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Coordinadora
Belén Grosso
Autorxs:
Ruth Zurbriggen
Brenda Stolze
Mariano Skliar
Andrea González
ISBN 978-987-8432-14-4
Prólogo
Por Ariel Pino1
Queremos también desear, decir y militar la escuela que
merecemos.
Presentación
Por Belén Grosso
ni la intimidad pública que investiría nuestro trabajo docen-
te, ni, ni, ni...
En ese entonces, armé el ciclo invitando a cuatro docentes,
todxs trabajadorxs que comparten la pasión por la forma-
ción docente y que trabajaron y/o trabajan en Institutos Su-
periores de Formación Docente de ciudades de Río Negro
y Neuquén: Ruth Zurbriggen, Brenda Stolze, Maro Skliar y
Andrea González.
Les invité a sumarse al armado de definiciones o indefini-
ciones (o ambas cosas mixturadas) de palabras que nos vol-
vieran al orden del abecedario. Palabras que fueron elegidas
y pensadas de manera colectiva. Palabras que nos hicieran
titubear y temblar en el propio lenguaje de volver a escribir-
las, decirlas, sentirlas.
Y el cierre llegaba de la mano del compañero investigador
Carlos Skliar, quien nos dijera aquella tarde: Hay un filósofo
español que a mí me gusta mucho que se llama Santiago Alba,
que tiene un libro que yo recomiendo todas las veces que tengo
esta posibilidad, que se llama Leer con Niños. Es muy bonita
la idea. Y en un pequeño apartado se pregunta una pregunta
extrañísima, que es ¿para qué sirven los niños? Claro, la res-
puesta es horrorosa, porque si uno dice: “para nada. ¿Por qué
tienen que servir para algo?”. Pero él dice algo muy interesante:
“Para cuidarlos. Es decir, para volvernos cuidadosos”. Como si
un mundo sin niñas y sin niños, y alguien me dirá un mundo
sin ancianas y sin ancianos, fuera un mundo completamente
descuidado.
Y escribo llegaba porque la conversación siguió más allá del
ciclo público y, aguijoneadxs por el deseo de seguir pensando
en voz alta, llegó –ahora sí– el cierre del ciclo con una ronda
de conversación pública. En los encuentros no me privé de pe-
dirles que trajeran recuerdos de sus infancias y sus pasos por
las escuelas; y así nos compartieron imágenes, impresiones,
anécdotas, reflexiones desde un archivo corporal y subjetivo
que dice y hace, proyecta y promete.
También hubo personas que estuvieron tras bambalinas, ha-
ciendo que todo sea posible, a quienes quiero mencionar y
agradecer especialmente: a Luz Fernández, compañera pro-
fesora de Educación Física, quien realizó toda la asistencia
técnica y al compañero Rafa Narváez, quien colaboró mos-
trándome su confianza constante como parte del equipo de la
Escuela de Formación Carlos Fuentealba de nuestro sindicato.
Pero también este libro se nutrió de quien ya no está: cuatro
de las docentes feministas que hicimos parte de este ciclo tu-
vimos el privilegio de activar con Graciela Alonso, maestra
formadora de formadorxs desde la Facultad de Ciencias de la
Educación de la Universidad Nacional del Comahue, quien
fue partícipe en distintos momentos de espacios de forma-
ción generados desde ATEN. Su legado es ancho y extendido.
Nuestra amada Gra, a la que tanto extraño, está dentro de
muchas de las palabras que acontecen en este libro.
De todo eso se trata Conversar la escuela. Complicidades
pedagógicas para otra ternura, que hicimos como parte de
nuestra memoria pedagógica, con la idea de que ayude a
superar el dolor y el sufrimiento que trajo este tiempo de
pandemia. Una memoria que produzca presencias. Unas
presencias que (se) acompañen. Conversar la escuela, bus-
cando huir de conversar sobre y de la escuela. Conversarla
estando adentro, conversarla con quienes nos encontramos
en movimientos transformadores desde múltiples prácticas
y apuestas esperanzadas, ojalá, con el horizonte de la ternura
revolucionaria que cuida y nos cuida, que salva y nos salva.
Eso es lo que pretende reunir Conversar la escuela un poco
de todo ese derrotero. Es que la escuela importa. Conversar
importa. Conversar la escuela importa. La ternura importa.
Politizar la ternura importa. Conversar la escuela y la ternura
desde su politicidad importa. Aprender desde las pedagogías
de la ternura importa. Y enseñar también.
El gesto de enseñar para prometer
otros destinos
(asombros/ baños/ cuerpos /dar / escuela/
feminismo-feminismos / gesto)
“El asombro es un encuentro con un objeto que no recono-
cemos, o el asombro funciona para transformar lo ordinario
que ya se reconoce (es decir lo cotidiano) en algo extraordi-
nario. (...) El asombro expande nuestro campo visual y táctil.
El asombro es la precondición para la exposición del sujeto
ante el mundo: nos asombramos cuando nos mueve aquello
que observamos”, dice Sara Ahmed3.
El asombro abre líneas de diálogo y comunicación.
¿Puede la escuela educar para el asombro?
baños
Lugar de intercambios prohibidos.
Lugar de besos robados a la heteronorma. ¿Cuántas niñas y
adolescentes han experimentado sus primeros besos lésbicos
en el baño de la escuela? ¿Cuántos niños sus primeros besos
con otro niño?
Lugar para la estratificación laboral también: ¿a quiénes se
les asigna el trabajo de limpiar los baños en una escuela? A
quienes llegan últimxs al puesto de trabajo, a quienes tienen
contratos laborales más precarizados, a quienes tienen que
pagar derecho de piso.
Lugar al que se adhieren muchos de los problemas de la
vida escolar.
cuerpos
dar
escuela
comunidad, que tiene su centro en la sociabilidad y lo rela-
cional. En este proyecto, la humanidad (¿las humanidades?)
puede ser ensanchada y expandida (¿ensanchadas y expan-
didas?).
La escuela como espacio y territorio donde armar lazos
afectivos.
Como un lugar donde interpelar la intemperie des-subjetivante.
La escuela como espacio donde la apuesta es: cuidarnos.
La escuela como acontecer de escenas. ¿Cómo entramos en
contacto con ese acontecer? (nuevamente, Silvia Duschatzky).
¿Cómo hacer de la escuela un lugar donde poner a prueba
nuestras sensibilidades y donde negarnos a aceptar lo que se
da por sentado?
La escuela como una figura alojante capaz de albergar distin-
tos modos singulares de existencia.
La escuela como un lugar donde construir conocimientos
que propicien un mundo vincular y comunitario para poner
límites a la cosificación de las vidas6.
¿Puede la escuela ser narrada como algo que nos da
posibilidades de vidas dignas de ser vividas?
Si los conocimientos se viven en los cuerpos, ¿puede la escuela
postularse también como un “archivo de sentimientos”?7.
¿Cómo se mueve o se está moviendo la escuela en mis emo-
ciones cuando la evoco?
¿A qué emociones se me quedó pegada o adherida?
¿La escuela se duele? ¿se sufre? ¿se extraña? ¿se añora? ¿se
lamenta?
¿Se desea? ¿se pierde? ¿se borra? ¿se examina? ¿me importa?
¿La escuela me avergüenza? ¿me atemoriza?
6 Ibídem.
7 Cvetkovich, Ann. Un archivo de sentimientos. Trauma, sexualidad y culturas
públicas lesbianas. Barcelona. Editorial Bellatierra. 2018.
¿La escuela se odia y me odia? ¿se disfruta? ¿se crea y se recrea?
¿Me amenaza? ¿me discute? ¿la escuela se discute?
¿La escuela me cuida? ¿la escuela se cuida? ¿la escuela me
alivia y se alivia?
¿La escuela me escucha? ¿la escuela se escucha?
¿La escuela erotiza? ¿seduce?
feminismo-feminismos
Promesas tangibles de un porvenir que está cerca. Prefigura-
ciones vivibles en este aquí y ahora. Promesas de otra vida,
que ensayamos en este aquí y ahora.
Desalienación. Lectura particular de los mundos que hemos
habitado, de los que habitamos en este presente y de los que
queremos habitar. Dejar de ser eso que no queremos ser.
Organización política. Genealogías. Marcha de larga dura-
ción. Acción callejera. Ruidos. Susurros. Mareas. Fragilida-
des. Sostenes.
Cuestionamiento de todo lo dado. Subversión del orden na-
tural de las cosas.
Palabras, unas palabras otras para explicar este mundo.
Trabajo denodado contra los borramientos. Amistades
políticas.
Brillo. Color. Pasiones. Sensaciones corporales. Acciones cor-
porales.
Levantamiento global. Descalabro. Indignación. Justicia. Re-
paración. Revancha.
Vida colectiva. Constelaciones violetas, verdes, multicolores.
Constelaciones vitales.
Compromiso con el a(r)mado de otros mundos posibles.
Sospechas permanentes, aun de las actuancias feministas
que propiciamos.
Constatación de que nuestros pensamientos pueden no te-
ner límites. Y que nuestros deseos, tampoco.
gesto
El gesto de buscar actuar con justicia en las instituciones edu-
cativas.
El gesto de habilitar acercamientos a otros destinos posibles.
El gesto de no leerte como amenazante.
El gesto de la ternura (que no es el gesto del ternurismo).
“La ternura es la forma más modesta de amor. No tiene em-
blemas o símbolos especiales. Aparece cuando miramos de
cerca y con cuidado a otro ser, a algo que no es nuestro ‘yo’
pero donde nos descubrimos a nosotros mismos”8.
El gesto de mirarte. El gesto de escucharte.
El gesto de que me importes y que me importe lo que me
estás diciendo.
El gesto de que me importe tu presencia y tu existencia en
esa presencia. El gesto de que me importe lo que sentís, lo que
te produce bienestar.
El gesto de hacerte saber que me importás.
El gesto de enseñarte para los inconformismos y las desobe-
diencias permanentes.
El gesto de animarnos a habilitar las preguntas que no tienen
y no tendrán nunca respuestas. El gesto desinteresado.
El gesto de no avergonzarte ni humillarte.
El gesto de no suponerte incapaz. El gesto de enseñar para
prometer otros destinos.
El gesto de dolor ante las injusticias escolares. El gesto de
hacer memoria colectiva.
En un mundo justo las infancias desean,
deciden, eligen, desobedecen
(horizonte / infancias (en un mundo justo) / justicia / kit
(de la maestra feminista) / leer / mirada)
horizonte
Que sean horizontes desde y hacia el “estar juntes”, y que ese
“estar juntes”, parafraseando a Carlos Skliar9, nos implique
no solo en el deseo y la posibilidad de desarrollar un proyecto
común, sino también en el descubrimiento de las (nuestras)
fragilidades; de las interdependencias que nos unen y nos sos-
tienen y que le hacen lugar a la mirada y al gesto amoroso.
Que sean horizontes que en oportunidades se muestren sua-
ves, armónicos, pero que en la dinámica de sus formas nos re-
cuerden que esos horizontes son también espacios de disputa.
Que sean horizontes que nos lleven por los caminos de los
afectos, el amor y los cuidados. Entonces, tendrán que ser
los caminos del feminismo porque, como dice bell hooks10,
sin el pensamiento y la práctica feminista nos falta la base
para crear vínculos afectivos poderosos.
Horizontes que nos muestren los modos para acabar con las
dominaciones, con las violencias, con las injusticias “para
que podamos ser libres para ser quienes somos, para vivir
vidas en las que abracemos la justicia, en las que podamos
vivir en paz”.11
Horizontes que, al igual que el feminismo, sean para todo
el mundo.
infancias (en un mundo justo)
En un mundo justo,
las infancias no son objeto del daño. No son explotadas. No
son sentenciadas a las guerras, ni a las opresiones racistas,
sexistas, clasistas, capacitistas, adultocéntristas.
En un mundo justo,
las infancias no se interrumpen. No son adultizadas. No son
patologizadas. No son medicalizadas. No son medidas, cali-
ficadas ni reprobadas.
En un mundo justo,
ni las infancias trans son expulsadas, ni las infancias intersex
son mutiladas, ni las niñas son madres.
En un mundo justo,
las infancias tienen tiempo. Ríen, corren, juegan, traman,
imaginan, se distraen; inventan otros mundos, otros univer-
sos, pluriversos; desean, deciden, eligen, desobedecen.
En un mundo justo,
las infancias están despojadas de las obligatoriedades corpora-
les; saben que no hay veredicto de normalidad o anormalidad;
saben que en su estar siendo construyen su propio futuro.
En un mundo justo,
las infancias son reconocidas desde su fragilidad; son mira-
das, acogidas y resguardadas como valioso tesoro y, así, con-
versan en y desde la ternura.
En un mundo justo,
les adultes abrazamos a les niñes que fuimos, somos compa-
sives con elles y con les que este mundo recibe.
En un mundo justo,
las infancias van a la escuela. Y en ese mundo justo que de-
seamos solo las escuelas frágiles, que acogen, hospedan, es-
cuchan y abrazan; que cuidan, dan y aman; sabrán atesorar
esas infancias.
justicia
sanamos? Sara Ahmed12 dice que las cicatrices son las hue-
llas de las heridas que han moldeado nuestros cuerpos, y que
persisten en el presente, y lo justo es aquello que trabaja con
y en las heridas, y no sobre ellas.
¿Se pueden reparar los costos de la injusticia? La justicia
debe dar espacio al bienestar “sentirse mejor no es un sig-
no de que se ha hecho justicia, ni debe reificarse como la
meta de la lucha política. Pero de todos modos sentirse me-
jor sigue siendo importante, pues se trata de aprender a vivir
con las heridas que amenazan con hacer la vida imposible”13.
Será entonces que nos preguntemos: ¿Qué nos hace sentir
mejor? ¿Puede la escuela hacernos sentir mejor?
Frágil la escuela que reconozca injusticias;
frágil la escuela que trabaje con las heridas;
frágil la escuela que reconozca al otro, le dé acogida, hospitalidad;
frágil la escuela que nos haga sentir mejor;
frágil la escuela que dé lugar a los afectos, que ponga en el
centro las vidas en sus diferentes manifestaciones, y que sea
así una escuela más justa.
kit (de la maestra feminista)
aprendemos a dejarnos tocar por el conocimiento; aprende-
mos a mirarnos de otro modo, a preguntar, a habitar la inco-
modidad; aprendemos que las existencias y los horizontes son
mucho más anchos de lo que sabíamos (o creíamos saber);
aprendemos a vivir una vida feminista.
Cuando nos encontramos con una maestra feminista suce-
den muchas cosas, estas y otras tantas por suceder. Pero algo
es seguro, llegamos de una manera y terminamos de otra,
porque queremos parecernos a ella.
No seríamos lo que somos si no fuera porque alguien estuvo
disponible para enseñar y, en agradecimiento a lo recibido,
las maestras feministas impregnamos de feminismo la tarea
ética y política de enseñar.
Juntas, las maestras feministas tramamos, pergeñamos, com-
partimos, acompañamos, reímos, construimos, nos hacemos
de un kit. Podríamos llamarlo “el kit escolar de la maestra
feminista”, que no sería un simple listado de elementos je-
rarquizados, sino un complejo entramado, un maravilloso
tejido que nos envuelve y nos hace habitar las escuelas, vivir
las vidas y tramar otros mundos mejores.
El kit incluye:
Curiosidad.
Pasión. Cuidados. Disponibilidad.
Eros. Conocimientos. Amorosidad.
Ética. Fragilidad. Ternura.
los aprendizajes, los saberes y la educación feminista son
para todo el mundo.
leer
Leer, reconocer.
Leer, asociar.
Leer, decodificar.
Leer, descifrar.
Leer, significar.
Leer letras.
Leer palabras.
Leer textos.
Leer libros.
Leer gestos.
Leer sonidos.
Leer ruidos.
Leer silencios.
Leer música.
Leer flores.
Leer cielos.
Leer nubes.
Leer amaneceres.
Leer atardeceres.
Leer paisajes.
Leer horizontes.
Leer superficies.
Leer texturas.
Leer colores.
Leer sabores.
Leer saberes.
Leer risas.
Leer llantos.
Leer emociones.
Leer abrazos.
Leer besos.
Leer roces.
Leer momentos.
Leer marcas.
Leer vidas.
Leer experiencias.
Leer realidades.
Leer políticas.
Leer mundos.
Leer miradas.
Leer normalidad.
Leer anormalidad.
Leer cuerpos.
Leer desde el cuerpo.
Leer con el cuerpo.
¿Qué y cómo nos enseña a leer la escuela? ¿Qué mundos nos
enseña a leer? ¿Qué significados nos propone construir?
¿Enseñamos a leer desde lugares abstractos? ¿O enseñamos
a leer desde las experiencias vitales, de clase, de género, de
etnia, de corporalidad?
¿Enseñamos los modos hegemónicos de leer? ¿modos que
exigen corporalidades obligatorias, capacidades obligatorias,
y que despojan a la lectura de la creatividad y politicidad?
Que el deseo de enseñar y aprender a leer no devenga en
normalizaciones, que no exija corporalidades obligatorias
ni capacidades hegemónicas, ni independencias ficcionadas;
para que los mundos que podamos leer y los mundos que
podamos escribir conjuguen divertad14.
mirada
¿Cómo nos mira la escuela? ¿cómo nos enseña a mirar?
Mirar como juego. Mirar como pregunta. Mirar como en-
cuentro. Mirar como apuesta.
¿Qué pedagogía se olvidó de reír?
(pedagogías / reír / no, nunca / ñuke mapu / odio / quizás)
pedagogías
las manos, sino en el franco pecho dolorido; y el pecho es
lo que vieron armado y en el corazón, todos los peligros”.
Las pedagogías de junio son peligrosas. “Hoy necesito un
canto piquetero, que me devuelva la voz silenciada, que me
abra por la noche algún sendero, para que vuelva mi vida
enamorada”. Las pedagogías a contracorriente son de devol-
ver voces silenciadas y abrir senderos en las noches. Charlas
desde la ternura, pedagogías de junio, la vuelta de las vidas
enamoradas.
reír
no, nunca
ñuke mapu
ahora, para la pandemia de Coronavirus: somos parte de
aquello que está sufriendo. Tierra y humanidad.
Ampliar la imaginación y el lenguaje es urgente en la escue-
la. Otras cosmovisiones, otras ontologías, otros saberes. No
como folklore, no como exotismo, no como “el día de tal
cosa”, para que después todo se acomode en la normalidad y
nada se conmueva. Esas son las nuevas formas de la invisibi-
lización. El paradigma racional separó a la humanidad de la
tierra. Una pedagogía a contracorriente combate el hambre
y banca la presencia del Estado como garante de derechos,
sin duda, pero también se anima a trascender los límites re-
distributivos del bienestar occidental. No legitimar la due-
ñidad, nutrir una conciencia transcolectiva que conecte con
otras ontologías en las cuales no hay un territorio del que se
extraen recursos y unos individuos racionales que los usan
y consumen.
Desvanecer la ilusión del sujeto emancipado de la Ñuke
Mapu. Vivimos un presente que expone –dramáticamente–
la globalidad del planeta, las interconexiones casi infinitas y
lo poco que somos a nivel cósmico. Tal vez, los sentidos, que
desde el Coronavirus –como hecho social total– seamos ca-
paces de producir, logren algunos movimientos para cuando
cese el viento caliente que nos azota.
odio
De todos los odios, ¿cuál es el que hay que pensar? ¿Cuál es,
en una sociedad donde por las bocas suena el insulto negro de
mierda, negro de alma, puta de mierda, maricón, indio vago?
La ideología dominante de una época es la ideología de las
clases dominantes de esa época, como planteó Marx y, en
gran medida, la hegemonía de nuestra sociedad es de matriz
racista, machista-patriarcal, colonial. El odio que me preo-
cupa como docente es el que se expresa por abajo, en la sala
de profesores, en el Facebook, en un pasillo. El que sale de
bocas que desconocen que sus puteadas tienen una historia.
Se puede trazar una genealogía de ese odio. Se remonta a las
violencias fundantes del orden mono-nacional; por ejemplo,
al genocidio al pueblo mapuche en la campaña del desier-
to, al borramiento de la negritud. A todo lo que fue la base
legitimadora del proyecto de la aristocracia criolla que se
impuso y “consolidó” el Estado-Nación. Una patria (no una
matria, claro) atrofiada que mira para afuera, a otra metró-
polis más moderna que la embelesa y la domina. Es un odio
que emerge del engaño cultural de una identidad inventada
que ha negado, invisibilizado o estereotipado a las diversas
identidades que conforman nuestra demografía de la more-
nidad, como la ha dado a llamar Verónica Azpiroz Cleñan.
La morenidad latinoamericana, del Abya Yala, las identida-
des otras que no son la armónica diversidad domesticada,
sino la alegre rebeldía. El odio que me preocupa y sobre el que
creo que la escuela puede des-enseñar es el odio que proviene
de esa matriz, pero que no lo sabe. Porque el odio de los due-
ños de todas las cosas, del proyecto histórico del capital, ese
odio no me preocupa por sí mismo, sino por su capacidad de
proyectarse para abajo e inundar los cuerpos y las bocas, que
se llenan de tales insultos.
¿Cómo enfrentar ese odio que me preocupa? Como las
pedagogías a contracorriente son anfibias entre el aula
y la calle, pueden tomar como referencia, por ejemplo, la
inversión simbólica de la primera línea de la resistencia en
las revueltas chilenas de estos tiempos. La primera línea de
esas grandes marchas y manifestaciones. Enfrentándose con
los carabineros y el ejército, aparecieron en la primera línea
esas identidades estigmatizadas, el subsuelo de la patria: jó-
venes pobres, jóvenes mapuches; muchas, muchas mujeres
de las poblaciones. Todes poniendo el cuerpo contra el brazo
armado no sólo de un Estado, sino de una forma de guberna-
mentalidad que las clases dominantes de casi todo el conti-
nente venían poniendo como ejemplo y se desmoronó. No se
cayó solo, claro. Fueron esas identidades subalternizadas las
que tomaron la primera línea y se revindicaron. En esa acción
de batalla, que tiene mucho de material, de cuerpo, de carne,
de aguante, configuraron también un enorme gesto simbólico
en la batalla cultural. Ellos, ellas y elles empezaron a ser mira-
das por las clases medias que habían comprado el discurso del
odio pinochetista, neoliberal, de mercado. Mujeres y hombres
les alcanzaron un vaso de agua, un pañuelo para cubrirse de
los gases. Aplaudían cuando la primera línea pasaba por las
esquinas. Dejarse proteger y cuidar por quienes, hace días o
meses, creían sus enemigos. A los que les temían y cruzaban
de vereda, a quienes hasta ayer... odiaban. Subían ahora a
sus muros de Facebook e Instagram fotos para agradecer a
la primera línea.
Creo que las pedagogías a contracorriente tenemos que to-
mar esa dinámica como modelo. Poner en la primera línea
de nuestro currículum, en la primera línea de nuestras pro-
puestas educativas, como un gran gesto de soberanía peda-
gógica, a esas identidades que no sólo fueron invisibilizadas
o ninguneadas, sino que fueron –y son todavía– depositarias
del odio; odiadas. Invitarles a pasar al frente de nuestros cu-
rrículums, para que niñes, adolescentes y docentes –también
docentes– vean que, del otro lado de la primera línea, como
en la gesta popular chilena, está el odio cuyo origen es esa
matriz que, como el gas lacrimógeno, nos ahoga.
quizás
De la mano de ese “quizás” de las infancias, animarse a desa-
lambrar otras certezas que llevamos bajo de la piel, esas nor-
mas que nos hacen (y nos hacen daño). ¿Será posible una
pedagogía contrasexual, por ejemplo? ¿Una pedagogía trava
como la que milita poéticamente Susy Shock? Una donde
nadie sea un “caso” a atender, pero tampoco un “caso” a ad-
mirar desde el exotismo.
Para escuchar hay que dar tiempo
(silencios / tiempo / te quiero / universo / visitantes / x-equis)
silencios
El silencio, los silencios, como ausencia de sonidos. Ausencia
de palabras.
El silencio porque eso no me interesa, porque me es indiferente.
El silencio porque no sé qué decir, porque no entiendo...
Porque si les cuento, porque si hablo... ¿se van a burlar?
El silencio porque se elige no decir. El silencio porque se
aguanta qué decir.
El silencio de la angustia.
¿Cuántos silencios hay en la escuela? ¿De qué están hechos
los silencios de la escuela?
De indiferencias, de hipocresías, de racismo, de colonialismo.
De sexismo, de clasismo, de binarismo.
Silencios que son secretos a voces.
Pero también de respeto, de comprensión, de sintonía. De
espejamientos, de solidaridades, de sororidades.
¿Qué silencios se atreve a escuchar la escuela?
¿Cuáles son los silencios que propicia como necesarios,
como esperables?
¿Qué silencios tolera la escuela, cuando la tolerancia es la
pasión de los inquisidores?, como canta Silvio Rodríguez.
¿Cuándo tolerar me convierte en la regla que separa lo co-
rrecto de lo inaceptable?
¿Qué silencios comprende la escuela cuando se anima a
desandar las normalidades de la gramática escolar?
¿Qué cosas se pierde la escuela de saber por no escuchar al-
gunos silencios?
Dice bell hooks: “Si el salón de clase no es un lugar seguro para
que algunos estudiantes hablen, entonces no hay comunidad”.
Escuchar es el primer verbo para pensar la pedagogía, para
pensar la enseñanza en la escuela.
Para escuchar hay que hacer silencio, suspender por un
momento la palabra. Escuchar, no para esperar lo que debe
decirse: entonces, escuchar puede ser dar tiempo. Escuchar
los silencios.
Para escuchar hay que dar tiempo. Una pedagogía de la escu-
cha, de la escucha de los silencios que también dicen. Hacerle
un lugar a los silencios para que cuenten. Una ocasión para
dar tiempo a aquello no dicho que se lee en todos los gestos;
que se inscribe en los cuerpos, en las miradas, en las formas de
estar y no estar en el aula; en los deseos de saber o no saber, de
descubrir, de perderse en senderos no pensados. Una ocasión
para encontrarse en la palabra de otro/otra/otre.
Claudia Piñeiro dijo: “Oír es percibir sonidos involuntaria-
mente. Escuchar supone la voluntad de prestar atención a lo
que se oye, la intención de comprender. (...) Desvelada y en
la oscuridad de mi cuarto, una noche empecé a escuchar. Al
principio, el silencio”. Y agregó, retomando a George Stei-
ner: “Así, incluso para el escritor, y quizás más para él que
para los demás, el silencio es una tentación, es un refugio
cuando Apolo está cerca”17.
Se me ocurre que, tal vez, comprender los silencios del aula
puede empezar a ser una tentación para pensar pedagogías
otras que se atrevan a escuchar...
Esos sonidos, como dice esa vieja canción, los sonidos del
silencio18:
Tiempo y espacio son dos de los “componentes duros”
del formato escolar que Olga Ávila19 invita a revistar para
pensar reinvenciones de lo escolar: sus tensiones, sus lí-
mites, pero también sus posibilidades. Tiempo y espacio,
dos componentes del formato escolar con-movidos drás-
ticamente por la pandemia.
Y entonces recordé algo que alguna vez me conmovió respecto
del tiempo y la escuela, el tiempo y la pedagogía. Algo que me
acompañó y acompaña para pensar lo que se pone a disposi-
ción cuando pensaba y pienso momentos pedagógicos. Pero
también cómo se lo pone a disposición, con el horizonte epis-
temológico y didáctico de que la forma siempre es contenido.
Podemos pensar y experimentar el tiempo de tres modos,
dice Carlos Skliar. El cronos, el tiempo de la cronología. Lo
que ocurre ahora, que tiene un antes y un después, se explica
en una línea de tiempo y se justifica por lo que ocurrirá. Es
el tiempo por excelencia de la pedagogía.
También el tiempo cairos, el tiempo de la oportunidad, un
tiempo relacionado con una conjunción de factores que ha-
cen que algo ocurra en este tiempo y no en otro, y que no se
explica por la linealidad del tiempo.
Y por último, el tiempo aión, el tiempo de la intensidad, aquel
que no puede ser medido. Es el tiempo que no tiene que ver
ni con lo lineal, ni con la oportunidad, sino con una sensación
interna que cada quien posee sobre aquello que vive.
Secuencialidad –oportunidad– intensidad
¿Podremos pensar estos tiempos para la escuela? ¿Para la
pedagogía, para las pedagogías?
Pedagogías para acompañar y también para irrumpir, a la
vez, el cronos de la escuela.
En la escuela, por lo general, el cronos es el único tiempo al
que se le otorga valor. Sin embargo, podemos buscar algunos
elementos que nos permitan permear allí. Un tiempo de in-
tensidad, que se entrometa en la linealidad, en la cronología
y en la oportunidad.
La educación es un encuentro y a la vez, un desencuentro de
tiempos. La educación es un encuentro entre generaciones
desacompasadas que buscan encontrar lo común para ir más
allá de las propias edades y de “lo que corresponde” a una
época determinada, como cuenta Carlos Skliar20.
Tenemos que aprender a habitar esa tensión. Y, entonces,
preguntarnos... ¿De quién es el tiempo en la escuela?
Algo así como hacer un tiempo dentro y fuera del tiempo.
Desafíos para incidir en pedagogías otras, formatos peda-
gógicos otros, que nos permitan pensar la educación sexual
integral (ESI) en las escuelas. Producir esas interrupciones
de intensidad en la experiencia educativa.
Pensaba, entonces, en la idea que enuncia Henry Giroux y, por
lo tanto, en unas pedagogías que reflexionan sobre las formas
de transmisión de la cultura y se hacen responsables de las his-
torias que producen, de las memorias sociales que legitiman y
de las imágenes de futuro que comienzan a autorizar.
20 Skliar, Carlos. “Volver a la escuela va a ser complicado por cómo están chicos
y educadores” en Página/12 – 29/06/2020
te quiero
Mi ser yo, entre tanto parecido,
entre tanto domesticado,
entre tanto metido de los pelos en algo (…)
Susy Shock21
universo
¿Podremos encontrar esos agujeros negros para acercarnos,
meternos en ellos, explorarlos y mirar qué hay allí?, ¿para
bucear y encontrar de qué se trata y en qué consiste ese hori-
zonte de sucesos que guardan?
¿Será que esos agujeros negros nos muestran sucesos de
otros universos, que, aunque son de afuera, están encapsula-
dos en el aula prometiendo otros horizontes?
¿Será que múltiples universos conviven de modo plural y
sólo hay que escuchar, mirar y zambullirse en ellos, siempre
sabiendo que en la multiplicidad está la posibilidad?
Pedagogías de la multiplicidad de mundos, pluriversos que
exploren lo olvidado, lo abandonado, lo perdido, lo desalo-
jado, lo que no ha tenido lugar en el universo de la escuela.
Agujeros negros que nos cuentan de música, de poesía, de
pintura, de cuerpos, de lenguas, de historias, de experien-
cias, de vidas, de haceres varios que podemos re-visitar.
visitantes
23 Mujeres Públicas. “En la plaza -En la casa- En la cama. Ensayo para una
cartografía feminista”. Fundación PROA. Argentina. 2020. https://issuu.com/
proafundacion/docs/mujeresenaccion_23junio
¿Cuáles son las imágenes de futuro que les visitantes, a modo
de pedagogías de la visita, comienzan a autorizar?
Pero para esperar visitas tenemos que hacernos un tiempo
para recibirles, y tener la puerta abierta; tener el deseo y la
alegría de recibirles, de hacerles lugar. Abrir los oídos y los
corazones, dejarnos atravesar por eso que tienen para com-
partirnos. Tenemos que animarnos a lo desconocido, a dar
paso al asombro para desordenar las gramáticas escolares en
todos los sentidos.
Tenemos que armar hospitalidad. Sentarnos a la mesa con
elles. Dejarnos con-mover.
Les visitantes que quizás no habían sido antes invitades al
banquete. Visitantes que pueden entenderse como “amista-
des políticas”, en los términos definidos por Eda Gaviola24:
“Un proceso que arranca en el encuentro y la necesidad ur-
gente de cambiar de signos la vida y la historia pasando por
la construcción respetuosa de confianzas y querencias mu-
tuas que se van perfilando en el camino del descubrimiento
de la otra, de una misma y de una genealogía de mujeres”.
Sobre genealogía de mujeres habla Gaviola en este caso; pero
esas amistades políticas, esa genealogía para pensar las visi-
tas a la escuela es, seguramente, más amplia.
Pedagogías que produzcan desplazamientos corporales que
inviten a compartir. Pedagogías de las ausencias en la escue-
la, que es necesario hacer presentes.
x - equis
Búsquedas y placeres difíciles, pero que hay que motorizar,
sobre todo en tiempos de pandemia.
Tiempos para pensar otras formas de escuela mientras se
desmorona la que tenemos o intentamos sostener, con el ho-
rizonte siempre presente en que el desmoronamiento gene-
ral siempre abre paso a las micropolíticas.
Tiempos para desburocratizar la ESI. Tiempos de pedago-
gías otras para la ternura en la escuela: Aquellas que, como la
pedagogía pobre que describe Skliar, “mira para los costados
y se cuenta que lo más importante de la vida o del mundo es
aquello que hemos dejado ignorado(...). Una pedagogía que
apela a lo olvidado, lo descartado, lo que en algún momento
de la historia se desecha como antiguo, añejo, anacrónico...(...)
el residuo, la basura de una época.(...). La pobre es una suerte
de pedagogía melancólica que se pregunta por aquello que fue
abandonado. Está en el mundo, sólo que a los costados, no
hacia adelante, en esa idea de progreso mortífero que tenemos
los humanos”25.
Por último, la letra X también representa un lugar, un punto
preciso que se forma en la intersección de esas dos rayitas con
que se dibuja la ilusión del hallazgo de un tesoro. Un punto de
inflexión o un punto de partida, siempre deseado, para conju-
rar esa ternura que la escuela necesita en cada pedagogía.
25 Skliar, Carlos. “Volver a la escuela va a ser complicado por cómo están chicos
y educadores” en Página/12 – 29/06/2020
Escuela: un tiempo y un lugar donde cuidar
ciertas cosas del mundo
Conversaciones con Carlos Skliar
#
el mundo y amor por la vida y, en ese sentido, cuando amo
al mundo y amo la vida, o ciertas cosas del mundo y ciertas
cosas de la vida, la pregunta de quién soy me parece, a mí,
poco interesante.
Se la hago a todo el mundo. Cuando me encuentro con al-
guien quiero saber quién es, claro, pero no es una pregun-
ta de la esencia. Me imagino que cuando nos presentamos,
esencialmente omitimos las partes más interesantes de no-
sotros mismos, porque las definiciones sobre quiénes somos
suelen encontrar palabras un poco acotadas, o palabras que
encierran una esencia. Y uno todo el tiempo pretende libe-
rarse de ellas, liberarse del esencialismo identitario que nos
mal define, nos cerca como si fuéramos un rebaño... Incluso
en los mejores casos de definición de quiénes somos, a mí me
gusta mucho más ir por la diferencia, por lo que hay entre
dos, por lo que hay entre varios, que por lo que es uno. Así que
soy un mal poeta, no soy filósofo, aunque la gente insista en
ponerme en ese campo de la filosofía. Soy maestro recreador,
soy fonoaudiólogo, soy doctor en fonología, hice estudios de
posgrado en educación, escribo, leo y converso con escuelas
todo el tiempo.
Y fuera de eso, contemplo, soy perezoso. A pesar de las apa-
riencias. A pesar de las apariencias soy perezoso porque ade-
más creo en la virtud de la pereza, en el derecho a la pereza,
pero constantemente estoy tratando de unir lo íntimo con lo
comunitario. Lo que me parece virtuoso en una vida singular
como la mía no lo sería si no tuviera un efecto de contagio, de
diseminación hacia otros y, por lo tanto, sí que cuando pienso
quién soy, en esas virtudes o en ese elogio que uno pueda
hacerse, solo me cabe el reflejo de los demás; no la dependen-
cia, pero sí el reflejo: cuando una virtud se vuelve múltiple o
cuando un defecto se vuelve personal y nada más.
—En algunas otras conversaciones también hablaste de
cómo a veces el “yo” no deja ser con otras y otros. Está bueno,
entonces, el ejercicio de pensar para salirse de la cosa indivi-
dual de quién soy. Por eso, reformulo ¿Quiénes somos?
transmite: “yo no leo”. Pero en su mundo hay lectura, quie-
ro decir, en el mundo hay lectura. Y por lo tanto, cuando el
educador se quita el yo, da paso al mundo. Y me parece que
ahí hay un juego corporal interesante y un juego de lenguaje,
por supuesto, que consiste en: “es mi mundo o es el mundo
que dejo pasar a través de mí”. Y entonces creo que eso cam-
bia sustancialmente la idea de un educador que, si se aferra-
se a su yo, pienso: “pobres criaturas las que están alrededor
de ese yo que, por lo que sea, han tenido una experiencia
siempre peculiar”. Entonces a mí me gusta, en lugar del yo, la
idea de poner un mundo mío; y entendiendo como mundo
mío no el yo, sino las cosas que me habitan, los objetos, las
situaciones, las circunstancias, las experiencias, que siempre
son plurales. Así, la narración siempre se vuelve plural, en
cambio el yo narra desde lo singular.
Aunque en realidad no sé cuál sería el derecho del asunto,
pero el revés siempre me queda más claro. Primero voy a ha-
cer una referencia a lo que leí, porque creo que ese ejercicio,
que llamé artesanal, es un ejercicio que comparto desde hace
años; quiero decir: lo intenté de miles de maneras con un
libro llamado Lo dicho, lo escrito, lo ignorado, un mamotreto
lleno de definiciones, de pronunciaciones, de haber elegido
esas palabras que tanto me gusta y ver a qué saben, a qué
huelen, cómo se tocan. Luego, con un alfabeto o un abeceda-
rio que me propuso la universidad brasilera, donde también
recurrí de alguna manera a ese ejercicio tan artesanal, y tam-
bién en los cursos donde uno está, en el ejercicio con niños,
con niñas; la gente que hace filosofía con niños también bus-
ca merodear con las palabras, sobre todo para quitarles esa
idea de propiedad privada o esa idea de norma o de regla, o
instalarse mucho más en un ejercicio de rebeldía, no defi-
nirlas en el término de su cementerio, no como diccionario,
no como regla o norma o legislación. No la palabra en ese
sentido, no, no, sino una palabra abierta, una palabra que dé
sentido, que ofrezca sentidos.
Los textos que yo leí hasta aquí evidentemente se toman su
tiempo para pronunciar esa palabra y ver a qué suena, de
quiénes son, cómo han sido pronunciadas. Repito, si son
propiedad privada o pública, si arrancan desde abajo del
diafragma, como decía alguien, o de cualquier otra parte, si
hay alguien por dentro, o no hay nadie. Hay palabras que se
pronuncian sin nadie adentro, ¿no? Como si esa palabra no
estuviese de alguna manera identificada con el cuerpo que
la pronuncia. Si esas palabras tienen que ver, por ejemplo,
con ciertas disciplinas del saber, sabor y saber; entonces si
tienen que ver con la filosofía, cómo hay ciertas palabras
que se tuercen hasta hacerse pregunta; si hay palabras que
se preguntan con la literatura, cómo podemos hacerlas me-
táfora, cómo podemos volverlas ficción. Si se hacen bajo la
forma educativa, cómo podemos hacerlas comunes para
compartirlas, para no encerrarlas, o cómo esas palabras en
el campo educativo, en vez de separar pueden reunir, cómo
pueden ir buscando permanentemente una pronunciación
que haga del lenguaje educativo no algo estrictamente
disciplinar, no algo estrictamente híper especializado, sino
un ejercicio que tiende al bien común.
Cuando uno dice “lenguaje común” parece que muchos se
horrorizan, pero veamos cuánto del ejercicio de la pronun-
ciación educativa excluye automáticamente familias ente-
ras, excluye a la infancia, porque se habla una jerga que no
se puede poner en común, se habla una lengua extranjera.
Hay quien ha trabajado sobre las lenguas de la educación y
ha pensado que hay una lengua poética en la infancia, pero
hay una lengua academicista en el adulto y la escuela es un
lugar que confronta y que busca en estos dos lenguajes una
tercera forma de expresión y una tercera forma de com-
prensión. Entonces, yo respeto, admiro, amo a estas perso-
nas que se dan tiempo de intentar pronunciar el lenguaje de
otra manera tendiendo al bien común y provocando gestos
de rebeldía. ¿Cuál es el gesto de rebeldía fundamental? Que
el lenguaje parece estar acabado, el lenguaje parece ya tener
un molde, un formato, un acabamiento, una terminación,
y el ejercicio de redefinición permanente muestra el juego
del lenguaje, esa posibilidad lúdica de hacer sonar cada pa-
labra de otra manera, de hacer sonar cada palabra en otra
persona, en otra experiencia, en otro texto. Y seguramente
esa resonancia es lo que permite que el lenguaje sea vivo,
esté vivo, y que nosotros podamos vivir también con él y
no solo sobrevivir. Es decir, yo creo que, en esa relación
más rebelde, puede aparecer un modo de existencia como
quieras, poético, filosófico, feminista, infantil... Hay miles
de maneras de nombrar ese lenguaje rebelde, que se rebela
a su propia norma, que muestra que en realidad todavía se
puede seguir moldeando como si fuera una cerámica que
no está horneada del todo.
Creo que aquí hay varias cosas para comentar sobre lo que
he leído, y se me ocurría mencionar frases no de las que ya
fueron dichas, sino, por ejemplo, una de Nietzsche: “Las pa-
labras dependen de la boca que las pronuncia”. Una misma
palabra, en boca de, no es la misma palabra. Una vez hice ese
mismo ejercicio con una palabra que era muy cara, muy que-
rida, y sobre la que había que tener cierto cuidado, pero no
cuidado de protección sino cuidado para que siga existien-
do, que era la palabra “inclusión”. Y, evidentemente, depen-
diendo de quién la pronunciara, esa palabra resonaba cosas
muy diferentes: desde la mayor hospitalidad, desde la mayor
amorosidad, hasta la peor de las humillaciones, exigencias,
etcétera. O están las palabras burocratizadas; es decir, cuan-
do la palabra depende de la boca que la pronuncia, ahí no es
cuestión de ver la palabra, sino esa boca. Cuando se dice que
el lenguaje está infectado de poder, todas las palabras emi-
tidas por esa infección estarán infectadas. Entonces, a veces
uno se cuida y cuida el lenguaje justamente tratando de ad-
vertir la boca que pronuncia la palabra equis en la voz de un
jurista, en la voz de un conductor de un programa de televi-
sión, en la voz de un poeta, en la voz de una mujer militante
por el derecho al aborto... Y cada palabra, que es la misma,
hace un juego coral absolutamente fantástico, para discernir,
ya no qué quiere decir la palabra, cuál es su significado, sino
qué hay dentro de ella. Y me parece que tanto Ruth, Maro,
Brenda, Andrea, hicieron ese ejercicio. No fueron detrás de
lo que una palabra es, porque eso es una batalla hasta te diría
machista, si me lo permitís: esa búsqueda de a ver quién hace
una definición mejor, más larga, más contundente, que todo
el mundo después subrayará, quién es el autor de la defini-
ción. Es una relación machista, del patrón, en el doble senti-
do del dueño y de la regla del lenguaje. A mí eso no me inte-
resa particularmente. Cuando modificás esa posición con el
lenguaje y vas a lo que hay en la palabra, entonces ahí viene
aquella frase de Spinetta en la canción “200 años”, cuando
pide por favor “una palabra, dame una palabra”.
A veces parece que, cuando estamos sometidos a las infec-
ciones del lenguaje, lo que queremos es: “Decime algo, por
favor, decime algo y quedate adentro de lo que estás dicien-
do; no te vayas, no hables con otra voz que no es la tuya”. Esa
idea ya no de la infección, sino de la impostura del lenguaje.
Pero también, claro, hay estas palabras puestas ahí como in-
formación y opinión. Y, justamente, lo que he notado, en to-
dos los ejercicios que han hecho los compañeros y las com-
pañeras, es que han evitado entrar en ese juego perverso de
que la palabra sólo sirve a una suerte de par de información
y opinión, donde la información es esto y lo que yo opino
es esto. Como si realmente la palabra se cargase de sentido
una vez por una realidad exterior y otra vez por un punto de
vista personal, cuando en realidad la palabra o las palabras
están caídas al suelo, querida amiga. Muchas palabras han
ascendido a los cielos, y los poetas saben mucho del infierno
y del paraíso de las palabras. Miles de paraísos solamente; ni
el paraíso empalagoso de la palabra, pero tampoco tanto el
infierno de la palabra de la herida, la cicatriz, el dolor; sino
ambas cosas. El poeta Juarroz lo decía muy bien: “hay pala-
bras que se han caído al suelo y se han pisoteado”. La palabra
libertad, la palabra democracia, la palabra otro, otra, otre,
la palabra escuela, la palabra educación, se han pisoteado.
Y Juarroz termina su poema diciendo: “Bueno, hay que po-
ner una escalera para que las palabras vuelvan a ascender al
humano”. Para que podamos tomar la palabra y decir algo.
Y aquí quiero decir también que me parece que todos, to-
das, han hecho un trabajo muy bonito con respecto a ese
ejercicio de qué quiere decir tomar la palabra. En tiempos
de conectividad, parece que tomar la palabra está dado, pa-
rece natural; es encender la tecnología, mandarnos un link
a una plataforma y ya estamos. Pero la pregunta sobre qué
tenemos para decir, cuál es la responsabilidad al tomar la
palabra, que generalmente es el principio –y, por qué no, el
precipicio–, el punto de partida a partir del cual el educador
se vuelve educador, porque toma la palabra en nombre del
mundo y de la vida para repartirla, para diseminarla demo-
cráticamente, y por lo tanto el ejercicio del educador es la
reelaboración permanente de la toma de su palabra. Incluso
para quedarse callado y dar la palabra, hay que reelaborar
esa posición que toma la palabra en un gesto de hospitali-
dad, de amorosidad, de conversación. Y como sabemos, hoy
estamos completamente anegados, decía Deleuze, de pala-
bras sin sentido, de palabras inútiles, imágenes, etcétera, y
que el problema –decía él en los años 60– que la cuestión no
era darle a la gente posibilidad de expresión, como si todo
consistiera en que todo el mundo se exprese. Claro que lo
dijo antes de las redes sociales, pero no se trata de dar po-
sibilidades de expresión, sino, de alguna manera, de tratar
de tener algo para decir; son dos caminos distintos. Crear
posibilidades de expresión y tener algo para decir no son el
mismo camino. El expresionismo, el espontaneísmo expresi-
vo de esta época, no quiere decir que todo lo que se exprese
valga la pena, cuente con nuestra atención, nos interese. Al
contrario, estamos navegando en un océano de proposiciones
que no sabemos ni siquiera a qué van, de dónde vienen, qué
quieren decir, para qué.
Entonces, creo que el contacto entre el ejercicio de la palabra
y la docencia tiene que ver también con esa reelaboración
de la toma de la palabra; lo que otros llaman “preparar la
clase”: ponerlo en un diseño de lenguaje, un poco marcar
con qué vocabulario, con qué límites vamos a trabajar o con
qué universos abiertos vamos a trabajar. Y también pensar
la responsabilidad que viene junto con la palabra porque el
lenguaje es lo que queramos: una estructura cognitiva, una
representación cerebral, un discurso o una arenga política,
pero también es, desde este punto de vista, un instrumento
profundamente ético. Y, desde ese punto de vista, no solo se
siente responsable de la toma de palabra, de conducir la toma
de la palabra, sino también que se vuelve responsivo; es decir,
que el lenguaje se utiliza para responder a cada uno que está
en esa conversación y a que cada uno pueda también tomar
la palabra de tal manera que dé respuesta en esa conversa-
ción. Y para terminar con esto, hay una poeta rusa de inicios
del siglo pasado que ponía en tela de juicio el poder de las
palabras, que ponía por delante una cierta sensibilidad ¿Una
sensibilidad a la que podemos llamar política? Claro que sí.
Como si hubiera algo que no acaba por definirse con una
reelaboración de las palabras o con un diseño de las palabras
o con una tarea artesanal de elaboración de las palabras, y
ella decía algo así como que no le adjudicaba a las palabras
tanta fuerza, que había algo antes y había algo después, don-
de las palabras se volvían minúsculas, porque aún la mayor
de las inmensidades de las palabras serían como una tenue
sombra o como algo que se aproxima muy vagamente a la
inmensidad de la sensibilidad, si entendemos sensibilidad
no como una reacción de piel y hueso solamente, sino como
la atención, la disposición, la escucha. Entonces, creo que en
el filo de ese ejercicio hay también como un darse cuenta de
cuál es el límite de la palabra, por qué le confiamos todo a la
palabra y qué pasa con una sensibilidad estética o una apre-
ciación ética en nuestros vínculos con los demás, cuando no
se juega la palabra o cuando la palabra se sobreentiende o
cuando ya la palabra se ha agotado o cuando ya no tenemos
más palabras para decir.
tal punto de la urgencia, la rapidez, la eficacia, la escuela deja
de ser escuela. Y cuando hay prisa, no hay ternura. Es como
si la ternura necesitara tiempo, pero la escuela también lo
necesita, así como necesita lugar. Y la conversación necesi-
ta tiempo, aunque no necesite lugar específico. Pero las tres
compartirían, a mi modo de ver, que son como aquellas que
se rebelan al carácter epocal por excelencia, pre-pandémico
y seguramente post-pandémico, que es el de la aceleración
del tiempo, el de la urgencia.
Por eso yo escribí un poquito sobre la palabra escuela, por-
que creo que reúne ahí conversación y ternura. Hay un filóso-
fo español, Santiago Alba, que tiene un libro que recomiendo:
Leer con Niños. Y en un pequeño apartado se hace una pre-
gunta extrañísima, que es ¿para qué sirven los niños? Claro, la
respuesta es horrorosa, si uno dice: “para nada, ¿por qué tie-
nen que servir para algo?”. Pero él dice algo muy interesante:
“Para cuidarlos. Es decir, para volvernos cuidadosos”. Como si
un mundo sin niñas y sin niños, y alguien me dirá un mundo
sin ancianas y sin ancianos, fuera un mundo completamen-
te descuidado. Pero, aun así, el mundo epocal es el mundo
del descuido, es el mundo de la autodestrucción, es el mundo
de lo que se ha desmoronado, ahora radicalmente pero antes
también. Estábamos en el umbral de la autodestrucción. Des-
conocer eso y sorprenderse por una pandemia, claro, en su
carácter universal, en su carácter corporal, por supuesto que
sí, pero es parte del mundo de la autodestrucción y el mundo
del descuido, el horror económico digamos.
Creo que cuando uno se pregunta para qué sirve la escue-
la, en la misma dirección de para qué sirven los niños, jus-
tamente hay allí una idea de cuidado que a mí me interesa
particularmente, y que no es la del ternurismo, no es esa idea
de la ternura sentimentalista... Es otra cosa: es cómo hacer
que haya vida, no en un carácter divino, sino que haya otra
vida aparte de la que me ha tocado. Y por eso el cuidado. Y
la escuela tiene que ver con un doble cuidado, sobre todo en
las primeras etapas: cómo hacemos para cuidar al mundo o
ciertas cosas del mundo; pero, al mismo tiempo, cómo nos
cuidamos del mundo. ¿Y quién sabe si justamente esto no es
el contenido mayúsculo, no específico, de lo que es una es-
cuela?: Un lugar donde las niñas y los niños van a aprender,
a conversar, a estudiar, a saber cómo cuidar al mundo, cier-
tas cosas del mundo, y cómo cuidarse del mundo, de ciertas
cosas del mundo. Esto es lo que de alguna manera he pen-
sado, como el nombre de aquel disco de Ana Belén y Víctor
Manuel: “Para la ternura siempre hay tiempo”. Y yo pensaba
que, en realidad, no es que siempre hay tiempo, sino que la
ternura es tiempo. La ternura abre otra lógica del tiempo, in-
cluso otra lógica corporal, vincular, como si fuera una suerte
de atmósfera o de clima que no se puede impostar, que no se
puede planificar, pero que de algún modo permite dar otro
tono a las palabras. Así como la atmósfera de la igualdad, de
la hospitalidad, de la ternura, crea otro vínculo con el tiem-
po, con el lenguaje y, sin duda, con los cuerpos.
exitoso, del trabajo cuando no hay trabajo. Un tiempo donde
la intensidad no se deja gobernar por la cronología ni por
la aceleración, y las niñas y los niños, en lugar de volverse
hámster y girar sin sentido en una rueda que no va a ningu-
na parte, se vuelven artesanos, dibujantes, pintores, clowns,
poetas, actores, actrices, filósofos, cineastas, fotógrafos, artí-
fices de otra humanidad; una humanidad infantil donde el
camino del conocimiento no se confunda con la búsqueda
de lucro, donde no se separen los senderos entre la abundan-
cia y la carencia, donde lo íntimo se haga público y lo públi-
co íntimo, y donde el progreso no signifique sólo tecnología
y autodestrucción.
Un lugar y un tiempo para cuidar al mundo, a ciertos aspec-
tos del mundo, y donde cuidarse del mundo, de ciertos as-
pectos del mundo, donde se encuentre la multiplicidad de lo
humano sin que intervenga la justicia divina ni la tiranía de
la normalidad; un tiempo y un lugar donde aprender el difí-
cil arte de vivir, que es arte y es vivir, y no es técnica ni dis-
positivo ni aprender a ganarse la vida, como si algunas vidas
ya fuesen o estuviesen derrotadas y otras vidas ya tuviesen la
vida ganada. Un tiempo y un lugar para estar presentes, para
permanecer y hacer cosas juntos, un tiempo y un lugar don-
de las cosas que se hacen no se harán en otro tiempo y lugar
o se harán de otro modo o se dejarán de hacer o cuando
se quieran hacer ya parecerá que es demasiado tarde. Jugar,
pensar, conocer, dibujar, tocar, buscar, leer, escribir, estudiar,
imaginar, descubrir, conversar.
Un tiempo y un lugar donde se conozca la utilidad de lo inútil,
donde haya tiempo y haya lugar, donde la infancia sea infancia;
es decir, donde tenga la experiencia de percibir, como decía el
poeta mozambiqueño, que todavía no es demasiado tarde. Un
tiempo, un lugar de tradiciones, de rituales, de repeticiones,
pero a la vez de desobediencia y de creación y recreación de
otras tradiciones, de otros rituales y de otras repeticiones. Un
tiempo y un lugar donde la novedad no se confunda con espe-
jitos de colores, un tiempo y un lugar de memoria, de encuen-
tro entre pasado, presente y futuro, de ofrecer un banquete
y que todas y todos se sientan invitados a tomar la palabra,
a expresar el cuerpo, a comenzar la travesía. Así pronuncié,
queridas amigas, la palabra escuela. Seguramente mañana la
pronunciaré de otra manera.
misma había buscado cómo resolver su problema conmigo
sin ponerme un problema a mí a los 7 años de edad. También
había un maestro de séptimo grado que les robaba las figu-
ritas a los chicos grandes y se las daba a los más chiquititos;
las distribuía en el patio de una manera totalmente distinta.
Recuerdo a un maestro varón de cuarto grado que jugaba en
la tercera división de Boca Juniors, que nos invitó a entender
el deporte de otra manera. Un maestro de séptimo grado,
matemático, que incluso me hizo gustar de lo que yo odia-
ba. Una maestra de tercero, Milena, de la cual me enamoré
perdidamente, y que conocí con ella los primeros dolores,
las primeras impotencias, y sobre todo una anécdota que re-
cuerdo muy bien y que fue el final de mi amor por ella y con
ella, que fue cuando después de unos días de faltar, porque
estaba enfermo probablemente, me preguntó qué me había
pasado, preocupada por mí, y yo completamente enamora-
do, y yo había entendido que lo que yo tenía era algo que se
llamaba tos perruna, que no sé si mis padres o alguien me
dijo que estaba tosiendo como un perro, y entonces me que-
dó que el diagnóstico era tos perruna. Y entonces cuando se
lo dije a Milena, me llevó con todos los maestros de todos los
grados a que repitiera esa frase y todos se reían a costa mío;
y entonces creo que también en la escuela he aprendido algo
de eso que llamamos humillación. No solo el amor, no solo
el amor al saber, no solo el amor a una materia específica o el
amor de un maestro hacia su materia, sino también algo de
la humillación. Y desde entonces creo haber reconocido de
cuánto de la experiencia educativa también produce gestos
humillantes y de los que hay que cuidarse, de los que hay que
saber cómo cuidarse. Estaba Mabel, la maestra de sexto gra-
do, cuyo padre había sido el artista plástico que creó varias
partes del vía Crucis en Tandil y ese fue nuestro primer viaje,
a visitar el estudio del padre.
Una escuela pública con plantas, animales, gimnasio... sólo
ahora puedo reelaborar esa experiencia para discernir un
poco ese carácter público, además del tipo de compañeros
que yo tenía y que no se parecían en nada a mí ni a mi fami-
lia. Y ahí aparece el vestigio fundamental de lo múltiple y de
lo público, y eso para mí es salir al mundo y no quedarse en-
claustrado, encriptado en tu propio mundo. Por eso valoro
tanto la experiencia pública, la educación.
—¿Y a vos te gustaba actuar?
tenían sentido. Nos sentábamos de otra manera, cambiaba
la arquitectura de los espacios, los maestros ya no usaban
delantal a la tarde, nosotros tampoco. Y uno se pregunta: ¿y
por qué la escuela no puede ser así? ¿Qué hay de eso llamado
no escolar que pueda entrar y crear tejido en lo escolar? En
vez de escolarizar lo informal, informalizar lo escolar.
han cambiado tanto, pero yo creo que un educador también
es alguien que ha reelaborado su experiencia estudiando, o
es aquel que ha reelaborado qué cosas tienen sentido y qué
cosas son absolutamente superfluas en educación. Ese es un
asunto bien biográfico.
rapidez, la eficacia; me fui a un librito que escribí hace unos
años, que se llama No tienen prisa las palabras. Y me puse a
buscar en ese librito, en el archivo, a ver si aparecía la pala-
bra ternura. Y apareció seis veces. Entonces, quiero leer un
fragmento, uno que tiene que ver con mirar: “Mirar con ter-
nura, como si no hubiera otra cosa que infancia. Mirar con
sencillez. Lo mirado no precisa ser nombrado ni arrastrado.
Mirar como acompañar. Mirar para afirmar lo presente. Mi-
rar enredado alrededor. Mirar como lo opuesto de escaparse.
Mirar como escuchar”.
—Un rasgo para mí esencial, para bien y para mal, fue que
al yo entrar en la escuela, mi hermano mayor, Gabriel, esta-
ba haciendo su último grado. Yo entro en primero y él es-
taba en séptimo, y eso me dio como un motivo amable en
la escuela, porque él era una persona muy capaz. De hecho,
su apodo era “el bocho”. Cuando yo entro me indican como
“el bochito” porque me tendría que ganar el de “el bocho”
con el paso del tiempo. Pero fue muy distinto. Yo deseé que
mi hermano se borrara de la escuela y se borrara un poco
el rastro de su inteligencia y de sus capacidades, porque un
poco había que o seguir por ese sendero –lo que para mí
era imposible– o perderse de vista. Entonces, la presencia de
mi hermano en la escuela me dio como una alfombra roja,
como diciendo: “acá viene el hermano del bocho”; pero, al
mismo tiempo, me puso muchos flashes encima. Así que,
por supuesto, tuve unos padres, dedicados, comprometidos,
lectores... y, sin embargo, hasta los 16, 17 años, mis intereses
eran absolutamente futbolísticos. Siempre cuento que la vida
no es lineal y que no tiene que ver con herencias directas, a
veces la vida produce giros inesperados; en mi caso fue otra
familia, la familia de mi mejor amigo de toda la vida, que
me dio otro ambiente también. Uno asume ciertos placeres
de la lectura no necesariamente en su propia casa o no de
una forma directa. Con el paso del tiempo, desde ya que uno
reconoce que la lectura en voz alta ha sido prácticamente un
nacimiento para mí; es decir, que mis padres leyeran en voz
alta seguramente fue el momento en que yo nací al mundo, y
por eso uno dice tanto: “hay que leer en voz alta”.
serias, muy contundentes, con chicos muy chiquitos tam-
bién: qué fue extraño y qué extrañamos. Quizás de ahí se
pueda cimentar otra escuela.
Y el otro miedo que tengo es un miedo más contundente.
Es el que tiene que ver con otra vez hacer que los docentes,
los educadores, sostengan este mundo que no se puede. O
sea, los docentes están en una condición de mucha precari-
zación y otra vez va a pasar, como varias veces ha pasado en
la historia de la humanidad, que se les va a poner sobre sus
espaldas –como ya ha pasado con la pandemia también– el
peso de tener que levantar de las cenizas otra vez la educa-
ción y hacer un mundo mejor, cuando el mundo no quiere
ser mejor o se resiste a serlo o está infectado de aquellos que
preferirían que el mundo se mantuviese como está y que aca-
be lo más rápido posible. Le tengo mucho miedo a esta cosa
de que, otra vez, son los educadores los que van a tener que
poner la cara y sostener ese peso de hacer un mundo mejor.
No alcanza el salario, no alcanzan las escuelas, no alcanza la
matrícula y no alcanza simbólicamente que los demás, los
medios de comunicación, la política, los jueces se dediquen
a otra cosa. No alcanza. Con esto me retiro.
Politizar la ternura y sostener la esperanza
Conversaciones entre Ruth Zurbriggen, Maro Skliar, Brenda
Stolze, Andrea González y Belén Grosso
#
Andrea: La verdad es que estoy con mucha expectativa
y mucha alegría de volver a este ciclo, pero esta vez de un
modo distinto, porque nos invita a poder pensarnos en una
conversación con estas nuevas condiciones materiales y sim-
bólicas que nos impone la pandemia, pero que, de todos mo-
dos, recupero como una posibilidad de pensar con amigues,
amigues con quienes me gusta pensar. Siento que este ciclo
movilizó un montón de sensaciones y de pensamientos, y
creo que esta es una posibilidad de volverlo ronda. Y la ron-
da siempre enriquece y nos da la posibilidad de pensar un
poco más, cuando una escucha a otre, y se escucha a sí mis-
ma en la palabra que alguien retoma, va pensando más, esti-
ra ese límite de lo posible del pensamiento, y me parece que
la escuela necesita urgentemente, en este momento y en estas
condiciones, de eso. De mucha escucha y de poder pensar;
pensar cosas nuevas y desde lo que se extraña de la escuela.
Poder pensarla en este contexto para comenzar a imaginar
cómo vamos a ir acomodándola y redefiniéndola puede lle-
gar a ser una oportunidad para conjeturar otros modos de
reconfigurarla.
Maro: Yo, sin entrar en el lugar trillado, contento de estar
con ustedes, y todes ustedes que están ahí también compar-
tiendo en esta modalidad. Me siento que estoy todo lo con-
trario a obligado, estoy totalmente desobligado a estar acá,
habiendo elegido, y con una especie de oportunidad que fa-
bricamos en esa continuidad de conversaciones. Pensamos
que podíamos dar un poco más. Eso me genera expectati-
va. No tengo ansiedad, pero sí expectativa, porque para mi
sorpresa esos diálogos que fuimos teniendo estas últimas
semanas, que vos coordinaste, también interpelaron a mu-
chas estudiantes y colegas de los lugares donde trabajo. Y
las palabras volvieron reinventadas, reinterpretadas, a las
clases, a los foros de la plataforma virtual, a algún trabajo
integrador, a algún coloquio virtualizado. Así que hay una
pedagogía flotando en mi “desobligatoriedad”, en mis ganas
de estar acá, que es ese cruce de un montón de otras voces
que estuvieron este tiempo desde una oportunidad que no
esperábamos y fabricamos.
que les pusimos más palabras en este tiempo. Entonces, digo
responsabilidad porque genera expectativa, porque sabemos
que hay otres que están ahí escuchándonos, esperando cosas
de esta oportunidad, así que eso me mueve ciertas fibras.
las palabras y otorgarles otros sentidos, sentidos que vengo/
venimos pensando junto a otres, pero que, al menos yo, no lo
había llevado a la escritura. Luego, cuando me propusiste las
palabras, más allá de que tenía la posibilidad de cambiarlas; me
sucedió que tener que decir/escribir por ejemplo sobre las in-
fancias, algo sobre lo que he leído, conversado, intercambiado,
pero en ese momento me pregunté ¿qué más podría aportar
yo a esto? Y después, al momento de comenzar a escribir, creo
que se vienen un montón de emociones, porque escribimos
desde todas esas experiencias que nos han conformado. Y la
escritura me encontró con la práctica y la tarea de recordar,
de recordarme niña y en la escuela. Aparecieron un montón
de recuerdos, los hay más vinculados a lo que podría haber
sido doloroso, y recuerdos más felices, más amorosos. Hay un
montón de afectos y por eso son recuerdos, porque nos han
afectado de alguna manera. Entonces, reencontrarme con eso,
pensarme niña en la escuela, me parece que es algo que movi-
liza mucho y que, desde todas esas experiencias, como docen-
te y como formadora de docentes, también proponernos pen-
sar y construir otra escuela, otra escuela que dé lugar a la risa.
Yo leía lo que escribió Maro, y pensaba qué pedagogías son
risa, qué pedagogías son carcajadas, qué pedagogías aparecen
con los “no, nunca”, o cuáles son esos “no, nunca”, si son como
intervención justa o son los que actúan como sostén de esas
prácticas que quisiéramos que ya no estén más en la escuela;
si son las pedagogías que dan lugar a los deseos, al dar como
gesto de confianza también. Y después, creo que, también,
en esa lectura posterior a las conversaciones, vi cómo fueron
dialogando esas palabras que fuimos definiendo, de manera
abierta pero que se van encontrando en diversos puntos...
Maro: Algo muy puntual: fue lindo recibir las palabras, fue
lindo recibir algunas letras que no tenían una palabra defini-
da. Quizás ligado a la sensación de responsabilidad, primero
me agarró como un ataque de superyó medio academicista,
como si hubiera que poner todo ahí, y después –porque en
el momento de escribir no me di tanto cuenta– me incliné
por una escritura más intuitiva, más atravesada por la épo-
ca, por la vivencia. Porque es una época particular, a la vez
intensa, sórdida, angustiante. Tiene mucho de eso el estar
conversando bajo esta modalidad. Es, a la vez algo lindo,
buscado, producido y, por otro lado, yo no le dejo de ver
algunos tintes apocalípticos. Lo decían muchas colegas: “Se
apaga el zoom y ¿cómo estamos?”. Entonces, fuera de eso, o
después de haber sacudido un poco esa cosa del superyó y la
exigencia de, me fui dando cuenta de que el peso de la pala-
bra “definición” es un peso tremendo, ligado capaz a lo que
decía el tío Carlos en la charla. Y releyendo las palabras de
ustedes, creo que lo que hicimos fue una especie de sabotaje
a la idea de definición. Ruth había escrito que el feminismo
puede ser pensado como un sabotaje permanente al sexis-
mo, al racismo, etc., y me parece que hicimos un sabotaje,
no a la palabra, sino a la idea de definir. Porque la idea de
definir necesariamente está ligada a una apropiación o a un
hegemonismo, a una jerarquía sobre la palabra; y me parece
que lo que se hizo fue, en todas las definiciones, indefinir. Es
así medio paradojal lo que yo vi, porque creo que las posi-
ciones de cada una de ustedes, lo que escribieron desde cada
palabra, es una posición definida, aunque múltiple, aunque
abierta, aunque quebrada a la escucha, quebrada al placer,
quebrada a la entrada del cuerpo. Está definida la posición,
pero no está definida la palabra, en el sentido de apropiada.
Está más bien lanzada, lanzada a una comunicación que yo
creo que está bastante reñida con un mandato de la escuela
que queremos sacudirnos. Entonces, capaz me quedo en ese
dilema, en esa paradoja de estar definido en la posición, pero
no absolutizar la palabra que voy a convidar.
Ruth: Me parece relevante también inscribir el tiempo en el
que nos tocó escribir, fue junio, digo porque, entre la pande-
mia, la cuarentena desde marzo, ese inicio que por entonces
no nos podíamos imaginar llegar a agosto, fines de agosto
con este tiempo todavía: que fase 1, que 3, que 5, que entra-
mos, que salimos. Y en ese tiempo que irrumpió, también, la
escuela; la que vivimos, la que aprendimos, la que atravesa-
mos, la que aprendimos a circular y la que queremos cam-
biar también.
En relación con las palabras que nos fueron dadas, y que
también nos fueron consultadas, tuve la posibilidad de elegir
cuáles me sonaban y cuáles no tanto, y por ello quedaron
fuera. Entiendo que hay un modo de escritura que fuimos
armando que está también vinculado a ese tiempo singular
de junio, ese tiempo de emociones un poco difíciles de tra-
mitar; ese tiempo del tiempo de la pandemia me parece que
les dio un tinte particular a los modos en los que fuimos es-
cribiendo, es que no escribimos en el vacío social.
ahí atrás que estoy viendo”; y que eso descolocó al estudiante
y generó también otro tipo de conversación. Él traía eso como
un gesto que hizo que su estudiante supiera que él lo estaba
viendo. Entonces, me gustaba pensar dónde encontramos, en
este tiempo, esos gestos de ternura que a veces parecen faltarle
a la escuela, ahora más, y que entiendo que también están en
ciertas prácticas y experiencias pedagógicas.
pongan límites. Me da cierto temor, en todo caso hay unos
usos de la ternura con los que no quiero quedar ligada.
de la campaña porque les venían al pelo para cerrar esas ta-
reas que tenía para entregar a les niñes. Y la verdad es que
me conmovió profundamente porque es una estudiante que
tuve hace unos años en el instituto; pero más allá de la con-
moción personal que me provocó todo eso, vi ahí un gesto
de mucha ternura: esa maestra tratando de poner a disposi-
ción posibilidades de encuentro al pensar cómo esos mate-
riales podrían provocar conversaciones y encuentros otros
en esas familias. Y eso me parece un gesto de ternura para
pensar la enseñanza, pensar las posibilidades, para pensar
ese compromiso y esa responsabilidad en estas condiciones
y en este tiempo tan difícil.
y de los estudiantes, que por ahí no salían tanto en el aula.
Otras las extrañamos. Apareció otro tipo, otra especie de ter-
nura, o de búsqueda de una ternura que está manchada o
desgarrada por esas historias. Entonces, no se convierte en
una ternura banal a la que creo apunta Ruth cuando dice del
miedo a la banalización. No tiene que ver con una ternura
que buscan ganar las pseudo psicologías de la empatía, de la
inteligencia emocional, que nos vienen a decir que todos los
problemas se resuelven simplemente poniéndose en el lugar
del otro. Una estudiante, Cecilia Almonacid, dijo dos cosas,
que para mí son ternura, en la cursada de “Interculturali-
dad y derechos humanos”. Ella se quedó pensando que más
que el ponerse en el lugar del otro quizás se trata de asumir
que estamos con el otro. Me pareció una cuestión interesan-
te. Cecilia nos contó en clase que siempre quiso ponerse el
guardapolvo, pero que algo le hacía ruido, y que ahora sabía
que el guardapolvo que quería calzarse tenía que tener ESI e
interculturalidad, que no podía ser todo blanco. Me pareció
que había un gesto muy lindo al no idealizar el guardapolvo,
animarse a discutirlo, a discutirle a los lugares comunes, a
esas empatías de cotillón que no se las cree nadie, que no
discuten la desigualdad, que no discuten la herida. Y, por
último, mi ternura de este tiempo es con mi amiga y com-
pañera Flor Vespignani, porque fue en junio nuestra charla,
y la mía en particular fue el 26 de junio. Flor es quien hizo
varios de los dibujos que, por decir así, inmortalizaron la fi-
gura de Darío y Maxi en aquel 26 de junio de 2002. Cuando
le pregunté por whatsapp “¿puedo usar un dibujo tuyo para
una charla?”, me dijo “una charla de qué” (ella también es
educadora de plástica, en artes visuales), le digo, “estoy ha-
ciendo una charla de tal cosa” (no era esta, era otra, pero
podía haber sido esta), y ella me dice, “no, cómo vas a usar
uno de los que ya está, yo te voy a hacer otros, grabame un
whatsapp con qué estás pensando”. Y me mandó cinco dibu-
jos sobre pedagogías a contracorriente, y a partir de ahí em-
pezamos otro diálogo como este, en relación a la imagen y
la memoria. Flor no tenía ninguna foto con Darío Santillán,
aunque habían sido compañeros de militancia. Nunca había
encontrado una foto. Muchos años después, otra compañe-
ra, ordenando cosas viejas en la pandemia, buscando en ese
tiempo que no sabemos muy bien qué hacer, encontró una
foto de Flor con Darío en una marcha. Justo ella, que había he-
cho la imagen que inmortalizó a Darío frenando a la policía,
protegiendo a Maxi, ella no tenía ninguna imagen propia con
Darío. La imagen apareció en este contexto. Y por ahí me vino
la ternura de los dibujos que me regaló.
los vericuetos para aprender de esta experiencia y que des-
pués podamos hacer algo con eso también.
verdad disfruto un montón, más allá de que el zoom es bien
distinto a estar en el aula, pero me parece que eso es un gesto
de ternura. Que después aparecen otros más sencillos; a mí
me conmueve que las estudiantes me digan: “profe, cuídese
mucho”; esas cosas del “deseo que estés bien”, que yo también
lo deseo con las estudiantes, es de un cariño que aparece en
el aula, y también aparece mediado por la pantalla. Y que nos
acerca, nos acerca mucho.
ciertos niveles, puede ser que el modo de pensamiento para
reflexionar al respecto sea colaborar en rastrear cuáles son los
gestos, ahí se me presentifica de otra manera, me parece, para
poder imaginarlo. A la vez, esto que decimos nos lo tenemos
que poder imaginar para ese mundo que estamos armando,
que es un mundo para vivir en este aquí y ahora. No es el
mundo que vendrá alguna vez más allá y para un futuro siem-
pre inalcanzable.
Maro: Yo pienso todos los días en esos miles, millones de
pibes para los cuales este tiempo es el tiempo sin escuela. Es
la verdad. No con la escuela por zoom, no con la escuela que
extraño a mis amigues (que esa ya a todes un poco nos preo-
cupa y sé que a ustedes les preocupa). Como docente, como
papá, como persona, sé que hay miles de pibes que este año
no tienen escuela, no hay escuela, no hay ninguna escuela.
Eso creo que va a ser una huella hecha de una sustancia, de
una materia, que agarró un tejido de esos cuerpos diferente
o nuevo. Porque cuando empezó la pandemia, las primeras
reflexiones, por lo menos con las que yo coincidía y com-
partíamos con colegas, eran que había amplificado desigual-
dades ya existentes. De eso no hay duda. Pero empezaron a
pasar los días y también empecé a pensar y a sentir que sur-
gían algo así como desigualdades de nuevo tipo, que si bien
se correspondían con las desigualdades estructurales contra
las que peleamos y que denunciamos, también estaban pro-
duciéndose otras. Unas que, yendo hacia atrás en la historia,
podíamos encontrar. Enormes contingentes de pibes de los
que en estos tiempos no sabemos, a mí eso la verdad me pre-
ocupa muchísimo. Si bien no son formas de exclusión que
creímos absolutamente superadas, habían sido reducidas
por las luchas populares, por el reclamo de las propias co-
munidades en toda su diversidad, por las peleas para sus es-
cuelas, su educación, aun con la contradicción de que es una
educación en muchos casos homogeneizadora, heredera de
la colonialidad, etc. Porque coincido con lo que decía Ruth
recién: no es que el mundo se puso entre paréntesis. O sea,
es casi un lujo de clase, un privilegio, pensar cómo va a ser
el mundo después de la pandemia. Lo digo como burgués,
si quieren. No, ese mundo también está ahora. No hubo un
paréntesis del mundo, no hay todes en casa esperando tal
cosa, no hay todes en zoom viendo que la conexión entra
y sale: hay contingentes con un presente desgarrado. Ten-
go que reconocer que, a riesgo de quedar medio pesimista,
hoy me preocupan mucho esas marcas subjetivas, corpóreas,
esas personas especialmente. Y me imagino a los compañe-
ros y compañeras de la escuela de mis hijos, me imagino mis
alumnos y alumnas que no sé, me imagino a los pibes de la
Villa 31 a los cuales les daba clase antes, la verdad eso me
tiene inquieto.
Son preocupaciones por las existencias, por los mundos que
podemos...
atravesando ese modo actual que es nuevo para el tipo de
escuela que tenemos, por lo menos en este país y en muchos
países de América Latina. Entonces me parece que no, que esa
vuelta no puede pensarse desde esos lugares conocidos única-
mente, de eso estoy convencida. Y sí considero que hay algo
del orden de la esperanza que traccionamos todo el tiempo,
para seguir. Por lo menos yo lo veo en quienes estamos, no
sé qué pasará con las personas que no forman parte de pro-
yectos políticos colectivos. A mí el activismo me salvó la vida
en muchos sentidos, y en este tiempo es cuando lo recontra
confirmo. En este tiempo sentir que armo proyectos políticos,
saber que los armo, palparlos, son un enorme refugio, porque
si no sinceramente siento que no sé qué haría. Entonces,
me parece que sí, que hay una responsabilidad pedagógica,
política, ética, y que hay que poder ver cómo se van a tramitar
–otra vez– ciertas responsabilidades, porque si no también les
vamos a dejar todo, todo a les docentes.
Hay que salirse de esas lógicas de héroes, de heroínas, y lo
pienso también comparando con lo que se le está pidiendo
al sistema de salud en este tiempo. Los términos que se usan
para hablar, la “batalla que damos a este enemigo”, todo eso
también vuelve la narración de este tiempo a los sentidos de
la guerra. Me parece que hay que buscar otras maneras de re-
latar este tiempo, no con los términos de la guerra, tan capi-
talistas y tan patriarcales. Me tomo permiso y les leo algo del
optimismo cruel, porque ahora que lo dije lo quiero compar-
tir: “Una relación de optimismo cruel es aquella que se esta-
blece cuando eso mismo que deseamos obstaculiza nuestra
prosperidad: puede ser la comida, una forma de amor, una
fantasía de la buena vida o un proyecto político. También
puede tratarse de algo mucho más sencillo, como por ejem-
plo un nuevo hábito que promete inducir en nosotros una
mejor forma de ser. Estos tipos de relación optimista no son
inherentemente crueles, se vuelven crueles cuando el objeto
que suscita el apego nos impide de manera activa alcanzar
ese mismo propósito que en un principio nos condujo a él”.
Es complicada, pero le vamos a encontrar la vuelta, me viene
pensarla en la línea de Sara Ahmed y todo lo referido a la
política cultural de las emociones...
va a querer hacer, por parte de quienes denotan el poder,
una serie de borramientos, como si se hubieran suspendido
las relaciones. Una vez más en el aula, en las organizaciones
sociales, en la política afectiva, va a ser necesario lo que us-
tedes mismas escribieron: un trabajo denodado contra los
borramientos. Poner brillo, poner color, poner pasión. Estoy
leyendo lo que ustedes decían, refundar o tratar de volver a
encontrar al otro, a la otra, leyéndolo con un gesto que no
es una amenaza hacia los demás y saber también que no
hay pasiones, no hay sentimientos, por más contradictorios
que sean, que soporten ahí encarcelados. Ustedes lo habían
dicho, lo había dicho Brenda, lo tengo anotado acá, “no hay
pasiones posibles que soporten encarceladas hasta que el
tiempo de la clase termine”. Y yo creo que esta clase, o yo
interpreto que la clase de la que hablaba Brenda, es esa cla-
se que encarcela. Y también hay una pedagogía de la cruel-
dad en el poder con que intentan manejar la pandemia los
sectores concentrados. Están queriendo darnos una clase de
cómo deben petrificarse determinadas desigualdades. Pero
yo también comparto, en esta ética, en esta esperanza com-
plejizada, politizada, que no hay pasiones colectivas que so-
porten esas pedagogías de la crueldad calladas, que soporten
sin resistir; y en ese sentido se fugan, se juntan, conversan
y construyen una esperanza que no es la esperanza de los
cuentos de hadas, que no es la esperanza de las publicida-
des de jabón en polvo, que no es la esperanza de los spots
que nos explican con colores muy lavaditos cómo debe ser
la cosa. Es una esperanza que está jodida, y está todo bien,
porque siempre estuvimos jodidos en algún punto, y jodidas,
pero también siempre hicimos un trabajo, y lo seguiremos
haciendo, con errores y aciertos, denodado, contra los bo-
rramientos. Tratando de poner brillo, de devolver la pasión
y de construir esa escuela justa, ese mundo justo que tiene
momentos diferentes, caleidoscópicos, que se mezclan y que,
por lo menos a mí, me marean, pero que finalmente ocurren
encuentros, ocurren palabras, ocurren también silencios que
están ligados a la escucha. Que es una de las cosas que más
rescato de esta etapa donde cuesta tanto, porque no sabemos
si nos toca hablar por el zoom, si se nos cayó el wifi, pero de
pronto se arma un momento y vuelve esa magia. Como ha-
bían dicho ustedes “la primera palabra en la pedagogía tiene
que ser la escucha”, y ahí se arma una oportunidad, me pare-
ce. No la oportunidad como lo dijo el gobierno del macris-
mo, no es esa oportunidad en la crisis; es una oportunidad
que se rascó, que se rasgó y que se ganó. Y ahí está: de pronto
nos estamos escuchando.
***
26 Coller Mary y Galarza Edith. Hoy elijo contarlo. Ediciones Planeta Color y La
Revuelta Colectiva Feminista. Neuquén. 2019.
Belén Grosso.
Maestra feminista. Estudió en el Instituto Superior
de Formación Docente N°12 de Neuquén capital.
Acompañante de abortos. Activista en La Revuelta
Colectiva Feminista. Integra equipos de investigación
sobre aborto. Defensora de lo público de la educación.
Actualmente está a cargo de la Secretaría de Políticas
de Género de ATEN Seccional Capital.
Ruth Zurbriggen.
Maestra. Profesora en Ciencias de la Educación
y Especialista en Estudios de Género por la Universidad
Nacional del Comahue. Activista feminista en la colectiva
La Revuelta en Neuquén. Atea. No heterosexual.
Acompañante de las decisiones de abortar. Integra equipos
de investigación que incardinan en temáticas referidas
a corporalidades, abortos, géneros, sexualidades,
pedagogías y educación sexual.
Brenda Stolze.
Profesora de Geografía por la Universidad Nacionaldel
Sur de Bahía Blanca. Especialista en Educación y Estudios
Interculturales, Géneros y Sexualidades, por la Universidad
Nacional del Comahue. Docente feminista, trabajadora
en la formación docente de la provincia de Río Negro
(Instituto de Formación Docente Continua de Villa Regina,
en los profesorados de Educación Primaria y de Educación
Especial con orientación en Discapacidad Intelectual).
Activista feminista y por el derecho a la ESI.