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- Asimetría primera y tercera persona.

Este rasgo puede denominarse la asimetría entre la primera y la tercera persona: la


asimetría que existe entre el modo en que cada uno conoce sus propios estados
mentales, tanto intencionales como fenomenológicos, y el modo en que conoce los
estados mentales de los demás. Conocemos los estados mentales de otras personas,
sabemos cuáles son sus creencias, deseos, intenciones, sentimientos, sensaciones, etc.,
sobre la base de su comportamiento, tanto lingüístico como no lingüístico. Ese
conocimiento tiene, presumiblemente, carácter inferencial: nos basamos en la evidencia
del comportamiento de otros para atribuirles esos estados.

- Dualismo cartesiano.

El dualismo es una doctrina metafísica sobre la naturaleza del alma o la mente y su


relación con el cuerpo. En su versión más radical, el dualismo substancial, defendida
por Descartes, esta doctrina sostiene que la mente y el cuerpo son dos entidades
ontológicamente independientes, en el sentido de que pueden existir la una sin la otra.

Este criterio que caracteriza y distingue lo mental es epistemológico: lo mental se


caracteriza por la inmediatez e infalibilidad con que es conocido por el sujeto. Así, la
mente de cada cual constituye un ámbito privado formado por sus contenidos o datos
inmediatos de conciencia, un ámbito al que el sujeto accede directa e infaliblemente
mediante una capacidad cuasi-perceptiva.

- Conductismo.

El conductismo lógico, por su parte, es una doctrina filosófica sobre la naturaleza de la


mente y sobre la relación entre mente y cuerpo basada en el análisis lógico y semántico
de los términos y proposiciones acerca de estados y procesos mentales. El conductismo
lógico se opone frontalmente a la concepción cartesiana de los estados mentales como
objetos o episodios privados e independientes del mundo físico y de la conducta. Según
el conductismo lógico, si los estados mentales fuesen tal cosa, eso haría que los
términos mentales no tuviesen un significado públicamente compartido y que las
proposiciones sobre estados mentales fuesen inverificables. Un rasgo común a las
distintas versiones del conductismo lógico es la tesis según la cual las relaciones entre la
mente y el comportamiento son internas o constitutivas. Esta tesis distingue
radicalmente el conductismo lógico del cartesianismo, para el cual dichas relaciones son
puramente externas: ningún conjunto de proposiciones verdaderas sobre el
comportamiento implica la verdad de una proposición sobre los estados mentales de un
sujeto.

- Carnap.

El conductismo lógico de Carnap es una parte de este proyecto general, y pretende


mostrar la posibilidad de reducir el lenguaje psicológico a un lenguaje fisicalista, que
describa únicamente movimientos y fenómenos físicos en principio observables, como
lo es la conducta, entendida como un movimiento corporal.

Esta traducción es posible porque, según Carnap, ... para todo concepto (es decir,
expresión) psicológico puede formularse una definición que, directa o indirectamente
[es decir, con ayuda de otras definiciones, C. M.] lo reduzca a conceptos físicos.

Si esto es así, entonces toda proposición psicológica P1 puede ser traducida a una
proposición fisicalista P2, en el sentido de que ambas proposiciones tienen el mismo
contenido y pueden deducirse la una de la otra. De este modo, ambas proposiciones
dicen lo mismo, describen el mismo estado de cosas y tienen, en último término, el
mismo significado. Así, según Carnap, P1 [a saber, «El señor A está excitado ahora»]
tiene el mismo contenido que una proposición P2 que aseverara la existencia de una
estructura física caracterizada por la propensión a reaccionar de una manera
determinada a determinado estímulo físico.

En este caso, puesto que la proposición psicológica «Juan tiene dolor» y la proposición
física «el cuerpo de Juan se mueve de tal y cual forma y emite tales y cuales sonidos»
son verificadas por el mismo conjunto de observaciones, ambas proposiciones dicen lo
mismo y pueden traducirse la una a la otra. La proposición psicológica se reduce a la
proposición física sin pérdida de significado. Esto supone, si ha de generalizarse, que
los predicados psicológicos, «x tiene dolor», «x está intranquilo», «x es amable», etc.
pueden definirse mediante predicados físicos.

A fin de cuentas, podemos decir, la primera proposición habla del dolor de Juan, es
decir, de una sensación de Juan, no de su comportamiento, mientras que la segunda no
habla en absoluto de una sensación. ¿Cómo, pues, podrían significar lo mismo? La
respuesta de Carnap, suponemos, sobre la base del Principio de Verificación, sería la
siguiente. Si del significado de «Juan tiene dolor» formase parte esa supuesta sensación,
un objeto o episodio cuya existencia es totalmente independiente de la conducta de
Juan, entonces, ya que este aspecto de su significado sería inverificable, esa proposición
no tendría sentido, no la entenderíamos. Pero la entendemos. Por lo tanto, la proposición
no habla en realidad de nada distinto e independiente de la conducta de Juan. En un
punto al menos hemos de dar la razón a Carnap: para verificar la proposición en
cuestión, nos basamos realmente en la conducta de Juan, no en el dolor sentido por
Juan, puesto que no lo sentimos nosotros.

Por otra parte, la concepción cartesiana conduce a la idea según la cual, cuando yo digo
«siento dolor», nadie más puede estar seguro de entenderme, pues sólo yo tengo la
sensación que verifica y da sentido a mi enunciado. Así, el significado de los términos
psicológicos sería privado. Ahora bien, dado el Principio de Verificación, el único
modo en que Carnap puede asegurar el significado unitario y público de «dolor»
consiste en suponer que las proposiciones psicológicas, no sólo en tercera persona, sino
también en primera persona, hablan en realidad de procesos físicos, en principio
comprobables por observación.

Así, pues, todas las proposiciones psicológicas, tanto acerca de los demás como acerca
de uno mismo, son verificadas por la observación del comportamiento y tienen, de
acuerdo con el principio de verificación, el mismo contenido que las proposiciones
físicas acerca del comportamiento y de las disposiciones para el mismo que serían
verificadas mediante las mismas observaciones. De este modo, se respeta el significado
unívoco y público de los términos psicológicos, tanto si son usados en atribuciones a los
demás como a uno mismo.

- Ryle.

El principal objeto de la crítica de Ryle es una confusión conceptual acerca de la mente


a la que denomina «el mito de Descartes» o, más plásticamente, «el mito del fantasma
en la máquina».

La confusión conceptual que está en la base del cartesianismo es lo que Ryle denomina
un «error categorial». Un error categorial consiste en concebir ciertos hechos que
pertenecen a una categoría en términos de una categoría distinta.

Según Ryle, el mito del fantasma en la máquina surge de un error categorial semejante,
consistente en concebir la mente y las actividades mentales como una entidad y unas
actividades añadidas al cuerpo y a las actividades físicas, y situadas al mismo nivel
ontológico que éstas, pero al mismo tiempo distintas de ellas.

La mente y las actividades mentales no serían una entidad y unas actividades


adicionales al cuerpo y a las actividades mencionadas, sino el conjunto y organización
de las mismas.

Como alternativa a este mito, que considera radicalmente erróneo, Ryle ofrece una
concepción de los fenómenos mentales que no hace referencia alguna a actividades
internas llevadas a cabo por una entidad inmaterial. Los fenómenos mentales hacen
referencia más bien a la manera de llevar a cabo actividades públicas o a ciertas
disposiciones y capacidades para desempeñar esas tareas. Y tener propiedades mentales,
como deseos, intenciones o creencias, e incluso sentimientos y emociones, equivale a
tener ciertas disposiciones para la conducta manifiesta en ciertas circunstancias. Así,
decir de alguien que desea X equivale a decir de esa persona que se comportará, llegado
el caso, con vistas a conseguir X. Lo mismo sucede si decimos de él que es bondadoso o
sensible o que tiene miedo de tal o cual cosa. Estos términos no designan procesos o
estados que discurrirían paralelos a su conducta pública, sino que han de entenderse en
términos de esa conducta pública, como formas de llevarla a cabo o como predicciones
de la misma.

- Wittgenstein.

La crítica de Wittgenstein a la concepción cartesiana de lo mental se lleva a cabo, en


gran parte, a partir del análisis del significado y el lenguaje que el filósofo vienés lleva a
cabo tras la crisis del Tractatus logico-philosophicus, y cuya expresión más acabada son
las Investigaciones filosóficas.

El núcleo de la crítica de Wittgenstein a la concepción cartesiana de la mente es el


siguiente: si esa concepción es correcta, si la mente fuese un conjunto de episodios
internos autocontenidos, carentes de cualquier relación esencial con el mundo físico y el
comportamiento, y accesibles sólo a la conciencia de cada sujeto, sería imposible
distinguir entre usos correctos e incorrectos del lenguaje psicológico y con ello éste
carecería de significado.

La posición de Wittgenstein es que, en esas condiciones, los términos


psicológicos carecerían de significado, no sólo para otras personas, sino para el propio
sujeto, porque un lenguaje así carecería de normatividad, y con ello de significado. Para
Wittgenstein, en el caso de términos psicológicos como «dolor» o «deseo», el papel de
las muestras públicas en la definición de ciertas palabras como «lápiz» o «mesa» es
desempeñado por la manifestación pública del dolor o del deseo. Estas manifestaciones
públicas son indispensables en la enseñanza y el aprendizaje de los términos
psicológicos.

El núcleo central de la posición de Wittgenstein consiste en negar el carácter


cognoscitivo o descriptivo de tales enunciados. Para él estos enunciados no son
descriptivos, sino expresivos. No describen estados mentales, sino que los expresan. No
manifiestan un conocimiento de episodios conscientes. Estos enunciados psicológicos
en primera persona reemplazan expresiones naturales, más primitivas y no lingüísticas,
de estados mentales.

El dolor no es la conducta de dolor, ni «tengo dolor» significa «estoy gritando». «Tengo


dolor» substituye al grito, siendo así una expresión, y no una descripción del dolor. Y,
frente al cartesianismo, el enunciado «tengo dolor» no es una descripción de una
sensación, sino una expresión más refinada, lingüística, que reemplaza la expresión
primitiva, instintiva y prelingüística del dolor.

- Materialismo de la identidad.

Vamos a entender por «materialismo de la identidad» una doctrina materialista sobre el


carácter de las propiedades o tipos de estados mentales, según la cual estas propiedades
o tipos son propiedades o tipos de estados neurofisiológicos.

- Argumento de Mary.

Jackson nos pide que imaginemos el siguiente caso. Mary es especialista –supongamos
que es la mejor especialista del mundo– en la neurofisiología de la visión y posee toda
la información física que se puede lograr acerca de lo que sucede cuando vemos tomates
maduros, o el cielo sin nubes, y usamos términos de color. Sin embargo, vive y ha
vivido siempre en un entorno de grises y toda su investigación se desarrolla a través de
un televisor en blanco y negro. (Supongamos que su propio cuerpo se halla pigmentado
en gris). La cuestión es ahora la siguiente, en palabras de Jackson: ¿Qué sucederá
cuando Mary sea liberada de su habitación en blanco y negro o se le entregue un
televisor en color? ¿Aprenderá algo o no? Parece sencillamente obvio que aprenderá
algo sobre el mundo y sobre nuestra experiencia visual del mismo. Pero entonces no
podemos evitar la conclusión de que su conocimiento anterior era incompleto. Ahora
bien, ella tenía toda la información física. Ergo, hay que tener más información que ésa
y el fisicalismo es falso.

¿Qué es exactamente lo que Mary aprende en ese momento? ¿Qué es lo que ahora sabe
y antes no sabía? Jackson no da una respuesta precisa a esta pregunta y la confía a
nuestra intuición. No me parece correcto decir que Mary no sabía qué eran los colores.
De hecho, podría ofrecer definiciones correctas de los mismos. Podría decir, por
ejemplo, que el azul es el color del cielo sin nubes y sabría perfectamente qué efectos
tiene ese color en nuestros ojos, sistema nervioso, etc., de modo que podría decir: el
azul es la propiedad que tiene tales y cuales efectos, ofreciendo así una caracterización
funcional correcta de ese color. Podría ofrecer también una caracterización física, en
términos de la longitud de onda de la luzbreflejada por ciertos objetos. Lo que Mary no
tenía, tal vez, era un conocimiento experiencial de los colores, no sabía qué es la
experiencia visual del color. Así, hay algo que Mary no sabe acerca de los colores:
cómo aparecen a nuestra experiencia. De nuevo, es la experiencia subjetiva y su
cualidad lo que se opone a las concepciones objetivas de lo mental, como la teoría de la
identidad. Ningún grado de información física o neurofisiológica puede decirnos qué es
la experiencia del color, del dolor, del sabor, etc. A esto sólo podemos acceder de modo
subjetivo, teniendo esa experiencia.

- Respuesta.

El argumento de Nagel es muy semejante al de Jackson. Siguiendo el uso habitual para


denominar el argumento de Jackson, llamaremos a este tipo de argumento «el
argumento del conocimiento». Puede abreviarse del siguiente modo: 1) tengo todo el
conocimiento neurofisiológico de la percepción del color (o de la percepción de los
murciélagos); 2) aun así, hay algo que no conozco acerca de la percepción del color (o
de la percepción de los murciélagos), a saber, la experiencia subjetiva correspondiente;
por lo tanto, 3) esa experiencia no puede ser un proceso neurofisiológico. En respuesta a
este argumento, cabe señalar que «conocer» o «saber» tienen distintos significados.
Russell, por ejemplo, distinguió entre el conocimiento por familiaridad y el
conocimiento por descripción. Puedo, por ejemplo, tener un conocimiento exhaustivo de
Estambul a través de documentos, libros, guías, etc., pero no haber estado nunca en esa
ciudad. Hay entonces algo que no sé acerca de Estambul, pero lo que me falta saber
(qué es estar allí, vivir la ciudad) no puedo obtenerlo mediante información adicional
del primer tipo. Así, el argumento anterior podría descansar en una falacia de
equivocidad del término «conocer» (o «saber»). Si con «conocer» o «saber» nos
referimos consistentemente al conocimiento por descripción, la segunda premisa es
falsa. Si nos referimos al conocimiento por familiaridad, la primera premisa es falsa.
Así, aun cuando el argumento fuese formalmente válido, la conclusión podría ser falsa.
Supongamos, en efecto, que la experiencia del rojo es idéntica a un determinado estado
cerebral. Mary puede tener, antes de su liberación, un conocimiento por descripción de
esa experiencia y de ese estado cerebral. Pero no tiene un conocimiento por familiaridad
de ellos, porque, si la experiencia de rojo es idéntica a ese estado, ella nunca ha tenido
esa experiencia hasta que se ha hallado en ese estado. Hay, así, un conocimiento
neurofisiológico que Mary no tiene, a saber, un conocimiento por familiaridad de qué
es hallarse en ese estado cerebral. Cuando ve el rojo por primera vez, se halla también,
por primera vez, en ese estado. Así, del mismo modo que Maryno sabía, por
familiaridad, qué es experimentar el rojo, tampoco sabía, por familiaridad, qué es
hallarse en el estado cerebral en cuestión. La teoría de la identidad es compatible, pues,
con que Mary adquiera nuevo conocimiento al experimentar el rojo. Otras formas de
responder al argumento de Jackson podrían recurrir a la distinción de Ryle entre saber
qué y saber cómo.

- Funcionalismo.

El funcionalismo, en relación con el problema ontológico de la naturaleza de la mente y


su relación con el cuerpo, es la tesis según la cual las propiedades mentales son
propiedades funcionales. Una propiedad funcional F de un objeto es una propiedad que
ese objeto posee exclusivamente en virtud de su aptitud para cumplir cierto papel causal
en un determinado contexto. De todos aquellos objetos que tengan esta aptitud puede
decirse que tienen la propiedad funcional F y pueden por ello clasificarse como Fs, aun
cuando difieran ampliamente en sus propiedades físicas de primer orden. Pensemos en
algunos ejemplos de propiedades funcionales: ser un reloj, ser un carburador o ser
dinero son propiedades de esta clase.

Pues bien, la propuesta funcionalista en filosofía de la mente consiste en sostener que


las propiedades mentales son propiedades funcionales de determinados seres. Esta tesis
se extiende tanto a los estados mentales intencionales como a los estados
fenomenológicos. Lo esencial para que un determinado sujeto tenga la creencia de que
p no es que en su cerebro haya una configuración neuronal de un tipo determinado, sino
que se halle en un estado que guarde las relaciones adecuadas con otros estados y
procesos y cumpla el papel causal adecuado en la organización de dicho sujeto.

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