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MADRIGALES
1
Cuando tu dardo, Amor, se te desata Causas cien mil, sin acabar la vida.
Es más crudo y más fuerte
Que el dardo de la Muerte; Así es, pues, Amor, menos doloso
Porque sólo una vez la Muerte mata; Que tu dardo certero
Y tú, tras una herida, El dardo de la Muerte ponzoñoso
2
Si el manjar que a sus siervos Amor dona ¿Cómo morir, si en el dolor yo vivo?
Es el dolor fecundo,
1
El pececito esquivo El llanto es mi alimento.
Que el mar inmenso su vivir le abona, ¿Quieres, Amor, matarme en un instante?
Muere al salir del líquido elemento; Dale a mi pecho amante
Al insecto, ante el fuego, Generoso contento.
Sacadle de la llama, y muere luego.
Versión de Juan Luis Estelrich en su edición de la “Antología de poetas líricos italianos (1200-
1899), traducidos en verso castellano” (Diputación de las Baleares, Palma de Mallorca, 1899)
Sonetos en las versiones de Eleonora González Capria (rev. Hablar de Poesía, Córdoba-
Argentina, nº 24/sem. 2º de 2011), excepto cuando expresamente se indique otra cosa:
VII
VIII
XXXII
XL
LV
LVI
3
Retratadme después al otro lado,
como veréis que en realidad me encuentro:
viva sin corazón o alma en el pecho Y observad que se encuentre mi semblante
por milagro de Amor raro y nuevo arte; del lado izquierdo dolorido y triste,
y del derecho alegre y victorioso:
como nave que fuera sin cordaje,
sin timón, sin velamen ni trinquete, mi feliz condición significa esto,
mirando siempre hacia la luz bendita ahora que hallo a mi señor enfrente;
de su estrella del norte, dondequiera. eso, el miedo a que pronto sea de otra.
LXXII
LXXIV
La gran sed amorosa que me aflige, sobre toda fuerza mía mueve e incita
la memoria del bien que me empobrece, mi inspiración ya de sí muda y terca,
tenaz y viva en mi corazón está, y hace que en estos versos ofusque y escriba
tanto que ninguna otra más fuerte se aferra, cuán ásperamente el Amor me arde y me hiere.
LXXVIII
Amor, cubre los ojos que me ataron que mi vida, que ahora es dulce y grata,
para que nunca vean la belleza, no se llene de llanto y aspereza
la buena educación, la cortesía porque desprecio todo en este mundo,
de las mujeres bellas que hay en Francia; excepto por su luz clara y serena.
4
Y si él encuentra, por azar, alguna hiérelo con el plomo de tu flecha,
que sea digna de su amor y encienda o dame muerte con tu flecha de oro,
su corazón con fuerza y con constancia, que no quiero vivir de esa manera.
CLIV
CLXXI
CCVIII
CCCXI
FIN