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Desarma y Sangra

Sombras en el continente negro

Lic. Franco Garritano


Ateneo Clínico
H.I.G.A Gral. San Martín
Residencia en Salud Mental - Psicología
Mayo 2021

Todo amor encuentra su soporte


en cierta relación
entre dos saberes inconscientes.
J. Lacan1

El presente ateneo forma parte de una elaboració n personal sobre mi recorrido por el dispositivo de
Maternidad. Un trayecto, donde la prá ctica y la teoría han oficiado de guardarraíles; también
conocidos oportunamente como “quitamiedos”: barandas que balizan y significan mi tramo (que
comenzó siendo un curso hacia lo desconocido) y que me protegieron de una caída, delimitable como
la angustia que implica todo primer contacto con la clínica y que está en “la ló gica de las cosas –es
decir- la relación que tienen ustedes con su paciente”2 segú n Lacan. Pienso esta teoría y esta prá ctica
no figurados en “libros” y “acciones”, sino como saberes, encarnados y medio-transmitidos (por
definició n) por mis compañ erxs, jefas, instructoras y referentes, así como el saldo de mi propia
teorizació n de la experiencia, a la cual me propongo extraerle un rasgo entre otros para pensarlo con
otros.

Nuestra entrada al hospital, se atraviesa por el portón de ingreso a la residencia, la puerta a la clínica y
el paso por Maternidad. Por lo que mis primeros interrogantes decantaron en “la Mater”, el dispositivo
que nos recibe, inaugura y gesta durante 9 meses, donde se nos alimenta con transmisió n, se nos
hacen algunos controles, aparecen marcas propias de un inicio y se nos ofrece un primer Otro
localizable institucionalmente. Sumá ndose al entramado maternal que este inicio se da compartiendo
con mi compañ ero de añ o que resulta ser como un hermano, con quien ademá s convivimos. Así se da
el punto de partida. Nuestro punto de parida.

1
Seminario 20. Aú n (1981) p.174
2
Lacan, J. Seminario X La Angustia (1962-1963) p.13
1
* * *

Llego al momento de cercar má s firmemente


la posició n analítica que creo se ha podido poner
a jugar con algunas pacientes de Maternidad. Habiendo transitado algunos encuentros –algunos
durante semanas, otros meses, otros aú n vigentes- se me hace notable có mo en los primeros, estas
madres hacían: hablan incesantemente, se tocan el cuerpo, lloran, resuflan. De a poco, la dimensió n
del diá logo que decanta de la mera presencia del analista comienza a instaurarse y, de a momentos,
surgen enunciaciones má s pensadas desde una posició n, má s cercanas al enunciar que al hablar. No
digo que antes no pensasen, ni que pensar se opone a hacer; pero sí rescato el trá nsito que se puede
dar a veces desde un cuerpo tomado a una palabra enunciada vía asociació n; cierto pasaje del sentido
gozado al sentido má s significante. Trá nsito permitido por un dispositivo, una operació n y una ética
que se instauran. Volver a sumergirse en el Otro puede ser a veces una experiencia ambigua como la
primera inmersió n del verano en cualquier agua. Pero como recuerda la canció n de Cerati: No está
mal sumergirme otra vez ni temer que el río sangre y calme: sé bucear en silencio 3. Después de
todo, es una apuesta hecha desde el tesoro de los significantes, que suele aparecernos como una zona
de promesas y que invita a, como dicen
las peredes del servicio:

3
Zona de Promesas, Soda Stereo.
2
Esta distinció n entre lo que hacían y lo que empiezan a decir, me remonta a la distinció n elaborada
principalmente por Miller4 respecto al Yo pienso donde no soy en oposició n al Yo soy allí donde no
pienso. Los primeros dichos y las primeras aproximaciones en las madres aparecen usualmente
lanzados desde el “Soy… (la de la Sala 12bis o 13, soy “fulana”, soy la que se tiene que hacer estudios,
la que tiene, etc.); esencialmente un “Soy madre”. Ese margen queda ubicado del lado del yo-soy de
goce, donde la madre puede, al lado de su cama, descargar de su bolso los ideales, las armas
imaginarias, los escudos narcicistas y las armaduras yoicas. Todo bajo un hilo de miradas que ademá s
la ven como la madre que es. Hasta que un día, se pueden topar con unas figuras má s en el pabelló n,
que no preguntan por la madre y su ser, sino que escuchan a la mujer y su falta-en-ser. Y no a la mujer
que es, sino su deseo femenino sexuado en su roce con el goce que la habita, tal como llega al hospital.

Por ello, una de las contrapartes que puede ofrecer nuestra posició n, es una pausa para desandar el
yo-soy-de-madre gozante, para acercarnos al yo-pienso-de-mujer, en tanto permite que aparezca la
dimensió n precisa de la falta-en-ser, el inconsciente y el pensamiento ético de la responsabilidad
subjetiva y la elecció n. Pensarse mujer es muy distinto a saberse madre, y así se empieza a sentir
nuevamente la frescura del Otro – Otro que no por eso tiene aguas menos tormentosas, pero que
implican otro bañ o.

El analista entonces no se engañ a cayendo en el decir yoico que embelese sino que, al contrario, busca
devolverlas a su “inefable y estú pida existencia” y en relació n al lugar Otro desde donde pueden
plantearse preguntas no por la esencia, sino “por su existencia” 5. Suspender a la madre para que
advenga la “suspensión del sujeto” que se ligó también a la angustia; así se va a-cercando la dimensió n
singular de mujer. Si el cuerpo médico busca ponerla en ó rbita constante sobre eso que tiene como
hijo y lo que tiene que hacer como tal, el psicoaná lisis es una oportunidad de contactarse con lo no
tiene, inaugurando una vía deseante que implica soportar algo de la castració n. Por mucho que se diga
y diga, “es el falicismo el que habla”6, permitiendo la vehiculizació n, a contrapelo de la apropiació n
gozante muda.

Aceptamos a las madres, pero rechazamos a La madre, para escarbar, en los vestigios de lo femenino,
que má s puede orientarnos sobre la posició n inconsciente del sujeto. Así, en la histerización del
discurso, comienzan a aparecer los primeros significantes Amo y las figuraciones ideales que armaron
su ser de madre, promoviendo los primeros movimientos que tranquilizan y apaciguan el peso
imaginario. En aná lisis a veces se trata de provocar la caída de algunos S1; pero a veces es necesario
un trabajo inicial para que se asienten esos S1, que le salgan algunas espinas para enganchar la lana
4
Miller, J-A Del síntoma al fantasma. Y retorno. Cap XVII. El dispositivo analítico. 2018
5
De una cuestió n preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. En Escritos II. p. 526
6
Soler, C. Lo que Lacan dijo de las mujeres. 2015. p.145
3
asfixiante del goce con significantes puntiagudos, producir agujeros y así comenzar a introducir el
inconsciente desde lo descocido y lo desconocido.

Efectos del dispositivo, que caen en el á rea de esa conjunción entre la decadencia moderna del padre y
la emergencia del objeto analista, situada por Miller en tanto que, colocá ndose en el lugar de hacer
trabajar –a la madre y su inconsciente, en este caso-, restablece una referencia de Amo y eso produce
alivio7. Así, se instauran los primeros torniquetes a las posició n má s gozada, con una prohibició n
concreta, que no es una prescripta e indicada como las otras que recibe, sino que proviene de la
misma invitació n a hablar. Se permite que se diga, que se calle, que se justifique, que no se sepa, que
no se recuerde y hasta que se maldiga. Pero la regla analítica de asociació n libre prohíbe el no-pensar;
es la condició n para poder echar a andar un aná lisis. La palabra toma otro valor porque se incluye
inéditamente en su diná mica algo de la metá fora paterna, que en el aná lisis “no proviene de cualquier
posició n paternal del analista, sino de la ley de asociació n libre como tal, de la obligació n de
simbolizar la experiencia”8.

Orientarse por el deseo, pone a trabajar el inconsciente y sus asociaciones, lleva a arribar a la
feminidad, y así el trá nsito de las pacientes de madres a mujeres, podía culminar a veces en el lugar de
hija, desde donde emergen los primeros esbozos de novela familiar. Soler señ ala que “en el centro del
inconsciente siempre está n las faltas de la madre”, esa “figura de sus primeras angustias y el lugar de
un insondable enigma”9, que aparece bajo nominaciones que utilizan las pacientes para referirse a su
Otro materno: “persecuta” (Carmen), “ausente” (Mariana), “religiosa” (Viviana). ¿Sus padres? Siguen
sin aparecer en los relatos. De tal modo que aparecen condiciones en la maternidad donde también se
posibilita iniciar un trabajo se separación de la “ligazó n madre”, que nuclea la elaboració n del vínculo
con la madre propia y puede permitir un anudamiento inédito del complejo materno 10. Esto es
esperable que suceda, considerando que cada vez que un sujeto busca ser alojado en el Otro
(institucional o cualquiera que sea), reverberará algo de las primeras marcas como eco de su
recepció n por el deseo del Otro-materno y la ficció n elaborada sobre ello. De este modo, es una nueva
dimensió n inmiscuida que permite un pasaje de intentar responderse por “eso que tiene” (en su
vientre o en sus manos) a preguntarse por lo que se es en el deseo del Otro, donde el enigma por un
lugar dentro del Otro, permite dialectizar.

Para el siguiente paso entonces, se trata de pensar que hacer con “lo familiar” que emerge, en el
sentido de la familia y en el sentido de su historia novelada que la familiariza en el mundo desde su

7
Miller, J-A. Introducció n al método psicoanalítico. 1997. P143.
8
Miller, J-A. Introducció n al método psicoanalítico. 1997. P149
9
Soler, C. Lo que Lacan dijo de las mujeres. 2015. p.130
10
Barros, M. La madre. Apuntes Lacanianos. 2018. p.24
4
fantasma. ¿La labor debe orientarse por desfamiliarizarla de lo familiar o familiarizarla con lo
desfamiliar? Un reparo: “dejar a la familia, abre el riesgo del amor” 11.

Quizá s se trate de sostener una tensió n compleja no pasible de ser encasillada ni en el familiarizar
como verbo, ni en la familia como Otro. Lo cierto es que empieza a vislumbrarse cierta enunciación en
las pacientes, a veces en el consultorio, a veces en el parque, a veces en silencio y en llanto, a veces con
sus hijos jugando en la sala. En este sitio donde la gente se esconde o apenas existe, el dispositivo
vigía permite que existan. Mejor aú n, que ex-sistan12, un “por fuera” de su cadena significante
inconsciente, una distancia histerizada e historizada de sus decires, para reposicionarse ante su
discurso, acoger cierto retorno de su mensaje de manera invertida, y así quizá s, empezar a ser un poco
otra.

Por un lado, la orientació n es por momentos la desfamiliarizació n con lo familiar en tanto un


“atravesamiento de los emblemas y objetos familiares, para abordar un má s allá del fantasma familiar
de cada uno, para descifrar el campo pulsional puro, su deseo significado en el campo del Otro” 13. Es
una orientació n que invita a bucear por los significantes fá licos “familiares”, pero a costa de delinear
una invenció n hacia el nombre propio. Si los pacientes que llegan al hospital son difíciles de encauzar
a veces por la vía del sentido, una indicació n analítica precisa es no desistir de la palabra y apostar por
el efecto significante. Si los significantes de la cadena no está n aú n afinados para empezar a sonar tras
la armonía que evoca el analista debajo de su silencio de director de orquesta, puede pensarse en
introducir un ritmo al menos, que funcione como marca, que sea índice del tiempo del sujeto –de su
tempo, su pulso. Intervenció n incluso a veces má s cerca del “sin-sentido” –como los movimientos del
director de orquesta antes de que empiecen a sonar los instrumentos.

Russo & Vallejo señ alan que es por la vía de la nominación donde puede aparecer una interpretació n
que pueda nombrar algo del goce desconocido para el sujeto, lo que implica una posició n activa del
analista, dado que no basta con puntuar y pedir asociaciones –como se podría con sujetos cantantes
de sentido- sino que evoca un acto de “plus” 14, un significante en má s que pueda llevar al “¿qué me
habrá querido decir?” en la madre. Si la paciente puede tener un momento para pensar ¿por qué el
psicólogo quiere que esté con los chicos en el consultorio? ¿Por qué me pregunta por mi padre? ¿Por qué
se interesa en ver cómo está mi bebe en Neonatología? ¿Por qué…? puede pensarse en un esbozo de
atribuirle un deseo –el del analista- y desde esa melodía, empezara a hacer sonar su propio deseo.

11
Dufourmantelle, A. Citada por Kohan, A. en Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto. 2020 p.178
12
Lacan, J. El Atolondradicho (1972), en Otros escritos.
13
Lijtienstens, C. Conferencia sobre la familia (2006) Virtualia N° 15 p.6
14
Russo, L. & Vallejo, P. El amor y lo femenino. 2011 Tres Haches. p. 160
5
Con la vía del sentido y hacia la transferencia, entonces, una aproximació n de labor puede ser
desfamiliarizar, permitiendo que se augure la dimensió n del Otro, el deseo, la dimensió n de sujeto, un
enigma dirigido al inconsciente y una creencia inédita. Ahora, ¿La posició n de objeto, la dimensió n del
goce y el narcicismo corren la misma suerte?

Delimito dos hechos puntuales de dos pacientes –que aparecían sin pareja al inicio-, acontecidos
durante los encuentros. Carmen me cuenta entusiasmada que está de novio con un chico que “por fin
la trata bien”; la sorpresa es la novela: otra vez un chico menor (de edad y menor que ella) e hijo de
una amiga, que fueron las condiciones en que quedó embarazada cuando llegó al hospital. Pero de lo
que está segura, es que desde está con él, no anda “tan loca”. Mariana, cuya expareja esta presa
actualmente y, después de muchos días lidiando sola en casa con 4 hijos que a veces trae al espacio,
me cuenta que esta de novia con el mejor amigo de su ex-pareja, y se entrevé que si bien él está libre y
“la ayuda muchísimo”, hubo un tiempo en donde delinquió también. Pero de lo que está segura, es que
desde que está con él, no necesita tanto “aislarse de sus hijos” fumando marihuana.

¿Es parte entonces desfamiliarizarlas de sus elecciones de pareja? ¿Tomo los efectos de
apaciguamiento evidentes o el cará cter de repetició n en la elecció n de objeto? ¿Cambiaría algo?
¿Puede el goce ser tan permeable como la ficció n? Entramos no el terreno de la orquesta donde
abundan las melodías, sino en la dimensió n de los ruidos que forman parte aunque no sean tan fá ciles
de oír. Escuchamos y leemos Für Elise de Beethoven, pero no llegamos siquiera a poder acercarnos al
sonido del dedo que se apoya en una tecla de marfil, que lleva a un martillo de madera a golpear una
cuerda que vibra. Pero la canció n, esa cadena de sonidos, nos toca al segundo. ¿Có mo
desfamiliarizarse de lo desconocido?

VIII

Lacan decía en el Seminario La Angustia –no es casual- que nuestra justificació n y nuestro deber son el
de “mejorar la posició n del sujeto”15. En el seminario siguiente, literalmente en el ú ltimo pá rrafo del
libro, acota que el deseo del analista es lo que permite que el sujeto se confronte al significante
primordial, accediendo “por primera vez a la posición de sujeción de él”16 - (la ló gica de los nudos y el
sinthome aparecería tiempo después). Se esboza que un “mejorar la posición”, no implica a priori
grandes movimientos, dada la sujeció n que implica. Pareciera aú n má s difícil evocar un movimiento
tectó nico del “continente negro”, ese goce femenino, extraviado y opaco, que tanto despista a Freud y a
Lacan.

15
Seminario 10. p.68
16
Lacan, J. Seminario 11. Los cuatro conceptos… (1964) Paidos. p.284,
6
Pareciera que en contra de una vía atinada a des-familiarizar, puede tener efectos apostar a la
producció n de una versión de lo femenino - o al menos unas marcas inéditas singulares que nominen-
y que se acompañ a por una parte del consentir de la paciente a la versió n que ya está en ella. Si el
analista logra no embaucarse en el semblante de Otro materno y correrse de esa demanda que se le
dirige en tanto Otro para que le diga, puede ofrecerse transferencialmente aportando la falta del
deseo, y así abrir un amor nuevo que balice una versió n no tan nueva, pero al menos inédita. Un amor
que no es para que se le demande ni para que busque fusionarse, sino para que pueda precisamente
soportar la separació n, la falta, y pueda emerger una dimensió n de re-inventarse en tanto mujer
deseante. Consentir a la mujer gozante que se ha sido, a su versió n femenina, “implica abandonar la
vía del ideal y consentir una versió n agujereada, que porta la falta, y en la cual la contingencia del
encuentro se hace patente”, y de este modo, poder y tener que inventar un modo de arreglá rselas con
el goce femenino, puede ser apaciguador17 , puede mejorar la posición del sujeto, sin tener que
desconocerse para reinventarse.

Aun advertido –y un poco divertido- por los noviazgos “nuevos” que me cuentan, no consiento a
desearles el bien y aproximar que un nuevo objeto de amor, un partenaire distinto, sería mejor. Eso no
sería apostar a la dimensió n deseante en detrimento de la fijació n gozante del ser-madre, sino,
literalmente, hacer un desmadre. En cambio me presto a un esfuerzo por, como dice Lacan,
descaridar18, que no implica no-querer, sino apuntar a una libertad distinta, lejos del ímpetu caritativo
de quererlas en pareja o con algú n partenaire particular. Sabemos que el goce se cierra al saber; que la
compulsió n no se articula con la simbolizació n, y entonces tampoco articula un saber ni un sentido
para el sujeto19. Quizá s el trabajo mediante la nominació n y algunas puntuaciones sobre las versiones
de lo femenino, bajo las repeticiones que aparecen diseminadas en su discurso, pueda asociarse con
algunos de los efectos que las pacientes producen: no parecen cambiar mucho en la elecció n del
partenaire, pero ¿habrá n movido algunas piezas suyas? ¿Se habrá n sembrado algunas condiciones
para la re-invenció n ficcional y fantasmá tica?

Guada me regala una hipó tesis: “es la cura por amor”. Luego me presta un libro (una mujer-jefa me da
un libro donde mujeres-psicoanalistas hablan de mujeres que sufren por otras mujeres para que yo
vea que puedo hacer con mis mujeres-pacientes). Allí encuentro graficado el desenlace de las
pacientes que evoqué, es decir, que el dirigirse por la vía de que puedan consentir a versionar su
feminidad, “puede traer como consecuencia, una nueva disposició n para el encuentro contingente con
un hombre y para el hacerse síntoma de un hombre”20.
17
Russo, L. & Vallejo, P. El amor y lo femenino. 2011 Tres Haches. p. 84
18
Kohan, A. en Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto. 2020 p.184
19
Parraga, H. (2017). De la prohibició n al goce en la familia actual: algunas consideraciones teó ricas. Revista Katharsis, N
23, enero-julio 2017. p.268.
20
Russo, L. & Vallejo, P. El amor y lo femenino. 2011 Tres Haches. p. 84
7
Quizá s también, junto a estos partenaires, aparezca un camino donde los hijos ya no sean un síntoma-
objeto de la madre, sino un síntoma de pareja21 que implica el esclarecimiento de una Otredad a la cual
remitirse, permitiendo una aproximació n má s a un saber que a un goce, con todo lo que implica la
dimensió n del síntoma. Que un deseo no sea anó nimo capitula también que provenga de una
enunciació n de sujeto y por ende desde un lugar en el Otro, no desde un sentido gozado ni yoico. Dice
Soler: “el amor es el síntoma que logra anudar esa primera relació n [madre-hijo] - que no hace lazo
social, que es autista- con un lazo al semejante sexuado” 22. De estas ideas es desde donde se
desprende la tesis lacaniana de que una mujer puede ser un síntoma para un hombre, aventurando
nuevas funciones y posiciones subjetivas posibles. Una posible versió n sobre La mujer que no existe.

Uno de los axiomas má s hermosos que leí de Lacan: “solo el amor permite al goce condescender al
deseo”23. Es concediendo a tener otra relació n con el objeto, como la madre puede salir de la trampa
vía el amor. Concediendo a ocupar el lugar de objeto-causa-de-deseo para un partenaire (más allá de
su hijo) y bajo las aguas del Otro, se camina el surco de la feminidad; movimiento que ademá s la
confronta con la barradura del Otro, que no obstante, permitirá una relació n dialéctica con él,
deseante. Las sesiones que empezaron en el hacer, van encauzá ndose en un venir a hablar/ser
escuchadas, que va permitiendo contornear una cesión de su objeto y alojarlo en el Otro transferencial.
La sesión alojando la cesión. Y el amor no parece haberles tardado en aparecer.

Es el “rasgo vivo del Otro”24 lo que permite establecer una versió n del objeto a como causa de deseo
del Otro, y así humanizar y barrer del anonimato la transmisió n del deseo. Cuando el goce se anuda al
objeto a bajo la metaforizació n de amado-amante (forma de ágalma), deja de infinitizarse y
“condesciende” al deseo, localizando algo de la angustia en el mismo pliegue. No por ello el amor la
hará má s libre, dado que se someterá a sus reglas, que son las obligaciones que a su vez
condescienden desde el inconsciente, singulares en cada sujeto y que “preside las contingencias de los
encuentros”25.

Una funció n posible del analista entonces, se divisa como una oferta de más-uno para señ alar el
camino hacia lo que está en menos, una presencia que se muestra como un signo de amor, que
simplemente está, pero que no “está encima”, sino que parte del acto de presencia26. Es un amor pero
como significación vacía. Una presencia má s preocupada por los restos que por las tenencias; má s
orientado por lo que hay de singular en la sangre que bañ a al niñ o que nace, que por el bebé-majestad.
21
Goldenberg, M. Elogio de la nota sobre el niñ o. Virtualia N° 37.
22
Soler, C. Lo que Lacan dijo de las mujeres. 2015. p.244
23
Lacan, J. Seminario X La Angustia (1962-1963) p.194
24
Parraga, H. (2017). De la prohibició n al goce en la familia actual: algunas consideraciones teó ricas. Revista Katharsis, N
23, enero-julio 2017. p.268.
25
Soler, C. Lo que Lacan dijo de las mujeres. 2015. p.249
26
Barros, M. La madre. Apuntes Lacanianos. 2018. p.83
8
La orientació n es hacia el inconsciente, al saber, al síntoma y para ello es necesario a veces trabajar
para que florezca el sentido, animando el “pienso allí donde no soy (yo)”, distinguido anteriormente. Un
pensar que nada tiene que ver con el pensamiento que estudia la psicología, sino una dimensió n del
pensar que se contrapone al yo-soy de goce y conlleva una responsabilidad subjetiva singular, que se
enerva en verdaderos actos e insondables decisiones del ser. Solo así parece posible amar.

Lacan hace algunas referencias al alma, siendo muy crítico con su uso y utilidad para el psicoaná lisis.
En el Seminario 2 señ ala que la “funció n del yo […] perpetú a de manera má s o menos implícita el
sustancialismo implicado en la noció n religiosa del alma”27, tomá ndola como una categoría pre-
psicoanalítica y ligada enteramente al Yo. En el Seminario 8 agrega, lamentá ndose, que el alma,
“todavía nos estorba, […] aú n la cargamos; […] la noció n, la figura del alma que tenemos […] tiene
como aparato, como armadura […] el subproducto del delirio de inmortalidad de Só crates”28. No solo
Lacan zanja una distinció n entre el alma yoica que aparenta y el pensamiento que elucubra sobre lo
inconsciente del [$]; también percibe algo Charly:

Y aquí estoy
Pensando en el alma que piensa / y por pensar no es alma

Mediante los senderos del significante se puede encontrar un rumbo en el terreno del Yo-soy de goce
(allí donde no pienso), mediante el pienso del significante (allí donde no soy). Con la regla analítica y a
fuerza de palabras y silencios, se avala que caigan algunas insignias narcisistas maternas: se desarma
el rompecabezas significante y se consiente a la pieza faltante; se desarma de su armadura
imaginaria; se desarma de las armas-Amo con las cuales defiende su hijo rehén fá lico. Se desarma y
así sangra, dejando ver lo má s singular que la habita, aunque sea a gotas y a través de heridas que
vienen, sospechas que van.

Es con esa sangre que se delimita el saber, escrito con ella; como pinturas rupestres a ser
interpretadas, que medio-dicen, que tienen verdad y delinean historia. Lo que puede inaugurar el
espacio analítico y me ha permitido vislumbrar toda esta experiencia, es que el psicoaná lisis inaugura
un nuevo amor, ligado a una dimensió n de palabra, pero que a su vez está má s acá y también má s allá .
Sí, consentimos que en la época desvanece el Otro; también que hay declinaciones del semblante
paterno. A falta de padre, un psicoaná lisis puede “proporcionar la posibilidad a un sujeto de darse un
síntoma para contener el goce29”. Y desde allí también resistimos a la banalizació n de la palabra. Lo
que se dice en un psicoaná lisis, aunque sea en un pequeñ o consultorio, no eximido de interrupciones y

27
Lacan, J. Seminario 2. El Yo en la teoría de Freud… (1954-55) p.16
28
Lacan, J. Seminario 8. La transferencia. (1960-61) p. 123
29
Naranjo Mariscal, J. A. La familia hace síntoma. 2005. Revista NODVS XV. ISSN 2013-8539
9
tras barbijos, permite que el decir tenga consecuencias y que tomar la palabra haga que el cuerpo
pueda ser afectado, como dice Kohan30.

Hacer oír una palabra que no exilie las versiones, las ficciones, el discurso y la verdad, por incó moda
que sea. Porque es desde la verdad que anida en los síntomas desde donde podemos extraer un saldo
de saber que mejore una posició n. Un saber, en este caso, que no se confunde con el “saber de madre”
- ese “Mama sabe bien. pequeña princesa…”31-, sino que es un saber desprendido de una experiencia
como sujeto del inconsciente. Es un saber al que no le caben adjetivos; no es un saber bien o saber mal,
sino que forma parte de una bú squeda por una verdad inaprehensible toda. Y eso no lo hacemos con
imposiciones de saber ni con directivas. Lo hacemos con el manejo de un amor transferencial que
implica hacer existir al Otro: suponiéndose saber es que se ama. Aunque luego tomemos el rumbo de
hacer soportable la revelació n de que el Otro no existe, que no hay Otro del Otro; que no existe una
escuela que enseñe a vivir. Pero por el momento, sostenemos la palabra. La palabra amorosa. La
palabra que desarma y sangra. Con el correr del tiempo y del decir, eventualmente quizá s se llegue
con algunas pacientes a puntos en que ya no se puede saber, y por ende, será mejor callar. En eso
también acompañ a Charly: será un momento de Say no more.

***

El recorrido intentó mostrar algunas elaboraciones teó ricas basá ndome en la experiencia clínica
transitada, así como en algunas referencias teó ricas que sirvieron para pensarme durante el ejercicio
clínico. Ejercicios indisociables, pero no simultá neos, ya que como señ ala Lacan, es indispensable que
el analista sea al menos dos: analista para tener efectos y analista para teorizarlos32. De este modo
condenso y sistematizo algunos de los aprendizajes que me llevo del trabajo en hospital, de la
interdisciplina, del equipo, del compañ erismo, de la palabra, de la clínica, de la teoría, de la ética, del
psicoaná lisis y fundamentalmente de las pacientes, que ademá s de articular todo lo anterior, me
permitieron una excursió n por el enigmá tico “continente negro” freudiano, que ya no aparece tan
apagado, sino con algunas sombras que se delinean en la oscuridad, producto de los destellos que toda
esta experiencia me ha traído.

Lacan parece igualmente intrigado por la pregunta freudiana sobre la mujer y los enigmas
incomprensibles de la cartografía libidinal femenina. Tampoco conquista el continente negro.
Tampoco consigue trazar un mapa. De hecho define el goce propio como opaco, extraviado, loco,
infinito. Pero no retrocede ante lo femenino y, a costa de alumbramientos por algunos brillos fá licos,

30
Kohan, A. Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto. 2020 p.189
31
Zona de Promesas. Soda Stereo.
32
Lacan, J. Seminario 22. R.S.I. (1974) Clase 1.
10
consigue una orientació n que inspira a no ceder el lazo social. Ya lo había anticipado Freud 33, diciendo
que desde la irreductible insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas se
desprende el má s doloroso sufrimiento psíquico: el decantado por los vínculos sociales. El amor sigue
apareciendo en los decires; sigue sonando, desarmando y sangrando. Porque el Otro no existe. La
verdad no existe. La mujer, no existe. La Muerte no existe. La relació n sexual, no existe. Pero el amor,
sí existe. E insiste.

***

33
Freud, S. El malestar en la cultura.
11

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