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Área de Formación

La autoconciencia, una herramienta esencial para los cristianos

El hombre siempre está en función de darle sentido a su vida. Para lograr tal objetivo debe
tener presente todos los acontecimientos que atraviesan su existencia y tienen injerencia en
su manera de entenderse, entrar en relación consigo mismo, con los otros y con la idea de
la Trascendencia. Estas realidades que implican la existencia conviene examinarlas y
conocerlas a profundidad, ya que tienen su génesis en la interioridad humana. A esta
dimensión se le conoce como la subjetividad; el lugar donde influyen las emociones y
sentimientos en cada instante de la vida.
Para los cristianos conocer esta realidad es de singular importancia porque posibilita al
creyente para entrar en relación con Dios y con la experiencia de la fe más allá de los
momentos de oración para llegar a tener una vida permeada por la búsqueda de Dios y de
su voluntad. Hacer la voluntad de Dios radica en descubrir qué ha creado en cada uno de
forma particular y a qué está constantemente llamando al ser humano, a pesar de los
constantes errores que aquejan nuestra vida.
Para identificar las emociones y los sentimientos que habitan en la interioridad conviene
tener un método que permita hacernos conscientes de los mismos y su implicación en
nuestro proceder cotidiano. Esto, a raíz del mecanismo de respuesta que generó una
situación crucial en un momento de nuestra historia personal y que desencadena acciones
repetitivas y a veces desproporcionadas en el presente y poder, haciéndonos conscientes
de ellas, regularlas o potenciarlas. Por esto es pertinente ahondar en estos fenómenos
internos como los sentimientos. Pero, ¿qué es un sentimiento? ¿qué es sentir?
La palabra sentir proviene del latín sentire, que se traduce como “percibir por los
sentidos”. De esta acepción se definen, de manera conceptual, los sentimientos. Los
sentimientos pertenecen a la dimensión afectiva del ser humano. Están vinculados con la
instancia sensorial: el cuerpo y los sentidos, que intervienen en la manera como estos se
estimulan; también, como tienen carga emocional y psicológica, adquieren relación
constante con lo espiritual.
Aunque muchas veces los sentimientos no son tenidos por importantes, sí pueden
condicionar la manera como se relacionan las personas, ya que, por tratarse de estados
anímicos y emocionales, aportan cargas importantes a las decisiones y comportamientos
humanos.

Inteligencia emocional
Una herramienta que puede ayudar a este fin es la inteligencia emocional. Uno de los
pasos de la esta propuesta es la autoconciencia. Con ella se busca “ser conscientes de
nuestras emociones y sentimientos y el autoevaluar la naturaleza de las mismas es la base
para comprender quiénes somos y por qué actuamos de la forma en que lo hacemos”
(Cuartero, 2013, p. 12). Esta propuesta es fundamental para un cristiano porque entre más
se conoce, menor cantidad de acciones movidas por el pecado, que también habita la
interioridad humana.
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Mientras más se conozca la interioridad humana y se establezca el vínculo entre las
acciones, las emociones y los sentimientos, el ser humano tendrá mayor dominio de sí y
decidirá su vida desde su ser auténtico. Y para esto, la autoconciencia:
Nos informa de lo que necesitamos. Nos permite disfrutar de las emociones
agradables de baja intensidad. Nos permite regular las emociones desagradables de
baja intensidad. Nos evita acumular “basura emocional”. Nos evita diálogos
internos negativos, somatizaciones y “prontos”. Nos permite controlar los
comportamientos violentos. Nos evita caer en estados depresivos (Cuartero, 2013,
p. 14).

Exhortaciones para la vida cristiana


No atender ni escuchar los sentimientos va volviendo hermético el corazón, que no
podrá descubrir el testimonio de su semejante, como muestra del amor de Dios por cada
ser humano; por esta razón, este dejará de ser vitalizador y creatura que muestra cómo es
Dios para el sujeto. Jesús mostró a los otros su relación afectiva con Dios refiriéndose a
Él como Abba; mostraba una relación íntima, afectiva y profunda con Dios, que
contrastaba con la de quienes no tenían ese tipo de relación, algunos por dureza del
corazón.
Dios llama, y sigue llamando al ser humano para salvarlo. En la historia personal, la
identificación de las llamadas profundas a atenderse y a identificar la acción divina en sí
para salir al encuentro del otro son fundamentales para experimentar a Dios, que apuesta
por el hombre a pesar de sus respuestas, que lo alejan de su bondad propia. Acercarse a la
propia historia con amor es la clave para identificar los rasgos de Dios dentro de sí. No se
trata de centrarse en lo negativo que ha sucedido o de no querer verlo. Se trata de decirse
la verdad de lo que se ha vivido; de ajustarse a las dinámicas movidas por el amor y por
las pasiones. San Basilio de Cesarea (1930) lo recalca en la Homilía III: “el hombre es
creatura e imagen de Dios, pero también es frágil e inclinado al pecado” (p.356).
Reconocer esto es un gesto de amor, pues incluye el reconocimiento de todos los
dinamismos que constantemente se mueven en el corazón para poder elegir de manera
consciente lo que ayuda al hombre a ser más humano.
En esta lógica, los aspectos morales en la historia personal son vistos con misericordia. El
hombre da su corazón, lugar habitado por Dios, a su miseria. Esto implica un proceso de
sanación, de reconciliación y de proyección de sí mismo en un contexto presente, que lo
lleva a vivir más integrado.

Referencias

Unamuno, M. (1926). Ensayos, edición de la Residencia de Estudiantes, III.


Cuartero, G. (2018). Sentirse bien en el aula y en el centro. Gabinete de intervención
educativa.
Basilio. (1930). Homilías completas de san Basilio de Cesarea. BAC.

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