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El presente ateneo forma parte de una elaboración personal sobre mi recorrido por
el dispositivo de Maternidad. Un trayecto, donde la práctica y la teoría han oficiado
de guardarraíles; también conocidos oportunamente como “quitamiedos”: barandas
que balizan y significan mi tramo (que comenzó siendo un curso hacia lo
desconocido) y que me protegieron de una caída, delimitable como la angustia que
implica todo primer contacto con la clínica y que está en “la lógica de las cosas –es
decir- la relación que tienen ustedes con su paciente”2 según Lacan. Pienso esta
teoría y esta práctica no figurados en “libros” y “acciones”, sino como saberes,
encarnados y medio-transmitidos (por definición) por mis compañerxs, jefas,
instructoras y referentes, así como el saldo de mi propia teorización de la
experiencia, a la cual me propongo extraerle un rasgo entre otros para pensarlo con
otros.
1
II
Es por ello que el rasgo clínico que propongo hoy -a modo de patrón atravesado por
singularidades- extraído de mi experiencia con algunas pacientes de Maternidad,
parte de interrogar qué implicancia tiene para una madre, en su relación con su hijo,
la intervención de una otredad tercera que cumpla una función media en su
2
economía libidinal. No digo un “elemento tercero”, porque va de suyo que en la
relación madre-hijo ya está presente: el falo. Tampoco hablo de una función
“mediadora”, dado que no se trata ni del falo imaginario ni de una presencia real de
alguien que haga. Sino de una función media en tanto permite un sostén, una vía y
una oferta de referencia simbólica para la división subjetiva materna; una otredad
que puede encarnarse en un partenaire, pero también en un analista, pero que en
todo caso se trata de un ofrecimiento de palabra. Y de una palabra amorosa. Después
de todo, Lacan señalaba que “el deseo de la madre no es algo que pueda soportarse
tal cual, que pueda resultarles indiferente”3.
Por lo que la intervención analítica, que no se siente indiferente jamás ante el deseo,
puede funcionar como un encuentro, un acontecimiento con algo inédito, aún dentro
de lo más familiar.
El rasgo concreto con el que aparecieron algunas consultas, figura a madres que
aparecen subsumidas bajo un ideal y una causa de maternar, desabonadas del padre
-de su hijo-, en tanto dimensión y función. Me refiero a que por diferentes motivos,
estos embarazos y partos fueron transitados sin la pareja. Y el señalamiento no
parte de un bien-querer normativo que argumente la necesidad de una pareja para
que sea aceptable ese maternar, sino que parte de los efectos de revés que tiene el
prescindir – o estar prescindidas- de una función discursiva tal. M. Guimareas ubica
que el semblante femenino contemporáneo que sostienen muchas mujeres se
vincula a un rechazo al amor - amor que sería lo que facilita una vía para alanzar la
feminidad- a cambio de una conquista de omnipotencia y autodeterminación fálicas,
más encalladas en el terreno del goce4.
3
J. Lacan, J. Seminario 17. El reverso del psicoanálisis. 1969-70 p. 118.
4 Citada en Russo, L. & Vallejo, P. El amor y lo femenino. 2011 Tres Haches. p. 87
3
reverberan en un discurso yoico de poder maternar sin otro. ¿Qué sería poder
maternar sin otro? ¿Y sin Otro?
La cuestión no se trata entonces de la ausencia real del padre -aunque a veces suceda
efectivamente-, sino de posiciones que parecen tomadas por lo que mencione: una
causa o un ideal de “maternar sin”. No es un “maternar solo con (esto)” o aún “sola
con (ese-hijo)”, sino “sin”. Como “pecado” en inglés. Algunos casos también
presentan a los padres-pareja pero a costas de rebajarlos, de eximirlos y exhibirlos
no como padres que parentan, sino que aparentan. Igual precaución mencionada al
intentar cernir la relación madre-hijo como “dual” –dado que el falo participa-, debe
aparecer aquí para no creer que la “madre sola” no deja de estar menos relacionada
a un referente siempre confiable: su fantasma. M. Torres dedica un trabajo al
fenómeno de “madres solas” examinando una nueva posición en ellas, relacionada
con un fracaso de la sexualidad femenina y la figura del padre 5. Alineada, C. Soler
argumenta que actualmente se ha desarrollado un “discurso de la responsabilidad
materna potencializada” que llega incluso a instituir a la mujer-madre en posición
de sujeto supuesto saber del ser padre6. ¿Qué implica estos posicionamientos que se
escurren a toda intromisión de otra palabra, ley o interdicción entre ella y su hijo?
Pongamos a jugar también a Charly, cuya canción titula el ateneo.
Su tiempo es un vidrio, dado que algo del mismo se detiene ante la llegada del
cachorro humano y se destina solo a mirar. Es un tiempo donde todo se subsume en
un vidrio por el cual se (lo) contempla; hijo-objeto, su sangre. Emula al vidrio que
las separas de “la carne de su carne” en la Neo, donde dejan su marcas con el aliento.
Es un tiempo de mirar, mejor dicho, un instante de ver, donde todo es lo que es: una
madre -como sujeto impersonal-, un bebe -objeto real-. Se sucede también luego de
un acontecimiento dotado de incertidumbre y muy real como es el parto y las marcas
que deja (miro alrededor, heridas que vienen, sigue la canción).
5 Torres, M. La familia y el malentendido particular: Madre sola y nuevas virilidades. 2009 Sección
Radar. # 19.
6 Soler, C. Lo que Lacan dijo de las mujeres. 2015. p.144
4
Un faquir es un asceta7, una persona avocada a purificar el espíritu mediante la
negación de los placeres y el deseo, ejercitando actos de resistencia física y mental
ante otros. Me parece precisa referencia para el “amor de madre” en su efusividad
imaginaria, la cual se halla rellena y deslumbrada por su falito, a tal punto que ni
piensa en desear, ni desea pensar en nada más que estar con él, incluso resistiendo
a los dogmatismos lanzados por algunas obstetras, enfermeras, ginecólogas,
médicas y neonatólogas; esas que “no las entiendo y no me entienden” como dijo una
paciente. Incluso esto suele despertar, desde ese amor ilimitado, reacciones un poco
paranoicas que se lanzan sobre esas otras mujeres de maternidad, que también se
ocupan de su hijo, lo tocan, lo nombran. Entonces heridas que vienen /
sospechas que van, se completa con Charly.
Por otro lado, se evoca tu mente un tapiz; un tapiz mental. El tapiz es una alfombra
rígida que usaban los japoneses para comer en el suelo, separando la mugre, el frio
y lo irregular del piso, permitiéndoles cenar en paz (nótese la utilidad del tapiz para
la oralidad). ¿Podría ser éste carácter de tapiz un uso posible de ese objeto parido
que funciona como “anclaje fálico”, localizando y tapizando algo del goce femenino?
Goce que Lacan no duda en catalogarlo como “que se extravía”8, y es por ello el
ímpetu por ver dónde puede ser circunscrito, orientado en su vaivén. En ese deseo
materno, la madre “vierte y trata en el hijo su propia falta” como mujer que es9. El
hijo, agrega M. Barros, “estabiliza al sujeto mujer en contraste con la deslocalización
propia de su goce más íntimo”. Por lo que algo se introduce en la dinámica, haciendo
de tapiz y permitiendo cierta regulación de la economía libidinal, cierta operación
sobre la inflación de goce femenino, bajo una relación con un objeto que, tal vez, se
quiera devorarlo un poco también con esa boca de cocodrilo10.
Quizás en la presencia del analista, en tanto mi cuerpo una aguja, permita generar
una dirección, dado que se apresta no como una aguja ligada a sus controles pre y
pos-natales (vacunas, análisis de sangre, sueros, etc.), sino como una aguja de reloj
5
que inspira otra temporalidad, o incluso, una aguja de brújula que esboza un norte,
imantada, en este caso, por el deseo.
III
Por el lado del ideal, a veces aparece como un significante amo (“madre ante todo”),
que se enerva además en empujes desde el campo social e incluso desde el hospital
para sostenerlo. A veces toma más la forma de armadura imaginaria materna para
sostenerlo. Se refuerza una línea sobre el "ser una madre” -una suficientemente
buena – que oficia como Ideal a nivel imaginario, haciendo que se asuma una esencia
difícil de sostener inquebrantablemente, que lleva a rivalizaciones especulares con
las demandas médicas (esas sospechas que van) y angustias acentuadas cuando el
mismo se quiebra. Soler se refiere a este ser-Ideal como el “silencio de los hábitos
reglamentados”. Pero “la potencia del ideal olvida que dicha función implica la
incorporación de un lugar, lugar tercero imprescindible para ordenar […] las
singularidades en juego”, como señalan Arnica & Ortiz14.
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Por lo que hay todo un pabellón ocupado y preocupado por ese vínculo materno-
infantil, el ser madre y el ser de la madre. ¿Es nuestra posición? ¿O más bien,
advertimos que si hay algo en torno al “ser madre” es porque justamente tiene algo
–el falo; lo que hace principalmente un problema de propiedad y no de esencia? ¿Es
un problema del ser o del tener? ¿Es además de un problema con un objeto real y con
una asunción ideal imaginaria, un problema simbólico?
Ejercemos un corte con el tramado babélico15 que implican los discursos jurídicos,
biológicos, asistenciales e institucionales que emanan del pabellón, porque
pensamos a la madre como una función simbólica y no un ideal, y apuntamos al deseo
y no a la conducta. Como señala Soler, la declinación del paternalismo vino asociada
con un crecimiento de especialistas que se ofrecen en tanto que “Otro del Otro
materno”16. Sabemos que una forma contemporánea de suplir la figura, el saber y la
función del padre ha sido el acentuado auge del saber cerrado de la ciencia17. Las
cuestiones biológicas, administrativas y de Derechos –necesarias sin duda- no caen
en nuestra órbita de lleno, como sí lo hace la emergencia del Sujeto [$] y su deseo
sexuado, que bien debe coexistir con el deseo de hijo. Este es nuestro campo de
incidencia. Apuntamos a cortar con la situación impersonal de gran parte del
personal hospitalario que se dirige a base de rotulaciones, numeraciones y
clasificaciones adheridas al ideal materno, para apostar a la nominación18 emanada
desde la singularidad. Volveré sobre esto. Pero ya se advierte que ante la estampa
ideal que supone una asunción del ser de madre y un contexto Otro-hospitalario
nutrido de cursos, consejos, indicaciones, recetas, panfletos y prescripciones sobre
cómo transitar la maternidad, nuestra posición también que advierte que no hay
Otro del Otro, se encuentra axiomada por Charly: No existe una escuela que enseñe
a vivir.
15 Ver “Del otro lado, Rocío”. Ateneo de Nicolás Campione R1. 2021
16 Soler, C. Lo que Lacan dijo de las mujeres. 2015. p.141
17 Parraga, H. (2017). De la prohibición al goce en la familia actual: algunas consideraciones
7
IV
Entonces a la mirada posada sobre los cuerpos, cables, sangre y lágrimas que hacen
consistir a las madres, subyace una posición subjetiva inconsciente. En Maternidad
no solo se muestra esta vivencia -digamos- menos directa de las madres, sino que
también:
Se evidencia también en los reproches y culpas que emergen en las pacientes. Ante
esta angustia provocada por el mismo objeto, Soler señala que un recurso habitual
para las jóvenes madres es dirigirse a su propia madre “aun cuando su angustia sea
tan grande como los reproches que tiene para hacerle”21. Así, además del problema
del tener, se añade preliminarmente el problema de ser: el padecimiento que
concierne al ser atañe a lo que ha sido y se es en el deseo del Otro”22, lo que será una
dirección terapéutica esencial.
8
¿Pero acaso esos reproches, culpas, sentimientos de vulnerabilidad e impotencia
que también angustian a la madre dividida, no favorecerían un desprendimiento
mínimo del goce para que asome el deseo? ¿No podría esa angustia ser el revés de
un goce? Seguimos en el camino de no-comprender la buena voluntad materna y los
sentimientos de minusvalía asociados, dado que la contracara de la angustia, osea,
la ilusión de “omnipotencia materna”, es precisamente una defensa ante su
dimensión Real punzante, dado que su deseo aparece deslocalizado, “loco”; falta la
falta, y la angustia es inminente. Barros señala que el goce narcisista se refuerza en
los puntos de impotencia y minusvalía del sujeto, porque en ellos se sostiene al Otro
idealizado, es decir, la primacía de la demanda sobre el deseo23. Una cosa es
desconfiar de las interconsultas médicas encomendadas por “madres que no se
comportan como deberían”, y otra cosa es aceptar escuchar cuando una madre se
muestra culposa, con auto-reproches y angustiada, dado que puede ser señal de su
sentido otorgado a lo Real ineludible de su maternar. Pueden aparecer algunos
nombres de ese goce. Es por ello que es preciso como analistas no encarnar un
semblante de Otro maternal que, estando conmovido por culpa, intente exorcizar su
angustia –que es la propia- mediante una presencia constante en la ilusión de
responder a esa demanda. ¿Qué tipo de presencia ofrecemos entonces?
Las madres de las pacientes mencionadas, respecto a sus propias hijas como madres,
ofrecen un panorama complicado: la madre de Carmen aparece como desconfiada y
persecutoria por el historial de consumo de su hija; Marina tiene una madre
esquizofrénica en situación de calle que no consiente a ayudarla ni conocer a su
nieto; Viviana dice estar atravesada por dogmas bíblicos de parte de su madre y su
suegra, que es pastora evangélica. Por otro lado, llamativamente, hablan poco y nada
de su padre. Alguna mención atisba algún rasgo, como “abandónico”, “indiferente”,
“el mas tranquilo”. No versiones, sino apenas algunas descripciones noveladas
escuetamente. Entonces, estas incidencias ¿son determinantes? ¿Las marcas son el
destino? ¿O la familia es además una invención, una ficción edípica, que habilita un
decir inconsciente? Lacan en Los complejos familiares24 aventura definir
tempranamente a la familia como síntoma, evocándose que hay un anudamiento
9
singular, una respuesta. La familia en tanto se inventa, surge de un encuentro con lo
real, con la inexistencia de un saber no real25. ¿Se podría partir de esas marcas y
ficciones singulares para historizar(se)?
Lacan decía que las madres eran “ponedoras”26, por lo que su ser de madre está
profundamente atravesado por el tener eso que ponen. Es un tener sintomático27,
como señala Barros, lo que nos invita a pensar qué relación se puede armar con ese
hijo, bajo este tener efusivo pero no exento de angustia; particularmente estas
madres que se olvidan del hombre y hasta de Dios. La maternidad aparece como
don y amenaza, articulando el cuerpo femenino con la lógica del falo y también con
la de la castración. Este niño “no solo colma, sino también divide”, y no solo es eso:
“cuanto más colma el hijo a la madre, más la angustia, y así la madre angustiada no
desea (o desea poco o mal) como mujer. Es esencial que la madre desee más allá del
hijo”, dice Miller28. En otros términos, “cuanto más madre quiere ser una mujer, más
quiere tapar la falta y por ende, mayor dificultad para alcanzar una posición
femenina”29. Un deseo más allá del hijo, aparece como una indicación vivificante.
Lacan no ha vacilado decir que los hijos pueden volverse el fetiche de una mujer-
madre, en tanto suplen la castración en gran parte; viene a satisfacer la aspiración
al tener fálico. El ser madre resuelve la falta mediante el tener bajo la forma del niño,
sustituto del objeto fálico ausente. Completamente ocupada del niño, hace de él su
“rehén fálico”30, dice Soler. Esta es la materia prima con la cual algunas disciplinas
buscan ceñir ese “amor materno”. ¿Pero es ese un amor que da lo que no tiene? ¿Qué
goce se esconde detrás de “las manos de mi madre”31 que tanto acarician? ¿Qué
alcance tiene la voz de una madre que, como evoca Pink Floyd, “no te dejará volar,
10
pero quizás te deje cantar”32? Reténgase la dimensión de las manos y la voz
materna, para mas adelante.
Volvemos a Lacan, quien advierte que “la distancia entre la identificación con el ideal
del yo y la parte tomada desde de la madre, si ella no tiene mediación (normalmente
asegurada por la función del padre), deja al niño abierto a todas las capturas
fantasmáticas”33. Miller advierte que si el objeto niño no divide, o cae como un resto
de la pareja de los genitores o entra con la madre en una relación dual34 que -como
enuncia Lacan -“soborna al fantasma materno”. El estatuto de “coima” al fantasma
nos esclarece también la ubicación del pequeño falito-objeto en el lugar de a y el
goce obtenido a cambio. Me parece notable, retomando el eufemismo del soborno,
como algo de lo ilegal, lo “fuera-de-ley” y sus riesgos comienza a esclarecerse.
El aspecto simbólico es fundamental porque los significantes son los que signan a
estos cuerpos; porque fundamentalmente “es como ser de palabra que ella deja su
11
marca en el niño” dice Soler, para distinguirla de su “ser corporal”. Esta madre
entonces “tiene que poner la mano en la masa: prestar su voz a los primeros
imperativos de regulación y de contención […] Esto no puede operar en el mero
silencio de los hábitos reglamentados […], se necesita del lenguaje en el que articula
la demanda” 38. ¿Qué se precisa para que la voz y las manos maternas, que imprimen
lalengua y los “efectos de inconsciente”39 sean parte de un discurso?
Se entiende entonces que es condición que opere la dimensión del Otro sobre la
madre misma para que no quede el niño alineado en el discurso y goce materno. Y
Lacan introduce la dimensión de una terceridad –generalmente ubicada en la
función del padre- para que se efectúe lo que llama la “transmisión de un deseo que
no sea anónimo”40. Es decir, que del entrampamiento fantasmático materno, madre
e hijo salen solo a condición de que intervenga una dimensión que abra el juego del
deseo en su carácter sexuado e inalienable. No un deseo “personalizado” como
madre (deseo de hijo), sino la dimensión deseante, móvil, ligada al Otro: su deseo de
mujer.
Por más que a nivel real la madre se separe de su cría con un cordón que se corta,
sabemos que es la castración simbólica lo que asegura su contacto con lo viviente,
introduciendo la “falta en goce y falta en ser, que otorga un papel fundamental al
objeto perdido en la humanización del retoño. No es el amor de madre lo que media
para la separación, sino su división por un objeto que causa su deseo”41. Así nos
introducimos en la importancia de reivindicar el deseo de mujer, como respuesta a
la saturación de la falta que se sostiene en el hijo; es decir, la importancia de “que
quede preservado el no-todo del deseo femenino, que la metáfora infantil no
reprima su ser de mujer”42. Así, la madre suficientemente buena lo es a costa de “no
serlo demasiado”. Para sacar al niño de su posición de ser objetalizado y que la
maternidad sea una cosa pensada (en contraposición al ser gozoso), debe intervenir
la dimensión de un deseo otro que limite esa pasión maternal -ese amor faquir - que
haga a la madre una mujer no-toda para su hijo. Lacan señalaba que la madre lleva
12
hacia el plus-de-gozar porque “hunde sus raíces –en tanto también mujer-, como la
flor, en el goce mismo”43.
VI
43
J. Lacan, J. Seminario 17. El reverso del psicoanálisis. 1969-70 p.83
44 Carta de 15-3-1935 a E. Jones
13
la sustitutiva45. El vigía encarna una Ley como revés del deseo, aunque no sin
prohibiciones.
Así, se descubre al ladrón. Se revela ese ímpetu por robarle al campo del Otro al
objeto-hijo para gozarlo, se le cortan las manos fetichistas, se le quita la voz de
hierro, y se abre paso a la vivificación –no menos sintomática- que el Otro y la
palabra implican. La presencia de la falta reabierta por la inclusión de un partenaire
que también comanda el deseo, la sola bifurcación del deseo en la mujer-madre,
introduce la dimensión lenguajera desde donde conmover los significantes que han
tocado estos cuerpos. Un deseo “no anónimo”, implica primeramente reconocerse
como $, en ligadura al Otro y la castración simbólica. “La dimensión del padre es
abrir a la transmisión de un deseo, un deseo de la madre hacia el padre, que libera al
hijo de tener que ser todo para la madre”46. Por lo que, como dice Miller, no basta
solo con la función del padre, sino que la madre también debe hacer un movimiento
de no retroceder e ir a buscar el significante de su deseo en un hombre 47. El ángel
vigía actúa, y así, todo se dinamiza y se realizan movimientos.
Es por ello que se habla de una función mediante que permita a la madre conectarse
con la otra deseante que hay en ella, esa “Otra en la mujer”48. No se trata de una
expropiación del deseo de hijo, sino una configuración en la economía libidinal que
evite aplastamientos. Lacan señala que la castración no va de suyo, en nombre del
desarrollo, sino que precisa y supone “la subjetividad del Otro en cuanto lugar de su
ley” y de este modo “el hombre sirve aquí de relevo para que la mujer se convierta
en ese Otro para sí misma”49. Por lo que ubicarse como objeto de deseo de un
hombre, es condición y margen para hacer sonar ese deseo. En El Atolondradicho
agrega que “el goce que un hombre obtiene de una mujer la divide convirtiendo su
soledad en su partenaire, mientras que la unión queda en el umbral”50. Convertir su
soledad en su partenaire y desde ahí poder amar… ¿no es acaso una definición del
amor? Una “soledad compartida”, dice Kohan y retrae a R. Barthes: “estar con quien
14
se ama y pensar en otra cosa 51. ¿No es un nombre para ese desear más allá (del hijo,
en este caso) a la que nos venimos aproximando?
Así como el lugar de objeto hijo tapa, satura, colma y promueve una unión gozante,
“el amor del partenaire también puede fijar la deriva pulsional de una mujer”52, pero
en una dinámica dialéctica, que implica a la condición de amor vertebrada
necesariamente por la renuncia al objeto. Una de las funciones del padre entonces,
es la promulgación de la Ley que delimita y sanciona el “no puedes reincorporar tu
producto”, haciendo de obstáculo la creencia en poder hacer uno de dos. Y si bien
hay un goce a ser perdido, eso no queda eliminado, sino que parece que algo
irreductible queda en el umbral.
Lacan dice que “para la mujer, el deseo del Otro es el medio para que su goce tenga
un objeto, si puedo expresarme así, conveniente”, agregando luego que “dejar que
una mujer vea su deseo, es también angustiante53. Se ubican adjetivos que señalan
posiciones. El partenaire, relevo; el objeto, conveniente. Por lo que pienso que Lacan
diferencia un objeto conveniente considerando que una relación de objeto siempre
tiene como fundamento la pérdida y un paso por la angustia, y es desde la lógica de
la Ley, la demanda, el deseo, desde donde se puede legitimar un amor que no se
pudra en un cuerpo fermentado de goce.
“Encontrar pareja es localizar un Otro que pueda alojar ese goce e intentar un hacer,
un desenvolvimiento con ese goce”54. La función del padre es “articular un deseo y
una orientación que va más allá del campo de la necesidad”55; es un más allá que en
la madre implica ir más allá de su objeto, y en términos de deseo, un más allá de la
necesidad, lo gozante y lo estragante estructuralmente.
La figura del partenaire, los hombres que aman y se ofrecen como amados, permiten
metaforizar la posición materna más agarrada, más ahierrada, del rehén fálico. Solo
tras la vuelta sobre el deseo femenino puede una madre hilvanarse en la transmisión
15
de un deseo no anónimo y que sea humanizante. En el Seminario XI encontramos
nuevamente el recurso a la Metáfora Paterna para señalar que una “relación
vivible”56 solo puede postularse en la renuncia al objeto, la mediación, la castración.
“El amor vivible implica un pasaje por el padre; más bien es del lado fálico”57 . No es
una apología acera de que el goce femenino sea una cosa demoníaca y el goce fálico
el de un ángel vigía. Sabemos que en el goce fálico se sufre, fundamentalmente vía el
síntoma; pero hay algo en el goce femenino que lo hace invivible, como lo muestra la
clínica del estrago. Y hacer un goce más vivible es una de las indicaciones clínicas de
Lacan. Humanizar el goce implica hacer entrar el deseo en los límites y márgenes
posibles que la Ley supone y para ello no se “suma” nada a lo inaugurado por el Otro
materno, sino que, al contrario, se reivindica el menos, la falta que motiva el deseo.
¿Qué implica un goce más vivible por la intervención media? No existe una escuela
que enseñe a vivir ¿Pero existe una escuela que se aventure a pensar un goce
vivible?
VII
16
sumergirme otra vez ni temer que el río sangre y calme: sé bucear en silencio58.
Después de todo, es una apuesta hecha desde el tesoro de los significantes, que suele
aparecernos como una zona de promesas y que invita a, como dicen las paredes del
servicio:
Por ello, una de las contrapartes que puede ofrecer nuestra posición, es una pausa
para desandar el yo-soy-de-madre gozante, para acercarnos al yo-pienso-de-mujer,
en tanto permite que aparezca la dimensión precisa de la falta-en-ser, el
inconsciente y el pensamiento ético de la responsabilidad subjetiva y la elección.
Pensarse mujer es muy distinto a saberse madre, y así se empieza a sentir
17
nuevamente la frescura del Otro – Otro que no por eso tiene aguas menos
tormentosas, pero que implican otro baño.
Aceptamos a las madres, pero rechazamos a La madre para escarbar, en los vestigios
de lo femenino, que más puede orientarnos sobre la posición inconsciente del sujeto.
Así, en la histerización del discurso, comienzan a aparecer los primeros significantes
Amo y las figuraciones ideales que armaron su ser de madre, promoviendo los
primeros movimientos que tranquilizan, apaciguan el peso imaginario. En análisis
a veces se trata de provocar la caída de algunos S1, pero a veces es necesario un
trabajo inicial para que se asienten esos S1, que le salgan algunas espinas para
enganchar la lana asfixiante del goce con significantes puntiagudos, producir
agujeros y así comenzar a introducir el inconsciente desde lo descocido y lo
desconocido.
Efectos del dispositivo, que caen en la órbita de esa conjunción entre la decadencia
moderna del padre y la emergencia del objeto analista, situada por Miller en tanto
que, colocándose en el lugar de hacer trabajar –a la madre y su inconsciente, en este
caso-, restablece una referencia de Amo y eso produce alivio 62. Así, se instauran los
primeros torniquetes a las posición más gozada, con una prohibición concreta, que
60 De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. En Escritos II. p. 526
18
no es una prescripta e indicada como las otras que recibe, sino que proviene de la
misma invitación a hablar. Se permite que se diga, que se calle, que se justifique, que
no se sepa, que no se recuerde, y hasta que se maldiga. Pero la regla analítica de
asociación libre prohíbe el no-pensar; es la condición para poder echar a andar un
análisis. La palabra toma otro valor porque se incluye inéditamente en su dinámica
algo de la metáfora paterna, que en el análisis “no proviene de cualquier posición
paternal del analista, sino de la ley de asociación libre como tal, de la obligación de
simbolizar la experiencia”63.
Para el siguiente paso entonces, se trata de pensar que hacer con “lo familiar” que
emerge, en el sentido de la familia y en el sentido de su historia novelada que la
familiariza en el mundo desde su fantasma. ¿La labor debe orientarse por
19
desfamiliarizarla de lo familiar o familiarizarla con lo desfamiliar? ¿La angustia
misma ya no implica una desfamiliarización de lo familiar según lo Unheimlich? ¿La
falta taponeada por el objeto hijo no implicaría ya un ímpetu de familiarizarse con
lo desfamiliar? Un reparo: “dejar a la familia, abre el riesgo del amor”66.
66 Dufourmantelle, A. Citada por Kohan, A. en Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto. 2020
p.178
67
Lacan, J. El Atolondradicho (1972), en Otros escritos (2012).
68 Lijtienstens, C. Conferencia sobre la familia (2006) Virtualia N° 15 p.6
20
Russo & Vallejo señalan que es por la vía de la nominación donde puede aparecer
una interpretación que pueda nombrar algo del goce desconocido para el sujeto, lo
que implica una posición activa del analista, dado que no basta con puntuar y pedir
asociaciones –como se podría con sujetos cantantes de sentido- sino que evoca un
acto de “plus”69, un significante en más que pueda llevar al “¿qué me habrá querido
decir?” en la madre. Si la paciente puede tener un momento para pensar ¿por qué el
psicólogo quiere que esté con los chicos en el consultorio? ¿Por qué me pregunta por
mi padre? ¿Por qué se interesa en ver cómo está mi bebe en Neonatología? ¿Por qué…?
puede pensarse en un esbozo de atribuirle un deseo -el del analista- y, desde esa
melodía, empezara a hacer sonar su propio deseo.
Con la vía del sentido y hacia la transferencia, entonces, una aproximación de labor
puede ser desfamiliarizar, permitiendo que se augure la dimensión del Otro, el
deseo, la dimensión de sujeto, un enigma dirigido al inconsciente y una creencia
inédita. ¿La posición de objeto, la dimensión del goce y el narcicismo corren la
misma suerte?
Delimito dos hechos puntuales de dos pacientes –que aparecían sin pareja al inicio-
, acontecidos durante los encuentros. Carmen me cuenta entusiasmada que está de
novio con un chico que “por fin la trata bien”; la sorpresa es la novela: otra vez un
chico menor (de edad y menor que ella) e hijo de una amiga, que fueron las
condiciones en que quedó embarazada cuando llegó al hospital. Pero de lo que está
segura, es que desde está con él, no anda “tan loca”. Mariana, cuya expareja esta
presa actualmente y, después de muchos días lidiando sola en casa con 4 hijos que a
veces trae al espacio, me cuenta que esta de novia con el mejor amigo de su ex-
pareja, y se entrevé que si bien él está libre y “la ayuda muchísimo”, hubo un tiempo
en donde delinquió también. Pero de lo que está segura, es que desde que stá con él,
no necesita tanto “aislarse de sus hijos” fumando marihuana.
¿Es parte entonces desfamiliarizarlas de sus elecciones de pareja? ¿Tomo los efectos
de apaciguamiento evidentes o el carácter de repetición en la elección de objeto?
¿Cambiaría algo? ¿Puede el goce ser tan permeable como la ficción? Entramos no el
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terreno de la orquesta donde abundan las melodías, sino en la dimensión de los
ruidos que forman parte aunque no sean tan fáciles de oír. Escuchamos y leemos Für
Elise de Beethoven, pero no llegamos siquiera a poder acercarnos al sonido del dedo
que se apoya en una tecla de marfil, que lleva a un martillo de madera a golpear una
cuerda que vibra. Pero la canción, esa cadena de sonidos, nos toca al segundo. ¿Cómo
desfamiliarizarse de lo desconocido?
VIII
Pareciera que en contra de una vía atinada a des-familiarizar, puede tener efectos
apostar a la producción de una versión de lo femenino - o al menos unas marcas
inéditas singulares que nominen- y que se acompaña por una parte de consentir a la
versión que ya está en ella. Si el analista logra no embaucarse en el semblante de
Otro materno y correrse de esa demanda que se le dirige en tanto Otro para que le
diga, puede ofrecerse transferencialmente aportando la falta del deseo, y así abrir
un amor nuevo que balice una versión no tan nueva, pero al menos inédita. Un amor
que no es para que se le demande ni para que busque fusionarse, sino para que
pueda precisamente soportar la separación, la falta, y pueda emerger una dimensión
de re-inventarse en tanto mujer deseante. Consentir a la mujer gozante que se ha
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sido, a su versión femenina, “implica abandonar la vía del ideal y consentir una
versión agujereada, que porta la falta, y en la cual la contingencia del encuentro se
hace patente”, y de este modo, poder y tener que inventar un modo de arreglárselas
con el goce femenino, puede ser apaciguador72 , puede mejorar la posición del sujeto,
sin tener que desconocerse para reinventarse.
Aun advertido –y un poco divertido- por los noviazgos “nuevos” que me cuentan, no
consiento a desearles el bien y aproximar que un nuevo objeto de amor, un
partenaire distinto, sería mejor. Eso no sería apostar a la dimensión deseante en
detrimento de la fijación gozante del ser-madre, sino, literalmente, hacer un
desmadre. En cambio me presto a un esfuerzo por, como dice Lacan, descaridar73,
que no implica no-querer, sino apuntar a una libertad distinta, lejos del ímpetu
caritativo de quererlas en pareja o con algún partenaire particular. Sabemos que el
goce se cierra al saber; que la compulsión no se articula con la simbolización, y
entonces tampoco articula un saber ni un sentido para el sujeto74. Quizás el trabajo
mediante la nominación y algunas puntuaciones sobre las versiones de lo femenino,
bajo las repeticiones que aparecen diseminadas en su discurso, pueda asociarse con
algunos de los efectos que las pacientes producen: no parecen cambiar mucho en la
elección del partenaire, pero ¿habrán movido algunas piezas suyas? ¿Se habrán
sembrado algunas condiciones para la re-invención ficcional y fantasmática?
Guada me regala una hipótesis: “es la cura por amor”. Luego me presta un libro (una
mujer-jefa me da un libro donde mujeres-psicoanalistas hablan de mujeres que
sufren por otras mujeres para que yo vea que puedo hacer con mis mujeres-
pacientes). Allí encuentro graficado el desenlace de las pacientes que evoqué, es
decir, que el dirigirse por la vía de que puedan consentir a versionar su feminidad,
“puede traer como consecuencia, una nueva disposición para el encuentro
contingente con un hombre y para el hacerse síntoma de un hombre”75.
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Quizás también, junto a estos partenaires, aparezca un camino donde esos hijos ya
no sean un síntoma-objeto de la madre, sino un síntoma de pareja76 que implica el
esclarecimiento de una Otredad a la cual remitirse, permitiendo una aproximación
más a un saber que a un goce, con todo lo que implica la dimensión del síntoma. Que
un deseo no sea anónimo capitula también que provenga de una enunciación de
sujeto y por ende desde un lugar en el Otro, no desde un sentido gozado ni yoico.
Dice Soler: “el amor es el síntoma que logra anudar esa primera relación [madre-
hijo] - que no hace lazo social, que es autista- con un lazo al semejante sexuado”77.
De estas ideas es desde donde se desprende la tesis lacaniana de que una mujer
puede ser un síntoma para un hombre, aventurando nuevas funciones y posiciones
subjetivas posibles. Una posible versión sobre La mujer que no existe.
Uno de los axiomas más hermosos que leí de Lacan: “solo el amor permite al goce
condescender al deseo”78. Es concediendo a tener otra relación con el objeto como
la madre puede salir de la trampa vía el amor. Concediendo a ocupar el lugar de
objeto-causa-de-deseo para un partenaire (más allá de su hijo) y bajo las aguas del
Otro, se camina el surco de la feminidad; movimiento que además la confronta con
la barradura del Otro, que no obstante, permitirá una relación dialéctica con él,
deseante. Las sesiones que empezaron en el hacer, van encauzándose en un venir a
hablar/ser escuchadas, que va permitiendo contornear una cesión de su objeto y
alojarlo en el Otro transferencial. La sesión alojando la cesión. Y el amor no parece
no haberles tardado en aparecer.
Es el “rasgo vivo del Otro”79 lo que permite establecer una versión del objeto a como
causa de deseo del Otro, y así humanizar y barrer del anonimato la transmisión del
deseo. Cuando el goce se anuda al objeto a bajo la metaforización de amado-amante
(forma de ágalma), deja de infinitizarse y “condesciende” al deseo, localizando algo
de la angustia en el mismo pliegue. No por ello el amor la hará más libre, dado que
se someterá a sus reglas, que son las obligaciones que a su vez condescienden desde
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el inconsciente, singulares en cada sujeto y que “preside las contingencias de los
encuentros”80.
Una función posible del analista entonces, se divisa como una oferta de más-uno para
señalar el camino hacia lo que está en menos, una presencia que se muestra como un
signo de amor, que simplemente está, pero que no “está encima”, sino que parte del
acto de presencia81. Es un amor pero como significación vacía. Una presencia más
preocupada por los restos que por las tenencias; más orientado por lo que hay de
singular en la sangre que baña al niño que nace, que por el bebé-majestad. La
orientación es hacia el inconsciente, al saber, al síntoma y para ello es necesario a
veces trabajar para que florezca el sentido, animando el “pienso allí donde no soy
(yo)”, distinguido anteriormente. Un pensar que nada tiene que ver con el
pensamiento que estudia la psicología, sino una dimensión del pensar que se
contrapone al yo-soy de goce y conlleva una responsabilidad subjetiva singular, que
se enerva en verdaderos actos e insondables decisiones del ser. Solo así parece posible
amar.
Lacan hace algunas referencias al alma, siendo muy crítico con su uso y utilidad para
el psicoanálisis. En el Seminario 2 señala que la “función del yo […] perpetúa de
manera más o menos implícita el sustancialismo implicado en la noción religiosa del
alma”82, tomándola como una categoría pre-psicoanalítica y ligada enteramente al
Yo. En el Seminario 8 agrega, lamentándose, que el alma, “todavía nos estorba, […]
aún la cargamos; […] la noción, la figura del alma que tenemos […] tiene como
aparato, como armadura […] el subproducto del delirio de inmortalidad de
Sócrates”83. No solo Lacan zanja una distinción entre el alma yoica que aparenta y el
pensamiento que elucubra sobre lo inconsciente del [$]; también percibe algo
Charly:
Y aquí estoy
Pensando en el alma que piensa / y por pensar no es alma
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Mediante los senderos del significante se puede encontrar un rumbo en el terreno
del Yo-soy de goce (allí donde no pienso), mediante el pienso del significante (allí
donde no soy). Con la regla analítica y a fuerza de palabras y silencios, se avala que
caigan algunas insignias narcisistas maternas: se desarma el rompecabezas
significante y se consiente a la pieza faltante; se desarma de su armadura
imaginaria; se desarma de las armas-Amo con las cuales defiende su rehén fálico.
Se desarma y así sangra, dejando ver lo más singular que la habita, aunque sea a
gotas y a través de heridas que vienen, sospechas que van.
Es con esa sangre que se delimita el saber, escrito con ella, como pinturas rupestres
a ser interpretadas, que medio-dicen, que tienen verdad y delinean historia. Lo que
puede inaugurar el espacio analítico y me ha permitido vislumbrar toda esta
experiencia, es que el psicoanálisis inaugura un nuevo amor, ligado a una dimensión
de palabra, pero que a su vez está más acá y también más allá. Sí, consentimos que
en la época desvanece el Otro; también que hay declinaciones del semblante
paterno. A falta de padre, un psicoanálisis puede “proporcionar la posibilidad a un
sujeto de darse un síntoma para contener el goce84”. Y desde allí también resistimos
a la banalización de la palabra. Lo que se dice en un psicoanálisis, aunque sea en un
pequeño consultorio, no eximido de interrupciones y tras barbijos, permite que el
decir tenga consecuencias y que tomar la palabra haga que el cuerpo pueda ser
afectado, como dice Kohan85.
Hacer oír una palabra que no exilie las versiones, las ficciones, el discurso y la
verdad, por incómoda que sea. Porque es desde la verdad que anida en los síntomas
desde donde podemos extraer un saldo de saber que mejore una posición. Un saber,
en este caso, que no se confunde con el “saber de madre” - ese “Mama sabe bien”
que canta Mercedes Sosa-, sino que es un saber desprendido de una experiencia
como sujeto del inconsciente. Es un saber al que no le caben adjetivos; no es un saber
bien o saber mal, sino que forma parte de una búsqueda por una verdad
inaprehensible toda. Y eso no lo hacemos con imposiciones de saber ni con
directivas. Lo hacemos con el manejo de un amor transferencial que implica hacer
existir al Otro: suponiéndose saber es que se ama. Aunque luego tomemos el rumbo
84 Naranjo Mariscal, J. A. La familia hace síntoma. 2005. Revista NODVS XV. ISSN 2013-8539
85 Kohan, A. Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto. 2020 p.189
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de hacer soportable la revelación de que ese Otro no existe, que no hay Otro del Otro;
que no existe una escuela que enseñe a vivir. Pero por el momento, sostenemos la
palabra. La palabra amorosa. La palabra que desarma y sangra. Con el correr del
tiempo y del decir, eventualmente quizás se llegue con algunas pacientes a puntos
en que ya no se puede saber, y por ende, será mejor callar. En eso también acompaña
Charly: será un momento de Say no more.
IX
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existe. La Muerte no existe. La relación sexual, no existe. Pero el amor, sí existe. E
insiste.
***
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