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Faur 2007 “Masculinidades”, en Gamba, Susana (ed.

) Diccionario de
estudios de género y feminismos. Buenos Aires, Editorial Biblos
Masculinidades: ¿Es la masculinidad una condición biológica, un modo de ser, un
conjunto de atributos, un mandato o una posición? David Gilmore (1994) considera que es una
construcción que parte de un ideal representado en la cultura colectiva. Diversos autores
coinciden en señalar que esta representación varía de una cultura a otra e, incluso, dentro de
una misma cultura, en diferentes tiempos históricos, pertenencia étnica, clase social, religión y
edad (Connell, 1997; Kimmel, 1992)

No sólo varía la masculinidad sino también la forma de pensar en ella. Se han distinguido
ocho perspectivas de análisis sobre las identidades masculinas, que pretenden no sólo entender
la masculinidad y las relaciones sociales entre varones y mujeres sino también contribuir a su
transformación o conservación- Entre las que reconocen la existencia de jerarquías entre los
género y en el interior del género masculino, se encuentra las perspectivas socialistas (Connell,
1997, 1995; Seidler, 2000) que consideran que la llamada “dominación patriarcal” forma parte de
la lógica de jerarquización entre los seres humanos, que también tiene expresión en el sistema
de clases sociales, así como aquellos autores pro feministas liberales (Kaufman, 1997; Kimmel,
1992) que señalan que la masculinidad ha sido una fuente de privilegios para los varones y
apuestan por su transformación. Asimismo, se pueden señalar perspectivas provenientes de la
investigación sobre grupos específicos, que reflejan la discriminación que atraviesan algunos
varones, particularmente gays y afroamericanos (Clatterbaugh, 1997).

Entre los enfoques que no incorporan una mirada crítica sobre las relaciones sociales de
género, se incluyen desde la desarrollada por el “movimiento mitopoético”, que busca un
resurgimiento de la “masculinidad profunda” y se encuentra fuertemente inmerso en una lógica
esencialista (Kreimer, 1999), hasta las perspectivas claramente antifeministas, que se sostienen
por defender los “derechos del hombre”, negando la existencia de privilegios en favor de los
varones y criticando la ampliación de derechos de las mujeres (Kimbrell, 1995; Haddad, 1993;
Hayward, 1993). En este campo también se ubican las perspectivas “conservadoras ”, para las
cuales sería no sólo natural sino también saludable mantener la dominación de los varones en
la esfera pública, ejerciendo su función de provisión y protección, y la de las mujeres en la esfera
privada, actuando como cuidadoras casi exclusivas de los otros miembros de la familia.

De estos varios autores, nos interesa recuperar la definición de R. W. Connell, quien va


más allá de la definición inicial de Gilmore, al observar la construcción social de identidades
masculinas en un marco de relaciones sociales de género. Según Connell, las masculinidades
responderían a configuraciones de una práctica de género, lo que implica, al mismo tiempo: a)
la adscripción a una posición dentro de las relaciones sociales de género; b) las prácticas por las
cuales varones y mujeres asumen esa posición, y c) los efectos de estas prácticas en la
personalidad, en la experiencia corporal y en la cultura. Todo ello se produce a través de
relaciones de poder, de producción y de los vínculos emocionales y sexuales. Estos tres pilares
presentes en distintas esferas de la vida social, familiar, laboral, política, educativa, resultan de
gran fertilidad para el análisis de la construcción social de las identidades de género (Connell,
1995).

Partimos, entonces, de pensar las identidades masculinas como construcciones culturales


que se reproducen socialmente y que, por ello, no pueden definirse fuera del contexto en el cual
se inscriben. Esa construcción se desarrolla a lo largo de toda la vida, con la intervención de
distintas instituciones (la familia, la escuela, el Estado, la Iglesia, etc.) que moldean modos de
habitar el cuerpo, de sentir, de pensar y de actuar el género. Pero, a la vez, establece posiciones
institucionales signadas por la pertenencia de género. Esto equivale a decir que existe un lugar
privilegiado, una posición valorada positivamente –jerarquizada– para estas identidades dentro
del sistema de relaciones sociales de género.

Diversas investigaciones sobre la construcción social de la masculinidad plantean la


existencia de un modelo hegemónico que hace parte de las representaciones subjetivas tanto a
varones como a mujeres, y que se convierte en un elemento fuertemente orientador de las
identidades individuales y colectivas. Este modelo hegemónico opera al mismo tiempo en dos
niveles: en el nivel subjetivo, plasmándose en proyectos identitarios, a manera de actitudes,
comportamientos y relaciones interpersonales, y en el nivel social, afectando la manera en que
se distribuirán –en función del género– los trabajos y los recursos de los que dispone una
sociedad.

Entre los atributos de la masculinidad hegemónica contemporánea, estudios realizados en


distintos países latinoamericanos coinciden en resaltar componentes de heterosexualidad,
asunción de riesgos, capacidad para tomar decisiones, autonomía, racionalidad, disposición de
mando y solapamiento de emociones –al menos, frente a otros varones y en el mundo de lo
público– (Viveros Vigoya, 2001; Valdés y Olavarría, 1998; Ramírez, 1993, entre otros).

A partir de esta noción, los estudios sobre masculinidades surgidos en las últimas décadas
abundan en referencias a los “mandatos” que los varones reciben de su entorno, y esto está
también presente en nuestros trabajos empíricos. En talleres y entrevistas realizadas en
Colombia, los varones, independientemente de su edad o inserción social, mostraban haber
recibido durante su infancia la prescripción de actuar conforme a ciertas reglas explícitas o
implícitas respecto de prácticas consideradas típicamente masculinas, entrenar su fuerza física
y ponerla a prueba a través de peleas en las escuelas, no ser vagos (en sus versiones de ser
buenos estudiantes o de dedicarse al trabajo), no llorar, no jugar con muñecas, no vestirse con
ropa “femenina”, etc. (Faur, 2004).

Partiendo de esta constatación, muchos de los discursos sobre masculinidades oscilan


entre miradas con escasos puntos de fuga y las propuestas de transformación de identidades ,
como proyectos para los que bastaría con la voluntad individual y la resistencia al modelo
“impuesto”. Y así, tanto dentro de los análisis que asientan su mirada en la construcción de
subjetividades como en aquellos que analizan las posiciones de varones y mujeres en el nivel
macro social, la referencia a las identidades como “construcciones” zigzaguea entre nociones de
libertad y coerción social. Pero hay aquí una mayor complejidad, puesto que las identidades no
responder meramente a elecciones personales ni exclusivamente a formatos construidos en el
orden social.

Asimismo, no todos los varones viven ni valoran del mismo modo los esquemas de
masculinidad hegemónica, pero todos los conocen. Todos han sido, de uno u otro modo,
socializados dentro de este paradigma. Las mujeres también los reconocen, y muchas esperan
que los varones realmente se comporten siguiendo este modelo, crían a sus hijos varones de
acuerdo con este esquema y critican a sus compañeros si no alcanzan a cumplir con lo que se
espera de ellos. En pocas palabras: varones y mujeres participan en la construcción de la
masculinidad como una posición privilegiada. Ellos y ellas colaboran en la creación de esta
sensación generalizada que Joseph-Vincent Marqués (1997) sintetiza del siguiente modo: “Se
varón es ser importante” y es “tener que ser importante”

Véase: R.W. Connell (1995), Masculinities, Berkeley, University of California Press. – R.W.
Connell (1997) “La organización social de la masculinidad”, en T. Valdés y J. Olavarría (eds.)
Masculinidad/es. Poder y crisis, Santiago de Chile, Isis Internacional – FLACSO. – E. Faur (2004),
Las relaciones de género desde la perspectiva de los hombres, Bogotá, Unicef-Arango. – D.
Gilmore (1994), Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad, Barcelona,
Paidós. – R. Haddad (1993), “El feminismo tiene poca relevancia para los hombres”, en K.
Thompson (comp.) Ser hombre, Barcelona, Kairós. – M. Kaufman (1997) “Homofobia, temor,
vergüenza y silencio en la identidad masculina”, en T. Valdés y J. Olavarría (eds.),
Masculinidad/es. Poder y crisis, Santiago de Chile, Isis Internacional. – A. Kimbrell (1995), The
Masculine Mystique, Nueva York, Ballantine. – M. Kimmel (1992), La producción teórica sobre la
masculinidad: nuevos aportes, Santiago de Chile, Editorial de las Mujeres. – J. C. Kreimer (1999)
El surgimiento de una nueva masculinidad, Buenos Aires, Planeta. – V. Seidler (2000), La
sinrazón masculina. Masculinidades y teoría social, Barcelona, Paidós. – J.-V. Marqués (1997)
“Varón y patriarcado”, en T. Valdés y J. Olavarría (eds.), Masculinidad/es. Poder y crisis, Santiago
de Chile, Isis Internacional. – R. Ramírez (1993), Dime Capitán. Reflexiones sobre la
masculinidad, Río Piedras, Huracán. – T. Valdés y J. Olavarría (1998), “Ser hombre en Santiago
de Chile: a pesar de todo un mismo modelo”, en T. Valdés y J. Olavarría (eds.), Masculinidades
y equidad de género en América Latina, Santiago de Chile, FLACSO-FNUAP. – M. Viveros
Vigoya (2001), “Masculinidades. Diversidades regionales y cambios generacionales en
Colombia”, en M. Viveros, J. Olavarría y N. Fuller, Hombres e identidades de género.
Investigaciones desde América Latina, Bogotá, CES-Universidad Nacional de Colombia.

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