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Quiso ser alumno de Albert Einstein y terminó renegando de la Universidad. Revolucionó la física
cuántica y acabó enfrentado a un Premio Nobel. Fue un genio pero sus cenizas terminaron en un
cubo de basura. Su nombre: Hugh Everett, padre de la Teoría de los Universos Paralelos.
hugh_everett
Con tan sólo 22 años, el estadounidense Hugh Everett III describió en su tesis doctoral una de las
hipótesis más radicales y a la vez con más implicaciones de la Física: la Interpretación de los
Muchos-Mundos, más conocida como la Teoría de los Universos Paralelos, una de las más
fascinantes ideas de la Física Cuántica -que también ha servido de gran inspiración para la cultura
popular, como se observa en Star Trek o Fringe.
Todos conocemos la historia de Newton y la manzana. La revolución que supuso el trabajo de Sir
Isaac se conoce como Física Clásica, que describe el mundo a escala macroscópica: por qué giran
los planetas, por qué los australianos no se caen de la Tierra… Con la Física Clásica, si conocemos la
posición de partida y las fuerzas que afectan a un tren que sale de Zaragoza a las 12:00h,
podemos conocer exactamente en qué posición se encuentra en un momento concreto. Sin
embargo, si nos acercamos a las cosas que ni siquiera un microscopio puede ver, cuando llegamos
a nivel atómico e incluso subatómico, las partículas que habitan ese mundo ignoran del todo la
Física Clásica, parecen pasar de Newton y se rigen por la Física Cuántica. Ésta disciplina nos dice
que el mundo en realidad está definido por probabilidades. Ni sí ni no. Solo hay “probablementes”
o “poco-probablementes”. Vale, esto empieza a complicarse.
Según Bohr, del mismo modo que un electrón está a la vez en toda su nube de probabilidad, los
sucesos cuánticos (como que un átomo se rompa en dos y movidas así) también están sucediendo
y no sucediendo a la vez, según su función de probabilidad. Esta interpretación implica además
que sólo si un observador quiere saber de verdad dónde está una partícula puede encontrarla
matemáticamente en un punto concreto, pero si no, esta está a la vez en toda la nube. Esto
mosqueó a muchos físicos jóvenes. ¿Que una partícula necesita de un observador para tomar una
decisión u otra? ¡Vamos, hombre! Para mostrar el punto débil de la interpretación de Copenague,
el físico austríaco Erwin Schrödinger propuso el experimento mental más famoso del mundo: el
llamado gato de Schrödinger. Atentos, fans de The Big Bang Theory: en una caja cerrada algún
desalmado ha puesto un gato junto con un matraz de un veneno fulminante, un martillo
conectado a un contador de radiación Geiger, y cierta cantidad de uranio. En el momento en que
un átomo de uranio se desestabilice y se fisione, el contador geiger registrará la radiación emitida,
lo que accionará el mecanismo del martillo que romperá el matraz y acabará con la vida del
minino. ¡Miau! La interpretación de Copenague resolvía que ese uranio podría estar dividiéndose
o permaneciendo estable a la vez, por las leyes de probabilidad cuántica, y que sólo podría saberse
al observar el átomo, es decir, al abrir la caja. Según esto, hasta que la caja no se abriera el gato
estaría muerto y vivo a la vez, como el átomo de uranio estaría estable o dividido. Sin embargo,
esto no es posible puesto que el gato responde a las leyes clásicas de la física, que son muy claras
definiendo si uno es fiambre o no. Así que Hugh Everett osó contradecir al Niels “El Orco” Bohr y
propuso otra interpretación sobre las probabilidades.
Cada vez que tiene lugar un evento cuántico, el universo se divide en dos universos paralelos. En
uno de ellos el evento cuántico tiene lugar. En el otro ocurre lo opuesto. Si todos nuestros átomos
y todas las partículas subatómicas de nuestro cuerpo se comportasen como una sola, en el
momento en que decidimos, por ejemplo, emprender un viaje, el universo se desdobla en dos
universos casi idénticos con la excepción de que en uno, el que nosotros percibimos,
emprenderíamos dicho viaje, mientras que en el otro, que ya no percibimos por haberse
desdoblado, nos quedaríamos en casa. A grandes rasgos, así se define la interpretación de los
Muchos-Mundos o de los Universos Paralelos de Hugh Everett, que se armó de valor y viajó a
Dinamarca desde Estados unidos para proponerle su visión a Bohr en una conversación personal.
“¡Un veinteañero de mierda no me va a dar lecciones!”. Bueno, quizá no es eso lo que dijo Bohr,
pero seguro que lo pensó. No estaba dispuesto a dejar que un recién llegado tumbara una idea
que llevaba defendiendo los últimos diez años. Este rechazo y la mala prensa que Bohr se encargó
de hacer descorazonó enormemente a Hugh Everett, que abandonó su teoría en los archivos de la
Universidad de Princeton y dejó la Física Cuántica para dedicarse de lleno a la industria militar.
A finales de los años 60, sin embargo, su trabajo fue rescatado: las nuevas generaciones de físicos
cuánticos supieron ver la profundidad de su pensamiento y comenzaron a citarlo en sus trabajos.
Aunque fuera algo tarde, el talento de su visión fue finalmente reconocido y dio lugar a nuevos
puntos de vista en su campo que están ayudando a saber más acerca de idas de olla tales como el
viaje en el tiempo o la teoría de cuerdas.