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Introducción
A partir de los siglos IX al VI (En torno al año 1000 a. C.) van llegando
expediciones comerciales y coloniales del Mediterráneo oriental (costa sirio –
palestina, sobre todo fenicios, y Chipre) a la Península Ibérica. Desde sus
metrópolis se abren puertos y factorías en la costa para acceder a las materias
primas y asentar a excedentes de su población en la periferia mediterránea.
Encontramos asentamientos fenicios en el sur de Sicilia, Cerdeña, Norte de África
(Túnez, Cartago) y, llegando al Estrecho, Gadir o Lixus. Desde aquí se originan y
dinamizan relaciones comerciales y procesos culturales con poblaciones
autóctonas (s. VIII – V/IV a. C.). La Península Ibérica, como espacio periférico,
se asimila con hitos de carácter mítico que revelan el significados de la Península
como límite del mundo conocido, convirtiéndola así en la expresión mítica del
proceso colonial y punto estratégico en el paso al Atlántico, siendo Gadir en
enclave más importante del territorio. Las fuentes fechan su fundación por los
fenicios de Tiro 80 años después de la Guerra de Troya (c.a. 1104 a, C.). Esta
referencia probablemente refleje expediciones previas a la fundación propiamente
dicha. Los datos arqueológicos revelan un establecimiento fenicio estable hacia
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inicios del s. IX a. C. o incluso algo antes. Es un topónimo fenicio que significa
“ciudadela” y se trata de la ciudad más antigua que conocemos y que ha llegado
sin solución de continuidad hasta nuestros días. Se ubica en el corazón del mundo
tartésico, en la desembocadura del Guadalquivir, mientras que los fenicios se
asentaron en las islas de la desembocadura del Guadalete. Es un punto estratégico
que permite el acceso al interior minero (Minas de Río Tinto, de plata, plomo y
estaño). El asentamiento fenicio marca una fuerte relación de sus comerciantes
con las poblaciones autóctonas, que no sólo es económica sino también cultural
(orientalización). Es el punto de origen de un proceso que supone la llegada
sucesiva de gentes del Mediterráneo oriental a las costas andaluzas que se
mantiene, en buena medida, hasta época romana. Esto genera un proceso de
hibridación y aculturación de la población local (Estrabón, III, 5). En la época de
la fundación la bahía de Cádiz estaba delimitada por la Isla Erytheia al norte y la
Isla de Katinoussa (posiblemente el islote de Sancti Petri) con el templo de
Melqart al sur. Este templo, el más importante de la Hispania antigua. En la
desembocadura del Guadalete se encontraba un asentamiento complementario en
tierra firme, el castillo de Doña Blanca, en el que se han encontrado numerosos
exvotos de divinidades (Puerto de Santa María), destruido en la Segunda Guerra
Púnica.
Otros enclaves fenicios importantes son Onuba (Huelva), topónimo indígena o tal
vez adaptado por fenicios o griegos, con restos fenicios y griegos de los ss. VIII y
VII a. C. y Spal, junto al lago Ligustino, que daba paso a una desembocadura muy
abierta, el Golfo Tartésico. Junto a Spal, la posterior Hispalis probablemente, se
creó el santuario del Carambolo, en Camas.
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Entre las factorías andaluzas podemos destacar Toscanos (Vélez Málaga),
fortificada y de entre 6 y 7 hectáreas con planta orientalizante, almacenes y talleres
relacionados con la metalurgia del hierro o alfares. En algunas, como Trayamar y
Laurite, se han encontrado necrópolis, con restos cremados en ánforas depositadas
en pequeños hipogeos. Algunos de sus ajuares tenían gran valor, con marfiles,
lapislázuli egipcio… lo que denota su elevado nivel adquisitivo.
Málaga es otra ciudad de origen fenicio (Malaka), que los griegos transforman en
Mainaké con población oriental. Abdera, la actual Adra, se llegó a integrar en la
Hispania romana, aunque se mantuvo en la órbita cartaginesa en las Guerras
Púnicas. Fruto de este impacto oriental se produce una fuerte transformación
cultural (hibridación), que dura varios siglos.
En lo que respecta al horizonte cultural tartésico, que fue, según las fuentes
griegas, el primer reino peninsular, se situaba en la desembocadura del
Guadalquivir. Fue un espacio rico en el que se sitúa a reyes míticos como
Argantonio. Se presenta al rey encarnando la longevidad como idea de
prosperidad de un espacio. Estamos en un horizonte de entre los siglos IX al V
aproximadamente. Fueron distintas ciudades o emplazamientos interconectados
por los fenicios a través del comercio de la plata y otros metales. Fue un mito de
la Antigüedad que autores como Bolton o Schulten buscaron como realidad. A
partir del s. V el horizonte tartésico da paso, sin solución de continuidad, a los
turdetanos, pueblo con el que interactúan fenicios y griegos, cuyo carácter
civilizado y urbano destaca Estrabón.
En cuanto a las poblaciones locales, vivían en pequeñas aldeas que tras el contacto
fenicio van a formar proto ciudades. Había ya en marcha procesos de
jerarquización como reflejan las estelas funerarias de jefes guerreros o príncipes
tartésicos destacados con sus panoplias guerreras, perros… en algunas tumbas
aparecen objetos de adorno personal, objetos de status, en ocasiones de
procedencia mediterránea (espejos de bronce) … Corresponden a pueblos del
interior, no fenicios. El impacto fenicio se puede detectar en el bajo Guadalquivir
donde encontramos el santuario fenicio tartésico de El Carambolo. Re excavado a
comienzos de los 2000, se sitúa en el antiguo litoral del lago Ligustino. Se trata
de un santuario de planta u origen fenicio en el que se distinguen tres fases
constructivas. Es famoso su tesoro, en el que destacan diversas joyas, que
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pudieron formar parte del tesoro del santuario. Hay otro hallazgo de época
anterior, una figura de bronce de Astarté, que se asocia con el enclave de Spal,
pero que se encontró descontextualizado, lo que dificulta su estudio.
Entre los siglos V y IV se convierte en una apoikía cuyo puerto tuvo una intensa
relación con las poblaciones indígenas. La acuñación de moneda nos sirve como
indicador del cambio político. Hacia el s. V debió tener un cierto control sobre
Rodes y se convierte en una ciudad en la órbita greco- itálica o masaliota-romana.
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comerciantes, generando espacios metropolitanos de interés como Alonis
(Villajoyosa o Santa Pola) o Calpe.
Desde la Edad del Bronce pero, sobre todo, entrando en la Edad del Hierro, se producen
procesos de etnogénesis, que se desarrollan por marcos regionales pero interconectados.
La evolución de estos desarrollos, hasta que contamos con fuentes escritas, se constata a
través de las fuentes arqueológicas. Desde finales de la Edad del Hierro se conocen
nombres constatados por las fuentes antiguas con la irrupción del mundo romano.
En los procesos formativos de las poblaciones peninsulares hay que tener en cuenta, en
la Protohistoria, una perspectiva diacrónica de los procesos históricos y culturales
(etnogénesis desde los sustratos prehistóricos hasta la llegada de Roma y el inicio de un
discurso historiográfico en la materia). El tránsito del II al I milenio constituye un buen
punto de partida para analizar las secuencias durante este último de las poblaciones
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ibéricas. Los estudios arqueológicos proporcionan una secuencia más o menos conocida
del poblamiento desde el año 1000 a. C. hasta la finalización de la conquista en época de
Augusto. Superponiendo el conocimiento arqueológico, el resultado final es el de un
proceso de etnogénesis, no hay una etnia absoluta ni hermética, la etnicidad es un
constructo social falso, siendo el dinamismo y la interacción entre pueblos una realidad
potenciada por la influencia exterior en las poblaciones locales (griegos, fenicios,
púnicos).
Desde los ss III-II a. C., se pueden empezar, con ciertas reservas, a utilizar
denominaciones históricas para las poblaciones peninsulares (arévacos, iberos…). La
diversidad de sustratos culturales de la Península ha llevado tradicionalmente a que en el
territorio peninsular, desde un punto de vista lingüístico y cultural (desde el punto de
vista étnico y político se caracteriza por una gran fragmentación) se diferencien dos
grandes áreas: la ibérica, que se corresponde con los territorios con vocación mediterránea
hasta los valles del Guadiana y el Júcar, la Serranía Ibérica, el valle del Ebro y el suroeste
francés, y el resto del territorio peninsular, de raíz indoeuropea.
Desde época histórica podemos además diferenciar a los pueblos ibéricos por su
ubicación geográfica. Hay que tener en cuenta que estas denominaciones
responden a procesos cognitivos de origen colonial, generalmente greco –
romanos, y que su funcionamiento responde al esquema de ciudades estado, no al
de entidades políticas agrupadas.
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de la parte occidental de Europa, eran considerados bárbaros por los
griegos. A medida que los romanos avanzan, observan la existencia de
distintos populi entre ellos (ethné para los griegos), de los que tenemos
conocimiento desde finales del s. III a. C. y sobre todo en el s. III a. C.
Entre ellos podemos citar a los belos, titos y lusones y, en la zona más
montañosa, los arévacos y pelendones. Combinan elementos culturales
ibéricos y meseteños (de los altos valles del Duero y el Tajo). A partir de
las investigaciones acometidas a lo largo del s. XX tenemos un
conocimiento más amplio de este mundo, coetáneo con el ibérico.
Tomando como referencia el estudio de las necrópolis del Bronce Final
podemos distinguir cuatro etapas: el Proto celtibérico (850-600 a. C.)
Celtibérico Antiguo (600- 350 a. C.), Celtibérico Pleno (350- 150 a. C.) y
Celtibérico Tardío o Celtibérico Romano (150 – s. I d. C.).
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− Carpetanos: ubicados en el área de Madrid y Toledo, presentan un
panorama cultural más difuso y con influencias ibéricas por proximidad.
Se trata de una zona de transición cultural.
− Lusitanos: situados en la zona suroeste de la Península, las primeras
fuentes que los recogen los sitúan en la zona entre el Guadiana y el Tajo.
Durante la conquista romana del Norte se utiliza el término de forma
genérica. No se conocen necrópolis.
− Galaicos: ocupan en Noroeste de la Península y debieron ser uno de los
pueblos de la zona, cuya denominación se extendió al resto. Conocemos
bien su cultura desde el punto de vista del poblamiento (cultura castreña).
Su conocimiento se establece en los últimos momentos de la conquista
romana.
− Cornisa cantábrica: tenemos una información más periférica, ideológica y
culturalmente. Estrabón se refería a ellos como “bárbaros de montaña” Sus
patrones de poblamiento son castreños con origen en el Hierro Antiguo,
que se convirtieron en castros importantes (castela de fuentes romanas).
Desde el territorio cántabro al Valle del Ebro, los grupos más conocidos
son verones, constuos, verdulos y vascones (actual Navarra), híbridos
cultural y lingüísticamente con el Valle del Ebro y Occitania.
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una lengua indoeuropea muy arcaica que se mantiene en época romana).
En el resto del territorio es posible que existieran lenguas indoeuropeas
próximas al celtibérico pero se desconocen al no haber desarrollado la
escritura. Hay una pequeña zona conflictiva desde el punto de vista
lingüístico, el suroeste, que adopta el sistema de escritura tartésico, más
antiguo, pero cuya lengua no está claro si es de tipo céltico (vínculos
atlánticos) o más híbrida y relacionada con el mundo pre- ibérico o
mediterráneo.
− Ámbito vascón- aquitano. Se trata de un ámbito particular, base de la
lengua vasca. Conocemos este sustrato a partir de inscripciones romanas
del s IV d. C. en latín, pero que se ponen en relación con una lengua vasca
muy arcaica y con préstamos celtibéricos e ibéricos.
Progresivamente, el latín se extiende sin que por ello desaparezcan las lenguas
locales. Es un proceso de absorción o adaptación que se generaliza cuando se
empieza a utilizar la escritura, dando lugar a un latín con bases autóctonas en
términos como nombres propios, topónimos…
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Se conocen textos iberos en soportes metálicos (plomo) para documentos
administrativos, celtíberos en láminas de bronce, téseras de hospitalidad. Son
plaquitas de bronce con formas animales, de manos enlazadas o figuras
geométricas, que recogen pactos o permisos de paso o acogida en otras
ciudades. Contienen fórmulas de diplomacia, con identificación de pactantes,
individuos y ciudades, en forma simbólica o ritual (referencia a los dioses a
los que se acogían para el pacto). Se hacían por duplicado, una para cada
pactante. Podemos citar como uno de los ejemplos más relevantes los bronces
de Botorrita (Zaragoza), en Contrebia Belaisca. Se trata de 4 bronces, 3 en
celtibérico y 1 en latín. El bronce 1 está escrito por ambas caras y es uno de
los más extensos de Europa. Es un texto articulado y con la primera querella
documentada en la Península Ibérica. Se ha traducido parcialmente y contiene
normas respecto a la regulación de un territorio relacionado con un santuario
y de su uso por parte de una comunidad. En el reverso contiene una relación
de 15 individuos con un sistema onomástico local (nombre, grupo onomástico,
filiación y cargo). Podrían ser testigos o firmantes del acuerdo, o tal vez
magistrados que lo sancionan. Se data entre los ss. II y I a. C., en que se
manejan ya las dos lenguas, latín y celtibérico.
En este apartado nos encontramos con modelos diversos que tienen en común la
tendencia a una complejidad creciente, lo que, a su vez, indica una mayor
complejidad social y económica. Los patrones están en relación con grupos
étnicos o zonas geográficas. Se aprecia una tendencia hacia el modelo urbano, con
configuración de cabeceras territoriales.
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como valedores de sus comunidades. Es el modelo que viene de la Edad del
Bronce, en relación con los distintos contextos culturales. A mediados de la Edad
del Hierro evolucionan hacia sociedades estatales incipientes.
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de lanza y regatones, escudos (caetra), de los que se conservan las manecillas, o
piezas de los arreos de los caballos. En el ámbito vetón las espadas suelen tener
un mango acabado en dos apéndices o botones sin antenas (de antenas atrofiadas),
prototipo adaptado por los romanos como gladius hispaniense. De todas estas
cuestiones dan cuenta Diodoro Sículo (5. 34. 6-7) o Estrabón (3. 4. 15, 18). De los
lusitanos se conocen ritos que implicaban una definición social de los guerreros y
que dan cuenta de la importancia de la guerra en estas culturas como elementos
de configuración de la sociedad.
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