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Viktor Grebennikov y su plataforma antigravedad

Viktor Grebennikov es otro exponente de esa casta de científicos de origen


ruso, cuyos estudios están envueltos en un halo de misterio, ya sea por la falta
de documentación traducida a los idiomas de occidente, o por lo peregrino de
sus afirmaciones. Viktor, en concreto, fue un entomólogo, pintor y escritor,
autor de varios libros sobre las abejas. Laureado ecologista ruso miembro de la
Unión Socio-ecológica y Fondo para el Medio Ambiente la Siberia, también fue
el creador del Museo Novosibirsk de la agroecología y el Medio Ambiente,
cerrado poco después de su muerte, en 2001.

Pero a Grebennikov no se le conoce en occidente por sus estudios sobre las


abejas, sino por el descubrimiento del Efecto de la Estructura Cavernosa (CSE,
por sus siglas en inglés) y sus cualidades antigravitacionales.

Grebennikov empezó sus estudios sobre el CSE cuando notó mientras


trasladaba a mano varios nidos cavernosos de abejas que emanaba calor de
ellos, aun estando los nidos fríos. El contacto con este calor, provocaba sobre su
persona sensaciones de vértigo, de disminución de peso, de sabor metálico
galvanizado en la boca, salivación profusa y cosquilleo o entumecimiento en los
dedos y la cabeza. Descubrió que este efecto traspasaba todo tipo de materia y
que aumentaba su intensidad cuando se dirigía hacia abajo. Según sus
experimentaciones, cuando se traslada un objeto cavernoso, el campo CSE se
vuelve a generar en la nueva ubicación, pero el formado previamente tarda en
desaparecer un tiempo.

En 1988, Grebennikov descubrió efectos antigravitacionales en las estructuras


cavernosas del élitro de quitina de algunas especies de insectos (la cubierta dura
que protege las alas de escarabajos). Y lo más insólito de todo, la alteración
visual e incluso la invisibilidad total que también se producía en las zonas de
alteración gravitacional.

Como colofón a sus descubrimientos antigravitacionales, Viktor afirmaba en su


libro “My World” de 1997, que creó una plataforma a modo de patinete, sobre
la que se desplazaba (siempre evitando la presencia de testigos) a la vertiginosa
velocidad de 25 km/minuto (1.500 km/hora). Una bala se mueve a 1.225 km/h
así que Viktor la adelantaría igual que un Fórmula 1 adelantaría a una bici. El
bueno de Grebennikov tendría que agarrarse bien fuerte al manillar para que el
patín no se le escapase de las manos. A esa velocidad, no gana uno para
comprar boinas.
Para explicar este punto, Grebennikov afirmaba que durante sus viajes a lomos
del patín antigravitatorio no sentía el viento y no tenía problemas para respirar
normalmente. La maravilla tecnológica tenía un aspecto de lo más
rudimentario. Cualquiera con la mente no lo suficientemente abierta, diría que
solo se trata de un tablón con un manillar sujeto con cuatro palomillas.

Existe además el problema de la estabilidad. Moverse sobre un sistema de


propulsión que está por debajo del centro de gravedad requiere de un complejo
mecanismo de estabilización, que a la vista está, esta plataforma no tiene.

Para los creyentes, Grebennikov era un científico de la talla de Tesla, aunque en


realidad carecía de formación superior y era autodidacta. Sus conocimientos
técnicos le impedían construir nada de una mínima complejidad. Nos
encontramos delante de otro pseudocientífico afirmando proclamas
inverosímiles.

Poco antes de su muerte, en 1999, Grebennikov le envio una carta a Ju. N.


Cherednychenko (un científico muy crítico con él), en el que le reconocía que el
patín antigravitatorio era una utopía,y  que nunca funcionó. Su propio nieto,
Andrew Grebennikov, niega la existencia de esa plataforma volante y afirma que
las fotografías en blanco y negro de su abuelo montando sobre ella son un
trucaje en el que utilizaron una plataforma de cristal para aparentar que se
encontraba suspendida en el aire.

En youtube encontraréis muchos vídeos de élitros de escarabajo flotando,


alegando que son una evidencia de las proclamas de Grebennikov, pero en
realidad se trata del simple efecto de la electricidad estática.

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