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LA CARTA ROBADA: POE Y LACAN DESCIFRAN EL INCONSCIENTE

De Encarna Lorenzo

En 1844 Edgar  Allan Poe publicó La carta robada, la última de las historias de su famoso
personaje Auguste Dupin, con el que sentó las bases del género detectivesco que tanto éxito
alcanzaría en manos de Conan Doyle desde 1887. La historia relata cómo Dupin recupera
una comprometedora carta de la reina de Francia, que había sustraído el Ministro para
demostrar su poder. Aunque la policía registra la casa del  Ministro continuamente, no es
capaz de encontrar la deseada misiva. Pero a Dupin le basta una visita al político para
localizar el preciado documento. En 1959 Jacques Lacan convirtió este relato en materia de
un famoso seminario con el que pretendía explicar el funcionamiento del inconsciente como
un lenguaje. Y en el corazón de ese trabajo, el robo sagrado del poder, la legitimidad, la
autoridad...

1. Una carta llega siempre a su destino.

A mediados del siglo XIX Baudelaire tradujo al francés las extraordinarias narraciones de


Edgar Allan Poe, -entre ellas, The purloined letter, "La carta robada"-, fascinado por el poder
subversivo de dichas historias contra los acomodaticios valores burgueses de sus
conciudadanos pero, sobre todo, por la "manía filosófica" de Poe, su facilidad para engastar
en sus extraños relatos, como irregulares perlas barrocas, construcciones esotéricas capaces
de perturbar sistemas filosóficos pretendidamente cerrados y autosuficientes .

Un siglo después, en el mismo lugar y en un contexto social igualmente conformista, que


pronto habría de transformarse, en Mayo de 1968, en parte por las revolucionarias
enseñanzas del Jacques Lacan, este recuperó la "Carta" de Poe, acompañada de una
subversiva apostilla a Freud. Esa reinterpretación era fruto de otro mensaje entonces casi
olvidado, el de Die Traumdeutung (1.900). "La interpretación de los sueños" advertía cómo el
inconsciente está estructurado como si fuera un lenguaje, según demuestran sus cuatro
formaciones básicas: el síntoma, el sueño, el acto fallido y el chiste, a las que, por su
parentesco con las anteriores, deberíamos añadir el lenguaje poético.

Pero ¿qué tiene de particular la narración de Poe para haber desatado tantos ríos de tinta en
la literatura psicoanalítica? Después de todo, el tema del ladrón robado no deja de ser típico
del  vaudeville, con una moraleja evidente de rancio sabor burgués. Sin embargo, ya Henri
Bergson en La risa (1904)  había intuido las profundas conexiones de esa idea con el dominio
de las estructuras lingüísticas. He aquí su receta para tal comedia: se coge una metáfora,
una frase o un razonamiento,-o, por qué no, una acción-, y se vuelve contra quien los
pronunció, o hizo, hasta que el sujeto acaba por quedar envuelto en las redes del lenguaje.

También Freud había puesto en evidencia la falacia del cogito cartesiano mediante la


fórmula Wo es War, soll Ich verde.  Si la misma se entiende como pienso donde no soy, luego
soy donde no pienso, nos obliga a concluir que el yo es un juguete del pensamiento y, por
ende, del lenguaje que lo gobierna. Este es uno de los grandes aciertos de Lacan que, con un
audaz golpe de mano, como el de su alter ego  Auguste  Dupin, el protagonista absoluto
de La carta robada, recupera la herencia de Freud limpia de vínculos con los pensadores
freudistas, que la habrían desvirtuado. Más allá del campo práctico inmediato de la terapia

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individual, Lacan consigue reinstalar al psicoanálisis en el corazón de la filosofía, al rescatar
para el mismo el papel de reflexión sobre el sujeto y sus escisiones. Con ello vendría
también a hacerse eco de otra candente división a otro nivel, la existente entre las diferentes
clases sociales. El otro acierto de Lacan, atento a las preocupaciones existencialistas de
posguerra, fue  analizar la posibilidad de un espacio abierto a la intersubjetividad como
lugar para la comunicación verdadera. El modelo que utiliza para ello es el de la relación
analista-enfermo, planteando la cura como una dieta de palabra plena y baja en vanas
pretensiones metafísicas, aunque sin renunciar a la apertura hacia la trascendencia. Sin
embargo, Lacan es, paradójicamente, víctima de un idealismo trascendental que traiciona la
sencillez de su mensaje. El Falo, significante del deseo, que es la única verdad del sujeto,
símbolo de la formación de la cultura y férreo rector del funcionamiento del lenguaje y de
las relaciones humanas en general, se convierte en su obra en una versión remozada de
otros arjés  vigentes en diversas épocas anteriores de la historia de la Filosofía occidental:
el Nous de Anáxagoras, el Uno parmenídeo, el Logos platónico, la divinidad en la Edad
Media o el Espíritu absoluto hegeliano, entre otros. Desde la trascendentalidad que
solapadamente se introduce en su obra, se comprende que la historia del robo que
cuenta Poe es para él mucho más que una anécdota de política de boudoir en las cortes
europeas del siglo XIX, sino que se erige en una grandiosa metáfora acerca de las relaciones
entre el hombre y Dios- y sus intermediarios-, las cuales solo pueden estar basadas en el
robo como vía de adquisición del conocimiento. Así ocurre con Prometeo en la cultura
griega o con Adán y Eva en la tradición judeocristiana. En el texto de Poe, el Ministro, un
advenedizo que ha alcanzado el éxito en política, se atreve a sustraer a un alto personaje, la
Reina, revestida de divinidad por compartir con el monarca el maná derivado de su
investidura regia, un secreto que atenta directamente contra la seguridad del trono. El
detective aficionado Dupin-el héroe, el joker, el psicoanalista-, restaura a su lugar divino la
peligrosa carta robada, que es "sagrada". La palabra sacer tiene un doble sentido
etimológico: algo maldito o execrable, por vulnerar las leyes sociales; o bien un objeto
consagrado a los dioses. Así sucede en el relato de Poe, en tanto que se convierte en una
pieza clave para la subsistencia de una monarquía impugnada y, por ello, inestable. En el
fondo, de lo que trata la historia de Poe es de cómo los seres ordinarios pueden obtener
poder a costa de los dioses y sus representantes en la tierra, los monarcas ungidos. En ese
sentido, reproduciendo la trayectoria de la valiosa carta, Lacan acaba perpetrando un robo
sagrado similar, al sustituir a la religión institucionalizada en la función divina de curar el
alma-psique, transformando el papel del psicoanálisis en una teología negativa o en una
terapia mística.

2. La mirada reveladora

Hay un aspecto básico que han desatendido los muy numerosos y diversos abordajes
del Seminario sobre la carta de Lacan, tal vez por su más aparente vinculación del texto con
la temática lingüística. No obstante, debemos recordar que el desencadenante esencial de la
historia, sin el cual la trama detectivesca del cuento no podría haber sido pensada, es la
extraña capacidad de algunos personajes para descubrir lo que otros no pueden encontrar
pese a su presencia manifiesta. Y es que no es lo mismo ver que mirar. Ya Freud había
considerado la mirada como una acción pulsional cuya satisfacción genera y consume
energía . Más tarde, Lacan incrementó las pulsiones básicas, definidas por Freud en relación
a las funciones biológicas y aperturas del cuerpo más evidentes,- la oral y la anal-,
añadiendo otras dos pulsiones esenciales, la escópica o visual y la invocante u oral,

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resultantes de otros modos más sutiles de establecer la relación con el mundo: la mirada y
la voz. Aunque abordó su estudio in extenso en 1963 después del Seminario sobre la carta, en
este ya se ocupa de ellas. A los tres términos, tiempos y lugares estructurantes del drama de
Poe se asocian tres miradas diferentes: la primera es la que no ve (la de los representantes
de la ley);. la segunda ve que la primera no ve nada y se engaña creyendo a cubierto lo que
esconde: es la mirada de la Reina y, después, la del perverso Ministro; la tercera es la que ve
al descubierto lo que debería esconderse. Es la del Ministro y, más tarde, la de Dupin.
Paralelamente, Lacan correlaciona las escenas del drama con dos diálogos diferentes:
primero, la conversación entre el Jefe de Policía y Dupin, es decir, la imposible
comunicación entre un sordo y otro que oye; y, en segundo término, el discurso de la
intersubjetividad que busca la verdad en la que se constituye al otro. 

Comencemos el análisis con la función escópica y su capacidad para descubrir el ser a


través de la mirada, partiendo del desarrollo del psicoanalista Juan David Nasio 1. Según
éste, las imágenes visuales del mundo percibidas por el yo se convierten en parte de su
sustancia, permitiendo la constitución entre ambos de una dimensión imaginaria, continua
y sin ruptura, en la que el yo se reconoce como tal. Sin embargo, la aparente solidez de ese
yo, creado especularmente a semejanza de los otros, solo esconde a duras penas su real
fragmentación en un conglomerado de imágenes en cuyo núcleo, como en el de una cebolla,
se encuentra el "falo imaginario", el ser con el que el yo está indentificado y que constituye
su esencia sexual. Este "falo", -concepto a la par imaginario y simbólico,
que Lacan distingue con toda nitidez del órgano sexual correspondiente-, sería en realidad
una imagen muy especial, como una película o sustancia translúcida que cubre, oculta y a
la vez muestra el goce que anima al yo como su único motor y que, como una suerte de cola
fluida, mantiene cohesionadas las imágenes que lo envuelven. Esta disgresión viene al caso
porque si en el acto de ver el yo es el que se dirige a la cosa, en el mirar, por el contrario, es
una imagen provocada por la cosa, como foco de luz vibrante e irradiante entre sombras, la
que sorprende al yo cegándolo y provocando, al mismo tiempo, un instante de lucidez y
fascinación que solo se capta a nivel inconsciente. Para Nasio ese brillo que arrebata la
mirada es, precisamente, la imagen fálica captada de modo directo sin su cobertura
habitual, lo que constituye una experiencia límite. De este modo pueden explicarse el
enamoramiento y otras experiencias ligadas al erotismo, como la intensa vivencia subjetiva
provocada por la obra de arte o el éxtasis místico pero también, podría pensarse,
experiencias cotidianas no menos trascendentales como la consecución de una
intersubjetividad plena. También Heidegger y Merleau Ponty nos recuerdan que el
encuentro con el otro se produce primordialmente con la mirada, tanto como con la
palabra. Para Lacan, por su parte, la mirada es el deseo que tiene el Otro de ser reconocido,
por cuyo motivo constituye un elemento tan básico en la terapia psicoanalítica como la voz
o el silencio.

Sin embargo, pese a que Lacan advierte con claridad el poder desencadenante de la mirada


en el relato de Poe, en el Seminario no explica en qué reside esa distinta capacidad del
Ministro y de Dupin para descubrir la presencia de la carta frente a la ostentosa e
incomprensible ceguera del Rey y de la Policía. Pero si desde los razonamientos anteriores
es fácil identificar la carta robada con el falo simbólico, también se entiende cómo quienes
encarnan su ley son ciegos a la circulación del deseo, inicialmente el de la Reina, después el
del Ministro y más tarde el de Dupin. 

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Debe advertirse que, aunque no se nos dice cuál es el contenido del mensaje circulante, sin
duda debía de ser comprometedor para la Reina, seguramente por desconocer su deber de
lealtad matrimonial en una aventura galante. Por su parte, el Ministro, que desea atacar a la
Reina, lo hace con la solapada intención de dar jaque al Rey. Y por último Dupin, al
declararse partidario de la Dama y ayudarla a la recuperar carta a su lugar, ocultando los
hechos al Rey, contribuye a que la ley fálica que este representa se mantenga en pie aunque
sea vulnerada. Como sostiene Lacan, hasta el desconocimiento del pacto entre el monarca y
los súbditos y los esfuerzos para restaurarlo son índices de su vigencia entre los personajes
de la historia. La carta-falo, a la vez visible y oculta entre las sombras de lo que está fuera
de la ley, se erige también en símbolo de la aletheia y del encuentro con el ser,
escondiéndose donde se ofrece del modo más verdadero, esto es, en el lugar del deseo. No
obstante, antes de seguir avanzando  en los complejos conceptos lacanianos, necesitamos
realizar algunas consideraciones acerca de su teoría del signo y sobre la metáfora paterna
en tanto religio.

3. De revolutionibus orbium litteralium

Es bien conocido el proceso mediante el cual Lacan parte del estructuralismo de Lévi-


Strauss y de la teoría del signo de Saussure para acabar subvirtiendo por completo el
sentido de ésta en su aplicación al inconsciente. Ello no debería resultar extraño si se
concibe el universo simbólico como el país al otro lado del espejo de la realidad, que
devuelve una imagen inversa a la recibida 2. En efecto, si en la constitución y
funcionamiento del signo saussuriano como unidad existía un equilibrio entre significante-
sonido y significado-idea, tal vez con acento en ésta, Lacan se complace en borrar ese
paralelismo en favor de una preponderancia absoluta del primero, fortalecido por una
barrera o corte infranqueable entre ambos aspectos que asegura la completa autonomía del
significante y permite su constante desplazamiento respecto al significado. Por tal motivo,
el significante se resiste a la significación, es decir, el síntoma aparece a la conciencia
repetidamente, en momentos y lugares distintos, con disfraces cada vez más sofisticados
que lo alejan progresivamente de su verdadero sentido, razón por la cual al mismo tiempo
el sujeto es castigado por su deseo prohibido y consigue su satisfacción vicaria mediante el
significante-síntoma que escapa a la censura con su permanente desplazamiento, como
ocurre con el esquema típico de la neurosis, si bien puede generalizarse como mecanismo
explicativo del pensamiento inconsciente. Lacan concibe por ello el significante como lo que
representa un sujeto para otro significante,  y solo cobra relevancia mediante su repetición.
Las leyes que guían sus pasos y permiten interpretarlos, ahora tomadas en préstamo
a Jakobson, son las de la metáfora y la metonimia. En la primera se designa algo a través de
otra cosa. Mediante la sustitución operada por similitud se produce una condensación . En
la metonimia lo que hay es un desplazamiento del significante por las relaciones de
contigüidad entre materia y objeto, continente y contenido, la parte y el todo o la causa y
sus efectos. En este traslado del deseo del sujeto hacia algo irrelevante para la conciencia se
consuma la ausencia del ser, pues con ello se difiere perpetua e incesantemente el
reconocimiento del deseo. Por el contrario, en la metáfora, se dice la verdad de forma
oblicua, atrayendo al ser que primero se ha negado mediante el poder evocador de su
mensaje, igual que en el juego del Fort-da, de la ausencia-presencia. Esto es precisamente lo
que ocurre con la carta-significante, que ejemplifica a la par el desplazamiento y el retorno
al origen para la restauración de la ley fálica como promesa de curación. En sus evoluciones
instituye el lugar de los sujetos, operando una metamorfosis de cada detentador. Así, la

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personalidad femenina de la Reina se contagia al Ministro, quien incluso se atreve a ocultar
la misiva sustraída a aquélla bajo una dedicatoria de mujer con su inicial D., que
curiosamente coincide con la de su sucesor Dupin, el cual a su vez llega a declararse su
gemelo en la misiva en la cual perpetra su femenina y refinada venganza. Entre los sujetos
del drama se entabla, además, un juego de perversiones. Así, el discurso de la Reina es el de
la histérica, que desea poseer el falo a costa de la castración del varón-Rey. Por tal
motivo Lacan augura, como desenlace previsible de la historia, una vez que consigue
arrebatar la carta al Ministro, que la Reina se enamorará de éste porque también ha
conseguido castrarlo3. El Ministro, por su parte, ejecuta el robo por puro narcisismo, para
vindicar un ascendiente perverso sobre la Reina,- y , en consecuencia, sobre el Rey-,
abusando de la posesión de su secreto. Cada vez que éste circula paraliza tanto al ladrón
como a la víctima, pues ni la Reina ni el Ministro pueden evitar ser cada uno robado por el
otro. Es el efecto de transformación del ser, al apoderarse del mismo la palabra que hace al
sujeto un títere del lenguaje .

La Policía, por último, se regocija de la supuesta ignorancia del Ministro acerca de sus
incesantes registros cuando, como ocurre con el deseo del obsesivo 4, cuya conducta repiten
los guardianes de la ley con sus minuciosos y baldíos rituales de búsqueda, su intervención
es un secreto a voces. De género distinto es la perversión que muestra Dupin, quien hace
cómplices de su triunfo sobre el Ministro tanto a su amigo como a la Policía, deleitándose
por anticipado con el chasco de aquél al descubrir el poder que se le ha escapado. Y es que,
aunque la historia de los robos pudiera presentarse como simétrica, en realidad la
repetición introduce en el significante-síntoma una sofisticación progresiva que se asocia al
incremento del goce como tensión inconsciente. Esa repetición es un concepto
que Freud toma de Kierkegaard pero variando por completo su significación metafísico-
religiosa. En Más allá del placer fundamenta la Wiederholungszwan, la obsesión de repetición
o repetición compulsiva , en el instinto de muerte del yo, la tendencia innata de lo orgánico
a la reconstitución de su estado anterior inanimado,-como en virtud de las leyes de la
inercia-, en lucha con el deseo sexual tendente a reproducir incansablemente la vida. Esta es
la clave que sirve a Lacan para identificar el automatismo de la repetición como mecanismo
explicativo del lenguaje del inconsciente. Desde el juego de pares y nones que
inventa Poe para explicar el éxito de Dupin,- repitiendo el proceso mental seguido por el
Ministro al sustraer la carta a la Reina, cuyo escondite por su parte reprodujo aquél con
sutiles perfeccionamientos-, Lacan llega a afirmar la existencia de un lenguaje cibernético,
basado en una combinación pura de significantes que operan con una lógica algebráica de
cálculo, acercándose con ello a la characteristica universalis de Leibniz. Desde esta óptica nos
encontraríamos con un lenguaje previo al sujeto, construido como elemento de un sistema
simbólico que da sentido a la existencia frente a la muerte, que aliena al ser pues lo mueve
de manera que el yo apenas puede conocer y controlar, privándolo además de la capacidad
de comunicación sin cortapisas con el otro. Un largo y tortuoso camino ha recorrido la
historia de la Filosofía desde la theoria pura de los griegos, punto de anclaje supuestamente
firme frente al constante devenir del mundo, asegurando su realidad y cognoscibilidad,
hasta la aparente inversión total de dicho planteamiento, en la medida en que el sujeto,
antes gobernante del mundo, aparece ahora indefenso ante una gigantesca y ciega
maquinaria,- la del deseo-, que inventa incesantemente un ser y un lugar cada vez
diferentes para él. Por ello parece que la teoría de la repetición, en realidad, es una manera
más sofisticada de volver a los orígenes, como la carta de Poe, ofreciendo la ilusión de que
el sujeto es capaz de recuperar el control racional de la realidad y sobre su propio ser, dado

5
que la misma repetición,- del día y la noche, de las estaciones, de los rituales, del
significante-, asegura la existencia de un sentido incluso a través del sin sentido del
síntoma. Al ser éste finalmente interpretable, permite la curación mediante la reconciliación
entre el yo y el inconsciente. La dialéctica entre ambas instancias parece recuperar la
contraposición platónica entre mundo aparente y verdadero, dado que el lenguaje
consciente no expresa lo que quiere decir el sujeto sobre la realidad de su ser. Sin embargo,
el Psicoanálisis no afirma que sólo la parte oculta del iceberg es lo importante sino que debe
instaurarse un sano equilibrio entre ambas dimensiones del sujeto mediante el
reconocimiento de sus respectivos niveles de verdad, lo que supone un ejercicio de crítica a
la falsa transparencia del lenguaje y a su capacidad para aprisionar al sujeto en las redes de
lo simbólico.

4. En el Nombre del Padre.

"Al comienzo era el verbo y con él orden simbólico de que irradia el nombre del padre"5

Faltaba todavía indentificar el Deus ex machina del sistema lacaniano, la reformulación del


Edipo como mito explicativo de la entrada del hombre desde la pura animalidad biológica
al estado social mediante la ley de la cultura, expresada en el orden del lenguaje. El proceso
se produce a nivel individual mediante la sustitución del Imaginario,- la relación dual pre-
edípica entre niño y madre, con la que el primero establece una identificación narcisista-,
por lo Simbólico, representado por el Edipo, con el que ahora se constituye una estructura
triádica por la intervención del padre. Proclamar su ley, la de la castración, supone la
prohibición del incesto como goce absoluto, el cual desde entonces comienza su incansable
peregrinación siempre insatisfecho. Sin embargo, la castración es, al mismo tiempo, una
promesa de goce diferido al niño/a a quien, a cambio de aceptar las exigencias de la
cultura, se le anuncia la posibilidad futura de ocupar el lugar del padre/madre con
terceros. El objeto que opera el corte entre madre e hijo es precisamente el falo. Es
significativo así que sólo uno de los sexos, el masculino, haya sido elegido ( ¿ por quién y
por qué? ) para acceder a la categoría de significante de la sexuación y del deseo. Desde esta
perspectiva surge la evidencia de que la teoría de Lacan pueda utilizarse, al cabo, como un
instrumento opresor más del sistema patriarcal. Derrida criticó así el falogocentrismo
trascendentalista del autor. Igualmente se ha dicho, desde las filas del feminismo, que es un
sistema que establece todo el débito en la cuenta de la mujer, a la que aquél, además, solo
concibe quo ad matrem. Luce Irigaray ya denunció por ello, en Spéculum de l'autre
femme  ( 1.974), la profunda incapacidad, heredada por la teoría psicoanalítica de la
metafísica occidental, de pensar la identidad en términos femeninos, dejando fuera del
sistema del lenguaje el deseo de la mujer. Ello se erige en una forma de controlar su fuerza
anárquica, capaz de transformar el orden simbólico patriarcal - en La Carta es significativo
que sea a la mujer a la que se robe su deseo, negándole así toda autonomía. Por ello, en
torno al falo se produce una segunda represión cultural, más profunda que la edípica, y que
consiste en la negativa a contemplar un modelo alternativo al masculino para la
construcción de la identidad del ser. Quizá por esta incapacidad se ha sustraído la mujer al
discurso de Lacan que, en este punto, como ocurre en Freud, puede considerarse fracasado.
Ante la injusticia de unas estructuras patriarcales caducas,  surge la insistente pregunta de
si ésta es una situación modificable por medio de la educación o si está irremisiblemente
esclavizada por las leyes del complejo de Edipo. Aunque hemos tratado esta problemática
crucial al hilo de la obra de Hélène Cixous

6
(http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/07/helene-cixous-la-risa-de-la-
medusa.html), no puede dejarse pasar esta ocasión para recordar que el psicoanálisis
contempla el complejo de Edipo como una estructura fija, permanente e invariable, su
propia articulación en un sistema histórico esencialmente mutable hace necesarias ciertas
variaciones concretas en el lenguaje, en las reglas del parentesco y en las formaciones
ideológicas que se asocian a unas y otras que, en definitiva, son las responsables de las
corrupciones del sistema, sobre las que sí es posible intervenir, siquiera con gran lentitud y
eficacia limitada, mediante el escalpelo de la crítica y el poder modelador del aprendizaje
de conductas no sexistas .

5. El advenimiento y ocaso de una nueva teología.

Se ha establecido una correspondencia entre racionalidad, logocentrismo y escritura en la


cultura occidental, en oposición a la que existe entre pensamiento mágico e imagen. Las
primeras comparten las características de una aparente linealidad y desarrollo lógico
consecuencial. Esto oculta una visión de la realidad articulada en partes previo un proceso
de desestructuración de la misma, el cual desvincula lo espiritual y lo material,- significado
y significante-, colocándolos en planos jerarquizados. Por el contrario, la percepción mágica
del mundo construye éste como un continuo unitario en el que el conjunto depende de cada
uno de sus elementos, los cuales no están articulados entre sí sino yuxtapuestos en razón de
las leyes de la simpatía, ya definidas por George Frazer en La rama dorada: "lo semejante
produce semejanza , las cosas que han estado en contacto y han dejado de estarlo continúan actuando
las unas sobre las otras , como si el contacto persistiera". Indudablemente la misma tópica
reguladora del inconsciente,- metáfora y metonimia-, es la guía del pensamiento mágico.

Facundo Tomás6 ha puesto de relieve, desarrollando los criterios de Derrida en La


grammatología, el itinerario seguido por la civilización europea en la pugna entre escritura e
imágenes. Así afirma que el atomismo de los grafos niega el icono puesto que en éste se
asoma la sensorialidad y por ello la cultura hebrea, crecida alrededor del alfabeto fonético
fenicio, es iconoclasta. Basta recordar el episodio de Moisés frente a los adoradores del
becerro,-a quienes el patriarca alejó de su idolatría mediante la presentación de las doce
tablas de la ley, escritas por Dios en fuego como símbolo de la alianza con el pueblo
elegido-, para comprender que en la religión judaica la escritura garantiza la omnipresencia
del único Dios en el mundo sensorial a costa de su intangibilidad e invisibilidad total, lo
que lleva a justificar la separación jerarquizada entre materia y espíritu, entre los sentidos
ciegos y la razón que alcanza la verdad. La misma diferencia entre significado y significante
remite a un logos absoluto al que la inteligibilidad, anterior a toda exteriorización sensible,
está inmediatamente unida.

Mientras el catolicismo da entrada a la representación de imágenes como parte del culto,


algo muy distinto ocurre con el judaismo, la religión islámica y, en el propio marco del
cristianismo, con los protestantes y ortodoxos. Un largo y complejo proceso histórico e
intelectual lleva, desde un mismo punto de partida, - el respeto a la invisibilidad de un Dios
solo inteligible-, a la sensualidad visual y plástica del catolicismo, que alcanzó su apoteosis
en el Renacimiento y en el Barroco. Ese proceso pasa por la aceptación del Dios hecho carne
en síntesis igualitaria con el Padre puramente espiritual, merced al Espíritu Santo,
equilibrio trinitario que finalmente se decanta por la centralidad del Hijo Encarnado,- como
símbolo de la divinización de la Humanidad-, mediante el contrapunto de la instalación en

7
el Panteón de la Madre. Esta, siendo también carne y lazo con la Tierra, se eleva sobre el
pecado por la gracia de Dios. Por ello, aunque Yahvé se había manifestado exclusivamente
en la letra, tras la venida al mundo del Dios hecho hombre la situación cambia y tal motivo,
en la segunda carta de San Pablo a los Corintios (3,6) se recuerda que la "Nueva Alianza no es
de la letra sino del Espíritu . Pues la letra mata , mas el espíritu da la Vida".

Así, el cristianismo occidental evoluciona hacia la exégesis alegórica del significado


profundo y último de la palabra divina, expresable en la imagen que soporta la función
pedagógica para los fieles analfabetos. Pero precisamente en igual secuencia lógica, por la
propia rarificación de la literatura en el medievo, se llega de nuevo a la sacralidad de la
letra,- como igualmente ocurre en la religión judaica y musulmana-, interpretada como
jeroglifo-imagen por una hermeneútica cabalística en que ahora prepondera el significante
formal, el cual se apropia de la esencia de la cosa a la que representa. El valor y poder de la
palabra se hace depender del conocimiento de su origen. En la movilidad infinita de los
significantes gramaticales, esto es, en la combinación incesante de la palabra de Dios
mediante la búsqueda de su secreta numerología, se genera el sentido oculto, nunca
aparente, del mensaje. De esa misma alquimia del verbo parece heredera la concepción
psiconalítica del inconsciente, convertido en la cábala moderna mediante un ars
combinatoria renovada que se guía por las leyes de la metáfora y la metonimia. La
rememoración del acontecimiento traumático inicial 7 permite la afluencia de la palabra
plena (lalengua es el neologismo que Lacan inventa para referirse reverencialmente a ella)
que constituye el orden simbólico8. El Psicoanálisis se transforma así en la técnica de la
Palabra, cuya custodia tiene encomendada el analista junto con el poeta y el pensador o, tal
vez de manera más ambiciosa, incluso suplantando las funciones de éstos.

Mediante el diálogo analítico, que comparte con la mayéutica socrática su papel de método
de ayuda al sujeto para alumbrar la verdad,- no concebida ya como adaequatio a la cosa
u homoiosis como en la tradición aristotélica sino como logro intersubjetivo-, el terapeuta se
convierte en partero de la palabra, que oculta pero desvela el mismo tiempo el ser,
mediante una interpretación de la misma que libere el deseo reprimido. El inconsciente,
como discurso del Otro, es decir, del deseo que el yo niega, aflora a la conciencia mediante
el diálogo no convencional entre enfermo y analista, regido por las leyes de la retórica
simbólica, en un espacio intersubjetivo que engloba a ambos sujetos y se convierte en
paradigma de la comunicación auténtica. Por ello Freud exigió el acercamiento a la palabra
del paciente como texto sagrado, evocador del misterio del ser. Desde esta perspectiva
puede afirmarse que la revolución copernicana operada por Freud no debe entenderse solo
como el desplazamiento del yo del lugar central en el sujeto frente a la profundidad
insondable del inconsciente sino, aún más radicalmente, cumpliendo las aspiraciones
de Feuerbach, como el desplazamiento de la centralidad de la palabra de Dios al Hombre 9.
El analista, en respuesta al discurso del sujeto, pronuncia un oráculo enigmático, igual que
las antíguas sibilas, cuyo sentido y alcance final difícilmente se le alcanzan. Su función
mágica, cuasirreligiosa, capaz de trocar el dolor en libertad, se plasma en el uso de una
lógica algebraica ciertamente esotérica y en el manejo de una numerología no muy distinta
de la sagrada (recordemos la incesante repetición del tres en la interpretación del texto
de Poe: tres términos, tres tiempos, tres lugares del sujeto, tres miradas...y la significación
que de su intercambio y combinación obtiene Lacan). La palabra del analista tiene plenos
poderes para curar mediante el reconocimiento del ser del sujeto,- que no implica su
aprobación o censura desde el punto de vista ético-, y la presentación ante el mismo de su

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deseo, a cuya búsqueda, como Beatriz con Dante, desciende el terapeuta con el enfermo a
los infiernos del significante para la recuperación del habla soberana 10. Su aceptación final
por el sujeto es el acto supremo de libertad. Por la importancia de tal función,  no es extraño
que la santificación de la palabra del paciente corra pareja con la implícita asunción de un
papel poco menos que sacerdotal en el oficio del analista 11 . Este reúne en su persona tres
roles profundamente espirituales: junto al de médico, el de sabio y el de mago. Su papel
en Lacan es básico en cuanto sostén, como padre nombrante, de la triada Real-Simbólico-
Imaginario mediante un nudo borromeo perfecto 12. 

Por ello se ve revestido de una autoridad derivada de su vocación personal, entrega y


función que se encuadrarían más bien en el tipo de poder que Max Weber definió como
carismático13, viniendo a ocupar el trono dejado vacante por la religión institucionalizada.
En tal sentido, es posible interpretar El seminario sobre la carta robada como algo más que la
historia del robo-apropiación por parte de Lacan de la herencia intelectual de Freud,
entregada a Maríe Bonaparte como representante legitima del freudismo, que ya hemos
visto que había vulnerado la fidelidad a la palabra del Padre fundador, - tan a la vista en su
verdadero sentido como la Carta de Poe, tal como con agudeza descubre Derrida 14. En este
juego de búsqueda de interminables sentidos escondidos en el texto,  hay fundadas razones
para suponer que cuando Lacan postula el subconsciente como lenguaje descifrable por el
Psiconálisis, pretende perpetrar un robo de más alto alcance, sin duda prometéico, en sus
pretensiones de sustituir al misterio religioso e incluso al papel de la Filosofía y de la Poesía
en la lectura profunda del ser del Hombre y en la guía de su destino. Parece que, sin
embargo, circunscrito el psicoanálisis a unas élites intelectuales y económicas, y
probablemente extraviado el mensaje de Lacan, a su vez, entre los vericuetos del lacanismo,
esas ambiciosas aspiraciones salvíficas se han visto burladas por el encumbramiento de una
disciplina próxima, la Psiquiatría, que ha recibido en su seno,-más democrático en cuanto
incluido en el ámbito protector del Estado del Bienestar-, a una Humanidad gravemente
enferma de palabra, cuyo recuerdo se adormece con el farmacon  del olvido que condena al
síntoma a su eterna repetición sin sentido, dejando siempre pendiente de respuesta la
pregunta del sujeto acerca de su ser en el mundo. Como nos recuerda Derrida, a pesar
de Lacan, una carta no siempre llega a su destino, pues la diseminación amenaza su
recorrido.

***

NOTAS:
1 La mirada en Psicoanálisis.
2 Jean-Luc Nancy resalta que la novedad del discurso del Psicoanálisis reside en su elaboración merced a
préstamos de conceptos procedentes de la lingüística, la etnología, la lógica combinatoria o la psicología,
transformándolos de tal manera que se destruyen sus presupuestos de partida, lo que hace preciso un

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discurso epistemológico sobre la legitimidad de estas asimilaciones aparentemente bastardas . Por su
parte, Jean Allouch, en Lacan ho , ha advertido que tal situación es índice de un cambio de paradigma
científico a la manera de Kuhn, encarnado en una transformación del significado de los conceptos, ¡incluso los
adoptados de otras disciplinas!; el desplazamiento de los problemas a investigar; la institucionalización de un
nuevo paradigma- como sería el lenguaje del inconsciente-, y la modificación de los planteamientos
dogmáticos y del ejercicio práctico. La idea es incontestablemente sugestiva pero quiebra en el sentido de que
el Psicoanálisis, como la Sociología o el marxismo, tiene negado ab initio el estatuto de programa de
investigación científica. Aún así sería interesante reflexionar acerca de en qué medida Lacan representa
auténticamente un cambio radical de paradigma, con una incompatibilidad entre las visiones del mundo en
conflicto, si en realidad su vindicación del inconsciente como un lenguaje se presenta no como una ruptura
frente al modelo anterior, el de Freud, sino como una recuperación-perfeccionamiento del mismo. Por otra
parte, el freudismo, frente al que sí podría considerársle en directa pugna, no había llegado a constituir una
alternativa consolidada contra la que competir en el espacio científico. En general, merecería la pena
cuestionar la aplicabilidad de un esquema de cambio científico (cualquiera sea éste) a las ciencias humanas.
3  De un discurso que no sería semblante .
4 Véase la exposición genérica sobre el goce perverso y el tercero cómplice en Joël Dor, Estructura y
perversiones , página 129 y ss.
5 Lacan , Escritos: Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis.
6 Escrito , pintado . Dialéctica entre escritura e imágenes en la conformación del pensamiento europeo.
7 En sentido hedeggeriano, como característica esencial del ser. La reminisciencia de Platón, que podía ser
considerada un concepto próximo, no sirve de modelo en cuanto que esta busca la aprehensión de la Idea en
el objeto con referencia a un sistema metafísico que duplica - y jerarquiza- los niveles de realidad. Al
Psicoanálisis le interesa más el recuerdo como actividad que como resultado. Por lo demás, las profundas
implicaciones entre Freud, Lacan y Heidegger han sido sobradamente puestas de relieve por Carlos
Parra y Eva Tabakian en Lacan y Heidegger. Una conversación fundamental. Del retorno a Freud.
8 "El análisis no puede tener otra meta que el advenimiento de una palabra verdadera y la realización por el sujeto de su
historia en su relación con un futuro". Escritos, pag. 290.
9 Cuando Lacan titula el seminario La instancia de la letra o la razón después de Freud, que duplica el de La
Carta para un público universitario no especializado, resulta claro , como destacan Nancy y Lacoue-
Labarthe en El título de la letra , la preeminencia de ésta, que se corresponde con la inauguración de un nuevo
y radical episodio de la historia de la razón por Freud, quien rompe definitivamente con la supuesta
objetividad del cogito cartesiano en favor de una subjetividad excéntrica.
10 El sentido del retorno a Freud en Lacan se ha entendido, desde esta óptica, como la superación del criterio
autoritario y educacional del freudismo humanista, psicologista y antropológico, de fundamento
profundamente metafísico, que toma como modelo del enfermo al analista, el cual recurre únicamente a la
parte sana del yo prescindiendo de toda referencia al universo simbólico del sujeto y al desarrollo de su
historia traumática, pues se basa en el presente para conseguir su adaptación a lo real. Todo ello , a juicio
de Lacan, supone una clara obliteración de la palabra fundadora del Psicoanálisis.
11 No es casual por ello que se hayan advertido las concomitancias del estilo de Lacan con la gran tradición
oratoria a través de la estructura de las frases de los discursos latinos o de los sermones del siglo XVII, con
largos períodos subordinados, entrecortados por arranques tempestuosos y sostenidos por comparaciones
largamente desarrolladas (Lacan : Itinerario de su obra. M. Marín ). También han dicho C. Parra y E.
Tabakian, op. cit., que la oscuridad de Lacan , que le granjeó merecidamente el título del Góngora del
Psicoanálisi , tiene su intrínseca relación con la extremada dificultad del objeto de su estudio y de la profunda
voluntad del autor de crear un pensamiento esencial que no se agote en la simplicidad de una sola superficial
lectura. Por último, la misma afiliación de Lacan al surrealismo y su habla directa al inconsciente explican
suficientemente su estilo enrevesado.
12 La tríada Real- Simbólico-Imaginario es la nueva topología lacaniana que sustituye a la segunda tópica
de Freud, la del yo-superyo- ello.
13 El político y el científico pag. 85-6.
14La tarjeta postal. De Freud a Lacan y más allá.                

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