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INTERPRETACION DEL ARTÍCULO 2 INCISO 3 LA CONSTITUCION

POLITICA DEL PERU

Para poder comprender este inciso es necesario comprender primero el concepto de


libertad.

Eduardo García Máynez, jurista mexicano, en su obra “Libertad como derecho y como
pode” nos menciona:

“Desde el punto de vista jurídico, la libertad suele definirse como la facultad de hacer u
omitir aquello que no está ordenado ni prohibido. La definición anterior se funda en la
división de los actos posibles de un sujeto cualquiera, en relación con las normas del
derecho objetivo. Tales actos pertenecen, necesariamente, a una de estas tres categorías:
ordenados, prohibidos, permitidos en relación con las normas del derecho objetivo.
Tales actos pertenecen, necesariamente, a una de estas tres categorías: ordenados,
prohibidos, permitidos.

Los actos ordenados comprenden los deberes positivos del derecho (obligaciones de
hacer o de dar); los actos prohibidos son sus deberes negativos (obligaciones de no
hacer); y los actos permitidos sus derechos. Según la teoría tradicional la libertad
jurídica se manifiesta en la realización o no realización de los actos que no están
prescritos ni vedados.

La definición citada en un principio no satisface, por ser puramente negativa. Revela


cuáles son los límites de aquel derecho, pero no su naturaleza verdadera. Declarar que la
libertad consiste en hacer o dejar de hacer lo que el orden jurídico no manda ni prohíbe,
es como describir una ciudad diciendo hasta dónde llegan sus murallas. En su libro
L’autoritá Della Cosa Giudicata E I Soui Limiti Soggetivi, afirma Hugo Rocco que la
libertad sólo puede definirse negativamente. Esta aseveración es incorrecta. El derecho
de libertad puede y debe ser definido en forma positiva, pues de lo contrario se indican
sus límites, más no su esencia. La circunstancia de que los autores que han abordado el
estudio del tema, definan por exclusión el ámbito de la libertad, obedece a la creencia
errónea de que tal derecho es una especie situada en el mismo plano de otras, dentro de
la clasificación general de los derechos subjetivos. Al referirse Jorge Jellinek al status de
las personas, por ejemplo, dice que está compuesto por tres clases de facultades: a)
derechos de libertad; b) derechos que se traducen en la facultad de pedir la intervención
del Estado en provecho de intereses individuales; c) derechos políticos. La mejor
demostración de que la libertad jurídica no representa un grupo independiente de
facultades, en la clasificación de los derechos subjetivos, está en el hecho de que se
manifiesta siempre en el ejercicio de todas las otras, sean de la especie que fueren. Quien
tiene un derecho de acción o un derecho de crédito, se encuentra autorizado, asimismo,
para ejercitar o no ejercitar estas facultades. Nadie puede, legalmente, exigirle (o
impedirle) que las ejercite. Es libre, relativamente al empleo de las mismas. Y su libertad
no se confunde con los derechos de acción o de crédito, aun cuando se manifieste en el
ejercicio o no ejercicio de estos. El análisis de tan sencillo ejemplo revela la posibilidad
de definir en forma positiva el derecho de que tratamos: libertad jurídica es la facultad
que todo sujeto tiene de ejercitar o no ejercitar (a su arbitrio) sus derechos subjetivos. La
definición que antecede es positiva y no encierra referencia alguna a la división de los
actos humanos en ordenados, prohibidos y permitidos. Enseña, además, que la libertad
no se relaciona directamente con los derechos, sino con su ejercicio o no ejercicio.
Precisamente porque atañe al ejercicio o no ejercicio de todo derecho, es por lo que no
debemos considerarla como una especie al lado de otras, o grupo aislado de facultades
normativas, dentro de un género común. Se trata de una forma categorial de
manifestación de todo derecho subjetivo, absoluto o relativo, privado o público.”

1. EL DERECHO FUNDAMENTAL DE LIBERTAD RELIGIOSA Y LIBERTAD


DE CONCIENCIA:

Una vez entendido el concepto de libertad, en el inciso 3 del artículo 2, la Constitución


entra de lleno en el derecho fundamental de libertad religiosa y la libertad de conciencia,
reconociéndolo en los siguientes términos:

«Toda persona tiene derecho: (…) A la libertad de conciencia y de religión, en forma


individual o asociada. No hay persecución por razón de ideas o de creencias. No hay
delito de opinión. El ejercicio público de todas las confesiones es libre, siempre que no
ofenda la moral ni altere el orden público».

Como puede apreciarse, la Constitución reconoce la libertad religiosa juntamente con la


libertad de conciencia y, a reglón seguido, también la libertad de pensamiento, esta última
en sentido negativo, al señalar que «no hay persecución por razón de ideas». De esta forma,
la Constitución consagra juntos estos tres derechos, tal como lo hacen otros textos sobre
derechos humanos empezando por la Declaración Universal de Derechos Humanos
(artículo 18), conforme a la cual:

«Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión;


este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la
libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en
público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia».

Sin embargo el Tribunal Constitucional se ha ocupado de reconocer la autonomía de la


libertad religiosa, distinguiéndola de la libertad de conciencia. De esta forma, para el
supremo intérprete de la Constitución la libertad religiosa:
«Supone la capacidad de toda persona para autodeterminarse de acuerdo con sus
convicciones y creencias en el plano de la fe religiosa, así como para la práctica de la
religión en todas sus manifestaciones, individuales o colectivas, tanto públicas como
privadas, con libertad para su enseñanza, culto, observancia y cambio de religión» (STC
6111-2009-PA/TC, fundamento 11).

Por su parte, la libertad de conciencia o libertad de creencias, según el TC:

«Es asumida por lo general como la facultad del individuo de actuar y realizar su vida en
consonancia con su personal concepción deontológica. En otras palabras, es la libertad
de la persona de poseer su propio juicio ético o moral y de actuar conforme a dicho
juicio en su entorno social o en el contexto en el que se desenvuelve» (STC 6111-2009-
PA/TC, fundamento 10.)

A su turno, la libertad de pensamiento, también conocida como libertad ideológica,


protege «el conjunto de ideas, conceptos y juicios que el hombre tiene sobre las distintas
realidades del mundo y de la vida; más específicamente, pensamiento quiere decir aquí la
concepción sobre las cosas, el hombre y la sociedad —pensamiento filosófico, cultural,
científico, político, etc.— que cada persona posee» (J. Hervada y J. M. Zumaquero, Textos
internacionales de Derechos Humanos, Eunsa, Pamplona 1978, p. 149.)

Es por ello que el TC se ha referido a la libertad de pensamiento al hablar de la libertad de


cátedra, señalando que ésta, primero, asegura la autodeterminación de la cosmovisión
ideológica del docente universitario y, segundo, le permite difundirla con libertad de
pensamiento (Cfr. STC 4232-2004-AA/TC, fundamento 32.)

Entonces, la libertad de pensamiento se constituye como el derecho a la libertad de ideas


que toda persona pueda tener sobre el hombre, el mundo o la vida. La Constitución alude a
ésta en dos de sus artículos. El primero es el ya mencionado inciso 3 del artículo 2, en un
sentido negativo, pues reconoce este derecho prohibiendo todo acoso por motivos
ideológicos («no hay persecución por razón de ideas»). El segundo está contenido en el
artículo 2, inciso 4, al reconocer el derecho de toda persona a difundir libremente su
pensamiento o su ideología –en ejercicio a su vez de otro derecho fundamental que es la
libertad de expresión.

Sintetizando puede afirmarse, con Ferrer y Viladrich, lo siguiente:

«El tema de Dios es el objeto de la libertad religiosa en el sentido de acto de fe y la


profesión de la religión a través de todas sus manifestaciones. Mientras que el tema de la
actitud de la persona ante la verdad y el bien, se derive o no de una previa postura
religiosa, posee autonomía propia y es objeto de la libertad de pensamiento y de la
libertad de conciencia. En consecuencia, no es la atención sobre la común raíz de la
libertad de pensamiento, conciencia y religión, la que manifiesta sus diferencias; sino,
por el contrario, la atención a los objetos específicos de cada uno de estos derechos es el
punto de donde arrancan las diferencias y con ellas la autonomía de cada derecho» (P. J.
Viladrich y J. Ferrer Ortiz, Los principios informadores…, cit., p. 129)

Con todo, puede decirse que aunque el derecho de libertad religiosa guarda importantes
diferencias con los derechos de libertad de conciencia y de pensamiento, éstos tienen un
denominador común:

«Los tres implican el reconocimiento de la naturaleza y dignidad del ser personal en su


dimensión más profunda y específica, aquélla donde es y actúa el carácter innato,
inviolable, irrenunciable e imprescritible de su racionalidad y de su conciencia mediante
la búsqueda y el establecimiento de su propia relación con la verdad, el bien y Dios. Esa
raíz común explica la tendencia de los textos internacionales a reconocerlos
conjuntamente e incluso en un mismo precepto, y también el peligro de confundirlos»
(Los principios informadores…, cit., p. 129)

De otro lado, el TC ha señalado que pueden distinguirse dos aspectos de la libertad


religiosa según la protección de este derecho implique la prohibición de una conducta
(aspecto negativo) o exija una acción (aspecto positivo). Así, el aspecto negativo «implica
la prohibición de injerencias por parte del Estado o de particulares en la formación y
práctica de las creencias o en las actividades que las manifiesten». Y el aspecto positivo
impone que «el Estado genere las condiciones mínimas para que el individuo pueda ejercer
las potestades que comporta su derecho a la libertad religiosa» (STC 6111-2009-PA/TC,
fundamento 14; STC 256-2003-HC/TC, fundamento 15.)

En relación a este aspecto positivo, puede apreciarse que si bien cabe catalogar a la
libertad religiosa –en la conocida clasificación de generaciones– dentro de los llamados
derechos de primera generación o de libertades individuales, no puede considerarse que
ésta sólo exija, como es característico en tales derechos, la abstención o no injerencia de los
poderes públicos en la esfera privada, reservándoles una mera actitud de vigilancia en
términos de policía administrativa, pues este aspecto positivo exige unas prestaciones al
Estado, es decir una política activa encaminada a garantizar el real y efectivo ejercicio de la
libertad religiosa, dentro de la que se enmarca, a nuestro juicio, la colaboración entre el
Estado y las confesiones religiosas, según veremos más adelante.

También en la jurisprudencia del TC puede distinguirse una dimensión subjetiva (que se


subdivide en un contenido interno, externo, negativo y de límites) y una dimensión objetiva
del derecho fundamental de libertad religiosa, que graficamos en el siguiente cuadro con
sus correspondientes subdivisiones, las cuales serán desarrolladas en las siguientes páginas:
En su dimensión subjetiva interna, la libertad religiosa «supone la capacidad de toda
persona para autodeterminarse de acuerdo con sus convicciones y creencias en el plano de
la fe religiosa» (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 11.)

En su dimensión subjetiva externa, involucra la libertad para «la práctica de la religión en


todas sus manifestaciones, individuales o colectivas, tanto públicas como privadas, con
libertad para su enseñanza, culto, observancia y cambio de religión» (STC 6111-2009-
PA/TC, fundamento 11.), siempre que no se «ofenda la moral ni altere el orden público»
(artículo 2, inciso 3, de la Constitución).

Puede apreciarse que, en la dimensión subjetiva externa, el TC sigue a la Declaración


Universal de Derechos Humanos que, en el referido artículo 18, menciona que la
manifestación de la libertad religiosa puede darse, pública o privadamente, a través de «la
enseñanza, la práctica, el culto y la observancia».

La dimensión subjetiva externa genera el principio de inmunidad de coacción, conforme


al cual, según el TC, «ninguna persona puede ser obligada a actuar contra sus creencias
religiosas; es decir, que no podrá ser obligada o compelida jurídicamente a obrar de manera
opuesta a dichas convicciones» (STC 3372-2011-PA/TC, fundamento 11.)

De otro lado, la dimensión subjetiva externa de la libertad religiosa reconocida por la


Constitución (artículo 2, inciso 3), ampara su ejercicio no sólo en forma individual, sino
también asociada o colectiva. La Constitución sigue aquí también a la Declaración
Universal de Derechos, conforme a la cual la libertad religiosa puede ser ejercida individual
o colectivamente (artículo 18). De esta forma, nuestra ley fundamental reconoce la
titularidad del derecho de libertad religiosa de las personas jurídicas; es decir, de las
confesiones religiosas, como la Iglesia católica u otras entidades religiosas.

El TC resolvió un caso donde se encontraba comprometida la dimensión colectiva de la


libertad religiosa al desestimar una demanda de amparo en la que unos padres pedían que se
ordene a la Iglesia católica la anotación o formalización del abandono de dicha Iglesia en la
partida de bautismo de su hijo (de tres años de edad), en virtud de la apostasía que alegaban
haber realizado en representación del menor. En aquella oportunidad el TC dijo:

«Ya este Tribunal Constitucional ha señalado que no se halla amparada por la


Constitución la pretensión de ordenar a la Iglesia católica que formalice la declaración
de apostasía (cfr. STC 1004-2006-PHD/TC, fundamento 9), pues la formalización del
abandono de una confesión religiosa es una cuestión interna de cada confesión, en este
caso de la Iglesia católica, por lo que acceder al pedido de los recurrentes de ordenar la
anotación del acto formal de abandono en la partida de bautismo de su menor hijo,
implicaría una vulneración de la libertad religiosa –en su dimensión colectiva o asociada
(artículo 2, inciso 3, de la Constitución)– de la Iglesia católica; representaría una
transgresión del Estado a su laicidad o aconfesionalidad consagrada en el artículo 50 de
la Constitución (cfr. STC 6111-2009-PA/TC, fundamentos 23 a 28; STC 05416- 2009-
PA/TC, fundamentos 22 a 27); y afectaría la independencia y autonomía que reconocen
a dicha Iglesia tanto la Constitución (artículo 50) como el tratado internacional que
contiene el Acuerdo entre el Estado peruano y la Santa Sede de 1980 (artículo 1). Por
estas razones, el pedido de los recurrentes de que la jurisdicción constitucional ordene a
la Iglesia católica la formalización del abandono de ésta, sea a nombre de ellos o de su
menor hijo, va contra el marco constitucional y supranacional descrito» (STC 00928-
2011-PA/TC)

Por último, debe mencionarse que el TC ha destacado que la Constitución reconoce una
dimensión subjetiva negativa de la libertad religiosa, en el artículo 2, inciso 18, de la
Constitución, conforme a la cual toda persona tiene derecho «a mantener reserva sobre sus
convicciones (…) religiosas» (02430-2012-PA/TC, fundamento 20); es decir, nadie puede
ser obligado a declarar sobre su religión o creencias. El TC ha tenido oportunidad de
referirse especialmente a esta dimensión de la libertad religiosa a propósito del derecho del
compareciente a no responder en un interrogatorio judicial a la pregunta sobre la religión
que profesa (Cfr. STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 64.). Para Roca, se trata de «un
verdadero derecho de libertad declarativa en materia religiosa, que reconoce al individuo
una esfera de inmunidad de coacción garantizada mediante las consiguientes acciones de
rechazo frente a cualquier coacción externa que pretenda obligarle a declarar contra su
voluntad» (M. J. Roca, La declaración de la propia religión o creencias en el Derecho
español, p. 416.)
2. LOS LIMITES DE LA LIBERTAD RELIGIOSA:

En la dimensión subjetiva de la libertad religiosa pueden ubicarse sus límites, los cuales,
conforme a la Constitución (artículo 2, inciso 3) son el respeto de la moral y el orden
público. (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 18).

El orden público es un límite que se señala a la libertad religiosa desde el citado artículo
10 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Como sabemos, se
trata de un concepto jurídico indeterminado, por lo que su concreción, en última instancia,
está encargada al Juez.

En tanto que la libertad religiosa se interpreta a la luz del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos (artículo 18.3) y la Convención Americana sobre Derechos Humanos
(artículo 12.3) (Cuarta Disposición Final y Transitoria de la Constitución; artículo V del
Título Preliminar del Código Procesal Constitucional), debe entenderse como sus límites
los señalados en estos tratados internacionales, esto es aquellos previstos en la ley que sean
necesarias para proteger la seguridad, el orden, la salud o la moral públicos, o los
derechos y libertades fundamentales de los demás.

Bien cabe sostener, por tanto, que el respeto al orden público (y la moral) que menciona la
Constitución como límite de la libertad religiosa, puede traducirse en el respeto de los
derechos fundamentales de los demás, pues es claro que, en una sociedad democrática que
tenga como punto de partida el respeto a la dignidad de la persona, el mantenimiento del
orden público tiene por finalidad la protección de los derechos humanos. Así lo entiende
Calvo Álvarez, para quien el único límite del ejercicio de la libertad religiosa «es el respeto
a los derechos de los demás, ya que ese respeto va inalterablemente unido al genuino
sentido de orden público» (J. Calvo Álvarez, Orden público y factor religioso en la
Constitución española, Eunsa, Pamplona 1983, pp. 250-251)

3. EL PRINCIPIO DE LAICIDAD DEL ESTADO:

En este apartado y el siguiente entramos ya en la dimensión objetiva de la libertad


religiosa, que se concretiza en los principios de laicidad del Estado y de colaboración entre
el Estado y las confesiones religiosas, ambos contenidos en el artículo 50 de la Constitución
según la jurisprudencia del TC (02430-2012-PA/TC, fundamento 21)

Para el supremo intérprete de la Constitución, por el principio de laicidad:

«El Estado se autodefine como laico o ente radicalmente incompetente ante la fe y la


práctica religiosa, no correspondiéndole ni coaccionar ni siquiera concurrir, como un
sujeto más, con la fe religiosa de los ciudadanos. Mientras el Estado no coaccione ni
concurra con la fe y la práctica religiosa de las personas y de las confesiones, por mucha
actividad de reconocimiento, tutela y promoción del factor religioso que desarrolle, se
comportará siempre como Estado laico» (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 25.)

Sin embargo, el TC ha precisado:

«El hecho de que exista una neutralidad del Estado en materia religiosa no significa que
los poderes públicos hayan de desarrollar una especie de persecución del fenómeno
religioso o de cualquier manifestación de tipo religiosa. La laicidad es incompatible con
un Estado que se considere defensor o protector de una determinada confesión, pero
también lo es con un Estado que promueva el ateísmo o el agnosticismo o el destierro
del ámbito público de toda expresión de origen religioso. La incompetencia del Estado
ante la fe y la práctica religiosa no significa la promoción del ateísmo o agnosticismo
con la eliminación de símbolos religiosos de la esfera pública o la imposición de una
ideología antirreligiosa, ignorando las tradiciones que responden a la formación
histórica, cultural y moral del Perú» (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 49)

Dentro de esas tradiciones históricas y culturales presentes en el Perú, muchas tienen un


origen religioso católico, lo que puede explicarse por la importancia de la Iglesia católica
«en la formación histórica, cultural y moral del Perú» que reconoce la Constitución en su
artículo 50, sin que la presencia de tales manifestaciones en el ámbito público afecte el
principio de laicidad del Estado, pues no basta con constatar el origen religioso de un
símbolo para considerar que contraviene tal principio o las meras percepciones subjetivas o
sospechas de su vulneración (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 37 a 42.) . Al respecto,
ha señalado el TC:

«La religión católica se encuentra fuertemente arraigada en el desarrollo de nuestras


tradiciones como nación. Desde tal perspectiva, no es extraño, sino, más bien, bastante
frecuente, que determinadas costumbres de base esencialmente religiosa hayan
terminado por consolidarse como parte de la identidad que como país nos caracteriza. La
presencia, entre otras cosas, de procesiones y festividades en específicas fechas del año o
de templos y símbolos religiosos en determinados lugares públicos demuestran
palmariamente que de modo paralelo al fervor religioso que les sirve de sustento, se
asumen estos como elementos vivenciales de nuestra propia realidad. La fusión de tales
elementos con lo que representa el Estado no hace otra cosa que reflejar parte de un
decurso histórico imposible de ignorar por más neutralidad que se quiera predicar» (STC
6111-2009-PA/TC, fundamento 38.)

De esta forma, junto con el principio de laicidad del Estado, el TC ha resaltado lo


siguiente:

«La radical incompetencia del Estado ante la fe no significa que, con la excusa de la
laicidad, pueda adoptar una actitud agnóstica o atea o refugiarse en una pasividad o
indiferentismo respecto del factor religioso, pues, en tal caso, abandonaría su
incompetencia ante la fe y la práctica religiosa que le impone definirse como Estado
laico, para convertirse en una suerte de Estado confesional no religioso. Así, tanto puede
afectar a la libertad religiosa un Estado confesional como un Estado “laicista”, hostil a lo
religioso» (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 28.)

Desde esta perspectiva, el TC ha señalado que no afecta al principio de laicidad del


Estado la realización en una entidad estatal de celebraciones religiosas (como la Navidad o
una ceremonia litúrgica, por ejemplo), siempre que se garantice la libertad de las personas
para decidir si desean o no participar en tales actos. En la misma línea, el TC ha
considerado que la presencia de símbolos religiosos (como un crucifijo) en las salas y
juzgados del Poder Judicial (STC 6111-2009-PA/TC) no vulnera la laicidad del Estado ni la
libertad religiosa. Asimismo, tampoco ellas se ven afectadas con la Ley N.º 29602 que
declara al Señor de los Milagros «símbolo de religiosidad y sentimiento popular», pues la
secular tradición del Señor de los Milagros si bien tiene origen religioso, actualmente
constituye una expresión cultural que se encuentra enraizada en la sociedad peruana, como
lo prueba el hecho de que su festividad haya sido declarada Patrimonio Cultural de la
Nación por el Instituto Nacional de Cultura.

4. EL PRINCIPIO DE COLABORACIÓN ENTRE EL ESTADO Y LAS


CONFESIONES RELIGIOSAS:

Para el TC, la Constitución considera importante el componente religioso perceptible en


la sociedad peruana y por ello, conforme se lee en su artículo 50, dispone que el Estado
preste su colaboración a la Iglesia católica y que pueda establecer formas de colaboración
con las demás confesiones religiosas, en el marco de lo que el TC ha denominado principio
de colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas (STC 6111-2009-PA/TC,
fundamentos 29). Así, la Constitución no se limita a reconocer a las confesiones como
sujetos colectivos del derecho de libertad religiosa, sino que eleva a rango constitucional la
existencia de relaciones de colaboración entre el Estado y las confesiones. De esta forma,
como ha dicho el TC, «el artículo 50 de la Constitución contiene un doble contenido para el
Estado: el establecimiento de relaciones con las confesiones religiosas y que éstas sean de
colaboración» (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 30). La suscripción de convenios de
colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas representa, según ha destacado el
TC, «la forma más importante de materializar el principio de colaboración» (6111-2009-
PA/TC, fundamento 32) , y consecuencia de éste es «el Acuerdo entre el Estado peruano y
la Santa Sede de 1980, que es un tratado internacional y, a la fecha, el único convenio de
colaboración entre el Estado y una confesión religiosa» (6111-2009-PA/TC, fundamento
32).

Señala el TC que en dicho Acuerdo se establece:

«Un régimen especial que rige las subvenciones para personas, obras y servicios de la
Iglesia, amén de las exoneraciones, beneficios y franquicias tributarias; la plena libertad
para el establecimiento de centros educativos bajo administración eclesial; la asignatura
de Religión como materia ordinaria en el currículo escolar, entre otros acuerdos.
Asimismo, establece, entre otras formas de colaboración, el compromiso de prestación
religiosa para el personal católico de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional a través
de un vicario castrense, y de servicios religiosos para los fieles de dicha confesión
internados en centros hospitalarios, tutelares y penitenciarios del Estado» (STC 3283-
2003-AA/TC, fundamento 23)

El Estado, según ha resaltado el TC, «puede también suscribir convenios de colaboración


con confesiones religiosas distintas a la católica, conforme al artículo 50º de la
Constitución» (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 33). Ha puesto aquí como ejemplo a
España –cuya Constitución consagra los principios de laicidad y colaboración en términos
similares a nuestro artículo 50 constitucional (cfr. artículo 16.3 de la Constitución española
de 1978)–, que ha suscrito, en 1992, sendos acuerdos con la Federación de Entidades
Religiosas Evangélicas de España, la Federación de Comunidades Judías de España y la
Comisión Islámica de España, además de los Acuerdos de cooperación firmados con la
Santa Sede en 1979 (STC 6111-2009-PA/TC, fundamento 33). En tales convenios, las
confesiones podrían pactar con el Estado su colaboración en materias como la enseñanza
religiosa en los centros educativos públicos, el otorgamiento de beneficios tributarios como
los previstos para las entidades sin fines de lucro, o la asistencia religiosa en los
establecimientos públicos militares, hospitalaria o penitenciaria.

Podemos concluir en cuanto a la dimensión objetiva de la libertad religiosa, como lo ha


hecho el TC, que el término colaboración que emplea la Constitución (unido al principio de
laicidad del Estado) indica que «nuestro modelo constitucional no responde ni a los
sistemas de unión, ni a los sistemas de separación absoluta entre el Estado y las
confesiones. La colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas es un lugar de
encuentro equidistante de la unión y la incomunicación entre ellos»

El modelo constitucional peruano se adscribe, entonces, a lo que el TC español ha


denominado laicidad positiva, refiriéndose al artículo 16.3 de la Constitución española, al
señalar que este precepto, «tras formular una declaración de neutralidad (SSTC 340/1993,
de 16 de noviembre, y 177/1996, de 11 de noviembre), considera el componente religioso
perceptible en la sociedad espa- ñola y ordena a los poderes públicos mantener “las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”,
introduciendo de este modo una idea de aconfesionalidad o laicidad positiva (…)».

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