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De Encarna Lorenzo
En 1844 Edgar Allan Poe publicó La carta robada, la última de las historias de su famoso
personaje Auguste Dupin, con el que sentó las bases del género detectivesco que tanto éxito
alcanzaría en manos de Conan Doyle desde 1887. La historia relata cómo Dupin recupera
una comprometedora carta de la reina de Francia, que había sustraído el Ministro para
demostrar su poder. Aunque la policía registra la casa del Ministro continuamente, no es
capaz de encontrar la deseada misiva. Pero a Dupin le basta una visita al político para
localizar el preciado documento. En 1959 Jacques Lacan convirtió este relato en materia de
un famoso seminario con el que pretendía explicar el funcionamiento del inconsciente como
un lenguaje. Y en el corazón de ese trabajo, el robo sagrado del poder, la legitimidad, la
autoridad...
Pero ¿qué tiene de particular la narración de Poe para haber desatado tantos ríos de tinta en
la literatura psicoanalítica? Después de todo, el tema del ladrón robado no deja de ser típico
del vaudeville, con una moraleja evidente de rancio sabor burgués. Sin embargo, ya Henri
Bergson en La risa (1904) había intuido las profundas conexiones de esa idea con el dominio
de las estructuras lingüísticas. He aquí su receta para tal comedia: se coge una metáfora,
una frase o un razonamiento,-o, por qué no, una acción-, y se vuelve contra quien los
pronunció, o hizo, hasta que el sujeto acaba por quedar envuelto en las redes del lenguaje.
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individual, Lacan consigue reinstalar al psicoanálisis en el corazón de la filosofía, al rescatar
para el mismo el papel de reflexión sobre el sujeto y sus escisiones. Con ello vendría
también a hacerse eco de otra candente división a otro nivel, la existente entre las diferentes
clases sociales. El otro acierto de Lacan, atento a las preocupaciones existencialistas de
posguerra, fue analizar la posibilidad de un espacio abierto a la intersubjetividad como
lugar para la comunicación verdadera. El modelo que utiliza para ello es el de la relación
analista-enfermo, planteando la cura como una dieta de palabra plena y baja en vanas
pretensiones metafísicas, aunque sin renunciar a la apertura hacia la trascendencia. Sin
embargo, Lacan es, paradójicamente, víctima de un idealismo trascendental que traiciona la
sencillez de su mensaje. El Falo, significante del deseo, que es la única verdad del sujeto,
símbolo de la formación de la cultura y férreo rector del funcionamiento del lenguaje y de
las relaciones humanas en general, se convierte en su obra en una versión remozada de
otros arjés vigentes en diversas épocas anteriores de la historia de la Filosofía occidental:
el Nous de Anáxagoras, el Uno parmenídeo, el Logos platónico, la divinidad en la Edad
Media o el Espíritu absoluto hegeliano, entre otros. Desde la trascendentalidad que
solapadamente se introduce en su obra, se comprende que la historia del robo que
cuenta Poe es para él mucho más que una anécdota de política de boudoir en las cortes
europeas del siglo XIX, sino que se erige en una grandiosa metáfora acerca de las relaciones
entre el hombre y Dios- y sus intermediarios-, las cuales solo pueden estar basadas en el
robo como vía de adquisición del conocimiento. Así ocurre con Prometeo en la cultura
griega o con Adán y Eva en la tradición judeocristiana. En el texto de Poe, el Ministro, un
advenedizo que ha alcanzado el éxito en política, se atreve a sustraer a un alto personaje, la
Reina, revestida de divinidad por compartir con el monarca el maná derivado de su
investidura regia, un secreto que atenta directamente contra la seguridad del trono. El
detective aficionado Dupin-el héroe, el joker, el psicoanalista-, restaura a su lugar divino la
peligrosa carta robada, que es "sagrada". La palabra sacer tiene un doble sentido
etimológico: algo maldito o execrable, por vulnerar las leyes sociales; o bien un objeto
consagrado a los dioses. Así sucede en el relato de Poe, en tanto que se convierte en una
pieza clave para la subsistencia de una monarquía impugnada y, por ello, inestable. En el
fondo, de lo que trata la historia de Poe es de cómo los seres ordinarios pueden obtener
poder a costa de los dioses y sus representantes en la tierra, los monarcas ungidos. En ese
sentido, reproduciendo la trayectoria de la valiosa carta, Lacan acaba perpetrando un robo
sagrado similar, al sustituir a la religión institucionalizada en la función divina de curar el
alma-psique, transformando el papel del psicoanálisis en una teología negativa o en una
terapia mística.
2. La mirada reveladora
Hay un aspecto básico que han desatendido los muy numerosos y diversos abordajes
del Seminario sobre la carta de Lacan, tal vez por su más aparente vinculación del texto con
la temática lingüística. No obstante, debemos recordar que el desencadenante esencial de la
historia, sin el cual la trama detectivesca del cuento no podría haber sido pensada, es la
extraña capacidad de algunos personajes para descubrir lo que otros no pueden encontrar
pese a su presencia manifiesta. Y es que no es lo mismo ver que mirar. Ya Freud había
considerado la mirada como una acción pulsional cuya satisfacción genera y consume
energía . Más tarde, Lacan incrementó las pulsiones básicas, definidas por Freud en relación
a las funciones biológicas y aperturas del cuerpo más evidentes,- la oral y la anal-,
añadiendo otras dos pulsiones esenciales, la escópica o visual y la invocante u oral,
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resultantes de otros modos más sutiles de establecer la relación con el mundo: la mirada y
la voz. Aunque abordó su estudio in extenso en 1963 después del Seminario sobre la carta, en
este ya se ocupa de ellas. A los tres términos, tiempos y lugares estructurantes del drama de
Poe se asocian tres miradas diferentes: la primera es la que no ve (la de los representantes
de la ley);. la segunda ve que la primera no ve nada y se engaña creyendo a cubierto lo que
esconde: es la mirada de la Reina y, después, la del perverso Ministro; la tercera es la que ve
al descubierto lo que debería esconderse. Es la del Ministro y, más tarde, la de Dupin.
Paralelamente, Lacan correlaciona las escenas del drama con dos diálogos diferentes:
primero, la conversación entre el Jefe de Policía y Dupin, es decir, la imposible
comunicación entre un sordo y otro que oye; y, en segundo término, el discurso de la
intersubjetividad que busca la verdad en la que se constituye al otro.
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Debe advertirse que, aunque no se nos dice cuál es el contenido del mensaje circulante, sin
duda debía de ser comprometedor para la Reina, seguramente por desconocer su deber de
lealtad matrimonial en una aventura galante. Por su parte, el Ministro, que desea atacar a la
Reina, lo hace con la solapada intención de dar jaque al Rey. Y por último Dupin, al
declararse partidario de la Dama y ayudarla a la recuperar carta a su lugar, ocultando los
hechos al Rey, contribuye a que la ley fálica que este representa se mantenga en pie aunque
sea vulnerada. Como sostiene Lacan, hasta el desconocimiento del pacto entre el monarca y
los súbditos y los esfuerzos para restaurarlo son índices de su vigencia entre los personajes
de la historia. La carta-falo, a la vez visible y oculta entre las sombras de lo que está fuera
de la ley, se erige también en símbolo de la aletheia y del encuentro con el ser,
escondiéndose donde se ofrece del modo más verdadero, esto es, en el lugar del deseo. No
obstante, antes de seguir avanzando en los complejos conceptos lacanianos, necesitamos
realizar algunas consideraciones acerca de su teoría del signo y sobre la metáfora paterna
en tanto religio.
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personalidad femenina de la Reina se contagia al Ministro, quien incluso se atreve a ocultar
la misiva sustraída a aquélla bajo una dedicatoria de mujer con su inicial D., que
curiosamente coincide con la de su sucesor Dupin, el cual a su vez llega a declararse su
gemelo en la misiva en la cual perpetra su femenina y refinada venganza. Entre los sujetos
del drama se entabla, además, un juego de perversiones. Así, el discurso de la Reina es el de
la histérica, que desea poseer el falo a costa de la castración del varón-Rey. Por tal
motivo Lacan augura, como desenlace previsible de la historia, una vez que consigue
arrebatar la carta al Ministro, que la Reina se enamorará de éste porque también ha
conseguido castrarlo3. El Ministro, por su parte, ejecuta el robo por puro narcisismo, para
vindicar un ascendiente perverso sobre la Reina,- y , en consecuencia, sobre el Rey-,
abusando de la posesión de su secreto. Cada vez que éste circula paraliza tanto al ladrón
como a la víctima, pues ni la Reina ni el Ministro pueden evitar ser cada uno robado por el
otro. Es el efecto de transformación del ser, al apoderarse del mismo la palabra que hace al
sujeto un títere del lenguaje .
La Policía, por último, se regocija de la supuesta ignorancia del Ministro acerca de sus
incesantes registros cuando, como ocurre con el deseo del obsesivo 4, cuya conducta repiten
los guardianes de la ley con sus minuciosos y baldíos rituales de búsqueda, su intervención
es un secreto a voces. De género distinto es la perversión que muestra Dupin, quien hace
cómplices de su triunfo sobre el Ministro tanto a su amigo como a la Policía, deleitándose
por anticipado con el chasco de aquél al descubrir el poder que se le ha escapado. Y es que,
aunque la historia de los robos pudiera presentarse como simétrica, en realidad la
repetición introduce en el significante-síntoma una sofisticación progresiva que se asocia al
incremento del goce como tensión inconsciente. Esa repetición es un concepto
que Freud toma de Kierkegaard pero variando por completo su significación metafísico-
religiosa. En Más allá del placer fundamenta la Wiederholungszwan, la obsesión de repetición
o repetición compulsiva , en el instinto de muerte del yo, la tendencia innata de lo orgánico
a la reconstitución de su estado anterior inanimado,-como en virtud de las leyes de la
inercia-, en lucha con el deseo sexual tendente a reproducir incansablemente la vida. Esta es
la clave que sirve a Lacan para identificar el automatismo de la repetición como mecanismo
explicativo del lenguaje del inconsciente. Desde el juego de pares y nones que
inventa Poe para explicar el éxito de Dupin,- repitiendo el proceso mental seguido por el
Ministro al sustraer la carta a la Reina, cuyo escondite por su parte reprodujo aquél con
sutiles perfeccionamientos-, Lacan llega a afirmar la existencia de un lenguaje cibernético,
basado en una combinación pura de significantes que operan con una lógica algebráica de
cálculo, acercándose con ello a la characteristica universalis de Leibniz. Desde esta óptica nos
encontraríamos con un lenguaje previo al sujeto, construido como elemento de un sistema
simbólico que da sentido a la existencia frente a la muerte, que aliena al ser pues lo mueve
de manera que el yo apenas puede conocer y controlar, privándolo además de la capacidad
de comunicación sin cortapisas con el otro. Un largo y tortuoso camino ha recorrido la
historia de la Filosofía desde la theoria pura de los griegos, punto de anclaje supuestamente
firme frente al constante devenir del mundo, asegurando su realidad y cognoscibilidad,
hasta la aparente inversión total de dicho planteamiento, en la medida en que el sujeto,
antes gobernante del mundo, aparece ahora indefenso ante una gigantesca y ciega
maquinaria,- la del deseo-, que inventa incesantemente un ser y un lugar cada vez
diferentes para él. Por ello parece que la teoría de la repetición, en realidad, es una manera
más sofisticada de volver a los orígenes, como la carta de Poe, ofreciendo la ilusión de que
el sujeto es capaz de recuperar el control racional de la realidad y sobre su propio ser, dado
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que la misma repetición,- del día y la noche, de las estaciones, de los rituales, del
significante-, asegura la existencia de un sentido incluso a través del sin sentido del
síntoma. Al ser éste finalmente interpretable, permite la curación mediante la reconciliación
entre el yo y el inconsciente. La dialéctica entre ambas instancias parece recuperar la
contraposición platónica entre mundo aparente y verdadero, dado que el lenguaje
consciente no expresa lo que quiere decir el sujeto sobre la realidad de su ser. Sin embargo,
el Psicoanálisis no afirma que sólo la parte oculta del iceberg es lo importante sino que debe
instaurarse un sano equilibrio entre ambas dimensiones del sujeto mediante el
reconocimiento de sus respectivos niveles de verdad, lo que supone un ejercicio de crítica a
la falsa transparencia del lenguaje y a su capacidad para aprisionar al sujeto en las redes de
lo simbólico.
"Al comienzo era el verbo y con él orden simbólico de que irradia el nombre del padre"5
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(http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/07/helene-cixous-la-risa-de-la-
medusa.html), no puede dejarse pasar esta ocasión para recordar que el psicoanálisis
contempla el complejo de Edipo como una estructura fija, permanente e invariable, su
propia articulación en un sistema histórico esencialmente mutable hace necesarias ciertas
variaciones concretas en el lenguaje, en las reglas del parentesco y en las formaciones
ideológicas que se asocian a unas y otras que, en definitiva, son las responsables de las
corrupciones del sistema, sobre las que sí es posible intervenir, siquiera con gran lentitud y
eficacia limitada, mediante el escalpelo de la crítica y el poder modelador del aprendizaje
de conductas no sexistas .
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el Panteón de la Madre. Esta, siendo también carne y lazo con la Tierra, se eleva sobre el
pecado por la gracia de Dios. Por ello, aunque Yahvé se había manifestado exclusivamente
en la letra, tras la venida al mundo del Dios hecho hombre la situación cambia y tal motivo,
en la segunda carta de San Pablo a los Corintios (3,6) se recuerda que la "Nueva Alianza no es
de la letra sino del Espíritu . Pues la letra mata , mas el espíritu da la Vida".
Mediante el diálogo analítico, que comparte con la mayéutica socrática su papel de método
de ayuda al sujeto para alumbrar la verdad,- no concebida ya como adaequatio a la cosa
u homoiosis como en la tradición aristotélica sino como logro intersubjetivo-, el terapeuta se
convierte en partero de la palabra, que oculta pero desvela el mismo tiempo el ser,
mediante una interpretación de la misma que libere el deseo reprimido. El inconsciente,
como discurso del Otro, es decir, del deseo que el yo niega, aflora a la conciencia mediante
el diálogo no convencional entre enfermo y analista, regido por las leyes de la retórica
simbólica, en un espacio intersubjetivo que engloba a ambos sujetos y se convierte en
paradigma de la comunicación auténtica. Por ello Freud exigió el acercamiento a la palabra
del paciente como texto sagrado, evocador del misterio del ser. Desde esta perspectiva
puede afirmarse que la revolución copernicana operada por Freud no debe entenderse solo
como el desplazamiento del yo del lugar central en el sujeto frente a la profundidad
insondable del inconsciente sino, aún más radicalmente, cumpliendo las aspiraciones
de Feuerbach, como el desplazamiento de la centralidad de la palabra de Dios al Hombre 9.
El analista, en respuesta al discurso del sujeto, pronuncia un oráculo enigmático, igual que
las antíguas sibilas, cuyo sentido y alcance final difícilmente se le alcanzan. Su función
mágica, cuasirreligiosa, capaz de trocar el dolor en libertad, se plasma en el uso de una
lógica algebraica ciertamente esotérica y en el manejo de una numerología no muy distinta
de la sagrada (recordemos la incesante repetición del tres en la interpretación del texto
de Poe: tres términos, tres tiempos, tres lugares del sujeto, tres miradas...y la significación
que de su intercambio y combinación obtiene Lacan). La palabra del analista tiene plenos
poderes para curar mediante el reconocimiento del ser del sujeto,- que no implica su
aprobación o censura desde el punto de vista ético-, y la presentación ante el mismo de su
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deseo, a cuya búsqueda, como Beatriz con Dante, desciende el terapeuta con el enfermo a
los infiernos del significante para la recuperación del habla soberana 10. Su aceptación final
por el sujeto es el acto supremo de libertad. Por la importancia de tal función, no es extraño
que la santificación de la palabra del paciente corra pareja con la implícita asunción de un
papel poco menos que sacerdotal en el oficio del analista 11 . Este reúne en su persona tres
roles profundamente espirituales: junto al de médico, el de sabio y el de mago. Su papel
en Lacan es básico en cuanto sostén, como padre nombrante, de la triada Real-Simbólico-
Imaginario mediante un nudo borromeo perfecto 12.
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NOTAS:
1 La mirada en Psicoanálisis.
2 Jean-Luc Nancy resalta que la novedad del discurso del Psicoanálisis reside en su elaboración merced a
préstamos de conceptos procedentes de la lingüística, la etnología, la lógica combinatoria o la psicología,
transformándolos de tal manera que se destruyen sus presupuestos de partida, lo que hace preciso un
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discurso epistemológico sobre la legitimidad de estas asimilaciones aparentemente bastardas . Por su
parte, Jean Allouch, en Lacan ho , ha advertido que tal situación es índice de un cambio de paradigma
científico a la manera de Kuhn, encarnado en una transformación del significado de los conceptos, ¡incluso los
adoptados de otras disciplinas!; el desplazamiento de los problemas a investigar; la institucionalización de un
nuevo paradigma- como sería el lenguaje del inconsciente-, y la modificación de los planteamientos
dogmáticos y del ejercicio práctico. La idea es incontestablemente sugestiva pero quiebra en el sentido de que
el Psicoanálisis, como la Sociología o el marxismo, tiene negado ab initio el estatuto de programa de
investigación científica. Aún así sería interesante reflexionar acerca de en qué medida Lacan representa
auténticamente un cambio radical de paradigma, con una incompatibilidad entre las visiones del mundo en
conflicto, si en realidad su vindicación del inconsciente como un lenguaje se presenta no como una ruptura
frente al modelo anterior, el de Freud, sino como una recuperación-perfeccionamiento del mismo. Por otra
parte, el freudismo, frente al que sí podría considerársle en directa pugna, no había llegado a constituir una
alternativa consolidada contra la que competir en el espacio científico. En general, merecería la pena
cuestionar la aplicabilidad de un esquema de cambio científico (cualquiera sea éste) a las ciencias humanas.
3 De un discurso que no sería semblante .
4 Véase la exposición genérica sobre el goce perverso y el tercero cómplice en Joël Dor, Estructura y
perversiones , página 129 y ss.
5 Lacan , Escritos: Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis.
6 Escrito , pintado . Dialéctica entre escritura e imágenes en la conformación del pensamiento europeo.
7 En sentido hedeggeriano, como característica esencial del ser. La reminisciencia de Platón, que podía ser
considerada un concepto próximo, no sirve de modelo en cuanto que esta busca la aprehensión de la Idea en
el objeto con referencia a un sistema metafísico que duplica - y jerarquiza- los niveles de realidad. Al
Psicoanálisis le interesa más el recuerdo como actividad que como resultado. Por lo demás, las profundas
implicaciones entre Freud, Lacan y Heidegger han sido sobradamente puestas de relieve por Carlos
Parra y Eva Tabakian en Lacan y Heidegger. Una conversación fundamental. Del retorno a Freud.
8 "El análisis no puede tener otra meta que el advenimiento de una palabra verdadera y la realización por el sujeto de su
historia en su relación con un futuro". Escritos, pag. 290.
9 Cuando Lacan titula el seminario La instancia de la letra o la razón después de Freud, que duplica el de La
Carta para un público universitario no especializado, resulta claro , como destacan Nancy y Lacoue-
Labarthe en El título de la letra , la preeminencia de ésta, que se corresponde con la inauguración de un nuevo
y radical episodio de la historia de la razón por Freud, quien rompe definitivamente con la supuesta
objetividad del cogito cartesiano en favor de una subjetividad excéntrica.
10 El sentido del retorno a Freud en Lacan se ha entendido, desde esta óptica, como la superación del criterio
autoritario y educacional del freudismo humanista, psicologista y antropológico, de fundamento
profundamente metafísico, que toma como modelo del enfermo al analista, el cual recurre únicamente a la
parte sana del yo prescindiendo de toda referencia al universo simbólico del sujeto y al desarrollo de su
historia traumática, pues se basa en el presente para conseguir su adaptación a lo real. Todo ello , a juicio
de Lacan, supone una clara obliteración de la palabra fundadora del Psicoanálisis.
11 No es casual por ello que se hayan advertido las concomitancias del estilo de Lacan con la gran tradición
oratoria a través de la estructura de las frases de los discursos latinos o de los sermones del siglo XVII, con
largos períodos subordinados, entrecortados por arranques tempestuosos y sostenidos por comparaciones
largamente desarrolladas (Lacan : Itinerario de su obra. M. Marín ). También han dicho C. Parra y E.
Tabakian, op. cit., que la oscuridad de Lacan , que le granjeó merecidamente el título del Góngora del
Psicoanálisi , tiene su intrínseca relación con la extremada dificultad del objeto de su estudio y de la profunda
voluntad del autor de crear un pensamiento esencial que no se agote en la simplicidad de una sola superficial
lectura. Por último, la misma afiliación de Lacan al surrealismo y su habla directa al inconsciente explican
suficientemente su estilo enrevesado.
12 La tríada Real- Simbólico-Imaginario es la nueva topología lacaniana que sustituye a la segunda tópica
de Freud, la del yo-superyo- ello.
13 El político y el científico pag. 85-6.
14La tarjeta postal. De Freud a Lacan y más allá.
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