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Graciela Sobral

Madres, anorexia

y feminidad

Ediciones del Seminario

Col. Filigrana / 2011


© Ediciones del Seminario
Viamonte 1646 – 7º 59
Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina

Sobral, Graciela
Madres, anorexia y feminidad - Dificultades estructurales
y propias de la época en relación a los avatares del devenir
mujer. - 1a ed. – Buenos Aires : Del Seminario, 2011.
108 p. ; 21x14 cm. - (Filigrana / Mario Pujó; 5)

ISBN 978-987-98234-5-3

1. Psicoanálisis. I. Título
CDD 150.195

Hecho el depósito que determina la ley 11.723.


Queda prohibida la reproducción total o parcial de este
libro por medios gráficos, fotostáticos, electrónicos o
cualquier otro medio sin permiso del autor y la editorial.

IMPRESO EN ARGENTINA
Madres, anorexia

y feminidad

Graciela Sobral

Ediciones del Seminario

Colección Filigrana / 2011


A mis padres
Indice

Presentación 9

LA SEXUACIÓN

− LA RELACIÓN MADRE-HIJA

1. Madres, anorexia y feminidad 11


2. Estrago materno 23
3. Versagung, la marca de la madre 33

− EL CUERPO

4. Cómo se tiene un cuerpo 39


5. Cuerpo y objeto a 45

− LOS SÍNTOMAS

6. Anorexia, bulimia, angustia y duelo 53


7. Nuevas cuestiones preliminares 61
8. Síntomas de nuestra época: anorexia y bulimia 67
9. Anorexia-bulimia, algunos conceptos básicos 79

AMOR Y GOCE

10. La segunda muerte y el empuje al goce 89


11. Alicia en el País de las Maravillas:
el amor y el don de amor 93
12. La anorexia, empuje a la muerte 105

Bibliografía 109
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 9

Presentación

Este libro recoge una serie de artículos escritos a lo lar-


go de diez años. Vistos como un conjunto, muestran un re-
corrido en torno a los avatares propios del devenir mujer y
sobre los obstáculos o impasses que se encuentran en di-
cho camino.
Hace diez años, en España, hubo una eclosión de los
llamados trastornos de la alimentación de la que se hicie-
ron eco la mayor parte de los medios. Ante la “epidemia” se
pusieron en marcha ciertos dispositivos clínicos y algunas
medidas legales que invitaban a dar una respuesta diferen-
te desde el psicoanálisis lacaniano.
En el año 2000 creamos Orexis, Centro para la investi-
gación y tratamiento de anorexia y bulimia, y desde enton-
ces sostenemos un Espacio de Investigación sobre Ano-
rexia y Bulimia (GIAB) en el Nuevo Centro de Estudios de
Psicoanálisis (NUCEP), perteneciente al Instituto del Campo
Freudiano.
En Orexis desarrollé una actividad clínica, docente y de
investigación. Algunos de los artículos sobre anorexia y bu-
limia aquí publicados son transcripciones de conferencias
pronunciadas a fin de dar a conocer tanto el Centro como
la elección de la orientación analítica lacaniana para tratar
dichas patologías en un mundo donde imperaba el discur-
so cognitivo-conductual o el sistémico.
En el Espacio de Investigación hemos trabajado muchos
de los temas que luego he presentado en distintas Jorna-
das y Congresos de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis
(ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Como se deduce de lo anterior, este libro resulta ser una
colección heterogénea de artículos; algunos son de exten-
10 GRACIELA SOBRAL

sión y fueron destinados a un público poco o nada conoce-


dor del psicoanálisis, otros son artículos escritos para de-
batir con los psicoanalistas.
Fundamentalmente se trata de un camino que, partien-
do de algunos síntomas actuales, me ha llevado a investi-
gar las dificultades, tanto las estructurales como las de-
terminadas por la época, que encontramos en relación con
la posición femenina.
La manera en que he ordenado los artículos en capítu-
los no responde a un criterio cronológico, sino que está
pensada en el après-coup y aspira a mostrar distintas
cuestiones que toman un lugar prevalente en el recorrido
hacia la feminidad: la relación madre-hija, el cuerpo, los
síntomas, el amor y el goce.
Aprovecho la ocasión para agradecer a todas las perso-
nas que estuvieron a mi lado en estos diez años.
A mis compañeras del Espacio de Investigación, Ana
Castaño, Carmen Cuñat, Pía López-Herrera, Blanca Medi-
na, Eva Rivas y particularmente a Constanza Meyer, con
quien he mantenido una interlocución muy fluida en la
elaboración de estos textos.
A los colegas italianos, especialmente a Massimo Recal-
cati, con quienes comencé la investigación sobre anorexia.
A Mario Pujó que acogió varios de mis artículos en los
distintos números de la Revista Psicoanálisis y el Hospital,
y me ofreció la posibilidad de existencia de este libro.
A Miriam Chorne que leyó generosa, atenta y crítica-
mente todos mis textos.
A Antonio Rivero que siempre trató de que las cosas fue-
ran de la mejor manera.

Graciela Sobral. Madrid, enero de 2011.


MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 11

Madres, anorexia y feminidad *

Muchas madres consultan por la anorexia de sus hijas o


por problemas en la relación con los hijos, particularmente
con las hijas.
El tratamiento psicoanalítico de estas madres nos mues-
tra, en primer lugar, que la dificultad en relación a lo fe-
menino que se esconde detrás del síntoma anoréxico-
bulímico, la encontramos también, con frecuencia, en la
madre. En segundo lugar, nos invita a reflexionar sobre
una característica del Otro contemporáneo, representado
en nuestro caso por las madres.

La época actual, el Otro social

En las sociedades de consumo, globalizadas, surgen to-


da una serie de nuevos síntomas psíquicos o de síntomas
que sin ser nuevos toman en la actualidad una forma epi-
démica, cuyo tratamiento no resulta fácil por sus particu-
laridades intrínsecas. Una de las características más des-
tacadas de estas sociedades es el ingente desarrollo de la
investigación científica y la consecuente producción de ob-
jetos tecnológicos a gran escala. La proliferación en au-
mento de los objetos tecnológicos (gadgets), baratos, con
fecha de caducidad, destinados a ser continuamente reem-
plazados por otros nuevos, tiene consecuencias. Una de
ellas es la tendencia al goce inmediato que se obtiene en la
relación con estos objetos, en detrimento de la dimensión
del objeto como objeto mediador o de intercambio, vincula-
do al deseo.

* Versión corregida del artículo publicado con el título “La


madre como Otro contemporáneo: madres, anorexia y femini-
dad”. En: La urgencia generalizada 2, compilado por Guiller-
mo Belaga. Ed. Grama, Buenos Aires, Argentina, 2005.
12 GRACIELA SOBRAL

El objeto tecnológico que parece estar al servicio de las


personas, determina la subjetividad de la época. Ya no sólo
no es posible prescindir de él sino que va organizando, de
manera imperceptible, la forma de relación con los otros, la
temporalidad y la manera de disfrutar. Dicho objeto se in-
troduce cada vez más en la vida y la intimidad, y toma su-
brepticiamente el lugar del partenaire. Su proliferación
promueve un goce solitario y autista, tanto en el sentido de
que cada vez se puede prescindir más de los otros, como
en el sentido de que el objeto deja de ser un medio para el
encuentro. La satisfacción que procura resulta ser un fin
en sí misma, aunque sea en compañía de otros. Se ha des-
plazado el acento del otro al objeto. El objeto es el compa-
ñero más fiel y menos problemático, particularmente por-
que brinda una satisfacción inmediata que no necesita pa-
sar por las vicisitudes y dificultades que suponen las rela-
ciones. Es como si el sujeto intentara realizar su fantasma
sin ninguna mediación.
La época privilegia la dimensión imaginaria y el goce au-
tista, y estimula la ilusión de que la completitud o la satis-
facción total son posibles.

La madre, el Otro primordial

En los años 50 Jacques Lacan decía que, en relación


con la anorexia, se debe pensar en la madre que “confunde
sus cuidados con el don de su amor” y, por lo tanto, ahoga
al niño con su “papilla asfixiante”. Los cuidados, el excesi-
vo celo en el intento de satisfacer las necesidades del niño
resultan asfixiantes, pero no es así cuando se trata del don
de su amor. Lacan en esta época define el amor como “dar
lo que no se tiene (el falo) a quien no es (el falo)”, es decir,
que en el amor se trata de dar la falta (más que un bien) a
quien toma el lugar del objeto del deseo. Lacan habla de la
madre que cree que lo importante es satisfacer las necesi-
dades del niño y se aboca a esa tarea, descuidando algo
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 13

descubierto hace tiempo: para que un niño crezca sano es


necesario que se lo ame y que se desee algo para él, más
allá de la satisfacción de sus necesidades.
Este aspecto del amor que estamos señalando no es el
aspecto narcisista, de completitud mutua, donde el niño
llena imaginariamente la falta fálica de la madre. Habla-
mos de otro aspecto que lleva a la madre a poner en juego
un deseo que no se agota en el niño. Sólo desde la dimen-
sión del deseo tiene la posibilidad de dar un amor que
transmita la falta.
El objeto constituye para el niño un don del amor de la
madre. El objeto vale, más allá de la necesidad, porque es
un don de amor del Otro materno, este es el aspecto que
señala Lacan en la cita que inaugura este apartado. En es-
te sentido, el niño aceptará la demanda del Otro de ser
alimentado, por ejemplo, no tanto por el objeto en sí, sino
por el hecho de decir sí o no al Otro.
El Otro, por distintos motivos que luego trataremos de
desarrollar, puede estar en esta posición desde la cual pri-
vilegia la satisfacción de la necesidad ignorando la dimen-
sión de la falta, que es donde se localiza el sujeto. Cuando
falta la falta y el objeto deviene fundamentalmente objeto
de satisfacción de la necesidad, el Otro, que ya no opera
como Otro simbólico, fija a esta posición de goce no sólo al
objeto, sino al sujeto mismo.

¿Por qué la epidemia de anorexia-bulimia?

Teniendo en cuenta el desarrollo anterior, podemos re-


lacionar la epidemia de anorexia-bulimia con la tendencia
al goce autista que obtura la falta con objetos, elude la di-
mensión del deseo y es característica del mundo actual.
Para ello es necesario esclarecer la relación entre alimento
y objeto tecnológico. “Dar lo que no se tiene” nos conduce
al objeto nada, el objeto simbólico en su expresión más pu-
ra, en contraposición con el objeto tecnológico. En la época
14 GRACIELA SOBRAL

del objeto a la mano y apto para la satisfacción inmediata,


la anoréxica-bulímica pervierte el alimento y muestra de
forma paradigmática su dimensión de objeto de goce, igua-
lándolo al objeto tecnológico y utilizándolo como tal. De es-
ta forma, constituye el mejor ejemplo de que para el ser
humano la dimensión de la necesidad está abolida.
Con la maniobra anoréxica el sujeto intenta abrir un
hueco en la compacidad del Otro, es un intento de apertu-
ra que funciona como un pseudodeseo, porque no se trata
verdaderamente de un deseo, sino de un “no” a la demanda
del Otro, a todas las demandas que le ofrecen soluciones
para obturar ese vacío en el estómago que comienza a
construir en el lugar de la falta. La falta simbólica es de-
gradada a vacío real, sobre el cual se puede operar con
maniobras de vaciado y llenado.
El sujeto intenta restituir al objeto su estatuto simbólico
(reclama al Otro el objeto simbólico de don por medio del
objeto simbólico nada), pero a la vez, el desarrollo de la
anorexia y en particular de la bulimia, que es su forma
más extendida, pone en juego la dimensión del objeto como
objeto de goce. El sujeto goza de su nuevo objeto: primero
la nada, luego el atracón y el vómito, y el goce que obtiene
con estos nuevos objetos lo fija a esa posición, donde en-
cuentra algo que lo asegura.
El síntoma de anorexia-bulimia que se manifiesta en la
adolescencia, en el despertar de la vida sexual de las jóve-
nes, toma hoy en día una forma epidémica. Encontramos
su desencadenamiento en torno a la menarquía, a la apari-
ción de los caracteres sexuales secundarios, a los primeros
encuentros con el Otro sexo o a las dificultades en la vida
sexual con el partenaire. En este sentido la anorexia fun-
ciona como una respuesta fácil, al alcance de las jóvenes
de esta época, en relación a la pregunta: ¿qué es ser una
mujer (para un hombre)?
Esta cuestión nos suscita otras preguntas: ¿es más difí-
cil el acceso a la feminidad o a la relación con el partenaire
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 15

sexual en esta época? ¿Por qué la anorexia constituye una


respuesta o subterfugio para eludir la cuestión de la femi-
nidad?

La madre y su propia relación con la falta

Recibo muchas demandas de madres, tanto en la con-


sulta privada como en el Servicio Público de Salud. Se tra-
ta de mujeres que se presentan como madres y consultan
por lo que les pasa con sus hijos, especialmente con sus
hijas, o que son derivadas por los profesionales que tratan
a sus hijos.
Los motivos de la consulta son diversos: sus hijos pade-
cen anorexia o adicciones, la relación con éstos es difícil e
incontrolable, desde que nació el hijo la vida de pareja va
muy mal, desde que tuvo hijos no tiene ningún deseo
sexual lo que ocasiona problemas en la vida familiar, etc.
Voy a presentar dos viñetas clínicas para ilustrar la
cuestión que quiero mostrar.
Rosario consulta hace un año por la relación tormento-
sa que tiene con su hija de 14 años, que padece anorexia.
Las peleas entre ellas son constantes y muy duras; su ma-
rido o no hace nada o defiende a su hija. Ella es una mujer
poco cariñosa, exigente. Su hija le pareció odiosa desde
que nació, no le gusta cómo es en ningún aspecto y se en-
fada mucho con ella. Para evitar la angustia necesita tener
todo controlado. ¿Qué es lo que la angustia tanto? El curso
de las entrevistas la lleva a hablar de la relación difícil que
ha tenido con su hermana, y a darse cuenta de que le pa-
san con su hija las mismas cosas que le pasaban con su
hermana, que era la protegida de su padre. Este descubri-
miento la divide subjetivamente y la cuestiona. Comienza a
sentirse mal ella misma, más allá de la relación con su
hija. Luego puede desplegar algo de la queja hacia sus pa-
dres, y relata una escena de abuso sexual en la adolescen-
cia por parte de su tío, episodio que ella había contado en
16 GRACIELA SOBRAL

su momento a su familia. Aún hoy le sorprende y no com-


prende que ellos nunca se enfadaran ni dijeran nada a su
tío. Ahora puede hablar de las grandes dificultades que ha
tenido con los hombres; de la relación con su marido y de
la vida sexual. Ya no habla de su hija, con la que ha dejado
de pelearse y mantiene una relación mucho más distendi-
da.
Pilar consulta porque su hijo no estudia, parece que no
va a aprobar ni siquiera los estudios secundarios y ella no
lo puede soportar. Es una profesional muy prestigiosa y se
dedica abnegadamente a su trabajo. Está separada de su
marido desde que su hijo tenía 3 años, él se queja de que
su madre sólo se ocupa de su trabajo. Ella intenta suplir
su ausencia con regalos de todo tipo y de gran valor y con-
siente ciertos malos tratos de parte del hijo cuando se en-
fada con ella porque tiene culpa por dejarlo tanto tiempo
solo. En el transcurso de las entrevistas comienza a pensar
que tal vez no se trate tanto de darle las cosas materiales
que él le exige y que luego no valora, sino de darle otra co-
sa: preocuparse por sus asuntos, hacerle una comida que
le guste, etc. Interrogada por la analista sobre su vida sen-
timental, cuenta que su madre tenía un amante y ella lo
sabía porque los había visto juntos y sentía rabia contra su
madre por lo que le hacía a su padre; y que su abuela,
siendo viuda, convivía con un hombre en semisecreto, y a
ella le daba mucha vergüenza. Pilar no puede estar con un
hombre, se separó de su marido cuando tuvo a su hijo y
sólo tiene relaciones esporádicas con hombres que viven
muy lejos. Hablar de ello le permitió pensar que no soporta
ser la mujer de un hombre, que ha privado a su hijo de la
posibilidad de tener un padre y se pregunta porqué no
puede amar. Estas interrogaciones a su posición subjetiva
han supuesto algunos cambios, por ejemplo, ya no le con-
siente a su hijo los malos tratos.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 17

¿Qué significa ser madre? ¿Qué se esconde tras la ma-


ternidad? Según lo que vemos en estos casos, el problema
con los hijos oculta y toma el lugar de una dificultad vincu-
lada a la posición femenina y a la sexualidad. Los proble-
mas de la madre obturan los de la mujer, los hijos tapan al
hombre. Por otro lado, este tapón del deseo sexual produce
angustia, lo que muchas veces lleva al sujeto a consultar.
Cuando las cuestiones vinculadas a la madre en tanto mu-
jer pueden comenzar a manifestarse, los problemas con los
hijos pierden fuerza. Cuando la madre logra cuestionar su
omnipotencia, su exigencia (de que el objeto-hijo se adecue
a su demanda) y comienza a soportar la diferencia, es de-
cir, la particularidad del otro, es cuando puede producirse
algún cambio en su posición subjetiva y cuando se puede
atisbar algo del orden de la falta. Esto “libera” al hijo de su
función de tapón en la que seguramente él también en-
cuentra una coartada.

La mujer y la madre

En términos freudianos, la maternidad es una forma de


resolver el complejo de Edipo: se trata de compensar la fal-
ta fálica con un niño, que es demandado al padre y que
toma imaginariamente el lugar del falo. Lacan opera una
división entre Complejo de Edipo y castración y a partir de
ésta, plantea que para la mujer hay otra salida que las po-
sibles compensaciones fálicas que intentan resolver la en-
vidia del pene. La mujer usa el semblante fálico (los ador-
nos, la belleza, sus armas de seducción) para ser deseada y
amada por un hombre. Lo que ella realmente quiere es ser
amada porque el amor es lo que mejor suple la falta en la
mujer, y se entrega al juego de la seducción para conse-
guirlo. Pero si el semblante fálico del que se provee para
seducir, si la mascarada está anudada a la falta, ella podrá
acceder no sólo al amor sino a la verdad de su deseo y de
su goce.
18 GRACIELA SOBRAL

Jacques-Alain Miller, en un artículo titulado “El niño,


entre la mujer y la madre”, da una fórmula muy sencilla
que nos permite plantear el problema. El niño es un anhelo
fálico de la madre, pero aún así, el niño puede ocupar un
lugar donde la división de la madre queda preservada, y su
deseo no se agote en él, de tal forma que ella pueda desear,
también, como mujer. Es decir que una mujer puede de-
sear un hijo y también desear a un hombre o puede agotar
su deseo en el hijo, depositando en esa relación el peso de
obturar todo lo que atañe a la vida sexual.
A partir de esta oposición entre madre y mujer nos acer-
camos a las cuestiones planteadas al comienzo:
- hay una dificultad en las jóvenes y en las madres pa-
ra situarse en una posición femenina;
- la época empuja en el sentido de esta dificultad.

Las jóvenes y la feminidad

Tanto el niño como la niña deben orientarse en relación


a la castración, la falta estructural que afecta a todo sujeto
y que lo hará deseante, para darse una identidad sexual,
pero lo hacen de distinta manera. El niño se sitúa del lado
del tener y teme perder lo que tiene, y la niña del lado del
no-tener y anhela tener lo que no tiene. Frente a la falta fá-
lica, la niña puede quedar agazapada en torno a la envidia
del pene, el sentimiento de rabia frente a la injusticia por
lo que le ha sido negado y la idea, errónea, de que el Otro
tiene lo que ella no tiene. Atravesar esta posición supone
atravesar la posición histérica y reivindicativa; y poder ope-
rar con la falta para acceder al deseo, en el sentido del de-
seo sexual, así como tener acceso al goce, no sólo al goce
fálico sino también a ese goce Otro, más allá del falo, que
puede alcanzar la mujer. Ser mujer, en este sentido, su-
pondría la asunción del no-tener, de la falta, y el acceso a
una posición que permite otra forma de satisfacción. Esto
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 19

no es fácil para la joven que, evidentemente, no se sitúa


como mujer por el simple hecho de serlo anatómicamente.
De acuerdo con lo que venimos desarrollando, la época
va en una dirección contraria, el mundo moderno empuja a
la mujer a algo del ser y del tener que la aleja de su verdad
subjetiva y la aliena a los ideales que funcionan como im-
perativos. Aparentemente no es así, parecería que cada vez
es más fácil ser mujer, que hay más permisividad, y más
puertas abiertas. Pero se trata de puertas falsas, son puer-
tas que invitan a la mujer a creer en la mascarada fálica y
la dejan sin soluciones verdaderas. La mascarada es un
juego fálico, si la mujer cree que ésa es su verdad, luego se
encontrará vacía porque su verdad no se agota en el falo.
En ese sentido la anorexia puede ser una falsa salida.
Ser delgada es una de las aspiraciones del ideal de belleza
de esta época. El cuerpo delgado forma parte de lo que se
puede tener para el juego de las apariencias y permite a las
jóvenes, cuando enferman, ampararse bajo un falso ser:
“soy anoréxica”. Adelgazan creyendo que estar delgadas les
va a permitir situarse frente a los enigmas que plantean la
transformación del cuerpo y el encuentro sexual con los
chicos. Pero esto generalmente no es así. El goce de la del-
gadez puede mantener a la joven en un malestar que no
comprende porque no sabe lo que verdaderamente le pasa
y, en los casos más graves, puede transformarse en el goce
mortífero de la pulsión de muerte.

La relación madre-hija

Con frecuencia las parejas comienzan a tener problemas


cuando nacen los hijos, como si éstos congelaran el deseo
de los padres. También observamos que las madres no
quieren dejar de ser madres, no quieren que sus hijos
crezcan y consienten la eternización de su adolescencia.
20 GRACIELA SOBRAL

Los problemas con los hijos y en especial con las hijas,


como hemos dicho, remiten a las madres a la dificultad
con sus propias madres y con su ser mujer.
El varón encarna mejor el objeto fálico deseado por la
madre y permite una identificación más ideal. El niño se
presta más a ser todo objeto de goce de la madre, no desvía
la demanda de amor al padre ni cambia de objeto a través
de las vicisitudes edípicas. De hecho, el hombre se orienta
en el amor en relación al objeto materno idealizado, según
el modelo edípico.
La relación madre-hija es más complicada porque la ni-
ña encarna la falta y remite a la madre a su propia divi-
sión. A la madre que no quiere poner en juego su femini-
dad, la hija le evoca el ser mujer que ella rechaza.
Frente a la castración, hay una demanda que la madre
no puede satisfacer. La demanda en su doble vertiente: de
amor, que suple la falta, y del don del objeto fálico como
prueba de amor (el hijo), serán dirigidas al padre, constitu-
yendo la salida normativizada del Edipo. Del lado de la re-
lación madre-hija queda un aspecto de decepción, por
aquello que la madre no le pudo dar, y de rivalidad, por esa
relación especular que puede tener lugar entre ellas, que
aunque tome formas aparentemente cariñosas, resulta
muchas veces destructiva.
Los efectos de esta relación pueden manifestarse de dis-
tintas maneras. Pueden aparecer como dificultad para la
separación: cuando la madre se siente decepcionada o re-
chaza a la hija y pone en juego un goce que, sin embargo,
las liga y da lugar a la repetición. También pueden mani-
festarse bajo la forma de la rivalidad imaginaria, en una
especie de confusión donde una quiere tomar el lugar de la
otra; o como la imposibilidad de compartir ningún espacio
simbólico porque la presencia de una implica la supresión
subjetiva de la otra; o como horror frente a la idea de reco-
nocerse en algún rasgo de la otra; o en otros casos, como
persecución.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 21

Frente a la dificultad para el intercambio fálico, la ma-


dre queda en el lugar del Otro del goce. Lacan dio el nom-
bre de estrago materno a esta relación en que la madre
toma a su hija como objeto (de goce).
Las dificultades de la hija con lo femenino están soste-
nidas tanto desde el lugar del Otro materno, que no
transmite la falta ni quiere ver en su hija a una mujer, co-
mo desde el lado del Otro social, que empuja a la satisfac-
ción más narcisística y al desconocimiento del deseo.

La madre, Otro contemporáneo

En este trabajo, que surge de una investigación en cur-


so, he querido señalar cierto aspecto del Otro materno que
observamos en la clínica. Se trata de la madre como Otro
atravesado por las coordenadas de la época, que sostiene
con el hijo una relación donde lo coloca en el lugar del ta-
pón, dándole el lugar de objeto de goce, en lugar de promo-
ver la dialéctica de la falta y el deseo. La madre hace un
“uso” inconsciente del hijo para dar la espalda a su posi-
ción sexuada femenina.
Tomar una posición femenina en relación a la sexuali-
dad no es fácil. Hay una tendencia en las mujeres a situar-
se exclusivamente en una posición fálica y “masculina”.
Freud, en “Análisis terminable e interminable”, al final de
su recorrido intelectual y vital, dio cuenta de la posición
que denominó “rechazo de la feminidad”. Planteaba esta
“roca de la castración” como una evidencia clínica que
mostraba un obstáculo difícil de superar, obstáculo que
debemos pensar como una defensa del sujeto neurótico
frente al goce femenino.
La época alienta esta dificultad. La mujer quiere ser
buena madre y “confunde sus cuidados con el don de su
amor”; empujada por los ideales estéticos, confunde la
mascarada fálica con su verdadera posición. También debe
22 GRACIELA SOBRAL

ser buena trabajadora, los éxitos laborales constituyen otra


carrera de obstáculos fálica.
Paradójicamente todo esto profundiza una posición en
contra de lo femenino. La mujer está cada vez más orienta-
da por el falo que la lleva a competir con el hombre, y por
los imperativos que la llevan al goce insaciable. Y está cada
vez más alejada de la falta y de un deseo y un goce que la
conciernan como mujer.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 23

Estrago materno *

“Todas las mujeres se vuelven


como sus madres. Esa es su tragedia”
O. Wilde. La importancia de llamarse Ernesto

En la clínica actual, especialmente en los llamados sín-


tomas contemporáneos, encontramos con mucha frecuen-
cia la figura del estrago.
Desde el punto de vista fenomenológico el estrago se
manifiesta como una relación particularmente intensa,
ambivalente, donde se ponen en juego de distinta manera
el amor, el odio, la envidia, la rivalidad y las demandas im-
posibles de satisfacer. El sujeto tomado por el estrago que-
da en una posición subjetiva en la que la vía del deseo se
encuentra particularmente obstaculizada. De hecho, en los
casos más graves, muchas veces resulta difícil establecer el
diagnóstico clínico porque las dificultades con la palabra y
el deseo sugieren la posibilidad de que esté en juego la es-
tructura psicótica.
Podemos considerar la relación estragante entre la ma-
dre y la hija como aquella en la que la madre, en lugar de
transmitir la falta y dar lugar a la vía del deseo, fija a la
hija en una posición de goce.
¿Por qué la hija, en particular? Para responder a esta
pregunta debemos retrotraernos al Edipo de la madre y a
su posición en relación con la castración. El hijo viene a
colmar el anhelo fálico de la madre y el hijo varón, provisto
de pene, encarna mejor dicho anhelo. Además, la hija mu-
jer evoca en la madre la relación con su propia madre y
suscita aquellas cuestiones inherentes al hecho de ser mu-

* Artículo publicado en la revista Letras Nº 1, perteneciente a


la comunidad de Madrid de la ELP, en 2010.
24 GRACIELA SOBRAL

jer y la feminidad no suficientemente bien resueltas en su


momento y reactivadas por la presencia de la niña.
Es decir que cuando hablamos de estrago materno nos
estamos refiriendo a algo que pasa fundamentalmente en-
tre dos mujeres, madre e hija, pero no lo nombramos
usando las palabras mujer o femenino, sino madre. Una de
las cuestiones que quisiera poner de manifiesto a lo largo
de este artículo es que dicho estrago materno funciona co-
mo un velo que cubre la cuestión hombre-mujer y/o la
cuestión femenina.

Freud

En relación a Freud interesa tener en cuenta dos aspec-


tos:
1.- Es en sus artículos más tardíos, a partir de los años
30, cuando descubre la gran importancia que tiene la rela-
ción primera entre la niña y la madre. Hasta ese momento
consideraba que el Edipo de la niña comenzaba en relación
al padre, en una suerte de equivalencia inversa con el
masculino. Interrogándose a lo largo de toda su investiga-
ción por el misterio de lo femenino, encuentra algunas res-
puestas cuando descubre el lazo amoroso primigenio entre
la niña y la madre.
Freud descubre que hay una disimetría fundamental. El
niño sale del Edipo por el complejo de castración. Frente al
descubrimiento de las diferencias sexuales anatómicas, es
decir, que el pene puede faltar, el niño hace una elección
de tipo narcisista en beneficio de su integridad amenazada.
La niña, en cambio, se encuentra de entrada castrada y
hace responsable a la madre de esa falta (fálica) que pade-
ce, con lo cual la relación se torna hostil y llena de repro-
ches.
Esto la lleva a dirigirse en segundo término al padre, en-
trando en el Edipo. Sin embargo, la relación primera y
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 25

fundamental, tanto del niño como de la niña, es con la


madre.
2.- En su último artículo, “Análisis terminable e inter-
minable”, Freud plantea que la experiencia del análisis to-
pa con un obstáculo insalvable que llama “roca de la cas-
tración” y que constituye tanto en el varón como en la mu-
jer un rechazo de la feminidad. En el caso de la mujer se
manifiesta como Penisneid, envidia del pene, y determina
en la niña una posición de envidia y reivindicación frente a
lo que el otro tiene y ella no. Freud habla del Penisneid
como un destino de la niña, que nunca va a dejar de de-
mandar o exigir.

Penisneid

Para indagar algunas cuestiones en torno al Penisneid,


tema fundamental para pensar el estrago materno desde el
punto de vista edípico freudiano, podemos tomar dos artí-
culos: “Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias
sexuales anatómicas”, de 1925 y “La sexualidad femenina”,
de 1931.
En “Algunas consecuencias…”, Freud plantea que la ni-
ña, frente al descubrimiento de la diferencia sexual, cae
presa de la envidia fálica. Dice: “lo ha visto, sabe que no lo
tiene y quiere tenerlo”. Hasta ese momento la niña tenía
una actividad fálica de tipo masculino que tomaba a la
madre como objeto. Frente al descubrimiento de las dife-
rencias sexuales, la niña se aparta de la madre por todo lo
que no le dio, con una gran hostilidad. El Penisneid consti-
tuye un operador que puede funcionar como el fiel de una
balanza entre la posición activa de la niña en relación a la
madre y el camino a la feminidad freudiana.
Freud dice: “la envidia fálica debe ser absorbida por la
formación reactiva del complejo de masculinidad”, y luego:
“a partir de este punto arranca el complejo de masculini-
dad de la mujer… que debe superar”.
26 GRACIELA SOBRAL

El Penisneid, entonces, puede ser el operador que per-


mita pasar de la orientación a la madre a la demanda al
padre, es decir, puede funcionar como una vía para que la
falta, simbolizada, permita a la niña orientar su deseo o,
por el contrario, puede ser el lugar donde se fije una posi-
ción reivindicativa o de renegación en relación a la falta fá-
lica.
Unos años más tarde, en 1931, esta formulación se es-
clarece cuando Freud muestra tres caminos posibles para
la niña a partir del complejo de castración. Éstos son: el
apartamiento general de la sexualidad, el segundo supone
una “tenaz autoafirmación de la masculinidad amenazada”
y “sólo una tercera evolución… conduce a la actitud feme-
nina normal, en la que toma al padre como objeto y alcan-
za la forma femenina del Complejo de Edipo”.
Podríamos decir que la niña, según su constelación sub-
jetiva, puede utilizar el Penisneid como un operador, un
instrumento que promueva el pasaje al padre; o puede
quedar más atrapada en la reivindicación al Otro por lo
que no le dio.
¿Podemos pensar la “tenaz autoafirmación de la mascu-
linidad”, la segunda salida freudiana, en relación con la
posición de la niña que ha quedado enredada en las redes
del Penisneid? Si bien Freud dice al respecto que “el com-
plejo de masculinidad… puede desembocar en una elección
de objeto manifiestamente homosexual”, creo que también
es posible interpretar la “autoafirmación de la masculini-
dad” como la dificultad para aceptar la separación del Otro
materno, para abandonar la posición fálica activa y mascu-
lina. En este caso, la hostilidad hacia la madre, en lugar de
ser un motivo para la separación (según el pensamiento de
Freud), puede ser una manera de alienarse al deseo del
Otro bajo una forma hostil. Así la niña permanece vincula-
da a la madre por una demanda que no encuentra su obje-
to y que se traduce en un fuerte vínculo de envidia, celos,
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 27

rivalidad y la exigencia, bajo múltiples formas, de un abso-


luto imposible.
Debemos distinguir, entonces, entre separación de la
madre y hostilidad porque la niña, contrariamente a lo que
podría pensarse, puede permanecer fuertemente ligada a la
madre bajo la forma de la hostilidad.

Amor y goce

Lacan realiza en el Seminario V una importante relec-


tura del Edipo freudiano y el Penisneid, y a partir del Se-
minario XVII abrirá una vía en la roca de la castración
planteando un más allá del Edipo. En sus últimos semina-
rios se consagra a dilucidar la cuestión de un goce no fáli-
co que sitúa del lado de la posición femenina, que resultará
fundamental para intentar esclarecer el complicado tema
de la subjetividad y el goce de la mujer.
Dentro de las consideraciones edípicas, para la niña el
amor es lo que mejor compensa la falta fálica (porque el
Otro que la ama le puede dar lo que le falta) y por amor
puede renunciar a la satisfacción pulsional (para garanti-
zarse el amor del Otro).
En términos de Lacan, la relación sexual no se puede
escribir, entre otros criterios porque falta el significante de
la mujer (La Mujer no existe). El significante fálico no ins-
cribe totalmente a la mujer ni nombra su goce, o no todo
su goce, por lo que Lacan dice que la mujer es no-toda o
está no-toda bajo el significante fálico.
El amor, por lo tanto, constituirá tanto la vía para la
compensación fálica como la vía para que la niña-mujer in-
tente encontrar las palabras que la nombren en su ser (ya
que no hay un significante que pueda nombrarlo). Así po-
drá ser acogida en el lugar que le dé el Otro de la palabra
de amor. De esta manera, el amor permite una conexión
con algo que es del orden del ser, de la falta en ser, ya que,
como hemos dicho, esta es una cuestión que el falo no
28 GRACIELA SOBRAL

termina de resolver en la mujer, ni del lado del significante


ni del lado del goce.
Como señala J.-A. Miller en El partenaire-síntoma, frente
al carácter contable del goce masculino, “para la mujer, el
carácter en cierto modo ilimitado se encuentra a nivel del
significante bajo la forma de la demanda de amor.” “…el
carácter no circunscrito del goce (de la mujer) presenta la
misma estructura que encontramos en la demanda de
amor como absoluta, como infinita… puesto que ella se di-
rige al ser. La demanda de amor deja al desnudo la forma
erotómana: “que el otro me ame”.

La relación madre-hija

Lacan dice en el Seminario XVII que el deseo de la ma-


dre siempre produce estragos.
¿Por qué la madre resulta estragante, especialmente pa-
ra la hija mujer?
Decíamos al comienzo que la hija satisface menos el an-
helo fálico de la madre. Puede haber decepción del lado de
la madre frente a la niña que no cumple totalmente con su
expectativa fálica, que no es todo lo que ella querría.
Pero, ¿Es solamente la decepción fálica la que se pone
en juego? En el estrago materno se trata del goce fálico y
de un goce no regulado por el falo, un goce vinculado a la
falta del significante de la mujer (S (A) tachado).
Hablamos del estrago que produce la madre, que es una
mujer; es decir que se trata de algo que tiene relación con
la madre y con la mujer, algo que no queda subsumido por
la maternidad, por la salida edípica femenina.
La madre en tanto mujer, estructuralmente, no puede
transmitir qué es ser mujer porque no existe la escritura
de La Mujer. En la mujer hay una vinculación con ese va-
cío que puede tomar su aspecto más mortífero como exce-
so, capricho, sinsentido, locura, demanda insaciable de
responder a aquello que no tiene respuesta. Algo de esto se
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 29

pone en juego entre la madre y la niña en el estrago. Por-


que la exigencia imposible de satisfacer no se refiere sólo a
la falta fálica sino a la falta en ser. Si la falta en ser es con-
sustancial al ser humano, en la mujer es una cuestión que
se complejiza por su relación con el falo, que no regula to-
do su goce ni nombra su ser. Ya Freud tiene la intuición de
que no todo lo que ocurre entre la madre y la niña se pue-
de explicar en relación con el falo cuando, en “Sobre la
sexualidad femenina”, dice: “los motivos (dados) para el
desprendimiento de la madre (…) nos parecen insuficientes
para justificar la hostilidad resultante”.
Del lado de la niña, como hemos visto en los primeros
apartados, también ella puede quedar capturada por la de-
cepción frente a la castración del Otro materno y perseve-
rar en el reclamo de que el Otro no esté castrado por medio
de la reivindicación de lo que no le fue dado (Penisneid).
En cuanto a ese goce no regulado, ¿de qué manera inci-
de en la niña? Ese goce mortífero, vinculado a algo fallido o
insoportable de la feminidad, marca a la niña en su cuerpo
y en su subjetividad.
Algo de esto se puede ver en el siguiente fragmento clí-
nico. Ángela vive sola con su madre desde que nació, su
padre murió durante su gestación. Consulta a los 15 años
porque tiene muchas dificultades con las compañeras de
colegio (celos, rivalidad) y no tiene amigas. Aunque co-
mienza desgranando esas dificultades, el diálogo analítico
la lleva a explorar la inseguridad y el deseo de dominio que
se ocultan tras la envidia y los celos, y a continuación
habla de la relación con su madre como un tormento: se
controlan mutuamente pero no se aguantan, no conversan
y, en su lugar, pelean a diario con mucha violencia. Surgen
una serie de contradicciones en relación con su madre: no
la soporta pero tampoco soportaría que tuviera amigas o
novio, la quiere sólo para ella; sin darse cuenta inicialmen-
te de que eso la condena a que tampoco haya nadie para
ella. Hablar primero del odio y luego de la vergüenza que
30 GRACIELA SOBRAL

siente en relación a su madre (“mi madre no me gusta, no


soportaría parecerme a ella”) permite que el lazo pasional
entre ellas comience a pacificarse. Simultáneamente y con
dificultad, logra hacer algunas amistades y actualmente se
pregunta por el temor que le suscitan los chicos. ¿Cómo
estar con un chico y soportar que ocurra algo que implique
al cuerpo? Esta pregunta inaugura un momento diferente.
En las peleas cotidianas y violentas entre madre e hija po-
demos ver una escena de rivalidad imaginaria, destructiva,
sin mediación simbólica, donde reina un exceso que no
tiene regulación y que ella va a encontrar por la vía del diá-
logo analítico. Ángela ha pasado de la relación de exclusi-
vidad mortificante con su madre a poder comenzar a inter-
rogarse sobre su interés por los chicos y por lo que la con-
cierne en su cuerpo de joven mujer. Podemos ver en este
fragmento algo de la idea expresada al comienzo del artícu-
lo: el estrago funciona como un velo en relación a la dificul-
tad para el encuentro con el Otro sexo.

Lo que muestra la clínica

En el caso que voy a comentar la función del velo tomó


tal potencia que constituyó una verdadera dificultad en la
dirección de la cura: la paciente era incapaz de considerar-
se a sí misma como sujeto.
Paloma consulta porque su hija de 18 años, la menor de
dos hermanos, está deprimida, y eso le suscita una angus-
tia insoportable. Una de las dificultades de este caso con-
siste en el interés exclusivo de la paciente por su hija: sólo
puede hablar de ella. Esto muestra, a su vez, lo arduo que
le resulta encarar su propia subjetividad. Después de tres
años de tratamiento se pudo establecer un diagnóstico de
neurosis. Es un caso donde se ve la implicación de tres ge-
neraciones en la transmisión del estrago.
La madre de Paloma prefería claramente a sus hijos va-
rones y maltrataba a Paloma desvalorizándola, no tenién-
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 31

dola en cuenta o utilizando para referirse a ella epítetos


poco cariñosos (fea, gorda, tonta). Paloma vive atormentada
entre las exigencias desmedidas de su madre, de las que
no puede sustraerse, y el malestar de su hija, de la que no
puede apartar la mirada. Hasta la irrupción de este pro-
blema, ella no tenía síntomas sino que se presentaba con
un despliegue fantasmático con tono depresivo y leves
irrupciones de angustia, pero la depresión de su hija se
transforma en su síntoma y pone al descubierto el lugar
que ésta ocupa.
Paloma es una madre de imperativos silenciosos, de do-
lor y sacrificio, a la cual su propia vida no le importa y, a
partir de esto, en contra de lo que ella misma imagina,
ofrece a su hija un legado de muerte.
Quisiera señalar dos momentos de esta cura. El primero
le permite situarse de manera distinta frente a su hija, y el
segundo, plantearse una interrogación que la concierne
como mujer, no como madre. Su hija está peor y Paloma
quiere que consulte con un especialista. Siempre le habló
desde los imperativos y nunca logró acercarse a ella, esta
vez encuentra otra manera: le habla a partir de su propio
sufrimiento y desde las reflexiones que ha podido realizar
en este tiempo de tratamiento. Esta manera de hacer con-
trasta con la posición superyoica anterior y muestra algu-
no de los cambios que conlleva para ella cierta admisión de
la falta. Finalmente, al cabo de un tiempo, consigue que su
hija consulte con un psicoanalista.
En el segundo momento entra en escena el marido de
Paloma. Éste se enfada con frecuencia con su hija y deja
de hablarle. Paloma se incluye en el enfado y le pregunta
“¿Por qué no nos hablas?”. Frente a la pregunta de la ana-
lista por el plural “nos”, que la sorprende, se da cuenta de
la dificultad para pensar la relación con su marido por fue-
ra de su hija. Dice: “cuando él se enfada con mi hija, siento
que se enfada conmigo, mi hija me necesita, tengo que pro-
tegerla… ella está siempre presente para mi. ¡En quien no
32 GRACIELA SOBRAL

pienso hace mucho tiempo es en mi marido!”. Ahora Palo-


ma ha podido empezar a desplegar algo de la dificultad pa-
ra situarse frente al partenaire, mostrando que en la rela-
ción con el hombre ha tomado la misma posición que fren-
te al Otro materno estragante, si bien esto estaba oculto
por la relación con la hija-tapón.
Tanto en este caso como en el de Ángela vemos que el
estrago anuda de la peor manera a la madre y la hija. En el
caso de Paloma, ella se muestra como hija y como madre,
dejando de lado su posición sexuada femenina y su deseo
en los términos más generales (trabajo, amigos, aficiones,
etc.).
Estos casos muestran, además, las dificultades en la di-
rección de la cura, ya que la entrada en análisis requiere la
admisión de la división subjetiva que las características
propias del estrago obstaculizan. El sujeto se presenta en
una posición de goce, generalmente como víctima de un
maltrato que es muy difícil dialectizar porque ese goce le
da su ser. En cualquier caso, aunque la cura llegue a su
término, habrá algo estructural del estrago que permane-
cerá como un resto.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 33

Versagung, la marca de la madre *

Aprovechamos la ocasión que nos brindan estas Jorna-


das para tratar de transmitir algunas ideas que se des-
prenden de nuestra experiencia en relación al tratamiento
psicoanalítico de la anorexia y la bulimia, y de nuestro tra-
bajo en el grupo de investigación del NUCEP sobre el tema.
Encontramos en este terreno políticas desacertadas, tanto
a nivel de los gobiernos como en los principales centros
públicos y privados que se ocupan del tema. Se observa
una gran desorientación en la búsqueda de una política
por parte de las autoridades como de los responsables de
la salud. A menudo, la mayoría de las prácticas terapéuti-
cas que tratan estos problemas, apoyándose en teorías de
las funciones psíquicas, de la personalidad, del comporta-
miento, etc., resultan contraproducentes. Dentro de este
panorama, se echa en falta una teoría del sujeto como la
que ofrece el psicoanálisis para alumbrar algunos puntos
nodales de la cuestión.

El problema de la imagen

Hay tratamientos que intentan curar la anorexia-bulimia


por la vía de una rectificación de la percepción de la ima-
gen corporal, como si se tratara de una dismorfofobia y és-
ta pudiera ser reducida por una didáctica o una confronta-
ción con “la realidad”. Estas técnicas desconocen la impor-
tancia de la subjetividad.
Ante las quejas de las anoréxicas y las bulímicas de

* Versión corregida de la ponencia presentada conjuntamente


con Constanza Meyer con el nombre “Frente a la anorexia una
política de la falta”, en las 3eras Jornadas de la ELP: Políticas
del síntoma, Bilbao, 2004 y publicada en El Psicoanálisis Nº
8, revista de la ELP, España, 2005
34 GRACIELA SOBRAL

“verse o sentirse gordas”, hay hipótesis que sostienen que


en la anorexia habría una especie de alucinación en lo que
concierne a la imagen del cuerpo. Esto introduce una cues-
tión muy importante en relación al diagnóstico estructural.
Hay anorexia y bulimia en las neurosis, fundamental-
mente en las histerias, donde el síntoma puede debilitarse
en el transcurso de un análisis e incluso desaparecer, o
reducirse a una posición del sujeto frente al Otro, a la de-
manda y al goce. Pero cuando hablamos de síntomas con-
temporáneos no nos referimos a las anorexias histéricas de
las que hablaba Freud. Se trata de síntomas que dificultan
llevar a cabo un diagnóstico estructural, ya que no son sín-
tomas dirigidos al Otro como en la histeria. Habitualmente
neurosis muy graves, psicosis no clínicas o psicosis ordina-
rias, donde el síntoma puede cumplir una función de estabi-
lización o suplencia. En este sentido, los últimos años de la
enseñanza de Lacan nos permiten orientarnos en la investi-
gación de este problema: el suelo, algunas veces pantanoso,
de la clínica diferencial entre la neurosis y la psicosis.
La clínica de los síntomas contemporáneos constituye
un amplio campo de investigación porque nos obliga a mo-
vernos en un terreno nuevo y a tratar de situar el estatuto
de los fenómenos con los que nos encontramos.

La experiencia del cuerpo: “sentirse gorda”

Como decíamos más arriba, las anoréxicas se quejan de


“verse o sentirse gordas”. María come un yogurt más que el
que “debe” y siente que ha engordado, lo siente en su cuer-
po, no necesita verse. Paloma, en cuanto tiene un problema
con su madre o con su novio, se ve fea, e inmediatamente
se produce la ecuación fea = gorda. Sentirse gorda es, en-
tonces, la traducción subjetiva de un malestar que para es-
tos sujetos se sitúa fundamentalmente “en” el cuerpo y en
la imagen del cuerpo. Es como si se tratara de sujetos con
un solo significante para dar cuenta de su malestar.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 35

Desde nuestro punto de vista, el “verse o sentirse gorda”


designa lo que podríamos denominar un goce que invade el
cuerpo, consecuencia de una regulación pulsional fallida y
correlativo de algo particular a nivel de la constitución de
la imagen. No se trata del cuerpo invadido por el goce en el
sentido de la psicosis (goce en lo real), ni del goce que afec-
ta al organismo como en el fenómeno psicosomático. Que-
remos tratar de situar el terreno en el que nos movemos:
en los casos de anorexia-bulimia se trata del goce en el
cuerpo que se manifiesta a nivel de lo imaginario.
Si bien la imagen del cuerpo parece estar constituida a
la manera neurótica, no se presenta cubierta por el brillo
fálico: más que de un cuerpo libidinizado, se trata de un
cuerpo que carga sobre sí un goce en el sentido doloroso o
mortificante. Por otra parte, ese cuerpo impregnado de go-
ce aspira a cubrir una falla a nivel simbólico que impide al
sujeto tener palabras para sus cosas y lo empuja a experi-
mentar todo como ocurriendo en el cuerpo.

La Versagung

Consideramos que el correlato estructural de este pro-


blema puede estudiarse a la luz del concepto de Versa-
gung, término que aparece en distintos textos de la obra de
Freud y que normalmente se ha traducido como frustra-
ción. En algunos seminarios de Lacan, sin embargo, encon-
tramos una acepción de Versagung que podemos traducir
como rechazo. La experiencia clínica nos ha permitido ob-
servar una cierta particularidad, constante, en la relación
madre-hija, dentro de la neurosis, que toma la forma del
rechazo. La Versagung en el seminario La Transferencia es,
en términos de Lacan, “(...) algo que está mucho más cerca
del rechazo que de la frustración, que es tanto interna co-
mo externa, que Freud sitúa verdaderamente en una posi-
ción (…) existencial”.
A partir del Seminario VIII podemos considerar a la Ver-
36 GRACIELA SOBRAL

sagung como una operación posterior a la Bejahung que,


en la relación con el Otro primordial, da cuenta de un re-
chazo que concierne a lo más propio del sujeto. Situamos
esta operación en el marco del Estadio del espejo, momen-
to en que el niño ocupa el lugar de objeto que cubre la falta
del Otro materno, instancia de constitución del narcisismo.
Este rechazo muestra que el niño no ocupa satisfactoria-
mente el lugar de objeto fálico para la madre. Para ilustrar-
lo hemos tomado la imagen de la mueca que Lacan destaca
en el personaje de Sygne, de la trilogía de los Coûfontaine.
Nuestra hipótesis es que la Versagung es una operación
que determina cierta posición de goce como efecto de la
identificación del sujeto a un rasgo que es una marca del
rechazo del Otro. Dicha posición de goce implica un recha-
zo del deseo que se verifica en la clínica, particularmente
en los síntomas de la época, por la relación del sujeto con
el Otro contemporáneo. Lacan señala que la Versagung es
original y que abre “(…) la vía, ya sea de la neurosis, ya sea
de la normal – ninguna de ellas vale ni más ni menos que
la otra respecto a lo que es, al principio, la posibilidad de la
Versagung”.
Lacan desarrolla el concepto de Versagung a partir del
“no” del personaje de Sygne. En El rehén, Sygne, por salvar
al Papa y recuperar su herencia, renuncia al hombre que
ama y se ve empujada a casarse con el responsable de la
ruina y muerte de su familia. Sygne rechazará, más tarde,
al hijo que tiene con Turelure. Su renuncia al amor y al
deseo se redobla a la hora de la muerte al rechazar los sa-
cramentos que darían un sentido a su acto y a su vida.
Sygne muere con un tic en la cara que Lacan califica de
“(…) mueca de la vida sufriente”. La mueca es la metáfora,
en lo imaginario, del rechazo del deseo mismo dentro del
campo del deseo.
Si la Versagung empuja a una posición de goce, el estra-
go materno, en relación al síntoma que nos ocupa, es una
de las modalidades en que se manifiesta esta operación,
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 37

que “(….) sólo es posible en el registro del sagen”, en el re-


gistro del decir, en el campo simbólico.

Versagung y síntomas contemporáneos

En relación con los síntomas contemporáneos, podría-


mos plantear que la Versagung es la operación que carac-
teriza la relación entre el sujeto y el Otro en el mundo mo-
derno, bajo las nuevas coordenadas del pasaje del discurso
del amo al discurso capitalista.
¿Por qué el Otro contemporáneo hace una mueca de re-
chazo, en lugar de una sonrisa? ¿Por qué, frente a un Otro
del acogimiento, encontramos este Otro que no termina de
decir “sí”?
El Otro Primordial, más allá de la distinción entre madre
y mujer, es un sujeto determinado por el discurso de la
época. La madre, atravesada por los imperativos laborales,
sanitarios, nutricionales, etc., debe ser una “madre ejem-
plar” y, más allá de su particularidad, se ve empujada a es-
tar atenta a la satisfacción de las necesidades. El Otro con-
temporáneo, en lugar de dar amor, juego, tiempo, intenta
satisfacer la necesidad, procurando el objeto de goce.
Esta consideración nos permite destacar que las dos
acepciones del término Versagung son importantes y están
vinculadas. La Versagung tiene dos caras, la frustración y
el rechazo. La frustración, que concierne a la relación ma-
dre-niño-objeto, implica fundamentalmente la transmisión
de la falta, que permitirá la emergencia del deseo en el su-
jeto. En los casos de anorexia-bulimia, la madre, incapaz
de transmitir la falta, confunde el don de amor con la sa-
tisfacción de la necesidad y obtura la vía del deseo. Por lo
tanto, la Versagung como operación, como marca del re-
chazo del Otro, tal y como hemos desarrollado a lo largo
del trabajo, es el envés de la Versagung como transmisión
de la falta.
38 GRACIELA SOBRAL

Conclusión

Para comprender los síntomas contemporáneos que se


caracterizan por estar bajo la égida de un no a lo vital y lle-
var a los sujetos a una destructividad muy radical, nos
preguntamos: ¿cómo afectan los ideales (el ideal de delga-
dez propio de la época) a la pulsión? ¿Cuál es la relación
entre la mueca del Otro y el ideal monstruoso de belleza de
la anoréxica? La mueca, en tanto que rechazo del Otro,
obstaculiza la regulación pulsional porque el Otro no pone
en juego la demanda que transmite la falta y el deseo, sino
imperativos. El sujeto se ve empujado al ideal monstruoso,
y queda atrapado en un circuito de goce sin salida aparente.
Una de las características de la época es la caída de los
ideales simbólicos y una cierta debilidad de este registro,
que conlleva su aplastamiento sobre lo imaginario. Los
ideales devienen, entonces, imperativos de goce. En este
sentido, el mundo moderno está gobernado por unos idea-
les más bien imaginarios, que no están al servicio de la
orientación del deseo sino del empuje al goce.
La tarea del análisis consiste en tratar el goce de la
mueca, del rechazo, del empuje hacia el ideal monstruoso,
por la vía del amor, porque sólo éste puede horadar algo
del goce. Frente a la amplia oferta de tratamientos puniti-
vos o reeducativos centrados en la relación con el objeto y
sostienen el goce, nuestra experiencia clínica y el desarro-
llo de este trabajo nos orienta a privilegiar la dimensión de
la Versagung en tanto frustración, en el sentido de que dar
lo que no se tiene puede abrir la vía de la división subjetiva
y de una correlativa pérdida de goce. Señala Lacan: “(…)
nosotros, analistas, sólo operamos en el registro de la Ver-
sagung. Y siempre es así”. El psicoanalista, con los medios
propios del dispositivo, tiene la posibilidad de ponerla en
juego por la vía de la transferencia e introducir algo del or-
den de la falta, en un “preliminar a todo tratamiento posi-
ble” de la anorexia y de los síntomas contemporáneos.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 39

Cómo se tiene un cuerpo *

La anorexia, igual que la obesidad, otro de los síntomas


pandémicos de la época, se “da a ver” en el cuerpo. En ese
sentido, la enfermedad muestra su “actualidad”: en la épo-
ca de la primacía del tener y del dar a ver, la anoréxica ex-
hibe la delgadez de su cuerpo que cultiva con esmero. Esta
cuestión muestra también que en la anorexia no se trata só-
lo de lo oral, sino que el cuerpo en su dimensión de sem-
blante y la mirada tienen cartas importantes en este juego.
Quisiera señalar algo que puede parecer obvio pero que
resulta de especial importancia. El ser humano no es un
cuerpo. No hay una identidad entre el ser y el cuerpo. Esto
lo señala Lacan cuando se refiere a los trastornos de Joyce
con su cuerpo y lo encontramos en el uso común del len-
guaje, el ser humano tiene un cuerpo. No obstante, la rela-
ción con éste no es algo dado naturalmente. De hecho, la
imagen del cuerpo como una totalidad no se puede apre-
hender más que por intermedio de la imagen de otro, o a
través de la imagen que nos devuelve el espejo. ¿Cómo es-
toy? ¿Estoy linda, estoy fea? ¿Estoy delgada, estoy gorda?
Necesitamos la sanción de la mirada del Otro para decidir
sobre nuestro aspecto, sobre nuestra imagen.
Nadie puede ver directamente su cuerpo completo. La
imagen del cuerpo es algo que sólo podemos tener de forma
alienada, a partir de una imagen ajena, fuera de nosotros.
Esto nos pone en primer plano la cuestión del descentra-
miento del sujeto y su dependencia del Otro.
Tanto el sujeto como su cuerpo se constituyen en rela-
ción a un Otro primordial, en un universo simbólico. Es

* Versión corregida de la conferencia dictada en las Jornadas


sobre Trastornos de la Alimentación en la Infancia y la Ado-
lescencia celebradas en Madrid en 2002, organizadas por la
Federación de Movimientos de Renovación Pedagógica
40 GRACIELA SOBRAL

decir que el ser humano, por el hecho de ser parlante, por


estar atravesado y determinado por la palabra, pierde su
naturalidad. Si el instinto es un saber que conduce a la sa-
tisfacción de la necesidad, vemos que la subjetividad no se
organiza a partir del instinto. El hombre es un ser extraño
que puede atentar contra sí mismo y tropezar dos veces o
más con la misma piedra. Lo que determina la subjetividad
es el lenguaje, el deseo y una forma particular de satisfac-
ción que no es la instintual. A la hora de hablar de esta
pérdida de la naturalidad o del hecho de que al ser huma-
no no lo rige el instinto, se utiliza el ejemplo paradigmático
que constituye la anorexia. Que un sujeto, por un conten-
cioso subjetivo, por un problema de tipo emocional pueda
dejar de comer, que pueda incluso poner en riesgo su vida y
sienta con ello una satisfacción, el ejercicio de un poder, nos
muestra que la naturaleza del hombre es muy particular.

Estadio del espejo

Para mostrar cómo se constituye la imagen del cuerpo


en el ser humano, el psicoanalista francés Jacques Lacan
tomó como metáfora un dispositivo que consiste en un jue-
go de espejos, que se utilizaba en los circos y ferias para
producir efectos de ilusión óptica. A lo largo de su ense-
ñanza introdujo distintas perspectivas en la lectura de este
modelo, según fue elaborando su teoría.
Como versión muy reducida del dispositivo pensemos en
un niño frente a un espejo, con su madre. Lo que Lacan
quiere mostrar es cómo se produce, simultáneamente, la
constitución del yo, del cuerpo como imagen (el narcisismo)
y del mundo de los objetos. Esta constitución se realiza en
relación al Otro simbólico, en nuestro caso representado
por la madre que toma en el dispositivo dos lugares fun-
damentales. Por un lado, el Otro es el espejo, y según la
posición de este espejo plano-simbólico y cómo se vea el
niño representado en él, tendrá una posición en la palabra
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 41

y en la constitución del mundo imaginario, fundamental-


mente, su cuerpo.
Por otro lado, el Otro es la mirada que sanciona el reco-
nocimiento en la imagen virtual. En este aspecto se ponen
en juego las significaciones del Otro, es decir, si el niño sa-
tisface el anhelo materno, si el niño resulta ser lo que la
madre esperaba, o no tanto… Se trata de cómo el Otro lo
ve, esto está presente en la constitución de la imagen.
El estadio del espejo es un observable, se puede ver el
fenómeno en los niños entre 6 y 18 meses: el júbilo que
despierta en ellos el encuentro con su imagen en el espejo
cuando pueden reconocerla como propia. La clave de este
júbilo se debe, en parte, a la prematuración biológica del
lactante, es decir, a que su sistema nervioso no está del
todo desarrollado. El niño es capaz de reconocer imágenes
antes de poder coordinar el movimiento de sus miembros.
Se trata entonces de una tensión entre la imagen que se le
presenta completa en el espacio virtual, del otro lado del
espejo, y su insuficiencia motriz, su experiencia subjetiva
de incoordinación. El niño puede verse como completo
cuando todavía no coordina su cuerpo, el espejo le permite
un control y una coordinación anticipados.
En un principio Lacan concibe el estadio del espejo co-
mo un juego dialéctico entre el yo que debe estructurarse y
la imagen del semejante. Pero en ese juego se pone de ma-
nifiesto algo inquietante: yo es otro. El lactante, cautivado
por la imagen completa del otro, se aliena, se identifica a
ella. Entonces el otro ya no es el otro, es él mismo.
En este punto debemos señalar dos aspectos contradic-
torios: la imagen virtual, completa, que aparece del otro la-
do del espejo, le permite identificarse y tener una unidad.
Si esa experiencia subjetiva de unidad está sostenida en la
imagen virtual, en el otro, habrá un aspecto de idealiza-
ción: será una imagen ideal; pero también habrá otro as-
pecto de tinte más paranoide, donde se pone de manifiesto
el hecho de que si el otro le da su unidad, también podría
42 GRACIELA SOBRAL

quitársela. Hay un momento donde se va a poner en juego


una tensión imaginaria del tipo “o el otro o yo”. De aquí se
desprende la agresividad y la amenaza de fragmentación,
consustanciales a la lógica especular. Esto lo podemos ver
cuando un niño pega a otro, por ejemplo en el lado izquier-
do de la cara, y luego se toca la suya del lado derecho (en
espejo), llorando, como si le doliera a él.
Lo que permitirá salir del callejón sin salida de la fasci-
nación en relación a la imagen del otro es la constitución
del deseo. Si el sujeto no está orientado por su propio de-
seo, surgido de la falta, de la separación del Otro, estará
especialmente expuesto a las vicisitudes de la cuestión es-
pecular, de la tensión con el otro. Este es otro aspecto im-
portante en relación a la anorexia-bulimia y la época.
Por otra parte, podemos caracterizar esta época como la
del desarrollo del discurso científico-tecnológico que da lu-
gar a la proliferación de las sociedades de consumo. Una
de sus particularidades es el empuje a la relación autística
con el objeto de satisfacción y lo que podríamos caracteri-
zar como un alejamiento de la dimensión de lo simbólico y
del deseo. La epidemia de anorexia-bulimia nos muestra
sujetos encandilados con sus objetos: su cuerpo delgado,
salir con el chico más guapo, la rivalidad con el otro por el
prestigio de la imagen (“tengo que adelgazar como mi ami-
ga”, etc.), poniéndose metas difíciles de alcanzar en rela-
ción a los objetos y las imágenes ideales que, sin embargo,
resultan generalmente decepcionantes porque están muy
alejadas de su propio deseo, es decir, de aquello que los
concierne de una forma más verdadera.
La teoría psicoanalítica se ocupa de estudiar el estadio
del espejo por las fantasías de fragmentación corporal que
traen los sujetos al análisis o por las experiencias de la
psicosis. En la psicosis la unidad corporal no está conse-
guida o lo está sólo de una forma precaria, protésica. En
determinadas circunstancias que pueden dar lugar al des-
encadenamiento psicótico, el sujeto se encuentra amena-
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 43

zado por lo que Lacan ha llamado regresión tópica al esta-


dio del espejo, vivencia de fragmentación corporal donde se
pone de manifiesto el fracaso de la función unificadora de
la imagen especular. ¿Qué hay de esto en el desencadena-
miento de la anorexia? En el desencadenamiento del sín-
toma anoréxico o bulímico frente al encuentro con el par-
tenaire sexual, que pone en juego la pregunta sobre la fe-
minidad (lo que atañe a la falta) y el ser mujer (cómo si-
tuarse en relación al goce sexual), se produce un empuje o
una vuelta al estadio del espejo, a la constitución de la
imagen con relación al yo.

Para concluir

Para concluir quisiera retomar dos cuestiones que he


comentado. Decía que el estadio del espejo podemos redu-
cirlo a la experiencia del niño pequeño frente al espejo jun-
to a la madre: se trata del momento en que el niño recono-
ce su imagen o, dicho más correctamente, es el momento
en que se reconoce en una imagen. Este reconocimiento de
la propia imagen se produce con el asentimiento del Otro,
de la madre, que dice: “Sí, tú eres ése”. El lugar que el niño
ocupe en el deseo de la madre y el hecho de colmar más o
menos el anhelo materno determinará cómo se constituye
la imagen, es decir, la relación del niño con el propio cuer-
po. El niño se identifica al objeto de deseo de la madre, ésa
es su posibilidad de encontrar un lugar. Por lo tanto, en
esa relación primera y constitutiva con la imagen está ju-
gando el deseo inconsciente del Otro materno, su acepta-
ción, su rechazo y todas las vicisitudes entre una y otro.
No es lo único que cuenta, pero constituye una marca im-
portante que situamos a nivel del narcisismo del sujeto.
¿Se puede pensar que en la constitución narcisística del
sujeto anoréxico hay una marca del rechazo del Otro?
Creo que sí, que podemos situar en esos términos el
fundamento de la relación de la anoréxica con su cuerpo y
44 GRACIELA SOBRAL

con una posición particular en relación con el Otro. Existe


la marca de un rechazo a nivel de la constitución del narci-
sismo. Más allá de que tenga un valor “negativo”, es una
certeza subjetiva.
En un momento determinado, actualmente se trata por
lo general de las dificultades en la adolescencia a la hora
del encuentro o desencuentro con el partenaire sexual,
cuando la joven no sabe cómo situarse como mujer frente
al hombre, cómo poner en juego su cuerpo; se actualiza
entonces algo de esta marca primigenia que funciona como
un (mal) lugar de anclaje, y sirve como coartada para dar
la espalda al problema que le suscitan la cuestión sexual y
las dificultades en torno a ser mujer.
El desencuentro, la dificultad para poner en juego el
cuerpo, es experimentada en términos de rechazo, con la
traducción subjetiva del rechazo que ofrece la época: “no
me quiere porque estoy gorda”, “no le gusto porque estoy
gorda”, “tengo que adelgazar para…”, sin que la joven pue-
da preguntarse nada de lo que le pasa.
En muchos casos la idea de adelgazar para gustar, ter-
mina alejándola de los chicos y la encierra en ese lugar lo-
co de satisfacción y poder que ha encontrado: el control
sobre la comida y el peso. Frente al descontrol sobre las
cosas importantes de su vida, se refugia en el control de la
comida, queriendo desconocer que el verdadero problema
concierne al deseo y a la relación con la sexualidad.
Para concluir, podemos preguntarnos: ¿por qué el Otro
contemporáneo “mira mal”? ¿Qué hay en la época que em-
puja a éstos y a otros síntomas que, si bien no son el tema
de la mesa, tienen cada vez más prevalencia? ¿Se puede
hacer algo desde el campo educativo en contra de esa ten-
dencia? Creo que este sería un tema de reflexión muy im-
portante.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 45

Cuerpo y objeto a *

En su conferencia de cierre del encuentro de la AMP en


Roma, en el verano de 2006, J.-A. Miller dice que “el regis-
tro de los objetos de la cultura está hecho de los equivalen-
tes de los objetos naturales (seno, heces, voz, mirada). Al
lado de los objetos naturales del cuerpo fragmentado, cada
uno da lugar a una fabricación de objetos cesibles que se
hace a partir de los objetos naturales”. El listado de los ob-
jetos a no incluye al cuerpo, al contrario, se trata de obje-
tos fragmentarios que se desprenden del cuerpo. ¿Podemos
pensar el cuerpo total como un objeto cesible? ¿Es posible
hacer del cuerpo entero un equivalente del objeto a?
Quisiera comenzar planteando mi hipótesis en relación
al tema, que trataré de justificar. En la época actual el
cuerpo toma un lugar privilegiado, agalmático, pero se
produce una deriva por la cual, el cuerpo entero (no el
cuerpo fragmentado), en determinadas circunstancias, de-
viene objeto a. Planteo esta hipótesis a partir de cierta for-
ma del arte actual (body-art) y de mi práctica clínica, fun-
damentalmente, la clínica con adolescentes y con sujetos
anoréxicos y bulímicos.

Body-art, tatuajes, piercing, anorexia

Freud dice que el arte es una vía privilegiada para intro-


ducirse en lo que podríamos llamar el inconsciente de una
época. En ese sentido, ¿cómo debemos interpretar el body-
art? A partir de los años 60 se ha realizado un tipo de arte,
llamado arte corporal o body-art, enmarcado en el arte

* Intervención realizada en 2008 en la sede de Madrid de la


ELP. Ha sido publicada en El Psicoanálisis Nº 14, Revista de
la ELP, en España y en Psicoanálisis y el Hospital Nº 33, en
Buenos Aires, Argentina.
46 GRACIELA SOBRAL

conceptual, que ha tenido mucha relevancia en Europa y


EE.UU. Se trabaja con el cuerpo humano, pero tiene una
característica muy curiosa: el protagonista, generalmente,
es el cuerpo del propio artista. El cuerpo del artista es el
material plástico. Éste se pinta, se ensucia, se cubre, se re-
tuerce, se tortura. El cuerpo es el lienzo donde se hace el
trabajo. Suele realizarse a modo de acción o performance,
con una documentación fotográfica o videográfica posterior.
En algunos casos se trata de cuerpos desnudos, inertes,
que parecen muertos, como es el caso de la obra de Ron
Mueck.
El artista chino Zhang Huan toma su cuerpo como obje-
to y lo trasviste, haciendo con distintos elementos (granos
de maíz, lonchas de jamón, etc.) una segunda o tercera piel.
Nicole Tran Ba Vang es autora de una obra titulada “Co-
llection printemps-été 2001” que constituye una especie de
límite entre la existencia del velo y su rasgadura. Se trata
de un cuadro que muestra una bella mujer vestida con
una blusa, pero al verlo más de cerca se ve que no es una
blusa sino el torso desnudo, enteramente tatuado.
Las páginas de Internet donde se pueden hacer consul-
tas sobre body-art procuran momentos desagradables, ya
que algunas fotos de los artistas colgados o atravesados
por elementos metálicos y los instrumentos que utilizan
para realizar estas prácticas son absolutamente equivalen-
tes a las situaciones de tortura y los elementos que en ella
se emplean. La mayoría de estas imágenes presenta cuer-
pos pintados, cortados, castigados, travestidos o maltrata-
dos. Cuerpos que, en principio, ya no constituyen un velo
frente al horror (i (a)), sino que muestran un agujero en ese
velo por donde emerge el horror.
Estos artistas −y en este punto se funden el body-art, el
piercing y el tatuaje− intervienen directamente sobre la piel
y lo real del cuerpo, cortando, incrustando, mutilando,
haciendo incisiones, por ejemplo, para colgarse desde las
rodillas.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 47

Podemos citar algunos casos muy conocidos, que resul-


tan escalofriantes. Rudolf Schwartzkogler realiza una per-
formance automutilándose; Hermann Nitsch participa de
escenas orgiásticas con animales muertos; Gina Pane corta
su cuerpo, se somete a todo tipo de tormentos físicos, se
llena con comida descompuesta y posteriormente la vomi-
ta; Orlan organiza performances en las que se muestra las
operaciones quirúrgicas a las que se somete para incrustar
objetos en su cuerpo y su rostro.
En el caso de este tipo de arte, más allá de la intención
y de la subjetividad del artista que habría que interrogar
caso por caso, podemos preguntarnos si la idea es hacer-
nos partenaires de una escena perversa, masoquista, que
quiere mostrar la fragilidad de las apariencias e introdu-
cirnos en otra dimensión, más real, de la Cosa, tal como
plantea Lacan en el Seminario X, donde aborda la perver-
sión para mostrar la relación del sujeto con el objeto a. El
sujeto perverso pone en su escena perversa el objeto más
allá del velo y de lo especular y muestra la naturaleza del
objeto a, produciendo de este modo la angustia y la divi-
sión en el Otro.
Otra cuestión que me hace sostener esta hipótesis es
una “moda” entre los jóvenes: se trata del cuerpo cortado,
agujereado (piercing) o tatuado. Existe otra versión con-
temporánea del cuerpo cortado de la que no me voy a ocu-
par, que es la del cuerpo entregado al bisturí estético en el
quirófano.
Normalmente hablamos de “hacerse un cuerpo” a partir
de la experiencia de la psicosis. En ella, a falta de la cas-
tración, de la pérdida de goce que permite inscribir la falta,
el sujeto no puede identificarse a la manera neurótica, se-
gún el modelo que muestra el estadio del espejo. Como no
pudo hacerse un cuerpo a partir de las marcas significan-
tes, y padece un exceso de goce que experimenta como algo
insoportable en el cuerpo, se hace un cuerpo con los cortes
en la piel y la carne. En lugar de pérdida simbólica, hay un
48 GRACIELA SOBRAL

corte en lo real que la suple. El corte, la quemadura, la


sangre que fluye alivia al sujeto psicótico y hace las veces
de la castración de forma efímera.
Esta “tendencia al corte” entre los jóvenes no podemos
tomarla como un índice de psicosis. Sin embargo, el corte
que puede tener distintas significaciones subjetivas (hacer-
se querer, suplir una falta subjetiva, mostrar la pertenen-
cia a un grupo, etc.) muestra un déficit simbólico que em-
puja a los jóvenes a hacerse marcas reales que producen el
tipo de cuerpo cortado o perforado que encontramos hoy
en día con cierta frecuencia. ¿Se trata de introducir el agu-
jero en el cuerpo como una suerte de castración en lo real,
no psicótica, que supliría la castración que falta en lo sim-
bólico por la marca en lo real del cuerpo?
En cuanto al cuerpo anoréxico, bajo un supuesto ideal
de belleza, las jóvenes entregan su cuerpo al horror cual
doncellas que se ofrecen para ser sacrificadas a los dioses
oscuros. Para ellas el cuerpo nunca está suficientemente
delgado y se entregan a una identificación mortífera que
exhiben con descaro. En estos días han dado la vuelta al
mundo las fotos de una modelo anoréxica, en una valla
publicitaria del italiano Oliverio Toscani … ¿se trata de una
variante del body-art?

La época

Ya en 1970 J. Lacan hablaba del “ascenso al cenit social


del objeto a”. ¿Cómo debemos entender esto? ¿Se trata de
una época no comandada por lo simbólico sino por el goce?
Si la sociedad líquida que describe Zygmunt Baumann
muestra la fragilidad de los lazos actuales, ¿la relación con
el cuerpo pone de manifiesto algún aspecto de la posición
del objeto a en el cenit social?
Hoy el cuerpo se ha transformado en uno de los objetos
privilegiados. ¿Ha devenido algo distinto de lo que era en
otra época?
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 49

El movimiento de las sociedades de consumo capitalista


avanza en una progresión geométrica. La relación con el
objeto tecnológico que resulta el único partenaire del que
no vamos a separarnos, salvo para cambiarlo por otro más
moderno, transforma nuestra vida sin que seamos cons-
cientes de ello. Correlativamente a la decadencia del Nom-
bre del Padre, el objeto toma subrepticiamente el lugar de
nuestro acompañante imprescindible. Pero ya no se trata
del objeto de don o de intercambio, vinculado al deseo y a
la falta, sino que, por sus características, deviene objeto de
goce, de satisfacción inmediata. En las sociedades actua-
les, el objeto de consumo se constituye en el verdadero
partenaire y la relación con él transforma al sujeto en un
sujeto más bien autista. Actualmente, el cuerpo joven y be-
llo es uno de los objetos más valorados. No obstante, para-
dójicamente, esta pregnancia de la imagen del cuerpo, en
la época de decadencia de lo simbólico, lleva a tratar al
cuerpo como un objeto de goce más. Así, las personas en-
cuentran satisfacción en circuitos integrados por el propio
cuerpo y los objetos.

La historia

Gérard Wajcman, en un artículo titulado “La casa, lo ín-


timo y lo secreto”, desarrolla una idea muy interesante. A
partir de una pregunta inicial, hace un recorrido en el que
muestra cómo, entre los siglos XVI y XVIII, se dan una se-
rie de cambios en la sociedad que tienen como consecuen-
cia la constitución del individuo y la subjetividad indivi-
dual. Se trata del viraje de las sociedades premodernas,
abiertas, en la calle, a un mundo en el que va a tener un
lugar privilegiado lo privado, lo que se oculta.
En este punto surgen dos cuestiones: un mundo que se
constituye sustrayéndose de la mirada del Otro y una nue-
va relación pudorosa con el cuerpo, también en el sentido
de lo que se oculta y se preserva.
50 GRACIELA SOBRAL

Dentro del proyecto individualista que se inaugura en-


tonces y se afianza sin cesar, las dos cuestiones que acabo
de nombrar (lo que se oculta y la relación “velada” con el
cuerpo) han cambiado fundamentalmente en nuestra épo-
ca. En ese sentido, echamos en falta un historiador de las
mentalidades que nos pueda explicar cómo se da esta nue-
va transformación de la relación entre la intimidad y el
cuerpo.
La mirada del Otro se yergue como un gran ojo que todo
lo ve y todo lo controla y, en paralelo, el cuerpo ha deveni-
do el protagonista principal de una sociedad del espectácu-
lo, que se da a ver.
En el siglo XIX la belleza se mostraba en el vestido, las
joyas, la calidad de los tejidos. A comienzos del siglo XX, en
el período de entreguerras, comienza a darse un cambio
muy importante. En esta época convulsa e inquieta entre
una y otra de las grandes guerras, comienza a propiciarse
la belleza del cuerpo. En el volumen noveno de Historia de
la vida privada, de la colección dirigida por Philippe Ariès y
Geoges Duby, podemos seguir el recorrido que lleva a este
encumbramiento del cuerpo.
En la sociedad de la época se impone, cada vez más, un
empuje al cuidado y el culto al cuerpo. Comienza a haber
una preocupación por la higiene diaria, la gimnasia, se va-
lora la piel bronceada y los productos cosméticos tienen
cada vez mayor lugar en el mercado. La belleza comienza a
considerarse no sólo en función de los vestidos sino en
función del cuerpo mismo (armonía, delgadez, agilidad). No
basta con tener buenas ropas, hay que tener un buen
cuerpo. Comienza el empuje a “hacerse un cuerpo” a la
moda, al gusto del Otro.
En este movimiento subrayamos la función del cuerpo
como velo, como imagen, como una buena forma para cir-
cular por el mundo, entre otros cuerpos semejantes.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 51

Robar la mirada

Hoy en día, sin embargo, asistimos a un fenómeno dife-


rente. El cuerpo ocupa el centro de la escena pero, como
decía antes, en la escena vemos, en muchas ocasiones, un
cuerpo que atraviesa el velo de la belleza y muestra el
horror. El “hacerse un cuerpo” se transforma en un hacer-
se un cuerpo a partir de lo real del corte, del agujero. ¿Para
qué?
El sujeto de nuestra época se “hace un cuerpo” para
darlo a ver, muestra su cuerpo cortado, agujereado, con-
vertido en un esqueleto animado para robar la mirada del
Otro. Lacan, en el Seminario XI, cuenta una historia de su
infancia que resulta paradigmática. En ella muestra cómo
una mancha, es decir, algo que no tiene ojos, puede pro-
ducir un efecto de mirada y transformar al sujeto en su ob-
jeto. Él iba en una barca, con unos niños pescadores. És-
tos se rieron de él, un niño de ciudad, al señalarle que un
punto luminoso en el mar (una lata de sardinas) lo miraba.
Coinciden la burla de los niños, que lo avergüenzan, lo di-
viden subjetivamente, y el brillo de la lata que “lo mira”,
atrapando su visión y reduciéndolo a él mismo a un objeto
de esa mirada: es mirado por la lata.
Siguiendo este ejemplo podemos pensar que el cuerpo,
hoy, se transforma en una lata de sardinas. El cuerpo de-
viene una lata de sardinas que mira, conmociona, aguijo-
nea, hace tambalear al partenaire y lo divide.
En paralelo podemos situar la cuestión del Otro omni-
voyeur. En el Seminario XI, Lacan plantea la preexistencia
de la mirada, dice que en su existencia el sujeto es mirado
desde todas partes. Con el avance de las tecnociencias, es-
te aspecto se multiplica al infinito. Por ejemplo, en algunas
ciudades ya hay cámaras en las calles para “proteger” a los
ciudadanos.
52 GRACIELA SOBRAL

Para concluir

José L. Pardo, en un artículo publicado en el diario El


País en el mes de marzo de 2007 titulado “Cuerpos desnu-
dos”, plantea una cuestión muy interesante. Él se pregunta
por qué “el cuerpo está en alza” y plantea dos hipótesis no
incompatibles. La primera sostiene que el arte y el corte
expresan la vulnerabilidad de la carne frente a la indefen-
sión derivada del desmantelamiento progresivo de las insti-
tuciones de protección social características del Estado de
bienestar. La segunda dice que este fenómeno muestra un
nuevo avance del control político sobre la vida de los indi-
viduos por parte del Estado y habla de una fase ulterior del
higienismo y de un biologicismo totalitario.
A principios del siglo XX, tener vida y salud era una
suerte, luego se transformó en un derecho, actualmente es
una obligación. Hemos pasado del Estado del bienestar al
Estado de la seguridad (¿de quién?). Frente a la indefen-
sión civil y legal de los ciudadanos en este momento del
desarrollo capitalista, los Estados occidentales (en otros
continentes esto tiene otros matices, más graves), en lugar
de dar protección legal o jurídica, intentan controlar la “sa-
lud” de los sujetos: campañas contra el alcohol, el tabaco,
la velocidad, la anorexia, la obesidad, etc. Ese control del
goce, llamado cuidado de la salud, tiene dos aspectos. Es
una forma de suplir su falta como Estado del bienestar y, a
la vez, es una intrusión en la vida y en el cuerpo de los su-
jetos, queriéndolos obligar a estar sanos a toda costa. Con
la paradoja de que el Estado quiere proteger a los ciudada-
nos de lo que el mismo sistema produce como objeto de
consumo incesante. Con la coartada de la seguridad, se
trata de un intento de control del goce de los cuerpos.
Frente a esta política, tenemos los otros cuerpos que
dan testimonio del horror.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 53

Anorexia, bulimia, angustia y duelo *


La anorexia-bulimia tiene como telón de fondo, normal-
mente, un problema vinculado al encuentro o desencuen-
tro con la sexualidad, pero el desencadenamiento no siem-
pre está relacionado directamente con esta cuestión. Ob-
servamos que, en numerosos casos, éste se produce frente
a la dificultad para elaborar el duelo por la pérdida de un
objeto. Es decir, ante la pérdida de un ser querido, el suje-
to hace un síntoma anoréxico en lugar del duelo.
Esta cuestión nos ha llevado a preguntarnos por la rela-
ción entre anorexia y duelo, pregunta a la que intentare-
mos responder pasando por la angustia.

Anorexia y angustia: ¿por qué las anoréxicas no se


angustian?

Es frecuente que el sujeto histérico padezca angustia,


pero no es así en el sujeto anoréxico, aunque sea histérico.
El Seminario X de J. Lacan, La angustia, nos da una clave
para intentar esclarecer la relación de la anorexia con la
angustia y también con el duelo.
J. Lacan señala la aparición de la angustia frente a dos
situaciones aparentemente opuestas, que vamos a referir
exclusivamente al terreno de las neurosis:
1 - hay angustia cuando falta la falta;
2 - hay angustia ante la inminencia del deseo del Otro.

* Este artículo reúne dos ponencias. La primera, sobre ano-


rexia, presentada en el 4to. Encuentro Jonás en Trieste, Italia,
2006 y publicado en el Aperiódico Nº 15 en Buenos Aires, Ar-
gentina; la segunda, sobre bulimia, presentada en las 5tas
Jornadas de la ELP en Málaga, España, 2006 y publicada en
El Psicoanálisis Nº 11, Revista de la ELP, España, 2007.
54 Graciela Sobral

1 - Cuando falta la falta.


Es el caso paradigmático en la anorexia: la “madre de la
papilla asfixiante” que no transmite la falta y pone en juego
un deseo devorador, donde el sujeto es tomado como objeto
y fijado a una posición de goce que adolece de la falta. Ésta
permitiría al sujeto orientarse en relación al deseo. Frente
a este Otro, la anorexia es una maniobra para introducir
un vacío que da lugar a un falso deseo.
2 - Ante la inminencia del deseo del Otro.
En el encuentro con el deseo del Otro, cuando el deseo
se aproxima al goce, el sujeto es reclamado como objeto, en
tanto causa el deseo. Si el sujeto puede desprenderse de
un objeto, si puede perder algo de su propio cuerpo y po-
nerlo en juego como objeto causa, podrá utilizarlo como
mediación entre él y el Otro, separándose. De lo contrario,
se identificará él mismo al objeto, ya no causa, sino objeto
resto, desecho, y ofrecerá al Otro su propia desaparición.
Estas dos situaciones, aparentemente opuestas, tienen
sin embargo algo muy importante en común: en ambas no
hay lugar para el sujeto o el sujeto está en riesgo. Frente a
estas dos coyunturas puede surgir la angustia. Pero la
anoréxica tiene la posibilidad de evitarla a partir del recur-
so que le brinda un objeto muy particular: el objeto nada.
En el caso del estrago materno, la maniobra con el obje-
to nada permite horadar y poner a distancia al Otro devo-
rador, es decir, crear artificialmente la falta que falta para
conseguir un espacio que dé lugar a la aparición del deseo,
a partir de la falsa premisa que iguala falta y vacío.
En relación al deseo del Otro, puede cederlo como un
objeto que hace las veces de objeto separador, si bien no
funciona como causa de deseo.
La angustia se produce frente a la emergencia de un
real que desestabiliza el fantasma. Cuando el fantasma se
tambalea, el sujeto pierde el suelo que lo sostiene y la rea-
lidad misma queda en cuestión. En la anorexia, frente a
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 55

esta situación, el sujeto manipula el objeto y realiza una


sustitución sintomática que le permite reconstruir la reali-
dad desde la perspectiva anoréxica. Así como podemos de-
cir que el rechazo de la anoréxica abre la vía a un pseudo-
deseo, diremos que la anorexia misma funciona como un
fantasma porque restablece la posición del sujeto con su
objeto. Pero este “pseudofantasma” es frágil porque no se
trata ni del objeto causa, ni del objeto velado del fantasma.
El sujeto pone en juego el objeto simbólico nada con el que
intenta producir un vacío real, al servicio de restablecer el
equilibrio en riesgo.

Relación anorexia-duelo

La pérdida de un ser querido también debemos pensarla


en relación al fantasma, al lugar que ocupaba el objeto
perdido en el fantasma del sujeto. El duelo es el trabajo de
elaboración de dicha pérdida. En el mismo seminario X de-
dicado a La angustia, Lacan nos ofrece una indicación que
resulta muy útil en este punto, porque especifica que sólo
hay duelo por la pérdida de un objeto que nos concierne en
cuanto a nuestra propia falta. Dice literalmente: “sólo es-
tamos en duelo de alguien de quien podemos decirnos yo
era su falta”.
Frente a la pérdida, igual que en la angustia, hay algo
del sostén fantasmático que tambalea. No se trata tanto de
lo que el objeto era para nosotros, como de lo que nosotros
éramos para él en el sentido de la castración: qué clase de
objeto (a, falo) éramos para el otro, qué lugar nos daba y
hemos perdido. No nos falta tanto el otro como nosotros
mismos. ¿Qué seremos, ahora, sin el otro? Esa es la clave
del duelo. Frente a la pérdida, la anoréxica realiza la mis-
ma operación que hemos descrito en relación con la angus-
tia: no toma nota de la pérdida y, por lo tanto, no hace el
duelo porque sustituye el objeto, tanto el objeto perdido
como su lugar en relación a la falta del Otro, por la vía de
56 Graciela Sobral

la manipulación del objeto. Restituye el objeto y no se con-


fronta con la falta, con el hecho de que ella ya no le falta al
Otro, sino con el vacío, que no es para nada lo mismo.

Ejemplo clínico

Para ilustrar este desarrollo voy a comentar las coorde-


nadas de un caso que he recibido recientemente y del que
ignoro aún algunos elementos analíticos fundamentales.
No obstante, lo traigo como ejemplo porque reúne varios de
los aspectos que he querido articular: angustia, duelo y
fantasma en relación con la anorexia-bulimia.
Los padres se dirigen a mí con una gran urgencia subje-
tiva. Marta es una joven de 18 años que tomó un frasco de
pastillas, en un intento de suicidio. La ingresaron en el
hospital para hacerle un lavado de estómago. El intento
autolítico tuvo lugar después de un atracón, desesperada
por no poder evitar los atracones (la impronta oral, sin em-
bargo, se mantiene en el intento de suicidio mismo).
Hace dos años comenzó a padecer una anorexia que fue
virando a bulimia, pero dice no tener problemas, salvo la
bulimia misma. Sólo sabe que hace dos años su abuelo
materno, personaje muy querido para ella, enfermó y, a los
pocos meses, murió. Vivió con sus padres, al lado de la ca-
sa de sus abuelos, hasta que tuvo once años; luego fueron
a vivir a otra ciudad.
De su madre no recuerda nada hasta los diez u once
años, porque trabajaba mucho y no estaba nunca. La rela-
ción con la madre es un punto esencial que debe ser in-
terrogado en el trabajo analítico. Así, por ejemplo, le hice
observar en su momento que esta falta de recuerdos no
podía obedecer al poco tiempo que la madre estaba en casa
con ella en razón de su trabajo, sino que respondía al tra-
bajo de la represión, ligado seguramente a lo difícil de su
relación. Recuerda, en cambio, a su padre, con el que salía
los fines de semana, y a su abuelo, que la llevaba al colegio
y le daba la merienda. Interrogada por su dolor y por el de
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 57

su madre frente a la muerte del abuelo, dice que ella no


quiso darse cuenta, ni cuando enfermó ni cuando murió; y
que su madre se hizo la fuerte para no causar más dolor ni
a su propia madre, ni a su marido, ni a su hija. Se trata de
una ausencia de duelo, duplicada en este caso por la ma-
dre que tampoco lo hace y no muestra la falta, que es con-
dición para poder hacer el duelo.

Algunas conclusiones

La estructura subjetiva, es decir, la coordinación del falo


y el objeto a, la construcción del fantasma y la organiza-
ción del deseo ponen freno a la pulsión de muerte, civili-
zándola. No obstante, la pulsión se manifiesta en la con-
ducta del sujeto a través del acto. En nuestro caso, que
tomamos como ejemplo de un desencadenamiento anoréxi-
co a partir de una pérdida y nos permite mostrar la rela-
ción entre anorexia y duelo, vemos que Marta es consciente
de la falta que podría dolerle, pero no experimenta ese do-
lor. Como afirma sabiamente Freud en su “Fenomenología
de las dificultades del proceso de duelo” en Duelo y melan-
colía, ella sabe que ha perdido un objeto pero no sabe lo
que ha perdido subjetivamente con él. Si bien no se trata
aquí de una melancolía como en el ejemplo freudiano.
Marta hace un síntoma anoréxico que la sostiene hasta
que éste se torna bulimia. Podemos observar que cumple la
función de mantener oculto para ella lo que ha perdido con
él. Todavía no sabemos en qué circunstancias se da el paso
a la bulimia, aunque sabemos que ésta la desespera, es
decir, la angustia. Marta intenta controlar todo en su vida
y no soporta el descontrol del atracón. En lugar de la pur-
gación, habitual en los casos de bulimia, toma un frasco de
pastillas. No se trata de vaciarse, como una pérdida de go-
ce, sino de un paso al acto para desaparecer de la escena
que la angustia. ¿Qué podemos decir de este paso al acto?
De entrada, podemos señalar que pone de manifiesto al-
go que la anorexia mantenía oculto. Si la anorexia funciona
58 Graciela Sobral

como un fantasma, la bulimia constituye un movimiento


que rompe el equilibrio fantasmático porque introduce un
empuje pulsional que lo desborda. Si Marta hubiera conti-
nuado con el síntoma anoréxico, seguramente este paso al
acto no se habría producido. Frente a la desaparición de su
abuelo debía surgir la pregunta por su falta [¿cómo vivir
sin él?], y por su propio lugar sin el sostén del abuelo
[¿dónde vivir sin la falta del Otro para alojarse?) ¿Qué o
quién es ella ahora, cuando ya no le falta al Otro?
Como hemos dicho, en lugar de las preguntas propias
para iniciar el trabajo del duelo surge el síntoma anoréxico.
Cuando éste vira a bulimia y el atracón la angustia, no so-
porta la angustia y hace un paso al acto. De la relación de
amor con el abuelo que la sostenía en un lugar de privile-
gio [i (a)], pasa a ser un objeto caído (a) en tanto que ha
perdido el lugar que ocupaba en el Otro. Esto devela un
aspecto universal de la relación del sujeto con el objeto a,
normalmente velado por [i (a)]: el sujeto identifica su ser al
objeto caduco, resto de la operación significante que Lacan
nombra con términos tomados del caso de la joven homo-
sexual de Freud, niederkommen lassen, el sujeto identifi-
cado al objeto que se deja caer.
En el caso de Marta, la dificultad para hacer el duelo la
hizo pasar del sostén provisional de la anorexia (pseudo-
fantasma) a devenir un objeto resto, caído del Otro. Como
es frecuente en estos casos, el curso de las entrevistas ha
llevado la cuestión a su dificultad con el amor en la rela-
ción con los chicos, según la lógica histérica y con las mar-
cas provenientes del estrago.

Bulimia y angustia

Después de la escritura de las páginas anteriores, un


caso me hizo pensar que la misma lógica que había utiliza-
do para reflexionar sobre la relación duelo, angustia y ano-
rexia, podía ponerse en juego para explicar la relación en-
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 59

tre duelo, angustia y bulimia. Debemos tener en cuenta


que si bien la bulimia puede ser un recurso para evitar la
angustia, también es cierto que, en muchos casos, en el
momento del atracón el sujeto se angustia a causa de la
confrontación con la emergencia pulsional. Desde la pers-
pectiva de la bulimia como estrategia contra la angustia,
nuevamente debemos considerar la ruptura del sostén fan-
tasmático. En este caso el sujeto utiliza dos objetos: la co-
mida, bajo la forma de atracón, y el vómito, con el que rea-
liza el juego de vaciado y llenado de un vacío, frente a la di-
ficultad para operar con la falta y el deseo. En el atracón,
el objeto simbólico de don se transforma en objeto real de-
gradado, y el sujeto desaparece alienándose a un Otro de-
vastador. El vómito es la producción, la invención por par-
te del sujeto, de un objeto también real y degradado que le
permite separarse. Frente a la vacilación del fantasma, el
sujeto se sostiene con estos objetos, creando también un
pseudofantasma, bulímico en este caso.

Relación bulimia-duelo

Como hemos dicho antes, la pérdida de un ser querido


puede conmover el fantasma, y la maniobra con el objeto
de consumo y con el vómito pueden también utilizarse en
estos casos para soportar la pérdida del objeto. Frente a la
pérdida, el sujeto bulímico puede “evitarse” el trabajo del
duelo sustituyendo el objeto, tanto el objeto perdido como
su lugar en relación a la falta del Otro. Por la vía de la ma-
nipulación del nuevo objeto restituye el objeto y no se con-
fronta con la falta, con el hecho de que ya no le falta al
Otro, sino con el objeto que manipula en la operación de
vaciado y llenado.

Ejemplo clínico
Para ilustrar este desarrollo voy a comentar las coorde-
nadas de un caso recibido recientemente, que resulta
60 Graciela Sobral

ejemplar porque reúne las cuestiones que he querido arti-


cular: angustia y duelo en relación con la anorexia-bulimia.
Los padres consultan porque Paula vive encerrada en su
casa, comiendo y vomitando. Ha dejado de estudiar y no
quiere ver a sus amigos. Se trata de una joven que a los 16
años, en la época del encuentro con el primer partenaire
sexual, angustiada porque no sabe cómo estar con un chi-
co, desarrolla un síntoma anoréxico. La delgadez consegui-
da le brinda una falsa seguridad en sí misma con la que
“va tirando”. A los 19 años, una tía suya muy joven y que-
rida que la cuidaba cuando era pequeña, muere en un ac-
cidente. A partir de la muerte de su tía, la anorexia de Pau-
la se torna bulimia. Dice: “no siento dolor, cuando el dolor
se aproxima, me doy un atracón, luego vomito, y ya me
quedo purificada y anestesiada”. El mundo que Paula
había sostenido precariamente con el síntoma anoréxico,
se ha derrumbado a partir de la falta de su tía-madre-
amiga, si bien no es consciente de la importancia que tiene
esta pérdida para ella. Su tía siempre la comprendía y le
daba palabras de aliento, y Paula era una de sus alegrías.
Paula evitó la angustia que le suscitaba el encuentro
con el partenaire sexual, con el sostén provisional de la
anorexia. Frente a la angustia o el dolor que debía afrontar
por la pérdida del ser querido, y fracasada la anorexia co-
mo defensa, aparece la bulimia. Ésta cumple la función de
mantener oculto para ella lo que ha perdido.
En lugar de las preguntas propias para iniciar el trabajo
del duelo, surge el síntoma bulímico. Paula desaparece sub-
jetivamente con el atracón y se reencuentra en ese objeto
que produce, el vómito: “como para no pensar, cuando vo-
mito encuentro cierta paz, es como si me reencontrara a mí
misma, golpeada pero a salvo, después de una tormenta”.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 61

Anorexia - bulimia:
nuevas cuestiones preliminares *

La “cuestión preliminar” me ha suscitado ciertos interro-


gantes a lo largo del tiempo que llevo trabajando con suje-
tos anoréxicos y bulímicos, y tal vez sea ésta la oportuni-
dad para comenzar a formalizarlos. En primer lugar, habría
que preguntarse qué entendemos por preliminar. ¿Se trata
de las precisiones que se deben hacer frente a un cierto tipo
de trabajo, para justificar en qué condiciones es posible o
desde qué perspectiva lo abordaremos, al estilo de lo que
plantea Jacques Lacan en “De una cuestión preliminar a to-
do tratamiento posible de la psicosis”? ¿O debemos entender
“preliminar” en el sentido de las entrevistas preliminares,
las que van a dar lugar al análisis propiamente dicho?
Hablamos de nuevos preliminares porque nos encon-
tramos ante nuevos síntomas. Los síntomas han cambiado,
no son los mismos que había en la época de Freud.
Lacan siempre pensó sus distintas concepciones del su-
jeto teniendo en cuenta de una manera fundamental la
época en que ese sujeto vivía. Lo dice claramente en “Fun-
ción y campo de la palabra...”, en una cita que ha devenido
célebre: “…mejor, pues, que renuncie quien no pueda unir
a su horizonte la subjetividad de su época”.
En cierto sentido, la última enseñanza recoge sus nue-
vas elaboraciones sobre el sujeto y constituye un intento
de dar cuenta de los cambios que se producían en el mun-
do y de la manera en que éstos influían y determinaban un
tipo de subjetividad y de sociabilidad. Por ejemplo, su teoría
de los discursos y, más concretamente, el discurso capita-
lista, muestra esta preocupación.

* Conferencia pronunciada en las 1eras Jornadas de Jonás,


Gubbio, Italia, 2003.
62 GRACIELA SOBRAL

Nuestro trabajo con los trastornos de la alimentación,


las adicciones y depresiones es una forma de llevar todas
estas reflexiones teóricas a la práctica y, a la vez, constitu-
ye una exigencia que nos plantea la clínica con la que nos
encontramos día a día. Es decir, estamos investigando y
redefiniendo constantemente un campo que es absoluta-
mente dinámico, sujeto a transformaciones.
Por ejemplo, decíamos que la anorexia es egosintónica,
que el sujeto anoréxico no demanda porque su síntoma le
conviene y que, por el contrario, en la bulimia hay deman-
da porque el sujeto se encuentra desbordado por el empuje
pulsional. Sin embargo, encuentro cada vez más jóvenes
bulímicas que se comportan como anoréxicas: la demanda
proviene del entorno familiar, y ellas están encantadas
porque comen todo lo que quieren y, además, están delga-
das y guapas gracias al vómito. El goce insoportable se
hace soportable y se muestra de manera obscena.

Los nuevos síntomas

Entre el final del siglo XIX y el comienzo del siglo XX,


Freud descubrió el inconsciente, inventó el psicoanálisis y
utilizó como herramienta y como brújula el síntoma; más
precisamente, el síntoma histérico. El síntoma freudiano
era una formación de compromiso, la forma de expresión
de un conflicto psíquico que servía a los dos contendientes
en pugna: la pulsión y las exigencias morales. La invitación
a hablar permitía que se desplegaran los contenidos ence-
rrados en el síntoma y tenía como efecto, indirectamente,
su disolución.
Un siglo más tarde, no es que haya desaparecido el sín-
toma como formación de compromiso que representa una
verdad subjetiva, pero encontramos una proliferación de
síntomas que presentan otro estatuto. Se trata de una ma-
nifestación sintomática que no divide ni cuestiona al suje-
to. Si el síntoma freudiano era armónico con la castración,
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 63

con la división subjetiva, el síntoma contemporáneo está


más bien al servicio de completar al sujeto con un goce que
no pasa por el Otro, que no sólo no lo interroga sino que
tiene continuidad con su yo. Se trata de un síntoma que
está en consonancia con la sociedad del capitalismo avan-
zado, con el imperio del discurso científico-tecnológico y
con una época que se caracteriza por el consumo.

Preliminares en el tratamiento de la anorexia-bulimia

Como decía al comienzo de mi intervención, trataré de


formalizar algunas cuestiones que me suscita el tratamien-
to de estos casos. En primer lugar, cuando recibimos este
tipo de pacientes me pregunto: ¿qué aspiración tenemos en
el horizonte? ¿Qué les puede ofrecer el dispositivo analítico
y qué queremos ofrecerle nosotros?
El perfil que podemos describir es el de un sujeto que no
demanda, que muestra un cierto desabonamiento del in-
consciente, que se presenta con una respuesta de goce que
funciona como una identidad, más que con una pregunta
por el deseo. Se trata de sujetos de “corte moderno”, surgi-
dos de un mundo que ofrece objetos de satisfacción de fácil
acceso y que se encuentran muy alejados de cualquier in-
terrogación que concierna a su deseo.
Entre los años 1904 y 1918, Freud escribió una serie de
artículos cortos denominados “Escritos técnicos”. Uno de
ellos es “La iniciación del tratamiento” de 1913, que co-
mienza con la famosa metáfora del ajedrez: “Sólo las aper-
turas y los finales pueden ser objeto de una exposición sis-
temática exhaustiva, a la que se sustrae totalmente, en
cambio, la infinita variedad de las jugadas siguientes a la
apertura. Sólo el estudio de partidas celebradas entre ma-
estros del ajedrez puede cegar esta laguna”.
Un siglo de práctica analítica permitió describir con bas-
tante precisión estas aperturas y finales, y afortunadamen-
te hemos contado con los casos de los maestros, por ejem-
64 GRACIELA SOBRAL

plo, los cinco grandes historiales de Freud, que han sido


referencia permanente de las reflexiones teóricas y clínicas.
Las entrevistas, las aperturas de las que habla metafóri-
camente Freud, son preliminares a la instalación del Suje-
to supuesto Saber, a la división subjetiva, a la constitución
del síntoma analítico como pregunta que puede formularse
el analizante en relación con la causa de su padecimiento.
Las entrevistas son el lugar que permite que este trabajo
sea posible.
Hoy la situación es diferente: debemos volver a pensar
las aperturas y los finales, y estudiar los nuevos casos.
Hablamos de nuevos síntomas que debemos poner en co-
rrespondencia con nuevas maneras de entender el trabajo
preliminar. ¿Cuál es la tarea preliminar necesaria para el
trabajo con estos síntomas? Nombraré algunos de los pun-
tos que me parecen más importantes:
- La demanda: decimos que son sujetos que no de-
mandan, que no piden. Pero debemos saber si quieren al-
go y, en ese caso, qué quieren.
- Normalmente la demanda de tratamiento la hace la
familia. Debemos valorar en qué casos el trabajo previo
con la familia es importante y en cuáles se trata de escu-
char fundamentalmente al sujeto y derivar a la familia.
- A veces hay otras situaciones de su vida que pre-
ocupan al paciente aunque en su medio familiar la única
preocupación sea el síntoma alimentario. En estos casos
tenemos mayor posibilidad de éxito. ¿Qué quiere decir
“éxito”? Éxito es, por ejemplo, que el sujeto quiera hablar
y poner algo en juego.
- Situar la posición subjetiva.
- Tomar en serio los semblantes.

La posición subjetiva

Decía al comienzo, tomando una expresión de J.-A. Mi-


ller, que el síntoma contemporáneo es lo que “funciona”
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 65

para el sujeto, siendo su paradigma el síntoma como su-


plencia, incluso algunas veces el sinthome. Es a causa de
este funcionamiento que el sujeto no se queja ni se divide,
porque el síntoma “le viene bien”.
En mi experiencia, lo que me ha resultado más útil a la
hora de abordar el tratamiento, no sólo de anorexias y bu-
limias sino de cierto tipo de casos en los que no se ha
constituido un síntoma analítico que ordene la cura, es
trabajar en el sentido de apuntar a la posición del sujeto, a
las coordenadas en las que se sostiene y donde se produ-
cen sus conflictos. La posición que el sujeto ocupa frente al
Otro, frente a los otros, frente al goce o el deseo, está ocul-
ta para el sujeto mismo. La mayoría de las veces está ocul-
ta por el propio síntoma que toma un lugar central en su
economía psíquica. El trabajo analítico es fundamental pa-
ra que pueda despejarse.
Situar la posición del sujeto puede dar lugar a dos ca-
minos analíticos muy diferentes, uno iría en contra del sín-
toma, y el otro a favor. En el primer caso, muchas veces
encontramos que el síntoma cae cuando el sujeto puede
poner palabras y pensar algo sobre un conflicto que vive,
sin llegar a saber el verdadero alcance que tiene en su vi-
da. Lo voy a ilustrar con una viñeta clínica.
La madre de Inés llama para consultar porque se ha en-
terado de que su hija vomita 6 ó 7 veces por día. Inés ac-
cede a venir para que la dejen en paz, pero no está preocu-
pada porque ella hace lo que quiere. Come todo lo que le
da la gana, vomita para no engordar y no le importa hacer-
lo. Después de la primera entrevista pensé con preocupa-
ción acerca de lo que iba a hacer con esta joven tan displi-
cente, pero inmediatamente, conversando con ella sobre su
vida, surgió un problema que le preocupa mucho: la rela-
ción que tiene con su amiga íntima, que es lo único que la
hace sufrir. Un día, casualmente, después de dos meses de
entrevistas, me comentó que desde que venía a verme vo-
mitaba mucho menos. Seguimos conversando, tratando de
66 GRACIELA SOBRAL

situar el problema que tiene con su amiga, con los chicos,


con los estudios, etc.
El segundo caso, el del camino que va a favor del sínto-
ma, lo encontramos cuando, al indagar la posición subjeti-
va, vemos que debemos proteger el síntoma porque es lo
que sostiene al sujeto sin que se declare una psicosis.
Pienso en otra joven, Luisa, que consulta por problemas
escolares pero que padece bulimia. Su familia es bastante
caótica y ella es la que sostiene cierto orden dentro de ese
mundo familiar. La bulimia está vinculada a un ideal pa-
terno y constituye una forma contradictoria de sostenerlo y
contrariarlo, y también de sostenerse ella misma ligada a
ese ideal paterno. Es un síntoma que actualmente le sirve,
aunque no le gusta que le pase (como es el caso de Inés).
Es en relación con este último aspecto donde se observa
una diferencia con respecto a la concepción clásica.
Mientras escribía este trabajo encontré un texto escrito
por mí en el cual intentaba criticar los tratamientos puniti-
vos a base de prohibiciones y controles. Decía: “el trata-
miento psicoterapéutico que tiene como eje el contencioso
en torno al alimento, desconoce su valor de síntoma. El
síntoma es la expresión de un conflicto psíquico que tiene
lugar en otra escena”. Ahora pienso que debemos ir más
allá de esta idea. En algunos casos el síntoma es expresión
de un conflicto psíquico, pero en otros no es expresión de
ningún conflicto sino un sostén. Cuando el síntoma consti-
tuye un sostén, debemos trabajar para preservarlo o ayu-
dar al sujeto a convivir con su síntoma. Por ejemplo, cuan-
do comprobamos, como en el caso de Luisa, que el síntoma
sostiene al sujeto y por el momento no hay otra cosa que
cumpla esa función.
Para concluir, quisiera decir que entiendo que el trabajo
con el sujeto en relación a su posición subjetiva puede ser
en algunos casos el tratamiento posible y, en otros, el
tiempo preliminar a un trabajo analítico posterior que lo
implique de otra manera.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 67

Síntomas de nuestra época:


anorexia y bulimia *

La prensa ha publicado en estos días una serie de artí-


culos sobre la actualidad de la epidemia anoréxico-bulímica,
donde se hace el diagnóstico de que ésta, junto con la obe-
sidad, serán algunas de las enfermedades prevalentes del
siglo que está comenzando. ¿Por qué se produce este fe-
nómeno? ¿Qué es lo que hace que determinados síntomas
o enfermedades de origen psíquico aparezcan vinculados a
una época? ¿Las enfermedades son inherentes a las perso-
nas o a las características socio-culturales de un momento
histórico determinado? Vamos a intentar dar alguna res-
puesta a estas preguntas.
Siempre ha habido sufrimiento subjetivo, dolor del alma
o del corazón. El ser humano padece, ese padecimiento
tiene un lugar en su estructura psíquica, si bien, obvia-
mente, no todos los seres humanos padecen de la misma
manera ni con la misma intensidad.
El ser humano padece porque es incompleto, porque ne-
cesita de los otros para satisfacer sus necesidades y sus
deseos, y esa satisfacción, aún en el mejor de los casos,
nunca es completa ni para siempre. Existe en el horizonte
la añoranza de una completitud, una satisfacción mítica
que nunca se alcanzará. Veamos cómo este padecimiento
propio del ser humano cambia según las épocas.

* Versión corregida de la conferencia pronunciada en el Ciclo


«Síntomas de nuestra época», organizado por Orexis − Centro
de Investigación y Tratamiento de Anorexia y Bulimia, la Em-
bajada de Italia y el Liceo Italiano de Madrid, en marzo de
2003. Publicada en Psicoanálisis y el Hospital Nº 24. Edicio-
nes del Seminario, Buenos Aires, noviembre de 2003.
68 GRACIELA SOBRAL

El mundo moderno

Vivimos en un mundo organizado por el discurso cientí-


fico y tecnológico, que ha introducido grandes cambios en
la subjetividad. Sin caer en una idealización del pasado,
podríamos decir rápidamente que hemos pasado de un tipo
de sociedad que estaba más orientada por la dialéctica del
deseo y la palabra a una en la que impera la tiranía de la
satisfacción inmediata, el goce.
El desarrollo científico-tecnológico ha dado lugar a la
proliferación de objetos tecnológicos, gadgets, que abaste-
cen incansablemente nuestra sociedad de consumo. El
consumo de objetos es una actividad a la que el hombre se
aboca afanosamente. Tanto que, aunque es el hombre el
que aparentemente consume los objetos, no está claro si
finalmente no son éstos los que lo consumen a él. Esto es
decir que el objeto tecnológico tiene un valor determinante
en relación a la subjetividad.
El hombre tiene dos vinculaciones fundamentales: con
los otros y con ciertos objetos de satisfacción.
Desde que nace, el hombre encuentra su lugar y su sa-
tisfacción en relación al Otro (primero el Otro materno,
primordial y luego otros “otros” sucesivos que toman su lu-
gar), y a los objetos que satisfacen en primer término su
necesidad, pero que inmediatamente se transforman en ob-
jetos de satisfacción y goce más allá de la necesidad. Po-
demos poner como ejemplo de lo primero al niño alimenta-
do por su madre y luego al niño que goza chupeteando la
comida o los juguetes, donde la dimensión de la necesidad
ya se ha perdido.
En relación con el objeto, debemos tener en cuenta dos
vertientes. El objeto puede estar al servicio de la relación
con el Otro, puede ser un objeto de intercambio con el Otro
(un objeto de don, de disputa, de deseo, etc.), o puede ser
un objeto de satisfacción pulsional, autista, como los obje-
tos tecnológicos a los que nos vamos a referir.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 69

Decía que hemos pasado de un mundo que estaba más


orientado por la dialéctica del deseo a uno en el que impera
la tiranía del goce. Es decir, que en este mundo caracteri-
zado por el predominio del discurso científico y la prolifera-
ción de objetos de consumo, éstos se van constituyendo en
objetos de satisfacción inmediata, y funcionan como una
especie de tapón que procura al sujeto un goce solitario,
fácil y autista.
Si el sujeto de deseo se constituye a partir de una falta
estructural que empuja a una búsqueda incesante, hay en
el ser humano otra dimensión, la de la satisfacción pulsio-
nal, que conduce a una inercia de goce.
El sujeto moderno se vincula con objetos de goce más
que con objetos de deseo. El objeto de deseo es un objeto
más buscado que encontrado, es un objeto prometido que
nos hace andar por la vida, que nos hace vivir. Pero la fun-
ción del deseo está en decadencia, hoy funcionan más los
imperativos y las exigencias. La diferencia entre ambos se-
ría la enorme distancia entre el “quiero” y el “debo”.
Nuestro mundo favorece que las personas encuentren
satisfacción en circuitos integrados por el propio cuerpo y
los objetos, donde el propio cuerpo funciona como otro ob-
jeto que se intenta cultivar y embellecer. El culto al cuerpo
joven y bello es uno de los valores de la sociedad occidental
actual que se torna imperativo y constituye uno de los lu-
gares en que se manifiesta el predominio de lo imaginario
en nuestra cultura. El mundo simbólico, de los relatos, de
las relaciones, de las grandes gestas, ha dado lugar a otro
donde lo que está vinculado a la imagen se destaca en pri-
mer lugar. Hoy se trata de las apariencias y del dar a ver.
Todo esto es muy importante porque configura las formas
de sentir, de pensar e, incluso, como veremos más adelan-
te, las formas de padecer actuales.
Entonces, el mundo moderno es un mundo de consumo,
y la relación del hombre con los objetos de consumo y sa-
tisfacción toma un lugar destacado, al punto que determi-
70 GRACIELA SOBRAL

na una modalidad de goce que es propia de nuestra época.


Es más fácil pasar todo un día sin ver a nadie o sin hablar
con nadie que sin tener algún tipo de contacto con los ob-
jetos tecnológicos. El hombre y su objeto forman circuitos
cerrados de satisfacción que determinan las formas actua-
les predominantes de goce. Esto se verifica también en re-
lación con los síntomas, que tienen un aspecto novedoso,
propio de la época: se trata de una satisfacción autista,
que no perturba al sujeto ni requiere al Otro para que lo
acoja. Es un tipo de satisfacción que se aparta de la di-
mensión del Otro. Uno de los perfiles que se ve con mucha
frecuencia es el del joven “que pasa”, que no tiene interés
ni por los estudios, ni por ningún hobby, y se entretiene
con su video-consola. Son casos que cuando llegan a la
consulta lo hacen por demandas de los padres o los edu-
cadores, ya que ellos no están preocupados por esta situa-
ción ni tienen nada que decir.

El síntoma

Los psicoanalistas trabajamos con los síntomas, nos


aprovechamos de ellos para nuestra tarea, porque enten-
demos que el síntoma es expresión de un conflicto psíquico
y que nos habla de él si estamos en condiciones de escu-
charlo. Los casos que presenta Freud en “Estudios sobre la
histeria” son un ejemplo perfecto. Isabel de R. es una mu-
jer cuya parálisis en las piernas conduce directamente al
corazón de su conflicto amoroso y moral: “quiero estar con
mi cuñado, pero no puedo hacerlo por mi hermana, no
puedo dar un paso más” este es su drama, que el síntoma
expresa a su manera.
Pero éstos no son los que llamamos síntomas contempo-
ráneos o de nuestra época. Los síntomas propios del co-
mienzo del siglo XX no son idénticos a los que encontra-
mos en el comienzo del siglo XXI. ¿Cuál es la diferencia?
¿A qué se debe? ¿Hay alguna equivalencia entre la parálisis
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 71

histérica y el trastorno de la alimentación: el hecho de querer


no comer, o comer y vomitar, o no poder parar de comer?
Podemos diferenciar dos aspectos en el síntoma que son
opuestos entre sí. En un sentido freudiano clásico, pode-
mos entender el síntoma del mismo modo que las forma-
ciones del inconsciente (sueños, lapsus, actos fallidos),
como algo interpretable porque constituye la expresión de
una verdad subjetiva; habla, dice algo que no se puede de-
cir por otros medios. El síntoma es un mensaje cifrado que
se da al Otro para ser descifrado. Por ejemplo, a Patricia le
duele mucho el estómago cada vez que tiene que dar un
examen, aunque finalmente aprueba. Que ella sea buena
estudiante es el máximo deseo de su madre, pero Patricia
no le perdona que se ocupe más de su trabajo de médica
que de su propia hija. Ella aprueba entonces las asignatu-
ras, pero con ese malestar físico que su madre no compren-
de consigue hacerla sufrir tanto o más que si no aprobara.
Desde otro punto de vista, el síntoma en sí mismo cons-
tituye una solución y eso comporta una satisfacción. Esta
satisfacción es lo que la teoría lacaniana denomina goce:
una satisfacción que no se debe confundir con el placer
porque normalmente atraviesa la frontera del placer, va
más allá. Se trata de lo que se repite en el síntoma.
La repetición es consustancial al síntoma y al goce, de
hecho, el goce no es observable sino por la repetición. Es lo
que la sabiduría popular dice en términos de que “el hom-
bre es el único animal que tropieza dos veces con la misma
piedra”. El síntoma comporta una satisfacción paradójica,
que es lo que le confiere su fuerza y su perdurabilidad. Pa-
ra ejemplificar este aspecto podemos tomar un síntoma ac-
tual: el sujeto vomita y no puede dejar de hacerlo. No le da
placer, sino más bien displacer, pero hay algo que lo vincu-
la estrechamente con el vómito, por ejemplo, porque el vó-
mito lo alivia subjetivamente y, por lo tanto, encuentra una
satisfacción en la relación con ese “nuevo” objeto.
72 GRACIELA SOBRAL

J.-A. Miller ha dicho en alguna ocasión que el síntoma


es armónico con la castración. Con este término nos refe-
rimos al hecho de la incompletitud estructural del ser
hablante, a lo que lo hace ser faltante y estar condenado a
buscar algo fuera de sí, lo que lo transforma en un ser de
deseo. Es decir, el síntoma es consustancial con la falta es-
tructural que comporta el ser humano. Pero, en relación
con lo que estábamos planteando, entre el aspecto comu-
nicativo, el aspecto del síntoma como expresión de una
verdad inconsciente, y el goce del síntoma, se introduce la
noción de “funcionamiento” que resulta muy útil para lo
que queremos comentar.
El síntoma puede presentarse como una falla en el fun-
cionamiento o como un funcionamiento en sí mismo, se-
gún la posición que tenga el sujeto en relación a él. Si el
sujeto cree que el síntoma quiere decir algo, si lo divide, si
lo interroga, quedará del lado de la falla en el funciona-
miento. Desde el punto de vista clínico, esto nos da buenas
perspectivas porque abre la posibilidad de un trabajo ana-
lítico con el síntoma. En cambio, si el síntoma se presenta
como un funcionamiento, es decir, como una solución que
no sólo no cuestiona al sujeto sino que da lugar a algo que
le viene bien, entonces la cuestión es otra.

Los síntomas contemporáneos

En los llamados síntomas contemporáneos, tan difíciles


de tratar, nos encontramos con un predominio del último
caso que comentábamos: el síntoma se sitúa del lado del
funcionamiento, el síntoma es egosintónico, encontrando
una sintonía, una afinidad con el yo, y confundiéndose con
el ser del sujeto al que nombra: “soy anoréxica”, “soy toxi-
cómano”. En este último caso, el sujeto toma un significan-
te amo (S1) que nombra algo de su ser y su posición pero
que no le suscita ningún malestar. Cuando el síntoma fun-
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 73

ciona para el sujeto, éste no lo pone en juego en la expe-


riencia de la cura, o no lo hace inmediatamente.
Cabe señalar un aspecto muy importante en relación a
este punto, porque si bien hablamos de trastornos de la
alimentación, en rigor no podemos hacer una generaliza-
ción dado que no todos los sujetos anoréxicos y bulímicos
son iguales. Hay sujetos neuróticos y sujetos psicóticos
que presentan síntomas anoréxicos y bulímicos. Y, sobre
todo, hay sujetos cuya estructura no es posible precisar
desde el inicio, aunque podamos sospechar que se sostie-
nen en el síntoma, que éste posibilita su “funcionamiento”
habitual, permite que el sujeto funcione sin un desencade-
namiento psicótico.
La cuestión del diagnóstico diferencial y la decisión so-
bre la estructura clínica es extremadamente delicada. En el
funcionamiento del que hablamos, el síntoma puede estar
tomando el lugar de una suplencia, es decir, de lo que evita
la descompensación psicótica. Cuando nos encontramos
frente a una psicosis debemos ser muy cuidadosos, pero
más aún cuando ésta no está declarada, cuando no es una
psicosis clínica. Se trata de casos en los que la psicosis no
se manifiesta como tal porque el síntoma suple la falta del
significante primordial y evita el desencadenamiento. Sería
el paradigma del funcionamiento del síntoma. Estos casos
son muy comunes en las anorexias y en las toxicomanías:
muchas veces el síntoma estabiliza al sujeto, con la consi-
guiente dificultad en la dirección de la cura, porque sería
muy riesgoso ir “en contra” del síntoma teniendo en cuenta
su función de suplencia.
Ana, una paciente anoréxica psicótica, se descompensa
cada vez que sube de peso, y su manera de soportar lo que
le resulta insoportable es mediante el vómito. El análisis le
ha permitido encontrar una estabilización pero no puede
pasar de ciertos límites que le impone la propia enferme-
dad. Es decir, no puede sobrepasar cierto peso ni, en oca-
siones, puede dejar de vomitar. Se trata de una especie de
74 GRACIELA SOBRAL

callejón con pocas salidas, pero es donde hay que moverse


si no se quiere producir un desencadenamiento psicótico o
un paso al acto totalmente indeseable.

Anorexia-bulimia

Esto nos introduce directamente en el perfil del sujeto


anoréxico, al que podemos hacer equivaler con el sujeto pa-
tológico de esta época. Es un sujeto que no pide nada, no
demanda nada, no quiere nada, o podemos decirlo afirmati-
vamente: quiere nada. Esto llevado a su máxima expresión.
Se trata, eso sí, de un sujeto que exige pero que no quiere
poner en cuestión el goce comprometido con su síntoma.
“Mis padres me controlan, no me dejan vivir en paz, yo
sólo quiero que me respeten y me dejen vivir mi vida”, dice
Susana, una joven de 19 años que pesa 40 Kg. y consulta
por indicación del médico endocrinólogo, al que la ha lle-
vado su madre porque se le ha retirado la menstruación.
Sus aficiones son chatear por internet, los juegos electró-
nicos y su mayor preocupación es no engordar. Se pesa to-
dos los días, y se somete a dietas muy estrictas para no
subir ni un gramo más del peso que ella considera sopor-
table, y en cuanto se da cuenta de que pesa más, vomita.
Le cuesta mucho hablar, no está acostumbrada a hacerlo
ni con su familia ni con sus amigos, y no considera que
tenga ningún problema particular, salvo el riesgo de en-
gordar y lo “pesados” que son sus padres.
El sujeto anoréxico, agobiado por una demanda as-
fixiante, y habitando un mundo demasiado pleno de obje-
tos, quiere lo que no tiene, nada, y se aboca al circuito ce-
rrado de su goce pulsional que se alimenta de comer cada
día un poco más de nada. Se trata de un circuito verdade-
ramente cerrado donde la única dialéctica es comer-no
comer-ser comido, porque así como decíamos que final-
mente los objetos nos consumen a nosotros, también el su-
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 75

jeto anoréxico-bulímico, en un cierto sentido, termina


siendo objeto de su particular relación con el alimento.
Dice Ana: “comencé haciendo una dieta hipocalórica,
eso me hizo sentir muy bien, luego quité las frutas, luego
los cereales, y cada semana tenía que quitar algo más. No
puedo parar de quitar porque así me siento bien”. Esta ope-
ración de resta o vaciado que el sujeto cree comandar, en rea-
lidad es comandada por la pulsión, que siempre pide más.
Antes caracterizábamos la época actual en relación al
predominio de los ideales estéticos que devienen imperati-
vos. Éstos tienen un lugar fundamental en la lógica ano-
réxico-bulímica: el cuerpo delgado toma un lugar primor-
dial y su consecución es la medida de los logros posibles.
El sujeto “resuelve” o intenta resolver sus problemas de
distintos órdenes por el camino que le lleva al cuerpo del-
gado, como si ahí se localizaran todas las aspiraciones po-
sibles. Uno de los aspectos fundamentales en la dirección
de la cura en estos casos es cuestionar el valor del cuerpo
delgado, en el sentido de indagar qué es lo que ese cuerpo
delgado condensa. Para el sujeto anoréxico o bulímico el
cuerpo delgado es un lugar de satisfacción y omnipotencia
sobre el que se desplaza toda una serie de conflictos y aspi-
raciones que ni siquiera llegan a manifestarse como tales.
Dice Inés, una joven bulímica de 19 años: “cualquier co-
sa que me pase necesito verme delgada, sino tengo que im-
ponerme ejercicios físicos hasta que considero que he per-
dido el peso que me sobraba”. Si tiene un problema con
una compañera de facultad, necesita verse delgada; si le va
mal en una asignatura, necesita verse delgada; si discute
con sus padres, necesita verse delgada. Es muy difícil para
ella reconocer la importancia de esas cosas que la empujan
a tener que verse delgada. Es como si lo único que estuvie-
ra valorado subjetivamente fuera verse delgada y el resto
de las cosas carecieran de importancia. El cuerpo delgado
condensa así todas las aspiraciones del sujeto. Esto sería
también un ejemplo de lo que comentábamos antes en rela-
76 GRACIELA SOBRAL

ción al síntoma. Este desplazamiento de la importancia de


las cosas hacia el cuerpo delgado es sintomático, “funciona”
para el sujeto aunque no para la familia. Es necesario un
importante trabajo previo para que pueda ser cuestionado.
Hemos hablado del goce autista, ese goce donde el suje-
to se satisface solo, con su objeto, por fuera de la dimen-
sión de la alteridad, sin el Otro. Francisca, una joven bulí-
mica que vomita 5 o 6 veces por día, describe su goce au-
tista con toda claridad: “sólo me interesan las cosas que
puedo hacer a solas: comer, vomitar, apretarme granos o
chatear. Cuando tengo que estar con gente me siento in-
cómoda, no sé qué decir ni cómo comportarme”. Incluso
sostiene sus relaciones amorosas por internet.
Hay sujetos para los que la anorexia o la bulimia son un
episodio de su vida, un episodio que seguramente se mani-
festará no sólo en ciertas particularidades en relación con
el alimento: hay una relación con la demanda, con el de-
seo, con el Otro, con el goce oral que son propias del sujeto
anoréxico-bulímico.
Hay casos graves de los que se puede esperar, como
máximo, una cierta cronificación: que el sujeto pueda lle-
gar a convivir con el síntoma y organizar su vida con él.
Estos también son resultados terapéuticos importantes.
En cualquier caso, se puede decir que el sujeto anoréxi-
co-bulímico tiene dificultades importantes en relación al
deseo, que le cuesta darse un lugar como sujeto deseante y
la anorexia resulta un recurso. Esto es así también con el
sujeto toxicómano o con el sujeto depresivo. Se trata de
una dificultad con el deseo y con el valor que el sujeto tiene
para el Otro.

Ilustración clínica

Para concluir, resulta importante hacer un breve co-


mentario en relación a nuestra concepción de la cura a
través de una ilustración clínica.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 77

Como se desprende de lo dicho hasta ahora, entende-


mos que se trata de escuchar al sujeto, de permitir que se
despliegue el síntoma en todas sus dimensiones y si esto
no es así, de llevar al sujeto hasta un lugar donde tenga
algo que decir sobre su posición subjetiva. Se trata de es-
cuchar y cuestionar, no de luchar en contra, porque eso
lleva a un callejón sin salida. Tanto el no comer como el
atracón o el vómito pierden fuerza a medida que el sujeto
puede elaborar los conflictos que sostienen el síntoma.
El siguiente relato de un fragmento clínico dará cuenta
de la elaboración psíquica que permitió a una paciente de-
jar de vomitar.
Se trata de una joven de 25 años que consulta por bu-
limia y lleva dos años de tratamiento. Le va mal en todo:
con la familia, el amor, las amigas, el trabajo y los estu-
dios. El suyo es un drama que acontece en un escenario
fundamentalmente imaginario: vive mirándose en el espejo
que le devuelve una imagen que la hace infeliz.
El trabajo realizado en las sesiones permite la construc-
ción de un síntoma analítico: necesita sentir la aprobación
del Otro, fundamentalmente en lo que se refiere a la mira-
da del Otro sobre su cuerpo y su comportamiento. A partir
de la interrogación de esta posición, Carolina comienza a
cambiar, se siente menos sujeta a la mirada de los otros:
en las reuniones familiares no está tan pendiente del lugar
que le dan o no y, por lo tanto, puede estar más atenta a
los temas de conversación, participar en ellos; en ocasiones
puede disentir con sus amigas sin que eso la perturbe y
comienza a orientarse mejor en su trabajo, donde conoce a
un grupo de gente que le gusta y que se interesa por ella.
En este contexto se produce un cambio importante en
relación con el síntoma bulímico. Para entretenerse y no
estar tantas horas comiendo y vomitando, se le ocurre
hacer adornos con piedras, telas y abalorios. Hace unos
broches muy bonitos, sus compañeros de trabajo comien-
zan a comprarlos y ella siente que la valoran por lo que
78 GRACIELA SOBRAL

hace. La confección de broches, que introduce una dimen-


sión fálica, marca un antes y un después no sólo en cuan-
to al aspecto autista del síntoma bulímico, sino también en
su posición con los otros. Comienza a salir con la gente de
su trabajo, a quienes vende los broches. Es un grupo nue-
vo, en el que ella por primera vez no está vinculada a nin-
guna chica “ideal” que la tiranice y la haga sentirse menos,
puede estar con los chicos sin sentirse tonta.
En esos días tiene un sueño: unas mujeres árabes con
la cara tapada por un velo arrojan piedras azules con lí-
quido amarillo. Relaciona las piedras con lo que fabrica y el
líquido con el vómito: en lugar de vomitar ahora hace bi-
joutería, ha cambiado algo asqueroso por algo valioso. Al
igual que esas mujeres que llevan la cara tapada, va tapa-
da por sus temores. Ella, que no puede mostrarse desnu-
da, ¿podrá alguna vez destaparse?
Se produce un cambio, una suerte de sublimación: el
vómito, objeto degradado que le procuraba una satisfac-
ción autista y la apartaba de los otros, se transforma en bi-
joutería, objeto valioso y bello que le da a ella misma un
valor y un lugar entre los demás.
Este sueño, que liga la cuestión pulsional del vómito con
lo sexual, constituye un punto de llegada en relación al sín-
toma bulímico y, a la vez, anticipa algo que comienza en el
sentido de la separación. La pregunta por la posibilidad de
quitarse el velo supone algo muy evidente que es poder estar
sin ropa pero, desde un punto de vista más estructural,
equivaldría a ser un sujeto separado, deseante, sexuado.
Carolina no puede aún interrogarse sobre la sexualidad
porque el deseo del Otro es aún algo que la horroriza, es un
deseo devorador frente al cual se esconde, pero podemos
pensar que el germen de esa pregunta ya está en el sueño.
La elección de este fragmento para concluir, responde al
interés de mostrar el destino que puede tener un síntoma
en el curso de un análisis, con un tratamiento diferente del
que sostienen otras terapias al uso.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 79

Anorexia-bulimia.
Algunos conceptos básicos *

La proliferación del número de casos de anorexia y la


gravedad que pueden llegar a presentar es, hoy en día, una
preocupación para muchos: tanto para los directamente
afectados como sus familiares y todos aquellos que desde
distintas perspectivas intentan atajarla.
La anorexia y la bulimia son dos caras de una enferme-
dad de origen psíquico.
El síntoma, ya sea el rechazo del alimento o la ingesta
compulsiva, se produce como consecuencia de un proble-
ma emocional.
Como todos sabemos, la relación con la comida es fun-
damental para el ser humano tanto desde el punto de vista
cultural como desde el punto de vista subjetivo.
La comida forma parte importante de la tradición cultu-
ral de los pueblos, es algo que se trasmite de una genera-
ción a otra y constituye un rasgo de identidad. De hecho,
muchos rituales incluyen comidas y bebidas, y los festejos
suelen realizarse en torno a una mesa. La importancia del
banquete está destacada en distintos textos desde la anti-
güedad, y sabemos que la mesa familiar constituye un lu-
gar fundamental de encuentro, cosa que en el mundo mo-
derno no ocurre de la misma manera y cuyas consecuen-
cias es necesario considerar.

* Versión corregida de la conferencia de presentación de


Orexis, Centro para la investigación y tratamiento de anorexia
y bulimia, dictada en el Instituto Italiano de Madrid, con la
colaboración de ABA, de Italia y la Embajada de Italia en Ma-
drid, en 2000. Publicada en La encrucijada anorexia-bulimia,
editado por la Embajada de Italia en Madrid, España, 2001.
80 GRACIELA SOBRAL

La relación con la madre y el alimento

Desde el punto de vista subjetivo, el alimento (el pecho


materno o el biberón) es un objeto absolutamente privile-
giado porque cumple distintas funciones: no sólo alimenta
al niño, sino que es el primer objeto de satisfacción y en
torno a él se organiza, de manera fundamental, la relación
con la madre. Tanto es así que durante los primeros meses
de vida no se sabe a quién pertenece el pecho, si al niño o
a la madre.
Un cuento de Marguerite Yourcenar titulado La Leche de
la muerte, ilustra esta relación y el privilegio del pecho de
una forma un tanto dura y despiadada: se trata de una
mujer condenada a muerte que tiene un bebé. Se construi-
rá una pared entorno a ella y quedará encerrada allí hasta
morir. Ella pide, como una última gracia, que hagan un
agujero en el muro para que pueda sacar el pecho y que la
nodriza lleve al niño dos veces al día para que pueda seguir
amamantándose. Así se hace. Luego se descubre que aun-
que la mujer había muerto hacía ya tiempo, los pechos con-
tinuaron dando leche mientras el niño siguió mamando.
Por la vía del alimento el ser humano es introducido en
la dimensión de la relación con los otros, especialmente
con ese Otro fundamental que es la madre, y también es
introducido en la dimensión de la satisfacción que le pro-
curan tanto el alimento como la propia relación con la ma-
dre. Ambas cosas lo satisfacen. La curiosidad y el afán in-
vestigador del niño también se ponen en juego por primera
vez con el alimento.
La madre, aunque no sea consciente de esto, está cum-
pliendo una función fundamental que es la de introducir al
niño en un mundo que tiene cierto funcionamiento, donde
las cosas deben ser de una determinada manera, donde
hay días y noches, horarios, momentos para el juego, para
el sueño, para la comida. Es decir, la madre cumple una
función simbólica. Evidentemente el pecho tiene una fun-
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 81

ción nutricia pero, como dice J.-A. Miller, "mucho más im-
portante que el objeto de la necesidad es la mano que lo
da". La madre interpreta el grito o el llanto del niño trans-
formándolo en demanda y lo que se pone en juego entre
ellos trasciende absolutamente el campo de la necesidad,
porque el objeto de la necesidad se transforma en un pre-
texto para que circule la demanda, que es demanda de
amor.
La demanda, en tanto demanda de amor, comporta
siempre una dimensión de frustración porque en última
instancia la demanda es intransitiva, no es la demanda de
esto o aquello, es demanda del Otro, de su presencia. Por
ejemplo, cuando los niños al irse a la cama piden un vaso
de agua, y luego otra cosa y luego otra, es evidente que lo
que piden es que esté su padre o su madre dándoles algo,
cualquier cosa.

Dar la falta

Es decir que la madre alimenta (o abriga o asea) pero en


realidad se trata de otra cosa. La función simbólica de la
madre es desplazada a los objetos que se transforman en
símbolos, en dones de la madre, dones de su amor. Con lo
cual, el valor del objeto no depende tanto de la necesidad
que satisfaga sino del hecho de ser dado por el Otro. Esto
también es fácil de ver en la vida cotidiana, cuando guar-
damos con gran cariño un objeto cualquiera, una hoja se-
ca, por ejemplo, cuya ausencia de valor en términos de uti-
lidad no hace sino subrayar su valor de goce.
Es necesario introducir una distinción a nivel del amor.
Podemos considerar dos aspectos del amor: el amor en el
sentido del enamoramiento, de la fascinación, de la com-
pletitud que se realiza imaginariamente con el objeto ama-
do (un buen ejemplo es la imagen de la madre y el niño que
conforman una unidad "sin falta"), y el amor en el sentido
82 GRACIELA SOBRAL

que plantea Lacan como "dar lo que no se tiene", un amor


generoso que introduce la falta.
La madre debe poder operar en los dos niveles del amor:
en el nivel donde el niño toma imaginariamente el lugar del
falo, de lo que completa a la madre; y en el nivel donde su
deseo no se satisface con el niño y la lleva a estar en otro
lugar, a faltar ella misma introduciendo la dimensión de la
falta que es inherente al deseo. Esto puede permitir al niño
"preguntarse" por su lugar en relación a la madre y, por lo
tanto, al mundo, pasando así del lugar de ser objeto de
amor o de cuidados a una posición más activa.
Hay una cita de J.-A. Miller que resulta interesante en
este punto: "lo determinante para cada sujeto es la relación
de la mujer, su madre, con su propia falta", porque, según
lo que venimos viendo, la manera cómo la madre pueda
operar con estos dos niveles del amor que comentamos,
dependerá de su propia posición en relación a la falta.
El destino de la demanda de amor es la frustración por-
que la dimensión del amor es, por estructura, decepcio-
nante. El objeto de amor nunca está a la altura de lo que
se espera de él. Extremando, Lacan plantea que el niño
puede tomar el objeto real comida para compensar la frus-
tración amorosa. El niño come por la frustración de la de-
manda de amor. Efectivamente, la frustración de la deman-
da lleva a la incautación del objeto como compensación, es-
to se verifica con la comida, la bebida, las drogas, etc.
En los años ‘50 Lacan explica el rechazo del alimento
por parte del niño en términos de una “confusión” que se
produce en la madre entre el alimento y el don de amor,
sería el caso de la madre que está preocupada por cumplir
con ciertas pautas alimenticias pero que no tiene tanto en
cuenta el valor afectivo, en su sentido más amplio, de co-
mer y de dar de comer, la madre que piensa que se trata de
algo del orden de la necesidad. Entiendo que esta posición
del Otro materno no se manifiesta sólo a nivel del alimento,
se trata de un sujeto que cree que sabe lo que es bueno
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 83

para el otro y que lo impone, obstaculizando que el otro, en


este caso el niño, tenga la posibilidad de hacer sus propias
experiencias.
En otros términos, se trata de un sujeto que no puede
transmitir la falta, que obtura imaginariamente su propia
falta con el niño y por ese motivo no puede transmitirla. Es
la madre que tiene que estar siempre presente o si no pue-
de hacerlo, tiene que suplir esa ausencia con un plus. Pero
eso es algo que le pasa a ella. En ese sentido, J.-A. Miller
dice que lo determinante es la relación de la madre con su
propia falta.
Del lado de la madre hay una dificultad para dejar que
el niño abandone ese lugar de ser el falo, es decir, de ser
algo de su mamá, lo que la completa imaginariamente. Es-
to es vivido subjetivamente por la madre como una depen-
dencia amorosa del niño. Pero se trata de una dependencia
que crean entre los dos. Recuerdo en este sentido una per-
sona que tuve en tratamiento: era una madre joven, tuvo
una baja maternal al nacer su niño, luego pidió una exce-
dencia porque el niño comía mal, le costaba dejar al niño
para ir a trabajar pero debía retomar el trabajo, la madre
retomaba el trabajo y el niño se enfermaba, pero ella creía
que todo esto era un problema del niño. Por suerte el pe-
diatra la mandó al psicoanalista.
Del lado del niño, se trata de un niño que queda muy
capturado en el lugar narcisístico de ser el tapón de la fal-
ta, el sustituto del objeto del Otro.
Decíamos que el niño, desde el primer instante de su vi-
da, es introducido en toda una serie de dimensiones huma-
nas en las que deberá encontrar su forma particular de es-
tar: la relación con la madre y con los otros, el juego, la sa-
tisfacción, las normas, etc.
El niño pequeño es impotente frente al adulto, pero tie-
ne un arma para jugar su propio juego: la aceptación o el
rechazo de lo que le viene del Otro. La manipulación que el
niño puede hacer de la demanda del Otro puede constituir
84 GRACIELA SOBRAL

un aspecto verdaderamente tiránico: puede invertir el or-


den establecido y ser quien, en determinadas circunstan-
cias, se haga omnipotente. Esto se ve muy claramente en
relación a los niños y la alimentación. Hay niños que no
quieren comer en casa pero sí en la escuela infantil, o que
comen con una persona y no con otra.
El alimento es un objeto que se puede constituir en un
lugar ideal para estar pegado al Otro materno o sus suce-
dáneos, o para intentar despegarse dando una batalla contra
ese Otro.

La anorexia como síntoma

La anorexia y la bulimia son dos caras de una enferme-


dad de origen psíquico, los llamados en general “trastornos
de la alimentación” se producen como consecuencia de un
problema emocional. El origen y el fundamento de ese pro-
blema están en la infancia, si bien el síntoma generalmente
surge en un momento posterior, como respuesta a un con-
flicto afectivo.
Es decir que aunque la anorexia o la bulimia se desen-
cadenen en la adolescencia, que es el caso típico de nues-
tra época, o en otro momento de la vida, tiene sus raíces en
la infancia.
Hemos dicho que para cada persona la relación con el
alimento tiene un lugar fundamental en su subjetividad.
Resulta evidente, más allá de cualquier psicopatología, que
los estados emocionales alteran la relación normal con la
comida. Hay casos en los que esta relación ha sido más
problemática y ha dado lugar a dificultades o síntomas
desde la infancia. Es importante saber distinguir las alte-
raciones normales de los síntomas, que se pueden mani-
festar ya en la infancia.
La anorexia surge en un determinado momento de la vi-
da frente a un conflicto psíquico. Como todo síntoma de
origen psíquico indica la existencia de un conflicto que
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 85

acontece en otro lugar y, si es detectado a tiempo, tiene


buenas posibilidades de tratamiento y curación. No obs-
tante, el verdadero problema no es con el alimento, está
desplazado. Aún cuando no sea detectado a tiempo, en los
casos más graves, siempre existe la posibilidad de hacer
rectificaciones a nivel subjetivo, lo cual incide no sólo en la
relación con el alimento sino en los otros aspectos de la vi-
da. Hay pacientes anoréxicos muy graves que, no obstante,
logran cambiar algo su posición. Por ejemplo, en el caso de
una paciente anoréxica, el hecho de haber podido recons-
truir algunos fragmentos fundamentales de su historia
vinculados con el desencadenamiento de la enfermedad, y
haber podido pensar ciertos aspectos del complejo entra-
mado familiar en el que está inmersa, le ha permitido cues-
tionarse su posición subjetiva y pasar de ser alguien sedu-
cido por la proximidad de la muerte a preguntarse por al-
gunas cosas de su vida y su relación con la muerte.

El síntoma: mensaje y goce

De nuestra concepción de la enfermedad se desprende


una forma de abordarla: no se trata de dirigirse al proble-
ma con el alimento sino de invitar al paciente a hablar de
lo que le pasa, de lo que lo hace sufrir. Trataré de justificar
brevemente este procedimiento.
Si el síntoma surge como expresión de un conflicto, al
permitir que se despliegue por medio de la palabra ofrece-
mos la posibilidad de que apunte a los problemas que es-
tán en su base. Por ejemplo, cuando un paciente nos dice
que "no quiere comer porque siente que cuando come está
dando su brazo a torcer", podemos indagar una serie de
cuestiones: ¿por qué el brazo a torcer?, ¿frente a quién?,
que nos irán conduciendo a los lugares donde se ancla el
conflicto.
El síntoma, así concebido, tiene dos aspectos. Por una
parte tiene un valor de mensaje, quiere decir algo sobre ese
86 GRACIELA SOBRAL

conflicto que representa, y pide ser escuchado. Cuando se


permite el desenvolvimiento del síntoma surgen distintos
aspectos que están como encerrados dentro de él y que son
desconocidos inclusive para aquél que lo padece. Este re-
corrido por los vaivenes del síntoma produce alivio y permi-
te al sujeto ubicarse en una posición diferente frente a sus
propios conflictos.
El síntoma, por otra parte, encierra una satisfacción pa-
radójica. Es paradójica porque no se trata de ningún placer
sino de una satisfacción inconsciente que es la que da al
síntoma su fuerza, por eso es tan difícil desembarazarse de
los síntomas. En el ejemplo que tomaba antes, en ese "no
dar el brazo a torcer" hay evidentemente una satisfacción,
un triunfo sobre una situación que no se ha podido resol-
ver de mejor forma. Desde luego que la solución sintomáti-
ca, sobre todo en estos casos, no es una gran solución pero
es la que el sujeto ha tenido a su disposición para resolver
algo.
Volviendo a lo que comentaba al comienzo sobre la rela-
ción entre la madre y el niño, si el niño siente que no pue-
de elegir decir "sí" porque la autoridad o la insistencia del
otro se manifiestan de tal manera que decir "sí" supone
someterse totalmente a su omnipotencia, probablemente
elija decir "no" y disfrute de ese "no" como de un ejercicio
de afirmación personal, de potencia. Pero eso es una tram-
pa, es una elección forzada, porque el niño pierde la posibi-
lidad del "sí" y de todas las modulaciones posibles hasta
llegar al "no".
Cuando hablamos con el sujeto anoréxico vemos que se
trata de una trampa en nombre del amor. Del lado del Otro
materno se quiere forzar un tipo de relación en nombre del
amor, cuando tal vez se trate para la madre de otra cosa
(miedo, inseguridad, obsesión porque las cosas sean de
una determinada manera, etc.). En cuanto al paciente, se
queja de falta de amor o de cuidados insuficientes pero
agobiantes, cuando el verdadero problema es una dificul-
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 87

tad para poder desear, es decir, para encontrar su propio


lugar, un lugar que no sea ni el asignado por el Otro ni el
que se opone al Otro, sino un lugar elegido y construido lo
más libremente posible. El sujeto anoréxico confunde el
deseo, la posibilidad de elegir, con el no, con el rechazo.
En relación al problema con el alimento, como pasa con
la mayoría de los síntomas, cuando pierde su fundamento
como expresión de un conflicto y cuando la satisfacción
que encierra se puede situar en otro lugar, pierde su fuerza
y cae, como un huracán que ya ha descrito su trayectoria y
desaparece.
Debemos recordar también que es importante prestar
atención a las primeras manifestaciones de la anorexia
porque es mucho más fácil y más fructífero intervenir en
los primeros momentos. Cuando pasa mucho tiempo, si la
enfermedad se cronifica, el coqueteo con la muerte que tie-
ne el anoréxico puede resultar peligroso.

La anorexia en la época

Para concluir, quisiera hacer un comentario sobre la


anorexia como una enfermedad característica de nuestra
época, situándola dentro de un marco histórico. Si bien
desde la Edad Media existieron mujeres ayunadoras, y
hace más de un siglo fue descrita la anorexia como una en-
tidad clínica, es a finales del siglo XX cuando el número de
casos se incrementa de una forma alarmante, tanto que se
comienza a hablar de epidemia. Debemos pensar de qué
manera la época, con su oferta incesante de objetos de sa-
tisfacción inmediata, determina la aparición de una ano-
rexia con sus características propias, y el gran aumento
del número de casos.
Porque la anorexia que fue descrita por Lassegue y por
Gull en el siglo pasado no es la misma que encontramos
hoy en día. Por ejemplo, la delgadez como ideal estético no
estaba presente en la descripción de aquellos casos clíni-
88 GRACIELA SOBRAL

cos. Ese es un componente actual. Desde nuestro punto de


vista la moda de la delgadez no es suficiente para producir
sujetos anoréxicos, no cualquiera desarrolla una anorexia.
La moda de la delgadez puede producir sujetos que se pa-
sen toda la vida atormentándose con dietas para tener un
cuerpo ideal o que sufran por no tenerlo, pero eso no es ser
anoréxico. De todas maneras es muy importante poder
pensar de qué manera los ideales estéticos inciden en la
economía psíquica.
Hoy en día la mayoría de los casos se producen en la
adolescencia, se desencadenan frente a los cambios físicos
y psíquicos que supone la pubertad y el encuentro con la
sexualidad. El deseo se pone especialmente a prueba a la
hora de poner en juego la identidad sexual y la relación
con el partenaire sexual. La enfermedad, sobre todo cuan-
do se agrava, es una forma de retirarse de la vida social, es
una coartada mortífera para no entrar totalmente en las
relaciones y aislarse para vivir una vida espiritual o inte-
lectual, más allá de las vicisitudes del cuerpo. También de-
bemos preguntarnos qué ocurre con la posición femenina
en esta época, porque resulta bastante más problemática
que lo que el discurso social y la publicidad permiten su-
poner.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 89

La segunda muerte y el empuje al goce *

A comienzos de los años 70, en una de sus canciones


más bellas y conocidas, Joan Manuel Serrat pedía que,
cuando la parca fuera a buscarlo, lo enterraran “en las la-
deras de un monte, más alto que el horizonte, para tener
buena vista” de su mar Mediterráneo. Si bien el suyo era
un anhelo de fusión con la naturaleza [“mi cuerpo será
camino, le daré verde a los pinos y amarillo a la genista”],
pedía ser enterrado.
Treinta años después nadie pide ser enterrado. Inclusive
muchas personas de ideología conservadora o de religión
católica piensan que, tras su muerte, lo mejor es la crema-
ción y que luego sus cenizas sean esparcidas en algún lu-
gar que haya sido significativo durante su vida.
¿Se trata de una nueva “moda” vinculada, en este caso,
a la relación con la muerte?
Jacques Lacan distingue lo humano de lo animal a par-
tir de la acción de la palabra, y plantea la existencia de
una segunda vida y una segunda muerte para el ser
humano.
La segunda vida se debe al hecho de que el hombre ha
perdido su ser natural por estar atravesado y determinado
por el significante; ha perdido la primera vida de la natura-
leza pero tiene la segunda vida que le otorga el significante.
Se trata de la vida afectada por la palabra y el deseo, que lo
hace disfrutar o sufrir por los encuentros o los desencuen-
tros, la vida atravesada por los proyectos o las decepcio-
nes. Es la única vida posible.
En relación a la muerte, el ser humano sólo se puede re-
lacionar con su propia muerte por el significante, pensán-
dola. No tiene otra forma de conocerla. El significante que

* Nota publicada en Imago Agenda Nº 93, periódico distribui-


do por la librería Letra Viva, Buenos Aires, Argentina, 2005.
90 GRACIELA SOBRAL

hace posible anticipar la muerte permite también eternizar


al sujeto. Éste tiene su muerte natural, orgánica, pero es
necesaria una segunda muerte que inscriba su nombre o
su legado simbólico. El significante eterniza al sujeto más
allá de la muerte del cuerpo, en la memoria de los otros, en
su obra, y en algo fundamentalmente humano: la lápida.
El Marqués de Sade que consagró su vida al goce, no
quiso la segunda muerte, pidió que no hubiera un nombre
que recordara el lugar donde yacían sus restos. No quería
relación con lo simbólico, sólo con el goce. Al contrario que
Antígona, que eligió morir ella misma antes que permitir
que su hermano no fuera enterrado con la dignidad que
merecía.
Parece que vivimos en un mundo más afín a Sade que a
Antígona.
Hasta no hace mucho las familias tenían sus lugares
para ser enterradas juntas y las personas pagaban en vida
su lugar para la muerte. Hoy en día se invierte el dinero en
una casa para las vacaciones más que en un panteón fami-
liar. El signo de los tiempos ha cambiado, hay un empuje a
la vida más que a la trascendencia. “¡A vivir, que son dos
días!” es una frase que expresa bien este espíritu.
El mundo moderno, que privilegia el goce en detrimento
de lo que concierne a la dimensión simbólica, se manifiesta
también en este punto. Ya no es tan importante perdurar,
se trata de vivir, y cuando la vida se acabe, que los restos
se esparzan por el aire, en una vuelta a la naturaleza.
¿Por qué el hombre actual no quiere la segunda muerte?
Se trata de otra manifestación de los efectos del discurso
capitalista. Este discurso, según el desarrollo que hace J.
Lacan, rechaza la castración y, por lo tanto, no pone nin-
gún límite al goce. Lo propio de la castración es una pérdi-
da de goce que permite la constitución del deseo. El dis-
curso capitalista, en cambio, se presenta como una circu-
laridad caracterizada por la reapropiación constante del
goce bajo la forma de la relación con el objeto tecnológico.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 91

Este empuje al goce supone un desmentido de la castra-


ción y también de la muerte. En la aspiración a la fusión
con la naturaleza se esconde el intento de negar la muerte.
En el polo opuesto a lo que estamos comentando se
sitúa lo que ocurre en los casos de desaparición de perso-
nas. Cuando éstas son arrancadas por la fuerza de su
hogar y asesinadas no se sabe cuándo, ni dónde, los fami-
liares luchan con denuedo por recuperar sus restos y dar-
les la segunda muerte que merecen, la muerte propia del
ser humano, la que tiene una inscripción simbólica.
“¡Qué solos se quedan los muertos!” exclamaba Gustavo
A. Bécquer en una de sus rimas. Si el hombre actual
apuesta por lo fugaz de la vida y quiere consumirse gozán-
dola, los muertos ya no se quedarán solos porque, como en
la canción de Serrat, se trasmutarán en camino, en color, y
ya nada los recordará para las generaciones venideras.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 93

Alicia en el País de las Maravillas:


El amor y el don de amor *

Quisiera exponer dos hipótesis sobre la relación entre


Lewis Carroll y Alicia Liddell y, fundamentalmente, sobre el
valor que pudo tener este libro para cada uno de ellos.
Alicia en el País de las Maravillas es un relato inventado
por Lewis Carroll para una niña real, Alicia Liddell, que te-
nía entonces 10 años, y por la que él sentía un profundo
cariño. Carroll dictaba clases en el Trinity College de Ox-
ford donde era decano el Dr. Liddell, padre de las tres
hermanas. El relato surge durante una excursión, una tar-
de de verano de 1862, cuando las niñas pidieron a Carroll
que les contara algo para entretenerlas.
Alicia, entonces, fue una niña real a la que Carroll contó
el cuento de Alicia, un personaje inolvidable. Se trata del
relato de un sueño que constituye un recorrido, un viaje
que, a medida que transcurre va a más, gana densidad y
complejidad en las situaciones que plantea. Alicia es una
joven lista, curiosa, insoportable muchas veces que, persi-
guiendo un conejo o un sueño, entra en un mundo otro.
Llega a un lugar alucinante, fantástico, poblado por anima-
les antropomórficos, que existe porque ella es capaz de
sostenerlo. Este viaje contraría toda la lógica de la cotidia-
neidad y las normas que rigen el mundo normal: cae sin
lastimarse, cambia de tamaño a voluntad, entabla relación
con animales que hablan y tienen unas vidas curiosísimas.
Es un viaje a un mundo donde la fantasía, el absurdo y
el sinsentido, sostenidos por una lógica implacable, nos
cautivan de entrada.

* Conferencia pronunciada en la librería Eléctrico Ardor de


Madrid en junio de 2010.
94 GRACIELA SOBRAL

Alicia penetra en una alteridad increíble y se hace otra.


Cuando su viaje termine no será la que era. O no del todo.

La época

Lewis Carroll escribe el relato en 1865, en Inglaterra, en


plena época victoriana, en los albores de la segunda Revo-
lución Industrial.
Encontramos, entonces, una sociedad de clases muy só-
lidamente arraigadas, sin ninguna permeabilidad. La bur-
guesía y los poderes tradicionales gobiernan el país; existe
una clase media cada vez más amplia que, no obstante, no
puede aspirar a gobernar; y una clase baja muy pobre y
desvaforecida a todos los niveles.
Inglaterra es el gran Imperio Británico y la riqueza que
producen las colonias lo alimenta. Resulta una época llena
de contrastes. Si bien prevalece la sociedad clasista, puri-
tana y moralista que es paradigmática, observamos que se
producen simultáneamente ciertos movimientos sociopolí-
ticos y de avance en la investigación que serán determi-
nantes para el futuro: comienza un gran desarrollo científi-
co y una forma de hacer negocios dentro de un sistema de
libre mercado que cambiará el mundo.
En esas coordenadas tenemos que ubicar a L. Carroll,
sacerdote, profesor, físico e investigador, que utiliza su in-
genio retórico para criticar agudamente la sociedad en la
que vive.

Los sueños

Freud descubre el inconsciente y dedica un extenso li-


bro (La interpretación de los sueños, publicado en 1901) a
explicar una de las más increíbles manifestaciones de ese
inconsciente, los sueños. Dice que el sueño constituye una
realización de deseos inconscientes y que es uno de los
instrumentos fundamentales para el trabajo psicoanalítico.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 95

Con lo cual muestra, a la vez, que cuando hablamos de in-


consciente no estamos hablando de ninguna psicopato-
logía: los seres humanos sueñan y en sus sueños se cifran
anhelos desconocidos para la consciencia. El sueño utiliza
dos mecanismos: condensación y desplazamiento, que sir-
ven para disfrazar la verdad que encierra y le permiten sor-
tear la barrera de la represión.
En el sueño no rige la lógica temporal de la vida cotidia-
na, y una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo. Así, el
lenguaje metafórico del sueño cuenta historias aparente-
mente absurdas, sin sentido, que tienen, sin embargo, su
lógica. Sólo se trata de disponer de los resortes necesarios
para comprender la inteligencia de esa otra lógica y develar
sus contenidos ocultos.
Los sueños son como desplegables que encierran en sus
metáforas, muchas veces oscuras, incomprensibles o cómi-
cas, verdades del soñante que éste a veces desconoce.
Así, permiten penetrar en los laberintos del alma, deve-
lar los pensamientos y sentimientos que esconden y pro-
ducir una transformación en el soñante cuando éste puede
acceder a la verdad de su deseo y hacer algo con eso.
Lewis Carroll nos lleva, cuarenta años antes del descu-
brimiento freudiano, a un viaje fantástico para el cual utili-
za la “vía regia” del sueño y sus mecanismos. De esta for-
ma nos lega Alicia, uno de esos sueños que se recuerdan
toda la vida.

Despedida de la infancia

La primera idea que quiero desarrollar es que este libro


es un viaje de iniciación y de despedida a la vez.
Alicia, la niña graciosa y muchas veces odiosa que vive
en la sociedad puritana que hemos descripto antes, em-
prende de la mano de Lewis Carroll una aventura donde se
ve obligada a poner en juego su astucia, femenina, para
poder sortear los distintos obstáculos que va encontrando
96 GRACIELA SOBRAL

en su camino. Primero tiene que resolver problemas de tipo


“técnico”: cómo hacer para que su cuerpo de niña encaje
en ese mundo minúsculo. Alicia se hace grande o pequeña
para poder resolver las distintas situaciones que se le pre-
sentan. Es decir, encuentra de entrada cosas que no enca-
jan o que ella no encaja con las cosas del mundo, y esto es
algo que ella misma para lo que tiene que encontrar una
solución. Si bien es cierto también que, a lo largo del viaje,
se topará con personajes que la ayudarán a seguir adelan-
te y comprender, en la medida de lo posible, determinadas
situaciones (la Oruga, el Gato, el Grifo, la Duquesa).
La Oruga, el primer personaje que le da una clave im-
portante, tiene un saber sobre ese mundo y, generosamen-
te, se lo transmite. Le dice cómo tiene que hacer para men-
guar y para crecer y, a partir de su indicación enigmática,
Alicia puede resolver ese complicado tema que afecta a su
cuerpo y a su relación con los otros. ¿Es una niña? ¿Es un
pequeño ser de unas pocas pulgadas? ¿Es una jirafa? Es-
tas son algunas de las cuestiones que atañen a su ser y a
su cuerpo que tendrá que abordar en el camino hacia sa-
ber quién es ella.
El diálogo con el Gato es precioso. Él la orienta a su
manera; con unos razonamientos perfectamente lógicos le
muestra el lugar absurdo en que se encuentra.
“Menino de Cheshire”, empezó algo tímidamente,
pues no estaba del todo segura de que le fuera a gus-
tar el cariñoso tratamiento; pero el Gato siguió son-
riendo más y más. “¡Vaya! Parece que le va gustando”,
pensó Alicia, y continuó: “¿Me podrías indicar, por fa-
vor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?”
“Eso depende de a dónde quieras llegar”, contestó el
Gato.
“A mí no me importa demasiado a dónde…”, empezó
a explicar Alicia.
“En ese caso, da igual hacia dónde vayas”, inte-
rrumpió el Gato.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 97

“…siempre que llegue a alguna parte”, terminó Ali-


cia a modo de explicación.
“¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte”, dijo el Gato,
“si caminas lo bastante”.
A Alicia le pareció que esto era innegable, de forma
que intentó preguntarle algo más: “¿Qué clase de gente
vive en estos parajes?”
“Por ahí”, contestó el Gato volviendo una pata hacia
su derecha, “vive un sombrerero; y por allá”, continuó
volviendo la otra pata, “vive una liebre de marzo. Visita
al que te plazca, ambos están igual de locos”.
Al comienzo Alicia se muestra especialmente impaciente
y torpe, no entiende este nuevo mundo pero quiere perma-
necer en él porque la fascina. Parece que ella quisiera im-
poner allí su propia lógica y sus conocimientos. Este es el
punto donde se va a producir la inversión que le permitirá
terminar la aventura siendo otra. De hecho, Alicia tiene
problemas de “identidad”, no puede decir que es una niña,
ya no sabe quién es ni quién va a ser cuando salga. A lo
largo de su recorrido aprende a ser menos obstinada, me-
nos metepatas, más paciente y, lo más importante, apren-
de que existe lo imposible, que no hay armonía, que la ar-
monía no existe ni en su sueño. Alicia se encuentra en una
tesitura inédita: tiene que cambiar. Todos la cuestionan,
todos le dicen lo que tiene que hacer. Ella debe encontrar
su lugar, su nuevo lugar.
Antes del viaje Alicia es una niña que pasea y juega con
sus hermanas y su amigo grande, Carroll. Para hacer posi-
ble el País de las Maravillas ella se transforma, y esa trans-
formación es precursora de la gran transformación: dejar
de ser una niña y convertirse en una joven mujer.
Al final del capítulo 12, el último del libro, titulado “El
testimonio de Alicia”, ella despierta y le dice a su hermana:
“Ah, no sabes qué sueño más raro he tenido” y comienza a
contarle el sueño. Cuando termina el relato del sueño, la
hermana le dice que se está haciendo tarde y debe ir a me-
98 GRACIELA SOBRAL

rendar. Alicia se va, deja atrás su narración y su hermana


se queda soñando con el mundo de Alicia. En relación con
la hermana, que hace suyo el sueño, el narrador dice: “Y
mientras continuaba así sentada con los ojos cerrados, ca-
si creyó encontrarse en ese país maravilloso, aunque sabía
que con sólo abrirlos todo recobraría su insulsa realidad…
Por último pensó en cómo sería en el futuro esta pequeña
hermana suya, cuando se convirtiera ya en una mujer, y
en cómo se conservaría a lo largo de sus años maduros el
corazón sencillo y amante de su niñez”.
En este pasaje podemos ver un recorrido que ha finali-
zado. Alicia sale del sueño, ya no quiere seguir jugando. En
el final del sueño ella ya había recuperado su tamaño nor-
mal porque el poder mágico de los bizcochos que tomaba
se había terminado, y acababa de ser condenada por tener
la osadía de responderle a la Reina. “¡Que le corten la ca-
beza!”, había chillado ésta con toda la fuerza de sus pul-
mones; pero nadie hizo el menor movimiento”. El juego se
estaba acabando. Alicia, nunca mejor dicho, rompe la ba-
raja (los soldados y pajes de la reina son las cartas de una
baraja) diciendo: “¿Quién les va a hacer caso? ¡Si no son
más que un mazo de cartas!” Al oír esto, la baraja entera se
elevó por los aires y empezó a caer desordenadamente so-
bre Alicia…” despertándola.
Alicia entró a un País donde tuvo que vérselas con ani-
males antropomórficos y parlantes, con situaciones absur-
das e imposibles y finalmente salió. Del sueño extrajo un
relato que contó a su hermana, que queda en su hermana.
Alicia se va, después de separarse del sueño y del relato.
Su hermana, que permanece soñando el sueño de Alicia,
piensa en el destino de Alicia como mujer y en qué cosa
guardará la mujer de la niña.
Desde mi punto de vista, el relato está al servicio de
mostrar este momento: cuando Alicia está en condiciones
de dejar atrás sus cosas de la infancia y se dirige a un fu-
turo que la espera como mujer.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 99

Quisiera resaltar que este no es un cuento o novela de


iniciación (Ausbildungs Roman) al uso; normalmente ese
tipo de relato entraña un encuentro sexual en algún aspec-
to: con la mirada, con las palabras, con el cuerpo. Eso no
está en el libro. Por eso le he dado a este apartado el título
de “despedida de la infancia”. Lo que Alicia aprende en este
País es a utilizar su ingenio y sus ardides para desenvol-
verse en un mundo otro, en un País que es una alteridad.
Alicia aprende a arreglarse con lo que tiene, busca el cami-
no de la astucia. Ella debe abandonar el mundo tutelado
por los mayores y encontrar su manera particular de
hacer, por sí misma. En ese sentido creo que, estrictamen-
te, no se trata tanto de una iniciación como de una despe-
dida, de la separación de la infancia.

El relato como don de amor

Gracias a su amor por Alicia, Lewis Carroll puede atra-


vesar el muro censor de la sociedad victoriana, y segura-
mente sus propios muros subjetivos, al construir otro
mundo: ingenioso, divertido, donde rigen otras reglas y
donde su querida niña puede hacer una experiencia nueva.
La segunda idea que quisiera desarrollar es que este li-
bro es una ocasión de separación también para él.
Alicia en el País de las Maravillas comienza con un poe-
ma, que termina así:
“¡Alicia! Recibe este cuento infantil
Y deposítalo con mano amable
Allí donde descansan los sueños de la niñez
Entrelazados en mística guirnalda de la Memoria
Como las flores ya marchitas
Ofrenda de un peregrino
Que las recogiera en una lejana tierra”
L. Carroll cuenta y posteriormente escribe este relato
para Alicia, aparentemente para entretenerla, para agra-
darla, pero como podemos ver en el poema, en la dedicato-
100 GRACIELA SOBRAL

ria está presente el espíritu de la despedida. Ella debe de-


positar el cuento infantil donde descansan los sueños de la
niñez, como si debiera producirse una especie de transmu-
tación y ella fuera a dejar de ser una niña. Estos sueños
van a descansar junto con las flores marchitas que le
ofrendara un peregrino. En la figura del peregrino podemos
ver al propio Carroll, pero en un tiempo pasado, como las
flores que ya han perdido su juventud.
Desde mi punto de vista, el libro es un don de amor que
Carroll le hace a Alicia.
¿Qué quiero decir con “don de amor”?
Los objetos que se intercambian las personas en las re-
laciones afectivas tienen un valor añadido que, más que
añadido, resulta fundamental. El objeto que se da es signo
del amor, el objeto representa de alguna manera al otro del
amor, y lo sustituye. Hacer un regalo es dar algo de uno
mismo, es dar algo que, desde ese momento, a uno le falta.
No se trata de dar algo porque sobra. Doy algo valioso para
mí como signo de mi amor. El objeto como don de amor re-
presenta al amante y, a la vez, evita que el amante tenga
que darse enteramente a sí mismo.
En nuestro caso, Carroll crea para Alicia este maravillo-
so regalo como testimonio de su amor y de lo imposible del
mismo. Es su manera de darse él mismo y de distanciarse
a la vez. En su lugar está el libro, la historia fantástica que
entrega a Alicia como una especie de mapa, lleno de enig-
mas, que le puede servir para encontrar su tesoro. El libro
es una plasmación del amor y de la promesa.
Con este don el propio Carroll se separa, transforma su
amor en un objeto y, en una especie de sublimación, co-
mienza a partir de entonces a dedicar parte de su tiempo a
la narrativa, siguiendo la estela de este primer libro tan es-
pecial.
Porque se trata de un regalo que sella un amor que está
pasando o que, más bien, tiene que pasar, debe pasar, en
el sentido de acabar.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 101

Carroll eterniza la infancia de Alicia con las fotos y tam-


bién lo hace con el libro. Pero en este caso, le da a la vez
algo que, como dije antes, será testimonio de un pasado o
de un imposible. En el libro que la hace una niña eterna
para la humanidad, la obliga a transformarse en otra, a
mudar. Le regala un mundo otro donde la invita a incluir-
se, mientras él queda fuera. En la película Alicia en el País
de las Maravillas, de Tim Burton, por ejemplo, Carroll, re-
presentado por el sombrerero loco, queda incluido en el
sueño, sin poder salir, y es Alicia la que se va. En ambos
casos se separan.
Hacia el final del libro hay otro poema, oscuro, ambiguo.
Los personajes se burlan de él.

“Me dijeron que fuiste a verla


Y que a él me encomendaste;
A ella le gustó mi carácter,
Pero declaró que yo no sabía nadar.
Él les mandó decir que yo no había sido
(Nosotros lo damos por cierto).
Pero ¿y si ella insistiera?
¿Qué sería entonces de ti?
Yo le dí una, ellos diéronle dos
Tú nos diste tres o más.
Todas volvieron de él a ti,
Aunque antes todas mías fueran.
Si ella o yo por ventura nos viéramos
Afectados por todo este enredo,
Él confía en que tú sabrás liberarlas
Tal y como al principio fuimos.
Tengo la impresión de que tú fuiste
(Antes de que a ella le diera este ataque)
Un obstáculo que se interpuso
Entre él, nosotros y el sueño.
102 GRACIELA SOBRAL

No dejes que él sepa que ella los querría más,


Pues esto habrá de ser siempre
Un secreto que nadie más sepa,
Entre tú y yo”.

Me gustaría leer parte de la nota de Jaime de Ojeda,


traductor de la edición que he leído, que sigue a este poe-
ma. Dice: “…..la versión revisada [de este poema] que apa-
rece en Alicia alude, a mi modesto juicio, al mismo Carroll
y a su relación medio inconsciente medio confesada con
Alicia. Para mí todo este poema respira la profunda melan-
colía de ese amor imposible”.
Podemos imaginar que Carroll sabe que tiene que sepa-
rarse o que ama a la niña que Alicia está dejando de ser.
Sensibilizado, “feminizado” por su amor, puede imaginar
ese mundo lleno de frescura e ingenio y puede sostenerlo
con sus conocimientos científicos. Crea así una obra ver-
daderamente original donde, por una parte, intenta dar
cuenta de lo que no se puede aprehender ni decir: la infan-
cia que acaba, el amor imposible.
Desde otra perspectiva, él realiza una subversión. La
obra de Carroll no resulta escandalosa ni molesta. Es más,
a la reina Victoria le gustó tanto que mandó pedir todos
sus libros, aunque luego se encontraría con que eran libros
científicos que ella no podía comprender. Él no cuenta his-
torias que contravengan la moral. En esos años, el escritor
Oscar Wilde, cuya obra resultaba excesivamente provocati-
va para la sociedad victoriana, fue condenado a muerte por
ser homosexual.
El caso de Carroll es distinto, él subvierte en un sentido
más radical, más estructural, no es a través de los conte-
nidos de las historias. Él usa la lógica para dar sentido al
sinsentido y de esta manera se acerca también a lo impo-
sible de decir. Esa es su verdadera subversión. Si bien
también utiliza a sus personajes para hacer críticas socia-
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 103

les muy mordaces, pero eso es lo más evidente, y no resul-


ta tanto molesto como gracioso.
En relación al objeto “libro” o el objeto “palabras” como
don, lo encontramos en Carroll hacia Alicia, como verdade-
ro don de amor.
Asimismo, Alicia también entrega su relato, lo da como
si fuera un testigo. Fue suyo pero lo lega a su hermana
porque ya no es suyo, ya pasó.
Es curioso porque en el libro también se regalan pala-
bras. Hay un párrafo en el capítulo La historia de la tortuga
artificial en el que hablan Alicia y la Duquesa. Alicia oscila
entre la paciencia y la impaciencia frente a los comentarios
de la duquesa, que está especialmente amable. En un mo-
mento la Duquesa le dice: “te regalo todo lo que he dicho
hasta ahora”, y Alicia piensa: “¡Vaya regalito! ¡Menos mal
que la gente no acostumbra hacer regalos de cumpleaños
de este tipo!”.
Con el regalo de las palabras Carroll hace lo mismo que
con su poema del final, lo entrega para que sus personajes
lo ridiculicen, lo transformen en un resto, en algo degrada-
do. Coexisten en relación al relato y las palabras regaladas
lo sublimado y lo degradado.

Para concluir

Para terminar voy a tomar prestadas unas palabras de


Jorge Luis Borges, de su prólogo a las obras completas de
L. Carroll. Su texto, como es habitual, es muy sugerente y
lleno de ideas. Sólo voy a reproducir alguna de ellas que va
en la línea de lo que he venido comentando.
Dice: “la literatura inglesa y los sueños guardan una an-
tigua amistad”, luego continúa comentando que los dos
sueños de Alicia bordean la pesadilla y que las ilustracio-
nes de Tenniel acentúan la siempre sugerida amenaza. Pe-
ro, “en el trasfondo de los sueños acecha una resignada y
sonriente melancolía; la soledad de Alicia entre sus mons-
104 GRACIELA SOBRAL

truos refleja la del célibe que tejió la inolvidable fábula. La


soledad del hombre que no se atrevió nunca al amor y que
no tuvo otros amigos que algunas niñas que el tiempo fue
robándole, ni otro placer que la fotografía, menospreciada
entonces”. *

* Edición utilizada: Alicia en el País de las Maravillas. Traduc-


ción de Jaime de Ojeda, libro de bolsillo de Alianza Editorial,
1986, Madrid, España.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 105

La anorexia, empuje a la muerte *

En las anorexias y las bulimias graves se observa la ac-


ción de la pulsión: el discurso y el quehacer de los sujetos
se orientan en una única dirección que comienza apartán-
dolos de la vida y termina conduciéndolos hacia la muerte.
Una de las primeras lecciones de cualquier introducción
al psicoanálisis es la distinción entre pulsión e instinto, en
tanto lo que rige para el ser humano es la pulsión. Cual-
quier relación del hombre con el instinto es mítica. La pul-
sión, a diferencia de aquél, tiene un objeto caprichoso y su
satisfacción no coincide con la de una necesidad. El ejem-
plo por excelencia lo constituyen la anorexia y la bulimia
que muestran que ahí no se trata ni del saber hacer del
instinto ni de su fijeza. La relación con el alimento puede
estar profundamente perturbada de forma tal que el sujeto
elija no comer y sea capaz de llevar esta elección hasta el
extremo; también es posible que coma sin que ninguna ba-
rrera del placer lo detenga. La película La grande bouffe lo
ilustra magistralmente y muestra que ésta puede ser tam-
bién una vía hacia la muerte.
Freud estableció una primera distinción entre pulsiones
de autoconservación y pulsiones eróticas para, finalmente,
hablar de pulsiones de vida y de muerte. Sin embargo, fue
Lacan quien zanjó la cuestión concluyendo que toda pul-
sión es, en última instancia, de muerte, en la medida en
que la pulsión busca siempre su satisfacción y ésta se ob-
tiene más allá del bienestar y la homeostasis. Cuando, a la
hora de su constitución, el sujeto queda orientado por el
deseo, lo simbólico organiza algo del goce pulsional y su
aspecto mortífero se modera. Esta orientación puede sufrir
serias perturbaciones entre las que podemos situar los lla-

* Versión corregida del artículo publicado en Psicoanálisis y el


Hospital Nº 20. Ediciones del Seminario, Buenos Aires, 2001.
106 GRACIELA SOBRAL

mados síntomas contemporáneos (anorexia, bulimia, toxi-


comanía, etc.), que presentan un déficit importante en rela-
ción al deseo y, paralelamente, un fuerte empuje pulsional.
El síntoma definido por Freud como formación de com-
promiso es una transacción entre un empuje pulsional y
una coerción del yo, que da lugar a una formación sustitu-
tiva donde el deseo reprimido se satisface de una forma
desviada que resulta displacentera para el yo. Es decir,
constituye una transacción entre dicho goce pulsional y los
ideales del sujeto.
El síntoma divide al sujeto, se presenta en su vida como
una especie de cuerpo extraño que, en el mejor de los casos,
puede conducirlo a la consulta del psicoanalista. Dentro del
dispositivo analítico, el síntoma debe adquirir el estatuto
de una pregunta acerca del porqué de ese cuerpo extraño,
y dicha pregunta es lo que impulsa el trabajo analítico.
En la anorexia y la bulimia, pero especialmente en la
anorexia restrictiva, no encontramos nada de esto. En la
anorexia no hay demanda; en todo caso, son los familiares
los que demandan porque son ellos quienes padecen el sín-
toma, de forma tal que se ven empujados a pedir ayuda.
Tampoco hay cuestionamiento, ya que el síntoma no repre-
senta nada para el sujeto, es una superficie opaca en la
que no puede reconocer nada de sí. Al contrario, hay una
satisfacción en relación con el Ideal.
La anorexia y la bulimia como síntomas dividen al Otro,
al Otro familiar o social, mostrando en ese sentido no tanto
el carácter del síntoma descrito por Freud como formación
de compromiso, sino un aspecto que nos recuerda otras
entidades clínicas. En relación con la demanda, por ejem-
plo, el sujeto obsesivo que también presenta con frecuencia
síntomas egosintónicos, en ocasiones se dirige al analista
empujado más por su entorno que por su propio malestar.
La anorexia y la bulimia comparten asimismo un rasgo con
la perversión, en el sentido de que producen un movimien-
to que se dirige al Otro promoviendo en él su división, a
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 107

través del horror, la angustia o la impotencia.


El sujeto anoréxico en su posición no está comandado
tanto por el significante, que permitiría articular la pregun-
ta que constituye el síntoma analítico, sino por el goce, que
es el que dirige esta maniobra. Y en ese sentido, más que
un deseo, lo que se pone en juego es una especie de volun-
tad o imperativo de goce: el sujeto no puede dejar de no
comer, de no engordar.
Podemos formular una serie de preguntas: ¿cuál es el
mecanismo por el cual una estructura como ésta se des-
equilibra? ¿Cómo se desencadena la anorexia? ¿Cómo se
pone en juego esa operación comandada por la pulsión
desintrincada, liberada de lo que la sujeta al Otro? ¿Es po-
sible desandar ese camino, volver a anudar la pulsión?
Me interesa especialmente esta última pregunta, porque
es difícil de contestar cuando se trata de casos graves. Pre-
sentaré una viñeta clínica en la que se hace especialmente
vigente la cuestión acerca de la posibilidad del reanuda-
miento de lo pulsional y lo simbólico.
Mónica tiene 30 años, lleva 12 años enferma y pesa 22
kg. La semana pasada llegó a sesión en estado de intensa
angustia: había visto las fotos de las vacaciones familiares
y por primera vez se vio horrorosa. La imagen que le de-
vuelven las fotos le resulta insoportable, es algo que nunca
le había pasado. Ella ha exhibido la monstruosidad de su
cuerpo con complacencia. Ahora ve otra cosa, su mirada se
encuentra con un horror que antes no podía ver: su repre-
sentación más descarnada en el lugar de la imagen ideal
[a/i(a)]. Esto tiene un correlato en la relación con el Otro,
ha cambiado su posición en la dialéctica familiar, ya no se
somete de la misma manera a la demanda del Otro (en este
caso, su madre o su padre), porque ha encontrado la posi-
bilidad de la aceptación o el rechazo según un criterio más
personal, no tan ligado al sometimiento o la oposición. En
este punto el análisis de Mónica se podría considerar exi-
toso: ha pasado de ser alguien a punto de morir a sostener
108 GRACIELA SOBRAL

una lucha contra la muerte.


Hace dos años, al poco tiempo de comenzar sus entrevis-
tas, tuvo un problema hepático muy grave que la colocó
efectivamente al borde de la muerte. La analista la acompa-
ñó telefónicamente durante ese tiempo y la instó a retomar
las sesiones en cuanto pudiera. Mónica, que se había sen-
tido abandonada por su psicóloga anterior, comprobó que
esta vez el Otro estaba allí y que no entraba en el juego de
sus contenciosos familiares (ella no quería volver a sesión
hasta que sus padres la dejaran ir sola, a lo que la analista
respondió que entonces ya no le guardaría la hora). Es pre-
cisamente en este punto que se produjo la entrada en aná-
lisis, y Mónica pudo comenzar a desplegar los fantasmas
que encubría la anorexia, de manera que, unos meses más
tarde, se preguntaba por su posición frente a la muerte.
Ha habido diversos cambios en su posición subjetiva
que se manifiestan en cierta independencia en la relación
familiar, un interés por la vida que la ha hecho volver a sa-
lir de su casa para intentar retomar alguna relación, volver
a escribir y, sobre todo, la lleva a hacer una dieta que le
permita ganar un poco de peso (ha llegado a pesar 18 kg.).
Debemos tener en cuenta que un cuerpo con ese peso tiene
muchos problemas orgánicos y funcionales que ponen
constantemente en riesgo la vida.
Podemos volver a formular la pregunta anterior: en casos
graves como éste, ¿hasta dónde es posible llegar? Asistimos
a la emergencia de un atisbo de deseo de vivir en un sujeto
al que la anorexia ha acercado a la muerte. El sujeto necesi-
ta alojarse en un cuerpo que esté vivo. ¿Es posible desan-
dar el camino construido por ese ejercicio pulsional mortí-
fero construyendo uno nuevo? ¿Es posible entrar en una
dialéctica simbólica que implique al cuerpo de otra manera?
No tenemos una respuesta definitiva a estas cuestiones
que reaparecen, inquietantes, cada vez que se producen
cambios subjetivos importantes mientras el cuerpo perma-
nece en ese punto de proximidad a la muerte.
MADRES, ANOREXIA Y FEMINIDAD 109

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Este libro se terminó de imprimir
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