Siguiendo la línea que Ana Frega plantea para entender cómo se llega al punto de quiebre entre Buenos Aires y
Montevideo a través de la conformación de la Junta de Gobierno de Montevideo de 1808, es preciso indicar que
resulta no menos importantes las repercusiones en el plano político. Se fortalecieron las instituciones locales como el
Cabildo o las milicias, alterando las correlaciones de fuerzas en una nueva disputa por parcelas de poder.
En Buenos Aires, estas instituciones tuvieron un papel decisivo en la destitución del virrey Sobremonte, acusado de
ineficacia militar, y el nombramiento en su lugar de Santiago de Liniers, quien había encabezado la resistencia de las
pasadas invasiones británicas.
A su vez, como la gobernación de Montevideo había quedad acéfala ante la captura y remisión a Londres de su titular,
el flamante virrey nombró gobernador interino al Coronel Francisco Javier de Elío, llegado con el cargo de
comandante general de la campaña del Río de la Plata cunado los británicos dominaban Montevideo.
Los éxitos militares logrados ante aquel poderoso rival de España, dieron a los grupos de poder locales la capacidad de
gestionar la concesión de nuevos privilegios ante la corona.
Así, en agosto de 1806, el cuerpo de comerciantes y el Cabildo de Montevideo enviaron diputados a la corte a fin de
solicitar el establecimiento de un consulado de comercio en Montevideo, la transformación de la Gobernación en
Intendencia con la incorporación de territorios hasta entonces dependientes de Buenos Aires, entre otras exigencias.
El Cabildo de Buenos Aires, por su parte, envió en 1806 a su apoderado, a los efectos de solicitar beneficios
impositivos para resarcir a los comerciantes de los gastos extraordinarios en que habían incurrido con motivo de la
defensa. Asimismo, le indicaba que no toleraría que a Montevideo se le diera otro título que le de “auxiliadora” a
efectos de dejar en claro su carácter de subalterno frente a la capital virreinal. Vemos aquí que se presenta, sin dudas,
una clara y creciente rivalidad de las dos ciudades ante la corona por la obtención de mayores privilegios.
La invasión napoleónica y las abdicaciones de Bayona, por su parte, generaron un vacío de poder y pusieron en juego
el destino mismo del Imperio español. La avidez de noticias se acrecentaba a medida que se iban conociendo los
acontecimientos políticos y militares.
A fines de julio se supo oficialmente en el Río de la Plata de la caía de Godoy y la abdicación de Carlos IV a favor de
Fernando VII el deseado. Si bien fue un resultado conmovedor, no menos preocupante fue la noticia de que la
abdicación había sido resultado de un motín (Motín de Aranjuez).
Como si fuera poco, a ello se suma la información de las abdicaciones de Bayona, que llegó a Montevideo el 10 de
agosto de 1808 por conducto de un marques enviado por Napoleón al Río de la Plata con pliegos para Liniers.
La coronación de José Bonaparte fue considerada en Montevideo como una vergonzosa infamia, se juró “perecer antes
de consentirlo” y se continuó con los preparativos para la jura de fidelidad a Fernando VII, efectuada el 12 de agosto.
Tales fueron estos sucesos que provocaron que, de parte de Río de Janeiro, se indicaba que esta coyuntura indicaba
que España ya no se encontraba en guerra con Inglaterra sino con Napoleón. A través de ello, Elío solicitó en una nota
de cese de hostilidades, el paso franco para enviar y recibir comunicaciones acerta de la situación de la metrópoli y el
muto auxilio entre españoles e ingleses.
En el marco de esta compleja trama de alianzas, las instrucciones del comisionado francés que visitaba el virreinato
eran de informar sobre la asamblea convocada en Bayona, solicitar el reconocimiento de José Bonaparte como Rey y
recabar noticias sobre el estado de la “América española”. De Montevideo pasó a Buenos Aires, donde mantuvo
entrevistas con el virrey y el Cabildo, luego de lo cual se le indicó que regresara a Montevideo a esperar una respuesta.
Finalmente es encarcelado.
En este proceso, el virrey había ordenado a Elío que recibiera al Mariscal José Joaquín Curado con los honores de
enviado de una corte extranjera. Lo que inicialmente fue presentado como una gestión de acuerdo comercial, se
transformó en una comunicación al gobernador de Montevideo de los planes del príncipe regente de hacerse de los
territorios de la Banda Oriental del Río de la Plata. (Leer apuntes donde hay un desarrollo aún más amplio de la
participación de curado para el debilitamiento de las relaciones entre Montevideo y Buenos Aires. Sobre todo por las
futuras acusaciones de Elío sobre Liniers en referencia al colaboracionismo de este último con Napoleón).
La constitución de la Junta local de Sevilla fue conocida en Montevideo el 19 de agosto, con la llegada de un
particular personaje, José Manuel Goyeneche. Acreditado por dicha junta, el comisionado expresó que venía con el
propósito de informar lo ocurrido en península y solicitar recursos para sostener la lucha contra los franceses. En su
pasaje por la plaza montevideana, Goyeneche habría indicado al gobernador y al Cabildo que “marchaba al momento
a la capital donde (…) trataría de formalizar la junta a imitación de la Suprema de Sevilla, para que ello traía especial
encargo, y después se formaría en esta (Montevideo) otra subalterna”.
Las expresiones de Curado dieron fie para formalizar acusaciones contra Liniers. El Cabildo de Montevideo se dirigió
a su par de Buenos Aires y a la Real Audiencia considerando que el virrey de origen francés debía renunciar o ser
depuesto de su mando.
La intervención de la Real Audiencia procuró detener el crecimiento del deterior de la unidad política virreinal,
optando por ordenar la presentación del gobernador de Montevideo en la capital con la documentación probatoria de
sus acusaciones contra el virrey. Justamente la desobediencia a este mandato forzó la destitución de Elío y, como
consecuencia quedó expuesto el camino para la formación de una junta de gobierno en Montevideo.
La noche del 20 al 21 de setiembre de 1808 las calles de Montevideo fueron escenario de una movilización popular.
El motivo había sido la llegada a la ciudad del capitán de navío Michelena, con ordenes de sustituir al gobernador
interino Elío. A los gritos de “viva Elío, muera Liniers y Michelena”, el grupo recorrió las proximidades del Cabildo y
el alojamiento del recién llegado. A raíz de estos hechos, sumados con la citación popular a un Cabildo abierto en los
días siguientes, Michelena abandona la ciudad sin tomar posición del cargo.
El acta del Cabildo abierto indicaba que debía “obedecerse pero no cumplirse” la orden del virrey de deponer al
gobernador en aras de “salvar al Pueblo de disturbios y desastres que le amenazaban (…) para mejor conformarse con
la voluntad del soberano…”
Luego de escuchar la opinión de los representantes del pueblo, el clero, de los jefes militares y de rentas, y de los
asesores del gobierno y la marina, el Cabildo resolvió constituir una Junta de Gobierno presidida por Elío e integrada
con representantes de los distintos cuerpos de la ciudad.
En el plano ideológico, las justificaciones recurrieron a la antigua Constitución del reino y al derecho natural a la
conservación, aunque también a la igualdad entre españoles europeos y españoles americanos. En el plano político, la
Junta expresó las características de la organización imperial española, edificada sobre la base de distintos cuerpos
territoriales y administrativos con apelación directa a la corona, cuyas jurisdicciones se superponían en una suerte de
múltiples controles y competencias por privilegios.
Teniendo en cuenta lo acontecido en el plano internacional, es decir, las abdicaciones de bayona y el debilitamiento de
la metrópoli. Tanto en Buenos Aires como en Montevideo hubo diversidad de posturas, sin embargo, fue en esta
última donde se dieron la correlación de fuerzas y las condiciones para la formación de una junta.
Diferentes posturas políticas e intereses económicos y sociales, trayectorias personales y lecturas de la coyuntura
internacional daban cimiento a la conformación de diversos grupos sociales que perseguían diferentes objetivos dentro
de lo que significó la conformación de esta junta. Presidida por Elío, estaba integrada por representantes del pueblo, de
la marina, del orden eclesiástico, de las armas (cuerpos de milicias), de la Real Hacienda, del comercio y de los
grandes hacendados.
Una de las preocupaciones centrales de la junta fue lograr su aceptación por parte de la Real Audiencia y las
autoridades peninsulares.
Junto a ello, procuró desarrollar objetivos que habían impulsado su creación, sobre todo el mantenimiento del orden
estable, aun cuando España pareciese perdida. En el plano local, esto suponía la obtención de recursos para hacer
frente a una posible respuesta armada de la capital virreinal; la ampliación de la región del sistema de alianzas y el
restablecimiento de las relaciones comerciales en el marco de las crecientes presiones de Gran Bretaña y Portugal.
En enero de 1809 se recibió la real cédula fechada en Aranjuez en abril de 1807, que concedía a la ciudad de
Montevideo el título de “Muy fiel y reconquistadora” por su actuación contra los británicos.
En la medida en que el comisionado enviado a la península lograra convencer a las autoridades de las maquinaciones
del virrey y resaltar el papel decisivo de la Junta en la defensa de los derechos del rey cautivo, podrán abrigarse
esperanzas para la obtención de otros privilegios.
Por su parte, la Real Audiencia de Buenos Aires condenó la formación de la junta de Montevideo, calificándola de
subversiva del orden y resultado de una efervescencia popular tumultuaria, participando de esta propuesta otros
agentes como el gobernador de Potosí quien la Junta había solicitado su apoyo tiempo atrás.
A pesar de sostener esta actitud condenatoria, la Real Audiencia no consideró atinado recurrir a la presión armada.
Según su razonamiento, aún en el caso de que la fuerza desplegada fuera suficiente para reducir a los rebeldes, ello
introduciría a la división y la guerra civil en las Provincias.
El examen de la variación de las instrucciones otorgadas por la Junta Central a Baltasar Hidalgo de Cisneros,
designado como virrey del Río de la Plata, muestra con claridad cómo las autoridades metropolitanas variaron su
postura al recibir informes sobre planes independentistas que alentaban los principales grupos que sostenían a Liniers.
El objetivo central era restablecer el orden y la autoridad de la metrópoli; pero mientras la primera versión indicaba
que tras la disolución de la Junta tanto Liniers como Elío debían ser conducidos a España, en la segunda sólo debía ir
el ex virrey, mientras que Elío era ascendido a inspector y segundo comandante de todas las tropas del virreinato.
Adema se aconsejaba a Cisneros fijar su residencia en Montevideo hasta asegurarse de ser obedecido en la capital.