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por
Colette Soler
Aman a un hombre pero tienen sexo con otro; por otra parte, dudan y dudan –como
siempre lo hicieron los varones obsesivos– acerca de cada decisión; buscan a padres
que hoy no existen... pero quizá ya no los buscan más. He aquí algunos posibles
“fenómenos nuevos” en la feminidad actual.
Madre acusada.
En el lazo social actual, la madre o su sustituto es, cada vez más a
menudo, el compañero preponderante, incluso exclusivo, del niño, o al
menos el único estable. Hay una configuración que se volvió bastante
común: una madre con su hijo o con sus hijos, a los que eventualmente
se suma un hombre –o una serie de hombres que se suceden–, aquel que
se llama “el amigo de mi madre”. Las configuraciones concretas son
múltiples y variadas, pero la movilidad de los lazos sociales y amorosos
da al cara a cara del hijo con su madre un peso nuevo en la historia, y
esto no puede ser sin consecuencias subjetivas.
Hay un discurso previo sobre la madre que la hace objeto vital por
excelencia: el polo de las primeras emociones sensuales, la figura que
cautiva la nostalgia esencial del hablante-ser, el símbolo mismo del amor.
Los ecos vuelven, ciertamente, en los dichos de los analizantes pero, en
lo esencial, ellos acentúan otra cosa: la angustia y el reproche. Para situar
esta diferencia entre los discursos, evocaré dos ejemplos que tienen el
mérito de poner en escena de manera contrastada, entre la madre y el
hijo, el imaginario de la castración. De un lado, el dicho de una mujer
analizante que recuerda la hija que ella fue para su madre; del otro, el
recuerdo emocionado que un hijo guardó de una madre excepcional.
Ella recuerda: debe tener ocho o nueve años, tiene una magnífica
cabellera con dos largas trenzas. Ese día, su madre le anuncia: “Vamos a
la peluquería a cortarte las trenzas”. Ella le suplica pero no hay nada que
hacer, ¡el sorprendente proyecto de su madre es hacerse un postizo para
sí misma! Hoy, la analizante, madre ella misma, guarda todavía en lo alto
de un armario ese postizo, que su madre nunca se atrevió a utilizar. La
otra anécdota es inversa. Se trata de un hijo que no es analizante pero
músico famoso, Pablo Casals. En ese entonces, él vivía en París, por
voluntad de su madre que, casi sin recursos, quería para él escuelas
dignas de su genio. Un día volvió a casa irreconocible: había vendido su
abundante y bella cabellera, alegremente sacrificada a la vocación de su
hijo. En este caso, es la gratitud idealizante y la nostalgia del objeto
perdido que aureolan el recuerdo.
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