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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ......................................................................................................... 3
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INTRODUCCIÓN
Tal como se ha tenido ocasión de apreciar en los dos módulos anteriores, la criminalidad
empresarial presenta una serie de particularidades en su composición, las cuales
adquieren plena relevancia al momento de trasladarse a la aplicación de la tradicional
Teoría del Delito. Entre las problemáticas que ya han sido abordadas en la asignatura,
se encuentran la imputación objetiva y la imputación subjetiva de conductas criminales
a los directivos y operarios de una empresa.
Así, con el propósito de continuar con los retos que ofrece la aplicación práctica de la
Teoría del Delito en la criminalidad empresarial, en el presente módulo analizaremos los
principales ilícitos que llegarían a configurarse en este contexto y que, hasta la fecha,
probablemente hayan quedado fuera de la apreciación de los lectores como auténticas
manifestaciones de la delincuencia empresarial. Por cuestiones metodológicas, los
ilícitos a tratar en este apartado serán subdivididos en dos temáticas de estudio: la
empresa como agraviada por la comisión de una conducta delictiva y la empresa como
“imputada” por la comisión de un ilícito penal.
La segunda temática agrupa a todos aquellos ilícitos que tienen a la empresa como
“imputada” de la comisión de un delito. Como puede apreciarse, en este segundo caso,
la denominación de “imputada” se encuentra entre comillas, debido a que si bien la
imputación formal de la conducta ilícita no llega a recaer en la persona jurídica (societas
delinquere non potest), ésta sí llega a ser incorporada al proceso penal a través de la
figura de su representante, recayendo en el ente colectivo todos los componentes de la
conducta típica. En esta segunda temática se analizarán los delitos de contaminación
ambiental y defraudación tributaria.
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Tomando en consideración las especificaciones señaladas, en las líneas siguientes se
desarrollarán cada uno de los contenidos de las temáticas indicadas, identificando los
bienes jurídicos protegidos y las conductas típicas que necesariamente habrán de
presentarse para su configuración. Asimismo, pondremos énfasis en las problemáticas
que, con más frecuencia, se evidencian en la práctica jurisprudencial en torno a la
criminalidad empresarial, a efectos de otorgarle una atención primordial en la presente
asignatura.
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MÓDULO 3
LOS PRINCIPALES DELITOS COMETIDOS EN LA CRIMINALIDAD EMPRESARIAL
Al ser sujetos de derecho y gozar de derechos fundamentales (ver Módulo I), las
persona jurídicas son - a su vez - titulares de bienes jurídicos protegidos por el
Ordenamiento penal. La interrogante que a continuación pasamos a formularnos sería
la siguiente: ¿sobre qué bienes jurídicos resulta titular la persona jurídica? Pues bien,
inicialmente podríamos pensar que, en razón a su naturaleza colectiva, los entes
colectivos únicamente pueden llegar a ser titulares de bienes jurídicos estrechamente
vinculados a su actividad mercantilista, como son el patrimonio o el tráfico económico y
financiero.
Sin embargo, como se verá posteriormente, dicha titularidad puede recaer incluso en
bienes jurídicos de corte personalísimo, como es el “honor”, cuyo contenido fue ajustado
a la naturaleza colectiva y empresarial de los entes colectivos. Por lo que, en la
actualidad, las personas jurídicas pueden resultar titulares de diversos bienes jurídicos,
incluyendo algunos de carácter personalísimos. No obstante ello, habrá algunos bienes
que, por su propia naturaleza y contenido, resultan ajenos a la naturaleza de las
personas jurídicas, como son la integridad física o la propia vida.
En las líneas siguientes se analizarán los delitos que, con más frecuencia, se cometen
en la criminalidad empresarial y que tienen a la empresa como agraviada. Entre los
ilícitos que serán analizados en el presente apartado se tienen: el delito de Difamación,
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el delito de Fraude en la Administración de personas jurídicas y el delito de Pánico
Financiero.
El delito de difamación se encuentra tipificado en el artículo 132.° del Código penal, bajo
el siguiente tenor:
El bien jurídico protegido por el delito de difamación es el honor. Desde una perspectiva
estrictamente normativa, el honor es concebido como un atributo de la personalidad y
una manifestación de la propia dignidad1. Este acercamiento sobre el concepto de
“honor” no podría ser aplicado a la persona jurídica, debido a que nos encontramos ante
un ente jurídico que carece de dignidad humana2. Sin embargo, en el mundo
empresarial, existe un concepto similar que podría tener alguna relevancia práctica: la
buena reputación de los entes colectivos, la cual permite que se afiance la confianza
entre empresas y se intensifiquen las transacciones económicas.
1 ZUGALDÍA ESPINAR, José Miguel y MARÍN DE ESPINOSA CEBALLOS, Elena. Derecho penal Parte
Especial, 3° Edición, Tomo I, Tirant lo Blanch, Valencia: 2011, p. 418.
2 VIVES ANTÓN, Tomás. Derecho Penal Parte Especial, 4° Edición, Tirant lo Blanch, Valencia: 2015, p.
309.
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En efecto, muchas relaciones empresariales en el mundo corporativo se basan en la
confianza: en la confianza para contratar con una u otra persona jurídica, para brindar
créditos a una u otra empresa; y, para adquirir productos y servicios. Los extremos de
dicha cualidad permiten que se intensifiquen las relaciones comerciales entre las
personas jurídicas y que se produzcan un intercambio económico más fluido entre las
mismas.
Así las cosas, cualquier afectación a la buena reputación de las personas jurídicas que
pudiera socavar las relaciones de confianza ya ganadas en el mundo corporativo, se
traducirá en un importante detrimento patrimonial; siendo necesario tutelar la integridad
de estas valoraciones para asegurar el buen funcionamiento del mundo empresarial.
Siguiendo este análisis, el Tribunal Constitucional sostiene lo siguiente:
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colectivo se producen actos de corrupción y estafa. En este supuesto, ¿a quién deberá
atribuirse las condiciones de sujeto activo y sujeto pasivo del delito?
Pues bien, lo que ocurre en la realidad es que los representantes o los asesores legales
de ambas empresas son llamados al proceso. Sobre este punto conviene resaltar que
tales individuos no acuden a las instancias fiscal y jurisdiccional en razón a la
vulneración de su propio honor, sino que se presentan al mismo en calidad de
representantes de las personas jurídicas, a quienes originariamente les corresponden
las condiciones de sujeto activo y de sujeto pasivo del delito.
Desde la Teoría del delito, los alcances de la norma procesal se explican a partir de la
institución del “actuar en lugar de otro”, conforme a la cual la imputación de la conducta
atribuida al ente colectivo recae en el representante de la empresa, a pesar que el
contenido del tipo penal se verifica en las actuaciones desplegadas por las personas
jurídicas y no en el sujeto que actúa como representante de las mismas. Ello, en razón
a la inexistencia de la responsabilidad penal de las personas jurídicas en el
Ordenamiento penal; y, a la necesidad de asegurar un adecuado desarrollo del derecho
de defensa de los entes colectivos, en aquellos casos donde haya sido incorporado al
proceso penal.
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3. Promover, por cualquier medio fraudulento, falsas cotizaciones de acciones,
títulos o participaciones.
4. Aceptar, estando prohibido hacerlo, acciones o títulos de la misma persona
jurídica como garantía de crédito.
5. Fraguar balances para reflejar y distribuir utilidades inexistentes.
6. Omitir comunicar al directorio, consejo de administración, consejo directivo u
otro órgano similar o al auditor interno o externo, acerca de la existencia de
intereses propios que son incompatibles con los de la persona jurídica.
7. Asumir indebidamente préstamos para la persona jurídica.
8. Usar en provecho propio, o de otro, el patrimonio de la persona jurídica."
La condición de sujeto activo del delito puede ser adquirida por aquel individuo que
ejerza las funciones de administración o representación de la persona jurídica, ¿esto
significa que la conducta ilícita únicamente pueda recaer sobre los administradores o
los representantes del ente colectivo? A primera impresión, esta interrogante podría ser
contestada afirmativamente e incluso podríamos cuestionarnos su pertinencia; sin
embargo, consideramos que el contenido que corresponderá otorgarse a las categorías
de “administración” o “representación” señaladas en el presente tipo penal, es mucho
más amplia que aquellas que se corresponden con lo dispuesto por la normativa
extralegal en torno a la figura del “administrador” o “representante” de una organización.
En efecto, desde los alcances brindados por el tipo penal que es materia de análisis, se
tiene que la condición de sujeto activo del delito también podrá recaer sobre aquellos
sujetos que, sin contar con una designación oficial o registral como “representantes” o
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“administradores” de la persona jurídica, ejercen dichas funciones fácticamente; es el
caso, concretamente, del administrador o del representante “de hecho” de una empresa.
Estas incidencias temporales tienen plena relevancia para efectos penales, ya que si
bien oficialmente podría recaer la representación de una empresa en un determinado
individuo, al evidenciarse que el cargo es desempeñado fácticamente por otra persona,
es esta última quien pasará a ser el sujeto activo pasible de imputación penal.
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Desde nuestro punto de vista, gran parte de las problemáticas evidenciadas en el punto
anterior pueden ser corregidas a través de la positivación de deberes de los directivos y
de los representantes al interior de la empresa. Esta positivación de deberes y
responsabilidades ha adquirido en la reciente práctica empresarial la denominación de
“compliance penal”, también conocidos como “modelos de prevención de delitos”.
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La pena será no menor de cuatro ni mayor de ocho años y de trescientos
sesenta a setecientos veinte días-multa si el agente es miembro del directorio,
gerente o funcionario de una empresa del sistema financiero, de una empresa
del sistema de seguros, de una sociedad administradora de fondos mutuos de
inversión en valores o de fondos de inversión, de una administradora privada
de fondos de pensiones u otra que opere con fondos del público, o si es
miembro del directorio o gerente de una empresa auditora, de una clasificadora
de riesgo u otra que preste servicios a alguna de las empresas antes señaladas,
o si es funcionario del Ministerio de Economía y Finanzas, el Banco Central de
Reserva del Perú, la Superintendencia de Banca y Seguros o la Comisión
Nacional Supervisora de Empresas y Valores.
La pena prevista en el párrafo anterior se aplica también a los ex funcionarios
del Ministerio de Economía y Finanzas, el Banco Central de Reserva del Perú,
la Superintendencia de Banca y Seguros o la Comisión Nacional Supervisora
de Empresas y Valores, siempre que hayan cometido delito dentro de los seis
años posteriores a la fecha de su cese.”
Tomando en consideración la redacción del tipo penal aquí acotada y ateniendo a las
problemáticas que surgen en el ámbito de la criminalidad empresarial, podemos concluir
que son dos los temas que merecen nuestra atención: la delimitación del bien jurídico
protegido por el tipo penal y la identificación de la conducta ilícita como un delito de
peligro.
Tal como se señaló al inicio del presente punto, el delito de pánico financiero pertenece
al Título denominado: “delitos contra el Orden Financiero”, lo cual si bien nos acerca a
la protección el bien jurídico que es tutelado a través de este ilícito, dicha aproximación
no resulta del todo suficiente. Ello, debido a que en la actualidad el sistema financiero
no sólo se limita a la prestación de créditos o a funcionar como mecanismo de circulación
de dinero del público, sino que se extiende -principalmente- a dos tipos de mercados: el
sistema de intermediación financiera, representado por la banca y microfinancieras; y,
el sistema financiero directo, caracterizado por todos aquellos servicios que involucran
al mercado de valores.
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totalidad del sistema. Consideramos que al prever el tipo penal la posibilidad de calificar
como sujetos pasivo del delito no sólo a los bancos y microfinancieras, sino también a
las entidades que trabajan con instrumentos de inversión, se puede afirmar que su
redacción no se limita a proteger uno u otro sector financiero, sino que el tipo penal
busca tutelar la integridad de éste, comprendido como un único sistema.
Así las cosas, el bien jurídico tutelado parece estar centralizado en la afectación de uno
de los dos pilares del sistema financiero: la confianza en el sistema. En efecto, a
diferencia de otros mercados económicos, en los que se puede ir adquiriendo la
confianza de sus consumidores a partir del transcurso de sus actividades económicas,
el sector financiero parte y subsiste a partir de la confianza que sus clientes le han
depositado. Este hecho permite que, por ejemplo, los consumidores mantengan sus
ahorros en una entidad financiera o que utilicen los sistemas operativos de dicha entidad
(cuentas bancarias) para la circulación de su dinero. La pérdida de confianza en una
determinada entidad financiera llevará a que el cliente opte por retirar sus ahorros de la
institución y deje de utilizar los mecanismos de circulación de dinero que esta ofrece;
conllevando, de esta manera, al cierre de la entidad.
Atendiendo a lo antes señalado, podemos concluir que la redacción del tipo penal se
encuentra altamente justificada, toda vez que el legislador penal ha buscado prohibir
cualquier afectación a la confianza del sistema financiero que pudiera devenir en su
caída.
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de resultado. En efecto, el artículo 249.° del Código penal fue modificado a través del
artículo único de la Ley N.° 27941 del 26 de febrero del 2003, mediante el cual se
adelantó la barrera de punibilidad hasta un estadio anterior al retiro masivo o al traslado
de instrumentos financieros, bastando para la configuración del tipo con verificar la
producción de un peligro que pudiera derivar en cualquiera de las dos conductas antes
descritas.
Habiendo atendido a las conductas ilícitas que con más frecuencia se aprecian en la
criminalidad empresarial, donde las personas jurídicas resultan ser agraviadas por la
producción de una serie de delitos, corresponde voltear hacia la posición contraria de la
norma, esto es, a la condición de las personas jurídicas como “imputadas” de una
conducta ilícita.
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“Artículo 304.- Contaminación del ambiente
El que, infringiendo leyes, reglamentos o límites máximos permisibles,
provoque o realice descargas, emisiones, emisiones de gases tóxicos,
emisiones de ruido, filtraciones, vertimientos o radiaciones contaminantes en la
atmósfera, el suelo, el subsuelo, las aguas terrestres, marítimas o
subterráneas, que cause o pueda causar perjuicio, alteración o daño grave al
ambiente o sus componentes, la calidad ambiental o la salud ambiental, según
la calificación reglamentaria de la autoridad ambiental, será reprimido con pena
privativa de libertad no menor de cuatro años ni mayor de seis años y con cien
a seiscientos días-multa.
Si el agente actuó por culpa, la pena será privativa de libertad no mayor de tres
años o prestación de servicios comunitarios de cuarenta a ochenta jornadas.”
El texto del tipo penal nos refiere dos aspectos que merecen ser analizados en atención
a la criminalidad empresarial: el bien jurídico protegido por el delito y los elementos que
deberán presentar los representantes de la persona jurídica para poder ser calificados
como autores del delito.
4BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE, Ignacio (Coord.). Lecciones y materiales para el estudio del Derecho
penal, Derecho Penal Económico, Tomo IV, Iustel, Madrid: 2015, pp. 303-304.
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Título del Código penal, deberemos remitirnos a los alcances del bien jurídico que han
sido delineados en las líneas anteriores.
En atención al principio societas delinquere non potest, serán los representantes de las
personas jurídicas quienes adquieran la condición de sujetos activos del delito de
contaminación ambiental. Sin embargo, la afirmación aquí sostenida podría tener una
importante contingencia si es analizada a partir del principio de culpabilidad, ya que
podría argumentarse que el representante del ente colectivo responde objetivamente
por el solo hecho de tener dicha condición dentro de una organización.
Para evitar esta situación, consideramos que es posible valernos de dos mecanismos
institucionales que vienen siendo utilizados en aquellos países cuyas legislaciones ya
prevén la responsabilidad penal de las personas jurídicas; toda vez que, a pesar de la
introducción de la novedosa regulación, en la práctica judicial se sigue manteniendo la
tradición de incorporar al proceso penal a los representantes de las entidades.
Los dos mecanismos a los que nos referimos son: la positivización de deberes al interior
de la organización; y, la necesidad de evaluar el defecto de la organización en la
empresa como criterio para identificar el grado de vinculación del representante con el
ilícito producido. El primer mecanismo de exención de responsabilidad ya ha sido
ampliamente tratado con ocasión del breve desarrollo realizado para el delito de Fraude
en la Administración de personas jurídicas, por lo que cualquier duda en torno al mismo
debe ser vista en dicho punto; resta, por tanto, referirnos al segundo mecanismo aquí
indicado y desarrollarlo en las próximas líneas.
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como consecuencia del actuar ilícito del representante. Este último aspecto resulta de
suma relevancia para la determinación de la condición de agraviada o “imputada” de
una persona jurídica; ya que, en el supuesto que el ente colectivo haya quedado en
insolvencia como consecuencia del actuar ilícito de la persona jurídica, cabría
preguntarnos si acaso ésta no debería recibir la condición de agraviada del delito, en
lugar de la calificación como “imputada”.
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- Es un delito doloso, teniendo el sujeto activo del delito pleno conocimiento de la
afectación al interés recaudatorio del Fisco, requiriéndose además la presencia de
un elemento subjetivo especial o de tendencia: el ánimo de lucro en provecho
propio o de un tercero.
Al respecto, conviene apreciar lo previsto por los artículos 16.º y 16.º-A del Código
Tributario, los cuales establecen lo siguiente:
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Existe responsabilidad solidaria cuando por dolo o negligencia grave se dejen
de pagar las deudas tributarias. Se considera que existe dolo o negligencia
grave, salvo prueba en contrario, cuando el deudor tributario incurra en lo
establecido en el tercer párrafo del artículo 16º. En todos los demás casos,
corresponde a la Administración Tributaria probar la existencia de dolo o
negligencia grave.”
Las normas aquí citadas nos permiten arribar a dos conclusiones. En primer lugar, se
debe tener en consideración que cualquier delegación de las facultades de pago de las
obligaciones tributarias de la empresa no surtirá ninguna clase de efectos para la
Administración Tributaria y, por ende, para el Juez penal, quien se basará en las
consideraciones estipuladas en la normativa administrativa para calificar al sujeto activo
del delito (representante legal o el administrador de hecho de la persona jurídica).
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