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ARISTÓTELES Y QUINTILIANO

ARISTÓTELES: TEORÍA DE LA TRAGEDIA

Aristóteles toma gran atención a la tragedia, la cual la define como imitación de


una acción de carácter elevado y completa, dotada de cierta extensión, en un
lenguaje agradable, llena de bellezas de una especie particular según sus
diversas partes, imitación que ha sido hecha o lo es por personajes en acción y
no por medio de una narración, la cual, moviendo a compasión y temor, obra
en el espectador la purificación propia de estos estados emotivos. Ahora, debe
entenderse por lenguaje agradable al que posee ritmo, musicalidad y melodía;
y entenderse por bellezas de una especie particular, que una partes son
realizadas solamente con ayuda de la métrica, mientras que otras, por el
contrario, lo son sólo por medio de la melodía.

En otras palabras, la tragedia se presenta como imitación de una acción


esforzada y completa, de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, separada
cada una de las especies en las distintas partes, actuando los personajes y no
mediante relato, y que mediante la compasión y el temor lleva a cabo la
purgación de tales afecciones. Aquí, el lenguaje sazonado vendría a ser el que
consta de ritmo, armonía y canto. Siendo el efecto específico de la tragedia, la
catarsis.

Luego, una vez definida la tragedia, Aristóteles va a considerar las partes de la


tragedia desde dos puntos de vista, el cualitativo y el cuantitativo. Las partes
cualitativas de la tragedia serían seis: la fábula, los caracteres y el pensamiento
(que son los objetos imitados), la elocución y la melopeya (que son los medios
de imitación), y el espectáculo (que es el modo de imitación). Las partes
cuantitativas, en cambio, serían sólo cuatro: el prólogo, el episodio, la parte
coral (con párodo y estásimo) y éxodo. Añade, además, que estas partes son
comunes a todas las tragedias.

Pero, de todas estas partes, la más importante es el entramado de todos los


hechos, pues la tragedia no imita a los hombres, sino que imita la acción, la
vida, la felicidad o la desgracia. Por ello, Aristóteles trata individualmente cada
una de las partes, pero destaca la importancia de la fábula, que le parece la
primera y esencialmente necesaria, y añade que a ella se sujetan las partes
restantes. Además, la fábula como imitación de una acción, compone,
estructura y ordena los hechos, elaborando artísticamente un determinado tipo
de acontecimientos. “Sin fábula no hay tragedia” nos dice Aristóteles, aunque
pudiera haberla sin los elementos laterales al drama (melopeya y espectáculo)
y aun sin caracteres (como teatro de ideas), pero, como es obvio, nunca sin
pensamientos ni el soporte verbal de la mimesis trágica, la elocución.

La fábula es la parte fundamental de la tragedia, ya que de ella depende su


efecto específico, la catarsis. Según Aristóteles, la fábula consta de tres partes:
la peripecia, la anagnórisis o reconocimiento y el pathos. La fábula debe imitar
una acción única, completa y entera, de cierta magnitud, y sus partes han de
estar enlazadas entre sí no de manera fortuita, sino forzosamente o por
necesidad, de tal modo que la supresión o alteración de una de ellas debe
producir la modificación de todo el conjunto.

Luego, Aristóteles propone la diferenciación de la tragedia con la epopeya


desde distintos puntos de vista. Pero en lo que más se ha centrado es en la
finalidad de la tragedia: la consecución de la catarsis. La catarsis se refiere a
los aspectos sobre el espectador y además tiene que ver con el mythos y con
su disposición en el discurso para lograr determinadas reacciones en el
público. El espectador sentirá una especie de purificación de sus propias
pasiones si puede ver objetivada a través de una historia la relación entre las
acciones culposas y el castigo que les corresponde. La finalidad de la tragedia
consiste precisamente en conseguir ese efecto, de modo que se puede
considerar la catarsis como un concepto trágico totalmente abarcador.
Ahora, para que un texto produzca el efecto catártico, debe seguir una serie de
condiciones. Es conveniente que la fábula tenga anagnórisis y peripecia, es
decir, que sea una fábula compleja, y sobre todo, es necesario que posea el
carácter ficcional y de representación, ya que la tragedia es mimesis y no
digeseis.

La obra que más directamente está dispuesta para producir un efecto sobre el
espectador es aquella en la que un personaje trágico vive los acontecimientos
de su propia existencia. La desgracia del héroe no debe deberse a la mala
intención o no, sino a un error, pues sólo el inocente suscita compasión; para
ello, el autor trágico debe revelar el por qué del sufrimiento. El alivio catártico
exige que esos hechos patéticos ficcionales se perciban como si efectivamente
hubiesen ocurrido, pero que no sean hechos reales. También es conveniente
que la desgracia suceda entre amigos o parientes, pues la enemistad y el odio
entre enemigos o desconocidos no da lugar a patetismo, y por eso la familia es
el ámbito por excelencia trágico.

La esencia de la construcción catártica de la tragedia consiste en que produzca


compasión ante un inocente, que a la vez sea responsable de sus actos, y
suscite temor porque es semejante al espectador. El héroe no debe merecer su
desgracia y su conducta no debe suscitar ni rechazo ni repulsión, para lo cual
no puede ser culpable, aunque sí responsable, pues es otro caso no sería justo
el esquema propuesto por la tragedia.
LA RETÓRICA: QUINTILIANO

Tanto en la teoría literaria como en otras disciplinas se ha suscitado desde


hace unos años, un gran interés por lo relacionado a los estudios retóricos.
Esto puede explicarse en razón de la orientación de la pragmática que siguen
las ciencias humanas actualmente. Actualmente, el renacer de la retórica es un
fenómeno indudable, aunque a veces sea en ámbitos parciales, o se lleve a
cabo con trasposiciones de conceptos, al integrarlos en una teoría del relato o
del lenguaje poético. Así, la retórica, considerada en sí misma tiene un puesto
destacado entre las disciplinas filológicas, resultando básica para la teoría
literaria.

Viendo a la retórica clásica en su conjunto, encontramos dos modos de


entenderla, la llamada retórica técnica y la llamada retórica filosófica,
representadas respectivamente por M. F. Quintiliano y de M. T. Cicerón. Desde
sus inicios, la retórica va a ser entendida de dos maneras, ambas con visión
reduccionista, una que considera limitada al ornato del discurso y le reconoce
una finalidad, la de persuadir, y la otra que la orienta, en paralelo con la
filosofía, hacía la verdad, sin renunciar al ornato, o incluso renunciando a él. De
esta manera, de manera general se puede decir que cuando la retórica se
inclina hacia el discurso y sus formas se aproximan a la teoría literaria, y
cuando se orienta hacia los contenidos y toma como criterio la verdad se
acerca más a la filosofía.

En Grecia, la retórica se implantaría por manos de los sofistas, ya que ellos


buscaban un ideal del bien decir, como parte de la educación del hombre que
quiere dedicarse a la política. La retórica llegó a ser el centro de atención de los
atenienses y de los griegos en general. Para los sofistas, las relaciones entre
retórica y filosofía siempre no fueron claras, pasando en ocasiones de la una a
la otra. El enfrentamiento entre retórica y filosofía se personaliza en las figuras
de Isócrates y Platón. El primero suscita la actitud antirretórica, primero radical
y luego más tolerante que Platón. Platón concluiría admitiendo que la retórica
puede ser una ciencia necesaria para convencer al pueblo, aunque no le
reconoce valor para la enseñanza. De otro lado, Aristóteles siguió las ideas de
Platón en parte. Rechazó las concepción de la retórica como arte netamente
empírico y de adulación política; decía que la retórica también debería contar
con los contenidos, planteándose inmediatamente dos problemas: uno de tipo
material, pues la retórica carece de contenido propio y entra en conflicto con
otras artes y ciencias; y otro de tipo formal, pues la retórica se mueve en el
ámbito de la doxa y es capaz de defender dos opiniones opuestas sobre
cualquier tema, para evitar esto, la retórica debe basarse en la verdad, pero no
limitarse a ella. Su retórica no pone el énfasis en la relación discurso – verdad,
pero tampoco reconoce que la verdad sea un criterio ajeno al discurso retórico
y desplaza lo específico de la retórica hacia la comunicabilidad, es decir, hacia
la pragmática. La retórica aristotélica sería el arte de decir bien la verdad y con
sentido pragmático.

La retórica en Roma, sigue la escuela de Grecia, tan solo diferenciándose en


añadiendo algunos matices o reducciones, en los filósofos estoicos, en los
epicúreos, en Cicerón, hasta llegar a Quintiliano. Para los estoicos la retórica
es una de las dos pares en que se divide la lógica: la retórica es la ciencia del
hablar bien, la dialéctica es la ciencia del bien razonar. Pero la retórica no tiene
por qué atender a efectos pragmáticos ni mucho menos por qué buscar en
general los medios persuasivos, ya que le basta seguir una argumentación
lógica. Para los epicúreos, la retórica se basa en argumentos probables
entresacados del signo. La retórica va a ser una de las ciencias conjeturales,
contrapuestas a las ciencias exactas, compuesta de una serie de reglas
tomadas de la experiencia, dirigidas a la expresión y afectadas por grados de
probabilidad.

Cicerón es el gran orador romano, que representa la concepción filosófica de la


retórica que exige amplios y profundos conocimientos de las artes y las
ciencias, y sobre todo de la filosofía. Para él la retórica no es sólo el arte de
hablar, sino también el arte de pensar, no es una ciencia especial, una técnica,
sino un arte general, guiado por la sabiduría, es por eso que Cicerón no dejó
mucha huella en la prosperidad. Una obra importante vendría a ser la
“Rhetorica ad Herennium”, que es una obra anónima atribuida a Cicerón. Es la
retórica más antigua en lengua latina y parece haber sido escrita poco antes
del año 90. Es un síntesis de las múltiples influencias que las doctrinas
retóricas ejercían en Roma al comienzo del siglo l.

Quintiliano se adhiere a la tesis de Cicerón y hace grandes elogios de sus


obras, sin embrago, la obra de Quintiliano influyó sobre todo por su elaborada
técnica de reglas retóricas y fue considerada durante siglos como
representante de la concepción técnica, opuesta a la filosófica de Cicerón.
Quintiliano considera la retórica como el arte de escribir y hablar bien, es decir,
atiende preferentemente al discurso, en su forma y en su sentido, más que al
esquema lógico subyacente a texto y sigue unas actitudes que responden al
gusto, al orden, a la moderación y a la disciplina. Él cree que la filosofía y la
oratoria deben ir unidas, pues la primera es el are de la verdad, y la segunda, el
arte de la palabra. Su obra, Institutio Oratoria, está dividida en doce libros. Libri
duodecim, recoge sus experiencias docentes y es a la vez un curso
pedagógico, una gramática, una retórica y una perceptiva literaria. La Institutio
Oratoria no es original, recoge ideas de Platón, de Aristóteles y de Cicerón. Sin
embrago, es el tratado mas ordenado y extenso de los conocidos, y resume la
tradición y los textos griegos y los latinos que la consolidaron en Roma,
además contribuyó a aproximar la retórica a la teoría literaria.

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