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DE RETROACTIVIDAD
EN EL ÁMBITO DE
CUMPLIMIENTO
DE LA PENA DE PRISIÓN
ALCANCE DE LA PROHIBICIÓN
DE RETROACTIVIDAD
EN EL ÁMBITO DE
CUMPLIMIENTO
DE LA PENA DE PRISIÓN
ABREVIATURAS ........................................................................................... 13
I. INTRODUCCIÓN ................................................................................. 15
V. LA PROHIBICIÓN DE RETROACTIVIDAD Y LA
JURISPRUDENCIA PENAL DESFAVORABLE
(A PROPÓSITO DE LA DOCTRINA PAROT) .................................... 157
1. EL CONTEXTO EN EL QUE SE ADOPTA LA NUEVA
INTERPRETACIÓN RELATIVA AL CÓMPUTO DE LA
REDENCIÓN DE PENAS POR EL TRABAJO .................................... 157
2. LA STS 197/2006, DE 28 DE FEBRERO Y EL RECORRIDO
DE LA DOCTRINA QUE SIENTA ....................................................... 159
a) Los antecedentes de la sentencia: la decisión de la AN ............ 159
b) La decisión del Pleno de la Sala Penal del Tribunal Supremo...... 160
b.1. Las razones del TS para admitir del recurso .............................. 160
b.2. Los argumentos del TS para sustentar la “novedosa
interpretación” ........................................................................ 161
b.3. Los principios que orientan la decisión y las críticas al
legislador ................................................................................ 164
b.4. Las razones del voto particular ................................................ 167
13
1
La bibliografía referida al tema es ya absolutamente inabarcable, indicaré
sólo alguna de ella a modo de ejemplo: González Cussac, 2003: 14 ss; Fernández
Entralgo, 2003: 6 ss.; Maqueda Abreu, 2003: 6 ss.; Silva Sánchez/Felip i
Saborit/Robles Planas/Nuñez Pastor, 203, 114 ss.; Díez Ripollés, 2004: 2 ss.;
el mismo autor: 2005: 2 ss.; Iglesias del Río, 2004: 34 ss.; Muñoz Conde, 2004: 11
ss.; el mismo autor, 2011: 852 ss.; también en 2013: 447 ss.; Sanz Morán, 2004: 11 ss.;
Vidales Rodríguez, 2004: 93 ss.; Corcoy Bidasolo, 2005: 231 ss.; la misma autora,
2006: 384 ss.; Cerezo mir, 2005: 13 ss.; el mismo autor, 2008: 16-21; Mir Puig, 2006:
115 ss.; Llobet anglí, 2007: 2 ss.
15
2
La DT Única dice: “Lo dispuesto, conforme a esta ley, en los artículos 90 y
93.2 del Código Penal respecto de las circunstancias para acceder a la libertad condi-
cional, y en el artículo 72. 5 y 6 de la Ley Orgánica General Penitenciaria respecto a la
clasificación o progresión al tercer grado de tratamiento penitenciario, será aplicable
a las decisiones que se adopten sobre dichas materias desde su entrada en vigor, con
independencia del momento de comisión de los hechos delictivos o de la fecha de la
resolución en virtud de la cual se esté cumpliendo pena.”
3
Así se expresa en la Exposición de Motivos de la LO 10/1995, de 23 de
noviembre.
4
Las de extrañamiento, confinamiento, destierro, reprensión pública, pérdi-
da de la nacionalidad española y caución.
5
En el anterior Código las penas privativas de libertad se clasificaban en: re-
clusión mayor, reclusión menor, prisión mayor, prisión menor, arresto mayor y arres-
to menor. Con la nueva regulación las penas privativas de libertad se reducen a tres:
prisión, arresto de fin de semana y responsabilidad subsidiaria por impago de multa.
6
Mantuvo la inhabilitación absoluta, la prohibición de conducir vehículos de
motor y ciclomotores y amplió las inhabilitaciones especiales a la de industria, comer-
cio, patria potestad, tutela, guarda o curatela y pasan a tener un número abierto, ya
que puede afectar a cualquier derecho.
19
7
Prevista en el artículo 100 del CP de 1973, redactado conforme a la LO
8/1983, de 25 de junio: “Podrán redimir su pena con el trabajo, desde que sea fir-
me la sentencia respectiva, los reclusos condenados a penas de reclusión, prisión y
arresto mayor. Al recluso trabajador se abonará, para el cumplimiento de la pena
impuesta, previa aprobación del Juez de Vigilancia, un día por cada dos de trabajo, y
el tiempo así redimido se le contará también para la concesión de la libertad condi-
cional. El mismo beneficio se aplicará, a efectos de liquidación de su condena, a los
reclusos que hayan estado privados provisionalmente de libertad. No podrán redimir
pena por el trabajo: 1.º Quienes quebranten la condena o intentaren quebrantarla,
aunque no lograsen su propósito. 2.º Los que reiteradamente observen mala conduc-
ta durante el cumplimiento de la condena.”
8
En este sentido se pronuncia Díez Ripollés, 2006: 5, 18, quien señala que
como efecto de la entrada en vigor del CP 1995 se produjo un “marcado descenso
de la imposición de penas cortas de prisión y de multa, simultáneo al todavía más
pronunciado ascenso de las penas medias y largas de prisión”; abundando en que
“lo esperado de un nuevo código que pretendiera promocionar las alternativas a la
prisión continuada hubiera sido que crecieran significativamente las penas de multa
y otras penas no privativas de libertad, y que los arrestos discontinuos descendieran
limitadamente, dado que éstos debían sustituir parcialmente a las penas continuadas
de arresto mayor. Simultáneamente las penas de prisión larga y media deberían redu-
cir marcadamente su presencia. Pero ha sucedido justo lo contrario”.
9
Díez Ripollés, 2006: 9, 12, 13, opina que las reformas de 2003 inciden de
forma masiva en el sistema de penas diseñado en el Código de 1995, y “ha dado lugar
a un inusitado endurecimiento del sistema de penas en nuestro Código, el cual ha
repercutido en casi todos sus componentes. Con todo, el redoblado empleo de la
pena de prisión ha tenido el mayor protagonismo”. De la evaluación de las reformas
de 2003, concluye sosteniendo que “todo ello da lugar a un sistema de penas fuerte-
mente orientado hacia un uso intensivo de la prisión en todas sus variantes, que es
compatible con un reforzado empleo de penas restrictivas de libertad y privativas de
derechos que se limitan en gran medida a acompañar a las penas de prisión. Brilla
por su ausencia una voluntad político criminal dirigida a ofrecer una alternativa a las
penas privativas de libertad”.
10
Artículo 76.1. c) y d) conforme a la LO 7/2003, de 30 de junio.
11
Artículo 74.1. conforme a la LO 15/2003, de 25 de noviembre.
12
De medidas concretas en materia de seguridad ciudadana, violencia domésti-
ca e integración social de extranjeros.
13
Art. 66.1. 4.ª y 5.ª conforme a la LO 11/2003, de 29 de septiembre.
14
Art. 36.1, conforme a la LO 15/2003, de 25 de noviembre. La explicación
que se da en la Exposición de Motivos de la Ley para incorporar la modificación es la
de que permitirá cumplir la función de prevención general adecuada respecto de los
delitos de escasa importancia.
15
Art. 33.3. a), conforme a la LO 15/2003, de 25 de noviembre. El objetivo
explicitado es el de conseguir una regulación armonizada con la distribución de com-
petencias entre el Juzgado de lo Penal y la Audiencia Provincial.
16
Así se expresa en la Exposición de Motivos de la Ley.
17
Todos los artículos del CP citados en el párrafo fueron modificados por la
LO 15/2003, de 25 de noviembre.
18
Así sucede en los arts. 617, 618.1, 623, 625, 626, 629, 630, 633, 635 y 637, con-
forme a la redacción dada por la LO 15/2003, de 25 de noviembre.
19
Arts. 80, 81 y 87 CP conforme a la redacción dada por la LO 15/2003, de 25
de noviembre.
20
Art. 88 CP conforme a la redacción dada por la LO 15/2003, de 25 de
noviembre.
21
Arts. 88 párrafos 1 y 3 CP en la redacción dada por la LO 5/2010, de 22 de
junio.
22
Art. 36.2 conforme a la LO 7/2003, de 30 de junio. Aunque se otorga
cierta flexibilidad en su aplicación, dado que el precepto permite que “el Juez de
Vigilancia, previo pronóstico individualizado y favorable de reinserción social y valo-
rando, en su caso, las circunstancias personales del reo y la evolución del tratamiento
reeducador, cuando no se trate de delitos de terrorismo de la sección segunda del
Capítulo V del Título XXII del Libro II de este Código o cometidos en el seno de
organizaciones criminales, podrá acordar razonadamente, oídos el Ministerio Fiscal,
Instituciones Penitenciarias y las demás partes, la aplicación del régimen general de
cumplimiento”.
23
“Considerando a tales efectos la conducta efectivamente observada en orden
a restituir lo sustraído, reparar el daño e indemnizar los perjuicios materiales y mo-
rales: las condiciones personales y patrimoniales del culpable, a efectos de valorar su
capacidad real, presente y futura para satisfacer la responsabilidad civil que le corres-
pondiera; las garantías que permitan asegurar la satisfacción futura; la estimación del
enriquecimiento que el culpable hubiera obtenido por la comisión del delito y, en su
caso, el daño o entorpecimiento producido al servicio público, así como la naturaleza
de los daños y perjuicios causados por el delito, el número de perjudicados y su con-
dición”: párrafo 2 del inciso 5 del art. 72 LOGP conforme a la LO 7/2003, de 30 de
junio.
24
Esta colaboración activa debe darse “bien para impedir la producción de
otros delitos por parte de la banda armada, organización o grupo terrorista, bien para
atenuar los efectos de su delito, bien para la identificación, captura y procesamiento
de responsables de delitos terroristas, para obtener pruebas o para impedir la actua-
ción o el desarrollo de las organizaciones o asociaciones a las que haya pertenecido
o con las que haya colaborado, lo que podrá acreditarse mediante una declaración
expresa de repudio de sus actividades delictivas y de abandono de la violencia y una
petición expresa de perdón a las víctimas de su delito, así como por los informes
técnicos que acrediten que el preso está realmente desvinculado de la organización
terrorista y del entorno y actividades de asociaciones y colectivos ilegales que la ro-
dean y su colaboración con las autoridades”: último párrafo del inciso 6 del art. 72 de
la LOGP conforme a la LO 7/2003, de 30 de junio.
25
Art. 78.2 conforme a la LO 7/2003, de 30 de junio. Los supuestos a los que
hace referencia son los siguientes: a) el límite máximo de 25 años, cuando el sujeto
haya sido condenado por dos o más delitos y alguno de ellos esté castigado por la ley
con pena de prisión superior a 20 años; b) el límite máximo de 30 años, cuando el
sujeto haya sido condenado por dos o más delitos y alguno de ellos esté castigado por
la ley con pena de prisión superior a 20 años; c) el límite máximo de 40 años, cuando
el sujeto haya sido condenado por dos o más delitos y, al menos, dos de ellos estén cas-
tigados por la ley con pena de prisión superior a 20 años; d) el límite máximo de 40
años cuando el sujeto haya sido condenado por dos o más delitos de terrorismo de la
Sección Segunda del Capítulo V del Título XXII del Libro II de este Código y alguno
de ellos esté castigado por la ley con pena de prisión superior a 20 años.
26
Art. 78.3 conforme a la LO 7/2003, de 30 de junio.
27
El art. 67 de la LOGP dispone: “Concluido el tratamiento o próxima la liber-
tad del interno, se emitirá un informe pronóstico final, en el que se manifestarán los
resultados conseguidos por el tratamiento y un juicio de probabilidad sobre el com-
portamiento futuro del sujeto en libertad, que, en su caso, se tendrá en cuenta en el
expediente para la libertad condicional.”
28
La colaboración debe consistir, bien para impedir la producción de otros
delitos por parte de la banda armada, organización o grupo terrorista, bien para ate-
nuar los efectos de su delito, bien para la identificación, captura y procesamiento de
responsables de delitos terroristas, para obtener pruebas o para impedir la actuación
o el desarrollo de las organizaciones o asociaciones a las que haya pertenecido o con
las que haya colaborado, lo que podrá acreditarse mediante una declaración expresa
de repudio de sus actividades delictivas y de abandono de la violencia y una petición
expresa de perdón a las víctimas de su delito, así como por los informes técnicos que
acrediten que el preso está realmente desvinculado de la organización terrorista y del
entorno y actividades de asociaciones y colectivos ilegales que la rodean y su colabora-
ción con las autoridades. Además, a esta categoría de condenados se les excluye de la
posibilidad de obtener la libertad condicional habiendo cumplido las 2/3 partes de
la condena.
29
Art. 93. 2 y 3 CP conforme a la LO 7/2003, de 30 de junio.
30
Art. 147.1, segundo párrafo, conforme a la redacción dada por la LO
11/2003, de 29 de septiembre.
31
Arts. 234 segundo párrafo y 244 segundo párrafo conforme a la redacción
dada por la LO 11/2003, de 29 de septiembre.
32
Arts. 171. 4, 5 y 6 y 172.2 del CP conforme a la LO 1/2004, de 28 de
diciembre.
33
Art. 148 del CP conforme a la LO 1/2004, de 28 de diciembre.
34
Conforme a la LO 15/2003, de 25 de noviembre.
35
Conforme a la LO 15/2003, de 25 de noviembre.
36
Conforme a la LO 15/2003, de 25 de noviembre.
37
Art. 383 CP conforme a la redacción da por la LO 15/2007, de 30 de
noviembre.
38
Art. 368 CP conforme a la redacción dada por la LO 5/2010, de 22 de junio.
39
Conforme a la LO 15/2003, de 25 de noviembre.
40
Conforme a la LO 4/2005, de 10 de octubre.
41
Todos ellos conforme a la redacción dada por la LO 5/2010, de 22 de junio.
42
Conforme a la redacción dada por la LO 7/2012, de 27 de diciembre.
43
Art. 370 conforme a la redacción dada por la LO 15/2003, de 25 de
noviembre.
44
Todos ellos conforme a la redacción dada por la LO 5/2010, de 22 de junio.
45
Art. 318 bis conforme a la LO 11/2003, de 29 de septiembre. Con posterio-
ridad, mediante LO 5/2010 se tipifica de forma separada la trata de seres humanos
de la conducta de tráfico ilegal. La primera pasa al art. 177 bis del CP, donde el tipo
básico se castiga con una pena de prisión de 5 a 8 años.
46
Todos ellos conforme a la redacción dada por la LO 5/2010, de 22 de junio.
47
Conforme a la LO 15/2007, de 30 de noviembre, por la que se modifica la
LO 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal en materia de seguridad vial.
Así, en el delito de malos tratos del art. 153 del CP el Juez po-
drá imponer la pena inferior en grado en atención a las circunstan-
cias del autor y las concurrentes en la realización del hecho, e igual
posibilidad se prevé para las amenazas leves previstas en el art. 171
del CP y para las coacciones leves del art. 172.2 del CP52; en los su-
puestos de tráfico de drogas previstos en los arts. 368 a 372 del CP
se faculta a disminuir en uno o dos grados la pena a quienes siendo
48
Art. 145 CP conforme a la redacción dada por la LO 2/2010, de 3 de marzo,
de salud sexual y reproductiva.
49
Art. 270.1, segundo párrafo CP, conforme a la redacción dada por la LO
5/2010, de 22 de junio.
50
Art. 299 CP conforme a la LO 15/2003, de 25 de noviembre.
51
Arts. 245.1, 422 y 439 CP conforme a la redacción dada por la LO 5/2010, de
22 de junio.
52
Conforme a la redacción dada por la LO 1/2004, de 28 de diciembre.
53
Art. 376 segundo párrafo, conforme a la redacción dada por la LO 15/2003,
de 25 de noviembre.
54
Arts. 368 segundo párrafo y 385 ter conforme a la redacción dada por la LO
5/2010, de 22 de junio.
55
Art. 286 bis conforme a la redacción dada por la LO 5/2010, de 22 de junio.
56
Conforme a lo dispuesto por la LO 7/2012, de 27 de diciembre.
57
Así, sin pretensiones de exhaustividad: la fecundación de óvulos con fines
distintos a la procreación y la creación de seres humanos idénticos por clonación (art.
158. 2 y 3) prevé la pena de prisión de 1 a 5 años; la posesión de material pornográfi-
co en el que se hubiere utilizado a menores (art. 189.2) prevé la pena de prisión de 3
meses a un año; la facilitación del acceso a un servicio de radiodifusión, etc. (art. 286)
prevé la pena de prisión de 6 meses a 2 años; el maltrato de animales (art. 337) prevé
la pena de prisión de 3 meses a un año (todos estos preceptos fueron incorporados
por la LO 15/2003). Los nuevos tipos relacionados con el control de explosivos (art.
348.2 y 4, conforme a la LO 4/2005, de 10 de octubre), prevén las penas de prisión de
6 meses a 3 años y de 6 meses a 1 año, respectivamente. El delito relacionado con el
dopaje en el deporte previsto en el art. 361 bis introducido por la LO 7/2006, de 21
de noviembre, prevé la pena de prisión de 6 meses a 2 años. La conducción de vehí-
culos a motor o ciclomotor prevista en el art. 379.1, conforme a la LO 15/2007, de 30
de noviembre, esta vez de forma alternativa, pero también prevé la pena de prisión de
3 a 6 meses. El tráfico ilegal de órganos o su trasplante (art. 156 bis) prevé las penas
de prisión de 6 a 12 años o de 3 a 6 años, según se trate de un órgano principal o no
principal; La realización de actos hostiles o humillantes en el ámbito de una relación
laboral (art. 173.1 último párrafo) prevé la pena de prisión de 6 meses a 2 años; el
contacto con un menor a través de las nuevas tecnologías para concertar encuentros
con el fin de cometer determinados delitos (art. 183 bis) prevé de forma alternativa la
pena de prisión de 1 a 3 años; la captación o utilización de menores o incapaces con
fines o en espectáculos exhibicionistas o pornográficos (art. 189.1. a) prevé la pena
de prisión de 1 a 5 años; el acceso sin autorización y vulnerando medidas de seguri-
dad a dato o programas informáticos (art. 197.3) prevé la pena de 6 meses a 2 años
de prisión; la estafa de inversores (art. 282 bis) prevé la pena de prisión de 1 a 4 años;
la difusión de noticias o rumores sobre empresas con determinados objetivos (art.
284.2º) prevé la pena de prisión de 6 meses a 2 años; la corrupción entre particulares
(art. 286 bis) prevé la pena de prisión de 6 meses a 4 años (todos estos preceptos con-
forme a la LO 5/2010, de 22 de junio).
58
En este sentido, Díez Ripollés, 2006: 22 s.
59
Díez Ripollés, 2006: 22 s., da cuenta de que tras un incremento fuerte y sos-
tenido de la criminalidad a lo largo de los años 80 y una cierta estabilización hasta me-
diados de los noventa del siglo pasado, se inicia, a partir de ese momento, un pausado
incremento que se ha visto algo frenado a partir de año 2002. Según los datos apor-
tados por el Ministerio del Interior, la tasa anual de delitos y faltas por cada mil habi-
tantes en el año 2000 fue de 45,9; en 2001 de 50,0; en 2002 de 52.1, en 2003, de 49,4;
en 2004 de 48,9; en 2005 de 49,6; en 2006, de 47,8; en 2007 de 47,5; en 2008 de 47,6;
en 2009 de 45.8 y en el año 2010 de 45, 1 (los balances publicados de los años 2011 y
2012 ya no aportan comparativas). V. www.interior.gob.es/file/11/11180/11180.pdf,
gráfico 2.
60
Díez Ripollés, 2006: 22. El número de personas encarceladas entre los años
1996 y 2006 subió un 43%, así de una población reclusa en el año 1996 de 44.312
internos que se mantiene relativamente estable aunque con ligeros incrementos has-
ta el año 2000, en que ya asciende a 45.309, en el año 2001 es de 46. 594, en 2002
de 50.109, en 2003 de 54.465, en 2004 de 58.655, en 2005 de 60.707 y en 2006 de
46.594 internos (V. Cid Moliné: 2008: 3). En el año 2007 la población carcelaria
aumenta a 67.100 internos, en 2008 a 73.558, en 2009 a 76.079 y comienza a dismi-
nuir en el año 2010 en que la población reclusa alcanza a 73.929 internos, en 2011
a 70.472 y en 2012 a 68.595 (datos correspondientes al mes de diciembre de cada
año. Fuente: Ministerio del Interior. http://institucionpenitenciaria.es/web/portal/
documentos/).
61
En el pacto antiterrorista, denominado “Acuerdo por las libertades y contra
el terrorismo”, firmado por el Partido Popular y el Partido Socialista el 8 de diciembre
de 2000, expresamente se señala que “Nuestro sistema penal ofrece una respuesta
jurídica adecuada para reprimir esos delitos. No obstante, si nuevas formas delictivas
o actitudes y comportamientos que constituyan objetivamente colaboración o incita-
ción al terrorismo exigiesen reformas legales, nos comprometemos a impulsarlas en
64
Así, García Arán/Peres-Neto: 2008: 154 ss., que han estudiado la relevan-
cia de los discursos mediáticos en la adopción de decisiones legislativas, centrándose
en las reformas operadas en el año 2003, concluyen que los medios de comunicación
influyeron activamente en la construcción y legitimación de las reformas penales lle-
vadas a cabo a lo largo del año 2003 (a excepción de la LO 20/2003, posteriormente
derogada). Consideran que la prensa no fue el único factor activo en el proceso re-
formador pero entienden que la transferencia de relevancia de los temas y discursos
de la agenda de los medios hacia la agenda pública y, consecuentemente, a la agenda
política (agenda-setting) pone de manifiesto la centralidad de los medios de comu-
nicación en los procesos políticos contemporáneos. Afirman, además, que la utili-
zación apresurada del mensaje político de las reformas penales representa un claro
retroceso para la racionalidad legislativa, una vez que los profesionales de la política
encuentran únicamente en las modificaciones del Código Penal la mejor o exclusiva
solución para solventar los problemas de orden social; se busca ofrecer respuestas
inmediatas a los discursos en circulación en la agenda de los medios, dando fe de la
voluntad de acción de los representantes políticos. V., también Varona Gómez, 2011:
1-27, donde analiza las técnicas concretas a través de las cuales los medios de comuni-
cación consiguen tener una incidencia directa en la evolución de la política criminal
española, y cómo la tematización de determinado tipo de delincuencia conduce fre-
cuentemente a un endurecimiento de las leyes penales, y cómo la narrativa simplista y
emotiva que se utiliza junto con la construcción de una determinada tipología de de-
lincuente, y la imagen de una justicia benévola e ineficaz, ha conllevado la dispersión
de una serie de mitos que favorecen una determinada línea político-criminal. Señala,
además, que el gobernante no debería olvidar que la política criminal de un país no
debiera descansar sobre determinada “opinión publicada”, sino en todo caso, basarse
en una auténtica opinión pública informada. También Pozuelo Pérez: 2013: 23 ss.,
analiza cómo se estructura la relación entre medios de comunicación, operadores
políticos y la opinión pública centrándose entre los años 2000 y 2003, estudia también
cómo se construyó un discurso político en relación con niveles supuestamente alar-
mantes de criminalidad, y la reacción social a ese fenómeno, que se tradujo en una
sensación de inseguridad ante el delito y en demanda de intervención por parte de
las instituciones.
65
V. Varona Gómez, 2009: 15, que, al comparar la delincuencia, la preocu-
pación por el delito y la atención mediática prestada a la delincuencia en el período
2001-2007, muestra que el nivel de homicidios y de delitos violentos en el período
analizado permanece estable, sólo aparecen escasas fluctuaciones, pero el importan-
te nivel de noticias sobre la delincuencia que aparece entre los años 2001-2003, es
paralelo al aumento de la percepción de inseguridad ciudadana.
66
Paredes Castañón, 2006: 130 ss., considera que es imprescindible asumir
que el tópico de la seguridad se ha introducido en el discurso político-criminal para
quedarse, y realiza una propuesta de racionalización del debate político-criminal
acerca de la seguridad. Pero considera necesario en primer lugar aclarar a qué se
hace referencia cuando se habla de seguridad y distingue, en primer lugar, entre la
72
Sin duda, estas modificaciones merecen una valoración positiva y dan res-
puesta a largas reivindicaciones de diversos grupos y organizaciones, que daban cuen-
ta de la desproporción de las penas previstas para estos hechos delictivos. La presión
de colectivos ciudadanos ha sido decisiva para la reforma de los arts. 270 y 274 CP que
permite evitar el encarcelamiento de los denominados “manteros”. Y muy relevante
a efectos prácticos será la reforma relacionada con el delito de tráfico de drogas que
causen grave daño a la salud, al pasar ahora el marco penal a ser de 3 a 6 años, junto a
la creación de un tipo privilegiado. Como señala Varona Gómez, 2011: 175, aunque
no pueda decirse que con la reforma de 2010 el legislador quiera invertir la preocu-
pante tendencia ascendente de la población reclusa en nuestro país, la reforma rela-
cionada con las drogas ilegales supone un importante contrapunto.
73
En este sentido, Corcoy Bidasolo, 2006: 388, señala que la excepción al
endurecimiento de las penas se corresponde con tendencias “encubiertas” que atien-
den a criterios político-criminales distintos según la modalidad del delito. Queralt
Jiménez, 2009: 1566, caracteriza esta modificación como “rarezas que llaman la aten-
ción y que van en la línea de aliviar la presión penal sobre determinados delitos”.
74
Corcoy Bidasolo, 2006: 389, señala que su fracaso, aun cuando en parte se
pueda achacar a la falta de medios, en gran medida es debido a las modalidades delic-
tivas para la que estaba prevista. Al tratarse de delitos que, en general, son cometidos
por población marginal, su incumplimiento ha sido de hasta un 90%, comprobán-
dose a posteriori que su ejecución correcta no era posible por requerir la voluntad del
penado para cumplir la pena. Considera que por el contrario, y a priori, es una pena
que podría ser especialmente eficaz frente a personas “socializadas”, entendiendo
por tales aquellas que gozan de educación, poder o capacidad económica.
75
V. los delitos a los que afecta y las escalas previstas en 1. d).
76
Uno de los principios en los que se basó el CP de 1995 fue el de la eliminación
de las penas cortas privativas de libertad, en la medida en que parecía existir un con-
senso en el hecho de que el cumplimiento de las mismas contribuía a la desocialización
de los condenados. Aunque también existen argumentos a favor de estas. Así, Corcoy
Bidasolo, 2006: 395 s., afirma que pueden ser adecuadas frente a determinados deli-
tos, por ser la única que puede ser intimidatoria sin que, a pesar de que con carácter
general se afirma que es desocializadora, lo sea en esos casos. “Así para la delincuencia
económica, fiscal, medioambiental…, la pena de prisión aun cuando sea corta, siempre
que sea de cumplimiento, tendrá efectos de prevención general negativa, sin que sea
previsible que la entrada en la cárcel tenga efectos desocializadores”. Aunque reconoce
que el problema es que con la práctica generalizada de la suspensión de la condena de
forma automática, las penas de tres a seis meses, como también todas las inferiores a
dos años, serán penas simbólicas, es decir, de no cumplimiento.
77
V. delitos a los que afecta y las escalas previstas en 1. g.3.
78
El art. 14.3 y 4 de la LECr ya asignaba el conocimiento y fallo de las causas con
penas de una duración no superior a 5 años a los Juzgados de lo Penal y el conocimiento y
fallo de las causas con penas superiores a 5 años a la AP. Señala Queralt Giménez, 2009:
pero sí, aunque haya sido de forma involuntaria, parece cumplir al-
guna función, la de trivializar la gravedad de la pena de prisión. Dos
años más o menos de encierro no parecen tener mayor importancia,
en la medida en que sólo se emplea un argumento formal para que
la pena menos grave pueda elevarse en más de la mitad de su cuantía
total. Sin duda, tal trivialización se encuentra a tono o en coherencia
con el restante incremento del rigor punitivo de estas reformas.
El aumento del máximo de pena en caso de concurso de delitos,
de 30 a 40 años, como ya ha sido señalado por un importante grupo
de autores, puede tener un efecto más severo que la prisión perpetua
que se aplica en países de nuestro entorno, en los que las obligacio-
nes de revisión para posibilitar la libertad en estos países es sensible-
mente inferior a nuestros límites máximos de cumplimiento; y, ade-
más, supera ciertos límites constitucionalmente establecidos, como
la orientación de las penas a la reinserción social del delincuente y la
prohibición de tratos inhumanos79.
Por otra parte, y sin seleccionar ya las infracciones por su grave-
dad, se incrementa la severidad para la reiteración delictiva de diver-
sas formas: con la posibilidad de denegar la suspensión de la pena
cuando “existan otros procedimientos penales”, con la posibilidad de
aplicar la pena superior en grado en caso de más dos agravantes y nin-
guna atenuante y en los supuestos de multirreincidencia. Además, la
reiteración de la falta de lesiones, de hurto y de sustracción de vehí-
culo de motor o ciclomotor en un año, pasa a castigarse con la pena
prevista para el delito. Todas estas medias aumentan, sin duda, la po-
sibilidad de que condenados por delitos leves y menos graves deban
cumplir la pena de prisión a que sean condenados sin contar con la
posibilidad de que le sea aplicado un sustitutivo penal80.
1566, que por la misma regla de tres podría haberse modificado la atribución de los jue-
ces de lo penal y hubiera sido lo más conveniente por dos razones: porque nunca debe
primar lo procesal u organizativo sobre lo sustantivo, y porque se priva a los operadores
de conocer la opinión del TS sobre delitos esenciales, muy singularmente los patrimonia-
les y muchos de funcionarios. Ello se debe a que conforme al art. 847 de la LECr sólo se
puede interponer recurso de casación contra las sentencias dictadas por la Sala de lo Civil
y Penal de los Tribunales Superiores de Justicia en única o en segunda instancia; y contra
las sentencias dictadas por las Audiencias en juicio oral y única instancia.
79
V., en este sentido, por muchos, Cuerda Riezu, 2011: 38 ss., 60 ss.; Muñoz
Conde, 2013: 451 ss.
80
Rebollo Vargas, 2011: 575 ss., señala que en el ámbito de la pequeña de-
lincuencia patrimonial, la conversión de (antes 4 y ahora 3) faltas de hurto en deli-
to, es una adopción político-criminal puramente simbólica, porque más allá de los
problemas interpretativos que genera el precepto (y que analiza en el trabajo), el
verdadero obstáculo para la eficacia práctica de la construcción del delito de hurto
por la reiteración de tres faltas es de índole procesal, porque la ausencia de registros
unificados para conocer los juicios de faltas que se incoan hace absolutamente impo-
sible la incoación de procedimientos por delitos de hurto como consecuencia de la
reiteración de faltas.
81
Si atendemos a que la exigencia de hacer efectiva la responsabilidad civil
derivada del delito para poder acceder al tercer grado de tratamiento y a la libertad
condicional afecta a todos los que hayan sido condenados a ella.
82
A partir de la reforma incorporada por la LO 5/2010, de 22 de junio resulta
obligado el cumplimiento del período de seguridad para aquellos internos condena-
dos por delitos de terrorismo, o cometidos en el seno de una organización criminal,
delitos del art. 183 del CP y delitos relativos a la prostitución y a la corrupción de
menores cuando la víctima sea menor de 13 años. En los restantes delitos, el Juez o
Tribunal podrá ordenar que se cumpla el período de seguridad (parece que al dictar
sentencia condenatoria). Y ya durante el cumplimiento, el Juez de Vigilancia, valo-
rando la evolución del interno y oídas las partes e Instituciones Penitenciarias, podrá
ordenar la aplicación del régimen general de cumplimiento.
ciones criminales, lo generan las previsiones del art. 78 del CP, en las
que el cómputo para la obtención de los beneficios penitenciarios,
los permisos de salida, el tercer grado de tratamiento y libertad con-
dicional ya no se efectúan sobre sobre el máximo de cumplimiento
previsto, sino sobre la suma total de las penas impuestas, lo que se-
guramente llevará en la casi totalidad de los casos (en que estas pre-
visiones sean de aplicación) a que se cumpla la totalidad de la pena
en el establecimiento carcelario, y si bien existe la posibilidad de que
el Juez de Vigilancia acuerde que el interno pase al régimen general
de cumplimiento, si se trata de delitos de terrorismo, el tercer grado
no se podrá obtener hasta el cumplimiento de la quinta parte de la
condena y la libertad condicional hasta el cumplimiento de la octava
parte de la misma (un condenado a cumplir 40 años de prisión por
delitos de terrorismo en la mejor de las situaciones podrá acceder al
tercer grado luego de haber cumplido 32 años de prisión y obtener la
libertad condicional a los 35 años).
Entre los efectos que han producido las reformas reseñadas se en-
cuentra el incremento de la población carcelaria, más allá del que
ya se venía produciendo con anterioridad a la aplicación de estas re-
formas, atribuyéndose este incremento, principalmente, a la intro-
ducción del CP de 1995 y sus reformas, y a la duración de las penas y
no a un mayor número de ingresos en prisión83. Este mayor tiempo
de estancia en prisión puede atribuirse también a dos factores, al au-
mento de la duración media de las condenas y a la disminución de la
concesión de libertades condicionales84.
83
Díez Ripollés, 2006: 18 ss.; Cid Moliné, 2008: 6. Aunque González
Sánchez, 2011: 18, señala que la mayoría de los estudios realizados sobre el incre-
mento de la población carcelaria en España recurren sistemáticamente a las mismas
preguntas, tales como si ha aumentado la delincuencia, si ha cambiado la legislación
y el sentido en que lo ha hecho, qué delitos han visto aumentadas sus penas, qué su-
puestos permiten la suspensión de la condena, si existen medidas que favorezcan la
libertad condicional y si los jueces las aplican, y de esta manera obtienen las mismas
respuestas. Y si bien considera que esta información es útil y valiosa, queda restringida
al funcionamiento del sistema penal, pero (casi) nada se dice sobre su relación con el
resto de esferas de lo social. No se explica el origen de esa situación en el campo pe-
nal y tal vez porque su origen se encuentre fuera, o en la interacción del campo penal
con otros, como el político, el económico o el cultural. Propone entonces reorientar
las preguntas de investigación y considera que entre las nuevas preguntas, tal vez la
más importante sea la de ¿por qué está pasando?
84
Larrauri Pijoan, 2009: 5 ss.; Tébar Vilches, 2006: 288, señala que en el
período 1997-2004 la media de obtención de libertad condicional por parte de los
penados es del 23%. Cid Moliné, 2008: 21, da cuenta de que sólo accede a la libertad
condicional la cuarta parte de la población reclusa.
85
V. por muchos, Pozuelo Pérez, 2013: 147-157.
86
La justificación que se aporta al introducir la enmienda es la siguiente: “se
trata de explicitar las reglas de aplicación de los preceptos que se modifican de acuer-
do con las reglas generales del Código Penal”: BOCG, Congreso de Diputados, Serie
A núm. 129-7, 45.
87
La Disposición Final Segunda del Anteproyecto disponía: “La presente Ley
Orgánica entrará en vigor el día siguiente de su publicación”.
88
La Comisión de Estudios e Informes del CGPJ, en su sesión de 16 de enero
de 2003 designó ponentes del preceptivo informe a los Vocales D. Adolfo Prego de
Oliver y Tolivar y D. Luis Aguiar de Luque. El informe fue aprobado por mayoría del
Pleno del CGPJ, en su sesión de 4 de febrero de 2003.
89
Punto 7 del informe aprobado por la mayoría del CGPJ.
90
En el ámbito de la ejecución, a la exigencia de legalidad le asigna el sentido
de que “no podrá ejecutarse pena ni medida de seguridad sino en virtud de sentencia
firme dictada por el Juez o Tribunal competente, de acuerdo con las leyes procesales”
(art. 3.1 CP); el de garantía de ejecución expresada en el art. 3.2 CP cuando dispone
que “tampoco podrá ejecutarse pena ni medida de seguridad en otra forma que la
prescrita por la ley y reglamentos que la desarrollan, ni con otras circunstancias o
accidentes que los expresados en su texto”, y el de que el cumplimiento de la pena de
prisión debe ajustarse a los dispuesto en las leyes y en el propio CP (art. 36). Todo ello
porque en ninguno de estos casos el legislador efectúa la salvedad de que la ley regu-
ladora sea la vigente al tiempo del comienzo de la ejecución de la pena, de ser así, el
legislador hubiera dispuesto que “no podrá ejecutarse pena alguna sino en virtud de
la legislación vigente en el momento del dictado de la ejecutoria”, confundiendo la
garantía jurisdiccional que se expresa en el art. 3.1 CP con el alcance de la prohibi-
ción de retroactividad en este ámbito.
91
En efecto, la STC 126/1987, de 16 de julio resuelve una cuestión de in-
constitucionalidad planteada por diversas Salas de lo Contencioso-Administrativo
de Audiencias Territoriales contra la Disposición Adicional sexta, tres, de la Ley
5/1983, de 29-6-1983, sobre Medidas Urgentes en materia Presupuestaria, Financiera
y Tributaria, en cuanto crea para 1983 un gravamen complementario a la Tasa de
Juego sobre Máquinas de Azar, por entender que dicha Disposición pudiera infrin-
gir los arts. 134.7, 9.3 y 14 en relación con el art. 33.3 CE. El Tribunal, en el FJ 11
afirma: “…el principio de seguridad jurídica, consagrado en el art. 9.3 de la Norma
Fundamental, no puede entenderse como un derecho de los ciudadanos al manteni-
miento de un determinado régimen fiscal. En este contexto, el grado de retroactividad de
la norma cuestionada, así como las circunstancias específicas que concurran en cada caso, se
convierten en elemento clave en el enjuiciamiento de su presunta inconstitucionalidad. Y a estos
efectos resulta relevante la distinción entre aquellas disposiciones legales que con
posterioridad pretende anudar efectos a situaciones de hecho producidas o desarro-
lladas con anterioridad a la propia ley y las que pretenden incidir sobre situaciones
o relaciones jurídicas actuales aún no concluidas. En el primer supuesto –retroactivi-
dad auténtica–, la prohibición de retroactividad operaría plenamente y sólo exigen-
cias cualificadas del bien común podrían imponerse excepcionalmente a tal princi-
pio; en el segundo –retroactividad impropia–, la licitud o ilicitud de la disposición
resultaría de una ponderación de bienes llevada a cabo teniendo en cuenta, de una
parte, la seguridad jurídica y, de otra, los diversos imperativos que pueden conducir
a una modificación del ordenamiento jurídico-tributario, así como las consecuencias
concretas que concurren en el caso …” (cursiva añadida). En los siguientes FFJJ el
Tribunal analiza el alcance de la retroactividad de la Disposición adicional cuestio-
nada, llegando a la conclusión de que se trata de un supuesto de retroactividad de
grado medio, o de retroactividad impropia, circunstancia que obliga a ponderar los
bienes constitucionales en juego: la finalidad de la norma y las circunstancias especí-
ficas que concurren en el caso que detalla, efectuando la ponderación, para concluir
que no resulta fundada la pretendida inconstitucionalidad. La segunda sentencia
citada (núm. 227/1988, de 29 de noviembre) aborda un conjunto de recursos de
inconstitucionalidad promovidos en relación con la Ley 29/1985, de 2 de agosto de
Aguas y conflictos de competencia planteados en relación con el RD849/1986, por
el que se aprueba el Reglamento del dominio público hidráulico en desarrollo de
la Ley de Aguas; la Orden de 23 de diciembre de 1986 del Mº de Obras Públicas y
Urbanismo, por la que se dictan normas complementarias sobre autorizaciones de
vertidos de aguas residuales y el RD 650/1987, de 8 de mayo, por el que se definen
92
El art. 25 CE prohíbe de manera tajante que a la fecha de comisión del delito
no se haya podido calcular las consecuencias penales de los actos, pero en ese cálculo
anticipado no entran las posibilidades de acortamiento de la condena en el futuro en
función de criterios de reinserción social. El ciudadano tiene derecho a saber si pue-
de ser castigado y, en su caso, en qué medida, pero el principio de legalidad no tiene
el sentido de decirle cuánto tiempo de pena impuesta será de cumplimiento efectivo
y cuánto tiempo podrá cumplir en régimen de semilibertad ya que es la ampliación
del ius puniendi lo que se trata de limitar con la prohibición de retroactividad.
93
La libertad condicional supone un modo de cumplimiento en libertad de la
pena de prisión, pero en modo alguno es un acortamiento de condena, por lo que no
afecta a la magnitud penal.
94
Como se trata de requisitos o medidas que limitan la discrecionalidad del
Juez de Vigilancia en la apreciación de la prognosis favorable de reinserción social
en orden a la clasificación del penado y el otorgamiento de la libertad condicional,
son requisitos que pueden ser exigidos de acuerdo con la normativa vigente, pues
el art. 90.1.3ª CP exige un pronóstico individualizado y favorable de reinserción so-
cial, sin que la norma actual concrete los criterios para que esa valoración sea posi-
ble. Entendida la norma como limitativa de la discrecionalidad judicial (aunque ella
obligue en la práctica a corregir determinadas interpretaciones judiciales), no puede
quebrantar expectativa alguna del penado, ni menos aún derecho adquirido alguno.
95
Me refiero al voto particular formulado por el Vocal del CGPJ D. Luis Aguiar
de Luque, al que adhirieron Dña. Montserrat Comas D’Argemir, Dña. Ángeles García
García, D. Javier Martínez Lázaro y D. Fernando Salinas Molina. D. Felix Pantoja
García y D. Alfonso López Tena que también presentaron cada uno un voto particu-
lar en relación a otros temas, en lo relativo a la irretroactividad de las normas conte-
nidas en el Anteproyecto, adhirieron en su integridad al voto efectuado por D. Luis
Aguiar Luque.
96
Analiza el ámbito de aplicación de los arts. 25.1 y 9.3 de la CE y el alcance de
la irretroactividad que de ellos se deriva y pone de manifiesto que las sentencias del
TC citadas en el informe de la mayoría, no resultan extrapolables; así, expresa que
“una conclusión parece clara de este breve repaso de alguno de los aspectos más señe-
ros de la jurisprudencia constitucional: en ningún caso los aspectos restrictivos que se
pueden detectar de aquélla son aplicables al caso que nos ocupa como pretende ar-
gumentar el informe de la mayoría. Los casos y sentencias reseñadas bien lo demues-
tran. Y es lógico que así sea. Las disposiciones del Anteproyecto que se analizan en
el presente informe, aunque evidentemente afecten a “derechos individuales” (más
aun, a posiciones subjetivas que derivan de derechos fundamentales constitucional-
mente consagrados) se sitúan dominantemente en el campo de las “disposiciones
sancionadoras”, debiendo contar además con el plus de irretroactividad que deriva
de ser normas penales a los efectos del artículo 25.1 CE en cuanto que directamente
atañen al estatuto de la libertad como derecho fundamental básico del Estado de
Derecho”.
97
V., entre otros, Pérez Luño, 1994: 129 ss.; Frigols i Brines, 2004: 194;
Suárez Collía, 2006:16.
55
98
En este sentido, Díaz Aznarte, 2002: 57; Frígols i Brines, 2004: 41 ss.
99
Suárez Collía, 2006: 11. A su vez, Pérez Luño, 1994: 123, define la retroac-
tividad como “la proyección del ámbito temporal de las normas a hechos o conductas
previas a su promulgación”.
100
El art. 2 del CC dispone: “1. Las leyes entrarán en vigor a los veinte días de
su completa publicación en el Boletín Oficial del Estado, si en ellas no se dispone
otra cosa./ 2. Las leyes sólo se derogan por otras posteriores. La derogación tendrá el
alcance que expresamente se disponga y se extenderá siempre a todo aquello que en
la ley nueva, sobre la misma materia, sea incompatible con la anterior. Por la simple
derogación de una ley no recobran vigencia las que ésta hubiere derogado./ 3. Las
leyes no tendrán efecto retroactivo si no dispusieren lo contrario.”
101
Así, Pérez Luño, 1994: 123 s., clasifica la retroactividad en auténtica (situa-
ciones pretéritas, a las que se conectan consecuencias jurídicas presentes, realizadas
por entero en el pasado) e impropia (situaciones iniciadas en el pasado que se pro-
longan hasta el presente).
102
Arcos Ramírez, 2000: 275; en igual sentido Suárez Collía, 2006: 124, quien
cita como ejemplo emblemático de este tipo de retroactividad, no admisible en nues-
tro ordenamiento, la Ley de 22 de septiembre de 1939 que derogó la Ley de Divorcio
de 2 de marzo de 1932, ordenando que se declararan nulas las sentencias firmes de
divorcio vincular dictadas hasta el momento. También un ejemplo claro de este tipo
de retroactividad es la Ley de 29 de febrero de 1939 de responsabilidades políticas.
103
Arcos Ramírez, 2000: 275; en igual sentido Suárez Collía, 2006: 124.
104
Frígols i Brines, 2004: 80 ss., 185 ss., aborda el concepto de retroactivi-
dad desde dos puntos de vista distintos. En primer lugar, desde la perspectiva de la
norma jurídica y, en segundo lugar y si desde el primero no es suficiente, desde la
teoría del sistema jurídico. Desde la primera perspectiva, si las normas poseen una
determinada orientación temporal entendida como prescripción, estarían orientadas
hacia el futuro; pero si se admite la doble función de la norma penal (prescriptiva y
valorativa) considera que las normas poseen ambos aspectos: uno prospectivo dirigi-
do hacia el futuro, y uno retrospectivo, dirigido al pasado. En la prospectiva la norma
se puede entender como una prescripción para que los ciudadanos se abstengan o
realicen una acción determinada, mientras que en la retrospectiva la norma se puede
entender como un baremo de medición de la adecuación de la conducta a la norma
y dicha norma se hallaría dirigida al Juez. Con lo cual, en principio, sería posible
la aplicación retroactiva de las normas jurídicas. Aunque considera que esta visión
a partir de la teoría “tradicional” de la norma jurídica adolece de imprecisiones e
insuficiencias, tales como el concepto de imperativo y sus consecuencias, tanto para
el Derecho penal como para la teoría general del Derecho. Entiende que la única
conclusión definitiva que puede trazarse a partir de la teoría de la norma es que las
que se aplican retroactivamente, en cuanto actúan como tales normas, sólo gozan
de uno de los dos aspectos que caracterizan a las normas de comportamiento: su
aspecto de pauta de valoración; con lo que esta afirmación no resulta suficiente para
trazar un concepto de retroactividad. Retoma, entonces, el análisis incidiendo sobre
la teoría del sistema jurídico, sobre todo en su aspecto dinámico, entendiendo que el
elemento fundamental parece hallarse en las relaciones entre la existencia y la aplica-
ción del derecho desde una perspectiva temporal. La existencia de las normas como
pertenencia a un sistema jurídico viene determinada, sobre todo, por elementos for-
males (promulgación, derogación), pero también por otra clase de elementos que
no son determinables con la misma precisión: por una lado, la validez, y por el otro
la interpretación, que permiten apuntar problemas distintos respecto de la existencia
de las normas jurídicas. En cuanto a la aplicabilidad, entiende que habría dos tipos
de aplicabilidad: la interna, que no es otra cosa que el contenido de la norma –tanto
los ámbitos personales, temporales y espaciales de aplicación como la solución, lo co-
nocido como ámbito material de aplicación–; y la externa, constituida por los meca-
105
Frigols i Brines, 2004: 179 ss.
106
Frigols i Brines, 2004: 206.
107
Así, por muchos, Luzón Peña, 2012: 85, afirma que “el principio general
que rige en las leyes penales, frente a la mayor laxitud en otros campos jurídicos, es
el de la total prohibición de retroactividad de las leyes que crean –o agravan, o sea,
crean más– responsabilidad penal”.
108
Aunque Cerezo Mir, 2004: 218, considera que las nociones de legalidad e irre-
troactividad son conceptualmente independientes, pero reconoce que queda incluida
en el principio de legalidad a partir de las declaraciones norteamericanas de derechos
(la de Filadelfia de 1774 y las de Virginia y Maryland de 1776) y en la declaración fran-
cesa de los derechos del hombre y del ciudadano de 26 de agosto de 1789.
109
Así, señala Roxin, 1997: 161, el mismo autor, 2006: 161 s., que “la prohibi-
ción de retroactividad goza de una permanente actualidad político jurídica por el
hecho de que todo legislador puede caer en la tentación de introducir o agravar a pos-
teriori las previsiones de pena bajo la impresión de hechos especialmente escandalo-
sos, para aplacar estados de alarma y excitación políticamente indeseables. Pues bien,
impedir que se produzcan tales leyes ad hoc, hechas a la medida del caso concreto y
que en su mayoría son también inadecuadas en su contenido como consecuencia de
las emociones del momento, es una exigencia irrenunciable del Estado de Derecho.”
3. FUNDAMENTOS DE LA PROHIBICIÓN DE
RETROACTIVIDAD
110
En este sentido, De Vicente martínez, 2004: 63 s.
111
Principio que se encuentra en crisis, por múltiples motivos, de ello dan cuen-
ta cantidad de trabajos. Algunas de las publicaciones recientes en nuestro país: Ruiz
Robledo, El derecho fundamental a la legalidad punitiva, 2003; De Vicente Martínez, El
principio de legalidad penal, 2004; Navarro Frías, Mandato de determinación y tipicidad pe-
nal, 2010; Montiel (ed.), La crisis del principio de legalidad en el nuevo Derecho penal: ¿deca-
dencia o evolución?, 2012. Tampoco puede dejar de mencionarse el discutido fenómeno
de la “crisis de la ley”, de esa ley que en su momento fue expresión de máximo poder
del Estado y que ha ido cediendo ante algunas normas superiores como las constitucio-
nes, otras inferiores como la potestad reglamentaria y, junto al legislador estatal, se han
ido situando legisladores internacionales, comunitarios, regionales y locales, circuns-
tancia que impacta en una crisis del poder legislativo, y que ha dado lugar al resurgi-
miento de una disciplina centrada en la legislación con el objeto de construir modelos
de legislación racional (V. por muchos, Becerra Muñoz, 2013: 31 ss.)
112
Los rudimentos de lo que hoy entendemos por principio de legalidad pare-
cen remontarse a tiempos antiguos (v. por ejemplo, Dedes, 2002: 141 ss., quien de-
fiende la tesis de que el principio se encuentra en el antiguo Derecho griego, aunque
no existe acuerdo entre quienes han estudiado la cuestión acerca de cómo valorar
estos antecedentes); pero para la mayor parte de la doctrina (V. Ruiz Robledo, 2003:
39 ss.) el origen proviene del pensamiento de la ilustración que, en el ámbito de la
teoría política se apoya en la idea del contrato social como fundamento de la comu-
nidad política. Ya en Hobbes la idea de contrato social aparece de forma reiterada
(tanto en El ciudadano, 1999, 22 ss., como en Leviatán, 2.ª, 1993, 141 ss.), más tarde
Rousseau (El contrato social, 8.ª, 1987) recoge el planteamiento contractualista, que
ha sido desde ese momento una constante que permite cuestionar por parte de la
burguesía (con un poder económico creciente pero político escaso) el poder de las
monarquías absolutas. Es en este momento en el que aparece claramente la idea de
que el juez debe estar sujeto a la ley, y de que la ley debe estar aprobada por un poder
que represente a los ciudadanos. En el ámbito penal Beccaria (De los delitos, 10ª,
1997, 31 ss.) considera que la existencia del contrato social hace posible el castigo, ya
que se renuncia a la autodefensa para constituir la comunidad política. Consecuencia
de ello, sólo las leyes pueden decretar las penas de los delitos y la autoridad para
crearlas debe residir únicamente en el legislador, que representa a toda la sociedad
unida por el contrato social. Ningún magistrado (que es parte de la sociedad) puede
con justicia decretar a su voluntad penas contra otro individuo de la misma sociedad.
Y como una pena más allá del límite señalado por las leyes contiene en sí la pena justa
más otra pena adicional, se sigue que ningún magistrado, bajo pretexto de celo o de
bien público, puede aumentar la pena establecida contra un ciudadano delincuente.
Para una evolución histórica del principio de legalidad, v. por muchos: Krey, 1983: 13
ss.; Lamarca Pérez, 1987: 43 ss.; además, una interesante mirada historiográfica del
pensamiento penal español en relación al principio de legalidad entre 1874 y 1944,
en: Martín, 2007: 503-609.
113
Tal y como entendemos el principio en su forma actual, pueden distinguir-
se cuatro puntos de partida distintos provenientes de su evolución (evolución que
ha ido incorporando luego de la idea de división de poderes –con la que arrebata
la potestad punitiva de manos del poder ejecutivo para confiarla al legislativo como
representación de la soberanía nacional– luego la idea de soberanía popular, y más
tarde legitimada a su vez por la elección democrática) aunque conexos en cuanto a
su fundamentación, en los que se puede distinguir una justificación jurídico-política
y una jurídico-penal, pudiéndose dividir ambas a su vez, en componentes de legitima-
ción distintos (v. Roxin, 1997: 144 ss., también en 2006: 146 ss.). Aunque la distinción
dentro del principio de legalidad de un fundamento político y otro jurídico –como
señala Navarro Frías, 2010: 24 s., puede ser matizada, atendiendo a que en realidad
podría considerarse errado, por ejemplo, entender el pensamiento de Feuerbach
como algo distinto a lo que pensaron los ilustrados franceses; la concepción del prin-
cipio de legalidad en este autor tiene sus raíces en esa concepción política y su obje-
tivo –además o más allá de sostener una concreta teoría de la pena– es acabar con la
arbitrariedad de los jueces y lograr leyes justas, por lo que también en este autor el
principio de legalidad puede considerarse un principio político.
114
La relevancia del origen político y la conexión del fundamento del principio
de legalidad con las garantías de libertad de los ciudadanos es ampliamente reconoci-
da por la doctrina penal. Por muchos: Arroyo zapatero, 1983: 20; Madrid Conesa,
1983: 36; lamarca Pérez, 1987: 72; García Rivas, 1992: 27; Cobo/Vives, 1999: 73
s.; Mir Puig, 2011: 105 s.; Luzón Peña, 1996: 131 s., también en 2012: 23 s.; Frigols
i Brines, 2004: 217, 236, resalta especialmente la necesidad de atender a la génesis
histórico-política de los principios penales, para mostrar su relatividad y abogar para
que sigan siendo protegidos desde la perspectiva de que no son intocables y deben
ser defendidos activamente. En su opinión, en la distinción de los ámbitos filosófico
y político por un lado, y jurídico por otro, suele camuflarse el verdadero objeto de
la discusión, mediante la apelación a los llamados “principios”, ya que a diferencia
de lo que se suele opinar, la Constitución supone un marco de inmensa amplitud
que ofrece pocas respuestas concretas y permite comprensiones muy diversas de las
garantías penales. Aunque en la discusión penal sobre garantías sea inevitable que se
combinen diferentes tipos de argumentos, sólo si se explicita sus dimensiones políti-
ca y filosófica se hace posible el debate propiamente jurídico.
115
En este sentido, v. Grünwald, 1964: 14 ss., Schreiber, 1976: 219;
Schünemann, 1978: 24 s.; Madrid Conesa, 1983: 6; Lamarca Pérez, 1987: 75 s.;
Jakobs, 1995: 80; Roxin, 1997: 144, también en 2006: 146; De Vicente Martínez,
2004: 29 s.; Frígols i Brines, 2004: 294; Navarro Frías, 2010: 39.
116
Feuerbach, 1847: § 20, ideó la formulación que sigue siendo usual hoy “nu-
lla poena sine lege” (que hoy se formula mayoritariamente como nullum crimen, nulla
poena sine lege, distinguiendo entre la conducta punible y la pena) y le añadió una fun-
damentación autónoma partiendo de la teoría de la pena en los siguientes términos:
si el fin de la conminación penal consiste en la intimidación de potenciales delin-
cuentes, la determinación psíquica que se pretende, sólo se puede lograr si antes del
hecho se fija en la ley del modo más exacto posible la acción prohibida, pues si falta
una ley previa, o ésta es poco clara, no se podrá producir el efecto intimidatorio, por-
que nadie sabrá si su conducta puede acarrear pena o no. Señala Roxin, 1997:145,
también en 2006: 147, que es frecuente considerar superada la teoría de la coacción
psicológica y por tanto también la fundamentación del principio de legalidad deriva-
da de ella, pero entiende que con eso se desconoce que, si se complementa la idea de
la intimidación con el “aspecto positivo” de prevención general, la fundamentación
del principio nullum crimen desde la teoría de la pena resulta más actual que nunca, ya
que si la conminación y la imposición de la pena también contribuyen sustancialmen-
te a estabilizar la fidelidad al Derecho por parte de la población y en muchos casos a
construir la predisposición a comportarse conforme a las normas, ello sólo es posible
si hay una clara fijación legal de la conducta punible; pues si no la hubiera, el Derecho
penal no podría conseguir el efecto de formación de las conciencias del que depende
el respeto a sus preceptos. Pero aunque no se sustente como función principal de
la pena la de estabilizar la fidelidad al Derecho, Luzón Peña, 1996: 81, también en
2012: 24, quién en ningún caso le otorga un fundamento directo, considera que “el
principio de legalidad también se puede derivar, indirectamente, del fundamento
funcional de la necesidad del Derecho penal para la prevención de delitos, que a su
vez implica el denominado principio de eficacia o idoneidad, pues el principio de
legalidad contribuye notablemente a la eficacia de la prevención general”.
117
Con escaso apoyo en Alemania, Sax, 1959: 998 ss., parte del fracaso del po-
sitivismo y de las ideas de la ilustración (considera que ha quedado demostrado que
la ley no es necesariamente garantía de libertad tras la experiencia del período nazi)
y entiende que el sentido moderno de libertad del art. 103 II GG ha de extraerse
directamente del principio de la dignidad del ser humano, y si la pena presupone
culpabilidad y sólo se podrá hablar de su existencia si antes del hecho el sujeto sabe,
o al menos ha tenido la oportunidad de averiguar, que su conducta está prohibida;
el art. 103 GG no es, por tanto, más que la especificación del art. 1. I GG (inviolabili-
dad de la dignidad humana) en sus efectos para el Derecho penal material. También
Bockelmann, 1958: 288, efectúa una conexión entre irretroactividad y culpabilidad
en la ponencia que realiza sobre la vigencia temporal de las normas, recordando que
una ley retroactiva es tan injusta como inadecuada. Injusta porque quien ha violado
una ley que no se hallaba vigente en el momento del hecho no ha incurrido en nin-
guna culpabilidad jurídica, entiende que la pena que se imponga a partir de una ley
retroactiva no puede cumplir funciones de expiación. Este planteamiento ha tenido
escasísima aceptación en nuestro país (Casabó Ruiz, 1972: 37, considera que la vul-
neración del principio de legalidad y en concreto el de irretroactividad de las normas
penales, se puede entender como un ataque a la esencia y dignidad de la persona,
viniendo exigido el principio de legalidad por el de culpabilidad).También ha sido
objeto de críticas: Gründwald, 1964: 11 s., apunta que el reproche de culpabilidad
no tiene el contenido apuntado por Sax, para la culpabilidad es suficiente con el re-
proche que el ordenamiento jurídico realiza a la conducta en razón de su lesividad so-
cial, lo que implicaría dejar sin contenido al principio nulla poena sine lege, entre otras
razones, porque la garantía de reserva de ley penal habría desaparecido y porque sólo
se prohibiría la retroactividad del precepto, pero no de la sanción penal. Schreiber,
1976: 211 s., además de recordar que la teoría no representa una novedad histórica,
añade que la formulación crea fuertes incongruencias cuando se atiende a otras re-
acciones restrictivas de los derechos de los ciudadanos que, como las medidas de se-
guridad, no tienen ninguna conexión con la culpabilidad. Roxin, 1997: 147, también
en 2006: 148, entiende incorrecto considerar el art. 103 II GG sólo o predominante-
mente como “especificación del principio jurídico penal de culpabilidad” y comparte
otras críticas realizadas, pero considera que en la práctica y por regla general, la con-
ciencia del injusto sólo se dará si el autor hubiera podido conocer el precepto penal
y, en esa medida, la idea de culpabilidad sí se puede incluir entre los fundamentos
del principio de legalidad. Madrid Conesa, 1983: 22 ss, recoge las críticas efectua-
das señalando que el principio de culpabilidad aparece como poco satisfactorio y da
cuenta de que esta tesis suele aceptarse de forma meramente acumulativa y acrítica,
junto a otras, en un intento de dar más fuerza al principio de legalidad mediante la
acumulación de razones para su vigencia. Huerta Tocildo, 2000: 75, se manifiesta
contraria a conectar el principio de legalidad con el de culpabilidad (con motivo del
análisis de la STC 76/1990, que de forma poco clara conecta con el principio de lega-
lidad el “elemento subjetivo de la culpabilidad” al examinar las alegaciones relativas
a un pretendida infracción al art. 25.1 CE). Frígols i Brines, 2004: 278 ss., afirma
que si el fundamento del principio de legalidad fuese la culpabilidad, su contenido
sería mucho más pobre y su ámbito de aplicación más reducido, en gran medida de-
pendiente de otras consideraciones sistemáticas. Así, según la mayoría de la doctrina,
las agravaciones penales retroactivas no podrían considerarse excluidas por la garan-
tía de irretroactividad, puesto que nadie sostiene que el conocimiento exacto de la
cuantía de la pena sea objeto del conocimiento de la antijuridicidad que exige el
reproche culpabilístico, Aunque también reconoce que el principio de culpabilidad
puede contribuir a la protección de la legalidad en la medida en que hace posible
la previsibilidad de las conductas, pero la legalidad en general y la irretroactividad
en particular exigen otro tipo de justificaciones. Navarro Frías, 2010: 34, afirma
que el fundamento del principio de legalidad no puede hallarse en el principio de
culpabilidad, ya que para éste basta con el conocimiento o el posible conocimiento
del carácter ilícito de la conducta y no de la punibilidad. Y en segundo lugar, porque
ambos principios son garantías que juegan en planos diferentes y que tienen distinta
relevancia, la exigencia de determinación se mueve en un plano en el que la relación
entre el Estado y los ciudadanos no se ha personalizado en un determinado autor, y
mezclar ambos planos podría comprometer la garantía de los ciudadanos, pues su-
pondría que una ley penal sumamente imprecisa podría considerarse determinada si
al sujeto le fuera posible conocer el carácter ilícito de la conducta.
118
Tiedemann, 1969: 192.
119
Así, entre otros, Arroyo zapatero, 1983: 15; Jakobs, 1995: 80; Frígols i
Brines, 2004: 276.
120
Por muchos, Arroyo zapatero, 1983: 17; Ruiz Antón, 1989: 152; García
Rivas, 1992: 24 s.; Huerta Tocildo, 1993: 89; Vives Antón, 1995: 40; Cerezo Mir,
2004: 218 s.; Muñoz Conde/García Arán, 2010:140. Mir Puig, 2011: 107; Luzón
Peña, 2012: 58.
121
Ver, entre otros, Tiedemann, 1969: 193 ss.; Krey, 1983: 111 s.; Hassemer,
1990: 259 s.; Neumann, 2000: 112 s.
122
V. por ejemplo, Tiedemann, 1969: 193 s.; Lemmel, 1970: 79; Schreiber,
1976: 215.
123
Schreiber, 1976: 217.
124
Neumann, 2000: 113.
125
Pérez Luño, 1994: 141 s., sostiene que “la certeza del Derecho se traduce,
básicamente, en la posibilidad del conocimiento previo por los ciudadanos de las
consecuencias jurídicas de sus actos. Con ello, se tiende a establecer ese clima cívico
de confianza en el orden jurídico, fundado en pautas razonables de previsibilidad,
que es presupuesto y función de los Estados de Derecho”. Lascurain Sánchez, 2000:
20 s., expresa que la certeza no sólo constituye una de las acepciones más corrien-
tes del vocablo “seguridad”, sino que la seguridad jurídica como valor surge funda-
mentalmente como una exigencia de cognoscibilidad de lo reglado y de consecuen-
te previsibilidad de las consecuencias que las reglas asignan a los comportamientos
de los ciudadanos y define la seguridad jurídica como la cualidad del ordenamiento
que produce certeza y confianza en el ciudadano sobre lo que es el Derecho en cada
momento y sobre lo que previsiblemente lo será en el futuro. Más recientemente,
Lascurain Sánchez, 2009: 32, especifica que dicha seguridad como valor social es
independiente de la concreta perceptibilidad de la misma por parte del sujeto afec-
tado. Aunque no es éste el fundamento único que Lascurain Sánchez asigna a la
prohibición de retroactividad, también añade que el principio entronca con la le-
gitimación democrática del Estado a través del valor libertad, entendida ésta en un
sentido genérico, como autonomía personal, y lo hace de un doble modo: de un lado
posibilitando que el individuo ejercite tal autonomía, y, de otro, posibilitando que el
Estado proteja los márgenes sociales de libertad a través del Derecho sancionador.
126
En este sentido, Frigols i Brines, 2004: 289.
127
Frigols i Brines, 2004: 308.
4. FORMULACIÓN CONSTITUCIONAL DE LA
PROHIBICIÓN DE RETROACTIVIDAD128
128
La plasmación positiva del principio de legalidad se inicia con la indepen-
dencia de Estados Unidos (en las Constituciones de Filadelfia de 1774 y de Virginia y
Maryland de 1776) y casi inmediatamente después se sigue este proceso en Europa:
se esboza en Austria, en 1787, donde se reconoce el monopolio legal para la deter-
minación de los delitos y de las penas y se incorpora expresamente la prohibición
de la analogía; pero es la Declaración francesa de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano la que le da un importantísimo impulso. En ella se establece en su art. 8:
“La ley no debe establecer más penas que las estrictamente necesarias, y nadie puede
ser castigado si no es en virtud de una ley establecida y promulgada con anteriori-
dad al delito y aplicada legalmente”. Unos años más tarde, se recoge en el Derecho
General del Territorio Prusiano de 1794, y a partir de aquí el principio de legalidad
penetra en las leyes de los Estados alemanes, en primer lugar en el Código Penal
Bávaro de 1813, redactado por Feuerbach. En España en la Constitución de 1812
tal vez se pueda reconocer algún aspecto del principio de legalidad: el art. 287 dis-
ponía: “Ningún español podrá ser preso sin que proceda información sumaria del
hecho, por el que merezca según la ley ser castigado con pena corporal, y asimismo
un mandamiento del Juez por escrito, que se le notificará en el acto mismo de la
prisión”. A su vez, en el art. 261 se atribuía al TS oír las dudas de los demás tribunales
sobre la inteligencia de alguna ley, y consultar sobre ellas al Rey, con los fundamen-
tos que hubiere, para que promoviera la conveniente declaración de las Cortes. Las
Constituciones posteriores que tuvieron algún tiempo de vigencia –1834, 1837, 1869,
1876, 1931 y la actual de 1978– han recogido, con algunas variaciones, el principio
de legalidad. Análisis de nuestro Derecho histórico, pueden verse en: Ruiz Robledo,
2003: 67 ss.; Frigols i Brines, 2004: 245 ss.; De vicente Martínez, 2004: 84 ss.
129
Además, los siguientes preceptos constitucionales contienen otros aspectos
del principio de legalidad: el art. 31.3 establece: “Sólo podrán establecerse presta-
ciones personales o patrimoniales de carácter público con arreglo a la ley”; el art.
133 exige la existencia de ley para establecer tributos, beneficios fiscales, contraer
obligaciones y realizar gastos por parte de las Administraciones Públicas; el art. 103.1
determina el pleno sometimiento a la Ley de la Administración Pública; el art. 106.1
establece que los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de
la actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la jus-
tifican; el art. 117.1 expresa que los Jueces y Magistrados se encuentran sometidos
únicamente al imperio de la Ley; el art. 124.1 atribuye al Ministerio Fiscal, entre sus
funciones, la de promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad; además
de múltiples reservas de leyes, entre ellas también reservas de Ley Orgánica, tanto de
carácter genérico, como por ej. la del art. 81.1, como de tipo concreto, como por ej.
la del art. 54 CE.
130
De otra opinión Huerta Tocildo, 1993: 109 s., quien defiende que en el art.
25.1 CE se encuentran recogidas todas las garantías del principio de legalidad.
131
En la STC 8/1981 se afirma que “La Ley penal que contenga la tipificación
del delito o falta y su correspondiente pena ha de estar vigente en el momento de
producirse la acción u omisión” (FJ 3); en el mismo sentido, la STC 150/1989 (FJ 6).
También ha sostenido el TC que “en el ámbito del Derecho penal la estricta prohibi-
ción de retroactividad que incluye el art. 25.1 CE está referida a la retroactividad en
perjuicio del reo, dado que aquélla ha de ceder allí donde, en lugar de cumplirse el
fin perseguido por la irretroactividad –protección del autor frente a las penas sobre-
venidas–, se produciría un perjuicio para el sujeto” (STC 21/1993, FJ 5).
132
En este sentido se pronuncia Mir Puig, 2011: 109, quien considera que “la
garantía penal –única que impide la agravación de la pena con posterioridad a la
comisión del delito– resulta comprendida en la prohibición general de retroactividad
de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos que esta-
blece el art. 9.3 de la Constitución.”; Luzón Peña, 1996: 181, también en 2012: 86,
donde afirma que “la irretroactividad de la pena sí está incluida en la amplia formula-
ción del art. 9.3.”
133
Frígols i Brines, 2004: 255 ss., explica este posible solapamiento dando
cuenta del trámite parlamentario de elaboración de los arts. 9.3 y 25.1 CE: en su re-
dacción originaria el art. 9.3 CE efectuaba referencias más amplias, incluyendo a las
“normas punitivas, sancionadoras, fiscales y restrictivas de derechos individuales y so-
ciales”, mientras que el art. 24.3 (correspondiente al actual 25.1 CE) disponía: “Nadie
puede ser condenado o sancionado por acciones u omisiones que en el momento de
cometerse no constituyan delito, falta o infracción administrativa, según el ordena-
miento jurídico vigente en aquel momento, tampoco puede ser impuesta pena o san-
ción más grave que la aplicable al momento de la infracción”. Producto de enmiendas
que por un lado pretendían introducir la retroactividad favorable, por otro excluir el
término “fiscales”, aunque también la eliminación del art. 24.3 por la reiteración de
contenidos en relación al art. 9.3; de las modificaciones producidas en la Comisión
de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas, triunfa la propuesta –en relación
al art. 9.3– del Grupo Comunista de suprimir el término “fiscales”, y la enmienda de
supresión de Unión de Centro Democrático en relación a los “derechos sociales”. En
cuanto al art. 24.3, La discusión en la Comisión de Asuntos Constitucionales se ve
afectada por el acuerdo entre la Unión de Centro Democrático y el Partido Socialista
Obrero Español para acelerar la discusión parlamentaria, con lo que el debate so-
bre el texto queda menguado en el Congreso, que lo único que hace es suprimir la
referencia a la irretroactividad de las sanciones y de las penas, con lo que el texto
empeora claramente en lugar de mejorar. En el Senado el texto sólo fue objeto de
tres enmiendas, dos de ellas dirigidas a recoger en el art. 24.3 la reserva de ley estricta
y a eliminar la referencia a las sanciones administrativas. Esta última no fue aceptada.
En el dictamen de la Comisión Mixta Congreso-Senado la referencia a la “Ley” se sus-
tituyó de nuevo por la referencia a la “legislación”, lo que demuestra que si desde un
inicio ya había algún solapamiento en el Anteproyecto, éste se fue haciendo cada vez
mayor con las supresiones efectuadas al art. 9.3, y con ello, perdió en buena medida
su contenido autónomo y se convirtió en un especie de precepto general, del que
el art. 25.1 parece una concreción en el ámbito penal y administrativo sancionador.
También la complicada expresión “irretroactividad de las disposiciones sancionado-
ras no favorables” es fruto de una enmienda del Grupo Vasco, que pretendía introdu-
cir la retroactividad favorable en el art. 9.3, para evitar que se pudiera entender que la
irretroactividad penal impedía la aplicación de la norma posterior más favorable.
134
García Rivas, 1993: 127.
135
Frigols y Brines, 2004: 274 ss., quien a su vez, distingue entre “reglas” y
“principios” llegando a la conclusión de que la única diferencia entre ellos estriba en
136
Gimbernat Ordeig, 2004: 27.
137
García Albero/Tamarit Sumalla, 2004: 28 ss. Tébar Vilches, 2006: 114
s., sostiene también que la argumentación del CGPJ no logra salvar la constitucio-
nalidad de esta norma. “Revestir de constitucionalidad la retroactividad de normas
desfavorables que afectan a un derecho fundamental básico como el de la libertad
probablemente quizá sea una tarea imposible. En cualquier caso, en tanto la disposi-
ción transitoria de la LO 7/2003 siga en vigor, deberá esperarse a que el TC rechace o
ratifique la validez de esta norma”. Pero no se encuentra registrada en la base de da-
tos del TC ninguna inadmisión de un recurso de amparo interpuesto sobre el tema, y
tampoco se ha registrado ninguna cuestión de inconstitucionalidad.
138
Corcoy Bidasolo, 2006: 411 s.
139
Cerezo mir, 2004: 220 s.
140
Córdoba Roda, 2005: 51 s.
141
Muñoz Conde/García Arán, 2010: 580. En igual sentido, Gallego Díaz,
2007: 202, cuando afirma que “los nuevos requisitos exigidos por esta ley para la ob-
tención de la libertad condicional son retroactivos y se exigirán también a los con-
denados por delitos anteriores a su entrada en vigor. Ello contradice la prohibición
general de retroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restric-
tivas de derechos individuales contenida en el art. 9.3 CE, por lo que cabría alegar su
inconstitucionalidad”.
142
Sanz morán, 2004: 21 s.
143
Vidales Rodríguez, 2004: 95-113.
144
Iglesias Río, 2005: 34 ss.
145
Juanatey Dorado, 2004: 28, propone incorporar a la legislación española
un precepto como el contenido en el art. 112.2.3º del CP francés en el que se estable-
ce la irretroactividad de las modificaciones desfavorables del régimen penitenciario
y fija el punto de conexión para la aplicación temporal de la norma el de la comisión
de los hechos.
146
Cano Paños, 2012: 86 ss.
147
Córdoba Roda, 2005: 52.
148
Sanz morán, 2004: 22.
149
Aunque, como veremos, en las recientes SSTC (v. por todas, la STC 39/2012,
de 29 de marzo) en las que resuelven recursos de amparo interpuestos contra resolu-
ciones de licenciamiento definitivo en las que, para adoptar la decisión se ha emplea-
do la doctrina sentada en la STS 197/2006, se sostiene que no corresponde al ámbito
propio del derecho fundamental consagrado en el art. 25.1 de la CE las cuestiones
relativas al ámbito de la ejecución de la pena privativa de la libertad.
150
Por ejemplo, Jakobs, 1995: 111, 115, exige la determinación del marco penal,
aunque también al interrogarse sobre si sólo queda amparado el Derecho sustantivo,
afirma que la prohibición de retroactividad debe llegar hasta donde sea necesaria la
garantía de objetividad; Roxin, 1997: 140 s., también en 2006: 142, hace referencia a
la clase y a la cantidad de pena; García Pablos, 2000: 335, alude a la clase y duración
de la pena; Mir Puig, 2011: 106 s., expresa que la garantía penal requiere que la ley
señale la pena que corresponda al hecho y añade que la prohibición de retroactivi-
dad impide agravar la punición; De Vicente Martínez, 2004: 63 s., sostiene que el
alcance de la prohibición de retroactividad en el ámbito de la pena exige que a un
hecho que en el momento de su comisión tenga prevista una determinada pena, le
sea aplicada otra pena cualitativamente diferente y más grave contemplada en una
ley posterior; y que, un hecho que en el momento de su comisión tenga prevista un
determinada cantidad de pena, no se le aplique la mayor cantidad de pena prevista
en la ley posterior.
151
Ruiz Antón, 1989:102 ss.
152
Considera que este ámbito, desde la perspectiva constitucional, se encuentra
protegido por el art. 9.3 CE.
153
Cobo del Rosal/Boix Reig, 1982: 216.
154
Cobo del Rosal/Quintanar, 1999: 90.
155
Zaffaroni, 2002: 121.
156
Frígols i Brines, 2004: 368. En el mismo sentido se pronuncia Caro Coria,
2004: 6.
157
De Vicente Martínez, 2004: 35.
158
Murillo Rodríguez, 2009: 253 s.
159
Proclamada en la Cumbre de Niza en diciembre de 2000, que expresamente
establece un numeral –48– para regular lo que titula como el “principio de legalidad
y de proporcionalidad de los delitos y de las penas”.
160
A excepción de los delitos imprudentes, en que los Jueces o Tribunales aplica-
rán las penas a su prudente arbitrio sin sujetarse a las reglas que regulan la aplicación
de las penas cuando concurren circunstancias atenuantes y agravantes (art. 62.2 CP) y
de las faltas, en que los Jueces y Tribunales procederán a aplicar las penas a su prudente
arbitrio, dentro de los límites de cada una, atendiendo a las circunstancias del caso y del
culpable, sin ajustarse a las reglas de los arts. 61 a 72 del CP (art. 638 CP).
161
V. González Cano, 1994: 71 ss.; Navarro Villanueva, 2002: 25 ss.
162
En este sentido, Serra Domínguez, 1969: 325.
163
Mata tierz, 1967: 396.
164
González Navarro, 1991: 1110, efectúa una particular interpretación de la
fórmula constitucional. Este autor concibe la ejecución penal como “poder domesti-
cador del Estado”, dado que los funcionarios encargados de hacer efectivo ese poder,
ya provengan de la administración o de la función judicial, realizan una tarea social-
mente reconocida. De este modo considera que el Juez de Vigilancia Penitenciaria
actúa como administrador ejecutor de la pena, y no como juez impartidor de justicia
y considera que no puede ser de otra manera, porque lo penitenciario consiste en
ejecutar lo juzgado y no en juzgar.
165
Navarro Villanueva, 2002: 85.
166
Moreno Catena, 2012: 601.
167
González Cano, 1994: 87 ss.
168
Adhieren a esta posición Gracia Martín/alastuey Dobón, 2006: 353.
169
Navarro Villanueva, 2002: 108, ss.
170
Hinojosa Segovia, 2007: 852 ss.
171
En este sentido, García Valdés, 1986: 4; Cervelló Donderis, 2006: 75;
Tamarit Sumalla/García Albero/Sapena Grau/Rodríguez Puerta, 2005: 49;
Gracia Martín/Alastuey Dobón, 2006: 353; Juanatey Dorado, 2011: 25.
172
En este sentido: Mapelli caffarena/Terradillos basoco, 1996: 99, quie-
nes señalan que actualmente la doctrina tiende a considerar el Derecho penitencia-
rio como un Derecho material y autónomo distinto del Derecho penal y procesal
penal, dado que cada uno tiene un contenido propio, pero que, sin embargo, junto
a ellos forma el sistema jurídico-penal guardando entre sí una relación inmediata;
Rodríguez Alonso, 2011: 2, expresa que aceptada la autonomía del Derecho peni-
tenciario, el mismo formaría parte del Derecho público interno; Fernández García,
2001: 109, entiende que se puede afirmar que en nuestros días, salvo opiniones ais-
ladas, se afianza la tesis de la autonomía del Derecho penitenciario, como conse-
cuencia de la importancia que ha cobrado en la mayoría de los Estados la ejecución
de la pena privativa de libertad. Cervelló Donderis, 2006: 81 s., considera que el
Derecho penitenciario necesita para su desarrollo de una autonomía legal, jurídica
y científica, ya que si bien sus fuentes son variadas al concurrir normas de naturaleza
penal, administrativa, laboral o procesal, su regulación es autónoma e independiente
“formando un cuerpo normativo orgánico y distinto con propia sistemática y funda-
mentos y principios específicos del que van surgiendo investigaciones que conforman
un verdadero estudio científico. Pero como en esta parte del ordenamiento jurídico
los principios garantísticos cobran especial importancia se habla de una autonomía
relativa por la relación que guardan el Derecho penal, procesal y penitenciario y que
se va a manifestar principalmente en la vinculación especial con el Derecho penal, ya
que no deja de producir cierto temor la existencia de un Derecho penitenciario au-
tónomo sin la necesidad de sometimiento a las garantías propias del sistema penal”.
Juanatey Dorado, 2011: 26, señala que aun partiendo del carácter autónomo es ob-
vio que Derecho penitenciario, Derecho penal material y Derecho procesal penal
están íntimamente conectados. De hecho, el concreto cumplimiento penitenciario va
a depender del contenido y la duración de la pena o medida judicialmente impuestas
con arreglo a las normas penales sustantivas y en virtud de un proceso regido por
normas procesales.
173
Tamarit Sumalla/García Albero/Sapena Grau/Rodríguez Puerta,
2005: 22.
174
Tamarit Sumalla/García Albero/Rodríguez Puerta/ Sapena Grau, 2005:
23.
175
En este sentido Mapelli Caffarena/Terradillos Basoco, 1996: 99;
Tamarit Sumalla/García Albero/Rodríguez Puerta/Sapena Grau, 2005: 24;
Gracia Martín/Alastuey Dobon, 2006: 352.
176
Mir Puig, 2011: 753.
177
Gracia martín/Alastuey Dobón, 2006: 353, y adhieren a la posición
sustentada por González Cano en el sentido de que conviene distinguir entre
dos campos diferenciados: por un lado la ejecución procesal, y por otro la ejecu-
ción material. De acuerdo con ello, en la ejecución material de la pena privativa
de libertad confluirán, por un lado, las normas que regulan las condiciones y
los presupuestos de la ejecución de la resolución judicial y que designan el ór-
gano al que se encomienda promover la ejecución, pertenecientes al Derecho
procesal; y, por otro lado, habrá normas que disciplinarán la realización, mo-
dificación y extinción de la pretensión punitiva estatal, es decir, normas sobre
la ejecución material de la pena, las cuales pertenecerán al Derecho penal y al
Derecho administrativo.
178
Tamarit Sumalla/García Albero/Grau/Rodríguez Puerta, 2005, 25 s.
179
Gracia martín/Alastuey Dobón, 2006, 354 s.
180
Art. 72. “5. La clasificación o progresión al tercer grado requerirá, además
de los requisitos previstos por el Código Penal, que el penado haya satisfecho la res-
ponsabilidad civil derivada del delito, considerando a tales efectos la conducta efec-
tivamente observada en orden a restituir lo sustraído, reparar el daño e indemnizar
los perjuicios materiales y morales; las condiciones personales y patrimoniales del
culpable, a efectos de valorar la capacidad real, presente y futura para satisfacer la
responsabilidad civil que le correspondiera; las garantías que le permitan asegurar la
satisfacción futura; la estimación del enriquecimiento que el culpable hubiera obte-
nido por la comisión del delito y, en su caso, el daño o entorpecimiento producido
al servicio público, así como la naturaleza de los daños y perjuicios causados por el
delito, el número de perjudicados y su condición./Singularmente, se aplicará esta
norma cuando el interno hubiera sido condenado por la comisión de alguno de los
siguientes delitos: a) Delitos contra el patrimonio y contra el orden socioeconómico
que hubieran revestido notoria gravedad y hubieran perjudicado a una generalidad
de personas. b) Delitos contra los derechos de los trabajadores. c) Delitos contra la
Hacienda Pública y la Seguridad Social. d) Delitos contra la Administración Pública
comprendidos en los capítulos V al IX del título XIX del libro II del Código Penal.”
181
Advertencia realizada tanto en el Informe del CGPJ como en el de la Fiscalía
General del Estado pero, a pesar de ello, el legislador mantuvo la redacción inicial.
El CGPJ en su informe, indicó: “En particular, la redacción dada al apartado 5 del
artículo 72 no distingue convenientemente entre circunstancias que denotan una vo-
luntad reparadora del recluso, como elemento que permite al Juez valorar una acti-
tud positiva del penado de cara a su progresión de grado, y lo que son consecuencias
perjudiciales derivadas del delito, ya valoradas en la determinación de la pena y de la
responsabilidad civil derivada del delito, y que deben dejarse al margen en el juicio
de prognosis que requiere la clasificación del penado.” Por su parte, en el Informe
de la Fiscalía, si bien se afirma que la idea que inspira la reforma es acertada y resulta
perfectamente congruente con la configuración legal de otros beneficios penales,
propone una formulación más sintética que entiende resultaría más eficaz de la re-
dacción del párrafo 1, para la que podría servir de modelo el art. 81.3 CP, en virtud
del cual se ha de exigir la satisfacción de la responsabilidad civil salvo que el Juez o
Tribunal sentenciador, después de oír a las partes y al Ministerio Fiscal, declare la im-
posibilidad total o parcial de que el condenado haga frente a las mismas. En cuanto
al párrafo segundo, entiende que resulta matizable y considera que se deberían apre-
ciar grados de intensidad diversos en la exigibilidad del cumplimiento.
182
Así, en la Instrucción de la DGIP de 1 de agosto de 2003, donde se caracteri-
za al primer requisito como objetivo y al resto como valorativos.
183
Fernández Aparicio, 2004: 48, los considera criterios de modulación fiscali-
zables en último término por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, expresión máxi-
ma de las garantías de que gozan los internos en España.
184
Ríos Martín, 2004: 126, afirma que en caso de ausencia de bienes es sufi-
ciente con la declaración de insolvencia como en la suspensión de la condena regu-
lada en el art. 81.3ª del CP o en el art. 136.2.1º para la cancelación de antecedentes
penales.
185
En este sentido, landecho Velasco/Molina Blázquez, 2010: 577.
186
Fernández Aparicio, 2004: 53, considera que este es el criterio funda-
mental, que da cuenta si el interno desea satisfacer o reparar el daño que produjo.
Entiende que es obvio que en la prisión es difícil generar ingresos, aunque no impo-
sible, aunque se trate de cantidades muy pequeñas, si el interno lo desea podrá hacer
realidad el pago, y opina que el papel de la familia del interno será crucial en la con-
secución de este fin, pues, si bien es cierto que la deuda la tiene el interno, sin embar-
go, nuestro CC (art. 1158) permite que el pago lo haga cualquier persona. Por otra
parte, el art. 1175 CC permite el pago por cesión de bienes. Entiendo que Fernández
Aparicio acierta al realizar estas apreciaciones, ante situaciones de insolvencia del
condenado, si éste tiene un entorno familiar que le apoye, sin duda hará un esfuerzo
económico para que pueda obtener mayores cotas de libertad, pero no creo que este
mecanismo deba valorarse positivamente como parece sostener este autor, y aunque
no cabe duda de que es importantísimo para el damnificado por el delito ser resarci-
do, entiendo que resulta cuestionable que este resarcimiento se consiga bajo la condi-
ción de mantener al condenado en segundo grado de tratamiento.
187
Fernández Aparicio, 2004: 54, considera que es la Administración
Penitenciaria la que prima facie deberá valorar las condiciones personales y patrimo-
niales del culpable y, obviamente, es el centro penitenciario el que tiene mejor y más
fiable información que el Juzgado sentenciador y el que sabe si puede o podrá hacer
frente a las responsabilidades civiles. También Espina Ramos, 2004: 32, considera
que la redacción del precepto permite, además, que sean los Jueces de Vigilancia
Penitenciaria quienes valoren las circunstancias concurrentes en cada caso, aten-
diendo a las cantidades satisfechas y a las condiciones personales y patrimoniales del
culpable, para evitar que se produzcan fraudes por la vía de pagar cantidades insigni-
ficantes de dinero con la única finalidad de acceder a los beneficios penitenciarios.
Afirma que toda cantidad por ínfima que sea deberá ser aceptada por los tribunales
sentenciadores en sus respectivas ejecutorias, pero ello no conllevará de modo au-
tomático que se considere cumplido por el Juzgado de Vigilancia el requisito a los
efectos de la concesión del tercer grado.
188
Diccionario de la Lengua española, Real Academia Española, 22ª ed., 2001.
189
Llobet Anglí, 2007: 13, n. 39, expresa, acertadamente, que es absurdo in-
troducir una serie de casos a través del adverbio “singularmente” si esto no representa
un tratamiento jurídico diferenciado.
190
Tamarit Sumalla, 2004: 123 s., aunque también advierte que la conclusión
por él defendida probablemente “no sirva para evitar un previsible efecto irradiante de
la exigencia de satisfacción civil sobre los condenados por delitos que se encuentren
fuera de la lista. Cabe suponer que los órganos competentes tenderán en mayor o
menor medida a tomar en consideración la reparación del daño a la hora de ejercer
las facultades discrecionales que la ley les confiere en la adopción de decisiones so-
bre clasificación y progresión penitenciaria.” En igual sentido, Tamarit Sumalla/
García Albero/Rodríguez Puerta/Sapena Grau, 2005: 283 s. En el mismo sentido
se pronuncian Gracia Martín/Alastuey Dobón, 2006: 360, quienes sostienen que
aunque el tenor literal induce a confusión, no parece que el requisito haya de aplicar-
se necesariamente en todos los delitos. Entienden que sólo en los delitos enunciados,
así como en los delitos de terrorismo o en los cometidos en el seno de organizaciones
criminales –de acuerdo a lo previsto en el apartado 6º del art. 72 LOGP– es necesario
haber satisfecho la responsabilidad civil derivada del delito para poder acceder al ter-
cer grado, en los demás delitos hará falta un pronunciamiento expreso por parte de
los órganos competentes. Tébar Vilches, 2006: 163 s., señala también la relevancia
de los argumentos a favor de la interpretación restrictiva.
191
Se inclinan por una interpretación amplia, entre otros: Renart García,
2003: 124; Cervelló Donderis, 2004: 9 y también en 2006: 145 s.; Espina Ramos,
2004: 31; Fernández Aparicio, 2004: 49; Sanz Delgado, 2004: 9; Leganés Gómez,
2009: 160.
192
Córdoba Roda, 2005: 45.
193
También Llobet Anglí, 2007: 12, atendiendo a lo que disponen los incisos
5 y 6 del art. 72 de la LOGP en relación al pago de la responsabilidad civil, considera
que respecto a homicidios, asesinatos, lesiones o secuestros no le parece que esté
justificado diferenciar los casos en los que estos delitos se hayan realizado en el seno
de bandas armadas como fundamento para la satisfacción de la responsabilidad civil
se convierta en un requisito singularmente importante para el acceso al tercer grado, y
pregunta si la farmacéutica de Olot, Mª Ángels Feliu, tiene una pretensión menos cla-
ra de resarcimiento económico que José Ortega Lara. Parecida observación y citando
a esta autora, efectúa Cano Paños, 2012: 70.
194
Así, Renart García, 2003: 122 s., expresa: “Incluso la clasificación o progre-
sión al tercer grado de tratamiento requiere, asimismo, que el penado haya satisfecho
la mencionada responsabilidad civil (...). La primera observación realizable a este
precepto es la introducción de un nuevo requisito que viene a añadirse a las restan-
tes limitaciones para el acceso al tercer grado penitenciario. No satisfecho con las
previsiones contenidas en el art. 36 CP y la implantación del período de seguridad,
así como con las reglas establecidas en el art. 78 del mismo texto punitivo, el legisla-
dor de 2003 procede a endurecer aún más la posibilidad de clasificación en régimen
abierto al supeditarla además a la satisfacción de la responsabilidad civil dimanante
del delito”, sin que efectúe ninguna consideración acerca de que tal requisito pueda
ser aplicado sólo a los supuestos expresamente señalados en el texto legal. Cervelló
Donderis, 2004: 9, y también en 2006: 145 s, opta claramente por la interpretación
extensiva: “La expresión ‘singularmente’ que precede a estos delitos es confusa hasta
el punto que puede hacer pensar que sólo es exigible la responsabilidad civil en ellos
o incluso que en estos casos se requiere necesariamente el pago efectivo (esta última
postura la sostiene la Instrucción 9/2003 de la DGIP). Ninguna de la dos interpreta-
ciones se puede extraer del tenor literal del texto legal, ya que el nuevo nº 5 del art.
72 LOGP establece una regla general”, Espina Ramos, 2004: 31, entiende que la satis-
facción de la responsabilidad civil es exigible en cualquier clase de delito y valora este
precepto como el éxito más rotundo de todas la novedades introducidas por la refor-
ma. Fernández Aparicio, 2004: 49, se manifiesta claramente por una interpretación
extensiva: “Salvo que el delito no haya producido responsabilidades civiles, bien en
atención a la propia naturaleza del delito, bien porque no la ha generado o, existien-
do ésta la víctima se la haya reservado a la vía civil o haya renunciado a las mismas en
base al art. 109 del CP y 107 de la LECr., o haya prescrito al amparo del art 1964 in
fine CC (15 años), supuesto harto improbable, el condenado tendrá que pagarlas”, y
considera acertado el criterio de introducir condiciones más severas para los delitos
expresamente señalados. Sanz Delgado, 2004: 9, mostrándose crítico fundamental-
mente con la aplicación que se está efectuando del precepto, parece admitir que en
el mismo se exige el cumplimiento de las obligaciones civiles derivadas de cualquier
delito.
195
Criterio que, si atendemos a los escasos datos que se desprenden de los Autos
de las AP consultadas, parece ser, sobre todo en los primeros años de aplicación del
precepto, el de recurrir toda concesión de progresión de grado en el que el pago de
la responsabilidad civil no se haya hecho efectivo, sin atender a particulares situacio-
nes como la de insolvencia, la clase de delito de que se trate, la progresión a tercer
grado restringido, la realización de pagos de poca cuantía, e incluso tener ya abonada
la mitad de la condena impuesta con compromiso de pago de la restante.
196
Haré particular referencia a estas resoluciones al analizar las dificultades
de aplicación que presentan estos preceptos y los diversos criterios existentes en la
jurisprudencia.
197
En la primera Instrucción, de 1 de agosto de 2003, se consideró que el pri-
mero de los criterios a valorar para considerar satisfecha la responsabilidad civil es
objetivo, y el resto son valorativos. En relación al primero, consideró necesario confir-
mar ante el Tribunal sentenciador tal cumplimiento o la declaración de insolvencia
del penado en la sentencia condenatoria, para lo que exigía solicitar del Tribunal el
informe correspondiente o una copia de la pieza de responsabilidad civil. Para el caso
de los restantes criterios valorativos, determinaba que éstos serían conocidos y pon-
derados por el Juez de Vigilancia asumiendo, en virtud de lo dispuesto en el art. 76.2.
a) LOGP las funciones que corresponderían a los Jueces y Tribunales sentenciadores,
sin dar ninguna razón para ello. Determinaba, además, que para el supuesto de los
delitos expresamente previstos en el nuevo art. 72.5 de la LOGP, se debería exigir, en
todo caso, el criterio objetivo, es decir que el penado hubiera satisfecho la responsabi-
lidad civil o presentara el aval suficiente de que podría hacerlo en el futuro.
La segunda Instrucción, de fecha 16 de junio de 2004, modificó parcialmen-
te la anterior interpretación y consecuentes exigencias, en relación a los criterios de
tipo “valorativo”, los cuales a partir de esta Instrucción podrán se ponderados por
la Junta de Tratamiento, y será necesario acompañar a la propuesta de tercer grado
copia de la declaración de insolvencia, así como justificación de la situación econó-
mica que le impida al penado afrontar el pago (hoja de peculio, informe de los ser-
vicios sociales) y el compromiso firmado por el penado de comenzar a satisfacer la
responsabilidad civil pendiente si durante el tercer grado o el disfrute de la libertad
condicional desarrollara un trabajo remunerado. Para los delitos expresamente nom-
brados, se mantiene la exigencia de la satisfacción de la responsabilidad civil o el aval
de poder hacerle frente en el futuro.
La tercera Instrucción, de 15 de marzo de 2005, introduce dos nuevas modi-
ficaciones. La primera se refiere a los supuestos expresamente previstos, para los que
señala que el término “singularmente” no introduce un diferente tratamiento jurí-
dico penitenciario para los penados que cumplan su condena por estos delitos, valo-
rándose tanto el criterio objetivo como la voluntad y capacidad de pago apreciada en
los factores señalados anteriormente, si bien de manera más destacada que los demás
delitos. En la segunda, se dispone que si el Juez de Vigilancia no hubiera establecido
de oficio garantías para asegurar el pago de futuro de la responsabilidad civil pen-
diente, la Junta de Tratamiento establecerá aquellas medidas de control que estime
necesarias para asegurarlo. El cumplimiento de dicha obligación será valorado por la
Junta de Tratamiento, sin que ello suponga automáticamente la regresión de grado.
198
El artículo 72 de la LOGP “Las penas privativas de libertad se ejecutarán se-
gún el sistema de individualización científica, separado en grados, el último de los
cuales será el de libertad condicional, conforme determina el Código Penal./ 2. Los
grados segundo y tercero se cumplirán respectivamente en Establecimientos de ré-
gimen ordinario y de régimen abierto. Los clasificados en primer grado serán des-
tinados a los Establecimientos de régimen cerrado, de acuerdo con lo previsto en el
número 1º del artículo 10 de esta Ley./ 3. Siempre que de la observación y clasifica-
ción correspondiente de un interno resulte estar en condiciones para ello, podrá ser
situado inicialmente en grado superior, salvo el de libertad condicional, sin tener que
pasar necesariamente por los que le preceden./ 4. En ningún caso se mantendrá a
un interno en un grado inferior cuando por la evolución de su tratamiento se haga
merecedor a su progresión.
199
Rodríguez Vidales, 2004: 96, pone de manifiesto la incoherencia que se
produce con la incorporación de estas exigencias en el art. 72 de la LOGP, conside-
rando que la exégesis conjunta del mismo no debería acarrear tan injustos resultados.
Fernández García, 2005: 187, entiende que los nuevos apartados del art. 72 5 y 6
de la LOGP, cuestionan los anteriores, generando inseguridad jurídica, pues el in-
térprete se encuentra con una predisposición esquizofrénica que se manifiesta en
los preceptos del mismo artículo de la Ley. Iglesias Ríos, 2005: 29, considera que
añade un obstáculo más ajeno a la materia que poco tiene que ver con el pronóstico
de favorable de reinserción. Cano Paños, 2012: 65, crítico con la reforma, resalta
cómo el legislador no modificó ningún precepto de la LOGP directamente implicado
en la cuestión, entre otros el art. 72.4. De opinión contraria es Espina Ramos, 2004:
32, que considera que hay que entender que la nueva regulación legal supone una
excepción legal al principio establecido en el art. 72.4 de la LOGP, “pero raro será
que se dé una efectiva contradicción entre ambos apartados del art. 72, toda vez que
difícilmente podrá sostenerse que hay una adecuada evolución en el interno que,
pudiendo hacerlo, se niegue a satisfacer las responsabilidades civiles, por lo que ello
implica de falta de asunción de sus responsabilidades y de ausencia de interiorización
de las obligaciones derivadas de una vida normalizada en la sociedad”.
200
El RP de 1981 en la inicial redacción del art. 251 exigía al menos dos meses
de observación del interno antes de proceder a la clasificación de tercer grado de
quienes no habían cumplido aún la cuarta parte de la condena. El RD 1764/1993
modificó este artículo suprimiendo tal requisito exigiendo tan sólo un tiempo de es-
tudio suficiente para obtener un adecuado conocimiento del interno, esquema que
se repite en el RP de 1996.
201
“a) Delitos referentes a organizaciones y grupos terroristas y delitos de terro-
rismo del Capítulo VII del Título XXII del Libro II de este Código./b) Delitos cometi-
dos en el seno de una organización o grupo criminal./c) Delitos del artículo 183./d)
Delitos del Capítulo V del Título VIII del Libro II de este Código, cuando la víctima
sea menor de trece años.”
205
Así, el AAP Sevilla 252/2994 (Sección 4ª), de 2 de junio, atiende a que el
penado no tiene cumplido el período de seguridad y que no ha satisfecho en abso-
luto las responsabilidades civiles derivadas del delito: “procede por ello y pese a que
el penado tenga pronóstico de reincidencia criminal bajo, asuma el delito y muestre
signos de arrepentimiento, observando buen comportamiento y cursando incluso,
estudios de Derecho en el Centro Penitenciario y habiendo hecho por el momento
buen uso de los permisos concedidos, desestimar el recurso formulado…”. En igual
sentido, AAP Sevilla 484/2004 (Sección 4ª), de 15 de noviembre. En el AAP Madrid
3026/2009 (Sección 5ª), de 6 de octubre, se expresa: “Se han señalado faltas graves
en su reacción al tratamiento y las principales son el nulo esfuerzo por encontrar un
medio de vida honrado y el desinterés total en el pago de las responsabilidades civiles.
Estos son esenciales factores negativos en orden a la progresión no sólo por el justo
resarcimiento a los perjudicados, sino como forma de demostrar la conciencia de la
gravedad de la conducta delictiva y la importancia de los bienes jurídicos lesionados.
Sin ella el tercer grado carece de sentido”.
206
AAP Cádiz (Sección 1ª), de 26 de mayo de 2004, en el supuesto constaba
acreditado el pago de algo más de la mitad de la responsabilidad civil impuesta y el
Tribunal consideró que “efectivamente las responsabilidades civiles no están satisfe-
chas…”. Parecido criterio parece mantenerse en el AAP Navarra 30/2004 (Sección
1ª), de 19 de abril, que considera “irrelevante la pretendida oferta de trabajo como
vía de resarcimiento de perjuicios causados”.
207
AAP Zaragoza 754/2004 (Sección 1ª), de 4 de noviembre, en el que se expre-
sa: “Constatada la citada obligación, será necesario comprobar cuál es la intención
que subyace en el ap. 5 del art. 72 de la LOGP, y es claro que no exige al parecer
como se pretende por el Juzgado tener satisfecha íntegramente la responsabilidad
civil, porque de ser así lo indicaría en el propio artículo que se limita a citar una serie
de condiciones o requisitos que deben tenerse en cuenta (…). En este supuesto se
constata cómo el penado desde abril de 2004 se le viene reteniendo mensualmente
300,58 euros y el doble los meses que exista paga extraordinaria; siendo la edad del
mismo de 62 años y teniendo la pensión que percibe carácter vitalicio. Por otro lado
de acuerdo a lo que dispone el art. 125 del CP: “cuando los bienes del
responsable civil no sean bastantes para satisfacer de una vez todas las
responsabilidades pecuniarias, el Juez o Tribunal, previa audiencia
al perjudicado, podrá fraccionar su pago, señalando, según su pru-
dente arbitrio y en atención a las necesidades del perjudicado y a las
posibilidades económicas del responsable, el período e importe de
los plazos”. Pese a esta clara disposición, la Instrucción de la DGIP de
15 de marzo de 2005 dispone que para atender al criterio objetivo (el
pago efectivo de la responsabilidad civil) será necesario confirmar
ante el Tribunal sentenciador tal cumplimiento o la declaración de
insolvencia del penado en la sentencia condenatoria (para lo que se
solicitará al Tribunal sentenciador el informe correspondiente o una
copia de la pieza de responsabilidad civil. En los demás casos, la vo-
luntad y capacidad de pago será valorada por la Junta de Tratamiento
a la hora de realizar las propuestas de tercer grado, siendo necesario
acompañar a la propuesta copia de la resolución judicial de la de-
claración de insolvencia, así como justificar la situación económica
actual (extracto de la hoja de peculio, informes de los servicios socia-
les) y el compromiso firmado por el condenado de comenzar a satis-
facerla si durante el tercer grado o el disfrute de la libertad condicio-
nal desarrolla trabajo remunerado. Si el interno ya viniere pagando
fraccionadamente la misma se señalará y documentará tal extremo.
Además, para los delitos expresamente previstos en el art. 72.5 de la
LOGP, si el Juez de Vigilancia no hubiera establecido de oficio ga-
rantías para asegurar el pago de futuro de la responsabilidad civil
pendiente, la Junta de Tratamiento es la que deberá establecer las
medidas de control que estime necesarias para asegurar el mismo.
La AP de Barcelona212 afirma que el conocimiento de la progresión
al tercer grado de tratamiento penitenciario “se debe compatibilizar
212
Entre otros muchos: AAP Barcelona 234/2005 (Sección 9ª) de 9 de febrero:
en el caso, como el interno no hizo ningún esfuerzo reparador, ya que sólo consta
que se dirigió a los tribunales sentenciadores ofreciendo satisfacer sus responsabili-
dades en el momento en que esté en condiciones personales de obtener ingresos, lo
que no consta, como tampoco consta que se le haya fijado un plan de ejecución por
éstos órganos judiciales, deniega la progresión a tercer grado que había sido con-
cedida por el Juez de Vigilancia Penitenciaria. En igual sentido, el AAP Barcelona,
631/2005 (Sección 9ª), de 15 de abril, sosteniendo: “Es patente también que una
responsabilidad civil pendiente derivada de la comisión de un delito de estafa, de
tan elevada cuantía, es un obstáculo serio para permitir la progresión al tercer grado,
salvo aprobación del citado plan por el Tribunal sentenciador y su posterior cum-
plimiento por el interno”. En igual sentido, AAP Barcelona 589/2005 (Sección 9ª),
de 5 de abril, donde revoca un tercer grado concedido por el Juez de Vigilancia,
reiterando las competencias del Tribunal sentenciador en la materia, y añadiendo en
esta resolución la obligación del Centro Directivo de aportar información precisa a
los fines de que la propuesta sea verdaderamente razonada, y, aunque reconoce que
los datos de los Equipos pueden ser insuficientes, considera que no cabe duda que el
Juez de Vigilancia puede recabarlos del Tribunal sentenciador, pero, atendiendo a las
características del delito (estafa en la modalidad de delito masa), estima el recurso
interpuesto por el Ministerio Fiscal.
213
AAP Barcelona 233/2005 (Sección 9ª), de 9 de febrero.
214
El art. 75.6. de la LOGP dispone: “Del mismo modo, la clasificación o progre-
sión al tercer grado de tratamiento penitenciario de personas condenadas por delitos
de terrorismo de la sección segunda del capítulo V del título XXII del libro II del
Código Penal o cometidos en el seno de organizaciones criminales, requerirá, además
de los requisitos en el Código Penal y la satisfacción de la responsabilidad civil con sus
rentas y patrimonios presentes y futuros en los términos del apartado anterior, que
muestren signos inequívocos de haber abandonado los fines y los medios terroristas,
y además hayan colaborado activamente con las autoridades, bien para impedir la
producción de otros delitos por parte de la banda armada, organización o grupo te-
rrorista, bien para atenuar los efectos de su delito, bien para la identificación, captura
y procesamiento de responsables de delitos terroristas, para obtener pruebas o para
concesión del beneficio”. Parcialmente crítico Ríos Martín, 2004: 131 s., que afirma
que se puede entender como signo inequívoco de reinserción social y de respeto ab-
soluto a la norma penal la exigencia de que se abandonen los fines y los medios de
la banda armada, pero entiende que condicionar la concesión de la libertad condi-
cional a la eficacia policial es cuestionable, toda vez que puede ocurrir que pasados
unos años en prisión la información que tenga el penado sea ineficaz a tales efectos,
y además suponer una instrumentalización del penado no acorde con los principios
preventivos especiales que rigen en la fase de ejecución de la pena.
216
En este sentido, Renart García, 2003: 165, caracteriza al precepto como un
texto de carácter interminable y farragoso que denota una técnica legislativa poco
depurada, fruto de la reprochable urgencia que presidió su elaboración, discusión y
aprobación.
217
En este sentido Bueno Arús, 1986: 143, señalaba que el precio de la dela-
ción socava principios de rectitud y solidaridad que cualquier colectividad considera
esenciales; lamarca pérez, 1985: 347, considera que socava principios que cualquier
colectividad considera esenciales; Álvarez/Cobos, 1983: 182, cuestionan ese tipo de
chantajes y negociaciones. En relación a este precepto, Téllez Aguilera, 2003: 4,
afirma que significa insuflar a las instituciones de un mercantilismo contrario a los
criterios científicos que deben guiar la ejecución penal y el tratamiento penitencia-
rio; Tamarit Sumalla, 2004: 108, sostiene que la ambigüedad ética y valorativa de
la delación no permite asimilarla a la finalidad político-criminal de impedir delitos;
Rodríguez Vidales, 2004: 97, entiende que es un chantaje difícil de aceptar.
218
Ya que la exigencia de información privilegia a quienes dentro de este tipo
de organización tienen más información y seguramente más jerarquía. En este sen-
tido: Arroyo Zapatero, 1985: 153 ss, lamarca pérez, 1985: 348 s., De la Cuesta
Arzamendi, 1986: 580 Cuerda Arnau, 1995: 557.
219
García Rivas, 1984: 109, resalta que llevando tiempo privados de libertad
los condenados por terrorismo, la colaboración no serviría para evitar situaciones de
peligro; y Campo moreno, 1997: 116 ss, 143, ss., señala lo poco satisfactorios resulta-
dos en la práctica.
mos que uno de los factores que debe ponderarse para la clasifica-
ción en el primer grado de tratamiento o régimen cerrado es “la per-
tenencia a organizaciones delictivas o a bandas armadas, mientras no
muestren, en ambos casos, signos inequívocos de haberse sustraído
a la disciplina interna de dichas organizaciones o bandas” (art. 102.
5.c) RP). Lo que significa que, para progresar a segundo grado de
tratamiento, o para ser clasificado en él, ya se atiende a que el conde-
nado muestre –mediante signos inequívocos– que no tiene conexión
con la disciplina interna de dichas organizaciones, que objetivamen-
te se encuentra desvinculado de ellas.
Es cierto que esta variable debe ser ponderada junto a otras220,
pero dada la redacción imprecisa del art. 102. 5 del RP en el que no
se especifica cuántas de estas variables deben concurrir para clasificar
a un interno en primer grado de tratamiento, podemos afirmar que,
exceptuando los supuestos de delitos de colaboración con banda ar-
mada, en la mayoría de delitos de terrorismo se computa también la
naturaleza del delito cometido (contra la vida o la integridad física),
y en tanto no demuestren su desvinculación objetiva de la organiza-
ción (sustracción a su disciplina), podrán ser mantenidos en primer
grado de tratamiento penitenciario, y en consecuencia en régimen
cerrado, con las restricciones a la libertad que ello implica.
De lo expuesto puede derivarse que, para la progresión al tercer
grado de tratamiento, el primer requisito establecido consistente en
“que muestren signos inequívocos de haber abandonado los fines y
los medios terroristas”, debe significar algo más que la desvinculación
objetiva de la organización a la que pertenecieron. Entiendo que la
desvinculación objetiva de la organización, entre otras conductas tal
vez más explícitas, puede ser una muestra del abandono de los me-
dios terroristas (si por medios entendemos la realización de conduc-
tas tipificadas como delito) y esta circunstancia (según cómo se con-
crete) puede ser indicativa de un pronóstico favorable en el sentido
de que puede ser previsible que el penado lleve una vida en libertad
sin cometer delitos. Mucho más cuestionable (entiendo que inadmi-
sible) es la exigencia del abandono de los fines terroristas, porque
220
Como la naturaleza de los delitos cometidos, la participación activa en moti-
nes, agresiones, etc., la comisión de infracciones graves y muy graves de manera rei-
terada y la introducción o posesión de armas de fuego y la tenencia de drogas tóxicas
en cantidad importante que haga presumir su destino al tráfico.
221
Tamarit Sumalla, 2004: 108, expresa que el legislador ha incurrido en una
peligrosa y lamentablemente habitual alusión tanto a los medios como a los fines de
la actividad terrorista, que, en lo que concierne a los fines debe ser aplicada restric-
tivamente, referida meramente a los fines ilícitos, no a aquellos de carácter político,
y por lo tanto en sí mismo lícitos, que por medios ilícitos una organización criminal
puede pretender alcanzar. Faraldo Cabana, 2006: 784, indica que se produce una
vinculación de la progresión de grado a una opción político-ideológica “en la medida
en que hay que rechazar los fines que, sin embargo, pueden ser perfectamente legíti-
mos y defendibles en el marco de un Estado de derecho siempre que se utilicen para
la consecución de medios no violentos. Landa Gorostiza, 2006: 198, expresa que el
precepto confunde –en un ejercicio de transparencia de intenciones– los medios y los
fines terroristas como objeto necesario de la exigencia legal de abandono. Entiende
que esto no puede tildarse sino de exigencia de retractación ideológico-social. En
parecido sentido, Cano Paños, 2012: 71, añadiendo que implica una vulneración de
la libertad ideológica reconocida en el art. 16 de la CE.
222
La colaboración activa es una figura cada vez más frecuentemente empleada
como institución premial en las legislaciones de nuestro entorno, y también tiene
acogida en la nuestra. En las recomendaciones internacionales, y más concretamente
en el ámbito de la Unión Europea, la Resolución del Consejo de 20 de diciembre
de 1996, relativa a las personas que colaboran con el proceso judicial en la lucha
contra la delincuencia internacional organizada (Diario Oficial de las Comunidades
Europeas C10, de 11-1-97, 1) se indica que los Estados deben alentar a las personas
a colaborar en el proceso judicial, en especial aquellas que participen o hayan parti-
cipado en asociaciones para delinquir u organizaciones criminales o delitos caracte-
rísticos de la delincuencia organizada, pero también recomienda a las autoridades
la adopción de medidas adecuadas para estas personas, sus familiares y allegados.
Pero la primera decisión adoptada que no resulta vinculante para los Estados es la
Decisión-Marco Sobre la lucha contra el terrorismo del Consejo de Europa de 13 de junio
de 2002, en la que se dispone que los estados podrán considerar la posibilidad de
reducir la pena (art. 6) si el autor del delito: a) abandona la actividad terrorista y b)
proporciona a las autoridades administrativas o judiciales información que éstas no
hubieran podido obtener de otra forma y que les ayude a i) impedir o atenuar los
efectos del delito ii) identificar o procesar a los otros autores del delito iii) encontrar
pruebas iv) impedir que se cometan otros delitos de los previstos en los arts. 1 a 4.
También la Decisión-Marco 2004/757 del Consejo relativa al establecimiento de dis-
posiciones mínimas de los elementos constitutivos de delitos y las penas aplicables en
el ámbito del tráfico ilícito de drogas, de 25 de octubre de 2004, dispone en el art. 5,
que cada Estado podrá adoptar, (como en el caso anterior la medida es facultativa),
medidas para que las penas puedan reducirse cuando el autor del delito a) renuncie
a sus actividades delictivas en el ámbito del tráfico de drogas y sus precursores, b) pro-
227
Renart García, 2003: 166, considera que la ausencia de una fórmula im-
perativa en cuanto a los modos de acreditación deja la puerta abierta a que los sig-
nos de abandono de los fines y medios terroristas puedan ser acreditados mediante
mecanismos distintos de los enunciados por el legislador. En igual sentido, landa
Gorostiza, 2006: 181
228
Así, Llobet Anglí, 2007: 14, considera que la única declaración relevante
debería ser la que versa sobre el abandono de la violencia, puesto que lo esencial no
230
En este sentido se pronuncia Landa Gorostiza, 2006: 181. Tamarit Sumalla,
2004: 107, señala la dificultad que existe para tratar de concretar estas exigencias, fruto
de un compromiso parcial entre diversos grupos políticos, que permite dudar si sería
suficiente una declaración expresa de repudio de las actividades delictivas y de aban-
dono de la violencia y petición de perdón a las víctimas, aunque la alusión también a
los informes técnicos que acrediten la desvinculación y colaboración con las autorida-
des confirma que en realidad la exigencia es doble y obliga a una conducta positiva.
Vidales Rodríguez, 2004: 98, hace referencia también a las múltiples posibilidades
interpretativas que pueden derivarse de la fórmula, y considera que si “así como” se en-
tiende como conjunción, sería muy de lamentar que el legislador estuviese forzando, al
introducir un elemento ético subjetivo, una reconversión ideológica precisamente en
un ámbito donde no es infrecuente la delincuencia por convicción.
231
Landa Gorostiza, 2006: 198.
232
Se cuestiona la legitimidad desde la perspectiva de los principios del debido
proceso, en cuanto pueden provocar la desprotección de la víctima y debido a que pue-
de ser conflictiva la validez probatoria de las pruebas aportadas, entre otros aspectos;
se advierte también de su carácter desigualitario en la medida en que seguramente po-
drán beneficiarse sobre todo los integrantes de los niveles superiores de la organización
ya que seguramente tendrán mayor información que ofrecer que los subordinados; y
también en cuanto a su utilidad. V., entre otros, Sánchez García De Paz, 2005: 9 ss.
233
Tamarit Sumalla, 2004: 108, señala, acertadamente, que esta exigencia de
abandono de fines y medios y colaboración activa, en el ámbito de la libertad condicio-
nal permite una ponderación de todas las circunstancias concurrentes, y considera que
no puede colegirse que la falta de colaboración impida absolutamente emitir el referido
pronóstico favorable, que es lo que propiamente la ley requiere para la aprobación del
beneficio, interpretación con la que coincido en el ámbito de la libertad condicional.
Pero esta misma exigencia recibe un tratamiento distinto en el ámbito de la progresión al
tercer grado y con las mismas características de la responsabilidad civil, como “requisito”.
234
Sánchez García De Paz, 2005: 27 s., señala que la colaboración no se in-
centiva mediante un beneficio –técnica que sí podría considerar legítima dentro de
ciertos límites–, sino mediante la evitación de un perjuicio, la colaboración constituye
el único medio que permite evitar la aplicación de un régimen penitenciario de ex-
cepcional rigor.
235
Espina Ramos, 2004: 33, considera que éste no es un requisito absoluto,
ya que a quien corresponde resolver, esto es, decidir sobre el fondo es al Juez de
Vigilancia Penitenciaria, y valora la reforma considerando que la solución que se
adopta para intentar evitar ciertas resoluciones extravagantes puede no resultar del
todo efectiva puesto que las irregularidades en las concesiones de libertades condi-
cionales podrían seguir produciéndose.
236
Y ello debido a las normas del RP que regulan el procedimiento para la con-
cesión de la libertad condicional en sus arts. 194 a 199.
237
Valoran negativamente la reducción del poder de decisión de la jurisdicción,
Tamarit Sumalla/ García Albero/Sapena Grau/Rodríguez Puerta, 2005: 345.
238
Es ésta una reivindicación planteada por los Jueces de Vigilancia Peni-
tenciaria.
239
En este sentido se ha pronunciado Renart García, 2003: 163 ss., y achaca
este error a la precipitación y ausencia de rigor por parte del legislador; Faraldo
Cabana, 2006: 788; Llobet Anglí, 2007: 17.
240
En este sentido, Téllez Aguilera, 2004: 5; Vidales Rodríguez, 2004: 99, n.
12; Tébar Vilches, 2006: 164, quien entiende que la repetición puede entenderse
245
AAP Madrid 1055/2004 (Sección 5ª), de 27 de septiembre, donde se señala que
la penada fue declarada insolvente cuando ya se encontraba en prisión “y aunque los
arts. 27.2 y 33.1 LOGP y 147 y 148 RP establezcan que los penados tendrán trabajo remu-
nerado, de forma que puedan contribuir ‘al sostenimiento de las cargas familiares y al
cumplimiento de las restantes obligaciones’, es lo cierto que son escasos los destinos re-
munerados con un salario no embargable, habida cuenta de las dificultades de traba que
establece el art. 33.2 de la Ley. Por ello es absurdo pensar que quien ingresa insolvente en
prisión se torna solvente en ella, salvo supuestos excepcionales. Por el contrario, muchas
veces es la libertad la única forma de conseguir trabajo y con ello de, eventualmente, satis-
facer lo debido en concepto de responsabilidad civil, y lo que no se puede hacer es exigir
lo imposible, y menos aún incurrir en un círculo vicioso, en el que la posibilidad de pago
pase por la libertad (o semilibertad) y esta no sea alcanzable por imposibilidad de pago”;
en parecido sentido, AAP Madrid, 2905/2010 (Sección 5ª), de 27 de julio.
246
AAP Las Palmas 745/2004 (Sección 2ª), de 10 de diciembre, rechaza el recurso
interpuesto por el Ministerio Fiscal, atendiendo a que cumple el resto de requisitos, ha
efectuado pagos, y se observa una conducta tendente al cumplimiento de la obligación
de hacer efectiva la indemnización a que viene obligado. AAP Barcelona (Sección 9º)
de 21 de julio de 2004, en el caso, el Juez de Vigilancia Penitencia aprueba un beneficio
de libertad condicional sin que conste en el Informe Pronóstico Final lo dispuesto por
el art. 72.5. La audiencia declara haber lugar al recurso interpuesto por el Ministerio
Fiscal, porque considera que no hay esfuerzo suficiente cuando consta que el inter-
no ha accedido al mercado laboral pero que tiene que afrontar una serie de gastos
que le impiden hacer frente a las responsabilidades civiles. AAP Barcelona (Sección
9ª) declara haber lugar al recurso interpuesto por el Ministerio Fiscal, considerando
que no es esfuerzo suficiente, habiendo sido condenado al pago de una indemnización
de 1.500.000 ptas, debido a que sólo consta que está realizando pagos mensuales de 60
euros, cuando cobra una nómina de 768,08 euros y vive con su hermana: “La responsa-
bilidad debida ... no puede ser tomada como una mera carga más o menos gravosa que
puede ser llevada con pagos mensuales casi ridículos, sino que precisa un verdadero
esfuerzo reparador, aunque en el plano económico conlleve una especial onerosidad
al condenado”. AAP Barcelona 393/2005 (Sección 9ª), de 10 de enero, que rechaza el
recurso interpuesto por el Ministerio Fiscal, dada la escasa cuantía de la responsabili-
dad civil, y el esfuerzo reparador del penado ya que constan ingresos efectuados para
iniciar el pago de la misma y no consta hayan sido expresamente rechazadas por los
órganos sentenciadores; AAP Barcelona, 680/2005 (Sección 9ª), de 10 de mayo; AAP
Barcelona, 146/2007 (Sección 9ª), de 4 de mayo; AAP Barcelona 1327/2008 (Sección
21ª), de 10 de diciembre; AAP Madrid, 3276/2009 (Sección 5ª), de 22 de octubre; AAP
Madrid, 3744/2012 (Sección 5ª), de 16 de octubre.
247
AAP Barcelona 1358/2004 (Sección 9ª) de 30 de diciembre, que deniega el
recurso interpuesto por el interno con los siguientes argumentos: “Es patente tam-
bién que una responsabilidad civil tan importante en cuantía (casi 50.000.000 millo-
nes de pesetas) y perjuicio derivada de la comisión de un delito de estafa cometido
249
En este sentido, Tamarit Sumalla, 2004: 94.
250
García Valdés, 2002: 1072, proponía que para grupos de internos condena-
dos por delitos graves se debían prever unos informes adicionales que evidenciaran el
cambio de los factores criminógenos que permitieran la aplicación de la libertad con-
dicional o el adelantamiento de ella. Pero no lo proponía como un régimen especial
que con el devenir del tiempo cambiase por el general, sino que entendía que se es-
tablecieran unos controles más férreos para la delincuencia más grave, y consideraba
que no existe discriminación cuando lo que se hace es tratar a lo desigual como tal.
251
Enmienda de adición nº 56, BOCG, Congreso de Diputados, núm. 129-7,
Enmiendas, 25 de marzo de 2003, 44.
252
En este sentido Gimbernat Ordeig, 2004: 16, expresa: “Si con una condena
de 30 años, por ejemplo, se obtiene la libertad condicional después de 27 años, y a los
dos años de estar en esta situación al penado se le revoca el beneficio, la pena que final-
mente tendrá que cumplir será de 32 años, ya que la libertad condicional no es más que
una modalidad de ejecución de la pena privativa de libertad (art. 72.1 LOGP). Pero,
como la pena de 30 años que se le ha impuesto ha sido decretada por una sentencia
firme, es simplemente un atentado contra el principio de cosa juzgada que un Juez de
Vigilancia pueda elevar en dos años, sin que se haya celebrado un nuevo juicio, la exten-
sión de una pena privativa de libertad con la que le sancionó el único órgano judicial
que tenía competencia para hacerlo: el tribunal sentenciador”. También Críticos con
esta incorporación: Renart García, 2003: 193; Acale Sánchez, 2004: 377; Juanatey
Dorado, 2004: 25 s.; Espina Ramos, 2004: 33 s.; Cano Paños, 2012: 83.
253
En cuanto a las características del sistema de medidas de seguridad en el CP, v.
por muchos, Sanz morán, Las medidas de corrección y seguridad en el Derecho Penal, 2003.
254
V., en este sentido, Renart García, 2003: 126 ss.; Tamarit Sumalla, 2004:
100. Gracia Martín/Alastuey Dobón, 2006: 371 s.
255
Al respecto Vidales Rodríguez, 2004: 103, critica “que se utilice una técnica
legislativa de remisiones tan perturbadora en un texto que, como ya se dijo, pretende
dar mayor protagonismo al principio de seguridad jurídica. Tamarit Sumalla, 2004:
101, considera que al haber omitido el legislador el desarrollo normativo de las reglas
de conducta o medidas previstas para los liberados condicionales, se impone una la-
bor de construcción dogmática, que no puede desvincularse de la que es propia de
la libertad condicional como fase de libertad a prueba o de preparación para la vida
en libertad, que debe facilitar la reinserción social del penado. También crítica Tébar
Vilches, 2006: 201, en cuanto a la remisión en bloque al art. 96.3 del CP, en este caso
porque una de las medidas que incluye el artículo es la expulsión y ésta no tiene un
contenido correspondiente a una regla de conducta.
256
Las reglas de conducta que imponía la primitiva redacción del art. 83
del CP eran las siguientes: a) Prohibición de acudir a determinados lugares. b)
Prohibición de ausentarse sin autorización del Juez o Tribunal del lugar donde
resida. c) Comparecer personalmente ante el Juzgado o Tribunal o Servicio de la
Administración que éstos señalen, para informar de sus actividades y justificarlas. d)
participar en programas formativos, laborales, culturales, de educación vial, sexual u
otros similares. e) Cumplir los demás deberes que el Juez o Tribuna estime pertinen-
tes para la rehabilitación social del penado, previa conformidad de éste, siempre que
no atenten contra su dignidad como persona. La reforma de la LO 11/1999 introdu-
jo un nuevo apartado 1º bis): “prohibición de aproximarse a la víctima o de comuni-
carse con ella o con su familia”. A su vez, la LO 14/1999 modificó el contenido del
apartado introducido por la LO 11/1999, en los siguientes términos: “1º bis) prohibi-
ción de aproximarse a la víctima, o a aquellos de sus familiares u otras personas que
determine el Juez o Tribunal, o de comunicarse con ellos.”. A su vez, la LO 15/ 2003
y la LO 1/2004 efectúan nuevas modificaciones al precepto legal.El art. 96.3 en su re-
dacción original establecía “3. Son medidas no privativas de libertad: 1ª) La prohibi-
ción de estancia y residencia en determinados lugares. 2ª) la privación del derecho a
conducir vehículos a motor y ciclomotores. 3ª) La privación de licencia o del permiso
de armas 4ª) la inhabilitación profesional. 5º) La expulsión del territorio nacional,
de extranjeros no residentes legalmente en España. 6ª) Las demás previstas en el Art.
105 de este Código.” La LO 15/ 2003 da la siguiente redacción al art. “96. 3: “Son
medidas no privativas de libertad: 1ª La inhabilitación profesional. 2ª La expulsión
del territorio nacional de extranjeros no residentes legalmente en España. 3ª La obli-
gación de residir en un lugar determinado. 4ª. La prohibición de acudir a determi-
nados lugares o territorios, espectáculos deportivos o culturales, o de visitar estableci-
mientos de bebidas alcohólicas o de juego. 6ª La custodia familiar. El sometido a esta
medida quedará sujeto al cuidado y vigilancia del familiar que se designe y que acepte
la custodia, quien la ejercerá en relación con el Juez de Vigilancia Penitenciaria y sin
menoscabo de las actividades escolares o laborales del custodiado. 7ª La privación del
derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores. 8ª La privación del derecho
a la tenencia y porte de armas. 9ª) La prohibición de aproximarse a la víctima, o a
aquellos de sus familiares u otras personas que determine el Juez o Tribunal. 10ª La
prohibición de comunicarse con la víctima, o con aquellos de sus familiares u otras
personas que determine el Juez o Tribunal. 11ª La sumisión a tratamiento externo en
centros médicos o establecimientos de carácter socio-sanitario.12ª El sometimiento a
programas de tipo formativo, cultural, educativo, profesional, de educación sexual u
otros similares.”
257
En este sentido, Tamarit Sumalla/García Albero/Rodríguez Puerta/
Sapena Grau, 2005: 354 s.; Gracia Martín/Alastuey Dobón, 2006: 372.
258
Tamarit Sumalla, 2004: 93, considera que la remisión al mismo constituye
el principal acierto de la reforma.
259
Tamarit Sumalla, 2004: 103, expresa que, “a juzgar por la iniciativa desple-
gada casi simultáneamente sobre “medidas concretas en materia de seguridad ciuda-
dana, violencia doméstica e integración social de extranjeros” (LO 11/2003 de 29 de
septiembre), hay motivos para albergar la sospecha de que la oculta intención de los
impulsores de la reforma del art. 90.2 del CP haya tenido algo que ver con este efecto
de ampliación del ámbito de cobertura de la remisión. En cualquier caso las dudas y
262
La posición absolutamente mayoritaria en la doctrina es la que sustenta la
naturaleza civil de esta responsabilidad. Aunque también y minoritariamente se sos-
tienen posiciones mixtas, al afirmase, como hace Quintero Olivares, 2004: 24, que
la naturaleza no es puramente civil; también Molina Blázquez, 2002: 147 s. Un aná-
lisis más detallado de la cuestión y de diversos aspectos de la responsabilidad civil de-
rivada del delito: Alastuey Dobón, 2006: 594 ss.; Muñoz Conde/García Arán,
2010: 609 ss.; Mir Puig, 2011: 46 ss.; Trapero Barreales/Durán Seco, 2013:
575 ss.
263
Así, el TC en diversas sentencias ha sustentado tal naturaleza: SSTC 237/1993,
238/1993, 261/1993. En la última se trataba de un juicio de faltas por lesiones y daños
producidos en un accidente de tráfico, en el que se condenaba a la entidad asegura-
dora (recurrente en amparo como responsable civil directa) y en aplicación de la DA
3ª de la LO 3/1989 de 21 de junio al pago de un interés anual del 20% desde la fecha
del siniestro sobre las indemnizaciones señaladas en la sentencia a favor de los perju-
dicados. A juicio del demandante de amparo, al no encontrarse en vigor la mencio-
nada Ley en el momento en que ocurrieron los hechos, su aplicación contraviene no
sólo el principio de irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables
(art. 9.3 CE), sino también el de legalidad en materia sancionadora (art. 25.1 CE). En
relación a ello, el TC en el FJ 2 de la sentencia expresa: “El principio de irretroactivi-
dad de las disposiciones sancionadoras no favorables (art. 9.3 CE) no puede invocar-
se en vía de amparo, por lo que, en suma, la aplicación del mencionado principio no
puede ser por este Tribunal a no ser que, a través de ella, se haya vulnerado alguno
de los derechos susceptibles de amparo, y que por no tratarse de una sanción o pena,
sino de un pronunciamiento en materia de responsabilidad civil, la imposición de los
intereses del 20% en aquella disposición adicional no afectaban al art. 25.1 de la CE,
lo que excluye sin más, cualquier transgresión del citado precepto constitucional ...”.
264
ATC 154/1997, de 19 de mayo.
265
FJ 1 y 2.
141
266
Informe emitido por la mayoría del CGPJ.
267
En efecto, la Disposición Final segunda, disponía: “Entrada en vigor. La pre-
sente Ley Orgánica entrará en vigor al día siguiente de su publicación en el “Boletín
Oficial del Estado”.
268
En la DT Única se expresa: “Lo dispuesto, conforme a esta ley, en los artícu-
los 90 y 93.2 del Código Penal respecto de las circunstancias para acceder a la libertad
condicional, y en el artículo 72.5 y 6 de la Ley Orgánica General Penitenciaria respec-
to de la clasificación o progresión al tercer grado de tratamiento penitenciario, será
aplicable a las decisiones que se adopten sobre dichas materias desde su entrada en
vigor, con independencia del momento de comisión de los hechos delictivos o de la
fecha de al resolución en virtud de la cual se está cumpliendo pena.”
269
González del Pozo, 2004: 604 s.
270
De Castro, 2004: 183.
271
De Castro, 2004: 180-183.
272
Así, Landa Gorostiza, 2006: 185 s.
273
En este sentido Queralt Jiménez, 2010: 123 s.
274
Ríos Martín, 2004: 118 ss.
275
Ante la duda que genera la redacción del art. 36.2 del CP acerca de si se refie-
re a la pena individualmente considerada o a la suma de las impuestas, cuando expre-
sa “Cuando la duración de la pena de prisión impuesta…”, la Instrucción de la DGIP
9/2003, determinó que “en los supuestos en los que el penado cumpla una pena de
más de 5 años o varias que sumadas aritméticamente o refundidas excedan de esta du-
ración será requisito necesario que el interno tenga cumplida la mitad de la condena
o condenas, con independencia de que éstas vengan impuestas en una o varias causas
o procedimientos. Todas las propuestas de clasificación inicial o progresión a tercer
grado indicarán expresamente el total de la condena impuesta en la causa o causas
penadas que se encuentre cumpliendo, así como la fecha de cumplimiento de la mi-
tad de ellas”. Posteriormente esta Instrucción se modificó por la 1/2004, pero en este
punto concreto se mantuvo el criterio anterior. Finalmente, la Instrucción 2/2005
dispuso que “para la aplicación del período de seguridad establecido en el art. 36.2
del CP, se tendrá en cuenta la pena o penas impuestas consideradas de manera indivi-
dual; es decir, que en los supuestos en los que el penado cumpla varias sumadas arit-
méticamente o refundidas excedan 5 años, pero que individualmente consideradas
no excedan de este límite, no le será de aplicación el período de seguridad.”
276
Así, en el AAP Cádiz (Sección 1ª), de 26 de mayo, se establece que tanto el
requisito de haber satisfecho las responsabilidades civiles como el cumplimiento del
período de seguridad “son imprescindibles para obtener la progresión al tercer grado
(...), pues así lo dispone la Disposición Transitoria Única de la citada Ley Orgánica al
señalar lo dispuesto, conforme a esta Ley, en los artículos 90 y 93.2 del Código Penal,
respecto a las circunstancias para acceder a la concesión de la libertad condicional, y
en el artículo 72.5 de la Ley Orgánica General Penitenciaria respecto a la clasificación
o progresión en grado de tratamiento penitenciario, será aplicable a las decisiones
que se adopten sobre dichas materias desde su entrada en vigor, con independencia
del momento de comisión de los hechos delictivos o de la fecha de la resolución en
virtud de la cual se esté cumpliendo la condena, es decir, al tiempo de dictarse la re-
solución impugnada, los criterios a tener en cuenta eran los señalados en el art. 72.5
de la Ley Orgánica General Penitenciaria, y 36 del Código Penal conforme a la redac-
ción actual...”. En igual sentido, AAP Cádiz 75/2004 (Sección 4ª), de 13 de octubre,
278
Así en los AA de la AP Sevilla 34/2005 (Sección 4ª), y 62/2005 (Sección 4ª) de 28
de enero, se conceden permisos de salida atendiendo al argumento de que los condena-
dos se encuentran muy cerca del cumplimiento de la mitad de la condena impuesta.
279
AAP Madrid 1165/2004 (Sección 5ª) de 5 de mayo, se limita a señalar “El
Tribunal no comparte el criterio de que deba aplicarse el denominado “período de
seguridad” prevenido en el Art. 36 del Código Penal, cuando se trata de cumplimien-
to de penas por hechos anteriores al 2 de julio de 2003 fecha de entrada en vigor de la
LO 7/2003 de 30 de junio. Hay muchas razones para ello...”.
280
AAP Madrid 1185/2004 (Sección 5ª), de 5 de mayo. También, AAP Madrid,
2842/2004 (Sección 5ª), de 27 de septiembre, donde se reitera: “no puede por tanto
modificarse a peor con posterioridad a los hechos…”; en el mismo sentido y emplean-
do los mismos argumentos, AAP Vizcaya (Sección 2ª) de 21 de enero de 2005.
281
Entre otros, el AAP Barcelona 507/2004 (Sección 9ª), de 15 de junio, que
expresa: “No se incluye, pues, en la retroactividad que se declara el contenido del
artículo 36.2 del Código penal reformado que, por ello, no puede ser aplicado sino
a hechos que se produzcan con posterioridad a la entrada en vigor de dicha Ley
Orgánica, es decir, a partir del día 2 de julio de 2003”; el AAP Barcelona (Sección
9ª) de 30 de junio, en el que se incluye el párrafo que acabo de transcribir; de igual
forma en los AAP Barcelona 869/2004 (Sección 9ª), de 6 de septiembre y870/2004
(Sección 9ª), de 6 de septiembre.
282
AAP Zaragoza 427/2004 (Sección 1ª), de 11 de junio; en igual sentido, AAP
Zaragoza 754/2004 (Sección 1ª), de 4 de noviembre.
283
Cursiva añadida.
284
Creado por la LO 5/2003, de 27 de mayo, que modificó la Disposición
Adicional Quinta de la LO 6/1985, de 1 de julio, que en su apartado séptimo dis-
pone: “contra los autos de las Audiencias Provinciales y, en su caso, de la Audiencia
Nacional, resolviendo recursos de apelación, que no sean susceptibles de casación or-
dinaria, podrán interponer el Ministerio Fiscal y el letrado del penado, recurso de ca-
sación para la unificación de doctrina ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo,
el cual se sustanciará conforme a lo prevenido en la Ley de Enjuiciamiento Criminal
para el recurso de casación ordinario, con las particularidades que de su finalidad
se deriven. Los pronunciamientos del Tribunal Supremo al resolver los recursos de
casación para la unificación de doctrina en ningún caso afectarán a las situaciones
jurídicas creadas por las sentencias precedentes a la impugnada”.
285
El primero, por la vía de la vulneración de derechos constitucionales denun-
cia como infringidos los arts. 9.3 y 25 de la CE, concretamente la vulneración del
principio de irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables en base
a que el penado cometió los hechos en el año 2000, mucho antes de que entrara en
vigor la LO 7/2003. El Tribunal sostuvo que la denuncia que se efectuaba equiva-
lía a denunciar la inconstitucionalidad de la Disposición Transitoria Única de la LO
7/2003 por atentar contra el principio de no retroactividad de las Leyes penales per-
judiciales para el penado, cuyo rango constitucional es indiscutible, y consideró que
corresponde “al Tribunal Constitucional, en exclusiva, la competencia de depurar el
Ordenamiento Jurídico –también el Penal– de aquellas normas que no estén acorda-
das en la Constitución y correspondiendo a la jurisdicción ordinaria –en este caso del
orden penal–, la más concreta función de, si es posible, acomodar la interpretación
de la norma penal a las exigencias constitucionales”. Estas son las razones por las que
desestima el primer motivo del recurso.
pretación extensiva en contra del reo por la vía oblicua del art. 72.5
de la LOGP, como efectuó la Sección Cuarta de la Sala de lo Penal de
la Audiencia Nacional”.
Señala Fuentes Osorio286 que “La doctrina, la jurisprudencia y
al DGIP coincidieron en que el art. 36.2 CP, a pesar de lo señalado
en la disposición transitoria única, sólo sería de aplicación a los de-
litos cometidos con posterioridad a su entrada en vigor, el 2 de julio
de 2003”, y esta afirmación es correcta a partir de la Instrucción de
la DGIP de 2005 y la STS a la que acabo de hacer referencia, pero
también merece ser matizada, ya que tal y como he ido detallando
en este apartado, transcurrieron al menos dos largos años, desde la
entrada en vigor de la LO 7/2003, en que la DGIP no informó favora-
blemente la concesión de terceros grados atendiendo al requisito de
no haber cumplido la mitad de la condena y es por todos conocido
que la asistencia jurídica a los penados es escasa, que en esos años
el turno de oficio penitenciario no se había incorporado en todos
los Colegios de Abogados, y sólo algunas decisiones judiciales reme-
diaron la cuestión de quienes tuvieron la posibilidad de recurrir las
resoluciones denegatorias.
Resulta muy difícil cuantificar la cantidad de penados que no ha-
brán podido disfrutar, en este período, del tercer grado penitenciario
por la exclusiva razón de no haber cumplido la mitad de la condena,
pero sin duda serán casos que habrán ayudado a engrosar la excesiva
población penitenciaria y, en este caso, producto de una interpreta-
ción extensiva no ajustada a derecho.
Por otra parte, resulta relevante, el hecho de que la DGIP tome
como punto de conexión el momento de la sentencia y, que, tan-
to Instituciones Penitenciarias como en la misma STS se conside-
ren iguales las resoluciones de las AP de Barcelona y Madrid y la de
Zaragoza, cuando no están diciendo lo mismo: las primeras hacen
referencia al momento de la comisión de los hechos y la segunda al
286
Fuentes Osorio, 2011: 5. Por su parte, Landa Gorostiza, 2006: 181 ss.,
caracteriza el control judicial relativo a la aplicación retroactiva del período de segu-
ridad como una primera “corrección de rumbo”. Así, sostiene que más allá del conte-
nido de las reformas, también en las formas y en los modos de legislar y en la propia
voluntad aplicativa de la DGIP, se detectan líneas de actuación que podrían tildarse
de antigarantistas en la medida en que transgreden principios como el de legalidad o
el de división de poderes, y reconoce que algunos de estos aspectos ya han sido corre-
gidos por la propia jurisprudencia de control.
287
Contó con el apoyo de todos los grupos políticos, salvo el Partido Popular
(192 votos a favor y 147 en contra).
157
288
Entre los que se encontraba De Juana Chaos (detenido en 1987 cuando era
responsable del “Comando Madrid) que participó en distintos atentados que cau-
saron la muerte a 25 personas. La suma de las penas privativas de libertad que se
le impusieron sumaban más de 3.000 años. Durante los años que estuvo en prisión
siguió haciendo manifestaciones (recogidas por los medios de comunicación) en las
que festejaba diversos atentados cometidos por la banda. En enero de 2005 la prensa
anunciaba que próximamente, luego de pasar dieciocho años en prisión este históri-
co etarra con un historial sangriento saldría en libertad el próximo mes de febrero (v.
http://elpais.com/elpais/2005/01/06/actualidad). También, entre otros, respecto
de otro integrante del “Comando Madrid”, Tapia Irujo, se señalaba que podría ser
excarcelado en una semana y se informaba que “la Fiscalía examina si tiene derecho
a obtener todas las redenciones ordinarias y extraordinarias, en caso de detectar algu-
na irregularidad, recurrirá la puesta en libertad. Se informaba también que, de pros-
perar el recurso, su excarcelación se retrasaría sólo unos meses, y que sin redenciones
habría salido en 2013”. (v. www.abc.es/hemeroteca/historico-15-06-2005).
289
El Defensor del Pueblo, con ocasión de conocer la noticia relativa a que la AN
evita la excarcelación de De Juana Chaos al imputarle dos nuevos delitos, declaró que
“no es posible que salga de la cárcel porque no hay rehabilitación sino todo lo contra-
rio, empecinamiento en el crimen” (v. http://www.lavanguardia.com/20050110).
290
Sobre la indignación de las víctimas de ETA por la posible excarcelación del
etarra De Juana Chaos: http://www.abc.es/hemeroteca/historico-07-01-2005.
291
Estos mensajes se mantienen de forma más o menos constante, no sólo en
relación a la posible obtención de la libertad por cumplimiento de la condena de
estos penados, sino también en ocasión de la concesión de, por ejemplo, un recien-
te permiso de salida a un interno que se encuentra en segundo grado: así, la presi-
denta de una asociación de víctimas declara: “no sé qué adjetivo ponerle porque me
parece indecente y vergonzoso y me hace plantearme qué pasa con las justicia en
este país”; mientras que un portavoz de la Asociación Unificada de Guardias Civiles
declara al respecto que “todo el que haya cometido un delito de sangre tiene que
cumplir la condena completa”; como si disfrutar de un permiso de salida significa-
294
Los Sres. José Antonio Martín Pallín, Joaquín Giménez García y Perfecto
Andrés Ibañez formularon un voto particular a la sentencia resolutoria.
295
Ponente: Sr. Julián Sánchez Melgar. Formaron la mayoría, además, los Sres.
Juan Saavedra Ruiz, Enrique Bacigalupo Zapater, Joaquín Delgado García, Siro
Francisco García Pérez, Carlos Granados Pérez, Andrés Martínez Arrieta, José Ramón
Soriano Soriano, José Manuel Maza Martín, Miguel Colmenero Menéndez de Luarca,
Francisco Monterde Ferrer y Juan Ramón Berdugo Gómez de la Torre.
296
Recurso que fue apoyado por el Ministerio Fiscal, que cambia de opinión
respecto de lo manifestado ante la Audiencia Nacional.
297
Señala el Tribunal que esta decisión ratifica una línea interpretativa seguida
en diversos precedentes respecto del entendimiento de las normas de acumulación
jurídica posterior de las penas correspondientes al concurso real. Recuerda que la
jurisprudencia viene entendiendo que si las penas se han impuesto en distintos pro-
cesos, la llamada acumulación de condenas estará condicionada por la posibilidad de
que “por su conexión (los hechos) pudieran haberse enjuiciado en uno solo”.
298
El art. 70 de CP de 1973 dispone lo siguiente: “Cuando todas o algunas de
las penas correspondientes a la diversas infracciones no pudieran ser cumplidas si-
multáneamente por el condenado, ser observarán, respecto a ellas, las reglas siguien-
tes:/ 1ª En la imposición de las penas se seguirá el orden de su respectiva gravedad
para su cumplimiento sucesivo por el condenado en cuanto sea posible, por haber
obtenido indulto de las primeramente impuestas o por haberlas cumplido./ La gra-
vedad respectiva de las penas para la observancia de lo dispuesto en el párrafo an-
terior se determinará con arreglo a la siguiente escala: Reclusión Mayor. Reclusión
menor. Presidio mayor. Prisión mayor. Presidio menor. Prisión menor. Arresto mayor.
Extrañamiento. Confinamiento. Destierro./ 2.ª No obstante lo dispuesto en la regla
anterior, el máximum de cumplimiento de la condena del culpable no podrá exceder
del triplo del tiempo por que se le impusiere la más grave de las penas en que haya
incurrido, dejando de extinguir las que procedan desde que las ya impuestas cubrie-
ren el máximum de tiempo predicho, que no podrá exceder de treinta años./ La
limitación se aplicará aunque las penas se hubieran impuesto en distintos procesos si
los hechos, por su conexión, pudieran haberse enjuiciado en uno solo.”
299
El art. 100 del mencionado texto legal dispone: “Podrán redimir su pena
con el trabajo, desde que sea firme la sentencia respectiva, los reclusos condenados
a penas de reclusión, prisión y arresto mayor. Al recluso trabajador se abonará, para
el cumplimiento de la pena impuesta, previa aprobación del Juez de Vigilancia, un
día por cada dos de trabajo, y el tiempo así redimido se le contará también para la
concesión de la libertad condicional. El mismo beneficio se aplicará, a efectos de
liquidación de su condena, a los reclusos que hayan estado privados provisionalmen-
te de libertad. /No podrán redimir penas por el trabajo: 1.º Quienes quebranten la
condena o intentaren quebrantarla, aunque no lograsen su propósito. 2.º Los que
reiteradamente observen mala conducta durante el cumplimiento de la condena.”
300
Que ejemplifica de la siguiente manera: un condenado a 3 penas, una de 30
años, otra de 15 años y otra de 10 años: la regla 2ª del art. 70 del Código Penal de 1973,
que sería el aplicable en el ejemplo, determina que el tope de cumplimiento efectivo es
el límite que represente o bien el triplo de la más grave, o el máximum de treinta años.
En el ejemplo, será el máximo de 30 años de cumplimiento efectivo. El cumplimiento
sucesivo de las penas (de la condena total) comienza con la primera, que es la pena
más grave (la de 30 años de prisión). Si hubiera redimido (por los conceptos que sean),
10 años, tendría cumplida la pena a los 20 años de estancia en prisión, declarándosele
extinguida; a continuación, pasaría a cumplir la siguiente pena por el orden de su res-
pectiva gravedad (esto es la de 15 años), si de ésta redime 5 años, la tendría cumplida
en 10 años. 20+10=30. Ya no podría cumplir más penas, dejando de extinguir las que
procedan, como literalmente dice el CP aplicado, desde que las ya impuestas cubrieren
el máximo de tiempo predicho que no podrá exceder de 30 años.
301
Aclara que las SSTS 29-9-1992 y la de 24-6-1994, y otras similares, no han in-
terpretado que el límite de cumplimiento constituya una pena total que reemplaza a
las individualmente impuestas en los casos de concurso real, sino que se han referido
a un problema distinto, el de la unidad penitenciaria de ejecución de las penas sucesi-
vas, cuestión que se relaciona con las necesidades del tratamiento penitenciario, que
en nada afecta a la consecuencia jurídica del concurso real.
302
Cita las SSTC 42/1993 y 71/1998.
303
A modo de ejemplo cita la STS 1101/1998, de 1 de octubre.
304
En parecido sentido, Manzanares Samaniego, 2006 (a): 1326.
305
Lenguaje que, por otra parte, ya ha empleado el legislador en el título de la
LO 7/2003, que se refiere al “cumplimiento íntegro y efectivo” de las penas, como
señalan García Arán/Perez-Neto, 2008: 164.
306
Así lo manifiesta Landa Gorostiza, 2012: 5; quien entiende adecuada la va-
loración político criminal que efectúa Silva Sánchez, 2007: 332 ss.; de las doctrinas
penales de la “lucha contra la impunidad” y del “derecho de la víctima al castigo del
autor”. En este trabajo Silva Sánchez expresa que “la evitación de la impunidad se
ha convertido en el más ‘moderno’ de los fines del Derecho penal y, desde luego, en
uno de los factores más relevantes de la modificación –durante la última década– del
alcance de principios político-criminales clásicos”.
307
V. por muchos, Mir Puig, 2011: 122 s.; Luzón Peña, 2012: 32.
308
En relación a esta referencia expresa Manzanares Samaniego, 2006 (a):
que es muy discutible afirmar que “el principio de humanidad estará siempre al lado
de las víctimas”. “Su desarrollo en el ámbito de la valoración de la prueba y de la inter-
pretación legal sería difícilmente compatible con el in dubio pro reo”.
309
Cita la STC 202/1991, de 28 de octubre, donde se expresa que “los órganos ju-
diciales pueden modificar sus propios precedentes, siempre que lo hagan en términos
que permitan apreciar que el nuevo criterio interpretativo ha sido adoptado como so-
lución genérica dotada de vocación para ser aplicada en casos futuros y no como cam-
bio inadvertido por el órgano judicial o que sea fruto del voluntarismo selectivo frente a
supuestos anteriores resueltos de modo diverso”. Porque el principio de Igualdad en la
aplicación de la Ley prohíbe “el cambio irreflexivo o arbitrario, lo cual equivale a sostener
que, el cambio es legítimo cuando es razonado, razonable y con vocación de futuro, esto
es, destinado a ser mantenido con cierta continuidad con fundamento en razones jurí-
dicas objetivas que excluyan todo significado de resolución ad personam, siendo ilegítimo
si constituye tan sólo una ruptura ocasional en una línea que se viene manteniendo con
normal uniformidad antes de la decisión divergente o se continúa con posterioridad –
SSTC 64/1984, 49/1985, 108/1988, 199/1990 y 144/1991, entre otras”.
310
Cita, en apoyo a esta afirmación, las siguientes SSTS: de 8 de marzo de 1994:
“Se olvida el Tribunal de Instancia que la pena señalada en el art. 70.2 del Código
Penal, el límite de 30 años en este caso, opera ya como una pena nueva, resultante
y autónoma, y a ella deben referirse los beneficios otorgados por la Ley como son
la libertad condicional y la redención de penas (…). Se trata de una interpretación
realizada por el órgano a quo contra reo y que por ello debe proscribirse (…). Sobre
la pena resultante, que podría ser el triplo de la más grave de las sanciones o bien el
límite de 30 años, es donde deben operar los beneficios penitenciarios y no distin-
guir donde la Ley no distingue y contra reo y con choque frontal a lo señalado en el
art. 25.2 del texto constitucional…”. De 15 de septiembre de 2005: que “declara que
la pena acumulada “opera ya como una pena nueva resultante y autónoma, y a ella
deben referirse los beneficios otorgados por la Ley como son la libertad condicional,
permisos de salida…”. De 14 de octubre de 2005: que después de distinguir los su-
puestos de acumulación `material` y acumulación `jurídica` de los arts. 73, 75 y 76 del
CP vigente, explica que la pena máxima de 20 años “opera ya como una pena nueva,
resultante y autónoma, y a ella deben referirse los beneficios otorgados por la ley,
como la libertad condicional…”.
c) El recurso de amparo
311
En efecto, la resolución dictada por la AN, en razón de su alcance, sólo podía
ser recurrida por el interesado y por el Ministerio Fiscal. El interesado solicitó que se
anulase la insólita e insostenible refundición llevada a cabo por ese tribunal, al esti-
mar que la agrupación de la pena en dos bloques de treinta años cada uno era con-
traria a derecho. El Ministerio Fiscal, en defensa de la legalidad, también lo entendió
así; dando, además, por supuesto que nada se oponía a que a la pena máxima legal,
de treinta años, se aplicasen las redenciones a que hubiera lugar, según ese criterio
uniformemente observado y nunca discutido.
312
Que fundamenta en la vulneración de los derechos fundamentales a la tutela
judicial efectiva (art. 24.1 CE), a un proceso con todas las garantías (art. 24.2 CE), a la
legalidad penal (art. 25.1 CE), a la igualdad en la aplicación de la Ley (art. 14 CE) y a
la libertad (art. 17 CE).
313
Nistal Burón, 2008: 1602, 1606, entiende que la nueva interpretación
“constituye un mecanismo necesario para corregir el desajuste entre pena impuesta
y pena cumplida”, considera, en fin, que “la introducción de criterios objetivos rela-
tivos a la duración de la condena, tanto por la doctrina Parot, como por lo dispuesto
en el art. 78 CP, no supone otra cosa que limitar el subjetivismo propio del sistema
de individualización científica y, de paso, controlar la amplia discrecionalidad que la
Administración penitenciaria tiene en materia de ejecución penal”. Mendizábal
Allende, 2011: 1662, 1665, considera el contenido de la resolución un “razonable
criterio que respeta el principio de proporcionalidad” y, además, “es una bocanada
de justicia y satisface la necesidad social de ver cómo se da a cada uno lo suyo…”.
314
De otra opinión García pablos, 2006: 207, quien sostiene que la sentencia
–se compartan o no los siete argumentos que aporta para justificar el cómputo– es
sólida y coherente. Añade, además, que “sólo su tesis hace posible y efectivo el cum-
plimiento real de las penas excepcionalmente graves que contempla el art. 76.1 CP,
lo que no sucede si la redención de penas se computa a partir del límite máximo de
cumplimiento que establece dicho artículo”.
315
De forma expresa se refiere a ello, Hernández García, 2006: 6, quien afir-
ma que la validez material de la desvinculación (de los precedentes) no depende
exclusivamente de la mayor o menor juricidad de las nuevas razones. Los altos tri-
bunales vienen obligados a aplicar un método mucho más exigente. La existencia
to. De esta distinción, deriva que cada una de las penas impuestas
mantienen su individualidad, y que esas penas se cumplirán sucesi-
vamente por orden de su gravedad hasta el límite de que se trate (el
triplo de la más grave o treinta años) y por eso es que de ese “cumpli-
miento sucesivo de penas, el penado dejará ‘de extinguir (es decir de
cumplir) las que procedan (esto es, las siguientes en el orden citado)
desde que las ya impuestas (cumplidas) cubrieren el máximum de
tiempo predicho, que no podrá exceder de treinta años’”. Estas afir-
maciones (junto a otros argumentos316), le permiten concluir que lo
que el reo irá cumpliendo, con los avatares que le correspondan y
con todos los beneficios a los que tenga derecho, será cada una de
las penas impuestas hasta el límite de la condena. Por lo que a la
extinción de las penas que cumpla sucesivamente se podrán aplicar
los beneficios de la redención de penas por el trabajo conforme al
art. 100 del CP de 1973. Por el contrario, los magistrados que firman
el voto particular (para rechazar tal conclusión) afirman que tales
penas se transforman en otra de la misma naturaleza, pero distinta, a
la que denominan pena de cumplimiento317, posición que, por otra
parte ya había sido expresamente sostenida por el mismo Tribunal
en la Sentencia de 8 de marzo de 1994 y en alguna posterior, citada
también en el voto disidente318.
Señala Sanz Morán319 que dado lo arraigado de este modo de
plantear el dilema, resulta explicable el esfuerzo interpretativo des-
tinado (tanto por los magistrados que formaron la mayoría, como
por los discrepantes) a determinar si la aplicación de los límites de
316
En primer lugar porque “…en nuestro sistema jurídico solamente resulta
una pena distinta de las diversas infracciones cometidas, como consecuencia de la
aplicación de un delito continuado (“ex” art. 69 bis, hoy 74), o del concurso ideal
(medial o pluri-ofensivo, “ex” art. 71, hoy 77) cuya construcción dogmática en la mo-
derna doctrina permite afirmar que resulta una nueva pena distinta y diversa de las
correspondientes a las infracciones cometidas”; y, en segundo lugar, “porque carece-
ría de cualquier sentido que por el expresado camino de la acumulación se convirtie-
ra en una nueva pena única de treinta años un amplio historial delictivo, igualando
injustificadamente al autor de un solo delito con el condenado a una multitud de
ellos, como es el caso enjuiciado.”
317
Criterio que Manzanares Samaniego, 2006 (a): 1327, considera acertado.
318
De 15 de septiembre de 2005, y aplicando ya el CP de 1995. En esta sentencia
se expresa que la pena “opera ya como una pena nueva resultante y autónoma y a ella
deben referirse los beneficios otorgados como son la libertad condicional, permisos
de salida …”.
319
Sanz Morán, 2006: 30 ss.
321
Manzanares Samaniego, 2006 (b): 83 ss.; Sanz Morán, 2006: 31 ss.; Núñez
Fernández, 2013: 411.
322
El art. 1.1. de la LOGP, incorpora el mandato del art. 25.2 de la CE y expresa
que “Las Instituciones penitenciarias reguladas en la presente Ley tienen como fin pri-
mordial la reeducación y la reinserción social de los sentenciados a penas y medidas
penales privativas de libertad, así como la retención y custodia de detenidos, presos y
penados”. La finalidad propuesta la pretende alcanzar a través del sistema de individua-
lización científica, así el art. 72.1. de la LOGP expresa: “las penas privativas de libertad
se ejecutarán según el sistema de individualización científica, separado en grados, el
último de los cuales es la libertad condicional, conforme determina el Código Penal”
323
Desarrollada en el Reglamento Penitenciario, la unidad de ejecución era ya
necesaria antes de la LO 1/1979, en el sistema progresivo clásico se encuentra ya en el
Reglamento de los Servicios de Prisiones de 1954, el art. 48 conecta con la declaración
del art. 84 del CP de 1944 sobre el cumplimiento de las penas privativas de libertad
según el sistema progresivo, pero el art. 56 va más lejos en cuanto regula la libertad
condicional acudiendo a una pena única: “Cuando algún penado sufra dos o más pe-
nas de privación de libertad contenidas en una sentencia se considerarán aquéllas al
efecto de aplicación al mismo del beneficio de la libertad condicional como una sola de
mayor duración. Si dicho penado hubiere sido objeto de indulto se sumará igualmente
el tiempo dispensado en cada una para rebajarle de la suma total. Cuando en virtud de
distintas sentencias sufra dos o más condenas, que habrá de extinguir por su orden, no
se aplazará, caso de otorgársele el beneficio en alguna, el cumplimiento de las restan-
tes, sino que extinguirá todas sucesivamente y el tiempo que se le otorgue de beneficio
también se acumulará para que lo disfrute del mismo modo sucesivo, en libertad condi-
cional”. Este precepto pasó sustancialmente al art. 59 del Reglamento de 1981 (vigente
en el momento en que se realizaron los hechos del caso), y, más tarde al art. 193.2 del
Reglamento Penitenciario de 1996, en el que se expresa: “Cuando el penado sufra dos
o más condenas de privación de libertad, la suma de las mismas será considerada como
una sola condena a los efectos de aplicación de la libertad condicional. Si dicho penado
hubiera sido objeto de indulto, se sumará igualmente el tiempo indultado en cada una
para rebajarlo de la suma total”. V. Manzanares Samaniego, 2006 (b): 83 ss.
324
Manzanares Samaniego, 2006 (b): 89.
325
Dan cuenta de estas cuestiones, aludiendo al problema de la unidad de
ejecución y las dificultades de orden práctico que genera la nueva doctrina para los
permisos de salida y para la libertad condicional: Cuerda Riezu, 2006: 284; Llobet
Anglí, 2011: 902; Núñez Fernández, 2013: 410.
326
V. por muchos, Sanz Morán, 2006: 33.
327
A ello se refieren Manzanares Samaniego, 2006 (a): 1327; Cuerda Riezu,
2006: 289; Sanz Morán, 2006: 42; Zabala lópez-Gómez, 2006: 148; García-Pablos,
2006: 207; González Franco/Ragués i Vallés, 2007: 91; Orts Berenguer, 2009:
40; Llobet Anglí, 2011: 896.
328
Cuerda Riezu, 2006: 289.
329
Así, orts Berenguer, 2009: 40.
330
De igual opinión, Manzanares Samaniego, 2006 (b): 89; Sanz Morán,
2006: 32; Vives Antón, 2006: El País, de 11 de marzo, cuando afirma que “dos leyes
posteriores fijan, conforme a esa interpretación unánime y uniforme, el sentido de
la ley anterior”: el CP de 1995 y la LO 7/2003, de 30 de junio; Orts Berenguer,
2009: 38; Queralt jiménez, 2010: 132; Llobet Anglí, 2011: 903 s. De otra opinión,
García pablos, 2006: 207, n. 54, que afirma que la sentencia comentada no aplica
retroactivamente el art. 78 CP vigente, sino que modifica la doctrina tradicional sobre
el art. 70 del CP.
331
Cuerda Riezu, 2006: 285 s.
332
Cuerda Riezu, 2006: 291.
333
Entre otras, SSTC 137/1997, 151/1997; 56/1998; 189/1998; 43/1999;
142/1999, de 22 de julio; 174/2000, de 26 de junio; 185/2000, de 10 de julio;
195/2000, de 24 de julio. Alcácer Guirao, 2010: 44 ss., analiza la evolución del TC
en el control a la aplicación de la ley, y señala como indudable que el control del
Tribunal sobre la interpretación de la ley adoptada por los jueces va a suponer una
constante fuente de tensiones, singularmente entre el TC y el TS porque el enjuicia-
miento acerca de cómo ha de ser interpretada una determinada ley presupone una
determinada concepción, siquiera implícita, acerca del alcance y sentido de dicha
ley; es decir, que para revisar la interpretación de la ley, el Constitucional debe, en
cierta medida, interpretar la ley.
334
Así, Vives Antón, 2006: El País, de 11 de marzo; González Cussac, 2007:
236, quien la considera un ejemplo manifiesto de conculcación del derecho a la lega-
lidad penal, tanto por lo que se refiere a la prohibición de retroactividad en perjuicio
del reo como de la exigencia de sumisión de los jueces a la ley; Cuerda Arnau, 2013
(b): 766.
335
La resolución a que hace referencia es la STS de 8 de marzo de 1994 en la
que afirmó que el límite de ejecución del art. 70.2 del CP 1973 “opera como una nue-
va pena resultante y autónoma” y además critica la sentencia porque se apoya en el
art. 59 del RP de 1981 entonces vigente infringe el principio de jerarquía normativa.
336
Cuerda Riezu, 2006: 282 s., demuestra a partir del examen de aproxima-
damente 170 sentencias y autos del TS que “el problema de la acumulación de penas
con los límites de la regla 2.ª el art. 70 del Código Penal de 1973 en relación con la
redención de penas por el trabajo no era en absoluto desconocido por la jurispruden-
cia, sino que había una anterior línea jurisprudencial”.
337
En este sentido, Sanz Morán, 2006: 32; Queralt Jiménez, 2010: 132;
Llobet Anglí, 2011: 900; Cuerda Arnau, 2013 (b): 756, señala que resulta tan ob-
vio que la STS 197/2006 introduce un cambio trascendental en el modo de computar
la redención de penas por el trabajo, que hasta el mismo TS termina reconocién-
dolo: “la STS 343/2011, de 3 de mayo lo reconoce expresamente y dice que “lo que
se ha modificado es la forma de aplicar los beneficios penitenciarios. Hasta la STS
nº 197/2006 –reconoce ahora el Tribunal– se aplicaban sobre el límite máximo. Tal
criterio fue considerado erróneo por la citada sentencia y otras que la siguieron, que
entendieron que aquellos beneficios deberían aplicarse sobre las penas efectivamen-
te impuestas, que debían cumplirse sucesivamente hasta alcanzar el límite máximo
fijado por la ley (FJ 3º, p.2)”.
338
Expresa el Tribunal (FJ 4) que la vulneración del derecho a la igualdad en la
aplicación judicial de la Ley se produce cuando un mismo órgano judicial se aparta
de forma inmotivada de la interpretación de la Ley seguida en casos esencialmente
iguales, de modo que son requisitos de la apreciación de dicha vulneración la existen-
cia de igualdad de hechos; de alteridad personal; de identidad del órgano judicial,
entendiendo por tal la misma Sección o Sala, aunque tenga una composición diferen-
te; de una línea jurisprudencial consolidada, que es carga del recurrente acreditar; y,
finalmente, el apartamiento de dicha línea de interpretación de forma inmotivada,
pues lo que prohíbe el principio de igualdad en aplicación de la ley “es el cambio irre-
340
Sanz Morán, 2006: 38; de igual opinión, en cuanto a que el problema de
fondo es la aplicación retroactiva de un cambio jurisprudencial desfavorable al reo:
Cuerda Arnau, 2013 (b): 766.
341
También manifestó en una comparecencia ante la Comisión de Justicia del
Congreso que la aplicación de la nueva doctrina del Tribunal Supremo para el cálcu-
lo de las redenciones de penas a presos puede generar “algunas dificultades”, aunque
también explicó que se ha instruido debidamente a los fiscales para que adapten su
actuación a la misma (v. http://elpais.com/elpais/2006/03/08/actualidad/).
342
El art. 847 primer párrafo de la LECr. dispone: “Contra los autos dictados,
bien en apelación por las Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales Superiores de
Justicia bien con carácter definitivo por las Audiencias, sólo procede recurso de ca-
sación, y únicamente por infracción a la ley, en los casos en que ésta lo autorice de
modo expreso.”
343
Manzanares Samaniego, 2006 (a): 1327, se preguntaba, a los pocos días de
dictada la Sentencia 197/2006 sobre la repercusión que tendría la misma y señalaba
que “Lo único claro es que no concurre ninguna de las causas del recurso de revisión
conforme al art. 954 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal”, sin plantearse, siquiera,
la posible admisibilidad del recurso de casación respecto del auto de licenciamiento.
344
Cuerda Arnau, 2013 (b): 757, afirma que el Auto del TS de 7 de abril de
2008 “en lugar de servir para reforzar los derechos fundamentales, se dirige a con-
sagrar definitivamente la limitación que del derecho a la libertad había operado su
previa doctrina”.
345
Los antecedentes del caso son los siguientes: la AP Barcelona (Sección 5ª),
en trámite de ejecución, dictó auto aprobando el licenciamiento definitivo del co-
nocido como violador del Vall d’Hebron. El Ministerio Fiscal presentó recurso de
súplica solicitando que se practicara una nueva liquidación de condena con arreglo a
la doctrina Parot. El recurso fue desestimado por auto de 14 de septiembre de 2007.
Con fecha 21 de septiembre de 2007, la Audiencia dictó nuevo auto aprobando el
licenciamiento definitivo y dictó el mandamiento de puesta en libertad. El Ministerio
Fiscal y la acusación particular presentaron escrito anunciando que interpondrían re-
curso extraordinario de casación, preparación que les fue denegada por auto de 2 de
octubre de 2009. Contra este auto las acusaciones interpusieron recurso de queja que
fue estimado en lo que afecta a dejar sin efecto el auto que denegaba la preparación
del recurso ordenando a la Audiencia que dictase auto admitiendo la preparación del
recurso de casación contra el que aprobó el licenciamiento definitivo del penado.
346
Formulado por el Sr. Luciano Varela Castro que, además, expresa dos ra-
zones más para discrepar de la decisión mayoritaria: en primer lugar, cuando el TS
adoptó el criterio, por ahora vigente, conforme al cual en ningún caso se aplicarán
los beneficios penitenciarios a la pena a cumplir como única, sino sucesivamente
347
Al menos, las SSTS 195/2010, de 24 de febrero (ETA); 343/2011, de 3 de
mayo (tres asesinatos con pena de 30 años cada uno); 1089/2011, de 27 de octubre
(ETA) con voto particular del Sr. Luciano Varela Castro; 1042/2012, de 27 de di-
ciembre (ETA); 101/2013, de 8 de febrero (ETA) con voto particular del Sr. Joaquín
Giménez García, por coherencia con su posición discrepante en relación a la doc-
trina recogida en la STS 197/2006, de 28 de febrero. En este voto particular hace
referencia a la STEDH de 10 de julio de 2012, caso Del Río Prada c/ España, expre-
sando que, aunque no es definitiva al estar pendiente de resolución un recurso ante
el Pleno del Tribunal, en razón del cual tanto el Tribunal Constitucional como la Sala
del Tribunal Supremo han acordado mantener la doctrina hasta que la doctrina del
TEDH sea firme, pero ello no impide que en su opinión se esté ante una doctrina
–la doctrina Parot– que bien pueda estimarse sino en precario, severamente limita-
da, aunque ciertamente no es firme. Por último la STS 155/2013, de 21 de febrero.
De los antecedentes de esta sentencia resulta interesante señalar que el centro peni-
tenciario propone a la AP Valladolid tres posibilidades de licenciamiento definitivo
del interno, una de ellas con la suma de las penas impuestas respecto a un Sumario
(2/92) fijando la pena de este en 30 años y aplicando los beneficios penitenciarios,
que supondría que dejaría la pena extinguida el 15-03-2012. Otra de las posibilidades
que presenta deriva de la suma de las penas impuestas, pero fijando las penas del
Sumario (2/92) no en el límite de 30 años de cumplimiento efectivo, sino teniendo
en cuenta independientemente las penas impuestas en dicho procedimiento, esto es
treinta años por asesinato y veinte años por violación y rapto, con abono de redencio-
nes ordinarias y extraordinarias, que fijaría la fecha de cumplimiento el 11-07-2025.
La última posibilidad que ofrece el Centro penitenciario es de liquidación con la
suma de todas las penas sin los beneficios penitenciarios y con máximo de estancia en
prisión de treinta años, lo que fijaría como fecha de cumplimiento definitivo el 8-4-
2031. Este ejemplo da cuenta de los niveles de seguridad jurídica en este ámbito.
348
Los recursos se encuentran fundamentados en la vulneración de los siguien-
tes derechos fundamentales: la tutela judicial efectiva (art. 24.1 CE), el derecho a un
proceso con todas las garantías (art. 24.2 CE), el derecho a la legalidad (art. 25.1 y 2
CE), el derecho a la libertad (art. 17.1 CE) y el derecho a la igualdad en la aplicación
de la ley (art. 14 CE).
349
Entre las que se encuentran las SSTC 58/2012, de 29 de marzo; 60/2012, de
29 de marzo; 63/2012, de 29 de marzo; 152/2012, de 16 de julio; 165/2012, de 1 de
octubre; 167/2012, de 1 de octubre; 186/2012, de 29 de octubre y 28/2013, de 11 de
febrero.
350
Así, las SSTC 39/2012, de 29 de marzo, 57/2012, de 29 de marzo; 67/2012,
de 29 de marzo y 113/2012, de 24 de mayo. En esta última sentencia los Magistrados
Delgado Barrios, Rodríguez Arribas, Aragón Reyes y Pérez de los Cobos for-
mulan votos particulares en los que coinciden en que el recurso de amparo debió ser
inadmitido por extemporáneo.
351
Los antecedentes del caso resuelto en la STC 39/2012, de 29 de marzo, son
los siguientes: por Auto de 22 de octubre de 1996, las penas impuestas al condenado
fueron acumuladas (art. 70. 2.ª CP 1973) estableciéndose en la resolución como tiem-
po global de cumplimiento el de 30 años de privación de libertad. Mediante Auto
de 28 de marzo de 1977 se acordó que no procedía la revisión de penas, “pese a que
aplicando el nuevo Código Penal, el límite de cumplimiento sería 25 años, no proce-
de modificar las penas impuestas, pues ni lo ha solicitado el penado, ni ello resulta-
ría beneficioso, pues comportaría la pérdida del derecho a obtener redenciones con
posterioridad al 25 de mayo de 1996”. A tal conclusión se llega teniendo en cuenta, la
“liquidación de la pena de 30 años acumulada” remitida por el Centro penitenciario,
en la que se hacen constar las redenciones obtenidas, así como la prisión preventiva
cumplida por el penado y en la que el cómputo de las redenciones se realiza sobre
la pena de 30 años refundida. Por providencia de 27 de junio de 1997 se declara fir-
me el auto anterior. El Director del centro penitenciario interesó la aprobación del
354
Incorporados por la Magistrada Asúa Batarrita en todas las sentencias
(voto al que adhiere el Magistrado Ortega Álvarez en la STC 39/2012), y por los
Magistrados Pérez Tremps en las SSTC 39/2012, 47/2012, 60/2012; y Gay Montalvo
en las STC 40/2012, 41/2012, 51/2012, 64/2012 y 66/2012.
355
Analiza, críticamente, en su voto, cada uno de los criterios interpretativos
empleados (literal, sistemático y teleológico) empleados por el TS en la Sentencia
197/2006.
356
Señala además, que la sentencia cita varias SSTEDH en apoyo de la ubicación
de la redención de penas por el trabajo fuera del ámbito de tutela del art. 25.1 CE;
pero expresa –anticipándose a lo que luego será el criterio de la Sala 3.ª del TEDH
en el caso Del Río Prada c/España– que tales resoluciones se refieren a beneficios
penitenciarios de distinto o menor alcance que el que ahora se trata y señala además
que no se da debida cuenta de la existencia de otras resoluciones más matizadas que
reconocen la dificultad de establecer la frontera entre pena y medida de ejecución de
la misma y que expresamente rehúyen de formalismos apriorísticos (SSTEDH, caso
Gurguchiani c/España; Kafkaris c/Chipre, entre otras).
b) Valoración de la decisión
357
El art. 7.1 dispone: “Nadie podrá ser condenado por una acción o una omi-
sión que, en el momento en que haya sido cometida, no constituya una infracción
según el derecho nacional o internacional. Igualmente no podrá ser impuesta una
pena más grave que la aplicable en el momento en que la infracción haya sido cometi-
da”. El art.5.1 del Convenio establece: “Toda persona tiene derecho a la libertad y a la
seguridad. Nadie podrá ser privado de su libertad, salvo en los casos siguientes y con
arreglo al procedimiento determinado por la ley: a) si es detenido legalmente, tras la
condena por un tribunal competente (…)”.
358
La demandante había sido condenada, en ocho procedimientos, a penas de
prisión que sumaban más de 3.000 años por múltiples delitos de terrorismo. Inició el
cumplimiento de las mismas en el año 1989 y en el año 2000 la AN realizó la liquida-
ción de condena fijando en 30 años el máximo de cumplimiento, conforme al límite
establecido en el art. 70 CP de 1973. El 24 de abril de 2008 el centro penitenciario
fijó en el 2 de julio de 2008 la fecha de la puesta en libertad, pero el 18 de mayo de
2008 la AN solicitó al centro penitenciario que realizara un nuevo cálculo aplicando
la “doctrina Parot”. Consecuencia de ello, la AN retrasó la fecha de puesta en libertad
al 27 de junio de 2017.
359
STEDH, Sala 3ª, 10-7-2012, § 47.
360
STEDH, Sala 3ª, 10-7-2012, §§ 48 y 51.
361
STEDH, Sala 3ª, 10-7-2012, §§ 52-55.
362
STEDH, Sala 3ª, 10-7-2012, §§ 56-59.
363
STEDH, Sala 3ª, 10-7-2012, §§ 60-63.
364
STEDH, Sala 3ª, 10-7-2012, §§ 69-75.
365
La Gran Sala del TEDH, con fecha 21 de octubre de 2013, publicó la sen-
tencia definitiva en el caso Del Río Prada c. España (nº 42750/09). Para esa fecha ya
había concluido el presente trabajo, pero he considerado necesario incorporar, al
menos, una breve referencia de la misma y dar cuenta de los votos particulares que
contiene.
366
Amplía algunas consideraciones al razonar acerca del “alcance de la pena im-
puesta”, haciendo hincapié en el hecho de que las redenciones de pena por el trabajo
estaban expresamente previstas en una disposición legal, en el mismo Código que el
legislador había fijado las penas y previsto las redenciones de pena (y no en normas
de naturaleza reglamentaria como en el caso Kafkaris), cita el voto disidente de Asua
Batarrita en la STC 40/2012, y observa que esas redenciones de pena daban lugar
a una importante reducción de las penas pudiendo representar hasta un tercio de la
duración total de éstas a diferencia de la libertad condicional tendiente a suavizar las
condiciones de cumplimiento. Considera oportuno señalar que el art. 100 del CP de
1973 preveía una reducción automática y obligatoria de la duración de la pena como
contrapartida del trabajo realizado en prisión excepto dos hipótesis muy concretas:
cuando la persona condenada se sustraía o intentaba sustraerse al cumplimiento de
la pena o en caso de mala conducta. Incluso en estas dos hipótesis, las redenciones
de penas acreditadas ya otorgadas por el juez no podían revocarse retroactivamente,
pues las jornadas de redención de penas concedidas se entendían ya cumplidas y for-
maban parte de la situación jurídica ya adquirida por el preso. Considera oportuno
distinguir entre el presente caso y el asunto Kafkaris, en el que se discutía un sistema
de redenciones de pena en el cual la redención ordinaria de cinco años de pena ob-
tenida por los condenados a prisión perpetua al principio de su encarcelamiento era
condicional de forma que siempre podía ser deducida en caso de mala conducta. (v. §
101 STEDH G.C. 21-10-2013).
367
En el sentido dado a esta expresión en la sentencia S.W. c. Reino Unido y
C.R. c. Reino Unido (22 de noviembre de 1995, serie A nº 335-B y 335-C respectiva-
mente) y la jurisprudencia posterior citada en el §93 de la presente sentencia.
368
STEDH (G.S.), 21-10-2013, §§ 7, 10, 12 y 13 del voto concurrente del juez
Nicolau.
369
Emitidos por los jueces Paul Mahoney y Faris Vehaboic.
370
Así, citan el caso Hogben c. Reino Unido (nº 11653/85, decisión de
la Comisión de 3 de marzo de 1986, (DR) 46, 231); el caso Uttley c. Reino Unido
(nº 36946/03, de 29 de noviembre de 2005); y Kafkaris c. Chipre (G.C., CEDH
2008). Coinciden en este aspecto con la tesis del Gobierno de España (v. § 71 de la
sentencia).
371
Añaden que los Estados contratantes disponen de un margen de aprecia-
ción para el establecimiento del régimen penitenciario, particularmente en lo que
concierne a la ejecución de las penas. Ellos pueden elegir las medidas destinadas a
recompensar la buena conducta de los detenidos, decidir los dispositivos tendientes
a facilitar la reinserción social o los mecanismos que prevean beneficios automáticos
en vista de una liberación condicional, etc. Compete a los Estados contratantes la de-
cisión si las medidas que ellos han escogido deben revestir un carácter automático o
discrecional y si deben estar sometidas a un régimen administrativo, judicial o mixto.
No comprenden que definir una excarcelación anticipada como consecuencia auto-
mática de un acontecimiento determinado, en lugar de ser discrecional o subordi-
nada a la valoración de la conducta en prisión o depender de la peligrosidad, pueda
constituir en sí mismo un factor que determine la aplicabilidad del art. 7. Según su
análisis fundado en la jurisprudencia existente de la Corte la decisión recurrida en el
caso es una medida relativa a la ejecución de la pena (cómo y cuándo puede obtener-
se la libertad anticipada) y no a la “pena” en sí.
372
Se refiere a los casos Assanidze c. Georgia (G.C.) nº 71503/01, §§ 202-203; e
Ilascu y otros c. Moldavia y Rusia (G.C., nº 48787/99, §§ 488-490).
373
Casos Aleksanyan c. Rusia (nº 46468/06, §§ 239-240), y Fatullayev c.
Azerbaijan (nº 40984/07, §§ 175-177).
374
Mark Villiger, Elisabeth Steiner, Ann Power-Forde, Paul Lemmens y
Valeriu Gritco, al que se suman Paul Mahoney y Faris Vehabovic.
375
V. Alcácer Guirao, 2012: 938, que afirma que la importancia de esta sen-
tencia reside en que “va a enfrentar al TC a la necesidad de modificar el contenido y
alcance del derecho a la legalidad penal, particularmente en la espinosa cuestión de
la irretroactividad de la jurisprudencia desfavorable”.
376
Así, Landa Gorostiza, 2012: 17 s.; Alcácer Guirao, 2012: 938 s.; Vives
Antón: 2013: 768 ss.; Cuerda Arnau, 2013 (b): 68 s.
377
Aunque, como señala alcácer Guirao, 2012: 944, nunca España había sido
condenada por tal motivo.
378
En este sentido, Landa Gorostiza, 2012: 18, que analiza la evolución de la
jurisprudencia del TEDH en la materia, y concluye que la ampliación del control se
381
Señala landa Gorostiza, 2012: 18, que el “concepto de pena y ley taxati-
va son elementos de la nueva jurisprudencia del TEDH que han determinado una
atracción de facto de cuestiones de ejecución penitenciaria al ámbito del control de
garantías del principio de legalidad, por más que se mantenga formalmente la doc-
trina tradicional según la cual tales cuestiones son ajenas al art. 7 CEDH que acumula
desde 2009 hasta la fecha más violaciones constatadas que en toda su historia. Y, ade-
más, los casos que están siendo objeto de escrutinio en materia penitenciaria (casos
Kafkaris, M o Del Río Prada) auguran un creciente protagonismo del principio de
legalidad en una Europa agitada por una tendencia a agravar las penas más graves
por los multidelincuentes y que busca mediante medidas postdelictivas o custodias de
seguridad alargar la estancia en prisión con fines inocuizadores”.
382
V. en este sentido, Ripoll Carulla, 2010: 88 ss.; Alcácer Guirao, 2012:
946 ss.; quienes analizan posibles soluciones como el indulto, el recurso de anula-
ción, el incidente de nulidad de actuaciones, el recurso de revisión y el recurso de
amparo constitucional, encontrando objeciones más o menos importantes respecto
de la aplicación de todos ellos, y llegando a la conclusión de una necesaria regulación
de la materia.
383
En la más reciente propuesta de modificación a la legislación procesal penal,
en la Propuesta de texto articulado de ley de Enjuiciamiento Criminal elaborada por
la Comisión Institucional creada por Acuerdo del Consejo de Ministros de 2 de mar-
zo de 2012, entre los motivos de revisión (art. 623) se dispone que se podrá solicitar
la revisión de las sentencias firmes en los siguientes casos: “e): Cuando el Tribunal
Europeo de Derechos Humanos hubiese declarado la violación de alguno de los
derechos reconocidos en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos y Libertades Fundamentales, siempre que dicha vulneración haya sido re-
levante o determinante de la condena.”. El Anteproyecto de LECr presentado por el
anterior Gobierno contenía exactamente la misma previsión en el art. 660. Aunque
no parece esperable que estas propuestas se conviertan en legislación en vigor en un
corto lapso de tiempo.
384
La AN considera que las decisiones que violaron el Convenio Europeo se
dictaron en un proceso de ejecución de penas privativas de libertad, un proceso ju-
dicial por naturaleza dinámico y en evolución, que debe adaptarse en cuanto a la
determinación de la fecha de licenciamiento y extinción de la responsabilidad crimi-
nal a las circunstancias del propio cumplimiento, especialmente cuando concurren
beneficios penitenciarios como la redención de penas por el trabajo, cuyo cómpu-
to provoca una modificación de los tiempos previamente contemplados. Considera
que, si la jurisdicción no ejecutara de manera adecuada la sentencia, sería el Tribunal
Constitucional el que tendría que reaccionar anulando la decisión contraria a dere-
cho, y a los derechos humanos básicos del Convenio Europeo, para amparar a la inte-
resada. Acoge la doctrina constitucional que se deriva de la STC 245/1991, de 16 de
noviembre (con voto particular de Gimeno Sendra). En el caso, el TEDH (Barberá,
Messeguer y Jabardo c. España) declaró que los demandantes habían sido condena-
dos con vulneración de las garantías de un proceso equitativo (art. 6.1 del Convenio).
El TC declaró vulnerado el mismo derecho que había declarado violado el TEDH y
anuló, no sólo la resolución del TS que denegó la puesta en libertad por ejecución
de la sentencia de Estrasburgo –contra la que se interpuso amparo–, sino también
las sentencias condenatorias, retrotrayendo las actuaciones para un nuevo enjuicia-
miento. Posteriores resoluciones del TC en los que se ha inadmitido o desestimado
el recurso de amparo, como en las SSTC 313/2005, de 12 de diciembre, y 197/2006,
de 3 de julio, la lesión al derecho declarada por el TEDH no subsistía en el momento
del pronunciamiento del TC. Alcácer Guirao, 2012: 950, sostuvo, acertadamente,
386
AAP 62/2013, de 25 de octubre.
387
Emitido por el magistrado Ángel hurtado Adrián.
388
“Y en el caso, con fecha 3 de mayo de 2012, era dictado un auto que fijaba
como fecha de cumplimiento, por liquidación de condena, el 16 de febrero de 2014,
auto contra el que la representación del penado interpuso recurso de casación, que,
en la Sala Segunda, recibió el nº 2/10713/12, pendiente de resolución a fecha de
hoy, ante lo cual, de haber seguido el acuerdo de no entrar a resolver, por tener pen-
dencia ante un Tribunal Superior una decisión sobre la libertad, debiéramos haber-
nos abstenido de hacer cualquier tipo de pronunciamiento”.
con argumentos que no han sido esgrimidos por la parte y que sobre
ello no se ha oído al menos al Ministerio Fiscal, lo que supone una
quiebra del principio de contradicción, con la merma de indefensión
que ello pudiera conllevar. Considera que la única consecuencia in-
controvertible de la STEDH de 21 de octubre de 2013 es que debía ser
cumplida en los mismos términos que ella establecía, como así se hizo
cuando se puso en libertad a la penada a quien afectaba. Entiende que
de querer hacer extensiva su doctrina a otros casos, ello precisa de una
interpretación que no tiene que ser uniforme, y dependiendo de cuyo
resultado el efecto no tendría que ser, ineludiblemente, la puesta en
libertad. En este sentido, ya han surgido opiniones que mantienen que
la referida Sentencia, de aplicación, efectivamente, al caso concreto,
no necesariamente, descarta por completo que la doctrina Parot pue-
da seguir siendo de aplicación a otros, en función de las circunstancias
concurrentes en cada caso, entre las cuales estaría la manera de en-
tender esa previsibilidad de la que en ella se habla, que no deja de ser
uno de los pivotes en torno al que gira la decisión final. En tercer lugar,
considera que hay alternativas distintas a la utilizada por la mayoría,
que no sólo no debieran ser descartadas, sino que, por simples razo-
nes de seguridad jurídica, debieran haber sido elegidas, si se tiene en
cuenta que la decisión sobre cuál de ellas pudiera ser la más adecuada
quedaría en manos del Tribunal Supremo.
Sin duda, la ausencia de mecanismos procesales reglados para eje-
cutar las sentencias del TEDH hace que resulte discutible cuál sea
el procedimiento más adecuado para su efectividad. Pero lo que no
parece aceptable –a diferencia de lo que se expresa en el voto al que
he hecho referencia– es que existan supuestos en los que, en caso
de calcularse el cómputo para la redención tal como se efectuaba
con anterioridad a la STS 197/2006 corresponda la puesta en liber-
tad por la extinción de condena, pueda mantenerse al condenado
en prisión, como consecuencia de alguna interpretación que pueda
tornar en “previsible” la construcción del TS.
389
Esta cuestión cobró relevancia en el ámbito de la dogmática penal alemana
como consecuencia de la sentencia del BGH de 9 de diciembre de 1966 (BGHSt 21,
157). El § 316 del StGB castiga la conducta de quien conduce un vehículo a pesar de
que, como consecuencia de la ingesta de bebidas alcohólicas o de otros productos
estimulantes, no se encuentra en condiciones de hacerlo con seguridad. Durante un
largo período de tiempo la jurisprudencia entendió que por encima de 1,5 gramos
de alcohol en sangre existía una absoluta incapacidad de conducir de forma segura
y no admitía ninguna clase de prueba en contrario. En la sentencia mencionada, el
límite fue rebajado a 1,3 gramos. Como consecuencia de tal decisión, se debate si los
tribunales pueden, mediante la rebaja del límite de alcoholemia, castigar hechos que,
según la anterior interpretación eran impunes. La cuestión fue resuelta en sentido
afirmativo por el OLG de Karlsruhe, en sentencia de 5 de octubre de 1967 (NJW 1967,
2167). Con posterioridad, en 1990, la jurisprudencia volvió a rebajar de 1,3 gramos
a 1,1 gramos el mencionado límite. Un análisis detallado de las diversas posiciones
que se han sustentado, en: Madrid Conesa, 1982: 9-26; el mismo autor, 1983: 92 ss.
Para un análisis de la cuestión de La eficacia retroactiva de los cambios jurisprudenciales, v.
Vidales Rodríguez, 2001.
390
V. entre otras, las SSTS: 883/1994, de 11 de mayo; 504/1998, de 13 de abril;
1179/2001 y 197/2006, de 28 de febrero.
391
V. SSTC 202/1999, de 28 de octubre y 195/2000, de 24 de julio.
392
En este sentido se expresa Roxin, 1997: 164 s., también, 2006: 168 s., quien
añade que “si el tribunal interpreta una norma de modo más desfavorable para el
acusado que como lo había hecho la jurisprudencia anterior, éste tiene que sopor-
tarlo, pues, conforme a su sentido, la nueva interpretación no es una nueva punición
o agravación retroactiva, sino la realización de una voluntad de la ley, que ya existía
desde siempre, pero que sólo ahora ha sido correctamente reconocida”. Igualmente
Madrid Conesa, 1982: 19, quien afirma que “…en ningún lugar de ambas normas
fundamentales (se refiere a la alemana y a la española) se da cabida a la posibili-
dad de equiparación de ambos conceptos. Es más, tanto en una norma como en otra
se parte claramente de la contraposición entre estas dos funciones y conceptos”. En
igual sentido Serrano Gómez de Murillo, 1993: 249. Con parecidas expresiones,
Jescheck/Weigend, 2002: 148, n.55: “…el juez no es legislador, sino que tiene que
interpretar las leyes según el sentido que se les ha suministrado”.
393
Así, Zaffaroni/Alagia/Slokar, 2002, 125: Cerezo Mir, 2004: 226; García-
Pablos, 2006: 199; Gil Gil, 2011: 59.
394
Schünemann, 1978: 28.
395
Jakobs, 1995: 127; le sigue: Serrano González de Murillo, 1993: 249.
396
Vidales Rodríguez, 2001: 122, reconoce que si jurisprudencia y ley se equi-
paran y gozan del mismo tratamiento, cuando son dos cosas bien distintas, en cierta
manera, esta equivalencia podría conllevar un relajamiento injustificado en la ob-
servancia que el legislador debe conceder al principio de taxatividad, que, confiado
en que el aplicador continuará la tarea que ha dejado inconclusa le lleve a ahorrar
esfuerzos dirigidos a conseguir la máxima determinación posible.
397
Jakobs, 1995: 127.
398
Madrid Conesa, 1982: 21 ss.
399
Jakobs, 1995: 127, añadiendo que un poder judicial que estuviera sujeto,
como el poder legislativo, también juzgaría como si promulgase leyes.
400
Madrid Conesa, 1982: 23; Serrano González de Murillo, 1993: 252 ss.
quien llega a sostener que en el momento en que se enjuicie el caso concreto, el
sujeto no puede descartar que el sentido de la decisión judicial vaya a ser distinto, y
ello puede tanto beneficiarle como perjudicarle, según se restrinja o amplíe el ámbi-
to de lo prohibido. Suarez Collía, 2006: 58, aunque considera no aconsejables los
cambios jurisprudenciales en perjuicio del reo, sostiene que indudablemente deben
ser admitidos porque en otro caso los tribunales se verían “atados” por sus anteriores
decisiones y se produciría una “fosilización” de la jurisprudencia.
401
Suarez Collía, 2006: 58, recuerda que en nuestro modelo “continental” el
juez sólo está sometido a la ley y al Derecho, y no a las decisiones de otros jueces o
tribunales jerárquicamente superiores y la unificación de la doctrina jurisprudencial
se lleva a cabo a través de los recursos y no mediante la atribución de fuerza gene-
ral obligatoria a los precedentes judiciales, tal y como sucede en el sistema jurídico
anglosajón.
402
Serrano González de Murillo, 1993: 252.
403
Así, Jakobs, 1995: 128, quien señala que “la regulación del error de prohibi-
ción del § 17 StGB protege ante la exigencia excesiva al autor en caso de cambio de
jurisprudencia”. Serrano González de Murillo, 1993: 256; Zaffaroni/Alagia/
Slokar, 2002: 86, quienes sostienen que no se trata de una cuestión de legalidad ni
de tipicidad, sino de una cuestión de culpabilidad, que debe plantearse como error
de prohibición invencible.
404
Neumann, 2000: 104.
405
V. Luzón Peña, 1996: 463 s.; Díaz y García Conlledo, 1999, 356 s, el mis-
mo autor, 2008: 159 ss.; Olaizola Nogales: 2007: 61 ss.
406
Madrid Conesa, 1982: 30 s. quien añade que con una técnica legislativa
respetuosa con el principio de determinación de la ley penal, el ámbito del proble-
ma de los cambios jurisprudenciales se vería notablemente reducido; en igual sen-
tido, Serrano González de Murillo, 1993: 251; también Jakobs, 1995, 127 n 122,
considera que la solución para aquellos ámbitos de la regulación en los que existe
necesidad de prohibición de retroactividad porque la jurisprudencia hace las veces
de legislador reside en intensificar la regulación legal. Pone como ejemplo el tráfi-
co rodado, y señala que si la tasa es indicio forzoso de la incapacidad para conducir
y sirve como guía de conducta mejor que el concepto de incapacidad para condu-
cir, el legislador tendría que mencionarla en la ley. Naucke, 2006: 82 s., aunque
considera que la prohibición de retroactividad debe extenderse a la jurisprudencia,
señala que, en verdad, si se toma estrictamente el principio nullum crimen sine lege,
el problema de la prohibición de retroactividad ni siquiera tendría que plantearse
para la jurisprudencia.
407
Así se pronuncia Vidales Rodríguez, 2001: 125 s., aunque reconociendo
la complejidad del problema y la dificultad para encontrar soluciones convincentes,
expresa que si es la indeterminación de la ley la que hace preciso un “complemento
judicial”, parece que no debe negársele a este complemento las garantías de aqué-
lla. En sentido similar: Madrid Conesa, 1982: 30, expresa que el principio de le-
galidad supone que en el campo del Derecho penal, en caso de conflicto entre los
valores justicia y seguridad jurídica, la primacía corresponde a esta última y parece
hacer extensible esta primacía a la interpretación judicial. No así Serrano González
de Murillo, 1993: 249, 255, quien afirma que cuando una línea jurisprudencial
innovadora se aplica a hechos cometidos con anterioridad, la retroactividad no se
deriva de un mandato contenido en una norma, sino de la superior fuerza de con-
vicción de la resolución considerada ahora como justa; propone que la seguridad
jurídica se entienda referida a las normas en sentido estricto, y no a su complemento
jurisprudencial.
408
Esta propuesta efectuó Madrid Conesa, 1982: 34, para los casos marginales
en que desde la perspectiva de las exigencias de determinación no pudiera ser resuel-
ta la cuestión. También Vidales Rodríguez, 2001: 127 s., aunque reconociendo que
son escasas las posibilidades de que prospere, propugna la vía del recurso de amparo,
alegando el derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24 CE) ya que un giro jurispru-
dencial impredecible y desfavorable, además de causar la indefensión a la que alude
el referido precepto, supone una quiebra de las expectativas del sujeto a que le sean
aplicados idénticos criterios que los que se mantenían en el momento de la comisión
del hecho.
409
Propuesta que efectúa Vidales Rodríguez, 2001: 127, quien reconoce que
ninguna de las opciones apuntadas resiste aspectos críticos, y señala la necesidad de
seguir buscando soluciones.
410
Ruiz Antón, 1989: 165 s.; Hassemer, 1984: 326; considera que excepcional-
mente debería aplicarse la prohibición de retroactividad a la jurisprudencia; Muñoz
Conde/Arroyo Zapatero, 1984: 326, expresan que una consideración fáctica del
problema obliga a admitir que la prohibición de retroactividad se aplique también
directamente a los cambios jurisprudenciales cuando éstos sean desfavorables al reo.
Consideran que a favor de esta opinión está, aparte de razones de justicia material,
el hecho de la propia indeterminación de la ley penal, que la misma deba ser com-
pletada por vía jurisprudencial. Maurach/Zipf, 1995: 199, entienden que existen
casos de sólida jurisprudencia de los más altos tribunales que asumen una función de
sustituto o complemento de las leyes, por lo que la jurisprudencia unitaria de los altos
tribunales cumple la misma función orientadora que desempeña la ley, también aquí
reclama un lugar el principio de prohibición de retroactividad. Eser/Burkhardt,
1995: 66; señalan que la prohibición de retroactividad y el mandato de determina-
ción pueden infringirse con facilidad si las decisiones judiciales que determinan tam-
bién el estado jurídico de cada momento no estuvieran subordinadas a la prohibición
de retroactividad; Neumann, 2000: 105, afirma que al acusado, que ha confiado en
413
Frigols i Brines, 2004: 371 ss.
414
Ferreres Comellas, 2002: 196 ss., afirma que resultaría irónico que por
querer respetar ciertos dogmas jurídicos originados en la revolución francesa, nos
negáramos hoy a proyectar sobre la jurisprudencia la regla que impide la retroactivi-
dad desfavorable, porque “los revolucionarios franceses atribuyeron una importancia
normativa de primer orden a la interpretación de las leyes, hasta el punto de que
consideraron que sólo el parlamento podía interpretar, debiendo los jueces elevarle
una consulta en caso de duda”. Si hoy los tribunales interpretan según su propio jui-
cio, sin remitir dudas al parlamento, “sería ilógico desconocer entonces el impacto
normativo que pueden provocar con un cambio jurisprudencial.”
415
Sanz Morán, 2006: 38.
416
Neumann: 2000: 108.
417
Roxin, 1997: 165 s.; también, 2006: 168.
418
Aunque se compartiera, pueden seguir encontrándose argumentos para pro-
poner la prohibición de retroactividad de la jurisprudencia. Así, Ferreres Comella,
2002: 196, sostiene que aunque la tesis correcta fuera la de que la nueva interpre-
tación sólo expresa el derecho preexistente, también debe existir la prohibición de
retroactividad pues los valores que justifican la prohibición subsisten plenamente, la
seguridad jurídica sigue presionando a favor de la retroactividad porque aunque los
nuevos expresen la verdad, lo cierto es que el tribunal encargado de formar jurispru-
423
STC 89/1993, de (FJ 3); en parecidos términos: STC 133/1987 de (FJ 6);
también STC 219/1989 de, donde directamente invoca la jurisprudencia del TS. En
la STC 151/1997 se sostiene: “el déficit de la ley sólo es compatible con las exigencias
del principio de legalidad si el juez lo colma”. Para un análisis del derecho a la legali-
dad en la aplicación de la ley penal por parte del TC, v. Alcácer Guirao, 2010: 15 ss.
424
Ferreres Comella, 2002: 154. En relación a esta doctrina del TC, Alcácer
Guirao, 2010: 32, expresa que “si la exigencia de normas determinadas pasa a conver-
tirse en que las normas sean determinables, viene a modificarse tanto el objeto de la ga-
rantía como el encargado de satisfacerla: ya no estamos, entonces, ante una exigencia
que se predica de la ley en abstracto –esto, antes de su aplicación al caso concreto– y
va por tanto dirigida al legislador, sino que como vimos que afirmaba el Tribunal
Constitucional, ‘el problema de la constitucionalidad se traslada del legislador al in-
térprete y aplicador de la norma’, por lo que el juicio de constitucionalidad de la nor-
ma sólo podrá efectuarse un vez interpretada y aplicada por el juez al caso concreto”.
425
A diferencia de lo que ocurre en la Jurisdicción Civil y en la Contencioso-
Administrativa, en las que la ley reconoce de manera explícita el carácter vinculante
de la jurisprudencia sentada por el TS al resolver los recursos de casación en interés
de la ley (arts. 477.3 y 493 LEC y art. 100 de la Ley Reguladora de la Jurisdicción
Contencioso Administrativa).
426
Así, y para citar sólo el último proyecto, en la Propuesta de texto articulado
de la Ley de Enjuiciamiento Criminal elaborada por la Comisión Institucional creada
por Acuerdo del Consejo de Ministros de 2 de marzo de 2012, el art. 602 contiene
el siguiente texto: “Naturaleza vinculante de la jurisprudencia. La jurisprudencia de
la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo tendrá carácter vinculante para los órga-
nos del orden jurisdiccional penal, que interpretarán y aplicarán las normas jurídicas
conforme a la interpretación de las mismas que resulte de las resoluciones dictadas
por la indicada Sala.”
427
Entre otras, SSTC 30/1996, de 26 de febrero y 62/1997.
428
El art. 264 de la LOPJ dispone: “1. Los magistrados de las diversas Secciones
de una misma Sala se reunirán para la unificación de criterios y la coordinación de
prácticas procesales. Las reuniones se convocarán por el Presidente de la Sala, por sí,
a petición mayoritaria de los magistrados, así como en los demás casos que establezca
la ley. Serán presididos por el presidente de Sala./2. En todo caso quedará a salvo la
independencia de las Secciones para el enjuiciamiento y resolución de los distintos
procesos de que conozcan.”
429
Sólo dos ejemplos de ello, el primero: en la STS 2338/2001, de 11 de di-
ciembre, el Tribunal consideró que existía prevaricación judicial porque el juez se
apartó de la “doctrina consolidada” del Tribunal Supremo aplicable a la conducta en-
juiciada, cuando en absoluto era irrazonable lo sustentado por el Juez. El segundo: el
Acuerdo del Pleno no Jurisdiccional de la Sala Segunda del TS de 18 de julio de 2006
dispone: “Los acuerdos de la Sala General (Pleno no jurisdiccional) son vinculantes”.
V., acerca de la naturaleza y problemas que plantean estos Acuerdos: García Pablos,
2006: 208 ss.; Álvarez García, 2006: 341, 353 s.; Manjón-Cabeza Olmeda, 2008:
2 ss.
430
Acuerdos que no tienen fuerza vinculante, que no tienen ninguna clase
de fundamentación, que por sí solos no alcanzan el rango de jurisprudencia y
que no plasman una decisión judicial porque se adoptan fuera del ejercicio de la
potestad jurisdiccional, porque no es esa potestad la que se ejerce en una reunión
de las características de la prevista por el art. 264 de la LOPJ. Como sostiene
Manjón-Cabeza Olmeda, 2008: 18, “la utilidad de estas reuniones es instrumen-
tal: se permite la puesta en común de opiniones y el planteamiento de problemas,
con carácter general, no limitados por las circunstancias particulares que cada
caso presenta”.
431
V. en este apartado: V. 3.
434
Neumann, 2000: 111, sostiene al respecto, que el peligro de una relajación
de la vinculación a la ley ha de ser tenido en cuenta seriamente. “El tribunal que
persigue la prohibición de la aplicación retroactiva, pretende con ello el ejercicio
de manera oficial de la función de fijación de reglas. La cuestión de si realmente ese
punta de vista fuerza el rechazo de la prohibición de retroactividad, para los casos
perjudiciales de cambios jurisprudenciales, sólo puede ser resuelto tras un balance
global”.
435
En este sentido, Neumann, 2000: 116.
231
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