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El fracaso de las reformas coloniales, 1750-1820

Plata y contrabando (Pág. 94-128)

Ulloa fue gobernador de Huancavelica superintendente de las minas de


mercurio de la región, él intentó reformar la pésima administración minera, el
fraude y el contrabando, sin embargo, la corrupción de ese entonces se lo
impidió.

Luego de escribir varios informes sobre la corrupción en el Perú, en 1771 en


Cádiz escribe su último tratado llamado «Informes de D. Antonio de Ulloa
dirigidos a Carlos III». En este tratado narra su pesadilla vivida y su
enfrentamiento con la oposición.

El entendimiento entre las autoridades y los intereses vinculados a la minería


de plata y su comercio, el financiamiento, los impuestos reales que generaba y
el contrabando al que daba lugar; favorecieron las ganancias privadas en
desmedro de la producción y la honesta administración. El tesoro real
subsidiaba a los mineros. Pero los oficiales corruptos de las cajas reales
imponían condiciones interesadas a los mineros especulando con el precio
oficial y el de venta del mercurio, en complicidad con aquellos que lo recibían
privilegiadamente. Estos oficiales exigían el pago del mercurio con plata piña,
es decir, plata sin sellar (toda plata producida estaba sujeta al quinto real al
momento de fundirla en barras selladas oficialmente). La plata piña era
preferida para la adquisición de artículos de contrabando y los comerciantes de
Lima eran los principales beneficiarios del contrabando. Inicios del siglo XVIII la
Corona española concentró su vigilancia en el contrabando, en especial el de
ingleses y holandeses, proveniente de Jamaica y el de franceses a Buenos
Aires y el Perú. A través del Consejo de Indias.

Por otro lado, el empuje reformista contra el contrabando coincidió con el


ascenso de la dinastía Borbón en España con Felipe V. Curiosamente el primer
virrey que la monarquía borbónica nombró, Manuel de Oms de Santapau,
marqués de Castelldosrius, tuvo participación en unos escandalosos casos de
contrabando francés durante su gestión, pues, había hecho promesas de
devolver favores. Francisco Espinosa de los Monteros denunció a
Castelldosrius ante el Consejo de Indias y en 1709 fue separado de su cargo.
Pero ello no puso fin a la bien establecida red de contrabando. Así, el
contrabando contribuyó a que la corrupción pública y privada formara parte
integral del liderazgo económico y político del virreinato peruano. El origen y la
formación de la élite mercantil y burocrática colonial estuvieron entrelazados
con prácticas corruptas y de contrabando. Estos y otros intereses sentaron las
bases de las redes de patronazgo coloniales, que se hallaban controladas en la
cima por autoridades políticas que buscaban ganancias privadas a costa del
bien público.

Círculos de patronazgo virreinales

Un problema político primordial era cómo conciliar la diversidad de ambiciones


que atraía a conquistadores y colonos. Como lo comprueban las experiencias
de Cristóbal Colón, Hernán Cortés y los hermanos Pizarro, el uso de la fuerza
era combinado con un hábil patronazgo y con sobornos, para crear así una
semblanza de gobierno estable. La rebeldía y el descontento se incubaban en
los conquistadores y encomenderos, desposeídos de sus mercedes. Sin
embargo, las hábiles negociaciones del «pacificador» Pedro de la Gasca y las
corruptelas condujeron a un relativo acomodamiento de intereses que sirvió
como base de una estabilidad virreinal. Esta solución venal al conflicto político
sobreviviría en el Perú como un obstáculo arcaico, pero significativo, al
desarrollo institucional. Los virreyes patrocinaban facciones que los
respaldaban en el poder y neutralizaban a grupos hostiles. La red virreinal se
expandía luego para atraer a intereses locales ansiosos por cortejar al nuevo
virrey. Este patrón se repitió en los gobiernos de sucesivos virreyes desde los
primeros tiempos de la Colonia (redes patrón-cliente). Miembros familiares y
séquito del virrey Fernando de Torres y Portugal fueron acusados de tráfico de
influencias.

En 1662, una carta anónima reportaba irregularidades en la administración


virreinal. Según esta reveladora carta la ignorancia e incompetencia de los
oficiales y contadores de la real hacienda reflejaban el daño causado por la
venta de oficios. Estos cargos deberían haber sido asignados a personas
experimentadas que los merecieran. El informante afirmaba que el manejo
bueno o malo de la hacienda dependía del resorte principal de la burocracia:
los virreyes. Además, los virreyes no deberían llegar acompañados por sus
hijos, pues, parecía haber tantos virreyes gobernando como el número de hijos.
El Consejo de Indias ante cargos tan serios fue rápida. La cuestión de la venta
de cargos permaneció mayormente ignorada. En 1665, las crecientes disputas
entre dos facciones de mineros, los «andaluces criollos» y los «vascongados»
habían dejado muchos muertos.

En el nuevo siglo borbónico, los círculos de patronazgo de los virreyes


Castelldosrius y Ladrón de Guevara no parecían diferir mucho de los de los
virreyes durante la era Habsburgo. Sin embargo, podemos señalar una
diferencia en el papel cada vez más importante desempeñado por asesores u
hombres de confianza del virrey fuera de su familia inmediata. Ese fue el caso
de Marí, quien conducía una red de actividades encubiertas bajo la protección
del virrey Castelldosrius, así como el de Munive, quien ayudó al
enriquecimiento privado de Ladrón de Guevara. Durante el gobierno del virrey
Castelfuerte parece haber ocurrido una caída temporal del patronazgo corrupto.
Sin embargo, la corruptela recrudecería gradualmente durante el gobierno del
conde de Superunda (1741-1761), otro virrey militar. Así parecerían indicarlo
las sospechas de una extendida corrupción, inmediatamente después del
devastador terremoto de 1746, así como el deterioro de la administración de
Huancavelica, del cual Ulloa fuera testigo.

Amat y Junyent contribuyeron a elevar el patronazgo y la corrupción


sistemática a nuevas alturas. Su juicio de residencia es uno de los más largos y
complicados que se encuentran en los archivos. Amat mantuvo un amorío
público con la hermosa actriz criolla Micaela Villegas (la Perricholi). Amat culpó
a los miembros de la élite criolla y al entorno virreinal por la difundida
venalidad. La red de patronazgo de Amat solamente satisfacía a intereses muy
restringidos. Hacia el final de su mandato, Amat había enajenado a un
importante sector de Lima. Según los expedientes de su juicio de residencia
hubo múltiples quejas de importantes intereses criollos y locales. Estos
articulares demandaron a Amat por más de 750.000 pesos. En la década de
1770, los virreyes fueron objeto de creciente crítica por parte de los
reformadores metropolitanos del Consejo de las Indias encabezados por José
de Gálvez. En Madrid ganaba fuerza la idea de que el poder excesivo de los
virreyes debía reducirse y contenerse para que la administración virreinal fuese
más eficiente y menos corrupta. Otros se opusieron pues estaban convencidos
que, para gobernar los lejanos reinos, era necesario la autoridad del virrey. La
disminución del poder de los virreyes afectó alcances del patronazgo corrupto.
El sucesor de Amat, el virrey Manuel Guirior ejercía su autoridad a través de los
favores y el patronazgo. Del favor de Guirior también se benefició el noble
criollo José Baquíjano y Carrillo, de quien se sospechaba había obtenido su
puesto en la Audiencia gracias al soborno. El visitador José Antonio de Areche,
se le otorgaron amplios poderes para controlar las finanzas del virreinato,
investigar irregularidades y decidir cambios necesarios en la administración
colonial. Areche, guiado por una copia personal del confidencial «Discurso y
reflexiones políticas» de Ulloa y Juan, informaba sobre la corrupción, así como
los intereses locales que presionaban a Guirior para estorbar la misión
reformadora del visitador. Virrey recibió la noticia de su reemplazo a través de
su sucesor, el teniente general Agustín de Jáuregui. Guirior obedeció la
decisión, pero anotó que los súbditos más importantes y acaudalados del Perú
eran los principales testigos de su «incorruptibilidad».

Las disputas entre el visitador y el virrey no cesaron con la llegada de Jáuregui.


Mientras se desarrollaban estas disputas burocráticas en 1780 estalló una gran
rebelión, liderada por José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II) En esta
tradición, Condorcanqui era otro reformador que criticaba la corrupción de los
funcionarios coloniales. Los criollos e indios nobles se opusieron al movimiento
de Condorcanqui. Luego que Condorcanqui fuera apresado y ejecutado, la
rebelión radical se propagó al Alto Perú. Pese a estos el legado de
Condorcanqui tuvo un impacto importante Areche y el general Jerónimo de
Avilés, encargado de aplastar el levantamiento, coincidían con Ulloa, y
paradójicamente también con Condorcanqui.
Decreciente celo reformista

Con la abolición de los corregimientos y el reparto, así como la implementación


de las intendencias en 1784, la sierra se benefició al menos en el corto plazo.
Años después se creó, en 1787, la Audiencia del Cuzco. Estos importantes
cambios se produjeron bajo el mando de Jorge Escobedo un nuevo visitador y
superintendente que reemplazó a Areche. Su gran logro fue la implementación
detallada y meticulosa del régimen de intendentes, además, mejoró el
cumplimiento de la ley. Sin embargo, los intereses locales presentaron
resistencia a la reforma.

Alonso Carrió de la Vandera proponía que se mantuvieran los corregidores y


repartos incluso después de la rebelión de Túpac Amaru. Sin embargo,
propuso una reforma alternativa. Él tenía en mente una capitación directa
aplicable a todos los súbditos en el Perú. Este impuesto universal directo,
aparentemente pensado para unir a los súbditos peruanos sin consideración de
etnicidad o de raza, habría sido rechazado rotundamente por criollos y
mestizos por igual.

El conflicto más serio se produjo en la intendencia de Lima, donde las


prerrogativas del virrey se superponían a las del superintendente. El virrey
Teodoro de Croix desestimó e ignoró las medidas y autoridad del
superintendente Escobedo.

José de Gálvez, el enérgico arquitecto de la reforma imperial, había fallecido en


1787. Las decisiones de Madrid pasaron a tener más en cuenta la autoridad de
los virreyes que la de los intendentes. Croix, el virrey del Perú, se convirtió en
el principal defensor de la supresión del sistema de intendencias, pero su
posición fue rechazada por el Consejo de Indias. La monarquía española vaciló
así en su celo reformista institucional. A partir de entonces, la corrupción
administrativa virreinal, los malos manejos en la minería, el contrabando y el
nepotismo volvieron a crecer. Los intendentes y los subdelegados comenzaron
a asumir la misma autoridad despótica que los corregidores. Hubo quejas
contra intendentes que habían vendido puestos y la venta forzada de
mercaderías a los indios prosiguió. Por otro lado, el contrabando de
mercaderías inglesas y norteamericanas también creció. Para 1812, las minas
de Huancavelica habían sido cerradas y el mercurio era importado desde
Almadén, España.
En 1809 se daban claras señales de una renovada intensificación de la vieja
corrupción. La incertidumbre política creada por la invasión napoleónica de
España y la legislación liberal en las Cortes de Cádiz crearon confusión en las
reglas institucionales.

El virrey Abascal impuso un poder militar semidictatorial y permaneció


enfrentando a sucesivas insurrecciones. Durante el gobierno de Joaquín de la
Pezuela (1816-1821), el penúltimo virrey español, la corrupción militar y el
favoritismo alcanzaron nuevos niveles. Pezuela, un virrey tiránico y
conservador, gratificaba con su favor a los oficiales reales que le eran fieles y a
su círculo más íntimo. Por sus claras falencias, defectos militares y venalidad,
este virrey fue depuesto mediante el que quizás fuera el primer golpe militar
moderno en el Perú liderado por el general liberal español José de la Serna
(1821-1824), comandante de la última resistencia contra las invasoras fuerzas
emancipadoras, y sucedió en condiciones bélicas favorables al contrabando y
la corrupción.
EL AZOTE DEL RÉGIMEN GUANERO (Pág. 164-198)

En noviembre de 1840, Gamarra y su ministro de Hacienda Castilla habían


otorgado el primer y extremadamente rentable contrato monopólico del guano
al capitalista nativo Francisco Quirós y a sus socios franceses Aquiles Allier,
Carlos Barroilhet y M. Dutey. El consorcio Quirós, Allier & Co. solamente pagó
90.000 pesos (18.000 libras) en cuotas en efectivo y billetes para la extracción
y venta ilimitadas del guano en Europa por nueve años. El Estado peruano se
encontraba, entonces, seriamente necesitado de adelantos en efectivo ante la
proximidad de una guerra con Bolivia. El oneroso contrato inicial fue rescindido
en 1841 y reemplazado por otros contratos con un nuevo consorcio que
contaba con una participación local y extranjera más amplia.

Fuentes independientes dan fe del pago de sobornos a las más altas


autoridades para así conseguir estos contratos. Los comerciantes extranjeros
competidores se quejaron de estas estratagemas.

El Estado peruano continuaba siendo el único propietario de los depósitos de


guano, pero pagaba una comisión a los consignatarios, aparte de los costos de
comercialización que eran cargados a la cuenta estatal. Las consignaciones se
otorgaban, además, a empresas dispuestas a adelantar al gobierno fondos a
un interés elevado que llegó hasta el uno por ciento mensual, aparte de pagar
sobornos a funcionarios de sucesivos gobiernos. Todo esto significa que los
consignatarios tenían pocos incentivos

En este entorno institucional apuntalado por sobornos, privilegios indebidos y


tratos turbios, las rentas guaneras fueron usadas por los gobiernos peruanos
fundamentalmente en gastos improductivos. El problema se vio agravado por la
falta de educación y experiencia de los funcionarios estatales, que ahora tenían
que administrar una repentina fuente de riqueza nacional.
ESCÁNDALOS DE LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEUDA

En realidad, dos tipos distintos de deuda interna habían ido formándose desde
el decenio de 1820. La deuda en que se incurrió por las expropiaciones y los
préstamos forzosos, en general, no había sido reconocida, o había sido
garantizada con billetes gubernamentales extremadamente depreciados.

Por otro lado, un grupo de negociantes acreedores, que suministraron


préstamos de emergencia en las décadas de 1830 y 1840, lograron conseguir
un reconocimiento y pago privilegiado de altos intereses, en parte gracias a sus
particulares conexiones con sucesivos caudillos

Por otro lado, un grupo de negociantes acreedores, que suministraron


préstamos de emergencia en las décadas de 1830 y 1840, lograron conseguir
un reconocimiento y pago privilegiado de altos intereses, en parte gracias a sus
particulares conexiones con sucesivos caudillos

COMPENSACIÓN DE LA MANUMISIÓN

Mediante una alianza estratégica con el mariscal Castilla, Elías logró sacar a
Echenique del poder luego de una sangrienta guerra civil librada en casi todas
las regiones del país.

El ataque demoledor de Elías contra Echenique puso énfasis en las


expoliaciones de una «pandilla de falsos patriotas y negociantes desalmados»,
en medio de una «justicia prostituida».

Ellos habían llevado al país a un pantano hediondo de corrupción culminada


por la inolvidable consolidación de la deuda interna. Elías ligó el fracaso de la
república peruana, tras 34 años de una independencia «violenta y prematura»,
con el despotismo, el militarismo, los privilegios y la corrupción. En su
manifiesto de 1855, Elías hizo un diagnóstico histórico: «La corrupción como
una lava abrazadora extendiéndose por todos los ángulos de nuestro inmenso
territorio ha herido a la República en todo lo que ella abriga de más grande,
más noble y más generoso: en su moral, su religión y sus leyes»
El proceso de compensación de la manumisión estuvo plagado de
inexactitudes, especulación y reclamos exagerados o abiertamente
fraudulentos. Algunos antiguos dueños incluyeron esclavos muertos o inflaron
artificialmente la cantidad que sostenían haber tenido antes del decreto de
manumisión.146 Castilla y Elías llevaron a cabo con inusual celeridad este
proceso de indemnización que estuvo cargado de favoritismo

VENALIDAD IMPERTÉRRITA

Los legisladores y autoridades del ejecutivo más decididos en la lucha contra


los abusos del gobierno anterior se vieron sometidos, sin embargo, a una
intensa presión para que revirtieran las medidas anticorrupción adoptadas en el
periodo 1855-1856. Un argumento para ello fue que los títulos de la deuda se
emitieron en forma similar a un billete sujeto a endose y que, en consecuencia,
los tenedores de vales y bonos no deberían quedar sujetos a la pena de perder
su inversión tan solo porque unos funcionarios corruptos habían tramitado
inicialmente tales títulos.

El argumento legal opuesto, usado por los investigadores de la Junta de


Examen Fiscal y la recién creada Dirección de Crédito Nacional, era que si bien
los vales de la deuda interna habían sido endosados ampliamente en
operaciones comerciales, ellos no perdían su condición original de obligaciones
estatales y, en cuanto tales, estaban sujetos a una anulación legal debido al
fraude o la corrupción.

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