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En “Señales de Vida – Una bitácora de escuela”, de Teresa Punta, Lugar Editorial, Colección del

Melón, 2013.

Capítulo 2

FRIDA
La Inclusión y la exclusión en un mar de posibilidades

No sé cómo se escribe la palabra ceiba,


puedo poner sus letras como deben ir
pero no sé cómo escribe,
sé el orden de sus letras, no su gracia,
no pude conocer el árbol sin su nombre,
no tuve el tiempo de entender su gracia
porque enseguida pregunté su nombre
y ahora ya no sé cómo se escribe,
me adelanté a conocer el orden de sus letras
antes de conocer el orden de sus ramas.

Fabio Morábito.

Frida es gitana, y fue expulsada junto a su madre del grupo. Viven en una isla de la
que sólo se puede salir si la marea está baja.

Frida venía a la escuela únicamente los días en que la marea estaba baja en el
horario de ingreso. En el saludo matinal solíamos preguntarles a los chicos: “¿Cómo
está la marea hoy?”, y la presencia o ausencia de Frida eran el “signo”. Nos gustaba
pensar esto como una forma más de decirles a los chicos que no hay un solo modo
de detectar un fenómeno, un “suceder”.

Con el tiempo fuimos reformulando esa presencia. Ya no fue que Frida venía sólo
cuando la marea estaba baja a las 7:30 de la mañana, sino que empezó a venir a
cualquier hora. Cuando podía salir de la isla, venía. Se quedaba cuatro o cinco horas
y se iba antes de que le resultara imposible ingresar de nuevo a la isla. Así Frida
comenzó a rotar por aulas, turnos, espacios, se compuso con cada habitante de la
escuela de un modo particular.

Al principio Frida casi no hablaba, con nadie. “Es re chúcara, Tere”, me decía
Marisa, una de las porteras. Se arrollaba debajo del escritorio de la maestra y se
quedaba dormida. Miraba con ojos curiosos todo lo que pasaba, pero cuando se
sentía observada se metía debajo del banco otra vez.

Si estaba en la escuela en el horario del mediodía, cuando quedábamos casi


despoblados de niños, andaba con la portera por las aulas, le alcanzaba las cosas,
la ayudaba en absoluto silencio. Marisa le señalaba y ella le alcanzaba lo necesario,
una “instrumentadora” de lujo. Se probaba los guantes de goma y hacia obras de
títeres con sus dedos. “Dale, dale –le decía Marisa-, ayudame a repasar los bancos”.
Yo escuchaba estos diálogos desde la dirección y me acercaba, quería meterme en
esa relación que nacía entre Frida y la escuela de la mano de Marisa, hacerme
cómplice de ellas.

Con el paso de los días Frida, mientras charlaba con Marisa, escribía su nombre en
el pizarrón. Después quiso escribir el de su mamá. Nunca en situación de aula Frida
escribía en el pizarrón, sólo con Marisa.

Marisa le enseñaba como ella sabía:

-¿La M con la A?

-MA –decía Frida.

Y seguían todas las vocales. La M con la E, la M con la I…

Como Marisa era la encargada de limpiar la sala de música, Frida iba muy contenta
a los saltitos detrás de ella, tocaba el piano con un solo dedo y hacía malabares con
tres pedazos de tizas.

Adriana, la secretaria de la tarde, le traía algo de comer. Cuando ella llegaba, Frida
corría a recibir su vianda. Comía en la secretaría y hablaba con Adriana mientras
ella iba acomodando las cosas sobre su escritorio.

-¿Cómo lo preparaste?

-¿Qué le pusiste?

-¿Quién te ayudó?

Indefectiblemente, cada día al terminar el almuerzo Frida se ponía cerca de la puerta


y le decía a Adriana:

-Estaba muuuuuuuyyyyyyyy… ¡feo! –y salía corriendo.

Cuando llegaba la bibliotecaria, Frida se iba a la biblioteca a leer y si escuchaba


pelotazos en el gimnasio, corría a sumarse al juego.

Nos armamos al ritmo de las mareas. Algunos profesores cuando la marea estaba
“tarde” venían a recuperar horas, algunos chicos iban siendo invitados según lo que
pensábamos hacer con Frida a quedarse un ratito más, otros por propia iniciativa
se ofrecían alguna vez.
En la biblioteca era común ver a dos o tres compañeritos ocasionales de Frida
poniéndola al día de lo que había pasado la semana anterior, cuando la marea
estaba en el otro turno.
Si ella lograba venir a la mañana, estaba en un grado. Si la marea estaba a la tarde,
venía a otra sección del mismo grado. Otra maestra, otros horarios de materias
especiales. Si la marea estaba intermedia, venía un rato por turno.

Varios maestros, varios compañeros más de lo común, espacios de tiempo con los
porteros o las secretarias, esos que parece que en la escuela “no están para
enseñar”.

Un día que Iris, la profesora de plástica, también se quedó a almorzar, Frida


aprendió cómo iban rotando las mareas, entonces comprendió que podíamos
planificar los tiempos, que podíamos saber de antemano a qué hora iba a poder
venir a la escuela la semana siguiente, y se le iluminó la cara. –Le voy a contar a mi
mamá- , dijo Frida, y salió corriendo.

Cuando Ramiro festejó su cumpleaños su mamá puso en la tarjeta de invitación: “La


marea baja a las 15hs. y sube a las 19hs.”, indicando así el horario de comienzo y
final de la fiesta. Y todos los papás del grado se enteraron del asunto de las mareas
y nuestra planificación horaria.

Así, nos vamos armando con pedazos, nos componemos con lo que venga tal como
venga dado. También podríamos haber dejado que las inasistencias determinaran
la promoción de Frida, pero elegimos navegar en el mundo de la escuela con lo que
ésta nos ofrecía en cada circunstancia.

No solo es: “Frida vive en una isla y no puede salir”, entonces hacemos lo que
venga. Hay un trabajo de planificación y de organización mucho más profundo, no
es “hacemos lo que pinta”. Que Frida estuviera en la escuela era lo más importante.
Si nos ceñíamos a unas formas que incluyeran horarios y regularidades, la
dejábamos afuera.

La naturaleza no es regular, tiene bajas y pleas, y también mareas extraordinarias,


y las mareas extraordinarias dejan la costa sembrada de caracoles nuevos. ¿Qué
significaba para nosotros brindarle a Frida un lugar cuidadoso y bello, que se armara
en función de la marea? ¿Qué podíamos hacer como escuela para que Frida tuviera
algo lo más cercano posible a lo que necesitaba?

Nos cuidamos mucho de “no salirnos de la tangente” y empezar a mover la situación


reclamando un bote para Frida y su mamá, por ejemplo, o una casa en tierra firme.

Pensamos como escuela. Como escuela, como escuela, como escuela… Nos
complica, se nos prende el automático de la queja y la restitución.
Volvemos: como escuela, como escuela, como escuela… y una manera, a la hora
de pensar estas situaciones, es la interrupción de lo que creemos saber sin
habernos parado a cuestionar y a pensar desde nuestra propia experiencia lo que
todo el mundo sabe, dice y piensa.

“No se puede”, “no existe”, “es difícil”.

Quizás.

Interpelar los automatismos del saber en un gesto más de “deshechura” que de


armado, y eso ya es un dibujo de la escuela del todo novedoso. Creemos que estas
situaciones que caen de los renglones normados constituyen una oportunidad de
promover otras formas, alternativas propias y singulares, locales frente a la
tendencia homogeneizadora de la escuela. En este sentido, entonces, creemos que
es importante promover la voz propia posicionándonos contra la exclusión. A partir
de nuestra propia voz es desde donde podemos generar un espacio de búsqueda,
que no sea ajeno al espacio común citado por los expertos, pero que a su vez nos
defina singularmente.

Esto nos pasa a nosotros. Nosotros somos con Frida. Frida es con las mareas. Sólo
nosotros podemos construir una manera de contener-nos. Pueden los libros y las
películas ayudarnos a pensar, podemos conversar con expertos que nos aporten
ideas increíbles o recurrir a otros estamentos gubernamentales que ayuden a paliar
alguna situación complicada. Pero somos nos+otros los que podemos elegir la
mejor opción frente a la jugada que nos presenta la vida, la vida de la escuela. La
vida de Frida. Y cuando la opción está tomada, es la mejor. “Si sucede, conviene”,
nos dice Marisol, la maestra de segundo grado. Si sucede, conviene…

Me quedo pensando.

Chantal Maillard dice: “Hemos aprendido a responder con la risa a lo que nos han
enseñado que era risible, no nos han dicho ‘hacé de esa cosa algo risible’, lo que
ha sucedido es que ante esa cosa se han puesto a reír y hemos imitado su gesto”1.
1.Maillard, Chantal. Filosofía en los días críticos. Editorial Pre-Texos. Valencia, 2010.

Tal vez sea necesario deshacernos de los gestos que imitan viejos patrones.
Desaprender para crear. Interrogar y problematizar los discursos armados nos invita
a oponerles una forma de decir más abarcativa para nosotros.
Pensar desde cada escuela, desde cada chico, desde cada maestro es una vía muy
fértil para intentar develar lo que se nos presenta bajo la forma de “obvio”. No se
trata, nos parece, de dejar que en la escuela convivan híbridamente mundos
diversos. Tampoco se trata, creemos, de hacer que la lucha política por los derechos
de los diferentes estilos de vida haga de válvula de escape mientras las
desigualdades en el plano de las condiciones cotidianas y elementales de la vida en
la escuela (que es lo que nos ocupa) quedan a la deriva, sin abordaje. No hacer de
la lucha macro un “barniz”, que tape la cosa diaria en la escuela.

Frida, aunque la cito y la invito para hablar sobre las desigualdades que producen
exclusión en la escuela (como no podía ser de otra forma) también está en relación
con el currículum escolar, con los síndromes, con las etnias. A nosotros nos surgió
entonces la necesidad de pensar sobre la distancia entre el deber ser y lo que se
es. La distancia entre lo que se dice y lo que se hace en la realidad.

A partir de la presencia de Frida, de la presencia intermitente de Frida y de los


aprendizajes que ella claramente hacía con Marisa, sobre todo, nos nacieron
interrogantes sobre lo que decidimos enseñar declarativamente y su relación a
veces contradictoria con las actitudes cotidianas que constituyen las
manifestaciones de las diferencias en la escuela.

Volvimos a pensar en la deshechura. Nos invitamos formalmente a descreer, a


desaprender, a desautomatizar. Y nos resultó increíblemente fructífero a la hora de
encontrarnos con los chicos. Esta deshechura también nos resguardaba de quedar
atrapados en nuestro ser maestros como constitución final y acabada, y
resguardaba a los chicos –y a sus familias- de una identidad sustancial determinada
e inamovible para dar/darles/darnos lugar a un movimiento como de marea, con sus
pleas y sus bajas, y entramarnos en una suerte de juego de veladuras y
desveladuras una y otra vez.

Esa es la primera “deshechura” con respecto a la escuela moderna. Encontrarnos


más ligeros (o más blandos, o más porosos, o menos obstaculizadores) con
respecto a los chicos. Sean “bolitas”, argentinos, galensos2, estimulados, “quedos”,
hijos de fileteros, hijos de funcionarios, “ADDs”, “ABCs”, cumplidores del horario o
de los que vienen cuando baja la marea.

2. Se llama así a los descendientes de los colonos galeses que poblaron gran parte del territorio de
la provincia del Chubut.

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