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Obesidad. El refugio en el cuerpo.

Por Nieves Soria


Dafunchio. Parte I
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Publicado en Lectura Lacaniana: 8 junio, 2016


Nieves Soria es psicoanalista, miembro de
la Escuela de la Orientación Lacaniana y
de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

H: El cuerpo simbólico: Disponemos de


una definición general del cuerpo como
cuerpo de lo simbólico y se fundamenta
en lo que se dice de un cuerpo. El cuerpo
que se basa en dichos. Hay dos aspectos
que se abren para incluir trabajos en éste
espacio: el estudio de los dichos del
cuerpo en lo universal y el estudio de los
dichos del cuerpo en singular: Uno.

En este trabajo, Nieves Soria Dafunchio, aborda psicoanalíticamente a pacientes obesos,


en los cuales, dice, se pone en juego lo más singular del sujeto.

Abordará distintas viñetas clínicas, para dar cuenta y poder aislar así, las constantes que
se verifican en cada caso y poder ubicar a nivel de la estructura lo que la obesidad
presenta de más real. Propuestas de hipótesis a la “solución” particular de la obesidad.

Este trabajo lo hemos dividido en 4 entregas:


I. La tiranía de la demanda y el estrago materno
II. La ausencia de Inter-dicción.
III. El falo inflado: un modo particular de mortificación del falo
IV. El psicoanálisis aplicado a la obesidad. Su más allá

Pintura: Fernando Botero

I. La tiranía de la demanda y el estrago materno


Jacques Lacan, en “Nota sobre el niño” dice: que el deseo materno respecto del cual la
posición del hijo compete solamente a la subjetividad de la madre, ubicándose como
objeto de su fantasma.
En varias viñetas clínicas Nieves Soria abordará la problemática de la obesidad y dirá que
los sujetos obesos se presentan aplastados por la demanda del Otro, en una posición de
dar sin límite, cuyo reverso es un “llenarse”, “gratificarse” con comida, también sin límites.
Rebajamiento del deseo a la demanda, operación a la que se entrega en forma
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permanente el sujeto obeso, logrando taponar la falta en la que consiste el objeto del
deseo, con un objeto pleno, objeto de la necesidad: el alimento.
Nos habla de estrago, como el avasallamiento, devastación, también como rapto o
arrobamiento, ese no estar allí, del sujeto obeso, obesidad manifestada en el cuerpo,
deformado por la irrupción de ese goce sin límite.

Angela Vitale

Introducción.

El abordaje psicoanalítico de pacientes obesos es una experiencia en la que se pone en


juego lo más singular del sujeto. Por esta razón, en cada caso “la obesidad” no será la
misma cosa, ni tampoco tendrá el mismo destino.
Sin embargo, en mi práctica con este tipo de pacientes, he podido aislar ciertas constantes
que se verifican en todos los casos, y que permitirían comenzar a ubicar a nivel de la
estructura lo que la obesidad presenta de más real, más allá de las significaciones que
proliferen a su alrededor, o el silencio a que quede confinada en la singularidad de cada
caso. Las ubicaré en cuatro casos de mi práctica que me parecen paradigmáticos.
A partir de esas constantes propongo una hipótesis que daría cuenta de las vicisitudes del
cuerpo erógeno que desembocan en la particular “solución” de la obesidad.
Finalmente, algunos atisbos de la práctica psicoanalítica con pacientes obesos: sus
posibilidades, sus puntos de impasse.

1) La tiranía de la demanda y el estrago materno.

Los sujetos obesos se presentan aplastados por la demanda del Otro, en una posición de
dar sin límite, cuyo reverso es un “llenarse”, “gratificarse” (en sus términos) con comida,
también sin límites.
En el abordaje psicoanalítico de estos pacientes se verifica que esta sujeción absoluta a la
demanda es el modo que estos sujetos encontraron de relacionarse con el deseo materno,
loco y caprichoso. Ya que en estos casos el decir materno se presenta como absoluto,
idéntico a sí mismo, sin falla, tomando entonces un carácter superyoico.
Efectivamente, se trata de un deseo materno respecto del cual la posición del hijo compete
solamente a la subjetividad de la madre, ubicándose como objeto de su fantasma, posición
a la que se refiere J. Lacan en “Dos notas sobre el niño” (1).

Liliana vivía perseguida por su madre, que no la dejaba ni a sol ni a sombra. A los 18 años
se va de la casa ocultando su paradero, buscando escapar de ella. Pero una y otra vez,
mudanzas de por medio, ésta terminaba encontrándola, le hacía un escándalo público, le
gritaba que era una traidora, que no tenía derecho a dejarla, que la había tenido para que
la acompañe, y que no podía vivir sin ella.

Dolores relata cómo desde muy pequeña, cada vez que ella debía salir de la casa, la
madre le decía: “ahora me quedo solita”.

La madre de Amelia, que vivía con ella, se tiró por el balcón en una época en la que
Amelia estaba ocupada con problemas económicos. Dejó cartas en las que acusaba a su
hija de obligarla al suicidio con su desamor.

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No es casual que nos refiramos a un texto sobre el niño para dar cuenta de la obesidad,
dado que la posición del sujeto obeso es infantil, como veremos en el apartado 3.
El rebajamiento del deseo a la demanda es la operación a la que se entrega en forma
permanente el sujeto obeso. Logra así taponar la hiancia, la falta en la que consiste el
objeto del deseo, con un objeto “pleno”, objeto de la necesidad: el alimento. Lo imposible
de la tarea se verifica en el carácter compulsivo e inagotable de la misma: encontramos en
ese rasgo un vacío imposible de ser llenado, vertiente melancólica de toda obesidad.
En el Seminario sobre Las relaciones de objeto, J. Lacan ubicará el recurso al objeto
alimentario como una compensación del amor que falta, cuando no logra encontrar en el
Otro ese objeto del don que es una nada, y allí ubica la génesis del superyó:
“La satisfacción de la necesidad es aquí la compensación de la frustración de amor y, al
mismo tiempo, casi diría que comienza a convertirse en coartada.(…)
Si la regresión oral al objeto primitivo de devoración acude a compensar la frustración de
amor, tal reacción de incorporación proporciona su modelo, su molde, su vorbild, a esa
especie de incorporación, la incorporación de determinadas palabras entre otras, que está
en el origen de la formación precoz llamada el superyó. Eso que el sujeto incorpora bajo el
nombre de superyó es algo análogo al objeto de la necesidad, no porque sea el don, sino
como su sustituto cuando éste falta, lo cual no es en absoluto lo mismo”.(2)
Un deseo absoluto encarnado en el Otro primordial, generalmente materno, y vivido, a falta
de la lógica del amor, como demanda insaciable: tal es el campo del estrago materno.

El día en que Liliana debía partir de viaje de egresados, la madre decide que ella no
viajará. Ella se desespera, le implora, le pregunta por qué. La madre responde: “porque yo
lo digo”.

Dolores recuerda que cuando tenía dos años, la madre la llevaba a la plaza, y que ella la
empujaba y le decía “fuera”. Esta modalidad de relación con el Otro materno se reproduce
en todas sus relaciones con mujeres, que vive como asfixiantes.

La madre de Eduardo, inolvidable, idealizada, perfecta, vivía ocupándose de los pobres y


necesitados de todo tipo, les daba comida, dinero y alojamiento, aún a expensas del
bienestar de su familia. Eduardo muchas veces se encuentra prestando el único dinero
que le queda, trabajando de más, tapando agujeros de otros.

Cuando hablamos de estrago, nos referimos a un avasallamiento, a una devastación, que


en el caso de la obesidad se manifiesta en el cuerpo, deformado por la irrupción de ese
goce sin límite.
Pero también hablamos de rapto, arrobamiento (3), ese “no estar allí”, que tan bien
describe Dolores, pero que podemos encontrar en el apego de los sujetos obesos en
general a su pasado, particularmente su infancia, y en última instancia a La Cosa,
encarnada en el cuerpo materno.

Dolores sufre, además de su obesidad, de ciertas dificultades que ubica del lado de “lo
mental”: “Yo siempre fui la burra de la familia. Ellos pensaban que a mí no me daba la
cabeza para estudiar”. “Tengo lagunas mentales. Capaz que es una forma de ausentismo,
es como si me sacaran algo, no sé, la mente. Estoy ahí, veo todo. Estoy corporalmente,

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pero no espiritualmente.”
Cuando se entristece o se angustia, inmediatamente se le ocurre que su madre está
pensando en ella, extrañándola.

Amelia relata cómo cuando se casó, ni siquiera se le ocurrió consultarle al marido,


directamente llevó a su madre a su casa. Desde que ésta se suicidó, hace 6 años, hasta
hace poco, olía permanentemente su perfume.

Hace 10 años falleció el padre de Liliana. Automáticamente la madre se va a vivir con ella.
No se despegan más.

A la semana de morir su madre, Eduardo la vio aparecer en camisón en el umbral de su


habitación. Vive añorando un amor de su juventud, vuelto imposible por él, y rememorando
su infancia.

En este sometimiento a la tiranía de la demanda del Otro, en el que el propio cuerpo pasa
a ser la prenda de sacrificio, el sujeto no deja de experimentar esa ambivalencia afectiva
respecto del Otro, que vira de un instante a otro del amor al odio, en un fort-da eterno,
jugado en el campo del espejo, y graficado por Liliana del siguiente modo:

“Lo increíble es que a pesar de todo lo que me hizo mi madre, la sola idea de que ella se
muera me llena de una angustia insoportable, me parece que sin ella me voy a morir”. “Creí
que había cortado el cordón, ahora me doy cuenta que no. Sólo fui un yo-yo de mi madre:
parecía que me alejaba, pero volvía”.

Y Amelia: “Me casé y la llevé a vivir conmigo. Me molestaba cada vez más, era
insoportable. Pero jamás se me hubiese ocurrido que no viviera conmigo”.

De este modo, el cuerpo del sujeto queda entregado al decir materno, toma su
consistencia de los significantes-amo que encuentra en ese decir, volviéndose pasto del
superyó.

Dice Amelia: “Parece que mi madre tenía razón, desde muy chica me decía que yo
siempre iba a ser gorda, que nunca iba a bajar de peso”.

Cuando Dolores logra adelgazar dice: “Antes no podía parar. Mi mamá me decía: “no
tenés fondo”. ¿Por qué pesarán tanto las palabras de una madre?”

Eduardo: “Mi mamá me decía que mi problema es que soy bueno, como ella. Y es así, soy
el gordo bonachón, del que todos se aprovechan”.

Liliana: “Cuando me despierto de noche, ella abre los ojos, me mira y me dice: “Ya vas a
comer”. Y yo me levanto, me pongo una silla frente a la heladera, la abro, arraso con todo.
Vuelvo a la habitación con ella”.

Continuará…

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