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TOMÁS DE IRIARTE De las Nieves (Puerto de la Orotava, Isla de Tenerife, 18 de Septiembre de 1750

– Madrid, muerte temprana por gota el 17 de Septiembre de 1791), perteneciente a una familia de abo -
lengo y muy culta, varios de cuyos miembros se distinguieron como escritores y humanistas, aprendió
latín, griego y francés. A la temprana edad de catorce años se trasladó a Madrid junto a su tío, a cuya
muerte sucedería en su puesto de oficial traductor de la Secretaría de Estado en 1771, pasando luego a
ser Archivero General: en agradecimiento a su protector, cuidó de las tres ediciones de la Gramática de
su tío, y de la recopilación y publicación de los dos tomos de obras sueltas de éste.
Asiduo a las tertulias, saraos y reuniones, tanto políticas como culturales, fue el prototipo del cortesano
dieciochesco. Su carrera literaria se inició como traductor de teatro francés, además de una muy discu -
tida versión del Arte poética de Horacio, y seguiría con la composición de poemas, obras de teatro de
contenido mayormente satírico, siendo el primer dramaturgo que consiguió dar con una fórmula que
uniese las exigencias de los tratadistas del Neoclasicismo literario con los gustos del público: el éxito le
llegó con la re presentación de su obra El señorito mimado. Pero su reconocimiento literario es obra
principalmente de sus Fábulas literarias (1782), con las que se jactaba de ser el primer introductor del
género a nuestras letras, lo que le supuso una contienda con el que hasta entonces había sido su amigo,
Félix María de Samaniego, que había editado sus Fábulas tan sólo un año antes: consideradas las suyas
de mayor calidad poética que las de su otrora amigo, ensayó en ellas la utilización de diversas estrofas y
versos, algo poco corriente en el género de la fábula, reuniendo una gavilla de poemas satíricos y mora-
lizantes que encierran a menudo una burla feroz de sus coetáneos.
La personalidad de Iriarte, quien se sentía más educador de literatura didascálica que moralista de las
costumbres, y su poética, se proyectan en sus Fábulas literarias, con las que intenta cumplir dos propó-
sitos: por un lado, progresar en su vocación de poeta abordando una nueva posibilidad de fórmula poé -
tica con la fábula, un género consagrado en la tradición clásica; y por otro, servir a la literatura utilitaria
de la Ilustración con unos “cuentos” en los que podía mostrar su interés por revisar los asuntos litera-
rios desde su perspectiva de escritor neoclásico. En este sentido, sus versos retratan al literato y al na-
rrador, dándole al apólogo un aire nuevo y un estilo propio, distinto del de otros colegas:
el poeta canario se plantea su trabajo de una manera muy profesional, que le obliga a estudiar las re-
glas del género, pero al mismo tiempo quiere buscar cierta originalidad que sirva para regenerarlo. Y así
como las Fábulas de Samaniego están pensadas para los alumnos del Seminario de Vergara, no existe
un receptor específico para las de Iriarte, que con esta obra se consagró de manera definitiva en la
poesía didascálica (didáctica): él amaba este tipo de literatura que creía estaba destinada a desempeñar
un importante papel formativo en las letras ilustradas, considerando que cualquier materia (poesía,
música, historia, caza…) era susceptible de ser sometida al ritmo del verso para hacer más ameno su
aprendizaje, por más que fuera inevitable que su función didáctica rebajara la tensión poética.

FÁBULAS LITERARIAS (1782), nueve añadidas póstumamente: El Ricacho metido a Arquitecto,


El Canario y el Grajo, El Guacamayo y el Topo, El Canario y otros Animales, El Mono y el Ele-
fante, El río Tajo, una Fuente y un Arroyo, El Caracol y los Galápagos y La Verruga, el Lobani-
llo y la Corcova.

LXVIII. El Ricacho metido a Arquitecto


(Los que mezclan voces anticuadas con las de buen uso, para acreditarse de escribir bien el
idioma, le escriben mal y se hacen ridículos.)

Cierto Ricacho, labrando una casa ya un capitel, ya un fragmento de basa,


de arquitectura moderna y mezquina, aquí un adorno y allá una cornisa,
desenterró de una antigua ruina, media pilastra y alguna repisa.
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Oyó decir que eran restos preciosos ¡Lindo pegote!, ¡gracioso remiendo!
de la grandeza y del gusto romano, todos se ríen del tal frontispicio,
y que arquitectos de juicio muy sano menos un quídam que tiene unos lejos
con imitarlos se hacían famosos. como de docto, y es tal su manía,
Para adornar su infeliz edificio, que desentierra vocablos añejos
en él a trechos los fue repartiendo. para amasarlos con otros del día.

LXIX. El Médico, el Enfermo y la Enfermedad

(Lo que en medicina parece ciencia y acierto, suele ser efecto de pura casualidad.)

Batalla el enfermo puede divisar, que un topo brutal.


con la enfermedad, con un palo quiere ¿Quién sabe cuál fuera
él por no morirse, ponerlos en paz: más temeridad,
y ella por matar. garrotazo viene, dejarlos matarse
Su vigor apuran garrotazo va; o ir a meter paz?
a cual puede más, si tal vez sacude
sin haber certeza a la enfermedad, Antes que te dejes
de quién vencerá. se acredita el ciego sangrar o purgar,
de lince sagaz; ésta es fabulilla
Un corto de vista, mas si, por desgracia, muy medicinal.
en extremo tal, al enfermo da,
que apenas los bultos el ciego no es menos

LXX. El Canario y el Grajo

(El que para desacreditar a otro recurre a medios injustos, suele desacreditarse a sí
propio.)

Hubo un Canario que, habiéndose esmerado en adelantar en su canto, logró divertir con él a va-
rios aficionados y empezó a tener aplauso. Un Ruiseñor extranjero, generalmente acreditado,
hizo particulares elogios de él, animándole con su aprobación.
Lo que el Canario ganó, así con este favorable voto, como con lo que procuró estudiar para ha-
cerse digno de él, excitó la envidia de algunos pájaros. Entre éstos había unos que también can-
taban, bien o mal, y justamente por ello le perseguían. Otros nada cantaban, y por lo mismo le
cobraron odio. Al fin un Grajo, que no podía lucir por sí, quiso hacerse famoso con empezar a
chillar públicamente entre las aves contra el Canario. No acertó a decir en qué cosa era defec-
tuoso su canto; pero le pareció que para desacreditarle bastaba ridiculizarle el color de la pluma,
la tierra en que había nacido, etc., acusándole, sin pruebas, de cosas que nada tenían que ver con
lo bueno o malo de su canto. Hubo algunos pájaros de mala intención que aprobaron y siguieron
lo que dijo el Grajo.
Empeñóse éste en demostrar a todos que el que habían tenido hasta entonces por un Canario
diestro en el canto, no era sino un borrico, y que lo que en él había pasado por verdadera música
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era en la realidad un continuado rebuzno. «¡Cosa rara!, decían algunos; el Canario rebuzna; el
Canario es un borrico.» Extendióse entre los animales la fama de tan nueva maravilla, y vinieron
a ver cómo un Canario se había vuelto burro. El Canario, aburrido, no quería ya cantar; hasta
que el Águila, reina de las aves, le mandó que cantase para ver si en efecto rebuznaba o no; por-
que, si acaso era verdad que rebuznaba, quería excluirle del número de sus vasallos los pájaros.
Abrió el pico el Canario, y cantó a gusto de la mayor parte de los circunstantes. Entonces el
Águila, indignada de la calumnia que había levantado el Grajo, suplicó a su señor, el dios Júpi-
ter, que le castigase. Condescendió el dios, y dijo al Águila que mandase cantar al Grajo. Pero
cuando éste quiso echar la voz, empezó, por soberana permisión, a rebuznar horrorosamente.
Riéronse todos los animales y dijeron: Con razón se ha vuelto asno el que quiso hacer asno al
Canario.

LXXI. El Guacamayo y el Topo

(Por lo general pocas veces aprueban los autores las obras de los otros, por buenas
que sean; pero lo hacen los inteligentes que no escriben.)

Mirándose al soslayo pero otros guacamayos por ventura


las alas y la cola un Guacamayo no te concederán esa hermosura.»
presumido, exclamó: «¡Por vida mía, El favorable juicio
que aun el Topo, con todo que es un ciego, se ha de esperar más bien de un hombre lego
negar que soy hermoso no podría!…» que de un nombre capaz, si es del oficio.
Oyólo el Topo y dijo: «No lo niego;

LXXII. El Canario y otros Animales

(Hay muchas obras excelentes que se miran con la mayor indiferencia.)

De su jaula un día Mas ¡ay!, aunque invente —«Voy, dijo la Hormiga,


se escapó un Canario, el más suave paso, a buscar mi grano…
que fama tenía no encuentra viviente mas usted prosiga,
por su canto vario. que de él haga caso. cantor soberano.»

«¡Con qué regocijo Una Mariposa La Raposa añade:


me andaré viajando, le dice burlando: «Celebro que el canto
y haré alarde, dijo, «Yo de rosa en rosa a todos agrade;
de mi acento blando!» dando vueltas ando.» pero yo entre tanto

Vuela con soltura «Serás ciertamente (esto es lo primero)


por bosques y prados, un músico tracio; me voy acercando
y el caudal apura pero busca oyente hacia un gallinero
de dulces trinados. que esté más despacio.» que me está esperando.»

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—«Yo, dijo un Palomo, A mi palomita Gorjeando estuvo
ando enamorado, es ya necesario el músico grato;
y así el vuelo tomo hacer mi visita; mas apenas hubo
hasta aquel tejado. perdone el Canario.» quien le oyese un rato.

¡A cuántos autores
sucede otro tanto!

LXXIII. El Mono y el Elefante


(Muchos autores celebran solamente sus propias obras y las de sus amigos o condiscípulos.)

A un congreso de varios animales Pide al ganso una pluma


con toda seriedad el Mono expuso el nuevo autor; emprende su faena,
que, a imitación del uso y desde luego en escribir se estrena
establecido entre hombres racionales, una histórica suma,
era vergüenza no tener historia, que sólo contenía los anales
que, al referir su origen y sus hechos, suyos y de los monos compañeros;
instruirlos pudiese y darles gloria. mas pasando después años enteros,
Quedando satisfechos nada habló de los otros animales,
de la propuesta idea, que esperaron en vano
el Mono se encargó de la tarea, volver a ver más letra de su mano.
y el rey León en pleno consistorio
mandó se le asistiese puntualmente El Elefante, como sabio, un día
con una asignación correspondiente, por tan grave omisión cargos le hacía,
además de los gastos de escritorio. y respondióle el Mono: «No te espantes;
pues aun en esto a muchos hombres copio.
Obras prometo al público importantes,
y al fin no escribo más que de mí propio.»

LXXIV. El río Tajo, una Fuente y un Arroyo

(Los escritores sensatos, aunque se digan desatinos de sus obras, continúan trabajando.)

En tu presencia, venerable Río,


(al Tajo de este modo habló una Fuente) Dicen que el Tajo luego
de un Poeta me quejo amargamente, así les respondió con gran sosiego:
porque ha dicho (y no hay tal) que yo me río. «¿No tengo yo también oro en mi arena?
Un Arroyo añadió: Sí, Padre mío; ¿pues qué? ¿De los Poetas os espantan
es una furia lo que ese hombre miente. los falsos testimonios?… No os dé pena.
Yo voy a mi camino, no censuro, Mayores entre sí se los levantan.
y, con todo, ha fingido que murmuro. Reid y murmurad enhorabuena.»

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LXXV. El Caracol y los Galápagos

(Aunque se reúnan varios sujetos para escribir una obra, si carecen de ciencia, tan desprecia-
ble saldrá como si la hubiese escrito un ignorante solo.)

Aunque no es bueno el todo del paso que llevaba)


si no lo son las partes, añadiendo otras pullas bien picantes.
y vale poco el Cuerpo
en que cada individuo poco vale, Diez Galápagos juntos
topó más adelante,
muchos que obras no estiman que de un pequeño charco
de los particulares, pasaban a buscar otro más grande.
si estos las hacen juntos,
con respeto las miran al instante. Y el Caracol entonces
a cuadrilla tan grave
Un Caracol terrestre dejó libre el camino,
al caer de la tarde diciendo Únicamente; «Ustedes pasen.»
salió a tomar el fresco,
y a un Galápago vió, que iba de viaje. Al Galápago solo
tuvo por despreciable;
No se apresure hermano, pero a los diez unidos
(le dijo por burlarse tuvo como a personas de carácter.

LXXVI. La Verruga, el Lobanillo y la Corcova

(De las obras de un mal poeta, la más reducida es la menos perjudicial.)

Cierto Poeta que le dijera


(que por oficio sin artificio
era de aquellos cuál de su aprecio
cuyos caprichos era más digno.
antes que puedan
ponerse en limpio Él le responde:
ya en los Teatros «Yo más me inclino
son aplaudidos) a los sainetes.»
trágicos dramas, —«¿Por qué motivo?»
comedias hizo, —«Tenga paciencia;
varios Sainetes voy a decirlo…
de igual estilo. Óigame un cuento
Aunque pagado nada prolijo.
de sus Escritos,
pidió, no obstante, «Una Verruga,
a un docto amigo un Lobanillo

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y una Corcova, ser más pulido.
¡miren qué trío! Mas la Verruga
pidió lo mismo,
Diz que tenían porque su gracia
cierto litigio funda en lo chico.
sobre cuál de ellos
era más lindo. «Esta contienda
Doña Joroba, oyó un perito;
por lo crecido, dióle gran risa,
la primacía y al punto dijo:
llevarse quiso. ¡Vaya, Verruga,
Quiso, porque era que hablas con juicio!
don Lobanillo Sois todos tres, a la verdad, tan buenos,
proporcionado, que bien puedes decir: Del mal el menos.»

FIN

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