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Cuentos Cortos Para

Malpensados
Jaime Salazar 1
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Cuentos Cortos Para
Malpensados

Jaime Salazar

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Jaime Salazar
Cuentos Cortos Para Malpensados
1ra. edición

Colección Pasto Ciudad Capital Lectora


Cuentos Cortos Para
Alcaldía de Pasto
Malpensados
Diseño de Carátula
José Miranda

Ilustraciones
José Ernesto Miranda
https://www.facebo ok.com/ko obecafff
Alejandro Domínguez
alejodominguez23@gmail.com

Diagramación
Sara María Guerrero
saramaria.dg@gmail.com

Impresión
Graficolor Pasto

2013

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Prefacio

Los prefacios nos han malacostumbrado como


lectores; cabe explicar que toda forma de explica-
ción subestima o subordina a malas consecuen-
cias “malas lecturas” pero, amigo lector, usted,
que tiene tan envenenadas las hormigas de ese
cosquilleo que produce leer, tenga cuidado, no se
sienta identificado con ninguna de las situaciones
por venir, se lo ruego; aunque usted esté pensan-
do que estoy dando explicaciones, no es así.

Mejor tenga en cuenta usted esto: sea malpen-


sado hasta el tuétano y se le dará el reino de la
literatura.

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I
The Best Sellers

Cada vez que un libro nace, tiene casi el mismo


proceso de los hombres: crece, se reproduce y
quizá muera. Una de sus finalidades es ser un Best
Seller; pronto será un sujeto de papel y tinta que
tiene por obligación devorar los cerebros de los
que acuden a él; sus aspiraciones, quedar impune
en las mentes de los lectores. Ahora, por cierto
(esa infinidad de libros que seguirán por existir),
trabajan para sectas que practican el ocultismo,
y existe algo verdaderamente grave: asesinan al
creador de la obra; estas sectas, que se camuflan
bajo el sucio nombre de editoriales y tienen en sus
sótanos, trabajando en la alquimia de la escritura
y esclavizados, a los verdaderos autores de los li-
bros, los editores que poseen cierto poder, que ha
sido transmitido por generaciones (de hecho sus
antepasados fueron los mismos de la biblioteca de
Alejandría y la quema de libros en otras épocas;
son pirómanos por excelencia), hipnotizan a su-
jetos (al parecer influenciables), y los hacen creer
que ellos son escritores; mientras en las mazmo-
rras esclavizan a los verdaderos creadores hasta
que alguien determina el fin de su pluma. Existió
un caso casi develado, el de Shakespeare y Bacon,
¡pero no!, ninguno era el verdadero autor. Hace
algunos años, las editoriales aceptaron a mujeres
para que se unan a su macabra organización y
enamoren a sujetos para hacerlos creer que son

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II
escritores; pobre Borges, él fue uno de los prime-
ros (sí es que existió), al verdadero autor del Jardín
Bizarro
de los senderos que se bifurcan, de ochenta y seis
años, le arrancaron la piel.

—Abrime o te mato.

—Andá donde esas vagabundas, que te abran a


ver si te reciben —y ella le lanza la ropa por la
ventana.

— ¡Que me abras!

— ¿Qué, no entiendes, holgazán?

—La última vez que te digo, abrime —y coge la


puerta a puños hasta que le lloran los nudillos.

— ¿Eso es lo que quieres?, esperá —baja las gradas


corriendo, abre la puerta y le clava un cuchillo en
el vientre; ella, que no es ella, es la ira de todas las
mujeres, hace con el interior del sujeto lo que se
le da la gana, y con sus órganos regados escribe
sobre el piso:

TE ODIO

Él, con sus últimas fuerzas, le dice:

—Te amo, hermosa.

—Yo también te amo, mi amor —y ella recoge el


cuerpo que sube en su espalda por las gradas.

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Esa noche… hicieron el amor toda la noche, se
enlazaron, se hicieron caricias entre el albur de
las sábanas, crearon un cosmos nuevo hecho por
el demiurgo que se forma del sudor y los fluidos
evaporados en el éter. Esa noche ella ganó.

—Mi amor, me traes el desayuno…

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III IV

Antropófagos

El primero de enero fui a la armería, compré una Mi nombre… si está leyendo esto, ya lo conoce.
caja de balas y un revólver. Leí las instrucciones Poco antes de ser devorado, bajé al infierno a be-
casi cien veces, quería estar seguro, luego prac- sar a Judas, pero eso ya lo sabían.
tiqué hasta dejar solo una bala en el tambor. Las
instrucciones decían: “dibuje una diana sobre su El árbol dejó de dar frutos, sus ramas envejecían y
corazón y dispare, así podrá olvidarla”. He tomado sus ojos de madera se matizaban en la tristeza de
un taxi hasta su casa, espero que no haya nadie. aquellas épocas maravillosas. Todos vimos como
agonizaba en su silencio; un día murió, y todos
empezaron a comerse de a pocos; sus ojos ya no
eran los mismos. En una de las peores noches, me
dieron a comer los ojos del ciego del pueblo. Vo-
mité durante días, y en mis pesadillas diarias tenía
la percepción de los ciegos. Una mañana desayu-
né la mano del único escritor del pueblo; su carne
en mi estómago develó mi obligación, seguir con
la obra que él había dejado a medio empezar; con
papel y tinta, me senté y de mi mano brotaban
bellas letras y, en sus combinaciones, se formaban
palabras para acariciar; sonó la puerta, y estaban
todos allí con sus ojos, era mi turno… espero que
un día publiquen lo que escribí.

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V VI

El Reciclador de Letras A Fiodor Dostoyevski

Un hombre se puso a la tarea de reciclar letras; 25 rojo.


recogía y recortaba todas las letras que la gente
botaba en libros, revistas, periódicos y todo donde El croupier lanza la esfera de marfil. Las miradas
hubiera palabras. Al morir, dejó un sinnúmero de chocan, los filos de la mesa se llenan con el sudor
As, de Bes y así hasta la Zeta, que era una de las de las ansiosas manos.
que más recuerdos le traía, porque en ella vio el
intento de ahorcamiento de un humano cualquie- —Respira tranquilo —se dice, estoy jugando en el
ra en un anuncio luminoso. filo de la hoz.

Días antes de morir, desnudo y cubierto de dife- 25 rojo.


rentes materiales donde se había impreso su pa-
sión, soñó que conocía a un hombre que les daba Instantáneamente le pasan un revólver cargado
un uso encarnado a las letras que él había in- con un sólo ángel negro.
tentado revivirlas. Existen hombres que el destino
les permite un último deseo antes de lo conocido — ¿Y esto, qué es?
como desconocido. Un amigo suyo, guardó en so-
bres las letras y las repartió equitativamente entre —El ganador comienza.
la gente que gusta de escribir…; los sobres llega-
ron a todas las partes del mundo, pero los escri- 25 rojo.
tores las rechazaron en su vanidad de creadores,
¿Quién quiere letras cuando es tan fácil calcarlas?, Qué sueño tan extraño tuve, iré ahora mismo al
y se incrementó la compra de plumas, máquinas casino y apostaré al 25 rojo.
de escribir, computadoras, etc.

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VII

Infa mia Radioactiva

El Infierno: (Gritando) ¡No toques ese botón!…

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VIII IX

La Permuta de un Circo por


un Siquiátrico

A Julio Cortázar
X: La caída fue muy severa. El circo es un lugar donde los niños, adultos y en-
tes en general salen a divertirse, para espantar la
Y: Sí, desgraciadamente no morí en el instante. tristeza, la congoja de trabajar, para llegar a la casa
y encontrar a su mujer con un rulo en la cabeza
X: ¿Y cuál era tu propósito verdadero? o, si de pronto está de suerte, encontrarla con su
propio hermano. Esta reacción puede provocar un
Y: No llegar al cielo. desmayo en que, al momento de despertar… su
esposa con su cuñado, es decir “…”, lo levanten y
tengan muchísimas tácticas de hacerlo desaparecer:

Número 1- emparedarlo.

Número 2- vivo, enterrarlo.

Número 3- hacerle un retrato hasta que agonice y,


seguido, su respirar cese.

Se dan cuenta de que es mejor dejar de leer a Poe y


llevarlo a un hospital de caridad. La ambulancia va
en camino, sin embargo este carruaje es muy rús-
tico y en el pretérito una de las llantas se revienta
y sale por los aires, golpea la cabeza de nuestro
amigo, cae y lo reciben los senos grandes de una
veinticincoañera; al principio pensó que era su
príncipe azul, pero al verlo tan arruinado lo deja
caer. Lo reciben el paramédico y su perro, le dan
un poco de brandy al paciente y lo llevan inme-
diatamente, por paranoia, a una clínica de reposo.

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X

Cosas Cotidia nas

“Al encontrarse con el trigal lleno de sangre y


la evidencia por todas partes, los restos se los
dio a los perros, prendió fuego a sus hectá-
reas sembradas; toda la gente del pueblo miró
cómo el humo eclipsaba lo sucedido, y, aun así,
siguieron con sus ocupaciones.”
El banquete de los perros. Último párrafo.

Transcurría el año de 1886. Las calles empedradas,


gente en los balcones, damas bellas que pasean
con su virginidad gritando, uno las mira y ellas
sonríen y cuchichean Dios sabrá qué.

Durante días estuve pensando el final de mi tercer


libro, la publicación se haría de la siguiente manera:

La primera parte, la tercera y, para finalizar, la se-


gunda. El editor había ya leído “El banquete de los
perros”, que era la primera parte. Le expliqué que
cada relato era independiente, que no necesitaba
de los otros para existir; no obstante, entre los tres
contaban una historia, pero su orden cronológico
variaba y sincrónicamente era un relato ácrono.

A los pocos días me enteré de que el señor edi-


tor fue asesinado. Su señora esposa, más joven
que él, lo envenenó por los años de maltrato y,

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XI
para completar su venganza, heredar la fortuna del
viejo; una criada fue testigo (y cómplice, pero eso
ZZZZZZ
nunca lo dijo); persignándose, contó todo, con el
peso moral de sus raíces cristianas: “No matarás,
no matarás”; los ojos del muerto mostraron los sín-
tomas del envenenamiento y las pruebas favore-
cieron a la criada. Días más tarde, después de ser
encerrada, la dueña de la casa editorial se suicidó. Después de una larga discusión, no logramos dar
con el parentesco entre el hombre lobo y la mano
peluda. El auditorio se despidió insatisfecho. Yo
fui a casa despreocupado y no pensaba más que
en llegar a descansar y soñar con bellos potre-
ros verdes, árboles de capulí con abundante fruto,
ríos de agua cristalina en que pueda ver el rostro
mío. Me recosté, el techo del cuarto se empezó a
descomponer cuando cerré los ojos. El sueño y la
oscuridad tomaron cuerpo, estaba ya dormido, a
merced de la noche y el cansancio. Flotaba en un
lugar negro y trataba de salir hacia algún sitio. En
ese momento, algo tomó mi cuello fuertemente,
me faltaba la respiración, yo luchaba para des-
prender de mi cuello aquello que me quitaba el
aliento, lo traté de desprender con mis manos, lo
que me llevó a darme cuenta de algo completa-
mente siniestro, que agotaría mis fuerzas y nin-
guno de tantos conocimientos podía generar res-
puesta para lo que sucedía en mi cuello. Era una
mano grande, con mucho pelo, pero carecía de la
continuidad de su extremidad; cada vez apretaba
con más fuerza, hasta el punto en que mis ojos
empezaron a salirse de sus cuencas y goteaban
por mis mejillas tibias gotas de sangre. El cuello
lo sentía más y más estrecho y…, lo esperado, mi
cabeza salió rodando hacia atrás dejando un char-
co de sangre, la cabeza rodaba mirando al cuerpo

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XII
que caía como una hoja. Ha llegado el fin, todo se
acaba de repente. Mi cabeza y el cuerpo se hun-
den en el espacio y por siempre desaparezco.

La torre de libros cayó sobre él. Le costó horas


reponerse, no le importó el sangrado en su ceja,
sólo lo que tenía en sus manos, una carta que
buscó durante años. El contenido de dicha carta
lo conocía, buscaba la fecha y el lugar del envío.
Abrió el sobre, sus manos temblaban y dejó caer
la carta; sus piernas se doblaron y las rodillas cho-
caron contra el piso. Tomó la carta, la sacó de su
sobre, cuidadosamente la desdobló, fue a la esqui-
na, a los datos del remitente, los habían cortado,
casi que arrancado. Nunca sabría dónde estaba
enterrada su esposa.

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XIII

Viernes Trece fría. Hay días en que aparece en mi ventana y


otros en el filo de mi cama; sinceramente, creo
que salir a traer alcohol es lo indicado, pues su
verdadero rostro no me deja dormir.

Les dije que tengan una buena noche. El lunes


seguimos con los tratados sobre Triscaidecafobia.
Después de tomar muchos brandis, pelear, insul-
tar sin motivo, pero como un acto romántico, lo
hice; salí de la taberna odiado por todos. Mis hom-
bros se acariciaban con las paredes, en mi gargan-
ta fuego había, caminé por esas calles llenas de
fantasmas necios y borrachos.

A pocas calles de estar a salvo en soledad, un


zapateo se sintió como un eco tormentoso, un
escalofrío me besó el cuello, giré la cabeza, nadie
había, sólo un perro que le ladraba a su sombra.
Continué con mi camino, y el martillar de los ta-
cos contra el piso, que con insistencia entra en
mi estómago; me detuve, los pasos cesaron, seguí
mi camino y el sonido de sus zapatillas aumenta
hasta el punto de la desesperación, esa que nos
hace dudar quiénes somos, que todo es prestado
y nada propio. Por tercera vez paré, el temblor
subía por mi cuerpo, di media vuelta, mis ojos se
hundieron de espanto y, en seguida, una nebli-
na negra, que respiré, me hizo ver su rostro be-
llo, pálido y seductor. La seguí calle arriba, ella se
adelantó unos pasos, en aquella esquina de tapia
paró, me extendió su mano y la besé con furia,
nuestro beso hacía poner celosos a los amantes
vírgenes. Al día siguiente, desperté en una fosa

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XIV

Vindicta de las Letras

Yo llegué hace dos días. El llanto era tan fuerte


que uno terminaba por acostumbrarse; para eso
nos amamantaron. Yo no quería ver la ciudad así,
toda destruida y en su cielo oscuro se mira, como
sombras, el vuelo de los gallinazos. Días antes les
advertí, pero ¡qué va!, nunca me hicieron caso;
por el lado del volcán, su cielo es de color sepia,
hasta que se matiza en el filo del horizonte para
quedar negro, como los ojos de los niños que per-
dieron todo.

Yo sólo traigo mis libros en las maletas, no puedo


alimentarlos con letras, pero ellas me hablan en
la noche, me animan y me dicen que sí. Tengo
miedo, pues algunas de ellas están envenenadas,
aunque son dulces.

Es bueno contarles historias a los infantes, pero


el hambre y la curiosidad son más fuertes. ¿Dón-
de están mis maletas? ¡Hey, niño!, devuélvemelas,
no jueguen con eso, es peligroso, no abran esos
libros, suéltenme, ¡por el judío, por el judío!
Gallinazo treinta y ocho:
Eso fue lo último que dijo.

Gallinazo uno: ¿Y qué pasó?

Gallinazo treinta y ocho: Los niños abrieron los

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34 35
XV
libros, la ciudad se llenó toda de letras, poco a
poco se tragaron todo.

Gallinazo doscientos siete: ¿Qué pasó con


los niños?

Gallinazo treinta y ocho: Perecieron.


Un grupo de científicos, que se creían dioses, hizo
Gallinazo trecientos cuarenta y cuatro: ¿Qué pa- un corazón que carecía de nervios; un corazón del
sará con nosotros? material de las uñas. Tras una larga disección en
el pecho de un hombre, fue minuciosamente sol-
Gallinazo treinta y ocho: No lo sé. Las letras se dado entre los tejidos vivos. Días más tarde des-
aproximan, es mejor partir. cubrieron que habían creado al hombre perfecto;
pasaron los años y llegó a ser dueño del mundo.
Los gallinazos huyeron. Las letras, que se des- Una mañana cualquiera lo encontraron con un
bordaban de los libros abiertos igual que ojos de balazo en la sien y un manuscrito en el piso que
agua, cubrieron todo. Cuando no hubo qué comer, decía lo siguiente: “El día de mi muerte creo que
regresaron a los libros. El viajero despertó, los soy feliz”.
guardó en sus maletas y partió como esos que
no dejan rastro. Los corazones, por todo el mundo, se vendieron;
el sonido de la despedida de las balas se volvió tan
cotidiano en la vida de los hombres, que las ar-
mas eran parte de la canasta familiar y la muerte.
La muerte se concibió como la recompensa de la
gloria.

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XVI XVII

Fábula Enferma

Al encontrar a su novia besando a un hombre, En ocasiones, suele acabarse la tinta; eso no es


arrojó dentro de su boca 500 cápsulas de cianuro. tan trascendental como parece ser en la realidad.
Su última petición fue que la entierren con sus
zapatillas rojas. Érase una vez, una ballena que, con ferocidad, le
hurtó a un pulpo, después de descuartizarlo, un
poco de tinta; ella la guardó cuidadosamente, por
si algún día el amor latiera en su enorme corazón,
para escribir cartas de amor; quizá alguna de ellas
diría así:

No pudiendo dormir, he decidido confesarte:

Ayer te fui infiel, pues no tuve opción, salí a tomar


unos brandis y tú ya sabes cómo es el brandy, así
que le dije a mi amante noctámbulo que tuviéra-
mos una excitante experiencia sexual y desperté
en un motel cercano a tu casa…

A pesar de todo, te amo.

¿Entonces, qué hacer cuando la tinta se acaba?

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XVIII

El Papel Agua nta Todo Esto, escrito en un papel, un niño lo encuentra


tirado sobre el amarillo pasto quemado; lo toma
en sus pequeñas manos para romperle un hueco
en el centro e introducirlo en la madeja de piola
de su cometa, y un mensaje al cielo enviar. Des-
pués de hacerlo, se acuesta en la hierba, abraza a
su perro, mientras sopla un viento fuerte de un
La censura y la moral, en la literatura, son lo que 18 de agosto.
está sobre la sotana; lo mejor de los consejos es
que nadie los escucha; una mujer se siente reali-
zada cuando está enamorada; es mejor sentirse
amado que amar; da miedo la sangre porque no
le buscamos utilidades varias; el silencio es una
paradoja infinita; las ciudades no hacen más que
copular con ambiciones; el sonido de la soledad
sólo arrulla en el lecho de muerte; un accidente,
cualquiera que sea, más que gritos, produce silen-
cio; si buscara trabajo, inmediatamente me con-
cedieran un frac caníbal; si no tuviéramos piel,
dejaríamos de ser tan vanidosos; la silla eléctrica
es uno de los mejores inventos, porque no solu-
ciona nada; las carnicerías representan el progre-
so humano; si existe la metafísica es porque hay
ciegos; el viaje en el tiempo es posible, si existen
los ánimos de no saber nada; la única persona
digna de conocer es un analfabeta; si nos falta-
se la vulgaridad, los cultos llorarían al no poder
presumir; ellos nos enseñan que la perfección es
inútil; quien tiene pelos en la lengua, sufrirá de
calvicie mental tarde o temprano; la inmortalidad
no la conoce ni el cosmos; solo los intelectuales
devoran libros es una pésima vanidad, los libros
nos devoran a nosotros.

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XIX XX

¿Ilegible?

Sólo una lámpara una mujer con su amante un El Cráneo hablaba solo; los habitantes lo miraban
pasillo con una puerta al final con libros negros de lejos y entre dientes, hablaban de él como si
gritos y gritos aullido a una luna de tarde una gui- fuese lo único que pasase ahí, en ese lugar frio,
tarra flotando como un muerto papeles y papeles imposible y circundado por la niebla que bloquea-
regados sobre el piso un cuello en el filo de un cu- ba sus rostros. En pocas palabras, Él (algunos di-
chillo… una mujer con un artefacto para matar un jeron que fue una premonición, y otros, que todo
hombre miedoso corre con unos folios tropieza le lo que salía de su boca estaba maldito como su
duele y le duele destruye unos tímpanos de mujer cabeza sin carne), presagió el destino del pueblo
otra mujer tirada sobre el vacío del asfalto huellas y su pronto envenenamiento. Cráneo con dolor,
con sangre una yugular lacerada por un metal oxi- partió a otro pueblo y compartió todas sus ense-
dado. Y, así, hasta que se termine esta historia. ñanzas; pocos días después, lo desterraron arras-
trado y vendado las cóncavas partes sin ojos. El
eufemismo que el tiempo ha dado en la escritura
representó su imagen en los libros de historia; por
ende, cada vez que coja un libro de historia, ¡fíjese
bien! en que las páginas huelen a hueso y la torre
de Babel es una construcción ósea.

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XXI

Virginia había logrado escapar de su casa, saltó


los muros de la huerta, atravesó la fría selva sola,
pero su amor, más grande que las hectáreas de
su padre, no sería obstáculo para el encuentro; al
llegar al filo del peligroso risco, arrojó su cuerpo
al escalofriante vacío, gritando el nombre de su
amado, se estrelló sobre las filosas piedras que le
dieron la muerte, después de un aparatoso beso.

Virginia abrió los ojos y su alma se despedía de


su cuerpo juvenil, dos ángeles la llevaban de la
mano volando al cielo; ella se tranquilizó, pero
en sus manos sintió unas heladas tiras de hue-
sos, alzó la vista y un par de esqueletos alados la
halaban; uno de ellos dijo: “¡adiós!” Y la soltaron.
Virginia despertó de un brinco, al lado de su viejo
esposo que roncaba; en puntas de pies, llegó hasta
la ventana, y, después de abrirla, dejó caer de es-
paldas su cuerpo. Cuando despertó, su esposo la
llevaba en silla de ruedas a su casa.

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XXII XXIII

Una noche el tiempo y el espacio se detuvieron. — ¿Quién es su asesino?


En los cuerpos humanos se experimentó una es-
pecie de alargamiento, un vacío indescriptible, y el —Los insectos negros que viven en la alcoba.
universo parecía de goma cósmica. Siglos más tar- Créame, ellos me comieron vivo; debería sentir
de, alguien creyó conocer el tiempo y, una tarde, sus pinzas en la carne… tengo testigos.
todos los relojes de su casa marcharon en huelga;
aterrado por la ignorancia terrestre que cree que — ¿Y quiénes son los insectos negros?
el tiempo es universal, se encerró en el sótano de
su casa; los segundos, que habían dejado de existir, —… ¿No los conoce? Yo pensaba que usted era
se reproducían en los latidos de su corazón y pen- un sujeto de esos que se creen inteligentes, por-
só: “¿y si en otro planeta lejano usan los relojes que han sabido ganarle a la vida, ¿no es así? Aho-
en los tobillos, o en uno de sus 18 brazos de 15 ra que parte de su cerebro está hecho de esas
metros? Tal vez en otro haya extraterrestres que pequeñas máquinas que al despertar lo hacen
funcionen como relojes de cesio, ¿y nuestro tiem- ver rojo todo, cómo se siente ver una mujer al
po individual?, millonésimas de segundo dejan su despertar, podría usted matarla y una hora des-
beso en la piel”, y se le estalló la cabeza. Dos mil pués, ver su macabra forma de amar.
años antes, María lloraba por el tiempo perdido,
José iba a ser enterrado, ¿quién vuelve el tiempo — ¿A qué viene eso? Si el tiempo pudiese en un
vivido?, ¿acaso alguien sabe qué horas son?... reloj de arena ganarle a la gravedad, la lobotomía
sería un desayuno en este pasillo.

— ¡Una más! Casi me matan con la anterior.

—Pero usted nunca ha estado cerca de un quiró-


fano. Usted es un error de la tecnología actual,
debió ser incinerado al nacer.

— ¡Los pájaros cantan y los murciélagos aman

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la noche!

— ¿Cree usted que lo deberían tratar con…


mesmerismo?

—Cállese. La vanidad de los hombres los ha lleva-


do a entender cosas donde no existía significado
alguno… los reyes han desaparecido… y las ideas
alguna vez impresas en los libros se han decodi-
ficado en un circuito que gobierna.

—Llamaré a los enfermeros.

—Esos seres extraños, no, es muy peligroso para


los dos. Cree que tendrán la solución para lo que
padezco.

—los humanos cometían muchos errores…

—Claro, lo entiendo; además, un cactus es feliz


en la soledad de un desierto…

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XXIV XXV
“En un avión a punto de estallar, hay un solo
paracaídas y dos tripulantes.
Enfermedades Modernas
En un barco a punto de hundirse, hay dos sal-
vavidas y tres navegantes.”

En un refundido cuarto de una biblioteca, obli- ¡Cuidado con los chips, la nanotecnología y los
gados a permanecer en él para siempre, sobre códigos de barras! Quizá, una gripa sea un acto
un escritorio, se ve una sola pluma y un revól- romántico en un futuro. Cerraron la puerta de la
ver con dos balas. Poe, Kafka y Borges, respiran habitación alquilada; tergiversaron el sonido de las
en silencio… teclas por el del roce de la madera, y la comunión
húmeda de las carnes.

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XXVI
sin explicación, me atrevo a decir, ahí conocí de-
masiadas cosas: una mujer con esos labios, pero
esos; una infinidad de ojos acompañados de sím-
bolos y signos, me comió vivo un animal lleno
de espinas y con seis cabezas y resucité; toqué el
sol y sobreviví a una tormenta en Júpiter; medité
años en la cima de una duna. No obstante, como
Nuestras manos todo lo sabían, aunque, por mi cualquier persona feliz dentro de su desdicha, co-
parte… mejor era seguir solo. Los anteojos los nocí el amor, fui todos los amantes necios, las
puse en mi rostro, nunca escribo con ellos, pero lenguas más pecadoras, los llantos entre el sudor,
hoy… que he amanecido tan ciego. Hace unas ho- los parpadeos, el vacío, lo oscuro, unas uñas con
ras estaba vivo y glorioso; corrí con esa voz de sangre sabor a perfume…; además, me empezó a
borracho que me persigue y me llora, hasta en doler el corazón por raras consecuencias tal vez,
este lugar, que no es tan desconocido que diga- por sus caminos no pasaba un sólo pestañeo de
mos. La forma como morí es extraña; había es- ella (me había dejado solo, como antes de recibir-
crito todo lo posible de escribir; ficciones, sobre me entre su odio, pero era algo demasiado ama-
todo, creo que es lo más sincero en el escritor ble entre estos charcos de tinta que no reflejan);
que experimenta con su imaginación e inventa, entonces, apreté mi puño, el único mesías que
pero el papel no se reveló hasta aquel momento me había metido en éstas, también me sacaría; en
pasado, nunca había revelado todos sus secretos y aquel papel encontré un trabuco y me… luego no
posibilidades. Dentro de él empecé a sumergirme digan que no existen las enfermedades cardiacas.
y no como ustedes piensan, que vivo atrapado en
el papel porque escribo, ¡que va!; todo comenzó
así: frente a una ventana en una tarde gris, del
escritorio cayeron en el piso unos folios, los tomé
en mis manos, pero uno llamó mi atención más
que los otros, ¿qué tendría aquel papel extraño?;
sin embargo, cuando mis manos pasé por encima
de su textura, mis dedos se hundieron en él, pa-
rece difícil de explicar, pero no, imagine una hoja
cualesquiera, que usted la toma con su mano iz-
quierda, y que con la derecha empieza como esas
cosas que nunca hace, pero, por la bendita mal-
dición, atraviesa el papel y llega a un sitio nunca
visto; en realidad, es como otra dimensión en que,

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XXVII
ellos me preguntan por qué solo tengo mi cama,
la biblioteca y una pequeña cocina, pero así es el
olvido, así…

Hace años heredé la casa vieja; la mitad, estaba


incendiada por un descuido de la beodez del abue-
lo; el tiempo borró de manera física la presencia
de quien entregó lícitamente sudor para no de-
jarla caer. Pasaron los años y un jueves, a causa
del insomnio, salí al patio que daba a la huerta a
fumar, lo único visible era el encendido extremo
del cigarrillo y un reflejo en una de las tapias que
develó las creencias del hermano de mi abuela,
el que murió envenenado; ¡ahí estaba la guaca!,
terminé destruyendo la casa, pero la encontré.
Figuras desconocidas de animales desconocidos,
fundidas en oro puro; las tomé maravillado en mis
manos y el peligroso brillo me cegó, lo que no me
dejó darme cuenta de que por mis piernas subía
agua, que salía del entierro; mis manos también
se llenaron de agua; tras desaparecer el oro con
el sonido de unos gritos antiguos, toda la casa se
inundó. Muy poco logré rescatar: un cráneo con
incrustaciones de hueso, paradójico; una cabeza
momificada con cabello que no para de crecer, un
fémur y un cuchillo labrado en piedra. Ahora vivo
en una isla de madera sobre mi antigua casa, los
vecinos no se explican cómo puedo vivir sobre
el agua, pero da igual; aprendo la paciencia del
pescador, y encuentro los objetos de la memoria
de lo que soy, fotos, sombreros, etcétera; los niños
vienen a nadar y a que les lea cuentos y relatos,

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XXVIII XXIX

¿Story or History?

A la puerta de aquel callejón llegaron, se besaron El reflejo hizo ahogar a Narciso, imagínese su
y acariciaron los cabellos, en seguida se fundieron rostro. Ahora imagine a un marinero que, al en-
en la noche, después de abreviarse la vida, como contrar una botella con una carta dentro (los
esas noches en que es avaro el destino. azarosos movimientos de las olas no se la entre-
garon a Santiago o Arthur Gordon Pym), la abrió
En el crepúsculo, la noticia se imprimió para los con gran felicidad, pero en el momento en que
diarios matutinos, los que leen viejos pensiona- sus ojos copulaban con las letras, al marinero se
dos con ganas de hacer el amor entre los residuos le llenaba de humedad el rostro por la desenca-
citadinos, y uno de ellos, antes de morir, com- denada frialdad de las palabras, tanto que sus lá-
prenderá que recordar es vivir donde se ha vivido; grimas, ni el ron las calmaría. Imagínese el rostro
que el antaño de lo que fue alguna vez, ahora en de las letras al ver el rostro del marinero… Años
el geriátrico, daría todo por estar no en la noticia, pasaron en el rocío salado del mar, y la botella
sino, en el callejón, en un puente, en un relato o, ahora con cera derretida, se fragmentaba al cho-
en un teatro; etc.; … quizá la repetición en las his- car con la duela, en el intento de dejar un pedazo
torias no es por azar y menos por mimesis, pues, de carne sobre el papel. ¿Quién está verdadera-
en cualquier momento, el cráneo de Shakespeare, mente detrás de los folios?
se dará cuenta de ello.

56 57
XXX XXXI

Evolución

Mientras contemplaba los astros y los bellos colo- Una aguja pasa de un lado a otro, posee un cierto
res del infinito, el australopiteco soñó lo siguiente: movimiento danzarín en el aire, corre con su hilo,
que es como un amante persiguiéndola; se siente
Que su especie metamorfoseaba hasta cubrirse orgullosa en las manos de su cosedor; de vez en
con piel de animales; que el fuego sería una ben- cuando se preguntan cómo han estado sus días,
dición que no aprenderían nunca a utilizar; que un antes de llegar al trabajo, o los fines de semana en
imperio dominaba otros imperios; que un hombre que a veces no se ven; aunque en otros es cuando
era crucificado un viernes; que unos hombres de más pasan juntos por los desaciertos humanos.
ojos pequeños darían dos armas poderosas: el pa- Logran calmar la vanidad de las personas que a la
pel y la pólvora; que tres naves enfermas llegarían muerte las lleva, y más cuando cosen un vientre
por azar a costas desconocidas; que las guerras después de una necropsia.
serían parte de la evolución del pensamiento; que
muchos libros serían quemados para comprobar
que el petróleo es inflamable; que la hazaña de
llegar al cielo se eclipsaría con la llegada al espa-
cio; que un joven estaría leyendo, en la soledad
de su habitación, la evolución de Alonso Quijano
a Don Quijote de la Mancha; que en una futura
alba, después de unas caricias imborrables como
el fuego, un óvulo y un espermatozoide darían la
nueva etapa evolutiva.

El australopiteco despertó, para seguir con el si-


guiente paso evolutivo: fenecer…

58 59
XXXII XXXIII

Diálogo Entre Robots Tripas

“El cual aun todavía dormía. Pidió las llaves,


a la sobrina, del aposento donde estaban los
libros autores del daño”
— ¡Mamá!, ¿quién se llevó a papá?
Capítulo sexto.
—Un imán, hijo; o eso es lo que dicen.
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

A un joven lector le dolían las entrañas cuando


leía a algunos de sus autores envenenados; siem-
pre se preguntó por qué. Un lunes, al no poder
soportar una semana más, tomó un bello cuchillo
en sus manos, anotó apresuradamente la direc-
ción de uno de los escritores que más gustaba de
leer y, al llegar a su casa, esperó el mejor momen-
to del día; al encontrarse de frente, el joven apro-
vechó el azar para su disección literaria. Teniendo
las tripas del escritor en sus manos, empezó a
leerlas durante horas… El joven había entendido
uno de los tantos deberes del escritor.

60 61
XXXIV XXXV

Si está a punto de ser asesinado, marque uno… Los muros de un laberinto no son una compañía
sana; además, por cierto gusto a estar perdido,
siempre se consigue andar de la mano con dios
y el diablo. El Minotauro que, en busca de una
felicidad ficticia, no pararía de vagar, encontraría
alguna solución en el suicidio, en comerse vivo a
Minos o en los puños de Teseo. Y el día de la fuga
de Dédalo e Ícaro, el Minotauro lloró amargamen-
te por la soledad impuesta.

******

En la caja que un niño guarda debajo de su cama


vive ahora el Minotauro, en un laberinto de car-
tón, y juega todos los días después de hacer las
tareas. Si Ícaro aprendió a nadar, ¿por qué el Mino-
tauro no aprendería a jugar después de una larga
jornada en la escuela? (No obstante, gusta de los
laberintos y en ellos andar perdido); de esta forma,
el Minotauro viviría dentro de cualquiera apresa-
do en el sacrificio.

62 63
XXXVI

Omega

Cuando la noche dejó de sonar, sus habitantes sa-


lieron de sus casas; familias enteras, noctámbulas
todas, miraron al cielo, se tomaron de las manos
y escucharon la última noche.

64 65
XXXVII XXXVIII

Reflexiones Sobre la Muerte Placer


de Alexa nder Pushkin

—Si el destino me hubiese acompañado con un Ella escribió un cuento; de éste, alguien hizo una
buen disparo… película; otro más intrépido escribió una nove-
la; aquel sabio elaboró una enciclopedia; el señor
universitario, un atlas; ese joven, una minificción;
ellos, una obra de teatro hicieron; y así, esta ela-
borada forma de alquimia empezó a crecer sin que
nadie la detenga… pero en la música encontró
algo más abstracto y metafísico quizá, empezó a
desmayarse cada vez que escuchaba unos bellos
acordes y sus emociones puramente musicales la
dejaban en el suelo; poco a poco entendió el fi-
nal del cuento que había escrito, con tanta, pero
tantas ganas de escribir siempre lo contrario, de
hacer gritar a ese demonio a través de los folios,
de ponerse la soga al cuello y decirle a caballo que
corra. Pasaron años de escritura y un par de callos
en los dedos, ninguna publicación hizo; pues no
todos los que escriben tienen deseos de ser escu-
chados (¡cuántas literaturas muertas en cajones!).
Miles y miles de años perdidos en el tiempo con
gente que escribe y seguirá escribiendo hasta el
final y el último de sus días. Nadie se gana el cielo
o el infierno escribiendo, pero si gana eso que la
misma literatura no alcanza a explicar.

66 67
XXXIX

El Paciente encontrarlo agonizante. He llegado muy rápido y


con ese acto he incumplido con mi ética, dejarlo
morir o decirle que no tiene cura, que su cerebro
saldrá por sus fosas nasales y sufrirá más que el
camello que pasó la otra noche, ¿lo recuerda?

X: Ahora que lo dice, no…


La escena tiene lugar en un desierto cualquiera,
es de noche y se escucha el soplar del viento. Médico: (saca un reloj de arena sin arena, toma
X estará en una cama recostado; habrá una luz unos puñados del desierto y llena uno de los
tenue de un farol de calle que está al extremo de receptáculos, pone el reloj en el suelo y se dirige
la cama, y de vez en cuando se escucharán los a X) Mire…
ladridos de los perros.
Ambos esperan a que el reloj cumpla su función;
X: por lo visto, no llegarán nunca; por otra par- la compañía de teatro que monte esta escena ele-
te, no me sorprende; quizá nadie nunca venga a girá qué tan oportuno será el ladrar de los pe-
visitarme; además, eso de andar visitando enfer- rros y cuántas veces lo harán; pasará de nuevo
mos no tiene nada de atractivo; los años borran el camello caminando hacia atrás y los buitres se
a estos tiempos; ser un buen humano, sólo tie- lo comerán; en esta parte, es la única vez que se
ne como fin la vanidad y el interés. (Ladran los mirarán a los ojos; por la gravedad, el reloj aca-
perros) La otra noche pasó por aquí un camello bará de dar la medición de su tiempo.
que caminaba hacia atrás, no sé si lo soñé, ¿y
los buitres?, claro, no soñé, ellos se lo comieron. Médico: Ya es hora, vístase, ser paciente es una
(Saca una botella de brandy que tiene debajo de gran virtud y su finalidad no tiene nada que ver
su cama, la acaricia y la recuesta al lado de su al- con el tiempo de manera directa, pero sí con la
mohada). (Súbitamente), debó partir, haré mi ma- espera.
leta (Ladran los perros), no puedo… (Se lo dice a La luz del farol va disminuyendo.
la botella), todo debe estar en su sitio, aunque no
es justo X: (saca una maleta y empieza a vestirse, su ros-
tro se ve contento y ansioso)
Aparece un médico vestido de frac y está un
poco ebrio. FIN

Médico: disculpe la tardanza, no me dejaban salir


y, para ser sincero si la muerte lo permite, quería

68 69
XL

De los Anfiteatros do algunas palabras con la muerte; si se entien-


de, estos teatros de disección, con un bisturí, un
colmillo, un tridente, etc.; si la lógica lo permite,
“Entonces, dirigiéndose Isaac a su padre, le imagine a un hombre devorado vivo por un tigre;
dijo: “¡Padre mío!” El respondió: “Heme aquí, (o usted lector, devorado por un Franz Kafka); de
hijo mío” “Llevamos, dijo Isaac el fuego y la todas formas, las diferentes artes para llevar a un
corazón al silencio, sean naturales o instruidas,
leña, pero ¿dónde está el cordero para el holo-
dejan, de manera translúcida, ver cómo nos di-
causto?” vierte la muerte (¡cualquiera es capaz de matar,
Génesis. Capítulo 22, versículo 7. o de matarse!), pero usted, cuando enciende el
televisor con su familia, y frente a él comen un
Si se analiza con claridad, la naturaleza de las co- delicioso almuerzo, observa a los ojos sin ojos a la
sas, como la de los anfiteatros, no ha tergiversado muerte, y a carcajadas sigue devorando un jugoso
demasiado; nótense las siguientes objeciones y si- trozo de carne muerta, ¿no es feliz? Por último, y
militudes: ahora que late mi corazón con desespero aquí en
la arena, y no podré saciar la sed de ninguno, ni la
a. Lugar mórbido para la diversión de la época, mía, “vox populi, vox dei”, algunos sacrificios son
necesario quizá; sin embargo, las intenciones necesarios para que lo demás continúe.
cambian pero los propósitos no; es decir, lo acla-
raremos si es posible en unos minutos.

b. Dicho lugar es ejemplo arquitectónico para la


construcción de edificios que poseen las mismas
características morfológicas en ocasiones.

c. Pero como es imposible para el devenir, y es ló-


gico pensar que hasta mi frente sufrirá, los anfi-
teatros son conocidos como lugares donde se es-
tudian animales y hombres, para su conocimiento
científico, anatómico, fisiológico, o, como usted
desee.

******

Ahora bien, de manera indirecta hemos trafica-

70 71
HIDDEN TRACK Epilogo

AL LECTOR: Si ha llegado hasta aquí, usted es un mórbido lec-


El destino no tendrá ni compasión con los dioses; tor y, aunque me duela el cerebro, he hecho un
los textos que usted ha leído no son más que la esfuerzo de lo más desinteresado por la literatura;
simple significación de dejarse llevar de ese azar, doy a estas páginas algo que quizá yo no escribí,
si es que existe un designio en lo que leyó, pues sino la vida, o tal vez eso que llamamos destino;
no hay una finalidad palpable como el paso del el hombre es el instrumento del arte, las palabras
tiempo sobre la carne; lo único que quizá debe- han hecho que el hombre evolucione, la historia
ría tomar en cuenta, es que yo no soy dueño de le debe más a la ficción que a la realidad. De esta
lo que escribo; existió un dominio ajeno en esta forma, desprendo en forma de escriba lo leído, y
empresa y cada uno de estos relatos sin mí exis- a estas letras, que les falta aprender que aún hay
tirán… al lector le debo lo poco que soy, pues algunas cosas que carecen de curas, que siguen
soy él, y nunca seré ingrato con el desinteresado faltando salas de emergencia para los corazones
oficio de leer; pero al releer y releer lo que hago que reposan en las copas de vino, en las ciudades,
me siento más como un guignol de las letras, y de que son la pipa del diablo, en las piernas de jar-
manera temblorosa se develó que lo que yo creía dines envenenados haciéndose el amor entre los
independiente se unía fibra a fibra, vena con vena desechos del tiempo; entre las palabras y miradas
por donde la tinta une; así entrego a considera- de envidia que corroen los huesos. Gracias por
ción suya estos relatos alternos que los nervios atendernos en el silencio, por filtrar su saliva al
meticulosos del papel se encargarán de hacerlos leernos, que es otra forma de revivirnos, en este
ácronos, porque en mi visión nunca existieron, papel (cualquiera que sea el suyo), que a veces
como los átomos en los recuerdos. tiembla y miedo se le tiene: y que es la mismísima
pupila del destino ciego.
III, XXXIV y VIII.
V y XIV.
IV y XXXIII.
XIII, XI y XXVII.

72 73
XXVIII. ¿Story or History? 56
Índice XXIX. 57
XXX. Evolución 58
XXXI. 59
XXXII. Diálogo Entre Robots 60
pag.
XXXIII. Tripas 61
XXXIV. 62
I. The Best Sellers 11
XXXV. 63
II. Bizarro 13
XXXVI. Omega 65
III. Antropófagos 17
XXXVII. Reflexiones Sobre la Muerte 66
IV. El Reciclador de Letras 18
de Alexander Pushkin
V. 19
XXXVIII. Placer 67
VI. Infamia Radioactiva 21
XXXIX. El Paciente 68
VII. 22
XL. De los Anfiteatros 70
VIII.
IX. La Permuta de un Circo por 23
un Siquiátrico
X. Cosas Cotidianas 25
XI. Zzzzzz 27
XII. 29
XIII. Viernes Trece 30
XIV. Vindicta de las Letras 33
XV. 37
XVI. 38
XVII. Fábula Enferma 39
XVIII. El Papel Aguanta Todo 40
XIX. ¿Ilegible? 42
XX. 43
XXI. 44
XXII. 46
XXIII. 47
XXIV. 50
XXV. Enfermedades Modernas 51
XXVI. 52
XXVII. 54

74 75
76 77
BONUS TRACK
Historias de Insectos
Prefacio
He decidido adentrarme en la tarea de contar ciertas cosas, de
las que tal vez se debería ocupar la entomología; sin embargo,
el devenir se ha confabulado con el azar para que yo cuente
esto. Ojalá el tiempo, con su divina misericordia, haga que es-
tas historias pasen al olvido, como todo, como la nada.
79 78
II I
—Es cómodo el lugar donde vivimos con mi hermana, es- Un mosquito volaba sobre las teclas del piano; lo aplastó el
tamos cubiertas del frío y tenemos comida por donde vaya dedo índice de un virtuoso pianista. Esa noche, el pianista se
nuestra vista, ya no nos preocupará el porvenir ni nuestra emborrachó por el homicidio de un seguidor de su música,
existencia; nunca habíamos sido tan felices, ¿recuerdas? Pero, pero no logró entender que el mosquito también gozaba de las
en el pasado, siempre vivimos con preocupaciones dónde vi- sinfónicas demostraciones y, en sus manos, empezó a aplicar
vir; ¡qué vida esta!, la de las pulgas. insecticida cada vez que iba al piano. Una mañana de esas
calurosas, su novia lo encontró con una chelista y, después
—Tienes razón —dijo mamá chimpancé, y se la comió. de darle una cachetada: ¡cucaracha!, le dijo. Al pianista no le
importó, llegó a su casa y empezó a tocar el piano para rela-
jarse. Tres días pasaron y lo encontraron cubierto de moscas.
El pianista se había envenenado con las teclas.
81 80
IV III
La Extinción de los Gusa nos
De niño, mi madre nos llevaba al bosque, cogíamos flores y — ¿Qué enseñaron hoy en la clase de historia?
moras; y con las rodillas manchadas de hierba, perseguía ma-
riposas. Las sacrifiqué para mi colección de ese entonces; una —Estuvo muy divertida, que la gente se enamoraba.
a una empecé a obsesionarme, hasta el punto en que en mis
sueños catalogaba sus especies, e incluso observé a algunas — ¿En serio? Qué ilusos.
que solo la mente de un niño es capaz de inventar. Un día co-
nocí a una niña que tenía mi misma obsesión (tan pequeños y —Sí, además, que se mataban e, incluso, hubo guerras, como
ya con esas tendencias a las adicciones), nos vimos cada tarde la de Troya… ¡Que fácil sería enamorarse ahora que podemos
hasta el último día de vacaciones; después, desapareció ella, resucitar a nuestros muertos!
acompañada por mi gusto por los lepidópteros. La otra noche,
que llegaba renegando de todo, la soñé sonriéndome con sus
dientes de leche, que corríamos por las praderas amarillas por
la canícula y nadie la desprendía de mis manos.
83 82
V
El Beso de las Hormigas
Un par de estos invertebrados se enamoró en algún momen-
to del tiempo; y el día en que por primera vez se besaron,
destrozaron sus cabezas con las mandíbulas que tienen como
tenazas; murieron, después de aquel beso delicioso.
—Pero, abuelo… ¿las hormigas no tienen boca?
—Pregúntale a tu abuela.
85 84
VI
Discurso Universal
He sido preparado genéticamente para dar la siguiente información:
Ustedes, hijos de todo lo que conocen, carne y materiales sintéticos,
creadores del caos de la creación, que capaces fueron de develar
una gran cantidad de los humanados paradigmas, que tienen el
tiempo en las yemas de sus manos y viajan en él, constantemen-
te a saturarlo; demiurgos del agua actual, la anterior se la dieron
de beber al sol y todo pareció la venganza del primer diluvio; que
miedo no tienen a nada, porque la muerte tiene panacea. Vengo a
develarles esta noche, que es la última, para qué fueron…
(Bullicio)
Coro: ¡Oh, lo han matado como a un sucio insecto!
¡Despierta! Es hora del último discurso.
87 86
VII
Polilla 6: Qué estúpidos vertebrados, unen sexo y afecto; vo-
lemos al farol.
Cabina Pública
Polilla 9: Luego nos juzgan de suicidas.
—Qué pena no llamarte antes, pero tu número tan pronto
como lo conseguí…
— ¿sí?…
—Pues… solo decirte que seas mi amante, no alcanza en esta
noche; quiero sentarme en tu regazo; quiero sentir todo, cuan-
do me besas el cuello y me dices cosas al oído, y acaricias mis
pies…
—Ehh…
—Deseo vendar tus ojos y que mi corpiño lo quites suave-
mente, y me digas que te gustan mis senos, y beses mi ombli-
go y mi entrepierna.
—Espera…
— ¡Cállate!, quiero sentir orgasmos que asfixian y mojarte de
la manera más sutil, que me muerdas el hueso de la cadera y
sentir…
—Creo…
—Te amo…
—…Creo que te equivocaste de número, pero siento como si
te conociera de hace mucho tiempo, si quieres puedo…………
Colgó………… No papá, nada importante, unos evangélicos.
—Ojalá nunca se atreva a llamar.
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