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LA METÁFORA CIBERNÉTICA
En cada época hay una metáfora dominante. En la antigüedad clásica fue la metáfora de la
agricultura la que determinó la visión del mundo. En Grecia, como physis, lugar donde se
desarrollan las plantas (del griego “phio”, que significa crecer, desarrollarse). En el mundo latino,
physis se traduce como “naturaleza”, lugar donde se nace, seno que genera las cosas. Luego, la
artesanía determina el modelo de naturaleza artesanal, en el que el modelo de la técnica era el
modelo fundamental para la comprensión del universo. En la Edad Moderna, el reloj y la minería
determinaron la imagen de una naturaleza mecánica, en la que se integra el ser humano como
hombre máquina.
Desde mitades del siglo pasado estamos en una carrera por ver si los rendimientos de las máquinas
consiguen alcanzar a los que nosotros, los humanos, podemos producir.
La caja negra deja de ser un recinto inescrutable y es sustituida por un modelo en el que la caja
negra (la mente) tiene que “procesar la información”. Aquí es donde se cruzan las computadoras,
pues su tarea es la de procesar la información que se le da, ofreciendo resultados; así, cada módulo
del procesamiento de la información cumple una función. Aquí se introduce el funcionalismo.
Para el funcionalismo, en los estados mentales sólo interesa la función que cumple, es decir, en qué
medida trasmite la información a la fase siguiente. Como la entrada y la salida de información
puede darse en multitud de soportes, las relaciones causales pueden instanciarse en cualquier medio.
Esto es lo que se llama funcionalismo, una teoría que es consustancial a la filosofía de la mente
(como ha afirmado Searle).
Podemos plasmar esta idea en un silogismo: la vida mental es procesamiento de información. Cada
acto es reducible a un módulo de procesamiento de información, que es independiente de su
instanciación; por tanto, si instancio ese procesamiento de información en otro sistema, tendré actos
mentales, con lo que una computadora podrá ver, sentir, pensar, resolver problemas, etc.
La teoría funcionalista avanza a la vez que el desarrollo de la informática y su aplicación a las tareas
cada vez más semejantes a las que desarrollamos como seres humanos.
La consolidación del modelo se ha basado en la existencia cada vez más frecuente de ordenadores
en todos los ámbitos de la vida. En tales ordenadores hay que distinguir entre: el programa o
software, que dirige o determina qué tiene que hacer el aparato material, o soporte, hardware.
Sobre esta base, Johnson-Laird afirmó que la mente es al cerebro lo que el programa es a la
máquina. Así como la ciencia de la programación se alía con el funcionalismo, dando lugar a la
Inteligencia Artificial fuerte, o funcionalismo del ordenador.
Hay que llamar, sin embargo, la atención sobre la ambigüedad del modelo.
Por una parte, porque vive de un evidente dualismo y, además, relativamente radical. Hay una
diferencia tajante entre el programa y el substrato físico. Por otra parte, porque en el modelo
cibernético hay un intento de situarse más allá del dualismo al pretender extender el modelo
mecanicista fuerte, puesto que las posibilidades de la computadora así como sus límites están
inscritos en el programa que, además, se instancia en la máquina unívocamente en lo que se llama
“lenguaje máquina”; es decir, relaciones estrictamente físico químicas, a cuyo lenguaje sería
traducible el lenguaje intencional.
Como este funcionamiento (sin traspasar nunca el nivel de la circulación eléctrica) termina en un
interfaz (la pantalla del ordenador) para que otra mente los lea, se pueden encontrar resueltos
problemas muy complejos para la mente humana para cuya resolución la mente humana necesita
pensar. Se llega a la conclusión de que lo que hace la máquina se llama también pensar, y que
pensar no es más que esa circulación de electricidad por la máquina del mismo modo que circulan
relaciones sinápticas entre las neuronas.
Siempre se olvida que pensar en sentido estricto, lo habían tenido que hacer los creadores del
programa. Pero a esta respuesta le dicen que éstos, en realidad, no han hecho nada distinto de los
que hacen las computadoras porque sus cerebros, a su vez, son circuitos o redes neuronales, en los
que en lugar de electricidad, hay otra forma de activar y desactivar las neuronas: el contacto
químico de las terminaciones o sinapsis de las neuronas. En definitiva, una máquina húmeda, el
cerebro.
El programa cognitivista es, en este sentido, un programa constructivista que tiene como supuesto el
carácter proposicional de la experiencia humana, es decir, la posibilidad de exponer toda la
experiencia en términos proposicionales o representacionales, porque si no es así, no es posible
traducir la experiencia a términos computacionales.
La psicología puede prescindir de las instanciaciones concretas de los programas asumiendo que las
mismas operaciones las realiza un ser humano y un animal que un ordenador. La única diferencia
estaría en la potencia del ordenador en sus dos componentes: potencia del programa y capacidad del
soporte.
Esta opinión está bastante generalizada. Opinión que implica que los ordenadores actúan como
actúan los humanos.
Sus inspiradores han sido: Simon, para quien ya tenemos máquinas que literalmente pueden pensar.
Newel, Minsky y otros que piensan lo mismo, y que siguen sin reparo a Turing, que ya en 1950
comentaba que, a finales de siglo, el sentido de las palabras y la opinión profesional habrán
cambiado tanto que podrá hablarse de máquinas pensantes sin levantar controversias. Michael
Scriven llega a la conclusión de que actualmente se puede construir una supercomputadora que
niegue de un modo razonable la afirmación de que no tiene sentimientos (1984). En la obra de
Margaret Boden (1984), se pueden seguir los esfuerzos por hacer programas que incorporen los
sentimientos, incluso de una manera que arrastren conflictos que generen neurosis.
Pero en la vida humana no sólo hay procesamiento de información, sino que todo ocurre de modo
consciente. Tenemos un conocimiento del mundo, unas valoraciones sobre el mundo y unas
actividades en las que ejecutamos proyectos fraguados de modo consciente, por lo que todo lo que
el funcionalismo asegura que son módulos de procesamiento de la información, carece de
conciencia.
En el funcionalismo no hay conciencia. Por eso, puede decirse que los ordenadores pensarán,
sentirán, pero sin conciencia. La consecuencia es que la aplicación del programa funcionalista o de
IA a la vida humana sólo es a costa de eliminar la conciencia de la vida humana. Y un humano sin
conciencia no es distinto del humano reducido a su conducta, con lo que el conductismo vuelve
reforzado.
Una vez empezado el juego, los que lo inician recibieron una serie de señales que fueron
trasmitiendo según las instrucciones. Al llegar las señales al final, en una serie de ceros y unos, y
debidamente descodificados, salió una frase en portugués. Al principio, lo que habían trasmitido los
organizadores en una serie de ceros y unos, era esa misma frase en ruso. Con lo que se consiguió
traducir una frase del portugués al ruso, siendo que nadie sabía portugués.
Ninguno de los participantes sabía lo que estaba haciendo y nadie entendió nada de las frases que
fluían con sus señales.
Esto es lo que se dice cuando se habla de actividad neuronal, que ninguna célula piensa, pero sí lo
hace el conjunto. Aunque tampoco sabemos cuál es el conjunto, si el cerebro, el cuerpo, o la
persona concreta. El conjunto sólo piensa si hay alguien que recibe la señal y la interpreta, pero en
ese momento ya somos conscientes y estamos fuera de la teoría.
J.A. Benito y Ana Noguera ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA II 70012045 Pá gina 5
La “habitación china” de Searle. Una computadora es una máquina que manipula símbolos físicos,
cuyo carácter de símbolo radica en sus rasgos formales, en su estructura física, por lo que sólo
funciona sobre la base de propiedades sintácticas. Mientras que la mente humana no sólo tiene
sintaxis sino también una semántica y una pragmática.
El ejemplo de Searle del chino muestra que es perfectamente compatible manipular o procesar
información o símbolos y no entender absolutamente nada de chino. Supongamos que han pasado
muchos años, y que el ser humano ha construido una máquina aparentemente capaz de entender el
idioma chino, la cual recibe ciertos datos de entrada que le da un hablante natural de ese idioma.
Estas entradas serían los signos que se le introducen a la computadora, la cual más tarde
proporciona una respuesta en su salida. Supongamos, a su vez, que esta computadora al hablante
del idioma chino que sí entiende completamente el idioma, y por ello el chino dirá que la
computadora entiende su idioma.
Aquí Searle nos pide que supongamos que él está dentro de ese computador completamente aislado
del exterior, salvo por algún tipo de dispositivo (una ranura para hojas de papel, por ejemplo) por el
que pueden entrar y salir textos escritos en chino. Supongamos también que fuera de la sala o
computador está el mismo chino que creyó que la computadora entendía su idioma. Y dentro de esta
sala está Searle que no sabe ni una sola palabra en dicho idioma, pero está equipado con una serie
de manuales y diccionarios que le indican las reglas que relacionan los caracteres chinos (algo
parecido a "Si entran tal y tal caracteres, escribe tal y tal otros"). De este modo Searle, que manipula
esos textos, es capaz de responder a cualquier texto en chino que se le introduzca, ya que tiene el
manual con las reglas del idioma, y así hacer creer a un observador externo que él sí entiende chino,
aunque nunca haya hablado o leído ese idioma.
Y el tercer relato, del australiano Frank Jackson. Mary es una científico brillante obligada a
investigar el mundo desde una sala en blanco y negro, a través de un monitor de televisión en
blanco y negro. Ella está especializada en la neurofisiología de la visión y adquiere toda la
información física que se puede obtener de lo que ocurre cuando vemos, por ejemplo, tomates
maduros o el cielo, y usamos términos como “rojo” o “azul”.
Descubre qué combinaciones de longitud de onda desde el cielo estimulan la retina, así cómo
produce esto a través del sistema nervioso central la contracción de las cuerdas vocales y la
expulsión de aire de los pulmones de la que resulta la pronunciación de la frase “el cielo es azul”.
Parece que aprenderá algo sobre el mundo y nuestra experiencia visual de él. Pero entonces, es
inevitable que su conocimiento anterior era incompleto, aunque tenía toda la información física.
Otra limitación está en la creencia que era cuestión de tiempo la creación de programas respecto a
cualquier conducta cognitiva, volitiva o sentimental. Sin embargo, hoy en día los teóricos
cognitivistas y muchos filósofos se inclinan por pensar en la radical imposibilidad de recuperar
proposicionalmente la totalidad de lo mental y de lo conductual. Y ello por la pertenencia de
cualquier acto intencional a una malla y a un trasfondo de habitualidad no proposicional, sino sólo
disposicional, del que se nutre y toma su sentido.
En la actualidad son muchas las voces que se levantan contra el abuso de la metáfora del ordenador,
que no deja de ser una simulación de los procesos humanos, y que, por ser simulación, no
pertenecen a la misma categoría. Por muy bien que un actor simule a Julio César, nunca lo
confundiremos con Julio César.
Además, el hecho de que podamos simular una conducta mediante un ordenador no significa que la
conducta humana proceda del mismo modo.
En este sentido, es típico el proceso de habituación, en el que, una vez que se ha producido,
cualquier utilización de reglas procedimentales sería contraproducente. Es decir, que una vez que se
ha pasado de las reglas al hábito, volver a las reglas impide la acción. Es como si un conductor de
automóvil quisiera volver a ese primer momento en que el instructor le da las reglas de lo que tiene
que hacer al conducir, para explicar cómo conduce.
Esta reflexión sirve sólo para enseñar a otro, hasta que ese otro se habitúe. Pero en este momento las
reglas ya han sido incorporadas y en esa misma medida, desaparecen.
Así la afirmación de Bunge. Si deseamos comprender la mente, mejor será comenzar por estudiar a
los animales que a las máquinas.
En el caso de la vida humana hay un aspecto que está en relación con el conocimiento de la
realidad, porque de entrada estamos en la realidad. Es decir, no necesitamos procesar indicios o
En este caso, se trata de trasferir a la percepción el modo como se opera en la ciencia, según el cual
se trata de resolver un problema, del que tenemos unos indicios o claves, resolviendo el valor de las
incógnitas. Este modelo matemático suele ser usual en la ciencia.
Pues bien, el cognitivismo opera de modo semejante. Trata de resolver el valor de una incógnita
basándose en los indicios que se pueden observar en otros datos. Una computadora tiene que operar
necesariamente de ese modo. La mente humana, que es mente humana del cuerpo vivido, no tiene
que calcular nada, porque por el cuerpo ya está en la realidad, en las cosas mismas; y dentro de ese
marco puede establecer cálculos de precisión, de desarrollo del conocimiento e incluso corregir
errores. Pero siempre sobre el fondo de realidad que antecede a cualquier problema.
Por eso el conocimiento científico, que es constructivista, no puede ser el modelo ordinario, porque
aquél siempre parte de éste, y como dice Husserl, siempre termina en éste.
En realidad, es el modo de acceder a lo real de un ser viviente, con un cuerpo, y que ha dado el paso
al uso de la razón, que es lo que caracteriza la vida humana.
Los sentidos no serían sino la piel convertida en sensible, lo que también da valor a la piel para el
contacto con los otros. Este dato puede servirnos para desechar cualquier tentación de
constructivismo. Y este constructivismo es la base en la que se apoya la metáfora del ordenador.