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TEMA 2: HISPANIA ANTES DE LOS ROMANOS: PUEBLOS, CULTURAS Y

LENGUAS

Introducción

El estudio de la Protohistoria de la Península Ibérica sirve para valorar los sustratos


poblacionales y la presencia fenicia y griega antes de la etapa romana. Ocupa el primer
milenio a. C. La llegada de Roma en el s. III a. C. marca su proceso de expansión como
potencia mediterránea. Estudiar la Península Ibérica prerromana obliga a atender a
diferentes registros de información, las primeras referencias escritas y literarias fenicias
(que no se conservan), griegas y romanas sobre la Península, que permiten situar en
términos históricos y geográficos el proceso histórico peninsular. No son suficientes por
lo escaso y sesgado de su naturaleza, ya que proceden de un prisma externo e interesado
que debe completarse con los registros arqueológicos, la cultura material, que indica la
forma de vida, la organización territorial, contactos e interacciones.

1.- El horizonte colonial

1.1.- La presencia fenicia y la formación del Tarteso

A partir de los siglos IX al VI (En torno al año 1000 a. C.) van llegando
expediciones comerciales y coloniales del Mediterráneo oriental (costa sirio –
palestina, sobre todo fenicios, y Chipre) a la Península Ibérica. Desde sus
metrópolis se abren puertos y factorías en la costa para acceder a las materias
primas y asentar a excedentes de su población en la periferia mediterránea.
Encontramos asentamientos fenicios en el sur de Sicilia, Cerdeña, Norte de África
(Túnez, Cartago) y, llegando al Estrecho, Gadir o Lixus. Desde aquí se originan y
dinamizan relaciones comerciales y procesos culturales con poblaciones
autóctonas (s. VIII – V/IV a. C.). La Península Ibérica, como espacio periférico,
se asimila con hitos de carácter mítico que revelan el significados de la Península
como límite del mundo conocido, convirtiéndola así en la expresión mítica del
proceso colonial y punto estratégico en el paso al Atlántico, siendo Gadir en
enclave más importante del territorio. Las fuentes fechan su fundación por los
fenicios de Tiro 80 años después de la Guerra de Troya (c.a. 1104 a, C.). Esta
referencia probablemente refleje expediciones previas a la fundación propiamente
dicha. Los datos arqueológicos revelan un establecimiento fenicio estable hacia

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inicios del s. IX a. C. o incluso algo antes. Es un topónimo fenicio que significa
“ciudadela” y se trata de la ciudad más antigua que conocemos y que ha llegado
sin solución de continuidad hasta nuestros días. Se ubica en el corazón del mundo
tartésico, en la desembocadura del Guadalquivir, mientras que los fenicios se
asentaron en las islas de la desembocadura del Guadalete. Es un punto estratégico
que permite el acceso al interior minero (Minas de Río Tinto, de plata, plomo y
estaño). El asentamiento fenicio marca una fuerte relación de sus comerciantes
con las poblaciones autóctonas, que no sólo es económica sino también cultural
(orientalización). Es el punto de origen de un proceso que supone la llegada
sucesiva de gentes del Mediterráneo oriental a las costas andaluzas que se
mantiene, en buena medida, hasta época romana. Esto genera un proceso de
hibridación y aculturación de la población local (Estrabón, III, 5). En la época de
la fundación la bahía de Cádiz estaba delimitada por la Isla Erytheia al norte y la
Isla de Katinoussa (posiblemente el islote de Sancti Petri) con el templo de
Melqart al sur. Este templo, el más importante de la Hispania antigua. En la
desembocadura del Guadalete se encontraba un asentamiento complementario en
tierra firme, el castillo de Doña Blanca, en el que se han encontrado numerosos
exvotos de divinidades (Puerto de Santa María), destruido en la Segunda Guerra
Púnica.

Otros enclaves fenicios importantes son Onuba (Huelva), topónimo indígena o tal
vez adaptado por fenicios o griegos, con restos fenicios y griegos de los ss. VIII y
VII a. C. y Spal, junto al lago Ligustino, que daba paso a una desembocadura muy
abierta, el Golfo Tartésico. Junto a Spal, la posterior Hispalis probablemente, se
creó el santuario del Carambolo, en Camas.

En la costa andaluza se encuentran factorías diversas que indican la práctica de


una navegación de cabotaje con el fin de cruzar el Estrecho hacia el norte de
Portugal en busca de estaño y conectando el mercado mediterráneo basado en la
plata con el mercado atlántico basado en el estaño como intermediarios en el
intercambio de objetos. Entre Almería y Alicante se encuentran numerosos
enclaves fenicios próximos a enclaves indígenas, y en Ibiza (Ibusin, isla
consagrada a Bes) se situaba la factoría de Ebuso en la Caleta (s. VIII). Hacia
Portugal en las desembocaduras de los ríos Guadiana al Mondego.

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Entre las factorías andaluzas podemos destacar Toscanos (Vélez Málaga),
fortificada y de entre 6 y 7 hectáreas con planta orientalizante, almacenes y talleres
relacionados con la metalurgia del hierro o alfares. En algunas, como Trayamar y
Laurite, se han encontrado necrópolis, con restos cremados en ánforas depositadas
en pequeños hipogeos. Algunos de sus ajuares tenían gran valor, con marfiles,
lapislázuli egipcio… lo que denota su elevado nivel adquisitivo.

Málaga es otra ciudad de origen fenicio (Malaka), que los griegos transforman en
Mainaké con población oriental. Abdera, la actual Adra, se llegó a integrar en la
Hispania romana, aunque se mantuvo en la órbita cartaginesa en las Guerras
Púnicas. Fruto de este impacto oriental se produce una fuerte transformación
cultural (hibridación), que dura varios siglos.

En lo que respecta al horizonte cultural tartésico, que fue, según las fuentes
griegas, el primer reino peninsular, se situaba en la desembocadura del
Guadalquivir. Fue un espacio rico en el que se sitúa a reyes míticos como
Argantonio. Se presenta al rey encarnando la longevidad como idea de
prosperidad de un espacio. Estamos en un horizonte de entre los siglos IX al V
aproximadamente. Fueron distintas ciudades o emplazamientos interconectados
por los fenicios a través del comercio de la plata y otros metales. Fue un mito de
la Antigüedad que autores como Bolton o Schulten buscaron como realidad. A
partir del s. V el horizonte tartésico da paso, sin solución de continuidad, a los
turdetanos, pueblo con el que interactúan fenicios y griegos, cuyo carácter
civilizado y urbano destaca Estrabón.

En cuanto a las poblaciones locales, vivían en pequeñas aldeas que tras el contacto
fenicio van a formar proto ciudades. Había ya en marcha procesos de
jerarquización como reflejan las estelas funerarias de jefes guerreros o príncipes
tartésicos destacados con sus panoplias guerreras, perros… en algunas tumbas
aparecen objetos de adorno personal, objetos de status, en ocasiones de
procedencia mediterránea (espejos de bronce) … Corresponden a pueblos del
interior, no fenicios. El impacto fenicio se puede detectar en el bajo Guadalquivir
donde encontramos el santuario fenicio tartésico de El Carambolo. Re excavado a
comienzos de los 2000, se sitúa en el antiguo litoral del lago Ligustino. Se trata
de un santuario de planta u origen fenicio en el que se distinguen tres fases
constructivas. Es famoso su tesoro, en el que destacan diversas joyas, que
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pudieron formar parte del tesoro del santuario. Hay otro hallazgo de época
anterior, una figura de bronce de Astarté, que se asocia con el enclave de Spal,
pero que se encontró descontextualizado, lo que dificulta su estudio.

1.2.- La presencia griega

El proceso que forma parte de la formación de las poleis griegas de Grecia


continental y Jonia, con la creación de emporios y apoikías, se extiende a la
Península Ibérica, donde los eubeos, siguiendo los pasos fenicios, se interesan por
la zona tartésica. El material griego más antiguo constatado en la Península Ibérica
está en la zona de Onuba, aldea tartésica del Bronce final. La localización justifica
la elección del lugar. Se trata de una península que formaba una marisma en la
desembocadura de los ríos Río Tinto y Odiel. En el asentamiento se diferencian
una zona de hábitat y la necrópolis de la Joya, con materiales griegos
protogeométricos del s. VIII – VI a. C. Predominan las cerámicas jonias,
especialmente de Focea. Otros enclaves foceos se encuentran en Massalia y, desde
allí, dependiendo de ella, factorías como Emporion y Rodes (Rosas). El primer
asentamiento, Palaiopolis, era un amplio asentamiento en tierra firme, que da
lugar a una pequeña polis (Neápolis). Emporion estará operativa desde el s. VI
hasta época romana. Emporion es el punto de llegada de las tropas romanas de
Cneo Escipión en 218 durante la II Guerra Púnica. Esta llegada supone el
establecimiento de un campamento que dará lugar a una ciudad romana,
Emporiae, mucho mayor que la ciudad griega.

Entre los siglos V y IV se convierte en una apoikía cuyo puerto tuvo una intensa
relación con las poblaciones indígenas. La acuñación de moneda nos sirve como
indicador del cambio político. Hacia el s. V debió tener un cierto control sobre
Rodes y se convierte en una ciudad en la órbita greco- itálica o masaliota-romana.

Su impacto en el mundo ibérico está atestiguado arqueológicamente y en algunos


plomos o ánforas (2 plomos, uno de Emporion con una carta comercial del s. V
con corresponsal en Sagunto y el otro en Pech Maho, en territorio francés). Se
acredita un importante proceso de interacción comercial, cultural y económico con
los indiketas, instalados en un territorio de gran riqueza agrícola. A lo largo de la
costa hay delegaciones comerciales ibéricas o enclaves fenicios. Encontramos
topónimos que, más que a ciudades, señalan delegaciones o barrios de

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comerciantes, generando espacios metropolitanos de interés como Alonis
(Villajoyosa o Santa Pola) o Calpe.

Desde un punto de vista arqueológico proliferan las cerámicas griegas en


asentamientos ibéricos (figuras rojas y negras áticas, otras de Campania o de la
Magna Grecia). Son cráteras o vasos tipo kylix asociadas con el consumo del vino.
Se han encontrado cráteras en enterramientos ibéricos utilizadas como urnas.

1.3.- La presencia púnica

En el s. VI a. C. Cartago, fundación tiria del s. IX a. C., es una ciudad con un gran


desarrollo urbano y económico, con un puerto activo y una notable dinámica
expansionista. Desde el s. V se asienta en el área occidental de Sicilia, Cerdeña,
norte de África y la costa de la Península Ibérica desde Gadir por todo el
Mediterráneo. Desde un punto de vista político social, hay que plantearse la
posible llegada de flujos de población desde Cartago a la Península, sobre todo a
partir de la derrota en la I Guerra Púnica, consecuencia de su expansión
imperialista, que chocó con la romana. De las ciudades fenicias, algunas van a
llegar hasta época romana. Otras, sin embargo, simplemente dejan de funcionar y
son abandonadas (no se ha encontrado ningún horizonte de destrucción en ellas).

2.- Los pueblos prerromanos de la Península Ibérica en la Edad del Hierro

El primer aspecto que destaca al hacer un estudio de la Península Ibérica en la Antigüedad


es su heterogeneidad, desde todos los puntos de vista. Nos interesa ahora, en particular,
la diversidad cultural, lingüística y étnica.

Desde la Edad del Bronce pero, sobre todo, entrando en la Edad del Hierro, se producen
procesos de etnogénesis, que se desarrollan por marcos regionales pero interconectados.
La evolución de estos desarrollos, hasta que contamos con fuentes escritas, se constata a
través de las fuentes arqueológicas. Desde finales de la Edad del Hierro se conocen
nombres constatados por las fuentes antiguas con la irrupción del mundo romano.

En los procesos formativos de las poblaciones peninsulares hay que tener en cuenta, en
la Protohistoria, una perspectiva diacrónica de los procesos históricos y culturales
(etnogénesis desde los sustratos prehistóricos hasta la llegada de Roma y el inicio de un
discurso historiográfico en la materia). El tránsito del II al I milenio constituye un buen
punto de partida para analizar las secuencias durante este último de las poblaciones

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ibéricas. Los estudios arqueológicos proporcionan una secuencia más o menos conocida
del poblamiento desde el año 1000 a. C. hasta la finalización de la conquista en época de
Augusto. Superponiendo el conocimiento arqueológico, el resultado final es el de un
proceso de etnogénesis, no hay una etnia absoluta ni hermética, la etnicidad es un
constructo social falso, siendo el dinamismo y la interacción entre pueblos una realidad
potenciada por la influencia exterior en las poblaciones locales (griegos, fenicios,
púnicos).

Antes de la implantación de la escritura, la división en fases se ajusta a la cultura material,


que sistematiza en ámbitos regionales que no presuponen una continuidad absoluta en los
poblamientos. Las secuencias varían aunque la proximidad marca la interconexión.
Podemos diferenciar distintos patrones en el análisis del poblamiento:

− Por la evolución del hábitat: de cabañas a núcleos protourbanos, oppida y


ciudades romanas.
− Por los ritos funerarios: variación en las formas de enterramiento y los ajuares,
con un progresivo aumento numérico y cualitativo en los ajuares.
− Por la cultura material: cerámica, adornos, armas…

Desde los ss III-II a. C., se pueden empezar, con ciertas reservas, a utilizar
denominaciones históricas para las poblaciones peninsulares (arévacos, iberos…). La
diversidad de sustratos culturales de la Península ha llevado tradicionalmente a que en el
territorio peninsular, desde un punto de vista lingüístico y cultural (desde el punto de
vista étnico y político se caracteriza por una gran fragmentación) se diferencien dos
grandes áreas: la ibérica, que se corresponde con los territorios con vocación mediterránea
hasta los valles del Guadiana y el Júcar, la Serranía Ibérica, el valle del Ebro y el suroeste
francés, y el resto del territorio peninsular, de raíz indoeuropea.

2.1.- El ámbito Ibérico, sustrato cultural y grupos étnicos

La cultura ibérica es una construcción historiográfica del s. XIX, basada en los


primeros hallazgos escultóricos y las primeras inscripciones. Se construye como
regiones con un lenguaje supuestamente común entre las cuales sí hay ciertos
elementos comunes, fósiles guía, como la cerámica (de pasta clara, hecha a torno,
con forma de sombrero de copa y motivos pintados con representaciones
simbólicas o escenas figurativas). Dentro de este grupo se distinguen cuatro
etapas: el Proto ibérico u Orientalizante (700-570 a. C.), el Ibérico Antiguo (570
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– 425 a.C.), Ibérico Pleno (425 – 230 a. C.) y el Ibérico Final o romano (230 a. C.
– Augusto).

Desde época histórica podemos además diferenciar a los pueblos ibéricos por su
ubicación geográfica. Hay que tener en cuenta que estas denominaciones
responden a procesos cognitivos de origen colonial, generalmente greco –
romanos, y que su funcionamiento responde al esquema de ciudades estado, no al
de entidades políticas agrupadas.

− Suroeste: en el área del Valle del Guadalquivir se asientan los Turdetanos,


fruto de la evolución del mundo tartésico. Ellos mismos hacen alarde de
este pasado del que se sienten orgullosos, sobre todo de sus tradiciones
escritas milenarias. Estrabón los considera los iberos más desarrollados.
Al norte del Guadiana se asientan los Túrdulos, cuyos etnónimos están en
conexión posiblemente con lenguas locales adaptadas por fenicios, griegos
y romanos.
− Andalucía oriental: es el ámbito geográfico de los Bastetanos, muy
relacionados con las ciudades fenicias de la costa.
− Alto Guadalquivir: área de Jaén, Despeñaperros y parte de Ciudad Real,
habitada por los Oretanos. Sus etnónimos, al igual que en el caso de los
Bastetanos (Basti), en ocasiones se corresponden con asentamientos
(Oreto), pero otros pueden corresponder a un ancestro fundador, ya sea
histórico o mítico.
− Valencia: Contestanos en la zona de Alicante y Murcia, de dominio
cartaginés, Edetanos en el área entre el Júcar y el Turia (Edeta- Liria) e
Ilercavones, desde Castellón hasta el Ebro.
− Área del Ebro: Sedetanos, con base en Zaragoza (oppidum ibérico de
Salduie)
− Cataluña: Lacetanos, Layetanos e Ilergetes (Iltirta).

2.2.- El ámbito indoeuropeo: sustrato cultural y grupos étnicos.

− Celtíberos: Este es el ámbito más conocido por su rebeldía ante el dominio


romano. Se les suele denominar celtíberos, término híbrido y de carácter
exógeno que, posiblemente, se refiere en su origen a los celtas del Iber
(Ebro) para diferenciarlos de las gentes de la costa. Los keltoi, habitantes

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de la parte occidental de Europa, eran considerados bárbaros por los
griegos. A medida que los romanos avanzan, observan la existencia de
distintos populi entre ellos (ethné para los griegos), de los que tenemos
conocimiento desde finales del s. III a. C. y sobre todo en el s. III a. C.
Entre ellos podemos citar a los belos, titos y lusones y, en la zona más
montañosa, los arévacos y pelendones. Combinan elementos culturales
ibéricos y meseteños (de los altos valles del Duero y el Tajo). A partir de
las investigaciones acometidas a lo largo del s. XX tenemos un
conocimiento más amplio de este mundo, coetáneo con el ibérico.
Tomando como referencia el estudio de las necrópolis del Bronce Final
podemos distinguir cuatro etapas: el Proto celtibérico (850-600 a. C.)
Celtibérico Antiguo (600- 350 a. C.), Celtibérico Pleno (350- 150 a. C.) y
Celtibérico Tardío o Celtibérico Romano (150 – s. I d. C.).

Esta evolución, que conocemos a través de sus poblamientos y cultura


material, nos indica, en cuanto a lo primero, el paso de pequeñas aldeas a
oppida y, finalmente, a un territorio de ciudades coaligadas, de forma que,
en el s. I, la idea de Celtiberia se configura como la de un territorio con
una identidad asumida por los descendientes de este mundo prerromano
(ej.: Marcial en Bílbilis). Roma no va a desconfigurar las realidades
étnicas, sino que las adapta a otras realidades (por ejemplo, al realizar los
reclutamientos de tropas teniendo en cuenta estos grupos étnicos). A partir
del estudio de las necrópolis, con presencia de armas y objetos de prestigio
como las características fíbulas de caballito, se pueden conocer los grupos
de poder, así como el concepto de lucha en estas sociedades

− Vacceos: poblaban la parte central del Duero (Valladolid, Palencia y


Segovia). Están emparentados con los celtíberos, pero presentan señales
de identidad cultural propias. Mantienen relaciones comerciales, políticas
y militares con pueblos celtíberos, por ejemplo apoyando a los arévacos
en su lucha contra Roma, y cuentan con un importante desarrollo agrícola,
sobre todo en lo referente a la producción de cereales a gran escala, que
eran su fuente principal de comercio.
− Vetones: al igual que los vacceos, su denominación es de origen local e
indoeuropeo. Conocemos sus hábitats compuestos por grandes castros.

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− Carpetanos: ubicados en el área de Madrid y Toledo, presentan un
panorama cultural más difuso y con influencias ibéricas por proximidad.
Se trata de una zona de transición cultural.
− Lusitanos: situados en la zona suroeste de la Península, las primeras
fuentes que los recogen los sitúan en la zona entre el Guadiana y el Tajo.
Durante la conquista romana del Norte se utiliza el término de forma
genérica. No se conocen necrópolis.
− Galaicos: ocupan en Noroeste de la Península y debieron ser uno de los
pueblos de la zona, cuya denominación se extendió al resto. Conocemos
bien su cultura desde el punto de vista del poblamiento (cultura castreña).
Su conocimiento se establece en los últimos momentos de la conquista
romana.
− Cornisa cantábrica: tenemos una información más periférica, ideológica y
culturalmente. Estrabón se refería a ellos como “bárbaros de montaña” Sus
patrones de poblamiento son castreños con origen en el Hierro Antiguo,
que se convirtieron en castros importantes (castela de fuentes romanas).
Desde el territorio cántabro al Valle del Ebro, los grupos más conocidos
son verones, constuos, verdulos y vascones (actual Navarra), híbridos
cultural y lingüísticamente con el Valle del Ebro y Occitania.

2.3.- Lenguas y escrituras: la Paleohispanística

La Paleohispanística se ocupa del estudio de las lenguas y escrituras de las


poblaciones paleohispánicas. Tradicionalmente se diferencian dos áreas culturales
y lingüísticas, si bien algunos lingüistas las ponen en entredicho:

− Area ibérica: muy mal conocida en su génesis y elementos, no existen


paralelos en otras lenguas de la Antigüedad, por lo que su desciframiento
es, por el momento, limitado. En ella se aprecia la impronta colonizadora,
con fenómenos de hibridación.
− Zona indoeuropea: las lenguas de esta zona presentan elementos comunes,
por su fondo indoeuropeo. Se conoce bien una zona, el ámbito celtibérico
(que también conoce la escritura), que pertenecería a una rama avanzada
de las lenguas célticas. Otra zona, la Lusitania, presenta un grado de
conocimiento más reducido (algunas inscripciones latinas que hablan de

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una lengua indoeuropea muy arcaica que se mantiene en época romana).
En el resto del territorio es posible que existieran lenguas indoeuropeas
próximas al celtibérico pero se desconocen al no haber desarrollado la
escritura. Hay una pequeña zona conflictiva desde el punto de vista
lingüístico, el suroeste, que adopta el sistema de escritura tartésico, más
antiguo, pero cuya lengua no está claro si es de tipo céltico (vínculos
atlánticos) o más híbrida y relacionada con el mundo pre- ibérico o
mediterráneo.
− Ámbito vascón- aquitano. Se trata de un ámbito particular, base de la
lengua vasca. Conocemos este sustrato a partir de inscripciones romanas
del s IV d. C. en latín, pero que se ponen en relación con una lengua vasca
muy arcaica y con préstamos celtibéricos e ibéricos.

Progresivamente, el latín se extiende sin que por ello desaparezcan las lenguas
locales. Es un proceso de absorción o adaptación que se generaliza cuando se
empieza a utilizar la escritura, dando lugar a un latín con bases autóctonas en
términos como nombres propios, topónimos…

En lo referente a la escritura, también encontramos sistemas diversos:

− Ibérico: con variantes diversas, se cree que su antecedente es la escritura


tartésica o del suroeste. Los soportes utilizados son en general duros:
piedra, cerámica o metal, principalmente en lápidas funerarias. Se pueden
leer, pero el desciframiento es problemático por no tener ningún elemento
de comparación para hacerlo. En todos hablamos de signarios semi-
silábicos, no son signos fonéticos en su totalidad, sino que algunos
representan letras y otros sílabas.
− Escritura del suroeste. Se ordena de derecha a izquierda y se ha
considerado su posible inspiración fenicia (por ejemplo, en la letra A). A
partir de ella se pudo descifrar la escritura ibérica con tres variantes
(levantina, posiblemente escritura franca y la más extendida), que se
escribía de izquierda a derecha, la ibérica meridional o del sudeste y la
greco ibérica contestana, una adaptación del jonio expresada en lengua
ibérica.
− Celtibérico: Adaptación del ibérico levantino a una lengua indoeuropea.

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Se conocen textos iberos en soportes metálicos (plomo) para documentos
administrativos, celtíberos en láminas de bronce, téseras de hospitalidad. Son
plaquitas de bronce con formas animales, de manos enlazadas o figuras
geométricas, que recogen pactos o permisos de paso o acogida en otras
ciudades. Contienen fórmulas de diplomacia, con identificación de pactantes,
individuos y ciudades, en forma simbólica o ritual (referencia a los dioses a
los que se acogían para el pacto). Se hacían por duplicado, una para cada
pactante. Podemos citar como uno de los ejemplos más relevantes los bronces
de Botorrita (Zaragoza), en Contrebia Belaisca. Se trata de 4 bronces, 3 en
celtibérico y 1 en latín. El bronce 1 está escrito por ambas caras y es uno de
los más extensos de Europa. Es un texto articulado y con la primera querella
documentada en la Península Ibérica. Se ha traducido parcialmente y contiene
normas respecto a la regulación de un territorio relacionado con un santuario
y de su uso por parte de una comunidad. En el reverso contiene una relación
de 15 individuos con un sistema onomástico local (nombre, grupo onomástico,
filiación y cargo). Podrían ser testigos o firmantes del acuerdo, o tal vez
magistrados que lo sancionan. Se data entre los ss. II y I a. C., en que se
manejan ya las dos lenguas, latín y celtibérico.

2.4.- Poblamiento y economía.

En este apartado nos encontramos con modelos diversos que tienen en común la
tendencia a una complejidad creciente, lo que, a su vez, indica una mayor
complejidad social y económica. Los patrones están en relación con grupos
étnicos o zonas geográficas. Se aprecia una tendencia hacia el modelo urbano, con
configuración de cabeceras territoriales.

El territorio se desarrolla en granjas, aldeas, castros y ciudades. La ciudad viene


definida por un territorio con un hábitat disperso y diverso que, a partir de un
momento avanzado del Hierro, da lugar a los oppida, referentes para la
identificación de pequeños pueblos. Son pequeñas ciudades estado resultado de
largos procesos de sinecismo, cabeceras políticas y económicas de sus territorios
y que aparecen reconocidas en monedas o en fuentes por sus conflictos con Roma.
Son la sede de las aristocracias locales, centros económicos y puntos de protección
y defensa del territorio. En el mundo ibérico del suroeste encontramos atalayas o
casas torre y entre los vacceos grandes centros urbanos.
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La gran eclosión de los oppida tiene lugar entre los siglos IV – I a.C. En el mundo
galo es posterior, antes de las campañas de César. En el mundo ibérico se
identifican antes que en el interior. Un elemento de gran importancia es el proceso
de fortificación, con murallas, torres, bastiones, rampas y peñas hincadas, como
en el monte Bernorio, en Palencia. En estas defensas va implícito un elemento de
fortaleza, prestigio y poder identitario de estas sociedades cuyo antecedente son
los castros, pequeñas aldeas fortificadas.

En lo que respecta al panorama económico, encontramos una explotación


intensiva de los recursos naturales y una incentivación de los sistemas de
producción derivados del avance tecnológico que supone la progresiva utilización
de la metalurgia del hierro. Se introducen nuevos cultivos, como la vid y el olivo
(presentes en yacimientos ibéricos de los ss. VII – VI) con una mejora y mayor
rentabilidad de la producción. Son culturas de base agropecuaria con un sistema
de movilidad a distancias medias (transterminancias), que presentan dinámicas de
intercambio cultural y contactos con otras poblaciones. (Los vetones, por ejemplo,
con una importante riqueza ganadera centrada en los toros y los cerdos, que se
representan en granito, los verracos, marcadores étnicos y geográficos que
señalizan pastos, entradas a castros u oppida, con posible carácter apotropaico. Su
proliferación coincide con el territorio vetón. En época romana se reutilizan con
un significado distinto al originario, por ejemplo, en monumentos funerarios como
seña identitaria reconfigurada).

Se desarrollan la artesanía y las redes de comercio interregionales con circulación


de productos mediterráneos y la aparición de patrones metrológicos, de pesos y
medidas, en la base de los sistemas monetales. Se produce además un importante
incremento de la actividad agrícola cerealística para la exportación (indiketes por
la demanda griega, por ejemplo, desde el s. IV).

2.5.- Sociedad, formas de poder y organización política

En paralelo a la evolución económica se experimenta un proceso de jerarquización


social muy evidente hacia modelos de estatalización inicial en los que se observan
distintos modelos político- sociales.

En el primer milenio conviven sociedades de jefatura, definidas mediante figuras


oligárquicas de marcado carácter guerrero, incluso heroicas, que se presentan

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como valedores de sus comunidades. Es el modelo que viene de la Edad del
Bronce, en relación con los distintos contextos culturales. A mediados de la Edad
del Hierro evolucionan hacia sociedades estatales incipientes.

En las diversas comunidades se observan diferencias entre grupos sociales, con


un sector privilegiado (aristocracias dominantes desde baluartes como status,
riqueza, privilegio o carisma, dirigentes de las élites guerreras) y sectores no
privilegiados, poco conocidos desde un punto de vista documental, población rural
y campesina (posiblemente también segmentada, de ciudadanos libres a
servidumbre). Dentro de ellos, desde el s. III, con la introducción del
imperialismo, va a destacar un grupo, el de los prisioneros de guerra, tanto
militares como cautivos de las poblaciones conquistadas. Hay un tránsito a lo
largo del tiempo de un modelo de guerra heroica a un modelo ciudadano, de
príncipes guerreros (s. VI-IV) a ejércitos ciudadanos (s. III-I). En los primeros hay
un papel predominante de los príncipes (ej: fuentes literarias e iconográficas,
como en el mundo homérico), que tienen en las armas una proyección de su status,
lo que se observa en sus ajuares funerarios. El modelo de guerra es de baja escala.
Entre los ss IV – III se produce una complejización creciente de las sociedades y,
por otra parte, la aparición de contextos imperialistas que dinamizan la evolución
militar con la formación de ejércitos ciudadanos. Esto se refleja de nuevo en las
necrópolis (ajuares estandarizados). Surge el mercenariado, mediante la
participación de las tropas hispanas en conflictos internacionales, con armas muy
específicas y eficaces ya en época relativamente temprana (iberos en Hímera en
la Primera Guerra Púnica). De este modo acceden a conocimientos, técnicas
militares y remuneraciones que les granjeaban fama y riqueza en sus comunidades
de origen. Es esta una proyección social, y política para los jefes guerreros
hispanos, que cuentan con una especialización militar en un tiempo de gran
demanda debida a los numerosos conflictos bélicos. Cuando los conflictos se
agudizan, los oppida o castros forman federaciones con ejércitos que las fuentes
describen como muy amplios. Las armas en el ámbito ibérico, como la falcata,
espada de filo curvo con punta agudo y estrías en la hoja, se encuentran en las
necrópolis a veces decoradas con hilos de plata y oro. Se conocen desde el Ibérico
Antiguo hasta los siglos III – II a. C. En las tumbas se han encontrado otras armas
y objetos relacionados con el mundo bélico como soliferrum (jabalina), las puntas

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de lanza y regatones, escudos (caetra), de los que se conservan las manecillas, o
piezas de los arreos de los caballos. En el ámbito vetón las espadas suelen tener
un mango acabado en dos apéndices o botones sin antenas (de antenas atrofiadas),
prototipo adaptado por los romanos como gladius hispaniense. De todas estas
cuestiones dan cuenta Diodoro Sículo (5. 34. 6-7) o Estrabón (3. 4. 15, 18). De los
lusitanos se conocen ritos que implicaban una definición social de los guerreros y
que dan cuenta de la importancia de la guerra en estas culturas como elementos
de configuración de la sociedad.

Podemos señalar algunos aspectos relevantes en la evolución de los sistemas de


poder en los mundos ibérico y celtibérico:

− Aparición de monarquías de distinto rango y extensión territorial y urbano


(basileis/reguli). Son monarquías generalmente limitadas a una ciudad o
confederación. Ignoramos los nombres autóctonos, pero se supone que el
rex era un líder militar de un ejército suprapolítico.
− Son figuras que conforman aristocracias guerreras de carácter heroico (s.
V-IV).
− Aparecen élites urbanas y diversas instituciones en las ciudades estado (s.
III – I), como magistraturas civiles y militares o asambleas ciudadanas en
las que se integra el cuerpo de guerreros de la comunidad. Entre estos
órganos colectivos era frecuente que se generasen tensiones.
− Agregaciones suprapolíticas mediante alianzas militares (symmachia) o
confederaciones de estados (populi/ethné), que se activan frente al
imperialismo mediterráneo, primero cartaginés y después romano, y se
basan más en criterios de alianza militar que étnica.
− Aparición de los sistemas monetales, relacionados con los conflictos
bélicos.

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