naturaleza del vicio incurrido por la sociedad —omisión de requisitos tipificantes y no tipificantes, previendo
una diferente solución para cada caso— y ha optado por someter a los entes societarios que incurran en tal
anomalía, a las disposiciones de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, esto es, el régimen común
previsto para las sociedades irregulares o de hecho o las sociedades constituidas originalmente como civiles.

Si bien —como se ha expresado— la existencia de supuestos de atipicidad en las sociedades comerciales no


fue moneda corriente y que constituía una hipótesis que solo podía presentarse ante la inexistencia
sobreviniente de personas que representen la doble categoría de socios prevista para determinados tipos
societarios, lo cierto es que es bienvenida la eliminación del régimen de nulidad previsto para las sociedades
atípicas, pues ellas podían ser las titulares de empresas que no valía la pena ser liquidadas. Pero además de
ello, si partimos de la base que no hay mejor ejemplo de las sociedades atípicas que las sociedades de
hecho, donde ni siquiera hay contrato escrito de sociedad ni tipo social adoptado, la idea de agruparlas en
un régimen común ha sido acertada.

En lo que respecta a las sociedades que carecen de requisitos esenciales no tipificantes, resulta de toda
claridad que han quedado derogadas las soluciones previstas por el art. 17 segundo párrafo del texto original
de la ley 19.550, de manera tal que la nulidad de estas sociedades no podrá ser ya reclamada judicialmente,
al quedar comprendidas ellas dentro de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, y a las cuales se les
aplicará el régimen de las sociedades no constituidas regularmente y de las sociedades atípicas (art. 25
primer párrafo de la ley 19.550).

Esta solución sin embargo no convence, al menos como principio general, porque una sociedad que carece
de capital suficiente para el cumplimiento de su objeto no puede seguir operando en el mercado, ni siquiera
como sociedad "simple", "informal", "residual" o "no constituida regularmente" como por ahora se
denominan a las sociedades reglamentadas en los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, en su actual versión, pues
esa irregularidad afecta fundamentalmente los derechos de los terceros que contratan o se vinculan con la
sociedad, cuyos intereses no quedarán satisfechos ante la nueva responsabilidad —mancomunada y por
partes iguales— de quienes integran esta clase de sociedades. Habrá que ver entonces, caso por caso, cuales
son los requisitos esenciales no tipificantes que adolezca la sociedad para advertir la existencia de un
supuesto de nulidad o de inclusión en la referida Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550. Lo mismo puede
sostenerse cuando la sociedad carece de domicilio o se trata de una "sociedad desaparecida" o "sociedad
fantasma", pues nada justifica mantenerlas en dicha sección y permitir su existencia bajo la forma de
sociedad no constituida regularmente, cuando a los terceros es absolutamente imposible ubicarla, por haber
desaparecido de su sede social.

Finalmente, no puede dejar de advertirse que la absurda eliminación del control de legalidad en el análisis
del contrato social por parte del registrador societario para las sociedades no accionarias, puede
eventualmente provocar la existencia en el mercado de sociedades carentes de requisitos esenciales
tipificantes o no tipificantes, aunque no creemos que ello suceda, habida cuenta que, más allá de la
eliminación expresa de dicho control, según está redactado el art. 6º de la ley 19.550, en la versión de la ley
26.994, estimamos que el registro mercantil no puede ser nunca ni convertirse jamás en un mero archivo de
papeles, sin llevarse a cabo, por funcionarios idóneos, un examen sustancial del documento cuya
registración impone la ley, pues se trata, en definitiva, de incorporar al tráfico mercantil un nuevo sujeto de
derecho, con personalidad jurídica independiente al de sus miembros, cuya legal conformación no puede
depender de quienes son los fundadores de este nuevo ente, sino de un visto bueno de funcionarios idóneos
al respecto. No olvidemos tampoco que, lamentablemente y por lo general, son los terceros o los herederos
de los socios quienes pagan las consecuencias de la ambigüedad o ilicitud de las cláusulas del contrato social.
Remitimos al respecto a nuestros comentarios al art. 6º.

En conclusión, de presentarse las hipótesis que planteaba el original art. 17 de la ley 19.550, las sociedades
atípicas quedarán sometidas a las normas de los arts. 21 a 26 de dicha ley y dejarán de producir los efectos
propios del tipo. Así lo expresa claramente el segundo párrafo de aquella norma, y lo ratifican los arts. 21 y
25, que también incluyen dentro de la Sección IV de la ley 19.550 a las sociedades que omitan la inclusión de
requisitos esenciales en el respectivo contrato constitutivo.

ART. 18.—

Objeto ilícito. Las sociedades que tengan objeto ilícito son nulas de nulidad absoluta. Los terceros de buena
fe pueden alegar contra los socios la existencia de la sociedad, sin que estos puedan oponer la nulidad. Los
socios no pueden alegar la existencia de la sociedad, ni aun para demandar a terceros o para reclamar la
restitución de los aportes, la división de ganancias o la contribución a las pérdidas.

Liquidación. Declarada la nulidad, se procederá a la liquidación por quien designe el juez.

Realizado el activo y cancelado el pasivo social y los perjuicios causados, el remanente ingresará al
patrimonio estatal para el fomento de la educación común de la jurisdicción respectiva.

Responsabilidad de los administradores y socios. Los socios, los administradores y quienes actúen como
tales en la gestión social responderán ilimitada y solidariamente por el pasivo social y los perjuicios
causados.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 11, 19, 32, 101 a 113; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 67 y 190.LSC
Uruguay: arts. 23, 26, 28, 30, 32.

ART. 19.—

Sociedad de objeto lícito, con actividad ilícita. Cuando la sociedad de objeto lícito realizare actividades
ilícitas, se procederá a su disolución y liquidación a pedido de parte o de oficio, aplicándose las normas
dispuestas en el art. 18. Los socios que acrediten su buena fe quedarán excluidos de lo dispuesto en los
párrafos tercero y cuarto del artículo anterior.

CONCORDANCIAS: LSC: art. 18. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 67, 85 y 190.. LSC Uruguay: arts. 23,
26, 28, 30, 32.

ART. 20.—

Objeto prohibido. Liquidación. Las sociedades que tengan un objeto prohibido en razón del tipo, son nulas
de nulidad absoluta. Se les aplicará el art. 18, excepto en cuanto a la distribución del remanente de la
liquidación, que se ajustará a lo dispuesto en la sección XIII.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 18, 19; ley 20.091: art. 2º; ley 21.526: arts. 8º, 9º. Resolución General IGJ nº
7/2015, 67, 85 y 190. LSCUruguay: art. 23.

§ 1. Las sociedades de objeto ilícito

Si bien se ha sostenido que la norma que consagra la nulidad absoluta de las sociedades de objeto ilícito es
de difícil aplicación en la práctica, porque lo corriente es la existencia de sociedades que cumplen su objeto
lícito a través de actividades ilícitas, ello no es tan así, pues la ley no se refiere al caso en que los socios
incluyan en el acto constitutivo un objeto ilícito —lo cual sí es verdaderamente impensable— sino que el
legislador comprende en esta norma, fundamentalmente, a las sociedades de hecho, lo cual amplía
considerablemente los alcances de la misma.

En los tres supuestos a que se refieren los arts. 18 a 20 de la ley 19.550, las nulidades del contrato de
sociedad se fundamentan en la tutela de intereses generales o colectivos, por lo que no puede menos que
atribuírsele carácter absoluto, de manera que son sujetos legitimados para ejercer la acción de nulidad de la
sociedad que incurra en los supuestos de las referidas normas, son sus propios socios, la autoridad de
control, el Ministerio Público y hasta puede declararla de oficio el juez interviniente en el caso, cuando
aparece manifiesta en el acto (art. 387 del Código Civil y Comercial de la Nación).

La jurisprudencia revela la existencia de varios fallos que han declarado la nulidad de sociedades de objeto
ilícito:

a) En los autos "Kravetz, Mauricio", del 22 de abril de 1981, dictado por la sala B de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, se resolvió que: la sociedad de hecho celebrada con el propósito deliberado de
transgredir el reglamento para la explotación de quiniela, se encuentra comprendido en el art. 18 de la ley
19.550y, por lo tanto, los socios no pueden alegar la existencia de la sociedad para demandar a terceros o
para reclamar la existencia de los aportes, la división de las ganancias o la contribución en las pérdidas.

b) En el caso "Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires c/ Citanova SA" de la sala B de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial del 16 de noviembre de 1982, en el cual el tribunal, habiendo
quedado determinado en autos el origen delictuoso del dinero aportado a la sociedad, sostuvo con todo
fundamento que la ilicitud de los aportes equivale a la ilicitud del objeto de la sociedad, siendo tal nulidad de
carácter absoluto.

c) En el caso "Splenser Carlos c/ Eisler Erik", también de la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo


Comercial, del 3 de julio de 1979, el tribunal aplicó el art. 18 de la ley 19.550, cuando el móvil de la doble
facturación para disimular ganancias funcionó como requisito del acto constitutivo, integrando la causa del
contrato social. Consideró la Cámara el carácter absoluto de la nulidad y por ello, los socios no han podido
invocar la existencia del contrato social.

f) Finalmente, no puede dejar de mencionarse lo resuelto en el caso "Dato Robinson Oscar Eduardo c/
Casino Buenos Aires Sociedad Anónima y otros s/ ordinario", dictado por la sala A de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, de fecha 30 de agosto de 2007. Se trataba de una sociedad que se constituyó
para prestar dinero a las personas que concurren a las salas de juego de un casino, estando vigente
la resolución 138/1994, emanada de la Lotería Nacional, conforme a la cual se encuentra prohibido entregar
o recibir fichas o dinero a terceros en los recintos de la salas de juego. "Resulta palmario —dijo el Tribunal
interviniente— que tal objeto contraviene la reglamentación vigente que prohíbe la actividad que constituye
el objeto de la referida entidad, que sería en consecuencia ilícito, tornando a la misma, nula de nulidad
absoluta, en los términos del art. 18 de la ley 19.550".

Otras causas de nulidad por objeto ilícito que aportó la jurisprudencia fueron la actuación de una sociedad
dedicada a las telecomunicaciones que operaba en forma clandestina, sin la debida licencia estatal(494)y la
constitución de sociedades de profesionales, cuando la legislación correspondiente prohíbe conformar dicho
objeto societario(495).

Declarada judicialmente la nulidad de la sociedad por objeto ilícito, ello trae aparejadas las siguientes
consecuencias:

1. Apertura del proceso liquidatorio, que se llevará a cabo a través de un funcionario judicial.

2. Los terceros de buena fe, es decir, aquellos que desconocieron la ilicitud del objeto, pueden alegar contra
los socios la existencia de la sociedad, sin que estos puedan oponer la nulidad, lo cual constituye aplicación
concreta de la doctrina de los propios actos.

3. Como contrapartida, los terceros de mala fe no pueden alegar contra los socios la existencia de la
sociedad, y el liquidador y los socios pueden oponerle la nulidad, lo que se explica, pues tales terceros, al
contratar con la sociedad en tales condiciones, se han convertido en cómplices de los socios y, en
consecuencia, la ley hace extensiva a su respecto la sanción consagrada a estos últimos(496).
4. Los socios no pueden alegar la existencia de la sociedad ni reclamar los derechos inherentes a su calidad
de tales. En consecuencia, no podrán reclamar la entrega de los aportes efectuados en calidad de uso y goce,
ni la distribución de ganancias o la contribución en las pérdidas.

5. Como consecuencia de lo expuesto, si bien el liquidador debe ajustar su cometido a lo dispuesto por los
arts. 101 y ss. de la ley 19.550, con pleno derecho para exigir a los socios las contribuciones debidas para
satisfacer las pérdidas (art. 106), los socios no pueden instruirlo ni exigirle la distribución de la cuota
liquidatoria o el reintegro del capital, aquel funcionario no puede eludir el cumplimiento de las obligaciones
que la ley le impone, como la de confeccionar estados contables o informar sobre el estado de la liquidación,
pero ello, como consecuencia de que el trámite liquidatorio es judicial, debe ser efectuado ante el juez de la
causa, quien deberá aprobar cada uno de esos actos.

6. Realizado el activo y cancelado el pasivo social, el remanente no se distribuye entre los socios sino que
ingresa al patrimonio estatal para el fomento de la educación común de la jurisdicción respectiva. Esta
solución ha sido justificada plenamente en un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en los
autos "Dobronic, E. c/ Herederos de Salomón Bunader", del 28 de diciembre de 1982, en el cual se dijo que:
"(...) la solución prevista por el tercer párrafo del art. 18 de la ley 19.550 no es confiscatoria. La confiscación
a que se refiere el art. 17 de la Constitución Nacional, borrada para siempre del Código Penal argentino, es el
desapoderamiento de bienes sin sentencia fundada en ley o por medio de requisiciones militares, por lo que
no puede ser asimilado al régimen legal previsto por el art. 18 de la ley 19.550 (...)".

7. La responsabilidad de los socios, los administradores y quienes actuaron como tales en la gestión social,
responden ilimitada y solidariamente por el pasivo social y los perjuicios causados.

Dicha responsabilidad ha sido extendida por la jurisprudencia, en el caso "Banco Municipal de la Ciudad de


Buenos Aires c/ Citanova SA" antes citado, a la persona que ostenta el carácter de socio simulado de la
sociedad, si con su accionar presta la cooperación que facilita la comisión del delito, y también al socio
oculto, por aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550.

§ 2. Sociedades de objeto lícito que realizan actividades ilícitas

El caso de las sociedades de objeto lícito, pero de actividad ilícita, contemplado en el art. 19 de la ley 19.550
constituye otro supuesto de nulidad absoluta, que el legislador ha expresamente previsto en beneficio de la
comunidad y en protección de los intereses generales.

Se diferencia del supuesto previsto por el art. 18, en que en este supuesto la ilicitud de la actuación ha sido
el motivo que los socios fundadores tuvieron en cuenta a los fines de constituir la sociedad, mientras que en
el segundo supuesto, esto es, el previsto por el art. 19, mientras la sociedad cumple su objeto social en
forma normal, desarrolla con habitualidad o permanencia una actividad ilegítima.

El ejemplo más claro de sociedades con objeto lícito y actividad ilícita la encontramos cuando la sociedad
lleva una contabilidad paralela o realiza parte de su operatoria "en negro", y así lo ha destacado la
jurisprudencia(497), al afirmar que "El uso y abuso de la sociedad, para efectuar negocios clandestinos,
denominados en negro, en beneficio directo de los socios, sin el pertinente registro contable o con una
doble contabilidad, una caja especial y una cuenta bancaria a nombre de terceros indica, a la par que evitar
fraudulentamente el pago de obligaciones impositivas y previsionales, entre otras, distorsionar el fin lícito
del sujeto de derecho, burlando su patrimonio. Esto es, excediendo las razones de la regulación legal del
llamado recurso técnico, que constituye la personalidad jurídica de la sociedad, habilitada dentro o limitada
por los alcances queridos por la ley 19.550, la cual se encarga, en los arts. 18 y 19, de determinar el camino a
seguir en los casos de violaciones (...)".

Como se sostuvo en el caso "Quarti Jorge y otro c/ Italbó Sociedad de Responsabilidad Limitada", dictada por
el Juzgado en lo Civil y Comercial, 26 Nominación de la Ciudad de Córdoba en fecha 26 de mayo de 1986, la
fuerza convictita de la sanción prevista por el art. 19 de la ley 19.550 radica en la misma disolubilidad, pues
ello implica la disolución de la sociedad y la consecuente privación, a todos los socios, del medio jurídico
instrumentalmente apto para desarrollar su actividad económica, lo cual lleva después a un régimen
específico de la liquidación que se aplicará a todos los socios que no logren acreditar su buena fe.

Otro supuesto de aplicación del remedio previsto por el art. 19 de la ley 19.550 se presentó cuando una
sociedad comercial, constituida a los fines de la realización de actividades financieras —intermediación
habitual entre la oferta y la demanda de recursos financiero—, luego de inscripta en el Registro Público de
Comercio, comenzó a operar sin la imprescindible autorización del Banco Central de la República
Argentina(498). Se sostuvo que resulta procedente disponer la nulidad de la sociedad, por aplicación de lo
dispuesto en el art. 19 de la ley 19.550, si de las pruebas aportadas en el expediente, surge indudable que la
sociedad demandada enmarcaba su actuación comercial en forma continuada dentro del ámbito de la
intermediación financiera, la cual fue concretada sin haberse cumplido con los requisitos legales exigidos a
tal efecto(499).

Parte de la doctrina sostiene que la realización de actividades ilícitas por parte de la sociedad, por tratarse
de una actuación de desviación del objeto social, no resulta procedente la declaración de nulidad, sino que
solo produce su disolución y se procede a su liquidación(500). Esta interpretación parte de un análisis
exegético de la norma del art. 19, en tanto textualmente prescribe que "Cuando la sociedad de objeto lícito
realizare actividades ilícitas, se procederá a su disolución y liquidación a pedido de parte o de oficio...",
olvidando que dicha norma está inserta en la Sección 3ª del Capítulo I de la ley 19.550 titulado "Del régimen
de nulidad", siendo la realización de actividades ilícitas un claro supuesto de nulidad societaria.

Una interpretación finalista y coherente del texto del art. 19 de la ley 19.550 lleva a concluir que, ante un
supuesto de sociedad con objeto lícito y actividad ilícita, el juez debe declarar la nulidad de dicha sociedad, y
proceder a su inmediata disolución y liquidación, pues como hemos antes señalado, y al tener la declaración
judicial de invalidez efectos para el futuro, las relaciones societarias y comerciales de la sociedad, anteriores
a esa declaración judicial, deben ser objeto de liquidación. Repárese que, de configurar el supuesto en
análisis una hipótesis de disolución, ella debería estar incluida dentro de los supuestos de disolución prevista
en el art. 94 de la ley 19.550 y no entre las causales que determinan la nulidad de la sociedad. Por otro lado,
vale la pena reiterar que, por las especiales características del negocio societario, siempre la declaración de
nulidad importa el acaecimiento de una causal de disolución.

La norma del art. 19 de la ley 19.550, además del mencionado caso "Quarti c/ Italbó SA" al cual hemos hecho
referencia, y que autoriza la declaración de la nulidad de la sociedad ante la falta de registración contable de
determinadas operaciones sociales en forma habitual, y que bien puede extenderse a la omisión en registrar
—total o parcialmente— al personal en relación de dependencia, encontró asimismo adecuado ámbito de
aplicación en materia de sociedades constituidas en el extranjero que desarrollan su actividad en la
República Argentina, sin cumplir con las exigencias de publicidad previstas por la ley 19.550 y por las
reglamentaciones de la Inspección General de Justicia.

Se trató del caso "Biasider Sociedad Anónima s/ denuncia", tramitado ante la Inspección General de Justicia,
en donde se constató que dicha sociedad, constituida en la República Oriental del Uruguay bajo la vigencia
de la ley 11.073 de ese país —sociedad off shore— llevaba a cabo un parte fundamental de su actividad
habitual en la República Argentina, sin cumplir con la norma que, en el caso de las sociedades del exterior, es
habilitante de ella, esto es, el cumplimiento de lo dispuesto por el art. 123 de la ley 19.550, lo cual, a juicio
de la autoridad de control autoriza a calificarla como ilícita, con las consecuencias previstas en el art. 19 de
la referida normativa(501). Cabe consignar al respecto la inclusión de las sociedades off shore dentro del
ámbito del art. 19 de la ley 19.550 fue sostenida con sólidos argumentos por el profesor de Córdoba, Efraín
Hugo Richard, al cual la aludida resolución de la IGJ hizo expresa referencia(502).

La norma del art. 19 de la ley 19.550 presenta un problema de interpretación, en tanto el legislador no ha
aclarado si para la declaración judicial de nulidad de la sociedad, es necesario un solo acto violatorio de la ley
o si, por contrario, es requerible una actuación de mediana permanencia, siendo ésta la solución que mas
me convence, en tanto la primera hipótesis podría afectar la continuación de la actividad empresaria, por
una sola inconducta del administrador, lo que conduciría a resultados no solo no queridos, sino contrarios a
la intención del legislador, que en todo momento a procurado dejar a salvo a la empresa de los conflictos
particulares suscitados entre sus titulares. Parece evidente concluir, habida cuenta la redacción del art. 19
de la ley 19.550, y en especial a la referencia efectuada en torno a la buena fe de los socios que estuvieron
ignorantes de la actividad ilegítima desarrollada por los administradores, que el fundamento de la gravísima
sanción prevista en esta norma radica en que, salvo alguna excepción que es dable admitir, todos los
administradores y los integrantes de la sociedad han consentido la realización de la actividad ilícita, y de allí
que la declaración de nulidad es sanción harto justificada.

Ello no implica, de manera alguna, sostener que la ley 19.550 no sanciona con severidad los actos ilegítimos
realizados por los administradores de sociedades comerciales, aún consentidos por los socios, pero para
poner remedio a esa situación basta la promoción de las acciones de responsabilidad contra los
administradores que lo ejecutaron (arts. 59, 274 y ss., LSC) o la imputación de las consecuencias de dichos
actos a los socios que la consintieron (art. 54, párrafo 1º), sin distinción entre socios limitada o
ilimitadamente responsables.

Finalmente, el artículo en análisis prevé, frente a la declaración de nulidad de las sociedades de actividad
ilícita —que obviamente es absoluta—, los mismos efectos que los previstos en el art. 18, para las
sociedades de objeto ilícito, pero deja a salvo los derechos de los socios que acrediten su buena fe, de
reclamar lo que les correspondiera en la liquidación de la sociedad, eximiéndolos de la responsabilidad
ilimitada y solidaria por el pasivo social y los perjuicios causados. Claro está que como el art. 19 elimina la
regla de la presunción de buena fe de los socios, para quienes es difícil pensar que puedan ser ajenos a una
actividad ilícita permanente, determina la presunción iuris tantum de su mala fe, cargando cada uno de ellos
la prueba de su desconocimiento de la ilicitud de los actos de la sociedad, y ello en razón tanto de su
negligencia en el control de los negocios sociales, como por las dificultades de prueba para determinar la
mala fe, lo que en definitiva facilitaría la impunidad(503).

§ 3. Compatibilización entre los arts. 19 y 54 último párrafo de la ley 19.550

¿Resultan compatibles las soluciones previstas por los arts. 19 y 54 último párrafo de la ley 19.550?

Nuestra opinión es afirmativa, pues la norma del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 - la cual, como
vimos, imputa la actuación de una sociedad que encubra fines extrasocietarios o constituya un recurso para
violar la ley, el orden público, la buena fe o los derechos de terceros, a los socios o a los controlantes que la
hicieron posible, quienes responderán solidaria e ilimitadamente por los perjuicios causados - constituye un
remedio previsto de la ley para sancionar a quienes utilizan la sociedad para provecho propio o con fines
ilícitos, imputándole directamente la autoría de esos actos y las consecuencias patrimoniales de ellos, sin
que tal imputación requiera actuación permanente, a diferente de lo que acontece con la solución prevista
por el art. 19 en análisis, que requiere, para hacer procedente la declaración judicial de nulidad de la
sociedad, haber enfocado una actuación permanente y no aislada, en contra de la ley o en perjuicio de
terceros.

§ 4. Las sociedades de objeto prohibido

Finalmente, el art. 20 de la ley 19.550 contempla el caso de las llamadas "sociedades de objeto prohibido",
que son aquellas —conforme lo expuesto en la Exposición de Motivos— que por su tipo tengan un objeto
prohibido por la ley.

La ley parece referirse a los casos en que, teniendo en cuenta la importancia económica de determinadas
empresas —que para desarrollarse requieren la concentración de capitales— nuestra legislación exige que
las mismas deben ser llevadas a cabo por sociedades que adopten determinado tipo social. Tal es el caso de
la actividad bancaria y financiera, la de gestoría en los fondos comunes de inversión y las empresas
aseguradoras, que sólo pueden ser llevadas a cabo por sociedades anónimas o, en el último de los casos, por
sociedades cooperativas o de seguros mutuos.

El objeto prohibido, como se ha sostenido, no implica ilicitud(504)sino que esa prohibición se refiere a
objetos vedados a ciertos tipos de sociedades, no por cuestiones de fondo sino de forma(505), lo cual nos
una solución cuanto menos discutible, pues bastaría exigir un determinado capital social para el desarrollo
de tales actividades que, muchas veces, parecería preferible que sean desarrolladas por sociedades con
responsabilidad ilimitada y solidaria de los socios, conforme la experiencia que hemos vivido reiteradamente
en nuestro país, donde la responsabilidad limitada parece haber sido tenida en cuenta, más que como un
beneficio adicional para la concentración de capitales, como un seguro de impunidad frente a la inexistencia
de fondos sociales, en perjuicio de los terceros.

Precisamente, teniendo en cuenta que la prohibición del art. 20 de la ley 19.550 no implica ilicitud, es que la
ley, si bien sanciona con la nulidad absoluta a la infracción de lo allí dispuesto, deja a salvo el derecho de los
socios de repartirse el eventual remanente de liquidación que les pudiera corresponder, manteniendo para
todos sus socios y administradores la responsabilidad solidaria e ilimitada por el pasivo social y los perjuicios
causados. Sin embargo, y habida cuenta de aquella circunstancia —inexistencia de ilicitud— no se entiende
como el art. 20 de la ley 19.550 no consagra excepción a la responsabilidad solidaria e ilimitada de los socios,
como lo ha hecho ante la hipótesis de actividad ilícita prevista por el art. 19, donde los socios que
desconocían esa actividad pueden eximirse de tan amplia responsabilidad. Esto es una gravísima
incongruencia que una futura reforma legislativa debe poner remedio.
Jurisprudencialmente se han registrado muy pocos casos de nulidad sociedades por objeto prohibido. El más
destacado de ellos, que encuadra la actividad bancaria realizada por una sociedad sin la autorización del
Banco Central de la República Argentina dentro del ámbito del art. 20 de la ley 19.550, fue dictado por
la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en el caso "Bunge Sociedad de Hecho s/quiebra"(506)de
la sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial", aportó una solución equivocada desde todo
punto de vista, pues como hemos visto, se trata de un supuesto de actividad ilícita, enmarcada en lo
dispuesto por el art. 19 de la ley 19.550, en tanto ninguna sociedad puede actuar legalmente con
anterioridad a la obtención de su habilitación por parte de los organismos estatales permanentes, cuando
una expresa disposición legal requiere expresa autorización de los mismos.

Para terminar, es necesario dejar aclarado que el régimen liquidatorio previsto por los arts. 18 a 20 de la ley
19.550 es aplicable exclusivamente a las hipótesis previstas en cada una de esas normas y a todos aquellos
casos en que la declaración judicial de nulidad es aplicada como sanción, pero no a otros supuestos, en los
cuales el legislador ha reservado la invalidez, frente a otras alternativas que no suponen dolo en sus agentes.
Para ellas —ejemplo de las cuales encontramos en los arts. 27 y 32 de la ley 19.550— la declaración de su
nulidad importa su disolución, ingresando directamente a la etapa liquidatoria, con estricta aplicación de las
normas contenidas en la Sección XIII de la ley 19.550.

§ 5. Sociedades simuladas

Una gravísima omisión del legislador societario la constituye la falta de toda regulación sobre las sociedades
simuladas dentro de la Sección 3º del Capítulo I de la ley 19.550, que trata sobre el régimen de nulidad de las
sociedades comerciales, en tanto el fenómeno de las sociedades que se constituyen para encubrir otro
negocio, esconder un patrimonio o una actuación personal constituye cosa de todos los días y fenómenos
mucho más frecuentes que las hipótesis previstas por los arts. 18 a 20 de la ley 19.550.

Esa omisión, por obviedad, no autoriza a sostener la validez de las sociedades simuladas, pues el régimen de
la personalidad jurídica no puede ser utilizada en contra de los intereses superiores de la sociedad ni de los
derechos de terceros(507)y además, por aplicación de la siempre recordada y vigente nota de Vélez Sarsfield
al derogado art. 3136 del Código Civil, quien expuso que "sería un deshonor de la ley que los jueces cerrasen
sus ojos ante una conducta fraudulenta y permitieran que esta triunfara". Con otras palabras, la sociedad
simulada, constituida con la finalidad de perjudicar a terceros, constituye una actuación ilegítima que
acarrea su nulidad absoluta, pues ella afecta intereses de orden general, y si bien los arts. 17 a 20 de la ley
19.550 enumeran una serie de supuestos de nulidad de las sociedades comerciales (atipicidad, objeto ilícito,
actividad ilícita y objeto prohibido), ello no descarta la aplicación de los principios generales sobre la
ineficacia de los actos jurídicos previstos por los arts. 382 a 395 del Código Civil y Comercial de la Nación al
contrato de sociedad comercial(508).

La doctrina y la jurisprudencia suelen distinguir, en forma unánime entre la simulación de las sociedades y la
simulación en las sociedades, en tanto la primera afecta la constitución del ente, ya sea mediante la creación
de una sociedad que carece de realidad o bien porque disimula bajo la apariencia societaria la celebración
de un negocio distinto. Por su parte, la simulación en la sociedad supone que el ocultamiento tiene lugar
durante la vida del ente(509), aprovechándose las estructuras de la sociedad, para esconder negocios
personales de su sujeto controlante.

La jurisprudencia ha aportado un claro ejemplo que permite aclarar cuando estamos en presencia de la
simulación de una sociedad de una simulación en una sociedad, y en tal sentido se ha resuelto que un claro
ejemplo de actos societarios in fraudem legis, en sentido genérico, lo constituye la transmisión de acciones
que encierran una donación inoficiosa, mientras que un ejemplo de fraude a la ley lo constituye la creación
de una sociedad al solo efecto de cambiar el estatuto legal de transmisión de los bienes en caso de muerte,
aplicando el estatuto societario en lugar del estatuto imperativo de las sucesiones; la creación de una
sociedad ficticia con el fin de evitar la división por mitades de los bienes gananciales o de evitar la
prohibición de que los funcionarios del Poder Ejecutivo adjudiquen licitaciones privadas de precio a
empresas de su propiedad(510).

La simulación en la constitución de sociedades se convirtió, en los últimos años, en una patología que
merced a su reiteración llegó a ser incluso tolerada y a veces justificada por la comunidad, invocándose para
ello y fundamentalmente, razones de índole patrimonial y fiscal. Este extraño fenómeno, incentivado incluso
por profesionales del derecho y de las ciencias contables, se presentó a través de sus dos clásicas variantes:
a) mediante la constitución de las sociedades de cómodo, esto es, en las cuales un socio reviste el carácter
de dueño de todo el capital accionario, menos una sola acción o cuota social, que es colocada por lo general
en cabeza del pariente más cercano y b) mediante la constitución de sociedades constituidas en paraísos
fiscales, comúnmente denominadas sociedades off shore, cuya estructura se llegó a comprar, por pocos
pesos, en cualquier oficina de la city porteña y que servían para cualquier propósito, siempre ilegítimo(511).

Ya nos hemos referido, al comentar el art. 1º de la ley 19.550, el objetivo que se persigue al constituirse una
sociedad sustancialmente unipersonal, pero formalmente pluripersonal, que instrumentalmente exhibe la
presencia de dos socios, uno de ellos como titular de unas pocas cuotas o acciones, aportando a la sociedad
una ínfima suma de dinero: se trata de un burdo artilugio para evitar la responsabilidad ilimitada que
nuestro derecho impone al comerciante o empresario individual y que pretende ser frustrada —en obvio
perjuicio de terceros— mediante la constitución de una sociedad que ofrece tales características.

Bien es cierto que la ley 26.994, de reformas a la ley de sociedades comerciales, admitió las sociedades
anónimas unipersonales, pero ello no implica convalidar la actuación de las "sociedades de cómodo", ni la
consagración legal de las sociedades de un solo socio, abren el camino para tolerar las sociedades simuladas,
sobre las cuales, la jurisprudencia tanto administrativa como judicial había reaccionado en el año 2004, y
luego de tolerar la proliferación de sociedades de estas características durante años, se resolvió la
procedencia de la declaración de nulidad del acto constitutivo de una sociedad comercial por simulación
ilícita, al padecer como vicio intrínseco la infracción a la pluralidad de sujetos exigida por la ley 19.550, toda
vez que en nuestro derecho no es admisible la limitación de responsabilidad del empresario individual por
vía de la constitución simulada —ante la inexistencia de pluralidad de socios— de una sociedad de
responsabilidad limitada, pues sucede que la simulación no puede reputarse "inocente" en la medida en que
persiga estatuir una irresponsabilidad parcial en apartamiento de la ley y con potencial afectación del
derecho de los terceros cocontratantes, quienes no van a poder contar con el patrimonio íntegro del
comerciante individual como prenda común por las obligaciones contraídas mediante la sociedad simulada,
lo que la convierte en ilícita(512).

Del mismo modo, y en lo que respecta al fenómeno que es conocido en ciertos círculos como "operatoria off
shoring", de la cual las sociedades extranjeras constituidas en paraísos fiscales que operan en nuestro país
constituyen su mejor ejemplo, la Inspección General de Justicia dictó una serie de resoluciones generales
(resoluciones generales 7/2003; 8/2003; 12/2003; 2/2005; 3/2005 y 9/2005) tendientes a acabar con esas
entidades ficticias, creadas por lo general para evadir el cumplimiento de obligaciones fiscales, ocultar
patrimonios, defraudar a los herederos, a la sociedad conyugal, a los proveedores, a los trabajadores y, en
general, a la gente común, que no acostumbra a actuar enmascarada, como lo hacen quienes utilizan esas
meras pantallas societarias, para ocultar su actuación personal y su patrimonio. A dichas sociedades nos
dedicaremos al estudiar los arts. 118 a 124 de la ley 19.550, a cuyos comentarios corresponde remitir.

La acción judicial de nulidad por simulación en la constitución de sociedades o en la actuación de éstas


genera por lo general —y como acontece en toda acción promovida en los términos de los arts. 333 a 337
del Código Civil y Comercial de la Nación— un grave problema de prueba, en especial cuando se trata de
demandas promovidas por terceros, víctimas de las maniobras de aquellos que se esconden o ocultan su
patrimonio detrás de esas entidades fantasmas. Sin embargo, y desde antiguo, ha sido universalmente
aceptado que en este tipo de juicios, la prueba de presunciones reviste esencial importancia, siendo entre
muchas otras, las que se expondrán a continuación, de conformidad con la riquísima casuística que exhibe la
jurisprudencia de nuestros tribunales y de la autoridad de control:

a) Los vastísimos alcances del poder otorgado por la sociedad extranjera a sus apoderados en la República
Argentina que los facultan para hacer lo que quisiesen en el país, a su exclusivo antojo(513).

b) La circunstancia de que la única actividad comercial llevada a cabo por la sociedad anónima a lo largo de
su extensa historia fue exclusivamente el arrendamiento de los campos destinados a la explotación
agropecuaria, explotación cuyos resultados pecuniarios nunca fueron ingresados a la sociedad, sino
embolsados directamente por quienes eran los titulares de la totalidad del paquete accionario de aquella
compañía, sin ningún tipo de injerencia de quienes integraron su directorio y sindicatura(514).

c) Cuando todas las operaciones celebradas en la República Argentina por la sociedad extranjera, haya sido
adquirir bienes de una misma persona física(515).

d) La situación estática de los bienes de una sociedad comercial, lo cual constituye situación inconciliable con
los fines que debieron constituir el motivo de la formación de dicha compañía(516).
e) La falta de toda actividad comercial de la sociedad extranjera en su país de origen como en la República
Argentina, siendo solo titular de un inmueble que se destina al disfrute personal del apoderado de dicha
sociedad en nuestro país(517).

f) La desproporción entre los aportes de uno y otro socio; las ventajas enormes conferidas a un socio quien
con un aporte aparente ejercía el control de la sociedad; la inexistencia de documentación que acredite tales
aportes y el aporte a la sociedad de todos sus bienes por uno de los socios sin previo estudio y análisis de sus
estatutos(518).

g) La transferencia reiterada de distintos bienes sociales efectuadas en conjunto, por un precio recibido con
antelación y en las que aparecen como compradores personas que son insolventes o con escasos recursos
económicos(519).

h) El desconocimiento de los socios fundadores entre sí y que uno de ellos se dedique a hacer trabajos de
mantenimiento para el estudio contable que se encargó de la constitución de la sociedad denunciada por
simulación(520).

i) La conservación del patrimonio por su titular(521).

j) Las discrepancias entre los libros sociales sobre las verdaderas titularidades accionarias en la sociedad
filial, que constituyen otra presunción sobre la insinceridad de las sociedades extranjeras que aparecen
como titulares de la mayoría del paquete accionario de aquella sociedad(522).

k) La conservación del cargo de director o administrador de la sociedad por quien ha vendido sus acciones en
la sociedad, absteniéndose de hacerlo el adquirente de las mismas, lo que ha sido calificado como una
aplicación, al negocio societario, de la llamada retentio posesionis, que es, desde siempre una de las pruebas
capitales de la simulación de los actos jurídicos(523).

l) Cuando el inmueble adquirido por la sociedad extranjera excede notoriamente las necesidades de la sede
de una sociedad que se inscribió en el Registro Público de Comercio en los términos del art. 123 de la ley
19.550, esto es, para participar de sociedades locales, y cuyas comodidades no son las de una oficina
comercial, sino las propias de una propiedad de lujo (piscina, cancha de tenis, amplios lotes, etc.)(524).

m) La falta de presentación de los estados contables a la Inspección General de Justicia, desde su misma
constitución, que constituye una presunción en contra con respecto al normal funcionamiento de una
sociedad comercial(525).

Reviste especial importancia reparar en la doctrina del caso "Torrillate Daniel Alfredo s/ quiebra contra
Sheppell Group SA y otros s/ ordinario", dictado por la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, del 31 de agosto de 2016, y el fallo "Petroex Uruguay SA, le pide la quiebra el Banco General de
Negocios" de fecha 25 de octubre de 2016, dictado por la sala E del mismo tribunal, donde, siguiendo al
dictamen de la Fiscal de Cámara interviniente, la Dra. Gabriela Fernanda Boquin, se ratifica el carácter de
simulada e ilícita de las sociedades off shore, y se pone de manifiesto la importancia de su actuación cuando
se las utiliza para insolventar un persona humana o jurídica y trasvasar sus bienes a terceros.

En el primero de los casos, "Torrillate", se hizo lugar a una demanda interpuesta por la sindicatura de la
quiebra y al pedido de nulidad, por simulación ilícita, de la compraventa celebrada entre el fallido y una
sociedad off shore uruguaya (SAFI), respecto de un inmueble sito en un importante club de campo de la
Provincia de Buenos Aires. En este precedente, el tribunal discurrió largamente sobre la prueba de la
simulación, destacando, como indicio suficiente a tal fin, el hecho de que el vendedor del inmueble continuó
viviendo en el inmueble transferido a la sociedad off shore, ejerciendo su posesión por más de diez años,
con posterioridad a la escritura traslativa de dominio. Por su parte, en su correspondiente dictamen, la
representante del Ministerio Público ante ese tribunal de alzada, la Dra. Gabriela Boquin, basó su dictamen,
proclive a la declaración de nulidad de los actos atacados por la sindicatura, en la intervención de la sociedad
"Sheppell Group SA" en todo este episodio, extendiéndose sobre la naturaleza de las sociedades off shore, a
las cuales calificó como verdaderas herramientas para el ilícito.

En el otro caso, "Petroex Uruguay SA", el objeto de dicho juicio fue la extensión de quiebra del Banco
General de Negocios a dicha sociedad, constituida en la República Oriental del Uruguay al amparo de la ley
11.073 dicho país, tratándose de una compañía constituida en el año 1994, que no se ajustó a las
resoluciones dictadas por la Inspección General de Justicia a partir del año 2003 y que exhibía la
particularidad de desempeñar toda su actividad en la República Argentina, a través de una sucursal, sin
existir casa matriz en su país de origen.

Ahora bien, la legitimación pasiva en materia de acciones judiciales de nulidad por simulación del acto
constitutivo de la sociedad presenta también algunos inconvenientes, en tanto que ha sido objeto de
discusión en la doctrina y la jurisprudencia si es la sociedad la que debe ser demandada exclusivamente,
como sujeto de derecho con personalidad jurídica propia(526), o son sus integrantes, con prescindencia de
aquella. Por mi parte, participo de la idea de que tanto la sociedad como los integrantes de la misma deben
ser traídos a juicio(527), pero por diferentes motivos: en cuanto a los socios, éstos han sido los que han
participado en la celebración de un acto carente de toda validez y creado un sujeto de derecho con fines
ilegítimos, y en cuanto a la sociedad, porque su carácter de tal, independiente de la personalidad de sus
socios, le obliga a ser parte en un proceso donde se discute su validez y que puede termina en su extinción
como persona jurídica.

Finalmente: ¿Puede la autoridad de control iniciar acciones judiciales de nulidad por simulación basados en
la creación ficticia de sociedades?

Si bien es cierto que el art. 303 de la ley 19.550 no incluye a la facultad de la Inspección General de Justicia
para promover demandas por nulidad por simulación de las sociedades inscriptas ante el registro Público a
su cargo, es de toda evidencia su legitimación activa, toda vez que: a) Como autoridad de control del
funcionamiento de sociedades comerciales, la Inspección General de Justicia debe evitar, con su accionar, la
existencia o circulación de sociedades ficticias o creadas con fines ilegítimos o extrasocietarios, toda vez que
la verdadera composición del elenco de socios de toda compañía mercantil, cualquiera fuere su tipo, es dato
de evidente interés para toda la comunidad; b) No puede pretenderse que la autoridad de control deba
asistir impávida a la constitución de sociedades que se desvían ostensiblemente de los fines pretendidos por
el legislador y de los recaudos a los que se sujeta aquella constitución, toda vez que se encuentra
comprometido el interés público cuya tutela constituye el fundamento mismo del control que se pretende
cuestionar(528).

De manera tal que, ante la existencia de sociedades ficticias, creadas a los fines de perjudicar a terceros, la
Inspección General de Justicia debe actuar en forma inmediata para preservar a la comunidad de semejantes
instrumentos, que nada tienen que ver con la intención que tuvo el legislador societario al consagrar a la
sociedad comercial como un instrumento de concentración de capitales para el desarrollo de determinados
emprendimientos mercantiles.

Sección IV - De las sociedades no constituida según los tipos El Capítulo II y otros supuestos

ART. 21.—

Sociedades incluidas. Las sociedades que no se constituyan con sujeción a los tipos del Capítulo II, que omita
requisitos esenciales o que incumpla con las formalidades exigidas por esta ley, se rige por lo dispuesto por
esta Sección.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 2º, 7º, 17, 22 a 26. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 173. LSC Uruguay:
art. 36.

§ 1. Introducción. Régimen legal aplicable. Breve panorama histórico de las sociedades no constituidas
regularmente

Si se tiene en cuenta el fenómeno de la concentración de capitales en compañías mercantiles donde sus


integrantes limitan la responsabilidad del riesgo empresario como una característica relevante del derecho
comercial moderno, podría sostenerse que la problemática de las sociedades irregulares o de hecho ha
dejado de tener importancia ante las actuales tendencias del derecho mercantil.

Sin embargo no ocurre así, no sólo a nivel general del derecho comparado privado, sino que, dentro de
nuestra realidad, también las cuestiones relativas a las sociedades no constituidas regularmente son materia
cotidiana de la preocupación de los abogados y las decisiones de los jueces, que deben brindar las soluciones
necesarias, ante los conflictos que se suscitan en torno a ellas.
La existencia de sociedades no constituidas regularmente no necesariamente responde a la negligencia o
dejadez de sus integrantes, como podría suponerse. Tal hipótesis es frecuente pero no única, pues la propia
dinámica de la actividad mercantil impone, en la generalidad de los casos, la realización de operaciones
comerciales con anterioridad al cumplimiento de los trámites de inscripción de la sociedad, e incluso, a la
firma del contrato constitutivo de sociedad. Es más, puede afirmarse que por lo general, la realización de
operaciones comunes es previa a la suscripción de ese instrumento.

Sin embargo, y como lo analizaremos con mayor profundidad en los párrafos siguientes, no puede afirmarse
que, como regla general, la concertación de operaciones mercantiles realizadas por la sociedad con
anterioridad a la inscripción del contrato constitutivo implica necesariamente calificar a la misma como
sociedad de hecho o irregular. Los arts. 183 y 184 de la ley 19.550 que legislan sobre el fenómeno de las
sociedades en formación imponen esta conclusión.

La reglamentación de las sociedades no constituidas regularmente es de vieja data en nuestro país. El art.
269 del Código. de Comercio "derogado por la ley 19.550" expresaba en su parte pertinente que: "La
sociedad que no se haga constar por escrito y cuyo instrumento probatorio no se haya registrado, será nula
para el futuro, en el sentido de que cualquiera de los socios podrá separarse cuando le parezca, pero
producirá sus efectos respecto de lo pasado, en cuanto a que los socios se deberán dar respectivamente
cuenta, según los principios del derecho común, de las operaciones que hayan hecho, y de las ganancias o
pérdidas que hayan resultado...".

Por su parte, la ley 19.550, trató de organizar, en la Sección IV (arts. 21 a 26), un sistema tendiente a adecuar
a la realidad jurídica la problemática de las sociedades de hecho con objeto comercial y de los tipos de
sociedad autorizados por la ley, que no se hubieran constituido regularmente por falta de cumplimiento de
algún recaudo formal. No debemos olvidar que por su parte, el derogado Código Civil incorporaba expresas
normas para legislar a las sociedades con objeto no mercantil, que no hubieran cumplido con las
formalidades propias de constitución (art. 1184 inc. 3º).

Sin embargo, el legislador mercantil de 1972 no las consideró como un tipo social propiamente dicho, al
igual que las contempladas en el Cap. II de la ley 19.550, sino como una clase de las sociedades constituidas
en infracción al mismo régimen societario. Una prueba de esto es que las normas que rigen su
desenvolvimiento (arts. 21 a 26) obran a continuación del régimen de nulidad, lo cual demuestra
acabadamente la intención de aquél.

Si bien no las ha ignorado — lo que resultaba imposible debido a que el comercio, en una importante
medida, se desarrolla teniéndolas como sujetos intervinientes —, les aplicó un régimen evidentemente
sancionatorio, a través de una serie de disposiciones que llegaron incluso a prohibir la invocación de las
cláusulas contractuales entre los mismos socios, lo cual fue sanción que excedía notoriamente la infracción
cometida, permitiéndose de esa forma a que cualquiera de los socios pueda disolver la sociedad en forma
intempestiva, lo cual era consecuencia de ese cuestionable régimen de inoponibilidad.

Es importante destacar que la ley 19.550 reemplazó, en relación con el régimen del Código de Comercio, la
sanción de nulidad por la de la inoponibilidad absoluta de las cláusulas del contrato social, incluso entre los
mismos socios. Esto se basó precisamente en la falta de inscripción del contrato constitutivo en el Registro
Público de Comercio, que impide que los terceros se instruyan del contenido de sus cláusulas, pero esta
explicación no resultaba suficiente en la medida en que la ley 19.550 prohibía la invocación del instrumento
aun entre los mismos socios (art. 23, párr. 2º, ley 19.550), criterio éste que podría encontrar fundamento en
la necesidad de desalentar a los integrantes de la sociedad irregular o de hecho, pero de ninguna manera
conformaba a nadie, pues lesionaba el principio general que, en materia contractual, preveía el hoy
derogado art. 1197 del Código Civil.

La jurisprudencia de nuestros tribunales — posterior a la ley 19.550— interpretó estrictamente el espíritu de


la ley mencionada. No obstante, la doctrina intentó morigerar la gravedad de las soluciones previstas en los
arts. 21 a 26 de la ley 19.550, pues el régimen de disolución intempestiva a que alude el art. 22, resultaba
muchas veces no sólo inconveniente, sino también perjudicial tanto para los socios como para el comercio
en general. Al resultar improcedente el régimen de resolución parcial que para las sociedades regularmente
constituidas prevén los arts. 89 al 93 de la ley 19.550 — y que resulta inaplicable para las sociedades
irregulares o de hecho, pues implicaba alegar las cláusulas del contrato social, lo cual se encontraba por
entonces vedado —, no quedaba otra alternativa, frente a la voluntad disolutoria de cualquiera de los
socios, que disolver la sociedad, liquidando la sociedad y poniendo fin al fondo de comercio sin beneficio
para nadie, cuando el problema podría solucionarse por vía de un receso voluntario. Obviamente, y como no
podía ser de otra manera, en la práctica se ignoraba este inconveniente con la venta de la parte societaria
por el socio disolvente, cuando ello era posible, quien, a pesar de su alejamiento, debía soportar el régimen
de responsabilidad previsto por la ley durante toda la existencia de la sociedad, aún con posterioridad a su
alejamiento.

Estos inconvenientes fueron comprendidos inmediatamente por nuestra doctrina, quienes en todos los
congresos y jornadas de derecho societario celebrados entre los años 1972 (año de la sanción de la ley
19.550) hasta el año 1983, en que fue sancionada la ley 22.903 de reformas a ese ordenamiento legal,
presentaron innumerables iniciativas para modificar el régimen legal de estas sociedades, propugnando la
necesidad de instituir un régimen de regularización y de posibilitar el retiro de cualquiera de los socios, sin
afectar a la sociedad.

La ley 22.903, sancionada en 1983 y que reformó en gran parte la ley 19.550, no ignoró la importante red de
negocios que se desarrollan en torno a esta clase de sociedades, pero enfocó su tratamiento desde una
óptica radicalmente diferente, pues no será ya la severidad de su tratamiento legal la que obligará a los
socios a la liquidación de la sociedad que integran, sino que, por vía del procedimiento de regularización que
ha introducido el nuevo art. 22, se posibilitará su perfeccionamiento y adecuación a uno de los tipos
previstos en la ley 19.550.

Esquemáticamente y sin perjuicio de un posterior desarrollo del tema, la ley 22.903 introdujo, en relación
con las sociedades constituidas regularmente, dos innovaciones fundamentales: a) El aludido régimen de
regularización y b) La viabilidad del retiro de uno o varios socios, disconformes precisamente con el
procedimiento de regularización, evitando de esa manera el riguroso régimen de disolución que consagraba
el anterior art. 22 de la ley 19.550, en su versión original.

Resulta ponderable la reforma efectuada por la ley 22.903 a los arts. 183 y 184 de la ley 19.550, de cuyos
términos, conforme a la actual redacción, puede concluirse, sin discusión alguna, que la realización de las
actividades propias al objeto social durante el trámite de constitución de la sociedad, no le quita a la misma
el carácter de ente en formación ni la convierte en sociedad irregular, como había sido sostenido sin
reservas durante la vigencia de la ley 19.550.

§ 2. La reforma efectuada por la ley 26.994. Cambios de paradigma en esta materia

Dentro de las modificaciones más sustanciales efectuadas por la ley 26.994(529)a la ley de sociedades
comerciales —hoy Ley General de Sociedades— como consecuencia de la sanción del Código Civil y
Comercial de la Nación (en adelante CCyCN), se encuentra la derogación del régimen de las sociedades
irregulares o de hecho, que se encontraban reguladas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, y la
inclusión, dentro de los nuevos arts. 21 a 26, de un nuevo régimen legal, denominado "De las sociedades no
constituidas según los tipos del Capítulo II y otros supuestos" —a diferencia de la denominación original de
la aludida sección: "De la sociedad no constituida regularmente"— que comprende en su regulación, a todas
aquellas sociedades que no se han inscripto en forma regular, así como a las sociedades que carezcan de
requisitos esenciales —tipificantes y no tipificantes— y finalmente a las hoy denominadas sociedades civiles,
cuyo generoso régimen legal previsto en el derogado Código Civil, ha quedado totalmente derogado.

Costará mucho trabajo, tanto a los abogados como a los catedráticos de las ciencias jurídicas,
acostumbrarnos a este nuevo régimen legal, que nada tiene que ver con el derogado régimen de las
sociedades no constituidas regularmente, teñida de un fuerte acento sancionatorio, el cual, con la
promulgación de la ley 26.994 ha sido definitivamente abandonado. No menos esfuerzo intelectual costará
asimismo incorporar a nuestro criterio jurídico el hecho de que existe una sección en el régimen legal
argentino, dedicado a sociedades que no cumplieron un claro mandato legal, esto es, la inscripción regular
en un registro público, que hayan violado los principios de tipicidad y completividad del contrato social, en
todas las cuales sus integrantes gozan de un régimen de responsabilidad más benigno que algunas
sociedades regularmente constituidas, que sí han cumplido la carga inscriptoria prevista por el art. 7º de la
ley 19.550, como acontece con las sociedades incluidas en la Sección I, II y III del Capítulo 2 del referido
ordenamiento legal (sociedades colectivas, en comandita simple y de capital e industria).

Pero así son las cosas a partir de la entrada en vigencia del Código Civil y Comercial de la Nación —el día 1º
de agosto de 2015—, oportunidad en que deberá entenderse que las sociedades incluidas en la Sección IV
del Capítulo 1º de la ley 19.550 son casi sustancialmente un nuevo tipo legal, aún cuando formalmente dicho
ordenamiento legal no las considere de esta manera, pues continúan siendo legisladas en una sección
denominada "De las sociedades no constituidas según los tipos del Capítulo II y otros supuestos", que
comprenden los arts. 21 a 26 de la ley, sección que se encuentra incluida a continuación del régimen de
nulidad, como si se tratara de una anomalía al régimen societario. Destaquemos que cierta doctrina,
intentando de alguna manera asimilar a esta clase de sociedades con uno de los tipos previstos en el
capítulo II de dicha normativa, se refiere a ellas como un supuesto de "tipicidad de segundo grado",
argumentando que, en los hechos, las mismas se transformarán en un nuevo tipo social, configurándose
entonces una tipicidad de segundo grado, no incluida en el Capítulo II, referido a las sociedades en
particular(530), razonamiento que carece de todo sustento legal, pues no existe, en nuestra legislación
societaria y asociativa, norma alguna que establezca graduaciones en materia de tipicidad societaria.

La nueva denominación de la Sección IV del Capítulo II de la ley 19.550, esto es, "De las sociedades no
constituidas según los tipos del Capítulo II y otros supuestos", es sugestiva aunque plenamente desacertada,
pues parecería que esta sección está dedicada fundamentalmente a las sociedades atípicas, cuando las
principales protagonistas serán —como siempre lo han sido— las sociedades irregulares y de hecho, esto es,
los "otros supuestos" a los que se refiere el referido título. Curiosamente, no existió en más de 40 años de la
vigencia de la ley 19.550, un solo caso de jurisprudencia que interpretara el art. 17 primer párrafo de dicha
ley o que pusiera en debate la existencia de una sociedad comercial carente de requisitos tipificantes, lo que
nos revela que el tema de la atipicidad era solo una preocupación de cierta parte de la doctrina, no
exclusivamente societaria, que participó en la redacción del Proyecto de Unificación del Código Civil y
Comercial del año 2008 y cuyas normas fueron casi enteramente recogidas por la ley 26.994, cuando la
mayor parte de ellas nadie las reclamaba.

La primera crítica que puede formularse a la actual regulación de las sociedades previstas en la Sección IV
del Capítulo I de la ley 19.550 es que el régimen de las sociedades irregulares o de hecho previsto en los arts.
21 a 26 de la ley 19.550 no necesitaba ser derogado sino solo retocado y reformulado en ciertos y
determinados aspectos. Era un régimen basado en largos años de jurisprudencia (1889/1972) y elaboración
doctrinaria y cuyos principios generales —severa responsabilidad de sus integrantes, representación
promiscua de la entidad, régimen amplio de prueba y posibilidad de los socios de dar por finalizado el ente—
no eran discutidos por nadie y estaban plenamente incorporados a nuestra formación jurídica. Solo bastaba
modificar el régimen de oponibilidad interna entre los integrantes de la sociedad y permitir a las mismas la
adquisición de bienes registrables mediante un procedimiento que otorgare suficiente protección a los
terceros, como venía siendo predicado en la mayor parte de los innumerables eventos académicos
celebrados en la República Argentina desde casi la sanción misma de la ley 19.550.

Por otra parte, y eliminadas las sociedades civiles como consecuencia de la derogación de los arts. 1648 a
1788 bis del Código Civil, que pasan a gobernarse, cuando aquellas no se hayan instrumentado mediante
escritura pública, por la sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, en tanto se trata de sociedades "no
constituidas con sujeción a los tipos previstos en el Capítulo II", no resulta satisfactoria la aplicación sin
más a las sociedades civiles vigentes a la fecha de la puesta en vigencia del nuevo Código Civil y Comercial de
la Nación, de las nuevas soluciones previstas legalmente, pues la propia naturaleza de este tipo de
sociedades, con modalidades especiales que las caracterizan —en especial las sociedades de profesionales,
que son cientos y cientos y de ellas, la gran mayoría no constituidas en forma regular— requería una
normativa mucho más detallada y minuciosa en lo que respecta a su funcionamiento, en especial teniendo
en cuenta la diversidad de aportes de sus integrantes y el no siempre uniforme régimen de distribución de
ganancias y pérdidas entre ellos.

Y finalmente —sin perjuicio de algunas otras críticas parciales y puntuales que ofrece la redacción de los
nuevos arts. 21 a 26 de la ley 19.550— todo parece concluir que dentro de su seno quedan comprendidas
tanto las sociedades irregulares y las sociedades de hecho, por ser ambas sociedades que "han incumplido
con las formalidades exigidas por esta ley...", conforme a la actual redacción del art. 21 de la ley 19.550,
aunque bueno es aclararlo, ello constituye un tema sobre el cual hay importantes disquisiciones entre
nuestra calificada doctrina societaria, a punto tal de sostenerse que la sociedad de hecho no está incluida en
este novedoso articulado, pues como analizaremos más adelante, todas las disposiciones incluidas en la
nueva Sección IV del Capítulo I de la Ley General de Sociedades parecen referirse solo a las sociedades
irregulares y no a aquellas sociedades que carecen de todo instrumento de constitución —esto es, las
conocidas "sociedades de hecho"—, toda vez que, conforme a la redacción de estas novedosas disposiciones
legales, prácticamente todo el régimen de oponibilidad de la actuación y de las cláusulas del contrato social
de estas nuevas sociedades entre los socios y frente a terceros está subordinada a la existencia de un
contrato social escrito, cuya ausencia es, precisamente, lo que caracteriza la existencia de las sociedades de
hecho.
Alguna doctrina ha predicado los beneficios de la reforma efectuada por la ley 26.994 en esta materia,
sosteniendo que la nueva Sección Cuarta del Capítulo I de la ley 19.550 debe interpretarse en función de las
necesidades de sus potenciales usuarios, que no son otros que las microempresas, que enfrentan graves
dificultades tanto financieras como operativas, y que requieren instrumentos jurídicos de gran flexibilidad,
bajos costos y una responsabilidad acorde con los riesgos asumidos. Esta manera de razonar, conforme a la
cual las microempresas deberían encontrar en la "Sección Cuarta", un instrumento técnico idóneo para
encausar formalmente sus negocios, fue expuesta por los profesores marplatenses, José David Botteri (h) y
Diego Coste, en reiterados eventos académicos dedicados a la reforma efectuada por la ley 26.994 a las
sociedades mercantiles(531), incurre en el error de identificar a las normas de los arts. 21 a 26 de la ley
19.550 como un nuevo tipo societario, cuando ello no es así, habida cuenta la ubicación de dichas normas en
el ordenamiento societario argentino, siendo lógico concluir que si el legislador hubiera tenido intención de
consagrar un tipo societario especial para las microempresas, lo hubiera incluido dentro del capítulo II de la
ley 19.550 y no como una anomalía al régimen societario.

Pero además de ello, no considero adecuado sostener que por el hecho de tratarse de "microempresas"
ellas merezcan un tratamiento societario, fiscal o laboral más beneficioso que las demás personas que
resuelven constituir una sociedad comercial adaptada a uno de los tipos previstos legalmente. Los
problemas financieros o impositivos que pudieran afectar a los denominados "emprendedores" en nuestro
país no puede constituir un "bill de indemnidad" a la hora de responder frente a terceros por las
obligaciones contraídas ni justificar —máxime cuando se encuentra probado estadísticamente que ellas
generan el ochenta por ciento del empleo irregular, como lo sostienen los propios Botteri y Coste— una
actuación contraria a derecho, por simple aplicación del principio general de derecho, conforme al cual
quien no actúa en forma legal, no puede encontrarse en mejores condiciones que las personas respetuosas
de la ley.

§ 3. El nuevo régimen legal. Características generales

Aclarado entonces que conforme lo dispuesto por el art. 21 de la Ley General de Sociedades, se encuentran
incluidas en la Sección IV de la misma a las sociedades que no se hayan constituido con sujeción a los tipos
del Capítulo II; que omitan requisitos esenciales o que incumplan con las formalidades exigidas por esta ley,
cabe formularse la siguiente pregunta: ¿Cuál es entonces el régimen que caracteriza a las sociedades
incluidas en la Sección IV de la ley 19.550 en su nueva versión?

a) En primer lugar y a diferencia del régimen legal previsto en el derogado art. 23 en materia de
inoponibilidad interna del contrato social, el actual art. 22 prevé que el contrato social puede ser siempre
invocado entre los socios, siendo oponible a los terceros solo si se prueba que éstos lo conocieron
efectivamente al tiempo de la contratación o del nacimiento de la relación obligatoria. Por su parte, dicha
norma dispone también que el contrato social puede ser también invocado por los terceros contra la
sociedad, los socios y los administradores.

b) Con respecto al régimen de administración, representación y gobierno de estas sociedades, el nuevo art.
23 prescribe que las cláusulas relativas a la representación, a la administración y las demás que disponen
sobre la organización y gobierno de la sociedad, pueden ser invocadas entre los socios y en lo que respecta a
las relaciones con los terceros, cualquiera de los socios representa a la sociedad exhibiendo el contrato, pero
la disposición del contrato social le puede ser opuesta si se prueba que los terceros la conocieron
efectivamente al tiempo de nacimiento de la relación jurídica.

c) Tratándose de bienes registrables, y a diferencia de lo dispuesto por el controvertido art. 26 del derogado
régimen legal, cuya redacción dio lugar a todo tipo de interpretaciones, el segundo párrafo del nuevo art. 23
de la Ley General de Sociedades dispone que la sociedad podrá adquirir bienes registrales, para lo cual debe
acreditar ante el registro correspondiente, su existencia y las facultades de su representante por un acto de
reconocimiento de todos quienes afirman ser sus socios. Este acto debe ser instrumentado en escritura
pública o instrumento privado con firma autenticada por escribano, aclarando la nueva disposición legal que
el bien se inscribirá a nombre de la sociedad, con precisa indicación de la proporción en que participan los
socios en tal sociedad.

d) En materia de prueba, y al igual que el derogado art. 25 de la ley 19.550, el último párrafo del art. 23 es
terminante sobre el particular: la existencia de la sociedad puede acreditarse por cualquier medio de
prueba.
e) La modificación más trascendente en materia de estas novedosas sociedades lo aporta el art. 24, cuando,
referido a la responsabilidad de los socios, prescribe que éstos responden frente a terceros como obligados
simplemente mancomunados y por partes iguales, salvo que la solidaridad con la sociedad o entre ellos a
una distinta proporción, resulten: 1) De una estipulación expresa respecto de una relación o un conjunto de
relaciones; 2) De una estipulación del contrato social, en los términos del art. 22 y 3) De las reglas comunes
del tipo que manifestaron adoptar y respecto del cual se dejaron de cumplir requisitos sustanciales o
formales.

f) En lo que respecta a su subsanación de las sociedades incluidas en la sección IV de la Ley General de


Sociedades, el novedoso art. 25 dispone que estas sociedades pueden ser subsanadas a iniciativa del mismo
ente o de los socios en cualquier tiempo, aclarando la referida norma que "A falta de acuerdo unánime entre
los socios, la subsanación puede ser ordenada judicialmente en procedimiento sumarísimo. En caso
necesario, el juez puede suplir la falta de acuerdo, sin imponer mayor responsabilidad a los socios que no lo
consientan", agregando finalmente que "El socio disconforme podrá ejercer el derecho de receso dentro de
los diez días de quedar firme la decisión judicial, en los términos del art. 92".

g) En materia de disolución y liquidación de estas sociedades, el segundo párrafo del nuevo art. 25 dispone
que cualquiera de los socios puede provocar la disolución de la sociedad cuando no media estipulación
escrita del pacto de duración, notificando fehacientemente tal decisión a todos los socios. Sus efectos se
producirán, de pleno derecho entre los socios, a los 90 días de la última notificación y los socios que deseen
permanecer en la sociedad deben pagar a los salientes su parte social, disponiendo finalmente dicha norma
que "La liquidación se rige por las normas del contrato y de esta ley".

h) Finalmente y en lo que respecta a las relaciones entre los acreedores sociales y particulares de los socios,
el flamante art. 26 de la Ley General de Sociedades dispone que las relaciones entre los acreedores sociales
y los acreedores particulares de los socios, aún en caso de quiebra, se juzgarán como si se tratara de una
sociedad los tipos previstos en el Capítulo II, incluso con respecto a los bienes registrables.

Sin perjuicio de no coincidir metodológicamente con el legislador de 2014, pues debió preverse, dentro de
los tipos legales (Capítulo II de la ley 19.550), una estructura que albergase esta clase de sociedades, en
donde la omisión de la inscripción registral mereciera importantes sanciones y no consagrando un régimen
legal sumamente beneficioso en una sección reservada a quienes no cumplieron con obligaciones impuestas
imperativamente por el legislador societario, en beneficio de los terceros y la seguridad del tráfico mercantil.

Ahora bien y como la reforma efectuada por la ley 26.994 no ha contemplado algunos temas de singular
importancia, referida a esta especial clase de sociedades, debemos hacer los siguientes comentarios:

a) Denominación de esta clase de sociedades

Si bien —como ha sido expresado— la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 se denomina ahora "De las
sociedades no constituidas según los tipos del Capítulo II y otros supuestos", lo cierto es que toda esta clase
de sociedades incluidas en el mismo, no gozan de un nombre concreto y específico, lo cual constituye un
grave error.

Ello no es cuestión que carezca de importancia, pues solo mediante una clara identificación de las mismas
permitirá conocer a los terceros con quien contratan, al momento de vincularse con estas sociedades y
saber cuál es el régimen legal que le es aplicable.

La doctrina nacional ha intentado varias definiciones de estas sociedades: Vítolo por ejemplo las llama
"sociedades simples o libres"(532), mientras que Roitman prefiere denominarlas "residuales"(533). Soledad
Richard, por su parte, las identifica como "sociedades simples" o "sociedades no regulares"(534); Favier
Dubois —padre e hijo— las identifican como "sociedades informales"(535)y los profesores marplatenses
Botteri y Coste las denominan "Sociedades de la Sección IV"(536). Por mi parte, y en compañía de Pilar
Rodríguez Acquarone, en un trabajo presentado en el año 2012 en el Primer Congreso Nacional de Análisis y
Debate sobre el Proyecto del Nuevo Código Civil y Comercial de la Nación(537), esto es, tres años antes de la
vigencia de la ley 29.994,entendimos como válida la designación de "sociedades simples", entendiendo que
el término "residual" no definía, con la necesaria exactitud, la naturaleza de estas entidades, que no son
residuo de otras sociedades regularmente constituidas sino entidades que nacen con el consentimiento de
todos sus integrantes sin vinculación con otra persona jurídica(538). No obstante ello, y sancionada ya la ley
26.994, la doctrina las conoce como "Sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I" —de la ley 19.550
—, pero con toda seguridad esta denominación no será adoptada en el tráfico mercantil o en el mundo
profesional, que las seguirá llamando "sociedades irregulares o de hecho" —según el caso— o "sociedades
civiles".

b) Personalidad jurídica

Las sociedades no regulares enumeradas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 gozan de plena
personalidad jurídica y son sujetos de derecho, en los términos y con los alcances previstos por dicha ley.

Así lo dispone el art. 26 de la ley 19.550 y además lo ratifica el art. 142 del Código Civil y Comercial de la
Nación, plenamente aplicable a estas sociedades, a tenor del carácter imperativo que revisten todas las
normas dedicadas por dicho cuerpo legal a las personas jurídicas privadas (Capítulo 1, Sección 1ª del Título
II), no existiendo en la ley 19.550 normas de la misma naturaleza que se opongan a las soluciones previstas
en dicho capítulo. No debe olvidarse, sobre el particular, que las normas imperativas previstas por el Código
Civil y Comercial de la Nación en materia de personas jurídicas, predominan sobre las normas del acto
constitutivo y sobre las normas supletorias de la ley especial y del mismo Código, y solo ceden ante las
normas imperativas de la ley especial (art. 150 CCyCN).

Pues bien, y ratificando lo dispuesto por el art. 2º de la ley 19.550, el art. 142 del CCyCN dispone
expresamente que la existencia de la persona jurídica privada comienza desde su constitución sin necesidad
alguna de autorización para funcionar, salvo disposición legal en contrario, de modo que la separación
patrimonial entre la entidad y sus miembros, con todos sus efectos, entre ellos y fundamentalmente la
inexistencia de responsabilidad de los miembros por las obligaciones de la persona jurídica, rige desde el
mismo día de la fundación de las mismas (art. 143 del mismo ordenamiento legal). Ello sin perjuicio de las
excepciones expresamente previstas en la ley especial y en el Código Civil y Comercial de la Nación (art. 143
segundo párrafo y art. 144 CCyCN), entre las cuales las hipótesis y sanciones previstas en el tercer párrafo
del art. 54 de la ley 19.550 constituyen su ejemplo más destacado.

Obviamente, el reconocimiento de la personalidad jurídica a estas entidades depende de su existencia como


tal, que deben exhibir un patrimonio independiente y una concreta actividad societaria, desde su faz interna
como externa. Recordemos al respecto que uno de los supuestos más habituales en torno a la aplicación de
la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica lo constituyen, precisamente, las sociedades sin
actividad, solo titulares de bienes registrables(539)o aquellos entes que no han tenido actuación orgánica
interna(540). En este sentido, ha sido expresado que, por tratarse de la constitución de personas jurídicas no
inscriptas, debemos encontrar en ellas elementos que nos permitan identificarlas como sociedad, tales
como la actuación en común exteriorizada a nombre colectivo, la existencia de una organización, aunque sea
mínima, que conforme su estructura le permita adquirir derechos y contraer obligaciones que van a ser
imputables a ese nuevo centro de imputación diferenciado que se ha generado, con participación en
beneficios y pérdidas y que permitirá a sus socios participar en las deliberaciones sociales a través de los
órganos previstos para su funcionamiento, con durabilidad de esa manifestación y obviamente con
reconocimiento de la personalidad jurídica(541).

A continuación nos dedicaremos a identificar las sociedades comprendidas en la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550.

§ 4. Las sociedades atípicas y aquellas que omitan el cumplimiento de requisitos esenciales

A ellas nos hemos dedicado al comentar el art. 17 de la ley 19.550, y sin perjuicio de reiterar algunos
conceptos ya vertidos, corresponde manifestar:

a) Si bien el art. 21 primer párrafo menciona expresamente como incluidos en la Sección IV del Capítulo I a
las sociedades "que no se constituyan con sujeción a los tipos del Capítulo II" o que "omita requisitos
esenciales", el art. 25, primer párrafo de la misma ley, se refiere a las sociedades que omitan los requisitos
esenciales, tipificantes o no tipificantes", exhibiendo el nuevo texto legal una falta de precisión que no deja
de llamar la atención, siendo desde todo punto de vista preferible hablar de requisitos esenciales no
tipificantes, como lo hacía el derogado art. 17 segundo párrafo, antes de la reforma efectuada por la ley
26.994.

b) No debemos olvidar al respecto que la omisión de los requisitos no tipificantes previstos por el art. 11 de
la ley 19.550, no determina, por sí, la aplicación a las sociedades que incurran en tal irregularidad, de las
normas de la Sección IV del Capítulo I de la LGS, pues ya hemos destacado que las exigencias previstas por
aquella norma en sus incs. 7º a 9º, no producen cambio alguno en el estatus legal de la sociedad, pues la
propia ley se ocupa en establecer, en todo su articulado, las soluciones aplicables en caso de omisión, en el
acto constitutivo, de las reglas para distribuir las utilidades y soportar las pérdidas; la cláusula necesarias
para que puedan establecerse los derechos y obligaciones de los socios entre sí y frente a terceros y las
cláusulas atinentes al funcionamiento, disolución y liquidación de la sociedad.

c) Del mismo modo, tampoco entendemos aplicables las normas de los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, a las
sociedades que carezcan de la denominación y de su domicilio, así como del capital social, pues en los
primeros casos la ley prevé, para la mayoría de las sociedades, los efectos de la omisión de la denominación
social en la respectiva contratación, esto es, la responsabilidad solidaria del firmante del documento, por las
obligaciones así contraídas (arts. 126,142, 142 LGS). Asimismo, carece de sentido común y resultaría una
incongruencia absoluta, incluir a las sociedades que carezcan de domicilio y sede social en el contrato social,
dentro de la sección IV del Capítulo I, tornándolas inubicable para los terceros, pero otorgando a sus
integrantes la responsabilidad mancomunada y por partes iguales a que se refiere el art. 24 de la ley 19.550,
en su actual versión. Y finalmente, la inexistencia de cláusula alguna referida al capital social, considerando
este dato como "no tipificante" y sin olvidar que la mayoría de la doctrina nacional califica a ese dato como
tipificante, tratándose de sociedades anónimas, tiene su condigna consecuencia en la norma del art. 94 inc.
5º de la ley 19.550, cuando expresamente prevé la disolución de la sociedad por pérdida de su capital social.
No resultaría pues admisible jurídicamente que mientras que la sociedad carezca del dato de su capital social
en el acto constitutivo, sus socios respondan de forma mancomunada y por partes iguales, pues ello afecta
el principio de garantía que cumple el capital social en toda sociedad.

§ 5. Las sociedades que incumplan las formalidades exigidas por la ley 19.550. Las sociedades irregulares y
de hecho. Diferencias entre ellas

La terminología de la ley 26.994 en los arts. 21 y 25 de la ley 19.550: ("incumplimiento de las formalidades
exigidas por esta ley" y "omisión de requisitos formales" tampoco es feliz, pues la no inscripción de una
sociedad en el Registro Público no constituye un mero incumplimiento u omisión de un requisito meramente
formal, sino el cumplimiento de un procedimiento, ante dicho Organismo, en donde está comprometido el
interés público y la protección de los terceros y de los mismos integrantes de la sociedad. No debe olvidarse
que los efectos de dicha toma de razón son muy superiores a la simple exhibición del contrato social y sus
modificaciones, pues en determinados casos, dichas registraciones son constitutivos del acto societario
sometido al procedimiento inscriptorio (arts. 7º, 76, 83 y 88 LGS).

Antes de continuar con el análisis del art. 21 de la ley 19.550, en su actual versión, es importante efectuar
algunas precisiones:

a. Si bien la figura de las sociedades irregulares o de hecho son denominaciones que, por lo general se
utilizan como sinónimos y seguirán siendo denominadas de la misma forma, a pesar de la legislación de
2014, es necesario aclarar, a pesar de la omisión de la ley, las diferencias entre las sociedades irregulares y
las sociedades de hecho.

Son sociedades de hecho las que carecen de toda instrumentación y en las cuales los socios han prestado su
consentimiento en forma verbal, para realizar una actividad económica determinada, dispuestos a repartirse
las utilidades y soportar las pérdidas. Por el contrario, en las sociedades irregulares, sus integrantes han
suscripto el contrato social, que se encuentra ajustado al art. 11 de la ley 19.550, con todos los elementos y
requisitos por él dispuestos, pero, sin embargo, adolece de los vicios de forma, por la omisión de la
registración prevista en el art. 7º de la citada ley.

Hemos afirmado ya que la explicación del tratamiento único previsto por la ley 19.550 para ambas clases de
sociedad obedecía a que ellas tienen en común la ausencia de inscripción en el Registro Público de
Comercio. Por ello era que, hasta la sanción de la ley 26.994, las cláusulas de su contrato social eran
inoponibles a terceros, quienes carecían de la posibilidad de conocerlas, manifestándose el régimen
sancionatorio en la medida en que se advierta que aún entre los socios resulta inoponible el contrato social.

Sin perjuicio de lo anterior, puede afirmarse que entre las sociedades irregulares y de hecho existen
diferencias de importancia, que se traducen de acuerdo a la determinación de su comercialidad, pues la
sociedad irregular será tal si se ha adaptado a uno de los tipos previstos en la ley 19.550, siempre y cuando
la actividad efectivamente desarrollada coincida con el objeto comercial descripto en el contrato, mientras
que para precisar la mercantilidad de las sociedades de hecho deben tenerse en cuenta las actividades que
realiza. Sólo será comercial si se dedica al tráfico mercantil, reputándose, en caso contrario, como sociedad
civil, antes legislada por el art. 1648 y ss. del derogado Código Civil y hoy por la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550. No debe olvidarse que la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, no ha hecho perder
a los actos su carácter de mercantiles o civiles, sino que solo importa una unificación legislativa, que
contiene normas de una y otra índole.

Por otro lado, las sociedades irregulares o de hecho se diferencian en materia de prueba de su contrato, ya
que resulta más complejo acreditar la existencia de una sociedad de hecho — cuando sus integrantes niegan
el vínculo societario — por la falta de instrumentación escrita, aun cuando la ley 19.550 admite, a tal fin, en
su art. 23, último párrafo, a recurrir a cualquier medio de prueba. Contrariamente a lo expuesto, para las
sociedades irregulares la prueba del contrato será más sencilla, por la presencia de instrumentación,
suscripta por todos los integrantes de la sociedad, aunque con posterioridad se complique por la
incorporación de nuevos socios o la modificación del elenco original de sus integrantes.

No obstante lo expuesto, si nos detenemos en un análisis de la realidad, podremos observar que las
definiciones que hemos dado de sociedades irregulares o de hecho no satisfacen ciertos supuestos, que se
presentan, en el mundo de los negocios, como por ejemplo ante la existencia de sociedades que se han
instrumentado en forma escrita, a pesar de que su contrato no se ajusta a ninguno de los tipos legalmente
previstos ni sus cláusulas agotan lo dispuesto por el art. 11 de la ley 19.550. Es el caso donde se está en
presencia de un contrato asociativo, con sólo dos o tres cláusulas, en las cuales los socios han previsto la
identificación del ente y sus integrantes, así como de los aportes efectuados y el régimen de distribución de
utilidades y pérdidas.

La naturaleza de esta sub-especie de sociedades no constituidas regularmente fue ampliamente discutida


por la doctrina nacional, pues la existencia de un instrumento escrito descartaba para algunos la presencia
de una sociedad de hecho, pero tampoco existía coincidencia para catalogarlas como sociedades irregulares,
porque su contrato no está adaptado a ninguno de los tipos previstos legalmente, que era uno de los
requisitos que, vigente el texto original de la ley 19.550, se requería para la presencia de una sociedad
irregular. Por nuestra parte sostuvimos que se trataba de una sociedad de hecho y que la existencia de estas
no quedaba limitada a aquellas entidades comerciales que carecían de instrumento escrito, pero la ley
26.994 ha puesto fin a esta polémica, incluyendo a las mismas dentro de la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, lo cual ha sido un acierto, pues al fin de cuentas, no existe mayor ejemplo de atipicidad que las
sociedades de hecho, que carecen de contrato escrito y hemos ya explicado que, las sociedades atípicas
encabezan las personas jurídicas incluidas en dicha sección.

5.1. Algunos supuestos de sociedades de hecho

a) Continuación por los herederos de la empresa explotada por el causante

El tema se relaciona con lo dispuesto por el art. 28 de la ley 19.550, que se refiere a la sociedad constituida
con bienes sometidas a indivisión forzosa hereditaria, prescribiendo que los herederos menores de edad,
incapaces o con capacidad restringida, solo pueden ser socios con responsabilidad limitada, disponiendo
asimismo que "El contrato constitutivo debe ser aprobado por el juez de la sucesión. Si existiere posibilidad
de colisión de intereses entre el representante legal, el curador o el apoyo y la persona menor de edad,
incapaz o con capacidad restringida, se debe designar un representante ad hoc para la celebración del
contrato y para el contralor de la administración de la sociedad, si fuese ejercida por aquél".

La norma reproduce la versión original del art. 28, solo que, como el Código Civil y Comercial de la Nación,
modificó sustancialmente el régimen de la capacidad de las personas, y derogó la ley 14.394, a la cual se
remitía aquella norma, el actual texto del art. 28 de la ley 19.550 debió ser adaptada a los nuevos
parámetros en esta materia. Pero lo cierto es que dejó subsistente el interrogante que se plantea en cuanto
a la existencia o no de una sociedad he hecho, cuando la sociedad existente como consecuencia de la
indivisión forzosa hereditaria, con herederos menores o incapaces, no se ha sido constituida bajo los moldes
de una sociedad de responsabilidad limitada o anónima, toda vez que el art. 29 LGS, en su actual redacción,
prescribe que "sin perjuicio de la transformación de la sociedad en una de tipo autorizado, la infracción al
art. 28 hace solidaria e ilimitadamente responsables al representante, el curador y al apoyo de la persona
menor de edad, incapaz o con capacidad restringida y a los consocios plenamente capaces, por los daños y
perjuicios causados a la persona menor de edad, incapaz o con capacidad restringida".
Sostuvimos por entonces que nada obstaba a que los herederos del causante, al continuar la explotación a
que se refiere la indivisión forzosa hereditaria, hubiesen por llevar a cabo esa explotación sin constituir una
sociedad regular. En ese caso, la sociedad resultante debía por las normas de la irregularidad societaria,
produciéndose una alteración en las relaciones entre los comuneros, que en adelante ellos actuarían entre sí
y frente a terceros en calidad de socios(542), lo cual quedaba ratificado por la sanción prevista por el art. 29
del mismo ordenamiento legal, cuando responsabiliza en forma solidaria e ilimitada al representante del
menor y a los consocios mayores de edad por los daños y perjuicios que sufra el menor o incapaz producto
de la responsabilidad amplia que le fue obligado a éstos asumir.

Esta polémica también ha pedido vigencia, pues si bien el art. 2330 del Código Civil y Comercial de la Nación
prevé que el testador puede imponer a sus herederos, aún legitimarios, la indivisión de la herencia por un
plazo no mayor de diez años, entre otros supuestos a un establecimiento comercial, industrial, agrícola,
ganadero, minero o cualquier otro que constituya una unidad económica, así como las partes sociales,
cuotas o acciones de la sociedad el causante es principal socio o accionista, el art. 1442 dispone que las
comuniones de derechos reales y a la indivisión hereditaria no se le aplican las disposiciones sobre contratos
asociativos ni las de la sociedad, lo cual constituye mas una declaración de principios que una prescripción
adecuada a la realidad, pues la explotación de una empresa, por un conjunto de personas, llámese como se
llame, constituye una sociedad, que no deja de ser tal por el origen de esa actuación societaria y mucho
menos por la voluntad del legislador.

b) Sociedades en comandita no confirmadas. Dudas sobre su caracterización como sociedades de hecho

Es conocida la problemática planteada en torno a las sociedades en comandita por acciones, constituidas
durante la vigencia del Código de Comercio, en cuyo contrato se omitían los nombres de los socios
comanditarios utilizando la figura de un gestor de negocios en su representación, todo lo cual resultaba
admisible en virtud de una amplia interpretación del art. 373 del Código de Comercio.

Recordemos que el art. 370 de la ley 19.550, al intentar solucionar el problema, pues la omisión del nombre
de los socios comanditarios violaba lo dispuesto por el art. 11 inc. 1º de la ley 19.550, estableció que: "Las
sociedades en comandita por acciones constituidas sin individualización de los socios comanditarios, podrán
subsanar el vicio en el término de seis meses de la sanción de la ley, por escritura pública confirmatoria de
su constitución, que deberá ser otorgada por todos los socios actuales e inscripta en el Registro Público de
Comercio. La confirmación no afectará intereses de terceros...".

El art. 370 de la ley 19.550, en su versión original, fue reformado por la ley 18.880, que sustituyó la palabra
sanción por vigencia, lo cual significó extender por seis meses más el plazo de subsanación. No obstante
esto, y vencido el plazo legal de subsanación, existen hoy innumerables casos de sociedades en comandita
por acciones que adolecen del vicio apuntado, lo cual lleva a cuestionar su situación legal.

La jurisprudencia, en su mayor parte, aplicó a estas sociedades no confirmadas la normativa específica de las
sociedades no constituidas regularmente, habiéndose resuelto en tal sentido que: "La sociedad en
comandita por acciones que se desenvolvió conforme al contrato constitutivo hasta que finalizó el plazo
acordado para subsanar por escritura pública confirmatoria del vicio resultante de la falta de
individualización de los socios comanditados, se encuentra sometida en consecuencia a las disposiciones de
las sociedades no constituidas regularmente"(543).

Más categórico aun es el fallo de la sala G de la Cámara Civil de la Capital, en autos "Pequeña Obra de la
Divina Providencia c/ Gompi SCA", de fecha 25 de septiembre de 1980, en el cual se resolvió que: "La falta de
confirmación de la sociedad en la forma prevista por el art. 370 de la ley 19.550 hace que quede sujeta a las
disposiciones de la Sección IV de la ley, que legisla sobre las sociedades no constituidas regularmente, con
los efectos que señalan el art. 22 y ss., pero no provoca la nulidad de la sociedad, ni menos aun de las
compras que hubiera efectuado aquella puesto que aun cuando nunca se hubiera constituido regularmente,
ello no obsta a que la sociedad no haya actuado o contratado".

Finalmente, y para concluir esta reseña jurisprudencial, no puede dejarse de citar el fallo de la sala C de la
Cámara de Apelaciones en lo Comercial, de fecha 18 de mayo de 1978, en autos "Carto, Alfredo c/ Arévalo,
Manuel", en el cual se dijo que: "La circunstancia de hallarse una sociedad en comandita por acciones
afectada por un vicio de constitución, que no fue compurgado durante la vigencia del Código de Comercio y
que no se confirmó en los términos del art. 370 de la ley de sociedades, hace posible la aplicación del art. 22
del régimen legal de las sociedades, sea que se la tache de irregular, sea que se la considere nula" (544).
En nuestra doctrina, Farina ha interpretado que el hecho de no haberse individualizado a los socios dentro
del plazo de seis meses que fija el art. 370 de la ley 19.550 no conlleva como sanción la nulidad del contrato
social, sino que autoriza la aplicación del art. 34, párrafo 2º de la ley 19.550, que responsabiliza al socio
oculto en forma solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales(545). Drucaroff, por su parte se inclinaba,
en vigencia del texto original de la ley 19.550 —y a nuestro juicio, acertadamente— por la anulabilidad del
contrato social, en tanto la omisión de los nombres de los socios comanditarios no implica, de manera
alguna, la ausencia de un requisito esencial tipificante, ni la existencia de vicios de forma, sino simplemente
la omisión de un requisito esencial no tipificante —art. 11, inc. 1º de la ley 19.550—, que si bien tornaba
anulable al contrato constitutivo, éste podía ser subsanado hasta su impugnación judicial (art. 17, ley
19.550)(546).

Sancionada la ley 26.994, la polémica se encuentra finalizada, pues, ya se considere a las sociedades en
comandita por acciones no confirmadas como sociedades de hecho o nulas por omisión de requisitos
esenciales no tipificantes, lo cierto es que, hoy en día, les alcanza las normas de los arts. 21 a 26 de la ley
19.550, aunque debe reconocerse que si bien éste parece, a más de cuarenta años de la sanción de la ley
19.550, un tema carente de toda actualidad, lo cierto es que, por experiencia de igual período en ejercicio de
abogado, todavía encontramos en el mercado muchas sociedades en comandita por acciones con estas
características, generalmente titulares de inmuebles urbanos o rurales, cuyo funcionamiento, en la realidad,
jamás se ha adecuado a los parámetros del ordenamiento societario, y los herederos, al fallecimiento del
causante, único controlante (o en forma conjunta con su cónyuge) de dicha anómala sociedad, se
encuentran con la sorpresa, al iniciar la sucesión, que el inmueble donde aquellos habían vivido gran parte
de su existencia, no les pertenecía a título particular, sino que estaba registrada a nombre de una sociedad
en comandita por acciones, como se estilaba —producto de malos consejos— durante la década del 60 del
siglo pasado.

5.2 Sociedades irregulares. Algunos supuestos controvertidos

Hemos definido ya a las sociedades irregulares como aquéllos entes en que los socios han suscripto el
contrato social, que se encuentra ajustado a lo dispuesto por el art. 11 de la ley 19.550, con todos los
elementos y requisitos por él dispuestos, pero que sin embargo, adolece de vicios de forma por la omisión
de la registración prevista en el art. 7º de la citada ley.

Durante la vigencia del Código de Comercio, nuestra doctrina había sido más amplia en la definición de
sociedades irregulares, porque se interpretó que bastaba la existencia de vicios de forma para que ellas
pudieran ser consideradas como tales, sin distinguir ni precisar la naturaleza de esos vicios.

Isaac Halperin, siguiendo dicha orientación, consideró también irregular la sociedad en los supuestos de
defectos o insuficiencia de publicidad legal (arts. 10 y 14 de la ley 19.550), puesto que, en tal caso, la
publicidad legal no era completa, lo que equivale a su ausencia. No obstante haber concordado con este
autor en un trabajo anterior(547), una nueva reflexión del tema nos lleva a sostener una posición contraria,
pues de conformidad con la opinión de Favier Dubois (h)(548), en el actual régimen societario, la publicidad
que hace nacer a la sociedad "regular" y la hace "oponible" a los terceros, es la que deriva de la inscripción
en el Registro Público de Comercio —hoy Registro Público luego de la sanción de la ley 26.994— con
prescindencia de la que resulta del edicto, que no es más que un modo accesorio de publicidad.

En definitiva, lo que caracteriza a la sociedad como irregular es: a) La adopción, por los socios, de uno de los
tipos previstos en la ley 19.550 y b) La falta de inscripción del contrato social en el Registro Público.

Sin embargo, debemos detenernos a continuación en tres cuestiones que se encuentran relacionadas con el
tema en cuestión, a saber:

1. Sociedades que se encuentran en infracción con lo dispuesto en el art. 30 de la ley 19.550.

2. Sociedades extranjeras que no han cumplido los requisitos previstos por los arts. 118 y 123 de la citada
ley.

3. Sociedades constituidas regularmente que se encuentran disueltas por vencimiento del plazo de duración
y que ignoran el trámite liquidatorio.

a) Sociedades infractoras del art. 30 de la ley 19.550


La importancia de la cuestión ha quedado relativizada con la nueva redacción del art. 30 de la ley 19.550,
que, conforme la ley 26.994, autoriza a las sociedades anónimas y en comandita por acciones a formar parte
de sociedades por acciones y de responsabilidad limitada, así como ser parte de cualquier contrato
asociativo.

De manera que actualmente, la única incapacidad que rige para las sociedades anónimas y en comandita por
acciones es participar en sociedades colectivas, de capital e industria y en comandita simple, que como es
sabido, casi no se constituyen en la República Argentina, habida cuenta la amplitud de la responsabilidad
impuesta a sus socios. Del mismo modo, las sociedades anónimas y las sociedades en comandita por
acciones carecen de capacidad para participar en las sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo I de la
ley 19.550.

Recordemos que el anterior texto del art. 30 preveía que las sociedades anónimas y en comandita por
acciones solo podían formar parte de sociedades por acciones, lo cual desató todo tipo de polémicas, y, en lo
que respecta al tema de la irregularidad societaria, el art. 386, inc. h) de la ley 19.550, previendo la sanción
que correspondía imponer en caso de infracción, que "Las sociedades anónimas y en comandita por acciones
que formen parte de sociedades que no sean por acciones, deberán enajenar sus cuotas o partes de interés
en el plazo de diez años a contar desde la vigencia de la presente; caso contrario, quedarán sujetas al
régimen de las sociedades no constituidas regularmente".

En vigencia del texto original de la ley 19.550, sostuvimos que la sanción establecida por el art. 369, inc. h)
de la ley 19.550 para el caso de infracción a lo dispuesto por el art. 30 de la ley 19.550 era excesiva y
resultaba contraria a los fines que tuvo el legislador al imponerla, pues la aplicación para las sociedades por
acciones de las normas sobre irregularidad quebraba la tipicidad societaria, pensada e impuesta en beneficio
del interés general, y por ello, la circunstancia de no enajenar sus cuotas o partes de interés en el plazo allí
establecido no justifica para la sociedad participante la aplicación de los arts. 21 a 26, sino que debió
adoptarse en todo caso, durante el plazo de subsanación previsto por la ley, un criterio similar al establecido
por el párrafo 2º del art. 31 de la ley 19.550, privando a esas cuotas o partes de interés de los derechos
políticos y patrimoniales correspondientes, pues esta sanción de ninguna manera afecta el funcionamiento
de la sociedad en la medida que la participación societaria de la sociedad participe no debía ser tenida en
cuenta a los efectos de la formación del quórum de la entidad participada. De manera tal que, transcurrido
el plazo de diez años previsto por el art. 386 inc. h) de la ley 19.550, la sanción a las sociedades por acciones
infractoras de lo dispuesto por el art. 30 de la ley 19.550 no podía ser la irregularidad de la sociedad
participante, sino la nulidad del vínculo entre esta y la sociedad participada, pues ello constituía estricta
aplicación del principio general establecido por el art. 16, párrafo 1º del ordenamiento societario. Esta
solución es de la hoy corresponde aplicar, para el improbable supuesto que una sociedad anónima o en
comandita por acciones, forme parte de una sociedad no mencionada en el actual texto del art. 30.

b) Sociedades constituidas en el extranjero, no inscriptas en nuestro país

Alguna jurisprudencia ha considerado también como irregulares a las sociedades extranjeras que, incluidas
en las hipótesis previstas por los arts. 118 y 123 de la ley 19.550, no se han inscripto en el Registro Público
de Comercio(549).

Esta corriente de opinión, que no es la única que intenta aclarar la situación legal en que se encuentran las
sociedades extranjeras no inscriptas en los registros mercantiles locales —pues ha sido también sostenida la
nulidad del vínculo entre participe extranjera y entidad local participada y la responsabilidad exclusiva del
representante de aquélla, sin trascender dicha infracción a la actuación de la sociedad extranjera en el país
—, incurre en el evidente error de considerar como "irregular" a toda sociedad que incumple con la carga de
inscribirse en el Registro Público de Comercio, sin advertir que ello sólo será posible tratándose de
sociedades locales, pero no de sociedades extranjeras, que ya han sido registradas en su país de origen,
olvidando que es principio general en materia de sociedades constituidas en el extranjero, que estas se
rigen, en cuanto a su existencia y forma, por las leyes del lugar de constitución (art. 118 primer párrafo de la
ley 19.550), salvo que se trate de sociedades que de extranjeras no tengan otra cosa que el sello de su
inscripción en su país de origen, desarrollando la totalidad de su objeto o que tengan su domicilio en la
República Argentina, conforme la situación descripta en el art. 124 de la ley 19.550, en cuyo caso su carácter
de sociedades de hecho no podía ser discutida, conforme fue resuelto por la jurisprudencia, en un muy
sonado y difundido caso(550).

Sin embargo, la redacción de la nueva Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 por la ley 26.994, y en
especial, la eliminación del criterio sancionatorio que caracterizaba a la regulación de las sociedades no
regularmente constituidas, torna incongruente aplicar a las sociedades no inscriptas en el registro público
local y fundamentalmente las sociedades off shore —esto es, las sociedades previstas en el art. 124 de la ley
19.550— un régimen de responsabilidad tan beneficioso para el que la referida sección de la ley 19.550
reserva a los integrantes de los entes incluidos en la misma.

En consecuencia, y en lo que se refiere a las sociedades "extranjeras" incluidas en el art. 124 de la ley
19.550, esto es, aquellas sociedades que debieron ser argentinas, porque aquí desarrollan su principal
objeto, o en otras palabras, las sociedades en las cuales sus controlantes, socios o administradores
recurrieron al fraude a la ley para satisfacer sus intereses personales, resultaría una verdadera incongruencia
y una notoria desigualdad en el trato, aplicarles a las mismas las nuevas soluciones que consagran los arts.
21 a 26 del ordenamiento legal societario, en su actual y vigente redacción, que —como hemos expresado—
en los hechos se parecen más a un tipo social —que no lo son— que a una anomalía societaria, por
atipicidad o por incumplimiento de los requisitos registrales impuestas por la ley general de sociedades, en
su versión del año 2014. Con otras palabras, al quitarles a las sociedades no regularmente constituidas su
claro matiz sancionatorio, la aplicación de las normas de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 a
quienes han incumplido las cargas inscriptorias previstas en los arts. 118 y 123 de dicha normativa, ha
perdido todo sentido, debiendo serle aplicables a las sociedades extranjeras constituidas en fraude a la ley,
las disposiciones más estrictas previstas en la legislación societaria en materia de responsabilidad, esto es,
las disposiciones del art. 19 —actividad ilícita—, pues el fraude a la ley implica siempre ilicitud en el objeto
del acto jurídico, como lo reconoce el art. 12 del Código Civil y Comercial de la Nación, que impone a los
mismos la declaración judicial de su ineficacia.

En definitiva, la sanción que corresponde imponerles a las sociedades extranjeras no inscriptas en los
registros mercantiles locales, no implica la aplicación de las normas de la Sección IV, del Capítulo I, cuando
ello correspondiere, sino la inoponibilidad de la actuación de la sociedad frente a terceros, hasta tanto se
cumpla con dicha carga, sin perjuicio de la responsabilidad solidaria e ilimitada de sus socios,
administradores y representantes, todo lo cual está previsto en el art. 19 de la ley 19.550, pues como
sostiene Richard, con amplitud de fundamentos, si se sanciona la actividad de la sociedad constituida en el
extranjero, que realiza su actividad en el territorio de la República, directa o indirectamente por medios
electrónicos, sin inscribirse, no cabe dudas de que la actuación continuada, de la sociedad en ese estado,
constituye actividad ilícita, o sea, contraria al sistema jurídico, mereciendo las sanciones que la legislación
societaria y penal puedan imponerle en cada país(551).

c) Sociedades que ignoran el trámite liquidatorio

Finalmente, para entrar de lleno en el tema más controvertido, en materia de irregularidad societaria, nos
referiremos a la situación en que se encuentra la sociedad que, habiendo incurrido en causal de disolución
por vencimiento del plazo, ignora el trámite liquidatorio, y continúa con las operaciones habituales que
hacen al objeto de la sociedad.

La doctrina, durante la vigencia del Código de Comercio en materia societaria, era coincidente en sostener
que, al continuar la actividad comercial por parte de la sociedad disuelta, ésta debía ser considerada como
irregular, originándose una situación que podía ser calificada como "irregularidad sobreviniente". La
jurisprudencia, aún luego de sancionada la ley 19.550, era conteste en ese criterio(552).

Sin embargo, esta doctrina fue cuestionada seriamente con posterioridad al "Primer Congreso Nacional de
Derecho Societario", celebrado en La Cumbre en 1977.

Se entendió que el art. 99 de la ley 19.550 ha contemplado la hipótesis en estudio, sosteniéndose


jurisprudencialmente que la doctrina elaborada a la luz de las reglas del Código de Comercio, que sostuvo
que se originaba una sociedad irregular ante el incumplimiento de las disposiciones legales sobre disolución
y liquidación, resulta de discutible aplicación ante la nueva disciplina que para tal supuesto se establece en
el art. 99 de la ley 19.550. En consecuencia —para esta corriente de opinión—, la actividad de la sociedad
disuelta, ajena a los fines liquidatorios, no implica convertirla en sociedad irregular o de hecho, sino que
genera una responsabilidad solidaria de los administradores para con los terceros y socios, ya que las
sanciones de responsabilidad ilimitada de los últimos debe surgir de una norma expresa de la ley, que sólo la
impone a aquéllos(553).

Luego de la sanción de la ley 26.994 y la reforma a los arts. 21 a 26, esta polémica también ha perdido
sentido, pues la característica que asimilaba a las sociedades disueltas que no ingresaban deliberadamente
al proceso liquidatorio, con las sociedades irregulares o de hecho, estaba dada por la inoponibilidad interna
y externa del contrato social —que en aquellas sociedades había perdido vigencia, con excepción de las
cláusulas referidas a la liquidación— y con la responsabilidad solidaria e ilimitada de los administradores y
socios. De modo que, luego de la sanción de la ley 26.994 y eliminadas las características de índole
sancionatorio propias de las sociedades no constituidas regularmente, carece de todo sentido imponerles a
las sociedades disueltas que ignoran totalmente el trámite liquidatorio, las nuevas normas de la Sección IV
del Capítulo I de la hoy denominada Ley General de Sociedades, beneficiando a los socios y administradores
que no adopten las medidas necesarias para iniciar la liquidación —cuestión en la cual está seriamente
comprometido el orden público— con una responsabilidad simplemente mancomunada y por partes iguales,
que deja en letra muerta la categórica sanción prevista por el art. 99 de la ley 19.550. conforme al cual los
administradores, con posterioridad al vencimiento del plazo de duración de la sociedad o al acuerdo de
disolución o a la declaración de haberse comprobado alguna de las causales de disolución, solo pueden
atender los asuntos urgentes y deben adoptar las medidas necesarias para iniciar la liquidación.

§ 6. Requisitos de las sociedades irregulares y de hecho: Denominación social, domicilio y objeto de las
sociedades irregulares o de hecho

6.1. Denominación social

Nada impide que las sociedades de hecho puedan utilizar una denominación para individualizar su actividad
frente a terceros, pues el nombre de la sociedad constituye un atributo de la personalidad jurídica de que
gozan estas entidades.

Por lo general, la denominación de las sociedades de hecho está integrado por el nombre de uno o varios de
sus integrantes, aunque nada obsta al empleo de un nombre de fantasía que también, por lo habitual,
procede a la identificación de sus integrantes. De manera tal pues que el nombre de la sociedad de hecho
cumple una función de identificación de sus integrantes, pero, demandada la sociedad, la condena al
nombre de fantasía de una empresa económica, vale para y en contra sus titulares(554). Ello es
consecuencia del régimen amplio de responsabilidad previsto por el art. 23, párr. 1º de la ley 19.550.

Puede suceder — y es frecuente que así ocurra — que los socios agreguen a un nombre de fantasía la
identificación de la totalidad de los integrantes del ente, o la de alguno de ellos, utilizando la expresión "y
Cía.". Esto nos lleva al problema de investigar las consecuencias de la inclusión del nombre de un socio en la
denominación social, y de la posterior cesión de su participación, sin la consiguiente modificación del
nombre empleado. La respuesta al interrogante la encontramos en lo dispuesto por el art. 34 de la ley
19.550, que prescribe expresamente que: "El que prestare su nombre como socio no será reputado como tal
respecto de los verdaderos socios, tenga o no parte en las ganancias de la sociedad; pero con relación a
terceros, será considerado con las obligaciones y responsabilidades de un socio, salvo su acción contra los
socios para ser indemnizado de lo que pagaré", disposición plenamente aplicable, en la actualidad a las
sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, habida cuenta el pleno régimen de oponibilidad
de las relaciones internas societarias.

6.2. Domicilio de las sociedades irregulares o de hecho

Para determinar el domicilio de las sociedades no constituidas regularmente, a los efectos de definir la
jurisdicción competente en caso de litigio interno o promovido por terceros, debe distinguirse entre
sociedades irregulares y sociedades de hecho.

Tratándose de una sociedad irregular, el domicilio previsto en el contrato social, luego de la reforma
efectuada a la ley 19.550 por la ley 26.994, nada obsta a que pueda invocarse entre los socios y frente a
terceros (art. 23), ni que éstos puedan invocarla contra la compañía o sus integrantes. En consecuencia, las
acciones judiciales entre ellos se radicarán ante el tribunal con jurisdicción del juez de la sede social
expuesta en el contrato social. Si por el contrario, los terceros no hubiesen tomado conocimiento del
domicilio y/o sede social, pues ninguno de los socios, ni la sociedad, lo hubiesen exhibido al tiempo del
nacimiento de la relación jurídica, los terceros podrán iniciar contra la sociedad las acciones a las que se
crean con derecho, en el lugar de la contratación, si así se hubiera convenido o en su defecto, de la
administración de los negocios del ente irregular.

En el caso de una sociedad de hecho, el domicilio que fijará la competencia en sus conflictos con terceros
será siempre el de la sede de la sociedad, entendiéndose por tal el de la sede de la administración de sus
negocios "domicilio comercial" o en su defecto el del establecimiento debido a la ausencia de
instrumentación. La inexistencia de todo instrumento escrito —que es la característica de las sociedades de
hecho— torna inaplicable lo dispuesto por el art. 23 segundo párrafo de la ley 19.550, que solo tiene
aplicación en caso de sociedades irregulares.

Estas conclusiones coinciden con lo dispuesto por el art. 3º de la ley 24.522, que establece la competencia
"en caso de concurso de las sociedades no constituidas regularmente" del juez del lugar de la sede social,
entendiéndose por tal el de la sede de la administración de sus negocios, o en su defecto, el del lugar del
establecimiento o explotación principal.

6.3. El objeto social de las sociedades irregulares o de hecho

El objeto de las sociedades irregulares o de hecho, así como su problemática, deben ser analizados, en
principio, diferenciando ambas clases de sociedades, aunque los efectos que ese objeto produce son casi
idénticos en un caso y otro.

En materia de sociedades de hecho, las dificultades son mayores, pues la falta de instrumentación del
contrato constitutivo impide precisamente la concreción de su objeto social. A tenor de ello, es evidente que
el objeto de éstas es determinado fundamentalmente por la actividad que ella despliega(555).

Los efectos de esta diferencia entre sociedades irregulares y de hecho ha quedado muy mitigada con la
unificación del derecho civil y comercial, aprobada por la ley 26.994, pero aún conserva importancia en
aquellas jurisdicciones en donde los asuntos civiles y comerciales tienen su propios tribunales, como
acontece en la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires, en la cual, los conflictos internos en una
sociedad integrada por profesionales, por ejemplo, debe dirimir sus diferencias ante la Justicia Nacional en
lo Civil, a diferencia de los tribunales mercantiles, que deben entender en los conflictos societarios
suscitados en las sociedades comerciales.

En cuanto a las sociedades irregulares, de acuerdo a la reforma efectuada por la ley 26.994 a la ley
19.550, su objeto se encuentra determinado en el contrato social y es plenamente oponible entre los socios,
la sociedad y frente a terceros, atento lo dispuesto por el art. 23, párrafo 1º de la ley 19.550, en su actual
versión.

§ 7. ¿La Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 comprende a las sociedades de hecho? ¿Y a las sociedades
irregulares?

a. Una importante crítica que ofrece la redacción de los nuevos arts. 21 a 26 de la ley 19.550, se centra en
que, tal como están redactadas sus normas, no faltaría razón a quien sostiene que la Sección IV del Capítulo I
descarta la aplicación de dichas normas a las sociedades de hecho, que carecen de instrumento escrito.

La permanente referencia en la Sección IV del Capítulo I, a la existencia del contrato social, para la regulación
de las sociedades de esta sección constituye una prueba muy importante para adoptar esta postura. Basta
una mera referencia a las normas de los arts. 21 a 26 de la ley 19.550 para sostener, con fundamentos
serios, la exclusión de las sociedades de hecho de la Sección IV del Capítulo I del ordenamiento societario.

Bastan al respecto, citar los siguientes ejemplos:

a) El art. 22 establece que el contrato social puede ser invocado entre los socios y es oponible a los terceros,
solo si se prueba que lo conocieron efectivamente al tiempo de la contratación o del nacimiento de la
relación obligacional, y también puede ser invocado por los terceros contra la sociedad, los socios y los
administradores.

b) El art. 23, en su primer párrafo, permite la invocación entre los socios, de "las cláusulas relativas a la
representación, administración y las demás que disponen la organización y gobierno de la sociedad".

c) El segundo párrafo de la misma norma, prescribe que "En las relaciones con terceros, cualquiera de los
socios representa a la sociedad, exhibiendo el contrato.
d) El art. 24, referido a la responsabilidad de los socios, permite establecer en el contrato social un régimen
diferente al previsto en dicha norma.

e) En materia de subsanación, su procedimiento puede ser llevado a cabo en cualquier tiempo, durante el
plazo de duración previsto en el contrato.

Más allá de los términos en que están redactados los arts. 22 a 25 de la ley 19.550, que pueden dar margen
a cualquier tipo de interpretación, lo cierto es que carecería de todo sentido reservar las normas de la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, a las sociedades irregulares y excluir de las mismas a las sociedades
de hecho, carentes —por lo general— de instrumento escrito de constitución, pues como demuestra la
experiencia, el número de sociedades de esta clase —de hecho— es infinitamente superior a las sociedades
que cuentan con un contrato social no inscripto en el registro de comercio.

Consideramos pues que las sociedades de hecho quedan —sin el menor margen de dudas— integradas en la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, toda vez que: a) Carecería de toda explicación su falta de
regulación legal y un cabal desconocimiento de la realidad negocial, en especial cuando ellas se encontraban
comprendidas dentro del derogado régimen de la ley 19.550, lo cual no es presumible en el legislador; b)
Que el art. 25 de la ley 19.550 en cuanto establece que "Cualquiera de los socios puede provocar la
disolución de la sociedad cuando no media estipulación escrita del pacto de duración, notificando
fehacientemente tal decisión a todos los socios", permite concluir la aplicación de esta regla a los
integrantes de las sociedades de hecho, al referirse a la posibilidad de la inexistencia de estipulación escrita
del pacto de duración, y c) Finalmente, y a mayor abundamiento, como no existiría mas atipicidad que la
inexistencia misma de contrato escrito, ellas quedan encuadradas en la referida sección, que expresamente
incluye a las sociedades en las cuales sus integrantes hayan omitido, en el contrato social, los requisitos
esenciales tipificantes (arts. 21 y 25 de la ley 19.550).

b. Otra corriente de opinión, se formula la pregunta inversa: ¿Están incluidas las sociedades irregulares
dentro de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550?

El razonamiento se basa en la utilización del término "formalidades" previsto por el art. 21, cuando incluye
dentro de esta sección "a las sociedades que incumplan con las formalidades exigidas por esta ley". Al
respecto, razona el profesor de la Ciudad de Junín, Santiago Andrés Bertamoni(556), que si la forma, como
elemento de los actos jurídicos en general, se refiere al modo en que el sujeto da a conocer su manifestación
de voluntad, prescribiendo el art. 4º de la ley 19.550 que el contrato de sociedad debe ser otorgado por
instrumento público o privado, las sociedades irregulares, que han cumplido con la forma escrita y además
con todos los requisitos tipificantes y no tipificantes, ellas no debieran ser comprendidas en la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550, pues si por "formalidades" exigidas por la ley se refieren al contrato escrito, o a la
no utilización de instrumento público o privado, no hay ningún inciso que abarque dichas sociedades, que lo
único que han hecho es omitir culminar con el proceso de inscripción contemplado en el art. 5º de la LGS,
para concluir que "lo cierto es que si la intención del legislador fue englobar a las sociedades dentro de la
sección cuarta, claramente ha sido de modo muy deficiente".

La crítica es justa y comparto la conclusión de que las sociedades irregulares están incluidas en la Sección IV
del Capítulo I de la ley 19.550. El malentendido se debe al confuso y ambiguo lenguaje utilizado por el
legislador de 2014, pues era preferible recurrir a la vieja fórmula de las "sociedades que no se constituyan
regularmente", prevista en el derogado art. 21, para incluir las mismas dentro de una sección dedicada a las
anomalías societarias, junto con las sociedades atípicas y carentes de requisitos esenciales no tipificantes. En
definitiva, si el art. 7º, dispone que "La sociedad solo se considera regularmente constituida con su
inscripción en el Registro Público de Comercio", es de toda obviedad concluir que aquellas que no
cumplieron con este procedimiento, que excede ampliamente el concepto de "formalidad", pueden
perfectamente ser denominadas "sociedades no constituidas regularmente", como lo hacía el texto
derogado de la ley general de sociedades.

§ 8. Las sociedades civiles. Las sociedades de profesionales

A pesar de la opinión en contrario del Profesor Daniel Roque Vítulo, no me caben dudas que las hoy
derogadas "sociedades civiles" entran en la categoría prevista en la nueva Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550 y que este nuevo régimen legal se aplicará a todas aquellas sociedades cuyo objeto lo constituya la
prestación de servicios profesionales y que no se han constituido de conformidad con los tipos previstos en
dicho ordenamiento legal.
Sostiene Vítolo(557)para fundamentar su tesis, en un muy fundado trabajo escrito hace ya más de tres años,
cuando la ley 26.994 era solo un proyecto, y reiterado en un posterior trabajo, ya promulgada dicha
normativa, que atento el concepto que el derogado art. 1648 del Código Civil brindaba respecto de la
sociedad civil, ella no encuadraba en el propio concepto de sociedad, que el Código Civil y Comercial de la
Nación ha delineado en su art. 1º para la nueva ley general de sociedades. Manifiesta dicho autor que
mientras el art. 1º de la ley 19.550requiere, como requisitos de existencia de la propia sociedad, que la
misma se dedique a la producción de bienes o servicios, tal exigencia no existe para la sociedad civil, la cual,
a tenor de aquella antigua definición, se limitaba a disponer la prosecución, por sus integrantes, "de una
utilidad en dinero que dividirán entre sí".

En el mismo sentido se pronunció Favier Dubois (h), para quien, toda asociación de dos o más personas, con
fines de lucro, donde haya aportes para obtener utilidades en su aplicación, pero sin explotar una empresa,
no es sociedad y queda subsumida en algunas figuras de los contratos asociativos, que en el código son
contratos sin personalidad jurídica (arts. 1442 a 1478 del CCyCN), para concluir que, "En definitiva, a partir
de la ley 26.994, las sociedades no se denominan más comerciales, pero deben ser todas empresarias"(558).

Una posición intermedia ha sido sostenida por Facundo Cañas Morsino, para quien, si bien incluye a las
sociedades civiles dentro de la Sección IV del Capítulo IV, a partir de la derogación del régimen de la
sociedad civil, el marco jurídico que otorga la LGS resulta insuficiente para regular a las sociedades de
profesionales, por cuanto ellas presentan matices particulares que las diferencian de las sociedades
empresarias. En función de ello, resulta necesario el dictado de una norma que brinde una regulación
adecuada que contemple las distintas aristas referidas a las sociedades de esta naturaleza, en función de las
cuales se erige el sistema societario actual(559).

Si bien coincido con el criterio de que toda sociedad, como requisito de existencia y como condición esencial
para gozar de personalidad jurídica, debe desarrollar una actividad, enmarcada dentro de la fórmula
"producción o intercambio de bienes o servicios" a que alude el art. 1º de la ley 19.550 y de cuyo resultado
sus integrantes pretendan obtener ganancias, no concuerdo con la conclusión en que esa actividad deba ser
de tal magnitud que implique incluirla dentro del concepto de "empresa", más allá de la ambigüedad que
para el derecho argentino supone este concepto.

Nada obsta pues a la inclusión dentro del nuevo régimen previsto por los arts. 21 a 26 de la ley 19.550 a las
pequeñas sociedades informales constituidas por dos o más personas, dedicadas al ejercicio de una
profesión liberal, y que, luego de un trabajo realizado en común, proceden a distribuir las ganancias
obtenidas de tal manera, y si bien puede coincidirse en la dificultad de encuadrar esta actuación colectiva en
el concepto de empresa —a pesar de la existencia de miles de estos emprendimientos similares en nuestro
medio—, lo cierto es que el art. 1º de nuestra ahora denominada Ley General de Sociedades no hace la
menor referencia al concepto de empresa, sino solo a la necesidad de que la sociedad se dedique a la
producción de bienes y servicios, y ninguna duda cabe, al respecto, que el ejercicio de una profesión liberal
encuadra dentro de esta amplia y generosa fórmula.

El razonamiento de Vítolo y Favier Dubois (h) parte de la idea de una supuesta vigencia del art. 1648 del
Código Civil, que no es tal, por encontrarse ya derogada aquella clásica definición de la sociedad civil
brindada por dicha norma. Si a ello se le suma que, sancionada la ley 26.994 y a los fines de la constitución
de una sociedad, no importa demasiado la naturaleza civil o comercial de las actividades realizadas por la
misma y que cualquier esquema societario previsto por los socios estará comprendida en la Ley General de
Sociedades, podría concluirse que quienes desean constituir una sociedad, tradicionalmente comprendida
dentro del ámbito de la sociedad civil, puedan recurrir, en principio, a cualquiera de los moldes previstos en
dicha normativa, esto es, una compañía de los tipos previstos en el Capítulo II de la misma, aunque tengo
mis serias dudas que ello sea posible, por las razones que se explicarán en el siguiente párrafo o una
sociedad de aquellas previstas en la Sección IV del Capítulo I, sobre cuya atención trata el presente capítulo.

Concluyo pues que las sociedades tradicionalmente denominadas civiles, que no han perdido su calificación
de tales, malgrado la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, están expresamente previstas en la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, y la mejor prueba de ello es que las sociedades incluidas en esta
sección han sido herederas del viejo régimen de la responsabilidad mancomunada de sus integrantes por las
obligaciones sociales, que el derogado Código Civil consagraba. No obstante, coincido quienes se lamentan
de la inexistencia de normas en la nueva versión de la ley 19.550 que se hubiesen ocupado de las sociedades
civiles existentes a la fecha de la entrada en vigencia de la ley 26.994 y del impacto que pudiera ocasionar la
eventual reforma en ellas, pues se trata —en la casi generalidad de los casos— de sociedades constituidas
por profesionales, la mayor parte sin cumplir con la formalidad —escritura pública— prevista por el hoy
derogado art. 1184 inc. 3º del derogado Código Civil, cuyos aportes se caracterizan por su diversidad y cuyo
régimen de distribución de ganancias y pérdidas no respetan los cánones de las sociedades reglamente
constituidas a las que se refiere la ley 19.550.

En definitiva, y para clarificar el status legal de las "sociedades civiles" a la fecha de entrada en vigencia del
nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, considero oportuno formular las siguientes conclusiones:

a) No existe obstáculo alguno para constituir sociedades civiles, que pueden incluso denominarse de esa
manera, las que quedarán gobernadas por la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550.

b) Ellas desaparecerán como tales, para quedar incluidas en el régimen previsto por la Sección IV del
Capítulo I de la Ley General de Sociedades nº 19.550.

c) Las sociedades civiles que, a esta fecha, hubieran sido constituidas por escritura pública, continuarán
gobernadas por las cláusulas de su estatuto, en la medida que resulten compatibles con el nuevo régimen
legal previsto por los arts. 21 a 26 de la referida ley (art. 5º del CCyCN).

c) Las referidas entidades, que no se hubieran constituidas regularmente durante la vigencia del Código Civil
—sociedades civiles irregulares o de hecho— pasarán a gobernarse por los referidos arts. 21 a 26 de la ley
19.550.

d) Algún párrafo especial merecen las sociedades constituidas por profesionales, que —se reitera— debieron
recibir un tratamiento más generoso, para contemplar en su seno, las particularidades que las mismas
ofrecen y si bien pareciera —como hemos visto— que no existe reparo en que las sociedades con actividad
"profesional" puedan constituirse bajo el molde de los tipos previstos en el capítulo II de la ley 19.550, ello
encuentra, según mi manera de ver las cosas, obstáculos insuperables, pues la responsabilidad ilimitada que
caracteriza el ejercicio de las profesiones liberales en nuestro país, colisiona frontalmente con la
responsabilidad acotada que el legislador otorga a los integrantes de las sociedades anónimas y de
responsabilidad limitada.

Todo parece indicar entonces, que quienes pretenden constituir una sociedad dedicada a la actividad
profesional, para cuya realización resulte necesario un título universitario habilitante, cuentan con las
siguientes opciones para así proceder: a) Constituir una sociedad sometida a las pautas de la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550 y b) Recurrir al molde de las sociedades de profesionales previstas por el art. 57 de
la resolución general de la Inspección General de Justicia 7/2015, esto es, aquellas sociedades integradas
exclusivamente por profesionales con título habilitante extendido a personas humanas, que se asocien para
ejercer las actividades propias de sus incumbencias en el caso que se lo permiten las leyes que reglamentan
su ejercicio, quedando sujetos a dicha normativa o a las sociedades de medios o instrumentales, cuando las
leyes de incumbencia profesional no les permita asociarse, con las limitaciones que, en cuanto a su objeto y
actividad, ellas suponen.

Ello, sin perjuicio de recurrir a las figuras de los contratos asociativos previstas por los arts. 1442 a 1478 del
CCyCN, pero que, por obviedad, no deben exhibir en su actuación las características propias de una
sociedad.

ART. 22.—

Régimen aplicable. El contrato social puede ser invocado entre los socios. Es oponible a los terceros, si se
prueba que lo conocieron efectivamente al tiempo de la contratación o del nacimiento de la relación
obligacional y también puede ser invocado por los terceros contra la sociedad, los socios y administradores.

CONCORDANCIAS: Arts. 23 a 25ley 19.550. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 173.LSC Uruguay: arts. 42,
43.

§ 1. Oponibilidad del contrato social entre los socios

El primer párrafo del art. 23 de la ley 19.550, en su actual versión, se refiere a la plena invocación del
contrato social entre los socios, poniendo fin al régimen de ininvocabilidad del mismo en las relaciones
internas de las sociedades no constituidas regularmente previsto en el derogado art. 23 del texto original de
dicha normativa, lo que había provocado un enorme y unánime cuestionamiento por la doctrina, pues solo
se justificaba esa sanción cuando se trataba de una sociedad ilícita o con actividad ilícita o prohibida, pero no
cuando la irregularidad de fundaba en la omisión de su inscripción, cuestión que afecta fundamentalmente a
los terceros y no a los propios integrantes de la sociedad.

De esta manera, la plena invocabilidad del contrato entre los socios dota al régimen de incoherencia lógica,
con sujeción a las reglas de la buena fe. Recuerda al respecto Rafael Barreiro, invocando las fuentes del art.
22. que el art. 961 del Código Civil y Comercial de la Nación establece una clásica regla contractual: los
contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe. Obligan no solo a lo que está
formalmente expresado, sino a todas las consecuencias que puedan considerarse comprendidas en ellos,
con los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor(560).

Bien es cierto que el legislador de 2014 se quedó corto cuando, al redactar el art. 22, dispuso que el contrato
social puede ser invocado entre los socios, pues lo ideal hubiera sido que igual facultad les asiste cuando se
trata de la defensa de los derechos y defensas que surgen de la ley 19.550, como decía el texto original del
derogado art. 23, pero tal es la interpretación que debe darse al referido texto legal, pues los derechos,
obligaciones y responsabilidades que surgen de la ley 19.550 existen y pueden ser invocados por todos
quienes integran una sociedad comercial, independientemente de lo que expresa el acto constitutivo, que
por lo general se agota con las menciones previstas en los siete primeros incisos del art. 11 de dicha
normativa.

En virtud de ello, sus socios podrán reclamar a la sociedad el respeto y cumplimiento de sus derechos y
exigirse, entre sí y a sus administradores, el cumplimiento de las obligaciones que impone toda relación
asociativa. Concretamente y a título de ejemplo, podrá la sociedad reclamar de sus integrantes el
cumplimiento de sus aportes, la adecuación de su conducta al interés social a través de las acciones de
responsabilidad correspondientes y en el mismo sentido, el socio podrá recurrir judicialmente en defensa de
sus derechos, reclamando el funcionamiento de la sociedad a los parámetros legales, exigir su
responsabilidad por daños sufridos por la sociedad o en su propio patrimonio y demandar a sus
administradores la rendición de cuentas, por uno o más negocios sociales, su remoción y su responsabilidad,
con plenas facultades para solicitar la intervención judicial, en cualquiera de sus grados.

Del igual modo, esta misma interpretación amplia del primer párrafo del art. 22 —"El contrato social puede
ser invocado por los socios"— se predica en torno a la oponibilidad de los derechos y defensas que surgen
del contrato y de la ley por parte de la propia sociedad y de quienes integran los órganos sociales, respecto
de sus relaciones con la sociedad y sus socios, pues no encontramos, a título de ejemplo, óbice alguno para
negar la viabilidad de una demanda promovida por los administradores contra la sociedad por cobro de la
remuneración correspondiente a un determinado ejercicio.

No obstante, y a pesar de la amplia fórmula del art. 22 de la ley 19.550, existen límites a la oponibilidad por
la sociedad y los socios, respecto de las cláusulas del contrato social, como por ejemplo:

a) No existe posibilidad alguna de recurrir al procedimiento de exclusión de socios previsto en los arts.


91 a 93de la ley 19.550, pues es un mecanismo solo admitido para las sociedades colectivas, en comandita
simple, de responsabilidad limitada y los comanditados en las SCA (art. 91 primer párrafo de la ley 19.550).

b) No podría el socio reclamar a los administradores la confección y presentación de los estados contables
en los términos de los arts. 61 a 66 de la ley 19.550, habida cuenta la imposibilidad, por las sociedades de la
Sección IV, de llevar una contabilidad legal.

c) Finalmente, tampoco pueden los socios de una sociedad de hecho invocar frente al liquidador ni frente a
terceros, la asunción de su responsabilidad mancomunada y por partes iguales, a los fines del pago de una
deuda social, ante un pedido del liquidador, de efectuar las "contribuciones debidas" a que se refiere el art.
106 de la ley 19.550, pues ese derecho solo les corresponde a los integrantes de un tipo social en los cuales
los socios limitan su responsabilidad o cuando existe un contrato constitutivo, lo cual no acontece con las
sociedades de hecho.

§ 2. Oponibilidad del contrato a los herederos del socio fallecido

No extendemos, sin embargo, el régimen de oponibilidad a los herederos del socio fallecido, pues por más
que los fundadores de esta clase de sociedades hayan insertado una cláusula especial en el acto constitutivo,
respecto a la incorporación forzosa de dichos herederos ante la muerte de uno de los socios, soy de opinión
que, ante tal eventualidad, se produce necesariamente la resolución del respectivo contrato, salvo expreso
consentimiento de todos los socios supérstites y de los herederos del causante. No olvidemos, al respecto,
que la fórmula legal empleada por el art. 22, en cuanto dispone que "El contrato social puede ser invocado
entre los socios", descarta a los herederos del socio fallecido, que no son socios al momento de la muerte
del causante, conclusión que se encuentra reforzada por lo dispuesto en el art. 90 de la ley 19.550, cuando
solo autoriza el pacto de continuidad de los herederos del socio fallecido en determinadas sociedades
(sociedades colectivas y en comandita simple), sin mencionar a las sociedades de la Sección IV del Capítulo I
de la ley 19.550.

En definitiva, el principio general de la oponibilidad del contrato social entre los socios, que hoy gobierna el
régimen de las relaciones internas en esta clase de sociedades, supone asimismo respetar las decisiones de
los socios, adoptadas orgánicamente, cuya obligatoriedad es consecuencia de esa regla. De tal manera que
nadie podría discutir, con la actual redacción de los arts. 22 y 23 primer párrafo de la ley 19.550, que las
decisiones adoptadas por sus órganos de administración y gobierno puedan gozar de los efectos previstos
por el art. 233 de dicha normativa, esto es, gozar de la obligatoriedad para todos quienes integren la
entidad, las cuales deben ser cumplidas por quienes ejerzan la administración de la misma. El art. 25, en su
nueva redacción ratifica la plena validez, oponibilidad y obligatoriedad de los acuerdos sociales adoptadas
en esta clase de sociedades, cuando se refiere a la necesidad de adoptar acuerdos sociales a los fines de
proceder a la subsanación de la sociedad.

§ 3. Oponibilidad del contrato a los terceros

En lo que respecta a la oponibilidad del contrato social frente a terceros, ello está subordinado al hecho de
que se encuentre probado que éstos lo conocieron efectivamente al tiempo de la contratación o del
nacimiento de la relación obligatoria, siendo la prueba de esta circunstancia, a cargo de los socios o de la
sociedad. De modo tal que si los socios o la sociedad invocan un cierto régimen de administración, para
cuestionar frente a terceros una determinada actuación societaria, que se dice contraída por quien no tenía
la representación del ente, deberá existir una prueba fehaciente que acredite la exhibición del contrato
social antes o al momento previsto por el art. 22 de la ley 19.550. La propia Ley General de Sociedades, en su
art. 24 prevé un claro ejemplo del principio general de oponibilidad del contrato social a los terceros que se
han vinculado con la sociedad, cuando dispone la posibilidad de establecer, en sus relaciones con los
terceros, un régimen de responsabilidad de los integrantes de la sociedad más amplio que el establecido por
dicha norma —responsabilidad simplemente mancomunada y por partes iguales— pero ello debe surgir —
entre otras alternativas— de una estipulación del contrato social en los términos del nuevo art. 22,
obviamente conocido por los referidos terceros al momento de la contratación.

Parece evidente concluir que dicha norma está prevista exclusivamente para las sociedades que cuentan con
instrumento escrito, pero no para las sociedades de hecho, quienes nada podrían oponerle a los terceros.
Ello podría general algunas situaciones fácticas de complicada situación, como por ejemplo, cuando la
sociedad de hecho niega la existencia de representación por parte de quien contrajo la obligación, poniendo
en tela de juicio la responsabilidad del ente en el cumplimiento de dicha obligación. La pregunta que debe
formularse es la siguiente: ¿podría la sociedad invocar la inexistencia de representación societaria por medio
de cualquier medio de prueba, cuando carece de contrato social?

No parece ello admisible. En primer lugar, porque el art. 22, segundo párrafo de la ley 19.550 establece que
solo "el contrato social" es oponible a terceros, y no cualquier otro documento. En segundo lugar, porque si
bien el art. 23 admite un amplia posibilidad probatoria en este tipo de relaciones societarias, dicha norma se
refiere solo a la existencia de la sociedad y no cualquier actuación de la misma y finalmente, que el art. 23,
segundo párrafo dispone que "En las relaciones con terceros, cualquiera de los socios representa a la
sociedad, exhibiendo el contrato, pero la disposición del contrato social le puede ser opuesta si se prueba
que los terceros la conocieron efectivamente al tiempo del nacimiento de la relación jurídica".

La prueba de que los terceros conocieron efectivamente el contrato social al tiempo de la contratación o del
nacimiento de la relación obligacional, corresponde sin dudas a la sociedad, y por lo general, ella se
concretará insertando en el contrato celebrado entre la sociedad y el tercero, la constancia de que éste
contó, al antes o al momento de la contratación, con el contrato social, o que copia del mismo haya sido
firmado por el contratante y devuelto a la sociedad.

Bien es cierto que la posibilidad de oponer a terceros el contrato social depende de la buena fe de las partes,
y al respecto manifiesta Rafael Manóvil que el conocimiento del contrato por los terceros es una cuestión de
hecho, exista o no instrumento, afirmando este autor que los terceros pudieron tomar conocimiento de la
sociedad de hecho, por ejemplo, por una comunicación verbal hecha por una comunicación dirigida a
aquellos por todos los socios, concluyendo que, tanto si hay instrumento como si no lo hay, es siempre una
cuestión probatoria. Si bien tales manifestaciones nos resultan atendibles, aunque creemos que la prueba
tendiente a demostrar el conocimiento de los terceros respecto del grado de responsabilidad de los socios
debe ser concreta y fehaciente, pues de admitir lo contrario, esto es una gran amplitud probatoria, cualquier
demanda promovida por un tercero contra una sociedad de hecho, en cumplimiento de una obligación
contraída con la misma, y sin exhibición del contrato, podría generar todo tipo de maniobras dilatorias, que
prolongarían indefinidamente el pleito. Con otras palabras: un semillero de pleitos que siempre es preferible
evitar.

Finalmente, y siempre en lo que respecta a la oponibilidad del contrato social por parte de los terceros, el
último párrafo del art. 22 establece que dicho instrumento puede ser invocado por éstos frente a la
sociedad, los socios y los administradores, lo cual constituye la lógica y justa contrapartida de la solución
expresada en el párrafo anterior del artículo en análisis.

§ 4. ¿Pueden las sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, llevar a cabo los procedimientos
de transformación, fusión y escisión?

La resolución general 7/2015 de la Inspección General de Justicia, así parecen admitirlo en sus arts. 173 y
178, cuando establece que las normas previstas en materia de transformación y fusión de sociedades son de
aplicación analógica, en lo pertinente, a la adopción de uno de los tipos regulados por la ley 19.550, o
participar como fusionantes por parte de una sociedad de la Sección IV del Capítulo I de la referida ley,
requiriéndose al acuerdo unánime de sus socios, salvo que el contrato prevea expresamente que pueda
decidirse por mayoría.

Ello constituye, a nuestro juicio, una solución desacertada, pues la oponibilidad de las normas referidas al
funcionamiento de las sociedades previstas en los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, en su actual versión, no
autoriza los procedimientos de reorganización societaria, incorporados a dicha normativa a partir del art. 74,
pues constituyen, tanto la transformación, como la fusión y escisión, procedimientos que requieren el
protagonismo de sociedades regulares, adaptados a uno de los tipos previstos en la ley 19.550.

Curiosamente, el art. 185 de las actuales normas de la Inspección General de Justicia (resolución general
7/2015), adopta una solución contraria a la prevista en el art. 173, que acepta la aplicación analógica a las
sociedades de la sección IV, de las normas de la transformación, cuando dispone la admisibilidad de la
subsanación o transformación de una sociedad civil constituida bajo la vigencia del anterior Código Civil
mediante la adopción de uno de los tipos regulados por el capítulo II de la ley 19.550, solución que ya había
sido consagrada por la autoridad de control en la resolución general 7/2005 y que parte de la idea que se
trata de una sociedad civil constituida regularmente que se transforma en una sociedad tipificada en el
Capítulo II de la ley 19.550.

ART. 23.—

Representación, administración y gobierno. "Las cláusulas relativas a la representación, administración y las


demás que disponen sobre la organización y gobierno de la sociedad, pueden ser invocadas entre los socios.

En las relaciones con terceros, cualquiera de los socios representa a la sociedad exhibiendo el contrato, pero
la disposición del contrato le puede ser opuesta si se prueba que los terceros la conocieron efectivamente al
tiempo del nacimiento de la relación jurídica".

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 22, 24, 56; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 173.LSC Uruguay: arts. 37, 39.

§ 1. Representación, administración y gobierno de la sociedad incluida en la Sección IV del Capítulo I.


Régimen de responsabilidad

El art. 23 de la ley 19.550 en su actual versión (ley 26.994), consagra en su primer párrafo, una de las
consecuencias del régimen amplio de oponibilidad del contrato social entre los socios y la sociedad, cuando
prescribe que las cláusulas relativas a la representación, la administración y las demás que disponen sobre la
organización y gobierno de la sociedad, pueden ser invocadas entre los socios.
Dicha norma no se limita exclusivamente a la representación del ente, como lo hace la segunda parte de
dicha norma, sino también a la administración y gobierno, con lo cual no existe diferencia, en cuanto a la
organización de la sociedad, entre sociedades típicas y sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550, las cuales podrán organizar a su conveniencia como y de qué manera estructuran sus órganos
de administración, gobierno e incluso fiscalización. La sociedad podrá en consecuencia contar con una
gerencia o directorio, una sindicatura o consejo de vigilancia, y prever una cláusula expresa referida a la
adopción de acuerdos sociales, aunque no será muy frecuente que ello acontezca en la práctica, como no lo
fue respecto de la existencia de las sociedades irregulares antes de la ley 26.994, en donde el universo de las
sociedades no constituidas regularmente era representado, en un casi cien por ciento por las sociedades de
hecho, que se caracterizan por la inexistencia de contrato escrito. Parece casi obvio concluir que quienes se
toman el trabajo de redactar un contrato social con cláusulas referidas a la organización de sus órganos
sociales, seguramente concluirán los trámites inscriptorios correspondientes.

Lo cierto es que, aunque ello será muy excepcional, los socios podrán, en esta clase de sociedades impugnar
judicialmente las asambleas o reuniones de socios y las decisiones emanadas de dichos actos, así como las
decisiones de los órganos de administración, cuando la misma estuviere en manos de cuerpos colegiados,
rigiendo por analogía lo dispuesto por el art. 251 de la ley 19.550.

La norma en análisis (art. 23), en su segundo párrafo, si bien consagra el principio general en materia de
representación de esta clase de sociedades, estableciendo que en las relaciones con terceros, cualquiera de
los socios representa a la sociedad, tal cual como lo prescribía el derogado art. 24 del texto original de la ley
19.550,agrega que ello solo será aplicable, cuando se exhibiese el contrato, lo cual constituye un verdadero
desacierto e incluso contrasentido, pues cuando la sociedad cuenta con un contrato social y con una cláusula
referida a la administración del ente —sociedades irregulares— es de toda evidencia, por aplicación del
régimen de oponibilidad a terceros prevista en el art. 22, que aquel principio carece de aplicabilidad,
siempre y cuando el tercero ha tomado expreso conocimiento del contrato social y ello puede ser
fehacientemente acreditado (art. 22).

En consecuencia, el principio general de la representación promiscua de las sociedades previstas en la


Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 solo debería ser aplicable a las sociedades de hecho, sin
instrumento escrito, pero la referencia a la exhibición del contrato, lo torna incomprensible. De todas
maneras y a los fines de interpretar la normativa legal vigente dándole coherencia al sistema, considero que
el régimen de representación en estas sociedades debe ser el siguiente: a) En las sociedades de hecho, y en
sus relaciones con terceros cualquiera de los socios representa a la sociedad y b) Tratándose de sociedades
irregulares, atípicas o carentes de requisitos esenciales no tipificantes, el único régimen de representación
válido será el previsto en el contrato social, que será oponible por y ante terceros (art. 22).

Así interpretadas las cosas, es importante efectuar un repaso de la jurisprudencia mientras estuvo vigente
el art. 24 de la ley 19.550, en su texto original, solucionando varios problemas de cotidiana frecuencia que se
presentaban ante la existencia de un conflicto judicial que tenía como protagonista a una sociedad de hecho.

a) En las sociedades de hecho, lo que surge de la confesión de uno de los socios obliga a la sociedad y a sus
consocios(561).

b) La sociedad de hecho puede ser representada en juicio por cualquiera de sus integrantes(562).

c) No corresponde declarar en rebeldía a una sociedad irregular o de hecho, si la demanda fue contestada
por cualquiera de sus integrantes(563).

Puede suceder que frente a un caso concreto, se plantee la duda si una deuda fue contraída por uno de los
socios a título particular o si la ha contraído en nombre de la sociedad de hecho que integra. Frente a tal
hipótesis y no habiendo manifestado fehacientemente que se obligaba en nombre de dicha sociedad, resulta
evidente concluir que la misma debe ser considerada como contraída por el socio a título personal, pues,
como se sostuvo, la norma del art. 23 segundo párrafo de la ley 19.550 no implica que las operaciones
realizadas por los componentes de la entidad vinculen necesariamente a ésta, pues ello importaría sostener
que los socios han perdido toda posibilidad de realizar transacciones en forma individual o particular(564).
En todo caso, quien afirma la existencia de la actuación de la sociedad carga con la prueba correspondiente.

Por aplicación del régimen pleno de oponibilidad interna previsto por el art. 23 primer párrafo de la ley
19.550, y siempre sosteniendo que en este tipo de sociedades, la permanente referencia al contrato social
constituye un grave error, al brindar margen para sostener la exclusión de las sociedades de hecho en la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, considero procedente la promoción, por parte de los socios de las
acciones judiciales de remoción de los administradores, así como las acciones de responsabilidad, previstas
por el art. 274 y ss. del ordenamiento societario, las cuales son plenamente aplicables a estas sociedades.

§ 2. Las sociedades no regulares y la contabilidad

De conformidad con el nuevo régimen de contabilidad previsto en los arts. 320 a 331 del Código Civil y
Comercial de la Nación, todas las personas jurídicas de carácter privado, entre las cuales se encuentran las
sociedades comerciales se encuentran obligadas a llevar contabilidad.

Revistiendo entonces el carácter de personas jurídicas de carácter privado (art. 148 CCyCN) y no obstante su
informalidad, las sociedades no regulares, esto es, las incluidas en el art. 21 de la ley 19.550 están obligadas
a llevar libros y al respecto, la norma del art. 320 primer párrafo del Código Civil y Comercial no deja margen
de dudas.

Sin embargo, y como la legislación en materia de contabilidad no se agota en las disposiciones del Código
Civily Comercial, sino que ella debe complementarse en primer lugar con otras disposiciones contables del
mismo código unificado y en segundo término, de lo que surge de las leyes especiales no derogadas por la
nueva legislación(565), surge de toda evidencia que la inexistencia de inscripción registral por parte de éstas
en los términos del art. 7º de la ley 19.550 impedirá la rubricación de sus libros, que es el punto de partida
para llevar una contabilidad regular, con todos los efectos legales.

Alguna doctrina sostiene que, habida cuenta que el art. 320 del Código Civil y Comercial de la Nación,
autorizando lo que ha denominado como "contabilidad voluntaria" habilita a "...cualquier persona a llevar
contabilidad si solicita su inscripción y la habilitación de sus registros o la rubricación de sus libros, como se
establece en esta misma Sección", las sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550podrán subsanar la imposibilidad de rubricar los libros societarios y de comercio, acudiendo por
extensión, a la regla de la "rubricación voluntaria" a que alude aquella norma, prevista para aquellos sujetos
no obligados a llevar la contabilidad prevista en el primer párrafo, segunda parte del art. 320 del Código
Civil y Comercial de la Nación(566).

La tesis es original, pero no puede compartirse, pues esta contabilidad voluntaria, prevista por la nueva
legislación civil y comercial, está subordinada a la previa solicitud de inscripción y la habilitación de sus
registros o la rubricación de sus libros, como textualmente se establece en la Sección 7º del Capítulo V del
Código Civil y Comercial de la Nación y si bien es cierto que tal inscripción no implica matriculación para las
personas que optan por esta contabilidad voluntaria, pues el referido ordenamiento legal ha derogado la
obligación de los sujetos mercantiles de matricularse en el Registro Público de Comercio, lo cierto es que, al
referirse expresamente el art. 320 al cumplimiento de la previa rubricación de sus libros, es de toda
obviedad concluir que todas aquellas personas que carecen de la posibilidad de hacerlo, como las
sociedades que no se han inscripto regularmente, y ello vale también para las demás sociedades incluidas en
la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, tienen cerradas las puertas a esta "contabilidad voluntaria", que
si bien se permite a aquellos que no están obligados a llevar una contabilidad legal, no resulta admisible para
quienes no han cumplido los requisitos necesarios para acceder a la misma.

Arribar a una conclusión contraria significaría sostener que la inscripción de la sociedad en el registro
mercantil se ha convertido en una mera formalidad carente de todo tipo de efectos y que la tipicidad
societaria no sirve absolutamente para nada. Efectivamente, si la sociedad no regular omite voluntariamente
su carga inscriptoria, no obstante lo cual, recurre al subterfugio de la contabilidad voluntaria, a los fines de
gozar de la eficacia probatoria de sus libros sociales y contables, como lo garantiza el art. 330 del Código Civil
y Comercial, el respeto de la carga prevista en los arts. 5º y 6º de la ley 19.550 y el cumplimiento de los
requisitos previstos por el art. 11 de dicha ley se convierte en una verdadera insensatez, esto es, carente de
toda finalidad útil para quien se ha preocupado en cumplir con todos los mandatos legales.

§ 3. Administración e intervención judicial en las sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550

Si bien la aplicación de los arts. 113 a 117 de la ley 19.550 fue muy controvertida durante la vigencia de
dicha normativa, en su versión original, esta discusión ha perdido toda virtualidad ante el principio general
de oponibilidad del contrato social entre sus integrantes, como expresamente lo prevén los arts. 22 y 23, en
sus primeros párrafos, en su actual versión.

De manera tal que, siendo que las cláusulas relativas a la administración, organización y gobierno de la
sociedad pueden ser invocadas entre los socios, nada obsta a que éstos puedan requerir la designación de
un veedor judicial, un coadministrador o un interventor judicial con desplazamiento de autoridades, siempre
y cuando cumplan con los requisitos formales y sustanciales previstos por las normas de la Sección XIV del
Capítulo I de la ley 19.550.

§ 4. Adquisición por la sociedad de bienes registrables

Se trata de otra cuestión que la ley 26.994 ha superado, pues la redacción del texto original del art. 26 de
la ley 19.550 brindaba margen legal más que suficiente para sostener la incapacidad de las sociedades no
regularmente constituidas para adquirir bienes registrables. Era éste un tema que fue muy polémico hasta la
sanción de la ley 26.994 y sostenida por la doctrina notarial, a pesar de que la jurisprudencia de nuestros
tribunales, respaldando un antiguo fallo plenario de la Cámara Civil de la Capital Federal del año 1921,
dictado en el caso "Pascual Hermanos", confirmando una resolución del Registro de la Propiedad Inmueble,
convalidó dicha incapacidad, fundado en las razones de identificación y protección de los terceros de los
acreedores de los socios. Recuérdese al respecto que el Anteproyecto de Reformas a la ley 19.550, del año
2004 había admitido la solución hoy prevista en el segundo párrafo del art. 23 de la ley 19.550 en su actual
redacción, el cual prevé los mecanismos para evitar fraudes y maniobras simuladas, pues es de toda justicia
que, frente a los acreedores sociales, la sociedad, integrada por quienes son a su vez los condóminos de un
bien que ha sido enteramente afectado al desarrollo de los negocios sociales, no puedan invocar la ajenidad
de este bien respecto del patrimonio social, al momento de la ejecución individual o colectiva de los bienes
de la entidad y así lo ha resuelto la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles, en reiteradas
oportunidades.

Actualmente, la capacidad de las sociedades no constituidas regularmente para adquirir bienes registrales
viene impuesta por el art. 23, último párrafo de la ley general de sociedades, al disponer expresamente, bajo
el título de "Bienes registrables" que "Para adquirir bienes registrables la sociedad debe acreditar, ante el
Registro, su existencia y las facultades de su representante, por un acto de reconocimiento de todos quienes
afirman ser sus socios. Este acto debe ser instrumentado en escritura pública o instrumento privado con
firma autenticada por escribano. El bien se inscribirá a nombre de la sociedad, debiéndose indicar la
proporción en que participan los socios de tal entidad".

La simple lectura del segundo párrafo del art. 23 de la ley 19.550, en su actual redacción, ilustra que no se
trata de una solución dedicada exclusivamente a las sociedades de hecho, como parece sugerir una primera
lectura del referido texto legal, sino para todas aquellas sociedades incluidas en el art. 21, incluso las
sociedades irregulares, atípicas o carentes de requisitos esenciales no tipificantes.

Ello surge claramente del texto del tercer párrafo del art. 23, cuando se refiere a una actuación que adquiere
especial protagonismo en el proceso de adquisición de bienes registrables por la sociedad, que es el
denominado "acto de reconocimiento", que debe ser presentado ante el registro correspondiente al bien
registral adquirido por la sociedad, en el cual el ente deberá acreditar su existencia y las facultades de su
representante y que deberá ser suscripto por todos los integrantes de la sociedad.

Dicho acto de reconocimiento no puede ser reemplazado por el contrato social, salvo que se trate de una
sociedad irregular y no existiera modificación de los socios originales, pues este documento debe ser
elaborado y presentado al registro correspondiente en cada oportunidad que la sociedad adquiera un bien
registrable, pues lo verdaderamente importante, además de la prueba de la existencia de la sociedad, es la
constancia de la presencia de todos quienes afirman ser sus socios.

La importancia de este documento ha sido destacado por el legislador de 2016, cuando requiere que el acto
de reconocimiento debe ser instrumentado en escritura pública o instrumento privado con firma
autenticada por escribano.

Confeccionado y presentado dicho documento, el bien podrá ser inscripto a nombre de la sociedad,
debiéndose indicar la proporción en que participan los socios en tal sociedad, con lo cual el acto de
reconocimiento constituirá una prueba fundamental por los socios y por los terceros, para el caso de
desconocimiento de su carácter de integrantes de la sociedad.
§ 5. Prueba de la existencia de la sociedad incluida en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550

5.1. Principios generales. Medios probatorios admisibles

El art. 23 último párrafo de la ley 19.550, en su redacción posterior a la ley 26.994, adopta idéntica solución
a aquella prevista por el derogado art. 25 de dicha normativa, aceptando que la prueba de las sociedades
incluidas en la Sección IV del Capítulo I pueden ser acreditadas por cualquier medio de prueba.

Bien es cierto que al quedar derogado el art. 25 de la ley 19.550 y con ello las explicaciones del legislador
societario de 1972 contenidas en la "Exposición de Motivos" en torno a dicha norma, en cuanto sujetaba
dicha prueba, a los principios generales del derecho común, haciendo referencia concreta a lo dispuesto por
los derogados arts. 209 del Código de Comercio y 1193 del Código Civil, todo parecería indicar, atento la
actual redacción del último párrafo del art. 23 de la ley 19.550, que no existiría restricción en torno a los
medios de prueba necesarios para acreditar la existencia de las sociedades no constituidas regularmente y
aquellas incluidas en el art. 21, lo cual reviste especial importancia, ante la divergencia que, sobre el
particular ha planteado la doctrina y jurisprudencia en torno a la suficiencia de la prueba testimonial a los
fines mencionados.

Sin embargo, estimo que aquellos fundamentos que dieron origen a las normas de los arts. 209 del Código
de Comercio y 1193 del Código Civil, basadas en la necesidad de evitar la proliferación de conflictos y que en
forma concordante, solo admitían la prueba testimonial para los contratos que no excedieran determinada
suma de dinero, salvo que existiese lo que en doctrina se conoce como "principio de prueba por escrito",
permanecen hoy inalterables en el texto del Código Civil y Comercial de la Nación, cuyo art. 1019 último
párrafo establece expresamente que "Los contratos que sea de uso instrumentar no pueden ser probados
exclusivamente por testigos", aclarando el art. 1020 de dicho cuerpo legal, bajo el título "Prueba de los
contratos formales" que "Los contratos en los cuales la formalidad es requerida a los fines probatorios
pueden ser probados por otros medios, inclusive por testigos, si hay imposibilidad de obtener la prueba de
haber sido cumplida la formalidad o si existe principio de prueba instrumental o comienzo de ejecución. Se
considera principio de prueba instrumental cualquier instrumento que emane de la otra parte, de su
causante o parte interesada en el asunto, que haga verosímil la existencia del contrato".

La aplicación del art. 1020 del Código Civil y Comercial de la Nación, al cual hemos transcripto en el párrafo
anterior, es controvertida por Rafael Barreiro, para quien dicha norma no es aplicable, sin dar mayores
fundamentos de su opinión. Pienso que, a diferencia de las sociedades regulares y típicas, en las sociedades
incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, el contrato social es requerido a los fines
probatorios y de allí si aplicación al negocio societario en los casos que nos ocupa, más allá de la evidente
lógica —como lo entendían los legisladores de los derogados Código Civil y Comercial de la Nación— de
requerir principio de prueba por escrito para habilitar la prueba testimonial.

La cuestión de la prueba de la existencia de la sociedad, así como del carácter de socio, que mucha veces es
desconocido, para frustrar derechos de terceros y de los propios integrantes de la sociedad, ha sido un tema
medular y recurrente en materia de sociedades no constituidas regularmente, que originó todo tipo de
soluciones, ante concretas situaciones planteadas judicialmente, tema sobre el cual es necesario detenerse
en los párrafos siguientes.

Suele ocurrir que un tercero al demandar a una sociedad de hecho, por cumplimiento de un contrato
celebrado, o un socio, al promover demanda de disolución, se encuentre con que quien contrató por la
sociedad o los restantes consocios nieguen la existencia del ente.

Ello no es un supuesto infrecuente, pues, en el primer caso se ocultaría la existencia de un socio solvente, y
en el segundo, él o los restantes consocios evitarán la acción de rendición de cuentas por las operaciones
efectuadas, así como la promoción de acciones de responsabilidad, aprovechándose muchas veces de la
ausencia de documentación que revela la actuación interna de la sociedad.

La ley 19.550, en su original art. 25 —reformado— por el último párrafo del art. 23 en su actual redacción
preveía el supuesto, autorizando a recurrir, en tales circunstancias, a cualquier medio de prueba, aunque,
conforme lo aclaraba la Exposición de Motivos de la ley 19.550, con sujeción a las normas de derecho
común.
En consecuencia, para demostrar la existencia de una sociedad irregular o de hecho, debía remitirse, antes
de la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, a las disposiciones del Código de Comercio (arts. 207,
208, 209, 211, 214 y 298), del Código Civil (arts. 1190 a 1194), así como del Código Procesal correspondiente.

Resulta casi innecesario destacar que la cuestión sólo podía presentarse tratándose de sociedades de hecho,
por la ausencia de instrumentación, o de sociedades irregulares no registradas, cuando el contrato no esté
en manos del socio disolvente, atento a que el principio consagrado por el entonces vigente art. 1021 del
Cód. Civil — sobre pluralidad de ejemplares — no regía en materia mercantil.

La ley 19.550, en su versión original, como en su actual redacción, ha admitido una amplia libertad
probatoria para demostrar la existencia de la sociedad irregular o de hecho, principio que vale para los
terceros o los propios socios, pues la ley general de sociedades no establece distinciones al respecto.

Ahora bien, y atento la amplitud probatoria prevista por el art. 23 de la ley 19.550, ello obliga a remitirse a
los medios de prueba de los contratos previstos por el Código Civil y Comercial de la Nación, por lo que
corresponde destacar:

1 Las cuestiones relativas a la prueba de los contratos son de orden procesal y no sustancial; por
consiguiente, es admisible recurrir a todos los medios probatorios admitidos por los códigos de forma. Como
consecuencia de ello, deben admitirse la prueba de informes, peritos y el reconocimiento judicial, con los
alcances y formas señalados por el Código Procesal.

2. Lo expuesto, sin perjuicio de ampliar la admisibilidad de nuevos medios probatorios, por ejemplo: correos
electrónicos, grabaciones, fax, fotografías, conversaciones telefónicas, que por sí solos no constituyen
pruebas, pero que, empleados en combinación con otros medios, aportan valiosas pautas de apreciación, de
acuerdo con las reglas de la sana crítica, para juzgar sobre la existencia, validez, eficacia y cumplimiento de
los contratos(567).

Cabe concluir que lo expuesto en materia de amplitud de prueba, no implica que, en concreto, cualquiera
sea apta para dar por probada aquella situación; debe tratarse de una prueba convincente e idónea,
imponiéndose analizar las probanzas aportadas a fin de apreciar si de su conjunto surge un serio poder de
convicción que autorice a admitir la existencia de una sociedad de hecho. Sobre el particular, la
jurisprudencia ha destacado la importancia de probar los aportes realizados por los socios, la formación de
un patrimonio societario y la actividad mercantil del ente(568).

5.2. La prueba de presunciones y el valor de las cartas como medio probatorio de la relación societaria
irregular

Afirmaba Malagarriga(569)que, vigente el Código de Comercio en materia societaria, lo que ocurrió hasta el
año 1972, en determinados supuestos la prueba de las sociedades afectadas por vicios de forma resultaba
fácil, y es en el supuesto de sociedades irregulares, o sea, en aquellas en que lo único que faltó fue el
cumplimiento de las formalidades de publicidad. Sin embargo, no puede afirmarse lo mismo tratándose de
sociedades de hecho, en las cuales ni siquiera medió contrato escrito de constitución de la sociedad, en cuyo
caso, la prueba de las mismas presentará considerables dificultades.

Para solucionar esas dificultades, es que el art. 298 del Código de Comercio establecía una presunción
general: la de que ha existido sociedad, desde que se han practicado actos que no es costumbre practicar
cuando no existe sociedad, y una serie de presunciones particulares:

1. Negociación promiscua o común.

2. Enajenación, adquisición o pago hecho en común.

3. Manifestación de uno de los asociados que se declara socio y los otros no lo contradicen en modo público.

4. Proposición por dos o más personas de un administrador o gerente común.

5. El uso del pronombre "nosotros" o "nuestro" en la correspondencia, libros, facturas, cuentas u otros
papeles comerciales.
6. El hecho de recibir o responder a cartas dirigidas al nombre o firma social.

7. El uso del nombre con el aditamento "y compañía".

8. La disolución de la asociación en forma de sociedad.

El valor de esas presunciones, a pesar de la derogación del art. 298 del Código de Comercio, hace casi
cuarenta y cinco años, continúan vigentes a la fecha, y no son pocas las oportunidades, en que, vigente la ley
19.550, nuestros tribunales utilizaron las mismas para acreditar la existencia de una sociedad no constituida
regularmente o el carácter de socio de uno de sus integrantes, presunciones que no se limitaron a aquellas
previstas por dicha norma, sino que la doctrina y jurisprudencia le reconoció el carácter de iuris
tantum que permiten, probados los hechos que según el mencionado artículo han de sustentarlas, cargar la
prueba de la inexistencia de la sociedad a la parte contraria del que debía probar la existencia, es decir, que
el que tiene que presentar judicialmente la prueba de que una sociedad ha existido, cumplirá en virtud de lo
dispuesto por el art. 298 del Cód. Com., con probar con alguno de los hechos enunciados u otros análogos
que no sea corriente practicar cuando la sociedad no existe.

Precisamente y conforme al carácter declarativo del art. 298 del Código de Comercio, la jurisprudencia
mercantil consagró, en diversos pronunciamientos, el alcance de estas presunciones, y estableció otras de
naturaleza análoga: la cuenta corriente existente entre las partes no acredita la existencia de una sociedad,
cuando la documentación se extiende con membrete de una de ellas y se registra en sus libros(570); el
aditamento "y compañía", de por sí, no es prueba suficiente y eficaz para acreditar la existencia de una
sociedad de hecho(571); la mención del nombre de ambas partes como razón social en todos los papeles de
la empresa(572); la circunstancia de que el local del negocio aparezca alquilado a nombre de ambos
litigantes(573); la inclusión en documentos de frases tales como "nuestros negocios", "recíproca confianza",
"repartición de utilidades y pérdidas por partes iguales", "rendición de cuentas final", etcétera(574); la
petición por ambos socios de la habilitación municipal para la explotación de un negocio(575), etc.

Estas presunciones, cuya eficacia probatoria está ratificada por el primer párrafo del art. 1019 del Código
Civil y Comercial de la Nación, que dispone que los contratos pueden ser probados por todos los medios
aptos para llegar a una razonable convicción según las reglas de la sana crítica y con arreglo a lo que
disponen las leyes procesales. Con otras palabras, las presunciones deben ser consideradas como medios de
prueba cuando Consistan en inferencias lógicas, directas, con relación al hecho, y la conjetura de tal
relevancia, que razonablemente casi no quede otra posibilidad que la pretendida.

En cuanto a la correspondencia, su eficacia probatoria está expresamente prevista por el art. 318 del Código
Civil y Comercial, que establece como principio general que la correspondencia, cualquiera sea el medio
empleado para crearla o transmitirla, puede presentarse como prueba por el destinatario, salvo la
correspondencia confidencial, que no puede ser utilizada en juicio sin consentimiento del remitente. Los
terceros no pueden valerse de la correspondencia sin asentimiento del destinatario y del remitente, si es
confidencial. Ello nos lleva al problema de la extensión de la confidencialidad en materia societaria, que por
tratarse de la prueba de la existencia de una relación societaria, debe ser interpretada excepcionalmente.

ART. 24.—

Responsabilidad de los socios. Los socios responden frente a terceros como obligados simplemente
mancomunados y por partes iguales, salvo que la solidaridad con la sociedad con la sociedad o entre ellos, o
una distinta proporción resulten:

1) de una estipulación expresa respecto de una relación o un conjunto de relaciones;

2) de una estipulación del contrato social, en los términos del art. 22:

3) de las reglas comunes del tipo que manifestaron adoptar y respecto del cual se dejaron de cumplir
requisitos sustanciales o formales.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 2º, 7º, 17, 22 a 26. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 173LSC Uruguay:
art. 36.
§ 1. Responsabilidad de los socios en las sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550.
La responsabilidad mancomunada y por partes iguales

Este es un tema medular de la reforma efectuada por la ley 26.994, y con la cual estoy totalmente en
desacuerdo, pues la tradicional responsabilidad ilimitada, solidaria y no subsidiaria de los integrantes de las
sociedades no constituidas regularmente —tanto civiles y comerciales— ha quedado reemplazada por una
responsabilidad simplemente mancomunada y por partes iguales, que sin dudas conduce a resultados
incoherentes e injustos.

Recordemos que, tratándose las obligaciones respecto de las cuales pesan sobre sus integrantes el de
responder por las deudas sociales —según el tipo y clase de sociedad de que se trata— ellas revisten el
carácter de obligaciones conjuntas, esto es, cuando hay concurrencia de acreedores sobre una misma
obligación, y pueden ser simplemente mancomunadas o solidarias. En las primeras, que caracterizan, luego
de la sanción de la ley 26.994, a la responsabilidad de los socios de las sociedades incluidas en los arts.
21 a 26 de la ley 19.550, se produce un fraccionamiento de la deuda entre los varios obligados y cada sujeto
tiene la obligación de responder por una parte de la deuda, que en el caso que nos ocupa, será por partes
iguales. Por el contrario, en las obligaciones solidarias, que en nuestro ordenamiento societario caracteriza
la responsabilidad de los integrantes de las sociedades colectivas, a los socios capitalistas en las de capital e
industria y a los socios comanditados de toda sociedad comandita, no hay fraccionamiento de la prestación
debida, pues la naturaleza del título de la obligación supone su pago completo y en consecuencia, la
totalidad del objeto de ella puede, en virtud del título constitutivo o por disposición de la ley, ser
demandada por cualquiera de los acreedores o a cualquiera de los deudores.

La idea del legislador, al cambiar una solución, la responsabilidad solidaria de los integrantes de las
sociedades irregulares o de hecho, que no era discutida por nadie y que además era coherente con los
principios formales que gobiernan a las sociedades en general, partió, con toda seguridad, de dos
razonamientos: a) El primero, en la excepcionalidad de la solidaridad en materia civil y comercial, en donde
la regla, tratándose de responsabilidad, es la simple mancomunidad y por partes iguales entre la pluralidad
de deudores respecto a una misma obligación y 2) El segundo, basado en la incorporación de las "sociedades
civiles" al régimen de la irregularidad previsto en los nuevos arts. 21 a 26 de la Ley General de Sociedades,
sociedades cuya responsabilidad, a tenor de las disposiciones del derogado Código Civil, era en principio
mancomunada, olvidando sin embargo el legislador de 2014 que el régimen de la mancomunidad podía
quedar desdibujada ante la derogación del art. 1751 del Código Civil, conforme al cual los socios de las
sociedades civiles respondían por las partes de los socios insolventes, norma ejemplar que el Código Civil y
Comercial de la Nación no ha reproducido.

Actualmente y merced al régimen de la mancomunidad previsto, como principio general, en el art. 24 de la


Ley General de Sociedades, se traslada el riesgo del cobro de las obligaciones sociales a los acreedores de la
sociedad, para el caso de que los integrantes de estas sociedades no tengan medios para afrontar el pago de
la parte que le corresponde abonar, respecto de las obligaciones contraídas por el ente, lo cual constituye
una gravísima incongruencia de nuestro nuevo régimen societario.

Repárese al respecto que los integrantes de las sociedades incluidas en la nueva Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550 se encuentran en mejor posición que los integrantes de la sociedad colectiva, que es una
sociedad tipificada y en la cual se han cumplido con todos los requisitos formales previstos en dicho
ordenamiento. Pero ello no es todo, pues la ley 26.994 se olvidó de reformar el art. 183 de la ley 19.550, el
cual dispone la responsabilidad solidaria e ilimitada de los socios y administradores por los actos realizados
durante el período fundacional de la sociedad, insólito panorama que ofrece la siguiente paradoja: mientras
que los socios que han cumplido con todas las obligaciones formales previstas por la ley
19.550, presentando el contrato social a su registración, responden en forma solidaria e ilimitada por las
obligaciones sociales contraídas hasta que la sociedad se encuentre inscripta, inclusive por los actos
necesarios para su constitución, comprometiendo de esa manera la totalidad de su patrimonio para la
satisfacción de las obligaciones sociales, durante ese incierto período, cuya finalización no depende de ellos,
aquellos socios de las sociedades no regulares que jamás quisieron cumplir con esa carga inscriptoria y que
están mencionados en el art. 21 del nuevo texto legal, gozan del beneficio de una mancomunidad absoluta,
sin responsabilidad solidaria adicional, toda vez que el art. 808 segundo párrafo del Código Civil y Comercial
de la Nación dispone expresamente que, en esta clase de obligaciones —mancomunadas y divisibles—,
"...los acreedores tienen derecho a su cuota y los deudores no responden por la insolvencia de los demás...".
Sin embargo y a tenor de lo dispuesto por el nuevo art. 24 de la ley general de sociedades, este principio de
simple mancomunidad puede ceder en tres supuestos específicos: 1) Ante la estipulación expresa respecto
de una relación o un conjunto de relaciones; 2) Respecto de una estipulación del contrato social, en los
términos del art. 22 y 3) Ante las reglas comunes del tipo que manifestaron adoptar y respecto del cual se
dejaron de cumplir requisitos sustanciales o formales.

La primera es una hipótesis muy emparentada con la fianza, pero ofrece el inconveniente de que carece de
aplicabilidad frente a determinados acreedores, como los involuntarios y los laborales y difícilmente pueda
ser imaginada para garantizar las obligaciones contraídas por la sociedad ante acreedores quirografarios. En
cuanto a la segunda de ellas, esto es, la inserción de una estipulación del contrato social, ofreciendo la
solidaridad de los integrantes de la sociedad por el pago de las deudas sociales, ello tampoco se presenta
como una hipótesis imaginable, pues teniendo la posibilidad de afectar su responsabilidad sobre la base de
la mancomunidad por partes iguales, no es concebible que los integrantes del ente asuman expresamente y
en forma indeterminada a los terceros una responsabilidad más amplia, salvo que se trate de una sociedad
constituida a los fines de operar con uno o varios contratantes determinados que se encuentren en una
posición dominante. Finalmente y en cuanto a la tercera hipótesis, esto es, la responsabilidad solidaria e
ilimitada de los socios frente a terceros, cuando se trata de una responsabilidad propia y característica del
tipo social elegido, y la sociedad perdió sus requisitos esenciales o no cumplió con los requisitos formales
previstos legalmente, si bien ello se presenta como una solución impecable, académicamente hablando, ella
es casi impresentable en la realidad de los negocios, pues nadie constituye hoy una sociedad colectiva, de
capital e industria o en comandita, que se han convertido en una curiosidad legislativa, de interés solo para
los estudiosos de la historia del derecho societario.

Nada obsta tampoco a que los socios ofrezcan en el contrato social o en el documento independiente
previsto en el art. 24 inc. 1º una mancomunación diferente a la prevista en la ley, pues la igualdad entre ellos
a los fines de responder por las deudas sociales frente a terceros no parece una disposición legal que no
pueda ser modificada en beneficio de éstos, toda vez que si la solidaridad puede ser asumida, con mucho
mayor razón el grado de participación de los integrantes de la sociedad en el cumplimiento de las
obligaciones sociales puede ser alterado, a iniciativa de éstos o a expreso pedido de un acreedor de la
misma, pero cualquier modificación al régimen de responsabilidad prevista en el referido art. 24, debe ser
expresamente documentado.

Alguna doctrina, comentando este novedoso régimen legal, destaca que la responsabilidad mancomunada
establecida en el art. 24 de la ley 19.550 es también subsidiaria, aunque haciendo la siguiente distinción: si
los socios establecen una forma solidaria con la sociedad en el pago de las obligaciones sociales, apuntando
a la posibilidad de una responsabilidad directa del socio, donde se produciría una postergación de los
acreedores individuales del socio frente a los acreedores sociales, la obligación sería directa y no existiría el
beneficio de excusión, mientras que si se plantea la responsabilidad "entre los socios", la responsabilidad no
será directa, como en el caso anterior, sino subsidiaria, previa excusión del patrimonio social(576). Esta
opinión es compartida por Rafael Barreiro, para quien el art. 56 de la ley 19.550 es de amplia aplicación al
caso de las sociedades previstas en la Sección IV, pues la actual ausencia de expreso límite legal es suficiente
para considerar que en esta clase de sociedades, esta responsabilidad es subsidiaria. De este modo, la
sentencia que se pronuncie contra la sociedad tiene fuerza de cosa juzgada contra los socios en relación con
la responsabilidad social y puede ser ejecutada contra ellos, previa excusión de los bienes sociales, según
corresponda de acuerdo con el tipo de sociedad de que se trate(577).

Estas conclusiones no se comparten, pues la excusión de los bienes sociales solo la admite el art. 56 de la ley
19.550 para las sociedades regularmente constituidas, y al respecto, el último párrafo de dicha norma, en
cuanto hace referencia al "tipo de sociedad de que se trate" es absolutamente categórica en cuanto su
aplicación exclusiva a las sociedades típicas, y escapa a todo sentido de coherencia legal, lo cual no es
presumible en el legislador, predicar que el acreedor de la sociedad, respecto a los integrantes de una
persona jurídica no regular, deba no solo fraccionar sus derechos creditorios al momento de ejecutar una
deuda social, con las dificultades y costos que ello supone, sino que además deban ejecutar previamente los
bienes sociales como requisito indispensable para tener abierta la vía judicial contra los integrantes de dicho
ente, con lo cual se coloca a los integrantes de estas particulares sociedades en una especie de paraíso
jurídico que me resulta sencillamente intolerable.

Como hemos advertido, es permanente la confusión en que incurre mucha doctrina, al asimilar a las
sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 como un tipo social, cuando no se trata de otra
cosa que una irregularidad al régimen societario, minuciosamente reglamentado por la ley general de
sociedades.
Un problema que con toda seguridad podrá originar jurisprudencia contradictoria en nuestros tribunales
radica en la aplicación a los socios de estas sociedades, del supuesto de extensión de quiebra directa
previsto por el art. 160 de la ley 24.522 de Concursos y Quiebras, conforme al cual, la quiebra de la sociedad
importa la quiebra de sus socios con responsabilidad ilimitada. Al respecto ha sido sostenido que si bien la
responsabilidad de los integrantes de las sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550 es mancomunada entre todos ellos y por partes iguales —salvo los supuestos de excepción previstos
en el art. 24 de dicha ley— no es menos cierto que esa forma de responder ante terceros es ilimitada, pues
por la parte a cargo de cada uno de los socios, éstos responden con todo su patrimonio por las obligaciones
sociales. Así lo expresa Fernando Javier Marcos, razonando que lo "ilimitado" no es responder por todas las
deudas sociales con todo el patrimonio, sino es responder por lo que se debe (todo o parte, según el caso),
con la totalidad del patrimonio(578).

Por el contrario, sostenemos la inaplicabilidad del art. 160 de la ley 24.522 a los integrantes de las
sociedades no constituidas regularmente, pues el hecho de consagrar el art. 24 de la ley 19.550, en su actual
redacción la responsabilidad mancomunada y por partes iguales, respecto a las deudas sociales, importa sin
dudas una responsabilidad acotada, que no autoriza la figura de la extensión de quiebra, solo prevista a
aquellos casos en donde el socio responde con todo su patrimonio por la totalidad de las obligaciones
sociales y no por solo una parte de ellas, como supone la mancomunidad prevista en el referido art. 24 de la
Ley General de Sociedades. Admitir la posición contraria, supondría tanto como autorizar la extensión de
quiebra al accionista de una sociedad anónima, por el saldo impago de su aporte dinerario comprometido al
momento de constitución de la sociedad, para cuya satisfacción deberá responder con todo su patrimonio,
lo cual constituye hipótesis totalmente alejada de la finalidad del legislador concursal en el Capítulo III,
Sección I de la ley 24.522.

ART. 25.—

Subsanación. En el caso de sociedades incluidas en esta Sección, la omisión de requisitos esenciales,


tipificantes o no tipificantes, la existencia de elementos incompatibles con el tipo elegido o la omisión de
cumplimiento de los requisitos formales, pueden subsanarse a iniciativa de la sociedad o de los socios en
cualquier tiempo durante el plazo de duración previsto en el contrato. A falta de acuerdo unánime de los
socios, la subsanación puede ser ordenada judicialmente en procedimiento sumarísimo. En caso necesario,
el juez puede suplir la falta de acuerdo, sin importar mayor responsabilidad a los socios que no lo
consientan.

Disolución. Liquidación. Cualquiera de los socios puede provocar la disolución, notificando fehacientemente


tal decisión a todos los socios. Sus efectos se producirán de pleno derecho entre los socios a los noventa días
de la última notificación.

Los socios que deseen permanecer en la sociedad, deben pagar a los salientes su parte social.

La liquidación se rigen por las normas del contrato y de esta ley.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 2º, 7, 17, 22 a 26. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 173, 184 y 185.LSC
Uruguay: art. 36.

§ 1. Subsanación de las sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550

Este es otra cuestión, de enorme importancia para las sociedades no regulares, que sin embargo peca por
incurrir en graves omisiones en torno a su regulación, que —con toda seguridad— dará lugar a todo tipo de
interpretaciones.

Lo primero que llama la atención es que el legislador ha reemplazado el procedimiento de "regularización"


previsto en el derogado art. 22 de la ley 19.550, que no había ofrecido mayores dificultades en la práctica y
que contaba con el consenso de la doctrina nacional, por un mecanismo que denomina "subsanación", que,
como se verá, no se caracteriza por su claridad.

El empleo de la palabra subsanación en lugar de regularización, radica en el incomprensible criterio del


legislador de convertir a las sociedades a las sociedades carentes, en su contrato constitutivo, de requisitos
esenciales no tipificantes —junto con las sociedades atípicas— en las principales protagonistas de la Sección
IV del Capítulo I de la ley 19.550, cuando ellas constituyen solo una curiosidad académica y que no
generaron un solo caso de jurisprudencia durante los 43 años de vigencia de la ley 19.550, en su versión
original. Repárese que el término "subsanación" estaba solo prevista para el art. 17 segundo párrafo de
la ley 19.550, en una norma dedicada exclusivamente a las sociedades que omitan la inclusión de requisitos
esenciales en su acto constitutivo. Por el contrario, si el legislador hubiera dado a las sociedades irregulares
o de hecho —fundamentalmente a estas últimas— el protagonismo que ellas merecían, muy superior a la de
las demás sociedades incluidas en esta sección, se hubiera conservado el régimen de regularización previsto
en el art. 22 de la ley 19.950, incorporado por la ley 22.903, que había sido aceptado por la totalidad de la
doctrina.

El Profesor Daniel Vítolo, con bastante lógica(579), intenta también explicar esta modificación con el
argumento de que, en tanto la Ley General de Sociedades carece de normas en materia de irregularidad,
luego de la reforma a los arts. 21 a 26 del texto original de la ley 19.550, no habrá entonces sociedades que
deban ser regularizadas, por lo que se elimina del texto legal a la figura de la regularización, el cual ha sido
reemplazado, a juicio de dicho autor, por el régimen de la subsanación. Por mi parte y como lo he explicado
en el párrafo anterior, he llegado a otra conclusión, pero lo cierto es que y por distintos motivos, hubiera
sido preferible conservar el viejo sistema de regularización y no el actual régimen de subsanación, mucho
más incompleto e incongruente que el mecanismo incorporado por la ley 22.903 al ordenamiento societario
argentino.

Al respecto, la norma del art. 25 identifica a las sociedades que pueden recurrir al procedimiento de
subsanación allí regulado, y esta enumeración es —curiosamente— más detallado y minucioso que aquella
que incluye el art. 21, donde, como hemos visto, enumera a las personas jurídicas comprendidas en la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550. Recordemos al respecto que este artículo incorpora a la referida
sección a las sociedades que no se constituyan con sujeción a los tipos del capítulo II, que omita requisitos
esenciales o que incumpla con las formalidades exigidas por esta ley, mientras que el art. 25, en su primer
párrafo, aclara aquella enumeración, en especial en lo referido a las sociedades del art. 17 (atípicas o
carentes de requisitos esenciales no tipificantes), incluyendo a las sociedades cuyo contrato social omita los
requisitos esenciales tipificantes o no tipificantes, la existencia de elementos incompatibles con el tipo
elegido o la omisión de cumplimiento de los requisitos formales.

Más allá de la discutible conveniencia de reiterar a las sociedades que pueden ser objeto del régimen de
subsanación, que al estar incluido dentro de la Sección IV del Capítulo I, no pueden ser otras que las
previstas en el art. 21 y que encabeza dicha sección, lo cierto es que, como hemos anticipado, no resulta
claro, ni muchísimo menos, que las sociedades de hecho sean pasibles del procedimiento de "subsanación"
al que se refiere el artículo en análisis, pues cuando prescribe que todas estas sociedades pueden
subsanarse a iniciativa de la sociedad o de los socios en cualquier tiempo durante el plazo de duración
previsto en el contrato, parece excluir de dicho beneficio a aquellos entes que no pudieren exhibir un
contrato social con un plazo de duración determinada, tal como acontece en las sociedades de hecho, que,
se reitera una vez más, carecen por lo general de instrumento de constitución, siendo evidente que las
inscripciones impositivas efectuadas por esta clase de sociedades no pueden ser nunca equiparadas a la
existencia de un contrato social, que pudiera ser invocado entre los socios y frente a terceros, en los
términos de los arts. 22 y 23 de la ley 19.550 en su actual redacción.

La interpretación literal de esta norma constituye un verdadero contrasentido, pues quedan fuera del
régimen del art. 25 de la ley 19.550 la mayoría de las sociedades no regulares, con lo cual la loable intención
del legislador, de darles a estas entidades una salida de la irregularidad, queda a mucho menos que la mitad
del camino, condenando a las sociedades de hecho a una liquidación no querida, tal como acontecía hasta el
año 1983, en que, a través de la ley 22.903 se consagró el régimen de la regularización de las sociedades no
constituidas regularmente (art. 22 del texto derogado de la ley 19.550), que —se reitera— tuvo una amplia
acogida en la práctica societaria, en especial, tratándose precisamente de sociedades de hecho.

Creemos pues evidente que, conforme a una interpretación finalista de la ley 19.550, reforma de la ley
26.994mediante, y más allá de la redacción del art. 25 de la ley 19.550, las sociedades de hecho no pueden
estar excluidas del procedimiento de la subsanación, pues nada justifica condenarlas a una liquidación
irreversible y fatal, cuando uno de los principios generales más destacados del derecho societario argentino,
en su nueva versión, es la conservación de la empresa, a punto tal de admitir la ley 19.550 la posibilidad de
remover cualquier causal disolutoria, hasta el momento mismo de la cancelación de la inscripción de la
compañía (art. 100). Esta interpretación es compartida por la Inspección General de Justicia en el art. 185 de
la resolución general 7/2015, en tanto dispone, bajo el subtítulo "Oportunidad de la solicitud de inscripción",
que "La solicitud de inscripción debe presentarse dentro del plazo de duración establecida en el contrato, si
lo hubiere", con lo cual la procedencia del procedimiento de subsanación para las sociedades de hecho,
mediante el procedimiento previsto por esta norma parece asegurada.

En definitiva e interpretación amplia mediante, la subsanación procede si el plazo de duración previsto en el


contrato se halla vigente (sociedades irregulares) y también si no se lo ha estipulado (sociedades de hecho o
carentes de ese requisito esencial no tipificante). No es razonable ni congruente con el principio general
del art. 100 de la ley 19.550, vedar la subsanación, habilitando únicamente la extinción de la sociedad,
cuando se quiere suplir la falta de dicho requisito esencial, razonamiento que puede expandirse hacia
cualquiera de las otras omisiones(580)

Sin perjuicio de ello, debe aclararse que, a mi juicio, el procedimiento de subsanación del actual art. 25 de
la ley 19.550 es confuso e incompleto, ofreciendo graves lagunas que debieron ser necesariamente cubiertas
por el legislador y que con toda seguridad provocarán todo tipo de litigios, reiterando al lector que el
derogado régimen de regularización era muy superior al hoy previsto en la Ley General de Sociedades.

Dispone el actual art. 25 de la ley 19.550 que "A falta de acuerdo unánime de los socios, la subsanación
puede ser ordenada judicialmente en procedimiento sumarísimo. En caso necesario, el juez puede suplir la
falta de acuerdo, sin imponer mayor responsabilidad a los socios que no lo consientan. El socio disconforme
podrá ejercer el derecho de receso dentro de los diez (10) días de quedar firme la decisión judicial, en los
términos del art. 92".

No se entienden, en primer lugar, las razones por las cuales el legislador se apartó del régimen de mayorías
de socios previsto en el derogado art. 23 primer párrafo, que permite a los socios invocar las cláusulas del
contrato social referidas a la organización y gobierno de la sociedad y optó por la unanimidad, que es
exactamente lo contrario al régimen de mayorías que rige para la adopción de acuerdos sociales en todos los
entes societarios. Esta incomprensible opción del legislador de la ley 26.994 coloca la suerte de la
subsanación, que es un régimen legal tendiente a la conservación de la empresa, en manos de cualquier
minoría insignificante, que al oponerse a la continuación de las actividades sociales, con razón o sin ella,
obliga a la sociedad o a cualquiera de los socios proclives a la subsanación, a recurrir judicialmente e iniciar
un procedimiento sumarísmo, para que el juez, en la sentencia a dictar, supla "... la falta de acuerdo, sin
imponer mayor responsabilidad a los socios que no lo consientan". Esto es, un verdadero galimatías.

Todo ello pudo obtenerse, en forma mucho más rápida y eficaz, mediante la adopción por mayoría de la
subsanación, otorgando a los socios disconformes el derecho de separación, con reembolso del valor de su
parte, como lo prescribía el derogado art. 22 de la ley 19.550, pues en definitiva, el actual procedimiento de
"subsanación" llega a la misma conclusión, solo que queda subordinado a la finalización de un
procedimiento judicial, que será procedente en todos los casos en las que no se alcanzó la unanimidad de la
decisión de subsanar las omisiones o defectos del contrato social, o cuando la iniciativa de uno o más socios
de subsanar debe ser canalizada judicialmente ante la resistencia o pasividad de los restantes socios. Este
procedimiento, por más "sumarísimo" que fuera, va a insumir unos cuantos años de tramitación, porque
durante el transcurso del mismo, el juez interviniente deberá oír a todos los interesados en la cuestión, esto
es, la propia sociedad y todos sus integrantes.

Tampoco es claro que es lo que precisamente significa la frase utilizada por el legislador cuando prescribe
que "En caso necesario, el juez puede suplir la falta de acuerdo", pero lo que sí puede deducirse de ello es
que el magistrado interviniente podrá imponer a los socios, en aras de lograr la subsanación, la adopción de
cualquier tipo social, salvo que se trate de una sociedad colectiva o de aquellas contempladas en las
Secciones 2, 3 y 7 del Capítulo II de la ley 19.550 (sociedades de capital e industria o en comandita simple y
por acciones), pues no podrá el juez obligar a los socios disconformes a revestir el carácter de socios
colectivos, capitalistas o comanditados, respectivamente, por cuanto la responsabilidad asumida por estos
socios es mayor a la responsabilidad mancomunada y por partes iguales prevista en el art. 24 de la actual
redacción de la Ley General de Sociedades, lo cual se encuentra expresamente prohibido por el primer
párrafo del art. 25, bajo análisis Ello constituye una prueba más que a pesar de que los socios de las
sociedades previstas en el art. 21 de la ley 19.550 no cumplieron con la carga inscriptoria que convierte a
toda sociedad en regular, ni quisieron hacerlo nunca, ellos gozan de un régimen de responsabilidad mucho
más benigno que aquellas personas que fueron respetuosas de la ley, cumpliendo con una obligación en la
que está comprometido el interés de los terceros y la seguridad jurídica de todos los que se vinculan con la
sociedad. Otra verdadera incoherencia.

No menos razonable es que el legislador delegue en el juez de la controversia cual será el nombre de la
sociedad, su domicilio, objeto, capital adecuado para la actividad, forma de organizar la administración y el
gobierno del ente, ante la falta de acuerdo entre los socios, pues los jueces, llamados a dirimir conflictos, no
parecen tener la suficiente experiencia ni autoridad para imponer a los socios su propio contrato social.
Coincidimos en este aspecto con Botteri (h) y Coste, para quienes la vía judicial para enfrentar esta
controversia, difícilmente pueda ser eficaz para el funcionamiento de la sociedad y eficiente en términos
económicos(581).

Finalizado el procedimiento de subsanación, cuando la continuidad de la sociedad hubiere quedado en


entredicho entre sus integrantes y la cuestión hubiese sido finalmente dirimida por el juez, recién entonces
el socio disconforme podrá ejercer el derecho de receso, dentro de los diez días de quedar firme la decisión
judicial, en los términos del art. 92, mediante un sistema de reembolso mucho más justo, pero que —
curiosamente— no configura un derecho de receso, como lo denomina el art. 25 en su segundo párrafo, sino
de una especial manera de calcular el valor de la participación del socio excluido, que no se desvincula de la
sociedad como consecuencia de su disconformidad con ciertas resoluciones del órgano de gobierno del
ente, sino a raíz de las situaciones previstas en el art. 91 de la ley 19.550.

Para la inscripción de la subsanación, deben cumplirse los procedimientos previstos en el art. 184 de la
resolución general 7/2015 de la Inspección General de Justicia.

Esperamos confiados que una futura reforma legislativa ponga fin a estas disposiciones legales, cuya
incoherencia salta a la vista, pues por un lado se les concede a los socios infractores de evidentes normas de
interés público —las atinentes a la registración societaria— una responsabilidad más benévola que la de los
socios de algunos tipos sociales y los de los integrantes de la sociedad en formación, pero por otro lado
requiere unanimidad de votos para subsanar las irregularidades incurridas por esta clase de sociedades.

§ 2. Disolución de las sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550

2.1. Características de la regulación actual en materia de disolución de sociedades no constituidas


regularmente

Teniendo en cuenta que en las sociedades no regulares, esto es, en las previstas en el art. 21 de la Ley
General de Sociedades, los socios pueden invocar entre sí el contrato social (art. 22), dichas sociedades
podrán entrar en disolución cuando incurran en las causales previstas en el art. 94, con excepción de sus
incs. 10 y 11. No obstante ello, es necesario formular las siguientes aclaraciones:

1) En cuanto a la reducción a uno del número de socios, si bien el nuevo art. 94 bis de la ley 19.550 dispone,
al menos como principio general, que este episodio no es causal de disolución, ello no es aplicable a las
sociedades no regulares, pues la transformación de pleno derecho impuesta por dicha norma no es solución
que pueda ser aplicada a las sociedades disueltas no incluidas en uno de los tipos previstos en la ley 19.550.
El art. 74 de dicha ley es terminante al respecto.

2) Si bien la redacción del tercer párrafo del art. 25 no es lo feliz que debería ser, el legislador ha mantenido
la facultad de cualquier socio de provocar la disolución de la sociedad en cualquier momento, siempre y
cuando no exista un plazo de duración inserta en el contrato social, que le pudiera ser opuesta. Esta es una
solución pensada para las sociedades de hecho, pues la posibilidad de invocar el contrato entre los socios
prevista en el primer párrafo del art. 22 torna inaplicable tal solución para las denominadas sociedades
irregulares.

3) A diferencia del derogado texto del art. 22, que declaraba la operatividad de la disolución de la sociedad a
pedido de un socio, en la fecha en que esa voluntad era notificada fehacientemente a todos sus consocios, la
actual redacción del art. 25 tercer párrafo, siguiendo los lineamientos de anteriores proyectos de reforma
(1998 y 2004) dispone que los efectos de la referida disolución se producirán, de pleno derecho, pero solo
entre los socios, a los 90 días de la última notificación, sin que la sociedad pueda considerarse disuelta. Se
trata, como veremos, de un supuesto de suspensión de los efectos de la disolución por el término antes
mencionada
4) Tampoco la nueva ley transmite claridad en lo que respecta al procedimiento que debe adoptar la
sociedad frente al pedido de disolución de cualquiera de sus integrantes, pues lo único que dispone el art. 25
se relaciona con la postergación por 90 días de los efectos de la disolución y que los socios que deseen
permanecer en la sociedad deben pagar a los salientes su parte social, imponiendo a los socios que desean
permanecer unidos en el emprendimiento, la compra forzada de las participaciones sociales de quienes han
provocado la disolución del ente irregular.

5) Aclarado ello de tal manera, pues de otro modo carece de todo sentido el plazo de suspensión de los
efectos liquidatorios entre los socios, no se entienden tampoco las razones por las cuales la única manera de
evitar la liquidación del ente, cuando un socio ha exteriorizado su voluntad disolutoria, es obligar a los socios
que tengan intención de seguir con la sociedad, "a pagar a los salientes su parte social", pues si se trata de
desinteresar a quienes no tengan el menor deseo de seguir unidos en sociedad, quien debería reembolsar a
los mismos su parte en la compañía no es otra que la misma sociedad a través de los mecanismos previstos
por el art. 92 (valor de la parte del socio excluido) o del derecho de receso, al cual hace referencia el art. 25
en su segundo párrafo, pero no obligar a los socios no disolventes al menos como única solución posible, a
adquirir las participaciones sociales de quienes pretenden desvincularse de la compañía.

2.2. Características del procedimiento de disolución de la sociedad incluida en la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550

Como hemos señalado, la disolución de las sociedades no constituidas regularmente y de aquellas previstas
en los arts. 21 y 25 de la ley 19.550 está prevista por el art. 25 tercer y cuarto párrafo de la ley 19.550 en su
actual versión, que establece el derecho de cualquiera de los socios a exigirla, produciéndose sus efectos,
entre los socios, a lo noventa días de la última notificación.

A los fines disolutorios previstos en el art. 25 de la ley 19.550, esta norma requiere un medio auténtico e
indiscutible para demostrar la voluntad del socio. En consecuencia, por medio de un telegrama, carta
documento o intimación efectuada por escribano público, el socio disolvente puede dar por terminada la
sociedad de hecho, requiriendo su inmediata liquidación.

El art. 25 de la ley requiere, para tornar operativa la disolución a pedido de uno de los socios, que ella deba
ser comunicada a los restantes socios en forma fehaciente. Con otras palabras, la declaración del socio que
pretende la disolución de la sociedad irregular o de hecho es de las que, por ser emitidas para que lleguen a
conocimiento de un destinatario, son llamadas por la doctrina corriente como "declaración recepticia"(582).
Recibida dicha notificación por todos sus consocios, la disolución de la sociedad se torna operativa, sin
perjuicio de lo dispuesto por el art. 98, y si ellos continúan con el giro social, sin solución de continuidad,
nace en cabeza del disolvente la acción de liquidación y no de disolución, en la medida que, acreditada la
recepción de esa comunicación por los restantes integrantes de la sociedad, la disolución de la misma se
operó a los 90 días de realizada la misma, obligando a sus administradores, a partir de ese momento, a
atender —exclusivamente— los asuntos urgentes y adoptar las medidas necesarias para iniciar la liquidación
(art. 99).

Sin embargo, y a pesar de que el art. 25 primer párrafo de la ley 19.550, carezca de la claridad que
caracterizaba al art. 22 conforme la redacción dada por la ley 22.903 a la versión general de la ley de
sociedades, lo cierto es que cuando la norma vigente dispone que la sociedad podrá subsanarse a iniciativa
de la sociedad o de los socios, y aunque esta salvedad parece solo reservada a las sociedades que cuentan
con instrumento escrito y plazo de duración determinado, entendemos, con un criterio finalista, que nada
obstaculizaría que en una sociedad de hecho, sus integrantes resuelvan la subsanación del ente y opongan
esta circunstancia al socio disolvente, para evitar la liquidación del ente. No desconocemos que esta
interpretación colisiona con una mirada exegética del primer párrafo del art. 25 de la ley 19.550, que parece
reservar el régimen de subsanación a la existencia de un plazo de duración prevista en el contrato social,
esto es, a las sociedades carente de requisitos esenciales y a las sociedades irregulares, excluyendo a las
sociedades de hecho, pero interpretar así las cosas me parece un verdadero despropósito, que contraría
abiertamente el principio de conservación de la empresa previsto por el art. 100 de la ley 19.550.

La razón o el fundamento de la solución prevista por el art. 25 de la ley 19.550, es decir, la posibilidad de
disolver la sociedad mediante la exclusiva voluntad de cualquiera de los integrantes de la entidad, venía
impuesta por el derogado art. 22 de la ley 19.550 y respondía fundamentalmente al disfavor con que la ley
contemplaba esta clase de sociedades, en mérito a la omisión de los requisitos formales que aquella
exhibía y que afecta la seguridad jurídica de los terceros. Pero actualmente, dado el amplio régimen de
oponibilidad interna y externa del contrato social, así como su amplia personalidad jurídica, consagrada por
el art. 141 del Código Civil y Comercial de la Nación, sumado al régimen de mancomunación de los socios,
respecto a las obligaciones sociales, el sistema disolutorio a voluntad de cualquiera de los socios ha perdido
parte de su fundamento, y solo encuentra respuesta en las sociedades de hecho, carentes de instrumento
escrito y plazo de duración determinada —así como en las sociedades que no cuenten en su acto
constitutivo con el requisito esencial del plazo de duración determinado— a las cuales se le aplica la vieja
regla de derecho que predica la posibilidad de cualquier contratante de poner fin a la relación obligacional,
en los contratos de duración, cuando éste carezca de plazo de vencimiento (art. 1077, 1492, 1493, 1508,
1516, etc.).

Ahora bien, la forma disolutiva prevista por el art. 25 de la ley 19.550 no es la única causal de disolución de
las sociedades irregulares o de hecho, pues puede ella incurrir en otras causales que provoquen su
liquidación. El procedimiento establecido por aquella norma es sólo una forma de concretar la disolución,
ante la exclusiva voluntad de uno de sus integrantes, pero de ninguna manera la única. La jurisprudencia ha
admitido, por ejemplo, la disolución de la sociedad ante la manifestación de uno de los socios no
controvertida por los restantes integrantes de la sociedad(583); por la existencia de un instrumento escrito
en que todos los socios resuelven ese proceder(584); ante el retiro de uno de los socios en una sociedad
integrada por dos(585), etcétera.

En el mismo sentido, también se producirá la disolución ante la imposibilidad de lograr el objeto social,
inactividad del ente, pérdida de su capital social, quiebra, etcétera (art. 94, ley 19.550). Sin embargo, si bien
se ha resuelto en alguna oportunidad que la conducta de los socios que niegan a uno de ellos su
intervención en los negocios sociales, resulta suficiente causal disolutoria(586), ello es equivocado, salvo que
ello fuera consecuencia de un estado caótico en las relaciones de los socios, que impidan el funcionamiento
de la sociedad, lo cual implicaría un supuesto de imposibilidad de desarrollar el objeto social, previsto como
causal disolutoria por el art. 94, inc. 3º de la ley 19.550.

La ley de sociedades comerciales no previó la posibilidad de retractación del socio que comunicó su voluntad
de disolver el ente irregular, pero de ello no se sigue su improcedencia, pues no existe norma legal
prohibitiva de tal conducta. Así lo reconoció la jurisprudencia, que aceptó la retractación, cuando de
comportamientos expresos o tácitos observados por el disolvente, de los cuales resulte inequívocamente el
propósito de proseguir en la sociedad(587).

Si el acaecimiento de la causal disolutoria es controvertida por los restantes socios de la sociedad, resulta
necesario obtener la declaración judicial de tal acontecimiento, y la sentencia que declara judicialmente la
disolución de la sociedad tendrá efectos retroactivos al día en que tuvo lugar la notificación aludida (art.
97 de ley 19.550). Del mismo modo, los administradores serán responsables de cualquier operación ajena a
los trámites liquidatorios (art. 99, cuerpo legal citado), cuando los restantes socios o administradores
hubieren ignorado el acaecimiento de la causal disolutoria.

2.3. Características de la acción judicial de disolución de las sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la
ley 19.550

Como principio general, puede sostenerse que la acción de disolución es irrenunciable, y no puede ser
dejada sin efecto por los socios, salvo que el contrato social de las sociedades previstas en esta sección
hubiera establecido un plazo de duración, el que es plenamente oponible entre los socios y frente a terceros
(art. 22), lo que no acontece en las sociedades de hecho y en aquellas en que se ha omitido consignar el
plazo de duración del contrato social.

Esquemáticamente, las características de la acción de disolución son las siguientes:

1. El socio puede ejercer la facultad que le acuerda la ley en el art. 25 cuando lo considere conveniente en
las sociedades carentes de plazo de duración, y por cualquiera de los socios, cuando dicho plazo haya
finalizado y no se haya ingresado en el procedimiento de liquidación. En virtud de ello, el socio disolvente no
puede ser reconvenido por daños y perjuicios derivados del retiro doloso o intempestivo, o por abuso de
derecho(588), siendo ello excepción al principio general en materia de contratos de duración o de plazo
indeterminado, donde la rescisión unilateral e intempestiva impone a quien la ejerce su responsabilidad
patrimonial, cuanto menos por el otorgamiento de un preaviso (art. 1492 del Código Civil y Comercial de la
Nación).

2. Conforme con lo expresado en el punto anterior, la demanda judicial se hace necesaria sólo en caso de
que los consocios restantes desconozcan la existencia de la sociedad, o ignoren la notificación efectuada por
el socio disolvente o el acaecimiento de otra causal de disolución.

3. El trámite que debe imprimirse a la demanda de disolución es entonces el previsto por el art. 15 de la ley
19.550, que establece el procedimiento ordinario para las contiendas de naturaleza societaria.

4. El pleito por disolución de sociedad debe ser interpuesto por ante el juez de la sede de la sociedad
(sociedades irregulares) o en su defecto, del establecimiento o asiento principal de la explotación
(sociedades de hecho). A este respecto, el domicilio establecido por los socios en el contrato constitutivo,
tratándose de una sociedad irregular será plenamente oponible entre los socios a tal efecto, por expresa
previsión del art. 22 de la ley 19.550.

5. Tratándose de una sociedad con un objeto comercial, la demanda de declaración de disolución y/o de
liquidación deberá interponerse ante los tribunales mercantiles, en aquellas jurisdicciones en donde la
materia civil y comercial no estuviere unificada. Por el contrario, si la sociedad se dedicara a una actividad
civil, como por ejemplo una sociedad profesional, el fuero competente para interponer dicha acción será el
civil.

6. La competencia de los tribunales mercantiles para entender en la demanda de disolución de las


sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 no queda enervada por la sucesión de
uno de sus integrantes, la cual, a pesar de la existencia de un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, en sentido contrario(589), y a nuestro juicio, no ejerce fuero de atracción. Al respecto, si bien la
liquidación puede implicar la entrega a los herederos del socio fallecido del valor de la participación
societaria del mismo, previa cancelación de los pasivos, no puede asimilarse la demanda de disolución y
liquidación del ente irregular a una simple demanda de cobro de pesos.

7. El pedido de disolución y liquidación de la sociedad irregular o de hecho comprende, además de la


necesaria realización de los trámites encaminados a extinguir la sociedad, la restitución de los bienes
aportados por el socio disolvente, cuando tales aportes fueron entregados en uso y goce, la liquidación de
las operaciones pendientes y la participación de las ganancias hechas en común, como integrante de la
respectiva cuota de liquidación. Asimismo, puede reclamarse la designación de un liquidador judicial, ante
los supuestos previstos por el art. 113 de la ley 19.550 y la rendición de cuentas por parte de quienes hayan
tenido a su cargo el manejo de los bienes sociales.

8. La sentencia de disolución tiene las características propias de una sentencia declarativa, en cuanto declara
que se ha producido, con su causa generadora, la extinción de un ente de derecho. En otras palabras: la
sentencia que declara disuelta la sociedad no constituida regularmente no importa condena para ninguna de
las partes. Esta circunstancia torna improcedente el rechazo de la acción de disolución, cuando se ha
comprobado la existencia de los extremos legales requeridos por el legislador.

9. En cuanto a las costas, deben ser soportadas por los socios que hicieron caso omiso a los requerimientos
extrajudiciales del socio disolvente, por cuanto estos obligaron a recurrir a la justicia para obtener el
reconocimiento de un derecho, para cuyo ejercicio la ley no lo subordina a la iniciación de una acción
judicial. Los honorarios judiciales de los abogados intervinientes deberán ser estimados teniendo en cuenta
el patrimonio social cuya liquidación se persigue y la regulación judicial sólo podrá efectuarse una vez
efectivizada la liquidación de la sociedad, pues con ello se aportará pauta relevante sobre el contenido
económico de la acción(590).

Es importante destacar —finalmente— que la acción de disolución a pedido de cualquier socio no prescribe,


atento que la ley 19.550 no subordina la procedencia de la emisión de la voluntad disolutoria a un
acontecimiento determinado, sino que sólo depende de la voluntad del socio, que la puede ejercer en
cualquier momento. Con toda razón fue sostenido que el precepto contenido en el art. 22 de la ley 19.550 —
hoy art. 25— no constituye una facultad que pueda ser incluida dentro de las denominadas "legales", lo cual
significa que la falta de ejercicio de la facultad que tiene el titular de un derecho no redunda en la pérdida de
ella por el mero transcurso del tiempo(591).
2.4. Efectos de la disolución de las sociedades irregulares y de hecho entre los socios y respecto de terceros

La ley 19.550, en su art. 98, resolvió una cuestión que ha dividido a la doctrina y jurisprudencia durante la
vigencia del Código de Comercio, y que se centra en la procedencia o improcedencia de la inscripción de la
disolución de las sociedades irregulares o de hecho en el Registro Público de Comercio.

Se afirmaba, para sostener su improcedencia, que la inscripción de la disolución se reservaba sólo para las
sociedades regularmente inscriptas, por cuanto los socios que respetaron la ley al darle nacimiento a éstas
deben tener el derecho de ampararse en la disolución cuando estipulan el fin de esa persona de existencia
ideal.

Contrariamente a esta posición y teniendo en miras la protección de los terceros, se sostenía la aplicabilidad
del art. 419 del Código de Comercio a las sociedades no constituidas regularmente, argumentando en
defensa de esta posición que:

a) La inscripción de la disolución no regularizaba la sociedad, sino que hacía saber simplemente a los
terceros que esa sociedad de hecho había entrado en liquidación.

b) Tampoco importaba un reconocimiento póstumo, pues las sanciones de irregularidad subsisten para
todos los actos cumplidos y carece de efectos retroactivos.

c) La registración de la disolución de las sociedades irregulares o de hecho tiene como finalidad inmediata
dar certidumbre a las relaciones de éstas con terceros "en especial" en cuanto se refiere a la responsabilidad
de los socios, ya que es obvio de acuerdo a Garo(592)que conviene a los acreedores del ente saber que
personas que componen la sociedad son responsables y hasta cuando lo son. El no permitir a sus integrantes
hacer saber la disolución de ésta es agravar la incertidumbre de estos terceros sobre la posibilidad de dirigir
su acción contra la entidad, o no.

Receptando esta corriente, la ley 19.550 estableció originalmente que la notificación fehaciente de la
disolución de la sociedad no constituida regularmente produce, efectuada a todos los consocios, se
producirá a la fecha de dicha notificación. Luego de ello, la ley 22.903 de 1983 de reformas a la ley de
sociedades, dejó a salvo que dicha disolución no se producirá, salvo que la mayoría decida regularizarla
dentro del décimo día y solicite su inscripción dentro de los 60 días, computándose ambos plazos desde la
última notificación.

La ley 26.994, finalmente, y a pesar de su cuestionable redacción, parece adherir a esta solución, pero como
dejó sin efecto el instituto de la "regularización" que había sido incorporada en el año 1983, dispuso que los
efectos de la disolución de la sociedad se produce "de pleno derecho" y "entre los socios", a los 90 días de la
última notificación, sin especificar las razones por las cuales, frente a terceros, la sociedad entraba en
liquidación, de pleno derecho, a los 90 días de notificada la voluntad del socio disolvente a los restantes
socios. Se explicaba la intención del legislador de 1983 cuando fijaba un plazo de 30 días, posterior a dicha
actuación, plazo durante el cual, para dejar sin efecto esa disolución, era necesario que la mayoría de los
socios le opongan al socio disolvente el acuerdo mayoritario de regularización y procedan a inscribir la
misma en el registro mercantil.

Esta solución no es sin embargo aplicable actualmente, con la sanción de la ley 19.550, pues como ha hemos
expuesto, la ley no otorga el derecho a los demás socios de oponerse a la disolución requerida por uno de
los integrantes de la sociedad, invocando el instituto de la subsanación, lo cual, tal como está redactado el
art. 25 primer párrafo, ello resulta incomprensible, toda vez que el legislador de 2016, requiere para la
adopción de la decisión de subsanar la sociedad, con lo cual el acuerdo unánime de los socios resulta
imposible de conseguir, salvo que pudiera considerarse que el socio disolvente carece de voto en dicha
decisión, por tener interés contrario, conclusión que resulta muy discutible.

Alguna doctrina sostiene la posibilidad de que los socios, en el contrato social, dejen sin efecto esa
unanimidad, previendo un régimen de mayorías diferente a los fines de resolver la subsanación, acuerdo
que, a juicio de Rafael Manóvil(593), resultaría posible, a tenor del régimen de oponibilidad plena del
contrato social prevista en el art. 22 de la ley 19.550. Sin embargo, la deficiente redacción del art. 25
dificulta esta interpretación, pues el primer apartado de dicha norma menciona la falta de unanimidad para
habilitar la actuación judicial y el segundo autoriza el retiro de los socios disconformes cuando fuera decidida
por el juez. De cualquier manera, y como razona Barreiro, si no se alcanza el acuerdo unánime, parecería
que cualquiera de los socios puede demandar la subsanación de la sociedad, pues la norma del art. 25 no
formula distinción alguna sobre el particular(594).

Finalmente, dispone el penúltimo párrafo del art. 25 de la ley 19.550, en su actual versión, que "los socios
que deseen permanecer en la sociedad, deben pagar a los salientes su participación social", aportando otra
solución al inevitable camino del socio o socios disolventes de demandar judicialmente la liquidación del
ente, transcurrido el plazo de 90 días de notificada a todos los socios su voluntad disolutoria, pues en la
medida que los demás socios continúen operando la sociedad y los administradores ignoren la causal
disolutoria, la posibilidad de compra de la participación social a los socios disolventes deja de ser una mera
facultad, para convertirse en un derecho de los mismos, que puede ser reclamada judicialmente, y en cuyo
caso, la determinación del precio deberá ser objeto de especial pronunciamiento. No se trata, en el caso, de
un supuesto de resolución parcial, como ha sido sostenido(595), pues el valor de las participaciones de los
socios disolventes no la abona la sociedad sino los restantes integrantes de la sociedad.

2.5. Disolución de la sociedad no constituida regularmente por los acreedores de los socios

Si bien la cuestión no ha sido planteada en nuestros tribunales, por lo que se carece de antecedentes
jurisprudenciales, el profesor de la Universidad del Litoral, Francisco Garo —uno de los mejores doctrinarios
mercantiles argentinos del siglo XX— explicaba que la jurisprudencia francesa ha admitido la posibilidad de
que los acreedores de los socios puedan, mediante una acción subrogatoria, disolver una sociedad irregular
o de hecho y cobrar su crédito de la cuota liquidatoria correspondiente a su deudor, socio de aquella
entidad(596).

Sostiene el referido autor que no existe dificultad para que tal solución pueda ser aplicada en nuestro
derecho, con fundamentos en la protección de estos acreedores. Así, ellos podrían hacer efectiva su
acreencia sobre el remanente que corresponda al socio deudor, una vez satisfechas las obligaciones sociales.

Adherí a esta conclusión durante la vigencia del derogado art. 1196 del Código Civil, pues si bien se duda que
mediante la acción subrogatoria u oblicua los acreedores de un socio no pueden obligar a su deudor a
asociarse, porque esto constituye una facultad propia de cada persona, sustraída del ejercicio de aquélla,
distinto es el caso en que el deudor, aparentemente insolvente, integrara una sociedad no constituida
regularmente, de cuya disolución y liquidación los socios podrían sacar provecho. Recordemos al respecto
que dicha norma otorgaba la posibilidad a los acreedores, ante la inercia del deudor, de cobrar un crédito
del que éste es titular, cuando el deudor no ejerce las acciones correspondientes o abandona las iniciadas,
por considerar que su ejercicio sólo sirvió para incorporar bienes que pasaron a manos de sus acreedores, de
ejercer esos derechos y acciones de su deudor, ha sido receptada actualmente por los arts. 739 a 742 del
Código Civil y Comercial de la Nación, que consagran idéntica solución, al establecer, el primero de ellos que
"El acreedor de un crédito cierto, exigible o no, puede ejercer judicialmente los derechos patrimoniales de
su deudor, si éste es remiso en hacerlo y esa omisión afecta el cobro de su acreencia".

Debe observarse, no obstante lo expuesto, que los acreedores del socio disolvente solo podrían subrogarse
en los derechos de éste, cuando se trate de sociedades de plazo de duración indeterminado, como las
sociedades de hecho o aquellas carentes de determinación de la vigencia del contrato social, pero no cuando
existe un plazo de duración determinada y éste se encuentra vigente, pues mal puede aceptarse del tercero
una actuación que no le es permitida al socio, como surge del art. 25 primer párrafo de la ley 19.550.

2.6. Liquidación de las sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550

La liquidación es un estadio de la vida de la sociedad que se inicia generalmente con la disolución de las
mismas y que tiene por objeto determinar la situación patrimonial de la sociedad al tiempo de la disolución,
realizar el activo y cancelar el pasivo, cobrar los créditos y pagar las deudas, para culminar con la partición en
la que cada socio percibe la cuota o parte que le corresponde en la liquidación. Este procedimiento está
minuciosamente previsto en los arts. 101 a 112 de la ley 19.550 y son de aplicación tanto a las sociedades
regulares como irregulares.

De conformidad con lo dispuesto por el art. 25 de la ley 19.550, en su actual redacción, la liquidación se rige
por las normas del contrato y de esta ley y si bien el cumplimiento del proceso liquidatorio, que está previsto
legalmente en beneficio prioritario de terceros, tiene carácter obligatorio, ello no significa que los socios
puedan efectuarla, a través de una cláusula del contrato social, mediante un procedimiento diferente de las
pautas señaladas por la ley 19.550 que pudiese perjudicar los derechos de los terceros.
ART. 26.—

Relaciones entre los acreedores sociales y los particulares de los socios. Las relaciones entre los acreedores
sociales y los acreedores particulares de los socios, aún en caso de quiebra, se juzgan como si se tratara de
una sociedad de los tipos previstos en el Capítulo II, incluso con respecto a los bienes registrables.

CONCORDANCIAS: Ley 19.550, arts. 2, 36 y 38 párrafo 2º. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 173. LSC
Uruguay, art. 40.

§ 1. Sobre las relaciones entre los acreedores sociales y particulares de los socios

Finalmente, el art. 26 de la ley 19.550, en su actual redacción, ratifica la personalidad jurídica diferenciada
de las sociedades no regulares con respecto a sus integrantes, superando la polémica desatada en torno al
original texto de dicha norma, que, contrariamente a su nueva redacción, exceptuaba de aquel principio a
los bienes para cuyo dominio se requería registración. Se recuerda al lector que basada en esta excepción, la
doctrina y jurisprudencia, fundado en el texto original de dicha norma, había ratificado la incapacidad de las
sociedades irregulares y de hecho para ser titulares de bienes registrables, lo que hoy ha sido totalmente
superado, como hemos visto, a través de la expresa solución del art. 25 segundo párrafo de la actual Ley
General de Sociedades.

El principio general consagrado en el art. 26 de la ley 19.550, en torno a las relaciones entre los acreedores
sociales y los acreedores particulares de los socios, rige incluso en caso de quiebra, aunque, bueno es aclarar
que al modificarse el régimen de responsabilidad de los integrantes de esta especial clase de sociedades, ya
no es aplicable a los mismos el instituto de la extensión de quiebra previsto en el art. 160 de la ley
24.522, solo previsto para el caso de solidaridad y no de simple mancomunidad.

Sección V - De los socios

§ 1. CAPACIDAD PARA CONSTITUIR SOCIEDADES COMERCIALES. NORMATIVA APLICABLE

En tanto la capacidad se halla reglamentada por el Código Civil y Comercial de la Nación (arts. 22 a 50), sus
disposiciones son plenamente aplicables en materia societaria, y en consecuencia, para ejecutar actos de
esta naturaleza, entre los que se encuentra la constitución o participación de personas humanas y jurídicas
en sociedades, corresponde remitirse a aquellas normas, con excepción de algunos supuestos particulares
previstos en los arts. 27 a 32 de la ley 19.550.

Si se tratara de sociedades comerciales, a los fines de participar en la constitución de entidades de esa


misma naturaleza, puede afirmarse, como principio general, que salvo las sociedades por acciones, que solo
pueden formar parte de sociedades por acciones y sociedades de responsabilidad limitada (art. 30 de la ley
19.550), todas las restantes sociedades comerciales pueden ser titulares de participaciones societarias en
distintos tipos sociales, con las limitaciones cuantitativas previstas por el art. 31 de la ley 19.550.

A continuación trataremos algunos supuestos controvertidos por la doctrina y jurisprudencia en materia de


capacidad para integrar sociedades comerciales.

§ 2. LOS MENORES DE EDAD

En cuanto a los menores, varios son los supuestos que pueden presentarse en la práctica:

a) Menores emancipados por matrimonio: A diferencia del régimen anterior, en donde debía distinguirse si
el menor se hubiere casado con o sin autorización, ello ha sido modificado por el Código Civil y Comercial de
la Nación, cuyo art. 27 establece que la celebración del matrimonio antes de los 18 años, emancipa a la
persona menor de edad, quien gozará de plena capacidad de ejercicio, con algunas limitaciones previstas en
los arts. 28 y 29 del referido ordenamiento legal, que no son aplicables al negocio societario, salvo lo
dispuesto por el art. 29, el cual establece que el emancipado requiere autorización judicial para disponer los
bienes recibidos a título gratuito, lo que puede acontecer cuando el emancipado es heredero del socio
fallecido, resultando conveniente, atento las circunstancias del caso, transferir las participaciones sociales
recibidas en herencia, autorización que, conforme lo prescribe la referida norma, debe ser otorgada cuando
el acto sea de toda necesidad o de ventaja evidente. Dicha situación puede configurarse en la práctica
cuando el precio ofrecido a los herederos del socio fallecido por el valor de la participación social que éste
hubiere sido titular, es muy conveniente, habida cuenta los magros dividendos percibidos en los últimos
ejercicios o cuando los sucesores estuvieran en conflicto con los restantes integrantes de la sociedad.

Es materia opinable la posibilidad de los menores emancipados de constituir sociedades por parte de
interés, pues se ha sostenido que la responsabilidad asumida en forma solidaria e ilimitada, aunque
subsidiaria, implicaría afianzamiento de obligaciones, actos estos prohibidos por el art. 28 inc. c) del Código
Civil y Comercial, aun con autorización judicial. Entiendo, por el contrario, que la responsabilidad asumida
por los socios en estos tipos societarios no puede asimilarse a la situación del fiador en el contrato de fianza,
sino que aquella está impuesta por la ley como característica del tipo social, sin perjuicio de las diferencias
existentes entre ambas situaciones.

b) Menores que hayan recibido por herencia un establecimiento mercantil sujeto a indivisión. La ley
19.550contempla expresamente el problema en los arts. 28 y 29, a cuyo análisis cabe remitir. Solo debemos
recordar que la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, al derogar el Código Civil y el Código de
Comercio, puso fin a una serie de situaciones que planteaba el viejo ordenamiento mercantil, y que había
suscitado polémicas durante su vigencia y que hoy deben considerarse totalmente y afortunadamente
superadas. Me refiero a la situación de los menores autorizados para ejercer el comercio, prevista en el art.
11 del Código de Comercio y a la controvertida sociedad entre padre e hijo, contemplada por el art. 12 del
derogado ordenamiento mercantil.

§ 3. SOCIEDAD DE CORREDORES

Durante la vigencia del art. 105 del Código de Comercio, enumerando los actos que le son prohibidos a los
corredores, dicha norma incluía expresamente el de contraer sociedad "de ninguna clase de denominación",
ejemplificando el principio general contenido en el párrafo 1º del inc. 1º de dicho artículo, cuando veda a los
corredores "(...) toda especie de negociación y tráfico directo ni indirecto, en nombre propio ni bajo el ajeno
(...)".

Las razones que inspiraron al legislador, hace más de ciento cincuenta años se fundaron en diversas
circunstancias: preservar la imparcialidad del corredor en el ejercicio de su profesión, evitando el ejercicio
del comercio en forma directa o indirecta y cumpliendo la misma en forma personal. Como lo sostuvo
Castillo(597), en su clásico Curso, esto fue debido al carácter de oficio público atribuido al corretaje por
algunas disposiciones del Código de Comercio, que lo asimilaría en nuestro derecho a dicho funcionario.

Si bien la jurisprudencia había mitigado el rigor del art. 105 de la ley 19.550, admitiendo las sociedades de
corredores, cuando todos sus integrantes desempeñaran esa misma profesión y la entidad tuviera como
único objeto la realización de actos de corretaje, no faltó algún fallo, anterior a la ley 25.028, que, con todo
acierto, recordó que el texto del art. 105 del referido Código no hacía excepciones, por lo que la violación a
lo dispuesto por el inc. 1º de dicha norma, que prohíbe al corredor constituir sociedad, acarreaba la nulidad
absoluta del acto así cumplido, nulidad a la que se llega desde el primer enfoque por aplicación del por
entonces vigente art. 1043 del Código Civil y la norma del art. 18 de la ley 19.550(598).

La ley 25.028, que derogó el capítulo denominado "De los corredores" (arts. 88 a 112 del Código de
Comercio), incorporó a la ley 20.266, regulatoria del régimen de los martilleros, el capítulo XII (arts. 31 a 38),
bajo el título "corredores" y este nuevo régimen vigente a partir del mes de marzo de 2000 no legisla sobre
lo que le es prohibido a los corredores, como sí lo hacía el art. 105 del Código de Comercio, y tampoco
contempla de modo expreso que las personas jurídicas puedan actuar como corredores.

Ello no obstante, dado que el art. 31 de la ley 20.266 establece que es aplicable al ejercicio del corretaje lo
dispuesto en la misma ley 20.266 respecto de los martilleros, en todo lo que resultare pertinente, cabe
acudir a la norma del art. 15 de dicho cuerpo legal, que autoriza a los martilleros a constituir sociedades de
cualquiera de los tipos previstos en la legislación mercantil, excepto las sociedades cooperativas, con el
objeto de realizar actos de remate, de manera tal que actualmente, por expresa disposición de la ley 25.028,
los corredores pueden formar sociedad entre ellos y cuyo objeto sea exclusivamente el desarrollo de actos
de corretaje.
Esta evolución culminó con la sanción del Código Civil y Comercial, que en el art. 1346 el cual, en su art. 1346
—incluido dentro de las normas referidas al corretaje— admite sin cortapisas que podrán actuar como
corredores, personas humanas o jurídicas.

Se trata de una disposición sumamente desafortunada, pues cuanto menos debió aclararse a qué tipo de
personas jurídicas se refiere, pues siendo el corretaje una actividad lucrativa (art. 1350 CCyCN), no se
advierte cómo puede una asociación civil, una fundación o una mutual dedicarse a este objeto. Pero además
de ello, si recordamos que la ley 26.994, que sancionó el Código Civil y Comercial de la Nación no derogó
totalmente el régimen legal que rige actualmente a los corredores (la ley 20.266 reformada por la ley
25.028), sino solo los arts. 36 a 39 de la misma, sobre cuyo contenido se refieren los arts. 1345 a 1355 del
aludido Código, han quedando subsistentes los arts. 32 y 33 de la ley 20.266, que requieren de los
corredores contar con título universitario expedido o revalidado en la República, de modo que no es tarea
sencilla comprender como y de qué manera una persona jurídica podrá celebrar actos de corretaje, habida
cuenta que los títulos universitarios solo pueden expedirse a favor de personas humanas.

Debe recordarse finalmente que la nueva regulación del "contrato de corretaje" por los arts. 1345 a 1355 del
Código Civil y Comercial de la Nación, no obsta a la vigencia de la ley especial que rige tal actividad —ley
20.266— que le exige un título universitario, su matriculación y determinados deberes, responsabilidades y
sanciones, estableciendo un verdadero poder de policía sobre la matrícula, que es de carácter local. Ratifica
lo expuesto lo dispuesto por el art. 1355 CCyCN, en cuanto dispone que las nuevas reglas del contrato de
corretaje no obstan a la aplicación de las disposiciones de leyes y reglamentos especiales(599).

§ 4. SOCIEDAD DE MARTILLEROS

En cuanto a la capacidad de los martilleros para integrar sociedades, la ley 20.266 que, reglamentando la
actividad de estos auxiliares del comercio, derogó las disposiciones específicas del Código de Comercio,
incurrió en algunas contradicciones que no contribuyen a clarificar la cuestión, aunque, en términos
generales, admitió —como lo venía predicando la doctrina y la jurisprudencia— las sociedades integradas
exclusivamente por martilleros para dedicarse a los actos de remate.

Así surge del art. 15 de la ley 20.266, que textualmente prescribe que: "Los martilleros pueden constituir
sociedades de cualquiera de los tipos previstos en el Código de Comercio, excepto cooperativas, con el
objeto de realizar exclusivamente actos de remate. En el caso cada uno de los integrantes de la sociedad
deberá constituir la garantía especificada en el art. 3º, inc. d)".

Sin embargo, el art. 16 del mismo texto legal oscurece el panorama al establecer que: "En las sociedades que
tengan por objeto la realización de actos de remate, el martillero que lo lleve a cabo y los administradores o
miembros del Directorio de la sociedad serán responsables ilimitada, solidaria y juntamente con esta por los
daños y perjuicios que pudieren ocasionarse como consecuencia del acto de remate; Estas sociedades deben
efectuar los remates por intermedio de martilleros matriculados e inscribirse en los Registros especiales que
llevará al organismo que tenga a su cargo la matrícula". Finalmente, el art. 17, refiriéndose a los libros
obligatorios que deben llevar estos agentes auxiliares del comercio, extiende esa obligación "(...) a las
sociedades a que se refiere el art. 15 (...)".

Interpretando estas normas, la jurisprudencia ha sostenido posiciones encontradas:

a) Por un lado, quienes consideran que las normas del Código de Comercio derogadas (en especial, el art.
113, que remitía al 105 ya analizado para los corredores) mantienen su vigencia en la nueva regulación legal.
En este sentido se inclinan los dos fallos de la Cámara Comercial. El primero de ellos, de la sala C, en autos
"Citico, Cía. de Tierras, SA"(600)reiteró la capacidad de los martilleros para constituir sociedad
exclusivamente entre ellos, con el único objeto de realizar actos de remate, criterio este consagrado por el
art. 15 de la ley 20.266, aunque deja a salvo la excepción para el caso de las sociedades anónimas, que
resultaría del propio art. 106 del Código de Comercio. Por su parte, el fallo de la sala D del mismo tribunal,
en autos "Tres Lomas, SCA"(601)ratificó en forma terminante la regla de la incapacidad de los martilleros
para integrar sociedad que no tenga por objeto exclusivo tal actividad.

Ahora bien, la sociedad constituida por martilleros, cuyo objeto sea diverso al previsto por el art. 15 de la ley
20.266 es, conforme esta línea interpretativa, nula por aplicación del art. 18 de la ley 19.550, quedando
sometida a las reglas allí previstas. El objeto exclusivo de la sociedad entre rematadores torna, por otro lado
inoponible a la sociedad los actos realizados por sus administradores que exorbiten el objeto social, y la
actividad de estos en tal sentido, consentido por los restantes integrantes, hace aplicable al supuesto la
norma del art. 19 del cuerpo legal citado.

b) Por otro lado, se encuentran quienes sostienen que, conforme lo dispuesto por el art. 30 de la ley 20.266,
que derogó expresamente los arts. 113 a 122 del Código de Comercio, la prohibición prevista por el art. 105,
al cual remitía el art. 113 ha quedado totalmente superada, propiciando pues un criterio amplio y permisivo
en torno a la capacidad de los martilleros para constituir o integrar sociedades. Dentro de esta orientación
se enrolan Stratta(602)y Richard(603), entre otros, quienes citan en apoyo de esta posición una regla
fundamental en materia de capacidad de derecho: faltando una prohibición expresa de la ley, y atento lo
dispuesto por el derogado art. 53 del Código Civil, tanto en la capacidad de derecho como en cuanto a la
capacidad de obrar, el principio es que todas las personas individuales tienen amplia capacidad, salvo
expresa disposición en contrario de la ley. Esta interpretación estaría hoy ratificada por lo dispuesto en los
arts. 22 y 23 del Código Civil y Comercial de la Nación.

Por mi parte, adhiero a la primera de las interpretaciones efectuadas, que responde estrictamente a la
finalidad del legislador y a los intereses que se encuentran en juego. La segunda interpretación sólo es
comprensible si se parte de la escasísima factura técnica de la ley 20.266 y a la deficiente redacción del art.
16 de la misma(604), siendo evidente, como ha sido sostenido por un esclarecedor fallo(605), que desde el
punto de vista normativo, la construcción permisiva del art. 15 de la ley 20.266 denota, para su admisión, un
matiz de exclusividad para la realización de actos de remate, y nada del art. 16 de la misma permite concluir
que se prevea otro supuesto que el contemplado en el artículo precedente. Por el contrario, su enunciación
adquiere sentido reglamentario de la hipótesis del art. 15, como establecimiento de reglas de
responsabilidad específica.

No desconocemos que algún precedente jurisprudencial ha estimado incoherente el régimen de


responsabilidad previsto por el art. 16 de la ley 20.266 para la sociedad entre martilleros, cuando el tipo
elegido por estos ha sido el de una sociedad anónima, en la medida que dicha norma consagra la
responsabilidad ilimitada y solidaria del martillero que ha intervenido en el acto de remate, por los daños y
perjuicios ocasionados como consecuencia del mismo(606). Sin embargo, tal contradicción es sólo aparente,
pues debe repararse una vez más en el carácter meramente instrumental de las sociedades constituidas
entre estos profesionales. Amén de ello, no debe dejar de recordarse que la misma ley 19.550 prevé la
responsabilidad ilimitada y solidaria de los accionistas, frente a ciertas y determinadas hipótesis (como por
ejemplo el art. 254 de la ley 19.550 y fundamentalmente el instituto del reintegro del capital social), sin que
por ello pueda cuestionarse un quebrantamiento en los principios y fundamentos del tipo social elegido.

ART. 27.—

Sociedad entre cónyuges. Los cónyuges pueden entre sí sociedades de cualquier tipo de las reguladas por la
Sección IV.

CONCORDANCIAS: LSC: art. 29; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 140.

§ 1. Sociedades entre cónyuges. Régimen legal

Teniendo en cuenta el régimen de administración de bienes conyugales previsto por los arts. 1276 y 1277
del Código Civil, reformados por la ley 17.711, y el principio de irresponsabilidad de los cónyuges consagrado
por el art. 5º de la ley 11.357, la ley 19.550, en la versión original del art. 27, superando la discusión que
existía en nuestra doctrina acerca de la existencia de sociedades constituidas entre esposos, ha admitido las
mismas, pero subordinando su constitución a la adopción de los siguientes tipos sociales: sociedades de
responsabilidad limitada y sociedades por acciones.

Si bien esa limitación fue explicada por la Exposición de Motivos, entendiendo incompatible la coexistencia
de dos regímenes económicos entre esposos, cuando uno de ellos era el resultante de la constitución de
sociedades mercantiles de tipo personalista, en las que la responsabilidad de los socios luce ilimitada y
solidaria, lo cierto es que la real intención del legislador ha sido evitar que, mediante un tipo societario que
traiga aparejada responsabilidad tan amplia, se viole el principio de orden público que consagra la
irresponsabilidad de uno de los cónyuges por las deudas contraídas por el otro(607).

Lamentablemente, la redacción del artículo exhibió algunas falencias que conspiró contra la intención del
legislador, pues al haber reparado en función de la especie societaria y no en función de la responsabilidad
del socio(608), ha incluido a las sociedades en comandita por acciones sin efectuar reserva o salvedad
alguna, como hubiere correspondido para el supuesto en que ambos cónyuges revistieran la calidad de
socios comanditados o solidarios. Ello provocó alguna discrepancia en la doctrina, que quedó concluida con
la sanción de la ley 26.994, el cual dispuso que los cónyuges pueden integrar entre sí sociedades de
cualquier tipo y las reguladas en la Sección IV.

Del mismo modo, la constitución de sociedades de hecho entre cónyuges si bien mereció, en vigencia del
texto original de la ley 19.550, alguna jurisprudencia favorable aislada, habiéndose admitido, en alguna
oportunidad, y a los fines de permitir la presentación de dicha sociedad en concurso preventivo, que la
prohibición del art. 27 de la ley 19.550 se refiere exclusivamente a las sociedades tipificadas que no sean por
acciones o de responsabilidad limitada, se trataba, a mi juicio, de una doctrina jurisprudencial a todas luces
desacertada, toda vez que la prohibición de constituir sociedades entre esposos —salvo los tipos autorizados
por aquella norma— impedía reconocer a la sociedad de hecho integrada por ambas siquiera la personalidad
jurídica precaria y limitada que a dichas sociedades se le atribuyen, lo cual, por sí solo y en virtud de lo
dispuesto por el art. 2º de la ley 24.522,resultaba suficiente para rechazar la formación del concurso
preventivo(609).

La redacción del nuevo texto del art. 27 de la ley 19.550, en tanto que podría literalmente interpretarse que
no existe hoy la menor limitación de los cónyuges, para formar sociedad de cualquier tipo, resulta
sumamente desacertada, pues tal solución podría ser entendida cuando el matrimonio está sometido al
régimen de separación de bienes, en donde los futuros cónyuges pueden establecer, mediante convenciones
matrimoniales las menciones previstas en el art. 446 del CCyCN, previendo los aportes de determinados
bienes a la sociedad conyugal y regulando los aspectos taxativamente autorizados por la ley vinculados a sus
relaciones patrimoniales, pero lo cierto es que, tratándose del régimen de comunidad, que es el que resulta
aplicable cuando los cónyuges no han adherido sistema de convenciones patrimoniales para determinar los
bienes que aportan al matrimonio, rige el art. 461 del mencionado régimen legal, que se gobierna por el
principio de irresponsabilidad de un cónyuge por las deuda que el otro hubiere celebrado, con la única
excepción de aquellas obligaciones contraídas por uno de ellos para solventar las necesidades ordinarias del
hogar y la educación de los hijos, de conformidad con lo dispuesto por el art. 455.

De modo tal que este principio de irresponsabilidad del cónyuge por las deudas contraídas por el otro
prevista por el Código Civil y Comercial para los matrimonios constituidos bajo el régimen de comunidad, se
da de bruces con la ahora admitida posibilidad de los esposos de integrar sociedades colectivas, en
comandita simple o por acciones, ambos como socios comanditados o de capital e industria, en calidad de
socios capitalistas, lo cual obliga a interpretar los alcances de la actual redacción del art. 27 de la ley
19.550, al permitir a los cónyuges a integrar cualquier tipo o clase de sociedad.

Obviamente, una interpretación literal de la norma —que es por lo general la peor de las interpretaciones de
un texto legal, pues no siempre es fiel a las intenciones del legislador—, podría autorizar la conclusión de
que la actual y amplia permisión del art. 27 de la ley 19.550 supera cualquier discusión al respecto,
comprendiendo ambos regímenes patrimoniales del matrimonio, esto es, el de la comunidad con el de la
separación de bienes, pero parece obvio concluir que esa manera de pensar traiciona claramente la voluntad
de quienes han redactado el nuevo régimen patrimonial del matrimonio, siendo no menos evidente que este
sistema, de evidente orden público, debe prevalecer sobre cualquier norma que, sobre el tema, esté
previsto en la ley general de sociedades, que, en principio, solo comprende cuestiones patrimoniales.

Podría también afirmarse que el actual texto del art. 27 de la ley 19.550, cuando ha eliminado las sanciones
previstas por el texto original de dicha norma en caso de infracción en la misma norma —transformación en
sociedades de distinto tipo en el plazo de seis meses o la cesión por cualquiera de los esposos de su
participación en sociedad no admitida por la ley a otro socio o a un tercero en el mismo plazo"— ha dejado
sin efecto la disposición del primer párrafo del art. 29 primer párrafo de dicho cuerpo legal, según el cual era
nula la sociedad que viole el art. 27, la cual debía ser liquidada de acuerdo con la Sección VIII y ratifica la
necesidad de interpretar literalmente el texto de la actual redacción del art. 27 de la LGS, que permite a los
cónyuges participar en sociedad de cualquier tipo y clase. Sin embargo, estos razonamientos no son
definitivos —a nuestro juicio— para coincidir con la interpretación amplia del texto actual del art. 27 del
ordenamiento legal societario, pues la norma del art. 1002 inc. d) del Código Civil y Comercial de la Nación
prohíbe expresamente, a través de una norma de evidente orden público, que los cónyuges pueden
contratar entre sí, cuando están sometidos al régimen de comunidad de bienes, disposición de enorme
sentido moral, lo que ha hecho decir a la doctrina —y con la cual coincidimos— que resulta una grave
incoherencia que por una parte se prohíba a los cónyuges sometidos al régimen de comunidad, celebrar
contratos entre sí y por el otro que se amplíe la facultad para constituir sociedades en las que su
responsabilidad será ilimitada(610)por las obligaciones sociales.

Dicha incoherencia solo puede ser superada mediante una interpretación finalista de la ley, esto es, aquella
que atienda a las intenciones del legislador, así como a los principios y valores jurídicos en juego, de modo
coherente con todo el ordenamiento legal (art. 2º del Código Civil y Comercial de la Nación), y de allí que
entendamos que la disposición del texto del art. 27 de la ley 19.550 solo se refiere a aquellos esposos que se
encuentren sometidos al régimen de separación de bienes a través de convenciones matrimoniales previsto
por el art. 446 y ss. del Código Civil y Comercial de la Nación, pero nunca al matrimonio constituido sobre la
base del régimen de comunidad, pues —se reitera—, resulta impensable que la norma del art. 461, en
concordancia con los arts. 467 y 505 segundo párrafo, que prevén, como principio general, que la
responsabilidad limitada de los cónyuges por las obligaciones contraídas por uno de ellos —con la única
excepción allí prevista—, pueda ser fácilmente vulnerada cuando ellos integren una sociedad de cualquier
clase o tipo(611).

Finalmente, y en lo que respecta a la posibilidad que otorga el art. 27 de la ley 19.550 en su actual redacción,
que permite a los cónyuges integrar las sociedades reguladas en la Sección IV del Capítulo I de dicho
ordenamiento legal, ello es coherente con la responsabilidad mancomunada y por partes iguales prevista
para quienes integran esta clase de sociedades, sin perjuicio de reiterar lo que es quizás, el mayor desacierto
de la ley 26.994, esto es, la de otorgar a sus integrantes los mayores beneficios en orden a la
responsabilidad, tratándose de sociedades —que no constituyen un tipo legal—, sino una anomalía al
régimen de constitución y funcionamiento que la ley 19.550 impone a toda compañía, en la cual sus
miembros han infringido la ley en todo lo que se refiere al cumplimiento de las formalidades no solo de
constitución regular, sino de inscripción previstas expresamente por el ordenamiento legal societario,
registración en la cual está comprometida fundamentalmente la seguridad de los terceros que —de una
manera u otra— se vinculen con ella.

§ 2. Algunas cuestiones de importancia en torno a las sociedades entre cónyuges

2.1. Extinción de la comunidad conyugal

Para los casos en que rija la prohibición prevista por el art. 1002, inc. d) del Código Civil y Comercial, que
prohíbe contratar, en interés propio, a los cónyuges, bajo el régimen de comunidad de bienes, y éstos
formaran parte de sociedades con responsabilidad ilimitada (arts. 125, 134, 141 y 315 de la ley 19.550), rigen
los supuestos de extinción de la comunidad previstos en el art. 475 del referido ordenamiento unificado, y
tratándose de divorcio, la sentencia correspondiente produce la disolución de la sociedad conyugal,
constituida con efecto al día de la notificación de la demanda o de la presentación conjunta de los cónyuges.
Acaecida ella, los esposos recuperan su capacidad dispositiva y por lo tanto pueden celebrar entre ellos
cualquier tipo de negocio jurídico, entre ellos, integrar cualquier tipo de sociedad mercantil(612).

2.2. Carácter de la nulidad prevista por el art. 29 de la ley 19.550

Siempre interpretando en sentido coherente la norma del art. 27 de la ley 19.550, y a pesar de que el art. 29
eliminó la sanción de nulidad prevista para la constitución de sociedades entre cónyuges de los tipos no
autorizados por aquella disposición legal, estimo que, tratándose de una sociedad entre esposos que
hubiese adoptado el tipo de colectiva, de capital e industria y comandita, cuando alguno de ellos revistiera el
carácter de socio comanditado constituida entre cónyuges, y éstos estuvieran casados bajo el régimen de
comunidad, ello provocará la nulidad de la sociedad, aunque deberá liquidarse de conformidad con el
procedimiento previsto en la Sección 13 del Capítulo I de la LGS, sanción que es la que en derecho
corresponde, cuando se ha violado alguna de las inhabilidades para contratar, previstas en el art. 1001 del
Código Civil y Comercial de la Nación.

ART. 28.—

Socios herederos menores, incapaces o con capacidad restringida. En la sociedad constituida con bienes
sometidos a indivisión forzosa hereditaria, los herederos menores de edad, incapaces o con incapacidad
restringida solo pueden ser socios con responsabilidad limitada. El contrato constitutivo deberá ser
aprobado por el juez de la sucesión. Si existiere posibilidad de colisión de intereses entre el representante
legal, el curador y el apoyo y la persona menor de edad, incapaz o con capacidad restringida, se debe
designar un representante ad hoc para la celebración del contrato y para el contralor de la administración de
la sociedad si fuere ejercida por aquel.

CONCORDANCIAS: LSC: art. 29; Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia: art. 54; LSC Uruguay:
arts. 44 a 46.

ART. 29.—

Sanción. Sin perjuicio de la transformación de la sociedad en una de tipo autorizado, la infracción del art. 28
hace solidaria e ilimitadamente responsables al representante, al curador o al apoyo de la persona menor de
edad, incapaz o con capacidad restringida, y a los consocios plenamente capaces, por los daños y perjuicios
causados a la persona menor de edad, incapaz o con capacidad restringida.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 2, 28.LSC Uruguay: arts. 44 a 46.

§ 1. Herederos menores. Supuestos de existencia en el acervo hereditario, de bienes sometidos a indivisión


forzosa hereditaria

La profunda reforma al tema de la minoridad efectuado por el Código Civil y Comercial de la Nación (arts. 25
a 30), tuvo una gran incidencia en la cuestión referida a la capacidad de los menores para constituir o
participar en sociedades comerciales, máxime cuando, derogado en su totalidad el Código de Comercio,
desaparecieron algunas instituciones centenarias, como por ejemplo, la autorización de los menores para
ejercer el comercio (art. 10 del derogado Código de Comercio) o la especial situación que se presentaba
cuando el padre asociaba a su hijo menor en el ejercicio de su comercio (art. 12 del derogado Código).

Asimismo, la derogación de la ley 14.394, a la cual hacía expresa referencia el texto original del art. 28,
cuando hablaba de los casos legislados por los arts. 51 a 53 de dicha ley, justificó la adecuación del nuevo
art. 28 de la hoy denominada Ley General de Sociedades, el cual hace solo referencia a los supuestos de
indivisión forzosa de bienes de los menores, manteniendo idéntica solución a la prevista por aquella ley,
pues los principios que gobiernan dicha problemática son idénticos.

De modo que el panorama en esta materia en materia de herederos menores y bienes sometidos a
indivisión forzosa hereditaria es mucho más simple, como veremos a continuación, analizando los diversos
supuestos que pueden presentarse a tenor de las nuevas disposiciones legales:

1. Cumplido los dieciocho años, la persona humana adquiere plena capacidad para ser titular de derechos y
deberes jurídicos y se encuentra habilitado para la celebración de todos los actos jurídicos que pretenda
realizar, entre ellas y por obviedad, constituir y participar en una sociedad.

2. Tratándose de menores emancipados por matrimonio —única emancipación prevista por el Código Civil y
Comercial de la Nación—, ellos gozan de plena capacidad de ejercicio, con las limitaciones previstas en el art.
28 de este cuerpo legal(613). Atento el texto de esta norma, ha quedado derogada toda diferencia entre el
menor casado con o sin autorización, de manera que la capacidad del mismo es siempre idéntica y la única
restricción que padece, referido al negocio societario, es la constitución o participación en sociedades en las
cuales el menor emancipado intervenga como socio con responsabilidad ilimitada y solidaria, habida cuenta
la prohibición de afianzar obligaciones prevista por el art. 28 tercer párrafo del CCyCN.

Antes de entrar en el análisis del texto del art. 28 de la ley 19.550, en su actual versión, debe recordarse que
dicha norma de la ahora denominada Ley General de Sociedades, así como su antecesora, tiene como
fundamento evitar que el patrimonio de los menores se vea afectado por el gravoso régimen de
responsabilidad heredado en la estructura societaria en la cual participarán como consecuencia de la muerte
del causante(614).

Debe asimismo relacionarse las normas de los arts. 28 y 29 de la ley 19.550, en su actual versión, con lo
dispuesto por el parágrafo tercero de la Sección II del Código Civil y Comercial de la Nación, referido al
ejercicio de la tutela cuando, en su art. 126, dispone que si el tutelado tiene parte en una sociedad, el tutor
está facultado para ejercer los derechos que corresponden al socio a quien el tutelado ha sucedido,
disponiendo expresamente que si tiene que optar entre la continuación y la disolución de la sociedad, debe
someter la cuestión al juez interviniente, previo informe del tutor.
Si bien el art. 29 de la ley 19.550, en su actual versión —ley 26.994— prevé que, fallecido el causante, titular
de una participación en una sociedad colectiva o en la cual éste haya asumido una responsabilidad ilimitada
y solidaria por las obligaciones sociales, su representante, curador o apoyo(615)de la persona con capacidad
restringida, deberá poner en inmediato funcionamiento los mecanismos necesarios para la transformación
de la sociedad en una sociedad con responsabilidad limitada, lo cierto es ello no constituye una hipótesis
que se presente con frecuencia en la práctica societaria local, habida cuenta de que en el mercado las
sociedades colectivas, de capital o industria o en comandita son prácticamente inexistentes. Por el contrario,
lo que realmente acontece en la realidad es que el menor, incapaz o persona con capacidad restringida,
suceda al causante en la explotación de un fondo de comercio de titularidad de una sociedad no constituida
regularmente o como negocio unipersonal del causante, no siendo el menor, incapaz o persona con
capacidad restringida, el único heredero existente, hipótesis que torna imposible la solución prevista por el
art. 29 de la ley 19.550, pues este ordenamiento legal no admite el instituto de la transformación cuando no
se trata de sociedades incluidas en uno de los tipos legales previstos en el Capítulo II de la ley 19.550.

Debemos asimismo recordar que el ingreso de los herederos en una sociedad en la cual sus integrantes han
asumido una responsabilidad solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales, no es siempre automática,
pues en este tipo de compañías (socio colectivo, industrial o comanditado), el principio general que rige ante
la muerte del socio es que dicho acontecimiento produce la resolución parcial del contrato de sociedad, con
el derecho de los herederos a percibir el pago del valor de la participación del socio fallecido (art. 90 de la ley
19.550). De modo que la solución del art. 29 solo es aplicable cuando los socios fundadores hubieran
previsto — en las sociedades colectivas y en comandita — que la sociedad continúa con sus herederos,
supuesto que dispara la obligación del representante legal de activar los mecanismos para proceder a la
transformación de dicha sociedad en uno de los tipos permitidos por la norma del art. 28 de la ley general de
sociedades.

Si se tratara de una sociedad —la integrada por el causante— de aquellas previstas en la Sección IV del
Capítulo 1º de la ley 19.550, y dado que la transformación de dicha sociedad no resulta jurídicamente
posible, el representante del menor, curador o quien ejerce el apoyo de la persona con capacidad
restringida, deberá poner en funcionamiento los procedimientos previstos por la ley 19.550 para regularizar
la situación, recurriendo al mecanismo de la subsanación al que se refiere el art. 25 de dicho cuerpo legal o a
la disolución, liquidación y constitución de una nueva sociedad de los tipos sociales permitidos por el art. 28
de la ley 19.550.

Mientras tanto, y dado que el art. 1442 del Código Civil y Comercial de la Nación, referido a los contratos
asociativos, dispone que las comuniones de derechos reales y la indivisión hereditaria no se le aplican las
disposiciones sobre contratos asociativos ni las de la sociedad, deberá ser aplicado a la situación planteada,
esto es, a la administración de la participación accionaria bajo procedimiento sucesorio, la normativa de los
arts. 2323 a 2329 del Código Civil y Comercial de la Nación, referida a la administración extrajudicial de los
bienes en estado de indivisión, lo cual implica:

1. Si la propiedad del fondo de comercio pasa a ser propiedad exclusiva del tutelado o incapaz, deberá su
representante, curador o apoyo de la persona con capacidad restringida, ejecutar todos los actos de
administración ordinaria propias del establecimiento y los que exceden los mismos, ser autorizados
judicialmente, salvo que la continuación de esa explotación resulte perjudicial, en cuyo caso, el juez debe
autorizar el cese del negocio, facultando su enajenación, previa tasación, en subasta pública o venta privada,
según sea más conveniente. Mientras no se venda, el tutor y el curador están autorizados para proceder
como mejor convenga a los intereses del menor, incapaz o persona con capacidad restringida (arts. 127 y
138 CCyCN);

2. Si existiesen otros herederos sobre ese fondo de comercio, el representante el menor o incapaz deberá
colaborar con el administrador designado, pudiendo requerir y percibir los frutos de los bienes indivisos y
finalmente, requerir medidas judiciales urgentes para la protección de los derechos de su representado
(arts. 2323 a 2329 del Código Civil y Comercial de la Nación).

De modo tal que, existiendo una indivisión hereditaria en la explotación del establecimiento industrial o
comercial sometido a dicho régimen, ello no provoca automáticamente los daños y perjuicios en el
patrimonio del menor a los que alude el art. 29 de la ley 19.550 en su actual versión, sino que ello será la
consecuencia de su negligencia o dolo en el ejercicio de sus funciones por parte de quien tuviera su
representación legal. Lógicamente, dicha responsabilidad solidaria e ilimitada será compartida con los
consocios plenamente capaces, quienes no podrán invocar ajenidad por los daños sufridos por el menor,
debiendo al respecto recordarse que nuestro Código Unificado incorpora normas de prevención del daño
(arts. 1708, 1710 y 1711 y concs.), que son plenamente aplicables al caso, esto es, no solo al administrador
de bienes ajenos, sino a todos aquellos que pudieron, atento las circunstancias del caso, evitar la generación
de daños a terceros a terceros, de modo que la relación de causalidad —presupuesto ineludible para la
procedencia de toda reparación—, no solo será calificada cuando exista una relación directa entre el obrar y
el daño, sino también con la posible evitación del daño, como una responsabilidad por incumplimiento al
deber de prevenir un daño en las personas, los bienes, las cosas y la comunidad en sentido amplio(616).

Finalmente, y en torno a la capacidad de los menores para intervenir en sociedades, no puede dejar de
citarse lo dispuesto por el art. 683 del Código Civil y Comercial de la Nación, conforme al cual la ley presume
que el hijo mayor de 16 años que ejerce algún empleo, profesión o industria, está autorizado por sus
progenitores para todos los actos y contratos concernientes al empleo, profesión o industria, recayendo los
derechos y obligaciones que resulten de su ejercicio, exclusivamente sobre los bienes cuya administración
está a cargo de los hijos, estén conviviendo o no con sus padres(617).

ART. 30.—

Sociedad socia. Las sociedades anónimas y en comandita por acciones sólo pueden formar parte de
sociedades por acciones y responsabilidad limitada. Podrán ser parte de cualquier contrato asociativo.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 31 a 33.

§ 1. Participación de una sociedad en otra. El principio general previsto por el art. 30 de la ley 19.550

El régimen legal en torno a la capacidad de las sociedades para participar en otras es el siguiente:

a) En principio, las sociedades tienen capacidad para integrar otras sociedades, con excepción de las
sociedades anónima y en comandita por acciones, que sólo pueden integrar sociedades por acciones y de
responsabilidad limitada (texto actual del art. 30 de la ley 19.550, reformado por la ley 26.994).

Esta limitación, ya consagrada por el texto original de la ley 19.550, preveía una incapacidad más amplia aún,
pues solo permitía a las sociedades anónimas y en comandita por acciones participar en sociedades por
acciones, no incluyendo, como ahora sucede, a las sociedades de responsabilidad limitada. Se recuerda que
esa prohibición tuvo su antecedente en un antiguo fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación del 30
de julio de 1948, dictado en los autos "Gobierno Nacional c/Cía. Ferrocarrilera de Petróleo", y en el cual se
resolvió que las sociedades anónimas no pueden constituir sociedades colectivas, por el carácter intuitu
personae de éstas, consagrando un criterio que fue recogido luego por la ley 19.550 y defendido por uno de
sus coautores, el profesor Isaac Halperin, como medio de impedir que por vía de una participación en una
sociedad no accionaria, la sociedad anónima escape al control estatal previsto por el art. 299 o los
administradores expongan a la sociedad al riesgo de la quiebra si integran una sociedad por interés(618).

Las razones expuestas para defender la limitación prevista por el art. 30 fueron siempre muy cuestionadas
por nuestros autores, existiendo amplio consenso en la doctrina nacional tendientes a su total derogación o,
en mejor de los casos, en su reforma. En primer lugar, por cuanto la posibilidad de que los administradores
de la sociedad colectiva participada la pongan en peligro de quiebra y que ésta puede ser extendida a sus
socios, entre los que se encuentra la sociedad accionaria participante, constituye un riesgo al que están
sometidas todas las sociedades anónimas en el ejercicio de su actividad mercantil, sin olvidar que la quiebra
de la sociedad participada no implica la quiebra de los integrantes de la sociedad participante, sino sólo
eventualmente de esta última. Por otra parte, la posibilidad de escape al control estatal permanente
previsto por el art. 299 de la ley 19.550 prácticamente no existe, atento la irrelevancia de tal control y
además por cuanto tal evasión se puede evitar de una manera muy simple, con sólo prescribir que el control
estatal se extiende a las sociedades integradas por sociedades abiertas.

Por otro lado, y ello resulta fundamental, no se alcanza a comprender cuál es el régimen de control que se
viola con la infracción del art. 30 de la ley 19.550, pues el único control al que están sometidas las
sociedades por acciones, con excepción de aquellas que tienen una fiscalización específica en razón del
objeto que desarrollan, es el previsto por el art. 300 de la ley 19.550, que se limita al control de legalidad del
acto constitutivo, sus reformas y variaciones del capital.

Carece pues de rigor científico establecer en cabeza de una sociedad por acciones una incapacidad tan grave
como la de integrar sociedades de diferente tipo, basándose en argumentos tan débiles. Algo más
fundamentado podría suponer el sostener que la infracción al régimen de control se refiere al previsto por el
art. 299, pero esa interpretación está condenada por el mismo texto legal, pues el art. 30 no hace
distinciones entre subtipos de sociedades por acciones. Cabe recordar que la incapacidad prevista por el art.
30 de la ley 19.550 sólo rige para las sociedades por acciones, por lo que las sociedades de distinto tipo
pueden integrar cualquier tipo de sociedad comercial, de manera tal que la sociedad de responsabilidad
limitada, de características similares a las sociedades anónimas, puede participar en sociedades colectivas,
sin obstáculo legal alguno, lo que constituye un verdadero contrasentido.

La ley 26.994 no derogó al art. 30, como debió hacerlo, sino que amplió la capacidad de las sociedades
anónimas y en comandita por acciones, al permitir a éstas formar parte de sociedades de responsabilidad
limitada y del mismo modo, les permite a las sociedades por acciones ser parte de cualquier contrato
asociativo (arts. 1442 a 1478 del CCyCN).

De modo tal que la única incapacidad que hoy exhiben las sociedades anónimas y en comandita por
acciones, consiste en participar en sociedades colectivas, de capital e industria y en comandita simple, así
como revestir el carácter de socio comanditado en las SCA, y en las sociedades previstas en la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550.

Sin perjuicio de sostener que el legislador de 2014 quedó a mitad de camino, la nueva redacción del art. 30
de la ley 19.550 incurre en dos errores: a) En primer lugar, vuelve a autorizar la participación de sociedades
anónimas y en comandita por acciones en sociedades de este último tipo, sin formular las distinciones
necesarias, pues una interpretación no solo finalista sino lógica de dicha disposición legal, impide a dichas
compañías participar como socias comanditadas en una sociedad en comandita por acciones y b) En
segundo lugar, la referencia a la participación de las sociedades anónimas y en comandita por acciones para
formar parte de contratos asociativos carece de todo sentido, pues de conformidad con lo dispuesto por el
art. 1442 del Código Civil y Comercial de la Nación, que regulan específicamente a este tipo de
contratos, "no se les aplican a éstos las normas sobre la sociedad, porque no son, ni por medio de ellos se
constituyen, personas jurídicas, sociedades ni sujetos de derecho".

Con otras palabras, si el art. 30 de la ley 19.550 se refiere a "sociedad socia", no se alcanza a comprender las
razones por las cuales, en dicho artículo, se regula la participación de las sociedades en contratos
asociativos, que —sencillamente— no son sociedades(619).

Bien es cierto también que la norma del art. 30 de la ley 19.550 debió prever en su seno, las sanciones
correspondientes en caso de incumplimiento, aunque ella se encuentra en lo dispuesto por el art. 16 de
dicho ordenamiento legal, cuando prescribe que la nulidad o anulación que afecte el vínculo de alguno de
los socios, no producirá la nulidad, anulación o resolución del contrato de sociedad, excepto que la
participación o la prestación de ese socio deba considerarse esencial, habida cuenta de las circunstancias, o
que se trate de un socio único.

§ 2. ¿Es aplicable el art. 30 de la ley 19.550 a las sociedades constituidas en el extranjero?

A pesar de la existencia de jurisprudencia que ratifica la aplicación del art. 30 de la ley 19.550 a las
sociedades constituidas en el exterior(620), participo de la opinión contraria, pues tratándose de un
problema de capacidad, rige el principio general contenido en el art. 118 primer párrafo de la ley 19.550,
conforme al cual la existencia y forma de las sociedades extranjeras se rige por las leyes del lugar de su
constitución, salvo que se haya recurrido al molde de la sociedad extranjera ficticia para violar la norma del
artículo en análisis.

La sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial ha ratificado esa conclusión en los


autos "Inval Sociedad de Responsabilidad Limitada", de fecha 30 de septiembre de 1981, en donde se
resolvió que la ley 19.550 no prohíbe a una sociedad de responsabilidad limitada regida por el derecho
argentino, ser participada por una sociedad anónima sujeta a la ley extranjera.

Este principio es válido salvo que se trate de sociedades constituidas en el extranjero en fraude a la ley, en
cuyo caso, dicha entidad no podrá participar en sociedades nacionales, por aplicación del art. 124 de la ley
19.550.

§ 3. Las agrupaciones o grupos de sociedades. Breves consideraciones


Los arts. 30 a 33 de la ley 19.550 legislan sobre la constitución y participación de una sociedad en otra u
otras, partiendo de la base de su admisibilidad, ratificando lo dispuesto por el art. 1º de la ley en análisis,
que no circunscribe la participación en el negocio societario a las personas físicas exclusivamente.

La participación de sujetos de derecho en otras sociedades ha dado lugar al fenómeno que se ha dado en
llamar "agrupación de sociedades" o "conjuntos económicos", que constituye otra manifestación del
fenómeno de concentración de capitales y que tiene en el mundo entero una enorme expansión. El
legislador argentino no ha sido indiferente a esa forma de actuar de los empresarios, aunque le ha puesto
importantes límites, ya sea en el ordenamiento societario o en otros cuerpos legales, a los fines de evitar,
que de esa manera, se diluyan responsabilidades, se frustren derechos de terceros o se violen expresas
normas legales.

Si bien el concepto de "grupo de sociedades" no es pacífico en doctrina(621), ha sido definido como el


conjunto de sociedades unidas por vínculos jurídicos muy diversos, y cuyos integrantes están coordinados y
a veces jerarquizados o subordinados a quienes tienen el poder dominante(622). La doctrina(623)ha
enfatizado que son tres las características de este moderno fenómeno de concentración de capitales:

a) La existencia de una pluralidad de sujetos de derecho (sociedades), con personalidad jurídica diferenciada.
Este elemento es el que lo distingue de otras agrupaciones o uniones de sociedades o empresas, e implica el
poder de determinar la orientación económica del conjunto de sujetos en función de objetivos fijados por el
controlante(624).

b) El sometimiento de esos sujetos a una dirección unificada y

c) La explotación por el grupo de una o más empresas mercantiles, no necesariamente integradas entre sí.

Como explica el profesor italiano Francesco Galgano, los grupos empresarios se desarrollaron durante el
transcurso del siglo XX. Su aparición en el terreno de la organización jurídica de la actividad económica
produjo una innovación tan profunda como en el siglo XIX generó el advenimiento de las sociedades por
acciones, caracterizada por la división del capital social en acciones y la responsabilidad limitada de los
socios(625).

La existencia de grupos económicos, que no constituyen una creación legislativa, sino que han nacido como
fruto de la organización empresaria, responde por lo general a cuestiones de organización de la empresa,
pero lamentablemente no son pocas las veces en que este fenómeno de concentración persigue la
necesidad de enervar o licuar las responsabilidades propias del giro comercial, evitando incluir como
integrantes de las compañías a los verdaderos controlantes, esto es, a las personas físicas que son quienes
definen las estrategias empresarias, las cuales son reemplazadas por otras personas jurídicas que a su vez
están integradas por otras corporaciones y así sucesivamente. La experiencia ha demostrado que dentro de
ese entramado societario, por lo general se incluyen ficticias sociedades constituidas en paraísos fiscales o
sujetos colectivos no societarios, con el único objeto de dificultar la identificación de los verdaderos dueños
del poder.

Siguiendo en este tema a los profesores Favier Dubois (padre e hijo), los grupos de sociedades han sido
clasificados en "grupos de derecho" y "grupos de hecho". Los primeros resultan de un convenio o "pacto de
dominación", que permite a la sociedad dominante impartir instrucciones que debe cumplir la sociedad
dominada. La legislación que así contempla el fenómeno es la alemana, a través de la regulación del
"kozern", donde se prevé en especial la situación de los acreedores y la de los accionistas externos, fijándose
un específico sistema de responsabilidades a los fines de evitar la consumación de perjuicios en detrimento
de estos últimos. Contienen normas que regular a los "grupos de derecho", las legislaciones de Brasil, Suiza y
Portugal.

Por su parte, los "grupos de hecho" son aquellos que no se ajustan al modelo anterior, porque el pacto de
dominación está directamente o indirectamente prohibido por la legislación en donde actúan —tal es la
situación en la República Argentina— porque la dirección unificada obedece a situaciones fácticas. Estos
grupos a su vez se clasifican en "contractuales" y "participacionales". En el primer caso, la sociedad
controlante ejerce su influencia dominante por los especiales vínculos existentes entre las sociedades que lo
integran (art. 33 inc. 2º de la ley 19.550), como sucede en los casos de franquicia, licencia, concesión,
suministro, financiación, etc., que, como bien lo sostiene Favier Dubois, pueden no constituir instrumentos
de dominación, pero que en la práctica pueden llevar a que una parte contractual quede subordinada en su
poder de decisión a la otra parte. En el grupo "participacional", por su lado, la sociedad controlante ejerce su
influencia dominante en virtud de que su titularidad accionaria, cuotas o partes de interés en otras
sociedades, le permite prevalecer en las reuniones de socios o asambleas ordinarias en donde se elige o
remueve a los administradores y donde se aprueban los estados contables de las sociedades participadas.

Fiel a la tendencia mayoritaria que se enrola en la inconveniencia de regular a los grupos de sociedades, la
legislación societaria argentina se ha dedicado al tema de los grupos empresarios en forma muy
fragmentada, como lo demuestra la ley 19.550 o como lo exhibe la ley 24.522 en materia de presentación
concursal preventiva de grupos empresarios (arts. 65 a 68), pero lamentablemente no existe un capítulo
específico en nuestra legislación societaria que se dedique integralmente a la cuestión, contemplando el
fenómeno en todos sus aspectos, como resultaría deseable.

Como bien lo recuerda el Profesor de la Universidad de Córdoba, Horacio Roitman, la ley 19.550 ha
reconocido a los grupos societarios de manera indirecta, con el propósito de evitar las desviaciones que por
medio de las relaciones intersocietarias se producen(626)y a pesar de que el control que supone la
existencia de estos grupos puede adquirirse o ejercerse a través de diversos métodos, no limitados a la
participación por la controlante en el capital social de la sociedad controlada o participada (como por
ejemplo, el otorgamiento de licencias para el empleo de marcas, patentes de invención, know how;
otorgamiento de importantes créditos; el suministro de elementos indispensables para la producción o
adquisición exclusiva de ésta, la celebración entre controlante y controlada de contratos de colaboración
empresaria, etc.(627)), lo cierto es que la ley 19.550, sin ignorar lo que se denomina el control de hecho (art.
33 inc. 2º, ha contemplado el fenómeno de los grupos societarios fundamentalmente a través del control
"participacional", esto es, cuando la sociedad socia o accionista posea participación, por cualquier título, en
el capital social de la entidad participada, que otorgue le otorgue a aquella los votos necesarios para formar
la voluntad social en las reuniones sociales o asambleas ordinarias de accionistas (art. 33 inc. 1º de la ley
19.550).

La concentración societaria no implica necesariamente mengua de la personalidad jurídica independiente de


las sociedades que integran el grupo, y puede afirmarse, al menos como principio general, que salvo las
restricciones impuestas por los art. 30, 31 y 32 de la ley 19.550, sobre las cuales nos ocuparemos de seguido,
las sociedades comerciales gozan de capacidad para integrar otras compañías, y que esa concentración no
restringe la personalidad jurídica de ellas, que se mantienen independientes, aún cuando tengan los mismos
socios y los mismos integrantes del órgano de administración y representación, salvo cuando exista
confusión de patrimonios entre ellas; cuando la sociedad controlante utilice a la entidad controlada para
satisfacer fines personales, violar la ley, el orden público, la buena fe o para frustrar derechos de terceros o
cuando, entre otros supuestos, la participación societaria de la controlante en la controlada sea de una
magnitud tal que no se advierta, en esta última, el carácter de un verdadero sujeto de derecho, sino una
mero instrumento detrás de la cual la sociedad controlante se esconde para disfrazar su propia actuación o
evitar su responsabilidad patrimonial(628), y en tal sentido, la jurisprudencia ha calificado a la insuficiente
capitalización de la sociedad controlada como un ejemplo de la indebida utilización de la personalidad
societaria de ésta(629).

Con excepción de estos supuestos, y sobre la base de que la participación de una sociedad en otra no
constituye hipótesis que permita desconocer la autonomía de cada una de ellas, no corresponde atribuir
automáticamente a la sociedad controlante los actos realizados por la controlada o sus consecuencias. Al
respecto, ha reiterado la jurisprudencia hasta el cansancio, que la sola situación de control de una sociedad
no constituye en sí misma una conducta reprobada por el ordenamiento jurídico, sino antes bien, una
alternativa permitida por éste, siendo por lo demás una práctica usual en el mundo de los negocios(630).

En definitiva, y como fenómeno empresario nacido de corrientes y habituales prácticas del comercio
internacional, el legislador ha admitido los grupos de sociedades, pero a su vez ha consagrado importantes
limitaciones a la existencia de los mismos, tendiente a evitar:

a) Que mediante ellos se desarrolle el objeto social de la sociedad participante.

b) Que ello constituya un recurso para violar la ley, el orden público o los derechos de terceros.

4. Los grupos empresarios en la Ley de Contrato de Trabajo


La denominada Ley de Contrato de Trabajo (ley 20.744) incluye en el art. 31 una norma ejemplar, tendiente
a evitar la consumación del fraude laboral a través de la manipulación de las formas societarias y de la
constitución fraudulenta de grupos empresarios, consagrando, en determinadas circunstancias, la
responsabilidad solidaria de las empresas del grupo por las deudas laborales de las sociedades que integran
el mismo, disponiendo expresamente que "Cuando una empresa está bajo la dirección, control o
administración de otra o de tal modo relacionada que ambas constituyan un conjunto económico de
carácter permanente, será a los fines de las obligaciones con sus trabajadores solidariamente responsable
cuando hayan mediado maniobras fraudulentas o conducción temeraria".

Debe tenerse presente que si bien el art. 31 de la LCT exige la demostración por el actor de maniobras
fraudulentas o conductas temerarias para responsabilizar solidariamente a entidades con personalidad
jurídica propia por las obligaciones laborales de otra con la cual conforman un conjunto económico, la
jurisprudencia ha resuelto en forma pacífica que no es necesario probar el dolo de los involucrados o un
propósito fraudulento de los mismos, dado que aquella norma no exige una intención subjetiva de evasión
de normas laborales, bastando para cumplir la exigencia normativa que la conducción empresarial se
traduzca en una sustracción a esas normas laborales(631).

§ 5. Prueba de la existencia de un grupo societario

La comprobación de la existencia de un conjunto económico reviste verdadera importancia a los fines de


atribuir responsabilidades al sujeto controlante por las obligaciones asumidas por la sociedad controlada,
para los casos de abuso de control o desviación del interés social a favor de aquella, como lo dispone el art.
54 de la ley 19.550. Del mismo modo, la acreditación del agrupamiento societario adquiere significación para
los casos de extensión de quiebra por actuación en interés personal de la controlante y/o confusión
patrimonial inescindible entre las sociedades que integran el agrupamiento, y finalmente, tratándose de
relaciones laborales, es de toda evidencia concluir que cuando la ley 20.744 (LCT) alude a maniobras
fraudulentas o conducción temeraria, se refiere concretamente a actuaciones que hayan perjudicado al
trabajador y disminuido la solvencia económico de la empresa empleadora, de manera que la existencia de
un grupo económico puede ser cuestión que interese sobremanera demostrar a los trabajadores, a los fines
—precisamente— de aplicar la solidaridad consagrada en el art. 31 de la referida ley, y en tal sentido, la
existencia de domicilio común de todas las empresas, la utilización común de bienes o efectos de todas las
sociedades que integran el grupo; la unidad de administración administrativa o comercial; la identidad en la
integración de los directorios o la coincidencia en la designación de los mismos apoderados, constituyen —
entre otras— importantes presunciones que pueden habilitar la aplicación de la mencionada norma. En el
mismo sentido fue resuelto por los tribunales del trabajo que dos o más sociedades conforman un conjunto
económico permanente cuando a la comunidad de capitales y directores que hay en las empresas
integrantes de aquel(632), se añade la comunidad del personal —el cual es intercambiable y pasa siguiendo
las necesidades del servicio de una sociedad a la otra—.

En materia comercial, la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles han aportado diversas pautas
para acreditar la existencia del agrupamiento empresario, en especial a los fines de la aplicación del art.
54 in fine de la ley 19.550: el entrecruzamiento del capital accionario que le permite a una sociedad anónima
formar la voluntad social de las sociedades controladas, la existencia de directorios similares y de una misma
sede social(633); el estado de propiedad casi exclusiva del capital accionario de una sociedad anónima por
parte de otra sociedad(634); la interdependencia económica entre las sociedades del grupo, de modo tal
que la actividad de una de ellas constituya factor desencadenante de la suerte de la otra(635); la existencia
de registros contables paralelos(636); la similitud entre los nombres societarios de las compañías que
configuran el grupo, así como la coincidencia del objeto social, la existencia de considerables remesas de
dinero entre ellas(637); la circunstancia de que todas las empresas se dedicaban a la misma actividad, con
iguales accionistas y directores, así como personal común(638), etc.

§ 6. Los grupos societarios en la ley 19.550 de sociedades comerciales

Si bien hemos anticipado que la ley 19.550 no contiene una regulación orgánica de los grupos de sociedades,
y que la ley argentina en general, cuando los menciona, los hace a los fines de la legislación de que se trata
(ley 24.522 de Concursos y Quiebras; ley 20.744 de Contrato de Trabajo, etc.), debe destacarse que en la ley
19.550 el control en el ámbito del derecho societario está regulado por los arts. 30, 31, 32, 33, 54, 63, 64, 65
y 66, a las cuales nos abocaremos brevemente.

El art. 30 de la ley 19.550, por una parte, admite, como norma general, y en concordancia con lo dispuesto
por el art. 1º de la misma, la posibilidad de todo ente societario de tomar o mantener participaciones en
otras sociedades, aunque limita la capacidad de las sociedades por acciones para ser titular de
participaciones societarias en otros sujetos de derecho que no sean sociedades por acciones. Esta norma ha
despertado en la doctrina muy importantes críticas, que se consideran justas, como veremos al analizar
pormenorizadamente dicha disposición legal.

El art. 31, por su parte, limita la cuantía de esas participaciones, para evitar que se desnaturalice el objeto
social de la sociedad participante, pues la intención del legislador ha sido que toda sociedad comercial tenga
autonomía e independencia de actuación y que desarrolle su objeto social en forma directa, con sus propios
recursos y con un fin societario también independiente. Mediante los límites impuestos por esa norma, la
ley 19.550 ha pretendido que la participación en otras sociedades constituya un mero instrumento de
control en sociedades que desarrollen un objeto complementario o sea una simple inversión de capital, pero
no un recurso para eludir el cumplimiento de normas legales o las responsabilidades que implica el riesgo
empresario.

A su vez, el art. 32 de la ley 19.550 prohíbe las participaciones recíprocas entre sociedades participantes y
participadas, para evitar que el capital social de ambas compañías se confunda y con ello se frustren
derechos de terceros, lo cual es trascendente, fundamentalmente en las sociedades por acciones en las
cuales la función de garantía que cumple el capital social, y el principio de la intangibilidad de este capital
debe ser prioritariamente protegido, atento la irresponsabilidad patrimonial de los accionistas que la
integran, quienes en principio responden ante terceros por las cuotas o acciones que han suscripto.

Finalmente, el art. 33 del ordenamiento legal societario define a las sociedades "vinculadas" y a las
sociedades "controladas", definición que adquiere enorme relevancia a los fines de la aplicación de las
normas de los arts. 54 de ese ordenamiento legal y 161 de la ley 24.522 de Concursos y Quiebras, que
establecen la responsabilidad de la sociedad controlante por daños sufridos por la controlada o por terceros
como consecuencia de la actuación de ésta, generalmente con un patrimonio insuficiente o inexistente, de
la cual la controlante se vale para evitar, como hemos visto, las consecuencias del riesgo empresario. El art.
161 de la ley 24.522 contempla incluso la posibilidad de extender la quiebra de la sociedad controlada a la
controlante, cuando aquella ha sido constituida para disfrazar la actuación personal de la controlante o
cuando entre ambas sociedades exista una confusión patrimonial inescindible, violándose el principio de la
autonomía e independencia de gestión, que la ley 19.550 se ha preocupado en enfatizar en todo su
articulado.

De su lado, el art. 54 de la ley 19.550 en sus tres párrafos, prevé expresamente distintos supuestos de
responsabilidad: a) Responsabilidad de los socios o de quienes "no siéndolo", la controlen (control de hecho)
por los daños y perjuicios causados a la sociedad, por dolo o culpa, sin que puedan alegar compensación con
el lucro que su actuación haya proporcionado en otros negocios; b) Responsabilidad del socio "o"
controlante (control de derecho) que aplicare los fondos o efectos de la sociedad a uso o negocio de cuenta
propia o de tercero, quien está obligado a traer a la sociedad las ganancias resultantes, siendo las pérdidas
de su cuenta exclusiva y c) Responsabilidad de los socios o controlantes por haber participado en
actuaciones sociales con fines extrasocietarios o como mero recurso para violar la ley, el orden público o la
buena fe, o para frustrar derechos de terceros, imputándose dicha actuación a aquellos, independiente de
su responsabilidad patrimonial por los daños y perjuicios causados.

Por su parte, los arts. 62 a 66 de la ley 19.550 prevén concretas exigencias de naturaleza contable a las
sociedades comerciales y a sus entidades controlantes a los fines de dar transparencia a las operaciones
celebradas entre ellas y finalmente, encontramos referencias al fenómeno del control societario en el art.
286 inc. 2º de la ley 19.550, en torno a las incompatibilidades para ser síndico societario; en el régimen de la
fiscalización externa permanente (art. 299) y, fuera del ordenamiento societario, en la posibilidad de
extensión de la quiebra de la sociedad controlada a la controlante, si se presentan las circunstancias
previstas por el art. 161 inc. 2º de la ley 24.522 de Concursos y Quiebras, o por las consecuencias que la
toma de control puede tener ante las disposiciones de la ley 25.156 de Defensa de la Competencia, etc.

ART. 31.—

Participaciones en otra sociedad: limitaciones. Ninguna sociedad, excepto aquella cuyo objeto sea
exclusivamente financiero o de inversión, puede tomar o mantener participación en otra u otras sociedades
por un monto superior a sus reservas libres y a la mitad de su capital y de las reservas legales. Se exceptúa el
caso en que el exceso en la participación resultare del pago de dividendos en acciones o por la capitalización
de reservas.
Quedan excluidas de estas limitaciones las entidades reguladas por la ley 18.061. El Poder Ejecutivo Nacional
podrá autorizar en casos concretos el apartamiento de los límites previstos.

Las participaciones, sea en partes de interés, cuotas o acciones, que excedan de dicho monto deberán ser
enajenadas dentro de los seis meses siguientes a la fecha de aprobación del balance general de que resulte
que el límite ha sido superado. Esta constatación deberá ser comunicada a la sociedad participada dentro
del plazo de diez días de la aprobación del referido balance general. El incumplimiento en la enajenación del
excedente produce la pérdida de los derechos de voto y a las utilidades que correspondan a esas
participaciones en exceso hasta que se cumpla con ella.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11 inc. 3º, 30, 58, 68, 70; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 74. Resolución
General de la Comisión Nacional de Valores 195/92; LSC Uruguay: art. 47.

§ 1. Limitación a las participaciones en otras sociedades

El legislador ha tenido en cuenta, en el art. 31 de la ley 19.550, la protección del objeto social, evitando que
por medio de un sistema de participaciones, este fuera burlado, en desmedro de la sociedad los socios y los
terceros.

La trascendencia del objeto social ha sido ya examinada al comentar el art. 11, inc. 3º, pero para
comprender el alcance de la norma contenida en el art. 31 de la ley 19.550, encuentro de sumo interés
transcribir a Broseta Pont, quien(639)ha destacado la importancia de ese requisito esencial del contrato de
sociedad, expresando textualmente que "Para la sociedad, porque el objeto delimita la esfera de su propia
actividad en la que debe invertir su patrimonio; porque permite definir al 'interés social', cuya lesión hace
posible la impugnación de los acuerdos de su Junta General, según lo establecido por nuestra ley de
sociedades anónimas (art. 67); porque, asimismo, permite comprender hasta qué punto la sociedad, titular
de una empresa, posee y debe respetar un interés superior y a veces contradictorio con el de sus propios
socios, y finalmente, porque el objeto social es un elemento o un criterio fundamental para delimitar las
facultades de los administradores, y en ocasiones, la competencia de la Junta General. Para los socios el
objeto social es un elemento social pletórico de garantías, porque, en primer lugar, es el elemento objetivo
que siendo destino y concreción de su voluntad, centro de imputación de su consentimiento, delimita la
vinculación inherente a sus declaraciones de voluntad en el momento constitutivo; y fundamentalmente,
porque, al delimitar las facultades y la competencia de los órganos sociales, les garantiza que el patrimonio
social no será invertido o desviado hacia actos o negocios 'extravagantes' al objeto social. Finalmente, el
objeto social es relevante para los terceros, porque les procura un criterio para delimitar las facultades de
los órganos que representan a la sociedad, y, por ende, les manifiesta los actos o negocios que sin
extralimitar sus facultades pueden, sin riesgos de ineficacia, estipular con los administradores; y además,
porque el objeto social, o sea, la actividad económica o la empresa cuya titularidad corresponde a la
sociedad, les procura o puede procurar una apariencia y unas expectativas de beneficios o de estabilidad de
futuro, en atención a las cuales, en alguna medida, conceden o pueden haber concedido crédito a la
sociedad, el cual verosímilmente, en ocasiones, no hubiera sido concedido si la sociedad explotara una
actividad económica distinta a la integrada en su objeto".

Todas esas razones se encuentran plasmadas en el articulado de la ley 19.550, el cual exige que el contrato
social exprese el objeto de la sociedad en forma precisa y determinada (art. 11, inc. 3º); estipulando que los
administradores obligan a la sociedad por todos los actos comprendidos en el objeto social (art. 58);
otorgando a los socios el derecho de receso en caso de aprobarse el cambio fundamental del objeto (arts.
244 y 245), teniendo en cuenta que se ha modificado la base del contrato de sociedad.

El art. 31 de la ley 19.550 es pues coherente con la filosofía del legislador de tutelar el consentimiento
prestado por los socios para la realización de determinada actividad y la posibilidad de un adecuado control
por éste sobre la sociedad que integra, pues aun cuando no mediara diversidad de objetos entre sociedad
participante y participada, quedarían menoscabados los derechos de los socios de la primera de ejercer un
adecuado contralor sobre la actividad social de esta última, ya sea en uso de las facultades concedidas por el
art. 55, o a través del síndico o de la asamblea, pues no es lo mismo intervenir en las decisiones
fundamentales del gobierno de una sociedad comercia como socio o accionista, que estar restringido a oír el
informe sobre la manera como los administradores en representación de la sociedad, ejercieron el gobierno
o control de los órganos societarios de otra compañía(640).
En definitiva, la norma del art. 31 de la ley 19.550 constituye un límite a la capacidad de la misma, y sus
beneficiarios son la propia sociedad partícipe, así como sus integrantes y precisamente por tales
fundamentos ella no es aplicable a las sociedades constituidas en el exterior, habiéndose resuelto que si esta
ha sido constituida en el extranjero, dicha tutela resultaría a todo evento ajena al interés de la Nación o de
sus habitantes, pues los eventuales perniciosos efectos se producirán por los socios de aquella(641).

En cuanto al límite de participación establecido por el referido art. 31, el lector podrá observar que a los
fines de su determinación, el legislador ha reparado en determinadas cuentas del patrimonio neto de la
sociedad participada, esto es, la totalidad de las reservas libres y la mitad de su capital y de las reservas
legales, lo cual resulta un criterio sumamente discutible, pues como la norma en análisis no establece ningún
monto respecto de las reservas libres (art. 70 de la ley 19.550) registradas en la contabilidad de la
participante, el objetivo perseguido por la norma en análisis puede ser fácilmente desvirtuado, aunque en
ese caso cualquier socio o accionista podría cuestionar legalmente la constitución o utilización de las
reservas libres de la participante, a través de la vía prevista por el art. 251 de la ley 19.550, cuando esta
actuación tienda a trasladar el cumplimiento de sus actividades sociales a la entidad participada.

Es fundamental recordar que, como el límite a las participaciones establecido por el art. 31 de la ley 19.550,
se refiere a la sociedad participante pues el fundamento de la norma está circunscripto a la protección del
objeto social de esta. Por ello, poco importa cuál es el grado de participación en la sociedad participada, que
puede inclusive abarcar el 99 % del capital social de esta, mas, como hemos visto, el abuso que puede
ocasionar una participación semejante encuentra respuesta en otras disposiciones legales (arts. 54, LSC y
165, ley 19.551), pero a ello no se refiere el artículo en análisis.

§ 2. Forma de computar los límites a la participación societaria

A los efectos de establecer los límites de la participación de una sociedad en otra, la ley 19.550 brinda las
siguientes pautas, siempre referidas a determinadas cuentas del patrimonio neto obrantes en los estados
contables de la sociedad participante, en el sentido que la entidad socia podrá mantener participación en
otra compañía por un monto que no supere:

1. La totalidad de sus reservas libres. Al respecto debe entenderse por tales, de conformidad con lo
dispuesto por el art. 70 in fine,LSC, a toda suma resultante de ganancias de uno o varios ejercicios, que por
decisión de una asamblea de accionistas, no se destinen al pago de dividendos. Dentro del concepto de
reservas libres quedan comprendidas las ganancias pasadas a cuenta de nuevo ejercicio o los resultados no
asignados de ejercicios anteriores —de acuerdo a una terminología contable de más que discutible
legalidad, pues detrás de esas artificiales cuentas se esconden reservas libres constituidas sin cumplir con los
requisitos legales previstos en los arts. 66 y 70 de la ley 19.550—, pero no las reservas que son producto de
revalúos técnicos ni aquellas reservas que se constituyen con primas de emisión, denominadas "reservas
especiales" y sujetas a lo dispuesto por el art. 202 de la ley 19.550.

2. La mitad de su capital social, debiendo entenderse por tal al capital social estatutario (art. 11 inc. 4º y 165
inc. 1º de la ley 19.550) y no a las que, en la práctica contable se denominan "cuenta capital", donde se
registran las actualizaciones del capital y los aportes irrevocables a cuenta de futuras emisiones accionarias.

3. La mitad de sus reservas legales (art. 70, párrafos 1º y 2º, LSC), esto es, aquellas reservas que la ley
19.550obliga a constituir en protección de los terceros en las sociedades de responsabilidad limitada y en las
sociedades por acciones, esto es, en aquellas sociedades donde los socios limitan su responsabilidad a los
aportes efectuados.

La evaluación de la participación societaria de la sociedad controlante debe ser efectuada en cada


oportunidad en que esta pretenda ejercer sus derechos societarios en la sociedad participada, tomando en
consideración las cuentas de sus últimos estados contables aprobados, obrantes en el estado de evolución
del patrimonio neto.

§ 3. Excepciones a las limitaciones previstas por el art. 31 de la ley 19.550

El art. 31 de la ley 19.550 deja a salvo de las previsiones contenidas en el primer párrafo del mismo, y al cual
nos hemos referido en los párrafos anteriores, cuatro supuestos de distinta naturaleza:
1) Que el exceso de participación resultare del pago de dividendos en acciones o por la capitalización de
reservas, pues ellas no importan inversión, sino la toma de beneficios actuales o diferidos con anterioridad.
La ley se refiere al caso —por demás frecuente, en nuestra práctica societaria— en que la sociedad
participada capitalice sus ganancias y entregue acciones a sus accionistas a prorrata de las respectivas
tenencias accionarias o desafecte reservas libres o facultativas, a los fines de capitalizar las mismas,
entregando acciones en las mismas condiciones que en el supuesto anterior.

2) Que el Poder Ejecutivo Nacional autorice en concreto el apartamiento de los límites previstos.

3) Que el objeto de la sociedad sea exclusivamente financiero o de inversión. Se trata de lo que en el mundo


se conoce como "sociedades holdings", esto es, entidades que no desarrollan un objeto social encuadrado
en la fórmula del art. 1º de la ley 19.550 —producción o intercambio de bienes o servicios— sino que su
actividad se limita a administrar paquetes accionarios de otras sociedades en las cuales aquellas participan,
ejerciendo sus derechos societarios en cada una de ellas, pero —se reitera— sin desarrollar actividad
empresaria alguna.

La doctrina distingue a las sociedades "holdings como puras e impuras. Las primeras son aquellas cuando su
única actividad es la de participar en el capital de otras sociedades, sin desarrollar ninguna actividad
empresaria concreta. Las sociedades holdings impuras son aquellas que además cumplen actividades
enmarcadas en la producción e intercambio de bienes o servicios.

Como bien lo explicó Zavala Rodríguez hace más de cincuenta años, las sociedades holdings, que son las
sociedades financieras que adquieren la mayoría de las acciones de otras compañías, nacieron en los Estados
Unidos y de allí pasaron a Europa, donde tienen gran aceptación. Su licitud no es objeto de debate y su
desempeño es perfectamente legal, mientras se limite a su función de sociedad "de cartera" a fin de lucrar
con el dividendo de las compañías en que participa, pero no lo es cuando se erige en árbitro del
funcionamiento de las sociedades a las que controla(642).

Repárese que, a los fines de tornar operativa esta excepción, debe tratarse de una sociedad cuyo objeto sea
exclusivamente financiero o de inversión, debiendo descartarse de la excepción aquellas entidades que
prevén, como parte de un objeto múltiple, con la actividad inversora, entre muchas otras, las cuales están
sometidas al límite previsto por el primer párrafo del art. 31.

4) Finalmente, el art. 31 excluye de sus normas a las entidades financieras (ley 21.526), aunque debe
advertirse que a los efectos de que no se superponga con la excepción anterior, debe entenderse que estas
entidades se encuentran siempre excluidas del límite señalado en el art. 31, aun cuando su objeto no sea
exclusivamente financiero.

Se ha propuesto en alguna oportunidad y lo ha prescripto legalmente la Comisión Nacional de Valores por


res. gral. 195/1992 —de harto discutible constitucionalidad—, que a los efectos del cálculo de los límites
previstos por el art. 31 de la ley 19.550, sólo se computarán, y a su valor registrado, las participaciones en
sociedades cuyo objeto social no sea complementario o integrador del objeto social de la sociedad
inversora(643), lo cual constituye un evidente error, pues ignora la finalidad del art. 31 de la misma ley, que,
como se ha dicho, tiende a custodiar el objeto social y por ende, el cumplimiento del fin societario de la
sociedad participante, así como proteger al accionista de la misma, que sólo puede ejercer sus derechos en
la sociedad que integra y no en la sociedad participada. Por ello, el objeto social de esta última es irrelevante
desde todo punto de vista a los fines de la interpretación de la norma.

§ 4. Sanciones para el caso de violación del art. 31 de la ley 19.550

De conformidad con lo dispuesto por el último párrafo del art. 31 de la ley 19.550, las participaciones, sea en
parte de interés, cuotas o acciones que excedan de los límites previstos en el primer párrafo de dicha norma,
deberán ser enajenadas dentro de los seis meses siguientes a la fecha de la aprobación del balance general
del que resulte que el límite ha sido superado. Asimismo, la constatación por la participante, de encontrarse
excedido en los topes previstos por el art. 31 obliga a ésta a comunicar a la sociedad participada esa
circunstancia, dentro del plazo de los 10 días de la aprobación del balance general.

La primera pregunta que debe formularse se refiere a la naturaleza de los balances de los cuales debe
determinarse el eventual exceso de la participación societaria, y no cabe dudas de que este instrumento
corresponde al que se realizaron las compras de las acciones. Así, la ley 19.550, en su art. 31 ha establecido
que la enajenación se debe efectuar en un plazo determinado, a partir del balance del ejercicio y, como ha
dicho la jurisprudencia, lo que la norma del artículo 31 ha focalizado es un momento en que tal participación
en exceso se torna evidente e indubitable(644).

La última parte de la norma en análisis provoca algunos problemas de interpretación.

En primer lugar, corresponde preguntarse si, una vez constatado el exceso de la participación prevista por
el art. 31 de la ley 19.550, la sociedad participante puede ejercer sus derechos societarios en la participada,
o si, por el contrario, la única consecuencia de esa constatación es la obligación de transferir los excedentes
accionarios dentro de los seis meses siguientes a la fecha de la aprobación del balance general del que
resulte que el límite ha sido superado. Creemos por nuestra parte, atento tratarse de una norma de
evidente orden público, que la mera constatación de la superación de tales límites, inhibe a la sociedad
participante de ejercer sus derechos societarios en la participada, obviamente en lo que respecta a aquellos
derechos correspondientes a las participaciones en exceso (dividendos, ejercicio del derecho de voto, etc.).
Ello sin perjuicio, además, de tener que transferir a terceros tales excedentes, en el plazo fijado por la misma
norma. Esta es incluso la solución que se desprende del propio art. 31, en tanto el legislador se cuidó muy
bien de establecer que el plazo de esa transferencia accionaria no se computa desde la constatación de la
superación de los límites previstos por la norma en análisis, sino desde la aprobación de su balance general,
del cual resulte que el límite ha sido superado.

No puede sin embargo reconocerse que la escasa factura técnica de la norma contribuye a formular las más
diversas interpretaciones sobre la cuestión en debate, en especial cuando el último párrafo del art. 31 de
la ley 19.550 establece que la constatación del excedente en la participación accionaria debe ser comunicada
a la sociedad participada dentro del plazo de diez días de la aprobación del referido balance general "del que
resulte que el límite ha sido superado", pero entendemos que ello es así solo cuando esa constatación se
produjo como consecuencia de la formulación del balance general de la sociedad participante, pero si ese
exceso ha sido comprobado por otros medios, no debe esperarse a la confección del balance anual para
poner fin a una situación de irregularidad que el legislador societario se encargó muy bien de reprimir,
habida cuenta los intereses protegidos por la norma, debiendo en tal caso el órgano de representación de la
participante efectuar dicha comunicación a la participada dentro del plazo de diez días de constatado ese
hecho, a los obvios fines de que esta última sociedad tome sus recaudos, que por supuesto no son otros que
evitar que la participante ejerza sus derechos políticos y patrimoniales mediante las acciones a las cuales
carece de todo derecho conservar.

La jurisprudencia elaborada en torno al art. 31 de la ley 19.550 es realmente escasa, pudiendo rescatarse lo
resuelto por la Cámara Civil, Comercial y Laboral de la Ciudad de Rafaela (Pcia. de Santa Fe), en fecha 22 de
marzo de 2007, en los autos "Appo Roberto s/ impugnación de asamblea"(645), donde se denegó la
suspensión de la ejecución de determinados acuerdos asamblearios adoptados por el órgano de gobierno de
la sociedad participada, que había sido fundada por el actor en el hecho de que dichos acuerdos solo
pudieron ser adoptados merced al voto favorable del accionista mayoritario —una sociedad de
responsabilidad limitada— que se presentó a la asamblea con una tenencia accionaria que se encontraba en
franca colisión con los límites previstos por el art. 31 de la ley 19.550, evitando exhibir en el recinto
asambleario los estados contables que acreditaban la superación de los referidos topes. Sostuvo el referido
tribunal de alzada que la circunstancia de que la sociedad de responsabilidad que participa en otra sociedad
del mismo tipo no haya presentado en la asamblea de esta entidad su último balance, no es demostrativa
del derecho que invoca el actor como motivo grave para suspender la ejecución de las resoluciones
impugnadas, en los términos del art. 252 de la ley 19.550, ya que la ley confiere, en el supuesto
contemplado por el art. 31 de dicha normativa, un plazo de seis meses siguientes a la fecha de la aprobación
del balance general del que resulta que el límite ha sido superado, para enajenar las participaciones que
excedan el marco establecido y recién el incumplimiento de esa enajenación acarrearía la pérdida de los
derechos de voto y a las utilidades que correspondan a esas participaciones en exceso, hasta que se con ello.

La doctrina judicial elaborada por ese fallo es equivocada, pues no parece razonable —como hemos ya
señalado— que durante el plazo que la ley 19.550 otorgó a la sociedad participante para enajenar las
acciones que exceden el límite permitido por el art. 31 de dicha norma, pueda esta sociedad actuar a su
antojo, con total desprecio de la letra de la ley, cuando se trata de un claro problema de incapacidad de
derecho de la entidad participante para ejercer sus derechos societarios mediante determinadas acciones
que conserva sin derecho. Reiteramos pues que si la sociedad controlante o partícipe permitió que con el
voto de las acciones en exceso se pudo adoptar un acuerdo asambleario en la sociedad participada, éste
puede ser atacado de nulidad por parte de los otros socios de la misma, siempre y cuando existan elementos
de juicio de que tales límites hubieran sido superados.
Por otra parte, el último párrafo del art. 31 de la ley 19.550 peca por un grave defecto de redacción, al
disponer textualmente —como hemos señalado— que "El incumplimiento de la enajenación del excedente
produce la pérdida de los derechos de voto y a las utilidades que correspondan a esas participaciones en
exceso, hasta que se cumpla con ella", aclaración esta última que resulta totalmente sobreabundante, pues
es de toda evidencia que una vez concretada la enajenación de estas acciones, no hay posibilidad de ejercer
derechos societarios sobre ellas, en tanto éstas ya salieron del patrimonio de la participada. Pero sin
perjuicio de ello, la infracción podrá quedar regularizada mediante la aprobación de un aumento del capital
social en la participante, en la proporción necesaria(646).

Finalmente, debe advertirse que si bien la sanción prevista por el art. 31 en su último párrafo es la que en
derecho corresponde, al estar dirigida a la sociedad participante, puede ella ocasionar perjuicios de
importancia a la sociedad participada, cuyo órgano de gobierno podrá verse privado del quórum necesario a
los efectos de sesionar o para adoptar decisiones válidas, pero estas dificultades pueden quedar superadas
mediante el recurso de no computar, a los efectos del quórum en las asambleas de la sociedad participada,
la participación en exceso de la sociedad participante, con lo cual se compatibilizaría esta norma con lo
dispuesto por los arts. 243 y 244 de la ley 19.550.

Alguna doctrina ha sugerido la derogación de esta sanción(647), reemplazándola por la responsabilidad de


los administradores por los daños causados por el exceso en la participación, en los términos del art. 59, LSC,
solución que no convence pues no evita la producción de los daños (a diferencia de la sanción prevista por el
art. 31) sino que sólo repara en las consecuencias que siempre es preferible evitar. Por otro lado, esa
solución lleva implícita la dificultad en la determinación de los daños, lo cual no siempre es advertible en la
infracción a lo dispuesto por el art. 31 de la ley 19.550.

§ 5. Derechos del socio de la sociedad participante en la sociedad participada

Pueden presentarse en la práctica diferentes supuestos:

a) Que no se produzca violación a lo dispuesto por el art. 31, LSC y que la sociedad participante intervenga
en la participada dentro de los límites legales. En este caso, si la participante, a través de su representante
legal, aprobare un acuerdo asambleario de la participada, lesivo a sus propios intereses, la solución viene
impuesta por los arts. 274 y ss. y 54 in fine, LSC, esto es, el accionista de la participante no podrá pedir la
nulidad de tales resoluciones sociales, pero sí responsabilizar a quien hubiera representado a la sociedad
que integra por los daños y perjuicios que este hubiera ocasionado a la misma o a sus propios intereses (arts.
274 y 279, LSC). Tal es la solución que, a mi juicio, surge actualmente del texto de la ley 19.550, sin perjuicio
de destacar la necesidad de que una futura pero necesaria reforma legislativa amplíe la nómina de los
sujetos legitimados activamente para pedir la nulidad de actos asamblearios, incluyendo dentro de ellos a
los integrantes de la sociedad partícipe, a los cuales debe serle concedido el derecho de cuestionar la validez
de las decisiones sociales adoptadas en el seno del órgano de gobierno de la sociedad participada, cuando
ellas causan perjuicio a la entidad participante, posibilidad que hoy solo aquellos tienen cuando se trata de
acuerdos asamblearios nulos de nulidad absoluta, habida cuenta que los accionistas de la participante son a
ese respecto "terceros interesados" en los términos del art. 387 del Código Civil y Comercial de la Nación.

b) Si la sociedad participante hubiere excedido el límite previsto por el art. 31, LSC, y con los votos
resultantes del exceso en la participación se hubiera aprobado un acuerdo asambleario de la participada, el
accionista de aquella puede demandar la nulidad de ese acuerdo, en la medida que la actuación en
infracción a lo dispuesto por aquella norma importa una nulidad absoluta, debiendo promover dicha
demanda en los términos del referido art. 387 del Código Civil y Comercial de la Nación.

ART. 32.—

Participaciones reciprocas: nulidad. Es nula la constitución de sociedades o el aumento de su capital


mediante participaciones recíprocas, aun por persona interpuesta. La infracción a esta prohibición hará
responsables en forma ilimitada y solidaria a los fundadores, administradores, directores y síndicos. Dentro
del término de tres meses deberá procederse a la reducción del capital indebidamente integrado, quedando
la sociedad, en caso contrario, disuelta de pleno derecho.

Tampoco puede una sociedad controlada participar en la controlante ni en sociedad controlada por esta, por
un monto superior, según balance, al de sus reservas, excluida la legal.
Las partes de interés, cuotas o acciones que excedan los límites fijados deberán ser enajenadas dentro de los
seis meses siguientes a la fecha de aprobación del balance del que resulte la infracción. El incumplimiento
será sancionado conforme al art. 31.

CONCORDANCIAS: LSC: art. 11 incs. 5º, 30, 31, 33; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 74.LSC Uruguay:
art. 52.

§ 1. Participaciones recíprocas entre sociedades

El legislador tiende, en el art. 32, LSC, a la protección del capital social de la sociedad participante, en la
medida que a través de las participaciones recíprocas, "(...) forma típica de aguamiento del mismo, se
desvirtúa la intangibilidad del capital social. La norma tiende a evitar que por medio del cruzamiento de
prestaciones se efectúen reembolsos de capital o de reservas legales en contradicción con la economía de la
ley"(648).

El art. 32, en su párrafo 1º contempla dos formas de concretar las participaciones recíprocas: a través de la
constitución de sociedades o por medio de aumentos de capital, supuestos éstos de mayor frecuencia. En
ambos casos, la ley sanciona a esos actos con la nulidad, sin perjuicio de la responsabilidad solidaria e
ilimitada de los fundadores, administradores, directores o síndicos, obligando a la reducción del capital
social indebidamente integrado en el término de tres meses, quedando la sociedad, en caso contrario,
disuelta de pleno derecho.

La enumeración prevista por el legislador de los casos de entrecruzamiento del capital social no es completa,
pues debió impedirse asimismo la compra de acciones por la sociedad participante por parte de la
participada, aun cuando la prohibición de esta adquisición viene impuesta por el art. 220, LSC.

Del mismo modo, cae dentro de la prohibición legal, y por tanto en la nulidad, la constitución de aportes
irrevocables a cuenta de futuras suscripciones efectuada por la sociedad participada en la sociedad
controlante.

Cabe reparar asimismo que:

a) La sanción de nulidad prevista por el art. 32 alcanza asimismo el procedimiento de prestaciones


recíprocas, cuando es llevado a cabo por interpósita persona. Es el caso de que una sociedad controlada
adquiera cuotas, acciones o partes de interés de una compañía que tenga a su vez participaciones en la
sociedad controlante.

b) La disolución de pleno derecho a que se refiere el art. 32 de la ley 19.550 se refiere exclusivamente al caso
de aumento de capital social en la sociedad participante, cuyas acciones sean suscriptas, en forma total o
parcial por la sociedad participada. Por el contrario, las sociedades constituidas mediante prestaciones
recíprocas, son nulas de nulidad absoluta y por ende, inconfirmables e imprescriptibles las acciones
judiciales que tiendan a su invalidez(649).

§ 2. Excepciones a la prohibición establecida por el art. 32 de la ley 19.550

No obstante la claridad e imperatividad del párrafo 1º, art. 32, LSC, esta norma, en su párrafo segundo,
consagra una incomprensible excepción, que resulta incompatible con el fundamento de la prohibición de
las prestaciones recíprocas entre controlante y controlada.

Establece el art. 32, párrafo 2º, LSC, que: "Tampoco puede una sociedad controlada participar en la
controlante, ni en una sociedad controlada por esta, por un monto superior, según balance, al de sus
reservas, excluida la legal (...). Las partes de interés, cuotas o acciones que excedan los límites fijados,
deberán ser enajenadas dentro de los seis meses siguientes a la fecha de aprobación del balance del que
resulte la infracción. El incumplimiento será sancionado conforme el art. 31".

Si se advierte que esta norma solo repara en los fondos que la sociedad controlada puede invertir en las
acciones de la controlante, fácilmente se percibe que a través de la aludida excepción pueden vulnerarse los
fundamentos mismos de la prohibición que establece el art. 32, pues nada obsta a que a través de las
reservas libre de la controlada, pueda éste convertirse en controlante absoluta de su aparente controlada, lo
cual constituye un verdadero contrasentido.
Ello encierra otro gravísimo peligro, que ha sido advertido por Manóvil, en cuanto que a través de esa
excepción puede producirse un inadmisible fenómeno de concentración del poder de decisión de ambas
empresas, con total desprotección de sus socios y accionistas. Para decirlo con mayor claridad: el directorio
de la sociedad controlante, quien controla la asamblea de la controlada, puede designar a los
administradores de esta última, pero si la controlada invierte sus reservas libres en la suscripción de las
acciones de la controlante, puede a su vez tener injerencia en la designación de los directorios de esta última
sociedad.

Atento su evidente contradicción con los principios que inspiraron la redacción del art. 32 de la ley 19.550,
de evidente orden público, resulta necesaria la derogación del segundo párrafo del art. 32 de la ley 19.550,
pues la mera posibilidad de la sociedad controlada de participar en la controlante por un monto no superior
a las reservas legales, puede llevar al extremo de que la sociedad controlada se convierta a su vez en
controlante de su controlante, con lo cual, siempre a juicio de Manóvil, se separa el poder de decisión de la
propiedad de las acciones, desdibujándose la organicidad societaria y generando un indudable peligro para
todos los derechos de los socios y accionistas(650).

ART. 33.—

Sociedades controladas. Se consideran sociedades controladas aquellas en que otra sociedad, en forma
directa o por intermedio de otra sociedad a su vez controlada:

1) posea participación, por cualquier título, que otorgue los votos necesarios para formar la voluntad social
en las reuniones sociales o asambleas ordinarias;

2) ejerza una influencia dominante como consecuencia de acciones, cuotas o partes de interés poseídas, o
por los especiales vínculos existentes entre la sociedad.

Sociedades vinculadas. Se consideran sociedades vinculadas, a los efectos de la sección IX de este capítulo,
cuando una participe en más del 10% del capital de otra.

La sociedad que participe en más del 25% del capital de otra, deberá comunicárselo a fin de que su próxima
asamblea ordinaria tome conocimiento del hecho. [Texto según ley 22.903.]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 30 a 32, 63 a 66; ley 19.551: arts. 164, 165; Resolución General IGJ nº 7/2015,
arts, 74 y 314. LSCUruguay: arts. 48 a 51.

§ 1. Sociedades controladas y vinculadas

La doctrina distingue, en cuanto al grado de participación en sociedades, cuatro formas de llevar a cabo la
misma(651):

a) Participación irrelevante. Es aquella en que una sociedad no alcanza el 2% del capital social de la sociedad
participada. Ese límite obedece a que sólo a partir del mismo nacen ciertos derechos para el socio (art. 294,
incs. 6º y 11).

b) Participación minoritaria. Es la que confiere el ejercicio de los derechos de la minoría (arts. 107, 236, 263,
275, 294 incs. 6º y 11, y 301, inc. 1º, párr. 2º).

c) Participación vinculante. Conforme el art. 33, esta forma de participación se presenta cuando una
sociedad participa del capital de otra en más del diez por ciento del capital de ésta, aunque sin tener los
votos necesarios para formar la voluntad social. La única trascendencia que tiene esta categoría de
participación radica en que los estados contables de las sociedades vinculadas deben reflejar especialmente
las operaciones celebradas entre las empresas del grupo (arts. 63 incs. b] y d]; 64 inc. 8º; 65 inc. g) y 66 inc.
6º de la ley 19.550).

d) Participación controlante. Es aquella que define el art. 33, párrafo 1º de la ley 19.550, que se presenta
cuando una sociedad posea participación en otra que le otorgue los votos necesarios para formar la
voluntad social en las reuniones sociales o asambleas ordinarias. En este caso, y como veremos, los efectos
del control son muchos más intensos que en los supuestos anteriores.
Obsérvese que para definir el concepto de control, la ley 19.550 opta por la mayoría de votos y no por la
mayoría del capital, pues un capital minoritario puede otorgar el control si las acciones que lo representan
otorgan voto múltiple, en los términos del art. 216, LSC.

La definición prevista por el art. 33 primer párrafo de la ley 19.550 se refiere al control interno o control de
derecho. Por su parte, el segundo párrafo de dicha norma se refiere al denominado "control externo o de
hecho", que se presenta cuando una sociedad ejerza una influencia dominante en otra, como consecuencia
de acciones, por los especiales vínculos existentes entre ambas. Tal es el caso en donde la sociedad
controlante —que puede ser una sociedad holding o no— impone su voluntad a la controlada, como
consecuencia, por lo general, de determinadas relaciones contractuales, como por ejemplo el otorgamiento
de licencias para el empleo de marcas, patentes de invención, know how; otorgamiento de importantes
créditos; el suministro de elementos indispensables para la producción o adquisición exclusiva de ésta, la
celebración entre controlante y controlada de contratos de colaboración empresaria, etc.

Las definiciones del art. 33 de la ley 19.550 no carecen de importancia. Por el contrario, su relevancia es
indiscutible y puede apreciarse desde múltiples puntos de vista:

1. En materia de control estatal, pues impide que a través de la actuación de otra sociedad, pueda eludirse el
mismo. El art. 299, inc. 6º, somete a esa fiscalización a la sociedad controlante de o controlada por otra
sujeta a fiscalización, conforme a uno de los incs. 1º al 5º del art. 299.

2. Desde otra óptica, y a los fines de no burlar la organización de las sociedades por acciones, tornando
ilusorio el recíproco control que debe existir entre los diferentes órganos de aquellas, el art. 286, LSC, ratifica
la incompatibilidad para desempeñar funciones de síndico, al ser director, gerente o empleado de la misma
sociedad, de otra sociedad, controlada o controlante.

3. Asimismo, y en homenaje a la transparencia de la actuación de los sujetos empresarios en el tráfico


mercantil, lo cual redunda obviamente en protección de los terceros, la definición efectuada por la ley
19.550 de la sociedad controlada y la sociedad vinculada, permite conocer la evolución de los negocios
sociales de todas las sociedades del grupo, al imponer los arts. 62 a 66 la obligación de la controlante de
presentar "balances consolidados" e identificar concretamente, en torno a los estados contables de todas las
sociedades que integran el grupo, las cuentas que cada una de ellas mantiene con sociedades controlantes,
controladas o vinculadas. En tal sentido, la ley prescribe que las participaciones sociales de que es titular una
sociedad en otra, cualquiera que sea su grado, deben encontrarse detalladas en los estados contables,
exigiendo la ley 19.550 su inclusión en el balance, estado de resultados, y en las notas complementarias
(arts. 63 a 65). Así, pues, en el balance deben figurar los créditos, las inversiones y las deudas con o en las
sociedades controlantes, controladas o vinculadas, en el estado de resultados los intereses pagados a estas
sociedades, y en las notas complementarias, el resultado de las operaciones con las mismas.

Como hemos sostenido, la incorporación a la normativa societaria del control externo o de hecho, efectuada
por la ley 22.903 del año 1982 ha mejorado sensiblemente la redacción anterior del antiguo texto del art.
33 de la ley 19.550, previéndose actualmente una forma de control que no proviene de la posibilidad de
formar la voluntad de la controlada en las asambleas o reuniones de socios, mediante la tenencia de un
determinado porcentaje de acciones por la controlante, sino por la existencia de determinados vínculos
económicos, de carácter contractual en la mayoría de los casos, que le permite a esta última influir
decisivamente en la organización de la compañía controlada y en los negocios de ésta y que la conviertan, de
hecho, en dependiente o subordinada de la primera.

La incorporación al art. 33 de la ley 19.550 del control de hecho o externo, mediante el ejercicio de una
influencia dominante por los especiales vínculos existentes entre las sociedades, presupone que estos
"especiales vínculos" deben tener una intensidad muy significativa, perdurabilidad en su existencia y deben
ser de tal naturaleza que, de interrumpirse los mismos, se condiciona la existencia de la sociedad controlada.
Como bien afirma Odriozola(652), la doctrina ha señalado con elocuencia la necesidad de tales
presupuestos, sin perjuicio de apuntar la dificultad de establecer reglas precisas que exterioricen tal
situación de subordinación(653).

La reforma efectuada al art. 54 primer párrafo es coherente con el nuevo régimen previsto por la ley
22.903 en el art. 33, pues el legislador ha previsto en aquel artículo la responsabilidad de los socios o de
quien, sin ser socio, controle una sociedad, por daños ocurridos a la misma, mediante dolo o culpa de aquel,
siendo evidente que el legislador se refiere en este caso al controlante de hecho. El segundo párrafo de
dicha norma, que ha extendido también al controlante la responsabilidad que le era reservada por el viejo
texto del mencionado artículo exclusivamente al socio que aplicare fondos o efectos de la sociedad a uso o
negocio por cuenta propia o de terceros, se refiere a ambos tipos de control —interno o de derecho y
externo o de hecho— pues dicha norma obliga al socio o controlante que ha actuado de esa manera, a traer
a la sociedad las ganancias resultantes e idéntica conclusión puede arribarse en torno al control mencionado
por tercer y último párrafo del art. 54 de la ley 19.550, con la diferencia que, en este supuesto y además de
la responsabilidad patrimonial de aquellos, se le imputa a los mismos la actuación ilegítima o extrasocietaria
de la sociedad.

Fácil es en consecuencia, advertir la importancia de la reforma efectuada por la ley 22.903 en este aspecto,
pues evita que la norma del art. 54, LSC, sea sencillamente violada, pues no siempre la figura del socio
oculto, y la responsabilidad para ellos prescripta por el art. 34 resultaba de fácil aplicación.

§ 2. Críticas al sistema previsto por el art. 33 de la ley 19.550

Sin perjuicio de los evidentes aciertos del legislador, en torno a la admisión del control de hecho o externo,
la norma del art. 33 puede ser objeto de algunas críticas.

a) En primer lugar, no coincidimos con el legislador cuando, refiriéndose al control interno, circunscribe el
mismo a las participaciones que una sociedad posea por cualquier título en otra sociedad, que otorgue los
votos necesarios para formar la voluntad social en las reuniones de socios, o, tratándose de sociedades por
acciones, en las asambleas ordinarias, siempre de la sociedad controlada, pues si bien no puede ignorarse
que la Exposición de Motivos de la ley 22.903 ha justificado esta solución en el hecho de que las asambleas
ordinarias son de obligatoria celebración y hacen a la marcha normal de la sociedad, se olvida que es en el
seno de las asambleas extraordinarias en donde se resuelven, por aplicación del art. 235, LSC, las
modificaciones del estatuto de la sociedad y no todos los acuerdos de las asambleas extraordinarias privan a
los titulares de las acciones del derecho de voto múltiple, sino exclusivamente los supuestos previstos por el
art. 244 in fine, LSC.

No debemos olvidar tampoco que la ley 24.522, en su art. 161 inc. 2º a), al describir los supuestos de
procedencia de la extensión de la quiebra en caso de control, entiende por sociedad controlante a: "(...)
aquella que en forma directa o por intermedio de una sociedad a su vez controlada, posee participación, por
cualquier título, que otorgue los votos necesarios para formar la voluntad social", con lo cual incluye dentro
de la definición de sociedad controlante, a quien tenga los votos necesarios para predominar en las
asambleas de la controlada, cualquiera sea la clase de que se trate, solución que es preferible a la adoptada
por el art. 33 de la ley 19.550.

b) En segundo lugar, no resulta claro el propósito del legislador en el último párrafo del art. 33, cuando
establece que la sociedad que participe en más del veinticinco por ciento del capital de otra, deberá
comunicárselo a fin de que su próxima asamblea ordinaria tome conocimiento del hecho, pues no se
advierten los efectos que, sobre la sociedad controlada suponga ese conocimiento ni cuáles son las medidas
que deberá ésta adoptar, en caso de que esa comunicación obligue a tomar alguna medida, quedando por
otro lado en la mayor indefinición cuales son las consecuencias que, para la sociedad controlante, supone no
cumplir con dicha notificación.

ART. 34.—

Socio aparente. El que prestare su nombre como socio no será reputado como tal respecto de los
verdaderos socios, tenga o no parte en las ganancias de la sociedad; pero con relación a terceros, será
considerado con las obligaciones y responsabilidades de un socio, salvo su acción contra los socios para ser
indemnizado de lo que pagare.

Socio oculto. La responsabilidad del socio oculto es ilimitada y solidaria en la forma establecida en el art.
125.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 36, 54, 126, 134, 142, 147; LSC Uruguay: arts. 53, 54.

§ 1. El socio aparente
El art. 34 de la ley 19.550 se refiere en su primer párrafo al socio aparente, llamado también testaferro,
socio ostensible o prestanombre, y tiende a proteger fundamentalmente a los intereses de los terceros, que
podrían haber contratado con la sociedad sobre la base de la personalidad de aquel, para luego encontrarse
perjudicados si aquel invocara su calidad de socio aparente o prestanombre para eximirse de las
responsabilidades propias del socio.

Explican los Profesores Favier Dubois(654)que en el ámbito societario, la utilización de socios aparentes o
testaferros constituye no solo un recurso para ocultar propiedades, con finalidad de evasión de obligaciones
familiares, patrimoniales o fiscales, sino también —como lamentablemente ha sucedido con habitualidad—
para vulnerar las reglas que restringen o sancionan la unipersonalidad(655)o las que establecen
determinadas incompatibilidades o responsabilidades a los socios.

Ahora bien, el empleo de testaferros o socios aparentes posee sus propios riesgos, pues si se tratar de una
persona física, ellas ofrecen el denominado "costo de agencia", o sea, el riesgo de que el testaferro actúe en
su propio interés y no en el del socio oculto, lo que generalmente se presenta cuando se trata de una
persona avezada en los negocios, a la que se promete, además, una partición en los resultados. En cambio si
el perfil del testaferro es el de una persona insolvente, desocupada o sub-ocupada, carente de bienes y que
se limita a firmar todo lo que se le solicita a cambio de una retribución fija, el riesgo se traslada a su
imposibilidad de mantener el secreto sobre la titularidad real en caso de que llegue a ser interrogado en
juicio civil o penal. Por otro lado, si testaferro es un pariente, existe la posibilidad de que ese vínculo sea
detectado y que no pueda acreditarse su solvencia económica o idoneidad para la operación(656).

Precisamente y para evitar esos riesgos, es que durante los últimos años se ha reemplazado al "testaferro de
carne y hueso" por el "testaferro de papel", esto es, sociedades constituidas en paraísos fiscales,
denominadas "sociedades off shore", oriundas de lugares donde se garantiza la imposibilidad de conocer a
los verdaderos dueños de sus acciones, que por supuesto son al portador y cuyo titular es el verdadero
dueño del negocio. Bien es cierto que, en oportunidad de ejercer los derechos societarios o en la celebración
de los actos jurídicos por parte de las referidas compañías debe aparecer una persona física, los riesgos a los
cuales se hizo mención en el párrafo anterior se minimizan, pues esta persona carece de todo conocimiento
sobre la verdadera titularidad del negocio, siendo por lo general empleado o conocido del estudio
profesional que ha constituido la sociedad y transferido la totalidad de su paquete accionario al dueño del
negocio.

Sin embargo y como lo recuerdan los profesores Favier Dubois, la posibilidad de acudir a testaferros que
sean personas jurídicas ha quedado seriamente limitada por las normas restrictivas y prohibitivas de la
actuación de las sociedades off shore en el país, a partir de la resolución general IGJ 7/2003 y si bien dichas
normas solo rigen en la Ciudad de Buenos Aires y en varias jurisdicciones del interior que las adoptaron, ellas
han introducido a nivel sociológico un estado general de sospecha que rige en todo el país y que desalienta
su utilización. Oportuno es recordar que el actual gobierno constitucional elegido democrático en el año
2015 ha reactivado la polémica en torno a la legalidad o ilegalidad de las sociedades off shore, habida cuenta
que, por confesión propia, la mayor parte de los funcionarios tienen cuentas o son titulares exclusivos de
sociedades constituidas en paraísos fiscales, lo cierto es que desde los primeros años del presente siglo, la
referencia a las sociedades off shore es mala palabra, y mucho mas desde que se ha dado a conocer el
escándalo de los Panamá Papers, difundido en la República Argentina en el mes de abril de 2015.

Ahora bien, la fórmula empleada por el art. 34, párr. 1º de la ley 19.550 es comprensiva no sólo de quien
expresamente ha consentido en la utilización de su nombre como integrante de la sociedad sin serlo, sino
también de quien tolerare su empleo sin poner fin a esa situación. Es el caso de ex socio de una sociedad por
parte de interés, cuyo nombre continúa figurando en la razón social y que induce a terceros a contratar con
la sociedad, atento la solvencia del mismo.

En cuanto a su relación con los socios, la ley es expresa en no reputarlo como tal, aun cuando tuviere parte
en las ganancias, por lo que debe desestimarse cualquier pretensión efectuada por el socio aparente
tendiente a ejercer sus derechos de socio, en tanto su interés se limita a ser reembolsado por los verdaderos
integrantes de la sociedad de las sumas que se viera obligado a pagar a terceros como consecuencia de la
responsabilidad que le correspondiese, de acuerdo al tipo societario que en forma aparente integra.

Haciendo aplicación de esta norma, la jurisprudencia le ha negado al socio aparente su pretensión de que se
le rinda cuentas sobre la gestión social(657)o el derecho a reclamar dividendos a la sociedad(658). Sin
perjuicio de la solución expuesta por el artículo en análisis, que resuelve el problema del prestanombre a
través de su responsabilidad, cabe señalar que diferente tratamiento merece la hipótesis en que todos los
socios revistan tal carácter. En ese caso, y como bien ha sido resuelto en el caso "Macoa"(659), la solución
no puede ser otra que la nulidad del contrato social (arts. 955 y ss., Cód. Civil), desde que no puede ser
convalidable la ficción societaria (arts. 2º y 54 in fine, LSC).

Queda por definir si el legislador de 1972, al expedirse sobre la figura del socio aparente, ha admitido la
posibilidad de constituir sociedades con socios simulados, incorporando, de alguna manera a nuestra
legislación societaria, la figura de las sociedades de un solo socio, en compañías donde uno de los
integrantes reúna la casi totalidad de las participaciones sociales y el restante socio, unas pocas cuotas o
acciones, figurando éste en el contrato social a los únicos fines de cumplir con el requisito de la pluralidad de
socios previsto por el art. 1º de la ley 19.550. Tal es la tesis de Bazán(660), para quien, recurriendo a la figura
del socio aparente, predica que la ley 19.550 permite la simulación lícita en concordancia con lo dispuesto
por el art. 957 del Código Civil, en la medida que no haya lesión de derechos de terceros.

Esta manera de razonar, elaborada para dar entrada —por la ventana— a las sociedades de un socio en
nuestra legislación, constituye un grave desacierto, pues: a) Si el legislador ha exigido en el mismo art. 1º de
la ley 19.550 la existencia de "dos o más socios" como requisito de todo contrato de sociedad, ratificando en
la Exposición de Motivos que la sociedad de un solo socio no tiene recepción en nuestro derecho (art. 94 inc.
8º), mal podemos admitir su existencia cuando el verdadero dueño del negocio incorpora a un allegado o a
un familiar, en carácter de socio aparente, en cuyas manos pone unas pocas acciones o cuotas sociales,
existiendo en ese ente un solo socio verdadero. Pensar ello ofende la inteligencia de los redactores de la ley
19.550, lo cual no es admisible; 2) El hecho de que el art. 34 primer párrafo de la ley 19.550 haya
contemplado la figura de socio aparente no lo ha sido para equipararlo a un verdadero socio, como lo
pretenden los cultores de las sociedades de un solo integrante, sino como una anomalía del régimen
societario al cual debe necesariamente darse solución y 3) Finalmente, la constitución de una sociedad con
un socio aparente y un socio real constituye en todos los casos una simulación ilícita, pues con ese
subterfugio se pretende eludir o enervar la responsabilidad del comerciante individual, que siempre es
ilimitada, como bien se desprende de lo expuesto en el art. 94 inc. 8º de la ley 19.550.

Finalmente, cabe tener presente que la figura del socio aparente ha sido también utilizada con suma
frecuencia para disfrazar de socio al trabajador, para evitar el cumplimiento por el empleador —esto es, el
verdadero socio o controlante— de las obligaciones sociales y laborales. La jurisprudencia de los tribunales
del Trabajo han aplicado permanentemente la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica (arts.
2º y 54 de la ley 19.550) para desestimar esa maniobra y ello marcó el punto final de la existencia de las
sociedades de capital e industria, que son hoy, en nuestro espectro societario, una mera curiosidad histórica.

§ 2. El socio oculto

Contrariamente a la figura del socio aparente, testaferro o prestanombre, el socio oculto o socio no
ostensible es aquel que no figura en el contrato social como integrante de la sociedad, y que niega ante
terceros su condición de tal, no obstante lo cual, ya sea en forma directa o a través de un prestanombre,
goza de todos los beneficios del socio(661).

La jurisprudencia lo ha definido, por su parte, como aquel cuyo nombre no aparece en el contrato social o en
el acto de su registro, cuando debiera hacerlo, porque ha intervenido en la creación del ente como socio y
tiene interés social(662).

Una vez acreditado su carácter de tal, la ley 19.550 lo sanciona con su responsabilidad solidaria e ilimitada,
como si integrara una sociedad colectiva, aun cuando el tipo de la sociedad en el cual el socio oculto tuviera
interés no se corresponda con aquellas en las cuales los socios respondan de tal manera. Esta solución es la
que a mi juicio corresponde en derecho, pues a pesar de que el tema divide a la doctrina nacional(663), si el
socio oculto no aclaró su posición frente a terceros, debe sufrir la responsabilidad solidaria e ilimitada por las
obligaciones sociales, el cual, como afirma Segovia(664), es el principio general en materia de sociedades
mercantiles.

Del mismo modo, y por los mismos fundamentos, al socio oculto le es extensible la declaración de quiebra
dictada contra la sociedad (art. 160 de la ley 24.522).

Dos cuestiones deben ser aclaradas sobre el tema: 1) Las disposiciones del art. 34 segundo párrafo de la ley
19.550 no son aplicables al socio no gestor de las sociedades accidentales o en participación (arts. 361 y ss.),
pues en estas sociedades, la existencia de socios no ostensibles hacen a la caracterización del tipo y, 2)
Tampoco rige en materia de sociedades irregulares y de hecho, pues la situación del socio oculto en esta no
puede ser mejor que la de los verdaderos socios, que carecen del beneficio de excusión (art. 23).

ART. 35.—

Socio del socio. Cualquier socio puede dar participación a terceros en lo que le corresponde en ese carácter.
Los partícipes carecerán de la calidad de socio y de toda acción social; y se les aplicarán las reglas sobre
sociedades accidentales o en participación.

CONCORDANCIAS: Código Civil y Comercial, arts. 1442 a 1478. LSC Uruguay: art. 55.

§ 1. El socio del socio

La ley 19.550 no prohíbe al socio dar participaciones a terceros en lo que les corresponde en ese carácter,
pero deja aclarado expresamente que estos carecerán de todos los derechos patrimoniales y políticos
correspondientes, no pudiendo tampoco demandar a la sociedad en resguardo de los mismos.

Debe quedar en claro que los partícipes no son socios de la sociedad sino de quien les dio participación en la
misma, actuando éste como socio gestor ante la sociedad, ya que el art. 35 dispone que las relaciones entre
ambos se rige por las normas correspondientes a las sociedades accidentales o en participación, referencia
que debió ser derogada por la ley 26.994, atento que dicha ley ha derogado los arts. 361 a 366 de la ley
19.550, que se referían a dichas sociedades, que se encuentran previstas como una especie de contrato
asociativo, legisladas por los arts. 1448 a 1452 del Código Civil y Comercial, careciendo del carácter de
sociedad y de persona jurídica.

La naturaleza de la sociedad que se forma entre el socio que concede una participación y el cesionario de la
misma es, como bien lo ha destacado el art. 35 de la ley 19.550, un negocio en participación (arts. 1448 a
1452 CCyCN), y a ello no obsta el hecho de que la sociedad o los restantes socios conozcan la existencia de
tal operación o el interés indirecto que ese tercero tiene sobre los resultados de la entidad, pues ello es
indiferente a los fines de la caracterización de la existencia de la asociación habida entre ellos.

En consecuencia, el asociante, aun cuando actúe en la sociedad a nombre propio y bajo su exclusiva
responsabilidad, debe consentir los controles del partícipe respecto de tal actuación y debe también rendir
cuentas sobre la misma (art. 1451 CCyCN), brindando toda la información que le sea requerida, toda vez
que, como hemos expresado, su actuación en la sociedad se efectúa también en interés de su asociado(665).
Por ello son plenamente aplicables las normas de los arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial de la
Nación, en lo que respecta a la obligación del asociante de rendir cuentas sobre su gestión, cuenta exclusiva
de aquel, porque actúa también por cuenta del partícipe.

En cuanto a sus relaciones con la sociedad, y como principio general, el asociado o "croupier" —como se lo
denomina en la legislación francesa— carece de toda acción contra ella, de manera que, en caso de existir
utilidades, el único legitimado para percibirlas es el socio, salvo que este fuera remiso en ejercer su derecho,
en cuyo caso el asociado podrá ejercitar los derechos que se derivan del art. 739 y 741 del Código Civil y
Comercial de la Nación, cuando concurran los presupuestos para ello(666).

Sección VI - De los socios en sus relaciones con la sociedad

ART. 36.—

Comienzo del derecho y obligaciones. Los derechos y obligaciones de los socios empiezan desde la fecha
fijada en el contrato de sociedad.

Actos anteriores. Sin perjuicio de ello responden también de los actos realizados, en nombre o por cuenta de
la sociedad, por quienes hayan tenido hasta entonces su representación y administración, de acuerdo con lo
que se dispone para cada tipo de sociedad.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11, 37, 183 Y 184. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 55 y 69.LSC Uruguay:
art. 57.
§ 1. El estado de socio

La adquisición del estado de socio, que se produce en forma originaria, al suscribir el contrato de sociedad, o
en forma posterior o derivada, al adquirir de un socio su participación en una sociedad ya constituida,
implica asumir un rol que le impone derechos y obligaciones de diversa índole, pero que en lo fundamental
le implica subordinar su actuación y su interés al funcionamiento de un ente colectivo, de cuyos resultados
participará, de acuerdo a lo convenido en el contrato social.

Asumir el carácter de socio en toda sociedad comercial importa una forma determinada de actuar no sólo
frente a sus propios asociados, sino también frente a la propia sociedad, pues mal podría esta desempeñarse
en el mundo de los negocios, si cada uno de los socios actuara en forma independiente, sin respeto alguno
por las normas de funcionamiento de las sociedades comerciales, que el legislador ha impuesto en forma
imperativa.

Esa manera de actuar, si bien impuesta para el normal funcionamiento en todas las sociedades, es más o
menos intensa de acuerdo al tipo de sociedad de que se trate, y por ello, en las sociedades colectivas o
incluso de responsabilidad limitada, constituidas sobre la base de la personalidad de los asociados, la ley
19.550 le requiere a los mismos una total subordinación a los intereses de la sociedad, lo cual no ocurre con
los accionistas de la sociedad anónima, en donde esa subordinación no es tan estricta. Prueba de ello es la
prohibición que rige para los socios de aquellos tipos sociales de realizar actos en competencia con la
sociedad, salvo consentimiento expreso y unánime de los socios (art. 133) o mayorías agravadas tratándose
de una sociedad de responsabilidad limitada (art. 160), pero que no rige para las sociedades anónimas,
cuyos accionistas no soportan el peso de esa prohibición, salvo que: a) Revistan también el carácter de
directores de la sociedad y, b) Causen, con el desarrollo de una actividad en competencia, daños a la
sociedad que integran, pues en tal caso deberán responder en los términos del art. 54 de la ley 19.550.

Las obligaciones fundamentales del socio en toda sociedad comercial pueden ser resumidas del siguiente
modo: a) Subordinar su interés al de la sociedad, en el sentido de que sólo a través de la actuación del sujeto
de derecho obtendrá los beneficios económicos esperados; b) Respetar las normas de funcionamiento que
el legislador ha previsto para la actuación de la sociedad que integra y c) brindar toda su colaboración para
el mejor desarrollo de la gestión del ente.

Partiendo de estas premisas, el socio debe contribuir a la formación del patrimonio de la sociedad, a través
de los aportes comprometidos, participar activamente en los actos societarios, contribuyendo a la formación
de los acuerdos sociales, respondiendo por las obligaciones de la sociedad de acuerdo a la responsabilidad
comprometida y evitando causarle daños a la sociedad, teniendo siempre presente que la actuación de la
sociedad debe respetar siempre el fin societario para el cual fue creada, esto es, la concentración de
capitales para la producción o intercambio de bienes y servicios (art. 1º de la ley 19.550).

La sociedad debe respetar, en consecuencia, el pleno ejercicio de los derechos del socio y exigirle a este las
obligaciones que ha asumido. Por ello, la ley 19.550 le otorga a la sociedad y a los restantes consocios el
derecho de solicitar judicialmente la exclusión del socio que no cumpla con las obligaciones sociales,
conforme lo disponen los arts. 90 y ss., sin perjuicio de las acciones resarcitorias que, por aplicación de
principios de derecho común le corresponden a la sociedad por los daños y perjuicios que le hayan
ocasionado a la misma toda actuación de sus socios, con dolo o culpa (arts. 54 de la ley 19.550 y 1738, 1742
y concs. del Código Civil y Comercial de la Nación).

Como contrapartida de ello, el socio puede exigir a sus consocios y a la sociedad que integra, que adecuen su
actuación a los parámetros legales y que las decisiones sociales se inspiren, en todos los casos, al interés de
la sociedad y al fin societario para el cual el sujeto de derecho ha sido creado. Como aplicación práctica de lo
expuesto, el legislador otorga al socio el derecho de impugnar la realización de actos societarios, cuando los
mismos se hayan realizado en violación a la ley, estatuto, reglamento o abuso de derecho (art. 251, LSC) y
puede incluso promover, en forma individual, pero en interés de la propia sociedad, las acciones de
remoción y responsabilidad contra los administradores y síndicos, frente al incumplimiento de las
obligaciones que la ley le impone a los mismos y ante la pasividad de los órganos sociales y asimismo,
promover las acciones resarcitorias contra todos aquellos que hayan utilizado la actuación de la sociedad
que integran para violar la ley, el orden público, la buena fe o para frustrar derechos de terceros (art. 54 in
fine, LSC).

§ 2. Nacimiento de los derechos y obligaciones de los socios


El art. 36, 1ª parte, de la ley 19.550 establece expresamente que: "Los derechos y obligaciones de los socios
empiezan desde la fecha fijada en el contrato de sociedad".

La solución prevista en esa norma es un ejemplo más de que el legislador ha receptado la actuación de la
sociedad en formación, y que la inscripción del contrato social es cuestión que importa fundamentalmente a
los terceros, en la medida que, hasta tanto ésta se lleve a cabo, los socios no podrán oponerle a los terceros
los derechos y defensas nacidos del contrato social.

Con otras palabras: suscripto el contrato social, los socios deben adecuar su conducta al nuevo estado de
socio que han asumido, naciendo, a partir de esa fecha, el conjunto de derechos y obligaciones que tal
carácter supone, todas las cuales pueden ser reclamadas judicialmente por la sociedad, aun cuando el ente
societario no haya concluido su trámite inscriptorio en el Registro Público.

Sin perjuicio de ello, es necesario efectuar algunas aclaraciones para la mejor comprensión de la norma:

a) Que el principio general establecido por el párrafo 1º del art. 36 es aplicable a todo tipo o clase de
sociedad, inclusive a las sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo 1º y para éstas, el respeto a las
cláusulas contractuales debe regir desde el mismo momento de la realización efectiva de actos que
impliquen la manifestación de una actuación colectiva.

b) Que, como contrapartida, tanto los socios como la sociedad, cualquiera fuera su clase o tipo, pueden
exigir al consocio el cumplimiento de sus obligaciones y puede este exigir el pleno ejercicio de sus derechos,

c) Que la inscripción del contrato de sociedad en el Registro Público de Comercio, en los términos del art.
7º de la ley 19.550, en nada influye sobre el nacimiento de los derechos y obligaciones del socio, pues esa
registración, en tanto exigida en protección de los terceros, no influye en las relaciones de los socios entre sí
y con la sociedad, de manera tal que, encontrándose la sociedad en proceso de formación, el ejercicio de los
derechos y obligaciones por parte del socio es plenamente exigible por la sociedad y sus consocios. Así lo
ratifica el art. 142 del CCyCN, cuando dispone que la existencia de la persona jurídica privada comienza
desde su constitución.

La segunda parte del art. 36 se refiere a la actuación de la sociedad y a la responsabilidad de los socios con
anterioridad a la fecha fijada en el contrato social o en el estatuto, esto es, a lo que la doctrina llama
como "etapa preconstitutiva", o, como define Vítolo, a los actos preparatorios y negociales que se llevan a
cabo por los socios con anterioridad al acto constitutivo, y que tienen por objeto llevar adelante la
constitución misma de la sociedad(667), pues es un dato extraído de la realidad y congruente con el ejercicio
de la actividad comercial, que las actividades mercantiles y particularmente societarias se inician con
anterioridad a la puesta en regla de los instrumentos legales.

Sin embargo, la norma del art. 36 in fine de la ley 19.550, titulada "Actos anteriores", resulta totalmente
incongruente con el régimen de responsabilidad prevista por los arts. 183 y 184 de la ley 19.550, que legislan
sobre las sociedades en formación, pues si estas normas, reformadas por la ley 22.903, solo permiten a los
socios ampararse en el tipo social, ante los reclamos de los terceros acreedores de la sociedad en
formación, cuando se tratare de actos propios del giro especialmente autorizados en el acto constitutivo,
respondiendo los socios en forma solidaria e ilimitada por dichas obligaciones en caso contrario, resulta
inadmisible que por los compromisos comerciales asumidos antes de la firma del acto constitutivo, todos los
socios asuman la responsabilidad propia del tipo, si los socios ni siquiera han elegido el tipo social de la
sociedad que van a constituir.

Se impone pues, y en homenaje a la coherencia, una inmediata adecuación de esta norma a los principios
que, en materia de sociedad en formación, ha incorporado la ley 22.903 a la legislación societaria, en
los arts. 183 y 184 de la ley 19.550.

ART. 37.—

Mora en el aporte: sanciones. El socio que no cumpla con el aporte en las condiciones convenidas incurre en
mora por el mero vencimiento del plazo, y debe resarcir los daños e intereses. Si no tuviere plazo fijado, el
aporte es exigible desde la inscripción de la sociedad.
La sociedad podrá excluirlo sin perjuicio de la reclamación judicial del afectado o exigirle el cumplimiento del
aporte. En las sociedades por acciones se aplicará el art. 193.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 7, 36, 91, 92, 193; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69; LSC Uruguay: art.
70.

§ 1. Mora en la integración de aportes. Principio general

No ignorando la ley 19.550 la trascendencia que los aportes tienen para el desarrollo de la sociedad, en
tanto permiten cumplir el objeto social que fue el motivo de la constitución de la sociedad, el art. 37 de
la ley 19.550pone en manos de la sociedad diversos recursos tendientes a poder obtener del socio aportante
el cumplimiento de la obligación comprometida.

En primer lugar, la norma en análisis prevé que, como principio general, que el aporte es exigible en el plazo
que los socios hubieran determinado en el contrato social, y en su defecto, desde la inscripción de la
sociedad.

Recordemos al respecto que, de conformidad con lo dispuesto por los arts. 149 y 166 inc. 2º de la ley
19.550,en materia de sociedades de responsabilidad limitada y sociedades anónimas respectivamente, los
aportes dinerarios deben ser integrados en un 25% en el contrato constitutivo y el restante 75%, en un plazo
máximo de dos años, de manera que dichas normas imponen un plazo cierto de integración, a cuyo
vencimiento el aportante queda automáticamente constituido en mora, de conformidad con lo dispuesto
por el art. 886 del Código Civil y Comercial de la República Argentina.

Si en el contrato social no se hubiere determinado la exigibilidad del aporte, éste es requerible sólo desde la
inscripción de la sociedad. El art. 37, párrafo 1º, prescribe un término de cumplimiento de la obligación de
aportar en forma legal y concreta, y por ello la mora se produce ipso iure, en los términos del art.
886 del Código Civil y Comercial de la Nación, pues, como sostiene Fontanarrosa, si la razón de la
constitución en mora automática está en la absoluta certeza del momento en que la obligación debe ser
cumplida, no hay razón para que ella no se produzca también en las obligaciones cuyo término ha sido
establecido por la ley(668).

Incumplida la obligación de integrar el aporte por uno de los socios e incurrido éste en situación de mora, la
sociedad acreedora cuenta con los siguientes recursos:

a) En primer lugar, exigir judicialmente el cumplimiento de la obligación, con más los intereses y
eventualmente daños y perjuicios causados a la entidad por el socio moroso. Cabe recordar al respecto que
si se tratare de una sociedad incluida en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, la sociedad puede, luego
de la reforma efectuada por la ley 26.994, reclamar en cualquier tiempo la efectivización de los aportes
comprometidos (art. 22).

b) Si se trata de una sociedad colectiva, de capital e industria, en comandita simple y sociedad de


responsabilidad limitada, la sociedad —o en su defecto, los restantes socios— podrán excluir al socio
moroso, decisión que, cuando es resuelta por la sociedad, no está sometida al procedimiento previsto en
el art. 91 de la ley 19.550. Nos ocuparemos de ello en el próximo parágrafo.

Una pregunta que corresponde formularse es la siguiente: ¿Resulta aplicable al socio moroso el


procedimiento de resolución de los contratos previsto por el art. 1083 del Código Civil y Comercial de la
Nación? Creemos que el mismo art. 37 de la ley 19.550 descarta tal posibilidad, cuando prevé, como
solución análoga, la posibilidad de excluir al socio incumplidor en las sociedades en donde la ley admite esa
forma de resolución parcial, y si bien es cierto que tanto mediante esa acción judicial como a través del
pacto comisorio se arriba a similares resultados, que no es otro que la desvinculación del socio que ha
incurrido en mora en el cumplimiento de su aporte, ambas alternativas ofrecen diferencias que no permiten
asimilar la exclusión del socio al pacto comisorio, en tanto ambos caminos requieren procedimientos
diferentes.

c) Finalmente, tratándose de sociedades por acciones, y por resultar improcedente el procedimiento de


exclusión de socios, se aplica al socio moroso el art. 193 de la ley 19.550, conforme al cual el estatuto podrá
disponer que los derechos de suscripción correspondientes a las acciones en mora sean vendidas en remate
público o por medio de un agente de bolsa cuando se tratare de acciones cotizables, siendo de cuenta del
suscriptor moroso los gastos de remate y los intereses moratorios, sin perjuicio de su responsabilidad por
daños. También puede el estatuto establecer que se producirá la caducidad de las acciones en mora, en cuyo
caso la sanción producirá sus efectos previa intimación a integrar las mismas en un plazo no mayor de 30
días, con pérdida de las sumas abonadas; ello sin perjuicio de que en todos los casos, la sociedad podrá
optar por el cumplimiento del contrato de suscripción.

Debe destacarse, por último, que la ley de sociedades no habla de incumplimiento total, sino de
incumplimiento del aporte en las condiciones convenidas, de donde se desprende que tanto el
incumplimiento liso y llano como el defectuoso o parcial, en lo referente al modo, forma o lugar de
cumplimiento, produce la mora ex re(669)del socio aportante.

§ 2. Exclusión del socio moroso

Hemos visto que, conforme lo dispuesto por el art. 37 de la ley 19.550, la sociedad puede decidir la exclusión
del socio moroso, pues tal conducta es motivo que autoriza tal proceder (art. 91), pero debe tenerse en
cuenta que, a diferencia del procedimiento establecido por los arts. 91 a 93, en donde es la sociedad la que
debe iniciar la acción correspondiente en el plazo allí determinado, en el caso de incumplimiento de la
obligación de aportar la exclusión del socio por mora en la integración la dispone directamente la sociedad
sin procedimiento ni decisión judicial y el excluido solo puede reclamar judicialmente la protección de sus
derechos. En el supuesto en estudio basta una decisión adoptada de conformidad con las mayorías
necesarias para la reforma del contrato social —salvo estipulación en contrario— sin computarse el voto del
socio excluido, por tener evidente interés contrario (art. 248 de la ley 19.550, aplicable a todos los tipos
societarios).

Puede ocurrir sin embargo que dicha decisión no pueda ser válidamente adoptada por no reunirse las
mayorías requeridas por la ley o por el estatuto a los efectos de tomarse una decisión de esta naturaleza, o
por cuanto a los integrantes de la mayoría no le interese excluir a uno de los socios, por complicidad,
indiferencia o cualquier otro motivo. En tales casos la exclusión puede ser solicitada judicialmente por
cualquier socio conforme al procedimiento previsto por el art. 91 de la ley 19.550, resultando inaplicable al
caso el plazo de caducidad de 90 días previsto por el párrafo 3º del artículo citado, por cuanto ello
importaría el absurdo de impedir que pueda ser excluido el socio moroso que no integró el aporte
prometido(670).

ART. 38.—

Bienes aportables. Los aportes pueden consistir en obligaciones de dar o de hacer, salvo para los tipos de
sociedad en los que se exige que consistan en obligaciones de dar.

Forma del aporte. El cumplimiento del aporte deberá ajustarse a los requisitos dispuestos por las leyes de
acuerdo a la distinta naturaleza de los bienes.

Inscripción preventiva. Cuando para la transferencia del aporte se requiera la inscripción en un registro, esta
se hará preventivamente a nombre de la sociedad en formación.

CONCORDANCIAS. LSC: arts. 39 a 49; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69,70,99 y 100. LSC Uruguay:
arts. 58, 61, 69.

ART. 39.—

Determinación del aporte. En las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones, el aporte debe ser
de bienes determinados, susceptibles de ejecución forzada.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 38 y 45. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69 y 70.LSC Uruguay: art. 72.

§ 1. Clasificación de los aportes

La doctrina ha clasificado los aportes conforme a su objeto, su naturaleza o modalidad y en cuanto al


momento en que se ejecutan los mismos(671).
Según su objeto los aportes pueden consistir en obligaciones de dar —sea dinero u otra prestación no
dineraria— o de hacer, aunque no en todos los tipos sociales se admite la aportación de estos últimos. Se
denomina en consecuencia socio capitalista al que se obliga a dar una cosa, aunque no sea una suma de
dinero, e industrial al que aporta su trabajo.

Debe tenerse en cuenta que el aporte de industria o trabajo no tiene la misma naturaleza que el aporte de
otros bienes, pues a diferencia de estos, consisten en una obligación de hacer que por lo general se cumple
continuadamente, en prestaciones sucesivas, y no ofrece garantías a los terceros y acreedores de la
sociedad, pues no constituye un bien concreto que se incorpore al capital social y sea susceptible de
ejecución. Por ello es que no se admiten en las sociedades donde la responsabilidad del socio se limita
exclusivamente al aporte efectuado, en los cuales sólo se acepta la aportación de bienes susceptibles de
ejecución forzada, como las sociedades anónimas y de responsabilidad limitada.

En cuanto a los aportes que consisten en obligaciones de dar, y salvo para las sociedades de responsabilidad
limitada y por acciones, en las cuales el aporte en especie debe consistir exclusivamente en obligaciones de
dar, susceptibles de ejecución forzada, la ley es amplia y admite la aportación de derechos, créditos contra
terceros, bienes inmateriales, etcétera.

Según la naturaleza o modalidad del aporte, encontramos que este puede hacerse en propiedad, mediante
transferencia a la sociedad del dominio de los bienes objeto del mismo, o en uso y goce (usufructo, locación,
habitación, etc.). En el primer caso, el socio aportante carece de la posibilidad de exigir la restitución del
aporte, ni aún en la etapa liquidatoria, salvo acuerdo unánime de los socios, obviamente adoptada en la
etapa prevista en la sección 13, capítulo I de la ley 19.550 (arts. 107 y 109).

Finalmente, en cuanto al momento en que se ejecuta el aporte, se puede distinguir entre aquellos de
cumplimiento instantáneo y aquellos de cumplimiento sucesivo. Los primeros quedan cumplidos mediante
una sola y única prestación —obligaciones de dar—, y los segundos se cumplen, por el contrario, en un
período de tiempo más o menos extenso y a veces durante toda la vida de la sociedad, como en el caso de
los aportes de industria o de servicios, suministros periódicos, o el aporte que se hace en concepto de usó y
goce(672).

§ 2. Necesidad de realidad y seriedad del aporte

Como bien sostiene el Profesor de la Universidad de Rosario, Alberto Romano, la necesidad de que en las
sociedades por acciones y de responsabilidad limitada el aporte deba tratarse de bienes susceptibles de
ejecución forzada (art. 39 de la ley 19.550), constituye la mejor prueba de que el legislador ha pretendido
que los aportes efectuados por los socios a la sociedad que integran deben ser reales y serios. Por lo tanto,
resulta evidente concluir que el aporte, efectuado por un socio, de un solo peso o unos pocos pesos, no
constituye un aporte serio, por lo cual su legitimidad como tal es inadmisible, a la luz de lo dispuesto por
el art. 279 del Código Civil y Comercial de la Nación. Así lo ha resuelto la jurisprudencia de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el trascendente caso "Fracchia Raymond Sociedad de
Responsabilidad Limitada", al descartar la legalidad de las sociedades donde no existe pluralidad sustancial
de socios sino un socio que reúne la totalidad de las cuotas o acciones menos una o dos, recurso que, por lo
general, encubre una sociedad de un solo socio, no admitidas por nuestra legislación societaria(673).

§ 3. Bienes que no pueden ser aportados

Algunas legislaciones extranjeras aceptan que pueda ser aportada la abstención de hacer algo, como por
ejemplo, la obligación de no concurrencia —entre nosotros ínsita en los contratos de transferencia de
fondos de comercio—; Sin embargo, nuestro art. 38 las descarta, al establecer taxativamente que los
aportes sólo pueden consistir en obligaciones de dar o de hacer, pero no de no hacer.

Se ha discutido también la posibilidad de aportarse el nombre o crédito personal, sea comercial, político o
social, sin la entrega de un bien determinado. La ley 19.550 no contiene disposición al respecto, aunque sí lo
preveía el derogado Código Civil, disponiendo su art. 1650 la nulidad del contrato de sociedad mediando tal
aporte, aun cuando el socio aportante se obligue a contribuir a las pérdidas. A pesar de que dicha norma no
figura en la ley 19.660, ello constituye la solución acertada, pues el crédito o influencia no puede configurar
nunca un aporte verdadero, desde que la sociedad no puede adquirir ningún derecho de contenido
patrimonial susceptible de integrar su patrimonio social.
§ 4. La inscripción preventiva prevista por el art. 38, párrafo tercero de la ley 19.550. El problema de la
sociedad en formación

Finalmente, el art. 38, en su párrafo 3º, establece que, cuando para la transferencia del aporte se requiera la
inscripción en un registro, esta se hará preventivamente a nombre de la sociedad en formación.

Esta inscripción preventiva ha sido muy debatida por nuestros autores, quienes sin embargo se muestran
coincidentes con el fin perseguido por el artículo citado por el legislador, aun cuando unánimemente se
reconoce la necesidad de una adecuada reglamentación(674).

La norma del tercer párrafo del art. 38 de la ley 19.550 tiende a sustraer el bien aportado de la acción del
acreedor particular del socio aportante, quien podría frustrar la constitución de la sociedad luego de haberse
cumplido gran parte de los trámites necesarios para ello, con los gastos correspondientes. Se tiende
asimismo a preservar a los terceros contratantes con el ente en formación de la tan común circunstancia
anterior de encontrarse, en el momento de ejecutarse el cumplimiento de las obligaciones por esa sociedad,
que por no haberse efectivizado ese aporte, los bienes registrables no son de propiedad de ésta(675).

Precisamente, para evitar esta alternativa, el art. 111 del Decreto Ley 2080 del Registro de la Propiedad
Inmueble, reglamentario de la ley 17.801, dispone que en el asiento registral resultante sólo podrán
realizarse anotaciones de medidas ordenadas contra la sociedad en formación, hasta tanto se registre su
constitución definitiva y no medidas contra su aportante.

Sin embargo, y atento a que el art. 38 tercer párrafo de la ley 19.550 no prevé un plazo de duración de dicha
inscripción preventiva, ella podría convertirse en un eficaz medio de sustracción de un bien del patrimonio
particular del deudor, a los efectos de evitar su ejecución, pues bastaría, a los fines de frustrar los derechos
de terceros, inscribir un bien del deudor en forma preventiva a nombre de una sociedad en formación, que a
la postre nunca se llega a concluir.

En consideración a ello, la doctrina ha esbozado diversas soluciones tendientes a poner fin a dicho
problema. En tal sentido se ha sostenido la aplicación analógica del plazo de las inscripciones provisionales
previstas por el art. 9º de la ley 17.801 —180 días prorrogables a pedido del interesado—, solución que no
corresponde en derecho, pues ella está prevista para el caso en que el documento a inscribir tenga faltas u
omisiones subsanables que impidan la toma de razón definitiva(676). Se ha afirmado asimismo, en doctrina
que comparto, que la inscripción preventiva debe entenderse como una transmisión de dominio plena,
aunque subordinada a la constitución regular de la sociedad, factor este que opera como condición
resolutoria, en caso de que no se produzca. En tal carácter, la vigencia de la inscripción preventiva no está
limitada en el tiempo(677), pero el abandono definitivo del iter constitutivo permitiría a los acreedores
particulares del socio aportante agredir dicho bien, con el lógico fundamento de que, tratándose de una
sociedad irregular o de hecho —y no otra cosa es la sociedad que no culmina en tiempo razonablemente su
trámite de inscripción—, en cuyo caso la sociedad deberá proceder al trámite de inscripción de bienes
registrables previsto por el art. 23 tercer párrafo del ordenamiento legal societario.

Como hemos señalado, el art. 38 in fine de la ley 19.550 requiere la inscripción preventiva del aporte cuando
la transferencia de éste requiera la inscripción en un registro, sin especificar si este registro debe ser público
o privado, como por ejemplo, el libro de registro de acciones a que se refiere el art. 213 de la ley
19.550, que, a diferencia del registro inmobiliario, de automotores, aeronaves, patentes y derechos
intelectuales, no es llevado por un organismo del estado sino por la sociedad emisora de las acciones. Si bien
la ausencia de toda referencia a la naturaleza del registro donde debe inscribirse el aporte de bienes
registrables impediría, en principio hacer diferencias, entiendo que por tratarse de una transferencia de
bienes de tal importancia, resulta imprescindible contar con la fecha cierta que supone la inscripción en un
registro ubicado en la órbita del Poder Ejecutivo. De otra manera, la posibilidad que brinda el art. 38 tercer
párrafo de la ley 19.550 —que como hemos visto, ha sido previsto en beneficio de terceros— se podría
convertir en un sencillo pero efectivo instrumento de fraude y de insolventación, habida cuenta que el
asiento de una transferencia provisoria de acciones en el libro previsto por el art. 213 de la ley 19.550 no
garantiza la menor certeza en cuanto a la seriedad de la operación que motiva la referida anotación.

ART. 40.—

Derechos aportables. Los derechos pueden aportarse cuando debidamente instrumentados se refieran a
bienes susceptibles de ser aportados y no sean litigiosos.
CONCORDANCIAS: Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69, 70 y 101.LSC Uruguay: art. 59.

§ 1. Aporte de derechos

Dentro de esta disposición legal puede incluirse una amplia gama de aportes, desde derechos intelectuales,
bienes inmateriales, patentes de invención, marcas de fábrica, diseños industriales, concesiones
administrativas, beneficios por operaciones o servicios realizados, etcétera.

Sin embargo, la ley 19.550 es estricta en cuanto a los requisitos que prescribe para llevar a cabo tales
registraciones, al exigir que los derechos se hallen debidamente instrumentados, a los efectos de evitar las
simples expectativas referidas a bienes susceptibles de ser aportados —lo que excluye el crédito o
influencia, la clientela, el nombre comercial o la enseña en forma independiente del fondo de comercio que
integran— y finalmente, el artículo en análisis exige para los aportes de derechos, que éstos no sean
litigiosos, con lo cual el legislador ha querido evitar que una vez transferidos a la sociedad, puedan ser
ejercidos por el ente sin perturbaciones de ninguna índole.

No olvidemos que con el aporte de un derecho a la sociedad, este pasa a formar parte del capital de la
sociedad, y que la sumatoria total de éste permitirá a ésta afrontar sus obligaciones, cumpliendo frente a
terceros, la función de productividad y garantía que caracteriza a este esencial requisito del contrato social,
de manera que la necesidad que el derecho aportado no resulte litigioso constituye un resguardo que el
legislador ha tenido presente a los fines de preservar el principio de la intangibilidad del capital social.

Por último, debe advertirse que para el cumplimiento de la instrumentación del aporte de derechos, debe
estarse, cuando correspondiere, por la naturaleza de estos, a las disposiciones del art. 38, 2º y 3º párrafo de
la ley 19.550. De tal manera, para el aporte de derechos a la sociedad, deberá cumplirse con las
formalidades propias de la figura de la cesión de derechos previstas por el art. 1434 del Código Civil,
recordando al lector que la forma de instrumentación de cada transferencia o cesión dependerá de la
naturaleza del derecho aportable y de las exigencias que cada legislación particular (ley 11.723 de derechos
del autor; ley 22.362 de marcas de fábrica; ley 24.481 de patentes de invención y modelos de utilidad;
decreto ley 6673/63 de modelos y diseños industriales, entre otros etc.).

ART. 41.—

Aporte de créditos. En los aportes de créditos la sociedad es cesionaria por la sola constancia en el contrato
social. El apostante responde por la existencia y legitimidad del crédito. Si este no puede ser cobrado a su
vencimiento, la obligación del socio se convierte en la de aportar suma de dinero, que deberá hacer efectiva
en el plazo de treinta días.

CONCORDANCIAS: Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69, 70 y 100; LSC Uruguay: art. 60.

§ 1. Aporte de créditos

En cuanto al aporte de créditos, la ley 19.550 dispone que la sociedad es cesionaria por la sola constancia en
el contrato social. Entiendo que dicha disposición se refiere a las relaciones entre la sociedad y el socio
aportante, eximiendo de formalidades al acto de cesión, en contra de lo dispuesto por el art. 1618 del
Código Civil y Comercial de la Nación, que dispone que toda cesión debe ser hecha por escrito bajo pena de
nulidad, cualquiera sea el valor del derecho aportado; pero de ninguna manera puede excluirse la
notificación al deudor cedido en los términos los arts. 1620 y ss., del cuerpo legal citado.

No comparto, en consecuencia, la opinión de quienes sostienen que la inscripción del contrato social en el
Registro Público cumple tal finalidad del referido anoticiamiento, pues el deudor, a los efectos de cumplir
con sus obligaciones en tiempo, modo y forma originalmente convenidos, debe tener cabal conocimiento de
la identidad de su acreedor, a punto tal que el Código Civil requiere notificación expresa, restándole incluso
virtualidad al conocimiento indirecto que el deudor tuviera con relación a la cesión efectuada, el que no le
impide excepcionar el defecto del cumplimiento de las formalidades prescriptas (art. 1620 CCyCN).

Estas conclusiones no son aplicables cuando el crédito cedido está instrumentado en títulos valores —títulos
de crédito—, los cuales serán aportados conforme a la clase a que pertenezcan, es decir, si son nominativos,
a la orden o al portador, mediante el endoso, la cesión o la simple entrega del título representativo,
debiendo tenerse en cuenta la regla general sentada por el art. 17 del dec.-ley 5965/1963 —de letra de
cambio y pagaré— mediante el cual el portador de este tipo de documentos queda legitimado cuando
pudiere justificar su derecho mediante una serie ininterrumpida de endosos.

Conforme al artículo en análisis, el aportante responde por la existencia y legitimidad del crédito, pero no de
la solvencia del deudor, vale decir, al cederlo no garantiza que podrá hacerse efectivo, debiendo concluirse
que en este caso el aporte sólo puede reputarse cumplido cuando el crédito haya sido satisfecho, no
pudiendo invocarse, a este efecto, como ha sostenido la jurisprudencia en el caso de un aporte de un
pagaré, que la sociedad consintió o permitió que se perjudique el documento, quedando a salvo la acción de
responsabilidad del aportante contra la sociedad.

Lo expuesto por el art. 41 de la ley 19.550 en torno a la responsabilidad del aportante o cedente del crédito
es de toda lógica, pues el aporte a una sociedad comercial constituye un acto efectuado a título oneroso.
Como consecuencia de lo expuesto, si el crédito no pudiere ser cobrado a su vencimiento, la obligación del
socio se convierte en la de aportar una suma de dinero, que deberá hacer efectiva en el término de 30 días,
transcurridos los cuales, y no habiéndose cumplido tal obligación, resulta aplicable el art. 37, en cuanto a las
acciones que conserva la sociedad contra el aportante moroso.

ART. 42.—

Títulos cotizables. Los títulos valores cotizables en bolsa, podrán ser aportados hasta por su valor de
cotización.

Títulos no cotizados. Si no fueren cotizables, o siéndolo no se hubieren cotizado habitualmente en un


período de tres meses anterior al aporte, se valorarán según el procedimiento de los arts. 51 y ss.

CONCORDANCIAS: Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69, 70 y 72, LSC Uruguay: art. 65.

§ 1. Aporte de títulos valores

El art. 42 de la ley 19.550 distingue entre títulos valores cotizables en bolsa y aquellos emitidos por
sociedades cerradas, para cuya valuación los asimila, a aquellos que, cotizando en bolsa, no lo hubieran
hecho habitualmente en un período de tres meses anterior al aporte.

En el primer caso podrán ser aportados "hasta por su valor de cotización" —cotización al día de efectivizarse
el aporte—, consagrándose de esta manera idéntica solución a la prescripta por el art. 53, último párrafo,
que acepta la procedencia de los aportes efectuados por un valor inferior a la valuación.

Si los títulos no fueran cotizables o no se hubieran cotizado habitualmente en un período de tres meses
anterior al aporte, se valuarán conforme al régimen de bienes no dinerarios.

El art. 72 de la Resolución General IGJ 15/2015 ha tratado la cuestión del aportes de títulos valores,
prescribiendo los siguientes requisitos: a) Los títulos valores deben ser individualizados con precisión en el
instrumento de constitución, debiendo constar que ellos son transmitidos a la sociedad y que ésta toma
posesión de ellos; b) Si se trata de títulos valores en serie (obligaciones negociables, por ejemplo), debe
acompañarse certificación de la entidad emisora o de contador público que los identifique y acredite que los
mismos se hallan ajustados a la ley 24.587 y su decreto reglamentario 259/1996; c) Para su valuación de los
títulos valores aportados, ella se justificará: 1) Si ellos cotizaran en Bolsa, con el precio del cierre bursátil del
día anterior al de la constitución de la sociedad, el cual debe indicarse en el instrumento de constitución de
la sociedad con referencia precisa a la fuente de la cual se extrajo el precio de cotización y 2) Si se tratare de
títulos valores que no cotizan, se aplicará el art. 53 inc. 2º de la ley 19.550 en caso de sociedades por
acciones, y en el caso de los restantes tipos societarios debe acompañarse valuación pericial; en su defecto,
adjuntarse informe de contador público o mencionarse otros antecedentes justificativos de valuación que
resulten idóneos.

En cuanto al aporte de participaciones sociales a la sociedad en formación, el art. 74 de las referidas normas
de la autoridad de control prescribe que, a los fines de su valuación, debe acompañarse certificación de
graduado en ciencias económicas referida a las situaciones previstas en los arts. 31, 32 y 33 de la ley
19.550, conteniendo con respecto a la primera de dichas disposiciones, el cálculo que demuestre que con el
aporte en cabeza de la sociedad que se constituye no importa, conforme al art. 31 de la ley 19.550, exceso
de participación de ella en la sociedad cuyas participaciones se le transfieren como aporte.
ART. 43.—

Bienes gravados. Los bienes gravados sólo pueden ser aportados por su valor con deducción del gravamen,
el cual debe ser especificado por el aportante.

CONCORDANCIAS: Arts. 2199 y 2208 del Código Civil y Comercial. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69


y 70.LSC Uruguay: art. 67.

§ 1. Aportación de bienes afectados a gravamen

La ley 19.550 trata el supuesto de aportes de bienes afectados a los derechos reales de hipoteca o prenda,
tratándose de inmuebles o muebles respectivamente.

En el primer caso, esto es, bienes hipotecados, debe observarse a los efectos de su aporte, la forma prevista
por el art. 2208 del Código Civil y Comercial de la Nación, por el cual debe hacerse cargo la sociedad de la
deuda hipotecaria y contarse con la conformidad del acreedor hipotecario, pues de lo contrario éste podría
perseguir la cosa en poder del adquirente y pedir su ejecución y venta, como podría hacerlo contra su
deudor (art. 2199 del Código Civil). Prestando por el deudor el consentimiento a la transferencia del bien
hipotecado, y como en tal caso la sociedad deberá satisfacer tal obligación, es lógico que la ley
19.550 disponga que al aporte efectuado en tales circunstancias debe descontarse el monto del gravamen.

En el segundo caso, tratándose de bienes prendados sometidos al régimen de la ley 12.962, su art. 9º prevé
la cuestión, y dispone que: "El dueño de los bienes prendados no puede enajenarlos, pudiendo hacerlo
solamente en el caso que el adquirente se haga cargo de la deuda garantizada, continuando en vigor la
prenda bajo las mismas condiciones en que se constituyó, inclusive en cuanto a la responsabilidad del
enajenante. La transferencia se anotará en el Registro y se notificará al acreedor mediante telegrama
colacionado".

El art. 43 de la ley 19.550 se aplica también a otras restricciones que afectan la libre disponibilidad del bien
dado en aporte, como el embargo y el derecho de retención(678), aunque se plantea la cuestión si puede ser
aportado un bien embargado en las sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades anónimas,
donde los aportes de bienes no dinerarios solo pueden ser efectuados tratándose de bienes susceptibles de
ejecución forzada (art. 39)(679), aunque la cuestión resulta más dogmática que real, pues difícilmente la
sociedad acepte el aporte de un bien gravado si no cuenta con la conformidad del acreedor embargante,
que es elemento imprescindible a los fines de llevar a cabo la transferencia a favor de aquella.

Como la mera posibilidad de que el acreedor particular del socio y embargante del bien pudiera ejecutar un
bien que figura registrado a nombre de la sociedad, constituye hipótesis que afecta el principio de
intangibilidad del capital social, de evidente orden público, como hemos ya referido, asiste razón entonces a
quienes vedan el aporte de bienes gravados en las sociedades de responsabilidad limitada y anónima, salvo,
como se ha dicho, que el acreedor particular del socio haya aceptado el cambio de deudor, desistiendo de
todas las acciones que pudiera tener contra su deudor particular. De lo contrario, y pudiendo el acreedor
embargante llevar a cabo la subasta de un bien que pertenece a la sociedad, por deudas contraídas por el
socio aportante, ello resulta frustratorio de la disposición del art. 39 de la ley 19.550, el cual, como hemos
visto, solo permite, en las referidas sociedades, aportar bienes susceptibles de ejecución forzada, pero
exclusivamente por deudas contraídas por la sociedad.

ART. 44.—

Fondo de comercio. Tratándose de aporte de un fondo de comercio, se practicará inventario y valuación,


cumpliéndose con las disposiciones legales que rijan su transferencia.

CONCORDANCIAS: Ley 11.867: arts. 1º a 13. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69, 70 y
73. ; LSC Uruguay: art. 68.

§ 1. Aporte de fondos de comercio. Aplicación de la ley 11.867

La ley 19.550 impone, como requisitos de aportación de establecimientos o fondos de comercio, la


realización por el aportante de un inventario o valuación, cumpliéndose posteriormente con el
procedimiento establecido por la ley 11.867. Se tiende de este modo a precisar los elementos que
componen el mismo y su valuación correspondiente, a los efectos de determinar el valor del aporte.

El cumplimiento de las disposiciones de la ley 11.867 tiene un doble objetivo: proteger, por un lado, a los
acreedores del aportante quien puede, con la venta del establecimiento, dejarlos sin garantía alguna para el
cobro de sus créditos. Por otro lado, tiende a liberar a la sociedad por las obligaciones de su antecesor, en
tanto el fondo de comercio no constituye un sujeto de derecho ni un patrimonio de afectación. Por ello es
que dicho cuerpo legal contiene un régimen de publicidad muy amplio, a los efectos de que los acreedores
del aportante puedan cobrar sus acreencias, siendo nula tal operación cuando se efectuare por un monto
inferior al de los créditos constitutivos del pasivo confesados por el vendedor más el importe de los créditos
no confesados por este, pero cuyos titulares hubieran hecho la oposición autorizada por el art. 4º, salvo
conformidad de todos los acreedores (art. 8º, ley 11.867).

Es que como toda transferencia de un negocio puede aparejar una disminución de la responsabilidad
patrimonial del vendedor, la ley 19.550 ha exigido el cumplimiento de las disposiciones de la ley 11.867 para
el aporte de un fondo de comercio a una sociedad.

Puede presentarse el supuesto de que surja un acreedor no denunciado oportunamente por el socio, en
cuyo caso y conforme las enseñanzas de Halperin(680), el aportante deberá desinteresarlo, pues de lo
contrario su aporte no estaría totalmente integrado y para el caso de que no lo haga, la sociedad conservará
las vías previstas por el art. 37 de la ley 19.550.

Debe tenerse presente finalmente que el procedimiento previsto por el art. 44 de la ley 19.550 es de
frecuente aplicación para evitar la liquidación de una sociedad cuando se ha omitido prorrogar en tiempo
oportuno su plazo de duración (art. 95, LSC) y la sociedad no se encuentre en condiciones de resolver la
reconducción del contrato social, por haberse inscripto ya la designación del liquidador. En cuyo caso, y a los
fines de conservar la empresa en funcionamiento, los socios en su totalidad aportan a la nueva sociedad —
llamada comúnmente continuadora— el fondo de comercio de la sociedad disuelta, recibiendo obviamente
idéntica participación societaria que tenían en ésta.

De no cumplirse con la totalidad del trámite previsto por la ley 11.867, no puede hablarse de aporte de un
fondo de comercio, sino de bienes no dinerarios, en cuyo caso deben cumplirse con los requisitos
sustanciales y formales previstos para cada uno de ellos (art. 38 inc. 2º de la ley 19.550)(681).

La Resolución General 7/2015 de la Inspección General de Justicia, en su art. 73 y a los fines de evitar
maniobras tendientes a afectar el capital social de la sociedad en formación, ha previsto una serie de normas
para asegurar el verdadero y real valor del establecimiento aportado, requiriendo los siguientes requisitos:
1) Balance especial del fondo a la fecha del aporte, con informe de auditoría e inventario resumido a esa
fecha, firmado por todos los socios y certificado por contador público, certificada en el primer caso y
legalizada por el colegio profesional correspondiente en el segundo; 2) Informe de contador público
matriculado sobre el origen y contenido de cada rubro principal del inventario; criterio de valuación
empleado y su justificación técnica y legal; 3) Opinión fundada sobre la rentabilidad del fondo de comercio
durante el año inmediato anterior al aporte y d) finalmente, detalle de los libros en que está transcripto el
inventario.

ART. 45.—

Aportes de uso o goce según los tipos de sociedad. Se presume que los bienes se aportaron en propiedad si
no consta expresamente su aporte de uso o goce.

El aporte de uso o goce sólo se autoriza en las sociedades de interés. En las sociedades de responsabilidad
limitada y en las sociedades por acciones sólo son admisibles como prestaciones accesorias.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 38 a 50; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69, 70 y 100.LSC Uruguay: arts.
62, 69.

§ 1. Aportes de bienes en uso y goce

La ley 19.550 acepta, para determinados tipos sociales, la aportación de bienes en uso y goce (locación,
usufructo, etc.), aunque los admite como excepción, sentando como principio general una presunción iuris
tantum(682)en el sentido de que si no consta en el contrato en forma expresa que el aporte lo ha sido en
uso y goce, se presume que los bienes han sido transferidos en propiedad a la sociedad.

Este tipo de aportes sólo se admite lógicamente en las sociedades de interés, en las cuales, por responder
los socios en forma ilimitada y solidaria, aunque subsidiaria, no resulta imprescindible que los bienes
aportados sean susceptibles de ejecución forzada. Por el contrario, en las sociedades de responsabilidad
limitada y por acciones —con excepción de los socios comanditados en las sociedades en comandita por
acciones— en tanto el capital social de la sociedad es la única garantía de los acreedores sociales —función
de garantía del capital social— la ley no admite la aportación en uso y goce, salvo como prestaciones
accesorias, que, como se verá al analizar el art. 50, son obligaciones complementarias a que pueden
comprometerse los socios —trabajo personal, arrendamiento de determinadas maquinarias—, pero qué de
manera alguna, y bajo ningún concepto, integran el capital social.

Debe tenerse en cuenta que el uso que deba hacerse del bien aportado en tales condiciones será el que por
su naturaleza está destinado a prestar (2145, Código Civil y Comercial de la Nación).

Finalmente, el art. 49 de la ley 19.550 establece que en el supuesto de aportación de un bien en tales
condiciones, el socio soportará la pérdida total o parcial cuando no fuere imputable a la sociedad o a alguno
de los otros socios, aunque admite la procedencia de un pacto en contrario. En consecuencia, si el bien se
deteriora a raíz del uso que se hiciera del mismo, el aportante nada puede reclamar; pero si el bien es
utilizado para otro uso que el que le es inherente, o sufre daños por negligencia de la sociedad u otro socio,
tiene derecho de reclamar los daños y perjuicios correspondientes. Disuelta la sociedad, puede exigir su
restitución en el estado en que se encuentra (art. 49, último párrafo de la ley 19.550), pues como ha resuelto
la jurisprudencia, si se aportó un bien a la sociedad en uso y goce, el socio propietario se encuentra en
situación similar a la de un tercero respecto de la sociedad, no debiendo esperar que las deudas sociales se
solventen recibiendo el bien en el estado en que se encuentra, porque el dueño sufre los deterioros
ocasionados(683).

ART. 46.—

Evicción. Consecuencias. La evicción autoriza la exclusión del socio, sin perjuicio de su responsabilidad por
los daños ocasionados. Si no es excluido, deberá el valor del bien y la indemnización de los daños
ocasionados.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 47, 48, 54, 91, 92; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69.LSC Uruguay: art.
71.

ART. 47.—

Evicción: reemplazo del bien aportado. El socio responsable de la evicción podrá evitar la exclusión si
reemplaza el bien cuando fuere sustituible por otro de igual especie y calidad, sin perjuicio de su obligación
de indemnizar los daños ocasionados.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 46, 48, 91, 92. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69.LSC Uruguay: art. 71.

ART. 48.—

Evicción: usufructo. Si el aporte del socio fuere el usufructo del bien, en caso de evicción se aplicará el art.
46.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 45, 46, 49. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69. LSC Uruguay: art. 71.

§ 1. Régimen de evicción en materia de aportes

Como es sabido, quien enajena a título oneroso un bien determinado no cumple totalmente con su
obligación mediante la entrega del mismo, sino que está obligado a garantizar a su adquirente un uso y goce
pacíficos, libres de toda reclamación legítima que terceros pudieran efectuar. La ley 19.550 ha contemplado
tal hipótesis en los arts. 46 y 47, configurando la evicción un supuesto de "justa causa" de exclusión, en los
términos del art. 91 de la Ley de Sociedades, sin perjuicio de la responsabilidad patrimonial del aportante
por los daños ocasionados (art. 54).

Sin embargo, y como la evicción no supone necesariamente mala fe del socio aportante, la sociedad puede
optar por reclamarle el valor del bien y la indemnización de los daños ocasionados.

Cuestión interesante es analizar si la existencia de evicción autoriza a la sociedad a excluir directamente al


socio involucrado en la cuestión, mediante las mayorías previstas para la reforma del contrato social, de
conformidad con lo dispuesto por el art. 37 de la ley 19.550 o si, por el contrario, lo que resuelve la asamblea
o la reunión de socios es la promoción de la acción judicial de exclusión, atento a que, como principio
general, y a salvo la excepción prevista por el art. 37 de la ley 19.550, la exclusión de un socio siempre la
dispone el juez, luego de un amplio proceso de conocimiento.

Bien es cierto que se trata de un problema de aportes y ello podría autorizar a sostener, como lo hace
Roitman(684), que la sociedad podría excluir directamente al socio sin necesidad de acción judicial, habida
cuenta la vinculación entre los arts. 37 y 46, que se encuentran incluidos en la misma sección del Capítulo I
de la ley 19.550. Sin embargo, siendo la exclusión del socio, cuando es resuelta directamente por la sociedad
sin actuación judicial, un supuesto excepcional, ella debe quedar reservada exclusivamente a la hipótesis en
que el socio no cumpla con la integración de aporte en el plazo convenido y no cuando las circunstancias que
rodean el incumplimiento del socio no resultan tan claras de definir, como lo es la existencia de evicción en
el aporte, supuesto en donde cobra operatividad el art. 91 de la ley 19.550, siendo entonces necesaria la
decisión de la sociedad de iniciar la acción judicial y la decisión del juez de ordenar la exclusión.

Se ha discutido asimismo, si puede disminuirse o suprimirse contractualmente la garantía de evicción, en los


términos del art. 1036 del Código Civil y Comercial de la Nación. Sobre el punto, coincido con Halperin, que
juzga inaplicable tal disposición legal en materia societaria, donde existen intereses generales en juego, pues
de admitirse tal criterio los terceros podrían ver disminuida la garantía que constituye el patrimonio social
para el cobro de sus acreencias, afectándose el principio de la intangibilidad del capital social, máxime
tratándose de sociedades por acciones o de responsabilidad limitada, atento la restringida responsabilidad
patrimonial de los socios.

Un supuesto concreto de aplicación del art. 46 lo constituye el aporte de un fondo de comercio, en tanto es
obligación implícita de todo vendedor de un establecimiento mercantil, el abstenerse de instalarse en un
radio próximo, actuación que la doctrina y jurisprudencia ha entendido como una obligación de no
concurrencia que constituye cláusula implícita en todo contrato de venta de establecimientos comerciales.
De manera tal que si el vendedor incumple con esta obligación, la sociedad podrá excluir al socio infractor,
sin perjuicio de su responsabilidad por los daños y perjuicios ocasionados.

El art. 47 de la ley 19.550 prescribe que el socio responsable por la evicción podrá evitar la exclusión si
reemplaza el bien cuando fuera sustituible por otro de igual especie y calidad, sin perjuicio de su obligación
de indemnizar los daños causados.

Ello ha llevado a parte de la doctrina a sostener que el reemplazo de los bienes debe ser anterior a la
notificación de la exclusión, porque luego ella habría operado(685). Por su parte, otro sector de nuestra
doctrina predica la aplicación analógica de la solución prevista por el art. 41 de la ley 19.550, que otorga un
plazo de 30 días a contar a partir de la notificación efectiva de la exclusión del socio(686), solución que
parece más acorde con la intención del legislador y tanto más cuando somos de la opinión, como hemos
dicho, que la exclusión del socio debe ser en este caso, resuelto por vía judicial.

La solución consagrada por el art. 47 de la ley 19.550, en tanto establece que el socio podrá evitar su
exclusión si reemplaza el bien aportado cuando fuere sustituible por otro de igual especie y calidad, sin
perjuicio de su obligación de indemnizar los daños ocasionados, no resulta procedente en el caso que el
aportante conociese el vicio que diera lugar a la evicción, pues la sociedad no está obligada a admitir en su
seno a quien ha actuado deliberadamente en su perjuicio, naciendo incluso una acción individual de
exclusión, en los términos del art. 91 del ordenamiento societario.

Finalmente, en el art. 48 de la ley 19.550 se dispone que si el aporte del socio fuera en usufructo —uso y
goce— del bien, la ley 19.550 no autoriza al aportante a evitar la evicción reemplazando el bien en los
términos del art. 47, sino que rige exclusivamente el art. 46. En consecuencia, la sociedad puede excluirlo o
reclamarle el valor del bien, con las indemnizaciones del caso.
§ 2. Existencia de vicios redhibitorios en el bien aportado

En cuanto a la responsabilidad del aportante por los vicios redhibitorios del bien aportado y aún cuando
la ley 19.550 no contemple tal hipótesis, la doctrina es unánime en sostener la aplicación analógica de las
disposiciones señaladas en los párrafos precedentes (arts. 46 a 48)(687)y sobre tal base, la sociedad podrá
ejercer, además de las acciones previstas en dichas normas, la acción quanti minoris, que es propia del
adquirente de un bien con vicios redhibitorios, exigiendo al socio aportante la diferencia entre el valor de lo
prometido y el valor disminuido por el vicio del bien(688).

ART. 49.—

Pérdida del aporte de uso o goce. Si el aporte es de uso o goce, salvo pacto en contrario, el socio soportará
la pérdida total o parcial cuando no fuere imputable a la sociedad o a alguno de los otros socios. Disuelta la
sociedad, puede exigir su restitución en el estado en que se hallare.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 45, 48, 92 inc. 4, 109. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69.LSC Uruguay:
art. 62.

Corresponde remitirse al comentario efectuado al art. 45.

ART. 50.—

Prestaciones accesorias. Requisitos. Puede pactarse que los socios efectúen prestaciones accesorias.

Estas prestaciones no integran el capital, y

1) tienen que resultar del contrato; se precisará su contenido, duración, modalidad, retribución y sanciones
en caso de incumplimiento.

Si no resultaren del contrato se considerarán obligaciones de terceros;

2) deben ser claramente diferenciadas de los aportes;

3) no pueden ser en dinero;

4) sólo pueden modificarse de acuerdo con lo convenido o, en su defecto, con la conformidad de los
obligados y de la mayoría requerida para la reforma del contrato.

Cuando sean conexas a cuotas de sociedades de responsabilidad limitada, su transmisión requiere la


conformidad de la mayoría necesaria para la modificación del contrato, salvo pacto en contrario; y si fueran
conexas a acciones, estas deberán ser nominativas y se requerirá la conformidad del directorio. [Texto
según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11, 45, 152; ley 20.744: art. 29. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69.LSC
Uruguay: art. 73.

§ 1. Prestaciones accesorias. Importancia

Las prestaciones accesorias, si bien pueden ser aportadas en todos los tipos sociales, revisten especial
importancia en aquellos en los cuales los aportes no pueden sino consistir en bienes susceptibles de
ejecución forzada (art. 39), esto es, en las sociedades por acciones y en las sociedades de responsabilidad
limitada.

Supóngase el caso de un socio que aporta determinada maquinaria, de complejo funcionamiento, y cuya
técnica requiere estudios o prácticas que sólo el aportante conoce. En este caso, éste podrá aportar su
trabajo personal, precisamente como prestación accesoria.

Antonio Brunetti(689)nos suministra un práctico ejemplo de la importancia de este tipo de prestaciones,


señalando que en Alemania se constituyen sociedades anónimas con prestaciones accesorias a fin de poner
en común las prestaciones particulares de los socios, o de una parte de ellos, como ocurre con los dueños de
terrenos en que se cultivan remolachas azucareras de una determinada zona, quienes constituyen la
sociedad para la explotación de la industria azucarera, efectuando los aportes en dinero, o eventualmente
en especie, obligándose además a suministrar anualmente a la sociedad, a un determinado precio, unas
cantidades de productos señalados para su industrialización.

§ 2. Características de las prestaciones accesorias

El art. 50 es minucioso en precisar sus características, disponiendo en tal sentido:

a) No integran el capital social, y en consecuencia su aportante no ve acrecentados sus derechos en la


sociedad. Por ello, las prestaciones accesorias no están sometidas a las limitaciones del art. 39.

b) Pueden consistir en prestaciones personales o incluso obligaciones de no hacer, y ello se justifica, pues los
socios en las sociedades por acciones y de responsabilidad limitada no tienen la obligación de abstenerse de
realizar actividades en competencia con el ente, a diferencia de sus administradores. Asimismo, los demás
socios no garantizan la efectividad de la prestación, que para los aportes en las sociedades de
responsabilidad limitada establece el art. 150(690).

c) Deben estar determinados en el contrato, así como sus modalidades, retribución, duración y sanciones en
caso de incumplimiento. La ley 19.550 no establece pautas para ello, y puede aceptarse como válida forma
de remuneración la consistente en incremento de las utilidades o una retribución mensual o periódica, pero
ello no obsta a que la prestación pueda aportarse en forma gratuita, pues la onerosidad no hace a la esencia
de las mismas(691).

d) Deben ser claramente diferenciadas de los aportes, por las razones expuestas, y no pueden consistir en
dinero, pues se desnaturalizaría el fin a que están destinadas.

e) Sólo pueden modificarse de acuerdo con lo convenido en el contrato social, o en su defecto, con la
conformidad de los obligados y de la mayoría requerida para la reforma del contrato.

La jurisprudencia ha mitigado estos requisitos, que pueden calificarse como demasiado estrictos, en tanto
nada obsta a la realización de prestaciones accesorias efectuadas por un socio, cuando ellas no estuvieran
expresamente previstas en el contrato social, pero fueran necesarias para el desarrollo de la compañía. Así
fue resuelto en el caso "Viscosa Carlos y otro c/ Elat Sociedad Anónima y otros sobre ordinario", en donde se
resolvió por el reconocimiento de prestaciones accesorias cuando la sociedad demandada recibió servicios
de algunos accionistas, consistentes en el manejo de las maquinarias, indicación de proveedores, contactos
comerciales etc., que fueron indispensables para el desarrollo de su actividad productiva y que no fueron
considerados como aportes societarios al momento de su constitución(692).

En cuanto a las sanciones en caso de incumplimiento, pueden variar conforme a la magnitud del mismo,
reclamándose los daños y perjuicios ocasionados, sanciones pecuniarias conminatorias (art. 730 del Código
Civil y Comercial de la Nación), e incluso la exclusión del socio, en las sociedades en donde es de procedencia
esta causa de resolución parcial, pues no cabe dudar que ello constituye un grave incumplimiento de las
obligaciones del socio (art. 91 de la ley 19.550).

Si la remuneración por las prestaciones accesorias no estuviesen determinadas en el contrato social, su


aportante podrá reclamar su remuneración como cualquier locador de obra, pudiendo hacerlo incluso
judicialmente (arts. 1253 y ss., CCyCN).

Finalmente, el último párrafo del art. 50 de la ley 19.550 establece que el socio de una sociedad de
responsabilidad limitada que hubiera aportado, independientemente de la suscripción de las cuotas sociales,
determinada prestación accesoria, para la transferencia de aquellas requerirá en todos los casos la
conformidad de la mayoría necesaria para las modificaciones del contrato, vale decir el voto favorable de las
tres cuartas partes del capital social, salvo que el contrato constitutivo hubiera previsto que dicha mayoría
sea, como mínimo, más de la mitad del capital social, recordándose al respecto que de acuerdo con el nuevo
art. 160, tratándose de sociedades de responsabilidad limitada de dos socios, se requiere, para este caso, la
unanimidad (art. 160, párr. 3º, LSC); ello, siempre y cuando esa prestación accesoria sea conexa a las cuotas
que haya suscripto. Si las prestaciones accesorias fueran conexas a acciones, su transferencia requerirá la
conformidad del directorio, señalándose al respecto que, de acuerdo a lo dispuesto por el art. 214 de la ley
19.550 la decisión del órgano que rechace la transferencia de acciones debe ser fundada(693).

§ 3. Las prestaciones accesorias en la Ley de Contrato de Trabajo

Si la prestación accesoria consiste en una prestación de servicios del socio o del accionista que configura una
relación de trabajo (art. 22 de la ley 20.744) entre éste y la sociedad, resulta aplicable la Ley de Contrato de
Trabajo (art. 27 de dicho cuerpo legal)(694), habiendo sostenido la jurisprudencia de nuestros tribunales
laborales que si bien la posibilidad de aportar trabajo como prestación accesoria está prevista en los arts.
38 y 50 de la ley 19.550, corresponde aplicar el art. 27 de la ley 20.744, el cual prescribe que si tales
prestaciones cumplen con las condiciones de principalidad y habitualidad, se considerarán obligaciones de
terceros respecto de la sociedad y quedarán regidas por la Ley de Contrato de Trabajo(695).

§ 4. Las prestaciones accesorias en el Anteproyecto de Ley de Sociedades Anónimas Deportivas elaborado


por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación

Durante el año 1998, y a los fines de proyectar un sistema normativo para las entidades que se dedican al
deporte profesional de la República Argentina, y habida cuenta el desolador panorama económico,
financiero y organizativo que ofrecían nuestros tradicionales "clubes de fútbol" el Ministerio de Justicia y
Derechos Humanos de la Nación, convocó a una comisión integrado de abogados especializados en el tema y
profesores de derecho comercial (resolución 412 del 3 de junio de 1998), integrando dicha comisión los
Dres. Agricol de Bianchetti, Guillermo Ragazzi, Ernesto Martorell, Luis Porcelli y quien escribe estas líneas,
quienes presentaron su proyecto en el mes de noviembre de ese mismo año, cuerpo normativo que si bien
fue motivo de amplios y fundados debates en círculos académicos, nunca fue objeto de tratamiento por el
Congreso de la Nación, debido a la resistencia que dicho proyecto despertó entre la gente vinculada al
deporte profesional, en especial del fútbol, ante la posibilidad cierta de que la consagración legislativa de
ese cuerpo de normas pudiera terminar con la nula transparencia de los negocios vinculados al
deporte(696).

Precisamente, una de las notas más características de ese anteproyecto fue que el modelo de "sociedad
anónima deportiva" no era de obligatoria adopción para las asociaciones civiles dedicadas al deporte
("clubes"), a diferencia de lo que aconteció en el Reino de España, pero que, en caso de optar por este
esquema societario, la asociación civil debía convertirse en accionista obligado de la nueva sociedad, con
una participación accionaria no menor del cinco por ciento de ésta y con amplios derechos de control y de
información, además de tener un derecho de veto para evitar que la mayoría del capital pudiera adoptar
determinadas resoluciones en perjuicio de los intereses del club.

Pero quizás la mayor particularidad del aludido anteproyecto se centró en su art. 9º, en cuanto previó, como
condición esencial para la constitución y la existencia de las sociedades anónimas deportivas, el aporte a la
misma, por parte de la asociación civil o club deportivo, y en calidad de prestación accesoria en los términos
del art. 50 de la ley 19.550, de la totalidad de los derechos que implica para la sociedad anónima deportiva,
la participación en las competencias profesionales organizadas por la asociación o liga correspondiente,
entre las cuales correspondía incluir el derecho a la denominación del equipo, los derechos económicos de
las transferencias y de disposición de los jugadores profesionales que integran el plantel en los torneos
nacionales e internacionales, incluyendo los derechos de registrar las altas y bajas de los jugadores a nombre
de la asociación civil, el derecho al uso de logotipos, nombres, denominaciones, escudos, emblemas,
insignias, colores y cualquier otro signo distintivo que indique en su actuación deportiva profesional a la
asociación o entidad civil, el derecho al uso de los estadios, gimnasios e instalaciones complementarias, los
derechos de televisión, radio, cine, publicidad y de cualquier otro medio de comunicación oral, radial,
gráfica, televisiva, satelital, en sus distintas manifestaciones y ámbitos de aplicación, nacionales e
internacionales.

Quedó en claro en dicho anteproyecto que las instalaciones del club y los jugadores pertenecen siempre a la
asociación civil o club deportivo, y que éste solo cede a la sociedad anónima los derechos económicos
provenientes de la explotación del espectáculo y de la transferencia de los integrantes del plantel
profesional, lo cual asumía importancia fundamental ante la quiebra de la sociedad anónima o el
incumplimiento de la contraprestación dineraria que ésta deberá hacer por la prestación accesoria
efectuada por la entidad civil, en el sentido de que tales circunstancias provocarán la automática caducidad
de dicha prestación, con el consiguiente derecho de la asociación de constituir una nueva sociedad anónima
deportiva con otros inversores, conservando sus instalaciones y jugadores.
La prestación accesoria efectuada por el club deportivo que era "accesoria" del aporte inicial, en el sentido
técnico que le asigna el art. 50 de la ley 19.550, tenía, en el referido anteproyecto, una contraprestación
económica por parte de la sociedad anónima deportiva, que debería calcularse al momento de la
constitución de la misma, pues sin esa prestación no existía la posibilidad de constituir la referida sociedad y
para la fijación de su valor el club deportivo debía tener en cuenta sus gastos residuales.

Como hemos antes señalado, el Anteproyecto de Ley de Sociedades Anónima Deportivas elaborado por el
Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación no fue objeto de tratamiento legislativo por el
Congreso de la Nación, pero como el panorama que ofrecían los clubes de fútbol por ese entonces —y que
por supuesto continúa en la actualidad— era realmente desalentador, entró en escena la Asociación del
Fútbol Argentino, cuyos dirigentes aprobaron en una reunión celebrada el 7 de marzo de 2000, el
denominado "Plan de Recuperación mediante inversiones privadas en el fútbol argentino", que permitió que
el club profesional, en estado de crisis, presente o futura, otorgue a favor de determinadas personas
jurídicas, la gestión integral de la disciplina del fútbol profesional del club, incluso con cesión de los derechos
sobre bienes materiales e inmateriales o servicios necesarios para el desarrollo de la actividad de ese
deporte.

Nadie que medianamente conoce el mundo del deporte en la República Argentina en general y del fútbol
profesional en particular, puede desconocer el fracaso más absoluto que tuvo en los años siguientes la
"gestión" del fútbol profesional en manos de "gestores" oportunistas, escondidos detrás de determinadas
sociedades comerciales, integradas no siempre por personas físicas o empresarios de intachable conducta,
quienes, como si fuera poco, optaron por esconderse detrás de sociedades extranjeras off shore, para evitar
cualquier responsabilidad patrimonial por las consecuencias negativas de una gestión que la realidad
demostró que muy pocas veces fue exitosa(697). Por ello, la novedad que introdujo el Anteproyecto, en el
sentido de evitar que los bienes y derechos del club de fútbol —muchos de ellos centenarios—, no pasaran a
formar parte del patrimonio de la sociedad anónima deportiva, sino que fueran cedidos a ésta mediante la
figura de la "prestación accesoria" prevista por el art. 50 de la ley 19.550, era desde todo punto de vista
preferible.

ART. 51.—

Valuación de aportes en especie. Los aportes en especie se valuarán en la forma prevenida en el contrato o,
en su defecto, según los precios de plaza o por uno o más peritos que designará el juez de la inscripción.

Sociedades de responsabilidad limitada y en comandita simple. En las sociedades de responsabilidad


limitada y comandita simple para los aportes de los socios comanditarios, se indicarán en el contrato los
antecedentes justificativos de la valuación.

En caso de insolvencia o quiebra de la sociedad, los acreedores pueden impugnarla en el plazo de cinco años
de realizado el aporte. La impugnación no procederá si la valuación se realizó judicialmente.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11, 52, 53. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69 y 71; LSC Uruguay: arts.
63, 64, 228.

ART. 52.—

Impugnación de la valuación. El socio afectado por la valuación puede impugnarla fundadamente en


instancia única, dentro del quinto día hábil de notificado, y el juez de la inscripción la resolverá con audiencia
de los peritos intervinientes.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 51, 53. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69 y 71. LCS Uruguay: art. 64.

ART. 53.—

Sociedades por acciones. En las sociedades por acciones la valuación, que deberá ser aprobada por la
autoridad de contralor, sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 169, se hará:
1) por el valor de plaza, cuando se tratare de bienes con valor corriente;

2) por valuación pericial, cuando a juicio de la autoridad de contralor no pueda ser reemplazada por
informes de reparticiones estatales o bancos oficiales.

Se admitirán los aportes cuando se efectúen por un valor inferior a la valuación, pero se exigirá la
integración de la diferencia cuando fuere superior. El apostante tendrá derecho de solicitar reducción del
aporte al valor resultante de la valuación siempre que socios que representen tres cuartos del capital, no
computado el del interesado, acepten esa reducción.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 51, 52, 169; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69 y 71.LSC Uruguay: arts.
72, 282.

§ 1. Régimen de valuación de los bienes no dinerarios. Régimen legal e impugnación

Partiendo de la base de que el capital social se forma con el conjunto de los bienes aportados por los socios
y que éstos, independientemente de ser indispensables para el funcionamiento de la sociedad y
presupuesto de la personalidad jurídica de la misma, constituyen para ciertos tipos sociales la única garantía
con que cuentan los terceros para satisfacer sus acreencias, la ley 19.550 ha establecido un régimen muy
específico para la valuación de los aportes en especie tendiente, como se ha dicho, a proteger el principio de
la intangibilidad del capital social y los derechos de los terceros acreedores de la compañía.

Sin embargo, este régimen varía según el tipo de sociedad de que se trate y la responsabilidad asumida por
cada socio y en consecuencia, en las sociedades de personas o "por parte de interés", como se las denomina
alternativamente, la ley 19.550 sólo delega en los socios la valuación de los aportes en especie y únicamente
exige que en el contrato constitutivo se expliciten los métodos de valuación empleados. En estas sociedades,
como hemos explicado, la protección del capital social no es priorizado, pues los terceros cuentan con la
garantía de la responsabilidad ilimitada y solidaria de los socios por las obligaciones sociales.

En las sociedades en comandita simple, para el aporte de los socios comanditarios y en las sociedades de
responsabilidad limitada, la ley 19.550 requiere la indicación en el contrato social de los antecedentes
justificativos de la valuación, para lo cual se ha admitido la remisión a facturas, catálogos, informes, precios
de plaza, etc., elementos que pueden obrar en la sede social.

Completando el panorama para las sociedades de responsabilidad limitada, el art. 150 de la ley 19.550 hace
responsables, en forma solidaria e ilimitada, a los socios frente a los terceros por la sobrevaluación de los
bienes en especie.

Puede suceder que los socios no estén de acuerdo con la valuación asignada al bien aportado por uno de
ellos, situación que no se ha presentado con frecuencia en nuestros tribunales pero que puede presentarse,
excepcionalmente, cuando el valor representativo de ese aporte otorgue la formación de la voluntad social.
En este caso, el art. 52 de la ley 19.550 otorga a los socios la facultad de solicitar al juez de la inscripción —
hoy a la Inspección General de Justicia, en la Capital Federal— o autoridad de control, la designación de uno
o más peritos, cuya especialización variará de acuerdo con la naturaleza del bien aportado. Efectuado el
dictamen correspondiente, éste puede ser impugnado por él o los socios afectados, dentro del plazo de
cinco días de notificado, debiéndose fundamentar la discrepancia con los valores asignados, en cuyo caso
resolverá el magistrado o funcionario, con audiencia de los peritos intervinientes. La resolución del juez o
funcionario será inapelable.

§ 2. Derecho de los acreedores de la sociedad

Finalmente, el art. 51, párrafo 2º de la ley 19.550 deja a salvo la facultad de los acreedores de la sociedad, en
caso de insolvencia o quiebra de la misma, de impugnar los valores asignados por los socios a los aportes en
especie, en el plazo de cinco años de realizados los mismos, salvo que dicha valuación haya sido practicada
de conformidad a lo dispuesto por el art. 52.

La solución prevista por el art. 51 tercer párrafo de la ley 19.550, en tanto establece como plazo de
prescripción de la acción de los acreedores el de cinco años a contar desde que los aportes hayan sido
efectuados, resulta a nuestro juicio equivocada, pues podría ocurrir que cuando estos acreedores pretendan
ejercerla, en los únicos supuestos previstos por la norma, esto en, en caso de insolvencia o quiebra de la
sociedad, la prescripción ya se ha producido, lo cual constituye solución inaceptable. Estimamos mucho más
acorde con la solución prevista por el legislador, que el plazo de la acción de impugnación de la valuación
efectuada por los socios, comience con la declaración de quiebra del ente, máxime teniendo en cuenta que,
conforme a la redacción de la norma en análisis, los términos "quiebra" e "insolvencia" parecen haber sido
empleadas como sinónimos.

§ 3. Régimen de valuación de aportes no dinerarios a sociedades por acciones

En materia de sociedades por acciones, la ley, en el art. 53 de la ley 19.550 ha estatuido un procedimiento
de valuación específico para los aportes no dinerarios, en razón de encontrarse interesado el orden público,
por lo que dicha valuación no es dejada al arbitrio de las partes contratantes, como resulta del art. 51 para
las sociedades mercantiles en general(698), sino que debe ser aprobada por la autoridad de contralor —
Inspección General de Justicia—, que al efecto ha señalado importantes pautas en los arts. 70 a 74 de las
resolución general 7/2015.

Las severas exigencias previstas por el art. 53 de la ley 19.550 para la valuación de los aportes en especie, se
funda, conforme se dispuso en una trascendente resolución de la Inspección General de Justicia, en el
excepcional régimen de limitación de responsabilidad que asumen los socios de las sociedades anónimas,
acotado a la integración de las acciones suscriptas por cada uno de ellos (art. 163), que exige asegurar con
mayor rigor que para los demás tipos sociales, la efectiva integración del capital suscripto, pues la sociedad
responderá de sus obligaciones solamente con él. Consecuencia de esa excepcional limitación de
responsabilidad son las mayores exigencias que a ley ha establecido respecto del capital social y a su efectiva
preservación durante toda la vida social, tendiente a proteger el principio de la intangibilidad o permanencia
de aquel(699).

De acuerdo con las pautas previstas por el art. 53 de la ley 19.550, la valuación de los aportes no dinerarios
en las sociedades por acciones deberá hacerse:

1) Por el precio de plaza, cuando se tratare de bienes con valor corriente;

2) Por valuación pericial, cuando a juicio de la autoridad de control no pueda ser reemplazada por informes
de reparticiones estatales o bancos oficiales.

En materia de valuación de los aportes de bienes inmuebles, la Inspección General de Justicia requiere, en el
art. 70 de la resolución general 7/2015, la valuación fiscal del bien, o en su caso, justificación de valor
asignado, mediante tasación practicada por perito matriculado con título universitario habilitante de la
especialidad que corresponda o por organismo oficial, debiendo estar la firma del profesional legalizada por
la entidad de superintendencia de su matrícula. Establece esta norma administrativa que el perito que
practique la tasación debe ser independiente, entendiéndose por tal a quien no sea socio, administrador,
gerente o síndico de la sociedad ni esté en relación de dependencia con ella.

En cuanto a la valuación de los aportes de bienes muebles, el art. 71 de las referidas Normas se remite a los
incs. 1º y 2º del art. 53 la ley 19.550 y si se efectúa valuación pericial, los peritos intervinientes deben ser
matriculados con título universitario habilitante en la especialidad que corresponda a los bienes de que se
trate y su firma legalizada por la autoridad de superintendencia de su matrícula, siendo también admisible la
justificación de la valuación mediante informe del banco oficial.

Finalmente, en materia de sociedades por acciones, y a diferencia de lo que acontece en las sociedades de
responsabilidad limitada, no existe responsabilidad alguna por parte de los socios en lo atinente a la
valuación de los aportes, en razón de la activa participación de la autoridad de contralor(700).

§ 4. Infravaluación de los aportes de bienes no dinerarios

Siempre circunscripto a las sociedades por acciones, el último párrafo del art. 53 de la ley 19.550 admite el
aporte cuando se efectúa por un valor inferior a la valuación, pero no por un valor superior, en cuyo caso, y
a los fines de preservar la intangibilidad del capital social, se exigirá al socio aportante la integración de la
diferencia. Es el supuesto de haberse aportado un bien valuado de acuerdo al informe de repartición estatal,
pero cuyo valor resulta inferior conforme pericia exigida por la autoridad de contralor, el aportante tendrá
derecho a solicitar la reducción del aporte al valor resultante de la valuación, siempre y cuando los socios
que representen tres cuartas partes del capital —no computado el del interesado— acepten esa reducción.
De lo contrario, no obtenida esa conformidad, el aportante deberá integrar la diferencia hasta alcanzar el
valor asignado a su aporte en el instrumento constitutivo.

§ 5. Críticas al régimen legal para la valuación de los aportes en especie

El régimen previsto por la ley 19.550 para la valuación de los aportes en especie ha sido objeto de serias
críticas, fundamentalmente por las demoras del organismo de control en la aprobación de los mismos.

Por otra parte, la intervención del juez de registro o autoridad de control para dirimir las desinteligencias de
los socios en la valuación asignada a los aportes en especie, constituye un procedimiento contencioso que es
preferible evitar, en la medida que los socios pueden contar, para resolver esas diferencias, con otros
mecanismos, como, por ejemplo, la designación por los mismos de un experto, cuando los socios consideren
necesario que la valuación de los bienes en especie deba ser realizada por un especialista(701).

Por otra parte, la práctica demostró que los socios nunca recurrieron a este procedimiento judicial o
administrativo, y la ausencia total de precedentes jurisprudenciales así lo confirman, pues parece más
adecuado al acontecer diario de las cosas, que si quienes pretenden constituir una sociedad no están de
acuerdo con la valuación que uno de los socios adjudicó a su aporte en especie, aquellos directamente se
abstendrán de constituir la sociedad, evitando la existencia de un grave conflicto al momento de la
formación de la misma, que la experiencia indica que costará mucho superar en el futuro.

Creemos que las críticas son fundadas y que los arts. 51 a 53 de la ley 19.550, requieren una urgente
modificación, pues bastaría que los socios, cualquiera fuera el tipo social elegido, hagan mención de los
antecedentes justificativos de la valuación asignada a los bienes en especie, pero incorporando a su
vez, para todos los tipos sociales, el régimen de responsabilidad previsto por el art. 150 de la ley 19.550 para
los socios de las sociedades de responsabilidad limitada, en las cuales la sobrevaluación de los aportes en
especie, al tiempo de la constitución o del aumento del capital social, hace solidaria e ilimitadamente
responsables a todos los socios por el plazo previsto por el art. 51 in fine de la ley en análisis.

Este régimen, del cual podrían exceptuarse los socios de las sociedades anónimas que hacen cotización
pública de sus acciones, cumpliría el objetivo de garantizar a los terceros en forma suficiente la seriedad de
las valuaciones de los aportes en especie y con ello se custodia adecuadamente el principio de la
intangibilidad del capital social, verdadero fundamento del régimen previsto por el legislador en los arts. 51
a 53. Ello, en forma alguna, menoscaba el régimen de la responsabilidad limitada de los accionistas de las
sociedades anónimas pues como hemos ya señalado, éste no constituye un dogma sacrosanto de nuestra
legislación, sino un principio general que —como todos— puede sufrir excepciones y que no es tampoco
ajeno a los supuestos previstos por el art. 10 del Código Civil y Comercial de la Nación (abuso del derecho).
Repárese, a mero título de ejemplo, que la propia ley 19.550 incorpora algunas normas que afectan al
principio de la limitación de la responsabilidad de los accionistas al monto de las acciones suscriptas, como
por ejemplo, el instituto del reintegro del capital social previsto en el art. 96 y la solución incorporada al art.
254 de la ley 19.550, en cuando prescribe la responsabilidad solidaria e ilimitada de los accionistas que
votaron favorablemente una decisión asamblearia que es declarada judicialmente nula.

Finalmente, si la excelente solución prevista por el art. 150 de la ley 19.550 está prevista para los socios de
las sociedades de responsabilidad limitada, en caso de sobrevaluación de bienes en especie, los eventuales
reparos que pudieran suscitarse para la aplicación de esta solución para los accionistas de las sociedades
anónimas cerradas o de familia están condenados al fracaso, habida cuenta que en uno y otro tipo de
sociedad, la responsabilidad de sus integrantes es idéntica.

ART. 54.—

Dolo o culpa del socio o del controlante. El daño ocurrido a la sociedad por dolo o culpa de socios o de
quienes no siéndolo la controlen, constituye a sus autores en la obligación solidaria de indemnizar, sin que
puedan alegar compensación con el lucro que su actuación haya proporcionado en otros negocios.

El socio o controlante que aplicare los fondos o efectos de la sociedad a uso o negocio de cuenta propia o de
tercero está obligado a traer a la sociedad las ganancias resultantes, siendo las pérdidas de su cuenta
exclusiva.
Inoponibilidad de la personalidad jurídica. La actuación de la sociedad que encubra la consecución de fines
extrasocietarios, o constituya un mero recurso para violar la ley, el orden público o la buena fe o para
frustrar derechos de terceros, se imputará directamente a los socios o a los controlantes que la hicieron
posible, quienes responderán solidaria e ilimitadamente por los perjuicios causados. [Texto según ley
22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 34, 46, 68, 133; Código Civil y Comercial de la Nación: art. 144. LSC Uruguay:
arts. 74, 189, 190, 191.

§ 1. Responsabilidad del socio o controlante por dolo o culpa

La disposición legal transcripta precedentemente constituye una aplicación para el contrato societario de la
norma general prevista por el art. 1068 del Código Civil, pero cuya inserción en la ley 19.550 se justifica
plenamente, pues es una de las tantas normas que gobiernan la relación existente entre el socio y la
sociedad que integra.

El art. 54 de la ley 19.550 no distingue, y se aplica a todos los tipos societarios sin excepción, pues la
obligación de los socios de evitar la producción de daños y perjuicios a la sociedad que integra constituye un
principio general que no admite ni puede admitir excepciones.

Si bien la norma en análisis se refiere específicamente a determinadas actuaciones del socio o controlante,
ellas son también aplicables a los administradores de sociedades comerciales, cualquiera fuere el tipo social
de que se trate, y si bien la responsabilidad de éstos se juzga por las normas de los arts. 59, 274 y ss. de la ley
19.550, las situaciones descriptas por el art. 54 nos brindan claros ejemplos de hipótesis de procedencia de
las acciones de remoción y responsabilidad contra ellos.

Hemos visto, al analizar el art. 36 de la ley en estudio, que el socio debe adecuar su conducta al interés de la
sociedad, y en tal sentido, debe actuar en todo momento con la lealtad que le es exigible a quien se ha
agrupado con otras personas para la consecución de determinados fines.

La actuación del socio requiere un permanente ánimo de colaboración y sacrificio de su interés personal y
directo, en aras del beneficio común que han tenido en cuenta todos los integrantes de la sociedad al
momento de constituir la misma.

El art. 54 ejemplifica una serie de situaciones, todas ellas generadoras de responsabilidad, siempre y cuando
el autor del daño haya actuado con dolo o culpa. Es decir, que no exime de responsabilidad al socio el hecho
no haber ejecutado directamente los actos ejemplificados en el artículo, pues si aquel conocía que la actitud
de algún consocio ocasionaba daños a la sociedad, debió adoptar las diligencias necesarias para evitarlo. Su
culpa será de omisión, encuadrada en la definición que nos brinda el art. 1724 del Código Civil.

Las situaciones descriptas por el art. 54 de la ley 19.550 son las siguientes:

a) Aplicación de fondos de la sociedad para uso personal del socio

Esta hipótesis es también contemplada por el art. 68 de la ley 19.550 aplicable para todo tipo de sociedad,
disposición que prohíbe la distribución anticipada de ganancias entre los socios, obligando al socio a
reintegrar los fondos percibidos con sus accesorias. Con esta norma la ley 19.550 pretende evitar que los
fondos sociales sean utilizados en forma promiscua por los socios, para sus necesidades personales, y no son
pocas las veces que la experiencia demuestra que el socio controlante, denominado en la jerga popular
como "el dueño de la sociedad" utiliza y dispone de la caja social para abonar sus gastos personales.

b) Aplicación de efectos de la sociedad para uso personal del socio

La ley 19.550 se refiere a los bienes que integren el activo de la sociedad: por ejemplo, cuando el socio o
controlante utiliza las maquinarias o el instrumental en provecho propio, postergando de esta manera las
actividades del ente. En tal caso el socio debe reintegrar las mismas o su valor, con los perjuicios que hubiere
causado a la sociedad que integra.

c) Aplicación de fondos o efectos para negocios de terceros


Se aplica estrictamente la solución prevista por el art. 54, párrafo 2º: el o los socios están obligados a traer a
la sociedad las ganancias resultantes, siendo las pérdidas o daños de su cuenta exclusiva. En todos estos
casos, la indemnización adeudada por el socio en razón del daño ocurrido a la sociedad por su dolo o culpa
no puede ser compensada con el lucro que la actuación del mismo haya proporcionado en otros negocios,
pero sí por aquellos producidos en la misma operación(702).

d) Utilización de la actuación de la sociedad para encubrir la consecución de fines extrasocietarios o


constituya un mero recurso para violar la ley, el orden público, la buena fe o para frustrar derechos de
terceros

En este caso, el socio o controlante no sólo es responsable de los daños y perjuicios ocasionados a la
sociedad, sino que, además, las consecuencias de esa actuación se imputan directamente a los socios o
controlantes que la hicieron posible.

Como el tema ya ha sido tratado al analizar el art. 2º de la ley 19.550, corresponde remitir a lo allí expuesto.

§ 2. Extensión de la responsabilidad al controlante de la sociedad

El art. 54 de la ley 19.550 no solo prevé expresas sanciones contra el socio que ha causado daños a la
sociedad, por dolo o culpa de su parte o que ha aplicado los fondos o efectos de la sociedad a uso o negocio
de cuenta propia o de terceros, sino que también incluye al controlante, interno o externo, lo cual se debe a
reforma efectuada por la ley 22.903, que —como hemos visto— mejoró sensiblemente la definición del
sujeto controlante, que en la primitiva redacción de la ley 19.550 se refería, con exclusividad, al controlante
participacional o de derecho.

La reforma efectuada al art. 54 de la ley 19.550 es coherente con el nuevo régimen previsto por el art. 33, en
su actual redacción, pues el legislador ha previsto en aquel artículo la responsabilidad de los socios o de
quien, sin ser socio, controle una sociedad, por daños ocurridos a la misma, mediante dolo o culpa de aquel,
siendo evidente que el legislador se refiere en este caso al controlante de hecho. El segundo párrafo de
dicha norma, que obliga al socio o controlante a traer a la sociedad las ganancias resultantes de los negocios
personales efectuados con bienes o efectos sociales es aplicable tanto al controlante de hecho o de derecho,
y a la misma conclusión puede arribarse en lo que respecta a la actuación del socio o controlante que han
utilizado a la sociedad con fines extrasocietarios o para violar la ley, el orden público, la buena fe o frustrar
los derechos de terceros, pues esa forma de actuar puede ser llevada a cabo, además del socio, por quien
ejerza el control de la misma, en los términos de los incs. 1º y 2º del referido art. 33 del ordenamiento
societario.

Finalmente, debe señalarse que la responsabilidad del controlante prevista por el art. 54 es también
derivación de la solución impuesta por el art. 34, párrafo 2º de la ley 19.550, cuando se refiere a la
responsabilidad del socio oculto, pues si este responde frente a terceros por las obligaciones sociales, no
tendría sentido que no lo haga frente a los mismos socios y a la sociedad, cuando como consecuencia de su
conducta, ocasiona daños a la misma.

§ 3. La actividad en competencia del socio

La realización de actividades en competencia por parte de socio no ha sido previsto por la ley 19.550 en
forma orgánica, lo cual dificulta la adopción de un criterio general sobre la materia.

Por una parte, la norma genérica del art. 54, párrafo 1º, LSC, parece comprender la actividad en
competencia por parte del socio, en tanto la misma es siempre generadora de daños para la sociedad. Por
otra parte, el deber de lealtad que es inherente al carácter de socio, parece también descartar la legitimidad
de tal actividad.

El art. 133, aplicable para todas sociedades por parte de interés, prohíbe al socio realizar por cuenta propia o
ajena actos que importen competir con la sociedad, salvo consentimiento expreso y unánime de los socios, y
la violación de esa prohibición autoriza la exclusión del socio, la incorporación de los beneficios obtenidos y
el resarcimiento de los daños.

Tal cual como está redactado el art. 133 de la ley 19.550, este parece una ejemplificación de la regla general
prevista por el art. 54, párrafo 1º, del ordenamiento legal en análisis.
En materia de sociedades por acciones, el art. 273 de la ley de sociedades, prohíbe al director participar por
cuenta propia o de terceros en actividades en competencia con la sociedad, salvo autorización expresa de la
asamblea, so pena de incurrir en la responsabilidad del art. 59 de la mencionada ley.

Para las sociedades de responsabilidad limitada, y en forma análoga a lo dispuesto por el art. 273, el art. 157,
párr. 3º, prohíbe a los gerentes participar por cuenta propia o ajena, en actos que importen competir con la
sociedad, salvo autorización expresa y unánime de los socios.

Parecería que, tanto en las sociedades por acciones como en las de responsabilidad limitada y por ser la
prohibición de competir con la sociedad, una incapacidad de derecho, la ausencia de una disposición expresa
para los socios en tal sentido —que sí se prevé para el socio de la sociedad colectiva— autoriza al socio o
accionista de aquellas sociedades para realizar actos de tal naturaleza.

La intención del legislador, al regular diferenciadamente el supuesto que nos ocupa, prohibiendo
expresamente la actividad en competencia para las sociedades colectivas, de capital e industria y en
comandita simple, parece haber estado orientada en el carácter personalista de las mismas, en la medida
que la personalidad del socio ha sido fundamental para la constitución de la sociedad. A este socio, en
consecuencia, le es requerible un total respeto al deber de lealtad que es inherente a su carácter de tal y una
dedicación exclusiva para el logro del objeto social.

Ello no sucedería, a juicio del legislador, con las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones, en las
cuales la persona del socio no reviste carácter esencial, presumiendo en consecuencia que la actividad en
competencia de los socios o accionistas no generaría daño para la sociedad.

Sin embargo, la realidad cotidiana traicionó la idea del legislador, pues aquella nos demuestra que el
elemento personal de los socios es no sólo fundamental en las sociedades de responsabilidad ilimitada, sino
también en la gran mayoría de sociedades anónimas que funcionan en nuestro país que son, en puridad,
sociedades colectivas o de responsabilidad limitada disfrazadas de sociedades anónimas.

Esta característica tan argentina de las sociedades por cuotas y acciones viene, de hecho, a solucionar el
problema de la actividad en competencia, pues en la medida que en ellas, los accionistas o socios son, por lo
general, directores o gerentes de las mismas, la prohibición de actuar de tal manera los alcanza y
compromete.

Para aquellos supuestos no comprendidos en el párrafo precedente, es decir, para los cuotistas o accionistas
de sociedades de responsabilidad limitada o anónima, respectivamente, que no revistan el carácter de
gerentes o directores, no hay prohibición de actuar en competencia, lo cual no significa que puedan
desarrollar esa actividad si con ello ocasionan daños a la sociedad que integran. En tal caso rigen para ellos
las claras prescripciones del art. 54 primer párrafo de la ley 19.550, que le obligan a indemnizar a la sociedad
por los daños y perjuicios causados y que se concretan a través de la incorporación a la misma de los
beneficios obtenidos y el resarcimiento de los daños.

En definitiva y salvo en las sociedades por acciones, ante la realización de actividades en competencia con la
sociedad, ésta y los restantes socios gozan del derecho de exigir la exclusión del socio que realiza la actividad
en competencia, pudiendo asimismo reclamar, como lo señala Halperin, la clausura del establecimiento
comercial organizado por el socio desleal, lo cual constituye una concreta aplicación de lo dispuesto por
el art. 778 del Código Civil y Comercial de la Nación, que tiende a hacer cesar la fuente del daño para la
sociedad y la violación continuada de la obligación social. No obstante ello, sostenía este recordado autor
que, obtenida la clausura del establecimiento, no podrá recurrirse a la exclusión(703), lo cual es afirmación
que estimamos discutible en la medida que la sanción establecida por los arts. 91 a 93 de la ley
19.550, tiende a castigar al socio que ha incumplido con sus obligaciones sociales, aun cuando, voluntaria o
forzadamente haya cesado en esa actividad, si el derecho de exclusión es ejercido en el plazo legalmente
previsto.

Clarificando lo expuesto, el régimen previsto por la ley 19.550 en materia de actividad en competencia es el
siguiente:

a) En las sociedades de personas o por parte de interés, la prohibición a los socios es absoluta, salvo
consentimiento expreso y unánime de todos los socios. La infracción a lo dispuesto por el art. 133, LSC,
conlleva las sanciones previstas en esa norma y en el art. 54 primera parte, aunque de esa actividad no se
produzcan daños a la sociedad.

b) En las sociedades de responsabilidad limitada, la actividad en competencia no está prohibida


específicamente, pero es fuente generadora de responsabilidad hacia la sociedad cuando ocasiona daños a
la misma. En este caso, y además de las acciones resarcitorias, el socio infractor puede también ser excluido,
toda vez que la actividad en competencia implica grave incumplimiento de sus obligaciones de socio (art.
91). Por el contrario, al gerente de estas sociedades le está impuesto expresamente la prohibición de
competir con la sociedad, salvo autorización expresa y unánime de los socios (art. 157, LSC), prohibición que
rige aun cuando de esa actividad no se irroguen perjuicios a la sociedad que administra. El fundamento de
esa prohibición es el mismo que predica el art. 133 para las sociedades colectivas, esto es, imponer al socio
gerente una total dedicación y esfuerzo a la gestión de la sociedad que administra.

c) En cuanto a los accionistas y directores de la sociedad anónima, valen las mismas conclusiones que en el
párrafo anterior, y en lo que respecta a los directores, al igual que los gerentes de las sociedades de
responsabilidad limitada que violen la prohibición contenida en los arts. 157 y 273, LSC, les cabe la remoción
de sus cargos y la indemnización de daños y perjuicios, para el caso de que esa actividad haya ocasionado
daños a la sociedad.

La jurisprudencia se ha pronunciado en el mismo sentido que las conclusiones expuestas


precedentemente(704).

§ 4. Ejercicio de las acciones de responsabilidad

Es obvio que las acciones de responsabilidad previstas por el art. 54 de la ley 19.550, así como todas las
acciones que tiendan a responsabilizar al socio que con dolo o culpa haya provocado daños a la sociedad,
deben ser promovidas por la misma, a través de su órgano de administración o representación, quien tiene,
en primer lugar, la obligación de promover las acciones sociales en defensa del patrimonio social.

Pero ello no descarta la actuación individual o uti singuli del socio, quien siempre tiene legitimación para la
promoción de acciones sociales —esto es, en defensa de la sociedad que integra— frente a la negativa o
inactividad de los órganos sociales de promover las mismas. La ley 19.550 siempre ha conferido legitimación
al socio o accionista en la promoción de acciones sociales, frente a esas hipótesis (arts. 91, 251, 276, etc.).

La promoción de las acciones de responsabilidad no enerva otros recursos que el legislador ha otorgado a la
sociedad y a los socios frente a la inconducta de uno de ellos, y es desde todo punto de vista compatible la
acumulación de la acción de exclusión del socio con las acciones resarcitorias previstas en la norma en
análisis. Sin embargo, para la procedencia de éstas, la existencia de daños y perjuicios para la sociedad es un
presupuesto sustancial, pues la condena a indemnizar carece de sentido si no se ha demostrado la existencia
de daños(705).

ART. 55.—

Contralor individual de los socios. Los socos pueden examinar los libros y papeles sociales, y recabar del
administrador los informes que estimen pertinentes.

Exclusiones. Salvo pacto en contrario, el contralor individual de los socios no puede ser ejercido en las
sociedades de responsabilidad limitada incluidas en el segundo párrafo del art. 158.

Tampoco corresponde a los socios de sociedades por acciones, salvo el supuesto del último párrafo del art.
284.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 67, 249, 294 inc. 6. LSC Uruguay: art. 75.

§ 1. El derecho de información de los socios

El examen de los libros y los papeles sociales forma parte del derecho de información de que gozan todos los
socios de sociedades comerciales, con excepción de quienes integran sociedades por acciones(706)en las
cuales se hubiese previsto, en forma obligatoria o voluntaria, un órgano especial de control interno. En estos
casos, como principio general, el derecho de información debe canalizarse a través de este especial órgano,
siempre y cuando el socio o accionista que requiera noticias sobre la marcha de la sociedad reúna más del
dos por ciento del capital social (art. 294, inc. 6º, ley 19.550)(707).

El análisis personal de los libros y documentación de la sociedad, comprensivo de las necesarias


explicaciones que el administrador debe efectuar sobre esa documentación, no agota el derecho de
información de los socios de las sociedades mercantiles. Dicho derecho debe ser complementado con la
obligación que pesa sobre los administradores de la sociedad de poner a disposición de los socios o
accionistas de la sociedad las copias de los balances, memoria, estado de resultados del ejercicio y del
estado de evolución del patrimonio neto y de sus notas, informaciones complementarias y cuadros anexos,
con no menos de quince días de anticipación a su consideración por la asamblea o reunión de socios (art. 67,
ley 19.550) y con el derecho que asiste a todo socio de una sociedad comercial de requerir copia de las actas
de la asamblea o reuniones de socios, a su exclusiva costa (art. 249, ley 19.550).

Si bien el derecho que otorga al socio el art. 55 de la ley 19.550 es amplio, nada obsta a que el contrato
social o estatuto puedan reglamentar el ejercicio del mismo, pero como bien afirma Halperin, es inadmisible
que, con el pretexto de efectuar tal reglamentación, el derecho de información cuyo ejercicio consagra esa
norma pueda ser reducido, suprimido o de alguna manera desvirtuado; podrá fijarse un horario, admitirse el
acceso de terceros —peritos—, establecerse determinadas formalidades a que debe sujetarse la diligencia,
pero tales requisitos no pueden servir de medios o pretextos para impedir o trabar ese examen, en tanto el
derecho que consagra el art. 55 de la ley 19.550 es inderogable e ilimitado, surgiendo explícitamente su
amplitud de la última frase de la citada norma, en cuanto autoriza a "recabar del administrador los informes
que estimen pertinentes"(708).

§ 2. El derecho de los socios de requerir copia de las reuniones de los órganos colegiados

Como hemos ya explicado, el derecho de información del socio no se agota con las facultades previstas por
el art. 55 de la ley 19.550, pues le asiste el derecho de requerir copia de lo acontecido en las reuniones de
todos los órganos sociales, pues si bien es cierto la ley solo consagra el derecho del socio o accionista a
requerir copia del acta de asamblea (art. 249, ley 19.550), de ello no se deriva necesariamente que el
silencio del ordenamiento societario en torno a la obtención de las actas de los restantes órganos colegiados
se encuentre prohibida.

En primer lugar, la imposición que la ley 19.550 efectúa en el art. 73 en torno a la necesidad de labrar acta
de las deliberaciones de los órganos colegiados, ilustra suficientemente que la finalidad del legislador fue
dejar constancia escrita, en un libro especial, de lo acontecido en el seno de dichos órganos, para poder
encontrar, en dicho libro, los fundamentos de cada una de las decisiones adoptadas y la responsabilidad que
a cada director y/o síndico le cabe en torno a las mismas. Al respecto, considero aplicable a todos los que
votaron favorablemente una decisión del directorio la responsabilidad prevista por el art. 254 de la ley
19.550 y con este solo argumento bastaría para concluir a favor del derecho del accionista de requerir copia
de las actas del directorio.

Por otra parte y en la misma orientación, carecería de todo sentido la necesidad de dejar constancia escrita
de las decisiones adoptadas por todos los órganos colegiados, si quienes integran la sociedad carecen del
derecho de obtener copia de dichos instrumentos. Si se parte de la idea de que, como bien lo ha resuelto la
jurisprudencia en forma casi unánime, el accionista puede impugnar una decisión del directorio, su derecho
a exigir copia del acta de la reunión que se impugnará de nulidad resulta incuestionable, y dentro de la
misma línea de pensamiento, mal podrá quedar al margen de una acción social de responsabilidad
promovida por un accionista (art. 276 in fine, ley 19.550), el director disidente con un acuerdo del directorio
que ha causado perjuicios a la sociedad y que ha dejado constancia en acta de su protesta en los términos
del art. 275 del ordenamiento societario, si se priva a todos los accionistas del derecho irrestricto de obtener
copias de las actas de directorio.

Finalmente, y entrando de lleno en la causa final del contrato de sociedad, resulta insostenible negar al
accionista copia de las actas del directorio, pues no encuentro el menor fundamento, desde el punto de vista
formal o sustancial, y a salvo el caso de la actividad en competencia por parte del accionista requirente, para
sostener que quien con su dinero ha contribuido a formar una sociedad mercantil no pueda tener acceso a
los documentos que reflejan la actividad social encaminada a la obtención de las utilidades esperadas al
momento de la fundación de la compañía.
§ 3. Forma de ejercer el derecho de información previsto por el art. 55 de la ley 19.550. Sociedades
constituidas en el extranjero

Un tema que reviste especial interés, en torno al derecho de información del socio o accionista, reside en el
ejercicio de la facultad prevista por el art. 55 de la ley 19.550, esto es, la forma como se ejerce el derecho
previsto por esta norma, la posibilidad de requerir asistencia profesional y el tiempo en que debe ejercerse
el derecho de información.

En cuanto a lo primero, esto es, la forma como debe ejercerse el derecho de examen de los libros y
documentación social, su regular ejercicio requiere que el socio que pretende la exhibición de los mismos lo
haga saber a la sociedad, a los fines de obtener la fijación de una determinada fecha para el cumplimiento
de esa diligencia. La exhibición debe ser efectuada en la sede social, que es el lugar donde deben
encontrarse los libros de la sociedad y su documentación respaldatoria(709)y debe encontrarse presente el
administrador de la sociedad a los fines de suministrar las informaciones que el socio estime pertinentes.

El derecho de los socios a la exhibición de los libros y papeles sociales constituye una actuación prevista
expresamente en el art. 55 de la ley 19.550, que debe ser complementada con lo dispuesto por los arts. 323
y 781 del Código Procesal, cuando dicho derecho no pudiere ser ejercido por la negativa de la sociedad en
facilitarlo o cuando, en términos generales, el socio pudiese encontrar determinadas dificultades para
llevarlo a cabo.

El examen de los libros comprende también — realmente no podría ser de otra manera— el de la
documentación respaldatoria, que el art. 55 de la ley 19.550 denomina originalmente como "papeles
sociales". Sobre el contenido de este concepto la jurisprudencia se ha mostrado dividida. Por una parte,
cierta corriente pretoriana sostiene que la circunstancia de que la ley autorice a poner a disposición de los
accionistas los estados contables y la documentación complementaria relativa a los resultados del ejercicio,
en forma alguna importa habilitar su acceso a los datos sobre la gestión empresaria y las explicaciones sobre
los saldos de las cuentas abiertas que compongan las partidas del balance(710), mientras que otra corriente
jurisprudencial, avalada por autorizada doctrina(711), interpreta ampliamente el derecho de información
previsto por el art. 55 de la ley 19.550,incluyendo dentro del concepto de "papeles sociales" a todos los
contratos con terceros, resúmenes bancarios y todos aquellos instrumentos que tengan relación con la
sociedad(712). Esta es la posición que, a nuestro juicio, mejor entiende el funcionamiento de la sociedad
comercial, el alcance del concepto del "interés social" y la necesidad de evitar el secreto de las actuaciones
societarias, que solo inspira sospechas y genera incertidumbre sobre los manejos del patrimonio de la
compañía y sobre la idoneidad de los administradores.

El derecho de examinar los libros y papeles sociales se complementa con el derecho que le asiste a los socios
de requerir del administrador los informes que estime pertinentes, de conformidad con los términos del art.
55 de la ley 19.550. La circunstancia de que ambas facultades estén previstas en la misma norma, no
significa que tales informaciones solo puedan ser requeridas en el momento del examen de los libros y de la
documentación social. En principio, la presencia de todo administrador en la diligencia del examen de los
libros resulta una carga que debe cumplir personalmente, a los fines de explicar con idoneidad el contenido
de los registros contables, pero ello no agota las posibilidades que el art. 55 del ordenamiento societario
brinda al accionista en torno a su derecho de información, en tanto su iniciativa de recabar del
administrador los informes sobre la marcha de la sociedad "que estime pertinentes", puede ser ejercido en
cualquier momento y sobre cualquier operación.

Un supuesto muy interesante se presentó recientemente en nuestros Tribunales: Se trataba de un


requerimiento de libros sociales efectuado a una sociedad extranjera partícipe en una Unión Transitoria de
Empresas con actuación en la República Argentina. Intimado extrajudicialmente el representante local de la
misma a los fines de su exhibición, este respondió que el ente foráneo no llevaba libros en el país, por lo que
el actor promovió de inmediato la acción prevista por el art. 781 del Código Procesal, que, como veremos a
continuación, prescribe el procedimiento judicial de exhibición de los libros sociales, requiriendo el actor el
pedido de informaciones en subsidio de la referida exhibición. Denegado ello en primera instancia, la sala D
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal revocó dicho pronunciamiento,
argumentando que si bien el pedido de informaciones efectuada en subsidio de la exhibición de los libros
sociales no está expresa o literalmente contemplado por el art. 781 del Código Procesal, dicha norma prevé
que el juez podrá requerir el cumplimiento de los recaudos necesarios para establecer la vigencia del
derecho de examinar los libros, por lo que, si quien debe exhibir los mismos (en el caso, el representante
local de una sociedad extranjera), invoca que el ente foráneo no lleva libros en la República Argentina, la
previsión genérica antes aludida autoriza el requerimiento a dicho representante para que suministre la
información peticionado, dentro del plazo que debe ser fijado por el juez interviniente(713).

La solución resultó justa, siendo ella aplicable, a mi juicio, a todas las sociedades extranjeras que participan
en una sociedad local (art. 123, ley 19.550), en las cuales mal puede invocarse la inexistencia de la obligación
de llevar una contabilidad en el país para negar ciertos datos requeridos por el sujeto legitimado. En tales
casos, como se dijo en ese precedente, resulta ajustado a derecho asimilar el procedimiento de exhibición
de los libros sociales previsto por el art. 781 del Código Procesal al pedido de concretas y determinadas
informaciones al representante local de la sociedad foránea.

Se sostiene frecuentemente que como todo derecho, el de información en general y los previstos en el art.
55de la ley 19.550 en particular, no puede ser ejercido abusivamente, conforme lo dispuesto por el art.
1071 del Código Civil, lo cual es estrictamente cierto. Sin embargo, nuestra jurisprudencia no registra
antecedentes sobre el ejercicio abusivo de este derecho y realmente cuesta imaginar un supuesto donde
pudiere configurarse tal hipótesis. El omnipresente ejemplo del socio que todos los días y a toda hora
concurre a requerir la exhibición de los libros, alterando la tranquilidad de la administración de la sociedad,
se presenta en la realidad cotidiana como una hipótesis impensable y en cuanto al secreto comercial, debe
concluirse que ésta es una hipótesis excepcional, solo invocable por la sociedad o sus autoridades cuando el
socio requirente realiza actividades en competencia con la misma. Como principio general, adecuado al
principio del "devenir cotidiano de las cosas", tradicionalmente conocido como la regla del quod plerumque
accidit, quien invierte dinero en una sociedad comercial no compite con la misma, sino que espera obtener
sus réditos de las ganancias que arroje la actividad social. Siendo ello la regla general, y a salvo la
excepcional hipótesis del socio con actividad en competencia con la firma, toda invocación del "secreto
comercial" para denegar información a un socio sobre determinados aspectos de la gestión de la sociedad se
traduce en una ilegítima y abusiva manera de proceder, encuadrable también en el art. 1071 del
ordenamiento civil, que habilita al socio a reclamar esa exhibición en forma judicial, sin perjuicio de otras
medidas de mayor gravedad contra quienes ejercen la administración de la compañía.

§ 4. Facultad de los socios de ejercer el derecho de información con asesoramiento de determinados


profesionales

Corresponde analizar a continuación uno de los temas más controvertidos que presenta el derecho de
información de los socios: la posibilidad de que el socio o accionista —en las sociedades anónimas en las
cuales se ha prescindido de la sindicatura— pueda estar asistido profesionalmente en las diligencias
previstas en el art. 55 de la ley 19.550, y no encuentro objeción para ello, como tampoco existe óbice a los
fines de que el administrador que suministra las informaciones cuente también con el debido
asesoramiento, contable, legal o el que corresponda de acuerdo a la naturaleza de la información pedida. No
se trata, el derecho de información, de una actuación que deba ser cumplida en forma personal o
indelegable y la presencia de asesores puede resultar una medida de suma utilidad para aprehender el
contenido de cierta información societaria de cierta complejidad o de vastos alcances legales. La
jurisprudencia ha compartido este criterio(714).

§ 5. Forma de suministrar la información requerida por el socio o accionista por parte del administrador
societario

Finalmente, resta analizar el tiempo en que el administrador debe suministrar la información requerida por
el socio o accionista, ya sea poniendo a disposición los libros y papeles sociales, ya sea respondiendo en
forma escrita la información puntual requerida por la misma vía. La respuesta a dicho interrogante, como ha
sido dicho con todo acierto(715), no se encuentra en la ley 19.550 sino en el Código Civil y Comercial de la
Nación, el cual, en el art. 773, referido a las obligaciones de hacer —tal la naturaleza de la obligación del
administrador de la sociedad comercial de brindar las informaciones requeridas por un socio— expresa
textualmente que "La obligación de hacer es aquella cuyo objeto consiste en la prestación de un servicio o
en la realización de un hecho, en el tiempo, lugar y modo acordados por las partes".

En materia del derecho de información del socio, "el tiempo propio" a que se refiere el art. 773 del referido
Código, debe entenderse con toda la premura que lo permita la administración de la sociedad, pues se
entiende, al menos y también como principio general, que el derecho de información ha sido solicitado en
interés de la sociedad. Pero de todos modos, la forma y el momento en que debe cumplirse la obligación de
informar depende de las circunstancias del caso: si la información ha sido pedida con anterioridad al acto
asambleario que considerará los estados contables anuales y se refiere a determinadas explicaciones sobre
las cuentas contenidas en dichos instrumentos, los informes deberán ser suministrados antes o durante
dicho acto asambleario; si la información ha sido requerida en el curso de dicha asamblea, ésta deberá ser
suministrada durante su transcurso, pues se entiende que ella era necesaria a los fines de emitir el voto con
idoneidad suficiente(716). Por el contrario, si lo que se requiere es la exhibición general de los libros y
papeles sociales, el administrador tiene derecho a fijar una fecha determinada, habida cuenta la necesidad
de su presencia en la diligencia, pero sin poder dilatar la misma en forma incausada.

De lo contrario, el socio o accionista que no ha podido obtener satisfacción a su pedido de exhibición de


libros o se encuentre frustrado por la ausencia o insuficiencia en la respuesta a su pedido de informes, podrá
recurrir a la justicia en procura del cumplimiento de su derecho de información, tema sobre el cual nos
referiremos a continuación.

§ 6. Las vías judiciales tendientes a obtener la exhibición de los libros sociales

Dos son las vías judiciales con que cuenta el socio o accionista para lograr la exhibición de los libros y
documentación social: Una es la vía de las diligencias preliminares prevista por el art. 323 del Código
Procesal, y otra es el procedimiento de exhibición de libros por la sociedad, establecido por el art. 781 del
mismo ordenamiento.

a) Las diligencias preliminares del art. 323 del Código Procesal

En primer lugar, si el accionista pretende la exhibición de cierta documentación a los fines de preparar una
demanda de remoción o responsabilidad de los administradores o de impugnación de determinadas
decisiones asamblearias (art. 251, ley 19.550), puede recurrir a lo dispuesto por el art. 323, inc. 5º del Código
Procesal, el cual, dentro de las diligencias preliminares allí previstas, autoriza al socio o quien tenga en su
poder los documentos de la sociedad, los presente o exhiba.

Repárese que la vía del art. 323 del Código Procesal no implica en principio una exhibición general de libros y
documentos sociales, sino simplemente una medida procesal tendiente a preparar una determinada
demanda mediante la exhibición de ciertos documentos de la sociedad, por lo que si lo que se pretende a
través de dicha diligencia es la exhibición de los libros sociales, el solicitante deberá acreditar que la
documentación e información requerida le resulta imperiosa a los fines de la procedencia de la acción a
promover.

No obstante que el Código Procesal nada dice sobre la supuesta excepcionalidad de las medidas previstas en
el art. 323 del ordenamiento ritual, es doctrina judicial de nuestros Tribunales de Comercio que el
otorgamiento de las diligencias preliminares debe hacerse en forma restrictiva(717), lo cual resulta a mi
juicio criterio inadmisible, pues no se trata de medidas cautelares, donde quizás —y solo quizás— el criterio
restrictivo pueda encontrar algún fundamento en torno a su propia naturaleza, en tanto implican, de alguna
manera, un adelantamiento de la sentencia definitiva.

Tampoco encuentro fundamento atendible justificar el criterio restrictivo en el otorgamiento de las


diligencias preliminares en el hecho de evitar que, a través de las mismas, se anticipe la producción de una
determinada prueba, adelantándose una etapa procesal que tiene su tiempo propio, pues si se trata de una
información imprescindible para el progreso de una demanda, lo mismo da que ese dato pueda ser obtenido
mediante la vía del art. 323 del Código Procesal. El otorgamiento de medidas preliminares —en el caso, la
obtención de una determinada documentación social— no implica violación a los principios de igualdad y
lealtad procesal, como ha sido sostenido en alguna oportunidad(718), pues la sociedad podrá alegar lo que
considere pertinente sobre esa documentación en oportunidad de contestar la demanda.

Por otra parte y a mayor abundamiento, coincido con quienes ven en la diligencia preliminar no solo una
medida destinada a la preparación de un proceso de conocimiento, sino una vía procesal adecuada a la
conservación de determinadas pruebas documentales(719), cuya desaparición —como ocurre
lamentablemente con los libros de comercio o sociales— es moneda corriente en los pleitos que tiene por
parte demandada a una sociedad comercial o a sus administradores.

Pero entiéndase bien: el hecho de considerar inaplicable el criterio restrictivo a los fines de conceder una
diligencia preliminar no implica eximir al peticionante de la carga de suministrar al Tribunal, como requisito
de admisión de la misma, una razonable explicación en el sentido de que los datos solicitados no podrían ser
obtenidos sin la intervención jurisdiccional, acreditando la imposibilidad en que se encontraba para acceder
privadamente al conocimiento de las informaciones que recaba. Con otras palabras, y como lo ha resuelto la
jurisprudencia, el peticionante debe demostrar la necesidad de su procedencia, para evitar un despliegue
inútil de actividad jurisdiccional(720).

Ahora bien, la diligencia preliminar prevista en el art. 323, inc. 5º del Código Procesal no es una herramienta
exclusiva para los socios o integrantes de una sociedad comercial, pues a ella pueden recurrir incluso los
terceros que tengan intención de preparar una demanda contra la misma. El ordenamiento procesal solo se
refiere "al socio o quien tenga en su poder los documentos de la sociedad" como sujeto activo de la
obligación de suministrar información mediante la diligencia preliminar, pero ninguna limitación establece
en torno a la persona que requiere dicha información.

Ha sido resuelto, dentro de ese incomprensible criterio de considerar excepcional la vía del art. 323, inc. 5º
del Código Procesal, que esa diligencia preliminar debe ser desestimada cuando quien la requiere, además
de ser socio de la compañía, es gerente de la misma(721). Tal manera de juzgar parte de la base que todo
administrador de una sociedad comercial tiene expedito el acceso a los libros y a la documentación social, lo
cual no sucede cuando un administrador retiene la documentación social en su poder, veda el acceso a la
sede social del restante o restantes administradores o simplemente dificulta el ejercicio por parte de éstos
del cargo de administradores que los mismos revisten. Ante tal estado de cosas, de frecuente acaecimiento
en nuestra práctica societaria, no corresponde distinguir entre socios o administradores a los fines del
progreso de la diligencia prevista en el art. 323 inc. 5º del ordenamiento ritual, pues lo realmente
trascendente a los fines de su otorgamiento radica en la dificultad en el acceso a una documentación que el
requirente de su exhibición tiene derecho a compulsar.

b) El proceso de exhibición de libros previsto por el art. 781 del Código Procesal

El art. 781 del Código Procesal, incluido dentro del Capítulo IV del Libro VII de dicho ordenamiento, prescribe
que "El derecho del socio para examinar los libros de la sociedad se hará efectivo, sin sustanciación, con la
sola presentación del contrato, decretándose las medidas necesarias si correspondiere. El juez podrá
requerir el cumplimiento de los recaudos necesarios para establecer la vigencia de aquel. La resolución será
irrecurrible".

En términos generales y siguiendo la doctrina de un importante precedente jurisprudencial, el derecho de


información a través de la exhibición de los libros por la sociedad, en los términos del art. 781 del Código
Procesal, se refiere, no solo a un control contable, sino a una verdadera información, dentro del régimen de
veracidad y objetividad de los datos proporcionados, de modo tal que permita, al ejercerse ese derecho, el
conocimiento por parte del socio de la situación patrimonial de la sociedad, tanto en su aspecto estático
como dinámico(722).

Ello significa, y perdóneseme la obviedad de este comentario, que el examen de los libros de la sociedad no
implica un mero control sobre el cumplimiento de los requisitos formales de una legal teneduría de libros
sino un análisis de la verdadera y real situación comercial, financiera y económica de la sociedad, que es,
precisamente, el objetivo de la carga que el Código de Comercio impone a los comerciantes —individuales y
colectivos— cuando prescribe la obligación de éstos de llevar una contabilidad regular.

Aclarado ello, y en torno a la naturaleza del procedimiento de examen de libros por el socio, corresponde
aclarar que, como el mismo art. 781 del Código Procesal lo define cuando se refiere a su otorgamiento "sin
sustanciación", se trata de un procedimiento voluntario, que se consume con la mera exhibición de los libros
y la documentación social, por lo que no corresponde imprimirle trámite de juicio contencioso ni procede
escuchar a la sociedad con carácter previo a su concesión. Esa misma naturaleza es la que determina la
irrecurribilidad por la sociedad de la resolución que hace lugar al pedido de exhibición de libros, como lo
prescribe el art. 781 in fine del Código Procesal.

El carácter voluntario de este procedimiento se justifica en la medida que se comprenda que constituye una
manera de hacer efectivo el ejercicio de un derecho esencial de todo integrante de cualquier sociedad,
cualquiera fuese su naturaleza y tipo, con excepción de aquellas sociedades anónimas en las cuales, por
expresa previsión legal, el derecho de información se canaliza a través de un órgano específico. En
consecuencia, si partimos de la idea que el trámite previsto por el art. 781 del Código Procesal constituye la
vía judicial a los fines de ejercer los derechos previstos por el art. 55 de la ley 19.550(723), carece de todo
sentido siquiera imaginar la posibilidad de sustanciar judicialmente el ejercicio de un derecho que, interna o
societariamente solo requiere una simple comunicación.
Ahora bien, el pedido de exhibición de libros en sede judicial no puede formularse directamente, pues
corresponde, como requisito de admisión, exigir del socio una clara explicación sobre las dificultades que le
han impedido efectuar la consulta extrajudicial de los libros, acreditada con los elementos documentales
necesarios que tornen verosímil el pedido fundado en el art. 781 del Código Procesal(724), pero ese lógico
requerimiento no implica predicar que el requirente debe haber agotado los recursos previstos en el
contrato social, exigiendo previamente la convocatoria a una asamblea de accionistas a los fines de analizar
la actuación de los directores reticentes, pues la acreditación de haber agotado las vías administrativas y
legales no es exigencia explícita ni siquiera inferible del art. 781 del Código Procesal, que establece un
trámite rápido para efectivizar el ejercicio del derecho de información del socio(725).

¿Pueden los directores o administradores recurrir al procedimiento previsto por el art. 781 del Código
Procesal, cuando encuentran dificultad para cumplir con su función y tomar contacto con los libros y
documentos sociales? La jurisprudencia ha negado esa posibilidad, con el argumento de que aquel
procedimiento ha sido otorgado en beneficio de los socios exclusivamente y que les asiste a todos los
integrantes del directorio el derecho de conocer el estado de las cuentas sociales(726), sin necesidad de
peticionar su exhibición, pero como hemos explicado anteriormente, tal manera de razonar constituye un
grave error, pues se basa en meros conceptos dogmáticos, carentes de todo sentido práctico y sin la menor
virtualidad a los fines de resolver el conflicto presentado.

Podemos coincidir con la afirmación de que los directores o administradores, por ser tales, gozan del
derecho de examinar directamente los libros y documentación social, sin requerir autorización a nadie, pero
la certeza de tal posibilidad no brinda la menor solución cuando se presenta el caso que un director no
puede acceder a la documentación de la sociedad, como consecuencia de la arbitrariedad incurrida por los
restantes administradores, quienes por vías de hecho han imposibilitado el cumplimiento por parte de aquel
de sus obligaciones como administrador de la sociedad.

Se trata entonces de saber si, ante el texto literal de la ley procesal, es razonable excluir a los directores o
administradores del procedimiento previsto por el art. 781 del Código Procesal o si, por el contrario, debe
recurrirse a una interpretación extensiva y no literal del texto legal. Personalmente me inclino por esta
última solución, pues dicho trámite resulta plenamente idóneo a los fines de que el director o administrador,
víctima de tales maniobras, pueda tomar nuevamente contacto con los documentos sociales y con ello,
volver a interiorizarse de la marcha de la sociedad, asumiendo plenamente sus funciones —y sus
responsabilidades— como administrador de la misma (art. 59 de la ley 19.550).

Aclarado ello, pasaremos revista a las sociedades en los cuales es procedente recurrir al procedimiento
previsto por el art. 781 del Código Procesal, y como principio general, puede concluirse que éste es aplicable
a todo tipo de sociedades, inclusive civiles, con excepción de aquellas compañías donde el derecho de
información se ejercita de otra manera.

Me refiero expresamente a las sociedades por acciones en donde el estatuto hubiese previsto la existencia
de un órgano de fiscalización interno, pues como es sabido, la ley 22.903 suprimió la sindicatura como
órgano obligatorio de control, por lo cual, salvo las hipótesis previstas por el art. 299 de la ley 19.550, tal
posibilidad resulta facultativa para los fundadores de la sociedad anónima, quienes pueden prescindir de la
sindicatura o consejo de vigilancia, tornándose entonces plenamente aplicable para los accionistas de las
sociedades anónimas, lo dispuesto por el art. 55 del ordenamiento legal societario y el procedimiento
judicial mencionado por el art. 781 del Código de rito.

Admitida la exhibición de los libros y los papeles sociales por el juez interviniente, deberá éste intimar a los
administradores sociales el cumplimiento de la carga impuesta por el art. 55 de la ley 19.550 en beneficio del
socio que instó el procedimiento previsto por el art. 781 del Código Procesal, lo cual constituye aplicación de
la extraña terminología utilizada por dicha norma, en cuanto la admisión de la petición del actor en este tipo
de procesos, implica "requerir el cumplimiento de los recaudos necesarios para establecer la vigencia del
contrato social".

Puede suceder que, no obstante la intimación recibida, los administradores no respondan la misma ni
informen al Tribunal sobre la fecha en que se llevará a cabo la diligencia, manteniendo su reticencia original
en la exhibición de los libros sociales. Ante esta alternativa, los Tribunales cuentan con diversas vías de
compulsión: a) Por una parte, cursar idéntica intimación, pero bajo apercibimiento de la aplicación de
sanciones pecuniarias progresivas al deudor, en favor del socio requirente, conforme lo dispone el art. 37 del
Código Procesal; b) Ordenar el secuestro de la documentación requerida, por un plazo determinado, a los
fines de su exhibición al actor, en sede judicial, y c) Ordenar la remisión de las actuaciones en sede penal,
habida cuenta la tipificación de la conducta del sujeto deudor de la información dentro del art. 240 del
Código Procesal. Las dos primeras alternativas son más congruentes con la finalidad perseguida por el actor,
pues la remisión de las actuaciones al juzgado penal solo provocará demoras en la obtención del resultado
final al que apunta el art. 781 del Código Procesal.

La omisión en el cumplimiento de la obligación de informar por parte de los administradores de la sociedad


comercial, ante un requerimiento del socio formulado en los términos del art. 55 de la ley 19.550 constituye
una causa de mal desempeño de su cargo, susceptible de provocar su remoción con causa, Corresponderá al
socio promover las acciones judiciales correspondientes, las cuales son independientes del pedido de
exhibición de los libros sociales, aunque por cuestiones de conexidad y de economía procesal resulta
conveniente que ambos procesos tramiten ante un mismo Tribunal.

¿Procede la intervención judicial ante el incumplimiento por parte de los administradores del deber de
informar que les impone el art. 55 de la ley 19.550? Bien es cierto que tal manera de proceder no se
compadece con la lealtad y diligencia que es requerible a todo administrador de una sociedad comercial (art.
59 de la ley 19.550), y que, como hemos señalado, autoriza la promoción de una acción social de remoción
contra el mismo, pero esa sola infracción no justifica el desplazamiento de las autoridades naturales de la
sociedad, resultando suficiente, a mi criterio, la designación de un veedor judicial, a los fines de suministrar
la información requerida infructuosamente por el socio(727).

El cumplimiento de la exhibición de los libros se agota con la diligencia cumplida en la cual el socio pudo
compulsar la documentación de la sociedad, correspondiendo imponer las costas a la sociedad, pues si bien
y en estricto rigor procesal, el carácter voluntario del procedimiento reglado por el art. 781 del Código
Procesal impone al socio requirente el deber de abonar las costas devengadas por su actuación, lo cierto es
que esta solución resulta injusta cuando la negativa extrajudicial de la sociedad de exhibir la contabilidad
social al socio ha quedado claramente demostrada. En tales casos, procede el pago de las costas por la
sociedad, por forzosa aplicación del principio general establecido por el art. 68 del Código Procesal, en la
medida que la injustificada resistencia de aquella dio lugar a la promoción de esta acción, lo que genera su
responsabilidad por las costas devengadas(728).

La resolución que ordena la exhibición de los libros y papeles sociales es irrecurrible por la sociedad deudora
de esa información (art. 781 in fine, Código Procesal), pero este régimen no es aplicable a la resolución que
deniega al actor la exhibición de los libros sociales, la que estimamos recurrible y apelable.

Sección VII - De los socios y los terceros

ART. 56.—

Sentencia contra la sociedad: ejecución contra los socios. La sentencia que se pronuncie contra la sociedad
tiene fuerza de cosa juzgada contra los socios en relación a su responsabilidad social y puede ser ejecutada
contra ellos, previa excusión de los bienes sociales, según corresponda de acuerdo con el tipo de sociedad
de que se trate.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 23, 125, 134, 141. LSC Uruguay: arts. 76, 77.

§ 1. Responsabilidad de los socios. Beneficio de excusión

La norma del art. 56 se encuentra deficientemente ubicada en el texto de la ley 19.550, pues constituye una
disposición íntimamente relacionada con la responsabilidad personal de los socios de las sociedades
personales o "por parte de interés", debiendo ella haber sido incluida en la Sección 1 del Capítulo 2, esto es,
entre la normativa dedicada a las sociedades colectivas, que resultan también de aplicación a las sociedades
de capital e industrial y a las sociedades en comandita simple. La disposición legal se refiere a aquellas
sociedades en las cuales los socios han comprometido su responsabilidad personal en forma solidaria e
ilimitada(729), y por ello la sentencia que se pronuncie contra el ente tiene fuerza de cosa juzgada contra los
socios y puede ser ejecutada contra ellos previa excusión de los bienes sociales.

Como la obligación de los socios en estos tipos sociales es subsidiaria, estos no responden con su patrimonio
personal, sino después de haberse acreditado la insolvencia de la sociedad. Esta comprobación, que debe
efectuarse con carácter previo, se denomina beneficio de excusión, pero no debe entenderse que por ello
resulte necesaria —como requisito indispensable a los efectos de ejecutar a los socios—, la existencia de una
sentencia judicial no cumplida por la sociedad. Basta a tal efecto, y sobre el punto la jurisprudencia es
pacífica, la comprobación de que la sociedad ha sido liquidada, o ha cerrado el establecimiento sin que
exista otro local comercial(730), la manifestación del representante legal de la compañía de que esta carece
de bienes, etcétera.

La declaración en quiebra torna asimismo inoponible el beneficio de excusión, pues la prueba de la


imposibilidad de afrontar el pasivo por su estado de cesación de pagos(731). En tal sentido, el art. 160 de la
ley 24.522 ratifica el principio expuesto en el artículo en análisis, al disponer que la quiebra de la sociedad
importa la quiebra de sus socios con responsabilidad ilimitada.

Debe también destacarse que si bien y en principio no corresponde demandar conjuntamente a la sociedad
y a los socios, cuando el acreedor reclama el cumplimiento de una obligación contraída por la sociedad, toda
vez que la responsabilidad de estos es subsidiaria y no están solidariamente obligados con la sociedad, la
invocación del derecho de excusión es meramente facultativa por cada uno de los socios y no opera de
pleno derecho.

Una cuestión controvertida en doctrina es la relativa al alcance de la intervención de los socios en la acción
promovida contra la sociedad, pues había quedado señalado que, a diferencia de lo que acontece en las
sociedades irregulares o de hecho, en donde los socios, por carecer del beneficio de excusión, podían ser
demandados en forma conjunta o independientemente del ente, en las sociedades personales o por parte
de interés, los socios no pueden ser demandados simultáneamente con la sociedad que integran. Cabe
entonces formularse el siguiente interrogante: ¿Es necesaria entonces la citación de los socios en los
términos de los arts. 90 y ss. del Código Procesal?

Farina responde a esa pregunta en sentido afirmativo(732), señalando que el art. 56 en análisis debe
armonizarse con los principios constitucionales que aseguran el derecho de defensa en juicio, y con el art.
2023 del Código Civil, que establece que no habiendo intervenido el fiador en las instancias entre el
acreedor y deudor, las sentencias pronunciadas no le privan de alegar esas excepciones.

Sin embargo, el texto del art. 56 es claro: "La sentencia que se pronuncie contra la sociedad tiene fuerza de
cosa Juzgada contra los socios (...) y puede ser ejecutada contra ellos", y es justo que así sea, pues en los
tipos sociales donde el artículo es de aplicación estricta, todos los socios tienen en principio a su cargo la
administración y fiscalización de los negocios sociales, y en consecuencia deben vigilar las actividades
realizadas por los administradores u otros socios en representación de la sociedad, y máxime cuando se
trata del ejercicio del derecho de defensa de la sociedad en sede judicial, cargando en caso contrario con las
responsabilidades correspondientes.

La regla general prevista por el art. 56 de la ley 19.550, que prevé la subordinación de la ejecución de los
socios ilimitada y solidariamente por las obligaciones sociales, no es aplicable a las sociedades de la Sección
IV del Capítulo I de la ley 19.550, pues la subsidiariedad allí prevista está solo reservada a los tipos sociales, y
sabido es que las sociedades reguladas en los arts. 21 a 26 no son tipos sociales sino una clase de sociedades
no incluidas en el Capítulo 2 de la Ley General de Sociedades.

ART. 57.—

Partes de interés. Los acreedores del socio no pueden hacer vender la parte de interés; sólo pueden
cobrarse sobre las utilidades y la cuota de liquidación. La sociedad no puede ser prorrogada si no se satisface
al acreedor particular embargante.

Cuotas y acciones. En las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones se pueden hacer vender las
cuotas o acciones de propiedad del deudor, con sujeción a las modalidades estipuladas.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 95, 156, 219.LSC Uruguay: arts. 78, 154.

§ 1. Derecho de los acreedores de los socios sobre las participaciones de estos


Como lógica contrapartida al principio general de que los acreedores sociales no pueden dirigirse contra los
socios, por tener la sociedad personalidad jurídica independiente (art. 2º, LSC), tampoco los acreedores
particulares de aquellos pueden ejecutar los bienes de la sociedad.

Sin embargo, en tanto la participación social forma parte del patrimonio de los socios, constituyendo la
prenda común de sus propios acreedores, éstos pueden dirigirse contra las participaciones societarias de sus
deudores (acciones, cuotas o partes de interés), a fin de ver satisfechos sus créditos, aunque con diferentes
alcances de acuerdo con el tipo societario al que pertenece su deudor: Tratándose de cuotas o acciones,
la ley 19.550 dispone la procedencia de su ejecución en pública subasta, previo cumplimiento de
determinados trámites cuando se trata de cuotas de sociedades de responsabilidad limitada, habida cuenta
la especial naturaleza de estas sociedades (arts. 153 y 219 de la ley 19.550). Por el contrario, si se trata de
sociedades de personas, resulta obvio que no es procedente la ejecución forzada de tales participaciones,
debido al fuerte acento personal que caracteriza a estas compañías, las cuales deben su constitución a la
personalidad de sus integrantes, a punto tal de que en principio la, transferencia de la parte de interés
requiere el consentimiento de todos los restantes socios (art. 131).

La pregunta que debe entonces formularse es la siguiente: ¿Cómo hace la ley entonces para no desproteger
a los acreedores particulares de los socios en este tipo de sociedades, teniendo en cuenta lo expuesto
precedentemente? Muy simple: establece que embargada la parte de interés del socio deudor por un
acreedor particular de éste, los terceros pueden cobrarse sobre las utilidades anuales y sobre la cuota de
liquidación, prohibiendo incluso resolver la prórroga de la sociedad, ante el vencimiento del plazo de
duración, si no se satisface previamente al acreedor particular embargante, pues una decisión social en tal
sentido podría postergar las legítimas expectativas de éste (art. 109) y aun cuando ello no ha sido
consagrado legalmente, por aplicación de los mismos fundamentos, igual derecho tienen los acreedores
personales de los socios, si se resolviera, por el órgano de gobierno de la sociedad, la reconducción del
contrato social (art. 95 in fine,LSC)(733).

No obstante ello, creemos interesante destacar que, a nuestro juicio, la norma del art. 57, en cuanto prohíbe
la prórroga de la sociedad si no se satisface al acreedor particular embargante, resulta insuficiente, pues
debió adoptarse idéntico criterio frente a cualquier acto societario que implique volver a la vigencia el
contrato social, cuando la sociedad hubiera incurrido en alguna otra causal de disolución (arts. 94 incs. 6º y
8º; 95, párr. 3º y, 96, LSC).

Sin embargo, puede suceder que a los fines de frustrar los derechos de los acreedores particulares de los
socios en las sociedades por parte de interés, estos resuelvan en forma permanente la constitución de
reservas libres con las ganancias de la sociedad, el traslado de las mismas a la cuenta de "resultados no
asignados" del patrimonio neto o decidan, entre otros artilugios, la capitalización de utilidades, para evitar
precisamente la distribución de las mismas y con ello, la percepción, por los acreedores, de los dividendos
del socio deudor.

Si bien la ley 19.550 permite esos procedimientos, como forma de obtener capitales de trabajo, recurriendo
a la financiación interna, obvio es concluir que decisiones como las descriptas en el párrafo precedente
deben estar inspiradas en el interés social (arts. 66 y 70 de la ley 19.550) y no ser adoptadas con el fin de
burlar los intereses de terceros, entre los que se cuentan los acreedores particulares de los socios. Si la
constitución de reservas, traslado de ganancias a las cuentas del patrimonio neto o la capitalización de
utilidades tiende a burlar los derechos de los acreedores del socio, los acreedores personales del socio
podrán cuestionar la validez de esas decisiones, a través de las acciones de ineficacia de los actos jurídicos
prevista en los arts. 382 y ss. del Código Civil y Comercial de la Nación, además de imputar esa ilegítima
actuación a los socios y/o controlantes que la hicieron posible, quienes deberán, además, responder por los
daños y perjuicios causados (art. 54 in fine de la ley 19.550).

Distinto —como hemos visto— es el caso de las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones, en
las cuales, atento su propia naturaleza, puede procederse a la venta de las cuotas y acciones de titularidad
del deudor; aunque con sujeción a las modalidades estipuladas, como se verá cuando se analicen las
disposiciones concordantes de cada uno de los tipos societarios. En las sociedades en comandita por
acciones y para los socios comanditados, rige el párrafo 1º del art. 57 en análisis.

Sección VIII - De la administración y representación

ART. 58.—
Representación: régimen. El administrador o el representante que de acuerdo con el contrato o por
disposición de la ley tenga la representación de la sociedad, obliga a ésta por todos los actos que no sean
notoriamente extraños al objeto social. Este régimen se aplica aun en infracción de la organización plural, si
se tratare de obligaciones contraídas mediante títulos valores, por contratos entre ausentes, de adhesión o
concluidos mediante formularios, salvo cuando el tercero tuviere conocimiento efectivo de que el acto se
celebra en infracción de la representación plural.

Eficacia interna de las limitaciones. Estas facultades legales de los administradores o representantes
respecto de los terceros no afectan la validez interna de las restricciones contractuales y la responsabilidad
por su infracción.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11 inc. 3º, 59, 60, 136, 137; ley 20.744: art. 38.LSC Uruguay: art. 79.

§ 1. Administración y representación de las sociedades comerciales

Antes de entrar al análisis del régimen de administración y representación de la sociedad, es necesario


detenernos en el estudio de los principios que inspiraron al legislador para la regulación del régimen de la
administración y representación de las sociedades comerciales.

La administración de la sociedad, a la cual la ley 19.550 dedica los arts. 58 y 59, prevé las pautas de conducta
que son requeribles a todo administrador de sociedades comerciales, cualquiera sea el tipo social de que se
trate y que implican la gestión ordinaria y habitual de los negocios sociales.

Ahora bien, el concepto de "administración societaria" comprende, como principio general, la toma de
decisiones dentro de la faz interna del ente mientras que la representación de la sociedad es el medio a
través del cual esta se manifiesta ante terceros y queda obligada frente a ellos por las obligaciones
celebradas por sus representantes y si bien las pautas de actuación previstas por los arts. 58 y 59 de la ley
19.550 se refieren tanto a los administradores como a los representantes sociales, resulta indispensable
comprender las diferencias que existen entre la administración y representación, que solo se advierten con
nitidez cuando se trata de sociedades anónimas, en las cuales el legislador ha diferenciado entre el órgano
de administración, el directorio, cuya actuación es siempre colegiada pero cuyos integrantes carecen de la
facultad de obligar a la sociedad frente a terceros, y el órgano de representación, que se encuentra en
principio a cargo exclusivamente del presidente del directorio o al vicepresidente, en caso de ausencia o
impedimento de aquel.

En los restantes tipos societarios, la representación esto es, el uso de la firma social, indispensable para
obligar a la sociedad frente a terceros, se encuentra implícita en el concepto de la administración societaria,
y todos quienes administran a la compañía pueden ejercer la facultad de representación. Ello surge
expresamente de la ley 19.550 para las sociedades por parte de interés (arts. 128 párr. 2º, 136 y 142), y para
las sociedades de responsabilidad limitada, conforme lo dispuesto por el art. 157, aunque existe la
posibilidad de deslindar ambas funciones en la medida que los socios adopten una gerencia colegiada, lo
cual es un supuesto sumamente infrecuente en la práctica.

En las sociedades en comandita por acciones, aunque la ley 19.550 no detalla el funcionamiento del órgano
de administración de las mismas, y si bien se encuentren elementos en su regulación legal para sostener la
actuación de un directorio (art. 316) como en las sociedades anónimas, considero que dicho órgano es
incompatible con la naturaleza de estas sociedades —hoy prácticamente convertidas en una curiosidad
histórica— cuya administración se estructura tomando como base las normas de las sociedades en
comandita simple y conforme las cuales la representación se encuentra implícita en la administración, y esta
solo puede ser ejercida por los socios comanditados o terceros (art. 318 de la ley 19.550).

En definitiva: salvo en las sociedades anónimas, el administrador en los restantes tipos sociales tiene la
facultad de representar al ente, esto es, de obligar a la sociedad por las obligaciones asumidas por aquel,
salvo que en el contrato social los socios hubieran previsto un régimen especial de representación,
otorgando estas facultades a uno o más administradores, lo cual se conoce como régimen de representación
plural, y por medio del cual las funciones de representación quedan en manos de alguno de los
administradores, para actuar en forma indistinta o conjunta a los fines de imputar los actos celebrados a la
sociedad por la que actúan.
En las sociedades anónimas, como es natural, y atendiendo a su propia naturaleza, es natural la separación
de ambas funciones, pues como en estas se encuentran presentes intereses de todo tipo, no siempre
coincidentes, resulta lógico que sea dentro del seno del órgano de administración, el directorio, en donde
sus integrantes deliberen sobre la gestión de la sociedad. La representación de la misma es otorgada, como
hemos visto, al presidente del directorio o al vicepresidente en caso de ausencia o impedimento de aquel
quien debe actuar conforme a lo decidido en las reuniones de ese órgano —cuyas resoluciones deben ser
transcriptas en acta (art. 73 de la ley 19.550)—.

§ 2. Naturaleza jurídica de las funciones del administrador en las sociedades comerciales. Críticas a la
doctrina del órgano

El art. 358 del Código Civil y Comercial de la Nación, sancionado en el año 2014, encabeza un capítulo, el
octavo, que trata el régimen de representación de la persona humana y de la persona jurídica, disponiendo
expresamente que la representación es voluntaria cuando resulta de un acto jurídico, es legal cuando resulta
de una regla de derecho y es orgánica cuando resulta del estatuto de una persona jurídica.

El legislador ha optado, siguiendo las modernas orientaciones en el tema, por adherir a la doctrina orgánica
para explicar la naturaleza de las relaciones existentes entre el representante y la persona jurídica,
abandonando —aparentemente— la relación de mandato que estuvo vigente durante toda la vigencia del
Código Civil para todas las personas de existencia ideal, con excepción de las sociedades comerciales, en
donde la ley 19.550, cuando se trataba de entidades regularmente constituidas, había reemplazado las
normas del mandato por la doctrina del órgano. Actualmente y como consecuencia de aquella norma y del
art. 23 de la ley 19.550, en su actual redacción, hasta las sociedades de la Sección IV del Capítulo I se rigen,
en materia de representación, por la doctrina del órgano,

Uno de los integrantes de la Comisión Redactora del Código Civil y Comercial de la Nación, Ricardo
Lorenzetti, había sostenido con respecto a esta cuestión, que la representación orgánica refiere a los casos
de representación de sociedades, afirmando que el representante es el titular del órgano,
independientemente de la existencia de un poder. Es un funcionario y no mero representante; su cargo es
normalmente indelegable y su actuación no está sujeta al poder sino al acto constitutivo y a los órganos de
gobierno(734).

La teoría del órgano, admitida generalmente por la moderna doctrina jurídica, lleva como presupuesto la
negativa de todo tipo de diferenciación de sujetos jurídicos en la relación funcional existente entre el órgano
y la sociedad. En virtud de ella, el órgano de administración y representación no es un mandatario del ente
social, sino que es la sociedad misma la que actúa, mediante la actividad concreta de una persona humana y
tampoco el órgano es mandatario de alguno, varios o todos los socios. Así lo ha entendido la jurisprudencia
de nuestros tribunales mercantiles, conforme a la cual la diferencia entre mandato y órgano radica
esencialmente en que, según el mandato, el directorio es un simple ejecutor de un conjunto de actos
encomendados por la sociedad en cuanto mandante, en tanto que, como órgano, se considerar al directorio
como un elemento tipificante de la sociedad anónima y consecuentemente no es necesario acreditar la
representación (mandato), bastando con probar el nombramiento para integrar el órgano(735).

El Código Civil y Comercial de la Nación, en su art. 358 y siguiendo a una jurisprudencia casi unánime de
nuestros tribunales mercantiles, adhirió sin reservas a todos estos conceptos, y con una gran amplitud, ha
definido a la representación como orgánica cuando ella resulta del estatuto de una persona jurídica, sin
distinguir entre una u otra. De modo tal que los representantes orgánicos, a diferencia de los representantes
voluntarios (mandatarios), no expresan su propia voluntad, sino que solo son portadores de la voluntad de la
persona jurídica. Es como si esta última obrara directamente por sí, sin el auxilio de la representación(736).

Por mi parte, y en tanto he adherido a la teoría de la ficción para explicar la naturaleza de la persona jurídica
de las personas de existencia ideal(737), no pudo sino rechazar la formulación de la doctrina del órgano, que
me resulta sumamente artificial y que no responde a la naturaleza de las cosas, sino a un dogmatismo y un
conceptualismo extremo, el cual, como bien sostuvo el magistrado Edgardo Marcelo Alberti, en un
recordado fallo, es capaz de resolverlo todo en la idealidad normativa, mas se despreocupa en ocasiones de
la inserción de lo resuelto en la materialidad de las cosas(738).

La formulación de la doctrina del órgano es una consecuencia, aunque exagerada, de la adhesión a la teoría
de la realidad, predicada por aquellos que no se mostraron satisfechos con la doctrina de la ficción para
explicar la naturaleza de la persona jurídica, entre quienes se contaban los redactores de la ley 19.550. Se
parte de la idea de que es la realidad la que recoge la existencia de un interés diferente en un grupo de
personas unidos para un fin determinado y sobre esa base, se concede al sujeto de derecho de segundo
grado, un nombre, un domicilio, un patrimonio y un interés distinto al de sus miembros, olvidando sin
embargo que ello es una creación artificial del legislador y no —haciendo propias las expresiones de Tulio
Ascarelli— una criatura nacida de vientre de mujer. El problema que se plantea a quienes sostienen esta
manera de razonar, se presenta cuando se hace necesario explicar fundadamente y con argumentos
convincentes que, por tratarse de un sujeto de derecho independiente a sus miembros, debe expresarse por
sí misma y no mediante una persona humana, en carácter de mandatario o representante. Entonces nace la
doctrina del órgano, conforme a la cual no hay dos sujetos de derecho en la actuación de una persona
jurídica, sino uno solo, y que el representante de la entidad forma parte de la misma e idéntica persona que
aquella cuyo órgano integra, argumento incomprensible desde todo punto de vista para los destinatarios de
las normas jurídicas —esto es, el ciudadano común— que no entiende, por lo general, este tipo de
entelequias.

Se trata pues, para los cultores de la formulación de la doctrina del órgano, de tornar coherente el esquema
teórico sobre la cual se creó la persona jurídica como un sujeto de derecho independiente al de sus
miembros, intentando que la misma no ofrezca la menor fisura, para lo cual la existencia de una relación de
mandato con el representante de la entidad, constituye una verdadera incongruencia. Sin embargo, todo en
la doctrina orgánica resulta absolutamente artificial, porque no es consecuencia de la "materialidad de las
cosas" —como afirmó el magistrado Alberti—, y la mejor prueba de ello es que, ante las dificultades
prácticas que presenta dicha doctrina, la jurisprudencia ha admitido, en las relaciones entre la sociedad y su
representante, la aplicación analógica de la normativa del mandato(739).

Debe tenerse mucho cuidado en caer en los abusos del dogmatismo, pues en el ámbito del derecho
comercial, y por ser su campo el de la vida real de los negocios, es precisamente esa vida la que debe ser
tenida en consideración a los fines de que las reglas del derecho satisfagan mas las necesidades y
conveniencias prácticas de orden, que las concepciones —o divagaciones, al decir del profesor colombiano
Gabino Pinzón(740)— de quienes cometen con facilidad y hasta con delectación, el que el profesor español
Emilio Langle llama el mayor pecado de los juristas, es decir, el exceso de abstracción, que los aleja de las
realidades sociales(741). Ello no constituye una cuestión meramente académica, pues los efectos de esta
manera de actuar trasciende a terceros y puede conducir a resultados absolutamente injustos, como sucede
cuando se le niega a la persona de existencia ideal la posibilidad de reclamar daño moral, por el mero hecho
de carecer la misma de sentimiento alguno, razonamiento que lo encontramos en miles de fallos que
deniegan ese derecho pero que falla en su esencia, pues los efectos del daño provocado a la sociedad —
atento la naturaleza de su carácter de sujeto de derecho— recaen siempre sobre quienes son sus
integrantes, a pesar de la separación legalmente establecida entre el patrimonio de la corporación con el de
sus miembros. Basta al respecto, para ilustrar con un ejemplo las conclusiones expuestas, imaginar que el
Banco Central adopta equivocadamente una medida superintendencial que afecta la credibilidad de una
sociedad comercial, en lo que a su solvencia y responsabilidad patrimonial se refiere, como por ejemplo,
incorporarla en la peor categoría de deudores del sistema financiero, provocando gravísimos daños a la
misma, que determinan su cese de actividades(742). Es evidente que la personalidad jurídica de esa
sociedad no le alcanza para reclamar al ente la reparación del daño moral, pero no lo es menos que quienes
han dedicado años de su vida al crecimiento de dicha sociedad y que han vivido de sus ganancias, pueden
quedar seriamente afectados en su fuero interno por aquella ilegítima actitud, provocándole a los mismos
un daño moral tan significativo, como el que hubieran podido sufrir de haber sido víctimas directas de ese
ilegitimo proceder. Ante ello, la pregunta que se impone es: ¿Podemos entonces llevar tan lejos el principio
de la personalidad jurídica de las personas jurídicas y sus efectos? y esta pregunta es especialmente
aplicable a la doctrina del órgano.

Ello no significa que la necesaria organización que implica la creación o funcionamiento de una sociedad (art.
1º de la ley 19.550), no autorice la necesaria distinción entre los diferentes órganos de la sociedad, con
competencia diferenciada entre unos y otros, pero de allí a asimilar en forma definitiva la actuación de la
sociedad con la de las personas humanas que la representan, constituye un verdadero exceso que, se
reitera, es contrario al orden de la naturaleza.

Sin perjuicio de todas estas reflexiones, lo cierto es que, como hemos visto, el art. 358 del Código Civil y
Comercial de la Nación, ha terminado, aparentemente con la referida polémica sobre la naturaleza jurídica
de la relación jurídica del representante con la sociedad, adhiriéndose sin reservas a la teoría organicista, al
prescribir que la representación es orgánica cuando resulta del estatuto de una persona jurídica. Esta
solución parece definitiva, pero sin embargo no lo es tanto, así como tampoco el archivo de la teoría del
mandato para explicar ese fenómeno, pues la teoría orgánica no es compatible con cualquier persona
jurídica y así lo reconoce el legislador de 2014 cuando refiriéndose en el art. 211 a los derechos y
obligaciones de los integrantes del consejo de administración de las fundaciones, prescribe que ellas se rigen
por la ley, por las normas reglamentarias en vigor, por los estatutos y subsidiariamente por las reglas del
mandato y del mismo modo, cuando el Código se refiere al administrador del consorcio de propiedad
horizontal, dispone, en su art. 2065 y en lo que respecta a la representación legal de esta persona jurídica,
que "El administrador es representante legal del consorcio con el carácter de mandatario", con lo cual el
principio general del art. 358 queda bastante relativizado.

§ 3. La obligación de los administradores de rendir cuentas de su gestión

3.1. Algunas consideraciones sobre el principio general conforme al cual en las sociedades comerciales la
rendición de cuentas se cumple a través de la presentación de los estados contables

Ha sido reiteradamente dicho por la jurisprudencia nacional, en forma prácticamente uniforme, que los
administradores de sociedades comerciales regularmente constituidas no rinden cuentas a sus socios, sino
que someten a éstos los estados contables confeccionados por el órgano de administración, por medio de
los cuales se pone de manifiesto los resultados arrojados por la gestión empresaria(743).

Este principio general, que constituye un verdadero dogma para los tribunales comerciales, está basado en
los siguientes fundamentos:

a) En tanto la rendición de cuentas implica un concreto ejercicio del derecho de información por parte del
socio, éste debe cumplirse a través de las formas previstas por la ley 19.550, esto es: 1) El derecho de los
socios a examinar los libros y papeles sociales y recabar del administrador los informes que estime
pertinentes conforme lo dispone el art. 55; 2) Requerir del órgano de fiscalización interno la información que
estime necesaria, en los casos en que la sociedad contara con sindicatura o consejo de vigilancia, y
3) Considerar, debatir y eventualmente aprobar los estados contables anuales de la sociedad.

b) Habida cuenta que la naturaleza de la función de los administradores de sociedades comerciales no se


basa en una representación convencional entre dos sujetos de derecho, sino en el cumplimiento de una
obligación legal, las normas previstas por los arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial —antes los arts. 68
a 74 del Código de Comercio— resultan inaplicables para aquellos, pues como órgano de administración de
las sociedades comerciales y no como mandatarios del ente social, que no lo son, solo están obligados, ante
los socios, a la elaboración y puesta a disposición de los estados contables anuales o de ejercicio.

c) Que el procedimiento de rendición de cuentas previsto por aquellas normas del Código de Comercio solo
puede aplicarse cuando se trata de una operación o negocio determinado susceptible de pronta liquidación,
pero no cuando se trata de una "actividad", cumplida en cierto período determinado legalmente (art. 234 in
fine de la ley 19.550). Por ello, la única forma de que los socios —orgánicamente considerados— pueden
tomar conocimiento de las cuentas de la sociedad, así como de sus resultados, es a través de los estados
contables anuales, elaborados en forma uniforme, conforme tendencia universal en la materia.

Habrá advertido el lector que la formulación del principio general de que las sociedades comerciales
regularmente constituidas no rinden cuentas a sus socios sino que anualmente presentan a los mismos sus
estados contables para su deliberación y aprobación, reconoce algún soporte en la doctrina del órgano, al no
existir los dos sujetos que los arts. 68 a 74 del Código de Comercio —hoy arts. 858 a 864 del CCyCN— prevén
como imprescindibles para la existencia de la obligación de rendir cuentas, pero ello no es así, por dos
razones fundamentales: a) Porque es obvio que quienes administran un patrimonio en beneficio de otros,
deben poner en conocimiento de éstos el detalle de las operaciones celebradas así como los resultados de
su gestión y 2) Que la puesta a consideración por los administradores de los estados contables de la
sociedad, constituye una forma de rendición de cuentas, adaptado al negocio societario, donde resultaría
inconcebible que los directores vayan explicando a cada uno de los socios, en forma independiente y con el
objeto de obtener su aprobación, toda la actuación desarrollada durante un determinado ejercicio, siendo
mucho mas compatible con el funcionamiento de la sociedad, que esas explicaciones sean brindadas a los
socios en forma uniforme y en un solo acto, en el cual también deberá obtenerse la aprobación o
reprobación de las referidas explicaciones.

De lo expuesto surge que constituye un grave error considerar que rendición de cuentas y la presentación de
los estados contables a los socios constituyen dos institutos diferentes e incompatibles, pues, como veremos
a continuación, media entre ambos una estricta relación de género y especie: la rendición de cuentas es el
género y la presentación de los estados contables a los socios, una de sus variantes.

La rendición de cuentas, tal como estuvo legislada en los arts. 68 a 74 del Código de Comercio y hoy lo está
en los arts. 858 a 864 del código unificado, si bien supone la gestión de negocios ajenos o el manejo de
fondos también ajenos, opera en el campo de las relaciones convencionales, esto es, entre mandante y
mandatario, comitente y comisionista, comerciante principal y gestor de negocios etc. La forma de liquidar
las cuentas, conforme esa normativa, es sencilla y directa, y su aprobación puede ser expresa o tácita,
cuando el beneficiario de esa rendición deja transcurrir el plazo de 30 días sin impugnar las mismas (art. 862,
Código Civil y Comercial de la Nación).

Por el contrario, tratándose de sociedades comerciales, la obligación que pesa sobre los administradores de
informar sobre su gestión a cargo de los negocios sociales, no puede llevarse a cabo de la misma e idéntica
manera, pues la naturaleza del contrato de sociedad, pensada como instrumento de concentración de
personas o capitales para el desarrollo de una determinada actividad económica, así como el sistema de
organización que para estas entidades prevé la ley 19.550, torna incompatible el procedimiento de rendición
singular elaborado por los arts. 658 a 864 del Código Civil y Comercial de la Nación e inaplicable el sistema
de aprobación tácita de cuentas prescripto por el art. 862 de dicho ordenamiento.

En definitiva, el procedimiento por el Código Civil y Comercial en sus arts. 658 a 864 no es la única manera
de llevar a cabo una rendición de cuentas ni debe reservarse este instituto solo cuando los negocios ajenos
son liquidados de la forma prevista en las mencionadas normas. Es necesario reiterar que la presentación de
los estados contables anuales constituye otra manera de rendir cuentas, solo que ajustada o adaptada a las
particularidades negocio societario.

Basta reparar que en ambos casos, el fundamento de la obligación de informar que pesa sobre los
administradores de bienes ajenos es exactamente el mismo: favorecer el interés del comercio, el cual es
tema de indudable interés público. Por ello ha sido resuelto en vigencia de las normas del Código de
Comercio que, cuando se establece, en materia comercial, que no puede relevarse al mandatario o gestor
comerciante de la obligación de rendir cuentas, la ley no ha podido tener otro móvil que el de favorecer el
interés del tráfico mercantil, que es de orden público, pues constituye un gran estímulo a la honestidad
comercial; se alejarán motivos de dudas o pleitos y con todo ello se habrá favorecido el crédito y la
seguridad que exige el tráfico mercantil para sus operaciones(744).

La propia ley 19.550 recepta este principio en el art. 69 cuando prescribe que "El derecho a la aprobación e
impugnación de los estados contables y a la adopción de resoluciones de cualquier orden a su respecto es
irrenunciable y cualquier convención en contrario es nula" y ratifica todo lo expuesto el hecho de que la
presentación de los balances y estados contables a los socios o accionistas, como forma de ilustrar a los
mismos sobre el contenido y resultados de la actividad social, puede también comprender el mecanismo
previsto por los arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial de la Nación, lo cual ocurre cuando los estados
contables no resulten satisfactorios con respecto a la exposición de una determinada cuenta. Ante tal
situación, y conforme lo ha explicado la jurisprudencia, los socios podrán exigir de los administradores las
explicaciones o informes complementarios o rendiciones de cuentas referidas a operaciones o bienes
determinados o específicos y concretos aspectos del mismo(745).

En definitiva, lo que, como principio general, los socios o accionistas tienen vedado hacer es exigir una
rendición de cuentas de la gestión total realizada durante un determinado lapso de la vida de la sociedad,
pero nada obsta, como hemos visto, a solicitar rendición de cuentas sobre un negocio u operación específica
descripta en los estados contables.

3.2. Las excepciones al principio de la improcedencia del instituto de la rendición de cuentas legislado en los
arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial de la Nación para las sociedades comerciales

Los alcances del principio general al cual nos venimos refiriendo —esto es, que la rendición de cuentas no es
el mecanismo idóneo cuando se trata de sociedades regularmente constituidas en las que los balances
hacen las veces de periódicas rendiciones de cuentas— ha sido objeto de importantes discrepancias por
nuestra jurisprudencia, que serán objeto de análisis en los párrafos siguientes.

Si bien no existen dudas sobre la inaplicabilidad de este principio a las sociedades irregulares y de hecho y a
las sociedades accidentales o en participación, tema sobre el cual nos hemos referido al analizar el art. 23 de
la presente ley y para los cuales retorna la vigencia del procedimiento de rendición de cuentas previsto por
los arts. 68 a 74 del Código de Comercio, habida cuenta las particularidades de dichas sociedades, la aludida
discrepancia se concentra en materia de sociedades regularmente constituidas, pues en éstas se presentan
habitualmente circunstancias que tornan procedente la aplicación de dichas normas, como por ejemplo,
cuando la sociedad regular no lleva una contabilidad regular o cuando los administradores no preparan ni
presentan sus estados contables con la periodicidad que impone la ley 19.550.

Frente a tales casos, una importante corriente jurisprudencial ha admitido la procedencia del procedimiento
de rendición de cuentas en las sociedades regularmente constituidas(746), como hipótesis de excepción,
pero otros precedentes, más minoritarios, han descartado toda posibilidad en tal sentido,(747)con el
argumento de que el socio ajeno a la administración siempre tiene a su alcance las acciones judiciales para
obligar a los administradores a la confección de los balances, las acciones de remoción o de responsabilidad
contra quien no cumplió con sus obligaciones de administrador (arts. 15, 55, 59,157, 276 a 279 de la ley
19.550), así como también las de derecho penal que pudieran eventualmente corresponder, doctrina que
resulta seriamente cuestionable, toda vez que a los efectos de determinar la responsabilidad de los
integrantes del órgano de administración de una sociedad se requiere, con carácter previo, conocer el
negocio o la operación generadora de aquella responsabilidad, lo cual solo puede lograrse a través de una
rendición de cuentas específica, cuando los administradores se niegan a confeccionar y presentar los estados
contables.

Pasaremos a analizar, individualmente, los supuestos de excepción al principio general conforme al cual los
administradores de sociedades comerciales "rinden cuentas" a los socios a través de la presentación de los
estados contables.

a) Las sociedades irregulares y de hecho

Aceptado pues que en las sociedades comerciales, la elaboración y presentación de los estados contables a
los socios, orgánicamente reunidos, hace las veces de rendición de cuentas, forzoso es concluir que este
principio solo es aplicable a las sociedades regularmente constituidas o típicas, pues los estados contables de
éstas solo pueden ser confeccionados si sus cuentas surgen de libros de comercio llevados formal y
sustancialmente en forma legal, lo cual es imposible para las sociedades no regularmente constituidas, las
cuales, debido a su carencia registral, no pueden rubricar sus libros de comercio, que es el punto de partida
de toda contabilidad regular(748).

Por lo expuesto, en las sociedades irregulares o de hecho es posible jurídicamente, a diferencia de las
sociedades regularmente constituidas, que la rendición de cuentas sea requerida a sus administradores a los
fines de tomar conocimiento y liquidar uno o varios negocios determinados, pues debido a la inexistencia de
contabilidad regular, dicha rendición deberá efectuarse mediante la exhibición de los documentos
correspondientes a las operaciones realizadas, de conformidad al procedimiento previsto por los arts. 68 a
74 del Cód. Com.

b) La rendición de cuentas en las sociedades regularmente constituidas: La carencia de una contabilidad


regular y la omisión de los administradores sociales en la confección y presentación de los estados contables

Resulta evidente que si la contabilidad regular constituye el fundamento de la inaplicabilidad de lo dispuesto


por los arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial de la Nación para los socios de cualquier sociedad
mercantil, pues solo aquella permitirá la confección y presentación por los administradores sociales de los
estados contables en legal forma, la carencia de contabilidad legal, aún tratándose de una sociedad
regularmente constituida (art. 7º, ley 19.550) vuelve a tornar procedente el instituto previsto por aquellas
normas del Código Civil y Comercial.

En tal sentido, ha sido resuelto, durante la vigencia de los arts. 68 a 74 del Código de Comercio, en
conclusiones que resultan plenamente aplicables hoy, luego de la sanción de la ley 26.994, que "La
circunstancia de que la sociedad no lleva en forma legal sus libros de comercio, así como la regularidad de
las registraciones contables hacen descalificables sus balances, el procedente la acción individual del socio
para reclamar la correspondiente rendición de cuentas documentadas del socio administrador"(749), lo cual
es solución ajustada a derecho en la medida que si la contabilidad social no se llevó con regularidad, mal
pudieron confeccionarse sus estados contables y en consecuencia, la rendición de cuentas "instruida y
documentada" de la gestión de la sociedad debe ser exigida a los administradores, como medio de conocer
la administración de la misma, sus resultados, la gestión y la eventual responsabilidad que les hubiera
correspondido a los mismos.

Con la misma orientación, y en un trascendente fallo de la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo


Comercial, durante la vigencia del Código de Comercio, fue resuelto que dentro del régimen de las
sociedades regulares, el balance suple, en principio, la rendición de cuentas que incumbe a todo
administrador, mas si los libros no se llevan con regularidad, los informes no se suministran y los balances no
se ponen a consideración de los socios, individualmente o en asamblea, según corresponda, la rendición de
cuentas "circunscripta y documentada" a la que se refería el art. 68 del Cód. Com. —y hoy lo hace el art. 859
inc. a) del Código Civil y Comercial de la Nación, que emplea la fórmula "descriptiva y documentada"—,
puede ser exigida a los administradores, ya que en tal caso la acción de rendición de cuentas es un medio
adecuado para conocer y controvertir los pormenores de una gestión y su resultado, así como un
antecedente útil para establecer, en su caso, las responsabilidades consiguientes"(750).

Ahora bien, admitida casi uniforme la procedencia del procedimiento de rendición de cuentas previsto por
los arts. 68 a 74 del Cód. Com. y actualmente por los arts. 858 a 864 del CCyCN, cuando la sociedad regular
exhibe irregularidades en las registraciones contables que hacen descalificables sus balances, se plantea la
cuestión sobre la naturaleza y los alcances del derecho del socio, individualmente considerado, a exigir
rendición de cuentas a los administradores, y en tal sentido, la jurisprudencia no se ha mostrado
coincidente.

Por una parte, ha sido sostenido que la rendición de cuentas, cuando es debida por los administradores se
debe a la sociedad, por ser ésta, como consecuencia de su carácter de sujeto de derecho, la dueña del
patrimonio administrado(751). Se trataría en consecuencia, y conforme esta línea de pensamiento, de una
acción de naturaleza social, cuya legitimación activa estaría en cabeza de la sociedad y solo subsidiariamente
podría ser ejercida por el socio en forma individual, sin perder por ello su carácter de acción social, esto es,
promovida en beneficio de la sociedad y no del socio individualmente.

En contra de esta orientación, se ha dicho que cuando la sociedad no lleva en forma legal sus libros de
comercio, siendo por ello descalificables sus balances por la irregularidad de sus registros contables, tal
estado de cosas autoriza la promoción de la acción individual del socio para reclamar la correspondiente
rendición de cuentas al administrador de la sociedad(752). Esta corriente de opinión, en consecuencia,
autoriza al socio, individualmente considerado, a exigir a los administradores la rendición de cuentas en su
propio beneficio.

Por mi parte, considero que el pedido de rendición de cuentas al administrador de la sociedad constituye
una acción social y no una acción individual, pues dicha acción es concedida al socio como tal, es decir, como
integrante de la sociedad, con lo cual, siguiendo el pensamiento de Siburu, la ley no entiende favorecer
directa o indirectamente el interés individual del socio, sino el de la sociedad, en la medida que éste obra
como órgano de defensa social, en salvaguarda de las bases fundamentales de la sociedad, que son el
estatuto y la propia ley 19.550(753), la cual es muy cuidadosa en asegurar a todos los integrantes de la
sociedad su más amplio derecho de información.

El carácter "social" de la acción de rendición de cuentas contra los administradores de las sociedades
comerciales surge también del hecho de que, mediante la misma no solo se busca información sobre uno o
más negocios determinados, sino establecer su resultado y la liquidación de los correspondientes saldos, el
cual, de resultar acreedor para la sociedad, obligará a los administradores a su reintegro a la caja social y no
al bolsillo de cada socio, pues como principio general, las utilidades no pueden ser distribuidas entre los
socios si no provienen de ganancias liquidas y realizadas, resultantes de estados contables legalmente
confeccionados y aprobados por los socios u accionistas (arts. 68 y 224 de la ley 19.550).

Ahora bien, la naturaleza social de la pretensión de exigir al o a los administradores de la sociedad la


rendición de cuentas sobre uno o varios negocios determinados, cuando se dan los presupuestos para ello
en las sociedades regularmente constituidas, impone que la cuestión sea ventilada ante los órganos sociales
correspondientes, esto es, que se hayan instado las acciones propias del sistema societario o, como dice la
ley 19.550 en su art. 114, que se hayan agotado los recursos previstos por el contrato social.

En el caso de las sociedades incluidas en el Capítulo II de la ley 19.550, debe mediar exigencia concreta a los
administradores, formulada en el seno de una asamblea o reunión de socios o por medio fehaciente, a los
fines de que éstos presenten los estados contables anuales, dentro del plazo previsto por el art. 234 in fine
de la ley 19.550. Fracasada esa intimación, la sociedad podrá promover la demanda de rendición de cuentas
a sus administradores, la cual estará representada por uno de ellos, tratándose de un órgano plural no
colegiado, cuando el restante administrador fuere la persona que se niega a la rendición de cuentas, o un
administrador "ad hoc", designado por todos los socios, para el supuesto en que la obligación de la
presentación de los estados contables fuere responsabilidad de todos los administradores (art. 253 de la ley
19.550).

Para el caso de que la sociedad no promueva la acción de rendición de cuentas resuelta orgánicamente, o el
socio, individualmente considerado, no haya tenido éxito en su actividad tendiente a agotar los recursos
previstos en el contrato social a los fines de que la sociedad, a través de su representante legal, promueva la
acción de rendición de cuentas contra los administradores remisos en el cumplimiento de sus obligaciones,
puede aquel promover dicha demanda, resultando admisible entonces su actuación individual, lo cual no la
hace perder a dicha acción el carácter de "social", pues con ella se intentará siempre el beneficio de la
sociedad(754).

No obstante ello, debe siempre recordarse que el agotamiento de los recursos previstos internamente solo
puede ser exigido cuando, conforme las circunstancias del caso, aquella actividad pueda tener una razonable
posibilidad de éxito, pues de lo contrario ello constituiría una evidente pérdida de tiempo y un esfuerzo
insensato, es decir, carente de todo sentido útil, que es función del derecho evitar. En tal sentido ha sido
resuelto que tratándose de una sociedad integrada únicamente por dos socios, la exigibilidad de recurrir
ante los órganos internos societarios con anterioridad a la adopción de la vía judicial, podría exceptuarse,
pues ante la situación existente será infructuosa la defensa de los intereses del peticionante dentro del
marco interno del ente(755).

Aclarado lo expuesto, es preciso destacar que la acción de rendición de cuentas contra los administradores,
cuando es ejercida en los términos de lo dispuesto por los arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial de la
Nación, no puede comprender la totalidad de un período o ejercicio determinado ni tener el alcance de una
rendición global de cuentas de toda una gestión desarrollada a lo largo de uno o más ejercicios. Dicha acción
solo puede exigir el procedimiento previsto por el art. 861 del Código Civil y Comercial de la Nación respecto
de un negocio u operación determinada dentro del ejercicio, aunque la misma haya sido continuada. Pero
ello no desprotege a los socios, ni queda afectado el derecho de información de los mismos, pues puede
acumularse a la acción de rendición de cuentas la demanda de remoción de los administradores, toda vez
que la falta de preparación de los estados contables anuales y la omisión de convocar a asamblea o reunión
de socios para considerar los mismos constituye infracción a los deberes de lealtad y diligencia previstos por
el art. 59 de la ley 19.550 y autoriza su remoción con justa causa.

Destacado entonces que el sujeto legitimado activamente para demandar por rendición de cuentas a los
administradores es, en principio, la propia sociedad, los demandados en ese pleito no pueden ser otros que
los administradores reticentes en la preparación y presentación de los estados contables de la sociedad, y
aunque justo es reconocer que alguna jurisprudencia ha sostenido que el sujeto obligado a la rendición de
cuentas es la sociedad y no los administradores(756), tal conclusión me parece insostenible, en tanto no se
trata de defender una actuación de la sociedad —como en el caso previsto por el art. 251 de la ley 19.550—
ni de modificar la composición de cualquiera de sus órganos, sino de obligar a quienes se encuentran a cargo
de la administración de la sociedad y de los fondos sociales, que pongan en conocimiento de los socios, o en
su caso del órgano de gobierno que éstos integran, todos los antecedentes, hechos y resultados de uno o
varios negocios determinados.

Finalmente, y siguiendo esa discutible actitud restrictiva que caracteriza las resoluciones de nuestros
Tribunales Comerciales, fue denegado un pedido de rendición judicial de cuentas efectuado por un grupo de
socios ante la falta de contabilidad legal, con el argumento de que éstos habían logrado designar un gerente
en la administración de la sociedad(757). Lo cuestionable de dicha solución radica, a mi juicio, en pretender
que el administrador societario, por el hecho de que accedió a ese cargo merced al voto favorable de
determinados socios, deba favorecer a estos en el desempeño de su cargo, olvidando el principio general
que todo administrador, independientemente del origen de su designación, debe desempeñar su cargo en
beneficio del interés y del patrimonio de la sociedad y no de determinado grupo de socios o accionistas a los
que debe su cargo. El art. 59 de la ley 19.550, cuando se refiere a la "lealtad" que todo administrador
societario debe observar hacia la sociedad que administra, ratifica la conclusión expuesta.

c) La rendición de las cuentas sociales entre los mismos administradores


También constituye un supuesto frecuente en la realidad de lo que acontece diariamente en el seno de las
sociedades comerciales que uno de los administradores asuma de hecho y en forma unilateral la gestión
total de los negocios sociales, prescindiendo de los restantes administradores, quienes merced a su propia
desidia o negligencia o fruto de la arbitrariedad de aquel administrador, han perdido todo contacto o
injerencia con la marcha de la sociedad.

La pregunta que debe formularse es si, ante tales circunstancias, los administradores ajenos con la real
administración de la sociedad pueden reclamar de quien dirige efectivamente la sociedad la rendición de
cuentas sobre una o varias operaciones determinadas.

La respuesta negativa a ese interrogante fue expresada en el caso "Arguello María Rosa y otro c/ Banchik
Simón Mauricio s/ sumario", dictado por la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de
fecha 9 de marzo de 1998, con el argumento de que la única conducta admisible por parte de los gerentes
ajenos a la administración de la sociedad de responsabilidad limitada, era requerir del administrador
"efectivo", la formulación de los estados contables anuales, careciendo de importancia el hecho de que este
gerente haya omitido registrar contablemente dichas operaciones o que, durante ese período la sociedad
haya carecido de contabilidad regular, pues dichas infracciones eran reprochables a todos los gerentes.

En otro caso, de características similares, la sala C del mismo Tribunal, en autos "Future Computación SRL c/
Colodro Jorge s/ sumario", del 27 de febrero de 1992, fue resuelto que existiendo en la sociedad de
responsabilidad limitada una gerencia constituida por dos miembros, cuya actuación era siempre conjunta,
el balance debe ser practicado en la misma forma, sin que ninguno de los gerentes se encuentre obligado
respecto del otro a rendir cuentas de su gestión, en razón del carácter compartido de la gerencia.

Finalmente, y sin pretender agotar el listado de casos donde se presentaron supuestos fácticos similares a
los que venimos analizando, fue resuelto en el caso "Hanomo Missim c/ Sassid José M.", dictado por la sala D
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial del 3 de junio de 1987 que no corresponde requerir
cuentas al administrador de una sociedad cuando el propio peticionario integra el órgano que debe
formularlas, sin que a ello obste la división de trabajos que de hecho habrían convenido los gerentes, pues si
esa era la realidad, lo que debió hacerse fue modificar el contrato social y no mantener un administrador
que no lo era en los hechos.

Disiento con la solución dada en todos esos precedentes, pues no comparto que pueda resolverse un
expediente judicial mediante la apelación a meros dogmas desentendidos de la realidad (casos "Arguello" y
"Future") o merced a frases grandilocuentes, partiendo el Tribunal, como lo hizo en el caso "Hanomo
Missim", de determinados "pecados originales" incurridos por el actor (inconveniente redacción del contrato
social), los cuales definirían, a priori, cualquier situación conflictiva o lo que es peor, injusta, que podría
desencadenarse con posterioridad.

En el primero de los precedentes analizados —"Arguello c/ Benchik"— la evidente irregularidad que aporta
al funcionamiento de la sociedad el hecho de que un gerente haya desplazado fácticamente a los restantes
administradores de la sociedad de responsabilidad limitada y no les suministre la menor información sobre
el contenido y resultado de una o varias operaciones sociales, no puede encontrar solución idónea con la
recurrencia — como aconsejó el Tribunal — a la formulación de un "balance general" por la gerencia de
dicha sociedad, pues si aquel unilateral administrador se negó a rendir cuentas de tales operaciones, no se
entiende de que manera y mediante que argumentos puede ser convencido de que colabore con la
formulación de una cuenta en el balance, comprensiva de aquella y aquellas operaciones que tanto esmero
tuvo en ocultar a sus colegas.

En el segundo de los casos —"Future Computación SRL c/ Colodro Jorge"— la apelación por el Tribunal de
Alzada al dogmatismo jurídico es patética, pues afirmar —ante la concreta demanda de rendición de cuentas
formulada por un gerente a su coadministrador con respecto a una determinada operación realizada
exclusivamente por éste, malgrado la necesidad de actuación conjunta requerida por el contrato social—
que dicha demanda es improcedente, en tanto lo correcto societariamente lo constituye la formulación
"conjunta" de los estados contables comprensiva de ese negocio, constituye una manera de resolver que
ignora la realidad de los hechos invocados, pues de tal forma no se atiende debida y prácticamente el
derecho de información que corresponde a cada administrador e impide que estos puedan tomar razón del
contenido y resultado de determinadas operaciones sociales y sin cuyo conocimiento no podrán formular los
balances sociales de la manera requerida por el Tribunal ni de ninguna otra.
Finalmente, y en cuanto al precedente "Hanomo Missim c/ Sassid José", en donde se presentó el caso de
una supuesta división de funciones entre los gerentes de una sociedad de responsabilidad limitada, mal
puede rechazarse la demanda de rendición de cuentas formulada por un gerente a otro sobre una operación
que estuvo a cargo de esta última, con el argumento de que lo que hubiese correspondido era la
modificación del contrato social y no mantener un administrador (el actor), que no lo era en los hechos,
pues no es misión de los Tribunales dar recomendaciones a los justiciables ni convencerlos que deben
resignarse ante un hecho consumado productos de actuaciones anteriores, sino que deben poner las cosas
en su lugar y dar una solución justa al conflicto que se presenta a juzgamiento, lo cual es dar estricto
cumplimiento a la republicana misión de administrar justicia.

Lo realmente cuestionable de todos esos precedentes es que, haciendo uso de tan dogmáticos argumentos,
quedó sin sanción la conducta de ciertos gerentes que incumplieron una de las obligaciones más
importantes que pesa sobre los administradores de bienes ajenos, cual es, la de informar sobre el estado y
destino de los mismos. La única perjudicada con tal manera de resolver fue la propia sociedad la cual es,
como hemos dicho, la beneficiaria de todo pedido de rendición de cuentas efectuada a sus administradores.

Creemos pues que, a diferencia de lo que parece ser corriente predominante en nuestra doctrina judicial, la
acción de rendición de cuentas formulada por un administrador a otro u otros constituye una actuación que
es procedente desde todo punto de vista, pues merced al conocimiento que todos los administradores
adquieran de la marcha de los negocios sociales, podrán ellos formular los estados contables en forma legal
y veraz y someterlos a consideración de todos los integrantes de la sociedad.

Finalmente, corresponde formularse otra pregunta que nuestra jurisprudencia ha debido dar concreta
respuesta: ¿Es invocable la doctrina de los propios actos al socio que, ante la existencia de irregularidades en
los registros contables, reclama de los administradores la rendición de cuentas sobre una operación
determinada, cuando aquel integra el órgano de administración de la sociedad?

A diferencia de lo que fue resuelto por la jurisprudencia(758), soy de opinión que, aún cuando el actor, como
gerente de la sociedad, hubiese sido responsable de tales anomalías, ello no lo inhibe de promover las
acciones judiciales tendientes a normalizar el funcionamiento de la sociedad, pues la doctrina de los propios
actos solo es invocable cuando la conducta antecedente, si bien contradictoria con actuales actuaciones del
mismo sujeto, era ajustada a derecho, pues razonar en sentido contrario impediría a los ciudadanos la
posibilidad de arrepentirse de sus anteriores conductas antijurídicas, lo que el derecho no puede permitir.

d) La sociedad regularmente constituida en estado de liquidación

Habida cuenta que la disolución implica el fin de la vida activa de la sociedad y una profunda mutación del
fin societario, en tanto como consecuencia del acaecimiento de una causal de disolución, la sociedad dejará
de realizar la actividad inherente a su objeto social para reemplazarla por una actividad encaminada
exclusivamente a la realización del activo y cancelación del pasivo, la presentación anual de los estados
contables no constituye en principio obligación exigible a los liquidadores, salvo que la liquidación se
prolongare, en cuyo caso se confeccionarán balances anuales además de la obligación que pesa sobre
aquellos de informar trimestralmente a los socios sobre el estado de la liquidación(759)(art. 104, ley 19.550).

La información periódica prevista por el art. 104 de la ley 19.550 constituye una rendición de cuentas sobre
la liquidación de la sociedad, que debe ser presentada conforme los términos de los arts. 853 a 864 del
Código Civil y Comercial de la Nación. Repárese que la ley 19.550 no impone la celebración de asambleas o
reuniones de socios convocadas a los fines de aprobar esa información, la cual debe considerarse
tácitamente aprobada para el caso que la misma no fuese impugnada expresamente, tal como lo prescribe
el art. 862 del referido cuerpo legal unificado. Pero la existencia de saldo positivo en la operación de que se
trata no implica distribución inmediata entre los socios, pues para ello deberán esperarse las oportunidades
previstas por los arts. 107 y 109 de la ley 19.550, que legislan sobre la distribución parcial y final de la cuota
liquidatoria.

La jurisprudencia ha admitido que el liquidador de una sociedad comercial es uno de los sujetos legitimados
en el cumplimiento de la obligación de rendición de cuentas que impone el Código de Comercio(760), a lo
cual no obsta la obligación de presentar los balances anuales prescripta por la parte final del art. 104 de la
ley 19.550, cuando la liquidación se prolongare, por cuanto el cumplimiento de esta obligación no reemplaza
la presentación de los informes trimestrales, sino que la complementa, como el legislador se ha encargado
de destacar.
A todo lo expuesto tampoco obsta lo dispuesto por el art. 109 de la ley 19.550, en cuanto prescribe la
obligación de los liquidadores de confeccionar un balance final de liquidación, como requisito previo para la
distribución de la eventual cuota liquidatoria entre los socios, pues como ha sido destacado en un
precedente jurisprudencial, relativamente reciente y cuya doctrina se comparte, el balance final de
liquidación, cuya confección impone al liquidador del art. 109 de la ley 19.550, constituye una virtual
rendición de cuentas, sustancialmente disímil al balance de ejercicio, pues queda reducido a indicar las
disponibilidades existentes, los resultados (ingresos y egresos) provenientes de la gestión liquidatoria y las
cuentas de contrapartida patrimonial indicativa de los saldos globales a favor de los socios(761).

e) Los herederos del socio fallecido

El principio general que predica que en las sociedades regulares, mientras dure la vigencia del contrato
social no es dable exigir como principio de los administradores, otras cuentas que no sean las formuladas en
los respectivos balances y estados contables, no resulta aplicable frente a los herederos del socio fallecido,
cuando aquellos tuviesen vedado su acceso a la sociedad, de conformidad con lo dispuesto por el art. 90 de
la ley 19.550.

En tal caso, esto es, cuando los socios hubiesen previsto en el contrato social que los herederos del socio
fallecido no ingresarán a la sociedad, éstos tendrán derecho al reembolso de la participación societaria del
mismo, pero carecerán del derecho de información que la ley 19.550 otorga a todo integrante de la
sociedad. En tal sentido, todos los contratos de sociedad donde se estipula esa alternativa, contienen una
expresa previsión sobre la forma de liquidar la parte del socio premuerto, que se concreta generalmente a
través de un balance especial de liquidación, comprensiva del valor llave de la empresa, en cuya confección
aquellos herederos deberán tener amplia participación.

Pero tal manera de determinar económicamente la participación del socio fallecido no descarta otras
alternativas, como por ejemplo, la determinación del valor de aquella participación mediante el último
balance aprobado, y la rendición de cuentas periódicamente formuladas a los herederos, sobre las
operaciones sociales pendientes de ejecución a la fecha del fallecimiento del socio premuerto.
Precisamente, estas rendiciones de cuentas deberán formularse de conformidad a lo dispuesto por los arts.
858 a 864 del CCyCN y deberán ser aceptadas por sus destinatarios en forma expresa o tácita, como lo
prevén aquellas normas.

3.3. Prescripción de las acciones de rendición de cuentas en las sociedades regulares

Admitida la posibilidad de exigir rendición de cuentas a los administradores de sociedades comerciales


regularmente constituidas en determinadas circunstancias, queda por definir el término de prescripción de
las acciones judiciales correspondientes, y la cuestión no ofrece mayores dificultades: la acción por rendición
de cuentas dirigida contra el administrador societario queda incluida dentro del art. 2560 del Código Civil y
Comercial, que prevé, como plazo genérico de la prescripción liberatoria, el de cinco años, no existiendo
plazo especial que fije un término prescriptorio diferente.

§ 4. La representación de la sociedad. La doctrina del "ultra vires" y la teoría de la apariencia

El art. 58 de la ley 19.550 se refiere expresamente al régimen de representación de la sociedad, es decir, a la
actuación de su representante frente a terceros, estableciendo expresamente que: "El administrador o el
representante que de acuerdo con el contrato o por disposición de la ley tenga la representación de la
sociedad, obliga a ésta por todos los actos que no sean notoriamente extraños al objeto social".

Este dispositivo legal consagra lo que se ha dado en llamar la "doctrina del ultra vires", que constituye una
consecuencia directa del principio de especialidad que caracteriza el régimen de capacidad de toda persona
jurídica, conforme a la cual, y a diferencia de las personas de existencia visible, la responsabilidad de la
sociedad por las obligaciones celebradas por sus representantes se limita a los actos comprendidos en el
objeto social.

La doctrina del ultra vires ratifica la trascendencia del objeto social, que además de ser único, debe estar
detallado, con precisión y determinación, en el contrato social o estatuto (art. 11, inc. 3ºLSC). La inscripción
de este instrumento en el Registro Público de Comercio permite conocer a terceros cuáles son los actos que
la sociedad puede realizar, de manera tal que, como consecuencia del rol que el legislador le ha otorgado a
la inscripción de actos societarios, esto es, la plena oponibilidad por la sociedad de las cláusulas insertas en
el contrato social, los terceros no podrían exigir a la sociedad el cumplimiento de obligaciones que resultan
exorbitantes de la actividad comprendidas en el objeto social.

En otras palabras, el objeto social señala una importante limitación a la capacidad de la sociedad, pero debe
tenerse presente que si bien esta no responde por los actos notoriamente extraños al mismo, realizados por
sus administradores o representantes, no siempre resulta sencillo determinar cuáles son los actos
inherentes al giro social, pues además de éstos, los administradores deben llevar a cabo una serie de actos,
de naturaleza preparatoria, conexa o de conservación de los bienes sociales, que muchas veces parecen, a
primera vista, incompatibles con la actividad empresaria que desarrolla la sociedad.

Ello constituye en definitiva una situación de hecho que el juez debe resolver en cada caso conforme a las
modalidades que se presentan en ellos, y en caso de dudas deberá considerarse obligada la sociedad, pues
debe presumirse que el administrador o representante actúa con conocimiento de sus facultades, sin
perjuicio de la responsabilidad de estos por los perjuicios causados a la sociedad y a los socios. Ello es
consecuencia del principio de apariencia de legalidad que supone la actuación de todo administrador o
representante de una sociedad, a la cual nuestra jurisprudencia ha recurrido en forma permanente y que
pone importantes límites a la doctrina del ultra vires y en tal sentido se ha interpretado que el criterio de
la ley 19.550, al obligar a la sociedad por los actos que no sean notoriamente extraños al objeto social, debe
ser interpretado en forma amplia, por cuanto debe protegerse a los terceros de eventuales sorpresas,
quienes contratan con la sociedad guiándose por la apariencia que se les ofrece y que se verían defraudados
si aquella pudiere oponerles hipotéticas limitaciones estatutarias a la representación de quién firma por la
persona jurídica(762).

Del mismo modo, la teoría de la apariencia también es aplicable cuando se pretende oponer a terceros la
actuación de otros órganos de la sociedad que son contrarios al acto celebrado por el administrador o
representante, y ello se presenta en la práctica cuando la sociedad invoca un acuerdo de los socios que deja
sin efecto un contrato celebrado por aquel. Se ha resuelto, y obligando a la sociedad por el cumplimiento de
sus compromisos, que el tercero que contrata con la sociedad tiene derecho a presumir que se han cumplido
todas las regulaciones internas y que los actos de sus administradores o representantes, gozan de una
presunción de legitimidad(763), y en igual sentido se ha resuelto, obligando a la sociedad por las
obligaciones asumidas por sus administradores o representantes, cuando la designación de los mismos
hubiese sido cuestionada en su legalidad por socios o accionistas de la misma.

En definitiva, y conforme al principio de la apariencia, la existencia y los alcances del acto con relación a los
terceros de buena fe deben ser juzgados sobre la base de su manifestación externa, de modo que esa
configuración produzca convicción respecto de su regularidad y realidad(764).

Pero debe quedar en claro la compatibilidad de la doctrina del ultra vires, a la cual ha adherido
expresamente el legislador en el art. 58, con el principio de legalidad de la apariencia que genera la actividad
de todo sujeto de derecho. La primera es plenamente aplicable cuando el acto realizado por el
administrador o representante de la sociedad no deja margen de dudas sobre la incompatibilidad del mismo
con el objeto de la sociedad. Por su lado, la teoría de la apariencia constituye un principio general de
derecho al cual deberá echarse mano en caso de duda sobre la inclusión o no del acto dentro del objeto
social de la sociedad y sobre la legalidad de la operación contraída, cuando no se ha respetado la
organización plural del régimen de representación previsto en el contrato constitutivo o estatuto.

La jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles se ha pronunciado infinidad de veces sobre la cuestión,


y en protección de los terceros, ha considerado obligada a la sociedad, echando mano a la doctrina de la
apariencia, no solo cuando la actuación del representante de la sociedad puede exhibir alguna irregularidad
en torno a la infracción al régimen de representación plural, en tanto en estos casos la responsabilidad del
ente se encuentra expresamente incluida entre las excepciones previstas por el art. 58 de la ley 19.550, sino
cuando el documento o contrato ha sido suscripto por un integrante de la sociedad que carecía de
facultades para obligar a ésta (director no presidente; director suplente; apoderado sin facultades
suficientes; dependiente de la sociedad; etc.) y en tal sentido ha sido resuelto que corresponde excluir la
oponibilidad a terceros de las reglas estatutarias de la representación cuando la conducta de la sociedad ha
sido idónea para crear una apariencia en la atribución de las facultades que invocan los suscriptores de los
títulos, aún infringiendo los estatutos, debiendo merituarse a tal efecto el silencio guardado por la sociedad
que no impidió, como lógicamente hubiera podido y debido, que los firmantes de los documentos
cumplieran una actuación idónea para crear una apariencia de las que los terceros pudieran prevalerse, al
así generarse la certidumbre de que la sociedad quedaba obligada, y esta confusión no puede recaer sobre
los terceros de buena fe, sino sobre la misma sociedad, que provocara aquella(765).

Dichas conclusiones se refuerzan tratándose de la ejecución de documentos firmados por el representante


de la sociedad deudora, cuando quien los suscribió no revestía el carácter de representante legal de la
misma(766), en tanto ha sido también resuelto que el cuestionamiento de la actuación de su representante
por la entidad deudora no puede plantearse en un juicio ejecutivo, atento las limitaciones cognoscitivas de
este proceso(767), y ello tanto más cuando quien sin desempeñar el carácter de representante legal de la
sociedad ha suscripto un documento en ejercicio del uso de la firma social, ha insertado el sello de la
compañía, por resultar ello circunstancia suficiente en orden de crear la apariencia de asunción de la
obligación cambiaria por parte de la sociedad(768).

Aclarado ello, y entrando de lleno en la problemática de la celebración de actos notoriamente extraños al


objeto social, cuadra efectuar las siguientes distinciones:

a) Si el acto no encuadra estrictamente en el objeto social, pero no resulta "notoriamente" extraño al
mismo, la sociedad responderá por los actos del administrador, sin perjuicio de la responsabilidad de este
frente a la misma entidad y a sus integrantes. En este caso, la doctrina de la apariencia juega en favor de los
terceros, quienes deben ser favorecidos en caso de duda sobre la naturaleza del acto para obligar a la
sociedad por las consecuencias del mismo.

b) Si el acto fuere "notoriamente" extraño al objeto social, la sociedad no debe responder por dichas
obligaciones, salvo en los casos en donde se presenten las excepciones previstas por el art. 58 de la ley
19.550, y los terceros no pueden considerarse defraudados, pues la registración del contrato social les
impuso del contenido del objeto de la sociedad, recayendo, en este caso, la protección legal en favor de los
socios, sobre quienes, en definitiva, no pueden recaer los efectos de ese acto.

§ 5. ¿Que debe entenderse por actos notoriamente extraños al objeto social

Como hemos explicado, el legislador ha utilizado la fórmula "actos notoriamente extraños al objeto social"
para minimizar el riesgo de que cualquier operación aparentemente no vinculada al objeto social pudiera ser
discutida en sede judicial, con el único propósito, por la sociedad, de demorar o evitar el cumplimiento de
sus obligaciones. De allí que la notoriedad exigida por el art. 58 de la ley 19.550 tiene un sentido concreto:
que la ajenidad de la operación con el objeto social se encuentre para todos, fuera de toda duda posible. En
tal sentido se ha resuelto que el exceso debe alcanzar el grado de notorio, vale decir, ser claro, indudable,
grosero, apreciado con el criterio de un "hombre corriente de negocios". Si el acto es dudoso, en cuanto a la
calificación requerida por la ley, la duda se resuelve a favor del tercero, y las extralimitaciones del
representante o su imprudencia, inidoneidad y deslealtad etc., deben cargarse a la sociedad representada,
sin perjuicio de la responsabilidad de aquel frente a ésta por la infracción(769).

No debemos olvidar tampoco que la ley 19.550 admite la celebración de operaciones no comprendidas


directamente en el objeto social, como las inversiones financieras (art. 64, 2.1. a), aún cuando tal actividad
no se encuentra incluida dentro del objeto social de la sociedad. Esta norma no implica dejar sin efecto la
regla general prevista por el art. 58 en análisis, sino que solo brinda una herramienta para que los
administradores de la sociedad puedan invertir su dinero en forma redituable en beneficio del patrimonio
social.

Ahora bien, la notoria ajenidad de un acto con el objeto social no se mide exclusivamente por ser aquel
diferente, en cuanto a su contenido, con las operaciones que se vinculan con el objeto de la sociedad, sino
también por la magnitud del acto (como la venta o cesión de la totalidad o parte importante del activo) o
por el hecho de tratarse de operaciones que no tengan un fin societario, entendido por tal toda actuación de
sus administradores o representantes que no contribuyan directa o indirectamente, a la obtención de
ganancias. Tal es el caso, salvo aisladísimas situaciones, del otorgamiento de garantías a favor de terceros,
que tornan directamente aplicable el art. 58 de la ley 19.550.
En este sentido, la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Mar del Plata, sala I, en los autos "Banco
Río de la Plata SA s/ Incidente de revisión por Liledi Sociedad Anónima s/ concurso preventivo", de fecha 30
de mayo de 2006, receptó el criterio antes expuesto, resolviendo que la hipoteca constituida por una
sociedad en garantía del pago de una deuda de otra sociedad, constituye un acto notoriamente extraño al
objeto social, porque no es necesario para concretar la actividad de la empresa y porque no ha sido realizada
en interés de la sociedad sino en beneficio de una tercera(770).

§ 6. Aplicación práctica de la doctrina del "ultra vires". El otorgamiento de garantías por parte de una
sociedad a favor de terceros

Un supuesto frecuente que puede dar lugar a la aplicación del principio general previsto por el art. 58, LSC,
se presenta cuando el tercero pretende demandar a la sociedad ante el otorgamiento de avales o fianzas
asumidas por su representante legal, en garantía de obligaciones contraídas por terceros.

Esta hipótesis es moneda corriente no solo en las sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades
anónimas "cerradas" o "de familia", en donde éstas garantizan con su patrimonio obligaciones personales
contraídas por sus socios o administradores. Del mismo modo, el otorgamiento de fianzas, avales o cualquier
otro tipo de garantías se presenta con suma frecuencia en los casos de agrupamiento de sociedades, cuando
una sociedad del grupo sale en auxilio de otra compañía, para asegurar frente a terceros el cumplimiento de
las obligaciones contraídas por ésta.

Como no resulta posible dar una respuesta única para dar solución a estos casos, es necesario efectuar las
siguientes distinciones:

a) En primer lugar, cuando la sociedad otorga avales o fianzas en garantía de obligaciones contraídas por la
misma, la validez de tal operatoria no ofrece dudas, pues ella es actuación conexa, complementaria o
subordinada al objeto de la sociedad, como lo autoriza expresamente el art. 63 inc. 3º de la ley 19.550.

b) En segundo lugar, cuando la sociedad otorga avales o fianzas en garantía de obligaciones asumidas por
terceros, ha sido señalado que la viabilidad del otorgamiento de tales garantías por la sociedad depende de
que el ente tenga o no objeto financiero, siendo la respuesta afirmativa en el primer caso o negativa en el
segundo(771)y si bien puede coincidirse con esta manera de razonar, ello solo es viable cuando la sociedad
perciba retribución por haber prestado la garantía (hipótesis expresamente permitida por el derogado art.
483 del Código de Comercio y no prohibida por el Código Civil y Comercial de la Nación), pues las fianzas
gratuitas, aún cuando el ente tuviera objeto financiero, deben ser consideradas actos exorbitantes al objeto
social, pues carecen del fin societario, además de que tales actos no pueden ser considerados nunca como
financieros o de inversión, si la sociedad no percibe renta o ganancias por tales operaciones.

c) En tercer lugar, nos encontramos con fianzas u otras garantías, otorgadas por el director para garantizar
obligaciones personales, operaciones sobre las cuales la doctrina y la jurisprudencia no dudan sobre su
inexigibilidad a la sociedad(772), criterio éste que debe extenderse a la hipótesis ya señalada anteriormente,
cuando el comprador de acciones garantiza el saldo de precio convenido con el vendedor con bienes
sociales, operatoria muy frecuente en nuestra realidad negocial, que se denomina "leverage buy out" y que
ha sido acertadamente descalificada por nuestra jurisprudencia(773).

Creemos en definitiva que, salvo el caso de que la sociedad tenga como objeto la realización de operaciones
financieras, y que aquella perciba una contraprestación concreta por tal actividad, el otorgamiento de
cualquier tipo de garantías a favor de terceros constituye un acto notoriamente extraño al objeto
social(774), y en este caso, no resulta posible invocar la doctrina de la apariencia, pues tales operaciones no
son corrientes con el giro habitual de una sociedad ni se compadecen con la marcha habitual de los negocios
sociales, de manera que no es exagerado imponer al tercero contratante con la sociedad, y beneficiario del
otorgamiento de tal garantía, que extreme los recursos para asegurarse que la sociedad deudora tenga
suficiente capacidad para realizar tales operaciones.

Adicionalmente, tal solución tiende, además a proteger a los socios o accionista de la sociedad que ha
prestado esa garantía, cuando ellos son ajenos al grupo de control, quienes verán afectado su derecho a los
dividendos cuando la referida sociedad deba cumplir con esa garantía, sin haber recibido la menor
contraprestación por tal servicio.

§ 7. Excepciones al principio general previsto por el art. 58 de la ley 19.550


Conforme a los términos del art. 58 de la ley 19.550, la sociedad no sólo no queda obligada por las
operaciones celebradas por sus administradores o representantes que exorbiten el objeto social, sino
tampoco por aquellas obligaciones contraídas por sus representantes, en las que no se hubiera respetado el
régimen de representación previsto en el estatuto.

Este principio sin embargo sufre algunas excepciones, basadas en el principio de la apariencia, pero que
siempre suponen la existencia de buena fe por parte del tercero contratante. Las excepciones son las
siguientes:

a) Obligaciones contraídas mediante títulos valores. Ello se explica por la razón de que estos documentos —
letras de cambio, pagarés, cheques, etc.— están destinados a circular, ya sea a través de endosos, cesiones o
simple tradición, conforme modalidades de su creación, y no sería lógico oponer a un tenedor legitimado
que reclama su cobro a la sociedad, una causal de inoponibilidad a la cual es ajeno.

b) Contratos entre ausentes. El art. 58 de la ley 19.550 ha incluido esta clase de contratos dentro de las
excepciones previstas en dicha norma, teniendo en cuenta que por razones de distancia con respecto al
lugar de inscripción registral de la sociedad deudora, el tercero contratante no ha podido razonablemente
conocer las cláusulas del contrato social.

c) Contratos de adhesión o concluidos mediante formularios. Por haber sido redactados en su totalidad por
la sociedad, estos contratos hacen presumir cierta apariencia de regularidad. Ello explica que la
jurisprudencia sea unánime en el sentido de interpretar las cláusulas de los mismos en favor del contratante
que no participó en la redacción del mismo, limitándose a aceptarlo sin discusión.

La Ley de Contrato de Trabajo (ley 20.744), receptando asimismo la teoría de la apariencia, consagra en su
art. 38 otra excepción al principio consagrado en el art. 58 de la ley 19.550, en cuanto reputa, a los fines de
la celebración del contrato de trabajo, actos de las personas jurídicas, las de sus representantes legales, o
"de quienes, sin serlo, aparezcan como facultados para ello".

La jurisprudencia de nuestros tribunales de comercio ha entendido —con toda razón— que la filosofía del
art. 58 de la ley 19.550, en tanto enuncia un repertorio de cuatro excepciones al principio general de
inoponibilidad, resulta susceptible de interpretación extensiva, pues es lo que más le conviene al sentido
evolutivo de la jurisprudencia universal y a la tutela del interés de los terceros, que compromete la equidad,
pues no parece justo que en la tensión dialéctica entre la corporación con el paquete de significativas
prerrogativas que su subjetividad diferenciada implica para sus miembros (arts. 141 del Código Civil y
Comercial de la Nación y art. 2º de la ley 19.550) y el derechos de los terceros contratantes, se privilegie a
aquellos(775).

§ 8. La necesaria buena fe del tercero que ha contratado con la sociedad

Ahora bien, y como expresamente lo dispone la norma en análisis, las excepciones previstas por el art. 58 de
la ley 19.550 parten de la base de que el tercero contratante de la sociedad ha celebrado esta operación de
buena fe, pues si éste tiene conocimiento efectivo de que el acto se celebró en infracción a la representación
plural, el acto será entonces inoponible a la compañía.

La solución es justa, puesto que la buena fe que requiere el art. 58 de la ley 19.550 para proteger a quienes
han contratado con los administradores o representantes legales de una sociedad, habiendo éstos actuado
en infracción a la organización plural, se caracteriza por un obrar con el cuidado y previsión normales para el
tipo de negocio jurídico celebrado, por lo que no podrá invocarla quien haya actuado en forma negligente,
con ignorancia culpable o bien conocimiento la inexistencia de un obrar conforme a derecho

Una concreta aplicación de la doctrina establecida por el art. 58 de la ley 19.550 se produjo en el caso "Peña
Freytes && Asociados c/ Los Lagartos Country Club SA s/ cobro de sumas de dinero", resuelto por la sala C
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fecha 30 de octubre de 2002. Se trataba de una
demanda judicial que los actores, titulares de un importante estudio contable, habían iniciado contra la
sociedad demandada, reclamando una significativa suma de dinero, por servicios profesionales prestados a
la misma y fundado en un contrato de locación celebrado con la sociedad. Al responder la demanda, la
sociedad accionada argumentó que dicho contrato, que superaba con creces la actividad normal de aquella y
que constituía una operación extraordinaria, atento el monto involucrado, carecía de una formalidad
indispensable, pues no había sido autorizado por el directorio de la sociedad, órgano que ni siquiera había
debatido dicha contratación, sino que dicho contrato había sido suscripto por el presidente de la firma, sin
respaldo del órgano de administración de la sociedad. Ante esos argumentos, la actora requirió del tribunal
la aplicación al caso y en su favor de lo dispuesto por el art. 58 de la ley 19.550, invocando su buena fe y
ajenidad a las irregularidades existentes en el seno de la sociedad deudora, las que, a su juicio, le resultaban
inoponibles. La justicia dio la razón a la sociedad y rechazó expresamente la demanda, con el argumento de
que la estrecha relación entre quienes por más de quince años venían desempeñando en la sociedad
demandada actividades profesionales de índole contable e impositiva y de la condición de profesionales
expertos en esa materia, excluye la posibilidad del "engaño" que podrá resultar de la apariencia protegida
por la ley en el art. 58 de la ley 19.550, en tanto aquellos no podían desconocer que el órgano de
administración de la sociedad era el único órgano competente para autorizar la celebración del contrato de
locación de servicios profesionales firmado entre la actora y el presidente del directorio de la sociedad, sin la
menor referencia a la necesaria resolución del directorio(776).

§ 9. Efectos que produce la celebración de los actos notoriamente extraños al objeto social. La "ratificación"
por la sociedad del acto notoriamente extraño al objeto social

Diversas doctrinas existen en torno a las consecuencias de la realización por el representante de la sociedad
de "actos notoriamente extraños al objeto social":

a) Según una primera tesitura, y que comparto plenamente, el objeto social fija la capacidad de la sociedad,
por lo cual ésta tiene una verdadera incapacidad de derecho para realizar actos notoriamente extraños al
mismo. Por obvia consecuencia, y conforme al actual régimen del Código Civil y Comercial de la Nación, los
actos notoriamente extraños al objeto social son nulos de nulidad relativa, con las consecuencias que ello
apareja (arts. 386 del Código Civil y Comercial de la Nación).

b) Según otra opinión, no se trata de un problema de capacidad sino de inoponibilidad del acto con relación
a la sociedad. Tal es la posición que sobre el tema asumió Butty, quien predica la diferencia entre nulidad y
la inoponibilidad, pues mientras que la nulidad se fundamenta en vicios de forma o del objeto, la
inoponibilidad se funda en las desviaciones de la causa contractual, ya sea en la constitución de la sociedad o
en el obrar de la misma(777). Esta doctrina sin embargo, olvida que, como sucede con todas las personas de
existencia ideal, la sociedad comercial no goza de una capacidad absoluta, como acontece con las personas
físicas, sino que, por estricta aplicación del principio de especialidad, su actuación está limitada por el objeto
social y de allí que la tesis de la inoponibilidad, que implica por definición la validez del acto pero su
ininvocabilidad por determinadas personas, resulte sanción que no se ajusta a nuestro ordenamiento legal.

Sucede con frecuencia que ante la existencia de cuestionamientos de un acto notoriamente extraño al
objeto social, el órgano de administración de la sociedad convoca a una asamblea o reunión de socios a los
fines de que dicho órgano se expida sobre la validez de dicho acto, y no es menos habitual en el mundo de
los negocios, que ante la "ratificación" —que en puridad jurídica es una "confirmación" (arts.
1061 a 1065 del Código Civil) del acto jurídico nulo—, por parte de los integrantes de la sociedad, las partes
proceden a ejecutar ese acto, considerando que, de esa forma, han subsanado los vicios que padecía el acto
antecedente. En principio, coincido con Halperin en que ese proceder podría ser considerado inadmisible y
que los actos notoriamente extraños al objeto social no pueden ser ratificados por la asamblea de
accionistas o reunión de socios, salvo unanimidad de votos, porque importaría modificar el objeto social a
posteriori sin los requisitos exigidos por la ley (arts. 7º, 10 y 167 de la ley 19.550), aún cuando la ratificación
se cumpla con los recaudos del art. 244 de la ley 19.550(778). A lo sumo, podría argumentarse, para el caso
de que la sociedad decida cumplir con ese compromiso, debe requerirse una decisión unánime de los socios
o accionistas, que se pronuncien favorablemente en torno a esa operación, y, finalmente, para el caso de
que esa supuesta "ratificación" haya sido decidida por mayoría, todo socio o accionista que no hubiere
prestado su consentimiento al cumplimiento de esa obligación, goza del derecho de receso en los términos
del art. 245 de la ley 19.550, pues si este derecho está expresamente concedido al accionista que no votó
favorablemente el cambio fundamental del objeto en el seno de una asamblea extraordinaria, mal se puede
negar el ejercicio del derecho de separación cuando ese cambio de objeto es realizado sin cumplir con las
formalidades previstas por la ley (arts. 235 y 244 in fine de la ley 19.550).

§ 10. Límites procesales a la invocación de la doctrina del ultra vires


Como hemos ya señalado, y por razones estrictamente procesales, la jurisprudencia ha declarado la
improcedencia de la violación de los límites del objeto social de la ejecutada, invocada en el marco del juicio
ejecutivo, en tanto ello requiere la indagación de la causa del libramiento del título de crédito, para
compararla con el objeto, en los términos del art. 58, LSC(779).

Sin perjuicio de que ello ha sido aceptado unánimemente por la jurisprudencia, habida cuenta la naturaleza
del juicio ejecutivo, soy de opinión que la imposibilidad de invocar la causa de la obligación por razones
estrictamente personales, supeditando esa discusión a un proceso ordinario posterior, como lo admite
nuestra ley procesal, constituye una verdadera violación al derecho constitucional de defensa en juicio y un
claro ejemplo de dogmatismo incompatible con el servicio de justicia y el sentido común, toda vez que no se
entiende como y de qué manera puede limitarse el derecho de defensa del ejecutado a la oposición de
excepciones basadas en el documento en ejecución y no en el negocio causal, que es lo verdaderamente
trascendente de toda relación jurídica.

§ 11. El uso de la firma social

Corresponde aclarar, en primer lugar, que la expresión "uso de la firma social" se refiere al ejercicio concreto
de la representación de la sociedad.

Si bien la ley 19.550 no contiene disposición concreta sobre la forma en que el uso de la firma social debe
exteriorizarse para obligar a la sociedad, es evidente, como lo ha sostenido la jurisprudencia en forma
reiterada, que la firma o nombre social mediante la cual se establece la asunción de una obligación por la
sociedad, debe presentarse con tal claridad que indique la actuación de un ente colectivo y no la de una o
varias personas de existencia visible(780).

Repárese que lo que determina la imputación del acto a la sociedad es la claridad en la actuación de su
representante, quien no debe dejar margen de dudas en cuanto a que su intervención lo ha sido a nombre y
por cuenta de la sociedad que representa. La ley no exige fórmulas sacramentales ni prescribe cuáles deben
ser los medios utilizados para efectuar la aclaración de que se está actuando en representación de un ente
colectivo, de modo tal que, aunque no existiera sello aclaratorio, la sociedad queda obligado por la
actuación de su representante, cuando existen suficientes elementos de juicio que permitan deducir que la
obligación ha sido contraída a nombre de la compañía y no a título personal del suscriptor del documento.

Esta cuestión dio origen a un nutrido debate en nuestra jurisprudencia, referido al uso de la firma social en
las letras de cambio y pagarés, como veremos en los párrafos siguientes.

La responsabilidad de la sociedad por las obligaciones contraídas en títulos circulatorios, supone obviamente
la necesaria aclaración por parte del firmante de que se obliga en representación de aquella, pues de lo
contrario, y conforme a los principios generales que gobiernan esos títulos, quedará el suscriptor
personalmente obligado a satisfacer la deuda contenida en el documento.

Tanto el decreto 5965/1963 como la ley 19.550, disponen coincidentemente, en protección de los terceros y
del comercio en general, y atendiendo a la naturaleza y caracteres de estos títulos, que la firma de los
documentos librados en representación de la sociedad que administran o representan, obliga a esta por las
sumas allí consignadas, aun cuando se infrinja el régimen de representación plural establecido en el contrato
social o estatuto (art. 58, LSC), sin necesidad de poder especial para obligarla cambiariamente, en la medida
que esa facultad está implícita dentro de las potestades del representante social (art. 9º, párr. 2º, dec.-ley
5965/1963).

Lamentablemente, y habiendo ese decreto omitido legislar las formalidades necesarias para tener por
acreditada en forma fehaciente esa representación, nuestros tribunales comerciales han vacilado sobre el
particular, y fundándose en el carácter formal de los títulos circulatorios, que exige el estricto cumplimiento
de las formas para manifestar la voluntad creadora del título, se resolvió, en forma reiterada —aunque con
alguna disidencia— que, en tanto la firma del suscriptor obliga cambiariamente al firmante, aquella debe
expresar sin lugar a dudas, cuál es la persona obligada al pago, concluyéndose que "la firma debe estar
asentada bajo el sello de la sociedad, y expresado el carácter de su representante"(781), doctrina esta
coincidente con la opinión de Williams sobre el particular, quien sostuvo al respecto que la firma por sí sola
obliga cambiariamente al firmante y la posición de esa firma en el documento determina la responsabilidad
del suscriptor"(782).
La práctica diaria demuestra que no son pocos los documentos en los cuales el librador omite estampar el
sello que acredite su carácter de representante, haciendo constar esa circunstancia, así como el nombre y
domicilio en un lugar preimpreso destinado a aclarar esos datos, y que obra al margen inferior izquierdo del
pagaré.

Insólitamente, esa aclaración no resulta a juicio de nuestros tribunales de comercio de virtualidad suficiente
para obligar a la sociedad, habiéndose resuelto que las menciones hechas a la izquierda de los pagarés, sin
integrar su texto, carecen de entidad a tal efecto(783)y ello por cuanto las cláusulas allí insertas tienen
eficacia cambiaria para fijar el domicilio del librador, pero por resultar extracambiarias, no pueden afectar la
declaración cartular, en cuanto a la aclaración del nombre del firmante que precede a su domicilio. Por ello,
la firma o firmas insertas en la letra o en el pagaré deben expresar sin lugar donde se estampan, quién es el
obligado por su declaración y en caso de no actuar por derecho propio, en qué carácter actúa(784).

En los autos "Beggini, J. C. c/ Inversora Mercantil SA" de fecha 29 de noviembre de 1984, la sala B de la


Cámara de Apelaciones volvió a insistir en el mismo criterio, resolviendo que la firma o nombre social
mediante la cual se establece la asunción de una obligación por la sociedad, debe presentarse con tal
claridad, que indique la actuación de un ente colectivo y no la de una o varias personas de existencia visible.
Para que ello pueda lograrse debe emplearse la firma o razón social y obligándose por medio de mandatario,
figurará la firma de este y la correspondiente indicación de su situación legal. Si la firma que suscribe el
pagaré en ejecución no se encuentra acompañada de indicación de la cual resulte que el firmante actuó
como órgano o representante de la sociedad, resulta responsable la persona física que suscribe la obligación
instrumental, sin que a ello obste el aditamento 'presidente' que acompaña la firma inserta en el título ni la
mención contenida en el margen izquierdo del documento.

Contrariamente con esa orientación jurisprudencial, la sala E del mismo tribunal resolvió, en autos "Banco
Sidesa SA (en liquidación) c/ Cementera Comercial SA s/ejecutivo" de fecha 22 de agosto de 1984 se
pronunció en el sentido exactamente inverso, otorgando pleno valor a las inscripciones obrantes en el
margen izquierdo del documento, que integran su texto y nada impide pues que la firma ológrafa sea
aclarada debidamente en otro lugar del mismo documento, y con mayor razón en aquel lugar reservado a
identificar al librador. Siguiendo su orientación se pronunció el 20 de noviembre de 1986, la sala A del
mismo tribunal de alzada, en los autos "Tagliani, E. c/ Industrias Textiles Caube SRL s/ ejecutivo".

La cuestión fue resuelta finalmente por el fallo plenario dictado en los autos "Banco Sidesa SA en liquidación
c/ Cementera Comercial SA s/ ejecutivo" citado en el párrafo anterior, de fecha 5 de diciembre de 1986, en
el cual se sentó la siguiente doctrina: "En un pagaré suscripto con una firma que no está precedida o
acompañada inmediatamente de sello o leyenda alusiva a la representación de una sociedad, es idóneo
como expresión de representación, mencionar el nombre de la presunta representada en la parte inferior
izquierda del formulario empleado para confeccionar el título, en el espacio determinado por la impresión
de una línea precedida por la palabra 'Nombre'".

Esta es, a nuestro juicio, la doctrina correcta, por los siguientes fundamentos:

a) El decreto 5965/1963 no impone, en ninguno de sus artículos la utilización de sellos aclaratorios como
requisito indispensable y necesario para acreditar una representación societaria.

b) La naturaleza jurídica de los títulos circulatorios no obsta a esta conclusión pues la literalidad que
caracteriza a estos significa que el documento debe bastarse a sí mismo, acordándosele pleno valor a su
propia constancia.

Obsérvese al respecto que el propio decreto 5965/1963 no hace diferencia alguna entre esas constancias, y
menos aún prescribe el lugar geográfico donde las mismas se encuentran ubicadas. En ese sentido, admite
Cámara(785)la flexibilidad del decreto 5965/1963 el cual si bien prescribe las notas necesarias e
indispensables que las letras y pagarés deben contener en forma alguna excluye otras menciones que
pueden en ellos consignarse, pues la cambial no es moneda ni título emitido en serie que requiera la unidad
de su texto, y por ello admite en varios de sus artículos la existencia de cláusulas facultativas amparadas por
el régimen de libertad del art. 1197 del Código Civil, que deben siempre admitirse mientras no repugne la
estructura fundamental del título valor.

Así entendidas las cosas, no se entiende cómo puede descartarse la validez de las inscripciones contenidas
dentro de un determinado margen del documento, cuando el mismo decreto 5965/1963 en su art. 14 otorga
eficacia cambiaria al endoso que consta en una prolongación del título "en un papel debidamente unido a la
letra", según palabras textuales en su texto normativo. A ello debe agregarse que el referido ordenamiento
legal consagra la validez de las cláusulas sobre intereses, cuando su tasa está indicada en la misma letra, sin
mencionar el lugar de inserción de la misma, prescribiendo asimismo el decreto 5965/1963 que la letra de
cambio que no indique el lugar de creación se considera suscripta en el lugar mencionado al lado del
nombre del librador, que conforme con los textos impresos se encuentra en el margen izquierdo del
documento.

La solución contraria, que había sido consagrada por la sala B del referido tribunal, y que diera origen al fallo
plenario en el caso "Banco Sidesa SA", peca de un dogmatismo inadmisible, lo cual es propio y característico
del decreto 5965/1963 y de todo el régimen cambiario, no solo nacional sino internacional, y que ha llevado,
por la aplicación desmesurada de los principios de literalidad, autonomía y abstracción, a consagrar
soluciones verdaderamente injustas, imposibles de reparar por medio de la acción ordinaria posterior, en
especial en aquellos casos en donde el deudor ha debido cumplir la condena impuesta en el juicio ejecutivo.
Repárese que ningún sentido tiene lo resuelto por la sala B de la Cámara Comercial en el fallo ya transcripto,
que otorga validez a las menciones obrantes en ese margen, cuando las mismas se refieran al domicilio, del
deudor y descartan esa validez para otras menciones frente al silencio de la ley que ninguna distinción
efectúa.

c) Finalmente tampoco puede sostenerse que la firma del representante legal de una sociedad se integre
con la identificación de su representada y el carácter con que actúa, como parece desprenderse del fallo
"Beggini, J. C. c/ Inversora Mercantil SA", pues ello si bien se encuentra prescripto —como enseña Cámara—
en la legislación italiana y japonesa, en donde la firma comprende el nombre y apellido, o la razón social de
aquel que se obliga, ello no ocurre en el derecho nacional, el cual para la firma y sólo para algunos casos
excepcionales exige la indicación del nombre y apellido (art. 3633, Código Civil) pues para los restantes la
palabra firma sólo es aplicada para denotar el conjunto de rasgos caligráficos que una persona traza al pie de
un documento, que conforme Fontanarrosa(786)no puede jamás identificarse con la noción de firma
alemana o ditta soggettiva del derecho italiano que se refiere al hombre comercial.

ART. 59.—

Diligencia del administrador: responsabilidad. Los administradores y los representantes de la sociedad deben
obrar con lealtad y con la diligencia de un buen hombre de negocios. Los que faltaren a sus obligaciones son
responsables, ilimitada y solidariamente, por los daños y perjuicios que resultaren de su acción u omisión.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 72, 99, 133, 157, 271 a 279. LSC Uruguay: art. 83.

§ 1. Principio general en materia de actuación y responsabilidad de los administradores

Si bien la ley 19.550 contiene normas específicas en materia de responsabilidad de administradores de las
sociedades comerciales en los arts. 59, 255, 274 a 279 de la ley 19.550, es importante destacar que este
régimen de responsabilidad no es ajena a la teoría general de la responsabilidad civil, pues con excepción del
supuesto particular previsto por el art. 279, ella se encuentra orientada específicamente al resarcimiento de
los daños y perjuicios que se generen en la sociedad como resultado de la mala gestión de las personas
físicas que tengan a su cargo la gestión o integren el órgano colegiado de administración y que no respondan
a la conducta propia de un buen hombre de negocios, imponiéndoles el ordenamiento societario una
responsabilidad que será diferente según como se encuentre organizada la administración de la sociedad,
cuando el comportamiento de los mismos sea violatorio de la ley, del estatuto o del reglamento, dolosa o
ejercida mediante abuso de facultades o culpa grave.

Los arts. 59 y 274 de la ley 19.550 se refieren a la responsabilidad del administrador societario, la primera
con carácter general y la segunda específicamente a las sociedades por acciones —aunque con aplicación
analógica para los distintos tipos societarios— indicando las bases para ponderar la conducta del
administrador y para imponer las responsabilidades que corresponden por los daños infringidos a la
sociedad.

El art. 59 de la ley 19.550 señala una pauta de conducta para la actuación de los administradores y
representantes de la sociedad, quienes deben actuar con la lealtad y diligencia de un buen hombre de
negocios.
Los administradores deben en consecuencia, al obrar con lealtad, postergando sus intereses personales,
evitando actuar en competencia, salvo consentimiento de los restantes socios, o aplicación de los requisitos
previstos por el art. 271 de la ley 19.550 para las sociedades anónimas, y ello es una consecuencia de la
naturaleza del contrato de sociedad, donde los socios se comprometen a "participar" de las utilidades (art.
1º), lo que supone una actividad del administrador que debe redundar en beneficio de todos los integrantes
de la misma.

Al exigir diligencia, el legislador ha pretendido de los administradores idoneidad, eficiencia en el desempeño


de sus funciones y especificidad en la competencia para los negocios objeto de la sociedad(787). La
necesidad de que todo administrador societario debe actuar con diligencia en el ejercicio de sus funciones,
supone que, al momento de asumir el cargo, deben tener conocimiento de la actividad a la cual se dedica la
sociedad y dedicar todo el tiempo necesario para que su gestión sea exitosa y pueda redundar en beneficio
de la sociedad, e indirectamente de los socios o accionistas. Es por ello que resulta inadmisible que el
administrador societario, a los efectos de negar toda responsabilidad por una mala gestión, invoque haber
sido ajeno a la marcha de los negocios sociales.

Ha sido sostenido por la jurisprudencia que el patrón de apreciación de la conducta que brinda el art. 59 de
la ley 19.550, referida a la diligencia de un buen hombre de negocios, impone, entre otras obligaciones, la
previsión de acontecimientos que no resultan desacostumbrados en el ámbito de la actividad de la sociedad,
lo cual supone experiencia en el ejercicio de cargos directivos(788). Con otras palabras y transcribiendo
conceptos de un trascendente fallo de cita obligada en todos los casos en que se debate la responsabilidad
de los administradores societarios, éstos deben desempeñar sus funciones con la diligencia de un buen
hombre de negocios, tomando como modelo la diligencia que deberá apreciarse según las circunstancias de
las personas, del tiempo y del lugar (art. 1724 del Código Civil) y la actuación presumible de un buen hombre
de negocios, o sea de un comerciante experto (art. 902 del Código Civil, hoy art. 1725 del Código Civil y
Comercial de la Nación)(789), en tanto esa concreta referencia importa una auténtica responsabilidad
profesional, esto es, capacidad técnica, experiencia y conocimiento(790). En suma, la "profesionalidad" del
buen hombre de negocios" induce a los administradores a amoldar su conducta a las reglas empresarias y
son particularmente éstas las que deben reglar su actividad y cuya finalidad es optimizar con sus decisiones
el resultado de la gestión de los negocios a cargo del órgano de administración(791).

Ahora bien, la ley 19.550 no contiene disposiciones, en su parte general, referida a la responsabilidad de los
administradores, salvo en lo que se refiere al estándar de conducta ya mencionado en el art. 59, de cuyo
incumplimiento se derivan las responsabilidades correspondientes, por simple aplicación de principios de
derecho común (arts. 1738, 1742 y concs., Código Civil y Comercial de la Nación). Para la concreción de dicha
responsabilidad debe recurrirse a los principios previstos por el art. 274 que si bien se encuentra referido a
las sociedades anónimas, ellos resultan aplicables a todos los tipos societarios y de alguna manera
completan y reglamentan la norma del art. 59, al responsabilizar solidaria e ilimitadamente a los directores
frente a la sociedad, los accionistas y los terceros por el mal desempeño de su cargo, según el criterio del
art. 59, así como por la violación de la ley, el estatuto o reglamento y por cualquier otro daño producido por
dolo, abuso de facultades o culpa grave.

La responsabilidad de los administradores societarios es muy amplia, y comprende todos los aspectos de su
gestión, comenzando con su primario deber de conservar los bienes sociales, de los cuales son custodios, lo
cual los obliga a observar la siguiente conducta:

a) Conservar los bienes de la sociedad, lo que significa mantener los mismos en el patrimonio social y
justificar su enajenación o transmisión, manteniendo su producido en el activo o bien dando cuenta de su
destino o aplicación por medio de su registro en la contabilidad legal(792).

b) Afectar los bienes de cambio al giro ordinario de la empresa, enmarcado en el objeto social.

c) Evitar, a través de una política comercial prudente, el agravamiento de la responsabilidad patrimonial de


la sociedad. Téngase en cuenta que la ley 24.522, de concursos y quiebras, responsabiliza a los
administradores y/o representantes de la sociedad, en forma solidaria e ilimitada a indemnizar a la sociedad
por los daños y perjuicios, por los que se los declare responsables, cuando en infracción a normas
inderogables de la ley (como lo es, sin lugar a dudas la pauta de conducta prevista por el art. 59, LSC)
produjeren, facilitaren, permitieren, agravaren la responsabilidad patrimonial de la sociedad.
Pero además de ello, e internamente, deben ser celosos custodios de la legalidad en el funcionamiento de la
sociedad, tomando todas las medidas necesarias para que sus órganos sociales se desempeñen dentro de los
parámetros legales, con pleno respeto de los derechos de todos los integrantes de la sociedad, y en tal
sentido están obligados a respetar las normas de funcionamiento de la sociedad y los derechos de todos los
integrantes de la misma y en su caso, promover las acciones judiciales para evitar que los órganos de la
sociedad adopten resoluciones o sus integrantes realicen actos que pudieren afectar el desenvolvimiento
normal del ente.

Aclarado ello, es necesario destacar que la responsabilidad de los administradores, a tenor del art. 274 de la
ley 19.550 surge del mal desempeño de su cargo, por la violación a la ley, el estatuto o reglamento, y por
cualquier otro daño producido por dolo, abuso de facultades o culpa grave.

Los primeros supuestos de responsabilidad previstos por esa norma, esto es, el mal desempeño del cargo, o
violación de la ley, estatuto o reglamento, sólo son generadores de responsabilidad en la medida que esa
conducta haya producido daños a la sociedad, pues, como es sabido, la existencia de daños es presupuesto
imprescindible para toda acción de naturaleza resarcitoria. Han resuelto en forma reiterada nuestros
tribunales que para que se configure la responsabilidad civil de los administradores de sociedades
comerciales, es necesario que los hechos y omisiones hayan ocasionado perjuicios concretos a la sociedad,
de donde resulta que no basta demostrar que el administrador societario incumplió con sus obligaciones
legales y estatutarias o que incurrió en negligencia culpable en su desempeño, sino que, para que se
configure su responsabilidad, deben concurrir los otros presupuestos de la teoría general de la
responsabilidad, entre los que se encuentra el adecuado nexo de causalidad entre la inconducta y el daño
causado(793).

Esta circunstancia, sin embargo, no obsta a que la sociedad o los socios puedan remover por justa causa al
administrador que ha incurrido en tales infracciones, pues para ello, la existencia o inexistencia de daños y
perjuicios es absolutamente indiferente.

La referencia a la "culpa grave" que hace el art. 274, párr. 1º de la ley 19.550, no autoriza a sostener la
exclusión de la culpa leve o levísima, pues la clasificación de la culpa en grados, de raigambre romana, ha
sido abandonada por nuestro Código Civil, que ha adoptado un sistema de individualización de la culpa que
tiene en cuenta el caso concreto y que debe ser analizado en cada caso, a la luz de las circunstancias en que
el administrador debió actuar (arts. 1724 y 1725 del Código Civil y Comercial de la Nación).

El calificativo de gravedad que la ley 19.550 requiere de la culpa del administrador, para responsabilizarlo
personalmente, es sólo un parámetro para la apreciación judicial de su actuación, pues la ley no olvida que
la función que cumple supone la aceptación permanente de los riesgos que implica la actividad empresaria.
Por ello, la magnitud de la culpa deberá apreciarse en cada caso concreto, teniéndose en cuenta
determinados factores, como la dimensión de la empresa, el objeto de la sociedad, las funciones genéricas
que le incumben y las específicas que se le hubieran confiado, las circunstancias en que debió actuar,
etcétera(794).

La ley 19.550 completa el panorama de la responsabilidad de los administradores en forma dispersa, a


través del art. 157, párr. 3º, dedicado a los gerentes de las sociedades de responsabilidad limitada, y de los
arts. 274 y ss., referidos a los directores de las sociedades anónimas, normas que se complementan, y que
pueden sistematizarse de la siguiente manera:

a) Si la gestión está a cargo de un solo administrador, lo cual es supuesto corriente en materia de sociedades
de interés y de responsabilidad limitada, este será responsable en forma ilimitada por los daños y perjuicios
sufridos por la sociedad por la violación a las pautas de conducta previstas por el art. 59.

b) Si la administración fuere plural, pero no colegiada, rige lo dispuesto por el art. 157, párr. 4º, conforme el
cual los gerentes son responsables en forma individual o solidaria, según la organización de la gerencia y la
reglamentación de su funcionamiento establecidas por el contrato (gerencia plural indistinta o conjunta), de
manera tal que "si una pluralidad de gerentes participaron en los mismos hechos generadores de
responsabilidad, el juez puede fijar la parte que a cada uno corresponde en la reparación de los perjuicios,
atendiendo a su actuación personal".

c) Finalmente, si la administración fuere colegiada, rige lo dispuesto para cualquier sociedad, por el art. 274,
LSC (art. 157 in fine), según el cual "los directores son responsables ilimitada y solidariamente (...) por el mal
desempeño de su cargo", toda vez que es la colegiación la que impone la solidaridad, pero la imputación de
responsabilidad se hará atendiendo a la actuación individual, cuando se hubiesen asignado funciones en
forma personal en el estatuto, contrato social o por decisión de socios o accionistas, y se hubiera inscripto
esta decisión en el Registro Público.

El ejercicio de las acciones de responsabilidad está previsto en los arts. 276 a 279 de la ley 19.550 que las
clasifica en: a) Acción social de responsabilidad, cuando la misma es iniciada por la sociedad o, en su defecto,
por cualquier socio o accionista, en beneficio del patrimonio social y, b) Acción individual de responsabilidad,
que puede ser ejercida por cualquier socio o tercero por daños sufridos en su patrimonio particular. En el
primer caso, la promoción de la acción social de responsabilidad requiere la decisión de los socios de
promoverla, a través de un acuerdo social o asambleario, adoptado por mayoría simple (arts. 131 párr. 2º,
160 in fine y 243) y, tratándose de sociedades anónimas, en principio, por decisión de la asamblea ordinaria
(art. 234, inc. 3º de la ley 19.550). La resolución negativa o la inacción de los administradores en promover la
misma autoriza a los socios o accionistas a iniciar la acción social de responsabilidad, transcurridos, en este
último caso, tres meses desde la fecha del acuerdo social que resolviere la iniciación de tales acciones.

ART. 60.—

Nombramiento y cesación: inscripción y publicación. Toda designación o cesación de administradores debe


ser inscripta en los registros correspondientes e incorporada al respectivo legajo de la sociedad. También
debe publicarse cuando se tratare de sociedad de responsabilidad limitada o sociedad por acciones. La falta
de inscripción hará aplicable el art. 12, sin las excepciones que el mismo prevé.

CONCORDANCIAS:LSC: arts. 10, 12, 14, 102. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 118 Y 123.

§ 1. Registración de administradores. Carácter

Una de las primeras cuestiones a las cuales debió abocarse la jurisprudencia de los tribunales mercantiles,
con motivo de la sanción de la ley 19.550, fue aclarar el alcance del art. 60, que impone la necesidad de
inscribir en el Registro Público de Comercio —hoy Registro Público— la designación y cesación de los
administradores de sociedades comerciales, pues la deficiente redacción de este artículo puede dar lugar a
las más disímiles interpretaciones, y en especial, la remisión que hace al art. 12 (también de escasa factura
técnica), lo cual podía llevar a sostener, como se resolvió aisladamente durante los primeros años de
vigencia de la ley de sociedades comerciales, que la designación de los administradores no es oponible a los
terceros hasta tanto se registre ese acto.

En puridad, y como bien lo ha sostenido la jurisprudencia(795), la finalidad del legislador al redactar el art.
60de la ley 19.550, ha sido la protección de los derechos de los terceros que han contratado con la sociedad,
con lo cual puede sostenerse —aunque no es ello lo que surge estrictamente del texto legal— que lo que
debería ser objeto de inscripción es la designación de los representantes de la sociedad y no de los
administradores. Lo que sucede es que, debido a que en las sociedades de personas y de responsabilidad
limitada, la administración lleva implícita la representación —salvo la previsión de un órgano de
administración colegiado, lo cual es hipótesis absolutamente infrecuente— el legislador ha preferido
generalizar la registración e imponerla a todos los administradores y representantes de sociedades.

La jurisprudencia, en forma pacífica, ha otorgado a la inscripción prevista por el art. 60, LSC, carácter
declarativo(796)y no constitutivo, lo cual significa que:

1) Otorga publicidad formal, es decir, cumple con la misión de informar a terceros del contenido del acto de
designación.

2) La eficacia jurídica de la designación de los administradores, entre las partes y frente a terceros comienza
a partir de su designación en una reunión de socios o asamblea de accionistas, independientemente de las
consecuencias de la omisión de la registración, que prevén los arts. 60, último párrafo, en análisis, y 12 de
la ley 19.550.

Estas conclusiones se fundan en que:

a) La designación o cesación de los administradores no constituye una modificación del contrato social en los
términos del citado art. 12.
b) El administrador designado o reelecto debe aceptar el cargo personalmente, en forma expresa o tácita, y
debe juzgarse que es requisito para hacer efectiva la registración prevista por el art. 60(797).

c) Por aplicación de los arts. 130, para las sociedades de interés, 157 para las de responsabilidad limitada, y
259 para las sociedades accionarias, se establece el principio de la no intempestividad de la renuncia de los
administradores, disponiendo este último que el director renunciante deberá continuar en funciones hasta
que la próxima asamblea se pronuncie, y no hasta que se haya dado cumplimiento a lo dispuesto por el art.
60.

d) No surge de la ley 19.550 que el administrador renunciante o saliente debe permanecer en el cargo hasta
la registración del administrador designado; la solución que al respecto brinda el art. 258 para las sociedades
anónimas no es de aplicación al caso, pues contempla una situación distinta de la examinada(798).

¿Cuál es entonces la sanción que la ley reserva a la sociedad en caso de incumplimiento de lo dispuesto por
el art. 60 de la ley 19.550?

Ella no es otra que la inoponibilidad por la sociedad a terceros de la designación del nuevo administrador u
órgano de administración no inscripto, y hasta su respectiva registración, para desconocer obligaciones
contraídas por los administradores salientes, aun después de la elección de aquellos, cuando la cesación de
éstos no ha sido llevada a cabo. Por ejemplo: la sociedad no puede desconocer una obligación que le
reclama un tercero alegando que a la fecha en que aquella fue contraída, ya se desempeñaba un nuevo
administrador, si omitió inscribirlo. En consecuencia, el ente es responsable por los actos realizados por los
anteriores administradores, aun con posterioridad a la designación del nuevo órgano de administración,
siempre y cuando, claro está, no excedan notoriamente el objeto social (art. 58, LSC).

Los terceros pueden, sin embargo, demandar el cumplimiento de los actos realizados por los nuevos
administradores, pese a la falta de registración, sin que la sociedad pueda alegar tal omisión. Por ejemplo,
demandar la ejecución de pagarés suscriptos por el nuevo administrador, aún no inscripta su designación. La
acción es procedente y la sociedad debe pagar, sin que pueda excepcionarse argumentado la omisión
señalada, pues se opone a ello el principio de la buena fe, que exige a las partes una conducta coherente en
todos sus actos.

Sin perjuicio de ello, cabe manifestar que la limitación consagrada por el art. 12 de la ley 19.550, conforme al
cual los terceros no pueden alegar las modificaciones del contrato social no inscriptas en las sociedades por
acciones y de responsabilidad limitada, no rige, en el caso en el caso de designación o cesación de
administradores, por expresa disposición del art. 60, gozando los terceros, en consecuencia, de tal derecho.

Como corolario de lo expuesto puede afirmarse que resulta innecesaria la presentación, ante la realización
de un acto de la sociedad, de las constancias de la inscripción registral de sus administradores, y ello por las
siguientes razones:

a) El ente se manifiesta mediante el órgano de representación. Basta entonces para hacer valer la
designación de los administradores y los cargos —en el caso de directorio u órgano colegiado— que los
mismos fueron atribuidos a sus miembros, acreditando ello mediante las correspondientes actas(799).

b) En consecuencia, en tanto el interés de la parte es la certidumbre en la relación litigiosa, esta no queda


debilitada por la falta de inscripción del órgano de administración, en tanto la sociedad se obliga de tal
manera, de modo que esta no podrá alegar la ausencia de registración y el tercero carece de interés para
hacerlo. Ello es consecuencia del principio general que rige en materia de inscripciones registrales, conforme
al cual los terceros que conocen el acto cuya toma de razón la ley impone, no pueden alegar deficiencias o la
inexistencia de la registración.

c) El efecto de la inoponibilidad a terceros de la actuación del nuevo órgano de administración no registrado,


de ninguna manera puede interpretarse en el sentido de que el tercero que contrató con la sociedad pueda
desconocer tales obligaciones, pues sin perjuicio de la aplicabilidad al caso de la doctrina de los propios
actos, quien contrató es el ente por intermedio de sus representantes legales. Con tales argumentos, se ha
rechazado la excepción de falta de legitimación opuesta por el tercero demandado por la sociedad, que
acciona para obtener el cumplimiento de una obligación oportunamente contraída con aquel, fundándose
en la falta de registración del representante societario(800).
§ 2. Las prescripciones de la resolución general 7/2005 de la Inspección General de Justicia en materia de
inscripción y cesación de administradores

Las "Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia", aprobadas por la resolución general 7/2015,
prevén algunas disposiciones que ofrecen interés, entre ellas y fundamentalmente, que si bien y como
general la sociedad es la legitimada para requerir la inscripción prevista por el art. 60 de la ley 19.550, el
administrador que ha cesado en el cargo se encuentra autorizado para llevar a cabo ese trámite, luego de
cumplir el procedimiento previsto por los arts. 125 y ss. de la resolución general 7/2015, procedimiento que
había sido consagrado por la resolución general IGJ 12/2003 y receptada por la resolución general 7/2015,
antecedente de aquella normativa administrativa. ante la reticente y no menos inexplicable jurisprudencia
de nuestros tribunales mercantiles, que le habían negado legitimación al administrador renunciante para
llevar a cabo la inscripción de su desvinculación en el registro mercantil, obligándolo a iniciar un juicio
contencioso contra la sociedad, para obtener esa registración.

Sección IX - De la documentación y de la contabilidad

ART. 61.—

Medios mecánicos y otros. Podrá prescindirse del cumplimiento de las formalidades impuestas por el art.
53 del Código de Comercio para llevar los libros en la medida que la autoridad de control o el Registro
Público de Comercio autoricen la sustitución de los mismos por ordenadores, medios mecánicos o
magnéticos u otros, salvo el de inventarios y balances.

La petición deberá incluir una adecuada descripción del sistema, con dictamen técnico o antecedentes de su
utilización, la que, una vez autorizada, deberá transcribirse en el libro de inventarios y balances.

Los pedidos de autorización se considerarán automáticamente aprobados dentro de los 30 días de


efectuados, si no mediare observación previa o rechazo fundado.

El libro Diario podrá ser llevado con asientos globales que no comprendan períodos mayores de un mes.

El sistema de contabilización debe permitir la individualización de las operaciones, las correspondientes


cuentas deudoras y acreedoras y su posterior verificación, con arreglo al art. 43 del Código de
Comercio. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: Código de Comercio: arts. 43 a 67; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts, 83, 157,
305,326 7 328; LSC Uruguay: arts. 88, 91.

§ 1. La contabilidad societaria. Fundamentos de la necesidad del comerciante de llevar registros contables.


Libros indispensables

La obligación de los comerciantes, individuales o colectivos, de llevar registros contables, surgía


imperativamente del derogado art. 320 del Código Civil y Comercial de la Nación, en cuanto dispone que
están obligados a llevar contabilidad todas las personas jurídicas privadas y quienes realizan una actividad
económica organizada o son titulares de una empresa o establecimiento comercial, industrial, agropecuario
o de servicios, debiendo asimismo —y ello constituye una novedad fundamental que las diferencia de las
viejas prescripciones del Código de Comercio en materia de contabilidad—, que cualquier otra persona
puede llevar contabilidad si solicita su inscripción y la habilitación de sus registros o la lubricación de sus
libros.

La importancia de la contabilidad puede ser advertida desde numerosos puntos de vista:

1. En beneficio de la comunidad y del tráfico mercantil, por dos razones fundamentales: a) Interesa a los
terceros que contratan con el comerciante, porque les permite conocer la evolución de sus negocios, así
como su estado patrimonial y financiero en un momento determinado, y b) Permite la reconstrucción del
patrimonio del comerciante, lo que cobra especial importancia en caso de concursos o quiebras.
2. En interés del comerciante mismo, pues además de permitirle el conocimiento del estado y evolución de
sus negocios, la ley le permite valerse de ellos, cuando la contabilidad es llevada en legal forma, para probar
en forma rápida y eficaz sus operaciones en caso de conflicto (art. 330 CCyCN).

3. Finalmente, y tratándose de sociedades comerciales, sólo una regular contabilidad permitirá a los socios
ejercer con plenitud su inderogable derecho de información sobre la marcha de los negocios sociales y sobre
la gestión de los administradores (arts. 55 de la ley 19.550).

El art. 320 del Código unificado establece la obligación de llevar una contabilidad obligatoria, no solo a todas
las personas jurídicas privadas, sino a todos quienes realizan una actividad económica organizada o sean
titulares de una empresa o fondo de comercio, incluyendo entonces a las personas humanas, llamadas
comerciantes o empresarios, aunque se exceptúa de dicha carga a las personas humanas que desarrollan
profesiones liberales o actividades agropecuarias y conexas, no ejecutadas u organizadas en forma de
empresa, considerando conexas las actividades dirigidas a la transformación o a la enajenación de productos
agropecuarios, cuando están comprendidas en el ejercicio normal de tales actividades.

Finaliza el legislador de 2014, en el art. 320 del Código Civil y Comercial, eximiendo de llevar contabilidad a
las actividades que, por el volumen de su giro, resulta inconveniente sujetar a tales deberes, según
determine cada jurisdicción local.

Si bien la organización y naturaleza de la explotación en forma de empresa —y la explotación de un fondo de


comercio queda incluida en dicha categoría— y el volumen del giro constituyen los elementos
determinantes para llevar la contabilidad legal, aunque el art. 320 primer párrafo relativiza las exigencias
antes apuntadas cuando dispone que cualquier otra persona puede llevar contabilidad, si solicita su
inscripción y la habilitación de sus registros o la rubricación de sus libros, como es establece en la misma
Sección, norma esta última de difícil interpretación, pues parecería habilitar nuevamente la matrícula del
comerciante individual prevista en los arts. 25 a 32 del derogado Código de Comercio, y así lo ha
interpretado la Inspección General de Justicia en el art. 36 de la resolución general 7/2015, que ha tenido la
complicada labor de interpretar las normas del Código Civil y Comercial de la Nación, tarea nada sencilla, en
especial en cuanto se trata de cuestiones relativos al derecho mercantil.

Precisamente, la aludida resolución de la autoridad de control incluye dentro de los actos que se inscriben
en el Registro Público a las matrículas individuales de quienes realizan una actividad económica organizada
—con las excepciones del art. 320 segundo párrafo del CCyCN—, martilleros, corredores no inmobiliarios y
despachantes de aduana, todos con domicilio comercial en la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos
Aires, de modo que, al igual que lo que sucedía antes del año 2014, la inscripción del comerciante o
empresario individual sigue siendo una carga obligatoria, sujeta, en cuanto a su incumplimiento, a la
privación de los efectos probatorios del art. 330 del mismo ordenamiento legal.

En cuanto a las sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, ellas carecen de la
posibilidad de llevar contabilidad regular, pues si bien el art. 320 del CCyCN prevé que, "las personas
jurídicas..." y cualquier otra persona puede llevar contabilidad si solicitase su inscripción y la habilitación de
sus registros o la lubricación de sus libros", ello no comprende a aquellas sociedades que se caracterizan,
precisamente, por la falta de inscripción en el registro mercantil, de modo que la confección de sus estados
contables y la aprobación de los mismos no estarán sujetos a los procedimientos previstos para las
sociedades típicas.

En lo que respecta al modo de llevar la contabilidad, el art. 321 del Código Civil y Comercial de la Nación,
prevé que ésta debe ser llevada sobre una base uniforme, de la que resulte un cuadro verídico de las
actividades y de los actos que deben registrarse, de modo que se permita la individualización de las
operaciones y las correspondientes cuentas acreedoras y deudoras. Los asientos deben respaldarse con la
documentación respectiva y que permita su localización y contenido.

En materia de sociedades comerciales, la legal teneduría de libros es obligación exclusiva de los


administradores, cuya inexistencia o irregularidad es suficiente causal de remoción y argumento suficiente
para requerir la responsabilidad de aquellos. Del mismo modo, es obligación de la sindicatura verificar la
legalidad de tal carga, cuya omisión puede acarrearle idénticas consecuencias (art. 294 incs. 1º y 2º de la ley
19.550).
Los registros contables que obligatoriamente deben llevar los comerciantes están descriptos por el art. 322
del Código Civil y Comercial de la Nación y ellos son:

a) El libro Diario, en donde deben registrase todas las operaciones relativas a la actividad de las personas
que tiene efecto sobre su patrimonio, individualmente o en registros resumidos que cubran períodos de
actuación no superiores al mes. Estos resúmenes deben surgir de anotaciones detalladas practicadas en
subdiarios, los que deben ser llevados en las formas y condiciones establecidos en los arts. 323 a 325 CCyCN.
El registro o Libro Caja y todo otro diario auxiliar que forma parte del sistema de registraciones contables,
integra el Diario y deben cumplirse las formalidades establecidas para el mismo.

b) El libro de Inventario y Balances, que es también un registro cronológico en el cual se deben anotar el
conjunto de bienes y derechos de propiedad de la sociedad, así como las obligaciones que ésta fuere
responsable de cumplimiento. Dicha información debe ser asentada al momento de la constitución de la
sociedad y a partir de allí al cierre de cada ejercicio económico, debidamente valuada a esa fecha.

c) Aquellos que corresponden a una adecuada integración de un sistema de contabilidad y que exige la
importancia y la naturaleza de las actividades a desarrollar. A diferencia de los dos anteriores, que son de
indispensable teneduría, el Código Civil y Comercial de la Nación impone asimismo al comerciante a llevar
otros libros complementarios de los libros indispensables, a los que denomina "auxiliares", también sujetos
a las mismas formalidades que los libros Diario e Inventario y Balances, al disponer que el comerciante debe
llevar los libros registrados y la documentación contable que corresponda a una adecuada integración de un
sistema de contabilidad y que le exijan la importancia y la naturaleza de sus actividades. Entre estos libros
auxiliares, los más comunes son el Mayor o de Cuentas Corrientes, en el cual se traslada las anotaciones del
libro Diario, abriendo las cuentas deudoras y acreedoras del comerciante: el libro de Caja, previsto
expresamente por el art. 46 del Código de Comercio, y que es considerado parte integrante del libro Diario,
cuando en aquél se asentaren los pagos en efectivo recibidos o efectuados por el comerciante: el libro
Bancos, Compras y Ventas, de Ganancias y Pérdidas, etcétera.

d) Los que en forma especial impone este Código u otras leyes.

Los libros de comercio están sometidos a determinadas formalidades y requisitos, cuyo cabal cumplimiento
asegura la eficacia que el legislador les otorga (art. 330 CCyCN). En tal sentido, dispone el art. 323 que el
interesado en llevar su contabilidad mediante la utilización de libros y debe presentarlos, debidamente
encuadernados, para su individualización en el Registro Público correspondiente. Esta individualización
consiste en anotar, en el primer folio, nota fechada y firmada de su destino, el número de ejemplar, del
nombre de su titular y del número de folios que contiene. Así presentados estos libros, el Registro debe
llevar una nómina alfabética, de consulta pública, de las personas que solicitan lubricación de sus libros o
autorización para llevar los registros contables de otra forma, de la que surgen los libros que les fueron
rubricados, y en su caso, de las autorizaciones que se les confieren (art. 323, in fine).

Del mismo modo, disponen los arts. 324 y 325 del Código Civil y Comercial, que los libros de comercio deben
estar encuadernados, foliados y rubricados por la autoridad que tuviera a cargo el Registro Público, así como
registrar las operaciones en orden progresivo, quedando expresamente prohibido dejar blancos y huecos,
tachar asientos, mutilar partes del libro, arrancar hojas, alterar la encuadernación o foliación y hacer
interlineaciones, raspaduras o enmiendas, que sólo podrán salvarse mediante nuevo asiento que deberá
registrarse en la fecha en que se advierta la omisión o error, etc.

§ 2. Los libros societarios

A diferencia del comerciante individual, las sociedades comerciales deben llevar otros libros obligatorios y
con las mismas formalidades exigidas para los libros de comercio, cuya importancia trasciende notoriamente
el ámbito privado de las mismas y en los cuales deben reflejarse actuaciones internas de la sociedad. Ellos
son los libros de Actas de los órganos colegiados (asambleas y directorio), el libro de Registro de Asistencia a
las Asambleas y el libro de Registro de Acciones.

a) El libro de actas de órganos colegiados requeridos genéricamente por el art. 73 de la ley 19.550 reviste
fundamental trascendencia para la sociedad, los socios y los terceros, pues permiten reconstruir el giro de
los negocios desde la misma constitución de la sociedad. Dichos libros son los siguientes:
• El libro de actas de asambleas, en el cual deberán volcarse el resumen de las manifestaciones hechas por
los socios o accionistas en el seno de las mismas, las formas de las votaciones y sus resultados, con expresión
completa de las decisiones (art. 249, primer párrafo de la ley 19.550). La ley no requiere que las actas de
asambleas sean redactadas a medida que el acto transcurre, sino que para agilizar el trámite del mismo,
prevé la necesaria inclusión en el orden del día, de la elección de los encargados de suscribir el acta (art. 246,
LS), a los cuales se les asigna el rol de custodiar la veracidad de lo acontecido en el seno del acto
asambleario, y cuya acta deberá ser firmada por éstos y por el presidente del directorio o por el
representante legal, según el caso, dentro de los cinco días de clausurada la asamblea (art. 73, in fine, de
la ley 19.550).

• El libro de actas de directorio, donde deben transcribirse resumidamente las manifestaciones y votaciones
de los directores presentes, así como las decisiones adoptadas en el seno del órgano de administración. A
diferencia de lo que acontece con las actas de asambleas, las actas de directorio deben ser redactadas a
medida que transcurre el acto, debiendo ser firmadas por todos los directores presentes al concluir la
reunión.

Si bien la ley 19.550 se refiere a las actas de directorio, sus normas son aplicables también para el caso de
que, tratándose de otro tipo societario, se haya organizado la administración en forma colegiada, pues el art.
73, primer párrafo de la ley 19.550, impone la obligación de labrar acta a la deliberaciones de cualquier
órgano colegiado sin distinción. Tal obligación es asimismo exigible al Consejo de Vigilancia y a la sindicatura
plural o Comisión Fiscalizadora (arts. 280 y 284, LS), que revisten también el carácter de órganos colegiados.

El art. 249 de la ley 19.550 sólo autoriza a los socios para solicitar a su costa. copia firmada del acta de
asamblea, lo cual no implica de manera alguna que los accionistas o socios no puedan recabar copia de los
libros de los restantes órganos colegiados en la sociedad que integran, pues la necesaria transparencia de los
negocios sociales autoriza sobradamente a aquéllos a requerir tal información, no sólo para tener
conocimiento de lo acontecido en el seno de los órganos de administración y fiscalización de la sociedad,
sino también para impugnar sus resoluciones, en caso de ilegitimidad o para considerar con conocimiento de
causa la gestión de los administradores y síndicos, al momento de evaluarse la misma(801).

b) El libro de Registro de Asistencia a Asambleas de Accionistas, que también debe ser llevado con las
formalidades previstas por el Código de Comercio y cuya existencia está prevista por el art. 238 de la ley
19.550. En dicho libro se deben registrar los accionistas que hubiesen manifestado su voluntad de concurrir
al acto asambleario, mediante comunicación dirigida a la sociedad con tres días hábiles de anticipación al de
la fecha fijada. Este libro debe ser completado por el directorio y suscripto por los accionistas que concurran
a la asamblea, dejando constancia de sus domicilios, documento de identidad, número de votos que
corresponda e identificación de su representante asambleario, en su caso (art. 239). Debe señalarse que el
libro de Registro de Asistencia a Asambleas es complementario del libro de Actas de Asambleas, cuyas
copias rada accionista tiene derecho a exigir (art. 249), pues su finalidad es acreditar el quórum requerido
por la ley corro requisito indispensable para la validez del acto asambleario. Del mismo modo, dicho libro
ofrece a los accionistas la posibilidad de conocer la capacidad y legitimación de los asistentes al acto
asambleario.

c) El libro de registro de acciones es otro libro societario cuya existencia está prevista por el art. 213 de la ley
19.550. Debe llevarse también con las formalidades de los libros de comercio y es de libre consulta por los
accionistas. Dicho libro reviste especial importancia desde la sanción de la ley 24.587, que consagró, a partir
del año 1996, la nominatividad obligatoria de los títulos accionarios, por lo que el carácter de accionista se
adquiere, para todos los efectos, desde la inscripción de la transferencia en el libro de Registro de Acciones
de la Sociedad (art. 215, LS). Además de la transferencia de acciones, deben inscribirse en el libro de Registro
de Acciones las clases de acciones en que se divide el capital, los derechos y obligaciones que ellas
comportan: el estado de integración de las mismas, con indicación del nombre del suscriptor y cualquier otra
mención que derive de la situación jurídica de las acciones y sus modificaciones (medidas cautelares).

Tratándose de sociedades de responsabilidad limitada, el art. 162 de la ley 19.550 prevé un libro especial de
actas de asambleas, coherente con el mecanismo incorporado por la ley 22.903 que autoriza la adopción de
acuerdos sociales mediante la comunicación del voto de los socios a los gerentes por cualquier medio que
garantice su autenticidad, respondiendo a una consulta efectuada por éste, o bien mediante una declaración
escrita de todos los socios, en la cual éstos expresan a la gerencia el sentido de su voto. En tales casos, el
acta deberá ser transcripta en un libro de actas especial, en el cual los gerentes deben transcribir las
respuestas dadas por los socios y su sentido, a los efectos del cómputo de los votos, debiendo conservarse
por tres años los documentos donde constan las respuestas.
La pérdida o sustracción de los libros societarios no impide la celebración de los órganos colegiados. En tales
casos, bastará transcribir lo acontecido en instrumentos privados o públicos y luego, rubricado los nuevos
libros, reproducir su texto en estos últimos.

Los requisitos formales de teneduría de libros de comercio previstos por el Código de Comercio, han sido, de
alguna manera, modificados por la ley 19.550 para las sociedades comerciales, adaptando las disposiciones
del Código mercantil a los adelantos de la tecnología. Sin embargo, tales reformas, contenidas en el art.
61 de la ley 19.550 han sido reservadas exclusivamente para el libro Diario y los libros auxiliares, dejando
intactas las directivas de los arts. 53 y 54 del Código de Comercio para el libro Inventario y Balances, como
oportunamente explicaremos.

§ 3. Eficacia probatoria

La contrapartida de la obligación de llevar los libros de comercio y los libros societarios en legal forma, es su
eficacia probatoria en los pleitos donde su titular fuera parte.

Así lo dispone el art. 330 del Código Civil y Comercial de la Nación, cuando prescribe que la contabilidad,
obligada o voluntaria, llevada en la forma y con los requisitos prescriptos, debe ser admitida en juicio, como
medio de prueba. Sus registros prueban contra quien la lleva o sus sucesores, aunque no estuvieran en
forma, sin admitírseles prueba en contrario. El adversario no puede aceptar los asientos que le son
favorables y desechar los que le perjudican, sino que habiendo adoptado este medio de prueba, debe
estarse a las resultas combinadas que presenten todos los registros relativos al punto cuestionado.

Del mismo modo, dicha norma establece que la contabilidad, obligada o voluntaria, prueba a favor de quien
la lleva, cuando en litigio contra otro sujeto que tiene contabilidad, obligada o voluntaria, éste no presenta
registros contrarios incorporados en una contabilidad regular. Sin embargo, el juez tiene en tal caso, la
facultad de apreciar esa prueba, y de exigir, si lo considera necesario, otra supletoria.

Cuando resulta prueba contradictoria de los registros de las partes que litigan y unos y otros se hallen con
todas las formas necesarias y sin vicio alguno, el juez debe prescindir de este medio de prueba y proceder
por los méritos de las demás probanzas que se presentan. Si se trata de litigios contra quien no está obligado
a llevar contabilidad, ni la lleva voluntariamente, ésta solo sirve como principio de prueba, de acuerdo a las
circunstancias del caso. Concluye prescribiendo el art. 330 del CCyCN que la prueba que resulte de la
contabilidad es indivisible.

§ 4. Conservación de los libros de comercio y de los libros sociales

La teneduría y conservación de los libros sociales y contables es de exclusiva responsabilidad del órgano de
administración de la sociedad, los cuales deben permanecer en la sede social, así como la totalidad de su
documentación respaldatoria, pues como lo ha dispuesto la Inspección General de Justicia, en innumerables
resoluciones, la sede social es el lugar donde efectivamente funciona la dirección, administración y el
gobierno de la compañía(802). Así lo ratificó, con todo acierto, el art. 325 del Código Civil y Comercial de la
Nación, cuando establece que los libros y registros del art. 322 deben permanecer en el domicilio de su
titular, esto es, y tratándose de una persona jurídica, en el de su sede, donde también deben encontrarse,
salvo situaciones excepcionales, los libros societarios.

Ha sostenido la autoridad de control, bien que referido al derogado régimen mercantil, pero que se aplica
perfectamente luego de la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, que constituye una obligación
esencial regulada por el Código de Comercio (arts. 43 y ss.) y que pesa sobre la sociedad, la de tener sus
libros en la sede social, no pudiendo ser trasladados a otro lugar, sino excepcionalmente, y solo en los casos
previstos por el art. 58 del Código de Comercio, siendo improcedente diferenciar, a tales efectos entre la
sede social y la sede de la administración, pues la sede social es, efectivamente la sede de la administración
de la sociedad y el hecho de que la sociedad conserve desde siempre sus libros y documentación comercial
en el mismo lugar donde se encuentra su establecimiento fabril, no puede modificar la expresa obligación de
la entidad de llevar y conservar los mismos en la sede social. Pesa sobre los administradores encargados de
la gestión de los negocios sociales velar por el cumplimiento de esa obligación(803).

Finalmente, el art. 328 del Código Civil y Comercial de la Nación, dispone que, excepto que las leyes
especiales establezcan plazos superiores, debe conservarse por diez años, los siguientes libros e
instrumentos: a) los libros, contándose el plazo desde el último asiento; b) los demás registros, desde la
fecha de la última anotación practicada sobre los mismos; c) los instrumentos respaldatorios, desde su
fecha.

Los herederos deben conservar los libros del causante y en su caso, exhibirlos en la forma prevista en el art.
331, hasta que se cumplan los plazos indicados anteriormente.

§ 5. Utilización de medios mecánicos de contabilidad. Requisitos. El art. 329 del Código Civil y Comercial de la
Nación

El antiguo texto del art. 61 de la ley 19.550, en su versión primitiva, dio un importante paso a los efectos de
modernizar el sistema de teneduría de libros previsto por el Código de Comercio, ratificando el avance que
en este sentido iniciara el decreto 4777/1963, que suprimió el libro copiador exigido por aquel cuerpo legal.

La ley 22.903 avanzó aún más en este sentido, flexibilizando el régimen del original art. 61, eliminando
muchos de los requisitos que el texto anterior de este artículo exigía y que fueron justificados por la
innovación o avance que, para 1972 implicó la redacción de este artículo, disposición que —se recuerda—
autorizaba la utilización de medios mecánicos en reemplazo o complemento de los libros exigidos por el art.
44 del Código de Comercio, excepto los libros de inventario y balances, atento la relevancia que en nuestro
régimen legal tienen las registraciones contables como medio probatorio, conforme surge de los arts. 63 y
ss. y arts. 208, inc. 5º y concordantes del Código de Comercio. El alcance del derogado art. 61, aunque ello
no surgía del texto legal, era obviamente la prescindencia de las formalidades extrínsecas previstas por el
art. 53 del Código citado —libros encuadernados, foliados, individualizados y rubricados— permitiendo para
ellos el uso de los diversos métodos utilizables en materia de procesamiento electrónico de datos.

El art. 61 segundo párrafo de la ley 19.550 permite a las sociedades comerciales registrar en el libro diario las
operaciones en forma mensual y global, quedando las registraciones diarias y particulares a cargo de los
restantes libros auxiliares y/o complementarios que integran el sistema contable. De manera tal que si la
interpretación prevaleciente es que los únicos libros que pueden ser reemplazados por el sistema previsto
por el art. 61 de la ley 19.550 son los auxiliares del diario o subdiario (por fichas, planillas, etc.), debe
concluirse que el libro diario deberá seguir conservándose como antes de la reforma efectuada por la ley
22.903, con la única excepción de admitirse sus asientos pueden ser globales o mensuales. Se recuerda que
el libro diario es el libro más importante de todos, pues en él constan todas las operaciones comerciales y
cambiarias realizadas por el comerciante, asentadas diariamente y por orden, lo cual impide que sean
modificadas con posterioridad.

La autorización que debe dar la autoridad de control al empleo de medios mecánicos de contabilización se
supedita a que la sociedad adopte métodos de contabilización que permitan individualizar las operaciones,
sus correspondientes cuentas acreedoras y deudores y su verificación con arreglo a lo dispuesto por el art.
43 del Código de Comercio.

La autorización para emplear ordenadores, medios mecánicos o magnéticos para la registración contable
debe efectuarse por parte interesada y como ha dicho la jurisprudencia, la exigencia de la autorización
previa para el empleo de dichos medios se explica en función de que los aludidos métodos deben asegurar la
posibilidad de verificación y la imposibilidad de cambio, adulteración o sustitución de registraciones,
debiendo tenerse en cuenta al respecto, la trascendencia que en campos distintos a la de la ley 19.550 tiene
la seriedad de los registros contables, tratándose de quiebras o en materia penal, para configurar delitos
especialmente previstos y reprimidos(804).

Finalmente, y a tenor lo dispuesto por el nuevo art. 61, luego de la ley 22.903, pueden efectuarse las
siguientes consideraciones:

a) Se han previsto los alcances de la utilización de los medios mecánicos y otros, que no es otro que el
señalado en el párrafo precedente, es decir, la prescindencia de las formalidades prescriptas por el art.
53 del Código de Comercio.

b) Teniendo en consideración la modificación que, en materia de control de legalidad introdujo la ley


22.316,que puso en la Capital Federal y Territorios Nacionales, en manos de la Inspección General de
Justicia, el Registro Público de Comercio, el legislador ha suprimido la referencia al Juez de Registro,
reemplazándola por la autoridad de contralor o el Registro Público de Comercio.
c) La ley 22.903 ha ampliado los métodos de contabilización enunciados por el viejo texto del art. 61,
refiriéndose no sólo a los medios mecánicos u otros, sino que se menciona, luego de la reforma, a los
ordenadores y medios magnéticos, sin agotar con ello las posibilidades que la cibernética pueda, a estos
efectos, brindar.

d) Finalmente, la autorización para el empleo de estos métodos no es actualmente restrictiva, como parecía
surgir del texto anterior del artículo en análisis, que exigía resolución fundada con dictamen de perito
designado de oficio de la autoridad de contralor en caso de sociedades por acciones o de antecedentes de
utilización, en este caso, si los hubiere. Luego de la reforma efectuada por la ley 22.903, y a fines de
modificar el método de contabilidad empleado y reemplazarlos por las técnicas previstas por la nueva
disposición legal, basta con peticionar esa autorización a la autoridad de contralor, incluyendo una adecuada
descripción del sistema, con dictamen técnico o antecedentes de utilización, la cual, una vez autorizada,
deberá transcribirse en el libro de inventario y balances y los pedidos de autorización se considerarán
automáticamente aprobados dentro de los treinta días de presentados, si no mediare observación previa o
rechazo fundado, norma a cuya inclusión adherimos, pues evita que, como consecuencia de demoras
administrativas, la autoridad de contralor prolongue indefinidamente situaciones que conspiran
precisamente contra el buen orden que el comerciante debe observar en su propia contabilidad.

Supletoriamente con estas normas, que rigen prioritariamente para las sociedades comerciales (art. 150 del
Código Civil y Comercial de la Nación), el art. 329 del mismo ordenamiento legal titular de la contabilidad
puede, previa autorización del Registro Público de su domicilio:

a) Sustituir uno o más libros, excepto el de inventario y balances, o alguna de sus formalidades, por la
utilización de ordenadores u otros medios mecánicos, magnéticos o electrónicos, que permitan la
individualización de las operaciones y de las correspondientes cuentas deudoras y acreedoras y su posterior
verificación.

b) Conservar la documentación en microfilm, discos ópticos u otros medios aptos para ese fin.

La petición que se formule al Registro Público debe contener una adecuada descripción del sistema, con
dictamen técnico de contador público e indicación de los antecedentes de su utilización. Una vez aprobado,
el pedido de autorización y la respectiva resolución del organismo de contralor, deben transcribirse en el
libro de Inventarios y Balances. La autorización solo se debe otorgar si los medios alternativos son
equivalentes, en cuanto a la inviolabilidad, verosimilitud y completividad, a los sistemas cuyo reemplazo se
solicita.

ART. 62.—

Aplicación. Las sociedades deberán hacer constar en sus balances de ejercicio la fecha en que se cumple el
plazo de duración. En la medida aplicable según el tipo, darán cumplimiento a lo dispuesto en el art. 67,
primer párrafo.

Las sociedades de responsabilidad limitada cuyo capital alcance el importe fijado por el art. 299, inc. 2º, y las
sociedades por acciones deberán presentar los estados contables anuales regulados por los arts. 63 a 65 y
cumplir el art. 66.

Sin perjuicio de ello, las sociedades controlantes de acuerdo al art. 33, inc. 1º, deberán presentar como
información complementaria, estados contables anuales consolidados, confeccionados con arreglo a los
principios de contabilidad generalmente aceptados y a las normas que establezca la autoridad de contralor.

Principio general. Cuando los montos involucrados sean de insignificancia relativa, a los efectos de una
apropiada interpretación, serán incluidos en rubros de conceptos diversos. Con el mismo criterio si
existiesen partidas no enunciadas específicamente, pero de significación relativa, deberán mostrarse por
separado.

La Comisión Nacional de Valores, otras autoridades de contralor y las bolsas, podrán exigir a las sociedades
incluidas en el art. 299, la presentación de un estado de origen y aplicación de fondos por el ejercicio
terminado, y otros documentos de análisis de los estados contables. Entiéndase por fondos el activo
corriente, menos el pasivo corriente.
Ajuste. Los estados contables correspondientes a ejercicios completos o períodos intermedios dentro de un
mismo ejercicio, deberán confeccionarse en moneda constante. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 33, 63 a 66, 234 inc. 1º; Resolución General IGJ 7/2015: arts. 154 a 1157 y 264 a
287, 305. LSC Uruguay: art. 88.

§ 1. Los estados contables. Principios generales

Hemos ya explicado al comentar el art. 58 de la ley 19.550 que, al menos como principio general y a salvo
casos excepcionales, los administradores de las sociedades regularmente constituidas no rinden cuentas de
su gestión a través del procedimiento previsto por los arts. 78 a 84 del Código de Comercio, sino mediante la
formulación de los estados contables, cuyo contenido ha sido minuciosamente reglamentado por la ley
19.550 y que deben ser objeto de especial consideración y aprobación por los socios y accionistas (art.
234 de la ley 19.550).

Así lo expresa el art. 326 del Código Civil y Comercial de la Nación, cuando establece que al cierre del
ejercicio, quien lleva contabilidad obligada o voluntaria, debe confeccionar sus estados contables, que
comprenden, como mínimo, un estado de situación patrimonial y un estado de resultados que deben
asentarse en el registro de inventarios y balance.

Técnicamente, deben ser diferenciados los conceptos de estados contables y balances, a pesar de que en la
práctica se utilizan ambos términos como sinónimos, pues existen entre ambos una relación de género y
especie: los estados contables son los instrumentos preparados por los administradores y aprobados por los
socios, donde se exhiben, mediante las cuentas correspondientes y a una cierta fecha, el patrimonio de la
sociedad, la marcha de los negocios sociales, así como los resultados obtenidos en un determinado período,
mientras que el balance es solo un capítulo de los estados contables, que resume, en un momento dado, los
saldos de las diferentes cuentas de la empresa, expresándose los mismos con una veracidad y exactitud
compatible con su finalidad, que consiste en demostrar la situación financiera de la sociedad, en ese
momento(805).

La ley 19.550 ha sido muy cuidadosa en distinguir ambos conceptos, pues cuando hace referencia a
"balances especiales", como instrumentos necesarios para llevar a cabo una reorganización empresaria (arts.
77, 83 y 88) o abonar dividendos anticipados (art. 224), ha querido prescribir la necesidad de contar con un
estado patrimonial a un momento dado, que incluya las diferentes cuentas de la empresa, lo cual constituye
técnicamente el concepto de balance a que se refiere el art. 63 de la ley 19.550. Estos instrumentos
contables, por obviedad, no incluyen una memoria, estado de resultados ni cuadros anexos o información
complementaria. Por el contrario, cuando se trata de un grupo empresario, la ley 19.550 requiere en el art.
62, tercer párrafo, la necesidad de contar con "estados contables consolidados", que por definición incluyen
los instrumentos previstos en los arts. 64 y 65 de la ley 19.550.

Debe diferenciarse asimismo de los estados contables de ejercicio y especiales, los estados contables
consolidados, a que se refiere el art. 62 tercer párrafo de la ley 19.550,que es la combinación de los estados
contables de todas las sociedades que componen un grupo económico, con compensación de las cuentas
internas entre aquellas. Dicho instrumento es también exigido por la Inspección General de Justicia como
requisito para instrumentar el procedimiento de fusión de sociedades (art. 165, inc. 3 de las Nuevas Normas
de la Inspección General de Justicia).

Los estados contables de la sociedad, que están minuciosamente reglamentados por los arts. 62 a 66 de
la ley 19.550, se encuentran integrados por determinados capítulos: a) Para las sociedades por acciones y
sociedades de responsabilidad limitada que alcancen el capital social previsto por el art. 299 inc. 2º de la ley
19.550, ellos deben contender los balances (art. 63), los estados de resultados (art. 64), los cuadros e
información complementaria (art. 65), la memoria del ejercicio (art. 66) y el informe de la sindicatura (art.
294, inc. 5º). Asimismo, normas técnicas de carácter contable han impuesto la obligatoriedad de completar
los estados contables con un dictamen o informe escrito, suscripto por contador público independiente, que
debe estar fundado en el examen de los estados contables a partir de un trabajo de auditoría elaborado de
acuerdo con las normas generalmente aceptadas para ello, en donde dicho profesional opina sobre los
estados contables efectuados por los administradores de la sociedad, o se abstiene de opinar sobre dichos
instrumentos; b) Por su parte, si se trata de los otros tipos sociales, esto es, las sociedades personalistas o de
interés, o las sociedades de responsabilidad limitada que no alcance el capital previsto por el art. 299 inc. 2º
de la ley 19.550, deben confeccionar sus estados contables de acuerdo con las previsiones del art. 326 del
Código Civil y Comercial de la Nación, esto es, elaborando y presentando a sus socios los balances y cuadros
contables demostrativos de las ganancias o pérdidas, así como la evolución de su patrimonio neto, con la
necesaria veracidad y exactitud, compatible con su finalidad de hacer conocer la situación económica y
financiera del ente a la fecha de cierre de cada ejercicio.

Es importante destacar que si bien los principios de veracidad, exactitud y uniformidad que requiere el art.
321del Código Civil y Comercial de la Nación, para todos los balances, son válidos para los estados contables
de todas las sociedades, se hace más visible su exigencia en los tipos referidos por el art. 62 de la ley, en los
que la intangibilidad del capital social se halla elevada a un requisito dogmático, atento la función que
desempeña como parámetro para la determinación de utilidades líquidas y realizadas, reserva legal y en
general, el tutelamiento de los derechos de accionistas y terceros(806).

La relevancia de los balances es, obviamente, su función informativa, no solo para todos los terceros
interesados en vincularse con la sociedad sino también para todos quienes integran la sociedad, por lo que
no puede extrañar a nadie que en forma reiterada la jurisprudencia ha considerado que la falta de
presentación y aprobación de los estados contables a los socios constituye un incumplimiento es hecho de
gravedad suficiente, susceptible de ocasionar perjuicios que justifican la remoción del administrador y la
consecuente intervención judicial(807).

Con fundadas razones, la ley 19.550 ha reglamentado con sumo detallismo el contenido de los estados
contables, siguiendo en tal sentido la tendencia universal de reglamentar y uniformar la confección de
dichos instrumentos. Tal manera de legislar se justifica sobradamente, en especial en las sociedades
anónimas, que buscan en la información uno de los pilares fundamentales de su regulación, atento el
múltiple interés que despierta la transparencia de las operaciones sociales.(808)

La minuciosa reglamentación efectuada por la ley 19.550 a los estados contables puede traer algunos
problemas de interpretación, y por ello tanto la Comisión Nacional de Valores como la Inspección General de
Justicia, dentro de las facultades que le son propias, han dictado normas especiales, de carácter
reglamentario, en materia de contabilidad, a las que hay que sumar las reglamentaciones que, por lo
general, elaboran los colegios consejos profesionales de ciencias económicas de cada jurisdicción o las
federaciones de ellos, presentándose un mosaico de normas de naturaleza contable que no solo algunas
veces se superponen, sino que pueden también conducir a interpretaciones diferentes y en ocasiones
contradictorias.

Para resolver este problema y establecer cuál es la normativa aplicable a cada caso, debe recordarse que los
consejos o colegios que agrupan a los profesionales en ciencias económicas, o la federación de ellos a nivel
nacional, si bien constituyen entidades idóneas para establecer pautas referidas a las prácticas contables, su
acatamiento, como principio general y como ha sido resuelto por nuestros tribunales comerciales, solo
corresponde a todas las personas físicas o jurídicas cuya actividad presuponga la obligación de confeccionar
los estados contables, y que están insertos en la actividad que éstos regulan(809), pero ello está
subordinado a que esa normativa no colisione con cuerpos legales emanados del poder legislativo nacional o
provincial o resoluciones emanadas de autoridades administrativas a los cuales se le han conferido la
potestad de dictar normas especiales o reglamentarias, como sucede con la Comisión Nacional de Valores,
cuyas resoluciones son obligatorias para todo el país o la Inspección General de Justicia en jurisdicción de la
Ciudad de Buenos Aires.

Ha resuelto acertadamente la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, a través de sus distintas


salas, que si bien es cierto que el Consejo Profesional de Ciencias Económicas pose determinadas facultades
para establecer pautas referidas a las prácticas contables, apuntadas fundamentalmente hacia el logro de
una uniformidad de criterios que posibilite una adecuada y real visión de la situación económica y financiera
de la empresa, y lógicamente que permitan una concreta comparación de situaciones que no sería plausible
si los estados contables se elaborasen con diferentes parámetros, es sin embargo bien sabido que no todas
las sociedades comerciales están sujetas exactamente a las mismas pautas legales y de control, pues en
determinados rubros, dada la importancia y el interés social que revisten, existen organismos con facultades
de control, sancionatorias y legislativas, emergentes de la ley, que dictan normas que regulan la actividad de
las sociedades de que se trata, y tal es el caso de la Inspección General de Justicia, la Superintendencia de
Seguros de la Nación o de la Comisión Nacional de Valores, entre otras(810).

§ 2. Preparación y aprobación de los estados contables


Si bien es obligación de los administradores o directores de la sociedad la llevanza de la contabilidad y la
confección de los estados contables, tal carga es generalmente delegada en profesionales del área contable
de la empresa, lo cual de manera alguna implica eximir la responsabilidad de aquéllos por las irregularidades
que tales instrumentos puedan presentar.

Los estados contables requieren la aprobación por parte del órgano de administración o directorio de la
sociedad, con excepción de las sociedades previstas por la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, mediante decisión expresa del órgano colegiado, en reunión donde debe aprobarse además la
confección de la memoria y la convocatoria a asamblea general de socios o accionistas en la cual dichos
documentos, así como el informe de la sindicatura, serán considerados y, eventualmente aprobados por los
integrantes de la sociedad. Sólo a partir de esta decisión, los balances y estados contables adquieren los
efectos jurídicos que la ley les asigna, pues hasta tanto son meros proyectos o papeles de trabajo, que
carecen de toda virtualidad(811).

La decisión de los directores de presentar los proyectos de los estados contables a consideración de una
asamblea de accionistas implica que el directorio ha revisado y aprobado esos instrumentos, pues si bien —
como se ha expresado— el órgano de administración de la sociedad puede delegar la confección de los
estados contables en profesionales expertos en la materia, dicha facultad no los releva de la obligación de
revisar cada una de sus cuentes, verificando con toda la documentación contable y social en ellos incluidos.

§ 3. Publicidad de los estados contables

La trascendencia que tienen los estados contables para el tráfico mercantil ha sido destacada incluso por
la ley 19.550, que impone a los administradores de las sociedades de responsabilidad limitada, cuyo capital
alcance el importe fijado por el art. 299, inc. 2º, y de las sociedades por acciones, la obligación de remitir a la
autoridad de control una copia de esos documentos (art. 67, segundo párrafo, LS). Dicha norma es, sin
embargo, insuficiente, pues no se advierte, atento el interés general que supone el conocimiento de los
estados contables por los terceros, las razones por los cuales no se impuso idéntica carga a los restantes
tipos sociales. En el caso de las sociedades de responsabilidad limitada que no superan el capital social
previsto por el art. 299 inc. 2º de la ley 19.550, la omisión de la ley de sociedades de exigir su presentación a
la autoridad de control es doblemente lamentable, pues priva a los terceros de conocer la solvencia de la
sociedad y la cuantía de su capital social, lo cual es dato de fundamental importancia, habida cuenta la
limitada responsabilidad de los socios que, como principio general, no responden más que con las cuotas
sociales suscriptas e integradas.

Habida cuenta precisamente que el objetivo de la publicidad de los estados contables en la Inspección
General de Justicia radica en el mejor desarrollo de las funciones de información que esos instrumentos
cumplen, la falta de presentación de los estados contables a dicho organismo durante varios ejercicios,
además de implicar una grave infracción a lo dispuesto por el art. 67 de la ley 19.550, en tanto —como
hemos visto— esa obligación ha sido impuesta en beneficio de la comunidad, debiendo facilitarse el acceso
a los estados contables de las compañías mercantiles, constituye también una importante presunción de
inactividad del ente, que habilita la demanda promovida por el referido organismo tendiente a obtener la
declaración judicial de disolución(812).

§ 4. Las pautas previstas por la ley 19.550 a los fines de la elaboración de los estados contables

El art. 62 de la ley 19.550 prevé una serie de pautas generales para la confección de los estados contables,
entre las cuales reviste especial importancia el último párrafo de dicha norma, el cual, modificado por la ley
22.903, puso fin, de una vez por todas, al tan controvertido tema del ajuste de los estados contables por
inflación.

En primer lugar, el art. 62, en su primer párrafo, dispone que las sociedades deberán hacer constar en sus
balances de ejercicio la fecha en que se cumple su plazo de duración, y en la medida aplicable según el tipo,
darán cumplimiento a lo dispuesto por el art. 67, párr. 1º, del cuerpo legal citado.
La primera exigencia no constituye sino una regla de orden práctico, como bien se ha sostenido en la
Exposición de Motivos de la ley 22.903, pues obliga a los administradores y socios a tener permanentemente
presente la fecha del vencimiento del contrato social, para evitar los inconvenientes que esa circunstancia
pueda causar, en orden a las dificultades que ocasiona adoptar un acuerdo de reconducción, por el riguroso
régimen de mayorías que establece al respecto el art. 95, párr. 2º de la ley 19.550.

En segundo lugar, el art. 62, en el segundo párrafo, dispone que las sociedades de responsabilidad limitada
cuyo capital alcance el importe fijado por el art. 299 inc. 2º y las sociedades por acciones deberán presentar
los estados contables anuales regulados por los arts. 63 a 65 y cumplir con el art. 66, esto es, con la inclusión
de la memoria, el balance, estado de resultados, estado de evolución del patrimonio neto e información
complementaria y cuadros anexos, con todas las prescripciones previstas por dichas normas. Reiteramos
que en este caso, el legislador incurrió en un grave error, pues nada justifica eximir a las sociedades de
responsabilidad de capital social menor al previsto por el segundo párrafo del art. 299 de exhibir toda la
información requerida por los arts. 63 a 66, en tanto que tales normas permiten a los terceros y a los propios
socios obtener una información más completa del estado económico y financiero de la sociedad y tomar
mayor conocimiento sobre la marcha de los negocios sociales, lo cual redunda en beneficio del tráfico
mercantil. La supuesta mayor erogación que supone la elaboración de los estados contables en la forma
prevista por los arts. 63 a 66 de la ley 19.550 no puede justificar una menor información de quienes están
interesados en la evolución de la sociedad y en su estado patrimonial, en especial en las sociedades de
responsabilidad limitada, cualquiera fuere su monto, en las cuales debería ampliarse la posibilidad de acceso
a su contabilidad y a la mayor claridad y comprensión de sus estados contables, habida cuenta que, como
principio general, los terceros no podrá ejecutar a los socios por las deudas sociales.

En tercer lugar, la ley 22.903 ha impuesto a las sociedades controlantes la presentación, como información
complementaria, de los estados contables anuales consolidados, confeccionados con arreglo a los principios
de contabilidad generalmente aceptados y a las normas que establece o establezca la autoridad de
contralor.

La ley prescribe al respecto que los estados contables anuales consolidados deben presentarse como
información complementaria, y es obligación que la ley impone a las sociedades controlantes. El objeto del
mismo es la combinación de los balances de todas las sociedades que componen un grupo económico con
compensación de las cuentas internas existentes entre las mismas. Debe repararse sobre el punto que la ley
no ha brindado normas técnicas para la confección de este estado contable, remitiéndose al respecto a los
principios generales que gobiernan la materia, lo cual ha sido considerado beneficioso por la doctrina
contable, en la medida que ello permite la modificación de criterios que en muchos de los casos son
consecuencia del avance tecnológico(813). Es necesario aclarar que cuando el art. 62 se refiere a las
sociedades controlantes, se refiere a aquellas que ejerzan el control participacional, interno o de derecho,
esto es, cuando son titulares de una participación societaria que le otorgue en la controlada, los votos
necesarios para formar la voluntad social en las reuniones sociales o asambleas ordinarias (art. 33 inc. 1º) de
la ley 19.550) y no al control de hecho o externo, previsto en el art. 33 inc. 2º del ordenamiento legal
societario.

Por su parte, el cuarto párrafo cuarto del art. 62 contiene un principio general que tiende a confirmar el
principio de claridad de los estados contables, base de una adecuada información. Dispone en ese sentido
que cuando los montos involucrados sean de insignificancia relativa a los efectos de una apropiada
interpretación, serán incluidos en rubros de diversos conceptos. En el mismo sentido, si existiesen partidas
no enunciadas específicamente, pero de significación relativa, deberá demostrarse por separado. Asimismo,
y para las sociedades anónimas incluidas en el art. 299, la ley prescribe que la Comisión Nacional de Valores,
otras autoridades de contralor y las Bolsas podrán exigirles la presentación de un estado de origen y
aplicación de fondos, para el ejercicio terminado, estado contable que permite la comparación de dos
períodos o momentos de la vida de la sociedad, exponiendo el movimiento de fondos, indagando sobre sus
fuentes, y determinando sus aplicaciones. Aclara el art. 62 que por "fondos" debe entenderse el activo
corriente menos el pasivo corriente, lo que contablemente se denomina capital de trabajo, superando la
polémica que sobre ese término se había desatado en la doctrina.

Lamentablemente, y a pesar de que la intención del legislador societario de 1972 fue loable, la posibilidad
prevista por el cuarto párrafo del art. 62, que permite la inclusión en cuentas globales de operaciones de
montos de "significación relativa" se prestó a todo tipo de abusos por parte de los administradores sociales,
incluyendo en determinadas cuentas (generalmente denominadas "gastos varios", "deudores o acreedores
varios", o "gastos generales", esto es, y como el lector lo habrá fácilmente advertido, denominaciones
caracterizadas por su vaguedad o ambigüedad), operaciones que, por su significación y relevancia y a los
fines informativos, requerían una cuenta independiente, a tenor de lo dispuesto por el mismo párrafo de la
norma en análisis, cuando textualmente dispone que, "Con el mismo criterio, si existiesen partidas no
enunciadas específicamente, pero de significación relativa, deberán mostrarse por separado".

La experiencia demuestra que cuando se trata de una operación cuya legitimidad puede ser objeto de
cuestionamientos por su escaso apego a la ley, los respectivos montos se esconden detrás de cuentas
globales, como sucede muchas veces con los retiros dinerarios efectuados por determinados socios de la
sociedad, que son por lo general, sus controlantes o personas allegadas a éstos. En tal sentido en un
recordado voto, sostuvo el magistrado de la Ciudad de Bahía Blanca, Francisco Cervini, que la existencia de
una sola cuenta que engloba los saldos acreedores y accionistas resulta violatorio de la técnica prevista por
el art. 63 inc. 2º de la ley 19.550, y que al ser promiscua, no devela ni el origen ni la proporción, así como
tampoco la identificación subjetiva de los saldos. Con otras palabras, no clarifica su composición y tal falta de
discriminación impide verificar los posibles saldos que cada accionista tenía para cobrar en la sociedad(814).

§ 5. Los estados contables ajustados por inflación

Por último, el último párrafo del art. 62 de la ley 19.550, reviste capital importancia, al prescribir
textualmente: "Ajuste: los estados contables correspondientes a ejercicios completos o períodos
intermedios dentro de un mismo ejercicio, deberán confeccionarse en moneda constante", y de esta
manera, la ley 22.903 de reformas a la ley 19.550 ha plasmado legislativamente una importante inquietud
formulada reiteradamente por la doctrina y expuesta en todos los congresos y jornadas realizados en el país
antes del año 1982, debiendo señalarse que el último párrafo del art. 62 tiende a evitar, en forma por demás
justificada, que las cuentas de los estados contables, fundamentalmente los balances, expresen en valores
históricos, que no reflejan, cuando así son confeccionados, sino una información distorsionada que resulta
perjudicial para los socios o accionistas de la sociedad y terceros que mantienen relaciones comerciales con
la misma. Por el contrario, el ajuste por inflación tiende a brindar, a través de la utilización de un mismo
criterio para realizar los balances, una información aceptablemente adecuada, como única forma de
hacerlos comparables(815).

Como se observa, la Ley de Sociedades, luego de su reforma, llenó un importante vacío que la doctrina había
advertido en esta materia, y teniendo en consideración los largos años de desvalorización de nuestro signo
monetario, intentó, con esta norma, paliar los efectos de ese fenómeno, de amplia repercusión en la vida
interna y externa del ente. Y es obvia su importancia, no sólo en materia de derecho de receso, para el
cálculo del valor de las acciones del socio recedente, sino fundamentalmente en protección del derecho de
información del que gozan los integrantes de la sociedad. Recordemos asimismo que el criterio de la ley
22.903 reconocía como importante antecedente al art. 7º de la res. 59 de la Comisión Nacional de Valores, el
cual, en su primer párrafo, establece que todas las decisiones sociales sobre distribución de utilidades o
reservas, debían adoptarse teniendo en consideración un balance ajustado.

Las diferentes políticas económicas aplicadas en nuestro país y las sucesivas crisis que afectaron nuestra
economía, en especial, la ocurrida en los años 2001 y 2002 afectaron la aplicación de dicha norma, que rigió
hasta el año 1995, pues dentro del marco de la Ley de Convertibilidad (ley 23.928), el decreto 316/1995 del
15 de agosto de 1995, prácticamente la dejó sin efecto alguno, al imponerse a las sociedades la
discontinuación de los métodos de reexpresión(816), disponiéndose la comunicación a todos los organismo
de control dependientes del Poder Ejecutivo Nacional (Inspección General de Justicia; Comisión Nacional de
Valores; Superintendencia de Seguros de la Nación; Dirección General Impositiva; Administración Nacional
de Aduanas; Banco Central de la República Argentina; Instituto Nacional de Acción Cooperativa; Instituto
Nacional de Acción Mutual; Superintendencia de Administradora de Fondos de Jubilaciones y Pensiones), a
los fines de no aceptar la presentación de balances o estados contables que no observen lo dispuesto por
el art. 10 de la ley 23.928, la cual, como es sabido, derogó todas las normas legales o reglamentarias que
establecían o autorizaban la indexación por precios, actualización monetaria, variación de costos o cualquier
otra forma de repotenciación de las deudas, impuestos, precios o tarifas de los bienes, obras o servicios, no
pudiendo aplicarse ni esgrimirse ninguna cláusula legal, reglamentaria, contractual o convencional al
respecto.

Sin embargo, el decreto 316/1995, influido fuertemente por la aguda crisis económica, financiera y social y
por el estado de emergencia declarado legalmente, fue derogado por el decreto 1269 del Poder Ejecutivo
Nacional, de fecha 16 de julio de 2002, que asimismo dispuso agregar al texto del art. 10 de la ley 23.928 y
sus modificatorias un párrafo por medio del cual se prescribía que la indicada derogación no comprendía los
estados contables, respecto de los cuales continuará siendo de aplicación lo preceptuado por el art. 62 in
fine de la ley 19.550 de sociedades comerciales. Dicho decreto derogó también el aludido decreto 316 del 15
de agosto de 1995, produciéndose en consecuencia el regreso a los estados contables ajustados por
inflación(817). Ello motivó que la Inspección General de Justicia dictara la resolución general 11/2002, por
medio de la cual se dispuso que los estados contables correspondientes a ejercicios completos o períodos
intermedios, con excepción de las personas jurídicas comprendidas en los regímenes legales sujetos a
fiscalización especial, deberían presentarse ante la Inspección General de Justicia expresados en moneda
constante.

Pero esta interminable historia de idas y vueltas no terminó allí, pues invocando el ejercicio de las facultades
conferidas por el art. 99 inc. 3º de la Constitución Nacional, el Poder Ejecutivo Nacional dictó un nuevo
decreto, que lleva el número 664/2003, y que revivió el art. 10 de la ley 23.928, recomendando a las
autoridades de control a los fines de que dispongan en el ámbito de sus respectivas competencias, que los
balances o estados contables que le sean presentados deberán observar lo dispuesto por aquella norma,
que, como hemos ya señalado, dejó sin efecto el texto del art. 62 in fine de la ley 19.550. La Inspección
General de Justicia, en cumplimiento de esta resolución dictó la resolución general 4/2003, rigiendo
actualmente el art. 268 de la resolución general 7/2015, según el cual, las sociedades por acciones y las de
responsabilidad limitada cuyo capital alcance el importe fijado por el art. 299 inc. 2º de la ley
19.550, exceptuadas aquellas sujetas a regímenes legales de fiscalización especial, deben confeccionar sus
estados contables cuyo cierre se haya producido a partir del 1º de marzo de 2003, sin aplicación, a todos los
efectos, del método de reexpresión de estados contables en moneda homogénea establecido en la
resolución técnica 6 —con las modificaciones introducidas por la resolución técnica 19 de la Federación
Argentina de Consejos Profesionales de Ciencias Económicas— tal como fuera adoptada por las resoluciones
MD 3/002 y CD 262/01 del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de la Ciudad
de Buenos Aires.

Esta norma continúa vigente, no obstante la permanente reclamación de los sectores empresarios en
procura de su derogación.

§ 6. Estado de origen y aplicación de fondos

Por último, el art. 62, quinto párrafo de la ley 19.550 dispone que la Comisión Nacional de Valores, las Bolsas
y otras autoridades de control, pueden exigir a las sociedades incluidas en el art. 299 de dicha normativa, un
estado de origen y aplicación de fondos de la sociedad, lo cual permite inferir el manejo financiero de los
administradores, exponiendo el origen de los fondos reunidos y su aplicación en el desarrollo de las
actividades sociales(818).

ART. 63.—

Balance. En el balance general deberá suministrarse la información que a continuación se requiere:

1) En el activo:

a) el dinero en efectivo en caja y bancos, otros valores caracterizados por similares principios de liquidez,
certeza y efectividad, y la moneda extranjera;

b) los créditos provenientes de las actividades sociales. Por separado se indicarán los créditos con
sociedades controlantes, controladas o vinculadas, los que sean litigiosos y cualquier otro crédito.

Cuando corresponda, se deducirán las previsiones por créditos de dudoso cobro y por descuentos y
bonificaciones;

c) los bienes de cambio, agrupados de acuerdo con las actividades de la sociedad. Se indicarán
separadamente las existencias de materias primas, productos en proceso de elaboración y terminados,
mercaderías de reventa o los rubros requeridos por la naturaleza de la actividad social;

d) las inversiones en títulos de la deuda pública, en acciones y en debentures, con distinción de los que sean
cotizados en bolsa, las efectuadas en sociedades controlantes, controladas o vinculadas, otras
participaciones y cualquier otra inversión ajena a la explotación de la sociedad.

Cuando corresponda, se deducirá la previsión para quebrantos o desvalorizaciones;


e) los bienes de uso, con indicación de sus amortizaciones acumuladas;

f) los bienes inmateriales, por su costo con indicación de sus amortizaciones acumuladas;

g) los gastos y cargas que se devenguen en futuros ejercicios o se afecten a éstos, deduciendo en este último
caso las amortizaciones acumuladas que correspondan;

h) todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido como activo.

2) En el pasivo:

1.a) las deudas, indicándose separadamente las comerciales, las bancarias, las financieras, las existentes con
sociedades controlantes, controladas o vinculadas, los debentures emitidos por la sociedad, los dividendos a
pagar y las deudas a organismos de previsión social y de recaudación fiscal.

Asimismo se mostrarán otros pasivos devengados que corresponda calcular;

b) las previsiones por eventualidades que se consideren susceptibles de concretarse en obligaciones de la


sociedad;

c) todo otro rubro que por su naturaleza represente un pasivo hacia terceros;

d) las rentas percibidas por adelantado y los ingresos cuya realización corresponda a futuros ejercicios.

II. a) El capital social, con distinción, en su caso, de las acciones ordinarias y de otras clases y los supuestos
del art. 220;

b) las reservas legales, contractuales o estatutarias voluntarias y las provenientes de revaluaciones y de


primas de emisión;

c) las utilidades de ejercicios anteriores y en su caso, para deducir, las pérdidas;

d) todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido en las cuentas de capital, reservas y
resultados.

3) Los bienes en depósito, los avales y garantías, documentos descontados y toda otra cuenta de orden.

4) De la presentación en general:

a) la información deberá agruparse de modo que sea posible distinguir y totalizar el activo corriente del
activo no corriente, y el pasivo corriente del pasivo no corriente. Se entiende por corriente todo activo o
pasivo cuyo vencimiento o realización, se producirá dentro de los 12 meses a partir de la fecha del balance
general, salvo que las circunstancias aconsejen otra base para tal distinción;

b) los derechos y obligaciones deberán mostrarse indicándose si son documentados, con garantía real u
otras;

c) el activo y el pasivo en moneda extranjera, deberán mostrarse por separado en los rubros que
correspondan;

d) no podrán compensarse las distintas partidas entre sí. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 54, 62, 65, 66, 68, 69, 71, 77, 83, 88, 103, 104, 109; Resolución General 7/2015
de la Inspección General de Justicia, arts. 154, 156,305, 309,316, 325. LSC Uruguay: art. 89.
§ 1. El balance. Importancia. Análisis de sus cuentas

Como consecuencia de la obligación de las sociedades comerciales de llevar una contabilidad regular, en los
términos de los arts. 43 a 67 del Código de Comercio, surge la necesidad de confeccionar el balance general,
que constituye capítulo fundamental para apreciar el estado del activo y pasivo de la sociedad, y permitir,
por comparación con los balances anteriores, un análisis de la marcha de los negocios y apreciación de su
rentabilidad. Su importancia no sólo se mide en relación con la utilidad que brinda a los socios, al permitirles
apreciar el valor de sus participaciones, sino también y fundamentalmente a los acreedores de la sociedad,
al ofrecerles un instrumento idóneo para medir la solvencia de esta(819).

La jurisprudencia ha definido al balance como una descripción gráfica de carácter estático de la situación
económica, financiera y patrimonial de la sociedad en un momento dado, que permite conocer la
composición de su patrimonio y la solvencia con que cuenta para el cumplimiento de sus obligaciones(820).
El balance se compone de un activo y un pasivo en los que figuran por un lado todos los bienes y todos los
derechos de que es titular la sociedad, y por otro lado, todo lo que la compañía adeuda a los terceros y a los
propios socios, de cuyas comparaciones surge el patrimonio neto de la firma(821).

El balance, que debe descansar necesariamente en un inventario previo que lo complementa, sólo da una
versión inmovilizada y descriptiva de la situación del patrimonio en el instante de su confección, lo que no
permite ir más allá de los datos que en él se contienen. De ahí que para tener un concepto cabal de la
gestión social y de la rentabilidad de la empresa, resulte necesario complementarlo con un estado de
resultados (art. 64), para analizar los beneficios obtenidos, así como el origen de los mismos, instrumento
que resume y esquematiza el desarrollo del ejercicio a través de la cuenta de ganancias y pérdidas, dando
razón de las variaciones patrimoniales producidos respecto del ejercicio anterior(822). La memoria (art. 66),
por su parte, si bien no integra ni forma parte del balance, es elemento imprescindible de interpretación,
pues permite comprender al lector ciertos aspectos de la vida de la sociedad susceptibles de llamar la
atención, en comparación con estados contables anteriores, así como analizar las perspectivas futuras de la
empresa, dato que debe ser objeto de inclusión en la memoria, como lo manda el art. 66 de la ley 19.550.
Finalmente, las cuentas de los balances deben ser abiertas y encuentran su explicación en las notas
complementarias y en los cuadros anexos a que se refiere el art. 65 de la ley 19.550.

§ 2. La inclusión de una deuda en el pasivo del balance implica reconocimiento de dicha obligación

Ha sido planteada tanto en sede judicial como administrativa la cuestión de los efectos que implica la
confección de un balance en torno a la inclusión de las cuentas del activo y pasivo y si este instrumento
cumple otra función que no sea la de informar sobre la situación patrimonial, económica y financiera de la
sociedad.

Ha sido sostenido, al respecto, que el balance es solo una pieza esquemática de la que no puede inferirse
responsabilidades jurídicas con consecuencias patrimoniales, pues dicho instrumento es solo una pieza
propia de la técnica contable y no el fundamento de un crédito(823).

Coincidimos con la obvia conclusión de que el mero asiento en un libro de comercio o en los balances de la
sociedad no constituye actuación susceptible de adquirir derechos o contraer obligaciones, pero
discrepamos con la afirmación de que de las registraciones contenidas en el balance no pueden inferirse
responsabilidades jurídicas con consecuencias patrimoniales, pues la inclusión de una determinada
operación en el pasivo implica reconocimiento tácito de la sociedad de la deuda allí incluida, en los términos
y con los alcances previstos por los arts. 2545 del Código Civil y Comercial de la Nación, importando,
conforme a esta última norma, causal suficiente de interrupción de la prescripción de las acciones
promovidos por los acreedores sociales tendientes al cobro de las deudas allí registradas. Esta conclusión se
basa asimismo en la doctrina de los actos propios, pues si los administradores sociales incluyeron una
determinada operación en los estados contables de la firma, es porque reconocen su existencia. Negar su
subsistencia cuando el acreedor promueve la correspondiente demanda implica contradecir esa registración
contable, lo cual es en derecho inadmisible.

Aplicando estos principios generales, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial ha dispuesto que la
registración del crédito por dividendos a los accionistas en los libros de comercio, como pasivo de la
sociedad, a partir del ejercicio que dispuso su distribución, importa el reconocimiento tácito de la obligación
de pagar los dividendos impagos, y constituye un hecho interruptivo del plazo de la prescripción en curso, en
los términos del art. 3989 del Código Civil(824)y en el mismo sentido se pronunció la Inspección General de
Justicia en el expediente "Grufintas Sociedad Anónima", mediante la resolución 1475/2004, del 19 de
noviembre de 2004.

§ 3. Análisis de las cuentas del balance

La ley 19.550, en el art. 63, inc. 4º, divide el activo y pasivo en corriente y no corriente, definiendo los
primeros como aquellos cuyo vencimiento o realización se producirá dentro de los doce meses a partir de la
fecha del balance general, salvo que las circunstancias aconsejen otra base para tal distinción. Ello tiende,
como bien lo afirma Spieguel, a demostrar el grado de posibilidad de la sociedad para poder hacer frente a
sus obligaciones en el lapso del ejercicio, con los bienes realizables destinados a ese fin, como empresa en
marcha, en el mismo período. El artículo ha querido dar pues como norma general la que en el ciclo
operativo normal es de doce meses; pero si bien esa medida convencional se establece en un año, existen
una serie de empresas que por el tipo de actividad que desarrollan, su ciclo operativo excede ese plazo
(empresas avícolas, de hacienda, apicultura, etc.). Por lo tanto, la ley 19.550 al señalar el principio general,
ha previsto también la posible excepción, para los casos especiales a que se ha hecho referencia(825).

La doctrina denomina "capital de trabajo" a la diferencia que existe entre el activo corriente y el pasivo
corriente, que es pauta fundamental a los fines de medir la solvencia de la sociedad, y en consecuencia, la
posibilidad de cumplir con sus obligaciones.

El activo corriente está formado por:

a) Las disponibilidades. Estas comprenden dinero en efectivo en caja, saldos en cuentas corrientes bancarias,
y otros valores caracterizados por similares principios de liquidez, certeza y efectividad, moneda extranjera,
y créditos provenientes de las actividades sociales —créditos por ventas o servicios— indicándose por
separado los créditos con sociedades controlantes, controladas o vinculadas, los que sean litigiosos, y
cualquier otro crédito que no provenga de la actividad habitual de la sociedad. Cuando corresponda, se
deducirán las previsiones por créditos de .dudoso cobro —previsiones para incobrables— y por descuentos
o bonificaciones.

b) Los bienes de cambio. Son los destinados a la comercialización, agrupados de acuerdo con las actividades
de la sociedad. Por separado se indicarán las existencias en materias primas, productos en proceso de
elaboración y terminados, mercaderías de reventa o los rubros requeridos por la naturaleza de la actividad
social.

c) Las inversiones. Consisten en operaciones efectuadas por la sociedad de fácil realización, con el objeto de
obtener una renta aprovechando un capital disponible, que de otro modo podría verse afectado por el
proceso de desvalorización monetaria. El art. 63 exige que las inversiones en títulos de deuda pública,
acciones, o debentures, deben figurar en el balance, con destinación de los que sean cotizados en Bolsa, las
efectuadas en sociedades controlantes, controladas o vinculadas, diferentes participaciones y cualquier otra
inversión ajena a la explotación de la sociedad. Cuando corresponda, se deducirá la previsión para
quebrantos o desvalorizaciones.

Por su parte, en el activo no corriente se incluyen: 1) los bienes de uso, que son los adquiridos con el
propósito de usarlos en forma permanente durante varios ejercicios como las maquinarias, instalaciones,
etcétera. Son también denominados bienes del activo fijo, cuyo valor va disminuyendo gradualmente por la
utilización de los mismos a través de los años. Esa parte proporcional del valor de costo, que se va
produciendo periódicamente, es conocida como amortización. Se indicarán de conformidad al art. 63, las
amortizaciones acumuladas de los bienes de uso, es decir, no sólo las del ejercicio, sino las de los ejercicios
anteriores; 2) los bienes inmateriales: marcas de fábrica, diseños o modelos industriales, concesiones y
franquicias, patentes de invención y llave del negocio, que deben figurar por su costo, con indicación de sus
amortizaciones acumuladas; 3) los gastos y cargas que se devenguen en futuros ejercicios, donde
corresponde incluir aquellos gastos o cargas abonados por adelantado y cuya incidencia abarca varios
ejercicios: seguros, alquileres, etc., deduciéndose las amortizaciones acumuladas que correspondan.

En el pasivo se incluyen las siguientes cuentas:

1. Las deudas, indicándose separadamente las comerciales, bancarias, financieras, las existentes en


sociedades controlantes, controladas o vinculadas, los debentures emitidos por la sociedad, los dividendos a
pagar y las deudas a organismos de previsión social y de recaudación fiscal. Recuérdese al respecto que,
conforme lo dispone el inc. 4º de la norma en análisis, las deudas cuyo vencimiento o realización se
producirá dentro de los 12 meses a partir de la fecha del balance general deben ser incluidas dentro del
"pasivo corriente" y aquellas obligaciones no incluidas en esta categoría pertenecen a la cuenta del "pasivo
no corriente".

2. Las previsiones, que tienen por objeto una función parecida al de las reservas, esto es, fortalecer a la
sociedad frente a futuras contingencias de acaecimiento eventualidades susceptibles de concretarse en
obligaciones de la sociedad (v.gr. las previsiones para despidos del personal o resultados de juicios
pendientes).

3. Las provisiones, que son aquellas deudas de la sociedad, de cálculo cierto, que no son exigibles a la fecha
del balance general, pero que por su naturaleza gravitan sobre el mismo. Por ejemplo: impuestos o cargas
sociales. Cabe apuntar que la ley no hace referencia a ellas, pero las contempla cuando incluye en el pasivo
"todo otro rubro que por su naturaleza represente un pasivo hacia terceros";

4. Las rentas percibidas por adelantado y los ingresos cuya realización corresponde a futuros ejercicios.

5. Finalmente, el inc. 3º del art. 63 exige la inclusión en el pasivo de las llamadas cuentas de orden que
exteriorizan contingencias que al cierre del ejercicio no influyen en la situación patrimonial de la
empresa(826). Son rubros que no responden a un activo o pasivos reales, pero figuran en el balance para dar
a conocer el resultado de operaciones jurídicas efectuadas. De esta manera, deben figurar en dicha cuenta
los bienes en depósito, los avales y garantías, documentos descontados (art. 63, punto 3, texto ley 22.903).

§ 4. La inclusión en el pasivo del capital social, reservas y resultados de ejercicios anteriores

Si bien es cierto que a nadie puede caber dudas de que las cuentas mencionadas en el segundo capítulo del
art. 63 (capital social, reservas y resultados de ejercicios anteriores) son de indudable inclusión en el pasivo
—corriente o no corriente— del balance, el problema radica en que la misma norma contiene un segundo
inc. II), dividido en cuatro subcuentas (capital social, reservas legales, utilidades de ejercicios anteriores y en
su caso, para deducir, las pérdidas y todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido en las
cuentas de capital, reservas y resultados) que la simple lectura de los estados contables que se confeccionan
en nuestro medio nos han acostumbrado a examinarlas dentro del patrimonio neto de dichos instrumentos,
como partidas diferenciadas del pasivo.

Lo referido no constituye un simple problema de exposición de cuentas, pues incluidas tales partidas en el
pasivo del balance, como expresamente lo manda la ley 19.550, los resultados y la situación financiera y
económica que exhibirá la sociedad a través de sus estados contables, serán totalmente diferente del
resultado o situación patrimonial que exhiba la misma sociedad en caso en que esas cuentas (capital,
reservas y resultados diferidos) fueran incluidas en el patrimonio neto de la compañía. En el primer caso, y
como se dice habitualmente, el balance estará "castigado", mientras que en el segundo supuesto, la
sociedad saldrá ampliamente favorecida con la exposición de una mejor situación patrimonial y financiera.

En estricta puridad, el criterio utilizado por la ley 19.550 es el acertado, pues tanto el capital social, reservas
y resultados son sumas que, de una manera u otra y por diferentes razones, la sociedad adeuda a sus
integrantes, pero como ellas no constituyen pasivos hacia terceros sino que tiene como acreedores a sus
mismos socios, la técnica contable las ha excluido del pasivo y las ha agrupado en el patrimonio neto de la
entidad. Para actuar de esa manera, se ha tomado especialmente en cuenta la frase residual contenida en el
art. 63, inc. 2º —que describe el pasivo— párrafo c) de la ley 19.550, en cuanto disponen asentar en el
pasivo "todo otro rubro que por su naturaleza represente un pasivo hacia terceros".

De manera tal que, en principio, el criterio que utiliza la técnica contable para distinguir entre las cuentas del
pasivo y del patrimonio neto lo constituye el sujeto beneficiario de las obligaciones asumidas por la
sociedad: si las deudas fueron contraídas con terceros, ellas se asentarán en el pasivo social; por el
contrario, si los acreedores son los mismos socios, estas deudas son registradas en el patrimonio neto.

Bien es cierto que este criterio exhibe una importante dificultad, que se presenta cuando es el mismo socio
quien suministra dinero a la caja social, situación sumamente frecuente, pues la vida enseña que a los
primeros que se recurre cuando se presenta una situación de apremiante necesidad financiera en la
empresa es a sus mismos integrantes. Ante tal estado de cosas, la técnica contable nos ilustra que debe
considerarse al socio como un tercero, y por lo general, ese débito social se asienta en el pasivo no corriente
del balance, para no castigar al capital de trabajo de la sociedad. De manera tal que las entregas dinerarias
efectuadas por el socio a la sociedad tienen un doble tratamiento contable: a) Si estas daciones dinerarias lo
son en concepto de aportes (al constituirse la sociedad o ante un aumento del capital social con efectivas
aportaciones), tales movimientos se asientan en la cuenta capital o aportes de los socios, obrantes en el
patrimonio neto de los estados contables; b) pero si a estas entregas de dinero se las considera como
simples préstamos o mutuos dinerarios, ellos deben ser incluidos dentro del pasivo no corriente de la
sociedad.

Sin embargo, tal manera de proceder, si bien exacta desde el punto de vista legal, no resulta enteramente
satisfactoria para los "intereses" de la sociedad, pues si tratamos al socio suministrador de fondos como un
"tercero" e incluimos su crédito dentro del pasivo, aún no corriente, los estados contables reflejarán
desfavorablemente la situación patrimonial de la sociedad, con el consiguiente peligro de que dicha entidad
sea inmediatamente descalificada en el mercado financiero, ante la simple lectura y comparación de sus
instrumentos contables.

Es en situaciones como éstas donde hace su aparición la inefable "contabilidad creativa", la cual resulta
sumamente eficaz y produce efectos casi mágicos. La contabilidad creativa, según la feliz expresión y
definición que nos brinda Guaresti(827), consiste en la distorsión de las cuentas para que el lector crea que
las cosas no están tan mal y precisamente. Precisamente para dar solución al problema descripto en los
párrafos anteriores, es que nacieron y se desarrollaron en nuestro medio los tan utilizados y siempre útiles
"aportes irrevocables a cuenta de futuras emisiones de acciones", que son sumas de dinero que los
"controlantes" hacen entrega a la caja social ante impostergables compromisos de la sociedad, pero que no
se incluyen en el pasivo como préstamos o mutuos, sino en el patrimonio neto, no ya como "aportes" en el
sentido técnico de la palabra, habida cuenta que no puede haber aportes sin previa decisión asamblearia de
aumentar el capital social, sino bajo el título de "aportes irrevocables a cuenta de futuras emisiones de
acciones", partida que por supuesto, no se encuentra incluida dentro de los arts. 61 a 66 de la ley
19.550, pero que la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles, salvo honrosas excepciones, la han
aceptado sin reservas, discurriendo largamente sobre su naturaleza jurídica, cuando la verdadera naturaleza,
utilidad y eficacia de dicha cuenta pasa por otro lado, muy ajena a las elucubraciones de los tribunales de
comercio y a los juristas bienintencionados.

§ 5. El pasivo y el patrimonio neto. Las cuentas del patrimonio neto. El "estado de evolución del patrimonio
neto" de los estados contables

Como hemos expuesto en los párrafos anteriores y malgrado las claras directivas impuestas por el art. 63 de
la ley 19.550 en torno a la composición del pasivo, la mera lectura de los estados contables que presentan
hoy todos los sujetos de derecho que deben formular sus cuentas a través de estos instrumentos, nos ilustra
que el pasivo del balance está integrado por todas las deudas y cargas que gravan a la sociedad, y que las
cuentas que integran el mismo, esto es, las deudas, provisiones y previsiones, están directamente
relacionadas con los terceros que contratan con la sociedad o que se encuentran vinculadas con ella, a
punto tal que, desde el punto de vista económico, ha sido dicho que el pasivo constituye el aporte que
terceras personas hacen a la empresa, y a ello debe su nombre de capital ajeno(828).

De acuerdo con quienes comparten la necesidad de diferenciar las cuentas del pasivo y del patrimonio neto,
éste ha sido definido por autorizada doctrina contable como el capital propio de la empresa, o sea, como
aquel perteneciente a los "dueños" de la misma, que puede ser caracterizado como el valor resultante de la
diferencia entre los bienes y derechos de la sociedad —que componen el activo de la misma— y las deudas o
compromisos que ésta posee con terceros a una fecha determinada, o, de una manera más simple, como la
diferencia entre la totalidad de los rubros activos y de los rubros pasivos de la entidad(829).

Este criterio tuvo incluso recepción jurisprudencial en el caso "Loschi Aldo c/ Channel One SA y otros
s/sumario", dictado por la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal,
en fallo pronunciado el 25 de febrero de 1993, en donde se expresó que por activo debe entenderse los
bienes y derechos que posee una persona o sociedad y por pasivo las deudas que gravan esos bienes o
derechos. Este sistema da lugar a una igualdad, de suma importancia, y que genera todas las relaciones
posteriores, a saber: Activo — Pasivo = Patrimonio neto. Con ello se quiere decir que si se hace inventario de
los bienes y derechos que posee una persona o sociedad y se descuentan las deudas que gravan a esos
bienes o derechos, se obtendría como resultado final el capital propio o patrimonio neto. Obviamente, esta
igualdad no se mantiene a través de toda la vida de la empresa y va modificándose continuamente, con cada
operación que se realiza.
A diferencia del pasivo, que sirve para conocer el estado de endeudamiento de la sociedad, el patrimonio
neto ha sido considerado por la doctrina que predica la total diferencia entre ambos capítulos de los estados
contables, como una cuenta fundamental para medir la solvencia del ente, participando del concepto de
patrimonio previsto por los arts. 15 y 16 del Código Civil y Comercial de la Nación.

Creemos que no obstante la doctrina judicial emanada del caso "Loschi" a la cual hemos hecho referencia en
los párrafos precedentes, el capital social debe formar parte del pasivo, pues este capítulo del balance debe
incluir lo que la sociedad debe, sin importar la persona del acreedor. Reiteramos que cuando se habla de
patrimonio neto y no de patrimonio en los términos del Código Civil y Comercial, se parte de la base que en
ese instrumento ya se han compensado las cuentas del activo y del pasivo(830)y que, por ello, este
instrumento solo debe incluir los resultados obtenidos y las reservas constituidas por los socios. Carece de
sentido, a nuestro juicio, incluir al capital social dentro del patrimonio neto de la sociedad y fuera del pasivo
del balance, pues de tal modo la situación económica y financiera de la sociedad que se exhibe mediante
estados contables así confeccionados, no será nunca fidedigna, contrariándose, además, con la finalidad y
objeto del capital social, que no es dinero que los administradores disponen para el giro empresario sino que
es elemento que actúa como cifra de retención en garantía de los créditos de los terceros acreedores de la
entidad.

Parece evidente sostener, en concordancia con todo lo expuesto, que la circunstancia de que la sociedad
adeude los aportes a los socios, y que la obligación de su reintegro a los mismos, solo corresponda en la
etapa liquidatoria y una vez cancelado el pasivo adeudado por la sociedad a terceros, pero ello no implica
sostener que los socios no son acreedores de la entidad, pues la subordinación a que están sometidos no les
priva de tal carácter. A mayor abundamiento, cuando el art. 109 de la ley 19.550 prescribe la obligación de
los liquidadores de reembolsar a los socios la parte del capital social, ratifica todo lo expuesto en los párrafos
precedentes.

§ 6. La cuenta de "Resultados no asignados del patrimonio neto". Su historia y contenido

Aclarado el concepto de lo que se entiende por patrimonio neto, corresponde abocarnos a las cuentas que
lo integran y que se encuentran detalladas en el capítulo de los estados contables denominado como
"Estado de Evolución del Patrimonio Neto".

Preliminarmente, corresponde recordar que el art. 64.II de la ley 19.550 se refiere al estado de evolución del
patrimonio neto, al cual considera como complemento del estado de resultados o cuenta de ganancias y
pérdidas del ejercicio, cuyas partidas se encuentran expresamente incluidas en dicha disposición legal.

Dice el art. 64.II de la ley de sociedades comerciales que el estado de resultados deberá complementarse
con el estado de evolución del patrimonio neto. En él se incluirán las causas de los cambios producidos
durante el ejercicio en cada uno de los rubros integrantes del patrimonio neto.

Tal es la actual redacción de la norma del art. 64, inc. II) de la ley 19.550, pues su texto original fue
modificado por la ley 22.903, correspondiendo manifestar que, a nuestro juicio, la reforma efectuada en el
año 1982 no fue feliz, pues en su anterior texto, el art. 64 in fine detallaba las cuentas que integran el estado
de evolución del patrimonio neto —la cual, según la original denominación prevista por la ley 19.550 se
denominaba "el estado de resultados acumulados"— evitándose de esa manera que la "contabilidad
creativa" que tanto daño produce al comercio y a los intereses de los terceros en general, pudiera encontrar
en este capítulo de los estados contables un ámbito propicio para desarrollarse.

La versión original del art. 64, inc. II) de la ley 19.550 era la siguiente: "II. El estado de resultados deberá
complementarse con el estado de resultados acumulados, el que deberá exponer:

a) Saldo de las ganancias o pérdidas al comienzo del ejercicio y su destino;

b) El saldo final del estado de resultados del ejercicio;

c) La ganancia o pérdida acumulada al cierre de cada ejercicio;

d) En caso de utilizarse una reserva, se indicará a continuación el saldo al comienzo del ejercicio".
Salta a la vista que la redacción del último párrafo del art. 64.II de la ley 19.550, en su versión original, era
del todo congruente con lo dispuesto por el art. 63.II de dicho ordenamiento legal, en cuanto éste dispone
como de necesaria inclusión en el pasivo las cuentas de capital, reservas y resultados, pues el estado de
evolución del patrimonio neto o estado de resultados acumulados, como se lo llamaba allá por
1972, solo detallaba, graficaba y explicaba la evolución de las cuentas resultados y reservas, sin la menor
referencia al capital social. Con otras palabras: los legisladores de 1972 fueron congruentes y categóricos al
considerar al capital social como cuenta del pasivo del balance.

La reforma efectuada por la ley 22.903 de 1982 no tuvo la misma filosofía, pues al eliminar del texto del art.
64.II de la ley 19.550 el detalle de las cuentas que componen el estado de evolución del patrimonio neto,
utilizando el discutible criterio de contar con un menor reglamentarismo —argumento que generalmente
hace feliz a las personas poco dispuestas a cumplir con la ley—, brindó margen para asentar cualquier tipo
de cuentas en ese capítulo de los estados contables, lo que efectivamente aconteció —recordar el caso de
los aportes irrevocables a cuenta de futuras emisiones de acciones— permitiendo que la sociedad pudiera
exhibir sus estados contables a terceros con resultados desde todo punto de vista diferentes, según la
pericia —o picardía— de sus hacedores, con la más absoluta de las impunidades, merced a la tolerancia o
ignorancia que exhiben muchos de nuestros jueces con competencia en asuntos comerciales, sobre las más
elementales nociones de contabilidad.

Aclarado ello, vamos a las cuentas del patrimonio neto de los estados contables.

a) En cuanto al capital social, si bien éste representa el equivalente de los valores aportados por los socios o
accionistas a la sociedad, como persona jurídica independiente de los mismos, sirve para balancear la
inscripción que de esos valores se hace en el activo social(831).

Ahora bien, y dentro de la estructura del patrimonio neto de los estados contables, la cuenta capital difiere
del concepto de capital social a que se refiere la ley 19.550, suma que, ocioso es repetirlo, constituye una
cantidad fija, constituida originalmente por el valor de los aportes efectuados por los socios y solo variable
por los procedimientos legales de aumento o reducción previstos por la referida ley. Por el contrario, y en la
estructura del patrimonio neto de los estados contables, el capital social, entendido conforme lo dispuesto
por el art. 11, inc. 4º de la ley 19.550, constituye solo un rubro de la cuenta capital, que se integra además
con otras partidas, denominadas comúnmente como "ajuste de capital" "aportes no capitalizados" o
"aportes irrevocables" y "revalúos legales", las cuales se encuentran muchas veces englobados bajo una
cuenta más amplia denominada "aporte de los socios".

Tratándose de sociedades comerciales, y habida cuenta la distinta personalidad jurídica de la misma con las
personas que la integran, las ganancias o las pérdidas no modifican la cuenta del capital, pues como explica
autorizada doctrina, el beneficio o utilidad no constituye un aumento del capital social ni la pérdida una
disminución de éste. Por el contrario, la denominada "cuenta de ganancias y pérdidas" prevista por el art. 52
del Código de Comercio, y que la ley 19.550 en su art. 63 la llama con mayor precisión "estado de
resultados", constituye una cuenta independiente que complementa al balance, y en el cual se expone
sumariamente como se forman las utilidades y las pérdidas que se han verificado durante cada uno de los
ejercicios de la entidad(832).

b) En lo que respecta a las reservas, que integran otras de las subcuentas del patrimonio neto de la sociedad,
ellas han sido definidas de muchas maneras. Por ejemplo, Fontanarrosa las ha definido como las
sustracciones del resultado neto de la explotación, para afrontar pérdidas eventuales previsibles. Halperin
por su parte, ha definido a las reservas, cualquiera fuere su naturaleza, como una determinada suma de
valores patrimoniales activos que la sociedad no distribuye a sus socios y que conserva para procurar a la
empresa mayor solidez y seguridad económica. A su turno, Farina sostuvo que las reservas representan el
importe de excedentes netos que se incorporan al activo a fin de acrecentar el patrimonio social, pues son
propiedad de la sociedad, aunque su carácter no sea el de ganancia distribuible sino el de beneficios
capitalizados, ya que integran ese patrimonio por su inversión, afectada a un fin de acuerdo con la decisión
de la asamblea que las constituyó(833). Pero de todas esas definiciones, preferimos el concepto que
Anaya(834)nos brinda de las reservas, a las que define simplemente como "utilidades no distribuidas".

La constitución de reservas constituye una actuación de los directores que debe hacer honor al criterio
de razonabilidad y prudente administración (art. 70 in fine de la ley 19.550), pautas que caracterizan la
actuación de todo administrador de sociedades comerciales y que se encuentran incluidas dentro del
genérico standard a que hace mención el art. 59 de la ley 19.550, cuando expresamente prescribe la
necesidad de que las personas mencionadas en dicha norma deben obrar con lealtad y con la diligencia de
un buen hombre de negocios.

Los redactores de la ley 19.550 fueron muy sabios cuando legislaron sobre la constitución de reservas,
efectuando una sola pero trascendente importante distinción entre ellas: a) por una parte, las reservas
legales, de constitución necesaria y obligatoria en las sociedades donde los socios gozan del excepcional
beneficio de la limitación de la responsabilidad (sociedades anónimas y de responsabilidad limitada), que no
puede ser inferior al veinte por ciento del capital social (art. 70 primera parte), y b) las restantes reservas
mencionadas por el art. 63.2.II.b) de la ley 19.550, que solo pueden ser constituidas, como hemos visto, en la
medida que su formación sea razonable y responda a una prudente administración.

En la casi generalidad de los casos, las reservas se constituyen a los fines de afrontar futuros y previsibles
gastos, restaurar la estabilidad del capital de la empresa o los quebrantos de la compañía o finalmente
brindar a la sociedad mayor seguridad y solidez económica y financiera. Pero cualquiera fuere el motivo que
justifica la constitución de cualquier otra reserva que no fuera la legal, éste debe estar suficientemente
explicado por el órgano de administración en la memoria que precede a los balances de la sociedad. Al
respecto, y esto es fundamental destacarlo, la segunda parte del art. 70 de la ley 19.550 en cuanto exige el
cumplimiento de los requisitos previstos por el art. 66, inc. 3º, mas los requisitos impuestos por dicha
norma, (razonabilidad y prudente administración), resulta plenamente aplicable a todo tipo de reservas, con
exclusión de la legal.

Dentro de las cuentas que el art. 63.2.II. de la ley 19.550 menciona como integrantes del pasivo social, y a
continuación del capital social y las reservas, la ley 19.550 incluye las siguientes partidas:

"c) Las utilidades de ejercicios anteriores y en su caso, para deducir de las pérdidas;

d) Todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido en las cuentas de capital, reservas y
resultados".

Sobre la composición de este último inciso, autorizada doctrina ha mencionado a la prima de emisión, las
cuentas correspondientes a la adquisición de sus acciones por la sociedad, amortizaciones y rescate de
acciones etc.(835).

En cuanto a las utilidades de ejercicios anteriores a las que alude el art. 63.2.II.c) de la ley 19.550, no se trata
de resultados no distribuidos o ganancias cuya distribución ha sido diferida, como equivocadamente
sostiene Halperin, pues la única manera de diferir la distribución de ganancias entre los socios, conforme a
los claros parámetros de la ley 19.550, lo constituye la constitución de reservas libres o facultativas, cuyos
requisitos de constitución vienen impuestos de manera imperativa por los arts. 66, inc. 3º y 70 de la ley
19.550.

Si como hemos visto, y siguiendo la categórica definición de Anaya, partimos de la idea que las reservas son
utilidades no distribuidas entre los socios, para cuya validez es necesario cumplir con los requisitos previstos
expresamente por la ley 19.550, carece de toda seriedad predicar diferencias entre los conceptos de
reservas libres o facultativas y utilidades diferidas o no distribuidas, pues, y perdóneseme la
redundancia, solo puede postergarse la distribución de ganancias mediante la constitución de reservas libres
o facultativas, previo y necesario cumplimiento de los requisitos previstos por los arts. 66 y 70 de la ley
19.550.

Con otras palabras, no puede haber retención de ganancias sin afectación específica, porque ello es
contrario a la causa del contrato de sociedad y torna ilusorio el derecho esencial de los socios a participar en
las ganancias sociales(836). Cabe recordar que nuestra jurisprudencia ha descalificado de toda validez las
decisiones asamblearias, que sin invocar necesidad social alguna, propone en forma indefinida el traslado de
las ganancias a nuevos ejercicios, "resultados no asignados" o "cuenta nueva". Tal manera de proceder, ha
sido dicho en un muy conocido y trascendente fallo(837), implica una expropiación virtual en perjuicio de los
aportantes del capital, merced a los cuales fueron obtenidas las ganancias, contrario a todo sentido real de
la propiedad privada en las sociedades mercantiles(838).

Si partimos de la base, como consecuencia de todo lo expuesto, que resulta jurídicamente inadmisible
distinguir entre utilidades no distribuidas y reservas libres, voluntarias o facultativas, el lector se preguntará
a que se refirió el legislador cuando, en el art. 63.2.II.c) de la ley 19.550 incluyó, dentro del pasivo, las
utilidades de ejercicios anteriores, como concepto diferente a las reservas, y la respuesta la vamos a
encontrar en los antecedentes históricos de la mencionada norma.

En efecto, y como bien lo enseña Fontanarrosa, en su clásica obra "Derecho Comercial Argentino", escrita
durante la vigencia del Código de Comercio en materia de regulación de sociedades comerciales, regía en
nuestro país, desde el año 1954 y para las sociedades anónimas, el decreto 9795/1954 del Poder Ejecutivo
Nacional, que estableció una fórmula tipo en la que se determinó un sistema de exposición de cuentas de los
balances, que no tuvo carácter obligatorio. De acuerdo con la fórmula utilizada por ese decreto, se incluía
dentro del pasivo de los balances a las deudas, provisiones, previsiones, capital, reservas resultados y
utilidades diferidas y a realizar en ejercicios futuros.

El concepto de "utilidades diferidas y a realizar en ejercicios futuros" fue explicado por varios autores de
reconocido prestigio en nuestro medio, quienes coincidieron en destacar que el decreto 9795/1954 fue el
antecedente de las normas contenidas en los arts. 62 a 66 de la ley 19.550. En tal sentido, explicaba
Fontanarrosa que en el rubro utilidades diferidas y a realizar en ejercicios futuros, debían asentarse las
rentas percibidas por anticipado y las ganancias a realizar en ejercicios futuros, derivados de operaciones de
liquidación a muy largo plazo(839). Por su parte, Fowler Newton, transcribiendo la resol. técnica 1 de la
FACPCE sostenía que las ganancias diferidas son aquellos resultados que, de acuerdo con prácticas
arraigadas no se incluyen en las ganancias del período por estimarse que aún les falta algún requisito para su
concreción. Por ejemplo, las ganancias por tenencias de cuentas en moneda extranjera(840).

Es claro entonces que ni los antecedentes de la ley 19.550 en materia de exposición de las partidas de los
estados contables ni razones jurídicas de ninguna naturaleza justifican la retención indefinida de ganancias
sin el cumplimiento de los requisitos previstos por los arts. 66 y 70 de la ley 19.550, pero sin embargo, no
existen hoy estados contables en nuestro medio que no exhiban, dentro del estado de evolución del
patrimonio neto, a las reservas libres o facultativas como cuentas diferentes de los "resultados no
asignados", con lo cual, y merced a la deficiente redacción que exhiben hoy los arts. 63.2.II.c) y 64 in fine de
la ley 19.550, la "creatividad contable" ha otorgado un instrumento que, independientemente de otros fines,
permite la retención sin fundamentos de las ganancias del ejercicio y evita que la percepción de los
dividendos pueda ser fundada esperanza de quienes constituyen o integran una sociedad comercial.

A los fines de evitar tales situaciones, la Inspección General de Justicia ha incluido, dentro de las "Nuevas
Normas" de este Organismo — Resolución General 7/2015 — una norma especial que tiende precisamente a
clarificar las cosas, impidiendo toda diferencia entre los resultados no asignados y las reservas libres o
facultativas, disponiendo al respecto el art. 316 primer párrafo de este cuerpo legal, bajo el título
"Tratamiento de resultados negativos y positivos" que las asambleas de accionistas y de socios de
sociedades de responsabilidad limitada cuyo capital alcance el importe del art. 299 inc. 2º de la ley 19.550
que deben considerar estados contables de cuyo estado de resultados y resultados acumulados resulten
saldos negativos de magnitud que imponga la aplicación, según corresponda, de los arts. 94 incs. 5º, 6º o
206 de la ley 19.550, o bien, en sentido contrario, saldos positivos susceptibles de tratamiento conforme a
los arts. 68, 70 párrafo tercero, 189 o 224 párrafo primero de la misma ley, deberán adoptar resolución
expresa en los términos de las normas citadas, a cuyo fin —las de sociedades por acciones— deberán ser
convocadas para realizarse, en su caso, en el doble carácter de ordinarias y extraordinarias y prever
especialmente en su orden del día el tratamiento de tales cuestiones.

§ 7. Presentación del balance

Formalmente, la presentación de los balances está sometida a las siguientes pautas:

a) La información debe agruparse de modo que sea posible distinguir y totalizar el activo corriente del activo
no corriente, y el pasivo corriente y no corriente. Se entiende por corriente todo activo o pasivo cuyo
vencimiento o realización se producirá dentro de los doce meses a partir de la fecha del balance general,
salvo que las circunstancias aconsejen otra base para tal distinción.

b) Los derechos y obligaciones deberán mostrarse indicándose si son documentados, con garantía real u
otras.

c) El activo y pasivo en moneda extranjera deberá mostrarse por separado en los rubros que correspondan.

d) No podrán compensarse las distintas partidas entre sí.


Debe finalmente tenerse que en materia de balances, la ley 22.903 ha simplemente reformado los puntos
2º, 11, c y 3º del art. 63 de la ley 19.550, considerándose esa modificación como de terminología. En tal
sentido se ha reemplazado el concepto "resultados no distribuidos" por "utilidades de ejercicios anteriores"
y "documentos descontados" por "pagarés", términos que se estiman más precisos y adecuados a las
cuentas que integran.

ART. 64.—

Estado de resultados. El estado de resultados o cuenta de ganancias y pérdidas del ejercicio deberá exponer:

a) El producido de las ventas o servicios, agrupado por tipo de actividad. De cada total se deducirá el costo
de las mercaderías o productos vendidos o servicios prestados, con el fin de determinar el resultado;

b) los gastos ordinarios de administración, de comercialización, de financiación y otros que corresponda


cargar al ejercicio, debiendo hacerse constar, especialmente, de los montos de:

1) retribuciones de administradores, directores y síndicos;

2) otros honorarios y retribuciones por servicios;

3) sueldos y jornales y las contribuciones sociales respectivas;

4) gastos de estudios e investigaciones;

5) regalías y honorarios por servicios técnicos y otros conceptos similares;

6) los gastos por publicidad y propaganda;

7) los impuestos, tasas y contribuciones, mostrándose por separado los intereses, multas y recargos;

8) los intereses pagados o devengados indicándose por separado los provenientes por deudas con
proveedores, bancos o instituciones financieras, sociedades controladas, controlantes o vinculadas, y otros;

9) las amortizaciones y previsiones.

Cuando no se haga constar alguno de estos rubros, parcial o totalmente, por formar parte de los costos de
bienes de cambio, bienes de uso u otros rubros del activo, deberá exponerse como información del
directorio o de los administradores en la memoria.

c) las ganancias y gastos extraordinarios del ejercicio;

d) los ajustes por ganancias y gastos de ejercicios anteriores.

El estado de resultados deberá presentarse de modo que muestre por separado la ganancia o pérdida
proveniente de las operaciones ordinarias y extraordinarias de la sociedad, determinándose la ganancia o
pérdida neta del ejercicio, a la que se adicionará o deducirá las derivadas de ejercicios anteriores.

No podrán compensarse las distintas partidas entre sí.

II. El estado de resultados deberá complementarse con el estado de evolución del patrimonio neto. En él se
incluirán las causas de los cambios producidos durante el ejercicio en cada uno de los rubros integrantes del
patrimonio neto. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: art. 63, 65, 69, 71; Código de Com.: art. 52; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts.
154, 156, 305, 309, 316, 325.LSC Uruguay: art. 90.

§ 1. Estado de resultados
Esta cuenta, llamada también cuenta de ganancias y pérdidas o cuadro demostrativo de ganancias y
pérdidas (decreto 9795/1954) está concebida para que de la presentación de las distintas cuentas y partidas
que la componen, demuestre:

a) El resultado bruto de la explotación;

b) El resultado neto obtenido de las operaciones habituales de la sociedad y,

c) Los resultados extraordinarios, llegándose así al resultado final del ejercicio(841).

El estado de resultados complementa el balance, y su finalidad radica en hacer conocer a los socios o
accionistas el resultado de la explotación de la empresa, en un período determinado. Su importancia es
esencial para proporcionar una visión dinámica del patrimonio de la sociedad, destacando las variaciones
operadas en el mismo durante el ejercicio social. Representa pues un complemento indispensable del
balance, para quien no se conforma en conocer el estado actual del patrimonio social, sino que le interesa
conocer también todos los resultados de las operaciones de la empresa que han dado lugar al estado actual,
en comparación con el ejercicio anterior(842).

La ley exige que en el estado de resultados deberá incluirse: a) El producido de las ventas o servicios,
agrupados por tipo de actividad; del total se deducirá el costo de las mercaderías o productos vendidos o
servicios prestados, a fin de determinar el resultado bruto; b) Los gastos ordinarios de administración, de
comercialización, de funcionamiento, y otros que corresponda cargar al ejercicio, debiendo hacerse constar
especialmente los montos de retribuciones a los administradores, síndicos y otros honorarios, y
retribuciones por servicios, sueldos y jornales, y contribuciones sociales respectivas, gastos de estudios e
investigaciones, regalías y honorarios por servicios técnicos y otros conceptos similares, gastos por
publicidad y propaganda, impuestos, tasas y contribuciones, mostrándose por separado los intereses, multas
y recargos, los intereses pagados o devengados, indicándose por separado los provenientes por deudas con
proveedores, bancos o instituciones financieras, sociedades controlantes, controladas o vinculadas y otros,
las amortizaciones y previsiones, etcétera.

Sobre este último aspecto cabe manifestar que si bien los aportes correspondientes a las amortizaciones
efectuadas sobre bienes del activo y las diferentes previsiones que se forman deben figurar en esta cuenta,
ello no procederá cuando sean parte integrante del costo de las mercaderías, productos vendidos o servicios
prestados, supuestos en los cuales se incrementará el costo de los mismos. En tal sentido, el art. 64 de la ley
19.550 expresa que cuando no se haga constar alguno de estos rubros total o parcialmente, por formar
parte de los costos de los bienes de cambio, bienes de uso u otros rubros del activo, deberá expresarse
como información del directorio o de los administradores en la memoria.

Del mismo modo, y por expreso imperativo legal, deberán figurar en el estado de resultados las ganancias y
gastos extraordinarios del ejercicio y los ajustes por ganancias y gastos de ejercicios anteriores,
comprendiendo la corrección de errores cometidos en el cómputo de los resultados de ejercicios anteriores
o ajustes de sueldos iniciales de ejercicio, con el propósito de uniformar criterios de valuación patrimonial.

La ley, al exigir la indicación por separado de las ganancias o pérdidas provenientes de operaciones
ordinarias de las que arrojaren las operaciones extraordinarias, pretende aclarar a los socios la medida en
que se han constituido éstas al formar el resultado neto del ejercicio, evitando inducir a error sobre la
rentabilidad de la sociedad, por la distribución de utilidades que puede practicarse como consecuencia de
esas operaciones (venta de inmuebles)(843).

Al igual que lo que sucede con las otras cuentas del balance, el legislador ha sido terminante en la
inadmisibilidad de compensar las partidas entre sí.

Debe tenerse en cuenta que el texto del art. 64 ha sido modificado por la ley 22.903 exclusivamente en su
punto II, exigiéndose actualmente que el estado de resultados deberá complementarse con el estado de
evolución del patrimonio neto, incluyéndose las causas de los cambios producidos durante el ejercicio en
cada uno de los rubros integrantes del patrimonio neto, siendo de interés destacar que a diferencia de lo
dispuesto por la ley 19.550 que, en su redacción original exigía la información de la evolución de los estados
acumulados, hoy la norma en análisis exige un análisis total del patrimonio neto, sin circunscribirse a uno de
sus rubros específicos, como lo es la cuenta de resultados(844).
Como hemos ya sostenido al comentar el art. 63, el estado de evolución del patrimonio neto de la sociedad,
requerido por el art. 64, inc. II, de la ley 19.550, reviste importancia fundamental para contar con una
información completa sobre la marcha de la gestión social y sobre la real situación económica y financiera de
la sociedad, pues permite evaluar la evolución del patrimonio social durante el ejercicio de que se trata, en
comparación con el patrimonio neto de la sociedad al cierre del ejercicio anterior, cuyos datos deben
necesariamente figurar en su estado de evolución. De tal manera, el análisis de este instrumento permitirá
constatar con certeza cuando la sociedad debe reducir obligatoriamente su capital social por pérdidas (art.
206) y cuando la misma se encuentra en estado de disolución por pérdida de su capital social (art. 94 inc. 5º
de la ley 19.550). Precisamente, debido a que el estado de evolución del patrimonio neto permite constatar
esta causal disolutoria, que, de ignorarse, traerá aparejada las gravísimas consecuencias previstas por el art.
99 de la ley 19.550, consideramos que el estado de evolución del patrimonio neto debe integrar los estados
contables de todos los tipos societarios contemplados en el ordenamiento societario.

ART. 65.—

Notas complementarias. Para el caso que la correspondiente información no estuviera contenida en los
estados contables de los arts. 63 y 64 o en sus notas, deberán acompañarse notas y cuadros, que se
considerarán parte de aquéllos. La siguiente enumeración es enunciativa.

1) Notas referentes a:

a) bienes de disponibilidad restringida explicándose brevemente la restricción existente;

b) activos gravados con hipoteca, prenda u otro derecho real, con referencia a las obligaciones que
garantizan;

c) criterio utilizado en la valuación de los bienes de cambio, con indicación del método de determinación del
costo u otro valor aplicado;

d) procedimientos adoptados en el caso de revaluación o devaluación de activos debiéndose indicar,


además, en caso de existir, el efecto consiguiente sobre los resultados del ejercicio;

e) cambios en los procedimientos contables o de confección de los estados contables aplicados con respecto
al ejercicio anterior, explicándose la modificación y su efecto sobre los resultados del ejercicio;
acontecimientos u operaciones ocurridos entre la fecha del cierre del ejercicio y de la memoria de los
administradores, que pudieran modificar significativa mente la situación financiera de la sociedad a la fecha
del balance general y los resultados del ejercicio cerrado en esa fecha, con indicación del efecto que han
tenido sobre la situación y resultados mencionados;

g) resultado de operaciones con sociedades controlantes, controladas, o vinculadas, separadamente por


sociedad;

h) restricciones contractuales para la distribución de ganancias;

i) monto de avales y garantías a favor de terceros, documentos descontados y otras contingencias,


acompañadas de una breve explicación cuando ello sea necesario;

j) contratos celebrados con los directores que requieren aprobación, conforme art. 271, y sus montos;

k) el monto no integrado del capital social, distinguiendo, en su caso, los correspondientes a las acciones
ordinarias y de otras clases y los supuestos del art. 220.

2) Cuadros anexos:

a) de bienes de uso, detallando para cada cuenta principal los saldos al comienzo, los aumentos y las
disminuciones y los saldos al cierre del ejercicio. Igual tratamiento corresponderá a las amortizaciones y
depreciaciones, indicándose las diversas alícuotas utilizadas para cada clase de bienes. Se informará por nota
al pie del anexo el destino contable de los aumentos y disminuciones de las amortizaciones y depreciaciones
registradas.
b) de bienes inmateriales y sus correspondientes amortizaciones con similar contenido al requerido en el
inciso anterior;

c) de inversiones en títulos-valores y participaciones en otras sociedades, detallando: denominación de la


sociedad emisora o en la que se participa y características del título-valor o participación, sus valores
nominales, de costo, de libros y de cotización, actividad principal y capital de la sociedad emisora o en la que
se participa. Cuando el aporte o participación fuese del 50% o más del capital de la sociedad o de la que se
participa, se deberán acompañar los estados contables de ésta que se exigen en este título. Si el aporte o
participación fuese mayor del 5% y menor del 50% citado, se informará sobre el resultado del ejercicio y el
patrimonio neto según el último balance general de la sociedad en que se invierte o participa.

Si se tratara de otras inversiones, se detallará su contenido y características, indicándose, según


corresponda, valores nominales, de costo, de libros, de cotización y de valuación fiscal.

d) de previsiones y reservas, detallándose para cada una de ellas, saldo al comienzo, los aumentos y
disminuciones y el saldo al cierre del ejercicio. Se informará por nota al pie el destino contable de los
aumentos y las disminuciones, y la razón de estas últimas;

e) el costo de las mercaderías o productos vendidos detallando las existencias de bienes de cambio al
comienzo del ejercicio, las compras o el costo de producción del ejercicio analizado por grandes rubros, y la
existencia de bienes de cambio al cierre. Si se tratara de servicios vendidos, se aportarán datos similares a
los requeridos para la alternativa anterior que permitan informar sobre el costo de prestación de dichos
servicios;

f) el activo y pasivo en moneda extranjera detallando: las cuentas del balance, el monto y la clase de moneda
extranjera, el cambio vigente o el contratado a la fecha de cierre, el monto resultante en moneda argentina,
el importe contabilizado y la diferencia, si existiera, con indicación del respectivo tratamiento
contable. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 62 a 69, 71, 294 inc. 5º. Resolución General de la Inspección General de Justicia
7/2015: arts. 154m 156,305,309,316, 325. LSC Uruguay: art. 89.

§ 1. Importancia de las notas complementarias y cuadros anexos

Las notas complementarias y cuadros anexos a que hace referencia el art. 65 de la ley 19.550, cumplen una
destacadísima función pues la información contenida en ellos tiende a complementar las cuentas de los
balances y estados de resultados, siendo la norma en análisis categórica al señalar que dichas notas y
cuadros se consideran parte integrante de los estados contables.

Las notas complementarias y cuadros anexos deben pues contener toda la información no suministrada en
los estados contables detallados en los arts. 63 y 64, y por ello no es necesaria su reiteración en caso
contrario; a ello apunta la ley cuando, al concluir el párr. 1º del art. 65 prescribe que la enumeración es sólo
enunciativa.

Tanto las notas complementarias como los cuadros anexos se refieren a información general sobre distintos
aspectos que hacen a la marcha de la sociedad, pero la diferencia entre ambos consiste en que, mientras las
notas se refieren a aclaraciones comentadas o escritas en prosa y lenguaje corriente, los cuadros o planillas
son aclaraciones sobre cuestiones principalmente numéricas, formalmente ordenadas en columnas e
hileras(845).

Sin perjuicio de lo expuesto sobre el carácter de los mismos, cabe afirmar que la trascendencia de su
contenido no puede ponerse en tela de juicio, constituyendo irreemplazable medio de información para
aquellas sociedades en las cuales no se admite el control individual de los socios sobre los estados contables
y gestión de los administradores. Obsérvese que son de inclusión necesaria en los cuadros anexos o
información complementaria, los bienes de disponibilidad restringida, gravados con prenda, hipoteca u otro
derecho real, así como el monto de los avales y garantías en favor de terceros, documentos descontados y
otras contingencias que influyan en el funcionamiento de la sociedad.

En resumen, puede afirmarse que:


1) Los cuadros anexos y notas complementarias contienen información no suministrada en el balance y
estado de resultados, pero imprescindibles para una mejor interpretación de los estados contables;

2) el carácter enunciativo de los rubros exigidos por el art. 65, si bien significa que deben excluirse aquellos
incluidos en la documentación prescripta por los arts. 64 y 65, también implica que no pueden estar
ausentes cuando se ha omitido en aquellos la información correspondiente.

El nuevo art. 65 de la ley ha incorporado dos incisos —los incs. j) y k)— a la redacción original del mismo. El
primero de ellos prescribe la necesidad de informar sobre los contratos celebrados por la sociedad con sus
directores que requieren aprobación, de conformidad a las pautas del art. 271, vale decir, aquellas
operaciones que no sean de la actividad que la sociedad opere, o que, siéndolo, no se realicen en las
condiciones de mercado debiendo esta información detallar el monto de la operación. Creemos que la ley
22.903 ha subsanado, de esta manera, una omisión de la ley 19.550, y la reforma efectuada se justifica
plenamente.

Por su parte, el nuevo inc. k) del art. 65, exige el detalle, en las notas complementarias, del monto no
integrado del capital social, distinguiendo las acciones ordinarias de otras clases y, de presentarse algún
supuesto de adquisición de acciones por la propia sociedad, en los términos del art. 220, LSC, su necesario
detalle. Toda esta información, referida a la integración del capital social, resulta de imprescindible inclusión
en protección de las normas que regulan el capital social, que, como hemos visto, trasciende el interés de los
integrantes de la sociedad, para proyectarse hacia los terceros que se han vinculado con ella.

ART. 66.—

Memoria. Los administradores deberán informar en la memoria sobre el estado de la sociedad en las
distintas actividades en que haya operado y su juicio sobre la proyección de las operaciones y otros aspectos
que se considere necesarios para ilustrar sobre la situación presente y futura de la sociedad. Del informe
debe resultar:

1) las razones de variaciones significativas operadas en las partidas del activo y pasivo;

2) una adecuada explicación sobre los gastos y ganancias extraordinarias y su origen, y de los ajustes por
ganancias y gastos de ejercicios anteriores, cuando fueren significativos;

3) las razones por las cuales se propone la constitución de reservas, explicadas clara y circunstancialmente;

4) las causas, detalladamente expuestas, por las que se propone el pago de dividendos o la 'distribución de
ganancias en otra forma que en efectivo;

5) estimación u orientación sobre perspectivas de las futuras operaciones;

6) las relaciones con las sociedades controlantes, controladas o vinculadas y las variaciones operadas en las
respectivas participaciones y en los créditos y deudas;

7) los rubros y montos no mostrados en el estado de resultados —art. 641 b—, por formar parte los mismos,
parcial o totalmente, de los costos de bienes del activo.

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 62 a 65, 68, 70, 294 inc. 5º. Resolución General de la Inspección General de
Justicia 7/2015, arts. 154, 156, 305, 306, 325. , LSC Uruguay: art. 92.

§ 1. Contenido e importancia de la memoria

La memoria ha sido definida como aquella información complementaria de los estados contables, que
expone en forma subjetiva los hechos, circunstancias, datos y razones vinculados en conjunto con los
mismos, a fin de ilustrar al accionista sobre la gestión pasada, actual y prospectiva de la sociedad(846).

Por su parte, la jurisprudencia ha destacado que le memoria debe indicar la marcha y situación de la
sociedad, dando el detalle de las operaciones realizadas o en vía de realización, y si bien esta carga,
usualmente no es cumplida en la práctica, en el sentido querido por el legislador, ella supone un
conocimiento necesario e inexcusable de la gestión de la empresa y ello porque pesa sobre este órgano su
conducción(847). Del mismo modo, se ha resuelto que la memoria persigue superar el carácter estricto del
balance para animarlo con la expresión más ágil de lo actuado por la sociedad en el período de que se trata.
Su utilidad finca en la presentación de los aspectos de la gestión social, relaciones o actos jurídicos que no
caben ser incluidos en el balance o son contenidos por éste en forma tácita, o aún aquellos supuestos en que
no hay modo para incluirlos en tal documento(848).

Por lo general, la memoria es aprobada por el directorio en la misma reunión de directorio en donde se
convoca a la asamblea o por la gerencia en idéntica reunión de socios a los fines de considerar o aprobar los
estados contables del ejercicio, aunque ello no es imprescindible, pues nada obsta a que la memoria pueda
ser considerada y aprobada por el órgano de administración con anterioridad a disponer esa convocatoria.
La situación inversa es inadmisible, pues la convocatoria a asamblea u órgano de gobierno de la sociedad, a
los fines de considerar la documentación prevista por el art. 234 inc. 1º de la ley 19.550, tiene como
presupuesto que el directorio ha aprobado ya esos documentos, entre los que se encuentra la memoria del
ejercicio.

La memoria tiene las siguientes características:

a) No es un estado contable sino información complementaria. No forma parte del balance ni podría
ampliarse con los datos, hechos e informes integrantes de aquel, pero importa, sin lugar a dudas, un
elemento indispensable de interpretación del mismo.

b) Debe redactarse siguiendo los principios de veracidad y exactitud con que deben confeccionarse los
estados contables(849).

c) No versa exclusivamente sobre el ejercicio vencido o ejercicios anteriores. Por el contrario, debe contener
necesariamente referencia a las perspectivas futuras de la empresa.

d) Su insuficiencia o vaguedad puede ocasionar la nulidad de la decisión asamblearia que aprueba los
estados contables. Ello se aprecia con claridad si se advierte la importancia y objetivos de los incs. 3º y 4º del
art. 66, que como se verá en el art. 70 tienden a asegurar el derecho al dividendo de los socios o accionistas,
que sólo puede ser dejado de lado, entre otros requisitos, cuando los administradores expliquen en forma
clara, circunstanciada y detalladamente expuestas, en la memoria, las razones por las cuales las utilidades se
destinan a la creación de reservas o a un aumento de capital.

e) La inclusión, en el inc. 4º del artículo en análisis, sobre la necesidad de que el directorio explique las
causas "detalladamente expuestas" por las que se propone el pago de dividendos o la distribución de
ganancias en otra forma que en efectivo, resulta inadmisible, en la medida que este pago no puede hacerse
en otra forma que en dinero efectivo (arts. 68 y 224). La ley hace referencia, en este inciso, de lo que, común
e impropiamente se denomina "pago de dividendos en acciones", lo cual es, como veremos al comentar
los arts. 68 y 189, LSC, la última etapa del procedimiento de capitalización de utilidades, que supone una
decisión previa de aumentar el capital social, y la afectación de las utilidades del ejercicio, o resultados no
asignados de ejercicios anteriores, para la suscripción de las acciones a emitirse. Por ello, la inclusión del inc.
4º del art. 66, LSC, es desacertada, pues cuando se resuelve capitalizar utilidades, el directorio debe explicar,
no las causas por las cuales pretende pagar los dividendos en acciones —lo cual, como se dijo, es un
gravísimo error— sino las razones por las cuales se propone el aumento del capital social, que es decisión
previa indispensable para la capitalización de las utilidades.

f) El cumplimiento estricto de lo dispuesto por el art. 66 no descarta obviamente la facultad de los socios o
accionistas de pedir las ampliaciones correspondientes a la sindicatura o a los administradores en el curso de
la asamblea en la cual se considera la aprobación de los estados contables, cuando los datos contenidos en
la memoria sean incompletos, vagos o imprecisos.

En definitiva, la memoria debe ilustrar sobre las distintas actividades desarrolladas por la sociedad, así como
todo otro dato que signifique poder interpretar no sólo la situación presente, sino la proyectada y los
cambios patrimoniales operados que presumiblemente habrán de producirse(850).

Aclarada la finalidad que cumple la memoria, debe destacarse que el legislador de 1972, modificando el
régimen del Código de Comercio ha insistido en detallar el contenido de este instrumento, para evitar las
fórmulas vagas e imprecisas que caracterizaban las memorias durante la vigencia del art. 361 de ese cuerpo
legal, época en las cuales las memorias no eran otra cosa que un saludo a los accionistas y un deseo dirigido
a los proveedores, clientes y trabajadores, en el mejor de los casos, de un futuro mejor. Para ello ha dado
pautas para su confección, apuntando, como lo ha hecho en toda la sección 9, a una veraz, sincera y
completa información a los socios o accionistas sobre todos los aspectos de la empresa, incluso en materia
de política de dividendos y sobre las perspectivas futuras de la empresa.

El contenido de la memoria y su importancia ha sido destacado por la jurisprudencia en reiteradas


oportunidades, y en especial en el caso "Isabella Pascual c/ Bingo Caballito SA s/ sumario", de la sala D de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial del 21 de octubre de 2011, donde se sostuvo,
esquemáticamente expuesto:

1. La memoria es aquella información complementaria de los estados contables, que expone subjetivamente
los hechos, circunstancias, datos, y razones vinculados en conjunto con los mismos, con el fin de ilustrar al
usuario (accionista o socio, principalmente), sobre la gestión pasada, actual y prospectiva de la sociedad.

2. Es claro que la memoria constituye una pieza esencial para facilitar a los accionistas y a terceros
vinculados con la sociedad, la interpretación del balance.

3. La memoria suministra una información panorámica precisa y orientaciones concretas sobre el estado
actual de la sociedad y sus perspectivas; aspectos de la gestión, relaciones y actos sociales que por su
naturaleza o contenido no pueden incluirse en el balance.

4. La memoria tiene significación para la interpretación del balance, sin perjuicio del valor propio como
comunicación social; ella debe reflejar con datos y orientaciones concretas el estado de la sociedad y dar
una visión panorámica segura y no evanescente de la gestión social y de sus expectativas.

5. La memoria persigue superar el carácter estático del balance para animarlo con la expresión más ágil de lo
actuado por la sociedad en el período que se trata: su utilidad finca en la presentación de los aspectos de la
gestión social, relaciones o actos jurídicos que no caben sean incluidos en el balance o sean contenidos por
éste tácitamente o aun aquellos supuestos en que no hay modo para incluirlos en tal documento.

6. La ley de sociedades, en su art. 66, define conceptualmente a la memoria y luego dispone su contenido
orientado a cumplir con las funciones y finalidades.

7. La ausencia total de un análisis sobre la realidad de la sociedad y la total desatención de las exigencias
previstas por el art. 66 de la ley societaria, vuelve a la memoria insuficiente tanto para el accionista
impugnante, como para los restantes accionistas y como para los terceros interesados.

8. La explicación que requiere la ley, impone a los administradores que en la "memoria" desarrollen los
motivos que llevan a proponer a los accionistas a no distribuir dividendos y, por el contrario, constituir
reservas o se capitalicen las utilidades.

§ 2. El informe de la sindicatura y el dictamen de auditoría

En las sociedades por acciones y en toda otra sociedad en donde los socios hubieran previsto la actuación de
un órgano de control —hipótesis que si bien ha sido previsto legalmente, jamás se ha presentado en la
práctica— la sindicatura debe presentar a la misma asamblea donde se consideran los estados contables, un
informe escrito y fundado sobre la actuación económica y financiera de la sociedad, dictaminando sobre la
memoria, inventario, balance y estado de resultados (art. 294, inc. 5º, LS).

Dicho informe no debe ser confundido con el dictamen de auditoría, que la ley 19.550 no requiere, pero que
ha sido exigido por informes y resoluciones de los Consejos Profesionales de Ciencias Económicas, y que
consiste en un informe sobre los estados contables, elaborado y suscripto por un contador público
independiente, fundado en el examen de tales instrumentos y practicado de acuerdo con las normas de
auditoría generalmente aceptadas, en el cual dicho profesional debe emitir su opinión técnica o abstenerse
de opinar sobre los mismos(851).

Ante la insuficiencia o vaguedad que muchas veces presentaban esos informes, que a menudo dejaban
expresa constancia que ellos solo se basaban en los datos que surgen de los libros de comercio y no de una
concreta labor de auditoría, instrumentos que se denominan en la práctica "certificaciones literales", que
son manifiestamente nulas, por contradecir su propia y específica finalidad, la Inspección General de Justicia
ha dispuesto en el art. 267 de sus "Nuevas Normas", bajo el título de "Informes de auditoría; opinión", que
sin perjuicio de lo requerido en disposiciones especiales de estas Normas, los informes de auditoría relativos
a aquellos balances de sociedades por acciones que deban ser objeto de aprobación asamblearia, deberán
contener opinión sobre los mismos.

Por su parte, la presentación del informe de la sindicatura, requerido por el art. 294, inc. 5º, de la ley
19.550, se justifica plenamente, en la medida que, basado en la independencia de actuación que debe
caracterizar la labor de dicho funcionario, para cuyo ejercicio de la ley 19.550 exige profesionalidad en
materia jurídica o contable (art. 285), ilustrará a los socios y accionistas, mediante un informe técnico,
idóneo e imparcial sobre la regularidad de Los estados contables confeccionados por los directores.

Si bien es cierto que el dictamen de auditoría puede superponerse en su finalidad y contenido con el informe
de la sindicatura, resultando aquel prescindible, al menos cuando el funcionario sindical reviste el carácter
de contador público, lo cierto es que ambos instrumentos no pueden ser suscriptos por el mismo
profesional. Así ha sido sostenido en un trascendente fallo de nuestro tribunales comerciales, con el
argumento de que "mantener la función sindical y asignar tal calidad al mismo contador certificante de los
estados contables, provoca una opinable situación, en la cual la misma persona individual que ha producido
los estados contables o los ha "auditado" o "certificado", luego revisa su propia labor para dictaminar sobre
ella como síndico. Tal situación origina un formulismo que, además de tal, es "insensato" en el sentido de
carente de sentido final útil(852).

En el antes aludido fallo "Isabella Pascual c/ Bingo Caballito SA s/ sumario" del 21 de octubre de 2011, la
misma sala de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, aunque con diferente integración, ratificó
totalmente, quince las conclusiones del caso "Benavent", sosteniendo las siguientes conclusiones: a) Existe
una esencial incompatibilidad entre las funciones del síndico y del contador certificante como del auditor; b)
Resulta incongruente que el contador que certificó los estados contables o aquel profesional que los auditó
puedan luego, cambiando su ropaje por el de síndico, revisar su propia labor y, más inverosímil aún,
dictaminar su desaprobación; c) Que el síndico emita opinión remitiendo al consejo del auditor vuelve casi
inútil su figura; d) Si bien las funciones de síndico y contador certificante son en general diversas, ambos
profesionales (síndico y auditor) ejercen tareas de control (interno y externo) que requieren de una total
independencia entre sí para que pueda cumplirse realmente la finalidad que les asigna la ley; e) Aún cuando
se ha dicho que la función sindical radica sustancialmente en un control de legalidad de la marcha de la
sociedad, es claro que este cometido requiere del análisis de la documentación contable (art. 294, inc. 1ºley
19.550) como insumo necesario para pronunciarse sobre la regularidad de los balances mediante el informe
que le impone el inc. 5º del art. 294 de la ley específica. Es evidente que esta puntual tarea lo llevará,
indefectiblemente, a realizar un nuevo control de los elementos ya auditados, función que claramente no
podría cumplir si una sola persona reuniera las calidades de síndico y auditor externo; f) El decreto 677/2001
en su art. 12, impone particulares y rigurosas exigencias a quienes pretendan ejercer la auditoría externa en
las sociedades allí involucradas, con un claro objetivo como es procurar una actuación independiente y veraz
y si bien esa norma no es aplicable puntualmente a la sociedad no cotizante, demuestra la intención del
legislador en punto a garantizar o reforzar la independencia del auditor, como vía para obtener un resultado
sólido y útil para quienes serán afectados por aquella pieza contable. De igual modo, la independencia que
tiene que existir entre auditor y síndico persigue igual fin, etc.

ART. 67.—

Copias: depósito. En la sede social deben quedar copias del balance, del estado de resultados del ejercicio y
del estado de evolución del patrimonio neto, y de notas, informaciones complementarias y cuadros anexos,
a disposición de los socios o accionistas, con no menos de 15 días de anticipación a su consideración por
ellos. Cuando corresponda, también se mantendrán a su disposición copias de la memoria del directorio o de
los administradores y del informe de los síndicos.

Dentro de los 15 días de su aprobación, las sociedades de responsabilidad limitada cuyo capital alcance el
importe fijado por el art. 299, inc. 2, deben remitir al Registro Público de Comercio un ejemplar de cada uno
de esos documentos. Cuando se trate de una sociedad por acciones, se remitirá un ejemplar a la autoridad
de contralor y, en su caso, del balance consolidado. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 62 a 66, 77, 83, 88. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 154m 305,
325. LSC Uruguay: arts. 95, 96.
§ 1. El derecho de información de los socios sobre los estados contables y la obligación de los
administradores sociales de poner a disposición de ellos las copias de esos instrumentos

Como complemento del derecho de información que la ley 19.550 acuerda a los integrantes de toda
sociedad comercial, el art. 67 prescribe que copias del balance, estado de resultados del ejercicio, de notas e
informaciones complementarias y cuadros anexos, deben quedar a disposición de los accionistas con un
plazo no menor de quince días de anticipación a su consideración. Ello obedece a la necesidad de que
aquellos tomen un acabado conocimiento de los diversos rubros que componen los estados contables y les
permitan adoptar decisión fundada al respecto, ya sea aprobando los mismos, requiriendo aclaraciones o
formulando las impugnaciones que pudieran corresponder.

Es de práctica que las autoridades de la asamblea o reunión de socios pretendan omitir la consideración o
debate de los estados contables por parte de los socios o accionistas, con el argumento de que éstos
cuentan con las copias de dichos instrumentos, lo cual es argumento equivocado, pues el cumplimiento de
lo dispuesto por el art. 67 en análisis, de manera alguna autoriza a omitir en la asamblea o reunión de socios
toda consideración de los estados contables, con la deliberación que ello implica, pues la norma contenida
en el primer párrafo del art. 67, lejos de obviarla, la complementa y facilita.

Retiradas las copias previstas por el art. 67 de la ley 19.550, los socios o accionistas pueden exigir al
directorio o a los administradores todas las explicaciones e informes complementarios, respecto de las
cuentas obrante en los estados contables que serán examinados en la asamblea o reunión de socios, pues la
ley, al fijar el referido plazo de 15 días para obtener la entrega de los ejemplares a que se refiere dicha
norma legal, responde a la necesidad de que los socios o accionistas puedan emitir su voto en la aprobación
de los mismos con total conocimiento del estado patrimonial de la sociedad. Tratándose de sociedades por
acciones, dicha información debe serle solicitada al directorio, por ser el órgano responsable de dicha
información, y con respecto a ella, no rige el límite previsto por el art. 294, inc. 6º, de la ley 19.550.

La falta de cumplimiento de la obligación impuesta a la sociedad por el art. 67 de la ley 19.550 y la reticencia
a suministrar la información que sobre los estados contables le soliciten a los administradores los socios o
accionistas constituye justa cansa de impugnación de la decisión que los aprobare(853), así como de
procedencia de la medida cautelar prevista por el art. 252 de la ley 19.550, que dispone la suspensión
provisoria de la ejecución de la aludida resolución asamblearia. Del mismo modo, la violación de la veracidad
y de la completividad importa balance falso (art. 300, inc. 2º, del Código Penal) que autoriza la remoción de
los administradores y compromete su responsabilidad, así corno la del síndico y la de los accionistas que lo
han aprobado, con conocimiento de tales irregularidades(854). En tal sentido, la jurisprudencia ha admitido
la procedencia de la intervención judicial de la sociedad, bien que en grado de veeduría (art. 115) y en torno
a la procedencia de la medida cautelar prevista en el art. 252 de la ley 19.550, ha sido resuelto que la
dilación en los informes solicitados por el accionista sobre diversos aspectos del balance y cuadro de
resultados, a la sazón aprobados con anterioridad a la información, más concretamente en la propia
asamblea, es hecho de gravedad suficiente susceptible de ocasionar perjuicios, y apto para justificar la
suspensión de la decisión asamblearia que los aprobara(855).

§ 2. Facultades de la autoridad de control en materia de estados contables

El segundo párrafo del art. 67 impone a los gerentes de las sociedades de responsabilidad limitada que
superen el capital social previsto por el art. 299 y al directorio o administrador de las sociedades anónimas o
en comandita por acciones, respectivamente, a remitir a la Inspección General de Justicia, a cargo del
Registro Público de Comercio, un ejemplar de la documentación a que alude el primer párrafo del artículo en
análisis, así como el balance consolidado, en los supuestos previstos por el art. 62 de la ley 19.550, dentro de
los quince días de su aprobación por el órgano de gobierno de la sociedad.

A diferencia de lo dispuesto por el párrafo 1º del art. 67, que tiende a brindar información a los socios o
accionistas, el párrafo 2º de la misma disposición legal tiende a dar publicidad de esa documentación a los
terceros en general. No debe olvidarse que los estados contables no son documentos secretos o
confidenciales de la sociedad ni existe argumento alguno que justifique la reticencia de la sociedad en
acompañar esos instrumentos a la autoridad de control. Es reiterada la jurisprudencia de nuestros tribunales
comerciales que han destacado precisamente que los estados contables tienen por finalidad determinar la
situación patrimonial, financiera y económica de la sociedad, pues ellos permiten, no solo a los socios, sino
también a los terceros interesados, conocer el desenvolvimiento de la empresa, por lo que cumplen aquellos
una importante función de información, posibilitando, a su vez, el ejercicio de un adecuado control por parte
del órgano de fiscalización respectivo(856).
El art. 67 in fine de la ley 19.550 incurre en una gravísima omisión, pues no existe fundamento alguno que
justifique que en las sociedades de responsabilidad limitada cuyo capital social no alcance el monto previsto
por el art. 299 inc. 2º de la ley 19.550, sus gerentes no deban acompañar la copia de los estados contables a
la autoridad de control, pues la necesidad de consultar los estados contables de una sociedad comercial por
parte de los terceros se hace mucho más necesario cuando se trata —como en las sociedades por cuotas—
de una entidad en donde el socio ha limitado su responsabilidad al aporte efectuado. En las sociedades de
personas o de interés, en donde la ley 19.550 ha previsto la responsabilidad ilimitada y solidaria —aunque
subsidiaria— de todos los socios de la entidad, la necesidad de consulta del patrimonio de la compañía por
parte de los terceros puede carecer de importancia, pero ello no sucede, como hemos visto, en las
sociedades de responsabilidad limitada. Ha sido precisamente por la omisión incurrida por el legislador en el
artículo en análisis y por las dificultades que pueden tener los terceros en la consulta de los estados
contables de la sociedad de responsabilidad limitada con la cual se han vinculado, que ha proliferado la
constitución de este tipo de sociedades, no por sus bondades, sino por la clandestinidad que ofrece a sus
administradores.

No obstante la enorme importancia que tiene para estos conocer la situación patrimonial de una sociedad,
en especial aquellas sociedades en las cuales los socios limitan su responsabilidad al aporte efectuado, la ley
19.550no ha impuesto sanción específica alguna al incumplimiento de esta obligación, salvo en lo dispuesto
en el art. 302, cuando autoriza a la autoridad de control a aplicar determinadas sanciones frente a la
violación, por parte de la sociedad, sus directores o síndicos, de la ley, estatuto o reglamento.

La Inspección General de Justicia ha venido a llenar ese vacío legal, siendo reiteradas las resoluciones
particulares que, ante el incumplimiento de la obligación prevista por el art. 67 segundo párrafo de la ley, la
autoridad de control impuso severas multas a los administradores societarios que han incurrido en esa
conducta omisiva(857). Sostuvo la Inspección General de Justicia en el caso "Percal Sociedad en Comandita
por Acciones" que la falta de presentación de los estados contables a la autoridad de control, además de
implicar una grave infracción a lo dispuesto por el art. 67 in fine de la ley 19.550, en tanto dicha obligación
ha sido impuesta en beneficio de la comunidad, a la cual se debe facilitar el acceso a los estados contables
de las compañías mercantiles, construye además una presunción de inactividad de la sociedad, a los fines de
requerir judicialmente su disolución.

Sin perjuicio de la obligación de las sociedades por acciones de acompañar copia de los estados contables a
la autoridad de control (art. 67, segundo párrafo, de la ley 19.550), debemos recordar que el art. 62 autoriza
a la Comisión Nacional de Valores, la Bolsa de Comercio o autoridad de control que corresponda, a exigir a
las sociedades incluidas en el art. 299, y a los efectos de analizar la liquidez de la empresa, la presentación
de un estado de origen y aplicación de fondos por el ejercicio terminado, así como cualquier otro
documento de análisis de los estados contables, entendiéndose por "fondos" de acuerdo con el art. 62 de
la ley 19.550, al "capital de trabajo", esto es, la cifra resultante de restar el pasivo corriente al activo
corriente.

Tales requerimientos, producto de la intervención estatal de las sociedades que cotizan sus títulos, se
orienta fundamentalmente a la protección del público inversor, especialmente a los que forman el medio
común de los habitantes, y que por carecer de la información necesaria, pueden padecer en mayor grado la
actividad de empresas improvisadas o carentes de la solidez exigida para un seguro o productivo destino del
ahorro público.(858)

ART. 68.—

Dividendos. Los dividendos no pueden ser aprobados ni distribuidos a los socios, sino por ganancias
realizadas y líquidas resultantes de un balance confeccionado de acuerdo con la ley y el estatuto y aprobado
por el órgano social competente, salvo en el caso previsto en el art. 224, segundo párrafo.

Las ganancias distribuidas en violación a esta regla son repetibles, con excepción del supuesto previsto en el
art. 225. [Texto según ley 22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11 inc. 7º, 66 incs. 3º y 4º, 71, 189, 224, 225; resolución general de la Inspección
General de Justicia 7/201, art. 52, 79; LSC Uruguay: arts. 98 a 102.

§ 1. El socio y el derecho al reparto periódico de utilidades

Si partimos de la idea —sobre la cual no parecen existir dudas en la doctrina nacional y comparada— que el
objeto o elemento causal del contrato de sociedad —cualquiera fuera el tipo social adoptado— no es otro
que el de repartir entre los socios las ganancias que pudieren resultar de la explotación del objeto social, la
participación en la distribución de las utilidades es, precisamente, uno de los derechos más importantes que
confiere el estado de socio, a punto tal que este derecho es el único que el legislador ha consagrado dentro
de la misma definición del contrato de sociedad (art. 1º de la ley 19.550), resultando inadmisible concebir la
existencia de esta figura sin ánimo de lucro de quienes la integran.

La ley 19.550 es categórica sobre esa cuestión: el art. 1º establece, como uno de los elementos necesarios
del contrato de sociedad, la participación en las utilidades o, como contrapartida, la soportación de las
pérdidas, y el art. 13 de la misma, fulmina con la nulidad la estipulación de cláusulas mediante las cuales se
excluya a alguno o algunos de los socios de los beneficios de la sociedad.

Sin embargo, el derecho del socio a la distribución de utilidades no es absoluto, ni puede ser ejercido en
cualquier tiempo, debiendo distinguirse cuidadosamente entre el derecho a las utilidades obtenidas por la
sociedad, del derecho al dividendo, pues una cosa es la "utilidad", a la cual puede definirse como la parte del
beneficio que la asamblea o reunión de socios decide distribuir entre ellos o entre los accionistas, tratándose
de una sociedad anónima, y otra cosa es el "dividendo", que es el resultado al que se arriba luego de dividir
la utilidad repartible por el porcentaje que cada socio tiene en la distribución de las utilidades.

Ha sido resuelto por la jurisprudencia que el derecho a las utilidades es un derecho de naturaleza
inalienable, que se encuentra en la esencia misma de la voluntad de constituir sociedad. Por su parte, el
derecho al dividendo solo puede ser gozado por el socio se presentan las siguientes circunstancias: a) que se
hayan confeccionado y aprobado los estados contables; b) que de estos instrumentos surja la existencia de
ganancias y c) que se disponga distribuirlas, naciendo el crédito del socio en el momento en que la
repartición del dividendo ha sido aprobado por decisión asamblearia(859). Hasta que ello no suceda, las
ganancias del ejercicio pertenecen a la sociedad.

El respeto al sistema operativo de la sociedad, que es obligación que pesa también sobre todos sus
integrantes, y que prima sobre cualquier otro derecho, obliga a estos a ejercerlos en la forma que el
ordenamiento societario impone, en resguardo de los intereses comprometidos con la actuación de la
persona jurídica en el mundo de los negocios.

Una primera cuestión que fue objeto de largo debate en la doctrina se centra en la oportunidad en la cual el
socio puede ejercer su derecho al reparto de las utilidades.

El problema puede ser planteado en el siguiente interrogante: ¿existe un derecho al reparto periódico de


utilidades o, por el contrario, ese derecho sólo puede ser ejercido al momento de la liquidación de la
sociedad?

Cierto es, en puridad, que en el período liquidatorio, una vez realizado el activo y cancelado el pasivo, la
sociedad a través de sus órganos correspondientes, está en la mejor condición de determinar, en forma
correcta y segura, la existencia de ganancias reales en su exacta medida, ya que, como bien lo sostiene
Odriozola(860), no siempre los balances de ejercicio, aun ajustados a normas predeterminadas o a
formularios especiales, reflejan con fidelidad el resultado económico de la empresa, no es menos cierto que
en la práctica de las sociedades anónimas en general, el derecho al reparto periódico de las utilidades ha
sido consagrado universalmente, a punto tal que se ha sostenido que el reparto anual de utilidades es una
de las bases de la concepción económica de las sociedades por acciones(861), concepto este que puede muy
bien trasladarse a cualquiera de los tipos previstos por la ley 19.550.

Creemos que la discusión ha perdido vigencia con la sanción de la ley 19.550, que a diferencia del régimen
previsto por el Código de Comercio, que preveía la consideración anual por los accionistas de las ganancias
del ejercicio, pero no su distribución, el actual ordenamiento societario consagra, a nuestro juicio, el
derecho del socio a reclamar el reparto periódico de utilidades, subordinado, claro está, a la existencia de
ganancias en el ejercicio de que se trata.
Varias son las razones que justifican esa conclusión:

1. El art. 68 de la ley 19.550, aplicable para todas las sociedades comerciales en concordancia con lo
dispuesto por el art. 224, párrafo 1º de la citada ley —prescripto este último para las sociedades por
acciones— determina que: "Los dividendos no pueden ser aprobados ni distribuidos a los socios, sino por
ganancias realizadas y líquidas resultantes de un balance confeccionado de acuerdo con la ley y el estatuto y
aprobado por el órgano social competente".

2. En tal sentido, el art. 234 de la ley 19.550, establece la necesidad de la convocatoria por parte del
directorio de la sociedad, de una asamblea de accionistas para considerar el balance general, estado de
resultados, distribución de ganancias, etc., convocatoria que debe ser efectuada dentro de los cuatro meses
del cierre de ejercicio.

3. La necesaria explicación por parte de los administradores, de aclarar en la memoria sobre las razones que
determinan la constitución de reservas y la distribución de ganancias en otra forma que en efectivo (art. 66,
incs. 3º y 4º, LSC), en tanto esas actuaciones implican una forma de afectar el derecho de los socios o
accionistas a la distribución de los beneficios obtenidos por la sociedad.

Todas esas normas son aplicables a la totalidad de los tipos societarios, aun cuando alguna de ellas esté
prevista en la normativa dedicada a las sociedades anónimas, pues el carácter armónico de la ley
19.550 impone la exigencia de una hermenéutica de integración unitaria.

En definitiva, de existir ganancias líquidas y realizadas, conforme la terminología legal, las mismas tienen por
destino natural su distribución entre los socios, salvo que, excepcionalmente y mediando razones concretas
y fundadas, el órgano de gobierno de la sociedad resuelva otorgarles otro destino, pues cabe conferirle a la
sociedad el legítimo derecho de autofinanciarse con el producto de sus utilidades para mejorar su situación
económica y financiera o realizar otros emprendimiento, siempre que no se trate de un abuso de la mayoría
y que esa política de retención de ganancias no exceda de lo estrictamente razonable(862). Ya no
detendremos en esta importante cuestión al abocarnos al estudio del art. 70 de la ley 19.550.

Pero entiéndase bien: el principio general en materia del destino de las ganancias obtenidas por la sociedad
es su distribución entre los socios, pues éstos constituyeron la sociedad o participan en la misma para ganar
dinero. La excepción es la retención de las ganancias para afectarlas a inversiones o gastos en donde esté
comprometido el interés social.

§ 2. Pago de dividendos en especie

Es frecuente en el mundo de los negocios, que los socios decidan distribuirse dividendos en especie, lo cual
platea el problema de la licitud de esa actuación, en especial cuando la ley 19.550 en sus arts. 68 y 224 prevé
que los dividendos solo pueden ser distribuidos entre los socios cuando provengan de ganancias líquidas y
realizadas, fórmula ésta que parece descartar el pago de dividendos en especie.

La jurisprudencia sin embargo ha aceptado esta forma de pago, admitiendo en algunos precedentes el
controvertido pago de dividendos en acciones(863)y en otras el pago con bienes y efectos de la propia
sociedad o mediante la dación de valores existentes en cartera(864). Ello ha sido fundamentado con los
siguientes argumentos: a) La propia ley 19.550 admite esa modalidad de pago; 2) La prohibición de distribuir
dividendos en especie debe surgir expresamente del estatuto o de una decisión asamblearia y 3) La validez
de distribuir dividendos en bienes que no fueran en dinero, por ejemplo, acciones de otras compañías, ha
sido admitida por la jurisprudencia estadounidense, siempre que no implique un quebranto en la igualdad
de trato entre los accionistas(865).

No puede dejar de reconocerse que la posibilidad de pagar dividendos en especie podría surgir de lo
dispuesto por el art. 66 inc. 4º de la ley 19.550 cuando dispone que los administradores, en la memoria,
deben informar a los socios o accionistas las razones por las cuales proponen el pago de dividendos o la
distribución de ganancias en otra forma que en efectivo, pero estimamos que esta norma se refiere al pago
de dividendos en acciones, que es una vieja práctica y no menos ilegítima societaria conforme a la cual la
sociedad, a través de una decisión asamblearia, le "expropia" al socio o accionista los dividendos a que éstos
tenían derecho de percibir en dinero efectivo, para afectarlos a la integración de un aumento del capital
social, resuelto contemporánea o inmediatamente después de haberse resuelto esa política de utilidades, lo
cual constituye una actuación manifiestamente inconstitucional, lesiva del derecho de propiedad y opuesto
a las normas que, en protección de los socios, la ley 19.550 prevé cuando legisla sobre el aumento del capital
social (arts. 194, 197 y 245).

Parece obvio concluir que si el art. 68 en análisis, ratificado luego por una norma idéntica en el art. 224 de
la ley 19.550, dispone que los dividendos solo pueden resultar de ganancias "realizadas y líquidas", la
entrega de bienes o efectos de la sociedad en pago de dividendos a sus socios carece de toda legalidad,
salvo, claro está, que todos los ellos consientan, por unanimidad, esa forma de pago. Con ello quiere
significarse que ninguna mayoría puede imponerse a un accionista, por más que aquella reúna la casi
totalidad del capital social, a los efectos de obligarlo a recibir bienes o mercadería de la sociedad en
concepto de dividendos. Huelga manifestar que las expectativas de todo integrante de la sociedad es
percibir sus dividendos en efectivo, pues de lo contrario, al imponerle la recepción de bienes en especie, lo
obliga a aquel a incurrir en determinados gastos (conservación o venta de los efectos recibidos) que no tiene
porqué soportar, cualquiera fuere la cantidad de acciones de que es titular.

Discrepamos en consecuencia con la solución dada por nuestros tribunales de comercio en los casos
"Madanes Mónica c/ Cipal Cía. Inversora s/ sumario" de fechas 18 de abril de 1996 y diciembre 28 de 1999,
así como en el caso "Warroquiers Juan Pedro y otros c/ Quintanilla de Madanes y otros", del 30 de
noviembre de 1995, dictados por las Salas C y A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, ante
idénticos casos, en donde se pretendió dar efecto vinculante para la sociedad y todos los socios la decisión
asamblearia que resolvió entregar a los accionistas determinados títulos existentes en cartera, aún cuando
ese acuerdo mayoritario fue adoptado con el 99,6% del capital social. El argumento de que esa manera de
proceder es de posible realización en el derecho estadounidense, como se sostuvo en el primero de esos
precedentes, nada aporta a la cuestión, dadas las notorias diferencias entre el derecho argentino con las
leyes que rigen en el país del norte, pues mal que le pese a muchos, el derecho extranjero, salvo hipótesis
excepcionales, nunca es fuente de derecho para el ordenamiento jurídico patrio.

§ 3. El carácter irrevocable del dividendo aprobado

A riesgo de ser considerado reiterativo, vale la pena insistir en un concepto que debe quedar claro: mientras
el derecho a la utilidad es de carácter inalienable, y se encuentra en la esencia misma de la voluntad de
constituir sociedad, el derecho a la percepción de los dividendos sólo puede ser ejercido por el socio cuando
se presentan los requisitos previstos por el ordenamiento societario en forma expresa, esto es:

1) Que se haya confeccionado un balance, ajustado a los parámetros legales;

2) Que de ese balance surja la existencia de utilidades y,

3) Que por decisión de los socios se decida distribuirlas, en todo o en parte (arts. 68, 234 y concs., de la  ley
19.550).

Sólo entonces, es decir, cuando el órgano competente de la sociedad —asamblea de accionistas o reunión
de socios— haya aprobado la distribución de utilidades entre los integrantes de la sociedad, nace el derecho
del socio a la percepción del dividendo, cuya entrega puede exigir judicialmente, inclusive con intereses por
mora.

Con otras palabras, antes de su aprobación, las ganancias del ejercicio pertenecen a la sociedad(866),
aunque su destino natural es su reparto entre los socios en dinero efectivo, pero una vez aprobada la
distribución de dividendos, ellos ingresan al patrimonio del socio u accionista y el ente societario pierde todo
derecho sobre esas sumas, aunque pérdidas posteriores pudieran hacer recomendable revocar tal
decisión(867).

De manera tal que como el derecho al cobro del dividendo nace con la decisión asamblearia que así lo
dispuso, ninguna decisión del directorio o resolución asamblearia adoptada con posterioridad a la
aprobación del dividendo, puede dejarlo sin efecto, salvo acuerdo unánime de todos los socios o accionistas.

La jurisprudencia es también, desde antiguo, reiterada en cuanto al carácter irrevocable del dividendo(868),
habiéndose sostenido, como un claro ejemplo de lo expuesto que aprobada la distribución de dividendos, y
por más que el estatuto faculte al directorio a abonar los mismos a los accionistas dentro del ejercicio
siguiente, no puede la sociedad posteriormente destinar esas sumas para la constitución de reservas(869).
Por su parte, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil de la Capital Federal, mediante una resolución
dictada por su sala I, previó que una vez aprobada por la asamblea ordinaria los estados contables del
ejercicio y determinado el monto de las ganancias a distribuir como dividendos, automáticamente se genera
a favor del accionista un derecho a su percepción"(870).

La Sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, mediante un voto de la Sala E, del 16 de


Agosto de 2016, ratificó el principio de la irrevocabilidad del pago de los dividendos, una vez que los mismos
han sido aprobados, y lo hizo en el caso "Maya Antonio José y otro contra Sanatorio Otamendi y Miroli SA
sobre ordinario", admitiendo la validez de que la sociedad haya recurrido a un crédito bancario para abonar
los dividendos ya aprobados por una asamblea, pues una vez que dicho órgano aprobó el pago de los
mismos, éstos se transformaron en un crédito irrevocable a favor de los accionistas y exigible contra la
socieadd por todos los medios legales.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha ratificado esas conclusiones en el fallo dictado en el caso
célebre caso "Aduriz SA" de fecha octubre 9 de 1968, en el cual se resolviera que la aprobación del dividendo
por la asamblea, modifica sustancialmente la posición del socio, quien, a partir de ese momento, adquiere
un derecho de crédito con carácter irrevocable y con abstracción del día fijado para el pago, de manera que
el accionista, una vez que ocurre tal determinación, puede comportarse como un tercero frente a la
sociedad, ceder su derecho, transmitirlo, gravarlo e incluso, en caso de quiebra, actuar como acreedor, ya
que el dividendo aprobado no puede ser afectado por pérdidas posteriores"(871).

§ 4. Límites a la percepción de dividendos. Derecho de la sociedad de afectar las utilidades para procurar su
autofinanciamiento y derecho de los socios y accionistas para evitar la retención permanente de las
ganancias obtenidas por la compañía

El derecho de los socios al reparto periódico de las utilidades y el carácter irrevocable de los mismos, una vez
aprobada su distribución, no autoriza a sostener que aquellos gocen del derecho de exigir a la sociedad el
reparto total de las ganancias del ejercicio, pues de lo contrario se negaría la posibilidad de que la sociedad
se procure su autofinanciamiento mediante la constitución de reservas, destinadas a afrontar gastos o
realizar inversiones en procura del mejor desarrollo de su objeto social.

Pero la cuestión debe ser suficientemente aclarada, pues la posibilidad con que cuenta la sociedad para
conseguir autofinanciamiento no puede ir en desmedro de un sacrificio ilimitado de los socios, sino que
ambos derechos deben complementarse para que el ente pueda desarrollar su objeto social y los socios
obtener su dividendo.

Estrictamente, la sociedad para lograr la autofinanciación cuenta con dos caminos, previstos expresamente
por la ley 19.550:

a) Mediante el procedimiento de aumento del capital social, con efectiva suscripción e integración de los
socios o mediante la capitalización de reservas y

b) A través de la constitución de reservas libres o facultativas, para afectarlas a un fin determinado.

En ambos casos, el legislador societario ha sido muy cuidadoso en la reglamentación de ambos


procedimientos, pues partiendo de la idea de la absoluta necesidad de procurarse fondos sin recurrir al
endeudamiento externo y en la medida que con ello se tiende a un objetivo de beneficio social, ha
establecido con una serie de normas muy concretas, los derechos de los accionistas frente a esas
alternativas, a fin de que los procedimientos de autofinanciación no constituyan una forma de violar
derechos esenciales que la ley expresamente les confiere.

a) En primer lugar, y tratándose de la capitalización de ganancias, cuando la  ley 19.550 contempla el


aumento del capital social en las sociedades anónimas, confiere a los accionistas el derecho de suscripción
preferente frente a la decisión asamblearia que decide ese incremento (art. 194, LSC), a fin de evitar que
aquellos pierdan su proporción en el capital accionario y con ello, la posibilidad de ejercer ciertos derechos
que la ley subordina a la tenencia de determinado porcentaje de aquel capital (arts. 107, 236, 294 incs. 6º y
9º, 301, etc.).

Pero la protección del legislador, frente al aumento del capital social, ha ido más allá, pues frente al acuerdo
asambleario que resuelve aumentar ese capital, la  ley 19.550 confiere a los accionistas disidentes la
posibilidad de ejercer el derecho de receso, cuando ese incremento supere el quíntuplo autorizado en el
estatuto (art. 245). De manera tal que frente a una decisión de tal naturaleza, el accionista puede ejercer o
bien el derecho de preferencia, si desea conservar su participación accionaria y cuenta con fondos para
suscribir e integrar las nuevas acciones a emitirse, en proporción a su tenencia, o ejercer el derecho de
receso, para el caso de que el accionista no cuente con fondos o interés para efectivizar esa integración.

APARESOCIOS APARENTES, ENCUBIERTO La ley 19.550 contempla en esa norma, varias hipótesis de muy
diferente naturaleza, como son la capitalización de reservas y el impropiamente denominado "pago de
dividendos con acciones" pero unidas por un común denominador: la entrega a los accionistas de "acciones
liberadas", así denominadas por cuanto no imponen de aquellos el pago del precio de la suscripción,
aunque, como hemos ya expuesto, y a pesar de lo dispuesto por la ley 19.550, ello constituye un grave error,
pues en el procedimiento de capitalización de utilidades, que concluye con la entrega de acciones a los
accionistas, estos deben efectuar el desembolso correspondiente a la suscripción de esos títulos.

b) El otro procedimiento con que cuenta la sociedad para evitar recurrir al endeudamiento externo para
procurarse capitales, es la constitución de reservas libre o facultativas, a través de una decisión asamblearia
que resuelva la no distribución de utilidades entre los socios a fin de afectar las mismas a un destino expreso
y determinado, que debe ser efectivamente cumplido por los administradores (art. 233, LSC).

Este procedimiento, en sí plenamente legítimo y fundado, como bien lo señala Odriozola(872), en la realidad
económica actual y generalizada que justifica la necesidad en que se encuentran las grandes empresas para
recurrir a su propio financiamiento, ha sido objeto de cuidadosa atención por parte del legislador, advertido
que, durante la vigencia del Código de Comercio, habían sido numerosos los fallos que habían declarado la
nulidad de la constitución de reservas, efectuadas al solo efecto de frustrar legítimas expectativas de los
socios(873).

En consecuencia, y para constituir reservas que no sean las legales —a las cuales está la sociedad obligada a
constituirlas (art. 70, párrafo 1º)— el art. 70, LSC, establece importantes requisitos en resguardo del derecho
del socio o accionista, para que estos no sean arbitrariamente privados de la distribución anual de utilidades,
requiriéndose los siguientes requisitos: a) Que las mismas sean razonables y respondan a una prudente
administración; b) Que el directorio explique, en la memoria, las razones por las cuales se propone la
constitución de reservas, explicadas clara y circunstanciadamente (art. 66, inc. 3º); c) Que se obtengan las
mayorías especiales previstas en el párrafo 4º del art. 244, LSC, cuando su monto exceda al del capital social
y las reservas legales: voto favorable de la mayoría de acciones con derecho a voto, sin computarse la
pluralidad de votos; d) Reducción proporcional en las remuneraciones de los administradores, en la medida
que la constitución de reservas implica la no distribución de dividendos a los socios (art. 261, inc. 3º, LSC).

Se tiende con ello a evitar, como es obvio, que la decisión mayoritaria de los socios accionistas que decidan
constituir las reservas resulte arbitraria o contraria al fin societario que debe inspirar todos los acuerdos de
las asambleas o reuniones de socios (art. 54 in fine, LSC).

De lo contrario, el socio cuenta con el derecho de impugnar esa decisión, en los términos del art. 251 sin
perjuicio de las posteriores acciones de responsabilidad que puede ejercer contra los directores y síndicos
fundados en el incumplimiento de la concreción del destino al cual la constitución de reservas estaba
destinada (arts. 274 y ss. de la ley 19.550).

Del mismo modo, el socio accionista cuenta con idéntico derecho de impugnar los acuerdos sociales que
resuelvan capitalizar reservas facultativas constituidas en anteriores ejercicios, si ellas no fueron utilizadas
para el fin que se tuvo en cuenta al momento de su constitución, y su capitalización no fuera fundada en
razones concretas y determinadas, inspirada en el interés social.

La jurisprudencia posterior a la ley 19.550 ha ratificado el fundamento de esas exigencias legales, mediante
fallos ejemplarizadores(874), que la doctrina nacional ha ponderado(875).

§ 5. Dividendos ficticios

La ley 19.550, en sus arts. 68 y 224, establece expresamente que los dividendos no pueden ser aprobados ni
distribuidos entre los socios, sino por ganancias realizadas y líquidas resultantes de un balance
confeccionado de acuerdo con la ley, o el estatuto, y aprobado por el órgano social competente.
Se prohíbe pues la distribución de dividendos ficticios, que son llamados así por no corresponder a
beneficios obtenidos por la sociedad, y su sanción se justifica por afectar la intangibilidad del capital, pues
mediante esa repartición se restituye a los socios —de alguna manera— el capital social, sin respetarse los
compromisos contraídos frente a los acreedores(876).

El art. 224 último párrafo de la ley 19.550 establece una excepción a la prohibición de la distribución
anticipada de beneficios, previendo la legitimidad de distribuir intereses o dividendos anticipados,
provisionales o resultantes de balances especiales, cuando se trata de sociedades comprendidas en el art.
299 de la ley 19.550, pero aún en este caso, el directorio o la gerencia no puede resolver tal distribución en
forma unilateral, pues será necesario contar con un balance especial, del cual surja la existencia de
ganancias, y una expresa decisión de la asamblea de accionistas, a los fines de su aprobación.

El dividendo ficticio puede ser el resultado de la falta de balance e inventario, o por inexactitudes de estos,
ya sea por haberse omitido en el pasivo partidas que debían figurar en él o por la sobrevaluación de las
partidas del activo; asimismo pueden efectuarse distribuyendo el capital propio o no reteniendo el
porcentaje necesario para la formación de reservas legales, cuya obligatoriedad la ley 19.550 impone (art.
70).

La jurisprudencia ha declarado nulas, de conformidad a lo expuesto en párrafos precedentes, cláusulas


contractuales que preveían el pago de sueldos a los socios, no mediando trabajo personal a cargo de estos,
en el entendimiento que ellos encubrían desvío de utilidades en violación a lo dispuesto por el art. 68(877).
En el mismo sentido, se ha considerado violatoria de lo dispuesto por el artículo citado, la cláusula
estatutaria mediante la cual se autorizaba a los socios a que, con imputación a sus cuentas particulares,
efectúen retiros a cuenta, permitiendo la distribución de beneficios sin la existencia de ganancias líquidas y
realizadas(878).

Las cantidades así distribuidas deben ser restituidas a la sociedad, sin perjuicio de la responsabilidad de los
administradores, que no pueden, en principio, ser considerados de buena fe, ya que tiene la obligación legal
de comprobar la realidad de los dividendos (879). Sin embargo, y no obstante lo expuesto en el párrafo
anterior, los arts. 68 y 224, admiten excepciones al principio general en materia de distribución de
utilidades, autorizando su repartición anticipada en las sociedades por acciones comprendidas en el art. 299,
aunque responsabilizando a los directores, síndicos y miembros del consejo de vigilancia en forma solidaria e
ilimitada por tales pagos y distribuciones.

Los dividendos distribuidos en violación a lo dispuesto art. 68 de la ley 19.550 no son repetibles cuando se
han percibido de buena fe, en las sociedades anónimas y en las de responsabilidad limitada, que han
alcanzado el capital social previsto por el art. 299, inc. 2º de la ley 19.550 y a las cuales la ley citada impone
obligatoriamente la actuación de una sindicatura o consejo de vigilancia como órgano de control. Considero
que la excepción al principio general previsto por el art. 68 de la ley de sociedades comerciales, que no
admite la repetición de los dividendos percibidos de buena fe cuando se trata de sociedades incluidas en el
art. 299, se funda en la inexistencia de un control individual y directo por parte de los socios sobre la marcha
de la gestión social, y por ello, plenamente aplicable a las sociedades de responsabilidad limitada que han
excedido el capital social del art. 299, inc. 2º del ordenamiento societario vigente(880).

En idéntico sentido debe concluirse que, aun cuando la ley 22.903 no ha modificado lo dispuesto por el art.
224, la excepción a la repetibilidad del dividendo no juega para las sociedades por acciones, cuando los
accionistas han prescindido de la sindicatura, en los términos del art. 284 in fine de la ley 19.550.

Pero debe quedar en claro que para que resulte procedente la no repetición de dividendos, en los tipos
sociales en los cuales no rige el principio general previsto por el art. 68, el socio o accionista debe haberlos
percibido de buena fe, lo cual se presume, e incumbe a la sociedad o a quien invoca la mala fe, la carga de
probarla. Se consagra así una solución similar a la prevista en los arts. 2423 y 2425 del Código Civil, respecto
del poseedor que hace suyos los frutos, y se explica que así sea, pues el socio ha gastado ya los dividendos y
sería demasiado riguroso forzarlo a restituirlos a la sociedad(881).

Debe destacarse también que resulta procedente la distribución de beneficios, aun cuando el balance no
arroje utilidades, cuando las reservas libres o facultativas constituidas en anteriores ejercicios no han sido
utilizadas para el fin para la cual han sido constituidas. Es evidente concluir que si la ley requiere motivos
concretos y fundados para retener ganancias, tales reservas solo pueden subsistir en tanto existan y se
mantengan vigentes los fundamentos que justificaron su creación. De lo contrario, los accionistas reasumen
el derecho de exigir la desafectación y distribución de esas reservas, lo cual es —como hemos visto— el
destino natural de las ganancias obtenidas por la sociedad (art. 1º de la ley 19.550).

La distribución de los dividendos ficticios, cuando fue realizada para burlar a los acreedores sociales,
permitiendo, agravando o facilitando la insolvencia de la sociedad, puede ser atacada por los acreedores de
la sociedad, en los términos de los arts. 119 y ss. de la ley 24.522, siempre y cuando se acredite que los
beneficiarios de esos dividendos tenían conocimiento del estado de cesación de pagos de la sociedad.

§ 6. Pago del dividendo. Exigibilidad. Mora de la sociedad

El dividendo es exigible desde que la asamblea o reunión de socios lo acuerdan, pero no existe óbice para
que pueda fijarse un plazo posterior para su pago o abonarse fraccionadamente, ya sea por expresa
disposición del contrato social o por resolución de los órganos de gobierno o administración.

Si bien es el órgano de gobierno el que debe determinar la distribución de dividendos con las ganancias del
ejercicio, nada obsta que se delegue en el directorio la fijación de la época del pago, pero en tal caso se
entiende que el plazo no puede exceder el siguiente ejercicio en que se devengaron pues se trata de un
plazo resultante tácitamente de la naturaleza de la obligación, de conformidad con lo dispuesto por el art.
509, párrafo 2º del Código Civil, estando facultado cualquiera de los socios o accionistas para pedir
judicialmente la fijación del plazo para cumplir esa obligación(882).

Si la asamblea de accionistas nada ha resuelto, la disponibilidad de las utilidades debe estar a la orden del
socio desde su correspondiente aprobación, sin perjuicio de lo cual la constitución en mora sólo puede surgir
de un modo fehaciente, del que resulte una interpelación concreta a su pago(883).

En sentido coincidente a lo expuesto en los párrafos anteriores, la Inspección General de Justicia, en uso de
las atribuciones conferidas por el art. 11 inc. c) de la ley 22.315, incluyó, en la resolución general 7/2015,
denominada, a través de su art. 79, la necesidad de incluir en el estatuto o contrato social el plazo del pago
de los dividendos votados por la asamblea o reunión de socios, el cual no puede exceder la duración del
ejercicio en que fueron aprobados, pero si dichos cuerpos normativos nada establecen y el órgano de
gobierno de la sociedad no fija un plazo especial, que no podrá exceder de los 30 días, los dividendos se
considerarán a disposición de los socios a partir del día siguiente de clausurada la asamblea o reunión de
socios que aprobó su distribución. El estatuto o contrato social puede prever que la asamblea o reunión de
socios disponga que el pago se haga en cuotas periódicas, dentro del plazo máximo antes indicado y con los
intereses que correspondan.

§ 7. El derecho del socio de reclamar la distribución de dividendos ante la inexistencia de decisión


asamblearia sobre el destino de las ganancias obtenidas

Si bien hemos señalado que no puede existir distribución de utilidades entre los socios sin una decisión del
órgano de gobierno de la sociedad que haya resuelto ponerlo a disposición de éstos, queda por saber que
sucede cuando los socios o accionistas aprobaron los estados contables de los cuales surge la existencia de
ganancias del ejercicio, pero no adoptaron, por el contrario, decisión alguna en torno al destino de dichos
resultados.

Una primera interpretación de los arts. 68 y 224 de la ley 19.550, limitada al análisis textual de dichas
disposiciones legales, parecerían convencer que para la distribución de dividendos entre los socios o
accionistas de toda sociedad comercial se necesitan dos acuerdos asamblearios: a) el primero, aprobatorio
de los estados contables de los cuales surja la existencia de ganancias realizadas y líquidas, y b) una segunda
decisión, independiente de la primera, que autorice expresamente la distribución de dividendos entre los
socios.

Sin embargo, es jurisprudencia por todos conocida que la interpretación de las leyes no debe ser
circunscripta al mero análisis literal de los respectivos textos legales, y desde antiguo, nuestro más Alto
Tribunal viene predicando que por encima de lo que las leyes parecen decir literalmente, es propio de la
interpretación indagar lo que ellas dicen jurídicamente, es decir, en conexión con las demás normas que
integran el ordenamiento general del país. En esa indagación, si bien no cabe prescindir totalmente de las
palabras de la ley, tampoco cabe atenerse rigurosamente a ellas, cuando la interpretación sistemática y
razonable así lo requiere(884).
Con otras palabras, siendo misión del intérprete indagar el verdadero sentido y alcance de la ley, mediante
un examen atento y profundo de sus términos, dentro del cual no debe ser ajena la realidad del precepto y
la voluntad del legislador, teniendo en cuenta, además, conforme reiterada jurisprudencia de nuestra Corte
Suprema de Justicia, en el sentido que no hay mejor método de interpretación de la ley que el que tiene
primordialmente en cuenta la finalidad de ella(885), adelanto que no me convence la primera interpretación
que ha sido efectuada del texto de los arts. 68 y 224 de la ley 19.550, entendiendo por el contrario
que, salvo resolución en contrario por el órgano de gobierno de la sociedad, el silencio de los socios o
accionistas sobre el destino de las ganancias obtenidas por la sociedad, éstas deben ser distribuidas entre
aquellos, siempre y cuando estas ganancias se encuentren expresamente detalladas en el estado de
resultados de los estados contables, y estos documentos hayan sido aprobados por el órgano de gobierno de
la sociedad.

Una interpretación armónica y finalista de los arts. 68 y 224 de la ley 19.550, en concordancia con los arts.
70 y 234 del mismo ordenamiento imponen llegar a esta conclusión.

En primer lugar, la distribución de las ganancias o la política de dividendos, como se dice en los ambientes
empresarios, no merece necesariamente, de acuerdo a lo dispuesto por el art. 234 de la ley 19.550, una
decisión de la asamblea general ordinaria de accionistas, independiente de la que resuelve la aprobación de
los estados contables, como sucede, contrariamente, con la retribución de los directores o la aprobación de
la gestión de los mismos, para las cuales el legislador exige una expresa y autónoma decisión asamblearia
(arts. 261 y 275 de ley 19.550).

Expresa textualmente el inc. 1º del art. 234 de la ley 19.550, que "Corresponde a la asamblea ordinaria
considerar y resolver los siguientes asuntos: 1. Balance general, estado de resultados, distribución de
ganancias, memoria e informe del síndico y toda otra medida relativa a la gestión de la sociedad que le
competa resolver conforme a la ley y el estatuto o que sometan a su decisión el directorio, el consejo de
vigilancia o los síndicos".

Repárese en primer lugar que la ley 19.550 no menciona en esa disposición a todos los instrumentos que
componen los estados contables, pues falta incluir en dicha norma al estado de evolución del patrimonio
neto, las notas e informaciones complementarias y los cuadros anexos, instrumentos expresamente
mencionados por el art. 67, párrafo 1º de dicho ordenamiento, y que constituyen los capítulos de los
estados contables, imprescindibles todos ellos para conocer la situación patrimonial y económica de la
sociedad.

Por el contrario, el art. 234, inc. 1º de la ley 19.550 solo incluye alguno de esos instrumentos de naturaleza
contable, agregando entre ellos a la distribución de ganancias a continuación del "estado de resultados" de
lo cual se puede deducir, y más allá de la cuestionable técnica legislativa utilizada para ello, que existe una
íntima conexión entre el estado de resultados y la política de dividendos que deberá implementar la
sociedad, en el sentido de que por ser ello su destino natural, la aprobación de la documentación prevista
por el art. 234 inc. 1º de la ley 19.550 (entre la cual se encuentra el estado de resultados), implica
automáticamente implícito pronunciamiento de los socios o accionistas en materia de distribución de las
ganancias, las cuales deberán ser necesariamente distribuidas entre ellos, salvo que, y aquí sí se requiere
expresa decisión del órgano de gobierno de la sociedad, dichas ganancias se afecten a un destino específico
y congruente con el interés de la sociedad.

Por otro lado, la ley 19.550 no admite que las ganancias obtenidas por la sociedad puedan quedar retenidas
en la caja social, salvo que las mismas se afecten a un destino específico y tal actuación responda a un
criterio de razonable y prudente administración. Concretamente, para que las ganancias obtenidas por la
sociedad no tengan su destino natural, que es su distribución entre los accionistas (art. 1º, ley 19.550)(886),
resulta imprescindible que la sociedad cumpla con los requisitos formales y sustanciales previstos por los
arts. 66 inc. 3º y 70 de la ley 19.550, esto es, que en la memoria del ejercicio los administradores refieran a
las razones por las cuales se propone la constitución de reservas, explicadas clara y circunstanciadamente, y
que las mismas sean razonables y respondan a una prudente administración. Puede afirmarse al respecto
que ha sido tan evidente el criterio restrictivo del legislador en materia de retención de ganancias que,
tratándose de sociedades por acciones, ha impuesto a la constitución de reservas facultativas, cuando ellas
superan determinado límite, la obtención de las mayorías más rigurosas previstas por el art. 244 in fine de
la ley 19.550.

En conclusión: conforme expresas disposiciones de la ley 19.550,solo la existencia de una decisión


asamblearia expresa y fundada que decida retener las ganancias obtenidas por la sociedad puede privar a los
accionistas del legítimo derecho de percibir sus dividendos, pues es expreso mandato legal que no existe la
menor posibilidad de retener las ganancias obtenidas por la sociedad salvo constituyendo reservas libres o
facultativas, con sujeción a los requisitos formales y sustanciales previstos legalmente, que el legislador se
ha cuidado muy bien en imponer. No debe olvidarse, para así concluir, que el concepto mismo de reservas
está circunscripto a los beneficios retenidos por la sociedad conforme resolución de una asamblea o
disposiciones legales o estatutarias(887), por lo que la carencia de una decisión expresa de la asamblea de
accionistas en el sentido de reservar parte o la totalidad de las ganancias, no puede implicar otra cosa que la
autorización al directorio de la sociedad para distribuir las ganancias entre los accionistas.

Este criterio, que encuentra sólido fundamento en el respeto a la causa final del contrato de sociedad, viene
siendo impuesto por la jurisprudencia de nuestros tribunales con anterioridad a la vigencia de la ley 19.550 y
se contradice con lo que acontece en casi la generalidad de las sociedades mercantiles que funcionan en
nuestro país, donde la política inveterada en materia de ganancias es su indefinida retención en
determinadas cuentas de los estados contables, merced a artilugios contables de más que dudosa legalidad.

En efecto, vigente el Código de Comercio en materia de sociedades comerciales, fue dicho por la sala A de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, con el voto del recordado magistrado Ángel A. Casares, al
cual adhirieron los jueces Urdapilleta y Malagarriga, que la aprobación del balance por los socios determina
la adquisición del derecho al dividendo(888). Ese criterio fue afortunadamente mantenido por la
jurisprudencia posterior a la ley 19.550, habiéndose resuelto que si de los balances surge una utilidad del
ejercicio y no se registró expresión válida de voluntad societaria de trasladar esos beneficios a reservas, va
de suyo que se supone una distribución entre los socios"(889).

En el mismo sentido y en una fecha más reciente fue dicho que aprobada por la asamblea el balance y la
cuenta de resultados, la registración de la ganancia constituye una partida a cuyo beneficio tienen derecho
los accionistas, condicionada a las normas que por reservas u otros rubros dispusiera aquella"(890)y con la
misma e idéntica orientación fue resuelto que el derecho del socio demandante a la percepción de los frutos
de su participación social está supeditado a la demostración de la existencia de utilidades según balance,
conforme lo disponen los arts. 68 y concordantes de la ley 19.550)(891).

§ 8. Prescripción de las acciones tendientes a la percepción de los dividendos

La acción judicial tendiente a la percepción de los dividendos aprobados por la asamblea o reunión de socios
prescribe a los cinco años de su puesta a disposición, de conformidad con lo dispuesto por el art. 2560 del
Código Civil y Comercial de la Nación.

De manera tal que aún cuando haya transcurrido un prolongado plazo de tiempo desde el ejercicio
económico en base al cual se reclama el pago de dividendos, la sociedad no podrá alegar la prescripción de
los mismos si no se celebró la asamblea que aprobó los estados contables correspondientes a dicho
ejercicio, así como sus resultados, porque no puede exigirse el pago de una utilidad cuyo monto se
desconoce.

Como sucede con todas las deudas sociales, conforme hemos ya explicado, la registración por la sociedad de
la deuda por dividendos a los accionistas, con posterioridad a la asamblea que ordenó el pago de los
mismos, es causal de interrupción de la prescripción de la acción promovida por el accionista para el cobro
de los mismos y de la misma manera, la carta documento cursada por el socio actor, intimando en forma
auténtica y fehaciente a la sociedad demandada el pago de los dividendos, cuya distribución fue aprobada
por el órgano de gobierno de la sociedad, constituye una actividad inequívocamente destinada a mantener
vivo su crédito, y que constituye un requerimiento interpelativo que configura el supuesto de suspensión del
plazo de prescripción a que alude el art. 2542 del Código Civil y Comercial de la Nación.

ART. 69.—

Aprobación. Impugnación. El derecho a la aprobación e impugnación de los estados contables y a la


adopción de resoluciones de cualquier orden a su respecto, es irrenunciable, y cualquier convención en
contrario es nula.

§ 1. Aprobación de los estados contables


Como derecho esencial de los socios de cualquier tipo social, el legislador ha dispuesto expresamente la
irrenunciabilidad por los socios del derecho a la consideración, aprobación e impugnación de los estados
contables, imponiendo a los administradores la obligación de convocar a reunión de socios o asamblea de
accionistas para ello, dentro de los cuatro meses del cierre de cada ejercicio (art. 234 in fine de la ley
19.550,aplicable a todos los tipos sociales).

Esta norma no ha sido comprendida lamentablemente por nuestros tribunales de comercio, al menos los de
la Ciudad de Buenos Aires, los cuales, en su mayoría, entienden, sin el menor respaldo legal, que la decisión
asamblearia que aprueba los estados contables no es susceptible de ser suspendida en su ejecución, habida
cuenta que se trata de una resolución que no proyecta efectos para el futuro(892). Ya volveremos a ello,
pero resulta totalmente incongruente que por una parte, el legislador ha sido tan cuidadoso en preservar el
derecho de los socios de considerar y aprobar las cuentas de la sociedad, mientras que los jueces
comerciales, a contramano de todo fundamento lógico, permiten la libre e irrestricta circulación de los
estados contables, por más que los mismos exhiban todo tipo de irregularidades, mientras se sustancia el
juicio de nulidad de la decisión asamblearia que los ha aprobado.

Si bien habíamos sostenido que la presentación de los estados contables a los socios constituye en puridad
en forma de rendición de cuentas, adaptado al negocio societario, la ley 19.550, a diferencia del sistema
previsto por los arts. 68 a 74 del Código de Comercio, dicho procedimiento no admite la aprobación
automática de las cuentas de los administradores, sino que expresamente requiere la consideración de las
mismas, para su aprobación o rechazo.

La consideración de los estados contables no sólo tiene relevancia desde el punto de vista de la información
de los socios, sino porque de su aprobación se derivan otros derechos, de no menor importancia, como por
ejemplo, la percepción de los dividendos, la remuneración de los administradores o la determinación del
valor de la participación de los accionistas recedentes, etc. (arts. 68 y 245 de la ley 19.550).

Por ello es que la ley 19.550 no solo considera irrenunciable el derecho de la aprobación de los estados
contables —que comprende por obviedad su consideración— y nula cualquier cláusula estatutaria o decisión
social que tienda a suprimirlo o desvirtuarlo, sino también su impugnación, a través del mecanismo previsto
por los arts. 251 y ss. del ordenamiento legal societario, como veremos en el capítulo siguiente.

En cuanto a los administradores, la presentación de los estados contables para su aprobación por los socios,
constituye una obligación que debe ser efectuada en el plazo previsto para ello (art. 234 in fine, LSC), cuyo
incumplimiento constituye, por sí solo, suficiente causal de remoción.

Ahora bien, de la aprobación de los estados contables por los socios o accionistas, no se deriva
necesariamente la admisión de la gestión de los administradores, ni la liberación de las responsabilidades
correspondientes. El art. 72 de la ley 19.550 así lo ratifica expresamente.

La remuneración de los administradores, como principio general, puede ser determinada en función de las
ganancias del ejercicio (arts. 71 in fine, y 261), pero en este caso, deben respetarse los porcentajes
establecidos por el art. 261, a los fines de evitar que la retribución de los mismos absorba la totalidad de las
ganancias, en detrimento del derecho al dividendo del que gozan los accionistas.

§ 2. Impugnación de los estados contables

La impugnación de los estados contables presenta una serie de problemas que es necesario aclarar, pues la
naturaleza de la cuestión ha suscitado algunas controversias en doctrina y jurisprudencia.

En primer lugar, la acción de impugnación de la decisión asamblearia que aprueba la documentación


prevista por el art. 234, inc. 1º de la ley 19.550, aplicable a todo tipo societario, debe ser ejercida dentro del
plazo previsto por el art. 251, párr. 3º, es decir, dentro de los tres meses de clausurada la asamblea, pues se
trata de un supuesto de nulidad o anulabilidad relativa, lo cual hace prescriptible la acción judicial de
invalidez.

Pero es necesario aportar claridad al tema, pues pueden presentarse diferentes supuestos de invalidez: a)
Violación del derecho de información de los socios y, b) Existencia de falsedades e inexactitudes en los
estados contables. En el primer caso, los socios o accionistas cuentan con el plazo de tres meses para iniciar
las acciones de nulidad del acuerdo asambleario que aprobó los mismos, computados desde la clausura del
referido acto asambleario. En el segundo caso, y sin perjuicio de las acciones penales que prescribe el art.
300, inc. 3º, Código Penal, la acción de nulidad del acuerdo asambleario que aprobó los mismos prescribe a
los tres meses de clausurada la asamblea, plazo que no rige para el accionista que, votando favorablemente
ese acto asambleario, perciba después que ha sido engañado por el órgano de administración, al serle
presentado estados contables continentes de cuentas cuya falsedad ha constatado. En ese caso ese
accionista podrá pedir la nulidad de la decisión asamblearia que aprobó esos estados contables irregulares
mediante la acción ordinaria de nulidad prevista por los arts. 1038 y concordantes del Código Civil, cuyo
plazo de prescripción (art. 847 inc. 3º del Código de Comercio), deberá comenzar a computarse desde que el
actor advirtió la existencia de los vicios que afectan la validez de los estados contables.

En torno a lo dispuesto por el art. 69 de la ley 19.550 pueden ser diferenciadas varias situaciones:

1) Si se trata de una disposición del estatuto o acuerdo asambleario que tiende a dejar sin efecto el derecho
de los socios o accionistas de aprobar o impugnar los estados contables; que prescinda del plazo de los
quince días con que cuentan los accionistas para obtener copia de los estados contables; que elimine el
derecho de requerir información al órgano de administración o de fiscalización, o se declare inaplicable el
derecho de requerir copia de las actas de los órganos colegiados, esos acuerdos caen dentro del campo de la
nulidad absoluta, por afectar normas de indudable orden público, impuestas por el legislador para el buen
funcionamiento de la sociedad comercial, que es pilar del sistema económico en el cual nuestra comunidad
se desenvuelve.

2) Si se trata de la existencia de concretas violaciones a derechos que no han sido suprimidos ni restringidos
por vía estatutaria, la cuestión cae dentro de la nulidad o anulabilidad relativa, resultando prescriptible la
acción en el plazo previsto por el art. 251 de la ley 19.550 y confirmable el acto, mediante otro acto
asambleario que purgue los vicios del acuerdo anterior.

3) En cuanto a la legitimación para impugnar el acuerdo asambleario que ha aprobado los estados contables,
no debe hacerse diferencias con las normas generales previstas por el art. 251 de la ley 19.550, salvo para el
caso de que el impugnante sea un director o el síndico de la sociedad, quienes deben probar su
disconformidad con el previo acuerdo del directorio que ha aprobado esa documentación y ha convocado a
una asamblea para su consideración. Congruentemente, el síndico de la sociedad carece de legitimación
para atacar esa decisión asamblearia si ha suscripto el dictamen correspondiente y ha prestado conformidad
con esa documentación, toda vez que el informe de la sindicatura previsto por el art. 294 inc. 51 de la ley
19.550 implica una labor de auditoría y no de simple conformidad, dejando a salvo el caso de vicios de la
voluntad, cuya existencia debe ser interpretada con mayor restricción para esos sujetos que para los
accionistas que han votado favorablemente ese acuerdo y han padecido los mismos vicios.

Otra cuestión que debe ser necesariamente aclarada radica en la necesidad o no de impugnar
sucesivamente los estados contables posteriores a aquellos que han sido expresamente atacados de nulidad
y cuyo proceso de impugnación se encuentra en trámite. La jurisprudencia se ha mostrado negativa con esa
alternativa y con sólidos fundamentos(893), pues la rectificación de los estados contables anulados impone,
como consecuencia imprescindible, la inmediata rectificación de los posteriores, elaborados con base a sus
constancias. De lo contrario, de concluirse sobre la necesidad de impugnar todos los estados contables
posteriores a aquel que fuera atacado de falsedad, aún cuando aquellos no ofrezcan irregularidades
susceptibles de impugnación, debería llegarse a la conclusión de que la aprobación del estado contable
inmediato posterior al impugnado tendría virtualidad confirmatoria de los vicios que adolecen los anteriores,
conclusión que no encuentra respaldo legal en nuestro ordenamiento societario.

Finalmente, corresponde aclarar que la decisión asamblearia que aprueba los estados contables es
indivisible, pues los distintos instrumentos que los conforman constituyen un todo inescindible, no
susceptible de aprobación parcial, en tanto, y como hemos visto, todos los capítulos que componen los
estados contables se relacionan y complementan entre sí. Por ello, la insuficiencia o inexistencia de la
memoria o del informe de la sindicatura o las irregularidades de las cuentas del balance, estado de
resultados, estado de evolución del patrimonio neto, cuadros anexos o información complementaria,
constituyen suficiente causal de invalidez del acuerdo asambleario que aprueba los estados contables, lo
que implica necesariamente dejar sin efecto legal a dicho instrumento, en tanto, y como se ha dicho, es la
decisión asamblearia que los aprueba y no su confección por el órgano de administración, lo que le confiere
efectos legales a los estados contables.

ART. 70.—
Reserva legal. Las sociedades de responsabilidad limitada y las sociedades por acciones, deben efectuar una
reserva no menor del 5% de las ganancias realizadas y líquidas que arroje el estado de resultados del
ejercicio, hasta alcanzar el 20% del capital social.

Cuando esta reserva quede disminuida por cualquier razón, no pueden distribuirse ganancias hasta su
reintegro.

Otras reservas. En cualquier tipo de sociedad podrán constituirse otras reservas que las legales, siempre que
las mismas sean razonables y respondan a una prudente administración. En las sociedades por acciones la
decisión para la constitución de estas reservas se adoptará conforme al art. 244, última parte, cuando su
monto exceda del capital y las reservas legales; en las sociedades de responsabilidad limitada, requiere la
mayoría necesaria para la modificación del contrato. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 31, 62 a 66, 68, 189, 244; Resolución General de la Inspección General de
Justicia 7/2015, arts. 305 y 316; LSC Uruguay: arts. 93, 94.

§ 1. Constitución de reservas. Clasificación

La formación de reservas obedece al propósito de la sociedad de ponerse a cubierto de las contingencias


adversas que puedan sobrevenir en futuros ejercicios, destinando todo o parte de las utilidades a los fines
de su constitución.

El art. 70 clasifica las reservas en:

a) Reservas legales. Son dispuestas obligatoriamente por el legislador para las sociedades de responsabilidad
limitada y sociedades por acciones, con el objeto de mantener la integridad del capital social, en beneficio
de la sociedad, socios, o accionistas, así como en defensa de los intereses de terceros vinculados a la misma.
El art. 70 dispone que la sociedad debe efectuar una reserva no menor al cinco por ciento de las ganancias
realizadas y líquidas que arroje el estado de resultados, hasta alcanzar el veinte por ciento del capital social.

Su importancia consiste en cubrir las pérdidas que se produzcan en uno o más ejercicios, para evitar la
disminución del capital social, que de otro modo acrecería fatalmente, pues la responsabilidad de los socios
o accionistas por las deudas de la sociedad se limita —en principio— al monto de los aportes a que se han
obligado. De ahí que la ley 19.550 dispone que cuando la reserva legal quede disminuida por cualquier
razón, no pueden distribuirse ganancias hasta su reintegro.

b) Reservas libres o facultativas. Su formación la deciden los socios o accionistas, sacrificando las utilidades
del ejercicio para afectar las ganancias distribuibles a un destino determinado, en beneficio del interés de la
sociedad.

La ley 19.550, si bien permite la constitución de las mismas, como forma de obtener financiamiento interno,
ha sido muy cuidadosa en balancear este derecho de la sociedad, con la protección del dividendo de los
socios o accionistas, a los fines de evitar que, mediante este mecanismo, se frustren legítimas expectativas
de los mismos.

Por ello, resulta razonable que el legislador exija que la constitución de reservas libres, cualquiera sea su
monto, deba estar precedida de un informe de los administradores de la sociedad que aconsejen la no
distribución, en forma total o parcial, de las ganancias del ejercicio, y que la constitución de las mismas
responda a un criterio de prudente administración (arts. 66 y 70), exigiendo las mayorías agravadas del art.
244, último párrafo de la ley 19.550, cuando las reservas superen el capital social y las reservas legales,
tratándose de sociedades por acciones, o las mayorías necesarias para la modificación del contrato social,
cuando se trate de una sociedad de responsabilidad limitada.
Del mismo modo, y con la misma finalidad, el legislador restringe, en el art. 261, las remuneraciones a los
directores, cuando, habiendo ganancias, no se hayan distribuido, en forma total o parcial, dividendos entre
los accionistas.

La constitución de reservas facultativas o libres con las utilidades obtenidas por la sociedad, a los fines de
afectarlos a un determinado fin en el cual está comprometido el interés social, no significa que los socios o
accionistas deban renunciar definitivamente al reparto de dichas utilidades, pues esa decisión asamblearia
puede ser revisada posteriormente, cuando no se cumplieron los objetivos que inspiraron su formación o
cuando ellos dejaron de interesar y los socios han optado por repartir aquellas ganancias. Es decir, la
deliberación asamblearia que dispone la formación de reservas facultativas no importa la adopción de una
medida irrevisable por asambleas posteriores, pues como lo ha resuelto la jurisprudencia en un antiguo pero
vigente fallo, sostener lo contrario daría a esa decisión una estabilidad mayor o permanencia superior al
propio estatuto(894).

Las normas de protección contenidas en el art. 66 inc. 3º y 70 último párrafo de la ley 19.550, han sido
incluidas por el legislador, frente a la corriente y habitual práctica de nuestras sociedades, de evitar el pago
de dividendos con el simple expediente de afectar las ganancias a lo que comúnmente se denomina "pase a
cuenta nueva", expresión que proviene de la ciencia contable, pero que jurídicamente no significa
absolutamente nada. Esa expresión es a veces reemplazada por la transferencia de utilidades a "resultados
no asignados", la cual, al igual que la anterior, constituye una manera de evitar toda explicación sobre la
inconveniencia de pagar dividendos, pues como hemos dicho, carecen de la concreción necesaria que
caracteriza las instituciones que son propias del derecho contable.

Toda cuenta de los estados contables debe tener su origen y su explicación y no parece adecuado a una
correcta técnica contable explicar la constitución de nuevas cuentas, bajo la denominación a la cual nos
hemos referido en los párrafos anteriores. Concretamente: todos sabemos de qué hablamos cuando nos
encontramos con que la cuenta "Inversiones" en el balance, a diferencia de lo que sucede cuando leemos las
expresiones "cuenta nueva" o "resultados no asignados", las cuales no significan absolutamente nada.

En definitiva, la constitución de una "cuenta nueva" o la "no asignación" del resultado de uno o varios
ejercicios equivale, en derecho, a la constitución de una reserva, que por propia definición, y en protección
del derecho al dividendo, debe estar concretamente justificada y afectada a un fin determinado, bajo pena
de nulidad. Bien ha dicho la jurisprudencia que el diferimiento del destino de las utilidades constituye una
especie de reserva temporaria(895), pero, en definitiva, una reserva al fin, incluida, en cuanto a los
requisitos de su constitución, a las expresas previsiones del art. 70 de la ley 19.550, que no se refiere
únicamente a las reservas libres o facultativas, sino a todo tipo de reservas que no sean las legales ("Otras
reservas", según reza el título del párrafo 3º del art. 70 del ordenamiento societario).

La utilización de las reservas facultativas debe ser justificada en las reuniones de socios o asambleas de
accionistas posteriores, y la no afectación de las mismas al destino para el cual habían sido creadas otorga a
los socios o accionistas el derecho a exigir su inmediata distribución.

En conclusión, no existe la posibilidad de establecer un criterio abstracto y rígido para determinar la


procedencia de la constitución de reservas. De las circunstancias de cada caso particular ha de surgir si el
necesario equilibrio entre los distintos intereses sociales ha sido afectado. La constitución de estas reservas
requiere pues como condición de validez en el marco de la ley 19.550 que ninguno de los intereses que
coexisten en el seno de la sociedad sea ejercido en forma abusiva, pues si ello así ocurriera, la decisión sería
violatoria de la ley, y por lo tanto, impugnable(896).

Similares argumentos valen también para el supuesto de capitalización forzosa de utilidades, donde se
obliga a los accionistas o socios a recibir participaciones sociales en lugar de dividendos en efectivo. Este
sistema favorece el crecimiento y expansión de la empresa, cuando la capitalización es razonable, y va en
favor del ahorro y desarrollo de la misma, pero en contra de los intereses de los accionistas
individualmente(897), y de ahí que el art. 66 exija que los administradores, en la memoria, expliquen las
causas, detalladamente expuestas, por las que se propone el pago de dividendos o la distribución de
ganancias en otra forma que en efectivo.

De lo contrario, la modalidad del pago de dividendos en acciones no sería más que una velada forma de
privar a los socios de un derecho patrimonial abstracto, y por ende, si se admite que existen circunstancias
que dan derecho al socio o accionista para protestar cuando se resuelve destinar las utilidades a la
formación de reservas, forzoso será reconocer que idéntico derecho le asiste al mismo, al decidirse el pago
de dividendos en acciones(898).

§ 2. Otras reservas: reservas estatutarias y reservas ocultas

Sin perjuicio de la clasificación que la ley 19.550 ha hecho de las reservas, deben distinguirse de ellas
las reservas llamadas contractuales o estatutarias, creadas, como su nombre lo indica, en el contrato social,
para afectarlas a un fin determinado, delegando en el órgano de gobierno la fijación del porcentaje de
utilidades que a ella se destina. Por el contrario, nuestra ley prohíbe las reservas ocultas, las que
generalmente son desconocidas por los accionistas, y que si bien se ha justificado su constitución en el
entendimiento de que con ellas puede prevenirse cualquier circunstancia perjudicial que pueda acontecer,
no se duda que los peligros que emanan de su origen clandestino las hacen desaconsejables. El art. 63, incs.
1º, h; 2º, I, c, y II, d(899), en tanto prescribe la obligatoriedad de asentar en el activo, pasivo y cuenta de
capital, reservas y resultados, todo rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido en ellos, descarta la
viabilidad de la constitución de dichas reservas(900).

Finalmente, debe tenerse en cuenta que la ley 22.903 ha extendido la necesidad de contar con mayorías
calificadas para aprobar su constitución, cuando su monto exceda el capital social y las reservas legales, que
la ley 19.550 ya preveía para las sociedades por acciones, a las sociedades de responsabilidad limitada,
prescribiendo la necesidad de contar, cualquiera sea el capital de la misma, y como requisito de validez para
una decisión social de esta naturaleza, con las mayorías establecidas por la ley o por contrato, para reformar
el contrato social.

§ 3. Evolución jurisprudencial de la defensa del dividendo ante la retención ilegítima de los dividendos. El
caso "Mihura Luis c/ Mandataria Rural SA s/ ordinario"

La jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles se ha mostrado muy severa en cuanto a la política de


retención de ganancias, y ha sido dicho por la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial,
en fallo del 26 de diciembre de 1979, en el caso "Mihura Luis c/ Mandataria Rural Sociedad Anónima s/
sumario", lo siguiente:

• En tanto no mediaren decisiones previas que dieran destino final a las utilidades acumuladas mediante
ganancias obtenidas en ejercicios cuyas actividades fueron consideradas por asambleas no impugnadas —
ganadas muchos años antes— su aplicación ulterior queda librada a cada nueva asamblea anual.

• El artificio de colocar utilidades a "cuenta nueva" o en "reservas facultativas", significa un arbitrio contable
pero no una decisión jurídica ni un resultado material.

• Es válido sentenciar que de una vez para todas sea dispuesta la aplicación natural de las ganancias
acumuladas obtenidas en ejercicios anteriores, cuyo destinatario es el aportante del capital merced al cuan
fueron obtenidas. Lo contrario implicaría una expropiación virtual por particular y sin indemnización, pues
no capitalizadas ni distribuidas, quedarían ad aeternum en una especie de repositorio contrario a todo
sentido real de la propiedad privada en las sociedades mercantiles.

• Es inconcebible en el sistema económico dentro del cual se desempeña una sociedad anónima y gracias al
cual existe, pretender retener indefinidamente como "cuenta nueva" o "reservas" las ganancias de una
empresa comercial. Si tal proceder prosperara, el sistema jurídico que lo autorizada así no se distinguiría en
nada de la más absoluta expropiación de todos los bienes, porque a esto se ha querido llevar el patrimonio
de los socios cuya utilidad nunca era entregada.

• Quienes mediante la creación de reservas facultativas o el traslado a "cuenta nueva" de las utilidades del
ejercicio, retacean la distribución de utilidades de una sociedad a los accionistas, movidos por artificios
jurídicos y contables, destinados a ganar poder o ventajas, deberían reflexionar en la circunstancia de que si
ellos mismos soportaran tal tratamiento, no quedaría capital privado con que constituir sociedades para
llevar a cabo nuevas empresas. Los responsables de este engendro económico han actuado contra el sentido
histórico del régimen cuyos instrumentos jurídicos usaron. Tal herejía no debería prosperar, pero si
prosperara, destruiría el sistema.

En el mismo sentido, sostuvo la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fallo del 28
de diciembre de 1992, en los autos "Benavent Oscar c/ Benavent Hermanos Sociedad Anónima s/ sumario";
que la distribución de los beneficios netos después de las detracciones de la reserva legal y eventualmente
estatutaria, es una legítima expectativa de los accionistas que la asamblea no puede impunemente vulnerar,
por lo cual, para que la reserva sea válida, ha de ajustarse necesariamente a la pauta establecida por el
tercer párrafo del art. 70 de la ley 19.550, es decir, deberá ser razonable y responder a una prudente
administración, lo que implica que deberá estar fundada en consideraciones económicas, financieras o
patrimoniales que la justifiquen. Por ello, la retención por parte de la sociedad, del 80% de las utilidades,
requiere pues, para su validez, la constitución de una reserva facultativa cuyos fundamentos demuestren en
forma acabada su razonabilidad.

Esta jurisprudencia no cambia por el hecho de que, en lugar de denominar "cuenta nueva" al lugar donde se
acumulan sin fundamento las ganancias del ejercicio, se denomine a la misma "resultados no asignados",
pues como lo ha dicho la jurisprudencia, "Si bien estrictamente el saldo de resultados no asignados
trasladado a nuevos ejercicios no constituiría una reserva, en tanto no posee afectación específica, pero
ponderando que se trata de beneficios excluidos del reparto periódico de utilidades, participaría del
concepto de reservas y desde tal óptica, la sociedad demandada debió cumplir con las previsiones del art. 66
inc. 3º de la ley 19.550, siendo nula la decisión asamblearia que trasladó las ganancias a la cuenta de
resultados no asignados, al omitir brindar las razones fundadas sobre el particular, limitándose a derivar la
cuestión a la decisión de la asamblea, donde tampoco se fundó la decisión de pasar los resultados no
asignados acumulados desde varios ejercicios, al nuevo ejercicio(901).

En un posterior fallo dictado por la sala II de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Mar del
Plata, dictado el 16 de octubre de 2008 en autos "Barcio Salvador R. c/ Hotel Las Rocas SA s/ sociedades,
Incidente de apelación del art. 250 del Código Procesal", fue la aplicación de los arts. 66 inc. 3º y 70 de la ley
19.550 al supuesto en donde se traslada parte o toda la ganancia del ejercicio a la cuenta de resultados no
asignados del patrimonio neto, sosteniéndose textualmente lo siguiente: a) La afectación de una
determinada suma sobre la ganancia del ejercicio, a una cuenta de resultados no asignados", conforma una
detracción de las utilidades que, independientemente de la denominación dada por la sociedad demandada,
así como de su existencia previa, importa una reserva facultativa, por que se impone expresar el motivo que
la inspiró, el cual debe expresarse en forma clara y detallada en la memoria, condicionada a resultar, a la
par, razonable, y responder a una prudente administración; b) La única manera de diferir la distribución de
las ganancias entre los socios, conforme a los claros parámetros de la ley 19.550 lo constituye la constitución
de reservas libres o facultativas, cuyos requisitos de constitución vienen impuestos de manera imperativa
por los arts. 66 inc. 3º y 70 de la ley 19.550, de lo que se sigue que no puede haber retención de ganancias
sin afectación específica, porque ello es contrario a la causa del contrato de sociedad y torna ilusorio el
derecho esencial de los socios a participar en las ganancias sociales.

En el ámbito administrativo, y ratificando todo lo expuesto hasta el momento, el art. 316 de la resolución
general 7/2015, de la Inspección General de Justicia, siguiendo el criterio de resoluciones anteriores y bajo el
título "Tratamiento de resultados negativos y positivos", dispone expresamente que "Las asambleas de
accionistas y socios de sociedades de responsabilidad limitada, cuyo capital alcance el importe del art. 299
inc. 2º de la ley 19.550, que deban considerar estados contables de cuyo estado de resultados y resultados
acumulados resulten saldos negativos de magnitud que imponga la aplicación, según corresponda, de los
arts. 94 inc. 5º, 96 o 206 de la ley 19.550, o bien en sentido contrario, saldos positivos susceptibles de
tratamiento, conforme a los arts. 68, 70 párrafo tercero, 189 o 224 párrafo primero de la misma ley, deberán
adoptar resolución expresa en los términos de las normas citadas, a cuyo fin —la de sociedades por acciones
— deberán ser convocadas para realizarse, en su caso, en el doble carácter de ordinarias y extraordinarias y
prevenir especialmente en su orden del día el tratamiento de tales cuestiones".

Cuantiosa jurisprudencia avala el dictado de la medida cautelar prevista por el art. 252 de la ley 19.550, ante
decisiones asamblearias como la descripta, en donde la sociedad retiene todas o una parte fundamental de
las ganancias del ejercicio, en desmedro del derecho del accionista al dividendo, descalificándose la
constitución de arbitrarias reservas libres, facultativas o especiales, cuya legalidad fue ordenada por la
jurisprudencia(902).

ART. 71.—

Ganancias: pérdidas anteriores. Las ganancias no pueden distribuirse hasta tanto no se cubran las pérdidas
de ejercicios anteriores.

Cuando los administradores, directores o síndicos sean remunerados con un porcentaje de ganancias, la
asamblea podrá disponer en cada caso su pago aun cuando no se cubran pérdidas anteriores.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 66, 68, 261; Resolución general de la Inspección General de Justicia 7/2015, art.
316; LSC Uruguay: art. 98.

§ 1. Incidencia de las pérdidas de ejercicios anteriores

El art. 71 de la ley 19.550, en su párrafo 1º, consagra una norma de evidente protección hacia los acreedores
de la sociedad, quienes tienen preferencia sobre los socios de la misma, a percibir sus acreencias con
anterioridad al cobro de los dividendos por parte de estos.

La norma en análisis impone a la sociedad absorber las pérdidas de ejercicios anteriores con las ganancias de
los ulteriores, y sólo autoriza la distribución del remanente entre los socios una vez compensado el importe
que corresponda a las pérdidas acumuladas.

Se consagra una solución idéntica a la prevista por el art. 70 primer párrafo de la ley 19.550, el cual posterga
la distribución de ganancias hasta el reintegro de las reservas legales, en el caso de que las mismas hayan
quedado disminuidas de su tope legal, por cualquier caso.

El principio consagrado por el art. 71 de la ley 19.550 cede sin embargo en el caso de que los
administradores, directores o síndicos sean remunerados con un porcentaje de ganancias, en cuyo supuesto
el órgano de gobierno de la sociedad podrá disponer el pago de tales retribuciones, aun cuando con las
ganancias del ejercicio no se cubran las pérdidas de ejercicios anteriores.

Ello se explica por el carácter oneroso que la función de la administración implica (arts. 234 y 261, LSC), y si
bien la ley 19.550 autoriza la determinación de la retribución de los administradores a los resultados del giro
empresario, con un porcentaje determinado de las ganancias, nada justifica que la necesidad de absorber las
pérdidas de anteriores ejercicios implica postergar el derecho de aquellos a una adecuada remuneración,
pues los acreedores sociales tendrán suficiente protección a través de compensaciones con las ganancias de
ulteriores ejercicios.

Idéntica solución se consagra para la remuneración de los síndicos, sin perjuicio de adelantar mi opinión en
el sentido de la improcedencia de retribuir a los mismos con un porcentaje de las ganancias, en la medida
que la labor de los integrantes de los órganos de fiscalización es desde todo punto de vista independiente de
la eficacia de los administradores en la gestión de la sociedad.

ART. 72.—

Responsabilidad de administradores y síndicos. La aprobación de los estados contables no implica la de la


gestión de los directores, administradores, gerentes, miembros del consejo de vigilancia o síndicos, hayan o
no votado en la respectiva decisión, ni importa la liberación de responsabilidades. [Texto según ley 22.903]

§ 1. Responsabilidad de los administradores y síndicos

El legislador no ha querido extender las consecuencias de la resolución social aprobatoria de los estados
contables más allá de una conformidad con los mismos. Ello no altera las responsabilidades de los
administradores, que se mantienen incólumes, exigiéndose para su liberación decisión expresa y concreta de
los socios en tal sentido, manifestada en el seno del órgano de gobierno de la entidad (art. 275 de la ley
19.550).

El art. 72 de la ley 19.550, en su actual redacción, luego de la ley 22.903, resulta claro en tal sentido,
concretando idéntica solución que su antecesor en la primitiva versión de la referida norma, pero goza, a mi
juicio, de mayor claridad, en cuanto no se limita a expresar que la aprobación de los estados contables no
implica liberación de responsabilidad de los administradores y síndicos, sino que, y en esto consiste la
innovación de la reforma, tampoco implica la aprobación de la gestión de los directores, administradores,
gerentes, miembros del consejo de vigilancia o síndicos, "hayan votado o no la respectiva decisión". Lo
dispuesto por el nuevo art. 72, amén de adaptar el mismo a lo dispuesto por el art. 241, que permite a estos
votar, en tanto accionistas, en la aprobación de los estados contables (lo cual les estaba anteriormente
vedado), corrige un grave error del texto original de la ley 19.550, que calificaba como acto de gestión la
aprobación de los estados contables, conforme surgía del derogado art. 241, lo cual resultaba erróneo, pues
la aprobación de los mismos no significaba un acto de gestión, sino un acto de verificación o examen de los
estados contables(903).

ART. 73.—

Actas. Deberá labrarse en libro especial, con las formalidades de los libros de comercio, acta de las
deliberaciones de los órganos colegiados.

Las actas del directorio serán firmadas por los asistentes. Las actas de las asambleas de las sociedades por
acciones serán confeccionadas y firmadas dentro de los 5 días, por el presidente y los socios designados al
efecto. [Texto según ley 22.903]

CONCORDANCIAS: LSC: arts. 12, 249; Resolución General de la Inspección General de Justicia 7/2015, arts.
83, 305 y 490; LSCUruguay: art. 103.

1. Actas de los órganos colegiados. El problema de su oponibilidad

La disposición legal en análisis impone la obligatoriedad de labrar acta de las deliberaciones y decisiones de
los órganos colegiados en un libro especial llevado al efecto.

El párrafo 2º del art. 73 parecería circunscribir el alcance de dicha norma a las sociedades anónimas o sus
subtipos, pero ello no es así, pues las deliberaciones sociales de los órganos colegiados deben hacerse
constar siempre en acta labrada en el libro correspondiente, cualquiera que sea el tipo social de que se
trate(904).

Los libros de actas, en especial el de asambleas o reunión de socios, reviste importancia fundamental en la
existencia de la sociedad, pues en ellos deberá reflejarse la historia de la misma, y de sus consecuencias se
derivarán derechos y obligaciones de los socios, de los administradores y también derechos de
terceros(905).

En cuanto al libro de actas del directorio, que sólo es exigido para las sociedades anónimas (art. 73, párr. 2º),
aun cuando la administración fuera unipersonal, la ley 19.550 exige que cada acta, aun en aquel caso, sea
suscripta por todos los asistentes y redactada a medida que la reunión se desarrolla. No obstante lo
expuesto, cabe interpretar que por vía de reglamentación del estatuto puede determinarse un plazo para la
redacción y suscripción de las mismas y la forma de extender copias para los administradores o síndicos que
las soliciten, por aplicación analógica de lo dispuesto por el art. 249.

En los restantes tipos societarios, el libro de actas del órgano de administración sólo debe llevarse cuando el
mismo estuviere organizado en forma colegiada (art. 157, párr. 3º), pero es común que aun en estos
supuestos la sociedad lleve un solo libro de actas, en el que se vuelcan las deliberaciones de los órganos de
gobierno y administración.

La relevancia de sus constancias es indiscutible, ya que el administrador sólo puede eximirse de


responsabilidad por las contingencias de los actos celebrados, sólo si dejó constancia escrita de su protesta
(art. 274, inc. 2º). Por otro lado, el fundamento del art. 73 impone dar fuerza probatoria a sus constancias, y
quien las impugna, debe probar la inexactitud o falsedad de lo allí decidido(906).

Tratándose del libro de actas del órgano de gobierno de la sociedad, la ley sólo contiene normas de
funcionamiento relacionadas con las asambleas de sociedades por acciones (art. 249), aunque dichas
normas deben aplicarse analógicamente a los demás tipos previstos en la ley 19.550,pues el art. 73, en su
párr. 1º, sienta una regla general aplicable a todos los órganos colegiados.

El art. 73 prescribe que las actas de las asambleas de las sociedades por acciones serán confeccionadas y
firmadas dentro de los cinco días por el presidente de la asamblea y socios designados al efecto. Deben
contener, conforme a lo dispuesto por el art. 249, un resumen de las manifestaciones hechas en la
deliberación, la forma de las votaciones y sus resultados, con expresión completa de las decisiones.
Cualquier accionista puede solicitar a su costa copia firmada del acta.

La importancia del acta de asamblea en las sociedades por acciones es fundamental, pues constituye el
único instrumento previsto por la ley 19.550 apto para modificar el contrato social, pudiendo incluso
encontrarse la razón del silencio guardado por el art. 165 de dicha ley — en torno a la instrumentación de las
modificaciones del estatuto— en orden a las formalidades que han de cumplimentarse para la modificación
del mismo(907). Sin embargo, la relevancia del acta de la deliberación de los órganos colegiados, en especial
del órgano de gobierno, no llega al extremo de admitir, como lo hace calificada doctrina(908), que aquella es
requisito esencial para la validez de las decisiones adoptadas, pues ello autorizaría a la sociedad a ampararse
en su inexistencia —a cuyo cargo la ley impone la confección de la misma— para evitar las consecuencias
desfavorables de una decisión asamblearia. Por ello, adhiero a la doctrina que sostiene, fundada en lo
dispuesto por los arts. 245 y 251, LSC —que fijan plazos para ejercer el derecho de receso o impugnar
decisiones asamblearias a contar desde la clausura de la asamblea y no desde la suscripción del acta—,  que
la decisión de la asamblea, aún no formalizada el acta, es válida desde el momento que se aprueba la
cuestión incluida en el orden del día y plenamente oponible entre los socios presentes, en los términos
del art. 12, LSC, quienes pueden invocarla utilizando todos los medios de prueba autorizados. Ello no es
procedente en relación con respecto a los socios ausentes o terceros, a los cuales, para serles opuesta una
decisión social, deberá ser formalizada en acta en los términos del art. 73, único modo de posibilitar su
conocimiento(909).

Finalmente, deben aclararse algunas cuestiones que plantea el art. 73:

a) Que pese a que su segundo párrafo no se refiere al órgano de fiscalización de las sociedades por acciones,
ninguna duda cabe de su aplicabilidad, cuando el mismo se ha organizado a través de la creación de un
consejo de vigilancia, en los términos de los arts. 280 y ss. de la ley 19.550.

b) La ley 22.903, ha introducido, en relación al texto anterior del art. 73 una modificación de importancia,
aclarando un tema que resultaba controvertido en vigencia del texto anterior de dicha norma, disponiendo
al respecto que los libros de actas de los órganos colegiados deben llevarse con las mismas formalidades que
los libros de comercio. Recordemos al respecto que ante el silencio que sobre el punto guardaba el viejo art.
73, se había interpretado que dichos libros no estaban sometidos a formalidad alguna y, por ser libros de
funcionamiento y no de comercio, su rubricación no resultaba obligatoria, máxime cuando la ley
19.550 nada exigía y teniendo en consideración que cuando era intención de la misma exigir ese requisito, lo
hacía en forma expresa (art. 213, LSC). Este argumento era equivocado, pues la rúbrica de los libros sociales
y los libros de comercio constituye, a mi juicio, la forma más idónea para evitar la utilización de un doble
juego de libros, sobre todo cuando la ley no prescribe la firma de todos los accionistas presentes en el acto.
En tal sentido —se repite—, se ha pronunciado la ley 22.903, exigiendo para los libros de los órganos
colegiados, las formalidades propias de los libros de comercio, entre los cuales se encuentra, obviamente, su
rúbrica.

c) En cuanto a las actas del directorio, el art. 73, último párrafo, prescribe que serán firmadas por los
asistentes, lo cual parece descartar, atento la redacción de la norma, y a diferencia de lo que acontece con
las actas de asambleas de las sociedades por acciones, la posibilidad de que las mismas sean confeccionadas
y firmadas dentro de los cinco días de clausurado el acto asambleario. La intención del legislador ha sido que
las actas de directorio se confeccionen a medida que transcurra la reunión y se firmen al concluir la misma,
sin que sea necesario, por aplicación analógica de lo dispuesto por el art. 249 de la ley 19.550, transcribir
textualmente todas y cada una de las manifestaciones de los asistentes; basta un resumen de lo deliberado
en ese acto. Pero la forma de la votación, resultados y la expresión completa de las decisiones deben surgir
expresamente del texto del acta, bajo pena de nulidad.

d) La posibilidad del socio o accionista de solicitar a su costa copia firmada del acta de los órganos
colegiados, si bien impuesta por la ley 19.550 (art. 249) para las actas de asambleas, rige también para las de
las reuniones de directorio, pues si se admite, como lo hace la casi generalidad de la doctrina y
jurisprudencia —como veremos oportunamente— la posibilidad de todo accionista de impugnar las
decisiones del directorio, es de toda evidencia que el derecho de obtener copia de las actas de ese órgano
no puede admitir objeciones.

e) Finalmente, y en cuanto a las actas de los órganos de gobierno de las sociedades que no sean por
acciones, sólo para las cuales la ley contiene una disposición específica (art. 249), valen las siguientes
aclaraciones: a) Si bien el art. 73 in fine de la ley 19.550, parece reservar a las sociedades por acciones el
otorgamiento del plazo de cinco días para la confección y firma del acta de la asamblea, considero que dicha
solución debe ser aplicada analógicamente a todas las reuniones de socios en los restantes tipos societarios
y nada autoriza a concluir que para la celebración de las reuniones del órgano de gobierno de dichas
entidades, en especial para las sociedades de responsabilidad limitada, las actas deban ser confeccionadas a
medida que va transcurriendo la reunión de socios; b) Cualquier socio tiene derecho de reclamar, a su costa,
copia de las actas de las reuniones de socios y, c) tratándose de sociedades de responsabilidad limitada,
rigen los mismos principios, aunque debe aclararse que, al admitir la ley 19.550 —luego de la reforma
efectuada por la ley 22.903— la posibilidad de adoptar acuerdos sociales por escrito y previa consulta de la
gerencia a los socios (art. 159), las respuestas dadas por estos deben ser transcriptas en un libro de actas,
con las formalidades exigidas por el art. 73, acta que deberá ser firmada por los gerentes dentro de los cinco
días posteriores al plazo de diez con que cuentan los socios para contestar la consulta (art. 162).

§ 2. Carencia o inexistencia del libro de actas. Confección del acta de asamblea por escritura pública.
Normativa de la Inspección General de Justicia

Basado en el dictado de una serie de resoluciones particulares que precedieron la inclusión del art. 83 de las
"Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia" (resolución general 7/2005), este Organismo dio
solución a un problema que se presentaba con suma frecuencia cuando una sociedad no exhibía copia del
acta de la asamblea a los fines de inscribir una determinada decisión asamblearia en el Registro Público de
Comercio, lo cual era motivo para que el organismo de control denegara esa registración.

Mediante lo dispuesto por el art. 83 de la aludida normativa administrativa, es admisible la inscripción de las
resoluciones sociales formalizadas directamente en escritura pública, importen o no reforma del estatuto o
contrato social, siempre que se cumplan los siguientes requisitos: a) Que la sociedad no disponga de los
libros de actas rubricados y en su caso, de registro de asistencia necesarios, ya sea por causales que habiliten
la rúbrica de nuevos libros de acuerdo con las Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia o por
hallarse temporariamente privada de ellas por acto de autoridad competente; b) Si la sociedad se encuentra
desposeída de los libros por acto de alguno de sus socios o administradores, debe haberse efectuado
intimación fehaciente o iniciado acción penal, según las circunstancias; c) Que se acrediten
documentadamente los supuestos de los incisos anteriores, exhibiendo ante el escribano autorizante las
constancias correspondientes, que éste deberá referenciar con precisión en el instrumento notarial; d) Que
se asuma el compromiso expreso, por parte de las autoridades sociales existentes, o las que surjan del acto,
de volcar éste a los libros sociales, una vez rubricados o habidos nuevamente, según el caso.

La inscripción no procede si de las constancias de la escritura pública presentada, resulta que está
controvertida la calidad de socio de uno o más participantes en el acto, y que su voto es determinante para
la formación de la voluntad social.

Diez años después, la misma Inspección General de Justicia cambió de criterio, admitiendo solo el reemplazo
del acta de la asamblea, por escritura pública, solo cuando se tratare de la inscripción de la designación del
órgano de administración, y siempre que se cumplan con una serie de requisitos formales previstos en el art.
83 de la resolución general 7/2015, lo cual constituye un verdadero error, pues la mas que frecuente y casi
siempre "conveniente" pérdida de los libros sociales, así como la desposesión de los libros societarios por
orden judicial —cuya devolución es absolutamente impredecible, habida cuenta la inexperiencia de los
jueces penales en materia societaria— no puede sumir a la sociedad en una paralización de sus órganos
sociales e implicar una indefinida prórroga en la adopción de decisiones sociales, cuando la registración de
las mismas está impuesta por la ley 19.550. Nada impide, en definitiva, que la escritura pública pueda
subsanar un acta de asamblea y/o directorio, teniendo en cuenta la finalidad probatoria de dicho
instrumento, y ello vale para cualquier clase de reuniones de los órganos societarios.

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