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Área: Comunicación Grado: 4to y 5to de secundaria

Texto argumentativo

Los mercados. ¿Y la educación?


Una característica de nuestros tiempos es la fe en el mercado como mecanismo para la asignación de bienes y servicios. El
motor de la libre competencia induce innovación, mejora continua y eficiencia en el uso de los recursos. Todo esto redunda
en avances en la productividad. Con estos argumentos el Estado redujo su participación activa en los mercados en las
últimas décadas. Los resultados han sido positivos en múltiples áreas.

El fervor llevó a creer que cada vez más ámbitos de intercambio social podían beneficiarse con la llegada de los mercados,
especialmente aquellos en los que el Estado ha hecho un pésimo trabajo. Un ejemplo es la educación. Pero aquí es donde
la fe y el fervor inducen al error. Querer mejorar la educación desde una perspectiva de mercado es ignorar que el servicio
educativo tiene muchas particularidades. Es muy diferente al servicio típico sobre el que se pueden hacer transacciones en
libre competencia. 

Siguiendo a Friedman, pensemos un servicio típico, un restaurante, y comparémoslo con el servicio educativo: 

En primer lugar, la información sobre la calidad es limitada. Los comensales pueden fácilmente informarse sobre la calidad
de los restaurantes. Las características que hacen a un buen restaurante son conocidas (calidad de los ingredientes,
higiene, ambiente, etc.). Algo distinto sucede con la educación. Una parte de la calidad puede observarse y medirse
(aprendizajes en lengua y matemáticas, por ejemplo), pero también hay una parte amplia e importante que no es fácil de
medir (todos los otros aprendizajes que importan para la vida: habilidades socioemocionales, valores y actitudes). Frente a
esto hay un consenso entre los educadores: reducir la calidad de la educación a los resultados en pruebas estandarizadas
es peligroso para la sociedad. Pero además, aquí hay un elemento de equidad importante: los hogares menos favorecidos
(pobres y con padres poco instruidos) son precisamente quienes menos capacidad tienen para interpretar apropiadamente
la información sobre la calidad.  

En segundo lugar, los resultados son muy posteriores a las decisiones. Al salir de un restaurante, un comensal tiene una
idea bastante clara de la calidad del servicio que recibió. En educación no ocurre esto, pues los tiempos son otros. Parte de
la calidad se revela inmediatamente, pero parte de ella (quizá la más importante) en el futuro. Si un colegio no hizo un buen
trabajo preparando a sus estudiantes para enfrentar sus vidas universitarias o profesionales, los consumidores podrán
identificarlo solo cuando sea tarde. O, visto de manera positiva, el éxito de una institución educativa se refleja en el éxito de
sus ex alumnos. Así, es fácil caer en cuenta de que las buenas inversiones educativas necesitan un horizonte de largo
plazo. Esto último es difícil de compatibilizar con los horizontes de las inversiones con fines de lucro.

En tercer lugar, en el caso de la educación, además del proveedor, el consumidor es responsable del resultado. Que un
restaurante sea bueno o malo depende muy poco de los paladares de los comensales. Tampoco depende del esfuerzo que
pongan los comensales por hacer buena su experiencia gastronómica. La provisión del servicio educativo es muy diferente.
El esfuerzo de los estudiantes –y sus padres– importa mucho. Además del esfuerzo, hay condicionantes socioeconómicos
que también tienen impactos en la calidad. Así, es muy difícil pensar que un mecanismo de precios ayudará a asignar de
manera óptima los recursos. Este es un mercado muy diferente al común.

En esa línea, los otros consumidores también juegan un rol. Para el comensal de un restaurante estándar (esto es, no uno
de alta gama) poco importa si el sujeto de la mesa vecina prefiere arroz con papas fritas, o si tiene ideas conservadoras o
liberales. Para un comensal, ni el perfil ni las preferencias de los otros comensales son relevantes para su propia
experiencia gastronómica. En el servicio educativo, sin embargo, el resultado depende de todos los estudiantes. Esto es lo
que la literatura llama “los efectos de pares”. Esta complejidad en los determinantes de la calidad hace difícil (si no
imposible) el proceso de fijación de precios.

Asimismo, la contratación del servicio se hace “una vez en la vida”. No hay aprendizaje. En un período de, digamos, diez
años, un comensal se ha enfrentado muchas veces a la decisión gastronómica. Después de haberse planteado muchas
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veces la pregunta “¿a qué restaurante debo ir?”, ha ganado experiencia como tomador de decisiones. El comensal sabe en
qué factores pensar y cómo sopesarlos para tomar su decisión. Repitiendo las decisiones ha aprendido a elegir. En ese
mismo período, un padre de familia no ha tomado muchas decisiones sobre la elección de colegio para su hijo. La
contratación del servicio educativo, al ser mucho más esporádica, da menos oportunidad para el aprendizaje. Los padres de
familia son más propensos al error. Errores que cuestan caro.

Una consideración adicional tiene que ser la equidad. Los niños de hogares pobres tienen más dificultades para el
aprendizaje que el resto. Educarlos es más caro y por eso un país debería asignar más recursos para la educación de los
pobres. Los mercados hacen exactamente lo contrario, estos asignan más recursos educativos a aquellas escuelas donde
hay mayor capacidad de pago.   

Como puede verse, para que un mercado de servicios educativos funcione saludablemente necesitaríamos regular varios
aspectos de la realidad. Los riesgos de no hacerlo apropiadamente son grandes. Mientras tanto, pensar que los sistemas
educativos van a mejorar con mayor participación privada es fe ciega. Sin duda se trata de un tema que necesita mucho
debate sobre la base de razones y no de fe. 

O P IN IÓ N O T E S IS
AUTOR: HUGO ÑOPO INVESTIGADOR PRINCIPAL DE GRADE

Argumento 1

Argumento 2

Argumento 3

Argumento 4

Argumento 5

Argumento 6

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