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BURIN VARONES GENERO Y SUBJETIVIDAD MASCULINA

SOLO EL CAPITULO 3

A partir de los años setenta, inicialmente en los países anglosajones, los hombres comienzan a
interrogarse sobre suiden- tidad:han puesto su identidad en crisis. Recordemos que tal como
lo he descrito anteriormente (Burin y cols., 1987) en relación con la subjetividad, el concepto
de crisis tiene dos acepciones. Por una parte consiste en el sentimiento de ruptura de una
condición de equilibrio anterior, acompañada de una sensación subjetiva de padecimiento; por
otra, comprende la posibilidad de ubicarse como sujeto activo, crítico, de aquel
equilibrio.anterior. Estas dos posi- ciones subjetivas, como sujetos padecientes y como sujetos
críti- cos, serán las que hallaremos con más frecuencia cuando analice mos las revisiones
actuales sobre la construcción de la subjetivi- dad masculina.

Hemos sostenido en otros estudios (Buriny Meler, 1998) que en los países.occidentales
sucedió un cambio en las mentalida des, a la vez que cambios en las posiciones subjetivas y
genéricas de varones y mujeres, a partir de los efectos coincidentes de dos reyoluciones, la
Revolución Industrial y la Revolución Francesa. Parécería que a partir de la década del setenta
y más acentuadamente en la década del ochenta, se habría producido una nueva condición
re'volucionaria en Occidente, la así llamada Revolución Tecnológica, cuyos efectos también
habrían résulta do en nuevas transformaciones en las mentalidades y en las posiciones
subjetivas y genéricas de varones y mujeres. En tanto aquellas revoluciones mencionadas en
primer término habrían

Dado lugar al comienzo del período de la modernidad en los pafses occidentales, esta última
revolución habría dado como resultado los comienzos de la posmodernidad. Como efecto de
tales cambios en las configuraciones histórico-aociales y político- económicas, comienzan a
generarse estudios académicos sobre la masculinidad y otros de repercusión popular, con
intentos de denunciar y destituir los modelos tradicionales instituidos. Pero a partir de los años
ochenta y más, aún en los noventa, la condición masculina ya pasa a ser un problema a
enfrentar, en medio de un período de incertidumbres cargado de angustias, entre las cuales
destacaremos, en este capítulo, la puesta en crisis de uneje constitutivo de la subjetividad
masculina a partir de la modernidad: el ejercicio del rol de género como proveedor económico
dentro del contexto dela familia nuclear, y sus efectos concomitantes, la pérdida de un área
significativa de poder del género masculino, y las nuevas configuraciones en las relaciones de
poder entre los géneros. La puesta en crisis del rol de género masculino como proveedor
económico se ha producido, por una parte, por el nivel crītico alcanzado con los modos de
empleo y trabajo tradicionales, y por otra, por las profundas transforma- ciones en la clásica
familia nuclear. Desde los estudios de la mujer, a partir de los años setenta, al reflexionar
sobre el género masculino, articulamos con hipó- tesis psicoanalíticas “el hombrė se ha
convertido en un verdade- ro enigma, parafraseando a Freud sobre “Bl enigma de la mujer”
(Freud, 1931). Se ha llegado a cuestionar la unicidad de lo que constituye su esencia: la
virilidad. En la actualidad, la clase, la raza, la orientación sexual se han convertido en factores
de diferenciación masculina, por lo que en los estudios de género actuales se habla de
“masculinidades”. Cuando se piensa en estos términos sobre la diversidad, simultáneamente
se enfatiza la operación de hegemonización del discurso sobre la masculini- dad por parte de
quienes se posicionan como los unos (el sujeto hegemónico es blanco; heterosexual, joven, de
sectores socioeconómicos medios o altos) mientras que los otros quedan en posición
jerárquícamente inferior (los hombres de color, lo8 homosexuales, los viejos, los pobres, etc.).
En realidad, los movimientos de mujeres iniciados a partir de los años sesenta y la producción
académica a partir de los años

Setenta han provocado el desvanecimiento de la noción de una caractèrística universal


masculina: la superioridad del hombre sobre la mujer, y el ejercicio del poder en forma
significativa en manos delos varones. Los estudios feministas revelaron cómo la cultura
patriarcal ha posicionado a los hombres en lugares sOciales privilegiados, en medio de una
lógica de la diferencia Bexual que jerarquizaba a los hombres como más fuertes, más
inteligentes, más valientes, más responsables socialmente, más ereativos en la cultura, más
racionales. Para Pierre Bourdieu (1990) “ser hombre es, de entrada, hallarse en una posición
que implica poder”. Esta lógica de la diferencia sexual ha entrado en crisis en estos últimos
decenios, en particular los principios en los que se basa: esencialismo, naturalismo,
biologismo, individua- lismo, ahistoricidad. Mediante tales principios, la diferencia se percibe
según criterios atributivos dicotómicos: más/menos, mejor/ peor, mucho/poco, con su
correlato implícito, lasjerarquías en las diferencias entre los géneros:” Cuando se opera con
estos princi- pios como fundamentos de esta lógica, la diferencia sexual supone no sólo una
lógica atributiva, sino también una lógica distributiva, la cual permitiría que quienes ostentan
los atribu- tos jerárquicamente superiores puedan obtener posiciones de

1. Los principios esencialistas son las respuestas a la pregunta “iquién 8OY” y 9que soy”,
suponicndo que existiera algo sustancial e inmutable que respondiera a tales
inquietudes. Este pregunta podría formularse mejor para lograr respuestas más
enriquecedoras, por ejemplo: quien voy siendo?, con un sentido constructivista. Los
cniterios biologistas responden a estos interrogantes basándose en el cuerpo, y así
asocian fundamentalmente el sujeto varón a la capacidad sexuada. Este criterio
biologista supone que ser varón es tener cuerpo masculino, del cual se derivarían
supuestosinstintos como la agresividad y el impulso a la lucha, entendido8 como
efecto de sus masas museulareso de horoonas como la testosterona. Los principios
ahistóricos niegan que a lo largo de la historna Os generoS hayan padecido notables
cambios en su posición social, política y económica, e implicado profundas
transformaciones en la subjetividad; por el contrario, suponen la existencia de un
rasgo eterno protoupico inmutable através del tiempo. Los criterios individualistas
aislan a los Sujetos del contexto soeial y suponen que cada uno, por separado, y según
Bu propia historia individual, puede responder acerca de la cone-ruceion de su
subjetividad.

Poder y autoridad en aquella área donde se destacan, mientras que quienes están en
posiciones jerárquicamente inferiores ocuparán lugares subordinados. Esta fundamentación
llevó a que si las mujeres tenían atributos propios de la feminidad, asociados a los cuidados de
los otros, la sensibilidad y la identi- ticación con las necesidades de l08 otros-y estas cualidades
serfan resultantes del ideal maternal como ideal constitutivo de 8u subjetividad-, tales
atiributos permitirían que en la distribu ción de las åreas de poder el género femenino ocupara
el poder de los afectos como posición genérica privilegi čultura. Por su parte, si los varones
ostentaban atributos como la valentía, la fortaleza fisica, el desarrollo de la racionalidad y
otros rasgos que les permitían desplegar su subjetividad princi- palmente en la esfera laboral
en el ámbito público, en la distri bución de las áreas de poder nuestra cultura le asignará al
género maseulino el poder racionaly el económico como posición genérica que los nomine en
tanto sujetos. Estoy deseribiendo un proceso según el cual, a determinada lógica atributiva
corres- ponde una lógica distributiva, de modo de enfatizar que.los criterios atributivos para la
feminidad y la masculinidad no son ingenuos ni neutrales: conllevan claras definiciones. Sobre
laa distribución de las posiciones de poder asignadas a cada género. Esto permite también
comprender que si cambian los eriterios atributivos respecto de. Los géneros, también
cambiarán. Los criterios distributivos, según principios no tan dicotómicos ni tan
desigualitarios. Según lo plantea Michael Kimmel (1992), en las últimas décadas se ha puesto
en evidencia cómo el género, incluyendo al masculin0, es uno de los pilares sobre los cuales se
constituye la 3ubjetividad. En el caso de los hombres, la masculinidad se ha construido
socialmente alrededor de un eje básico: la cuestión. Del poder, a tal punto que la definición de
la masculinidad es estar en el poder”. Sin embargo, buena parte de la producción literariay los
estudios académicos analizan el impacto del poder en la vida de los hombres; señala este áutor
que los libros de civulgación se centran en la introspección subjetiva sobre la falta de poder en
los varones, sobre su progresiva sensación de fragilización en sus posicionesvde poder.
Parecería, que las problemáticas de la precarizacióri del mundo laboral, y con ellas

El efecto producido de precarización del sentimiento de mascuai nidad, ha llegado antes a los
textos de divulgación que a los estudioa académicos. Es bastante reciente, según Kimmel, ver a
los hombres como pertenecientes a un género, actuando enel mundo publico como actores
genéricos, porejemplo, realizando biograffas e historias de figuras políticas čomo Roosevelt o
Engels a través de lo que 6l Wama “el prisma de la masculinidad”. También destaca que, a
teorizar acerca de la construceión de la subjetividad maseulina, ha hallado que los autores
australianos y británicos lo han hecho en un plano académico, mientras que los
norteamericanos han tendido a hacer indagaciones psicológicas. Mientras que lo8 primeros se
preocupan por analizar las relaciones de los varones con el poder, los segundos hacen una
focalización psicologista de lo interpersonal, que tiende a excluir lo institucional. Eso expli-
caría la multitud de trabajos escritos por norteamericanos donde

Se describe cómo sienten los hombres su falta de poder. El poder estarfa en manos de los
hombres blancos heteroseruales adultos, cuya masculinidad es hegemónica, quedando
marginados los “otros hombres (niños, ancianos, homosexuales, negros, etc.).

Destaca que en la actualidad existen tendencias, desde la reafirmación conservadora de los


roles de género tradicionales, hasta un modelo de hombre más inspirado en el feminismo o en
el nuevo movimiento “mitopoético”. Esta corriente es muy pop lar en Estados Unidos, y
“explora los niveles subterráneos de la universalidad transhistórica profunda de la
maseulinidad”. Con esta perspectiva se dejan atrás los problemas mundanos de la economia y
la política para sumergirse en los espacios de los arquetipos jungianos, en el mundo del
hombre primitivo. Su exponente más conocido es Robert Bly, quien con su libro Iron John
(1990) estuvo primero.en la lista de best sellers todo el año en los Estados Unidos. Allí deseribe
una parábola del desarrollo maseulino, un cuento de separación de la madre, una respuesta
herojca, una herida de lucha, y una recuperación de las virtudes masculinas a través del
hombre “guerrero”. Bly habla del “ham- bre espiritual de los hombres”: una profunda nostalgia
por una vida con significado y repercusiones. En la actualidad, los hom bres que comparten
esta creencia se sienten sin poder para vivir as vidas plenas y ricas que les marcaron como
derecho desde el

Nacimiento. La explicación que este autor ofrece acerca de la violencia masculina es que ésta
se produce porque están enoja dos debidoa que querían “tenerlo todo”. Otra explicación que
dan de estas teorías es que los hombres contemporáneos son menos vivaces y activos, porque
no se han separado adecuadamente de 8us madres. La ausencia de los padres en el hogar, la
desapari ción de los sistemas de aprendizaje en medio de un entornmo masculinizante
significa que los hombres han aprendido el significado de la masculinidad desde las mujeres,
en particular de sus propias madres. Afirma que el problema para los hombres es que han
tenido una separación incompleta, de modo que Bly y Bus seguidores pasan sus fines de
semana en retiro en los bosques tratando de confiar unos en otros, redescubriendo la crianza
maseulina y el honor de sus antepasados como potencia les mentores. La solución que ofrece
Bly es refugiarse en la homosocialización, donde los hombres se puedan validar unosa otros y
aumentar su propio sentimiento de masculinidad. En este sentido se acercan notablemente a
los grupos de mujeres que en los años sesenta y setenta buscaban recrear no sólo los lazos
entre mujeres para transformarlos, sino que finalmente hicieron de esos grupos de
autoconciencia verdaderos dispositi vos políticos para provocar cambios en el interior de sus
familias, de su sexualidad, de su trabajo, de sus oportunidades educati- vas, y tantos otros
dificiles de enumerar. Kimmel afirma que tiene suspicacia hacia los esfuerzos de representar
los cuestionamientosespirituales de los hombres que encuentren resonancia entre la mayoría
de los varones contem poráneos. Según este autor, se trata de un movimiento que trata de
reconectar a los hombres con sus padres. A estos talleres asis- ten hombres de mediana edad,
los cuales son padres, pero que aun asi no se ven a sí mismos como padres, sino como hijos
bus cando reconexión. Para él, es como si el movimiento los apoyara para continuar
considerándose hijos, rechazando aceptar sus pro- pias responsabilidades de adultos como
padres. Aunque hablen del dolor que sienten es0s hombres, no hacen referencia al dolor que
estos hombres causan. En términos de Luis Bonino Méndez (1998) sólo pondrían en cuestión el
análisis de su malestar com0 varones, pero quedaría excluida la reflexión necesaria sobre lo
que él denomina “el molestar de los yarones”, esto es, el efecto que

Provocan en tanto agentes de padecimiento a los otros (mujeres, niños, etc). Se trataría,
entonces, de incluir no sólo el dolor que padecen sino también el dołor que causan. Según
Kimmel, estos grupos ofrecen soluciones hiperindividualistas, descontextualizan la
masculinidad de la experiencia real en las relaciones masculi- no-femeninas como si los
hombres pudieran saber el sentido de la masculinidad sin el otro con el cual organizar su
propia identidad. En una cultura todavía patriarcal como la nuestra, quienes tie nen las
principales.fuentes de poder siguen siepdo los hombres, aunque algunos poseari men08 poder
que otros. Kimmel sugiere hacer como hizo el feminismo, un’modelo.que se maneje en dos
niveles: uno, el de las transtormaciones interpersonales-permi- tiendoa los hombres
desarrollar un mayor número de emociones

Y otro, el de las transformaciones institucionales, en las que hom bres y mujeres se integren en
lavida publica comoiguales. En este sentido ellos deberán participar activamente en políticas
públicas de apoyo para obtener guarderias en los Iugares de’trabajo, la libertad de los
derechos reproductivos de la mujer, protección contra el acoso sexual, laviolación, los
maltratos, considerándolos tanto asuntos de mujeres como de hombres. “Las mujeres no po-
drán ser nuestras iguales sin estos eambios, y nuestra vida como hombres definitivamente se
va a empobrecer”, afirma Kimmel. Junto con el desarTollo de los estudios de género
masculino, una estudiosa francesa, Elizabeth Badinter (1992) afirma que se destacan varios
criterios acerca de la masculinidad: a) se rechaza

La idea de una masculinidad única, hegemónica, lo cual implica que no existe un modelo
masculino universal, válido para cual- quier lugar y época, sino. Diversidad de masculinidades;
b) la masculinidad no constituye una esencia, sino una ideología que tiende a justificar la
dominación masculina (según esta autora, sus formas cambian, sólo subsiste el poder que el
hombre ejerce 8obre la mujer); c) la masculinidadse aprende, se construyey, por lo tanto,
también se puede cambiar. Lo que hoy se debate es la CTisis en las representaciones sociales
sobre la masculinidad afirmada en la dominación masculina. Desde el punto de vista de la
construcción de la identidad de género, si bien todos los sujetos construimos nuestra
identidada partir de una relación positiva de inclusión (identificarnos o parecernos a otros), y
una relación negativa de exclusión (ser

Cistinto de los otros), casi todos los estudios indican.(Chodorow, 1984; Freud, 1926) que el
nino estaría más propenso a marear ciferencias durante la mayor parte de su vida, alejándose
del lugar de origen, su madre. Su subjetividad se construirá opo- nendose a.su madre, a su
feminidad, pasivo. Para hacer valer su identidad masculina deberá afisan zarse en tres pilares:
que no es una mujer, que no es un bebé.y que no es un homosexual, Sobre esta base, Luis
Bonino Méndez (1997) ha propuesto un esquema sobre la construcción de la masculinidad
tradicional y las premisas necesarias para su construcción, partiendo del modelo de ideal
mascuino que describen Déborah Davidy Robert Brannon (citados por Badinter, 1992) quienes
han analizado cuatro imperativos de la masculi nidad bajo la forma de consignas populares.
Según Bonino, a partir del ideal social y subjetivo fundante de la masculinidad, el ideal de
autosuficiencia, que requiere el posicionamiento socialy subjetivo de dominio y control-que ya
se habría plantea do entre los antiguos griegos como requisito básico para ser considerado
miembro de la polis, y que luego fue notablemente complejizado en la cultura occidental- se
puede plantear e cuadro de la página siguiente, que se puede leer. Siguiendo el sentido de las
agujas de un reloj. Bste esquema describe cuatro ideales sociales tradicionales sobre los cuales
construirla subjetividad masculinay cuatro pila res tradicionales sobre los cuales ésta se
asentaría. El pilar Bupone la. Hipótesis de que la masculinidad se produce por desidentificación
con lofermenino, y el ideal de masculinidad será no tener nada de femenino. Elpilar 2 afirma
lahipótesis de que la masculinidad se da poridentificación con el padre, y construye un ideal
sobre la base de ser una persona importante (según el mode lo 8obre el cual un niño
pequeñopercibe a supadre en el ideal de la masculinidad). Elpilar 3 enuncia la hipótesis de que
la mascul nidad se afirma en los rasgos de dureza y de ser poco sensible al sufrimiento, en
particular que se construye sobra la base de la violencia. Sabre esta premisa, construye el ideal
de poder desimplicarse afectivamente de los otros (mandar a todos al dia blo). El pilar 4
supone la. Hipótesis de que la mąsculinidad se construye sobre la base de la lucha contra el
padre y.construye su formulación de su ideal como ser un-hombre duro:

Bste cuadro permite analizar también que, según cuales sean los pilares 8obre los que se
afirmalla masculinidad, se podrá inferir el tipo de trastornos subjetivos predominantes. Por
ejem- plo, en la afirmación en elpilar 1, lositrastornos gubjetivos serán acordes con la evitación
de toda semejanza con los rasgos típicamentefemenin08, por ejemplo,la emocionalidad, la
pasivi- dad, ete. Lo deseado/temido que aquí se juega es el opuesto macho/maricón, con su
derivado hetero/homosexual. En la afiT mación expuesta en el pilar 2, los trastornos de la
subjetividad serán derivados de: a) el sentimiento de fracaso, b) la búsqueda imperativa del
éxito. Según Bonino Méndez, en este pilar ser varón se sostiene en el poder y la potencia, y se
mide por el éxíto, la superioridad sobre las demás personas, la competitividad, la posición
socioeconómica, la capacidad de ser proveedor, la pro piedad de la razón y la admiración que
se logra de los demás. Se juega aquí en lo deseado/temido las oposiciones potente/impo-
tente, exitoso/fracasado, dominante/dominado y admirado/des preciado. Si la mascuinidiad se
afirma en el pilar 3, los rasgos de la subjetividad enfatizarán la polaridad agresividad/timidez,
audacia/cobardía. Segin este pilar la hombria dépende de la agresividad y la audacia y se
expresa a través de la fuerza, el coraje, el enfrentarse a riesgos, el hacer lo que venga en ganas
y el utilizar la violencia como modoj de resolver conflictos. Los pares de opuestos
deseados/temidos son aquí valiente/cobardey fuerte-agresivo/débil. El eje del pilar 4
probablemente se asocie a la polaridad duro/blando, y se afirme en la cualidad de la dureza
emocional y el distanciamiento afectivo (como se ve en los cuadros de alexitimia masculina, o
sea, la incapacidad para transmitirestados afectivos cálidos). La másculinidad se sosten dría en
la capacidad de sentirse calmo e impasible, ser autoconfiado, resistente y autosuficiente
ocultandofse) sus emo ciones,y estar dispuesto a soportar a otros. La frase”los hombres no
lloran” caracterizarfa esta posición. También se ha deacrito un nuevo ideal de género
masculino: ser sensible y empático. En relación con el cumplimiento de este nuevo ideal
genérico 8e describen dos tipos de trastornos: a) trastornos por el conflicto con los otros
ideales; b) trastornos por la “pérdida del norte”, caracterizados también como la, patología de
la perplejidad.

La mayoría de los estudiosos de la subjetividad mascuina se refieren a condiciones tempranas


de subjetivación a partir del fntimo contacto con una mujer: la madre. Autoras que estudian la
construcción de la, masculinidad desde la perspectiva del género como las ya citadas, Badinter
(1992), Chodorow (1984) y la mayoría de los autores que analizanla construcción temprana de
la subjetividad masculina, describen cómo, a partir del tem-

Prano vinculo pnmarno madire-bebe, en el que el niño ocupa una posición pasiva ante la
madre, al tiempo que establece una

Profunda dependencia de ella, se identifica con este primer amor

Y pasa a adquirir lo que Badinter denomina protofeminidad. Si bien esta característica es


común a niñas y varones, parecería

Que el niño tendrá que hacer esfuerzos extraordinarios a lo largo

De su crecimiento para desprenderse de esta construcción origi naria de su identidad. En


realidad fue un investigador, Robert Stoller (1968), quien introdujo este concepto de
protofeminidad
También para el varoncito, refutandola teoría de la masculinidad primaria innata que había
postulado Freud. Su aporte fue verdaderamente revolucionario: alí donde Freud reduce la

Biexualidad originaria alprimado de la maseulinidad, en los dos primeros años de vida, Stoller
sugiere que dicha bisexualidad originaria se reduce al primado de lo femenino. Según reud,
para quien no existe el supuesto de una protofeminidad, la niña se ve obligada a superar
muchos más obstáculos que el niño en los proceso8 de adquisición de su 8ubjetividad sexuada.
Tanto Stoller como luego Emilce Dio Bleichmar (1985) afirman que existiría una identidad
femenina primaria que llena de satisfacción a la niña, pero que, en el caso de los niños,
deviene un obstáculo que debe superarse. Tanto las chicas como los chicos atravesarán por
etapas de separación e individuación de su madre, pero sus dificultades son diferentes. Stoller
estudia varones a partir de transexuales masculinos, enfatizando que cuando más se prolonga
la simbiosis madre niño, “más se corre el peligro de que se infiltrela feminidad en el núcleo de
la identidad de género masculina” (Stoller, citado por Badinter, 1992: 69). Así pone en
evidencia que la masculinidad es secundaria, que se crea, se construye a partir de los esfuerzos
de diferenciación de la madre. Así como la relación madre-hija temprana aumenta el
sentimiento de identidad de la niña (Dio

Bleichmar, 1985), el chico tiene que esforzarse por negar sus pulsiones protofemeninas ligadas
a la pasividad. Los comporta mientos que las sociedades patriarcales definen comó masculi nas
están elaborado8, en realidad, con maniobras defensivas: el temor a las mujeres, temor a
mostrar cualquier tipo de.femíni- dad, incluyendo la ternura, la pasividad, el cuidado de
terceros Y por supuesto, el temor a ser deseado por otro bombre. O sea, mecanismos de
defensa ante estos deseos conflictivos, que reve- lan una épica de superación del temor, para
no amedrentarse ante estas amenazas8 que, en términos psicoanalíticos, serían equivalentes a
la castración-a no tener lo propio de la masculi. Nidad y ser como las mujeres.. Stoller (1968)
describe esta situación afirmando que un hombres se ha de caracterizar, entonces, por “ser
rudo, belige rante, maltratar a las mujeres y convertirlas en objeto de fetichismo, buscar sólo
la amistad entre los hombres al mismo tiempo que se detesta a los homosexuales, denigrar las
ocupacio nes femeninas. La primera obligación para un hombre es no ser una mujer”. Tal es el
origen de la subjetividad masculina: poner el acento en la diferenciación, en la separación, en
la distancia. Que se establece con los demás y en la carencia o negación de sus emociones
cálidas. Esta descripción permite a Chodorow (1984) afirmarque mientras los proces0s de
subjetivación femenina son relacionales, los de la subjetivación masculina son posicionales.
Esta autora constata que cuando no existe una fuerte identifica cion personal con hombres, el
hijo de un padre ausente -fe nómeno habitual en nuestra sociedad- elabora un ideal de
masculinidad identificándose con las imágenes culturales de lo que es serhombre. En realidad,
dice Chodorow, para ellos lo más dificil es el proceso de desidentificación de la madre, que
compor ta un alto índice de negación y rechazo hacia lo femenino, sin contar a menudo con un
modelo positivo de identificación. En el proceso de adquisición de su siubjetividad, los varones
se encuentran con que a elos se les exige unplus de represión de los deseos pasivos. La
masculinidad, que se va construyendo desde comienzos de la vida psíquica, se refuerza a lo
largo de los años hasta alcanzar un momento cúspide, según la mayoría de los autores, al
llegar a la adolescencia. Ese es el momento de máximo sufrimiento respecto de la adquisición
de la identi-.

Dad de género masculina, y alcanzan su punto mázimo el miedo de la feminidad y la pasividad.


Algunos estudiosos de la adoles- cencia (Aberastury y otros, 1996) describen que éste es un
pertodo de duelo, en que los 8ujetos tienen que renunciar a su fantasía de bisexualidad y
tomar partido por la elección definiti. Va de su identidad sexual. En el caso de lo8 varones, este
duelo llevaría a que muchos de ellos se tornen pasivos y adquieran los rasgos típicos de la
feminidad, en tanto que las chicas al legar a la pubertad se volverían activas, y. con muchos
rasgos que caracterizan a la masculinidad. Esto sería un efecto del fenórhe no clásico de los
procesos de duelo que consiste en identificarse con aquello que se pierde, y 8ería una de las
razones por las cuales, pasados las fases iniciales de la pubertad y de tal proceso de duelo,
niñas y varones se identificarán más definitivamente con los rasgos propios de lo que se
supone corresponde a su propio género. La adolescencia sería la última oportunidad que le
ofrecería nuestra cultura para que el adolescente encuentre una posición dentro de su género.
Los procesos de desidentificación respecto de la madres oscila- rian, según Badinter entre dos
problemáticas complementarias: a)el sentimiento de culpa por traicionar ala madre amada en
un vínculo con una madre buena; b) la liberación de la opresión ma terna en aquellos vínculos
donde predomina la figura de una madre mala, todopoderosa y frustrante. Es decir, según cuál
sea laimagen materna predominante, así será el desenlace del proce s0 de desidentificación de
la madre, dominado por afectos tales como el sentimiento de culpa y su efecto concomitante,
las fanta sías reparatorias de la culpa en el primer caso; o bien la hostilidad y las fantasías de
venganza -a menudo desplazada sobre otras mujeres o mediante actitudes misóginas-,como
sucedería enel segundo caso.

Estos procesos se verían favorecidos por estilos de crianza en la cultura occidental en la cual se
ha creado la figura dela madre, a partir de la modernidad, como la principal proveedora de
cuidados de los hijos. Y su fuente primaria, de suministros identificatorios. Desde las teorías
psicoanalíticas esto se vio reafirmado por diversos autores que contribujeron aún más a
consolidar este fenómeno. Incluso se han apoyado en lo que Badinter denuncia como el mito
del instinto maternal: la hipóte-

Bis es que la hadré esla única’capaz de ocuparsè del bebé porque . está biológicamente
determinada para ello. De acuerdo con este 8upuesto, la pareja madre-hijo forma una unidad
ideal -según Freud, el vneulo más libre de ambivalencia (Freud, 1931)-, A defender eata idea
de la relación exclusiva materno-flial, se legitima-también la exclusión del padre de semejante
díada, el cual aólo podrá advenir hacia el mundo paíquico del infante mediatizado por la
madre. Diversos autores psicoanalfticos explican esta situación mediante distintas hipótesis,
como las de “la fase autista normal en el bebé” (Winnicot, 1972) en el que 8ólo la madre
puede penetrar, para lo cual Winnicott desarrolla la idea de un estado simétrico en la madre,
consistente en un estado derepliegue, de disociacióny de aislamiento del resto, etc. Para
completar su descripción, también describe lo que llamó la “preocupación materna primaria”,
o la figura de “la madre suficientemente buena”, aquella que es capaz de ponerse “uno a uno
con las necesidades del bebé. Otro autor de la escuela

Inglesa de psicoanálisis, Bion (1996) describió la “capacidad de rèverie” que debe tener la
madre para asimilar las ansiedades arcaicas desorganizantes del aparato psiquico temprano y
devol- verlas al niño de forma que pueda asimilarlas para seguir su Crecimiento psíquico. En
general, la mayoría de los psicoanalis- taa clásicos considera que el padre no puede ni debe
sustituir la madre, ni tan siquiera compartirlos cuidados y alimentación del hijo: debe quedar
por fiuera del vínculo exclusivo madre-hijo, encarnando el principio de realidad, mientras el
víneulo madre- hijo, según estos- supuestos, encarna el principio del placer. Como
representante de la Ley, el padre debe mantenerse a distancia. La psicoanalista francesa
Françoise Dolto recomen daba a los padres en sus programas’radiales que, “no olviden que no
es a través del contacto fisico, sino con palabras, que consegui-. Rán que sus hijos los âmen y
lo8 Tespeten”, El amor paternal tendría ese rasgo distintivo: sólo se expresa a distancia. Este
concepto de paternidad, absolutamente consistente con las nece sidades de la cultura
patriarcaly con las necesidades económicas a partir de la Revolución Industrial en Occidente,
reafirma las posiciones no.s6la subjetivas sino también sociales de varones y mujeres: las
mujeres en el ámbito privado, los hombres en el ámbito púbico; las mujeres trabajando en el
espacio doméstico,

Los hombres en el espacio-extradoméstico; elas ejerciendo el poder de los afectos, ellos el


poderracionaly económico. Yadesde el siglo pasado, con el afianzamiento del industrialismo en
los passes occidentales, la figura de la madre de la modernidad se vuelve cada vez más
exclusiva y excluyente en la crianza de los niños, en tanto que la del padre se va alejando cada
vez más del entorno familiar. Los valores de la maseulinidad que encarna el padre que eran
típicos de la era preindustrial, tales como el honor yla fuerza fisica, se transforman en los
valores de éxito, el logro económicoy el ejercicio de un trabajo quejustifñque su alejamien- to
de la intimidad familiar y doméstica, a partir de la sociedad industrial. En la literatura
estadounidense, hacia fines del siglo pasado comienzan a aparecer dos figuras paternas
prototípicas asociadas a los roles laborales:el padre distante e inaccesible, un

Sujeto en carrera para convertirse en el “self made man”, o bien el padre desvirilizado,
despreciado, “impotentizado”, en eatrecha relación con los nuevos modos industrializados que
requerían individuos que formaran parte de una maquinaria industrial bien aceitada para la
producción en serie (como el fordismo), o

Ben con los nuevos requerimientos de modalidades de trabajo altamente burocratizadas, cada
vez más numerosas, como el trabajo de oficina. Estas dos condiciones laborales no propicia
ban el despliegue.de una subjetividad masculina cuyos rasgos fueran la valentía, el espíritu de
iniciativa o la fuerza y la destreza fisicas, sino el espíritu acrítico, buenas dosis de sometimiento
a quienes ocuparan el lugar de jefes, capataces, patrones y otros, y grandes esfuerzos de
sofocación de la frustra ción y los sentimientos hostiles. La mayoría de los hombres de
mediana edad recuerda, según el informe Hite sobre la sexualidad masculina (Hite, 1981)
queno tuvieron en sus padres a seres próximos, y muy pocos evocan ser abrazados 0 mimados
por él; en cambio, sí recuerdan cómo les pegaban o castigaban, o se burlaban de los varoncitos
cuando no parecían suficientemente masculinos. Este tipo de ejercicio dela paternidad levó a
que muchos de esos jóvenes no hayan encon trado en él un buen modelo de identificación. Lo
buscaron en la ficción literaria, cinematográfica, televisiva, o bien en sus seme- jantes, en los
otros jóvenes de su grupo. Generacional, según refiere tal informe.

Como resultado de estos procesos, Badinter (1992) se refiere al hombre actual como
“mutilado”: en primer lugar se le amputa 8u feminidad, “dando lugar al hombre duro, al
machista que nunca se reconcilia con los valores maternales”. En segundo lugar, los hombres
han quedado huérfanos de padre”, un proce 80 de orfandad paterna simbólica para los
hombres que les resulta difcil de elaborar.
EL CUERPO Y LA CONSTRUCcIÓN DE LA SUBJETIVIDAD MASCULINA

Tal construcción social acerca de los hombres como seres

“mutilados”, según Badinter, habría sido efecto de la puesta en crisis de un modo de


subjetivación predominante en ef género masculino, y se relacionaría con un principio de
masculinidad. Hegemónica en la cual, siguiendo a esta autora, habría existido un exceso de
valoración de los órganos genitales. Dice Badinter que “los hombres no esperaron la llegada
del psicoanálisis para magnificar el pene y levantar imponentes obeliscos para su mayor
gloria”. No obstante, han sido las hipótesis de Freud y luego de Lacan, según esta autora, las
que han aportado de formas distintas las garantías teóricas necesarias para poder afirmar la
superioridad y unicidad del órgano macho, sea o no éste tratado como símbolo. Sobre la
valoración que un niñito en la fase fálica de su desarrollo habría hecho de su órgano sexual, se
erige un modelo de la diferencia sexual y una hipótesis acerca de la construcción de la
subjetividad femenina basada en “la envidia del pene, según la teoría freudiana. En la hipótesis
lacaniana sobre la primacía del falo -que no debe confundirse con el sexoreal, biológico, que
denominamos pene-se afirma que el sujeto humano y la identidad sexual humana son
producidos simultáneamente enel momento sexual en que la criatura entra en el orden
simbólico del lenguaje. Lacan sostiene que la reduc ción de la diferencia sexual a una
presencia/ausencia de falo es una ley simbólica como parte del patriarcado: la Ley del Padre.
En este ca30, el Padre es el origenyelrepresentante de la cultura ylaley, y si él proporciona el
acceso al lenguaje es porque posee el falo, según lo sostienen varios autores de la escuela
francesa

Del psicoanálisis. Tanto es así, que la hipótesis se completa señalando que la exclusión del
Nombre del Padre daría lugarra la psicosis. El falo es el mayor significante, el que rige a los
demás Bignificantes y permite la entrada del ser humano en el orden de la cultura. Al igual.que
Lévi-Strauss (1979), Lacan considera el patriarcado como un sistema de poder universal. Las
críticas a este tipo de teorizaciones han sido muchas, y no sólo de parte de las teóricas.
Feministas sino de todos aquellos estudiosos que tienen en cuenta las problemáticas histórico
sociales, la realidad político-económica, etc., donde pueden ins- cribirse estas hipótesis. Al
margen de que el falole ofrece al pene un sentido trascendental que éste no pretende, su
estatuto de significante primero convierte en insignificantes las diferencias que no sean las
propiamente genitales. Además, la teoría del patriarcado eterno y necesario en la que se
respalda para justi. Ficar la primacía del falo resulta hoy caduca: el poder de los hombres sobre
las mujeres, definidas como objetos de intercam bio, pårece una representación propia de
cierto momento histó- rico-social, insostenible a medida que avanzan las investigacio nes
actuales y las transposiciones socio-históricas. Pero:si ya no podemos asumir que la
masculinidad es algo natural, qué significa que las masculinidades estén social e
históricamente construidas? En primer lugar, ayuda a pensar que no hay un solo modelo al que
los hombres se tengan que ajustar. Pero esto puede ser aterrador si es que se abren dem8
siadas opciones a la vez. Con qué bases se supone que diferentes varones tomarán sus propias
decisiones? Un filósofo británico estudioso de las problemáticas dela masculinidad, Victor
Seidler (1995), hace un análisis interesante a partir del estudio de lo que implica la
heterosexualidad normatizada para los varones en la cultura occidental, en particular a partir
de Sostiene que, tradicionalmente, ha habido una fuerte identifīca ción entre la masculinidad
dominantey la modernidad, que se ha organizado alrededor de una identificación entre
masculinidady

Modernidad.

Razón. Esto permitió dar por sentado que los hombres eran seres racionales y les ha
permitido.legislar para otros, en lugar de percibirse y: hablar de sí mismos de una manera
íntima y personal, logrando con esto despersonalizar la experiencia que los varones tienen de
sí mismos. La racionalidad de los hombres

Ha sido definida de manera que los coloca en una categoría aparte de la naturaleza. Como
seres racionales, quedarían fuera de las cuestiones atribuibles a la naturaleza, por ejemplo,
cues tiones como la sexualidad. Más bien se sienten amenazados por sentimientos sexuales
que potencialmente les recuerdan su “naturaleza animal”. La sexualidad ha sido concebida,
desde esta perspectiva, como una fuerza ‘o “necesidad irresistible” que viene del cuerpo. La
idea es que una vez quelos hombres han sido sexualmente excitados ya no pueden ser
responsabilizados por lo gue ongna o es causa de su excitación, así como las consecuen cias
irrefrenables resultantes de sentirse excitados. Según este principio, se ha responsabilizado
alas mujeres de ser la causa de la excitación sexual masculina (“seguro que ella lo provocó”, se
afirma) y son ellas las que cargan con la responsabilidad por lo que acontece a continuación.
Sostiene este autor que los varones han tardado mucho tiempo en colocar en su sitio a su
propia responsabilidad por su sexualidady en aprender a plantear sus experiencias en
diferentes términos. Del mismo modo, entre las masculinidades blancas dominan-

Tes, se ha tendido a pensar el cuerpo en términos mecanicistas, como algo que necesita ser
entrenado y disciplinado, pero no como una parte de sí constitutiva de su subjetividad y con la
cual los hombres pueden entablar otro tipo de conexión. La idea es que el cuerpo tiene sus
propias necesidades, que éstas son “animales”yque deben ser reguladas y controladas desde
cierta racionalidad. El supuesto es que el cuerpo sólo merece ser tomado en cuenta
cuandofalla de alguna manera, de lo contrario es algo que debería estar ahí, disponible como
parte del fondo en el que aprenden a vivir sus vidas como varones. La desestimación de otro
cuerpo que no Bea en téminos mecánicos (como una máquina, como un vehículo, ete.)lleva a
que los afectos predomi- nantes que despiertan sus claudicaciones sean el enojo o el miedo
por lo que falla. Según Seidler, los. Hombres van al médico “no para entendernos a
no8otros.mismos, sino para deshacernos de los síntomas corporales”. Esto coincide con una
perspectiva médica ocidental dominante que se ha apropiado del cuerpo como si fuera un
objeto, una cosa, y no como parte de la construcción subjetiva.de’ cada ser humano. Este
autor se pre-

Gunta “cómo habrán sido construidas a través del tiempo nues tras relaciones con nuestro
cuerpo”, no para comprenderloy conocerlo más sino para controlarloy dominarlo. Esto proven
dría de una concepeión dicotómica acerca del cuerpo y la mente como entidades separadas,
así como de la dupla razón-emoción. Según la tradición filosófica oceidental, los hombres
adquirirán Bu subjetividad sobre la base de la razón, sin permitir las “distracciones” de la
emocionalidad, lo cual los lleva a tratar de quedar desconectados de esa parte de la
experiencia humana. Para Seidler, la identificación entre masculinidad dominante y razón
desempeña un papel decisivo en el sostenimiento de las nociones de superioridad masculina.
Este autor cita los desarro llos psicoanalíticos de Freud, quien reconoció que dentro de la
cultura racionalista de la modernidad los varones tienen el poder de imponer los términos de
acuerdo con los cuales los demás tienen que probarse a sí mismos. En la lectura que hace
sobre los textos freudianos, destaca que a Preud lo que le interesaba era ilustrar el daño que
se le había infligido tanto a los hombres como a las mujeres mediante la represión de la
sexualidad en Occiden te, y. que tal represión de la sexualidad iba acompañada de diversas
formas de supresión de la emocionalidad. Una idea interesante que sugiere Seidler es que si
última- mente los varones han aprendido apensar un poco más acerca del cuerpo, ha sido
frecuentemente como un lugar con significados culturales. Para ello propone dejar de asumir
que “son los demás” mujeres, niños) quienes tienen necesidades emocionales y que “nosotros
no las tenemos”, porque eso

Lleva a suponer que

Ellos no necesitan nada, que quienes reclaman afecto son las/los otros. Si tuvieran un
acercamiento subjetivo más íintimo con 8u cuerpo aprenderían a reconocer algo más de su
emocionalidad. Sus cuerpos y sus emociones dejarán de resultarles algo amenazante, por lo
cual habría que estar prontos para, la huida Sin compromiso, aun cuando aparezcan otros
temores acerca de su vulnerabilidad, del riesgo de ser rechazados, de no encontrar el
resguardo necesario que contenga sus nuevos sentimientos. Según este autor, los varones
suelen depender de que las mujeres interpreten por ellos sus emociones y sentimientos, sin
agradecer ni valorar los esfuerzos que tienen que hacer las mujeres para lograr esa
interpretación, porque la suponen jna-

Tural en el-género femernino, y se sienten sorprendidos cuando a8 mujeres se niegan a poner


en primer lugar sus vinculos con ellos. Al aprender a replantear sus propias vidas, los hombres
han tenido que aprender también a identificar sus necesidades. Sin embargo, persiste una
corriente cultural patriarcal que hace que los varones tengan una idea muy vaga del tiempo y
la energía que cuesta s0stener una relación emocional, general- mente a cargo de las mujeres.
Si bien en los año8 Qchenta y noventa se ha avanzado notablemente en el sentido del

Igualitarismo en la responsabilidad por los cuídados afectivos entre los miembros de la pareja,
y de ambos con los hijos, persiste cierta “naturalidad”en la creencia de que las mujeres se
compro meterán más con la actitud de cuidado. No basta con disposicio nes igualitarias
formales, sino que son necesarias profundas transformaciones también a nivel subjetivo para
que estos términos de la igualdad entre los géneros sea más viable. Según. Seidler, conforme
lo8 varones aprendan a cuidar de sí mismos emocionalmente, empezarán a entender mejor
quê signitica cuidar de otros. Para él, es decisivo empezar a replantear las masculinidades de
manera que los varones puedan empezara desarrollar visiones diferentes de sí mismos. En
lugar de cons1 derar que sus masculinidades están dadas, podría delinearse un sentido crítico
de la cultura patriarcal que les ha ofrecido el poder en el ámbito público, al costo de aspectos
centrales de la intimi- dad consigo mismos. Hasta ahora el centramiento en el trabajo, en
ganar dinero y en obtener éxito los ha alejado de los vínculos emocionales significativos. La
crisis respecto de las nuevas condiciones de su trabajo puede llevar a que muchos hombres se
replanteen su posicióón subjetiva de esos vínculos, con ideas.y pråcticas diferentes respecto
de los cuidados hacia los otros y la. Igualdad. No es una tarea fácil, pero sigue siendo vital para
el replanteamiento de las masculinidades. Bs algoque los hombres apenas están comenzando
a hacer Siguiendo esta nueva tendencia hacia la evaluación de los supuestos implícitos en la
lógica atributjva de la feminidad y de la masculinidad, y de la injusta lógica distributiva a lo que
esto da lugar -un fenómeno que fue planteado al comienzo de este capítulo-, la autora
islandesa Anne Jonasdottir (1993) expone. Una tesis en ciencias políticas sobre esta
problemática, publica- .

I da bajo. El tstulo El poder del amor- įle -importa el sexo a la democracia? La autora debate el
siguiente interrogante: por qué a pesar de contar con una política pública bien intencionada y
activa para conseguir la igualdad entre lo8 sexos, en las sociedades ocridentales actuales
todavía persiste la desigualdad yel desequilibrio entre hombres y mujeres? Al mismo tiempo
que existe igualdad en cuanto a derechos legales y oportunidades desde un punto de vista
formal, al menos en los países de democracias avanzadas del norte europeo, también se dan
cier- tos mecanisnmos subyacentes que recortan las posibilidades rpar les de las mujeres para
alcanzarlos. Su estudio se dirige a analizar por qué o cómo persisten las posiciones de poder
polítjco y social de los hombres frente a las mujeres, inclus0 en aquellas sociedades del norte
europeo (Suecia, Noruega, Finlandia, Islan- dia, Dinamarca) donde la mayor parte de Ias
mujeres adultas tiene un empleo de tiempo completo o de media jornada, en las que se
cuenta con una elevada proporción de mujeres bien calificadas, y. en las que las disposiciones
estatales de la sociedad de bienestar, que obviamente benefícian a las mujeres, se hallan
relativamente bien desarrolladas. Su hipótesis es que el patriarcado actual se sostiene sobre la
lucha a propósito de las condiciones políticas del amor, más que sobre las condiciones del
trabajo de las mujeres. Entiende el amor como prácticas de relación sociosexuales, y no sólo
como emociones que habitan dentro de las personas. Su tesis trata sobre el amor como poder
humano, materialista, alienable, y como práctica social, básico para la reproducción-del
patriarcado-con lo cual deja de lado el trabajo como concepto analftico central absoluto en la
compren sión de los ejes de la dominación masculina- En otros términos, desde la perspectiva
psicoanalítica, el trabajo deja de ser el bien falico al que todas aspiran, pues da poder (dinero-
éxito-prestigio sOcial), en las sociedades contemporáneas. Afirma que boy en día las mujeres
cuestionan ser usadas como una fuente de placer y de energia en condiciones que ellas no
controlan, fuente cuya fuerzalos hombres consumeny convierten en poderinstrumental, Bin
darles autoridad a cambio, mantemiéndose ellas a cargo del poder expresivo o afectivo. Pero
lo que otorga verdaderas oportu nidades de.poder en las sociedades son las habilidades
instrumentales, no las expresivas-que a lo 5umo llevan a tener

Influencia, pero no poder ni autoridad En la Argentina, enla. Década del noventa, se ha


observado un avance notable enire ias mujeres, que ban ingresado al mercado laboral
masivamente, Ocupando posiciones cada vez.más elevadas de prestigio y auto- ridad. Përo en
el campo de la vida familiar ellas siguen siendo las principales responsables de los roles
domésticos tradicionales. Será esta inserción laboral de las mujeres un motor de cambios en la
distribución del poder conyugal, o bien se tratará de una “revolución estancada? (Wainerman,
1999). Para ana lizar esta problemática debem0s diferenciar entre tener influen cia y tener
poder. Esta es una preocupación notable para quienes asistimos a lo que hemos llamado “la
revolución silenciosa de las mujeres” en el – interior de los vínculos de pareja y familia. En el
campo de la subjetividad, si.bien las relaciones de poder entre los géneros femeninoy
maseulino pueden comenzar a cambiar, debemos se guir alertas ante la transformación que
implicariapara hombres ymujeres no sólo repartirse los trabajos en el ámbito público y la
estera extradoméstica, sino también los trabajos en el ámbito privadoy la esfera doméstica.
Apartirde la experiencia laboral de las mujeres, parecerían existir almenos dos tendencias en
euanto a la posición subjetiva del género femenino: una de ellas consiste en identificarse con
los estilos clásicamente masculinos al incor porarse al mereado de trabajo-y esto sería así
porque el mercado de trabajo sigue estructurado sobre pautas masculinas-; la otra consiste en
incluir en sus carreras laborales su experiencia acu mulada históricamente en el mundo
privado, en el “reino del amor” y de los cuidados hacia los otros, produciendo lo que se ha
descrito como una feminización en los estilos laborales, Ambas posicionea subjetivas estarían
forzando condiciones dé trabajo, y su recorte ge haría en el ámbito público. Pero es también
necesa- rioquelos hombres realicen su “revolución silenciosa” en el inte .rior, del- hogar, en los
vínculos conyugales y familiares, y que también sea parte de la subjetivación propia del género
masculi noel trabajo de amary de cuidar. De lo contrario, nos mantendre- mos en la vieja
dicotomía en que las mujeres ejercen el poder de los afectos,y los hombres el poderracionaly
económico. Si esto es asi, encontraremos que las mujeres, seguiremos ocupando posi ciones
subjetivas ligadas a tener infuencia, pero no a adquirir

Poder. Cuál es la diferencia entre ambas? Tener influencia con siste en incidir sobre las
maneras de pensar y de sentir de los otros, mientras que adquirir poder consiste en contar con
las he- Tramientas necesarias para decicir sobre lo que los otros hacen. ‘Aunque a menudo
ambos coinciden, esto no siempre es así. A lo largo de la historia hemos. Observado cómo las
mujeres hemos obtenido lainfuenciaque se ejeroe en el ámbito privado, peronoel poder en el
ámbito público. (Ser la “reina del hogar’ significa que reina, perano gobierna.) La influencia se
ejerce a través del inter cambio subjetivo con un fuerte componente afectivo, e inspira a los
otros a tratar de seguir la opinión de quien la ejerce, especial- mente en cuanto a los sentidos
que le otorga a lasideas y modos de pensar, logrando que sigan sus criterios de significación.
En las sociedades occidentales, entre la gente que tiene influencia están hombres y mujeres,
adultos y niños, personas de diversos grupo08 étnicos. Pero entre quienes tienen poder se
encuentran sólo hom- bres de raza blanca y de medios urbanos, quienes manejan la banca, el
comercio, el aparato legislativo, la industria y las comu nicaciones. Si bien ejercer poder
implica tener los instrumentos necesarios para ello, éste se ve amenazado sin la consiguiente
habilidad para la influencia. Porque tener infuencia es ganar consenso, no simplemente
obediencia; es atraer seguidores, no 80l0 tener un entorno; es lograr que la gente se
identifique con uno, y no simplemente tener subordinados. Se trataría de que varonesy
mujeres construyamos subjetividades, con ambas capa- cidades para ser desplegadas tanto en
la intimidad como en el mundo público. Según Jonnasdottir, las normas sociales
predominantes que nos acompañan desde el nacimiento, dicen que los hombres n0 sólo
tienen derecho al amor, a los.cuidados y la dedicación de las mujeres, sino que también
derecho a dar rienda suelta a sus necesidades de mujeres y la libertad de reservarse para si
mismos. Las mujeres, por su parte, tienen, hoy en día, derecho a entregarse libremente, pero
una libertad muy restringida de reservarse para sí mismas. Así, los hombres pueden continua
mente apropiarse de la fuerza vital y la capacidad de las mujeres en una medida
significativamente mayor que lo que les devuel-. Ven de ellos mismos. Los hombres pueden
configurarse como Beres sociales poderosos y continuar dominando a las mujeres a

Través de la acumulación constante de las fueržas existenciales Tomadas y recibidas de las


mujeres, hecho, que esta autora caracteriza como una acumulación de capital amoroso. Esto
varia según las épocas y las clases sociales, pero esta variación no invalida el concepto: los
hombres se apropian del capital eróticoy afectivo de las mujeres. Es una dimensión política de
las relaciones amorosas: la explotación de la capacidad de las mujeres para dar amor y
cuidados, basada en la postergación de las propias necesidades para privilegiar las de los otros.
Este fenómeno opera en un nivel subjetivo. Las mujeres nos dejaría- mos explotar porque
amamos: sabemos que con nuestro amor estamos haciendo un bien a otros, y eso nos haría
bien a nosotras mismas. Formaría parte de la constitución de la feminidad subjetivarse bajo la
forma de dar amor pues la ecuación simbó- lica que se realiza es que, en tanto damos amor,
somos amadas, como eje constitutivo de nuestra subjetividad. Esta premisa de que las mujeres
operamos sobre la base de nuestras necesidades, y que una de nuestras necesidades básicas
es ser amadas, mientras que los hombres se desarrollan.sobre la base de sus intereses,y en
este terreno sus intereses básicos son egoístas, es lo que está siendo puesto en revisión
cuando hacemos este tipo de análisis sobre las relaciones amorosas entre ambos generos.
Pareceria que una propuesta para haillar un campo fértil para nuevos encuentros entrelos
géneros sería que ambos realicemos una valoración erítica del estado en que nos
encontramos, y que podamos seguir avanzando en pos de vínculos más justos y. equitativos
para varones y mujeres. .

Su condición de bebé

.
En nuestra

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