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¡Venga tu Reino!

VIDA FRATERNA

1. DINAMISMOS DE LA VIDA FRATERNA

A. Comunicación1

Para H. Nouwen, la comunicación es «llegar a nuestro yo más escondido y llegar a nuestros


hermanos». En esta definición se destacan dos elementos importantes. En primer lugar, que la
comunicación no es sólo un medio para que los demás nos entiendan, sino sobre todo una
autorrevelación. Estos dos elementos están claramente relacionados entre si, pero no lo están tanto en
quien se comunica, que a veces cree que no tiene por qué explicarse demasiado en lo que dice o que no
se da cuenta de que lo que dice lo desvela ante sí mismo y ante los demás.

La comunicación es un modo de ser y de relacionarse vitalmente con uno mismo, con los demás y con
Dios como emisores o receptores, sobre contenidos, que son el objeto de la comunicación, de forma
distinta según las relaciones interpersonales de los interlocutores, del contexto ambiental y de la
situación de cada uno, para conseguir desde una simple información hasta compartir la vida.

En la comunidad consagrada, la comunicación tiene algunas características especiales. Es ante todo algo
«interior» de la persona, algo relacionado con su trato con Dios, con el Dios Trinidad que habla y se
comunica, que escucha y se revela. Al consagrado que ha sido educado de esta forma, el estilo divino de
comunicar le capacita para escuchar y para hablar, y aprende poco a poco a compartir su vida, es decir, a
Dios y sus dones, con las personas con quienes ya comparte su opción existencial. Y todo ello para
poder comunicar después fe y vida fuera de la comunidad. Esta concepción de la comunicación hace ver
lo importante y clave que es en todo proyecto de consagración, tanto de puertas adentro (para la vida de
la comunidad), como de puertas afuera (para el testimonio que debe dar).

Ayudará dar un repaso por diversos tipos de comunicación:

 Comunicaciones intencionales
 Verbales
A primera vista son la forma de relación más elemental, pero de hecho
manifiestan o pueden manifestar su total desarrollo y su perfecta madurez. Una relación
que no se alimenta también de palabras puede tener cierta ambigüedad y esconde a
menudo cierto miedo al otro y a la misma relación, que cuando es «muda» se vuelve
débil e inconsistente.
La comunicación verbal sólo clarifica cuando es fruto de una reflexión personal
que ilumina sobre todo el interior de la persona, en cualquier otro caso lo único que hace
es generar una confusión que eterniza los conflictos y endurece las posturas.
La palabra verdadera es también palabra directa, una palabra que se dirige al
interlocutor al que va destinada, que no se dice por detrás y que no se dice a uno para que
otro se entere. Porque esto no ayuda en absoluto a superar las dificultades en la relación,
1
CENCINI A. , Vida en comunidad, reto y maravilla. La vida fraterna y la nueva evangelización. Colección Edelweiss. Madrid 1998.
sino que contamina la atmósfera que todos han de respirar porque genera sospecha y
desconfianza.
Una magnífica norma general podía ser ésta: Lo que hay que hacer no es hablar
del hermano, sino hablar al hermano.

 Sensoriales gestuales
Esta clase de comunicación incluye todas las formas o modos de ser ante el otro
por las que nos hacemos significativamente presentes para los demás mediante todo el
cuerpo o una parte de él (la forma de comportarse cuando alguien, cuando se está con él,
la presencia y puntualidad en los actos comunes indicará no sólo la fidelidad al acto sino
lo importante que es para la persona, la alegría de estar juntos, el silencio, la forma en
cómo nos sentamos, la expresión de la cara, la forma de mirar, etc).
Otra observación importante. «Cuanto más global es la comunicación y cuantas
más vertientes del comportamiento (por ejemplo, palabra, vista, tacto) abraza, la
implicación que exige de las personas que se relacionan es tanto más profunda e integral.
Porque con que haya un solo circuito en que falle la comunicación, toda ella se viene
abajo y se reduce a nada, porque se ha cortocircuitado».

 Simbólicas
La comunicación simbólica se da entre dos o más personas por medio de una
tercera realidad, el símbolo, que expresa lo que el emisor quiere decir y que el receptor
puede recibir como tal. Por ejemplo: Un ramo de flores en la habitación del que acaba de
llegar, el ambiente, la comida, el sitio en la mesa bien preparado, la limpieza de los
locales comunes, la nota o la llamada telefónica cuando se está lejos de la comunidad,
algunos detalles sencillos (desde no hacer ruido hasta atender a los enfermos y ancianos)
o pequeñas atenciones (desde acordarse del santo, del cumpleaños, de la fecha de
profesión, de ordenación, etc. hasta los humildes servicios de la vida de cada día) son
símbolos de consideración y de afecto, signos de lo significativo que es el afecto y de que
se considera a la comunidad como la propia familia. Naturalmente que, cuando los signos
son radicalmente opuestos, pasa todo lo contrario.
Hay que recordar que cuando la persona las utiliza de una manera no del todo
intencional, el destinatario siempre las recibe al menos inconscientemente y por tanto
siempre dejan huella.

 Comunicación no intencionales
La comunicación es no intencional cuando el sujeto emisor sabe que transmite un
determinado mensaje, del que es más o menos consciente. Puede ser de varias clases.

 Metasensoriales conscientes
Son aquellas cuyo contenido conoce el sujeto emisor, pero no lo quiere expresar o
lo hace sin darse cuenta. Es el caso, por ejemplo, de juicios o valoraciones que jamás «se
dirían» a la cara, pero que en realidad se transmiten por canales no controlados ni por el
sujeto emisor ni por el receptor. El ejemplo más corriente es cuando alguien juzga y
condena claramente en su interior a otro, intentando por todos los medios que no se
trasluzca al exterior, e incluso dando muestras visibles opuestas a lo que piensa, creyendo
que así lo esconde, o tratando de tranquilizar su conciencia. Pero esa opinión negativa
encontrará mil subterfugios para manifestarse y condicionará ocultamente su ¡-
comportamiento, para terminar sin remedio antes o después alcanzando su objetivo por
caminos retorcidos e incontrolados.

 Metasensoriales inconscientes
A diferencia de las anteriores, el contenido de estas comunicaciones es
desconocido (o conocido sólo parcialmente) por el sujeto emisor, pero a pesar de eso se
le envía al receptor, aunque de una forma mucho más incontrolada (casi misteriosa) que
en las metasensoriales conscientes. Estas comunicaciones contienen normalmente juicios
sólo implícitos, valoraciones sin formular, un modo de ver al otro que no se concreta en
una clasificación explícita, en un auténtico juicio, pero hace que ante el otro se adopte
una actitud, un modo de estar en su presencia y un estilo peculiar de relacionarse con él.

Después de un breve repaso por los tipos de comunicación, dedicaremos una mirada a dos
aspectos importantes en la comunicación: la escucha y el silencio.

- Escucha
«Al principio era la Palabra, e inevitablemente también la Escucha. Pues se dice (Jn 1, 1.3) que
'al principio ya existía la Palabra. La Palabra se dirigía hacia Dios (en pros ton theón)'. Es decir, no
tenía una actitud de coexistencia estática, sino de escucha dinámica, religiosa y obediente... En el ser
que es Dios y en el ser que son los hombres, ese ser se caracteriza profundamente por la relación
mediata entre palabra y escucha»
El silencio es lo que hace posible la escucha, es tanto más posible cuanto más callado permanece
todo lo demás, porque exige estar muy atento e implica todo el psiquismo del que escucha. Escuchar es
un acto estrictamente personal porque cada uno deja resonar de una forma muy peculiar la palabra del
otro. Pero es también profundamente espiritual y por eso no sólo la palabra sino también la persona del
otro se introduce en la vida de quien sabe escuchar.
Dios también escucha. Es importante que no lo olvidemos. El Hijo está permanentemente a la
escucha de Dios Padre desde toda la eternidad, igual que el Logos encarnado está continuamente
pendiente de la palabra de aquel de quien procede (cf. Jn 1, 1.3.18; 12,49-50). El Padre está sobre todo a
la escucha de su Hijo Jesús (cf. Jn 11, 41-42), y en general de todo el que le presta atención (cf. Is 59, 1-
2). Pero Dios escucha con especial atención a los que hablan y gritan, pero no encuentran a nadie que les
escuche. «Como escuchador. Dios tiene que ver sobre todo con los débiles, oprimidos y pobres que
llaman, gritan, se quejan, lloran, piden y desean». Por eso escucha a Agar (cf. Gen 16,11), a Israel (cf.
Ex 3,7-8), al pobre (Ex 22, 26), al huérfano y a la viuda (Ex 22, 22). Jesús proclama bienaventurados a
quienes le escuchan (cf. Lc 8, 19-21; 11, 27-28) y el Apocalipsis comienza con la misma
bienaventuranza (cf. Ap 1, 13). Por otro lado, Santiago afirma: «Todo hombre ha de ser diligente para
escuchar y parco en hablar» (Sant 1, 19).
Escuchar no es sólo callarse para que el otro hable, sino la disposición a acogerle poniendo a su
libre disposición lugar y tiempo en nuestra vida; asimismo, la disposición de entrar cada vez más en
contacto con su vida, con su yo, para ver cómo siente y ve las cosas. Esta definición descriptiva de lo
que es escuchar, nos obliga a preguntarnos qué pasa con la escucha en nuestras comunidades, no sea que
también en ellas «todo el mundo hable y nadie escuche».
Señalemos a continuación algunas características del homo audiens, una especie que no debiera
escasear en una comunidad de personas consagradas a la escucha y que saben, o debieran saber, que «el
primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad consiste en escucharlo. Así como el
comienzo de nuestro amor por Dios consiste en escuchar su Palabra, así también el comienzo del amor
al prójimo consiste en escucharlo». El arte de la escucha incluye los siguientes modelos:

 Escuchar en «lo que» el otro dice, lo que «es»

Cuando alguien nos dirige la palabra, sea cual fuere el motivo y el contenido, en primer lugar
nos habla de él, «nos comunica lo que ha experimentado, pensado, vivido y esperado en la
alegría y en el dolor. Esto es lo que llamamos revelación 'directa' de la persona, pues ella es aquí
el 'objeto' de la comunicación verbal», aunque no sea consciente de ello. Escuchar de verdad
significa penetrar el diafragma de lo que dice el otro, para ver tras ello a la persona que piensa,
ama, desea, sufre, se desahoga, busca comprensión, agrede, se contradice... incluso cuando todo
esto, su mundo interior, «se lanza» fuera o se arroja sobre el interlocutor sin orden ni concierto y
sus sentimientos parecen trozos de un proyecto desorientado o desconocido para ella misma. He
aquí por qué escuchar es un arte finísimo, una disciplina nunca completamente asimilada, que se
funda sin embargo en el conocimiento de sí mismo y en el esfuerzo cotidiano por recuperar los
trozos del proyecto personal. Este esfuerzo es a la escucha del otro lo que el silencio a la palabra.

 Escuchar «cómo» lo dice

Si la escucha trata de llegar a la realidad profunda no inmediatamente visible del otro, es


evidente que hay que estar muy atentos. Y no sólo al contenido, a lo que dice, sino a cómo lo
dice. «Las palabras, el ritmo, el tono, los gestos, la expresión del rostro y otras cosas similares
dicen muchísimo de una persona. Pues en el 'cómo' se habla el hombre desvela, posiblemente, su
realidad más oculta. Y ello sin que el tema de que se trata sea precisamente su persona... Esta
comunicación indirecta de la persona hace que podamos conocer a gente que jamás nos ha
hablado expresamente de sí misma. Es la fuente más importante para conocer a alguien». Esta
clase de atención lleva tiempo y paciencia, y dice bien claro que cuando se quiere escuchar a
alguien de verdad, hay que acallar todas las demás voces de dentro y de fuera, o dejarlas
completamente al margen. «No es posible oír al mismo tiempo más de una sola voz».
Pero es que, además, como advierte muy seriamente Bonhoeffer, «el que no sabe escuchar
detenida y pacientemente a los otros hablará siempre al margen de los problemas y, al final, ni se
dará cuenta de ello. El que piensa que su tiempo es demasiado valioso para perderlo escuchando
a los demás, jamás encontrará tiempo para Dios y para su prójimo. Sólo lo encontrará para sí
mismo, para su palabrería y sus proyectos personales... Aquel que ya no sabe escuchar a sus
hermanos, pronto será incapaz de escuchar a Dios, porque también ante Dios no hará otra cosa
que hablar. Introduce así un germen de muerte en su vida espiritual, y todo lo que dice termina
por no ser más que verborrea religiosa».

 Escuchar con el oído de Dios

Habría que escuchar como Dios escucha. Porque Dios es el Escuchador por excelencia.
Escuchar con el oído de Dios significa que se es capaz de percibir, por encima de lo que el otro
dice (y no dice), algo más, «ese plus de la persona y de las cosas que se tienen delante. El
misterio de la persona se revela y se comunica a través de la palabra, del discurso, del diálogo y
del relato. Pero la persona es algo más. La persona trasciende lo que dice y lo que hace. Y en
esta trascendencia, que jamás se puede penetrar y decir totalmente a sí misma, la persona se
ofrece y entrega a la hospitalidad de la escucha. 'Estar a la escucha' es justamente esta
hospitalidad en el ser que se experimenta sobre todo en el hablar y el escuchar de la amistad y
del amor, en los que se acoge ese yo profundo que es 'encantamiento indecible, pensamiento
auténtico que se resiste a toda formulación, efusión mística y poesía pura'.
El hombre que está a la escucha, que ob- audit (poniendo la mano en la oreja para oír bien),
puede oír incluso a la naturaleza, escuchar su voz y su canto sutil, reconociendo en ella el himno
que las criaturas cantan perennemente a su Creador (cf. Sal 89, 6). Y también puede oír la voz de
los acontecimientos, de los grupos, de las comunidades y de la historia en general, que necesita
de un oído atento e inteligente, sabio y perspicaz.
Sólo la escucha permanente da paz y tranquilidad, dispersa los presentimientos tristes,
protege la vida y la historia del caos, mantiene vivas las relaciones interpersonales y la persona
abierta a la perenne novedad e imprevisibilidad del otro, hace que uno no se canse ni se aburra de
unas relaciones que inevitablemente se repiten. Es decir, sólo la escucha permanente permite
descubrir el Misterio.

- Silencio
«El diálogo más logrado es aquel en que se guarda silencio». Una afirmación a primera vista
paradójica, pero que nos revela con absoluta claridad e inmediatez el carácter funcional -¿podemos
decirlo así?- del silencio, su humildad y funcionalidad, pero también su ambigüedad fundamental, no
siempre perceptible.
El silencio no es mutismo, ni ausencia de palabra o de comunicación. No es mutismo, porque
ello supondría el final de la comunicación y de la fraternidad. En cambio, es «la condición por la que (o
en la que) consigo escuchar de verdad a alguien»; gracias al silencio puedo escucharme a mí mismo (lo
que es más raro de lo que parece), a los demás (siempre que sea capaz de no cubrir su realidad con mis
palabras o pensamientos) y a Dios (cuando estoy realmente ante Él y ante su misterio).
Es decir, el silencio es por su propia naturaleza relaciona!, entabla relaciones no sólo con los
demás sino también con uno mismo (es reflexivo). El silencio es, finalmente, premisa indispensable para
una auténtica vida de comunidad. El silencio es, pues,... comunitario.

 Silencio relacional

El silencio tiene, por naturaleza, un carácter «relacional», nace de la relación y prepara para
ella. Por eso es una enorme equivocación creer -como sucede a menudo- que el silencio es
ausencia de relación o enclaustramiento en sí mismo. Al contrario, el silencio es la premisa que
posibilita el encuentro y también la escucha. A. Neher, comentando el Shemah Israel, hace esta
fina observación: «La vida judía, al acoplar su ritmo no alrededor de un dogma afirmativo, sino
en tomo a una llamada imperativa ('Escucha, Israel'), hizo del silencio una de sus normas. Pues el
silencio es condición sine qua nnn para escuchar, y quien no calla mientras habla el otro, no está
en actitud de diálogo». El silencio es parte esencial del compromiso del que quiere abrirse al otro
y entablar relaciones. Y lo es como momento de crecimiento y de purificación del deseo, como
lugar donde se recibe hospitalariamente al otro (o al Otro) que viene.
El parlanchín, el que es incapaz de concentrarse, el que necesita ruido y alboroto, el que no
sabe vivir sin atiborrarse de palabras y sonidos, de imágenes y de distracciones (el teleadicto o el
radioadicto), teme el silencio y la soledad pero por otro lado no es capaz de vivir ninguna
relación, porque carece de la premisa básica para acoger al otro, esto es, del silencio.
Para aprender este silencio relacional y positivo, dos condiciones son indispensables: que
haya interés por acoger y escuchar, que depende de la estima y del amor que se sienta por los
demás .y del reconocimiento del lugar que ocupa en mi vida; y que el silencio interior sea algo
familiar, que haya contacto con el yo más profundo, para lograr la concentración y la unidad de
mente, corazón y voluntad que me permita mantener la verdad de mi ser ante la verdad del otro y
de Dios. Es el silencio de la reflexión.

 Silencio reflexivo

Dice Bruno Giordani que «el silencio es como una habitación que podemos hacer dentro
de nosotros, un cuarto donde refugiamos ante los perturbadores mensajes del entorno, para
sedimentar la oleada de pensamientos y de emociones, para acopiar nuevos recursos en los
manantiales de nuestra vida. En este sentido, el silencio es una dimensión espiritual de la persona
y una condición para promover la unidad de todos los recursos internos». Es el silencio de la
reflexión, del hombre interior que se pliega sobre sí mismo, reflexionando sobre su realidad y
verdad para abrirse después a la relación y a la comunicación.
Porque entonces y sólo entonces es cuando se puede hablar con eficacia: «La palabra pesa
cuando se percibe en ella el silenció... El silencio es el contenido secreto de las palabras que
realmente importan. Un alma vale lo que valen sus silencios».
El silencio, pues, tiene dos vertientes, una reflexiva y otra relacional. Dos movimientos
estrechamente unidos entre sí, que se garantizan y autentifican mutuamente. Con el silencio se
toman ciertas distancias de la realidad, de una forma de comunicar y de vivir la relación.
Podríamos decir que se crea un vacío en tomo a uno mismo para entrar en la soledad, en una
dimensión un poco enrarecida que se caracteriza por la ausencia radical de estímulos. Pero en
esta ausencia se descubre una presencia y nos preparamos para descubrirla y acogerla en su
verdad. De este silencio, de la relación con Dios que en él se entabla -oración o contemplación-
nace la relación con los hombres mediante el diálogo, la amistad y la fraternidad.

 El silencio que crea la comunidad

La comunidad nace también de este silencio, también la fraternidad tiene raíces


silenciosas. Digámoslo con una expresión paradójica: el silencio genera soledad para romperla (o
abrirla) de inmediato, crea a la vez soledad y relación. Callar es un arte, una virtud nada fácil
para nosotros hombres de la palabra, que vivimos en un mundo de palabras hinchadas, meros
sonidos a veces desagradables que con frecuencia aturden y atontan.
Para aprender el silencio relacional hay que ejercitarse y trabajar. En este sentido, la vida
consagrada posee una rica tradición; siempre ha apreciado enormemente el silencio como
guardián fiel y discreto de valores y palabras, de sentidos ocultos y misteriosos; como uno de los
símbolos más significativos de pertenecer a ese Dios que ve en lo secreto y cuya Palabra es «una
sutil voz de silencio» en un mundo mareado por el exceso de palabras y atraído por el brillo de
las cosas. En nuestras comunidades, el silencio ha sido a veces quizás excesivo y sobre todo
disciplinar, más caracterizado por la ausencia de palabras que por la disposición a la relación.
Antes algunos momentos del día eran tiempos de «gran silencio», marcados sobre todo por la
prohibición de la palabra, y probablemente para algunos han sido momentos de silencio
obligatorio y pesado. Sin embargo, para una buena comunicación en la comunidad, es importante
que se recupere el sentido y la riqueza del silencio, porque sólo «el que ama el silencio y lo busca
es capaz de hablar, de escuchar, de estar en actitud receptiva».
«Todos debemos defender nuestros momentos de silencio, respetar los de los demás y
hablar en el momento justo. Porque entonces la palabra será como un brillante, como una perla
preciosa bien tallada, y tendrá una eficacia total. Es muy importante que cada uno se reserve sus
momentos de silencio, de meditación y de escucha de la palabra de Dios».
Una partitura musical sin silencios es una partitura a la que le falta algo. «También las
pausas de silencio, lleno de significado, distinguen los encuentros de personas que se comunican
a muy profundo nivel. Donde desde luego no hay lugar para el silencio es donde se riñe, donde
se discute, donde se manifiestan sentimientos que no se tienen o donde sólo se busca el propio
interés». Lo mismo pasa con Dios. La oración precisa de estas pausas de silencio, de un silencio
auténtico, lleno de Presencia, donde resuene la Palabra, atento a la escucha y abierto a la
comunión. Porque si no, la oración es monólogo inútil, palabrería estéril o reflejo del caos que
hay dentro de nosotros y que no deja que la Palabra lo ponga en orden. Desde esta perspectiva,
«el silencio es el ejercicio lógico de quien es consciente de estar bajo la Palabra» y para la
Palabra en cada uno de nosotros y en medio de todos.
Del encuentro fecundo entre silencio y palabra, palabra divina y palabra humana, nacen la
comunión verdadera y la verdadera comunidad.

B. Afectividad2
La vida comunitaria es una realidad teológica, como expresión de la comunión trinitaria en la
tierra y es, al mismo tiempo, una realidad humana y psicológica, sujeta a los procesos del despertar
afectivo de las personas y de los grupos. Es indispensable que los dos procesos marchen al unísono —
integrados— sin confundir o yuxtaponer sus correspondientes campos de competencia. La dimensión
afectiva de la vida comunitaria, pone de relieve que las personas en ella comprometidas tengan
experiencia de sí, experiencia del otro, experiencia de trabajo y experiencia de Dios.

- La experiencia de sí: el encuentro consigo mismo.

 Posibilidad de un encuentro unificador. La persona necesita enfrentar y tomar conciencia


de los conflictos que enfrenta, porque, cuando se ignora el conflicto se corre el riesgo de
ser devorado por él. En tal circunstancia la persona adopta una postura defensiva ante la
vida y sin darse cuenta también ante los demás.
 Aceptarme como soy, condición para aceptar al otro. La actitud que yo adopte frente a
mi propia persona -mi manera de tratarme y de convivir con mi Yo- la transfiero
consciente e inconscientemente a los demás y a Dios. La relación que yo establezco
conmigo mismo se convierte en patrón de mi relación con los demás y con Dios: si yo me
acepto a mí mismo estoy en condiciones de aceptar a los demás; si no logro aceptarme,
difícilmente podré aceptar a los demás.

- La experiencia del otro, encuentro intersubjetivo.

Quien ha conseguido descubrirse como sujeto personal, puede entonces descubrir al otro
como sujeto y establecer relaciones subjetivas. Al abordar este asunto queremos destacar dos
partes que nos parecen importantes: la dimensión afectiva y la dimensión dialogística de la vida
comunitaria. La parte dialogística se ha tratado ya en el apartado anterior de la comunicación.
 Relaciones afectivas en la vida comunitaria.

2
P. MANUEL MA. RODRIGUEZ LOZADA OM. La vida comunitaria: Desafío a la experiencia afectiva. Dentro del libro:
AFECTIVIDAD Y VIDA RELIGIOSA. Varios autores. San Pablo. 1993. Bogotá, Colombia.
Volviendo al conocimiento de la afectividad, tal como se experimenta en el propio
ser, es necesario que la persona aprenda a conocer cómo se manifiesta su poder de
seducción, sus celos, su envidia, su ira, etc., comprobando su comportamiento ante lo que
no es él mismo, frente a lo que es igual a sí mismo; cómo ve al otro cuando lo identifica y
siente como "su enemigo" o cuando lo siente como "su aliado" o "su cómplice".
a. Repetición y transferencia.
b. Vínculos afectivos inconscientes
c. El modo masculino y modo femenino de ser afectivo: sus diferentes expresiones en
la vida comunitaria.
d. Paternidad y maternidad espiritual.

- La experiencia de Dios: comunidad de personas consagradas sacramento de amistad.

La experiencia afectiva comunitaria cobra sentido y se integra en la experiencia de Dios.


Los religiosos aparecen en la Iglesia como un estado de amor, una forma de manifestar el amor
del reino. Frente a otros tipos de vinculación humana, los consagrados proclaman que es posible
la creación de lazos profundos y la realización afectiva desde el evangelio, mucho más allá de los
lazos de la carne y de la sangre.

Expresión de la afectividad3

Es importante destacar en este momento las estructuras fundamentes de lo humano, al menos a


manera de repaso:
a. Somos seres inseguros e inacabados
b. Somos seres de impulso y de deseo
c. Somos cuerpo sexuado y sexual
d. Nuestro cuerpo es simbólico y social. Somos cuerpo que habla
e. Somos seres que sufren y libres para desear, elegir y optar
f. Somos seres llamados a un encuentro unificador con nosotros mismos
g. Llamamos valores a todo aquello que consideramos valioso en nuestra vida.
h. Aunque somos seres sociales no se nace comunitarios, nos hacemos comunitarios
i. La maduración afectiva es un proceso de toda la vida.

Partiendo de estas verdades que permiten tener una visión realista (que tiene sus dificultades y al
mismo tiempo es posible), se enumeran formas de expresión de la afectividad4 en la vida comunitaria
sabiendo que es un camino a recorrer:
a. Solicitud. La predisposición a adivinar las necesidades o gustos de los demás es sin duda una
manifestación clara del afecto que sentimos por los otros. El afecto no siempre se concreta en
primer lugar en signos externos, puede encontrar también su expresión por vía intelectual: a
través de la búsqueda de motivos para hacer feliz a quien deseamos lo mejor.
b. Sencillez. La sencillez es el presupuesto necesario para acceder al corazón de otra persona.
Desprenderse de la propia imagen y no intentar presumir. No hay nada que separe tanto como
el orgullo y la soberbia de la vida.

3
P. DALTÓN BARROS DE ALMEIDA, CSSR. Afectividad en proceso inicial de la formación.
4
Material complementario al curso de afectividad impartido por:
c. Sinceridad. La afectividad es una buena alidada de la sinceridad porque lo que nace del
corazón lleva una carga humana que nos acerca a los demás. Una mujer sincera inspira
confianza y seguridad y su misma conducta invita a que se le tome en serio.
d. Amabilidad. En el trato con los demás lo mínimo exigible es el esfuerzo por ser amable, si no
pones esfuerzo en ello eres considerado como una persona antipática. La amabilidad viene
dada por nuestra manera de ser y va acompañado de la mirada y a la sonrisa. Pero hay otros
caminos para acceder al trato amable con los demás. Uno de ellos nace del convencimiento
de que debemos tratar con cariño a todo el mundo porque la actitud contraria no es humana.
El que está convencido de que no hay misión más bonita en la vida que alegrar el corazón
ajeno, aunque el dolor anide en el suyo, hará con gusto el esfuerzo necesario para hacer de
cada encuentro humano un remanso de paz y evitará situaciones desagradables.
e. El beso. Vamos a descartar el beso fruto de la pasión sensual y nos referimos a aquel que
quiere ser una manifestación de afecto de cariño, de acercamiento personal. (Aparece en el
Evangelio: el beso de Judas, la pecadora arrepentida...) Ahora se besa más que antes, se está
sustituyendo por el apretón de manos. Hay también besos de despedida y de encuentro, de
felicitación y de duelo, besos de padres a hijos y viceversa, besos fraternales. Los besos se
dan siempre con una intención y un sentido.
f. La escucha. (ya tratada en el apartado de comunicación).
g. Las felicitaciones. Lo importante de la felicitación (por aniversario, cumpleaños…) es
alegrarse con, ser feliz con, no es el quedar bien, ni devolver la felicitación. La hipocresía
hiere a muerte a la convivencia. Cuando las omisiones son injustificadas hacen daño porque
la indiferencia es una forma de maltrato. . Felicitar es compartir nuestro tiempo con alguien y
a veces echar la culpa a no tener tiempo es realmente poco interés, no es nuestra prioridad el
otro.
h. La sonrisa. La sonrisa es el mejor regalo que podemos ofrecer a otro... Sonreír es amar. Es un
bálsamo para nuestros encuentros con otras personas. La sonrisa es un acto de generosidad
del corazón, es un decir estoy contigo sin palabras. El enemigo más grande de la sonrisa son
las egoístas preocupaciones personales que nos llevan a considerarnos el centro del mundo.
La sonrisa es decir al otro me alegro de que existas. Existen diferentes tipos de sonrisas: de
compresión, de alegría, de ánimo,…
i. El consuelo. Consolar es amar dos veces. Hacer propio el dolor ajeno, sufrir con el que sufre
es conseguir el grado máximo de humanidad. Consolar es derramar dulzura y ternura en el
alma atribulada. Se consuela con la palabra, con la presencia, con la mirada, con caricias, con
servicios personales y con medios materiales. Ser muy humano es la condición necesaria para
poder de verdad llegar al corazón de quien sufre. Más que nunca es necesaria la oración para
que Dios haga lo que no podemos hacer nosotros. Qué es la consagración a alguna obra de
misericordia que buscar dar el consuelo a los atribulados por la enfermedad, la ancianidad, la
ignorancia, el abandono, la pobreza…Quien no tiene el corazón lleno de amor (también de
Dios) no puede consolar, porque se consuela con el calor del amor.
j. Atención. Son las personas que nos rodean las que deben acaparar nuestra atención y solo
después las cosas. Todos deberíamos tener unas bases de psicología para entendernos a
nosotros mismos y los que nos rodean porque muchas equivocaciones se deben a no poner
atención a lo que me está queriendo decir con su manera de reaccionar, de comportarse.
Comprender no quiere decir justificar. Únicamente una persona atenta conoce de las personas
muchas cosas que a los demás les pasan inadvertidas. La atención supone olvido de si para
dedicar nuestra inteligencia a asuntos no personales. Hay que prestar atención a los demás no
por un deseo malsano de escudriñar sus vidas sino para poderles prestar la ayuda necesaria en
el momento oportuno.
k. La alegría. La alegría es el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros semejantes. No
debería ser un estado transitorio de nuestro espíritu sino una disposición constante porque
siempre hay motivos para estar contentos. Tomarse la vida demasiado enserio es un error. Es
más correcto decir que una persona es alegre a que está alegre. La causa de nuestra alegría es
Dios. Nace en definitiva del agradecimiento, estamos alegres porque somos conscientes del
don de la vida.
l. La compañía. La estructura abierta de la persona necesita de la compañía. Sin compañía la
vida humana se empobrece. Estar-con-otros no es un capricho, sino una verdadera necesidad.
La bondad moral del otro es la que garantiza que nuestros encuentros sean enriquecedores.
“Dime con quién andas y te diré quién eres”. El aislamiento tiene mucho de artificial y quien
marca distancias con los demás, de quién primero separa es de sí mismo, se vuelve
inhumano. La soledad (cuando no es buscada y enriquecida por la vida interior) es el
infierno.
m. La solidaridad. Ser solidarios es una exigencia de nuestra condición humana. Es
precisamente esta actitud de ayuda la que nos dignifica y da la categoría de personas. La
verdadera medida del ser humano no radica en los éxitos alcanzados sino en su capacidad de
acogida al hermano pobre, débil, enfermo o incapacitado. El egoísmo es empobrecedor
reduce al mínimo la capacidad de amar que tiene el corazón humano. Quien abre
generosamente su vida a los demás está demostrando con los hechos que para él lo más
importante son las personas.
n. La ternura. Los enfermos, los ancianos y los niños despiertan en el ser humano ternura. Es el
sentimiento más delicado que poseemos. Recordar cómo el vocablo ternura intenta describir
lo que una madre siente por su hijo pequeño. Sentir ternura es una manifestación de
grandeza; lo grande a veces encuentra su mejor expresión en lo más débil.
o. La poesía. El gusto por la poesía es otra manifestación de la afectividad de una persona culta.
El universo poético es tal vez el más adecuado para dar expresión al mundo de los
sentimientos. Acercase a la poesía es una forma de despertar las resonancias afectivas del
alma. Hay personas que se caracterizan por tener una afectividad pobre, sin sentimientos
cultivados ni emociones excelsas. Nada les dice nada y nunca encuentran algo digno de
admiración, su vida es gris. Vivir emocionado por la belleza es una aventura humana que
realmente es digna e vivirse. Pero las emociones hay que alimentarlas y uno de los medios es
a través de la palabra poética. Hoy es una gran carencia el desprestigio total a la poesía.
p. Las bromas-las sorpresas. A través de pequeñas bromas manifestamos nuestra afectividad a
los demás. La efusividad, el factor sorpresa y el deseo de agradar constituyen el entramado
de la filosofía de las bromas (no nos referimos a las de mal gusto) sino las que nace con el
espíritu de alegrar la vida a los otros. La seriedad y el cariño no son dos buenos compañeros
de viaje. La seriedad por muy justificada que esté transmite de algún modo agresividad,
denota carencias afectivas y puede hacer desagradable la vida de quienes le rodean. La broma
puede consistir simplemente en un comentario dicho en términos equívocos o tan solo en un
gesto cómico. Hay personas que saben sacarle una chispa divertida a las situaciones más
anodinas. Ayudan a encontrar las formas y las ocasiones para gastar bromas a los demás: la
intuición, la imaginación y la inteligencia, pero el factor más importante es la capacidad de
amar. El amor es creativo y las bromas son fruto de nuestra creatividad, de ahí que a mayor
amor más deseo de hacer divertida la vida a quienes queremos.
q. La puntualidad. Cuando de verdad se le quiere a alguien no se le hace esperar. La
puntualidad se puede convertir en una manifestación de afecto. Además es una falta de
educación y una señal manifiesta de desafecto hacia la persona a la que cometemos esta
incorrección. Ser siempre puntual, a pesar del tráfico, las ocupaciones manifiesta: finura de
espíritu, respeto al otro, manifestación de cariño. Una persona que no le da importancia a sus
faltas de puntualidad quizá se esté sobreestimando en demasía. La mejor manera de
manifestar nuestro aprecio a alguien no es con nuestras palabras sino con nuestras acciones.
r. Los halagos. Otra forma de manifestar nuestra afectividad hacia alguien es hacerle ver sus
cualidades positivas, es algo que nos sale espontáneo cuando sentimos aprecio por una
persona. Se dice que el amor es ciego, y efectivamente porque allí donde hay aprecio, cariño,
y amor únicamente hay ojos para ver las cosas buenas. Los halagos son esa gota de miel que
necesitamos para recuperar el buen humor, la alegría y el optimismo. Los hombres no
estamos en el mundo para admirarnos sino para querernos, de ahí la importancia de
reconocer en los demás sus cosas buenas para que en ese reconocimiento mejore su
autoestima. Evitar el defecto de la adulación. Es importante el equilibrio y tu actitud de
fondo para hacer el comentario.

Se sobreentiende que la afectividad se manifiesta de formas diferentes con personas diferentes


(familiares, amigos conocidos, extraños), pero tiene que expresarse. No existe ninguna circunstancia que
justifique una postura distante, fría, indiferente, prepotente. La disposición natural del hombre es la de
acogida y esta actitud supone sonreír con el corazón a quien se acerca a nosotros, esta sonrisa nace del
corazón. Si alguna persona carece de esta capacidad de acogida podemos usar el calificativo de
inhumana.
Nuestra plenitud, nuestro enriquecimiento personal, nuestra realización en la existencia solo
tiene una referencia: el amor y el amor ha de manifestarse.

C. Flexibilidad y complementariedad
El hombre no nace maduro afectivamente, sino que tiene que caminar en esa dirección a lo largo
de su vida. Con todo, no anda su camino él solo, necesita de un clima de calor familiar y comunitario
donde pueda encontrar satisfacción cumplida a sus necesidades fundamentales y donde es preciso buscar
—en un proyecto comunitario— la unidad, con el debido respeto a la diversidad de los individuos. Tal
esfuerzo supone la aceptación del otro tal como es —en su individualidad— tratarlo como sujeto, nunca
como objeto de placer o de poder, respetar su manera propia y peculiar de ser. En una comunidad donde
las personas constituyen el núcleo y el valor más importante y señalado, la diversidad no se supera
imponiendo un uniforme o cualquier otro distintivo externo, una estructura de cualquier índole, etc., sino
por medio de la unidad fraterna, por la fuerza del mismo ideal y el carisma congregacional. Todo el
énfasis debe ser puesto en dichos valores. En el momento, cuando tales valores se hayan personalizado,
ellos mismos generan la unidad de la comunidad, con el debido respeto por las diferencias individuales
de los integrantes5.
La actitud flexible es propia del que entabla relaciones complementarias, de quien no se
considera poseedor de la verdad, sino su buscador, del que está dispuesto a reconocerla donde la
encuentre. No hay que confundir esta actitud con el falso irenismo del que no se atreve a decir lo que
piensa y pacta con cualquiera, sino que la flexibilidad nace precisamente cuando se descubre la verdad.
Porque sólo cuando se intuye la verdad se puede distinguir lo esencial y central de lo que no lo es o no

5
P. Manuel Ma. Rodriguez Lozada, OM. La vida comunitaria: desafío a la experiencia afectiva.
lo es tanto. Sólo cuando se empieza a descubrir dónde está la verdad, se pueden trazar los distintos
caminos para llegar a ella. Sólo la conciencia humilde y serena de estar en la verdad, o de dirigirse,
aunque con dificultades, hacia ella nos libera de la necesidad de tener que convencer, de tener razón, de
que se acepte lo que decimos, de conseguir adeptos a toda costa, presionando a la gente y dogmatizando
a diestro y siniestro. Puede sorprender, pero el que trata de imponer su punto de vista o su credo en
nombre de la verdad, rígida e inflexiblemente, aunque lo haga de buena fe, tiene a veces un miedo
inconsciente y sutil de no estar en la verdad. Es como si tuviera que convencerse a sí mismo, con una
actitud «segura», de que es justo y de que cree de verdad en lo que dice6.

D. Amistad
La expresión de la afectividad en la vida consagrada está moldeada por el voto de castidad. Los
religiosos renuncian a la vida matrimonial para crear una forma distinta de convivencia interhumana —
un espacio de comunión que se constituye como familia de Jesús—. Lo específico del voto de castidad
no es la renuncia, sino la exigencia positiva que genera. Allí donde únicamente se da ausencia de
relaciones sexuales no puede decirse que hay castidad, porque cuando ésta es consagrada se expresa en
el amor entre los hermanos, en la fraternidad comunitaria; sin ésta, aquélla sería antievangélica, símbolo
de castración y de muerte7.
La historia nos brinda un gran número de amistades personales entre los consagrados célebres
por la realización humana y espiritual que han generado. Ejemplos como el de Francisco de Asís,
personas que han cultivado el don gratuito y exquisito de la amistad y que han sabido transformar el
amor de amistad en fuente de bendiciones para sí y para los hermanos. En nuestra época, superado ya el
tiempo en que por influjo del pesimismo jansenista y del puritanismo rígido, todo y cualquier asomo de
predilección afectiva era visto como pecaminoso y censurable —siempre sospechoso de intereses
sexuales—, se reivindica el valor de la amistad. Esta, a condición de no exigir exclusividades afectivas
y dejar abierta toda posibilidad de amor de donación sin limitaciones —exigida por la consagración
misma— podrá convertirse en una relación afectiva feliz, benéfica y fecunda para la vida religiosa
misma8.
A lo largo del camino de su vida la persona entra en un proceso de diferenciación afectiva, el
corazón se va, progresivamente, abriendo a los diversos niveles del amor —desde el amor filial,
fraterno, de amistad, erótico-sexual, materno o paterno— hasta el amor cristiano, cada uno de ellos
revestido de características específicas. El amor de amistad tiene sus peculiaridades:

- Simétrico, o sea, debe brotar del encuentro de un YO con un TU personales, en un nivel


de igualdad.

- Abierto y recíproco... Queremos ahora retomar la perspectiva del teólogo Pikaza, según
el cual, la vida religiosa —en lo relativo a la castidad, no puede entenderse por lo que
niega, sino por lo que afirma, no podrá comprenderse por la renuncia de la vinculación
hombre-mujer, sino por lo que genera como novedad, por la potencialidad para un nuevo
tipo de relación, en la perspectiva del reino. No podrá entenderse la castidad como mera
ausencia de relaciones sexuales, sino como /elación profunda de un grupo de seguidores
del evangelio, los cuales, por medio de la consagración, conforman la familia de Jesús.
La castidad es una afirmación—consciente y madura— de un grupo de hombres y

6
Cencini, A. Vida comunitaria, Reto y Maravilla. Madrid. 1998
7
P. Manuel Ma. Rodriguez Lozada, om. La vida comunitaria: desafío a la experiencia afectiva.
8
P. Víctor Hugo Silveira, CSSR. Afectividad y consagración.
mujeres, de que es posible conformar una familia, amarse en profundidad más allá de las
mediaciones varón-mujer. En este sentido, la vida religiosa es un sacramento de la
amistad, señal novedosa del Reino, como se ve definida por los votos de castidad,
pobreza y obediencia.9

- Inclusivo no exclusivo. La verdadera amistad, sobretodo en la vida consagrada debe ser y


estar siempre abierta. Una persona ha de admitir y hasta querer de verdad y procurar que
otras personas amen a la persona a quien él ama, porque esto es indudablemente un bien
y una riqueza para el amigo. Y admitir y querer que su amigo ame y quiera de verdad a
otras personas, porque le beneficia y enriquece. De igual modo, cada uno debe evitar
cuidadosamente toda polarización personal en el otro, manteniéndose permanentemente
abierto a los demás. Esto no ha de suponer que hay una “igualdad” entre todos los
amigos. Cada amigo es único, aunque no en el sentido “exclusivo”, sino en el sentido
“inconfundible”.10

- Particular. La más remota tradición monástica consideraba la amistad como un don


enriquecedor de la vida fraterna, según lo dicho por Casiano: "La caridad auténtica es
aquella que sin sentir aversión por nadie, siente predilección por algunos”11. La relación
de amistad es tan estrictamente personal que nunca y por ningún pretexto puede
despersonalizarse o “estandarizarse”.12

- Comunión más que comunicación. La comunicación, en todas sus formas tiene sentido
como medio de comunión, en cuanto contribuye a crear y hacer crecer la comunión y en
cuanto la expresa y manifiesta. Lo más esencial de la amistad es la comunión; y esta
comunión, esencialmente interior, consiste, se realiza y se expresa en la confianza
recíproca. Una confianza que es sinceridad total, plena transparencia, sagrado respeto.
Los verdaderos amigos están y viven siempre unidos, pero no están ni pretenden estar
siempre juntos. Valoran los encuentros pero no absolutizan nada de esto, ni los echan de
menos angustiosamente. Cuando los amigos -o uno de ellos- necesitan, con desasosiego y
hasta con ansiedad, las manifestaciones externas, aunque sean muy elementales y no
lleven una carga explícita de egoísmo y, menos todavía, de sexualidad, es señal clara de
que les falta todavía mucho camino por recorrer en la vivencia de la amistad. Por eso
sufren más que gozan y su desencanto es mayor que la bienaventuranza. En el fondo
aprecian más estar juntos que estar unidos13.

Amedeo Cencini ofrecerá en su libro “Virginidad y celibato hoy” una interesante propuesta que
puede dar luz en las relaciones interpersonales en la Vida Consagrada. Sin perder de vista que el ser
humano es relacional por naturaleza, él dirá que la relación del virgen ha de ser abierta como la de
cualquiera pero también “mística”, es decir, vivirla con un estilo particular, como hombre espiritual. El
virgen es “peregrino de la relación” porque no habita una relación única y estable en esta tierra sino que
se ofrece a todos. Por ello este “estilo relacional del virgen” implicará: Primero, un “retirarse”, es decir,
liberarse de la necesidad de ser el centro para dejarle a Dios serlo, adoptando un estilo de discreción y a
9
P. Manuel Ma. Rodriguez Lozada, om. La vida comunitaria: desafío a la experiencia afectiva.
10
Cf. Severino Ma. Alonso, CMF. Amistad y consagración en la vida religiosa. Claretianas. 2001. Pág. 49
11
P. Víctor Hugo Silveira, CSSR. Afectividad y consagración.
12
Cf. Severino Ma. Alonso, CMF. Amistad y consagración en la vida religiosa. Claretianas. 2001. Pág. 49
13
Cf. Severino Ma. Alonso, CMF. Amistad y consagración en la vida religiosa. Claretianas. 2001. Pág. 55 y 56
la vez siendo capaz de amar intensamente y vivir amistades profundas. El segundo aspecto será “rozar
sin penetrar ni poseer”, que significará vivir sus relaciones con intensidad pero rozando al otro, o bien
evitando toda actitud que vaya en sentido de invasión de la vida del otro, de la penetración de sus
espacios, y la manipulación posesiva de sus miembros. Finalmente invitará a adoptar el ejemplo de San
Francisco que transforma su corazón y sabe guiar a sus instintos y sentimientos al amor más noble, de
manera que es libre para amar, incluso al más desagradable, haciendo alusión al beso que da al leproso.14

E. Responsabilidad15
Tanto del principio ético de la alteridad como de la vinculación a la comunidad se desprende la
exigencia de la responsabilidad. Todos, en la comunidad religiosa, somos mutuamente responsables de
nuestro desarrollo humano, de nuestro crecimiento espiritual, de nuestra fidelidad. Hacernos cargo de
los problemas del otro, del camino que recorren los hermanos o hermanas de la comunidad, no es
ningún alarde de generosidad o de virtud, sino la consecuencia natural de formar juntos una fraternidad
convocada y reunida por el Señor16 .
La responsabilidad hacia la comunidad comienza por la participación en su vida, en su proyecto
y actividades. El hermano necesita la presencia del hermano: en la oración, en la comida, en el trabajo,
en los momentos de distensión y de ocio. Es esta presencia, esta participación física y real la que expresa
y concreta la opción por vivir juntos. Pero es evidente que no se trata simplemente de estar presentes, de
ser observantes, de seguir pasivamente un horario, una programación. La responsabilidad no es
instalación, acomodación, rutina o indiferencia. La participación responsable es activa y creativa. Quien
es verdaderamente responsable sabe y acepta que tiene que comprometerse a fondo en la construcción
de la comunidad. La responsabilidad, en efecto, surge de la conciencia de la persona madura de que la
comunidad será como él la haga.
Pero la responsabilidad hacia la comunidad no es sólo el compromiso por construirla o la
implicación y participación en la misión común o en el funcionamiento cotidiano como comunidad
religiosa. Es, sobre todo, responsabilidad ante los hermanos concretos: respetarlos, sentirlos como
hermanos, apreciar su personalidad y talentos, perdonar sus errores. Vivir en comunidad significa
descubrir y aceptar ser responsables unos de otros. Sentirse y serio en la realidad de cada día es posible,
como insinuábamos más arriba, desde una mirada atenta, capaz de ver y comprender las preocupaciones
y necesidades del hermano que está a mi lado. Es posible para quien vive como actitud espontánea el
«yo para la comunidad». En cambio, quien, en la práctica, vive desde el principio «la comunidad para
mí», consume comunidad, pero no la construye, porque de nada es responsable. Se aprovecha de ella, la
maneja y utiliza; se queja, critica y reprocha todo lo que no funciona. Pero ni aporta, ni responde.
Quizás, en el fondo, esté sumergido en una pobreza interior que le impide dar y responder, al mismo
tiempo que le está impidiendo ser y construir la propia persona y realizar gozosamente la consagración
al Señor.

Entre los aspectos que se desprenden de la responsabilidad están:


- Corrección fraterna
- Orden
- Servicio a la comunidad

14
A. CENCINI, Virginidad y celibato hoy, Sal Terrae. España, 2006, Págs. 197-202.
15
P. EUGENIO ALBURQUERQUE. Ser persona en y para la comunidad. Octubre 2004. Recuperado de
http://www.menesianos.org/images/library/File/revcomunion/2004/COMUNIONOCTUBRE2004HHPDF.pdf
16
Cf. CENCINI, A. Vivir en Comunidad: reto y maravilla. 1997. Madrid.
La vida Fraterna en el Derecho Propio. ECRC

Cómo vivir la vida fraterna


30. Las consagradas del Regnum Christi viven su vida fraterna, enraizada en una auténtica espiritualidad
de comunión, conscientes de que es una tarea que exige abnegación, realismo, alegría y deseo de
construir, por ello:

§ 1. se ayudan mutuamente en la búsqueda de la santidad de vida e imitación de Jesucristo;


§ 2. ven a las demás como hermanas, sobrellevándose mutuamente en sus alegrías, sufrimientos y
debilidades. Están atentas a sus deseos y necesidades dando espacio al desarrollo de verdaderas y
profundas amistades;
§ 3. aprenden a construir relaciones fraternas donde reine la comunicación profunda por la escucha
atenta y el diálogo abierto, así como la acogida sincera, la misericordia y el perdón donde se valora a
cada una como es;
§ 4. se ayudan unas a otras con entrega servicial y universal, rechazando por amor, las tentaciones
egoístas que engendran competitividad, desconfianza y envidias.

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