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Mi biografía Escolar, Francis Cordova Rios

Me llamo Francis Erika Cordova Rios y nací en 1988 bajo el desastroso gobierno de Alan
Garcia Perez. He sido testigo de los mayores cambios tecnológicos de la humanidad y en
consecuencia sujeto de su impacto en la educación. Mi etapa escolar transcurrió entre las
décadas de los 90´s y 2000´s, siendo siempre mixta.

Inicial
Mi educación formal comenzó en el inicial a los 3 años de edad. Mis padres optaron por
centros educativos que estuvieran localizados cerca de nuestro hogar.

El primer nido al que asistí aún se llama “El Carmelo” mi hermana mayor ya estudiaba ahí
por ello era más fácil recoger a las dos al mismo tiempo. No me acuerdo exactamente
cuanto tiempo asistí ahí, pero acuerdo que me negué a ir porque no me gustaba como nos
trataban. Aún 30 años después puedo recordar plenamente como el director cargo a uno
de los niños como si fuera un costal de papas y se lo llevó a la dirección, es más puedo
recordar hasta el apellido del director “Manrique”. El niño pataleaba y gritaba, yo miraba la
escena impávida. Fue un shock pasar el juego espontáneo a recibir órdenes y tener que
estar sentada usando un mandil. La gota que derramó el vaso fue que un día nos obligaron
a poner nuestras caritas encima de las mesas y hacernos a los dormidos porque estábamos
castigados por hacer bulla. Ese fue el último día que recuerdo haber ido a ese lugar. Creo
que es de esa experiencia que nace la sensación de sofoco de ver a muchas personas en
una sola habitación.

De aquel lugar tenebroso pase a otro nido donde curse los 3 y 4 años de inicial. No tengo
muchos recuerdos de la dinámica entre profesoras y alumnos, ni de las tareas, ni de lo que
hacíamos en clase. Mis recuerdos más vívidos son de las actuaciones y celebraciones. A
los 4 años fueron mis primeras presentaciones en los escenarios, presentamos un baile con
la canción “Pa´los coquitos” y salí disfrazada de burbujita para bailar una canción de “Yola
Polastri”. Fue el último año en el que sentí que mi mamá estuvo realmente presente en mi
educación, luego fueron mi abuela y mi bisabuela quienes reemplazaron a mis padres en
las actuaciones y celebraciones. Ya a los 4 años me sentía fuera de lugar estando en ese
centro educativo, los otros niños eran demasiado escandalosos y las profesoras no tenían
mucha paciencia ni atención. No me acuerdo cómo, pero uno de mis compañeros acabó
con arena en el ojo.

Me volví a mudar de nido, ahí cursé dos veces 5 años, por decisión de mis padres. En esos
años tenía dos opciones: adelantarme un año o atrasarse un año. El nido se llamaba
“Matter Christie” el trato era muy amable y me sentía como en casa. Era la engreída de las
profesoras y de la directora. Recuerdo que teníamos actividades lúdicas y artísticas,
hacíamos frutas con arcilla, y salimos a un parque cercano a hacer dinámicas.

No se si es una cuestión de estatus o del gremio médico, pero la mayoría de médicos ponen
a sus hijos en los mismos colegios; y por supuesto mi mama no se iba a quedar atrás. Es
así que 10 de los 11 años que dura el colegio me la pase levantándome a las 6:30 para
recorrer media ciudad hasta llegar al colegio. Mi familia vivió y sigue viviendo en Los Olivos
el colegio quedaba en Jesus Maria. El último año me cambié a un colegio aun más lejano
en el distrito de Lince.

Primaria
Primara fue un trauma literal. El colegio era demasiado formal y no me dejaban ser una niña
de 6 años. Cuando iba al nido estaba en casa a las 1:30 de tarde y mi vida feliz comenzaba,
jugar con mis perros, hacer un circuito de gimnasia con los muebles de la sala, treparme a
los árboles del parque, jugar en el jardín. Me costó mucho adaptarme y me sentía siempre
fuera de lugar. Las niñas eran modositas, siempre bien peinadas y sentadas en silencio yo
paraba debajo de las carpetas imaginando que era un laberinto.

El colegio “Maria Alvarado” se fundó en 1906. Tiene una arquitectura lúgubre, de color gris,
techos altos, piso de losetas antiguas. Los salones con carpetas pesadas y las pizarras de
tiza. Con el tiempo aprendieron la lección y los salones de 1 y segundo de primaria fueron
trasladados a ora lugar y constituidos de acuerdo a las necesidades de los niños (10 años
después). Es duro recordar aquellos momentos en los que las profesoras ya no eran como
las de inicial dulces y amorosas. En su reemplazo aparecieron señoras de mediana edad
renegonas y con muy poca paciencia. Muchos días me la pase en la coordinación o en la
dirección por cosas realmente absurdas. Ni yo entendía a mis compañeros ni ellos me
entendían a mí. Hice amigos de otros años con los que si me llevaba bien pero con los de
mi mismo grado parecía que había una brecha imposible de cerrar. Mi familia era católica, el
colegio era metodista, basta con decir que para ellos Dragon ball Z y Scooby doo eran
diabólicos para tener una idea de fe. Lo más tortuoso eran las formaciones en las
ceremonias cívicas tanto en los días calurosos como en los días fríos de invierno.

Secundaria
Los primeros años de secundaria fueron iguales a la primaria sumándose el bullying. La
sensación de no pertenecer era constante. Me sentía atrasada en algunos aspectos,
mientras mis compañeras hablaban de música o cosas de adolescentes yo anhelaba estar
en mi casa jugando con mis perros. En cuanto al rendimiento académico fue extraño, nunca
fui una mala alumna pero no tenía motivación real para esforzarme. Una profesora de
comunicación le dijo a la directora que no sabía absolutamente nada, así que acabé de
nuevo en la dirección, escribiendo mi nombre en una hoja de papel para dar fe que sabía
escribir y leer. Ahora me parece hasta gracioso como podría haber pasado hasta primero de
secundaria sin saber “nada”. Algo importante de señalar son mis alergias siempre presentes
y más en los días húmedos del invierno, entramos al salon a las 8:00 y luego del “OBE”, la
media hora que hablábamos con nuestra tutora, yo me hacía un ovillo y comenza mi siesta
hasta las 10 de la mañana que terminaba la primera clase. Las profesoras entranban en
desesperación porque me la pasaba durmiendo en las primeras horas del día escolar,
recuerdo la mirada fúrica de la coordinadora de secundaria (la miss Chela) mientras mis
ojos se cerraban en el auditorio durante el culto semanal. Por el contrario la miss de
matemáticas me dejaba dormir tranquila, pues siempre sacaba buenas notas.

Los últimos 3 años de la secundaria las cosas cambiaron un poco, hice dos amigas que
pensé serían amigas reales pero al acabar el colegio la amistad se disolvió. El colegio
usaba el método americano, los alumnos se movían de las aulas dependiendo del curso
que tocaba. Yo no sé por qué, pero siempre acababa perdida, llegando tarde o la clase
equivocada. Lo positivo de los últimos años en el “Maria Alvarado” fue que Descubrí y los
demás también descubrieron cosas en las que era buena. Sin embargo, la sensación
fastidiosa de no pertenecer al grupo se mantuvo.

El último año que cambié de colegio descubrí que había otras personas. Personas con
pensamiento crítico, que estaban más cercanas a la realidad y menos a la fantasía en la
que viven las clases medias altas. El colegio Pamer Salaberry me abrió las puertas a un
mundo desconocido hasta ese momento, algunos de mis compañeros trabajan en los
veranos, otros vivían en quintas, otros en zonas bastante “exclusivas”, incluso el hijo del
presidente de un partido político fue mi compañero. El común denominador de los que
estábamos ahí era que queríamos estudiar, nos gustaba aprender. Le dije adiós al uniforme
y me sentí acogida, segura, respetada. Una de las mayores lecciones que aprendí fue a
entender los privilegios de los que era sujeto y valorar las oportunidades que tenía.

Algunas cuestiones transversales a lo largo de mi paso por el sistema educativo han sido la
falta de atención que se reflejaba en siempre olvidarme algo. A veces era la tarea, a veces
los libros de inglés y no pocas ocasiones llegué al colegio con uniforme y zapatillas o sin
mochila o incluso una vez llegué al colegio con sandalias y uniforme. Así también siempre
existió una sensación de ser un observador participante cual gallinazo parado en la punta
de un edificio mirando a la ciudad.

Analizando mi etapa escolar 17 años después puedo reconocer que he tenido una
educación privilegiada en el ámbito académico y de infraestructura pero en el aspecto
emocional fue realmente deficiente. Para los que nacimos en familias de clase media en el
Perú de los noventa donde ambos padres trabajan, la función supletoria de la escuela era
una necesidad.

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